sueños de vacaciones y vacaciones soñadas

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Patrice Boussel de vacaciones vacaciones soñadas El juego es cosa seria El. juguete fue conocido de todos los pueblos. Los adultos piensan que los niños juegan y éstos terminan por creerlo. —Vé a jugar. . . Es preciso hacer algo; se hace, y los adultos se quedan tranquilos un momento. Tan seriamente como el bebé agita su chu- pete, la niñita castiga a su muñeca, el niñito arrastra su carrito. En la playa, los niños bien educados miran pacientes cómo su padre levanta un castillo de arena y algunos hasta llegan a encontrarlo muy bien, pues saben que es preferible aprobar siempre a los padres y no juzgarlos ridículos jamás. Luego, crecen, recuerdan su infancia y se tornan ridículos a su vez, pero -—por la gra - cia de la edad— lo ignoran. Cuando, a fuerza de “jugar”, un niño se ex- cita y pierde un instante el control de su comportamiento, es decir, cesa de desempeñar el papel de un niño que juega para entregarse enteramente a lo que hasta entonces sólo era una comedia, pronto intervienen los educadores: — ¿Terminaste de hacerte el loco? ¿Quieres parar? ¡Mira! ¡Estás todo transpirado! Vol- veremos a casa... Hay que ceder y volver a ser ese personaje tan apreciado por los padres, ese alumno atento, grave en la clase, silencioso en l/i mesa, risueño durante las horas llamadas de recreo, feliz por todo lo que los responsables juzgan bueno, apenado por lo que les dis gusta, siempre en escena, jamás solo con su placer, su dolor o su sueño. Cuando la tutela se afloja, es demasiado tarde. El pequeño ser viviente se ha tornado un animal social. Si manifiesta aún ciertas ve- leidades de independencia, si subsisten al- gunos restos de espontaneidad primitiva, allí está la sociedad para castigarlo o para cu- rarlo. Si es verdad, según Pascal, que “ los hombres son tan necesariamente locos, que sería ser loco de otra especie de locura el no estar loco” y si conviene, por otra parte, estimar con Freud que “nuestra actividad psíquica se dedica por entero a procurarnos el placer y a evitarnos el dolor, estando automática- mente regulada por el principio del placer” , pero que ese deseo humano se halla en cons- tante conflicto con el mundo real, la repre- sión, ese pilar sobre el que descansa el edificio del psicoanálisis, permitirá quizá explicar cier- tos estallidos antisociales y patológicos — to- lerados y consagrados empero por el grupo social mismo— como las Bacanales, las Sa- turnales, la fiesta de los locos. . . o las vaca- ciones. El sol es la más noble conquista de nuestros pies

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Artículo de Patrice Boussel publicado en la revista Janus nº 7 (1966).

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Patrice Boussel

de vacaciones vacaciones soñadas

E l ju ego es cosa seria

El. juguete fue conocido de todos los pueblos. Los adultos piensan que los niños juegan y éstos terminan por creerlo.— Vé a jugar. . .Es preciso hacer algo; se hace, y los adultos se quedan tranquilos un momento.Tan seriamente com o el bebé agita su chu­pete, la niñita castiga a su muñeca, el niñito arrastra su carrito. En la playa, los niños bien educados miran pacientes cóm o su padre levanta un castillo de arena y algunos hasta llegan a encontrarlo muy bien, pues saben que es preferible aprobar siempre a los padres y no juzgarlos ridículos jamás. Luego, crecen, recuerdan su infancia y se tornan ridículos a su vez, pero -—por la gra­cia de la edad— lo ignoran.Cuando, a fuerza de “ jugar” , un niño se ex­cita y pierde un instante el control de su comportamiento, es decir, cesa de desempeñar el papel de un niño que juega para entregarse enteramente a lo que hasta entonces sólo era una comedia, pronto intervienen los educadores:— ¿Terminaste de hacerte el lo co? ¿Quieres parar? ¡M ira! ¡Estás todo transpirado! V o l­veremos a casa. . .Hay que ceder y volver a ser ese personaje tan apreciado por los padres, ese alumno

atento, grave en la clase, silencioso en l/i mesa, risueño durante las horas llamadas de recreo, feliz por todo lo que los responsables juzgan bueno, apenado por lo que les dis gusta, siempre en escena, jamás solo con su placer, su dolor o su sueño.

Cuando la tutela se afloja, es demasiado tarde. El pequeño ser viviente se ha tornado un animal social. Si manifiesta aún ciertas ve­leidades de independencia, si subsisten al­gunos restos de espontaneidad primitiva, allí está la sociedad para castigarlo o para cu­rarlo.Si es verdad, según Pascal, que “ los hombres son tan necesariamente locos, que sería ser loco de otra especie de locura el no estar lo co ” y si conviene, por otra parte, estimar con Freud que “ nuestra actividad psíquica se dedica por entero a procurarnos el placer y a evitarnos el dolor, estando automática­mente regulada por el principio del placer” , pero que ese deseo humano se halla en cons­tante conflicto con el mundo real, la repre­sión, ese pilar sobre el que descansa el edificio del psicoanálisis, permitirá quizá explicar cier­tos estallidos antisociales y patológicos — to­lerados y consagrados empero por el grupo social mismo— com o las Bacanales, las Sa­turnales, la fiesta de los locos. . . o las vaca­ciones.

