subsidio 50 años del concilio vaticano ii

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1 Año de la fe

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En el año de la Fe!

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Page 1: Subsidio 50 años del Concilio Vaticano II

1 Año de la fe

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2 Año de la fe

Indice

1 Fuerza renovada para modelar el futuro, el Papa sobre el Vaticano II

Pag. 3

2 Recordando a Pablo VI en el 50° aniversario del Vaticano

Pag. 6

3 El Concilio Vaticano II, a cincuenta años Pag. 15 4 Vaticano II. Contenido. Pag. 24 5 El Concilio Vaticano II, hoy Pag. 31 6 Reflexiones y datos Pag. 37 7 EL Concilio y la importancia de contar con un

Magisterio Pag. 43

8 A 50 años del Vaticano II: luces y urgentes desafíos Pag. 48 9 La herencia del Concilio Vaticano II

Pag. 54

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1.- Fuerza renovada para modelar el futuro, habla el Papa sobre el Vaticano II

(RV).- El texto inédito de Su Santidad Benedicto XVI del Especial del Osservatore Romano, este 11 de octubre, en el marco del 50ª aniversario del Concilio Ecuménico Vaticano II, e inicio del Año de la Fe, escrito por el Sucesor de Pedro en Castelgandolfo, en la fiesta del santo obispo Eusebio di Vercelli, 2 de agosto de 2012: «Fue un día espléndido aquel 11 de octubre de 1962, en el que, con el ingreso solemne de más de

dos mil padres conciliares en la basílica de San Pedro en Roma, se inauguró el concilio Vaticano II. En 1931 Pío XI había dedicado este día a la fiesta de la Divina Maternidad de María, para conmemorar que 1500 años antes, en 431, el concilio de Éfeso había reconocido solemnemente a María ese título, con el fin de expresar así la unión indisoluble de Dios y del hombre en Cristo. El Papa Juan XXIII había fijado para ese día el inicio del concilio con la intención de encomendar la gran asamblea eclesial que había convocado a la bondad maternal de María, y de anclar firmemente el trabajo del concilio en el misterio de Jesucristo. Fue emocionante ver entrar a los obispos procedentes de todo el mundo, de todos los pueblos y razas: era una imagen de la Iglesia

de Jesucristo que abraza todo el mundo, en la que los pueblos de la tierra se saben unidos en su paz. Fue un momento de extraordinaria expectación. Grandes cosas debían suceder. Los concilios anteriores habían sido convocados casi siempre para una cuestión concreta a la que debían responder. Esta vez no había un problema particular que resolver. Pero precisamente por esto aleteaba en el aire un sentido de expectativa general: el cristianismo, que había construido y plasmado el mundo occidental, parecía perder cada vez más su fuerza creativa. Se le veía cansado y daba la impresión de que el futuro era decidido por otros poderes espirituales. El sentido de esta pérdida del presente por parte del cristianismo, y de la tarea que ello comportaba, se compendiaba bien en la palabra “aggiornamento” (actualización). El cristianismo debe estar en el presente para poder forjar el futuro. Para que pudiera volver a ser una fuerza que moldeara el futuro, Juan XXIII había convocado el concilio sin indicarle problemas o programas concretos. Esta fue la grandeza y al mismo tiempo la dificultad del cometido que se presentaba a la asamblea eclesial. Los distintos episcopados se presentaron sin duda al gran evento con ideas diversas. Algunos llegaron más bien con una actitud de espera ante el programa que se debía desarrollar. Fue el episcopado del centro de Europa — Bélgica, Francia y Alemania — el que llegó con las ideas más claras. En general, el énfasis se ponía en aspectos completamente diferentes, pero había algunas prioridades comunes. Un tema fundamental era la eclesiología, que debía profundizarse desde el punto de vista de la historia de la salvación, trinitario y sacramental; a este se añadía la exigencia de completar la doctrina del primado del concilio Vaticano I a través de una revalorización del ministerio episcopal. Un tema importante para los episcopados del centro de Europa era la renovación litúrgica, que Pío XII ya había comenzado a poner en marcha. Otro aspecto central, especialmente para el episcopado alemán, era el ecumenismo: haber sufrido juntos la persecución del nazismo había acercado mucho a los cristianos protestantes y a los católicos; ahora, esto se debía comprender y llevar adelante también en el ámbito de toda la Iglesia. A eso se añadía el ciclo temático Revelación – Escritura – Tradición – Magisterio. Los franceses destacaban cada vez más el tema de la relación entre la Iglesia y el mundo moderno, es decir, el trabajo en el llamado Esquema

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XII, del que luego nació la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual. Aquí se tocaba el punto de la verdadera expectativa del Concilio. La Iglesia, que todavía en época barroca había plasmado el mundo, en un sentido lato, a partir del siglo XIX había entrado de manera cada vez más visible en una relación negativa con la edad moderna, sólo entonces plenamente iniciada. ¿Debían permanecer así las cosas? ¿Podía dar la Iglesia un paso positivo en la nueva era? Detrás de la vaga

expresión “mundo de hoy” está la cuestión de la relación con la edad moderna. Para clarificarla era necesario definir con mayor precisión lo que era esencial y constitutivo de la era moderna. El “Esquema XIII” no lo consiguió. Aunque esta Constitución pastoral afirma muchas cosas importantes para comprender el “mundo” y da contribuciones notables a la cuestión de la ética cristiana, en este punto no logró ofrecer una aclaración sustancial. Contrariamente a lo cabría esperar, el encuentro con los grandes temas de la época moderna no se produjo en la gran Constitución pastoral, sino en dos documentos menores cuya importancia sólo se puso de relieve poco a poco con la recepción del concilio. El primero

es la Declaración sobre la libertad religiosa, solicitada y preparada con gran esmero especialmente por el episcopado americano. La doctrina sobre la tolerancia, tal como había sido elaborada en sus detalles por Pío XII, no resultaba suficiente ante la evolución del pensamiento filosófico y la autocomprensión del Estado moderno. Se trataba de la libertad de elegir y de practicar la religión, y de la libertad de cambiarla, como derechos a las libertades fundamentales del hombre. Dadas sus razones más íntimas, esa concepción no podía ser ajena a la fe cristiana, que había entrado en el mundo con la pretensión de que el Estado no pudiera decidir sobre la verdad y no pudiera exigir ningún tipo de culto. La fe cristiana reivindicaba la libertad a la convicción religiosa y a practicarla en el culto, sin que se violara con ello el derecho del Estado en su propio ordenamiento: los cristianos rezaban por el emperador, pero no lo veneraban. Desde este punto de vista, se puede afirmar que el cristianismo trajo al mundo con su nacimiento el principio de la libertad de religión. Sin embargo, la interpretación de este derecho a la libertad en el contexto del pensamiento moderno en cualquier caso era difícil, pues podía parecer que la versión moderna de la libertad de religión presuponía la imposibilidad de que el hombre accediera a la verdad, y desplazaba así la religión de su propio fundamento hacia el ámbito de lo subjetivo. Fue ciertamente providencial que, trece años después de la conclusión del concilio, el Papa Juan Pablo II llegara de un país en el que la libertad de religión era rechazada a causa del marxismo, es decir, de una forma particular de filosofía estatal moderna. El Papa procedía también de una situación parecida a la de la Iglesia antigua, de modo que resultó nuevamente visible el íntimo ordenamiento de la fe al tema de la libertad, sobre todo a la libertad de religión y de culto. El segundo documento que luego resultaría importante para el encuentro de la Iglesia con la modernidad nació casi por casualidad, y creció en varios estratos. Me refiero a la Declaración “Nostra aetate” sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. Inicialmente se tenía la intención de preparar una declaración sobre las relaciones entre la Iglesia y el judaísmo, texto que resultaba intrínsecamente necesario después de los horrores de la Shoah. Los padres conciliares de los países árabes no se opusieron a ese texto, pero explicaron que, si se quería hablar del judaísmo, también se debía hablar del islam. Hasta qué punto tenían razón al respecto, lo hemos ido comprendiendo en Occidente sólo poco a poco. Por último, creció la intuición de que era

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justo hablar también de otras dos grandes religiones — el hinduismo y el budismo —, así como del tema de la religión en general. A eso se añadió luego espontáneamente una breve instrucción sobre el diálogo y la colaboración con las religiones, cuyos valores espirituales, morales y socioculturales debían ser reconocidos, conservados y desarrollados (n. 2). Así, en un documento preciso y extraordinariamente denso, se inauguró un tema cuya importancia todavía no era previsible en aquel momento. La tarea que ello implica, el esfuerzo que es necesario hacer aún para distinguir, clarificar y comprender, resulta cada vez más patente. En el proceso de recepción activa poco a poco se fue viendo también una debilidad de este texto de por sí extraordinario: habla de las religiones sólo de un modo positivo, ignorando las formas enfermizas y distorsionadas de religión, que desde el punto de vista histórico y teológico tienen un gran alcance; por eso la fe cristiana ha sido muy crítica desde el principio respecto a la religión, tanto hacia el interior como hacia el exterior. Mientras que al comienzo del concilio habían prevalecido los

episcopados del centro de Europa con sus teólogos, en el curso de las fases conciliares se amplió cada vez más el radio del trabajo y de la responsabilidad común. Los obispos se consideraban aprendices en la escuela del Espíritu Santo y en la escuela de la colaboración recíproca, pero lo hacían como servidores de la Palabra de Dios, que vivían y actuaban en la fe. Los padres conciliares no podían y no querían crear una Iglesia nueva, diversa. No tenían ni el mandato ni el encargo de hacerlo. Eran padres del Concilio con una voz y un derecho de decisión sólo en cuanto obispos, es decir, en virtud del Sacramento y en la Iglesia del Sacramento. Por eso no podían y no querían crear una fe distinta o una Iglesia nueva, sino comprenderlas de modo más profundo y, por consiguiente, realmente “renovarlas”. Por eso una hermenéutica de la ruptura es absurda, contraria al espíritu y a la voluntad de los padres conciliares. En el cardenal Frings tuve un “padre” que vivió de modo ejemplar este espíritu del Concilio. Era un hombre de gran apertura y amplitud de miras, pero sabía también que sólo la fe permite salir al aire libre, al espacio que queda vedado al espíritu positivista. Esta es la visión a la que quería servir con el mandato recibido a través del Sacramento de la ordenación episcopal. No puedo menos que estarle siempre agradecido por haberme llevado a mí — el profesor más joven de la Facultad teológica católica de la universidad de Bonn — como su consultor a la gran asamblea de la Iglesia, permitiéndome frecuentar esa escuela y recorrer desde dentro el camino del concilio. En este volumen se han recogido varios escritos con los cuales, en esa escuela, he pedido la palabra. Peticiones de palabra totalmente fragmentarias, en las que se refleja también el proceso de aprendizaje que el concilio y su recepción han significado y significan aún para mí. Espero que estas diversas contribuciones, con todos sus límites, puedan ayudar en su conjunto a comprender mejor el concilio y a traducirlo en una justa vida eclesial. Agradezco de corazón al arzobispo Gerhard Ludwig Müller y a sus colaboradores del Institut Papst Benedikt XVI. el extraordinario empeño que han puesto para la realización de este volumen». Castelgandolfo, en la fiesta del santo obispo Eusebio di Vercelli, 2 de agosto de 2012 Traducción: L'Osservatore Romano (PLJR - Radio Vaticano)

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2.- Recordando a Pablo VI en el 50° aniversario del Vaticano II

Un camino que sigue abierto

EDUARDO DE LA HERA BUEDO Delegado de Ecumenismo de la Diócesis de Palencia

INTRODUCCIÓN En la ciudad de Brescia (en el norte de Italia) se encuentra el Instituto Pablo VI, un centro de recogida de datos sobre la persona del papa Montini. En Brescia se respiran aires montinianos por todas partes. Brescia, como se sabe, es la patria norteña de Pablo VI, donde él nació y recibió su formación juvenil. Aunque, para ser más exactos, él nació a ocho kilómetros de Brescia, en el pueblo de veraneo de sus padres, Concesio. Pues bien, a la ciudad de Brescia se dirigía, el domingo 8 de noviembre de 2009, el papa Benedicto XVI para honrar la figura de este gran Papa que fue Giovanni Battista Montini. En la plaza llamada así, de ‘Pablo VI’, en el atrio de la catedral, bajo una lluvia intensa y un cielo gris, el papa Ratzinger, a quien precisamente Montini en su momento había ordenado obispo, se refirió a él como un “apasionado de la Iglesia”. Es verdad. Si por algo se puede resumir la vida de Pablo VI, es por esto mismo: por haber sido “un apasionado de la Iglesia”. Recogía en este contexto Benedicto XVI una cita del propio papa Montini: “Podría decir que siempre he amado a la Iglesia (...), y que por ella, no por otra cosa, me parece haber vivido. Pero quisiera que la Iglesia lo supiera”1. “¿Qué se puede añadir a palabras tan altas e intensas?”, decía el papa Ratzinger en Brescia. “Solo quisiera subrayar esta última visión de la Iglesia pobre y libre (...)”, añadía el Papa actual. decía también: “Pablo VI dedicó todas sus energías al servicio de la Iglesia, siendo lo más conforme posible a su Señor Jesucristo, de modo que, al encontrarla, el hombre contemporáneo pudiera encontrar a Jesús, porque de Él tiene necesidad absoluta”2. Conciencia, renovación, diálogo: estas son las tres palabras claves, elegidas por Pablo VI para expresar sus “pensamientos dominantes” -como él los define- al comenzar su ministerio. Desde el comienzo de su ministerio, Pablo VI sentó ya las bases de lo que quería para la Iglesia: conciencia, renovación y diálogo. Cuando nos disponemos a celebrar el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II, cuyas sesiones él mismo continuó tras la muerte de Juan XXIII, recordaremos aquí su figura y revisaremos hasta qué punto se ha cumplido o no esa triple propuesta suya a lo largo del último medio siglo de andadura eclesial. Las tres palabras tienen que ver con la Iglesia: toma de conciencia de lo que ya es la Iglesia (y de lo que está llamada a ser con más empeño); renovación y reforma permanentes, promovidas por el Concilio (en el que él tuvo desde el principio de su ministerio puestos los ojos); y diálogo {ad intra y ad extra) o “coloquio”, tal y como él llama al diálogo. La palabra “coloquio” introduce un matiz familiar y cercano, importante, porque es muy difícil dialogar desde fuera. Estos son, precisamente, los tres grandes capítulos de la encíclica Ecclesiam Suam, su primera encíclica programática, aparecida en el Ferragosto romano de 1964, con un tema único: los “caminos de la Iglesia”3. Y estas son, también, las tres grandes líneas de fuerza que compendian el primer gran discurso que el papa Montini dirige a la asamblea conciliar (y al mundo entero) en la

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solemne apertura de la segunda sesión del Vaticano II, casi un año antes de que apareciera la encíclica. El documento papal ve la luz un 6 de agosto de 1964. Y la apertura de la segunda sesión conciliar fue un 29 de septiembre de 1963 (casi un año antes). Se pueden poner en paralelo para ver las coincidencias, no casuales, entre la encíclica y el trascendental discurso de apertura de la segunda sesión del Concilio, solo tres meses después de la elección de Montini como papa4. Todo un programa pastoral. En torno a estos tres quicios (conciencia de lo que está llamada a ser la Iglesia, renovación y diálogo) quisiera yo que girara este Pliego de Vida Nueva. ¿En qué momento de estas tres grandes propuestas (“conciencia eclesial”, “renovación o reforma eclesiales” y “diálogo ad intra y ad extra” nos encontramos hoy día? ¿Qué tareas, a mi juicio, quedan pendientes todavía después del Vaticano II? TOMAR CONCIENCIA DE LO QUE ESTÁ LLAMADA A SER LA IGLESIA

La Ecclesiam Suam (1964) se subtitula así: Los caminos de la Iglesia. Más exactamente: Sobre los caminos que la Iglesia católica debe seguir en la actualidad para cumplir su misión. Esto de los “caminos” a Pablo VI le gustaba mucho, puesto que su visión del hombre, su concepción humanista, era la misma de Gabriel Marcel (y de otros muchos pensadores del momento): el ser humano lo es en tanto que “caminante” (homo viator). Así pues, ¿cuáles son los caminos de la Iglesia? ¿A qué está llamada la Iglesia por voluntad de Cristo? ¿Qué se espera de ella? ¿Hacía qué metas debe tender, si quiere ser fiel a su Maestro y Señor? ¿Qué caminos debe recorrer, sin apearse ni un segundo? La Iglesia está llamada a ser una familia: el “Pueblo del encuentro” Una familia se construye por la comunión fraterna, por el

encuentro gozoso de todos sus miembros en un mismo pueblo o una misma congregado. La familia de Jesucristo se construye por la aceptación de la Palabra de Dios, por compartir unos mismos sacramentos (y muy especialmente la Eucaristía), y por obedecer a aquellos pastores que Cristo ha puesto al frente de su grey. La Iglesia está llamada a ser un Pueblo del encuentro. Es el nuevo Pueblo de Dios en continuidad con el Pueblo de Israel. Pueblo elegido. Pueblo de la alianza. Pueblo de los grandes destinos. No es que Pablo VI se prodigue demasiado en utilizar la imagen bíblica del “Pueblo de Dios”. Al menos, en la Ecclesiam Suam no aparece apenas, pero sí aparece el término bíblico congregatio (ES, 24). Y, sobre todo, aparece, “cuerpo de Cristo”. Y aunque en el n. 38 de la encíclica hace alusión de paso a la Iglesia como Pueblo de Dios, fue sobre todo el Vaticano II el que, en Lumen Gentium -como es sabido- empleó más esta imagen de la Iglesia como Pueblo: pueblo del éxodo, pueblo peregrino, pueblo del encuentro entre todos los ciudadanos del Reino de Dios, plebs Dei, según lo que dice la

Primera carta de Pedro: “Los que antes erais no pueblo, sois ahora pueblo de Dios...” (1 Pe 2,10). El Pueblo de Dios es uno. Pastores y fieles pertenecen a la misma familia. No hay compartimentos estancos en esta comunidad o familia llamada Iglesia. Pablo VI insistía mucho en lo que él llamaba el senso della Chiesa, que no es otro que el sentido de pertenencia a la misma familia. Pastores y fieles, dentro de un mismo e idéntico Pueblo, deben sentirse corresponsables. En una palabra, vivir la comunión eclesial es una exigencia que toca a todos: a la jerarquía y al laicado5. Después de que, una vez votada en el aula conciliar, se aprueba la Lumen Gentium, Pablo VI empleará el título de Pueblo de Dios referido a la Iglesia con bastante profusión. No antes, para no influir en los padres conciliares. Así pues, en la Iglesia, los términos “pueblo del encuentro”,

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vm

“congregatio”, “familia”, “comunión” le son familiares a Pablo VI. La palabra “encuentro” le gustaba mucho y la usaba ampliamente y en diversas direcciones: Encuentro de la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, con el Pueblo de la antigua Alianza, el Pueblo judío. La Iglesia se ve a sí misma en línea de continuidad con el Pueblo de Israel. San Pablo hablará del “nuevo Israel” (cf. Flp 3, 5; Ef 2,12; Rm 9, 6.31). Cristo, derribando fronteras, “ha hecho de los dos pueblos uno solo” (Ef 2,14). Pienso que, en el capítulo este de las relaciones Iglesia-Pueblo de Israel se ha profundizado bastante en los últimos años. A pesar de los altibajos en el diálogo interreligioso con los judíos, sin embargo, hemos llegado a niveles importantes de relación y compenetración. A Pablo VI se deben algunas de las primeras aproximaciones en el diálogo interreligioso con los judíos6. Los cristianos, discípulos del Señor, viven un encuentro entre sí y con sus pastores. Unas Iglesias particulares se encuentran con otras. Y todas, con la Sede de Pedro. Dice Lumen Gentium: “Dentro

de la comunión eclesial, existen legítimamente las Iglesias particulares con sus propias tradiciones, sin quitar nada al primado de la Sede de Pedro. Este preside toda la comunidad de amor, defiende las diferencias legítimas y, al mismo tiempo, se preocupa de que las particularidades no solo no perjudiquen a la unidad, sino que más bien la favorezcan” (LG, 13). Todos realizamos, en comunión, encuentro profundo con Cristo Jesús, Maestro y Señor, único Pastor y ‘Episcopus plebis Dei’, como proclama bellamente el mosaico del arco que

separa el presbiterio del resto del templo en la basílica de Santa María Maggiore de Roma (siglo V). Por eso, el leitmotiv que, en su primera parte, repite constantemente la encíclica Ecclesiam Suam es este: “Iglesia, únete más a Cristo; redobla tu fidelidad a Él. Así es como podrás profundizar mejor en el conocimiento de ti misma”. Llamada a ser “comunión de vida” Este descubrimiento del misterio de Cristo en el corazón de la Iglesia conduce a descubrir que también la Iglesia “es misterio”. Es precisamente “misterio de comunión y de unidad”. La comunión en la Iglesia es ya una realidad, pero también es un reto, un permanente desafío, sobre todo frente a la división. Hoy, como entonces, existe ese resquebrajamiento en el interior de la propia Iglesia católica, y todavía no disfrutamos de la perfecta unidad de comunión entre todas las otras Iglesias cristianas. El papa Montini partía teológicamente del único Maestro y Señor; de la única cabeza que da unidad al cuerpo (cf. LG, 7); de la única cepa de cuya comunión viven los sarmientos de la vid (cf. Jn 15,1-5; LG, 6), para llevarnos después a descubrir la unidad de la Iglesia. Una Iglesia diversa en sus miembros, de estilos variados, aunque en armonía y compenetración por el amor. Las consecuencias de este proceso, llamado “cristocéntrico”, me parecen trascendentales para el camino hacia la unidad de los cristianos y para una labor de profundización en la comunión eclesial, tan necesaria hoy en todos los ámbitos y manifestaciones de la Iglesia católica. Es verdad que la “comunión” no está reñida con la “diversidad”, siempre que esta no sirva de pretexto para introducir serias fisuras y divisiones en el Cuerpo de Cristo. Claro, que la llamada a la “comunión” tampoco debe servir para imponer una sola voz, una misma sensibilidad y una ausencia de diálogo en todo aquello que sea opinable y objeto de debate. Mucho menos, para volver a la vieja tentación del “ordeno y mando”. Si los cristianos (tanto los católicos entre sí como en sus relaciones con los otros cristianos, aún “no en perfecta comunión”) encuentran en el misterio de Cristo la raíz de su comunión, tendrán que hacer un esfuerzo por remitirlo todo a Él. Este razonamiento evita un “eclesiocentrismo” exagerado y, por supuesto, una excesiva e imperiosa polarización centrista en la Iglesia católica romana, como

