suya en cuerpo y alma 10

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10mo libro de la saga Suya, Olivia Dean

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En la biblioteca:

Cien Facetas del Sr.Diamonds - vol. 1 Luminoso

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En la biblioteca:

Todo por él

Adam Ritcher es joven, apuestoy millonario. Tiene el mundo a suspies. Eléa Haydensen, una jovenvirtuosa y bonita. Acomplejada porsus curvas, e inconsciente de suenorme talento, Eléa no habríapensado jamás que una historia deamor entre ella y Adam fueraposible.Y sin embargo… Una atracción

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irresistible los une. Pero entre lafalta de seguridad de Eléa, laimpetuosidad de Adam y lastrampas que algunos estándispuestos a tenderles en el camino,su historia de amor no será tan fácilcomo ellos quisieran.

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En la biblioteca:

Muérdeme

Una relación sensual yfascinante, narrada con talento

por Sienna Lloyd en un libroperturbador e inquietante, a medio

camino entre Crepúsculo yCincuenta sombras de Grey.Pulsa para conseguir un muestra

gratis

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En la biblioteca:

Mr Fire y yo – Volumen 1

La joven y bella Julia está enNueva York por seis meses.Recepcionista en un hotel de lujo,¡Nada mejor para perfeccionar suinglés! En la víspera de su partida,tiene un encuentro inesperado: elmultimillonario Daniel Wietermann,alias Mister Fire, heredero de unaprestigiosa marca de joyería.Electrizada, ella va a someterse a

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los caprichos más salvajes y partiral encuentro de su propio deseo…¿Hasta dónde será capaz de ir paracumplir todas las fantasías de éstehombre insaciable? ¡Descubra la nueva saga de LucyJones, la serie erótica más sensualdesde Suya, cuerpo y alma!

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Olivia Dean

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Suya, cuerpo y alma

Volumen 10

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1. Intrigas

Mi madre no murió. Es lo queentiendo. Por lo menos, no muriódándome la vida. Es extraño, peroaparte de sorpresa, no sabríadefinir lo que siento exactamente.Jamás sufrí su ausencia, jamás meafectó su muerte. No estaba ahí, esoera un hecho. Sigue sin estar aquí,aunque no parece estar muerta.

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Vuelvo a leer la frase de mi padrepor décima vez.

«Ya no está aquí, qué diferenciahay, es como si estuviera muerta.»

Mi padre tenía razón. ¿Quédiferencia hay después de todo?

No logro pensar en ella. Ella, esalgunas fotos que encontré en casade mi padre. Una mujer con vestidode flores, lejana, petrificada en unverano que no conocí. Tambiénpodría no ser ella. Como losretratos de mujeres que ponen enlos marcos en las tiendas, una

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«presentación sugerida».No, es mi padre en quien pienso.

¿Cómo pudo elaborar esa mentira?Vivir con eso tanto tiempo. Sindecirme nada, sufrir y morir sinnunca haberme dicho la verdad. ¿Ysus parientes? ¿Le mintió a todo elmundo? Eso me parece pococreíble. Necesito aceptar la idea deque todos me mintieron. ¿Por qué?¿Por mi bien? ¿Por mi saludmental? Como si fuera mejor paramí creer que la había matado, enlugar de saber que no quería

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conocerme. No logro entenderlo.Para él era simple confesarme laverdad. ¿Por qué eligió mentirme?¿Por mí? ¿Por él? ¿Acaso terminópor creer su propia mentira? Tratode recordar nuestras discusionessobre este asunto. Tuvimos pocas.Ahora que lo pienso, me doy cuentaque me repetía siempre las mismaspalabras. Vi suficientes películaspoliciacas como para saber cuál esla señal de la mentira. ¿Pero cómohabría podido sospechar por unsolo instante que mi padre me

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mentía? Es demasiado tarde paraestar furiosa. Sólo estoy triste, creo.

Manon… Manon me ayudará aver con más claridad, eso esseguro. Por fortuna, mi amigasiempre responde el teléfono.Incluso a mitad de la noche, sé quepuedo contar con ella. Le cuentotodo rápido: mi regreso a París, eldepartamento que Charlesacondicionó para mí al lado de losCampos Elíseos y sobre todo elperiódico de mi padre. Mi madreno quería hijos, ella se fue el día de

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mi nacimiento. Y mi padre decidióhacerme creer que ella estabamuerta…

«¡Tu vida parece una novela!— ¡Desgraciadamente! ¿Qué

piensas de eso?— No es mi tipo de literatura,

pero siempre puedes ponerte encontacto con un editor.

— ¡Manon!— Discúlpame. ¿Estás afectada?

Quiero decir, ¿por tu madre?— Afectada, no. No lo sé.— ¿Tienes ganas de

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reencontrarte con ella?— Ganas… No. Pero me da

curiosidad. Quisiera saber quién es.Verla, ya que existe.

— ¡Hazlo, entonces!— No es tan fácil…— ¿Tienes su nombre?— Sé que se llamaba Meredith.

En fin, a juzgar por la situación,podría ser falso.

— ¿Pero todos estos años, jamáshas tenido que llenar papelesoficiales?

— No, realmente no. Finalmente,

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cuando me hacían preguntas sobremi familia, hablaba sólo de mipadre.

— ¿Y tu pasaporte? En Francia,debemos dar un montón dedocumentos, el libro de familia,todo eso… ¿Tú, nada?

— Sé que parece loco, perojamás tuve que proporcionarpruebas. Los documentos, era mipadre quien se ocupaba de eso…Mi único trabajo, era conseguirbuenas notas.

— ¿Eso nunca te pareció

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sospechoso?— No… ¿Por qué me lo

parecería? Sólo me parecía gentil.¿Tú dudas de tus padres?

— No, por supuesto… No tieneselección, debes ir a hurgar en losarchivos de tu padre.

— Y regresar a Lansing, a lacasa donde lo vi morir… No tengomuchas ganas de eso por elmomento.

— ¿Y tus abuelos?— No tengo más que a mi abuela

paterna y no quiero involucrarla en

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esto.— ¡Si no lo haces, será difícil!— Me veré mal llamándola a la

casa de retiro para decirle quedescubrí que me mentía. No quierocambiar nuestra relación, de por sínos vemos muy poco. Sabes que nisiquiera pudo venir al entierro desu hijo… Es posible que descubraque mi madre era una psicópata, nome quiero enojar con ella por unapsicópata…

— ¿Así que, te rindes antes dehaber comenzado?

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— No. De hecho, tengo una idea,pero va a parecerte algo loco.

— ¡Dime!— ¿Te hablé de la mujer del

hospital?— ¿A la que tu padre despidió

cuándo llegaste? ¿Piensas que es tumadre?

— No. En fin… Lo que pienso,es que ella está relacionada contodo esto.

— ¿Qué te hace decir eso?— Me pareció familiar, y luego

mi padre la despidió tan

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súbitamente, tan violentamente,como si no quisiera que tuviéramosningún tipo de contacto. Tambiénestá la vecina, Judy, que creía sermi tía…

— Pues bien.— ¿Tú crees que exagero?— Un poco, pero nunca se sabe— ¿Vas a ayudarme?— ¡Claro! Encuéntrame el

nombre de la visitante y me pondrémanos a la obra.

— Gracias.»Encontrar su nombre… Eso no

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deberá ser mucho problema, elhospital anota el nombre de todoslos visitantes. La dama de larecepción se acuerda muy bien demí, la «pobre pequeña», y estácompletamente dispuesta aayudarme. La engaño diciendo quees por los agradecimientos, todoeso. La mujer se llamaba MaryClowes. Debía regresar a París.¿Es dónde vive? ¿Mi tía/madre vivecerca de mi casa? Si es así, ¿mesigue, me vigila discretamentedesde siempre, escondida detrás de

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un periódico?Debo calmarme, tal vez esta

mujer no tiene nada que ver con mimadre…

Le doy esta información aManon, que se pone enseguida «enacción», como ella dice. Pensar enotra cosa. Para comenzar, ir abuscar mi coche al garaje.Habiendo sido impulsada a lacabeza de Delmonte Inc. desde queCharles huyó, tengo un coche de laempresa. Evidentemente, es uncoche de lujo. Pero discreto. El

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interior huele a nuevo, el tableroparece de madera. Estupendo. Hayuna pequeña pantalla, sin duda elGPS. Lo enciendo y escribo «TorreEiffel» para probarlo. Una vozsuave me guía a través de lasgrandes avenidas parisinas. Vuelvoa sentir el placer de conducir, decontrolar algo. Un poco demúsica… es perfecto. De repente,la música se corta y un pequeñocírculo rojo parpadea sobre lapantalla. Lo toco y… ¡es Charles!

«¡Hola…

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— Charles!»Quisiera decir algo inteligente,

pero verlo, escuchar su voz como sirealmente estuviera al lado mío ysin embargo saberlo inaccesible metrastorna.

«¿No pensabas que iba a dejartesola al mando de este bólido?,bromea.

— ¿Dónde estás?— No muy lejos. Pero es un

secreto.— ¿Estás bien? consigo

articular.

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— Sí y no. Físicamente, bien.Por el resto… sigo siendo acusadopor el homicidio de mi esposa, loque no tiene nada de agradable.¡Todo lo contrario a ti!»

¡Evidentemente, hay una cámaraweb! Charles puede entoncesadmirar con toda tranquilidad misjeans fetiche y mi sudadera concapucha. Si se burla de mí, quieredecir que está bien…

«No lo puedes ver, pero llevotacones de aguja descaradamentealtos.

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— Para conducir, es práctico,tienes razón…

— ¿Dónde estás?— No muy lejos… Perdí el

rastro de las estatuas, voy ainvestigar sobre las empresas deDimitri.

— Sabes, creo que habría queinvestigar sobre Alice. Su historiano es tan clara. ¿Por qué te odiabatanto?