El sol es la m ás n o b le conquista de nuestros pies

I'.n mu ensayo Sobre la negación, Freud mues- tra que “ el sujeto de una imagen o de un pen­samiento reprimido puede abrirse un camino hacia el consciente, a condición de ser ne­gado. La negación es un medio de tener en cuenta aquello que es reprimido, a decir ver­dad, es una supresión de la represión, aunque no sea, claro está, la aceptación de lo que es reprimido. La negación sólo contribuye a destruir una de las consecuencias de la repre­sión, es decir, el hecho que el sujeto de la imagen en cuestión es incapaz de penetrar en la conciencia. Resulta de ello una especie de aceptación intelectual de lo que es reprimido, aunque la represión subsista en sus elementos esenciales” .Violar una tradición, optar por lo contrario de un uso establecido, respetar lo que no se respeta el resto del tiempo, escarnecer lo que está convenido venerar, esto lleva, si se actúa solo, al asilo, a la cárcel o, para las personas prudentes, a un no-conform ism o de salón. Cuando se está en presencia de una empresa colectiva, temporaria y al comienzo tolerada, esto puede llevar a las locuras del martes de carnaval, a la revolución o al éxodo anual de una parte de la población hacia las playas, las montañas o los campos.

Vacaciones y represión

Las vacaciones expresarían así un deseo hu­mano reprimido por las obligaciones sociales. La revolución de las vacaciones pagadas, co ­menzada hace treinta años, no ha disminuido el respeto por el trabajo, exaltado en el siglo xix, y hasta ha aumentado el temor que sienten por los trabajadores los últimos ocio ­sos, pero también ha dado a la idea de las vacaciones un significado totalmente nuevo. La misma palabra sirve hoy para designar la interrupción momentánea de los estudios

en las escuelas, el intervalo de descanso con ­cedido a los empleados y un fenómeno con ­temporáneo que toca a todas las clases so­ciales y de una amplitud tal que es difícil imaginar tan sólo sus primeras consecuen­cias. Ningún problema político, económ ico, cultural o familiar puede ser estudiado en conjunto sin tener en cuenta las vacaciones, brutalmente tornadas necesarias para todos. Ahora bien, una breve ojeada al pasado prueba que ayer eran juzgadas apenas desea­bles por los educadores, los moralistas, y has­ta por los mismos defensores de la clase obre­ra. ¿La naturaleza del hombre ha cambiado, pues, o bien las condiciones actuales de vida en los países técnicamente evolucionados han hecho nacer esa necesidad, aún desconocida en los países subdesarrollados? Esta segunda hipótesis se basa en que, en una sociedad lo bastante rica, el individuo, persuadido de que podrá conservar su nivel de vida, acepta sa­crificar algo de sus ganancias para satisfacer sus deseos profundos, pero no explica ni el particularísimo fenómeno de las vacaciones populares — que no pueden confundirse con los ocios— ni la interrupción de sus estudios por los niños, durante varios meses al año, pese a los programas más recargados que hace un siglo. En cuanto a la transformación de la naturaleza humana, admitirlo conduci­ría tan solo a suponer un poco verosímil c o ­nocimiento de esa naturaleza. P or el contra­rio, buscar cóm o fueron juzgados niños y adolescentes en el pasado y cóm o evoluciona­ron esos juicios, conduciría tal vez a un prin­cipio de explicación.

¿El niño? un descubrimiento reciente

En su estudio sobre L ’Enfant et la vie fami- liale sous 1’A nden Régim e, Philippe Aries comprueba que “ en la Edad Media, al c o ­

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mienzo de los tiempos modernos y durante mucho tiempo, los niños estaban confundidos con los adultos en las clases populares en cuanto se los estimaba capaces de prescindir de la ayuda de las madres o las nodrizas, pocos años después de un tardío destete, más o menos a partir de los siete años. Desde ese momento entraban de golpe en la gran co ­munidad de los hombres, compartían con sus amigos, jóvenes o viejos, los trabajos y los juegos de cada día.El movimiento de la vida colectiva arrastraba en una misma ola las edades y las condicio­nes, sin dejar a nadie tiempo para la soledad y la intimidad. En esas existencias demasia­do densas, demasiado colectivas, no había lugar para un sector privado. La familia llenaba una función, aseguraba la transmi­sión de la vida, los bienes y los apellidos, no penetraba muy hondo en la sensibilidad” . El oficio de hombre comenzaba demasiado pronto. El aprendizaje mezclaba estrechamen­te jovencitos y «uunos en la vida de la co ­munidad y cuando en el siglo XIX la industria — textil y minera— apeló a una cuantiosísima mano de obra infantil, si bien las condiciones de trabajo fueron horribles, no es posible ver una violación de las tradiciones en ese empleo de chiquillos de seis a ocho años en los ta­lleres. La escuela, reservada a los clérigos, abierta después a los laicos y conservada latina hasta mediados del siglo XVIII, tampoco tenía en cuenta la edad de los escolares.Al admitir tanto al niño de diez años como al adolescente de dieciséis o al adulto desti­nado a la profesión eclesiástica, tenía por objeto instruir a aquellos a quienes aceptaba en su seno y no educar a la infancia. Ningún servicio militar imponía entonces un límite a los estudios.

