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B ILL CLINTON dejó la economía esta- dounidense, en la intersección de los dos siglos, con un crecimiento medio superior al 4% y superávit público. Las dos últimas legislaturas demó- cratas —básicamente la década de los no- venta del siglo pasado— se caracterizaron por un incremento sin parangón de la rique- za, y dieron lugar al nacimiento de otro para- digma, la denominada nueva economía, que decía que se habían acabado los ciclos económicos. Todo ello motivado por la utili- zación masiva de las tecnologías de la infor- mación y la comunicación (lo relacionado con Internet y el planeta digital) y una flexibi- lización de las herramientas empresariales. Sin embargo, tanto desarrollo no sirvió para que se estrechasen las desigualdades en Es- tados Unidos, sino lo contrario, y éste es el único hilo conductor que coincide con lo que sucedería después, durante los ocho años de mandato de George W. Bush. El apellido Bush, que desaparece ahora de la primera fila de la historia, no ha tenido suerte con la economía. Bush padre perdió las elecciones a favor de un semidesconoci- do Bill Clinton, después de haber vencido en la primera guerra de Irak, porque una peque- ña e inoportuna recesión se coló en la campa- ña al grito de: “¡Es la economía, estúpido!”. Y Bush hijo, después de haber tenido que supe- rar las secuelas del estallido de la burbuja tecnológica, de los atentados del 11-S, y de los escándalos corporativos que colocaron a Enron como su principal icono, deja la Casa Blanca como ya sabemos: EE UU al borde de la recesión, todos los desequilibrios ma- croeconómicos (inflación, déficit, deuda) ma- nifestándose a la vez, e incrementándose es- pectacularmente las diferencias de la renta y la riqueza entre los ciudadanos. Desde el inicio del primer mandato del actual Bush hubo un economista que mani- festó abiertamente sus críticas a la política económica neocon, que hacía su principal bandera de la economía de mercado sin in- terferencias y que se reivindicaba heredera directa de la revolución conservadora de Ro- nald Reagan y Margaret Thatcher: el neokey- nesiano Paul Krugman, que acaba de recibir el Premio Nobel de Economía por sus traba- jos científicos, pero que había brillado en el planeta de la influencia no sólo por los mis- mos sino por su asombrosa capacidad de divulgación, manifestada en sus artículos se- manales en The New York Times (que en España publica EL PAÍS) y por sus libros. En los últimos años ha publicado al menos tres de ellos. En El gran engaño. Ineficacia y des- honestidad: Estados Unidos ante el siglo XXI —una crónica de la primera legislatura de Bush— resume lo que ha pasado desde que la Administración Clinton cesase: caída de las Bolsas, escándalos empresariales, crisis energética, retroceso del medio ambiente, dos millones de nuevos parados, los déficits gemelos (exterior y público), recesión, terro- rismo, etcétera. Krugman se asombra enton- ces de que la principal política económica de Bush consista en bajar los impuestos a los más ricos (con el pretexto de que son los que más invierten) en medio de dos guerras. Lo contrario de lo que decía el sentido co- mún e incluso cualquier ortodoxia económi- ca. Según nuestro economista, la secuencia que los neocons pretendían instalar tenía un cariz ideológico: rebajar los ingresos públi- cos, subir el déficit (“el déficit no importa”, declaró el vicepresidente Dick Cheney), y aumentar al tiempo los gastos de seguridad y defensa. Cuando la situación se hiciese insostenible, la solución era cristalina: redu- cir los gastos sociales, lo que significaba aca- bar con el pequeño welfare estadounidense que, a su entender, es un freno a la eficacia del sistema. No todo el Partido Republicano pensaba igual. Las anteriores no son las señas de iden- tidad tradicionales de los republicanos (por ejemplo, no lo fueron de la Administración Nixon) sino de un pequeño grupo, muy ideo- logizado, con raíces en la extrema derecha religiosa y en los institutos de pensamiento fundamentalistas más relacionados con la Es- cuela de Chicago, que se ha apoderado de la dirección del mismo: los neocons. Ésta es la principal tesis del último libro de Krugman, Después de Bush, que subtitula El fin de los neocons y la hora de los demócratas. En él se demuestra que la polarización política es consecuencia de la desigualdad económica, lo que explicaría en buena parte el desarrollo de la actual campaña electoral. El hoy Nobel de Economía apostó en principio por Hillary Clinton como la mejor candidata demócrata a la Casa Blanca, por ser la más coherente para aplicar la política que según él debía seguir el país (el libro está escrito antes de que estallase la crisis financiera y económi- ca): completar la obra del New Deal rooselve- tiano, incluyendo una expansión del seguro social que cubriera riesgos evitables cuya re- levancia se ha hecho inconmensurablemen- te mayor durante las últimas décadas. En el año 1999, Krugman escribió otro libro, cuyo título puede resultar premonito- rio estos días: El retorno de la economía de la La batalla a través de las ideas Los libros de Paul Krugman se basan en un concepto: la polarización política de Estados Unidos es fruto de las crecientes desigualdades económicas. El Nobel analiza en su última obra el fin de los neocons. Por Joaquín Estefanía El apellido Bush, que desaparece ahora de la primera fila de la historia, no ha tenido suerte con la economía EN PORTADA / Análisis 6 EL PAÍS BABELIA 01.11.08

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Page 1: tango . Verano porteño Serespetótodoestricta- Una ... · el tango un genio revolu- cionario, ése fue Astor Piazzolla (1921-1992). No en vano, la defini- ción del Picasso del tango