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existió en otros tiempos. Es, precisamente, en Cristo -o sea, en la unión de los miembros a la cabeza y de los sarmientos a la vid- donde los cristianos encontrarán la unidad plena de comunión, que urgentemente necesitan, para testimoniar el Evangelio. Pero siempre -insisto- con la mirada puesta en Cristo y no en los “intereses” de ninguna de las Iglesias cristianas, que, como dice Christian Duquoc, siempre serán “Iglesias provisionales”7. Le parecía a Pablo VI que, si se buscaba “un concepto o definición más pleno de Iglesia” -primer objetivo que él trazó para el Concilio-, se habría dado un paso importante de cara a la unidad de los cristianos. Y él lo encontró en lo de Ecclesia, communio (“Iglesia, comunión”). Pero, con esta definición de Iglesia, no solo se habrían dado pasos hacia la unidad tan urgente de los cristianos, “para que el mundo crea” (Jn 17, 21); sino que también -le parecía al Papase habrían

cambiado la óptica y el punto de mira de la Iglesia en su relación con la sociedad y el mundo. Nunca más una Iglesia de condenas o anatemas, sino una Iglesia fiel a Cristo, testimoniándole a Él en el día a día. Y también una Iglesia comprensiva, misericordiosa, dialogante con el mundo de su tiempo. Esta “comunión fraterna”, según Pablo VI, hay que irla trabajando en los siguientes niveles de Iglesia: En primer lugar, entre los propios fieles, en el seno de cada una de las Iglesias. La Iglesia es comunión de fieles, encuentro de hermanos. En segundo lugar, entre las Iglesias particulares

o locales. La Iglesia es una comunión de las Iglesias esparcidas por el mundo (y habrá que hacer comunión o encuentro, primero y ante todo, con las que están más cerca). De tal manera que debemos tomar conciencia de la Iglesia universal a partir de las Iglesias locales en las que cada uno vive su fe. Porque, efectivamente, “las Iglesias particulares están formadas a imagen de la Iglesia universal”. Y solo “en ellas y a partir de ellas existe la Iglesia católica, una y única” (LG III, 23). En tercer lugar, la comunión fraterna se realiza en la comunión de los obispos entre sí, y con el Obispo de Roma. La Iglesia es una comunión de obispos. De aquí surge la colegialidad y la sinodalidad (aspectos en los que, a mi juicio, se debe seguir profundizando y yendo cada vez más lejos). Hacer caminos juntos: esto es precisamente la sinodalidad. El papa Juan Pablo en la encíclica Ut Unum Sint, decía que el “obispo de Roma pertenece a su colegio [al colegio de los obispos] y ellos son sus hermanos en el ministerio” y “lo que afecta a la unidad de todas las comunidades cristianas forma parte obviamente del ámbito de preocupaciones del primado” (UUS, 95). Añadía: “Estoy convencido de tener al respecto una responsabilidad particular, sobre todo al constatar la aspiración ecuménica de la mayor parte de las comunidades cristianas y al escuchar la petición que se me dirige de encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva” (Ibid.). En el n. 96 pedía una ayuda no retórica: “Tarea ingente que no podemos rechazar y que no puedo llevar a término solo...”. Parece un ejercicio de humildad. Por aquí pueden abrirse todavía caminos inexplorados. Y finalmente, en cuarto lugar, la comunión eclesial en cuanto tal, según el papa Montini, constituye el modelo de comunión entre pueblos y naciones. No que el mundo deba configurarse a imagen y semejanza de la organización eclesial, no; sino que, mediante la Iglesia, el mundo de todos los tiempos debería ser invitado permanentemente a ser familia solidaria, pueblos hermanados, comunidades vivas en camino. Pablo VI hacía suyo el texto de los profetas de la Vieja Alianza: “Como estandarte levantado, como señal orientadora de pueblos y naciones” (Cf. Is 11,12; 5, 26; Jr 5,15-17; 6, 22-30). Son imágenes elocuentes y significativas. Pablo VI las emplearía repetidas veces, al igual que lo hace el Vaticano II para hablar de la Iglesia como signo o señal de universal comunión (SC, 2)8.

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¿No les parece a ustedes que, después de esta visión de la Iglesia (Iglesia- familia, Iglesia-comunión de vida, Iglesia-pueblo del encuentro), aún queda mucho camino abierto (camino ecuménico y camino misionero)? Por cierto, habrá que seguir profundizando en la exhortación apostólica postsinodal Evangelii Nuntiandi de Pablo VI, documento que sigue siendo ampliamente citado, y sobre el que volverán una y otra vez, a buen seguro, los obispos en el próximo Sínodo ya anunciado sobre

la Nueva Evangelización de los pueblos. Un camino abierto, para nuestras Iglesias locales y para nuestras parroquias. Una parroquia, hoy, no puede ser ya por más tiempo un mero centro administrativo o burocrático de lo religioso, sino una verdadera comunidad de comunidades misioneras, abiertas, con el mensaje de Cristo siempre a punto. Parroquias aglutinadoras, unificadoras de distintos movimientos o grupos eclesiales vivos y activos, dinámicos y evangelizadores. Precisamente, en esta hora secular del mundo, un mundo descristianizado, convertido ya en auténtico terreno de misión. RENOVAR REFORMAR LA IGLESIA Toda la segunda parte de la Ecclesiam Suam está dedicada al tema, tan querido por Pablo VI, de la renovación y reforma de la Iglesia9. ¿Renovar o reformar? La palabra “reforma”, todavía hoy, parece que a algunas personas (especialmente, entre los católicos) les evoca conflictos de otras épocas (por ejemplo, los del siglo XVI con la Reforma protestante). Pablo VI no eludía la palabra

“reforma”, a la que siempre quería dar su justo significado dentro de la Iglesia católica10. En la encíclica la empleó, al menos, hasta seis veces, y en su magisterio posterior volvió sobre ella en innumerables ocasiones. Pero permítaseme una observación, aunque solo sea de paso: en la redacción de la encíclica -que, según se sabe, él hizo en italiano-, usa el término “reforma”, distinguiéndolo del de rinnovamento, o su equivalente latino renovatio. Pues bien, curiosamente, la palabra “reforma”, en la encíclica, fue siempre traducida al latín por renovatio, y no por la que me parece que correspondería mejor al original, salido de su pluma, y que sería reformatio. Me parece, pues, que en la versión más oficial latina de la encíclica no se respetaba un matiz que sí aparecía en la versión italiana que Pablo VI había redactado. Probablemente, alguien posteriormente quiso “suavizar”, en la “versión oficial latina”, una expresión que podría haber sonado, en los piadosos oídos de algunos católicos (o miembros de la Curia, tal vez), a música estridente o excesivamente fuerte. ¿Qué duendes, sin duda bien intencionados, pero probablemente más papistas que el papa, se infiltraron en la última redacción de la Ecclesiam Suam para enmendarle al mismísimo Papa su clara intención reformista? Cualquiera que sea la explicación que se quiera dar, lo que nos interesa, sobre todo, es dejar claro aquí que, efectivamente, Pablo VI distinguía en la encíclica -y todavía más en su posterior magisterio- entre renovación y reforma, dando un matiz más general y de conversión interior a la palabra renovación y dejando, en cambio, el término reforma, que nunca rehusó, para cuando se hablara de cambiar algunas estructuras de la Iglesia o modificar el Código de Derecho Canónico. Creo honestamente que todavía no se han extraído todas las consecuencias prácticas que, para el ecumenismo, no menos que para el diálogo con el mundo de nuestros días, encierra este principio de los Padres de la Iglesia: Ecclesia semper reformando.

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Como ya dijimos, en la Ut Unum Sint, el papa Juan Pablo II pediría, andando el tiempo, sugerencias, aportaciones, propuestas y ayudas para reformar el modo concreto de ejercer el Primado de jurisdicción en la Iglesia. Así parece desprenderse de esta pregunta que es un ruego: “La comunión real, aunque imperfecta, que existe entre todos nosotros, ¿no podría llevar a los responsables eclesiales y a sus teólogos a establecer conmigo y sobre esta cuestión [la “cuestión del ejercicio del Primado”] un diálogo fraterno, paciente, en el que podríamos escucharnos más allá de estériles polémicas, teniendo presente solo la voluntad de Cristo para su Iglesia, dejándonos impactar por su grito ‘que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado’ (Jn 17, 21)?”11. Una Iglesia amada, antes que pensada y criticada Pablo VI amaba, primero; y estudiaba, después. Por este orden. Esta fue su norma. La practicó con las personas, y la hizo realidad con el misterio de la Iglesia. No rechazaba la crítica a la Iglesia, cuando se hacía desde el amor. Pero pedía una Iglesia amada y servida en sus arrugas y defectos de madre... Precisamente, desde el amor que él profesaba a la Esposa de Cristo y, tal vez, simplificando un poco, el papa Con el ortodoxo Atenágoras en Jerusalén Montini clasificaba o dividía en tres las actitudes que cabe adoptar frente a la Iglesia: la indiferencia, la crítica (que puede ser destemplada o constructiva) y el enamoramiento12 (no se entienda en sentido romántico). En primer lugar, estarían los indiferentes. Los llama el papa Montini “vagabundos en el desierto del misterio”. Son los que no se preocupan por la cuestión religiosa. Piensan que la “cuestión religiosa” es una cuestión menos importante, apenas tiene relieve. Hoy, aparentemente, muchos andan por aquí. Consideran, tal vez, que la fe se ha ido difuminando en la sociedad. 0 que es algo tan íntimo y subjetivo, que no es necesario vivirlo dentro de ninguna comunidad eclesial. Y mucho menos con repercusiones en la esfera de lo público... En segundo lugar, estarían los críticos: estos pueden ser positivos, unos; negativos, otros. Actitud esta muy de moda. Quizá más todavía en tiempos del papa Montini, con toda la contestación postconciliar. Cree ver el Papa -como decimos- dos categorías distintas de crítica: positiva, una; negativa, la otra. Los críticos positivos se orientan hacia la verdad. Contemplan la Iglesia en toda su profundidad. La quieren más bella, más acorde con las enseñanzas de Jesús. Hubo en la historia grandes “reformadores”, que, sin salirse de la Iglesia, la impulsaron hacia una presencia de Cristo más viva y eficiente en medio del mundo. En tercer lugar, se sitúan -lejos de romanticismos estériles- los enamorados de la Iglesia. Son los que aman a la Iglesia como es: divina y humana, misteriosa y contingente, sublime y defectuosa, carismática e institucional. Cree el Papa ver a la Iglesia “perfecta en el pensamiento de Cristo (cf. Ef 5, 27), pero perfectible en nuestra experiencia y deseo”13. No es necesario evadirse hacia el sueño de una Iglesia meramente carismática, exenta de instituciones u organizaciones humanas. Como veremos enseguida, solo hay una Iglesia. Y esta es carismática e institucional, invisible y visible. Del amor a la Iglesia surge el deseo de la renovación personal -la de sus miembros- y el de la reforma de sus estructuras e instituciones. Del amor a la Iglesia, del fervor y de la entrega, surge la Iglesia misma. Por tanto, la visión que algunos han dado de Pablo VI como la de un reformista conservador o como la de un maquillador de rostros eclesiales, para que todo continúe siendo igual, no se corresponde al ímpetu renovador que este Papa imprimió a la Iglesia de Cristo. DIALOGAR PARA CONSTRUIR

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12 Año de la fe

Pablo VI creía en el diálogo. Es por lo que lanza una propuesta en la Ecclesiam Suam, que mantendría siempre en pie a lo largo de su pontificado. Son sus famosos círculos de interlocutores: La Iglesia, “experta en humanidad”, quiere dialogar con los hombres de cada época, allí donde estén, y en la situación que se encuentren. Apostar por el diálogo es sentarse a escuchar, dejarse interpelar, provocar respetuosamente, y formular respetuosamente muchas preguntas. La Iglesia establece un círculo más cercano de interlocutores, el de los que creen en Dios, los que han abrazado algunas de las grandes religiones monoteístas: hebreos, musulmanes, los seguidores de las grandes religiones afroasiáticas. ¿En qué momento nos encontramos en lo que se refiere al diálogo interreligioso? 3- El diálogo con las Iglesias y comunidades cristianas, todavía separadas o no en perfecta comunión. Mucho camino se ha hecho desde Juan XXIII hasta Benedicto XVI, pasando por Pablo VI, el Concilio Vaticano II y Juan Pablo II. Quanta est nobis via?, se preguntaba Juan Pablo II en la Ut Unum Sint (UUS, III). El diálogo dentro de la propia Iglesia católica romana. Diálogo que a Pablo VI le llevó, entonces, por la “calle de la amargura”, y que -a mi modo de ver- sigue siendo un gran reto, un desafío aún hoy día, en que vemos grupos, sectores y bloques enteros de Iglesia enfrentados, reticentes, un tanto atrincherados en las propias posiciones. ¿Estamos en la etapa del postdiálogo? En el décimo aniversario de la muerte de Pablo VI (celebramos el 33° aniversario el 6 de agosto de 2011), se reunieron -bajo los auspicios de la Scuola di formazione teológica di Bassano del Grappa- estudiosos del pensamiento, de la figura y obra del papa Montini. Fue un encuentro provechoso14. Monseñor Giuseppe Colombo, prestigioso teólogo, presidente de la Facultad Teológica de Italia

Septentrional, habló del sensus Ecclesiae (del sentido de la Iglesia) en Pablo VI. La opinión de Colombo era, entonces, la siguiente: “(...) No es fácil volver al tiempo del diálogo, hoy que vivimos en el tiempo del postdiálogo”15.

Después de la caída de los muros de la Guerra Fría, se opina, más que se dialoga. La pasión por el diálogo parece cosa de tiempos pasados. Tiempo gris el nuestro. Tiempo de opiniones. Todas iguales. Todas respetables. Opiniones confrontadas, a veces pretexto para la polémica. En este contexto histórico, a Colombo le parecía que la Ecclesiam Suam corría el riesgo de pasar por la encíclica de los años 60: los años en los que el diálogo era una necesidad vivida y compartida. El choque o confrontación de las ideologías así lo requería. Pero, ¿qué ocurre hoy, cuando las ideologías parecen haber desaparecido? ¿Estamos en la época de proclamar certezas? ¿No es necesario ya contrastar verdades? Algunos creemos que es necesario recuperar el talante, el estilo, en el que está escrita la Ecclesiam Suam: el de la humildad de los pastores de la Iglesia que se sientan a dialogar con el mundo de hoy, con creyentes y no creyentes, además de buscar entendimiento con los hijos de la Iglesia, y, en el caso de los obispos, con los hermanos en el episcopado. Así lo ha entendido, de cara a los no creyentes, Benedicto XVI, quien ha promovido el foro conocido como el Atrio de los Gentiles. Recuperar el estilo dialogante como una permanente actitud de Iglesia Pablo VI había roto ya con el viejo modelo de Iglesia y había apostado por otros modelos como los del teólogo de Friburgo Charles Journet. Él mismo se mostraba dispuesto a ir aggiornando la vieja eclesiología.

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He aquí, por tanto, un papa que se sienta, como un discípulo, a escuchar y preguntar (que esto es el diálogo) con todos los miembros de la Iglesia también con aquellos que, fuera de la Iglesia, la contemplan como un referente importante en medio de los conflictos y problemas del mundo postmoderno. ¿Buenas intenciones? ¿Palabras? ¿Deseos colgados de las nubes? No debiera ser así. Por eso, todo diálogo está pidiendo plataformas concretas. La vida nuestra de cada día, tan movida hoy; las emigraciones; la presencia de misioneros en numerosos países reclaman una colaboración práctica: jornadas de estudio, intercambios teológicos, reuniones de oración y comunicación de experiencias religiosas, acciones humanitarias y caritativas, esfuerzos en pro de la paz y de la justicia... Es mucho lo que queda por hacer en lo que se refiere a la toma de conciencia y a la coordinación de todo lo relativo al desarrollo social y económico de pueblos y países enteros. La búsqueda de la verdad ya se está haciendo realidad en el estudio común que están llevando a cabo las distintas asociaciones judeo-cristianas o cristiano-musulmanas, y que no hay que dejar de alentar. Cuando se creó el Secretariado para los no cristianos, muchas iniciativas de estas asociaciones fueron secundadas por la Santa Sede. El “lenguaje respetuoso” es otro de los presupuestos del diálogo en el camino de construcción de unas relaciones positivas en el campo interreligioso. Se han ido eliminando, poco a poco, expresiones que pudieran resultar molestas o hirientes. Al hablar, por ejemplo, de los judíos, fueron desapareciendo palabras que podían resultar insultantes, como “deicidas”, “pérfidos”, etc. El espíritu del Vaticano era precisamente este. Resulta significativo que, en los diálogos bilaterales y multilaterales llevados a cabo por las Iglesias, así como en el trabajo realizado por Fe y Constitución -el brazo teológico del CEI (Consejo Ecuménico de las Iglesias)-, sobresalen siempre los mismos grandes núcleos temáticos de la teología, que preocupan a los ecumenistas y a las propias Iglesias: Justificación y gracia, Ministerio ordenado, Bautismo, Eucaristía. Pero, sobre todo, el modelo, el tipo de reunificación final que se persigue. ¿Hacia dónde nos encaminamos con la tarea ecuménica? ¿Qué modelo de unidad perseguimos unos y otros? Cuando hablamos de la una y única Iglesia de Jesucristo, ¿cómo entienden esta unidad los teólogos de una confesión y los de otra? Son cuestiones que se van dilucidando, gracias al estudio y profundización de los teólogos. Desde hace ya muchos años, en el campo cristiano, se ha venido haciendo una teología ecuménica: es decir, una reflexión conjunta entre todas las Iglesias cristianas sobre algunos de los contenidos fundamentales de nuestro credo. Con los acentos propios de cada confesión, recogiendo matices y sensibilidades propios de cada Iglesia, pero con el empeño serio de llegar a convergencias doctrinales sobre temas que en el pasado fueron motivo de discordia. CONCLUSIÓN Lo más importante de la encíclica Ecclesiam Suam sigue siendo que, detrás de su estilo dialogante, hay un modelo de Iglesia que el Papa propone. Un modelo que ya no tiene que ver con el de la “Iglesia piramidal”: una Iglesia en la que las responsabilidades se van diluyendo o esfumando conforme se va descendiendo por la pendiente de la pirámide en la que en la cúspide están los pastores de la Iglesia, en el vértice el Papa, hasta llegar a la base en que se situarían los fieles, los

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laicos, que sostendrían la pirámide sobre sus hombros y cuya tarea sería la de obedecer sin más. El modelo de la Iglesia como communio (ierarchica communio) es otro modelo distinto al que estábamos acostumbrados antes del Vaticano Este modelo (el de Iglesia como “Pueblo del encuentro” o el de “familia corresponsable”) sigue abierto a ulteriores profundizaciones teológicas y prácticas. Nos parece, efectivamente, que todavía resta mucho camino abierto en una visión de la Iglesia como “comunión de Iglesias”. Dios quiera que lo vayamos recorriendo en el presente ya, para forjar el futuro. También, para que nuestra Iglesia católica siga ejerciendo la misión y función que le competen, al lado de las otras Iglesias cristianas (aún no en perfecta comunión), en el mundo concreto que nos ha tocado en suerte y por el que Cristo se entrega, cada día, sin reservas.

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3.- El Concilio Vaticano II, a cincuenta años*

Pbro. Dr. Alejandro W. BUNGE

SUMARIO: I.- Contexto histórico del Concilio. 1.- Fin del colonialismo. 2.- Rápida industrialización. 3.- La televisión. II.- El “fin de cristiandad”. III.- Orientaciones teológicas y pastorales entre 1940 y 1960. 1.- La teología. 2.- La pastoral. IV.- Documentos del Concilio. 1.- Tipos de documentos. 2.- Valor magisterial de los documentos. 3.- Documentos conciliares. V.- Apéndice: Algunas fechas en torno al Concilio.

El 11 de octubre de 1962 se inauguró el Concilio. Ese día fue un punto culminante de un largo camino de preparación, pero sobre todo el inicio de un acontecimiento eclesial que marcó el profundamente a la Iglesia del final del siglo pasado y de lo que llevamos recorrido del presente. Servirá recorrer de una sucinta sus hitos principales, para comprender su relevancia trascendental. I.- Contexto histórico del Concilio Cuando surge el Concilio no hay, como en el caso de otros anteriores, errores doctrinales o prácticas morales que necesiten una corrección urgente. No hay situaciones destacadas que exijan una toma de posición. Sin embargo, Juan XXIII decía el 6 de enero de 1962 a las Comisiones preparatorias, en vísperas de la inauguración del Concilio, una frase que recién después pudo entenderse en todo su sentido:

“El Concilio constituye una nueva epifanía, y es esperado no sólo por los católicos, sino también por los hombres de todo el mundo; la Iglesia se encuentra en el umbral de una nueva época”. Podemos ver esta nueva situación al menos en tres hechos importantes, como son el fin del colonialismo, la aceleración de la industrialización y la aparición de la televisión. 1.- Fin del colonialismo El fin del colonialismo en África y Asia tiene consecuencias mucho más visibles, en el mundo y en la Iglesia, que el de América en el siglo pasado. Algunas fechas de la independencia de países en África y Asia son: Indonesia en 1945, Filipinas en 1946, India en 1948, nacimiento de Israel en 1948, Libia en 1951, Argelia en 1962 (¿1957?), Marruecos en 1956, Sudán en 1956, Ghana en 1957, Congo en 1960, Kenya, Uganda Madagascar. La presencia del Tercer Mundo en el concierto de las naciones cambia en forma muy rápida. Para la Iglesia nace también la dificultad de la inculturación, es decir, expresar su fe en las culturas hasta ese momento dominadas y sepultadas por la europea, que la Iglesia usaba también en su

* Es la primera parte de la Conferencia inaugural del Curso “Parroquia y nueva evangelización: a cincuenta años del

Concilio”, dado por la Facultad de Derecho Canónico de la Pontificia Universidad Católica Argentina, del 28 al 30 de agosto de 2012, que será publicada en su integridad en el AADC 18 (2012).