Las estaciones y la longitud de los día» regu laban más que hoy el trabajo y el iIpri-iiiibo en ese mundo de adultos puieinlmenie m m puesto de niños y de jóvenes. Desde Ion id timos años del Imperio Romano lumia el siglo XII la tierra había sido, en Europa oeei dental, la fuente casi única de subsistencia, y seguía siendo aun en el siglo xvm la prin­cipal condición de la riqueza. Los trabajos de los meses que imponen cierto ritmo a la vida campesina imprimían también éste a todas las clases de la población. Los -grandes propietarios y los maestros artesanos no Ira taban de obtener de los hombres que traba jaban en sus tierras o en sus talleres más ele lo que parecía necesario a sus necesidades. A l faltar mercados para absorber los exceden­tes, éstos les habrían estorbado inútilmente. Sería correr el riesgo de graves errores que­rer establecer un paralelo entre la condición del más humilde trabajador medieval y la del esclavo antiguo o la del africano trans­portado a los dominios coloniales del Antiguo Régimen. En esta organización económica, calificada por Henri Pirenne de acapitali.sla ¿se podía pensar en distinguir entre la tarea cumplida, la vida colectiva, las relaciones familiares y la vida personal? El trabajo no era intensivo pero parecía lo bastante obli­gatorio com o para llenar toda la existencia. No era mercenario en el sentido actual del término y, si hacía vivir, era la vida misma. La vida de1 proletariado carolingio, la del burgués ciudadano, la del religioso, eran igualmente activas. Nadie pensaba en califi­car de ociosos a guerreros, cazadores y .......>jes. Si la obligación para todos de respe!ui los domingos y días feriados hacía naeei para algunos -—aquellos de quienes hablarán hm historiadores del trabajo— eso que boy se llamaría tiempo de ocio, de seguro el etnii

plimiento de los deberes religiosos no debía de ser entonces considerado a s í. . . Esto es tan cierto que aún en el siglo XX, en una va­cación, se cuentan solamente los días “ labo­rables” .Una verdadera suspensión del trabajo, en esta civilización agrícola, no se producía sino en períodos negros: cuando la sequía o la inundación, la helada o el calor excesivo im­pedían el cumplimiento de las tareas habi­tuales, cuando la guerra y la invasión venían a turbar el ritmo de la vida cotidiana, cuan­do las epidemias de sarampión o de viruela, el fuego de San Antón o la lepra atacaban a los hombres. La primera consecuencia era siempre la miseria, a menudo el hambre, a veres la muerte de muchos y el abandono pm lo sobrevivientes de una región más o mnio« \ asta Los períodos de actividad fe- i untia pair e j a n autniizai al contrario a esa so l i n l a d . n ) la q n r jó v e n e s \ c a s i n in o s d o ­

minaban, a entrecortar sus trabajos con jue­gos y fiestas y a practicar accesoriamente al­gunas de las actividades que son en nuestros días un objeto de vacaciones: caza, pesca, arreglo de la casa, y con las peregrinaciones, también viajes y gastronomía turística.

El niño prisionero

El hecho de que hace aún pocos años, en las clases modestas, las vacaciones parecían re­servadas a los niños, podría llevar a algunos a imaginar que en la época en que la instruc­ción no le estaba acordada más que a un reducido número de privilegiados, los esco­lares gozaban igualmente de largas vaca­ciones, preludio de las vacaciones perpetuas de los ricos adultos, cuyo único cuidado era percibir las rentas de sus tierras y de hacer respetar sus derechos. La historia d e I oh oh-

tudios en la Europa occidental d e s d e la E d a d

En esta civilización agrícola, las estaciones y el largo de los días gobernaban el trabajo y el descanso.

I ■ I I t u t o

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Media hace pensar, al contrario, que las verdaderas vacaciones escolares son una re­lativa novedad puesto que tomaron im por­tancia desde hace apenas un siglo y que la libertad del escolar se vio tanto más reducida cuanto que los educadores tuvieron más con­ciencia de las necesidades particulares del niño y del adolescente.

Nacidas de las necesidades del reclutamiento sacerdotal, las primeras escuelas medievales presentaron un carácter profesional, y obis­pos, canónigos y curas rurales formaban a los jóvenes clérigos con el objeto de capaci­tarlos para celebrar la misa y administrar los sacramentos. Nuestra enseñanza secun­daria, pese a las apariencias, salió de esa en­señanza técnica en la que Philippe Aries ha puesto en claro, además de la ausencia de gradación de los programas y la simultanei­dad de la enseñanza, la mezcla de edades y la libertad del escolar. “ Desde su entrada a la escuela, el niño integraba en seguida el mundo de los adultos” . Los gérmenes de una evolución conducente a nuestro sentimiento de la distinción de las edades no se adver­tirán sino a fines de la Edad Media. Por otra parte, el escolar que escapaba a la autoridad del maestro desde el final de la lección, no por eso quedaba librado a sí mismo. “ O bien residía cerca de una escuela en su propia familia, o más bien en casa de otra familia a la que había sido confiado con un contrato de aprendizaje, cuando ese contrato preveía la asistencia a una escuela, latina claro está. Entraba entonces en esas asociaciones, corpo­raciones, cofradías. . . que mantenían con ejercicios piadosos o alegres, con devociones, banquetes, el sentimiento de su comunidad de vida. O bien el pequeño escolar seguía al mayor cuya condición compartía en la dicha o en la desgracia, y que a menudo, en cam­