— No lo sé. Desde que sedespertó, ya no es la misma mujer.No era… quiero decir.

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— ¿Te molestaría que continúemi investigación en la clínica?

— No sé si es una buena idea…— ¿Confías en mí?— Por supuesto, Emma, esa no

es la cuestión. Pero me preguntocómo vas a hacer para entrar.

— ¡No te preocupes, tengo unaidea!»

En realidad, no tengo ningunaidea, ni siquiera había pensado eneste problema, solamente quieroque no se preocupe por mí. Voy aintentar ir descaradamente. Me

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estaciono y discutimos un pocomás. Está fatigado, sus rasgos estáncansados, pero su carisma animalno ha perdido para nada el poderque tiene sobre mí. Sentir sus ojossobre mi cuerpo, incluso de maneravirtual, me perturba hasta el puntomás alto. Me contengo de acariciarsu cara sobre la pantalla…

Le hablo de mi madre; según él,es algo bueno que intenteencontrarla. Conoció poco a suspadres, me cuenta, aparentementeeran gente muy convencional, que

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valorizaba mucho las apariencias.Me dice que envidiaba mi relacióncon mi padre.

«¿Una relación basada en lamentira, eso te da envidia?»

No pude retener un sollozo.«Después de todos estos años,

no diría eso. Te mintió, de acuerdo,pero su complicidad era verdadera,ella no tenía nada que ver con estamentira. Y luego, después de todoeste tiempo, se convirtió en suverdad. ¿Acaso eso pone en tela dejuicio su amor?»

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Lloro. No de una forma evidente,pero me habría encantadohacerlo… Me seco los ojos con mimanga, como un niño.

«En la guantera.— ¿Cómo?— Hay pañuelos en la guantera.— Gracias.»

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2. Recuerdos y falsosrecuerdos

Quedarme en mi casa a esperarque el teléfono suene no me serviráde nada. Más aún cuando tengo uncelular. Dije que iba a la clínica.Así que, vamos. Sigo sin encontraruna razón válida, pero voy a hacerla prueba. Voy a ir como autoridad.Me vestiré elegante, sin dudar nada.

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A menudo eso funciona. Conmigo,en todo caso.

Ingreso la dirección de la clínicaen mi GPS y me voy. El camponormando que me parecía tanencantador ahora está frío ydesértico. En parte porque estoysola. Ni siquiera un Charles virtualpara hacerme compañía.

«Ha llegado a su destino.»La primera vez, estábamos

estacionados en el campo, al abrigode las miradas. Hoy, toco elintercomunicador de la imponente

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reja de hierro forjado.«¿Sí?— Emma Maugham, de

Delmonte Incorporated.»Mi tono debe ser convincente, la

puerta se abre en silencio. Nadie enel parque, una lluvia fina y heladaempezó a caer. Dejo el coche en elestacionamiento casi vacío y subolos peldaños de la escalinata. Unhombre joven de bata blanca merecibe con una gran sonrisa.

«¡Hola! ¿Viene a visitar aalguien?

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— Hola. No. Represento losintereses del Sr. Delmonte, cuyamujer falleció recientemente encircunstancias trágicas. Desearíahablar con el responsable.»

Su sonrisa se esfuma. Me haceentrar en una pequeña habitaciónllena de cómodos sillones yrevistas sobre tejido. Hace muchocalor, huele a sopa. Siento que yadetesto este lugar. Una mujerimponente en traje sastre entra a lahabitación.

«Buenos días. Brigitte Lefebvre,

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soy la directora adjunta de esteestablecimiento. Disculpe haberlahecho esperar, pero la persona quele abrió no comprendió bien larazón de su visita.»

Repito la frase mágica, segura demí.

«Represento los intereses del Sr.Delmonte, cuya mujer falleciórecientemente en circunstanciastrágicas. Desearía hablar con unresponsable.

— ¿Es usted de la familia?— No.

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— En ese caso, señora…señorita, le pido que salga de aquí.

— Ni pensarlo.— ¿Quiere que llame al servicio

de seguridad?»Veo bien a qué está jugando.

Está bien, yo también sé jugar.Intenta intimidarme, pero senecesita más para eso. Su serviciode seguridad no me preocupa en loabsoluto. No me muevo.

«Sólo quiero hablar con unresponsable. Esperaré.»

La Sra. Lefebvre está furiosa. Da

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la media vuelta y se va tratando dedar un portazo; desafortunadamente,ésta cuenta con un sistema queimpide este tipo de ruidos. Sonrío.La escucho cómo regaña alenfermero que me abrió… Elpobre. Por supuesto, no creo ni porun segundo su amenaza del serviciode seguridad. Hojeo una de lasrevistas de tejido para pasar eltiempo.

De repente, la puerta se abre atres personas. Una enfermera conaire gentil y una pareja de

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cuarentones tímidos. Ella me dirigeuna semi-sonrisa interrogativa einstala a la pareja en los sillones.

«Regreso rápido», promete ella.La mujer me sonríe, quiere

hablar.«Hola, señorita. ¿Tiene familia

aquí?— No, bueno, tenía familia.— Disculpe, no quería

molestarla. Sólo que es la primeravez que venimos. Debemos instalara nuestra madre… Está enferma, nopodemos ocuparnos de ella. Ya no

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está en sus cabales.— Comprendo, es una decisión

difícil…— Sí. Hemos visitado varios

lugares. Éste es el más caro, peroes el mejor… »

No tengo tiempo detranquilizarla, la puerta se abrió yapareció la Sra. Lefebvre, quien memira, aún furiosa.

«Señorita Maugham, sígame porfavor. Ahora mismo.»

La sigo a través de los largospasillos vacíos de la clínica. Con

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un silencio mortal. Los «enfermos »deben estar en este piso, meimagino. Toca en una puerta demadera.

«Doctor Belgrand. La persona dela cual le hablé.»

Parece seguir enojada. Le lanzauna mirada de curiosidad, como sifuera un gran pájaro exótico. Ellasale y él me invita a tomar asiento.Está sentado detrás de un escritorioimponente, con una joven mujerdiscreta parada al lado de él.

«¿En qué puedo servirle?

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— Represento los intereses delSr. Delmonte. Quisiera saber mássobre la estancia de su mujer conustedes.

— Alice Duval, ¿cierto?»Él parece mucho más

cooperativo. Abre un expedientefrente a él y lo revisa.

«Escuche, señorita. Esto es algocompletamente inhabitual y dudomucho que sea legal.»

Me gusta mucho su sonrisa. Mehace pensar en mi papá. Es unasonrisa que parece decir: «Bueno,

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no tengo realmente el derecho dehacer esto, pero voy a ayudarla, meparece simpática.»

«Desgraciadamente, no tengomucho que decirle. El expedientede la Sra. Duval es de desesperantetrivialidad. Ella permaneció en unestado casi vegetativo durantemucho tiempo, se despertó, recibióuna corta terapia con un colega yluego la dejamos salir.

— ¿Pero este colega?— No podrá ayudarle, falleció

la semana pasada, de un infarto.

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— ¿Y su expediente?— Lo tengo frente a mí, pero no

hay nada realmente importante,siento decepcionarla. Tratamientolambda, sesiones fastidiosas, lasmedicinas clásicas… Nada fuera delo normal.»

Cierra el expediente y me sonríe.«No sé qué es lo que busca, pero

no lo encontrará en este expediente.Disculpe. Mi colega laacompañará.»

Dicha colega quedó molesta,visiblemente incómoda. La puerta

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se cierra tras el doctor Belgrand,alcanzo a verlo tirar el expediente ala basura. Se burló de mí. Esassonrisas, esa benevolencia, eranpara engañarme…

«¿Qué es lo que me esconde?»La asistente me mira,

sorprendida.«No intente mentirme, estoy

perfectamente consciente de lo quesu jefe acaba de hacer.

— Claro que no… no hizo nada.— Usted parece honesta. Pude

ver que estaba incómoda.

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— Yo… Sí. Pero no puedohablar con usted aquí.

— ¿Cuándo?»Estamos en la escalera. La miro

intensamente. Es mi últimaoportunidad.

«Hay un café saliendo de laciudad. Encuéntreme ahí en unahora.

— Entendido.»Cierra rápido el portón en cuanto

salgo. No sé si llegará a la cita.La cafetería en cuestión es una

especie de albergue, como los que

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se encuentran en los límites de lasprovincias francesas. Sirvenhuevos, mayonesa y milanesasfritos. Por ahora, hay sólo uncamionero que bebe un café en ellugar. Me instalo al fondo de lasala, y pido un té. La asistente notarda. No me da tiempo de entablarla conversación. Se puede ver quetiene una pena en el corazón.

«El doctor que atendió a la Sra.Duval. No está muerto. Se fue.

— ¿Cómo es eso?— Era un agente externo pagado

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por una sociedad, un centro deinvestigación, creo. Se hablaba de«protocolo experimental». Alprincipio, venía sólo por la Sra.Duval, pero pronto una familia quetenía a su hijo en la clínica escuchóhablar de este doctor y exigió elfamoso tratamiento experimental. Eldoctor no tenía muchos ánimos,pero finalmente aceptó por unasuma indecente. En resumen,atendía a la Sra. Duval y a este otrojoven hombre. Esto duró un año.

— ¿Cómo, un año? Creí que ella

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había despertado este verano.— No. El «doctor» decía que

esto formaba parte del tratamientoexperimental. Que la familia estabaal tanto, pero que su hija no debíaver a nadie más durante eltratamiento.

— ¿Quiere decir que ella estabadespierta desde hace un año?

— Tenía intervalos deconsciencia, sí.

— ¿Y en qué consiste estefamoso protocolo?

— Es un misterio… El «doctor»

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se quedaba solo con sus pacientes.Al principio, eso no nossorprendió. Pero el verano pasado,el padre del joven vino a pedirnoscuentas. Su hijo lo denunció. Porviolación.