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predicación y en su liturgia. Además, el crecimiento de la población se daba, en 1950 en una proporción de 2 a 1 en estos pueblos respecto a los países desarrollados, y crecía de 3 a 1 en 1970, y llegará a ser de 5 a 1 en el 2000. 2.- Rápida industrialización Los descubrimientos de la ciencia y su aplicación por parte de la técnica dan un fortísimo impulso a la industria y crece muy rápidamente la renta anual en los países industrializados. Esto lleva a un rápido crecimiento del nivel de vida. Comienzan, entonces, a manifestarse todos los síntomas que después nos permitirán caracterizar a la “sociedad de consumo”. Además, y junto con esto, crecen en todo el mundo las grandes ciudades y se vacía el campo. 3.- La televisión En ese tiempo de cambios, la aparición de la televisión (año 1953 en Italia) permite también un rápido conocimiento y propagación de los nuevos hábitos y cambios de mentalidad. Funciona como un factor multiplicador en un proceso de transformación ya por sí mismo suficientemente acelerado. Cambia el ritmo de vida, el día se alarga (todos se quedan “viendo televisión”). Crecen las necesidades (que son siempre relativas, no necesidades absolutas). Se modifica la familia porque se reduce el número de sus componentes y se multiplican las evasiones, se reduce el diálogo familiar. Los valores que priman son los de lo “lo útil”, lo que “funciona”. En definitiva, el mundo ya no tiene las características de poco tiempo atrás, en el que, con sus más y sus menos, se había logrado una cierta síntesis entra la vida y el Evangelio, y en el que la Iglesia

tenía su lugar como guardiana de los valores evangélicos en una sociedad que se

estructuraba fundamentalmente a través de ellos. La Iglesia deja de ser escuchada cuando aplica el Evangelio a lo económico, lo político, lo social. La situación que presentaba la organización política, social y religiosa de occidente antes de todos estos cambios se

expresaba sintéticamente

diciendo que se trataba de una “cristiandad”. Una organización política, social y religiosa impregnada del espíritu cristiano, si no en toda la profundidad que este espíritu puede alcanzar, al menos en sus formas. Pero la transformación ocurrida hizo surgir irremediablemente la pregunta: ¿es posible todavía hablar de “cristiandad”, o es éste un concepto que hay que considerar superado? II.- El “fin de cristiandad” Pío XII (1939-1958) fue un gran Papa, de una gran actividad, desarrollada en numerosos campos, sobre todo a través de su magisterio, que se extiende a variadísimos temas y que revela con un gran esfuerzo por llegar con la enseñanza y la predicación de la Iglesia a todas las nuevas situaciones que planteaban los cambios que vivía el mundo. Dio un gran impulso renovador a las ciencias teológicas y bíblicas1.

1 Cf. Encíclicas Mystici Corporis, sobre la Iglesia, y Divino Afflante Spiritu, sobre el estudio de la Escritura, entre otras.

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Entre las limitaciones de su pontificado se puede señalar su estilo centralizador, que lo llevó a decir posteriormente al Cardenal Domenico TARDINI que “no quería colaboradores sino ejecutores”. Mantuvo vacante el puesto de Secretario de Estado después de la muerte del Cardenal Luigi

MAGLIONE (+1944), y quienes fueron a partir de allí sus secretarios, Mons. Domenico TARDINI y Mons. Giovanni Battista Enrico Antonio Maria MONTINI, no fueron Obispos durante el desarrollo de ese oficio. Esto lo llevó a un cierto aislamiento. Tenía una clara visión de lo que significaban los cambios que se vivían, pero prácticamente ningún diálogo con los Obispos, y por eso mismo perdía el contacto directo con las nuevas situaciones. Esto se ve, por ejemplo, en el concordato con España firmado en 1953, donde se reconocen y se reivindican las prerrogativas de la Iglesia frente al Estado español

como si se estuviera en plena cristiandad (no tardó en ser modificado, en 1976). De la misma manera, la prohibición de dar los sacramentos (excomunión) a los miembros del partido comunista decretada el 30 de junio de 1943 mostraba la actitud de defensa desesperada de la cristiandad sin conexión con la realidad, ya que fue una medida totalmente ineficaz (no disminuyeron ni los afiliados ni los votantes del partido). Pero además debe señalarse que, según resulta de los estudios más actualizados ya desde el año 1948 Pío XII había pensado en la convocatoria de un Concilio para la Iglesia universal, aunque no se consideró con la energía suficiente para realizarla, pensando que le correspondería hacerlo a un Papa más joven. Quiso Dios que en realidad fuera Juan XXIII, elegido para el oficio primacial a menos de un mes de cumplir los 77 años, que lo convocó menos de tres meses después de haber asumido su oficio. III.- Orientaciones teológicas y pastorales entre 1940 y 1960 Rastreamos aquí, de una manera sólo indicativa, algunos impulsos renovadores de la Iglesia que se ventilaban en los ambientes académicos y pastorales. 1.- La teología El pensamiento teológico en el período indicado abarca un amplio espectro que puede resumirse en dos posiciones fundamentales: una orientación más abierta en la periferia, una posición más cauta en el centro (Vaticano y centros de estudios de Roma). Pero dentro de ese período se fue dando claramente una evolución. Muchos intentos de renovación que al principio son muy resistidos terminan siendo las ideas fundamentales en la teología renovada del Concilio2. Algunos autores, como DE LUBAC3 o DANIÉLOU4 entre los jesuitas y CONGAR5 y CHENU6 entre los

2 Una publicación de R. AUBERT, La théologie catholique au milieu du XXe siècle, Tournai-Paris, 1954, presenta un

excelente resumen de las posiciones teológicas del momento, que parece, sin embargo, una presentación de la teología postconciliar. Hasta tal punto se reflejó en el Concilio el pensamiento renovador de los años que lo precedieron.

3 Fue retirado de la enseñanza por sus superiores en 1950 (después de la publicación de la Encíclica Humani generis el 12 de agosto de 1950) y sus libros fueron retirados de las bibliotecas jesuitas (en 1946 había escrito Surnaturel; en 1953 publicó Méditations sur l'Eglise, libro que impactó mucho a Montini, después Papa Pablo VI que lo leía continuamente).

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dominicos, fueron mirados con recelo y sospechas al comienzo, incluso fueron objeto de algunas medidas restrictivas, y terminaron siendo redactores o inspiradores de algunos de los documentos del Concilio. De la misma manera, la interpretación del papel del hermano mayor en la parábola del hijo pródigo en un libro del P. MAZZOLARI7, prohibido por el Santo Oficio, es asumida por JUAN PABLO II en la Encíclica Dives in misericordia. También podemos mencionar a MARITAIN8, filósofo laico francés, promotor de la autonomía de los laicos en su actuación temporal y política, aunque las críticas del Card. OTTAVIANI y del P. MESSINEO9 no prosperaron y no hubo para él sanciones ni prohibiciones. 2.- La pastoral En lo pastoral se dieron algunos pasos novedosos, como el intento de los sacerdotes obreros (Francia, desde 1945), frenados desde Roma a partir de 1953 y más firmemente en 1959. Los pedidos más intensos de renovación apuntaban a la reforma de la liturgia, al uso de las lenguas vernáculas en las celebraciones de la Misa y demás Sacramentos, un mayor diálogo con los otros cristianos, la reforma del Índice de los libros prohibidos, la simplificación del hábito eclesiástico, la introducción del diaconado permanente para hombres casados, el respeto por la libertad de los laicos en cuestiones políticas y su mayor participación en el gobierno de la Iglesia, el control de los nacimientos, la guerra y el armamento atómico10. Como se ve fácilmente al analizar los documentos conciliares, prácticamente todos estos asuntos presentados por las Conferencias episcopales, los Obispos y los organismos consultados al preparar el temario del Concilio, fueron después temas tratados en el aula Conciliar y campo de decisiones trascendentes. IV.- Documentos del Concilio Conviene tener presente algunos datos relevantes en cuanto a los frutos documentales del Concilio Vaticano II. 1.- Tipos de documentos Los documentos promulgados por el Concilio Vaticano II se agrupan en tres tipos, que indican cada uno un grado de importancia y solemnidad diferente. Aparecen en primer lugar las Constituciones, que son los documentos más importantes, por su extensión y por los temas que tratan. La primera, Sacrosanctum Concilium, sobre la Liturgia, además de ser el primer documento promulgado por el Concilio, fue el único hasta la finalización de la tercera sesión. Hay también dos Constituciones llamadas dogmáticas: Lumen gentium, sobre la Iglesia, y Dei Verbum, sobre la revelación. Se agrega el adjetivo “dogmática” al sustantivo

4 Su artículo Les orientations présentes de la pensée religieuse, publicado en 1948 en Etudes, y sus libros (entre ellos

Dialogues avec les marxistes, les existentialistes, les Protestants, les Juifts, l'Hindouisme, también de 1948), fueron retirados de las bibliotecas jesuitas después de la publicación de la Encíclica Humani generis.

5 Su libro Vraie et fausse réforme dans l'Eglise, que presenta la necesidad de una continua reforma en la Iglesia, poniendo en San Francisco la figura del verdadero reformador y en Lutero y Calvino la del falso, publicado en 1950, fue prohibido en su publicación italiana y en las siguientes ediciones francesas.

6 Su libro Une école de théologie: Le Saulchoir, lugar en donde desarrollaba sus clases en el escolasticado de los dominicos, publicado por primera vez en 1937, fue puesto en el Índice en 1942.

7 P. MAZZOLARI, La più bella avventura e le sue “dissaventure”, retirada de circulación por la prohibición impuesta por el Santo Oficio. Lo mismo puede decirse del libro de Mons. PASCHINI, Vita di Galileo, cuya publicación fue suspendida por el Santo Oficio por tiempo indefinido (en 1942), y que fue posteriormente citado por Gaudium et Spes, el documento del Concilio sobre la Iglesia en el mundo actual (de 1964), al hablar sobre la autonomía de las ciencias.

8 Cf. sus obras El primado de lo espiritual (1927) y El humanismo integral (1936), y las voces de sus críticos, A. OTTAVIANI, Deberes del Estado católico con la religión, Madrid (1953) y A. MESSINEO, L'umanesimo integrale, Civ. Catt. (1956) págs. 449-463.

9 Cf. nota anterior. 10 Cf. G. MARTINA, El contexto..., págs. 54-55.

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“Constitución” para indicar que se refieren a temas en forma preponderante doctrinales, aunque no contengan la declaración de ningún nuevo “dogma de fe” de la Iglesia. Por último, encontramos una Constitución llamada “pastoral”, sobre la Iglesia en el mundo moderno, Gaudium et spes, llamada con ese adjetivo para indicar que trata sobre la respuesta evangelizadora, es decir, pastoral, de la Iglesia a la realidad del mundo moderno. Continúan los Decretos que, a partir de las afirmaciones más doctrinales de las Constituciones, aplican la reflexión del Concilio a variados temas de la actividad de la Iglesia, adecuándolos a las nuevas situaciones (Christus Dominus, sobre el ministerio de los Obispos, Presbyterorum ordinis, sobre la vida y el ministerio de los sacerdotes, Optatam totius, sobre la formación de los sacerdotes, Perfectae caritatis, sobre la renovación de la vida religiosa, Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los laicos, Orientalium ecclesiarum, sobre las Iglesias orientales católicas, Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, Unitatis redintegratio, sobre la relación con las

religiones cristianas no católicas y Inter mirifica, sobre los medios de comunicación social). Por último encontramos las Declaraciones en las que el Concilio se refiere a temas que no son de exclusiva incumbencia de la Iglesia sino que interesan de un modo o de otro a toda la comunidad humana (Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa, Gravissimum educationis, sobre la educación y Nostra aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas). 2.- Valor magisterial de los documentos Algunos se preguntan, incluso con cierta ansiedad, si los documentos del Concilio, al menos las Constituciones, que son los más importantes, son

dogmas de fe. Para responder a esta pregunta hay que tener en cuenta la finalidad para la que fue convocada el Concilio, tantas veces afirmada por los Papas Juan XXIII y Pablo VI: el “aggiornamento” de la Iglesia, la acomodación de la vida y la misión de la Iglesia a las nuevas situaciones que presenta el mundo moderno. No hay, entonces, definición de “nuevos dogmas” en el Concilio, en ninguno de sus documentos. Esto no significa que no haya en sus documentos dogmas de fe. Porque muchos dogmas que han sido definidos en momentos anteriores aparecen en los documentos conciliares, no como cosas nuevas, pero sí como contenidos de la fe, que pertenecen al depósito definido de la misma. Son dogmas de fe no en virtud de su aparición en los documentos del Concilio, sino desde antes del mismo. Por otra parte, no todo el contenido de la fe de la Iglesia está definido como “dogma”. Se utiliza esta palabra para referirse a determinados contenidos de la fe que han sido declarados solemnemente en un acto magisterial concreto de la autoridad suprema de la Iglesia, el Papa o un Concilio ecuménico. El contenido de la fe abarca no solamente las definiciones dogmáticas (éstas, por otra parte, son muy pocas a lo largo de los 20 siglos de vida de la Iglesia) sino también el Credo, y toda la enseñanza magisterial de la Iglesia a través de la predicación ordinaria y constante, por parte de los

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Obispos, de la Palabra de Dios y el modo en que ha sido entendida en el seno de la Iglesia. Como ejemplo de una verdad de fe no definida como dogma podríamos citar la afirmación más importante de la fe cristiana, sin la cual, dice San Pablo, “vana es nuestra fe” (1 Cor 15,14). Es la resurrección de Jesucristo. Nunca ha sido definida dogmáticamente, sin embargo esto no significa que no forme parte de nuestra fe. Es más, sin ella, toda nuestra fe deja de tener sentido. Sencillamente hay que decir que nunca se hizo necesaria definirla solemnemente como un dogma, ya que siempre estuvo presente en la fe y la vida de la Iglesia. Y así muchas otras verdades de nuestra fe pertenecen a ella sin estar solemnemente definidas. Esto nos lleva a considerar las diversas formas de intervención de los encargados de enseñar el contenido de la fe en la Iglesia. Esta misión fue confiada por Jesucristo a los apóstoles al modo de un “Colegio” (cf. la expresión, de uso corriente entre nosotros, “colegas”), al frente del cual puso a Pedro, como Cabeza. Ese Colegio apostólico es continuado en el tiempo por el Colegio episcopal, del que forman parte todos los Obispos en comunión con el Papa, que cumple la función de “Pedro”, es decir, Cabeza del Colegio episcopal. Cristo confió al Colegio apostólico, con Pedro a la cabeza del mismo, la misión de enseñar y custodiar todo el contenido de la fe, que llamamos “depósito” de la fe. Esa misión reside ahora en el Colegio episcopal, con el Papa como cabeza. Esta misión la ejerce la autoridad suprema de la Iglesia en forma solemne a través de la Cabeza del Colegio, el Papa, o cuando se reúnen todos los Obispos en un Concilio Ecuménico, o incluso sin reunirse, pero manteniendo la comunión con el Papa y entre sí, enseñan todos una misma doctrina. En cualquiera de estas formas de enseñar, el Papa por su cuenta o todos los Obispos reunidos en el Concilio (con el Papa, porque si no está el Papa no hay Concilio) o dispersos por el mundo y enseñando una misma doctrina, si se proclama la enseñanza con un acto definitivo, es decir, se enseña que una doctrina sobre la fe o las costumbres (la moral) debe sostenerse en forma definitiva, se pone en juego la infalibilidad de la Iglesia. La enseñanza resulta irreformable e

infalible. Cuando es el Papa el que habla de esta manera se dice que habla “ex cathedra” (desde la cátedra, desde su función de enseñar como cabeza de la Iglesia). Por esta razón, cuando el Papa o todos los Obispos en el Concilio o dispersos por el mundo, cada cual en su diócesis, utilizan este modo de enseñar los fieles, deben creer esa doctrina con “fe divina y católica”. Esta es una expresión que sirve para decir que cuando reciben una enseñanza de este tipo los fieles deben responder creyéndole a Dios y a la Iglesia, a

través de la cual Dios se expresa. De todos modos, el Papa y los Obispos no enseñan sólo de esa manera. Hay una forma más cotidiana, más habitual, en la que predican el contenido de la fe. Y siguen siendo Pastores de su pueblo, auténticos Pastores. Por eso, a esa forma más cotidiana de enseñar las verdades de la fe y de la moral se lo llama “magisterio auténtico”, verdadero magisterio o enseñanza de la Iglesia. No es un magisterio infalible, es probable que algunas cosas enseñadas de este modo sean modificadas o mejor determinadas a lo largo del tiempo. Pero eso no significa que los fieles puedan no atender a ese magisterio. Deben prestarle un “asentimiento religioso”, de la inteligencia y de la voluntad. Es decir, se debe asentir a esta enseñanza, aceptándola con la inteligencia y asumiéndola

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en la propia vida, pero sin un asentimiento “de fe”, como cuando le creemos directamente a Dios, o a Dios cuando habla a través del magisterio infalible de la Iglesia. En los documentos del Concilio, en el que se reunieron convocados por el Papa los Obispos de todo el mundo, encontramos una manera solemne de ejercerse el magisterio de la Iglesia. Podemos decir que hay allí magisterio infalible, cada vez que se asumen definiciones o se repiten afirmaciones de la fe de la Iglesia proclamadas anteriormente. No hay “definiciones nuevas”, no se utilizó el magisterio infalible para enseñar cosas nuevas, hasta ese momento no enseñadas, pero sí se retomaron muchas afirmadas anteriormente. Y además, se realizó extensamente magisterio auténtico, es decir, enseñanzas que hacen los Obispos como Pastores. Estas enseñanzas del Concilio tienen además la importante cualidad de ser el fruto de un trabajo intenso en el que estuvieron presentes y activos, de un modo o de otro, más de 2000 Obispos de la Iglesia fundada por Jesucristo hace casi 2000 años, sucesores de los apóstoles, a quienes debemos nuestra fe (a los apóstoles y a los Obispos, sus sucesores). Magisterio auténtico, entonces, pero solemne. Todos los documentos del Concilio pertenecen a la enseñanza de todo el Colegio episcopal. Aunque hayan intervenido más unas manos que otras en su preparación, incluso aunque hayan participado en su preparación muchas personas que no eran Obispos, una vez que son votados y promulgados por el Concilio, son un acto de su exclusiva autoridad. Sin embargo, y a título de curiosidad11, vamos a presentar los diversos documentos del Concilio y los resultados de las votaciones finales con las que se llegó a su promulgación. Para interpretar adecuadamente el cuadro que sigue hay que tener en cuenta que “placet” significa un voto afirmativo al documento y “non placet” significa un voto negativo. El documento con más votos negativos es Inter mirifica, sobre los medios de comunicación social, en el que llegan al 7,7 %. Esto puede ser entendido si se considera que fue debatido muy rápidamente y votado antes de que pudiera ser perfeccionado suficientemente, ante la urgencia de terminarlo en la primera etapa del Concilio. En las 4 grandes Constituciones el porcentaje de votos negativos es llamativamente bajo: 0,18 % para Sacrosanctum Concilium, sobre la Liturgia, 0,23 % para Lumen gentium, sobre la Iglesia, 0,25 % para Dei Verbum, sobre la divina revelación y 3,13 % para Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo moderno. También aquí, en el último documento votado por el Concilio, vemos el resultado de los apuros: ante la urgencia de terminar dentro de los plazos previstos, es la constitución con mayor número de votos negativos, 75. Son pocos, en relación al número de votantes (2.391), pero quizás hubieran sido menos si se hubiera podido discutir durante más tiempo algunos detalles, seguramente objetados por quienes dieron su voto negativo. 3.- Documentos conciliares Fecha Documento promulgado Placet Non

placet Votos nulos

Total de votantes

4/12/63 Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la Liturgia

2.147 4 1 2.152

4/12/63 Decreto Inter mirfica, sobre los medios de comunicación social

1.960 164 7 2.131

21/11/64 Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia

2.151 5 0 2.156

21/11/64 Decreto Orientalium ecclesiarum, sobre las Iglesias orientales

2.110 39 0 2.149

21/11/64 Decreto Unitatis redintegratio, sobre las Iglesias cristianas no católicas

2.137 11 0 2.148

28/10/65 Decreto Christus Dominus, sobre el ministerio pastoral de los Obispos

2.319 2 1 2.322

11 La curiosidad es una característica de la persona humana que, cuando se da en el sexo femenino, alcanza el rango de

virtud.