Por Juan Puchades

SI HUBO EN el tango un genio revolu-cionario, ése fue Astor Piazzolla(1921-1992). No en vano, la defini-ción del Picasso del tango es la que

mejor explica lo que supuso este bando-neonista, pianista, compositor y director deorquesta. “Más que a músicos, admiraba ados pintores, Picasso y Dalí. Picasso, justa-mente, porque era como él, y Dalípor su capacidad como publicista”,quien habla es Horacio Ferrer, unainstitución del género. Historiador,poeta, letrista, recitador y presiden-te e impulsor de la Academia Nacio-nal del Tango, Ferrer fue amigo yletrista de Piazzolla. “Fue un visiona-rio, pero además era un cíclope yun titán, porque no hubo día de suvida que no compusiera música,componía en el piano. Yo convivímucho con él y convivimos, diga-mos, la creación pura. Tenía ideasmuy claras y amaba el tango profun-damente, lo conocía y por eso lopudo reformar. No se puede refor-mar lo que no se conoce. Picassoobró igual”.

Ferrer (Montevideo, 1933) vivióel tango desde niño, así que no ex-traña que a los 15 años, en 1948 y enBuenos Aires, conociera a Astor Piaz-zolla, por entonces un renovador de27 años que ya dirigía su propia or-questa. Ferrer, con el tiempo, deven-dría en uno de los mayores historia-dores del tango, sin embargo—pese a que la amistad con Piazzo-lla se mantuvo desde aquel inicialencuentro—, no sería hasta 1967,con la publicación de los primerospoemas de Ferrer, cuando Piazzollasupo que su amigo escribía poesía.Al leer aquellos versos, le dijo a Ferrer: “Lapoesía que escribes es lo que yo hago en lamúsica. Desde ahora, tienes que escribirconmigo”. “Y ahí comenzamos. Lo primeroque hicimos no fue una canción, sino unapequeña ópera, María de Buenos Aires”.

María de Buenos Aires, de 1968, fue laobra más ambiciosa del tango hasta el mo-mento. Sus creadores la llamaron “operita”—“por falta de género para esa especie decantata o de oratorio; nos pareció simpáticolo de operita”— y partió de un libreto deFerrer: “Escribí primero el libreto porque co-nocía muy bien la música del maestro Piaz-zolla, me la sabía de memoria, e hice elguión musical generístico, porque María deBuenos Aires contiene tangos, milongas, val-ses y habaneras. Hice sugerencias de suspropias obras: esto a la manera de BuenosAires hora cero, esto a la manera de Adiós

Nonino, esto a la manera de Verano porteñoo Milonga del ángel. Se respetó todo estricta-mente. Así nació María”. Una producciónconcebida como espectáculo teatral que escomo la explosión de todos los conceptosmusicales manejados hasta la fecha por Piaz-zolla. Allí se encuentra el tango de raíz clási-ca, el que cruza géneros, los luminosos arre-glos, la canción, la vanguardia… “Sí, así es”,reconoce Ferrer; “él decía que era la mejormúsica que había compuesto en su vida”.

Una obra singular que, como todo lo querodeó a Piazzolla durante décadas, inicial-mente fue duramente castigada por la críti-ca, aunque el público la hizo suya y alcanzólas 120 representaciones en el desaparecidoteatro porteño Planeta. “Hoy es el garaje deun hotel”, comenta Horacio Ferrer.

Respecto a esas críticas que persiguierona Piazzolla —“eso no es tango”, fue un clási-co unido a su nombre—, Ferrer tiene supropia teoría: “Había un fuerte fundamenta-lismo tanguero, porque hay una ley que diceque los pueblos tratan de defender su patri-monio de metamorfosis que le hagan per-der su autenticidad. En el tango cada genera-ción inventó un tango y la de la retaguardiadice ‘eso no es tango’. Ocurre hasta ahora,pero eso es lo que ha salvado el tango, quecada generación ha tenido su tango”.

Mientras finalizaban las funciones de Ma-

ría de Buenos Aires, Piazzolla le dijo a Ferrer:“¡Hemos hecho una ópera y no hemos escri-to una canción juntos!”, y le enseñó unamúsica que había compuesto. Ferrer, inspi-rado por los niños que vendían flores y golo-sinas en la calle y que ellos veían de madru-gada, en los restaurantes en los que cena-ban tras las representaciones, dio forma aun texto para esa música. De ahí nació Chi-quilín de Bachín, al que seguiría en 1969 untango que en la voz inconfundible de Rober-

to Polaco Goyeneche se convertiría en el ma-yor éxito de Piazzolla y en una de las cancio-nes esenciales del género, Balada para unloco. “Ahí hicimos un poquito cada uno. Lle-vé la idea de ese personaje y le gustó muchí-simo, después yo fui escribiendo la primeraparte, él le fue poniendo música, le pedí que

hiciera la música de la segunda parte: loco,loco… Lo presentamos en un boliche y notuvo ningún éxito, nada, los mozos seguíanatendiendo, la gente conversaba… Me dijo:‘No lo vamos a presentar al certamen muni-cipal’; le respondí: ‘No, estás equivocado, elproblema es que no tiene final. ¿Te acuerdasde la película Rey de corazones, de Philippede Broca, que vimos cuando estábamoscomponiendo en un balneario de UruguayMaría de Buenos Aires? El final tiene que seruna música como esos locos que salen delmanicomio en la guerra del 14 al 18 y cuan-do ven lo que pasó, se vuelven al manico-mio’. El mundo era un manicomio muchísi-mo peor que el que ellos vivían. E hicimosese final con esa especie de vals francés yfue un éxito impresionante desde el día desu estreno. Es el éxito más grande que sehaya consagrado en la canción popular en

nuestro país, para nuestra sorpresaabsoluta”. Y todo ello con una letrainnovadora, que ampliaba las posi-bilidades poéticas y estilísticas deltango. Quizás por esa canción —opor La bicicleta blanca— es por loque se dice que Ferrer escribía “le-tras locas”: “Uno hace lo que pue-de, en eso Borges tenía razón. Yo nohago lo que quiero, hago lo que pue-do, no puedo escribir de otra mane-ra. Estoy cautivo de eso”.