— ¿Cómo? ¿Fue verdad?— No lo creo, no. ¿Ha

escuchado hablar del fenómeno delos falsos recuerdos inducidos?

— No.— Es la peor forma de

manipulación. A menudo es propiode las sectas pero, por desgracia,

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también es frecuente en el medio dela medicina. La gente está enposición de debilidad, le concedentoda su confianza a una persona quese dice terapeuta u otra que lespone ideas en la cabeza. La mayoríade las veces, es del tipo: «Ustedtiene recuerdos bloqueados, juntosvamos a intentar liberarlos.» Ydespués de una pseudoterapia, lapersona acusa a sus padres de laspeores infamias. Hay un juicio, omás frecuentemente una transacciónfinanciera de la cual el terapeuta se

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beneficia enormemente.— Entonces, ¿este doctor, hizo

eso?— Aparentemente. Cuando el

padre vino a pedir explicaciones, eldirector de la clínica pidió susreferencias al psicólogo, bajopretexto de que debía cumplir contrámites administrativos. El otro lotomó mal, se indignó, afirmó que él,un investigador eminente, no teníaque justificarse… pero que llevaríatodo eso al día siguiente.

— ¿Y?

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— No lo volvimos a ver.— ¿Cómo?— Ningún rastro. Es como si

nunca hubiera existido.— Pero la clínica, ¿no lo buscó?

¿No lo denunció?— No. El director no quería

mala publicidad. Imagínese, habríatenido que reconocer que le confióla salud mental de sus pacientes aun charlatán… Le dieron una gransuma a los padres. Regresamos a laSra. Duval a la vida civil, y nuncamás volvimos a hablar de eso.

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— ¿Por qué aceptó hablarconmigo hoy?

— Vi que había muerto. La Sra.Duval. Con el joven, ahí.

— ¿Guillaume?— Sí, así es.— ¿Quiere decir que Guillaume

tenía relación con esta historia defalsos recuerdos inducidos? ¿Él esel de la historia de la violación?

— No, para nada. Pero a menudoestaba en la clínica para ver a suhermano.

— ¿Qué tenía su hermano?

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— ¿Qué tiene, quiere decir?Hemiplejia izquierda,principalmente. Martin, es sunombre, acababa de nacer, estabaen el coche con sus padres, tuvieronun accidente. Ellos murieronenseguida, él quedó minusválido depor vida con necesidad de cuidadosconstantes, en fin, no voy a entrar endetalles. Los abuelos se hicieroncargo de Guillaume y pagaron losprimeros años de clínica con laherencia. Después de la muerte delos abuelos, Guillaume tuvo que

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conseguir varios trabajos parapagar los cuidados, pero ahora…No sé qué va a pasar con suhermano menor… »

Nos quedamos en silencio uninstante. Ya es tarde y tengo laimpresión de que todavía no sétodo.

«¿Entonces, la relación entreGuillaume y Alice?

— Ah sí. Guillaume se quedabaa cenar con su hermano a menudo.Las chicas del restaurante conocíansu situación, regularmente

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olvidaban cobrarle las comidas.Todo el mundo lo quería.»

Creo que yo también lo quise enalgún momento. ¡Qué pérdida!

«Hace algunos meses, la Sra.Duval comenzó a socializar. Ella sellevó bien con este joven enseguida- es verdad que era tierno. Yademás, no estaba enfermo, ¡debióhacerle bien! Por un momento,llegué a pensar que había algo entreellos. Vi que ella le daba dinerovarias veces. No dije nada, ella erarica y él necesitaba dinero… »

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Ya es de noche. Mira su reloj.Su esposo la espera en la casa consus hijos. Debe irse.

«¡Espere! ¿Podría darmepruebas?

— ¿Qué quiere decir?— Expedientes, correos

electrónicos… Cualquier cosa quepudiera probar que Alice fuemanipulada por un charlatán.

— No lo sé. Tendría que buscaren la computadora del doctorBelgrand…

— ¿Puede hacerlo?

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— Tengo la contraseña. Peroarriesgo mucho haciendo eso…

— ¿Usted también quiereenterrar el asunto? ¿Después detodo lo que me ha dicho? ¿Acaso notiene ganas de revelar la verdad?¿De trabajar honestamente?

— Sí… Yo…El miércoles en lamañana, el doctor Belgrand noestará en la clínica, sin duda podréechar un vistazo.

— Por favor… »No pude evitar que los ojos se

me llenaran de lágrimas.

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«Mañana, misma hora, mismolugar. Si no estoy aquí, es porqueno encontré nada.»

O que no habrá tenido elvalor…

Se va, no sé si la volveré a ver.Decidí pasar la noche en el

hostal. Nada que ver con losestablecimientos donde he estadorecientemente. Sin embargo, elpersonal es simpático, un pococurioso a mi parecer, pero puedocomprenderlos. ¿Qué puede haceruna joven mujer sola entre semana

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en una carretera perdida en plenomes de octubre? Mi cuarto es triste,pero limpio. Inmediatamente vuelvoa pensar en la suite de PuertoVallarta, me parece como si vivieraotra vida. Han pasado tantas cosasdesde hace dos meses. Mi padre…Puedo llorar, el lugar se presta aeso y estoy sola. Tan sola…

Tocan. La dueña me informa quesi quiero bajar a cenar, hayestofado de ternera de la casa (esella quien lo hizo). No tengohambre. Insiste amablemente

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quedándose en la puerta. Tantainsistencia me desarma. Laslágrimas que pensaba habermetragado corren a lo largo de mismejillas muy a mi pesar. Martine,así es como se llama, viene asentarse a mi lado y me ofrece unpaquete de pañuelos. No dice nada,sólo está ahí esperando que mecalme. Y luego, después de un largorato…

«¿Estofado de ternera?— Estofado de ternera.»La sigo al comedor del

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restaurante. Como esta noche soy laúnica clienta, recibo todas lasatenciones. Hasta tengo derecho aun pastelillo de crema de caramelo,cortesía de la casa. Regreso a mihabitación con el corazón un pocomás tranquilo. Abro micomputadora, quiero anotar todo loque aprendí el día de hoy.

Así que, Alice despertó desdehace un año. Durante este año,recibió una misteriosa terapia conun «doctor» que resultó ser unestafador manipulador. Es él, a

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priori, quien le habría dado estaidea de venganza. Tal vez creíaentonces que Charles realmente lahabía perjudicado y que lo volveríaa hacer. ¿Como el joven hombreque pensaba que su padre lo habíaviolado? En cuanto a Guillaume, élestaba en el lugar incorrecto en elmomento incorrecto, ella seaprovechó de su desconcierto y desu desesperada necesidad de dineropara hacerlo su marioneta. Derepente el ícono de Skype comienzaa parpadear.

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«Maximilien de Winter quiereentrar en contacto con usted.»

No conozco a Max… ¡Pero sí,es el protagonista de Rebecca! ¡EsCharles! ¡Sí, evidentementeacepto!

«Así que, puedo ver que usted noes tan arisca, señorita Maugham.¿Acepta así todas las solicitudes decontacto?

— No, sólo las de protagonistasde novelas, ricos y tenebrosos… »

Se ríe, mostrando su magníficohoyuelo, y siento que el corazón

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está por salírseme del pecho. Éltambién está en una habitación dehotel, no del mismo nivel que elmío, claramente. De repente, subella sonrisa se borra, preguntapreocupado:

«¿Pero dónde estás?— En el hotel. Como tú,

digamos.— ¡Pero Emma, es un tugurio!

¿Qué haces ahí? ¿Tienesproblemas?

— Está al lado de la clínica dela Vire…

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— ¿Lograste ver a alguien?»Ya me cansé de estas

conversaciones virtuales ysuperficiales. Quisiera que metomara entre sus brazos, quisieraoler su perfume, decirle que mehace falta… Pero no tenemostiempo y sólo tengo derecho a versu imagen en una pantalla…

Le cuento sobre mi cita con laasistente, la historia del falsopsicólogo, está aterrado. Le digoque sin duda mañana sabré mássobre eso. Y hay algo que quiero

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preguntarle, pero no sé cómohacerlo… Finalmente, es él quienaborda el tema.

«El hermano de Guillaume, no sécómo se llama.

— Martin, creo.— Martin. ¿Qué pasará con él?— No lo sé. Habrá una

investigación. No sé lo que se haceen esos casos… ¿Posiblemente lovan a colocar en una familia?

— ¿Porque es un niño?— Sí, tiene diez años.— Bueno, ¿sabes qué vamos a

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hacer?»No sé qué vamos a hacer, pero

amo la manera en que lo pronuncia.Espero quenos veamos algún día,pronto.

«Vamos a pagarle su estancia enla clínica. Y luego, cuando todoesto haya terminado, llamaré a unafundación que conozco, leencontraremos una familia que loreciba. Claro, si estás de acuerdo.

— Iba a pedírtelo.— No necesitas pedírmelo,

sabes, te recuerdo que administras

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Delmonte Inc.… Y que, por estamisma razón, habrías podido buscarun hotel más… agradable.»

Ignoraba que Charles fuera tansensible con respecto a los niños…Está bien. Creo. Redacto un correoelectrónico al servicio financierode Delmonte Inc. para que tramitenel pago de los cuidados de Martin.También les pido que me envíen unreporte semanal de sus cuidados ydel progreso que vaya teniendo - nopuedo soportar que sea víctima deun psiquiatra loco, él también…

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Cuando todo esto haya terminado,iremos a verlo, con Charles. Elpobre, ya no debe tener visitas.

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3. Vanidades

De regreso en París, reviso losdocumentos que la asistente me diofinalmente. Llegó a la cita,presionada, estresada, con un discoduro externo. Se fue como unaladrona después de haberme hechojurar no contactarla más y nohablarle de ella a nadie. Me seríadifícil… ni siquiera conozco su

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apellido. Abro la carpeta quecontiene los correos electrónicos.No lo hizo a medias, ¡tengo toda labandeja de correos electrónicos deBelgrand!