bio, lo vejaba o lo explotaba. En lodos los casos, el escolar peilciieeia a una sociedad o a una banda de com panerw en la que una camaradería a veces brutal. peto real regu­laba, mucho más que la en urla \ u maes­tro, su vida cotidiana, \. por cuanto era reconocida por la opinión, tenín un valor moral” . El tiempo que pasaba a lo largo de los caminos, en las taberna v la lena sirviendo a sus camaradas o ga .lando Ino mas a su hospedero, tal vez los jóvenes del siglo xx lo llamen “ vacaciones” , pero él no habría com prendido esa palabra.En una M ém oire instructif destinada a la familias, el administrador de la Pensión de los Sacerdotes del Oratorio del colegio ríe Arras precisa, en noviembre 1777, que "no se deducirá nada de esta suma (el precio de la pensión) por ninguna ausencia, aun la de las vacaciones, tiempo en el que mucho se desea que ios niños no abandonen la pensión. Se les dará entonces lecciones regulares para mantenerlos en los conocimientos que hayan adquirido en el curso del año de clases” . Lo mismo ocurría en 1820 en el colegio de Ven­dóm e: “ Los alumnos no salen a la ciudad. Se ruega a los padres que no llamen a sus hijos, ni aun en tiempo de vacaciones. Cuan­do, por motivos indispensables, se ceda en este punto, la pensión correrá siempre” . Balzac confirm a este aprisionamiento en Louis Lam bert: “ La regla prohibía por otra parte las vacaciones externas. Una vez en­trados, los alumnos no salían del colegio sino al final de sus estudios” .

N acim iento y m ecanism o de las

vacaciones infantiles

Habrá que esperar la segunda mitad del si glo XIX para que los internados entreabran

sus puf-itu' h,. metes riel verano, y el co- nii r t ixi> de! siglo xx para que las grandes vBt’flí'ionfH asuman más amplias proporcio­nen. En Francia, habrá que esperar la Tercera República para que la enseñanza primaria si' torne, tras rudas batallas, gratuita, laica y obligatoria (1881-1886). ¿N o cabe pre­guntarse si, en la lucha emprendida por el proletariado para obtener el descanso se­manal, el sábado inglés y por fin las vaca­ciones pagadas, no desempeñó un papel el ejemplo de los niños? Todos, o casi todos los niños habían conquistado sin combate — al menos de su parte— además del dere­cho a la instrucción, ese asombroso derecho de no hacer nada, o hacer otra cosa que lo de costumbre, durante cierto período del año, mientras sus padres, que habían conocido poco la escuela, seguían pidiendo una simple reducción de las horas de trabajo.Es muy fácil para los viejos repetir: “ En mis t ie m p o s .. .” En sus tiempos, eran muchos los iletrados y los embrutecidos por el tra­bajo, los incapaces de gozar de la vida, los alcoholistas, los viejos prematuros. Algunos habían luchado por la instrucción y la libe­ración de la clase obrera, pero las reivindica­ciones más audaces no mencionaban esa ne­cesidad de grandes vacaciones, esa distensión necesaria al trabajador tras un año de labor. Los niños señalaban el camino. Después del enternecido descubrimiento de la infancia, que había tenido por consecuencia una real transformación de la condición infantil, so­brevenía un deseo de retorno a la infancia. Las interpretaciones psicoanalíticas no se dieron sino después. ¿Quizá la infancia legue la neurosis a la humanidad y sea preciso analizar la quiebra de la infancia para conocer las causas de la enfermedad del adulto? Con­viene por cierto volverse hacia la infancia

para conocer la sustancia de las cosas espe­radas. P or cuanto mantiene al niño en un estado de dependencia, la familia le permite al mismo tiempo escapar a los rigores de la realidad y de ello deriva un sueño “ de omni­potencia narcísica en un mundo de amor y de placer” , según la fórmula de Norman O. Brown.“ Pero, continúa este autor, si la institución de la familia permite al niñito adquirir una experiencia subjetiva de la libertad, desco­nocida para toda otra especie animal, lo con ­sigue manteniendo al niño en una condición de dependencia objetiva respecto de los cui­dados de sus padres, y ello a un punto des­conocido en toda otra especie anima!. Tal estado de dependencia objetiva crea en el niño una necesidad pasiva de ser amado que es exactamente lo contrario de su sueño de omnipotencia narcísica. Así, la institución de la familia, dirige el deseo humano en dos direcciones contradictorias y es la dialéctica engendrada por tal contradicción la que crea lo que Freud llama conflicto de ambivalen­cia . . . El sueño subjetivo de unión afectuosa con el mundo está en contradicción con el hecho objetivo de la dependencia. . . la reac­ción del niño ante las contradicciones de su propia psique, desarrollada por su posición en la familia, es la angustia. . . ”Las vacaciones, en la medida misma en que son un retorno a la infancia, manifiestan ese sueño de “ omnipotencia narcísica” y esa an­gustia.Condiciones políticas y económicas favora­bles y un nivel de vida lo bastante elevado en el conjunto de la población fueron nece­sarios para permitir la concesión de las va­caciones pagadas, pero es evidente que éstas habrían podido tomar una form a distinta de la observada hoy. Las vacaciones son soña-

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iIiim antes de ser vividas y si ese sueño se ex­plica al menos parcialmente por el ejemplo de los niños, el ejemplo dado por las clases i mis acomodadas es tanto más importante euailto que ha gobernado él mismo la orien- laeión de las vacaciones infantiles.