Astor Piazzolla y Horacio Ferrersiguieron trabajando juntos, inclu-so cuando el primero abandonóBuenos Aires y vino a Europa, hastala muerte del primero. Por su parte,Ferrer, en 1970 publicó uno de lostextos fundamentales sobre el géne-ro, los tres volúmenes que confor-man El libro del tango, continúo es-cribiendo poesía y, cómo no, letrasde tango, para Horacio Salgán, Juliode Caro o Anibal Troilo. Tambiéndesarrollando su labor como recita-dor, la misma que afronta ahora jun-to al grupo español Versus Ensem-ble en un espectáculo en el quereleen con esmero la música dePiazzolla y Ferrer en compañía delcantautor granadino Enrique Mora-talla en las partes vocales, y sustitu-yendo bandoneón por saxo: “Piaz-zolla era tan extraordinario tocando

el bandoneón que nunca se imaginó que sepudiera tocar su música sin el bandoneón,pero hay varios instrumentos que tienenuna tímbrica semejante, y el saxo es el quemás se parece”. De este encuentro ha salidoun disco, que este mes presentarán en Espa-ña. “Son grandes músicos, los conocí en elFestival de Tango de Granada. Voy allí des-de hace 20 años, desde la primera edicióndel festival. Antes ya había estado, tras lashuellas de Federico García Lorca”. Piazzollavuelve a vivir en escena. �

Horacio Ferrer con Versus Ensemble y EnriqueMoratalla actuarán en la sala Luz de Gas de Barce-lona (el próximo día 4) y en el Círculo de BellasArtes de Madrid (día 6).

Piazzolla / Ferrer. María de Buenos Aires suite /Verano porteño / Milonga del ángel. Naxos.

Horacio Ferrer relee a Astor PiazzollaEl autor de María de Buenos Aires evoca el genio de quien fuera su amigo durante décadas.“Fue un visionario, y además un titán, no hubo día de su vida que no compusiera música”

Espectáculo de tango en el Michelangelo Club, del barrio bonaerense de San Telmo. Foto: Thomas Hoepker

“La poesía que escribeses lo que yo hago en lamúsica. Desde ahora, tienesque escribir conmigo’.Y ahí comenzamos”

MÚSICA / Perfil

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BILL CLINTON dejó la economía esta-dounidense, en la intersección delos dos siglos, con un crecimientomedio superior al 4% y superávit

público. Las dos últimas legislaturas demó-cratas —básicamente la década de los no-venta del siglo pasado— se caracterizaronpor un incremento sin parangón de la rique-za, y dieron lugar al nacimiento de otro para-digma, la denominada nueva economía,que decía que se habían acabado los cicloseconómicos. Todo ello motivado por la utili-zación masiva de las tecnologías de la infor-mación y la comunicación (lo relacionadocon Internet y el planeta digital) y una flexibi-lización de las herramientas empresariales.Sin embargo, tanto desarrollo no sirvió paraque se estrechasen las desigualdades en Es-tados Unidos, sino lo contrario, y éste es elúnico hilo conductor que coincide con loque sucedería después, durante los ochoaños de mandato de George W. Bush.

El apellido Bush, que desaparece ahorade la primera fila de la historia, no ha tenidosuerte con la economía. Bush padre perdiólas elecciones a favor de un semidesconoci-do Bill Clinton, después de haber vencido enla primera guerra de Irak, porque una peque-ña e inoportuna recesión se coló en la campa-ña al grito de: “¡Es la economía, estúpido!”. YBush hijo, después de haber tenido que supe-rar las secuelas del estallido de la burbujatecnológica, de los atentados del 11-S, y de

los escándalos corporativos que colocaron aEnron como su principal icono, deja la CasaBlanca como ya sabemos: EE UU al borde dela recesión, todos los desequilibrios ma-croeconómicos (inflación, déficit, deuda) ma-nifestándose a la vez, e incrementándose es-pectacularmente las diferencias de la renta yla riqueza entre los ciudadanos.

Desde el inicio del primer mandato delactual Bush hubo un economista que mani-festó abiertamente sus críticas a la políticaeconómica neocon, que hacía su principalbandera de la economía de mercado sin in-terferencias y que se reivindicaba herederadirecta de la revolución conservadora de Ro-nald Reagan y Margaret Thatcher: el neokey-nesiano Paul Krugman, que acaba de recibirel Premio Nobel de Economía por sus traba-

jos científicos, pero que había brillado en elplaneta de la influencia no sólo por los mis-mos sino por su asombrosa capacidad dedivulgación, manifestada en sus artículos se-manales en The New York Times (que enEspaña publica EL PAÍS) y por sus libros. Enlos últimos años ha publicado al menos tresde ellos. En El gran engaño. Ineficacia y des-honestidad: Estados Unidos ante el siglo XXI—una crónica de la primera legislatura deBush— resume lo que ha pasado desde quela Administración Clinton cesase: caída delas Bolsas, escándalos empresariales, crisisenergética, retroceso del medio ambiente,dos millones de nuevos parados, los déficitsgemelos (exterior y público), recesión, terro-rismo, etcétera. Krugman se asombra enton-ces de que la principal política económicade Bush consista en bajar los impuestos alos más ricos (con el pretexto de que son losque más invierten) en medio de dos guerras.Lo contrario de lo que decía el sentido co-mún e incluso cualquier ortodoxia económi-ca. Según nuestro economista, la secuenciaque los neocons pretendían instalar tenía uncariz ideológico: rebajar los ingresos públi-cos, subir el déficit (“el déficit no importa”,declaró el vicepresidente Dick Cheney), yaumentar al tiempo los gastos de seguridady defensa. Cuando la situación se hicieseinsostenible, la solución era cristalina: redu-cir los gastos sociales, lo que significaba aca-bar con el pequeño welfare estadounidense

que, a su entender, es un freno a la eficaciadel sistema.