De: Michel BelgrandPara: todosAsunto: Protocolo experimental Hola,A partir del próximo martes

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recibiremos al doctor Drouganine.Vendrá tres veces por semana paraocuparse de la Sra. Alice Duval. Setrata de un protocolo experimentalindependiente, el doctorDrouganine no atenderá a ningúnotro paciente en nuestroestablecimiento. Gracias porbrindarle una calurosa bienvenida yatender sus necesidades si lo llegaa solicitar.

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Bien. Pero esto no me dice dedónde sale este Drouganine. Elresto de los correos electrónicos nome dicen gran cosa. Sólo queMichel Belgrand es muy buenodisimulando.

De: Michel BelgrandPara: todosAsunto: Fin del protocolo

experimental

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El protocolo puesto en marchapara los pacientes Duval y Morin seterminó el viernes. Así que eldoctor Drouganine nos dejó, siendorequerido en otras misiones. Ledeseamos lo mejor…

¡Qué coraje! Es verdaderamentebueno en el arte de la mentira. Porsuerte, ¡no es tan bueno en lainformática! Si bien eliminó todossus correos electrónicos

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comprometedores, olvidó vaciar labandeja de eliminados.

Vamos a ver…

De: Brigitte LefebvrePara: Michel BelgrandAsunto: Re: Fin del protocolo

experimental ¿Tú crees que esto se va a

olvidar tan fácil, Michel? ¿Estásconsciente que todo el mundo vio al

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padre de Morin hacer un escándaloel jueves? ¿Crees que todo elmundo va a hacer como si nadahubiera pasado?

Es la persona que me recibiótan amablemente en la clínica.Ahora me parece más simpática.

De: Michel BelgrandPara: Brigitte Lefebvre

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Asunto: Re: Re: Fin delprotocolo experimental

No puedes ignorar que estamos

en crisis, querida Brigitte. La gentevalora su empleo. Espero que estesea tu caso también.

Amistosamente,Michel

Veo el estilo. Definitivamenteme había equivocado totalmente

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sobre estos personajes. Sigamosbuscando.

De: Instituto LanaïevPara: Michel BelgrandAsunto: Simposio anual Estimado colega,Me permito invitarle a nuestro

primer simposio anual. Sus trabajosconcernientes al síndrome deFrégoli fueron una gran fuente de

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inspiración personal, es por eso quesería para mí un inmenso honor queaceptara ser el padrino e invitadode honor. Este simposio tendrálugar en primavera en nuestrocampus universitario.

Por otro lado, nuestro institutode investigación; que puso enmarcha un protocolo experimentalpara ayudar a las personas quesufrían diferentes tipos de estréspost-traumático, buscaestablecimientos donde nuestrospracticantes puedan pasar el tiempo

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de su restablecimiento. Sé quedirige con mano maestra unestablecimiento psiquiátrico derenombre. ¿Este proyecto podríainteresarle?

Cordialmente,Igor LanaïevUniversidad de Varsovia —

Laboratorio de psiquiatría aplicada

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De: Michel BelgrandPara: Instituto LanaïevAsunto: Re: Simposio anual Querido colega,Su invitación me llega al

corazón, estaré honrado departicipar en este simposio.

En cuanto a su otra propuesta,con placer recibiremos a uno de susterapeutas.

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Hum, hum, siento que todo esto

es una mala jugada… ¡Ganada!Cuarenta y ocho horas más tarde,nuevo mensaje del InstitutoLanaïev.

De: Instituto LanaïevPara: Michel BelgrandAsunto: Protocolo experimental Estimado colega,No pensé requerirlo tan rápido,

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pero el doctor Drouganine ha sidosolicitado para encargarse de supaciente, la Sra. Duval, en el marcodel protocolo experimental del quele hablé. ¿Acepta recibirlo? Porsupuesto que previmos unaindemnización financiera por elcosto suplementario que esto podríaocasionar.

Gracias por respondermerápidamente, en caso de negarse,estaremos obligados a transferir ala Sra. Duval a otroestablecimiento…

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¡Es un gran arte!No sé quiénes son estas

personas, pero en definitiva sabenmanejarse. El resto de los correoselectrónicos no me dicen nada más.Michel Legrand se dejó engañar. Lohalagaron lo suficiente paraenvolverlo, luego le propusieronalgo vago que no prometía nada,algo que evidentemente aceptó.Cuando el proyecto se volvió real,

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era demasiado tarde, él ya habíaaceptado. Ningún documento oficialdigno de confianza, sólo una cartaautorizando la «cura» de Alicefirmada por Donatien y ÉmelineDuval.

«Sus padres, me informaCharles, que acaba de conectarse.

— ¿Crees que podría ir ahacerles una pequeña visita?

— ¿Qué quieres saber?— Bueno, cómo se dejaron

engañar… Si saben más sobre eldoctor Drouganine, todo eso.

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— ¿Cómo piensas conseguirlo?— No lo sé todavía. ¿Tienes una

idea?— Sabes, son grandes burgueses

un poco desconectados de larealidad, en fin, de nuestra realidad.Le dan mucho valor a la apariencia.No vayas así nada más. Inventaalgo, y sobre todo concreta una cita.

— ¿Si fuera periodista?— Continúa.— ¿Digamos que hago un

reportaje sobre la comunicaciónmédico-familia de los pacientes

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para una revista muy seria?— No está mal. Buena idea, una

vez que tengas una historia enconcreto, haz una cita.

— ¿No te molesta que vaya a vera tus suegros?

— Puedo soportarlo… »Se desconectó y miro fijamente a

la pantalla como si fuera a pasaralgo más. No tiene tiempo, está muyocupado… puros pretextos. ¿Es queacaso, como el mío, su corazón daun salto cuando aparece mi imagen?¿Acaso se abstiene de tocarla?

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¿Acaso tiene ganas de mí?

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4. Juego de engaños

«Siéntese, mi marido llegará enun momento.»

No se me dificultó muchoobtener esta entrevista con losDuval. Claramente, se aburren en sugran casa. Tienen empleados que seocupan, silenciosos, de sus tareasmisteriosas - los rosales estánimpecables, los cristales brillantes.

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Música clásica sale de un altavozde la imponente biblioteca. Unajoven mujer nos trae té y pastelitos.Saco un grabador de voz y lo pongosobre la mesa baja. El marido,vestido de lana escocesa, pronto sereúne con nosotros. Alterno loscumplidos con las trivialidades.

«Háblenme de su hija, sufrió unshock post-traumático, ¿escorrecto?

— Es por eso que fue internadala última vez… En fin, es lo que seescribió en su expediente.

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— ¿Qué quiere decir?— Sé que están obligados a

escribir algo, dar un nombre. Perola enfermedad mental no se resumeen una patología precisa. En fin, nole estoy diciendo nada nuevo…

— No, por supuesto. Peroregresemos a su hija. Dijeron «laúltima vez que fue internada»,¿entonces estuvo enferma antes?

— Alice nunca fue como losdemás. Era una joven muy cerrada,perpetuamente en lucha contra todo.Una adolescente odiosa, mala

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alumna… rara.»Pareciera que no está hablando

de su hija sino de un vago recuerdode su pasado. El padre no habla,sigue la discusión como un árbitromudo.

«¿Rara?— Usted sabe, en la

adolescencia, es común que lasjovencitas se pongan a dieta… paraser más bellas.

— Sí…— Alice también hizo una. Pero

no fue para ser más bella. Fue para

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tener una experiencia. Queríaobservar las reacciones de sucuerpo ante la falta de comida. Verqué órgano lo resentiría primero…

— ¿Ella se los dijo?— No, el psicólogo del hospital

lo leyó en su diario, cuando fuenecesario ingresarla. En esa época,decían que sufría de trastornosoposicionales, y luego fuerontrastornos bipolares, después unaligera paranoia…

— ¿Cómo fue tratada?— Al principio, ella vivía con

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nosotros y tenía una terapia diurnavarias veces por semana.

— ¿En la clínica de Vire?— No, en un centro hospitalario.— Debió haber sido difícil para

ustedes.— No se imagina cuánto. Más

aún cuando Lena, mi hija, tambiéncomenzó a necesitar atención.»

Ella no dijo «mi hija menor», o«mi otra hija», ella dijo «mi hija».Como si Alice hubiera perdido eseestatuto. Por otra parte, ¿quién sabesi alguna vez lo tuvo?

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«¿Ella también estabaperturbada?

— ¡Oh! no, en fin, no en esesentido. Ella estaba perturbadaporque vivía con su hermana. Esdifícil para una joven que podríatener todo constatar que ella hapasado a segundo plano. Que nopuede participar en un convivioporque sus padres están en elhospital, o que no puede recibir asus amigas porque tiene miedo deque su hermana les haga algo.

— Comprendo. ¿Y las terapias,

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funcionaban?— No realmente. Siempre había

un periodo de progreso y luegoestábamos obligados a internarla denuevo. Cuando estaba en lafacultad, recibía una terapiaadecuada, que parecíafuncionarle… Y después descubriólas drogas…

— ¿Fue ahí donde cayó en unaespecie de estado catatónico?

— Así es, justo después de sumatrimonio. Así que decidimosinternarla en la clínica de Vire sin

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una esperanza real de que mejorara.— ¿En qué consiste su

tratamiento ahí?— No sé mucho. Creo que un

terapeuta se ocupa de su cuerpo y eldoctor Legrand…

— Belgrand— Sí. La hacía asistir a

psicoterapias grupales.— ¿Sabe de qué tipo? ¿Gestalt?

¿Rogeriana? ¿Analítica?»Ruego por que los Duval no

sepan más que yo sobre esteasunto…

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«No.— ¿Y la hipnosis?— Creo que había algo de eso en

el protocolo experimental.— ¿Podría decirme más sobre

este protocolo?— Hace un año, el hospital nos

puso en contacto con un instituto deinvestigación.