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22 Año de la fe

Fecha Documento promulgado Placet Non placet

Votos nulos

Total de votantes

28/10/65 Decreto Perfectae caritatis, sobre la vida religiosa

2.321 4 0 2.325

28/10/65 Decreto Optatam totius, sobre la formación de los presbíteros

2.318 3 0 2.321

28/10/65 Declaración Gravissimum educationis, sobre la educación

2.290 35 0 2.325

28/10/65 Declaración Nostra aetate, sobre las religiones no cristianas

2.221 88 1 2.310

18/11/65 Constitución dogmática Dei Verbum, sobre la revelación

2.344 6 0 2.350

18/11/65 Decreto Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los laicos

2.340 2 0 2.342

7/12/65 Declaración Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa

2.308 70 6 2.384

7/12/65 Decreto Ad gentes, sobre la actividad misionera

2.394 5 0 2.399

7/12/65 Decreto Presbyterorum ordinis, sobre los presbíteros

2.390 4 0 2.394

7/12/65 Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia y el mundo moderno

2.309 75 7 2.391

V.- Apéndice: Algunas fechas en torno al Concilio También resulta útil tener presente algunas fechas que señalan los momentos principales en la preparación y la realización del Concilio. 1.- Etapa antepreparatoria 25/01/1959: Juan XXIII anuncia a los Cardenales, en la Basílica de San Pablo Extramuros, su propósito de convocar un Concilio. 17/05/1959: Se constituye una Comisión antepreparatoria, presidida por el Cardenal Tardini. 18/06/1959: Carta del Cardenal Tardini a todos los Cardenales, Arzobispos, Obispos, Oficinas de la Curia romana, Superiores Generales de las órdenes religiosas, Universidades católicas, facultades teológicas, para pedir sugerencias y temas para el Concilio (contestaron el 77 % de los preguntados, 1998 respuestas). 29/06/1959: Encíclica Ad Petri cathedram indicando los fines del Concilio. 2.- Etapa preparatoria 5/06/1960: Motu proprio Superno Dei nutu que instituye las 15 Comisiones y Secretariados preparatorios del Concilio. 25/12/1961: Constitución Apostólica Humanae salutis convocando el Concilio para 1962. 2/02/1962: Motu proprio Cocilium fijando la fecha de apertura para el 11/10/1962. 7-8/1962: Envío a los Obispos de todo el mundo de los primeros textos disponibles con los temas del Concilio para que pudieran estudiarlos antes de su viaje a Roma. 3.- Primera etapa (11/10/1962 a 8/12/1962) 11/10/1962: Ceremonia solemne de apertura del Concilio, con discurso del Papa. 8/12/1962: Clausura de la primera etapa. 3/06/1963: Muerte de Juan XXIII. 21/06/1963: Elección de Pablo VI. 27/06/1963: Pablo VI anuncia que la segunda etapa se iniciará el 29 de septiembre (¡inmediatamente!). 14/09/1963: Se convoca a los Padres conciliares y se nombran 4 Cardenales para dirigir los trabajos del Concilio.

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4.- Segunda etapa (29/09/1963 a 4/12/1963) 4/12/1963: Clausura de la etapa con el voto final y la promulgación de la Constitución sobre la Liturgia, Sacrosanctum Concilium y el decreto sobre los medios de comunicación social, Inter mirifica. 5.- Tercera etapa (14/09/1964 a 21/11/1964) 14/09/1964: Misa concelebrada de apertura y discurso de Pablo VI (la reinstauración de la concelebración es uno de los frutos del Concilio). 21/11/1964: Clausura de la etapa con voto final y promulgación de la Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium y los decretos sobre el ecumenismo (Unitatis redintegratio) y las Iglesias orientales (Orientalium Ecclesiarum). 28/08/1965: Pablo VI anuncia la apertura de la etapa final el 14/9. 6.- Cuarta etapa (14/09/1964 a 8/12/1965) 14/09/1965: Misa concelebrada de apertura y discurso de Pablo VI. 15/09/1965: El Papa instituye el Sínodo de los Obispos con la Constitución Apostólica Apostolica sollicitudo. 28/10/1965: Voto final y promulgación de los decretos sobre el oficio pastoral de los Obispos (Christus Dominus), la renovación de la vida religiosa (Perfectae caritatis), la formación sacerdotal (Optatam totius) y de las declaraciones sobre educación cristiana (Gravissimum educationis) y sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas (Nostra aetate). 18/11/1965: Voto final y promulgación de la Constitución dogmática sobre la divina revelación (Dei Verbum) y del decreto sobre el apostolado de los laicos (Apostolicam actuositatem). 7/12/1965: Ultima sesión pública, con voto final y promulgación de la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo moderno (Gaudium et spes), los decretos sobre la vida de los presbíteros (Presbyterorum ordinis) y las misiones (Ad gentes) y la declaración sobre la libertad religiosa (Dignitatis humanae). 8/12/1965: Ceremonia solemne de clausura del Concilio, al aire libre, en la plaza de San Pedro.

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4.- Vaticano II. Contenido.

El gran acontecimiento de nuestra Era Moderna en el ámbito de la Iglesia fue el Concilio Vaticano Segundo, convocado por el Papa Juan XXIII y seguido y clausurado por el Papa Pablo VI.

Se pretendió que fuera una especie de "agiornamento", es decir, una puesta al día de la Iglesia, renovando en sí misma los elementos que necesitaren de ello y revisando el fondo y la forma de todas sus actividades.

Proporcionó una apertura dialogante con el mundo moderno, incluso con nuevo lenguaje conciliatorio frente a problemáticas actuales y antiguas. Ha sido el concilio más representativo de todos. Constó de cuatro etapas, con una media de asistencia de unos dos mil Padres Conciliares procedentes de todas las partes del mundo y de una gran diversidad de lenguas y razas.

Papa Juan XXIII La reforma interior Paulo VI de la vida eclesiástica y la búsqueda de un camino nuevo para tratar de conciliar a los cristianos separados de la unidad católica de la Iglesia. Fue convocado por el Papa Juan XXIII en 1962 y clausurado por el Papa Paulo VI en 1965. Se propuso actualizar la vida de la Iglesia sin definir ningún dogma. Trató de la Iglesia, la Revelación, la Liturgia, la libertad religiosa, etc. Recordó el Concilio la llamada universal a la santidad.

El Concilio Vaticano II es el hecho más decisivo de la historia de la Iglesia en el siglo XX.

El Concilio se convocó con el fin principal de:

- Promover el desarrollo de la fe católica. - Lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles. - Adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo.

Tras un largo trabajo concluyó en 16 documentos, cuyo conjunto constituye una toma de conciencia de la situación actual de la Iglesia y define las orientaciones que se imponen.

Las características del Concilio Vaticano II, son Renovación y Tradición.

Los 16 Documentos del Concilio Vaticano II

1. Cuatro Constituciones.

Constitución: es un documento que posee un valor teológico o doctrinal permanente.

A ) La Iglesia, "Luz de las naciones". "Lumen Gentium".

La Iglesia es el pueblo de Dios, en el cual todos los cristianos son responsables y solidarios. María es madre en la Iglesia.

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Nació de un deseo de la Iglesia misma para renovarse en su misión de salvación. En la constitución el Pueblo de Dios está presente en primer lugar; no interviniendo la jerarquía más que en segundo lugar y al servicio del primero. Todos misioneros, todos responsables.

La autoridad: un servicio.

El obispo: pastor querido por Cristo.

La colegialidad de los obispos: solidaridad y responsabilidad universales.

La Iglesia: comunión, institución, misión.

B) La Sagrada Liturgia

Oración litúrgica y sacramentos piden la participación activa de todos.

La renovación litúrgica se remonta hasta Pío X. Toma su base y prolonga la Encíclica de Pío XII "Mediador Dei" (1947) sobre la liturgia. Afirma que en la liturgia, Jesucristo mismo obra como sacerdote, unido a todos los bautizados. El fin esencial de la reforma litúrgica es obtener la participación activa de todos, la cual es "la fuente primera e indispensable donde los fieles deben obtener un espíritu verdaderamente cristiano". La liturgia tiene una parte inmutable, la que es institución divina y otras partes sujetas a cambios que pueden variar en el curso del tiempo, incluso deben, si se han vuelto inadaptadas. (art. 21). El misterio Pascual es el corazón de la liturgia. La Constitución insiste sobre el lugar primordial que debe dársele a la Palabra de Dios. La Constitución revisó la liturgia de todos los Sacramentos.

C) La Iglesia en el mundo actual. "Schema XIII" - "Gaudium et spes".

La comunidad cristiana se reconoce solidaria del genero humano y de su historia. Quiere salvar al hombre en su totalidad.

En esta Constitución la Iglesia ha querido hoy considerar al mundo en todas sus expresiones: cósmicas, humanas, históricas. Afirma que la Iglesia es solidaria, íntimamente solidaria con el genero humano. Constata que ante los formidables cambios que sacuden a este mundo, muchos hombres se interrogan. Afirma que se debe reconocer la "igualdad" fundamental de los hombres. Explica lo que la Iglesia puede hacer para ayudar a los hombres. Aborda 5 problemas que cree urgente:

1. la familia. 2. la cultura. 3. la vida económico - social. 4. la vida política. 5. vida internacional.

D) La Revelación Divina. "Dei Verbum"

Los impulsos escriturísticos cobraron impulso decisivo con León XIII, Pío X, Benedicto XV y más tarde Pío XII. Se paso de un excesivo apegamiento a la palabra material del texto a una penetración más profunda de los hechos y dichos de Dios como portadores de un mensaje de salvación para los hombres. Se propuso una interpretación desde un ángulo contextual y no meramente textual de la palabra escrita.

2. Los nueve decretos.

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Decreto: es una decisión o un conjunto de decisiones que tienen un alcance práctico normativo o disciplinar.

A) La actividad misionera de la Iglesia.

La Iglesia debe insertarse en todos los grupos humanos respetando sus condiciones sociales y culturales.

B) Vida y ministerio de los sacerdotes.

Los sacerdotes, cooperadores de los obispos, son servidores de Cristo y de sus hermanos para la palabra de Dios, el don de los sacramentos y la constitución de la Iglesia.

C) Renovación de la vida religiosa.

Retornó a las fuentes evangélicas y participación en la vida de la Iglesia son las condiciones de vitalidad de las órdenes religiosas.

D) La educación cristiana.

Todo hombre tiene derecho a educación. La familia es la primera responsable.

E) La misión de los obispos.

Los obispos participan en el cuidado de todas las Iglesias.

F) Formación de los sacerdotes.

A toda la comunidad cristiana incumbe el deber de suscitar vocaciones.

G) Apostolado de los seglares. "Apostolicam actuositatem"

Los laicos tienen, por su unión con Cristo, deber y derecho de ser apóstoles.

La vocación cristiana es por su misma naturaleza, vocación también para el apostolado. El deber y el derecho del seglar al apostolado deriva de su misma unión con Cristo Cabeza. Insertos por el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidas por la confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, es el mismo Señor el que los destina al apostolado. Las circunstancias actuales piden un apostolado seglar mucho más intenso y más amplio.

H) Las Iglesias Orientales Católicas.

La variedad en la Iglesia no daña su unidad, sino que manifiesta su riqueza espiritual.

I) El ecumenismo. "Unitatis Redintegratio"

Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos.

Las primeras iniciativas nacieron de los protestantes. El impulso decisivo por parte católica vino de Juan XXIII, que en 1961 creó el Secretariado para la Unidad de los Cristianos. Frutos del movimiento ecuménico son: la revalorización católica de la lectura de la Escritura, la revisión de la Institución demasiado autoritaria y uniforme y el uso de obras escritas por teólogos protestantes.

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3. Las tres declaraciones

Declaración: es la expresión de una etapa en la investigación y la aclaración.

A) La libertad religiosa.

La verdad no se impone más que por la fuerza de la verdad.

B) Los medios de comunicación social.

Prensa, cine, radio, TV, deben contribuir a la justicia y a la verdad.

C) Las relaciones de la Iglesia con las religiones no - cristianas.

La Iglesia mira con estima las demás religiones, porque contienen una parte de verdad. Rechaza toda discriminación racial o religiosa.

Relación de los documentos de Vaticano II clasificados por tipo y fecha:

Constituciones: SACROSANCTUM CONCILIUM 4 de diciembre de 1963 Constitución sobre la Sagrada Liturgia PROEMIO CAPITULO I : PRINCIPIOS GENERALES PARA LA REFORMA Y FOMENTO DE LA SAGRADA LITURGIA I. NATURALEZA DE LA SAGRADA LITURGIA Y SU IMPORTANCIA EN LA VIDA DE LA IGLESIA. II. NECESIDAD DE PROMOVER LA EDUCACION LITURGICA Y LA PARTICIPACION ACTIVA. III. REFORMA DE LA SAGRADA LITURGIA IV. FOMENTO DE LA VIDA LITURGICA EN LA DIOCESIS Y EN LA PARROQUIA. V) FOMENTO DE LA ACCION PASTORAL LITURGICA. CAPITULO II: EL SACROSANTO MISTERIO DE LA EUCARISTIA CAPITULO III: LOS DEMAS SACRAMENTOS Y LOS SACRAMENTALES CAPITULO IV: EL OFICIO DIVINO CAPITULO V: EL AÑO LITURGICO CAPITULO VI: LA MUSICA SAGRADA CAPITULO VII: EL ARTE Y LOS OBJETOS SAGRADOS LUMEN GENTIUM 21 de noviembre de 1964 Constitución dogmática sobre la Iglesia CAPÍTULO I: EL MISTERIO DE LA IGLESIA CAPÍTULO II: EL PUEBLO DE DIOS CAPÍTULO III: CONSTITUCIÓN JERÁRQUICA DE LA IGLESIA Y PARTICULARMENTE EL EPISCOPADO

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CAPÍTULO IV: LOS LAICOS CAPÍTULO V: UNIVERSAL VOCACIÓN A LA SANTIDAD EN LA IGLESIA CAPÍTULO VI: DE LOS RELIGIOSOS CAPÍTULO VII: ÍNDOLE ESCATOLÓGICA DE LA IGLESIA PEREGRI- NANTE Y SU UNIÓN CON LA IGLESIA CELESTIAL CAPÍTULO VIII: LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS, EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA GAUDDIUM ET SPES 7 de diciembre de 1965 Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual PROEMIO EXPOSICIÓN PRELIMINAR: SITUACIÓN DEL HOMBRE EN EL MUNDO DE HOY PRIMERA PARTE: LA IGLESIA Y LA VOCACION DEL HOMBRE CAPITULO I: LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA CAPITULO II: LA COMUNIDAD HUMANA CAPITULO III: LA ACTIVIDAD HUMANA EN EL MUNDO CAPITULO IV: MISION DE LA IGLESIA EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO SEGUNDA PARTE: ALGUNOS PROBLEMAS MAS URGENTES CAPITULO I: DIGNIDAD DEL MATRIMONIO Y DE LA FAMILIA CAPITULO II: EL SANO FOMENTO DEL PROGRESO CULTURAL CAPITULO III: LA VIDA ECONOMICO – SOCIAL CAPITULO IV: LA VIDA EN LA COMUNIDAD POLITICA CAPITULO V: EL FOMENTO DE LA PAZ Y LA PROMOCIÓN DE LA COMUNIDAD DE LOS PUEBLOS CONCLUSIÓN DEI VERBUM 18 de noviembre de 1965 Constitución dogmática sobre la divina revelación PROEMIO CAPÍTULO I: LA REVELACIÓN EN SÍ MISMA • Naturaleza y objeto de la Revelación • Preparación de la revelación evangélica • Cristo, culmen de la revelación • La revelación hay que recibirla con fe • Las verdades reveladas CAPÍTULO II: TRANSMISIÓN DE LA REVELACION DIVINA • Los Apóstoles y sus sucesores, heraldos del Evangelio • La sagrada Tradición • Mutua relación entre la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura • Relación de una y otra con toda la Iglesia y con el Magisterio CAPÍTULO III: INSPIRACIÓN DIVINA DE LA SAGRADA ESCRITURA Y SU INTERPRETACIÓN • El hecho de la inspiración y de la verdad de la Sagrada Escritura • Cómo hay que interpretar la Sagrada Escritura • Condescendencia de Dios

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CAPÍTULO IV: EL ANTIGUO TESTAMENTO • La historia de la salvación consignada en los libros del Antiguo Testamento • Importancia del Antiguo Testamento para los cristianos • Unidad de ambos Testamentos CAPÍTULO V: EL NUEVO TESTAMENTO • Excelencia del Nuevo Testamento • Origen apostólico de los Evangelios • Carácter histórico de los Evangelios • Los restantes escritos del Nuevo Testamento CAPÍTULO VI: LA SAGRADA ESCRITURA EN LA VIDA DE LA IGLESIA • La Iglesia venera las Sagradas Escrituras • Se recomiendan las traducciones cuidadosas • Deber apostólico de los católicos doctos • Importancia de la Sagrada Escritura para la Teología • Se recomienda la lectura de la Sagrada Escritura Epílogo Declaraciones: Gravissimum Educationis 28 de octubre de 1965 Declaración cobre la educación Nostra Aetate 28 de octubre de 1965 Decreto sobre la relación de la Iglesia con las Religiones no cristianas Dignitatis Humanae 7 de diciembre de 1965 Declaración sobre la libertad religiosa Decretos: Inter Mirifica 4 de diciembre de 1963 Sobre los Medios de Comunicación Social Unitatis Redintegratio 21 de noviembre de 1964 Decreto sobre el Ecumenismo Orientalium Ecclesiarum 21 de noviembre de 1964 Sobre las Iglesias Orientales Católicas Presbyterorum Ordinis 7 de diciembre de 1965 Decreto sobre el ministerio y la vida sacerdotal

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30 Año de la fe

Ad Gentes 7 de diciembre de 1965 Decreto sobre la acción misionera de la Iglesia Apostolicam Actuositatem 18 de noviembre de 1965 Decreto sobre el apostolado de los laicos Christus Dominus 28 de octubre de 1965 Decreto sobre el oficio pastoral de los Obispos en la Iglesia Optatam Totius 28 de octubre de 1965 Sobre la Formación Sacerdotal Perfectae Caritatis 28 de octubre de 1965 Sobre la Adecuada Renovación de la Vida Religiosa MENSAJES DEL CONCILIO A LA HUMANIDAD 7 de Diciembre de 1965

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31 Año de la fe

5.- El Concilio Vaticano II, hoy El acontecimiento fundamental de la historia cristiana del siglo XX es indudablemente el Concilio Vaticano II. Acontecimiento no sólo católico, sino con gran repercusión ecuménica que marcó a todas las Iglesias. Sin embargo, el proceso de asimilación de su mensaje no está todavía concluido. Muchos han intentado borrar su recuerdo porque los desafíos que el Concilio Vaticano II sigue planteando hoy son muy incómodos. Sin embargo, "el nuevo Pentecostés" invocado por el Beato Juan XXIII sigue abriendo puertas y ventanas para una Iglesia en la que no pocos pastores y laicos siguen sufriendo la tentación del encierro en un cenáculo seguro y prestigioso, pero poco disponible a escuchar las angustias y las esperanzas del mundo. La sorpresa de todo el mundo fue enorme, cuando el 25 de enero de 1959, el papa Juan XXIII, elegido papa tres meses antes, a los 77 años de edad, anunciaba la convocación de un nuevo Concilio. Este papa sencillo, de origen campesino, había sido elegido como papa de transición, después del importante y largo pontificado de Pío XII, que a toda la cristiandad le había parecido como algo heroico y místico en medio de los difíciles años de la 2da. Guerra Mundial. Ahora Juan XXIII lanzaba esta idea que él definía "como una flor espontánea de una primavera inesperada" y como "un rayo de luz celestial". En su oración para preparar el Concilio, el Papa Bueno hablaba con acierto de "un Nuevo Pentecostés". No debía ser un concilio para combatir algún error doctrinal o alguna ideología anticristiana. Debería ser un concilio de diálogo, de apertura, de reconciliación y de unidad. Por eso el título de "ecuménico", pero su apertura se extenderá mucho más allá de las Iglesias cristianas, llegando a interpelar, como era costumbre del Papa Bueno, a todos los hombres de buena voluntad. Al asumir la conducción de la nave de Pedro, como "pastor y navegante", Juan XXIII encontraba una Iglesia institucional muy encerrada, atrincherada en su ciudadela santa, con mentalidad muy eurocéntrica y fuerte centralismo "romano". Pero esta misma Iglesia estaba siendo provocada por una serie de fermentos internos y externos que le exigían definirse. Estaban los fermentos internos como el renacimiento de los estudios bíblicos en los años 30, la renovación catequística y litúrgica, la Acción católica y los nuevos impulsos misioneros... Estaban los fermentos "externos" pero muy cercanos a la misión de cada cristiano y de la Iglesia entera: el ansia de la reconstrucción y del progreso después de la 2da. Guerra Mundial, el nacer de los dos grandes bloques y el comienzo de la guerra fría, el tema del armamentismo y de la falta de recursos para los países más pobres, el neo-colonialismo y el racismo, la explotación del tercer mundo... Sin embargo, las sugerencias de los obispos para el nuevo Concilio, recogidas en todo el mundo a lo largo de 1959 y 1960, mostraban que la jerarquía eclesiástica no había todavía tomado el pulso de esta situación y no había recogido la mayoría de estos desafíos. En la Curia romana se estaban preparando los documentos previos al Concilio sin seguir la orientación que el Papa quería darle. Se prefería desoír la voz de la renovación y del diálogo para volver a atrincherarse en el dogma y en las