No todo el Partido Republicano pensabaigual. Las anteriores no son las señas de iden-tidad tradicionales de los republicanos (porejemplo, no lo fueron de la AdministraciónNixon) sino de un pequeño grupo, muy ideo-logizado, con raíces en la extrema derechareligiosa y en los institutos de pensamientofundamentalistas más relacionados con la Es-cuela de Chicago, que se ha apoderado de ladirección del mismo: los neocons. Ésta es laprincipal tesis del último libro de Krugman,Después de Bush, que subtitula El fin de losneocons y la hora de los demócratas. En él sedemuestra que la polarización política esconsecuencia de la desigualdad económica,lo que explicaría en buena parte el desarrollode la actual campaña electoral. El hoy Nobelde Economía apostó en principio por HillaryClinton como la mejor candidata demócrataa la Casa Blanca, por ser la más coherentepara aplicar la política que según él debíaseguir el país (el libro está escrito antes deque estallase la crisis financiera y económi-ca): completar la obra del New Deal rooselve-tiano, incluyendo una expansión del segurosocial que cubriera riesgos evitables cuya re-levancia se ha hecho inconmensurablemen-te mayor durante las últimas décadas.

En el año 1999, Krugman escribió otrolibro, cuyo título puede resultar premonito-rio estos días: El retorno de la economía de la

La batalla a través de las ideasLos libros de Paul Krugman se basan en un concepto: la polarización política de Estados Unidos es fruto de lascrecientes desigualdades económicas. El Nobel analiza en su última obra el fin de los neocons. Por Joaquín Estefanía

El apellido Bush,que desaparece ahorade la primera fila dela historia, no ha tenidosuerte con la economía

EN PORTADA / Análisis

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Por Juan Bosco Díaz Urmeneta

EL CUARTO PISO, el más alto, del edifi-cio del Museo Extremeño e Ibero-americano de Arte Contemporáneode Badajoz (MEIAC) lo ha conver-

tido Óscar Muñoz (Popayán, Colombia,1951) en una gran cámara oscura que reco-ge los perfiles de los edificios circundantes.Es una llamada a la memoria: la planta cilín-drica del cuerpo central de la antigua cárcelvuelve a ser un panóptico. Desde él vigila-ban a los presos pero el edificio mismo de laprisión mantenía viva, bajo el franquismo,la amenaza del castigo sobre toda la ciudad.

Al aguijón de la memoria se une el de laidentidad en la obra titulada Biografías. Losvídeos, proyectados sobre el suelo, mues-tran rostros que se forman poco a poco so-bre el fondo de una pila y después se contor-sionan y deshacen hasta desaparecer por eldesagüe. No es infografía sino animación:los rostros se construyen con tinta en polvocomo las que usan las fotocopiadoras. Mu-ñoz es un artista hondo. Es fácil asociar es-tas dos obras a los desmanes de un Estadoautoritario y conectarlas con el secuestro deuna sociedad o con el drama de los desapa-recidos, pero ambas sin duda van más allá:la primera advierte contra los sutiles filtrosque logran disolver la memoria colectiva; lasegunda habla de la fragilidad de la identi-dad individual en una sociedad como lanuestra. Esto último aparece con mayor cla-ridad en Proyecto para un memorial: cincopantallas muestran la mano de Muñoz quepinta con agua sobre piedra calentada unrostro que va desapareciendo a medida quela delgada película se evapora. La interven-

ción de la mano es importante: son los de-dos inteligentes, decía Bergamín, los que in-tentan recobrar del tiempo (y quizá de laviolencia) un rostro singular.

La memoria, unida a la fantasmagoríade la imagen contemporánea, es tambiénla protagonista de un trabajo de las artis-tas Cabello / Carceller (París, 1963 / Ma-drid, 1964), que se muestra en Sevilla, en lagalería Suffix, en el barrio de Triana. Peque-ños dibujos y fotografías acompañan a unvídeo que reitera el viaje del capitán Willardde Vietnam a Camboya en el filme Apocalip-sis Now. Sólo que aquí el capitán es unamujer, las selvas son las reales, es decir, lasde Filipinas, donde Coppola filmó su pelícu-la, y la viajera, al fin, en vez de encontrar aKurtz o a otro personaje que, como el prota-gonista de El corazón de las tinieblas, se hu-biera asimilado a la selva, se topa con unaatracción de turismo-riesgo. Deshacer la me-moria mitológica y reflexionar sobre el pro-ceso de invención o creación artística, hoy,son las claves de esta rigurosa propuesta.

La elaboración artística es también cen-tral en los autores que intervienen en Viaje-ros, una muestra producida por Cajasol pa-ra el Museo de Cádiz y que ahora puedeverse en Sevilla. Chema Alvargonzález (Jerezde la Frontera, 1960) evoca desde Berlín, enuna espectacular videoinstalación, parajes yfiguras de su provincia natal, sobre el bajocontinuo de una roca incesantemente gol-peada por el mar. Jesús Palomino (Sevilla,1969) descontextualiza a cinco amigos invi-tándoles a hablar sobre qué significa paraellos el trabajo ante un potente farallón dela costa irlandesa. Jacobo Castellano (Jaén,1976), de modo más escueto, construye es-pacios de aislamiento, un mal de nuestra

época, en los que pensó al ver en Pompeyacuerpos apresados en lava. En los tres casos,el viaje no remite a la curiosidad pintoresca(precedente del turismo) ni a la errancia delartista romántico, sino a la quiebra del lugarpropio: un rasgo típico de nuestro tiempoen el que somos requeridos por múltiplescentros.