Prehistoria de las vacaciones burguesas

Audaz desafío a la lógica, la catedral gótica es un milagro, pero un milagro frágil, eter­namente amenazado. Michelet dice de la historia de las grandes iglesias medievales que es la de una “ perpetua reparación” . Del mismo m odo, el espíritu medieval intentó reconstruir el mundo y llegó a un milagroso

'equilibrio, pero, edificado sobre fecundas contradicciones, ese mundo tuvo que corre­gir constantemente, a lo largo de los siglos, su plan primitivo. La gran crisis de los siglos xiv y xv abriría, arruinando el edificio, el camino al mundo moderno. La Guerra de Cien Años y la peste negra, los motines, las matanzas y las hambrunas, la crisis econó­mica y la crisis moral, la nueva brutalidad de las costumbres permitirán la floración de una civilización diferente: la monarquía se afirma, la burguesía de las ciudades toma importancia política, la condición campesina evoluciona, renace la industria. . . En ese cam bio profundo de todas las formas de la vida colectiva, los hombres comienzan a creer que la pobreza quizá no sea un bien y que el dinero tiene derechos. Tras las des­dichas que, año tras año, despoblaron y em­pobrecieron el campo, la multiplicación de los intercambios comerciales y nuevas téc­nicas agrícolas no hacen sino atar más estre­chamente a la tierra al campesino resignado y miserable que ha podido resistir, mientras que, en la ciudad, el burgués se ve servido por las circunstancias. Puede comprar sin

competencia i, puco a pniti. los bienes fllili ti nos pasan a sus manos. Asi »t- gciicia lh« cu las clases acomodadas la segunda traidi-m ia. la casa de campo que form ar« el centio de las vacaciones burguesas Iradicimialen Los magistrados, necesariamente ticos «¡us cargos costaban muy caro— ■ y que gozaban de “ vacaciones de cosecha y vendimia' po seían vastos dominios, aldeas enteras, vnn dos célebres en Borgoña o en el Bordelais, a donde iban a pasar el verano. “ ¡Oh mis dos meses de soberano g o ce !” exclamaba el can­ciller de L ’Hospital. Los unos cazaban o pes­caban, los otros cuidaban sus jardines, al gunos seguían, por costumbre, haciendo jus­ticia, muchos preferían las distracciones in telectuales, la lectura de los grandes autores y poetas. Olivier de Serres, en su Théâtre d’agriculture ha descrito una de esas casas de campo para uso de los burgueses ricos del siglo XVI : “ Gallinero, bodegas, cubas y lagares; gran lugar para la leña de calefac­ción ; otros para guardar quesos, aceite, cue­ros y otras provisiones de reserva; dos o tres bodegas para los vinos, cuya suave pen­diente invita al padre y la madre de familia a visitarlas a menudo com o paseándose; co ­cina con todas sus dependencias. En el pri­mer piso, una o dos salas, siete u ocho cuartos para todas las estaciones, para vosotros, vues­tros hijos grandes y pequeños, nodrizas, ca­mareras, maestros de escuela, amigos de di­versas calidades. Cada habitación provista de guardarropas, retretes y gabinetes para guardar los títulos, papeles, ropa blanca y muebles de reserva. En los desvanes, retretes comunes para los criados, y otros para las criadas, con su escalera aparte para la ho­nestidad. Bajo el techo, el alojamiento de los criados y los graneros de trigo, legum­bres, frutas, cáñamo y otras materias para guardar” . Ab

I\l cam bio en el perfeccionam iento

de lo adquirido

Desde el Renacimiento hasta la segunda mi- Iurl del siglo xvili se ahonda cada vez más el foso que separa a los poseyentes de aquellos que deben trabajar para vivir. Sólo los pri­meros tienen tiempo suficiente para aburrirse en el transcurso de sus ocupaciones habitua­les y de desear un género de vida provisio­nalmente distinto a fin de satisfacer ese gusto por el cam bio que caracteriza ante todo a las vacaciones. Empero, el señor que sigue a la corte, el propietario que visita sus tierras, el gotoso que va a las termas miran el viaje realizado no com o una distensión sino como una obligación inherente a su rango, su for­tuna o su salud. Si la búsqueda de la felici­dad o simplemente del placer explica el com ­portamiento de ciertos individuos para quie­nes la conquista de la subsistencia no llena todo el horizonte, en los últimos siglos del Antiguo Régimen la dicha parece hallarse en el perfeccionam iento de lo adquirido más bien que en experiencias nuevas. Cuando Mme de Sévigné, para ir a Grignan, hacía el trayecto de Orleáns a Nantes por el Loira, gustaba ciertamente viajar, pero más le gus­taba, mientras gozaba de un bello espectáculo, conservar el marco al que estaba habituada: “ Nos embarcamos a las seis, con el tiempo más bello del mundo. Hice poner mi gran carroza de m odo tal que el sol no entró. Ba­jamos los cristales. La abertura delantera componía un cuadro maravilloso: las de las portezuelas y los lados nos daban todos los puntos de vista imaginables. Sólo el abate y yo estamos en ese bonito gabinete, sobre bue­nos almohadones, bien al aire, muy cóm odos; todo el resto, com o cerdos sobre la paja. Te­nemos un hornillo, se come sobre una tabla