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cuestiones internas. LA IGLESIA EXULTA DE GOZO La apertura del Concilio Vaticano II es un hecho de una importancia histórica tan relevante que conviene volver a recordarla (ver UMBRALES n. 109). La mañana del 11 de octubre de 1962, la plaza San Pedro era inundada por 2.500 obispos que en procesión y cantando las letanías de los santos, se dirigían hacia la basílica vaticana. Los acompañaba el repique de campanas de todas las iglesias de Roma, pero poca gente estaba en la plaza San Pedro en esa gris mañana otoñal. Se abría el Concilio del siglo XX y empezaba una nueva época para la Iglesia. Se notaba un entusiasmo general pero no faltaba el desprecio de algunos altos funcionarios de la curia vaticana, para quienes el Concilio no sería en todo caso más que un cohete sin explotar; decían: "Cuando se cansen de bostezar, los obispos volverán a casa". Estos mismos eclesiásticos se habían encargado de proponer un orden del día con un listado de temas doctrinales (más de 70 proyectos) imposible de enfrentar en un horario muy lleno de largas celebraciones, avisos inútiles y además sin traducción simultánea. Pero en el discurso inaugural, en medio de una larguísima celebración en latín de casi 5 horas de duración, el Papa Juan XXIII sorprendió a todos. El papa, con mucha sencillez y con gran fuerza de ánimo, empezó diciendo: "La Madre Iglesia se alegra y exulta de gozo". Era un comienzo para disipar los temores y los miedos y dejarse llenar por la alegría del Espíritu. Pero luego el papa no dejó de señalar con firmeza a los falsos "profetas de desdichas". "En el ejercicio diario de nuestro ministerio apostólico sucede con frecuencia que disturban nuestros oídos las voces de aquellas personas que tienen gran celo religioso, pero carecen de sentido suficiente para valorar correctamente las cosas y son incapaces de emitir un juicio inteligente. En su opinión, la situación actual de la sociedad humana está cargada sólo de indicios de ocaso y de desgracia. ...Tenemos una opinión completamente distinta que estos profetas de desdichas, que prevén constantemente la desgracia, como si el mundo estuviera a punto de perecer. En los actuales acontecimientos humanos, mediante los que la humanidad parece entrar en un orden nuevo, hay que reconocer más bien un plan oculto de la providencia divina." Estas frases resultaron ser una respuesta a los miedos de los eclesiásticos de su entorno más inmediato; y también una réplica a una tendencia que en todos los tiempos encuentra adeptos en la Iglesia. Definiendo la tarea del Concilio y la misión de la Iglesia, Juan XXIII afirma que no basta con repetir y copiar lo que concilios anteriores enseñaron. Se trata, más bien, de considerar la herencia de veinte siglos de cristianismo como algo que, por encima de todas las controversias, se ha convertido en

patrimonio común de toda la humanidad. Y precisamente por eso, decía él, no se trata de conservar atrapados por lo antiguo; por el contrario hay que realizar, con alegría y sin temor, la obra que requiere nuestro tiempo. Ya en la bula de convocatoria del Concilio, que

escribió personalmente y luego en la encíclica Pacem in terris, poco antes

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33 Año de la fe

de su muerte habla de los signos de los tiempos y de cómo interpretarlos con discernimiento. Con ello Juan XXIII restablecía el espacio y la tarea profética de la Iglesia en el corazón de la historia. Aquel día terminó con el famoso discurso improvisado de "la caricia para los niños" frente a cien mil personas que se congregaron con antorchas en la plaza San Pedro; esta celebración espontánea de la apertura del Concilio recordaba la aclamación popular en el Concilio de Éfeso y era una imagen clara de la Iglesia pueblo de Dios (UMBRALES n. 109, p. 18). El pueblo de Dios, incluyendo los niños, se había hecho presente en la primera jornada del Concilio. Las palabras sencillas y paternales del papa revelaban una vez más que él no reivindicaba primados, infalibilidades o privilegios, ni ante sus hermanos los obispos reunidos en Concilio, ni ante cualquier persona. CUATRO AÑOS DE DEBATES El papa Juan XXIII, en su breve pontificado reafirmó claramente las finalidades originarias para las que el Concilio había sido inspirado y convocado: establecer el papel y la misión de la Iglesia en el mundo; un camino abierto a la "reforma permanente" de la Iglesia para presentar de una manera nueva el mensaje cristiano; una prueba de confianza en el ser humano y en su dignidad. Juan XXIII a menudo repetía: "Preocupémonos por lo que une, y dejemos aparte, lo que nos divide". Juan XXIII pedía abrir las ventanas de la Iglesia para que entrara el viento renovador del Espíritu. El

Papa Bueno vio ante sus ojos el primer éxito de su utopía conciliar cuando la gran mayoría del episcopado universal rehuyó tomar una posición preliminar de pura defensa contra el error. El episcopado había sostenido que no existían herejías que amenazasen a la Iglesia; había pedido y conseguido una sana libertad de investigación para los exegetas, sin declarar sistemáticamente sospechosos de herejía a los estudiosos que trataban de conciliar la fidelidad a la Iglesia y la fidelidad a la ciencia; había manifestado la voluntad de expresarse en un lenguaje incomprensible para los hombres de hoy, un lenguaje pastoral; finalmente, había tenido en cuenta la exigencia de un diálogo con los cristianos separados. La última vez que el Concilio vio y escuchó a Juan XXIII fue el 8 de diciembre de 1962. El papa estaba pálido. Los médicos le habían desaconsejado asistir a la celebración de clausura de la primera sesión. Los obispos le miraban en silencio, conmovidos. Sus últimas palabras para ellos fueron las siguientes: "Un largo camino queda por recorrer, pero ustedes saben que el pastor supremo los seguirá con afecto en la acción pastoral que desarrollarán en cada una de sus diócesis. Nos esperan, ciertamente, grandes responsabilidades, pero Dios mismo nos sostendrá en el camino."

El lunes de Pentecostés, el 3 de junio de 1963, el Papa Bueno moría, pero el nuevo Papa, Pablo VI retomaba con entusiasmo la antorcha del Concilio, convocando inmediatamente una segunda sesión para los últimos meses del mismo año. La tercera y cuarta sesión serán respectivamente en los últimos trimestres de 1964 y 1965. Ya que un concilio busca siempre la unanimidad de sus miembros, el Vaticano II pasó por momentos de fuerte debate que exigían tiempo y paciencia, con varias reformulaciones de un mismo documento. Ya en la primera sesión se advertía este gran pluralismo de opiniones en reacción al propósito de la Curia romana de reducir el Concilio a una rápida confirmación de los programas preparados en Roma. Ha escrito el card. Bea: "En una audiencia concedida a un grupo de obispos durante la primera sesión del concilio, Juan XXIII advirtió cómo algunas personas estaban preocupadas por el lenguaje violento que muchos obispos usaban en el Concilio: ‘Pero ¿de qué se preocupan? -les dijo-. No son un grupo de monjas que tienen que estar siempre de acuerdo con la madre superiora’... Juan XXIII

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estaba interesado en la libertad de los obispos, pero unas cuantas molestias le proporcionó el asegurársela." LOS GRANDES TEMAS DEL CONCILIO - El primer tema sobre el cual trabajó el Concilio fue la Liturgia. Este fue el único texto preparatorio que había sido bien acogido por los padres conciliares. Los expertos que habían preparado el texto eran todos animadores reconocidos del movimiento litúrgico. La Curia romana no había podido frenar y modificar sus propuestas renovadoras que desde unas décadas ya se venían debatiendo en prestigiosos círculos de estudios litúrgicos. Gracias a este documento, la Iglesia en todo el mundo pasó rápidamente de la lengua latina a los idiomas nacionales; se subrayó la importancia de la Iglesia local y de la liturgia de la Palabra. El documento conciliar sobre la liturgia fue el primero en ser aprobado con 2.147 obispos a favor y sólo 4 contrarios, el 4 de diciembre de 1963. Pocos meses después, con la cuaresma de 1964 la Reforma litúrgica entraba en vigor en todo el mundo. - El tema de la Comunicación y de los Medios de comunicación social fue otro de los temas considerados en las primeras etapas del Concilio. Este desvío "moderno" fue enfrentado por los obispos subrayando la importancia y también los peligros. Se proclama el derecho a la información, que deberá surgir de la verdad, de la justicia y del amor. También se subraya la importancia de la opinión pública y la formación crítica en el uso de los medios... - Pero el tercer documento en ser aprobado es sin duda el más importante de todos. Se trata de la Constitución conciliar sobre la Iglesia titulada en latín "Lumen Gentium (= La luz de los pueblos). Ya el card. Gian Battista Montini (el futuro Papa Pablo VI), había lanzado al comienzo del Concilio la famosa interrogante: "¿Iglesia, qué dices de ti misma?" Ahora, después de largas sesiones y debates, los obispos casi por unanimidad (2.151 a favor y 5 en contra) contestaban al mundo entero: brillando con la luz de Cristo, la Iglesia es el signo ("sacramento") de la unidad del género humano. La Iglesia, presentada en la Biblia con muchas imágenes (rebaño, campo, viña, edificio, templo, ciudad santa, como germen que crece y como cosecha...), se fundamenta en la palabra y en la obra de Cristo, de cuyo Reino representa el comienzo en la tierra. La Iglesia, cuerpo místico y pueblo de Dios en camino, es al mismo tiempo comunidad visible y espiritual. El Concilio habla de la Iglesia Pueblo de Dios, que todos los seres humanos están llamados a integrar; luego explica la función de los obispos, sacerdotes y diáconos y presenta un capítulo entero dedicado a los laicos. Después de explicar que todos en la Iglesia están llamados a la santidad presenta el llamado específico de los religiosos. El documento termina con un importante capítulo dedicado a la Virgen María, Madre de la Iglesia. - En 1964 se aprueba el Decreto sobre el ecumenismo, otro de los grandes temas que caracterizaron la asamblea conciliar. - En 1965 se aprueban muchos otros decretos: sobre los obispos, los pres- bíteros, la vida religiosa, la formación sacerdotal, la educación cristiana; sobre las religiones no cristianas y la libertad religiosa; sobre el apostolado de los laicos y sobre la actividad misionera.

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- Completan los trabajos del Concilio otras 2 Constituciones (documentos más importantes): la Constitución dogmática sobre la Revelación divina en la Biblia manifiesta la importancia que este Concilio vuelve a asignarle a la Palabra de Dios revelada en la Biblia. El mismo Juan XXIII ordenó retirar el primer texto sobre el tema que había sido objeto de una fuerte polémica. - El último documento del Concilio en ser aprobado, y por eso el fruto más maduro de la larga asamblea de los obispos fue la Constitución "pastoral" (por primera vez se usa este calificativo) sobre la Iglesia en el

mundo actual. Como es costumbre se conoce este documento con las primeras palabras en latín que lo encabezan: Gaudium et spes (= Los gozos y las esperanzas). Ya el título muestra otra actitud de la Iglesia para enfrentar el diálogo con el mundo moderno: "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón" . Este importante documento merecerá un estudio más atento y prolongado (en una próxima nota de Umbrales). En la primera parte se analiza la vocación del ser humano: la dignidad de la persona, la comunidad humana y su actividad en el mundo... En la segunda parte se analizan los problemas más urgentes: la dignidad del matrimonio y de la familia, el progreso cultural, la vida social y el desarrollo económico, la vida política, la cooperación internacional y la promoción de la paz. Todos temas muy queridos por Juan XXIII que desde el cielo contemplaría satisfecho la conclusión de esa inmensa obra que él con fe, coraje y profetismo había empezado. DIEZ PALABRAS CLAVES DEL CONCILIO 1. "AGGIORNAMENTO" La Palabra expresa el esfuerzo de toda la Iglesia para mirar positivamente al mundo buscando estar al día en la lectura de los "signos de los tiempos" que se presentan en la realidad. 2. COLEGIALIDAD Es la revalorización del "colegio" de los obispos presidido por el obispo de Roma, el Papa. Los obispos no son subalternos del Papa sino que son responsables pastorales de su Iglesia local. La colegialidad se expresa por medio de algunos organismos a nivel mundial, como el Sínodo de los obispos, y a nivel nacional, como las Conferencias Episcopales. 3. DIÁLOGO El Concilio ha promovido un diálogo hacia todas las direcciones siguiendo la propuesta de la Encíclica programática de Pablo VI, Ecclesiam suam, del 6 de agosto de 1964. De aquí en más el diálogo será herramienta fundamental del anuncio y de la misión de la Iglesia. 4. COMUNIÓN El proyecto de Dios es un proyecto de comunión. La Iglesia Católica se define como una comunión de Iglesias locales. A nivel más profundo, la Iglesia es comunión con Dios y entre los hombres. La pluralidad y la diversidad son entendidas como elemento positivo.

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5. LIBERTAD RELIGIOSA Una de las más grandes innovaciones del Vaticano II con respecto a la historia del catolicismo es la afirmación de la libertad religiosa, que va asociada a la libertad de conciencia. El papa Gregorio XVI la consideraba en el siglo XIX como un "delirio". Por primera vez, la expresión "libertad religiosa" figura en un texto oficial católico y el subtítulo del documento precisa: "El derecho de la persona y de la comunidad a la libertad social y civil en materia religiosa". 6. LITURGIA Un deseo de los 2.500 obispos presentes en el Concilio era llegar pronto a una reforma litúrgica cercana al pueblo que permitiera su participación. Redescubriendo las antiguas tradiciones litúrgicas, el pueblo vuelve a ser protagonista de las celebraciones y de la vida eclesial. 7. ECUMENISMO No sin encontrar algunas dificultades, la palabra ecumenismo adquiere legitimidad plena en la Iglesia Católica. La Iglesia de Cristo no se reduce a la Iglesia Católica romana. Las diferentes Iglesias que están en comunión imperfecta pero real con la Iglesia Católica, forman parte de la única Iglesia de Cristo. La finalidad del camino ecuménico no es la incorporación de los demás sino la búsqueda de un diálogo serio y exigente para favorecer el encuentro. 8. PALABRA DE DIOS El Vaticano II ha restaurado el lugar de la Palabra de Dios como fundamento de toda la vida cristiana. El Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio. Todo el Pueblo de Dios puede y debe acercarse a la Biblia para que ésta ilumine su vida. 9. PUEBLO DE DIOS Esta definición de la Iglesia valoriza la condición cristiana de todos los integrantes de la Iglesia, laicos y ministros. Propone también una nueva inserción en la historia y en el mundo, y una nueva configuración de relaciones en el interior de la Iglesia. 10. PRESENCIA La Iglesia se percibe como presencia frente a Dios y frente a los hombres. En el mundo esta presencia es una presencia de servicio. La Iglesia centrada en el Evangelio se abre al mundo

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6.- Reflexiones y datos

Prof. Oscar Lobo Oconitrillo Reflexionar sobre el Concilio Vaticano II hoy, es un atrevimiento y un riesgo de no decir todo, de pensar sobre lo que no fue o bien el riesgo del futuro. Anoto lo que escuche del Pbro. Rodrigo Castro por 1975, "El Vaticano II, es desconocido en mucha gente y será siendo poco leído en el futuro". Parece ser que los Documentos del Concilio Vaticano II se han quedado para una lectura académica y poco para su aplicación pastoral. 1-. Antecedentes históricos:

La historia de la humanidad, sobre todo después de la posguerra (1939-1945) arroja una serie de hechos sorprendentes en los espacios: geo-políticos, económi- cos, sociales, cien-tíficos, culturales y religiosos. Como que la humanidad dentro del globo terráqueo sé reacomodó y en la línea de pensamiento no fue una exclusión. Es la dinámica misma desde una perspectiva psico-social, las consecuencias políticas han sido devastadoras para algunos países o bloques de interés: eje. La guerra fría, la guerra de los mercados o las nuevas

manifestaciones culturales. "La Iglesia, por lo

tanto, debía tener una confrontación más directa con el mundo y alcanzar esto es un concilio, tal como había propuesto él (Juan XXIII), era necesario y vital" El Papa Pío XI en un momento de su pontificado, se planteo la idea de celebrar concilio, pero después de consultar a sus consejeros engaveto la idea, ya que no era el momento oportuno. "En 1948 Pío XII tuvo el mismo deseo, dadas, las opiniones contrapuestas, renunció al proyecto en 1952". Los problemas de celebrar un concilio no están afuera de la Iglesia sino dentro de ella. Todo cambio que se pretendió entablar dentro de la Iglesia en la etapa preconciliar fue un duro reto, así lo afirma el Cardenal Danielou en su <Memorias>: "el problema esencial estriba, pues, hoy no ya en los obstáculos que la Iglesia puede hallar en el exterior, sino en las amenazas que minan por dentro". La Iglesia durante el Pontificado de Pío XII fue una respuesta a la tensión mundial, a un acomodo religioso y un mantenimiento del "status"interior de la Iglesia. No quería complicarse con cambios que se le fueran de las manos. Era todo un nuevo desafío que no quiso asumir. El tipo de encuentro conciliar ya no sería para responder a problemas doctrinales, sino sería un planteamiento pastoral, fruto de los movimientos de renovación en los sectores: bíblicos, litúrgicos, catequéticos, sociales y laicales que se iniciaron después de la década de los treinta. "Los movimientos de renovación anterior al Vaticano II, en lucha contra fuerzas inmovilistas, propiciaron su feliz realización" Fueron bases que se prepararon y esperaron el tiempo para el momento oportuno que culminaría con la corona de cambio a interior de la Iglesia.

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Otros consideran que el Concilio Vaticano II fue un error, ya que un grupo al interior de la Iglesia se sintió un poco desarmado, sobre todo las líneas duras o "elites" y de un fomento ortodoxo. "Hay quienes descalifican el Vaticano II como decisión peligrosa y equivocada, otros juzgan negativamente el posconcilio, por haberse comprendido y aplicado mal el propio texto conciliar, no faltan quienes afirman que estamos desviando el espíritu conciliar, sin que haya consenso sobre dicho espíritu" Pero en el fondo la Iglesia necesitó reflexionar sobre sus problemas internos ante el mundo comteporáraneo y plantearse los desafíos del futuro. No existe duda "el concilio Vaticano II ha puesto sobre el tapete de la actualidad mundial las graves cuestiones religiosas de nuestro siglo" La idea de celebrar un concilio: Después de la II Guerra Mundial con las nuevas tecnologías, uno de los sectores que se fortalecieron fueran las comunicaciones sociales. Realmente una de las grandes noticias de 1959, fue la que hizo el Papa Juan XXIII, la convocatoria del Concilio Vaticano II, pero no cayó muy bien en los pesimistas y escépticos.

La sorpresa fue para muchos: "la convocatoria de un nuevo concilio echo por Juan XXIII en la Basílica romana de San Pablo el 25 de enero de 1959, fiesta de la conversión del Apóstol". Pero este anuncio era profético, que luego tendría sus implicaciones teológicas y pastorales. Pero tendríamos profundizar las palabras del Papa en aquella tarde: ¡Venerables hermanos y queridos hijos! Pronunciamos delante de vosotros, a la verdad temblando un poco de conmoción, pero a par con humilde resolución de propósitos, el nombre y a la propuesta de una doble celebración: de un sínodo diocesano para la Urbe y de un concilio ecuménico para la Iglesia Universal". Discurso de Juan XXIII (25-1-1959) Implican no solo el Concilio, sino la actualización del Código de Derecho Canónico y un Sínodo para la Iglesia de Roma. Como que el Papa de la "transición" se les fue la mano y a sus 78 años Angelo Giuseppe Roncalli (1881-1963) laza una mirada al mundo y lo hace silenciar por un momento. El Juan Pablo II confirma este hecho: "Lo <nuevo> brota de lo <viejo> y <lo viejo> encuentra en los

<nuevo> una expresión más plena. Así ha sido para el Concilio Vaticano II y para los Pontífices relacionados con la Asamblea Conciliar, comenzando por Juan XXIII, siguiendo por Pablo VI, por Juan Pablo I y hasta el papa actual" Ese amanecer del Vaticano II, requiero que cada día volvamos a sus páginas, a los frutos de sus cambios, a comprender sus tensiones causadas y los desafíos venideros. Para una mayor compresión, la Carta Apostólica: Tertio Millennio Adveniente, invita a reflexionar su numeral: Nº 19. La noticia del Concilio: La iluminación del Espíritu Santo en este encuentro con la historia: Las cosas del Señor no se hacen solas, es Dios el que actual por medio de los hombres. Pero de una forma hermosa lo recoge un gran hombre de Dios, el Cardenal Angel Herrera Oria cuando en su homilía el 8 de setiembre de 1962 le hablo a sus fieles de Málaga.