Frente a estas obras, que fatigan la geo-

grafía, los trabajos de Matthias Weischer(Elte, Alemania, 1973) que se exhiben en elCentro de Arte Contemporáneo de Málagaresultan recogidos y casi solipsistas. Weis-cher es un explorador de las posibilidadesde la pintura. Durante un tiempo lo hahecho construyendo interiores que acu-mulaban objetos y formas, y que pintabacon abundante materia. Una gran pieza,Memmling, homenaje al maestro flamen-co que de algún modo preside esta su prime-ra exposición individual en España, levantaacta de esas escenografías. En ellas Weis-cher quería recoger los ámbitos que, aun-que se tienen como individuales y coheren-tes, están invadidos por los variados objetos

de la economía de oferta y llenos de asocia-ciones que rehúyen toda lógica. Ahora, sinembargo, ha cambiado su orientación. Lamuestra tiene así algo de bisagra sintetizadaquizá por un cuadro sin título, un luminosopaisaje marino visto desde un interior querecuerda a la Habitación junto al mar deEdward Hopper.

Pero Weischer no se aventura en el marsino en los jardines de Roma, y lo hace conun distanciamiento motivado por su deseode analizar la percepción y la representa-ción pictórica. Un paisaje cambia si se cen-tra en El sendero o en La madera de un árbol(como se comprueba en las piezas así titula-das), puede componerse en orden aleatorio(Doce miradas) o ser contemplado de modoque el jardín convencional se torne en desa-sosiego (Inquietud). Las cuidadosas y traba-jadas obras de Weischer (en especial el exce-lente dibujo del jardín) son una lenta medita-ción sobre la pintura y en ese sentido desbor-dan cualquier solipsismo. Aunque hay enellas mucho de introspección (cómo llego aver, qué veo al mirar, cómo retengo lo visto),sus obras transmiten esa preocupación y elespectador avisado puede que la tenga encuenta incluso en su vida ordinaria.

Hay notables diferencias entre la mira-da analítica de Weischer, fría en aparien-cia, y la memoria apasionada de Óscar Mu-ñoz. Uno y otro, sin embargo, compartenuna actitud reflexiva y evitan la retórica. Enambos casos el pensamiento es mediadorde su trabajo. O

Óscar Muñoz. Documentos de la amnesia. MuseoExtremeño e Iberoamericano de Arte Contempo-ráneo. Virgen de Guadalupe, 7. Badajoz. Hasta el30 de noviembre.Cabello/Carceller. Esto no es Vietnam (After Apo-calypse Now). Galería Suffix. Febo, 14. Sevilla. Has-ta el 22 de noviembre.Viajeros. Cajasol: Salas Chicarreros e Imagen. Se-villa. Hasta el 16 de noviembre.Matthias Weischer. In the Space Between. Centrode Arte Contemporáneo. Alemania, s/n. Málaga.Hasta el 16 de noviembre.

EXTRAVÍOS Autobiografía

Proyecto para un memorial (2004-2005), de Óscar Muñoz, en la exposición que le dedica el MEIAC.

“A QUIEN ESCRIBE UNA autobiografía, en cambio, lo juzga-mos desde el punto de vista moral, porque su motivaciónprimordial no es estética, sino ética”. Tal es la considera-ción que le hace su sosia literario, Zuckerman, a PhilipRoth (Newark, 1933), cuando éste le remite sus memo-rias, ahora traducidas al castellano con el título Los he-chos. Autobiografía de un novelista (Seix Barral). Estéticao ética, el lector de Roth no tiene demasiadas dificultadesen identificar lo que cuenta Roth sobre sí mismo en susnovelas o en sus recuerdos, aunque en ninguno de losdos registros se plasme toda la verdad, ese horizonte que,según nos aproximamos, se aleja más de nosotros. Lanecesidad de escribir sobre su vida real se le produjo aRoth tras superar una peligrosa enfermedad física y sussecuelas depresivas, en parte un poco lo mismo que albritánico J. G. Ballard (Shanghai, 1930), al final de cuyolibro Milagros de la vida. Una autobiografía (Mondadori)alega una semejante motivación memorialista. No así elmonje estadounidense Thomas Merton (Prades,

1915-Tailandia, 1968), cuyo relato autobiográfico, titula-do La montaña de los siete círculos (Edhasa) se publicóoriginalmente en 1949, cuando contaba sólo 34 años, 11años después de convertirse al catolicismo y tras 8 deingresar en la extremadamente rigurosa orden de lostrapenses, donde permaneció hasta producirse su prema-tura muerte accidental.

Salvo que los tres autores citados hayan sido notablesy reconocidos escritores, apenas hay otro punto en co-mún entre sus respectivas vidas y obras, muy dispares.No obstante, como le apostrofa Zuckerman a Roth, el fielde la balanza autobiográfica de un escritor es la verdadmás que la belleza, lo que podría explicar que, quienesemprenden esta empresa, lo hagan tras padecer un trau-ma físico o espiritual, que de alguna manera emplaza envecindad con la muerte. De todas formas, nunca he llega-do a entender bien cómo separar lo estético y lo ético enuna auténtica obra de arte, ni, por tanto, logro imaginarcómo es capaz de “mentir” sobre sí mismo un escritor

cuando realiza una obra de ficción o cómo puede serveraz por contar lo que realmente le ha sucedido. Creo,por tanto, que la atracción de leer los relatos autobiográfi-cos de escritores que amamos es comprobar la íntimarelación entre su vida y su obra, cortadas por un mismopatrón existencial, que jamás se enhebra a través de anéc-dotas más o menos chispeantes o de cotilleos íntimos.