— ¿El doctor Belgrand lospresentó?

— No. Fue el institutodirectamente, pero de parte deBelgrand. Recibimos un doctor…

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Drougagnine, creo. Nos explicó quequería probar un nuevo protocolocon Alice. Parecía prometedor.»

Estoy asombrada que esta genteque había a priori renunciado a suhija hayan aceptado un nuevotratamiento. Este Drouganine debíaser realmente fuerte. O entonces…

«Es un poco fuera de tema, pero,¿puedo preguntarles cuánto cuestadicho tratamiento?»

Parece un poco molesta antes dereconocer:

«Fue el instituto de investigación

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quien se encargó de todo.— Ya veo. Y este protocolo

experimental, ¿saben en quéconsistía?

— Psicoterapia, hipnosis,creo… Conservamos losdocumentos, ¿quiere consultarlos?

— Claro que sí.»Me entrega una bolsa en las

manos antes de despedirme, porquedice, tiene obligaciones. Más biencreo que hice una pregunta que la hamolestado. Por supuesto, si necesitomás información para mi artículo,

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puedo volver a pedir una cita.Claro.

Lo revisaré cuando regrese.Mientras tanto, me gustaría visitar aotras víctimas del doctorDrouganine. No estaba previsto,pero quiero intentarlo. Encontré ladirección de los Morin en losdocumentos que me dio la asistente.Es el Sr. Morin quien me abre. Lesuelto la misma mentira que a losDuval. Me juzga con maldad yluego me ordena «largarme», ollamará a la policía. No necesito

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eso, no. Me voy disculpándome.Mientras que vuelvo a mi coche,escucho pasos detrás de mí.

«¡Señorita!— ¡Dejó su paraguas al lado de

la puerta!— ¿Señora Morin?— Disculpe a mi marido, ya no

tiene confianza en nadie desde estahistoria. Imagino que usted está altanto…

— Efectivamente. ¿Podríadecirme más?

— No. Entre nosotras - no graba

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nada, ¿verdad? - aceptamos unafuerte suma para callarnos.

— ¿Pero no quieren saber laverdad? Que el doctor pague por loque hizo…

— Nuestra prioridad, es quenuestro hijo se recupere y querecobre la razón, y esta suma va apermitirnos hacerlo.

— Comprendo.— Entonces comprende que es

inútil que usted vuelva por aquí.— Sí. Yo… perdón. Buena

suerte.

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— Gracias.»De regreso a la casa, soy

escéptica. Tengo muchos elementos.Puedo probar que la persona queseguía a Alice era un estafador quecomenzó por manipular a Belgrandpara que actuara impunemente,luego la familia de Alice. Miamante virtual no puede más quecoincidir conmigo.

«Mi opinión, es que los Morinson un daño colateral. Primero setrataba de tener acceso a Alice. LosMorin debieron persuadirlo de

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ocuparse también de su hijo, debióver ahí una excelente oportunidadpara ganar dinero…Afortunadamente, para nosotros,este error nos permite probar sufalta de honradez.

— ¿Pero por qué Alice? Pareceque ni siquiera fue una cuestión dedinero…

— ¿Cómo se llama el institutoque se supone que lo contrató?

—… Instituto Lanaïev,administrado por un Igor del mismoapellido.

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— Te llamo más tarde.»¿Es todo? ¿Así será nuestra

relación ahora? En ninguno de misescenarios de vida había pensadomantener una relación amorosa porSkype. ¿Y si nunca llegáramos aprobar la inocencia de Charles? ¿Siesa noche en Puerto Vallarta fue laúltima?

Algunas horas más tarde, unSMS me despierta de mis sueñostaciturnos.

[El Instituto Lanaïev es sólo unafachada. Es una sociedad-pantalla

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de nuestro amigo Dimitri.]Otra vez Dimitri… éste

comienza a fastidiarme. Y Charlesque redujo su comunicación asimplemente transmitirme lainformación… ¡Bip bip!

[Te amo.]Ahí está la información con la

que me quedaré el día de hoy.

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5. Shutdown

Aunque lo vi en plena acción,aunque fui víctima de su locura,Dimitri sigue siendo un misteriopara mí. ¿Qué es lo que puedemotivar tal crueldad?, ¿talensañamiento? ¿Es simplemente unahistoria de rivalidad con Charles?¿De celos a causa de Alice? Mecuesta creerlo. ¿Es un loco

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peligroso que decidió arruinar lavida de Charles? Mi enamoradovirtual… Ahí está, hablando del reyde Roma…

«Hombre fugitivo» quiereentrar en contacto con usted.

«Emma, eres desesperante, mearruino para ofrecerte unguardarropa digno de ti y teencuentro en… ¡Dios mío! ¿Eso esuna sudadera?

— Completamente. Es lo máselegante, allá de donde vengo.»

Me da gusto hablar un poco de

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otra cosa que no sea lainvestigación. Eso me recuerda quehay algo más que eso entrenosotros. También me recuerda,dolorosamente, que de haber estadoaquí, me hubiera arrancado lasudadera.

«¿Estás triste?— Sí. Me gustaría verte en

persona. ¿Cuánto tiempo más va adurar esto?

— Acabo de enviarte los últimosdocumentos sobre la sociedad falsade Dimitri. Con los que tú reuniste

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y los testimonios, esto deberíaexonerarme. Espero.

— Sí. Pero eso no explica todo.— ¿Qué?— Sabemos que Dimitri está

detrás de todo esto. Pero nosabemos lo que lo motiva. Nadie estan malo sólo porque sí - salvo enlos dibujos animados. Lo conocisteen la facultad, ¿cierto?

— Estábamos juntos en lafacultad, pero nos conocimos antes.Debía ser un niño, ya no meacuerdo muy bien. Su padre tenía

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una relación de trabajo con el mío,un tipo odioso, me daba miedo.

— ¿A ti?— Escucha. Es hora de que te

revele un terrible secreto. Nosiempre fui el hombre grande yfuerte que soy. Era… un niño.

— ¡Oh! ¡Dios mío!— Si nuestra relación debiera

continuar, estaría forzado aconfesarte que, de niño, llegué amojar la cama.

— ¡Cállate, cómo dicesestupideces!

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— El punto es que el padre deDimitri me daba miedo.

— ¿Y su madre?— Ella está muerta. Justo

después de su muerte vinieron ainstalarse a París. Su padre yaestaba con alguien más, la madre delas gemelas.

— ¿Y entonces sus padres eranamigos?

— No realmente, no. Era esetipo de relación obligatoria que amenudo se tiene en los negocios. Mipadre los veía cuando iba a Rusia,

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imagino que los Pawloska loinvitaban a cenar, ese tipo de cosas.Cuando vinieron a vivir a Francia,tuvo que pagar su cortesía. Dimitritenía la misma edad que yo, estabaobligado a jugar con él, mientrasque nuestros padres trabajaban.Creo que un verano, hasta pasó untiempo en la casa con su padre.

— ¿Así que eran amigos?— Amigos forzados, si quieres.

Mi padre, sin embargo pococaritativo, tenía lástima de él, lohabía tomado un poco bajo su ala.

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Mi madre no lo soportaba.— ¿Y después?— Ya no me acuerdo muy bien.

Vino menos seguido, nadie loquería excepto mi padre. Él, porotro lado, parecía detestarlo. Detodas formas, parecía que odiaba atodo el mundo.

— ¿Y?— Después, nos volvimos a ver

en la facultad. Él había crecido,seguía siendo odioso, imponente.Nuestros padres murieron más omenos en la misma época.

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Recuerdo haberlo visto sonreír enel entierro de los míos…

— Eso no me asombra.— Lo demás, lo conoces.

Francamente, no estoy lejos depensar que es una verdaderamaldad de dibujo animado, como túdices.

— Oye, tocan la puerta.— Ve a ver quién es. Te vuelvo

a llamar más tarde.»Después de haber hablado tanto

tiempo de Dimitri, debo reconocerque tengo un poco de miedo de

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abrir. Respondo en elintercomunicador.

«¡Es Dupond y Dupont!— ¿Perdón?— Manon y Mathieu.

Recuérdame leerte Tintin un día.— Les abro, es en el tercer

piso.»Estos dos días de indagación

casi me hicieron olvidar a misamigos. Es bueno verlos, son tannormales… y luego, son de carne yhueso. Tomamos una copa,bromeamos. Manon quiere saber a

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toda costa cómo va lainvestigación.

«Los detalles están en esta bolsay en este disco duro, ya comencé aimprimir, pero es… bueno, meestaban llamando por Skype.

— ¿El bello Charles?— «Chico malo», sí, me

imagino. Toma un nuevopseudónimo a cada una de susconexiones.

— ¡Parece de novela! Ve allamarlo de nuevo; mientrasnosotros veremos el expediente.»

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Ella desconectó el disco duro yme envió a mi cuarto. Mathieu metecervezas al refrigerador ydesempaca provisiones, vamos apasar una buena velada.

Rápido, me peino, me pongo unvestido bonito. Un vestido muybonito escogido de mi armario.Blanco, escotado de la espaldahasta las nalgas. Charles loapreciará. Vuelvo a llamar al«Chico malo», lascivamentetendida sobre la cama.

«¡Oh!… Atención delicada, lo

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aprecio mucho. Pero estádecepcionada, ¿me equivoco?»

Más bien aterrada. Es Dimitri.Su intromisión en mi computadorame da la impresión de un intento deviolación. Estoy petrificada.

«Su pequeña investigaciónprogresa bien. Es encantadora todala energía que usted despliega pordefender a su amante. Me gustamucho. Es ingenuo, ciertamente,pero muy conmovedor. Yterriblemente trágico.

— Usted puede burlarse pero

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reuní suficientes pruebas…— ¡Pero claro! Vi eso, todos

esos pequeños archivos en sucomputadora. Bien arreglados allado de su tesis - que avanzaapenas, aquí entre nos. Bueno,andando, suficiente juego por hoy.Buena suerte, como decimos.