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Faltaba un mes para la apertura de este magno encuentro eclesial. Un signo de comunión apostólico: "Jesucristo dijo a los apóstoles ante de subir a los cielos: <Recibiréis la virtud del Espiritu santo, que descenderá sobre vosotros (Hech. 1.8)> (…) Consecuentes con esta doctrina, los apóstoles, reunidos el año 50 en Jerusalén, en aquel concilio o asamblea, comenzaron su famoso

decreto con aquellas solemnes palabras <Ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros> (Hech. 15,28)>" . Las acciones del Espíritu Santo son sorprendentes. Las tres ideas del Pontificado del Papa Roncalli eran "nada menos que un Sínodo romano, un Concilio y una reforma del Código de Derecho Canónico". La idea que convulsionó al mundo fue la del Concilio: "Pero resulta que Juan XXIII creía en la comunidad y creía en el Espíritu actuaba más y mejor cuando todas las fuerzas de la cristiandad se reunían. Y se atrevió a soñar una aventura tan tremenda como era un Concilio, qué iba realmente a <resolver> no sólo las congregaciones romanas sino a la Iglesia

entera". Lo más interesante que podemos apreciar es la fe del Papa <Sucesor de Pedro>, que emprendió una de las empresas más difíciles dentro de una institución milenaria como la Iglesia. Dice el Cardenal Tarancón: "Porque Juan XXIII hizo la convocatoria sin consultar a nadie y los obispos nos enteramos como los demás". Podemos concluir esta primera parte con una idea tomada del Padre Pedro Arrupe: "Señor, necesito de tu Espíritu, de aquella fuerza divina que ha transformado tantas personalidades humanas haciéndolas capaces de gestos extraordinarios y de vidas extraordinarias" 2-. Los jalones de la celebración conciliar (1962-1965) Nos proponemos en esta parte, hacer un viaje analico sobre los principales puntos de las etapas preparatorias, realización y el análisis del Concilio de Juan y Pablo. 2-1 La etapa de tormenta interior o preparación (1959-1962): Puedo afirmar que esta fue la más dura en los meses de 1959, ya que Juan XXIII inicia una clara negociación para poner de acuerdo los gruposantagónicos, los que querían cambios radicales o lo que veían todo con mucho sigilo. El 17 de mayo de 1959 se integra la comisión antepreparatoria. Pero el Papa siguió una manera democrática: "La razón se halla en la en la manera de preparar y comenzar el Vaticano II mediante una amplia y democrática consulta. El 18 de junio de 1959, el Secretario de Estado Cardenal Tardini invitó a todos los obispos (entonces 2594), superiores de órdenes y congregaciones religiosas (156) y universidades católicas para que libremente propusieran temas conciliares ante del 30 de octubre de ese mismo año. Aquí reside la primera explicación del talante participativo y pedagógico del Concilio". Se recibieron 2812 repuestas, estás quedaron en él más hermético silencio de la historia. Realmente

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se considera un plebiscito con el mayor éxitoalcanzado en la Historia de la Iglesia. Los aportes fueron clasificados por la comisión antepreparatoria En 1960 se crearon de diez comisiones preparatorias baja la coordinación de la Comisión Central del Concilio y elaboró su reglamento. Llegó a contar con 102 miembros y 29 consultores. Por el documento "Superno Dei nutu" (5-6-1960) se abre la fase preparatoria inmediata. Los miembros de las diez comisiones llegaron a tener 827 a fines de 1961 (Obispos, religiosos, universidades católicas y expertos). El resultado son los 69 esquemas de preparación. La primera reunión de la Comisión Central fue el 12 de junio de 1961, luego se llevaron seis más. Le tocó la misión de preparar el reglamento de las sesiones. La convocatoria oficial se dio por la constitución "Humanae Salutis" (25-12-1961). Fijándose el 11 de octubre de 1962 para la primera sesión. 2-2 El Concilio del Papa Juan (1959-1963) Es importante en este espacio hacer un repaso de quien era Juan XXIII. Recomiendo la lectura del libro Juan XXIII del italiano Leone Algesi. Conociendo a este hombre, vamos a respondernos muchas preguntas entorno al su pontificado y concilio. Toda esta etapa preparatoria fue seguida muy de cerca por el Papa Juan XXIII que en muchos casos intervino con su consejo y su autoridad. Tres aspectos por los que apunto su pontificado Juan XXIII: La renovación de la Iglesia: "le señalo dos objetivos muy amplios: una adaptación (aggiornamento) de la Iglesia y del apostolado a un mundo en plena transformación" La unión de los cristianos: "consiguió también abrir una brecha en el ecumenismo. Abandonó el principio sostenido hasta entonces según el cual la unidad de la Iglesia sólo era posible mediante el retorno de los cristianos no católicos a la Iglesia católica. Él veía en esos cristianos a sus hermanos, y dio un paso decisivo con la creación del Secretariado para la unidad de los cristianos, en 1960" La paz del mundo: con dos históricas encíclicas reafirma este anhelo: en "Mater et magistra" (15-5-1961) y en "Pacem in terris" (11-5-1963). 2-3 Realización de la primera etapa Acudieron a la primera sesión más de 2000 obispos del mundo que fue inaugurado solemnemente el 11 de octubre de 1962. Juan XXIII en su profético discurso presenta los siguientes puntos: Los Concilios Ecuménicos en la Iglesia: "Es muy natural que, al iniciarse el concilio ecuménico, nos sea grato dar una mirada al pasado como para recoger sus voces, cuyo eco alentador quiere volver a escuchar unido al recuerdo y a los méritos de nuestros predecesores, antiguos o recientes". En este mismo párrafo afirma: "El gran problema planteado al mundo queda en pie tras casi dos mil años. Cristo, radiante siempre en el centro de la Historia y de la vida. Los hombres o están con Él y con su Iglesia, y en tal caso gozan de la luz, de la bondad, del orden y de la paz, o bien están sin Él o contra El deliberadamente contra su Iglesia, con la consiguiente confusión y aspereza en las relaciones humanas y con persistentes peligros de guerras fratricidas". Origen y causa del Concilio Ecuménico Vaticano II: "tres años de preparación laboriosa abiertos al

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examen más sabio y profundo de las condiciones modernas de la fe y de la práctica religiosa, de la vitalidad cristiana y católica especialmente, han aparecido como una primera señal y un primer don de gracias celestiales. La Iglesia, iluminada por la luz de este concilio – tal es nuestra firme esperanza –, acrecentará sus riquezas espirituales, sacando acopio de nuevas energías, mirará intrépida al porvenir". Oportunidad de la celebración del Concilio: "Mas nos parece necesario decir que disentimos de esos profetas de calamidades que siempre están anunciando infaustos sucesos como si fuese inminente el fin de los tiempos. En el presente orden de cosas, en el cual parece apreciarse un nuevo orden de relaciones humanas, es preciso reconocer los arcanos designios de la Providencia divina que, a través de los acontecimientos y de las mismas obras de los hombres, muchas veces sin que ellos lo esperen, se llevan a término, haciendo que todo, incluso las adversidades humanas, redunden en bien de la Iglesia". Tarea Principal del Concilio: "Lo que principalmente atañe al concilio ecuménico es esto: que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñando en forma cada vez más eficaz. Tal doctrina comprende al hombre entero, compuesto de alma y cuerpo, al cual como peregrino que es sobre la tierra, enseña que debe aspirar hacia el cielo. Esto demuestra que debe ordenar nuestra vida mortal de la tierra y del cielo, consigamos el fin establecido por Dios". Modalidades de la difusión de la doctrina cristiana: "Una cosa es el depósito mismo de la fe, es decir, las verdades que contiene nuestra venerada doctrina, y otra la manera como se expresa, y de ello ha de tenerse gran cuenta, con paciencia, si fuese necesario, ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter prevalentemente pastoral" Forma de reprimir los errores: "Piensa que hay que remediar a los mostrándoles la validez de su doctrina sagrada más que condenándolos". El Concilio debe promover la unidad de la familia cristiana: Una de las tareas de la Iglesia afirma Juan XXIII es "promover y defender la verdad" (…)"La Iglesia católica estima, por tanto, como un deber suyo, el trabajar denodadamente a fin de que se realice el gran misterio de aquella unidad que Jesucristo invocó con ardiente plegaria al Padre celeste en la inminencia de su sacrificio". Conclusión de su mensaje a los Padres del Concilio: "El concilio que comienza aparece en la Iglesia como un guía prometedor de luz resplandeciente. Ahora es sólo la aurora, y el primer anuncio del día que surge, ¡de cuánta suavidad llena nuestro corazón! (…) Puede decirse que el cielo y la tierra se unen para celebrar el concilio; lo santos del cielo, para proteger nuestros trabajos; los fieles en la tierra, continuando en su oración al Señor, y vosotros, siguiendo las inspiraciones del Espíritu Santo, para obtener que el común esfuerzo corresponda a las exigencias actuales y a las necesidades de los diferentes pueblos" 2-4 Las cuatro sesiones del Concilio Vaticano II: Primera sesión, 11 de octubre al 8 de diciembre de 1962 – Juan XXIII Segunda sesión, 29 de setiembre al 4 de diciembre de 1963 – Pablo VI Tercera sesión, 14 de setiembre al 21 de noviembre de 1964 – Pablo VI Cuarta sesión, 14 de setiembre al 8 de diciembre de 1965 – Pablo VI

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2-6 La herencia del Papa Juan al Papa Pablo: Toda la acción temática en una línea de renovación pastoral, también llevó a cambios ante un planteamiento teológico de es-tructuras e instituciones milenarias dentro de la Iglesia Católica.

No ha sido realmente fácil el asimilar el tema, sobre todo por grupos internos de la Iglesia, por un lado los que buscan cambios rápidos y contundentes en la renovación y por otros con una resistencia a cualquier cambio y pegados a viejas acciones triunfalistas. Esta es realmente la herencia, por un lado cambios ante resistencias, ante un grupo de indiferentes espectadores que ya la Iglesia no respondía nada. Pero los pasos del Vaticano II no llegaron a todos en forma igual, Europa y América Latina lograron. Pero la crisis en algunas naciones latinoamericanas y en especial en España vino por parte de nuevos conceptos: "La libertad religiosa" y la "descalificación del régimen político existente". El pase del Papa Juan al Papa Pablo fue diferente, ambos fueron muy distintos, pero con un ardor de vida cristiana comprometida: "Las personalidades de Juan XXIII y de Pablo VI eran profundamente diversas, pero consiguieron convocan y llevar adelante una

aventura difícilmente imaginable" Por sí mismos los cambios cuando no son bien asimilados traen consigo fatales consecuencias por varios aspectos: como son generados, como son recibidos o como son visualizados. Hoy todavía vivimos la situación, ya que los cambios del Concilio Vaticano II trajo ajustes estructuras (en la organización de la Iglesia), legislativos (ordenamiento interno) y sobre todo su proyección pastoral (cambio de métodos en la vivencia de las costumbres). Se habla de etapas: - La fase de la exaltación. - La fase de la decepción, otros proponen la fase de la verdad. Hoy se vive la fase de la estabilización, pero a otros les parece la fase de la involución (los conservadores enjuician negativamente el concilio) Los retos para los católicos de hoy son grandes, ya que muchos son poco históricos, no leen la realidad que se vive al interior de la Iglesia desde una perspectiva desde fuera. No se trata de ver todo a la ligera, se trata de meditar detenidamente desde la perspectiva actual, en una clara visión evangélica. Es concebir una reflexión muy a lo Vaticano II, pero con nuevas herramientas del lenguaje del hombre de hoy. Pensamiento final: "Las relaciones entre la Iglesia e historia deben profundizarse todavía mucho más, especialmente en la línea de un compromiso eclesial cada vez más poderoso con todo los marginados de la sociedad, tanto en su dimensión material (los pobres y los parados, por ejemplo) como en la otra espiritual (los que carecen de acceso a la cultura, a la política, a la educación, y un largo etcétera). La Iglesia, desde esta perspectiva, se convertirá en una realidad incómoda para poder establecido, ejerciendo la labor profética de denuncia y reindivicación precisamente porque todos es de todos, según la enseñanza evangélica y el mejor sentido común" No me adelanto a dar conclusiones, pueden ser ligeras y descontextualizadas, pero la lectura, la investigación y el análisis se lo dejo a las generaciones futuras.

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7.- EL Concilio y la importancia de contar con un Magisterio

Cuando Benedicto XVI inició su pontificado el 24 de abril de 2005 conocía de antemano algunos de los problemas más acuciantes de la Iglesia ya que como Prefecto de la Congregación de la Doctrina y colaborador directo de Juan Pablo II, y miembro de diversos dicasterios de la Curia romana, no era ajeno a la situación por la que atravesaba, y atraviesa, la Iglesia. Después de un largo pontificado en el que Juan Pablo II puso en práctica las enseñanzas del Concilio Vaticano II, precedido de un pontificado en el que Pablo VI trataba de conciliar las posturas antagónicas de los católicos, toca a Benedicto XVI descubrir, o por lo menos, hacer ver la realidad del Concilio Vaticano II, su oportunidad y las deformaciones causadas por quienes lo han querido leer en una óptica distinta a la que fue concebida, “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura” la llamará en su ya famoso discurso del 20 de diciembre de 20051 . No sin gran estupor, se sigue afirmando el creciente descontento que existe en algunos sectores de la Iglesia, que se sienten en cierta medida “traicionados” por ella, pues las reformas propuestas por el Concilio Vaticano II no concordaban con sus expectativas. “La hermenéutica de la discontinuidad corre el riesgo de acabar en una ruptura entre Iglesia preconciliar e Iglesia posconciliar. Afirma que los textos del Concilio como tales no serían aún la verdadera expresión del espíritu del Concilio. Serían el resultado de componendas, en las cuales, para lograr la unanimidad, se tuvo que retroceder aún, reconfirmando muchas cosas antiguas ya inútiles. Pero en estas componendas no se reflejaría el verdadero espíritu del Concilio, sino en los impulsos hacia lo nuevo que subyacen en los textos: sólo esos impulsos representarían el verdadero espíritu del Concilio, y partiendo de ellos y de acuerdo con ellos sería necesario seguir adelante. Precisamente porque los textos sólo reflejarían de modo imperfecto el verdadero espíritu del Concilio y su novedad, sería necesario tener la valentía de ir más allá de los textos, dejando espacio a la novedad en la que se expresaría la intención más profunda, aunque aún indeterminada, del Concilio. En una palabra: sería preciso seguir no los textos del Concilio, sino su espíritu.”2 Esta discordancia y descontento entre los que se esperaban del Concilio una ruptura neta con el pasado para afirmar sus ideas, y lo que realmente fueron los objetivos del Concilio, ha tenido también sus implicaciones en la vida consagrada femenina. Si el objetivo del Concilio Vaticano II para la vida consagrada era “la adecuada adaptación y renovación de la vida religiosa”3 , era de esperarse que la vida consagrada reflexionara sobre su propia realidad y de esta forma adaptara dicha realidad a las circunstancias de tiempos y lugares. No se pedía un cambio, sino una adaptación. Pablo VI ya lo decía en la exhortación apostólica Evangelica testificatio: “Cari figli e figlie in Cristo, la vita religiosa, per rinnovarsi, deve adattare le sue forme accidentali ad alcuni cambiamenti che toccano, con una rapidità ed un’ampiezza crescenti, le condizioni di ogni esistenza umana. Ma come giungervi mantenendo quelle " forme stabili di vita ", riconosciute dalla chiesa, se non mediante un rinnovamento dell’autentica ed integrale vocazione dei vostri istituti? Per un essere che vive, l’adattamento al suo ambiente non consiste nell’abbandonare la sua vera identità, ma nell’affermarsi, piuttosto, nella vitalità che gli è propria. La profonda comprensione delle tendenze attuali e delle istanze del mondo moderno deve far zampillare le vostre sorgenti con rinnovato vigore e freschezza. Tale impegno è esaltante, in proporzione delle difficoltà.”4 De esta manera, era necesario que el organismo de la vida consagrada se conociera con mayor profundidad, que dejara a un lado las incrustaciones culturales que durante años o siglos fueron adhiriéndose a su cuerpo, de forma que llegara a conocer su esencia y de esta manera, se adaptara al mundo, a los nuevos tiempos, con el fin de que imbuyera a este mundo de los valores evangélicos, de los que la

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vida consagrada debía ser perenne testimonio. Esta afirmación que acabamos de dar requiere una explicación más detallada para lograr captar la importancia del Concilio, sus consecuencias en la vida consagrada femenina y las repercusiones que se dan hoy en día. El objetivo del Concilio Vaticano II era el de buscar la mejor forma para que el tesoro de la fe católica pudiera llegar a todos los hombres, especialmente en un momento histórico crítico, en dónde los cambios y las transformaciones culturales estaban a la orden del día. Se trataba por tanto de un esfuerzo doble: conocer al hombre en su esencia y en sus circunstancias accidentales y conocer las realidades de la fe. Una reflexión de estos elementos, de la esencia del hombre y de la esencia de las verdades de la fe, debería llevar a un diálogo maduro, sereno en el que se pusieran en contacto ambas realidades, de forma que el hombre pudiera llegar al conocimiento de las realidades de la fe y de esta forma conocer, vivir y transmitir mejor el mensaje de la salvación. Se trataba por tanto de un movimiento sincrónico en dónde la fe debería llegar nuevamente al hombre. Era un movimiento netamente misionero que urgía a toda la Iglesia a ponerse en marcha para no perder al hombre de la modernidad. Los cambios científicos y técnicos, así como los sociales prometían al hombre el paraíso en esta tierra, relegando la fe, cuando algo podía concedérsele, a la esfera del privado. Cambios que Benedicto XVI resumía en tres grupos de preguntas fundamentales: “Se podría decir que ahora, en la hora del Vaticano II, se habían formado tres círculos de preguntas, que esperaban una respuesta. Ante todo, era necesario definir de modo nuevo la relación entre la fe y las ciencias modernas; (…) En segundo lugar, había que definir de modo nuevo la relación entre la Iglesia y el Estado moderno, que concedía espacio a ciudadanos de varias religiones e ideologías, comportándose con estas religiones de modo imparcial y asumiendo simplemente la responsabilidad de una convivencia ordenada y tolerante entre los ciudadanos y de su libertad de practicar su religión. En tercer lugar, con eso estaba relacionado de modo más general el problema de la tolerancia religiosa, una cuestión que exigía una nueva definición de la relación entre la fe cristiana y las religiones del mundo. En particular, ante los recientes crímenes del régimen nacionalsocialista y, en general, con una mirada retrospectiva sobre una larga historia difícil, resultaba necesario valorar y definir de modo nuevo la relación entre la Iglesia y la fe de Israel.”5 Todos estos problemas tocaban de alguna manera a la vida religiosa y más concretamente a la vida religiosa femenina. La valoración de la mujer, con las tendencias feministas en boga, influían ciertamente a la mujer consagrada. Si en el mundo la mujer comenzaba a ser valorada y ahora se le tenía en cuenta en sectores hasta hace poco negados para ella, esta tendencia cultural llegaba también a los muros de los conventos. La revaloración de la mujer y el nuevo contexto cultural que se estaba formando con su apertura a una participación más activa de ella, hacía que muchas cuestiones culturales de la vida consagrada femenina tuvieran que ser revalorizadas. De hecho, unos años después escucharemos a Juan Pablo II insistir en este aspecto y proponer a la mujer nuevos areópagos de la misión, más aptos a las circunstancias de los nuevos tiempos y a la condición de la mujer: “Ciertamente no es posible desconocer lo fundado de muchas de las reivindicaciones que se refieren a la posición de la mujer en los diversos ámbitos sociales y eclesiales. Es obligado reconocer igualmente que la nueva conciencia femenina ayuda también a los hombres a revisar sus esquemas mentales, su manera de autocomprenderse, de situarse en la historia e interpretarla, y de organizar la vida social, política, económica, religiosa y eclesial. La Iglesia, que ha recibido de Cristo un mensaje de liberación, tiene la misión de difundirlo proféticamente, promoviendo una mentalidad y una conducta conformes a las intenciones del Señor. En este contexto la mujer

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consagrada, a partir de su experiencia de Iglesia y de mujer en la Iglesia, puede contribuir a eliminar ciertas visiones unilaterales, que no se ajustan al pleno reconocimiento de su dignidad, de su aportación específica a la vida y a la acción pastoral y misionera de la Iglesia. Por ello es legítimo que la mujer consagrada aspire a ver reconocida más claramente su identidad, su capacidad, su misión y su responsabilidad, tanto en la conciencia eclesial como en la vida cotidiana. También el futuro de la nueva evangelización, como de las otras formas de acción misionera, es impensable sin una renovada aportación de las mujeres, especialmente de las mujeres consagradas.”6 Este elemento cultural, la revisión del papel de la mujer en la sociedad, como otros muchos, debería ser tomado en cuenta en el momento de aplicar las adecuadas reformas a la vida religiosa femenina. Otro elemento no menos importante para la vida religiosa femenina, sería la revisión del valor de la vida consagrada en el momento actual de la sociedad y del mundo. Cuando se comenzaba a asomar el fantasma del relativismo, los valores fundamentales comenzaban a tambalearse. Se cuestionaban las elecciones de largo plazo como incompatibles con los nuevos tiempos y se veían con recelo, cuando no se las tildaba de fundamentalistas o contra la naturaleza del hombre actual. Este diálogo entre este elemento de la cultura y la vida consagrada debía haberse establecido una vez revisada la identidad de la vida consagrada, ya que, siguiendo el esquema sugerido por Pablo VI en la citada exhortación apostólica Evangelica testitficatio, para que el organismo de la vida consagrada pudiera entrar en diálogo con el mundo moderno, necesitaba conocerse bien, es decir, tener bien centrada su propia identidad. Sin ella, sin una identidad clara y definida, sin saber quién se es y para qué se es en la vida, el organismo en cuestión corre el peligro de diluirse en el ambiente perdiendo su identidad o, pero aún renunciar a su propia identidad por adaptar otra que le viene impuesta del ambiente externo. Quizás este elemento ha sido el que más ha hecho sufrir a la vida consagrada. Hoy vemos, desgraciadamente, a muchas religiosas que han perdido o están en busca de su identidad y aún cuestionan la validez de su consagración en el mundo. No es ya una contestación de tintes políticos y sindicales como en los años setentas que, especialmente en los Estados Unidos, dejaron diezmados a no pocos institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica. Hoy es, especialmente en Europa, una desilusión, una desesperanza, una falta de espíritu combativo que lleva a las religiosas a estados de letargo espiritual y humano. Han perdido el gozo de ser mujeres consagradas y se contentan con ir pasando, de la manera más digna posible, pero sin dejar huella, sin una chispa de fuerza combativa por transmitir el evangelio. Una de las finalidades del Concilio Vaticano II, la evangelización del hombre, no ha sido llevado a cabo por este tipo de mujeres consagradas. Y la nueva evangelización en Europa está pagando a caro precio esta situación de desesperanza en la vida consagrada femenina. Cuando el organismo de la vida consagrada, que debía ser un organismo vivo y había de reflexionar sobre sí mismo para ofrecer, no una nueva identidad, sino una nueva faceta de la misma identidad, cae en el letargo, podemos afirmar que pierde su identidad. La pérdida de la identidad, o mejor dicho, la búsqueda de una nueva identidad ha llevado en no pocos casos a la asimilación de elementos culturales que no pertenecen al mundo de la vida consagrada. Si por una parte el Concilio pedía una revisión de los elementos culturales (accidentales) de la consagración para