La buena, amplia y variada obra literaria de Merton esobviamente de naturaleza apologética, como lo es suautobiografía, donde, por cierto, nos confiesa que fueJames Joyce quien impremeditadamente le impulsó ha-cia el catolicismo. Por su parte, Roth se inventó a Zucker-man para hablar de sí mismo, con lo que es lógico queéste considere superfluo que quiera contar su vida. Ba-llard, en fin, nos explica los anclajes reales de sus relatosde ciencia-ficción más fantásticos. Por lo demás, cual-quiera de ellos, a través de cualquier género, si no trata-sen sobre lo que les preocupa al resto de los mortales,¿por qué iban a escribir y, sobre todo, a ser leídos? O

De la memoria, el viaje y la miradaUn recorrido por las más destacadas exposiciones en Andalucía y Extramadura

Por Francisco Calvo Serraller

Hay notables diferenciasentre la mirada analíticade Weischer, fría enapariencia, y la memoriaapasionada de Óscar Muñoz

ARTE / Exposiciones

18 EL PAÍS BABELIA 01.11.08

EN 1999, UN AMIGO me preguntó: “¿Por quéte interesa tanto la cuestión negro-blanco,cuando es muy probable que tengamos an-tes un presidente negro que uno judío, yhasta una mujer antes que un judío?”. Noconsideré entonces que mi amigo, judíonorteamericano, tuviera una percepcióntan clara de la realidad.

Cuando empezó la rivalidad entre Ba-rack Obama y Hillary Clinton por la candi-datura demócrata, las cosas eran diferen-tes. Sí, había crisis: una guerra en curso yotra pendiente, una batalla contra el terro-rismo, la peor seguridad social de un paísdesarrollado, un potencialmente devasta-dor cambio climático y una economía nadabrillante. Pero no había llegado el crash.¿Era previsible que Obama obtuviese la can-didatura demócrata ante una profesionalde la talla de Clinton? El solo hecho de quese presentasen dos anomalías (negro, mu-jer) era suficiente para comprender que loque en Estados Unidos se estaba debatien-do, quizá por primera vez, no era tanto quédebía hacerse en el terreno práctico paraliderar la nación, sino la propia definiciónde los norteamericanos sobre sí mismos.En ese repaso a la identidad, Hillary repre-sentaba a la generación de los babyboo-mers, que aún tenía la guerra de Vietnamen la cabeza, había presenciado la luchapor los derechos civiles y conocido el racis-mo expresado en la consigna “iguales, peroseparados”; la época en que ser mulato erauna experiencia casi trágica, como recogetoda una tradición literaria; la época, en fin,definida, más incluso que por el feminis-mo, que había estado mucho más vivo du-rante la generación anterior, por la alternati-va negro-blanco. Ya lo predijo uno de losensayistas más relevantes de la cultura afro-americana, nacido en 1868, W. E. B. DuBois, primer graduado negro por la Univer-sidad de Harvard: el problema del siglo XXsería the color line: la línea del color.

Clinton, que en un principio parecía can-didata sin rival, es heredera, quiera o no, dela primera mitad del siglo XX: de las reivindi-caciones negras y de la culpabilidad blanca,de los asesinatos de líderes liberales de am-bos colores, del enfrentamiento civil entreamericanos a partir de la derrota de Viet-nam, primera guerra perdida en la historiadel país. Y en ese momento, pese a todo, nocabía duda de que Washington llevaba lasriendas del mundo. Obama, como el reciénestrenado siglo XXI, responde a coordena-das diferentes: ni la hegemonía estadouni-dense es indiscutible, ni la cuestión negro-blanco ocupa ya los primeros planos.

En Norteamérica, la etnia que crece conmayor rapidez no es la blanca ni la negra,sino la brown, la marrón, la que antes nocontaba, la que habla dos lenguas, la queprofesa mayoritariamente el catolicismo,la que llega sin haber sido obligada y con-forma la emergente clase media. Los his-panos han transformado la demografía, elcromatismo y las necesidades sociales. YObama, a pesar de estar clasificado comonegro, ha compartido el mismo peregrina-je que ellos: su padre estudió voluntaria-mente en Norteamérica y regresó más tar-de a su tierra; se ha criado entre distintascomunidades, religiones, lenguas y epider-mis; y sabe que la asimilación (a la culturaanglo, se entiende) no es deseada por laenorme diversidad de gentes estadouni-denses que, con orgullo, quieren conservarsus signos de identidad.

Obama comprende que Norteaméricatendrá que compartir su liderazgo. Esoquiere decir cambiar su manera de relacio-narse, no sólo con las demás naciones, si-no a nivel interno. “Somos más que la su-ma de las partes de este país”, dijo en sudiscurso de marzo en Filadelfia, donde sa-lió valientemente al encuentro del proble-ma racial y le dio la vuelta para exponer lanecesidad de resolver todos juntos los pro-blemas “monumentales” a los que se en-frentan, en lugar de perder el tiempo endiscusiones superadas históricamente. “Es-ta vez el cambio no vendrá de Washington;el cambio llegará hasta Washington”. Con

esta frase, pronunciada en su discurso deaceptación como candidato demócrata,Obama confirmó lo que ya sabían sus vo-tantes: que Hillary, rehén aún de la llama-da “sociedad del miedo”, representaba laprimera opción; él, plenamente confiadoen el diálogo, la segunda. Un diálogo queincluye las culturas vinculadas, en la imagi-nación colectiva, con ese miedo. Obamaestá preparado para hacerlo, porque esasculturas no le son ajenas.