— ¡No es cierto!»Esto no pasó como en las

películas. Ninguna caricatura conuna bomba, ninguna puesta enescena. Mi computadora se apagó.Aprieto todos los botones, la

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conecto de nuevo… está muerta. Ytambién mi investigación. Todasesas notas acumuladas, esaspruebas… Es como si no hubierahecho nada. Jamás volveré a ver aCharles, todo está perdido…

Manon tiene justo el tiempo debajar para no tener que llevarle micomputadora. Está en la puerta, conun aire interrogativo. Trato dehablarle entre dos sollozos, pero nopuedo alinear una frase sensata…

No lo vi venir. Manon acaba deabofetearme, luego se dio vuelta

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diciéndome:«En estos casos, hay que actuar.

En este momento vas a dejar delamentarte por tu suerte y pensar enuna solución. Te recuerdo quetodavía tenemos un largo avancecon el disco duro y los documentosque has impreso. Te esperamos enla sala.»

Nos encontramos afuera enmenos de dos minutos. Metoalgunas cosas en una bolsa, le puseun bello vestido a mi amiga y llaméa un servicio de vigilancia para que

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hagan rondas alrededor de mi casa.«¿A dónde vamos?— A Maxim´s.— ¿Perdón?— Está sobre los Campos

Elíseos, por lo tanto no está lejos.Hay salones privados y vigilancia.Es perfecto.

— Tú invitas, me imagino.— Imaginas bien. Sólo que no lo

tomes a mal, Mathieu, pero tulook…

— ¿Me veo demasiado nerd?— Sí.

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— Error, querida amiga. Un nerden la biblioteca sigue siendo unnerd, un nerd rodeado de dosbombas vestidas como reinas enMaxim’s, a eso se le llama hipster.Ya lo verás.»

Efectivamente, el portero nosdeja entrar sin siquiera levantar unaceja. Entramos rápidamente a unsalón privado. Pedimos platospretenciosos reteniendo la risaesperando estar solos. Mathieu sacósu computadora de la mochila - dehipster, entonces - y Manon conectó

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el disco duro, que tuvo la brillanteidea de salvar antes de que Dimitriquemara mi PC.

«Dimitri no se va a librar así deesto… Mañana iremos a llevar todoesto a la policía o directamente a lacasa del fiscal.

— No, yo debo ir.— Escucha, aunque Dimitri está

convencido de que destruyó tuexpediente, él debe imaginarse quetienes otras pruebas. Probablementete sigue. Incluso quizá tienehombres infiltrados en la policía.

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Déjanos hacerlo… ¿Tienes otrospapeles?

— Aquí está todo lo que poseo,hasta hay un contrato dearrendamiento del estudioamueblado.

— Dánoslo, también puedeservir.

— ¿Y yo qué hago?»Se miraron durante un instante y

Manon sacó un papel de su bolsa.Con una dirección.

«Calle Jazmín #3.— ¿Estás segura que es ella?»

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Me da una foto. Está borrosa,pero reconozco bien a la mujer quetenía mi papá en la mesita de noche,ésa que Manon busca para mí desdehace algunos días

«¿Cómo lo hicieron?— Horas de sondeo…— ¿Cómo?— Hola, señora Marina, de la

Sociedad Francesa de Sondeos deOpinión. Estamos haciendo unaencuesta sobre las costumbres dedesplazamiento de los parisinos.¿Aceptaría concedernos algunos

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minutos?— ¡Me quito el sombrero!— ¡No vayas a imaginar que esto

fue fácil! Perdí todo un díainterrogando homónimos para nada.La tuya me había mandado aldiablo. Sólo hasta que habíaeliminado todas las demás repetílas primeras. Como no queríanhablarme, las seguí. Sólo había dos.Me habías dicho que era morena.La otra era rubia. Y eso fue todo.

— Bueno, pues bravo. Y gracias.— ¿Qué vas a hacer?»

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El camarero trae los platos y mesalva. ¿Qué voy a hacer con estadirección? ¿Iré a ver a esta mujer?¿Qué le diré? «Hola, creo que ustedtiene relación con mi madre,probablemente hasta sea usted,¿quién sabe?»

La comida está deliciosa, y lapresencia de mis amigos me distraeun poco. A pesar de la pena, lamelancolía, el miedo… río un poco.Son las dos cuando deciden que nosvayamos. Llamo a un servicio deguardaespaldas para acompañarme

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y estar segura que mis amigosvolverán sanos y salvos. Debí tirarmi tarjeta SIM a la basura bajo lasórdenes terminantes de Manon -¿quién sabe si Dimitri no vigilatambién mis llamadas telefónicas?Ya no tengo ningún medio paracontactar a Charles…

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6. Luz

Me despierto llena de sudor. Unpar de ojos al borde de la cama meobservan. Digamos como un animal,un depredador. La sábana que mecubre se desliza al piso y estoydesnuda, a merced de quien meobserva fijamente. Me muerdo loslabios, mi respiración se acelera.Sólo hace falta un instante para que

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su cuerpo flexible esté sobre elmío. Sus labios se pegan a los míosy nuestras respiraciones se mezclan.Charles…

«Definitivamente no eressalvaje, Emma… »

¡Dimitri! ¿Cómo pudeconfundirlos?… Debo salir de aquí,pero su abrazo es poderoso. Meaprieta las manos firmemente, memordisquea la oreja. Finalmenteconsigo empujarlo al piso y corro,huyo. Rápidamente estoy en lacalle, sigo desnuda, corro hasta

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perder el aliento. De repente, lapuerta de un sedán se abre y merefugio en él. Al lado de mí, lamujer del hospital. Avanzamos atoda velocidad, demasiado rápido.Intento tomar la mano de ladesconocida pero se zafa. Oigo losneumáticos rechinar. Una pared,otro coche…

«¿Todo está bien, señorita?»Sigo desnuda. Pero en mi casa,

en el piso al lado de mi cama. En lapuerta, un tipo grande. Me envuelvoen la sábana recobrando el aliento.

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«Sí, todo está bien, gracias.»El guardaespaldas cierra la

puerta educadamente. Son las sietede la mañana. Mi computadora estámuerta, mi teléfono también. Notengo nada que hacer. Mi amanteestá Dios sabe dónde, su enemigoen todas partes y en ningún lado.Me siento completamente inútil eimpotente. No tengo gran cosa porhacer. Puedo esconderme aquí yesperar.

¿Cuánto tiempo? ¿Esperar quéexactamente?

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O puedo viajar a la calle Jazmín.Un baño más tarde, estoy vestida

frente a mi tazón de cereales yPhilippe, el guardaespaldas queforcé a tomarse un café. Va a cuidarel departamento. Es lunes, el barrioestá animado, no arriesgo nada. Mevestí de la manera más neutralposible, camisa, falda negra,impermeable. Voy a tomar el metro,no pienso dejar a Vladimir irrumpirhoy en mi coche.

Son las 8:50 de la mañanacuando llego a la calle Jazmín. No

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sé qué hacer. Me paré delante delnúmero 3 sobre la acera de enfrenteesperando que ella salga. Esestúpido. Puede ser que ya se hayaido, o que ni siquiera trabaje hoy.No puedo quedarme todo el díaplantada ahí, más aún cuando,aunque no esté lloviendo, hacemucho frío. Treinta minutos. Medoy treinta minutos, y si no hasalido para entonces, me voy. Másde dos minutos. La puerta se abre ymi corazón da un brinco. Un hombremayor que lleva un perro con

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correa se dibuja en la entrada. Voya irme cuando repentinamente girala cabeza y vuelve a agarrar lapuerta. A pesar de su granimpermeable, la reconozco, es ella.Intercambian un educado buenosdías y se van cada uno por su lado.La sigo sin saber verdaderamentepor qué. Su andar es elegante.Aparentemente, no le hace faltadinero. Su pañuelo de seda vuela amerced del viento helado, suspequeños tacones resuenan. Su pasose acelera, ¿probablemente se dio

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cuenta que la estoy siguiendo? No,quiere agarrar el autobús. Levantoel paso y me pongo a correr yotambién. Logro dejar una personaentre nosotras dos. No me vio. Leeun diario. Bajamos en la puerta deChamperret y esperamos otroautobús. Tengo suerte, es la hora enla que hay más gente y fácilmentepuedo pasar inadvertida.Finalmente baja delante de un granedificio donde entra con un pasoseguro. Es el hospital americano.¿Qué va a hacer allá? ¿Va a ver a

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alguien? ¿Acaso está enferma?¿Acaso trabaja ahí? Espero algunosminutos y me decido a entrar. Elvestíbulo es grande y luminoso.Debo saber. Me dirijo hacia larecepcionista. Me juego el todo porel todo.

«Buenos días, quisiera saber siMary Clowes trabaja hoy.

— La doctora Clowes, sí, acabade llegar. Ahí la tiene… »

La mujer en bata blanca está aalgunos metros de mí. Me mira,intrigada. Las dos nos quedamos

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viendo fijamente. Es como unapesadilla, quisiera decir algo, perolas palabras no logran salir de miboca. Me doy media vuelta y corro.

No sé por cuánto tiempo corrísin detenerme. Ella dijo mi nombre,estoy segura de eso, la escuché muyclaramente antes de atravesar lapuerta. No logro pensar, camino sinun destino, rápido. El viento heladoseca mis lágrimas a medida quefluyen.

Es el frío el que me hacerecuperar el sentido. Estoy en

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Monceau. Como esos perros sindueño que se encuentran solos en sucamino, dejé mis pasos conducirmea su casa. Qué ironía, un hombreelegante está recargado en lapuerta. La vida continúa paraalgunos, inclusive el amortambién… me mira. Largamente,amorosamente.