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adaptarlos a los elementos culturales (accidentales) del mundo actual, no era menos cierto que esta adaptación debería hacerse una vez fijada la propia naturaleza e identidad de la vida consagrada femenina (esencia). No es posible adaptarse a lo accidental si no se conoce lo esencial. Sin embargo, tal parece que muchos interpretaron esta directriz en forma diversa y se lanzaron a buscar lo esencial (la identidad) en los elementos culturales externos. Asistimos por tanto al triste

espectáculo de ver cómo las mujeres consagradas dejaban o diluían su identidad en elementos de la cultura actual. Tomemos por ejemplo un caso, del todo banal, pero que puede ilustrar cuanto estamos afirmando. El hábito religioso ha sido siempre un distintivo de la vida consagrada, así lo afirmó el Concilio cuando explicitó: “El hábito religioso, como signo que es de la consagración, sea sencillo y modesto, pobre a la par que decente, que se adapte también a las exigencias de la salud y a las circunstancias de tiempo y lugar y se acomode a las necesidades del ministerio. El hábito, tanto de hombres como de

mujeres, que no se ajuste a estas normas, debe ser modificado.”7 Dejaba establecido que el hábito era un signo de la consagración y que por tanto, no se podía renunciar a él. Se debería tan sólo adaptar o modificar de acuerdo a las circunstancias cambiantes, no esenciales, culturales de nuestro tiempo. Estas cuestiones culturales se referían a la sencillez, la modestia, la decencia, la salud, el tiempo, el lugar, el ministerio. Un elemento esencial de la vida consagrada, como era el hábito, debería de ser adaptado. No se pedía la renuncia o la supresión del hábito, sino su adaptación, su reforma. Quienes querían leer e interpretar el Concilio a su propia conveniencia o siguiendo la hermenéutica de la discontinuidad pensaban que se debía descubrir el espíritu que se encontraba detrás de estas palabras. Para ellos las palabras carecían de un valor total, ya que eran fruto de una componenda, una especia de acuerdo tácito, pero que no reflejaba verdaderamente lo que se había querido decir. Había que descubrir por tanto “el espíritu” de esta expresión. Es decir, lo que se había escrito no reflejaba lo que se había querido expresar. Entonces, había que interpretar adecuadamente estas palabras. Si esto fuera cierto, surge una duda no menos grave. La cuestión de saber quién posee esta clave de interpretación. Si todo lo escrito en el Concilio Vaticano II asemeja más a un pacto de no agresión, en el que no se ha querido escribir la verdad, que a una verdad en el que quedan elencados ciertos principios, debemos recurrir por tanto a una fuente válida de interpretación. Sin embargo no se aclara quién es esta fuente válida de interpretación. En realidad observamos que durante estos cuarenta años, los profetas de la discontinuidad se han erigido como autoridad, pues sólo ellos, dicen, poseen la clave de la verdadera interpretación del Concilio, es decir, del verdadero espíritu que encerraban esas palabras. Nos encontramos, ni más ni menos, de frente a un magisterio paralelo, erigido por voluntad propia de unos cuantos que se han abrogado la facultad de interpretar el Concilio e incluso, como ha llegado a suceder, de corregir al Santo Padre. La postura del relativismo ha tocado definitivamente a la Iglesia8. Siguiendo con nuestro ejemplo del hábito, se llega por tanto a afirmaciones netamente contrarias a lo que quería el Concilio, diciendo que el Concilio no quería significar lo que había escrito, sino que más bien quería decir que se debería abolir completamente el hábito. Benedicto XVI, siguiendo la línea del Concilio ha recordado últimamente a las Superioras Generales la importancia del hábito: “Vivir una vida casta significa también renunciar a la necesidad de aparecer, asumir un estilo de vida sobrio y modesto. Los religiosos y las religiosas están llamados a demostrarlo también con la elección del vestido, un vestido sencillo, que sea signo de la pobreza vivida en unión con Aquel que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9). Así, y sólo así, se puede

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seguir sin reservas a Cristo crucificado y pobre, sumergiéndose en su misterio y haciendo propias sus opciones de humildad, pobreza y mansedumbre.”9 Un ejemplo banal, pero que nos ilustra la forma en qué debió haberse cumplido los objetivos del Concilio para un elemento que pertenecía a la cultura de la vida consagrada: NOTAS 1 Benedicto XVI, Discursos, 22.12.2005. Ibidem. 2 Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis, 28.10.1965, n. 1 3Pablo VI, Exhortación apostólica Evangelica testificatio, 29.6.1971, n. 51. 4 Pablo VI, Exhortación apostólica Evangelica testificatio, 29.6.1971, n. 51. 5Benedicto XVI, Discursos, 22.12.2005. 6 Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 57. 7 Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis, 28.10.1965, n. 17. 8“De ese modo, como es obvio, queda un amplio margen para la pregunta sobre cómo se define entonces ese espíritu y, en consecuencia, se deja espacio a cualquier arbitrariedad. Pero así se tergiversa en su raíz la naturaleza de un Concilio como tal. De esta manera, se lo considera como una especie de Asamblea Constituyente, que elimina una Constitución antigua y crea una nueva. Pero la Asamblea Constituyente necesita una autoridad que le confiera el mandato y luego una confirmación por parte de esa autoridad, es decir, del pueblo al que la Constitución debe servir. Los padres no tenían ese mandato y nadie se lo había dado; por lo demás, nadie podía dárselo, porque la Constitución esencial de la Iglesia viene del Señor y nos ha sido dada para que nosotros podamos alcanzar la vida eterna y, partiendo de esta perspectiva, podamos iluminar también la vida en el tiempo y el tiempo mismo. Los obispos, mediante el sacramento que han recibido, son fiduciarios del don del Señor. Son "administradores de los misterios de Dios" (1 Co 4, 1), y como tales deben ser "fieles y prudentes" (cf. Lc 12, 41-48). Eso significa que deben administrar el don del Señor de modo correcto, para que no quede oculto en algún escondrijo, sino que dé fruto y el Señor, al final, pueda decir al administrador: "Puesto que has sido fiel en lo poco, te pondré al frente de lo mucho" (cf. Mt 25, 14-30; Lc 19, 11-27). En estas parábolas evangélicas se manifiesta la dinámica de la fidelidad, que afecta al servicio del Señor, y en ellas también resulta evidente que en un Concilio la dinámica y la fidelidad deben ser una sola cosa.” Benedicto XVI, Discursos, 22.12.2005. 9 Benedicto XVI, Discursos, 22.5.2006

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8.- A 50 años del Vaticano II: Luces y urgentes desafíos

Celebrando como en toda familia…

Consuelo Vélez

Cuando las familias se reúnen en torno a la celebración de las “Bodas de Oro” o 50 años de matrimonio de los padres, todo es gozo y alegría. Aunque es bueno reconocer que no todo fue tan glorioso como se pretende mostrar en ese momento, prima más el deseo de afirmación de la vida, de la posibilidad de haber compartido tantos años, de los logros alcanzados, del legado dejado a las generaciones actuales.

Pues bien, en la familia cristiana, estamos a puertas de la celebración de los 50 años del Concilio Vaticano II y a manera de analogía con el ejemplo anterior, podemos afirmar que hay deseos de celebrar y de recordar ese momento de luz y gracia que se experimentó en la Iglesia universal. No se puede negar que desde entonces la Iglesia no es la misma. Como lo expresaba el teólogo colombiano Ignacio Madera en un artículo publicado a propósito de los 40 años del Concilio Vaticano II: “El asunto importante para mí, en esta hora del continente, no está en hacer consideraciones acerca de

sus logros mayores o menores (…) sino en verificar lo que se ha inaugurado como búsqueda de respuesta al tiempo presente. Por ello he dado el título a esta reflexión ‘una mirada irreversible’ (…) las anclas han sido elevadas; no importa si en el mar todavía existen corrientes resistentes o remolinos peligros. Ella sigue en marcha” (I. Madera, “Una mirada irreversible”: Theologica Xaveriana 148 [2003] 461). En efecto, la Iglesia no es la misma y no puede seguir siéndolo porque los “signos de los tiempos” tan valorados por el Vaticano II (Gaudium et spes, 4) siguen interpelando la vida cristiana con la misma o mayor fuerza que antes y exigen una respuesta más rápida y efectiva.

Motivos para celebrar

Pero, ¿qué podemos celebrar a 50 años de ese acontecimiento eclesial? Una mirada global nos permite “hacer memoria” –tan importante para no perder la identidad ni el camino que tenemos por delante– de muchos hechos positivos que trajo la celebración del Concilio.

Comenzamos señalando una realidad fundamental: el Vaticano II nos situó en un “nuevo paradigma eclesial y teológico”. Y como todo nuevo paradigma trajo la necesidad de moverse, cambiar, situarse de otra manera. Trajo también el miedo, la incapacidad de dejar lo conocido para probar lo distinto y, sin duda, la perplejidad, el asombro, los excesos, la incontrolable pasión de lanzarse a lo nuevo sin medir los riesgos ni asumir las consecuencias. Pero el cambio se dio y las personas que vivieron ese acontecimiento son testigos de que “en su tiempo” la Iglesia tenía otra manera de ser y

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presentarse ante el mundo.

El Vaticano II hizo cambiar la mirada eclesial. De una Iglesia preocupada por definirse a sí misma y afirmar su ser y esencia, se pasó a una Iglesia capaz de mirar al mundo y preguntarse por sus desafíos. Una Iglesia capaz de valorar la actividad humana (Gaudium et spes, Iª Parte, cap. 3), respetar su autonomía y valorar sus logros. Una Iglesia capaz de dar nombre a las realidades del mundo y comprender que sólo desde ellas podría realizar su tarea evangelizadora. La economía, la política, la educación, lo social, los problemas humanos, entre otras realidades, comenzaron a ser objeto de reflexión mediante diferentes mediaciones sin las cuales el Reino de Dios no podría visibilizarse y concretarse.

La centralidad de la historia y el considerarla como lugar de revelación divina “en hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí” (Dei Verbum, 2) cambió el horizonte epistemológico de la teología y la pastoral. No se podía seguir apelando solamente a la autoridad como garante de la verdad. Fue necesario aceptar con decisión y coraje una visión encarnada de la revelación necesitada de mediaciones para hablar con sentido de las realidades divinas. Por eso una teología histórica y una pastoral que parte del “ver” la realidad fueron consecuencias lógicas de tal cambio epistemológico. La consideración de la Iglesia como “misterio” (Lumen gentium, cap. 1) y todo el Pueblo de Dios como primer depositario (Lumen gentium, cap. 2) de este misterio, permitió soñar con un modelo de Iglesia-comunión con diferentes ministerios y carismas, ejercidos todos ellos para edificación de la comunidad. Desde allí se generaron muchos cambios y renovaciones en la vida eclesial. La toma de conciencia del protagonismo y misión evangelizadora del laicado no se hizo esperar. No faltaron verdaderas tareas eclesiales ejercidas con propiedad y responsabilidad por los laicos/as. Se sintió la

necesidad de formación, y la teología dejó de ser exclusiva del ministerio ordenado. La dinamización de comunidades eclesiales y una participación activa en la liturgia fueron señales claras de una Iglesia más parecida a la de los orígenes, con más vigor y fuerza que la que se había tenido en los años precedentes.

La vida religiosa sufrió una rápida transformación. Hubo un deseo sincero de “volver a los orígenes” y se intentó recuperar la frescura, sencillez y compromiso con los más pobres, a ejemplo de la Iglesia de Jesús formada por los excluidos de la sociedad, perseguida y peligrosamente cuestionadora del judaísmo de esa época. Aunque esa renovación supuso divisiones internas y radicalización de posturas, no se puede negar que imprimió profecía y testimonio, y las muchas

deserciones que se dieron no pudieron opacar ese momento particularmente renovador e inspirador.

El compromiso con la realidad humana no supuso una mirada en una sola dirección. Por el contrario, la justa autonomía de las realidades terrestres abrió el camino para una fecundación recíproca que continúa siendo un desafío hasta hoy. No podía ser de otra manera al proclamar la autonomía de la conciencia rectamente formada, el respecto por sus libres decisiones y la urgente necesidad de proclamar los derechos humanos de manera que se garantizara la dignidad de toda persona (Gaudium et spes, 41). Menos aún, ya que ellas también contribuyen a la construcción de los valores sublimes “de la verdad, bondad, belleza y juicios de valor universal” (Gaudium et spes, 57). En ese sentido se legitimó la autonomía de la cultura, de las ciencias y de sus propios métodos (Gaudium et spes, 59). Y en el campo intraeclesial, el Concilio reconoció la autonomía de los métodos teológicos, la necesidad de enriquecer la teología con el aporte de las ciencias humanas y sociales, la justa libertad de investigación, la libertad de pensar y de expresar los logros de los desarrollos teológicos.

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Más aún invitó a los laicos/as a tener una formación adecuada para que contribuyeran con sus respuestas a los desafíos del momento presente (Gaudium et spes, 62). En lo que respecta al compromiso político, el Vaticano II afirmó la legítima diversidad y pluralidad de opciones políticas y promovió su aceptación y tolerancia, buscando que se garantizara el bien común (Gaudium et spes,75) (ver A. Parra, “Gaudium et Spes" y el Concilio de la modernidad. Memoria y prospección “: Theologica Xaveriana 148, [2003] 480-481).

Es particularmente importante la referencia a la liturgia porque, “como cara pública de la Iglesia”, fue la que más consiguió y expresó los cambios propiciados por el Vaticano II (T. Albarracín, “Perspectivas de la reforma litúrgica”: Theologica Xaveriana 148, [2003] 514). No sin dificultades pero sí con bastantes logros que hoy todavía se pueden constatar y celebrar. De hecho en el primer número de la Constitución Sacrosanctum Concilium se expresan los propósitos del Concilio afirmando que en el deseo de “acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio, promover

todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia, (la Iglesia) juzga que le corresponde de un modo particular proveer a la reforma y al fomento de la liturgia”. Y en efecto así fue. Se marcó la centralidad cristológica de la liturgia (5), la importancia de la formación y la participación activa de los sacerdotes y fieles en ella (14-19), la adaptación de la liturgia a la mentalidad y tradiciones de los pueblos (37-40), la importancia del signo y la necesidad de simplificarlo para que fuera entendible con facilidad (7, 50) y permitiera que el pueblo de Dios realmente participara de la vida eclesial mediante su vivencia y expresión en la liturgia. (Símbolo de la resistencia a estos cambios es la

Fraternidad Sacerdotal Pío X, fundada por Monseñor Lefebvre, quien no aceptó los cambios propuestos por el Vaticano II, incluido lo referido a la liturgia. El 21 de enero de 2009 Benedicto XVI levantó la excomunión contra los tres obispos de esa Fraternidad ordenados por Lefebvre y permitió la celebración de la misa en latín cuando los fieles laicos así lo soliciten).

Pero fue la centralidad de los pobres señalada en el Vaticano II (Lumen gentium, 8, 38, 41; Ad gentes, 5, 12; Presbiterorum ordinis, 6; Gaudium et spes, 1, 63, 66, 69, 88, 90; Perfectae caritatis, 13) la que impulsó de manera decisiva el caminar de la Iglesia latinoamericana y caribeña manifestado en las Conferencias Episcopales celebradas en el Continente, especialmente Medellín y Puebla, conferencias proféticas y comprometidas con la realidad socioeconómica que mantiene a las mayorías en situación de pobreza y marginación, hoy vivida con más dramatismo como exclusión de las condiciones mínimas, necesarias para vivir. Es de anotar que este impulso fue respaldado en la última Conferencia, la de Aparecida celebrada en 2007, donde se afirmó que “la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica” (392).

Muchos otros aspectos positivos podríamos enumerar aquí para celebrar el paso del Espíritu por la vida de la Iglesia, porque el Vaticano II fue un nuevo Pentecostés –así algunos pretendan ignorarlo o rebajar su importancia–, Pentecostés que generó ilusiones y esperanzas, realizaciones y avances pero que también encontró resistencias y críticas, y no faltaron los que afirmaron y tal vez todavía hoy afirman que ese acontecimiento no fue presencia del Espíritu, sino como quienes en el primer Pentecostés al oírlos hablar en sus propias lenguas: “algunos se maravillaban pero otros burlándose

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decían: están borrachos” (Hch 2,8-13).

Urgentes desafíos

La constante tentación en la vida personal y eclesial es pretender llegar a las realizaciones definitivas. Todo avance parece que nos permite “tocar el cielo con las manos” y surge la misma tentación de los apóstoles en la experiencia de la transfiguración del Señor: “¡Qué bueno que estemos aquí! Hagamos tres tiendas” (Lc 9,33). Pero la vida continúa y el dinamismo humano no se detiene.

Menos, cuando han pasado 50 años y nos encontramos en un “cambio de época” como señaló la Conferencia de Aparecida (44). Por eso conviene preguntarse cómo celebrar de la mejor manera estos 50 años del Vaticano II. Y la respuesta más adecuada ha de ser: continuar caminando hacia adelante. Eso quiere decir: continuar abiertos a la presencia del “espíritu” –ese mismo que ha acompañado el caminar eclesial a lo largo de la historia y se ha manifestado claramente en momentos privilegiados como el Vaticano II– para responder hoy a los desafíos presentes. Porque la historia no se detuvo con los cambios vividos en estos 50 años. Los desafíos continúan, nuevos y sorprendentes, extraños e imprevisibles, pero urgentes y necesitados de respuestas adecuadas desde la experiencia de fe. En efecto, hoy son evidentes realidades que hace 50 años apenas se vislumbraban o que no éramos capaces de reconocer. La cuestión de la mujer con sus desenvolvimientos entre la reflexión feminista y el uso de la categoría de análisis “género”, el reconocimiento mucho más efectivo de la multiculturalidad y multietnicidad aportada por los pueblos indígenas y afroamericanos en la mayoría de los países, la preocupación ecológica, el resquebrajamiento de los grandes relatos, la vuelta al sujeto, el valor de lo particular y cotidiano, el diálogo interreligioso...entre otras situaciones que podríamos nombrar, son los signos de los tiempos que hoy es urgente interpretar y a los que hemos de responder para mantener vivos esos aires nuevos surgidos del Vaticano II. Ahora bien, la tarea no se vislumbra fácil. Vientos de involución se levantan por doquier. Y toman fuerza y hasta nos hacen creer que nos equivocamos. No es de extrañar que la tentación continuamente golpee nuestra puerta valorando tal vez excesivamente aquellas experiencias que tienen aceptación, despiertan seguidores, son apoyadas por la mayoría. Todo eso puede ser un peligro efectivo. Hace falta mucho valor, como tuvo Jesús en el desierto (Lc 4,1-13), para rechazar lo que bajo capa de “más éxito” sustenta una involución eclesial. En este espíritu de lo pequeño pero no por eso menos audaz, de lo frágil pero no por eso menos valiente, de lo complejo pero no por eso menos eficaz, podemos señalar algunos caminos por donde la tarea eclesial podría seguir plasmando el espíritu del Vaticano II: - El camino de la conversión constante. De nada valdría hacer memoria de las luces traídas por el Vaticano II si en el hoy de nuestra historia no se reconoce la urgencia de mantener una actitud de conversión. Si el Vaticano II fue capaz de mirar el mundo para responder a los “gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias del ser humano en ese presente” (Gaudium et spes, 1), hoy sigue siendo necesario mirarlo para descubrir la actual situación. Quien mira es capaz de abrirse a la conversión. Pero mirar sin temor y sin la seguridad de quien se cree con todo resuelto. Es don del Espíritu mirar con ojos dispuestos a dejarse impactar, interpelar, convertir. Esa actitud haría mucho bien a la Iglesia hoy. - El camino de los excluidos del Continente. La situación de pobreza estructural que golpea al Continente y que se está extendiendo al llamado “primer mundo” ha de ser un camino que no puede abandonar la Iglesia actual si quiere permanecer fiel a la utopía del Reino. Tiene que liberarse definitivamente de las ataduras de la falta de profetismo frente al sistema económico imperante que provoca y mantiene en la exclusión a millares de hermanos y acompañar otros caminos que garanticen la vida de los más pobres. El reino no es un sistema económico, pero no puede ser ajeno a todo aquello que promueva la liberación integral de los pueblos. - El camino de la igualdad fundamental dentro de una diversidad funcional. En sociedades acostumbradas a la estratificación social, a la subordinación de unos frente a otros por motivos de género, raciales, económicos o culturales, la Iglesia ha de identificarse más como una Iglesia-comunión en la que la dignidad de todos sea un hecho y la diferencia se viva solamente como