¿Y qué papel ha jugado en el éxito deObama el hecho de estar casado con unamujer negra? Hay ciudadanos blancos queno se consideran racistas y que, sin embar-go, no verían con buenos ojos que uno desus hijos contrajese matrimonio con unapersona de color. Obama les ha ahorrado aesos ciudadanos algo que preferirían nover: un matrimonio mixto. Frente a los afro-americanos, el senador por Illinois ha su-brayado su mitad negra con toda naturali-dad. Y entre las mujeres afroamericanas,Michelle, fuerte, inteligente y atractiva, libe-rada y madre de familia, transmite un men-saje largamente esperado. La imagen de lamujer negra alcanza oficialmente la igual-dad.

Algunos intelectuales negro-norteameri-canos se preguntan con sarcasmo: ¿No he-mos sido siempre un tablón de salvaciónpara Norteamérica? ¿No se erigió este conti-nente en primera potencia mundial gra-cias al algodón recogido por los esclavosafricanos? ¿No fueron sus descendientesquienes mantuvieron en funcionamiento

las fábricas del Norte (Detroit, Chicago…)cuando los obreros blancos partieron ha-cia la Segunda Guerra Mundial, y quienessufrieron despidos masivos a su regreso?¿No hemos nutrido desde entonces las filasdel ejército estadounidense? ¿No resultasignificativo que cuando este país está de-jando de ser punta de lanza, surja la posibi-lidad de que su presidente sea negro? ¿Y siese presidente no mejora la situación, novolveremos a la conocida práctica del bla-ming it on the nigger: echar la culpa alnegrata?

En Europa sabemos de esta práctica.Echar la culpa a los judíos no es un sucesolejano en nuestra historia. Y mi amigo ame-ricano, al afirmar que antes tendrían comopresidente a un negro que a un judío, noignoraba el hecho de que toda la tradicióncristiana ha tendido a ser antisemita. “Lacuestión”, comenta el filósofo afroamerica-no Cornel West, “se remonta a cuando losjudíos fueron tratados como deicidas, y es-ta creencia forma parte consustancial de laemergencia del cristianismo. Cuando lacristiandad se extendió por Europa, la cul-pabilización judía fue en aumento. Y, co-mo se sabe, la cristiandad llega a América através de Europa. América es protestante.Blanca o negra, pero protestante”. La únicaexcepción, el católico Kennedy, era de as-cendencia marcadamente anglosajona.

Sea Obama elegido presidente o no,nunca antes había llegado tan lejos al-guien que no fuese anglo. Sin embargo,no olvidemos que hay todavía Estadosde la Unión en los que se organizan pro-testas callejeras ante la posibilidad deser liderados por alguien de origen noario. O

Mireia Sentís es autora de En el pico del águila.Una introducción a la cultura afroamericana (Ardo-ra Ediciones, 1998).

BILL CLINTON dejó la economía esta-dounidense, en la intersección delos dos siglos, con un crecimientomedio superior al 4% y superávit

público. Las dos últimas legislaturas demó-cratas —básicamente la década de los no-venta del siglo pasado— se caracterizaronpor un incremento sin parangón de la rique-za, y dieron lugar al nacimiento de otro para-digma, la denominada nueva economía,que decía que se habían acabado los cicloseconómicos. Todo ello motivado por la utili-zación masiva de las tecnologías de la infor-mación y la comunicación (lo relacionadocon Internet y el planeta digital) y una flexibi-lización de las herramientas empresariales.Sin embargo, tanto desarrollo no sirvió paraque se estrechasen las desigualdades en Es-tados Unidos, sino lo contrario, y éste es elúnico hilo conductor que coincide con loque sucedería después, durante los ochoaños de mandato de George W. Bush.

El apellido Bush, que desaparece ahorade la primera fila de la historia, no ha tenidosuerte con la economía. Bush padre perdiólas elecciones a favor de un semidesconoci-do Bill Clinton, después de haber vencido enla primera guerra de Irak, porque una peque-ña e inoportuna recesión se coló en la campa-ña al grito de: “¡Es la economía, estúpido!”. YBush hijo, después de haber tenido que supe-rar las secuelas del estallido de la burbujatecnológica, de los atentados del 11-S, y de

los escándalos corporativos que colocaron aEnron como su principal icono, deja la CasaBlanca como ya sabemos: EE UU al borde dela recesión, todos los desequilibrios ma-croeconómicos (inflación, déficit, deuda) ma-nifestándose a la vez, e incrementándose es-pectacularmente las diferencias de la renta yla riqueza entre los ciudadanos.