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de la carroza, com o el rey y la reina: ved, os lo ruego, cóm o todo es refinado en nuestro Loira” .Mientras que al decir de La Bruyère “ se ven ciertos animales feroces, machos y hembras, repartidos por el campo, negros, lívidos, y todos quemados por el sol, atados a la tierra que remueven con invencible obstinación” . Esos hombres “ se retiran por la noche a zahúrdas, donde viven de pan negro, agua y raíces” mientras en las moradas de campo las distracciones de los propietarios ricos son las de la ciudad, o poco menos. “ Una coqueta — escribe Félix de Juvenel de Car- lincas— queriéndome hacerme imaginar los placeres que ella había gustado en una casa de campo, me decía que había pasado allí cinco o seis días y otras tantas noches bai­lando continuamente sin haber concedido al sueño sino muy poco tiempo, compadecién­dome y estimándome desdichado por no ha­ber sido de la partida y no haber participado de esas diversiones” .

E l espíritu de las vacaciones

Los placeres del campo pueden tomar otro color en el siglo XVIII y — quizá por primera vez— el verdadero espíritu de las vacaciones se manifiesta en este texto de Jean-Jacques Rousseau donde confiesa:“ La marcha tiene algo que anima y aviva mis ideas: no puedo casi pensar si me estoy quieto. Es preciso que mi cuerpo se mueva para mover también mi mente. La vista del campo, la sucesión de paisajes agradables, el aire libre, el gran apetito, la buena salud que gano marchando, la libertad de la ta­berna, el alejamiento de todo lo que me hace sentir mi dependencia, de todo lo que me recuerda mi situación, todo eso libera mi alma, me da mayor audacia de pensamiento,

D el arte de distraerse a través de los siglos: m ario­netas militares, juego de pelota, carreras en carros.

¡üf iii i (.(,! en cierto modo en la inmensidad ór Im nrrrs jmrii combinarlos, elegirlos, apro­piármelos a mi antojo, sin traba ni temor. Dispongo de la naturaleza e n te r a .. .”Desear el “ alejamiento de todo lo que hace sentir la dependencia, de todo lo que recuerda la situación” ¿n o es exactamente eso, desear tomar vacaciones?Ocurría igualmente a ciertas personas afor­tunadas del siglo pasado — personas que hoy serían calificadas de ociosas— que consagra­ran cierto período del año, no ya al reposo, sino al mantener o m ejorar una salud tamba­leante. Entonces iban a las termas, siempre para seguir el ejem plo dado por el Antiguo Régimen. Respetuoso de las prescripciones médicas, el bañista debía “ vivir com o un niño, sin ninguna preocupación” . Apenas tenía el derecho de interesarse por las bonitas m uje­res que iban, también, a cuidarse. Las esta­ciones de aguas europeas recuperaron par­cialmente en el siglo XIX el brillo de los siglos

“ La naturaleza desplegaba an­te nuestros ojos toda su mag­nificencia” (Ilustración para el Emilio, de J. J. R ousseau).

anteriores, pero la vida alegre era menos franca, verdaderos enfermos en mayor nú­mero entristecían los lugares y, por su can­tidad, los “ agüistas” de mediana posición daban un tinte más gris a esos viejos centros de placer. A la bella insolencia sucedía la hipocresía del comportamiento burgués. La posición geográfica, una reputación de ciu­dad elegante, la presencia de una población temporaria casi exclusivamente burguesa o noble, las ventajas que presentaba además el conjunto de numerosos y lujosos hoteles ex­plican, sin duda, la vocación diplomática y política que se reveló en algunos de esos centros balnearios: Plombières (entrevista N apoleón-Cavour), Ems (despacho del 13 de julio 1870), Locarno (acuerdos de 1925), Stresa (conferencias de 1932 y 1935), Vichy (1940-1944), Yalta (1954 ), É v ia n ...Centros de reposo y de relajamiento, las es­taciones de aguas conservan un carácter de gravedad gracias a la medicina y a una buena tradición del Antiguo Régimen. A pesar del lujo, la rica clientela y los buenos hoteles, otros centros de relajación, situados al borde del mar o en la montaña, no podrían, al pa­recer, desempeñar el mismo papel. ¿Puede imaginarse una conferencia de Deauville, pac­tos de Chamoix, gobierno de La Baule? Orillas del mar y montaña tienen empero virtudes terapéuticas, pero éstas, conocidas de los médicos griegos, habían sido olvidadas y, para el m ayor número, no fueron revela­das de nuevo sino en el siglo XIX. Los hombres han consumido momia y excremento de perro blanco molidos, han respirado los vapores más extraños y los más nauseabundos, han hundido sus miembros en el lodo, en la nieve y en las aguas ardientes, han practicado en sí mismos extraordinarias y dolorosas ope­raciones, con la sola esperanza de estar m ejor

Lugares y vehículos para las vacaciones, ilustra­das por tarjetas postales de alrededor de 1920.