«Emma.— ¿Charles… Eres… Eres

realmente tú?— ¿Cambié tanto?, pero si no

tiene tanto tiempo…

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— ¿Pero qué haces aquí? Nodeberías quedarte aquí, todo elmundo te ve… Deberíasesconderte.

— Ven, escondámonos, en esecaso.»

De un gesto, sacó una llave y lametió en la cerradura de la puerta.No es la puerta de su hotelparticular sino la de al lado.Estamos ahora en un vestíbuloinmenso y silencioso que me parececompletamente idéntico al queconozco. La luz se enciende y

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puedo darme cuenta que esexactamente lo opuesto. Aquí todoes blanco, luminoso. El suelo y lasparedes son de mármol blanco,decenas de candelabros de cristalnos deslumbran. Es magnífico.

«¿Te gusta?— Sí, digo en un suspiro

mientras que su boca se pega porfin a la mía.

— Dime que no volverás a irteenseguida…

— Tenemos toda la noche…incluso más, si así lo quieres.

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— Quieres decir que…— Hablaremos de eso mañana…

Pero ya no estoy acusado de nada…gracias a ti.»

Ya no quiero saber nada más.Hace tanto tiempo. Siento su carahundirse en mi cuello, contemplolos candelabros que me lastiman losojos mientras que mi cuerpoadormecido renace bajo el calor desus besos.

«Pero estás temblando…¿Tienes frío?»

No tengo frío. Es la violencia

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del deseo. Es mi cuerpo que sedespierta brutalmente después deuna dolorosa falta. Sentirlo contramí, tan fuerte, oler su perfume, elolor de su piel, no sé si voy adesfallecer o a gozarinmediatamente. Se desprende demí un instante y me miraintensamente.

«Eres hermosa.»Sus ojos brillan con un deseo

animal que me hace mal. Lo quierocontra mí, en mí, ahora.

«Bésame.»

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Nuestras bocas se encuentranbrutalmente y nuestras lenguas seenredan. Guío sus manos bajo mifalda, mientras que desabrocho sucinturón febrilmente. En el instantesiguiente, está en mí, tiene mi muslocontra su cintura. Pasé mis dedosbajo su camisa y hundo mis uñas ensus hombros. No sé de dónde mevienen estas ganas de violencia, sinduda de la ausencia, de nuestrosencuentros virtuales insípidos.Muerdo su labio inferior mientrasque nuestras pelvis se entrechocan.

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El sabor de la sangre en mi boca semezcla con el de mis lágrimas. Másrápido, más fuerte. La luz siguesiendo deslumbrante. Lo veo, es él,está ahí, en mí. Sus ojos en losmíos. Ávidos. Su respiraciónsalvaje. Grito y escucho mi vozromper el silencio con unacarcajada. Gozamos juntosbrutalmente. Retomamos el alientoy el ánimo, lentamente. Vuelve aponer lentamente mi pierna en elsuelo y ahora me mira con unasonrisa tierna.

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« ¿Te hice falta?— A penas.— ¿Te muestro el lugar?— Con mucho gusto. Me gustaría

tomar una copa.»Rápidamente me vuelvo a vestir

y lo sigo. Nos detenemos frente a unascensor idéntico al del edificio deal lado. Entramos y Charles aprietael número 6. Pero apenas elascensor comienza a subir, aprietoel botón de emergencia. Sonríe,divertido. Le tomo la mano ycoloco uno de sus dedos en lugar

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del mío.«Señorita Maugham, no piensa

en…— Es un pequeño juego que

aprendí hace algún tiempo. ¿Loconoce?

— Creo que sí— Le recuerdo la única regla, si

quiere que pare, quite su dedo deese botón.

— Ya veo. Parece divertido.»Desabrocho lentamente su saco,

que cae al suelo en un suspiro.Desabrocho uno a uno los botones

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de su camisa. Intento no tocarlo.Estoy cerca, muy cerca. Quiero quesienta el calor que se libera de micuerpo y mi respiración calientesobre su piel. Coloco mi boca allado de su oreja y gimo dulcemente.

«Me vuelves loco.— Esa es mi intención.»Me arrodillo y le quito despacio

sus zapatos y sus calcetines. Luegobajo lentamente su pantalón. Micara roza su bóxer. Se estremece.Me levanto y lo beso largamente,profundamente, mientras que mis

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manos bajan su bóxer. Mi lenguasale de su boca y baja a lo largo desu mentón… de su torso poderoso,de su vientre ardiente. Siento susexo levantado debajo de mimentón. Mi lengua lo prueba porintermitencias, su respiración seentrecorta.

«Emma…— ¿Quieres que pare?— No... Realmente no.»Ama eso. Agarro su glande entre

mis labios y lo succiono. Siento quese retiene de mover su pelvis, pero

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lo animo apretando mis manoscontra sus nalgas. Lo tengo todocompleto en mi boca, siento sudeseo cada vez más fuerte, lasangre comprimida, el placer listopara fluir. Mis muslos se aprietan yun escalofrío de placer me recorre.Estoy mojada de nuevo. El ascensorde repente volvió a avanzar. Medetengo, sorprendida.

« ¿No te gusta?— Sí, pero tengo demasiadas

ganas de ti.»Me levanta suavemente y estoy

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contra él. Siento su corazón latir através de la tela de mi camisa, sucuerpo desnudo contra el mío. Lapuerta del ascensor se abre hacia unsalón elegante donde brillan velaspuestas en el suelo, me toma de lamano y me lleva a un cuartotambién alumbrado por velas. Notengo tiempo de admirar el lugar.Me toma en sus brazos y me ponesobre una cama blanca. Se tumbasobre mí dulcemente, sus ojossiempre en los míos. Con un gestodelicado, aparta una mecha de mi

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cabello. Un silencio, luego mecubre de ligeros besos: sobre lassienes y los ojos, en el cuello.Siento una mano colarse y abrir micamisa. Contempla mis pechos yluego los besa seriamente, como sino quisiera dejar escapar ningunapartícula de mi cuerpo. Me arqueomuy a mi pesar. Luego me penetralentamente, profundamente.Quisiera guardarlo en mí toda lanoche.

«Me has hecho tanta falta.»Hicimos el amor por un largo

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tiempo, viéndonos a los ojos, a laluz de las velas. Y luego nosdormimos ebrios de placer en losbrazos uno del otro. Cuando medespierto, todavía es de noche.Tengo un poco de frío. Ya no está ami lado.

« ¿Charles?— Aquí estoy. Estoy

encendiendo el fuego, tienes frío.»Está sentado al pie de la cama,

pero no veo la chimenea. Sólomadera. Muy chistoso.

Escucho un clic y lo veo. El

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fuego. Corre sobre toda la pared enun marco blanco lacado. Creo que aesto se le llama chimenea de gas.Es muy bonito y muy impresionante.Pareciera como si toda la paredestuviera en llamas.

« ¿Te gusta?— Mucho.— ¿Quieres tomar un baño?— ¿Por qué no?— Voy a mostrarte otra

habitación interesante.»Me envuelvo en una cobija de

cachemira y lo sigo a través de los

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pasillos blancos. Todavía siguedesnudo y admiro su espaldamusculosa y sus nalgas. Subimosalgunos escalones y llegamos albaño. Estamos en el último piso, elde las cumbres. Aquí no hay ningúntragaluz, simplemente quitaron eltejado para reemplazarlo por unventanal. La noche es magnífica, lasestrellas centellean con sufantástico resplandor. Una granbañera de mosaico está hundida enel suelo. Me siento en un pequeñosillón mirando la bañera llenarse.

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Charles entra primero, se sienta enuna nube de vapor aromática. Meextiende la mano.

«Ven.»Me levanto, me siento entre sus

muslos y cierro los ojos. Hacíamucho tiempo que no me sentía tanbien. Toma una jarra y me moja elcabello alisándolo lentamente. Sumano agarra un jabón, y me lo pasapor la nariz.

«Santa María Novella deFlorencia.

— Huele divinamente bien.

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— Déjate llevar… »Toma mis manos y las pone

delicadamente sobre los bordes dela bañera. Comienza por el brazoderecho, con los dedos en elhombro. Luego el otro brazo. Sientoel deseo renacer, sordo y exigente.Sus manos espumosas se ponensobre mis pechos erguidos, queacaricia de manera circularpellizcando mis pezones. Mearqueo, ya ardiendo de deseo. Susmanos se zambullen al aguajabonosa, se ponen sobre mis

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rodillas, recorriendo mis muslos,que se abren instantáneamente. Susdedos no vacilan y resbalansabiamente al ritmo de mis caderasy del agua que chapotea. Mi cabezase echa hacia atrás y se abandonasobre su hombro. Siento sus dedosinsinuarse, hábiles e indiscretos entodos los rincones de mi anatomía.Levanto las nalgas para sentirlosmás profundamente y mi bocasedienta encuentra la suya,igualmente ávida. Gimo en su boca,mis caderas se mueven solas.

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Quiero levantarme pero él mesienta de nuevo firmemente, luegome muerde el cuello y la oreja. Susdedos vuelven a encontrarfácilmente su camino y retoman suritmo diabólico; ya no me puedomover, es como si mi cuerpo enterosólo dependiera de su mano. Gozo.Mucho tiempo.

Nos quedamos un rato más en labañera, luego Charles consideraque los dos estamos suficientementelimpios y me envuelve en una largabata oscura. Esta vez, soy yo quien

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lleva el ritmo. A pesar de laenormidad indecente deldepartamento, vuelvo a encontrarfácilmente el camino al cuarto. Perociertas velas se apagaron…Tropiezo en la entrada y caigo encuatro patas sobre el tapete gruesopuesto ahí como por milagro.