Desde el inicio del primer mandato delactual Bush hubo un economista que mani-festó abiertamente sus críticas a la políticaeconómica neocon, que hacía su principalbandera de la economía de mercado sin in-terferencias y que se reivindicaba herederadirecta de la revolución conservadora de Ro-nald Reagan y Margaret Thatcher: el neokey-nesiano Paul Krugman, que acaba de recibirel Premio Nobel de Economía por sus traba-

jos científicos, pero que había brillado en elplaneta de la influencia no sólo por los mis-mos sino por su asombrosa capacidad dedivulgación, manifestada en sus artículos se-manales en The New York Times (que enEspaña publica EL PAÍS) y por sus libros. Enlos últimos años ha publicado al menos tresde ellos. En El gran engaño. Ineficacia y des-honestidad: Estados Unidos ante el siglo XXI—una crónica de la primera legislatura deBush— resume lo que ha pasado desde quela Administración Clinton cesase: caída delas Bolsas, escándalos empresariales, crisisenergética, retroceso del medio ambiente,dos millones de nuevos parados, los déficitsgemelos (exterior y público), recesión, terro-rismo, etcétera. Krugman se asombra enton-ces de que la principal política económicade Bush consista en bajar los impuestos alos más ricos (con el pretexto de que son losque más invierten) en medio de dos guerras.Lo contrario de lo que decía el sentido co-mún e incluso cualquier ortodoxia económi-ca. Según nuestro economista, la secuenciaque los neocons pretendían instalar tenía uncariz ideológico: rebajar los ingresos públi-cos, subir el déficit (“el déficit no importa”,declaró el vicepresidente Dick Cheney), yaumentar al tiempo los gastos de seguridady defensa. Cuando la situación se hicieseinsostenible, la solución era cristalina: redu-cir los gastos sociales, lo que significaba aca-bar con el pequeño welfare estadounidense

que, a su entender, es un freno a la eficaciadel sistema.

No todo el Partido Republicano pensabaigual. Las anteriores no son las señas de iden-tidad tradicionales de los republicanos (porejemplo, no lo fueron de la AdministraciónNixon) sino de un pequeño grupo, muy ideo-logizado, con raíces en la extrema derechareligiosa y en los institutos de pensamientofundamentalistas más relacionados con la Es-cuela de Chicago, que se ha apoderado de ladirección del mismo: los neocons. Ésta es laprincipal tesis del último libro de Krugman,Después de Bush, que subtitula El fin de losneocons y la hora de los demócratas. En él sedemuestra que la polarización política esconsecuencia de la desigualdad económica,lo que explicaría en buena parte el desarrollode la actual campaña electoral. El hoy Nobelde Economía apostó en principio por HillaryClinton como la mejor candidata demócrataa la Casa Blanca, por ser la más coherentepara aplicar la política que según él debíaseguir el país (el libro está escrito antes deque estallase la crisis financiera y económi-ca): completar la obra del New Deal rooselve-tiano, incluyendo una expansión del segurosocial que cubriera riesgos evitables cuya re-levancia se ha hecho inconmensurablemen-te mayor durante las últimas décadas.

En el año 1999, Krugman escribió otrolibro, cuyo título puede resultar premonito-rio estos días: El retorno de la economía de la

depresión. En él abordaba los efectos de laprimera crisis económica de la globaliza-ción: la que comenzó en el verano de 1997en Tailandia, con la devaluación de su mo-neda, que se extendió primero por el conjun-to de Asia, luego a Rusia y a América Latina,y finalmente al resto del planeta. Decíaentonces que la economía mundial no se

encontraba en depresión y que probable-mente tampoco experimentaría ningunadepresión en el corto plazo. Pero que la eco-nomía de la depresión —los tipos de proble-mas que caracterizaron buena parte de laeconomía mundial en los años treinta delsiglo pasado— se había instalado de formapasmosa: hasta hace poco era difícil quealguien pensara que los países modernos severían obligados a soportar recesiones apa-

bullantes por temor a los especuladores mo-netarios; que un país avanzado podría versecon persistencia incapaz de generar el gastosuficiente para mantener el empleo de sustrabajadores y de sus fábricas; que incluso laReserva Federal se preocuparía por su capa-cidad para contener un pánico del mercadofinanciero. La economía mundial, concluye,se ha convertido en un lugar mucho máspeligroso de lo que imaginábamos. Este tex-to, publicado hace una década, está siendoreescrito ahora por Krugman, a la luz de laexperiencia presente, que multiplica porcien lo acontecido antaño.

En 1930, John Maynard Keynes escribióque “nos hemos metido en un desorden co-losal, cometiendo errores garrafales en elcontrol de una máquina delicada, cuyo fun-cionamiento no entendemos”. La batallaque ha dado Krugman consiste precisamen-te en ello: para compartir un pronóstico delas dificultades y actuar en consecuencia,hay que comprender antes lo que está pasan-do. En ello ha sido un verdadero maestro. O

Después de Bush. El fin de los neocons y la horade los demócratas. Traducción de Francesc Fer-nández. Crítica. Barcelona, 2008, 326 páginas. 29euros. El gran engaño. Ineficacia y deshonestidad:Estados Unidos ante el siglo XXI. Traducción deIsabel Campos Adrados. Crítica. Barcelona, 2004.El retorno de la economía de la depresión. Traduc-ción de Jordi Pascual. Crítica. Barcelona, 2000.

Ilustración del dibujante estadounidensePeter Kuper (1958)

sobre los años de la Administración Bush.Kuper es autor de varias adaptaciones de obras de

Franz Kafka, entre ellas La metamorfosis(Astiberri, 2007), y su autobiografía No te olvides de

recordar (Astiberri, 2008) saldrá a la venta enEspaña el próximo viernes día 7.

www.peterkuper.com

La batalla a través de las ideasLos libros de Paul Krugman se basan en un concepto: la polarización política de Estados Unidos es fruto de lascrecientes desigualdades económicas. El Nobel analiza en su última obra el fin de los neocons. Por Joaquín Estefanía

Lo que se ha estadodebatiendo en la campañaes la propia definición delos norteamericanos sobresí mismos

‘El retorno de laeconomía de la depresión’,publicado hace una década,está siendo reescritoahora por Krugman

El apellido Bush,que desaparece ahorade la primera fila dela historia, no ha tenidosuerte con la economía

La línea del colorPor Mireia Sentís

EL PAÍS BABELIA 01.11.08 7