Kn Iob primeros años (iel siglo x ix , la du­quesa de Boigne tom ó ñaños de mar, en Diep- pe, para aliviarse de sus jaquecas.

siendo que no estaban tan inal ¿p o r qué no habrían intentado también tom ar baños de m a r? ¿ P o r qué no habrían de ir al borde del océano a respirar la brisa m arina y el o lor de las algas pod rid a s? P orqu e se necesitaba quizá más sutileza para descubrir el efecto

tón ico de los efluvios del m ar que para co m ­probar el choque fis io ló g ico prod u cido pol­la brutal inm ersión en la onda am arga, la práctica de los baños de m ar parece m uy an­terior a la trad ición de la estadía tem poraria en las riberas m arinas. En el sig lo XVII, los

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baños de mar tenían fama de curar a los ra­biosos, aun los de calidad. Habiendo sido Mlle. de Ludres mordida por una perrita que murió de rabia, el rey Luis X IV envió a aquélla a Dieppe para hacerse arrojar tres veces en el mar.A mediados del siglo XVIII, el médico inglés Richard Russel, de Brighton, puso de moda a Bath, y, según la fórm ula de Michelet, “ in ­ventó el mar” . Siguiendo la moda inglesa, la condesa de Boigne tomó baños de mar en Dieppe para calmar sus violentas jaquecas, en los primeros años del siglo XIX, pero habrá que esperar la Restauración para que una noble dama saludable com o la duquesa de Berry halle placer en ese ejercicio. “ El día de la apertura, en el primer baño, la etiqueta exigía que se disparase un cañón en el m o­mento en que la princesa entraba en el mar, que el m édico inspector acompañara a Su A l­teza Real. El doctor Mourgué guardaba para esta gran ocasión su más hermoso traje de ciudad con sus pantalones nuevos. Ofrecía a la princesa su mano derecha enguantada de blanco, com o para un baile. . . ”La audacia de algunos grandes señores, la cu­riosidad de los pintores, la búsqueda de la novedad por los escritores y los periodistas, el snobismo burgués, la especulación de los hombres de negocios y el desarrollo de los ferrocarriles harían olvidar pronto “ el h o­rror del abismo inmenso y azul donde nau­fraga el esquife” y orientarían hacia las ri­beras europeas a las personas de fortuna y luego al público más heterogéneo de los pri­meros “ trenes de recreo” . Un poco después y por análogas razones, los “ sublimes horro­res” de la montaña se transformaron en ob­jetos de paseo para todos los Perrichones de Occidente. En el siglo XX, el alpinismo se

tornó un deporte y ya no hace falta estar tuberculoso para sentir el deseo de respirar un aire rarificado, en un lugar desnudo al que iban, hasta entonces, y sólo en el verano, al­gunos escasos rebaños.Habiendo adquirido todos los adultos el há­bito de tomar vacaciones cuando podían, cabe pensar que a despecho de todos los tras­tornos sobrevenidos en la vida cotidiana por los progresos industriales, las invenciones técnicas, la velocidad cada vez mayor, la multiplicación de los medios de transporte, a despecho hasta de las guerras, las vacacio­nes burguesas evolucionaron poco, en lo esen­cial, durante el siglo que precedió a 1936. La explicación de este fenómeno reside quizá en ese estado de ánimo al que alude Jean Paul Sartre a propósito de los escritores fran­ceses que se expresan en la misma época “ en una sociedad estabilizada, que aún no tiene conciencia de los peligros que la amenazan, que dispone de una moral, de una escala de valores y de un sistema de explicaciones para integrar sus cambios locales, que se ha per­suadido de que está más allá de la historici­dad y de que ya no ocurrirá nada im portan­te, en una Francia burguesa, dividida en damero por muros seculares, fija en sus mé­todos industriales, adormecida en la gloria de «su» R e v o lu c ió n .. .”

A gon ía de las “ vacaciones de papá”

Cuando celebran la toma de la Bastilla los hombres festejan el momento en que la dicha, hasta ese día tema de amables disertaciones, fue el objetivo de las reivindicaciones de un pueblo, en que la política que sólo interesaba a algunos especialistas se trocó en alimento diario de una mayoría, en qn< la inlolrian cia ya no fue tolerable. El voto de la ley ■ L-l 20 junio 1936 representa pata lo» llameare