« ¡Oh! ¡Dios mío! ¿Estás bien?— Muy bien, este tapete. Sí

estoy bien, no te preocupes.— Déjame asegurarme. No te

muevas.»Mi bata acaba de irse volando,

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estoy desnuda, un poco incómoda apesar del deseo que no me dejadesde hace rato. Charles meinspecciona muy serio como sirealmente me hubiera lastimado.Acaricia mis nalgas, mi espalda,por un largo tiempo. La dulce luzdel fuego se refleja en sus ojosrisueños. De repente, desaparece ypienso por un instante levantarme.Pero sigue ahí, detrás de mí. Sulengua recorre mis nalgas, ya noquiero levantarme. Me estiro comoun gato y su boca responde a la

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invitación, su lengua juega con mideseo, no sé cuánto tiempo podréaguantar.

«Quiero escucharte gritar otravez.»

Sus dedos llegaron a reunirsecon su lengua y me enderezo parasentirlos mejor. Gimo. Estoy a sumerced. Pongo mi cara entre losbrazos en el piso, con las nalgastotalmente entregadas a mi amantehambriento. Pronto su sexoreemplaza sus dedos, y siento todoel peso de su cuerpo flexible sobre

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el mío. Como un depredador.Simulo que huyo para que refuercesu abrazo. Me sofoco. Muero deplacer… Nuestros dos cuerposagotados se derrumban sobre elsuelo algunos minutos después,pero quedamos enlazadosescuchando nuestros corazonesretomar un ritmo normal.

«Ven, regresemos a la cama,hace frío.»

Lo dejo un instante. Miro por laventana, extasiada. Está ahí cerca,tendido, no me quita los ojos de

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encima. Vuelvo a encender el fuegocomo lo vi hacer hace rato y entroen la cama. No estoy segura deestar cansada. Me acuesto todacontra él. Nos miramos a los ojosen un silencio religioso. Me besaagarrándome la cara con sus dosmanos y tengo la impresión devolver a ser adolescente, me sientotan pequeña, tan dependiente de él,tan desnuda. Pronto volveremos ahacer el amor, pero nada nospresiona, tenemos toda la noche.

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7. Renovación

Me despierto esta mañana con laangustia de haber soñado esta nochemágica. Pero sigo en una gran camablanca, en un apartamento que meera todavía desconocido ayer,Charles está al lado mío, novolverá a irse para esconderse.¡Eso se acabó! ¡Mi expediente, miinvestigación! ¡Charles ya no es

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sospechoso!«Mi abogado me llamó.

Aparentemente, el fiscal sigueencontrando el expediente un pocosospechoso ‒ era demasiado grande‒ pero no lograba encontrar elengaño. El inspector a cargo de lainvestigación estaba tan seguro demi culpabilidad… Cuando tusamigos llegaron con las pruebas, yaestaba de nuestro lado.Desgraciadamente todo lo quehabía en el disco duroaparentemente no podía ser

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agregado al expediente. Sonpruebas cuya autenticidad es difícilde comprobar; robadas que esmás…

— ¿Entonces qué pasó?— ¿Te había hablado de las

supuestas cartas de amenaza que lehabía enviado a Alice?

— Sí.— El fiscal creía que había

demasiadas para ser honesto…— ¿Sí?— Bueno, esto queda subjetivo.

En todo caso, él no encontraba eso

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creíble. Y luego, la importancia queel inspector le daba a estas pocashojas, le parecía desconcertante.

— Efectivamente.— Así que en eso está. Él

revuelve todos los papeles que tusamigos le dejaron, en busca de unaidea o de un indicio que pudieraexplotar. Y ahí, encontró tu contratode arrendamiento. En dos minutosquedó arreglado.

— ¿Cómo?— Vio mi firma. Se preguntó

dónde estaba el análisis grafológico

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de las cartas de amenaza, no lotenía. Ordenó uno para compararlas escrituras, pero ya estaba segurode que su intuición estaba en locorrecto. Los cargos en mi contrafueron retirados enseguida.

— ¿Y el inspector?— Descubrieron entradas de

dinero un poco sospechosas en sucuenta, y lo investigaron.

— ¿Entonces, es el fin?— Realmente no. Al parecer,

Dimitri nunca dejará de intentardestruirme. Tengo una cita con la

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policía en un rato. Volvieron atomar el asunto desde el principio ypasaron al departamento parisinode Alice a revisarlo bien.Encontraron cosas raras.

— ¡Oh! no… ¿Más pruebas quepuedan incriminarte?

— No, tranquilízate. No sé quées, pero eso no me concierne. Miabogado estará conmigo, no tepreocupes.

— No, claro que no… ¿Cuándoes?

— Esta tarde.

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— ¿Y después?— No lo sé. Pensé que podíamos

quedarnos un poco en estedepartamento. Para hacernos denuevos recuerdos.

— ¿Quieres decir… los dos?— Sí. Acondicioné el cuarto y

una oficina. Pero está a mi gusto yquedan cuartos vacíos. En fin, comotú quieras. Puedes regresar a tuestudio o al departamento cerca deCampos Elíseos si quieres…

— No, esta idea me gustamucho… Me da un poco de miedo

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pero me gusta.— Muy bien.»Con estas palabras, se levanta de

la gran cama blanca de la cual nonos habíamos movido y comienza avestirse otra vez.

«¿A dónde vas? » digo con unaire angustiado.

Ríe, mostrando sus dientesblancos.

«A buscar los croissants, ¿notienes hambre?

— Muero de hambre. Perdón,sigo teniendo miedo de que vuelva

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a suceder algo horrible.— La panadería está a cinco

minutos. Si no he regresado enquince minutos, estás autorizada allamar a la policía.

— No me parece chistoso…Más aún cuando ya no tengo miteléfono.

— Hay uno fijo en la entrada.»La angustia que siento al verlo

cruzar esa puerta para ir a hacer unasimple compra me hace pensar másseriamente en su propuesta. Vivircon él… La idea parece idílica.

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Excepto que Dimitri siempre está alacecho. ¿Acaso voy a soportarmucho tiempo viviendo con miedo?Regresa al cabo de doce minutos yme encuentra llorando.

«Discúlpame.— Soy yo. Soy demasiado

impertinente.»Comemos en silencio, intento

retener mis sollozos. El tiempovuela. Va a irse de nuevo y micorazón se estruja de nuevo. Esridículo. Me abraza con una dulzurainfinita antes de preguntarme lo que

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pienso hacer durante su ausencia.«Pensaba pasar al estudio a

recoger algunas cosas.— Muy bien. Si no contestas el

teléfono aquí, te encontraré allá.— OK.— Todo va a estar bien.— Si tú lo dices.»El estudio está tal y como lo

dejé, en desorden. Le cama está sintender, algunos libros por el piso.Casi toda mi ropa está en elarmario. La guardo en una bolsa.Quiero intentar vivir con Charles,

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pero debe aceptar que no usovestidos sexys ni tacones de aguja.Paso al minúsculo baño. El perfumeque mi padre me dio antes de queme fuera, un camisón, mi hermosopeine de madera, toallassanitarias… Nada de…

¡Dios! ¿Desde hace cuánto nohe usado estas toallas?

Me siento sobre la cama, mispensamientos van a mil por hora, micabeza da vueltas. Dos meses. Sí,eso debe tener dos meses. Sinembargo, me parece que Charles

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siempre usó preservativos.¿Siempre? ¿Acaso podría

jurarlo?Voy rápidamente a la farmacia y

regreso. Leo el modo de empleo. Essimple. Listo. Cierro la tapa ypongo el utensilio al borde dellavabo. Cinco minutos. En cincopequeños minutos, mi suerte estarádecidida. ¡Oh! no, tocan a la puerta.

¡Ahora no! ¡Quien quiera queseas, vete!

No hago ningún ruido. Escuchopasos alejarse, y dirigirse al

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ascensor. Ya no hay nadie. Cierrodespacio la puerta del baño y salgo.Nadie. Una carta en el piso. Laabro.

«Emma, Tu padre no quería quete hablara, pero ya que meseguiste y que él desapareció,imagino que esta promesa ya nocuenta. Soy Mary Clowes.»

Tiene su dirección y un númerode teléfono. El corazón se me va asalir del pecho. Siento como si lapuerta del baño fuera a estallar. Loscinco minutos pasaron. Me levanto

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como una condenada a muerte y mepreparo para enfrentar mi destinocuando la puerta del estudio seabre. Es Charles, parece afectadopor algo. Se sienta sobre mipequeña cama.

«Encontraron rastros de ADN encasa de Alice, un cabello rubio ensu cama.

— Al menos sabemos que no estuyo.

— No. Pero después de losprimeros análisis, es alguien de mifamilia, de mi familia cercana.

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— ¿Tus padres?— No, el cabello es reciente, es

alguien que estaba vivo hace dosmeses.

— ¿Entonces?»Se pone las manos en la cabeza«No lo sé, hablan de un hermano

o de un hijo.— Pero no tienes hermanos…— No.»

Continuará...¡No se pierda el siguiente

volumen!

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En la biblioteca:

Tú y yo, que manera dequererte

Todo les separa y todo lesacerca. Cuando Alma Lancasterconsigue el puesto de sus sueños enKing Productions, está decidida aseguir adelante sin aferrarse alpasado. Trabajadora y ambiciosa,va evolucionando en el cerradocírculo del cine, y tiene los pies enel suelo. Su trabajo la acapara; el

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amor, ¡para más tarde! Sinembargo, cuando se encuentra conel Director General por primera vez-el sublime y carismático VadimKing-, lo reconoce inmediatamente:es Vadim Arcadi, el único hombreque ha amado de verdad. Doce añosdespués de su dolorosa separación,los amantes vuelven a estar juntos.¿Por qué ha cambiado su apellido?¿Cómo ha llegado a dirigir esteimperio? Y sobre todo,¿conseguirán reencontrarse a pesarde los recuerdos, a pesar de la

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pasión que les persigue y el pasadoque quiere volver? ¡No se pierda Tú contra mí, lanueva serie de Emma Green, autoradel best-seller Cien Facetas del Sr.Diamonds!

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