la lama «I. una nueva Bastilla. Sin duda, en Í 'mi; , | ( ntipif-sn de In Federación de traba- jadntra rlrl atibunólo ya había reivindicado la i iiiiccrtióti de unas vacaciones anuales. En i ' 1-” ! la Federación nacional de cooperativas- de- mu mimo ya había fundado un Comité nacional de licencias. También, sin duda, los acuerdos Matignon no fueron sino un esbdzo del "derecho a las vacaciones” para todos lo: trabajadores y se necesitaron muchos años para llegar a una aplicación coherente y fran­quear el estadio de las reivindicaciones. No por eso es menos cierto que junio 1936 sigue siendo el símbolo del cam bio social más gran­de de nuestro siglo.El comienzo de la era de los ocios y el naci­miento del hombre de las vacaciones no tu­vieron com o consecuencia inmediata el final de las “ vacaciones de papá” . Como los bur­gueses del siglo xix , las “ vacaciones paga­das” van al campo, al mar o a la montaña, sólo que van en mayor número y cada uno gasta menos. La novedad más grande es, pues, el carácter social de las vacaciones. Mas, para la mayoría de los trabajadores, una pre­paración para las vacaciones fue proporcio­nada por las colonias del mismo nombre. Las primeras se fundaron en el último cuarto del siglo XIX, no cesaron después de tomar importancia y hoy, en Francia, se benefi­cian de ellas cerca de un millón y medio de niños. El scoutismo, si bien se dirige a sujetos de una clase generalmente más acomodada, también enseña a los jóvenes la vida de so­ciedad. Los albergues de la juventud, en fin, completan eventualmente esta form ación. Así el nuevo beneficiario de las vacaciones paga­das se halla más sorprendido por el modo co ­m o ciertos burgueses tradicionalistas siguen empleando sus vacaciones que asombrado por los transportes supercargados y los caminos

atestados, la playa hormigueante, el campo ruidoso y superpoblado, la necesidad de lu­char para defender sus derechos al alimento, al aire y al descanso.El escalonamiento de las vacaciones, el des­arrollo de la red caminera, la creación de nue­vos terrenos de camping y la transformación del equipamiento hotelero deberían empero permitir, en un futuro más o menos lejano, dar a las -> vacaciones populares su verdadera fisonomía.Per lo demás, no es el temor a la falta de espacio o de confort lo que lleva a la mitad de la población activa a no tomar vacaciones o sólo vacaciones “ subdesarrolladas” y esto en los países donde, sin embargo, el derecho a las vacaciones ha sido reconocido. El de­masiado modesto salario de los unos no les permite m odificar su vida cotidiana y con ­sagrar parte de su presupuesto a los gastos de transporte y de estadía lejos de su dom i­cilio. A otros — en especial los pequeños agri­cultores— les parece imposible abandonar el trabajo cotidiano, porque siempre lo hay, porque no se puede descuidar a los animales y porque se niegan a romper el grupo fam i­liar tomando vacaciones por turno. En los “ cuadros superiores” , algunos patrones y co ­merciantes se ven atados por las preocupa­ciones profesionales hasta el punto- de pri­varse de vacaciones, hallando sólo en las res­ponsabilidades que asumen el equilibrio ne­cesario para su vida. El hombre de las va­caciones no por eso deja de existir y una feliz comprensión de su psicología permitirá tal vez a la civilización dar un nuevo paso adelante. Multiforme, pobre o rico, ocioso, curioso, mentiroso, orgulloso, vano, sombrío, inocente, sentimental, perezoso o deportivo, guarda su personaje y se distingue fácilmente de los demás hombres. El uno colecciona con-

i »1" lu playa hormigueante, el campo ruidoso v superpoblado, la necesidad de lu- i liai puní defender sus derechos al alimento, si ai le \ /ti descanso.

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. tis1 1 an tarjetas postales, lindas fotos, docu­m e n t o » arqueológicos, el otro prefiere en- i miluir una linda chica — o un lindo mu- ■ hiii lio . Éste quiere realizar hazañas, aquél s ó l o piensa en comer y dormir. Tal otro gús­tala ile continuar su tarea cotidiana, pero en un espíritu distinto. Las colecciones se dispersan, los amores se borran, los acciden­ten menudean, los estómagos se cansan, el sueño tiene un f in . . . pero otros hombres, siempre, soñarán con partir de vacaciones, maravillosas vacaciones. No conviene resis­tir a esos enfermos leves. Lina estadía más o menos prolongada fuera del dom icilio puede ser provechosa. Pero el análisis de sus sueños será sin duda más importante para su trata­miento que el de su comportamiento. Cuando se leen breves anuncios de este tipo:

“ Casita de madera de 4 m x 4. m que sirve de gallinero, convendría también como chalet de week-end”

o :

“ No salga solo de vacaciones. 10 días bastan para estar de novios. Hogar Uni. . . ”

Está claro que ul menos los i ornen lanío» han comprendido el papel del sueño de la* vm n ciones. Es tiempo de que lo* »indólogo», lo» psiquíatras, los pairn/uiuli-ilii» > lomln bi linio bres de sentido'com ún se inclinen »o lor lu que no es aún sino un retorno a 1« luírmela pero que podría dar a todos mui im l alegría de vivir y de donde podría surgit un nin-vo humanismo.

Licenciado en Filosofía y en D erecho, con ­servador de la “ Bibliothèque H istorique de la V ille de Paris” , Patrice Boussel es au­tor de una “ Histoire des. Vacances” , de una edición de las obras de Galieno, de una “ Histoire de la Pharmacie” , de una obra sobre “ L ’A ffaire Dreyfus et la Pres­se” , com o también de diversas obras sobre París (colaboración en el “ D ictionnaire de Paris” , ed. Larousse), sobre Balzac y sobre là historia de las ciencias médicas y far­macéuticas.