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colaboración efectiva con el bien común: “Pero ustedes no se dejen llamar Rabí, porque uno es su Maestro y todos ustedes son hermanos” (Mt 23,8). Una Iglesia sacramento de la comunión, de la diversidad de miembros en el reconocimiento de la unidad e igualdad fundamental es una respuesta eficaz a la urgencia de un mundo inclusivo “donde quepan todos y todas”. Especialmente, la participación plena de las mujeres en la comunidad eclesial exige una respuesta rápida y contundente, si no se quiere traicionar el “discipulado de iguales” vivido en los orígenes del cristianismo - El camino de un laicado formado, comprometido y consciente del discipulado- misionero que está llamado a vivir. En muchos ambientes se está hablando del siglo del laicado y de su responsabilidad histórica en cambiar definitivamente el rostro de la Iglesia piramidal que ha marcado la experiencia cristiana, por el rostro de una Iglesia-comunión a imagen de la Trinidad. Estamos en mora de un laicado que ejerza su mayoría de edad, que sepa llevar responsablemente la misión evangelizadora de la Iglesia y, todo esto, no por una usurpación de la misión del ministerio ordenado, sino por una responsabilidad histórica de vivir la vocación cristiana como seguimiento y la misión evangelizadora como respuesta efectiva a ese llamado. - El camino del diálogo ecuménico e interreligioso. El Vaticano II reconoció la urgencia del diálogo ecuménico porque no es posible que el seguimiento cristiano muestre un abismo tan grande entre quienes deberían ser hermanos y compañeros de camino. Más aún cuando la hegemonía católica se ve debilitada por la existencia real y mucho más fuerte de otras tradiciones, y no sólo cristianas sino de las otras religiones del mundo. Todas ellas van ganando ciudadanía y representatividad en un Continente que se reconocía católico y que hoy se erige como multireligioso. Hay grandes pasos a nivel de praxis y de colaboración en aspectos que tocan al bien común. Pero falta ese diálogo profundo en cuestiones de fe que reconozca la diversidad y riqueza de las “semillas del Verbo” presentes en las diversas confesiones religiosas. - El camino del diálogo intercultural y la valoración de las diversas tradiciones culturales. Si las constituciones de los países van reconociendo la pluriculturalidad con sus efectos civiles y legales, hoy no puede ser menos la Iglesia si quiere llegar a todos y todas. Históricamente la Iglesia se ha configurado en un solo modelo cultural que ofreció la posibilidad de vehicular el mensaje e impulsar su expansión geográfica. Pero esas luces no son las mismas en este tiempo. La riqueza cultural que se está valorando hoy y la recuperación de las propias identidades y tradiciones exige una Iglesia con rostros diversos, con liturgias que incorporen los lenguajes, con la riqueza cultural que encierran, de todos los pueblos. Esa es una deuda que aún está vigente y supone grandes esfuerzos. Pero es el camino para garantizar la vigencia de una fe que en el mandato misionero de Jesús está pensada para llegar “hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). - El camino de la llamada “postmodernidad”. Puede resultar ambiguo proponer que la Iglesia ha de caminar por los senderos de la posmodernidad cuando ésta ha relativizado los grandes relatos y ha iniciado búsquedas espirituales que poco se tocan con la experiencia eclesial vigente. Sin embargo otros aspectos tales como la recuperación del sujeto, la armonía con el cosmos, la valoración de lo cotidiano, del cuerpo, de los sentimientos, de la narrativa, de la sexualidad e inclusive la búsqueda de interioridad, espiritualidad y crecimiento interior, entre otros aspectos, son caminos que la experiencia eclesial puede y debe recorrer si quiere ser reconocida por los hombres y las mujeres de hoy. No se concibe ya una religión sin una antropología que valore a todo el ser humano y tenga en cuenta sus diferentes dimensiones, acogiéndolas positivamente sin considerarlas negativas de antemano, sino necesarias para constituir la experiencia religiosa de una manera mucho más integral e integradora. - El camino del desarrollo científico, de la interdisciplinariedad, de la colaboración entre todos los estamentos sociales. En este aspecto la Iglesia ha de dar un gran paso para ser capaz de situarse en el mundo plural y renunciar definitivamente a usurpar el poder civil del que ha gozado en tantos contextos. Es evangélico entender que se vive en un paradigma pluralista donde es indispensable buscar los mínimos éticos que permitan garantizar la vida de todos y todas en cada sociedad determinada. Eso no la priva “de formar cristianamente a sus fieles por ella misma, sin el recurso al poder civil” (X. Alegre, J. Giménez, J. I. González Faus y J. M. Rambla, “¿Qué pasa en la Iglesia?”: Cuadernos Cristianisme i Justícia 153 [2008] 21). - El camino del Evangelio de Jesús. Parecería una contradicción proponer seguir el camino de Jesús cuando todos los ítems anteriores han tenido esta misma intención. Pero a lo que nos referimos aquí es a recuperar la frescura del Evangelio, la audacia del mandato misionero, la profecía de los

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primeros seguidores y la capacidad de impregnar de Reino de Dios las estructuras humanas. No por la fuerza del poder y la imposición, que nada tiene que ver con el Evangelio de Jesucristo, sino a la manera de la semilla que crece sin que lo notemos (Mc 4,27) o la levadura que fermenta toda la masa (Mt 13,33). A modo de conclusión No son tiempos de pensar que el Vaticano II se ocupó más de la Iglesia que de Dios –como lo llegó a expresar el cardenal W. Kasper: Teología e Iglesia, Barcelona 1989, 414– o que la teología de la liberación se ocupó más de los pobres que de Cristo –ver C. Boff, “Teología de la liberación y vuelta al fundamento. Personalmente pienso que siempre se pueden precisar afirmaciones o descubrir aspectos que en otro momento no se tuvieron en cuenta. Pero me parece mejor pensar que los logros de cada momento son enriquecidos con las visiones nuevas, y lo importante es continuar el camino. Y ésta es la exigencia de una celebración: mirar al pasado pero para tomar más impulso hacia el futuro. Y las luces del Vaticano II, por mucho que desde una visión crítica puedan tener ambigüedades o algunas estén tan lejos de haber sido puestas en marcha, pueden animarnos y comprometernos a seguir respondiendo a los desafíos presentes. Precisamente mirando al Jesús de los evangelios y conscientes del discipulado- misionero al que estamos llamados, es hora de impulsar una Iglesia verdaderamente profética, no sólo para denunciar las estructuras del mundo sino también para denunciarse a sí misma. Es la única manera de mantener la vitalidad, vigencia y pertinencia de una Iglesia que no existe para sí misma sino para hacer presente el Reino de Dios en la realidad histórica. La comunidad eclesial que surge de la experiencia del Dios de Jesús exige “echar el vino nuevo en odres nuevos” (Lc 5,38). Esto no significa una ruptura. Me refiero a ser capaces de situarnos en este cambio de época y atrevernos a transitar caminos que nunca antes habíamos recorrido. Cultivar la “experiencia de fe” y estrenar todos los lenguajes posibles: la significación lingüística a la que de ninguna manera hemos de renunciar, pero también la palabra simbólica, corporal, artística, relacional, ecológica, erótica, entre otras, para seguir empujando la vivencia de una comunidad eclesial inclusiva, profética, evangélica, solidaria, evangelizada y evangelizadora. No sabemos si necesitamos un Vaticano III. Con seguridad que sí. Pero sobretodo constatamos que urge una Iglesia fiel y audaz. Fiel a la experiencia más genuina del Evangelio y audaz para responder a los desafíos presentes.

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9.- La herencia del Concilio Vaticano II La herencia grande que nos ha dejado el Concilio Vaticano II ha sido la convicción de que la Iglesia ha de estar en diálogo con el mundo en el que vive y a los que ha sido enviada a anunciar el Evangelio. La lectura de los "Signos de los tiempos" es la clave para la evangelización en los condicionamientos sociales del mundo actual. La Iglesia tiene que permanecer siempre fiel a sus inicios. Debe vivir una doble fidelidad, a su fundamento que es Cristo y a sus iniciadores que son los Apóstoles y a las situaciones de los tiempos en los que vive. Así la comunidad de los discípulos de Jesús tiene, según la afirmación de San Bernardo, dos ojos: uno para ver hacia atrás para permanecer siempre fiel a sus inicios y otro para ver hacia adelante y ser fiel a los tiempos en que vive. Es por esto, que no puede vivir sin tener en cuenta los condicionamientos concretos del mundo en el que vive. Vivimos una época de cambios o mejor, un cambio de época; los retos que se presentan a su misión evangelizadora son nuevos. Urje el buscar soluciones nuevas a estos desafíos; sería un grave error querer responder a estos retos, con soluciones de otros tiempos. Esto desfasaría la Iglesia y le impediría el cumplimiento de su misión. El Concilio Vaticano II, Medellín, Puebla y Santo Domingo han sido momentos importantes en esta búsqueda de fidelidad de la Iglesia. No han sido únicamente puntos de llegada, sino también puntos de partida. Pero el mundo ha proseguido su marcha y es necesario darse cuenta de cuáles son los desafíos que se le presentan hoy para buscar los caminos de solución con la creatividad que da la asistencia del Espíritu, que siempre renueva la Iglesia. La coyuntura de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe le presenta a la Iglesia una oportunidad para que afine la mirada y los descubra. Deseo señalar algunos de los desafíos más urgentes que se presentan hoy a la Iglesia, sin la pretensión de señalarlos todos. Hay más preguntas que respuestas, pero creo que el Espíritu de Cristo empuja a su Iglesia a través de estos interrogantes a avanzar en el tiempo y en el espacio. DESAFIOS QUE PRESENTA EL MUNDO A LA IGLESIA. 1.- LA POBREZA CRECIENTE Y LOS GRANDES CONTRASTES. Ya desde Medellín los Obispos veían en la pobreza una situación amenazante para la paz del continente. En Puebla se dieron cuenta que era un fenómeno creciente y que sus causas no eran coyunturales sino estructurales. Los llamados que hicieron a trabajar por erradicarla no han sido escuchados. La pobreza ha ido en aumento. Cada vez son más las personas que no tienen lo suficiente para poder vivir dignamente. La desnutrición, la falta de atención médica, el desempleo, son los flagelos de los pueblos latinoamericanos. En el sistema neoliberal que se ha impuesto a nuestras naciones, el lucro es el motor de la economía. El mercado es la ley fundamental. Por tanto, el que no produce y no consume está fuera de atención de los poderosos, no cuenta, es excluido. Millones de pobres no existen para el sistema, no entran dentro de sus programas, por lo que la pobreza, se ha convertido en exclusión.

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Los Estados adelgazan cada vez más y reducen los gastos en programas sociales en beneficio de la población. Pero además, las promesas no cumplidas de los gobiernos han causado en la población de los excluidos una actitud de desesperanza, ya no creen que puedan salir de su situación. Si antes el estudiar era el camino para la superación de la pobreza, ahora, tanto los padres, como los hijos están convencidos que ni estudiando pueden mejorar. Por lo que se buscan salidas desesperadas: narcotráfico, violencia, emigración…La pobreza, la exclusión se ha teñido de desesperanza y han legado a convertirse en "cinismo social", es decir, en una actitud de no importar la situación social, sino únicamente la personal. Junto a la exclusión de grandes masas está la concentración de la riqueza en pocas manos. Latinoamérica es el continente de los contrastes. Frente a colonias residenciales están las colonias de los pobres, que carecen de los servicios más indispensables. Frente a las mazas de pobres están los ricos que ocupan en las listas de los poderosos del mundo los primeros lugares en acumulación de riqueza La opción por los pobres es un reto urgente que se presenta a la Iglesia hoy. No basta la asistencia social, es necesaria la promoción social y el trabajo de incidencia en las estructuras sociales. Al "tuve hambre y me diste de comer"… se debe añadir el "levántate y anda". Es indispensable la acción para convertir las grandes muchedumbres hambrientas, de objetos de los programas gubernamentales neoliberales, en sujetos de su propia liberación, de su propio desarrollo. La Iglesia no puede pasar de largo como el levita y el sacerdote de la parábola, es necesario que sea el buen samaritano que se baja de sus privilegios y se compadece del pobre que ha caído en manos de los que lo despojaron. La opción por lo pobres es ahora más urgente que antes. 2.- LA VIOLACION A LOS DERECHOS HUMANOS. Nunca el mundo había tenido tanta conciencia de la dignidad de la persona humana, de sus derechos como hoy, pero al mismo tiempo, nunca se habían violado tan sistemáticamente los derechos humanos como hoy. Los gobiernos se han convertido en violadores de las garantías individuales; ellos esparcen la convicción de que la democracia se vive depositando el voto en las urnas, para elegir a los representantes de la sociedad. Esto no basta, es necesaria una democracia real, en la que el pueblo siga teniendo, de hecho, la soberanía y pueda exigir a sus gobernantes el que busquen la solución a sus problemas urgentes. Los derechos humanos son la expresión de la conciencia que hemos adquirido de la dignidad humana. Respetarlos es una exigencia de la democracia real. El depositar el voto únicamente, es elegir gobernantes que se convierten en reyesitos, en dictadores, que luego hacen lo que a sus interesen conviene y se olvidan de todas las promesas de bienestar para el pueblo sin que éste sea capaz de exigir su cumplimiento. Por tanto, la democracia formal sola es una contradicción en sí misma. El trabajar por el respeto a los derechos humanos es una tarea impostergable para la Iglesia latinoamericana. Debe levantar la voz para defender a los que por su pobreza son débiles y no se pueden defender. No se trata ya de ser "la voz de los que no tienen voz", sino de "trabajar para que los que no tienen voz, la recuperen y hablen". Esto supone el renunciar a las alianzas con los poderosos, violadores de los derechos humanos. Esto trae repercusiones, porque como a Cristo la criticarán y harán campañas de desprestigio, incluso, tendrá que pasar por el martirio. Pero además la Iglesia debe vivir en su interior lo que quiere que se viva en la sociedad, por tanto, tiene ella misma que vivir el respeto a los derechos humanos dentro de ella misma. Qué importante sería que hubiera organismos defensores de los derechos humanos dentro de la Iglesia. Cuántos abusos de autoridad se podrían evitar o corregir. 3.-LA AMENAZA DE UN DESASTRE ECOLÓGICO. El peligro de un desastre ecológico es cada vez más cercano. El modelo de desarrollo que se ha venido implementando lleva consigo la destrucción de las dos fuentes de la riqueza: la naturaleza y la persona humana. Cada vez más se va tomando conciencia que nuestro futuro y sobre todo, el de las generaciones venideras, está ligado al cuidado que tengamos ahora de la naturaleza. Hay una relación profunda entre nuestra vida y la vida del planeta. Atentar contra él es atentar contra la vida humana.

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No es posible seguir anteponiendo el interés de unos cuantos que quieren enriquecerse a costa de lo que sea, al bien de todos los demás y de la naturaleza. Es necesario caer en la cuenta de que cuidar la vida abarca cuidar la vida de los animales de las plantas, cuidar el agua, el aire, la atmósfera. Es necesario caer en la cuenta de que con nuestra tecnología de punta podemos acabar con la vida y con nuestro propio planeta. El mandato de Dios de dominar la tierra, no significa destruirla, sino el de amorosamente trabajar en ella para poder vivir. Para que ella viva y nosotros también. La tierra es un organismo vivo que Dios ha puesto bajo nuestra responsabilidad. El cuida de los lirios del campo y de las aves del cielo, y nos ha mandado a nosotros que también los preservemos de la destrucción. Esto supone también el pensar en el cambio de modelo de desarrollo. Un modelo en el que el lucro no sea el valor fundamental, sino la vida y el bien de toda la creación. Los cristianos deberíamos tener una conciencia ecológica a toda prueba. Ya que la tierra, el agua, el sol… son nuestros hermanos (San Francisco de Asis). 4.-LA REIVINDICACIÓN DE LA MUJER. Las mujeres son más de la mitad de los habitantes del mundo. Ellas han ido tomando conciencia de su dignidad y están exigiendo cada vez más igualdad en el trato e igualdad de oportunidades. No puede estar excluida esta parte de la humanidad. Ellas empiezan a rechazar que se les considere siempre en relación a los hombres, como si fueran un apéndice de ellos. Las que han ido tomando conciencia de su autonomía, afirman que son las Iglesias, sobre todo la Iglesia católica romana, las que han justificado con su reflexión teológica la dominación y la colonización de la mujer en este mundo patriarcal. Basta pensar en los comentarios sobre la creación de la mujer y del hombre y sobre el pecado iniciado por la mujer y su seducción al hombre (Gen 2-3) En la iglesia católica, más de la mitad de los miembros son mujeres, pero el rol que les es asignado está subordinado a los hombres. El trabajo espiritual y de creación del sentido religioso está reservado a ellos, y el trabajo manual-material a las mujeres. Hay tendencias conservadoras que rechazan el pensamiento y la participación de las mujeres en las tareas de dirección. Esta misma tendencia se nota aún en las Comunidades Eclesiales de Base, en las que la participación de las mujeres en las bases es numerosa, pero en la medida que se pasa a niveles de mayor dirección, lo hombres que son menos numerosos son los que tienen los cargos de decisión. A través de la fuerza de la vida las mujeres han abierto los ojos y han descubierto que su cuerpo es bello y bueno. Han iniciado a pensar por ellas mismas y han sido capaces de elaborar análisis desde su experiencia. Han hecho esfuerzos por descubrir su historia pasada y presente para convertirse en protagonistas y no en simples ayudantes de la historia masculina. Han buscado alternativas viables para vivir dignamente. Están en lucha por la descolonización de este mundo patriarcal. Esta descolonización de las mujeres es un gran desafío para la Iglesia, que debe considerarlas en igual dignidad que el hombre. Jesús trataba dignamente

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tanto al hombre como a la mujer y abrió caminos de trato igualitario entre los hombres y las mujeres. La aceptación de las mujeres en los ministerios ordenados es la gran deuda que aún está pendiente. Otro modo de ser mujer está desafiando a la Iglesia. Y como dice Ivone Gebara: Y no hay respuestas, fuera de nuestro universo, fuera de nuestros cuerpos, fuera de las vivencias reales de la comunidad humana, comunidad de mujeres y de hombres. Es a partir de esa simple y al mismo tiempo compleja constatación que se puede decir que necesitamos volver al humanismo.. que está atento a las preguntas reales, que busca respuestas reales y provisionales 5.- EL PLURALISMO RELIGIOSO. En el mundo actual, la comunicación ha tenido un desarrollo muy significativo; ahora con facilidad se conoce en unos minutos lo que está sucediendo en alguna parte del planeta. Los medios de información masiva son un medio de conocimiento de los diversos pueblos, de sus culturas y de sus religiones. Hay la conciencia cada vez mayor de la pluriculturalidad y de la plurireligiosidad en la que vivimos. Además los estudios de la filosofía de las religiones ha llevado a la conciencia de que todas las religiones ofrecen una experiencia espiritual y, por lo tanto, urgen un diálogo de iguales entre ellas. Poco a poco se está pasando de una actitud de cerrazón, de aislamiento que consiste en la certeza de que sólo mi religión es la verdadera, a una actitud de diálogo respetuoso, todas las religiones son caminos para poder llegar a Dios, para unirse a él, para conocer su voluntad y poder participar de sus dones. Cuando hablamos de pluralismo religioso no únicamente nos referimos a las grandes religiones milenarias, sino también a las que no tienen tantos miembros, por tanto a las religiones indígenas y afroamericanas. Porque así como no hay culturas superiores a otras, así no hay religiones pequeñas y grandes. Por tanto, la relación de los miembros de ellas debe ser de respeto y de diálogo, para un conocimiento mutuo y un enriquecimiento mayor. Todo esto está planteando un reto a la Iglesia católica, que durante tantos siglos ha vivido en un exclusivismo: "Fuera de la Iglesia no hay salvación". El Concilio Vaticano II ha dado un gran paso, porque reconoció que hay salvación más allá de la Iglesia y del cristianismo ( UR 3, LG 8, AG 9 N Ae 2), pero afirma que esta salvación no se da sin una misteriosa relación con Cristo (LG 16 y 22). Hay necesidad de dar otro paso más para transitar de este paradigma cristológico inclusivista a otro de pluralismo religioso inclusivista. Esto supone una renovación en la teología. Verdades que anteriormente se tenían como incuestionables hay que revisarlas y pensar de otra forma. Hay que pensar que las religiones no son búsquedas erradas sobre Dios de parte del hombre, sino caminos de salvación que el mismo Dios ha querido en su plan de salvación de todos los humanos. Hay que pensar en otras mediaciones de salvación que expliquen la voluntad de Dios de que todos los hombres se salven en la religión en la que han sido llamados por Dios. Esto es un presupuesto para un diálogo respetuoso entre las religiones. Esto no significa que no se tenga la certeza y convicción de la propia religión. La convicción de que mi religión es camino seguro de salvación es un presupuesto necesario para el diálogo. No significa también que lo que hay que buscar es hacer de todas las religiones una sola, porque perdería la riqueza de la diversidad. Dios es uno sólo con diversos nombres, las religiones son diversos caminos que conducen al mismo Ser Supremo. Pero también supone una actitud de diálogo respetuoso, que lleva consigo el ver a los demás desde lo que ellos piensan de sí mismo y no desde lo que nosotros pensamos de ellos. La escucha atenta es el presupuesto de un diálogo fructífero y enriquecedor. Esto costará a la Iglesia el bajarse de la convicción de que es la verdadera religión y que no está al mismo nivel que las demás. Estudios recientes indican que la supuesta unidad en el sustrato religioso de América Latina y el Caribe es más bien un supuesto falto que objetivo. Siempre ha habido una variedad en las opciones religiosas en este continente, pero lo más novedoso es que el número personas que pasan a la increencia es mucho mayor que el de las que pasan a otras opciones religiosas. Esto supone una nueva actitud de nosotros los católicos, una actitud de diálogo respetuoso y de búsqueda de colaboración para superar los problemas urgentes y ancestrales de nuestros pueblos. El diálogo interreligioso es una empresa impostergable y una virtud de actitud de paz. Las religiones tienen un papel importante en la paz o en la guerra de los pueblos. Por eso H Küng afirma: No hay

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paz entre las naciones si no hay paz entre las religiones. No hay paz entre las religiones sin diálogo de las religiones. No hay diálogo ente las religiones sin un estudio teológico de sus fundamentos. 6.- LA DEMOCRACIA. Uno de los logros más importantes de la modernidad es la democracia. El cambio de un régimen monárquico a un régimen de participación del pueblo. Ahora hasta la misma Iglesia reconoce las bondades de este sistema y lo recomienda. En muchas ocasiones ella misma ha sido la defensora y promotora de la democracia frente a regímenes totalitarios, aunque también en ocasiones, su actitud ha dejado qué desear porque no ha sido tan claramente distante de algunos de estos regímenes. Pero el gran desafío que se le presenta es el de aceptar dentro de ella misma la participación de los laicos y laicas en la toma de decisiones y en los puestos de dirección. Durante siglos la Iglesia ha vivido un centralismo y clericalismo rampante, no permitiendo la participación de los seglares. Estos en las mejores circunstancias han venido siendo colaboradores subordinados de la jerarquía, pero no miembros corresponsables con los pastores en la misión evangelizadora de la Iglesia. El Concilio Vaticano II dio pasos gigantescos en la concepción de la Iglesia como Pueblo de Dios, insistiendo en la igualdad fundamental de todos los fieles al participar del sacerdocio bautismal y concibiendo el sacerdocio ministerial como un servicio al cumplimiento de la misión de toda la Iglesia. Actualmente se están dando pasos hacia posiciones anteriores al Concilio, volviendo a actitudes clericalistas que excluyen a los laicos y laicas de una participación corresponsable en la misión de la Iglesia. Las estructuras eclesiales aún adolecen de un centralismo en la persona de los pastores. No hay una división de servicios fundamentales en ella. El legislador, el licurgo, el evangelizador, el pastor es el jerarca. Los organismos que existen tienen un carácter consultivo y no deliberativo. Hay ya muchas voces que están en desacuerdo con la metodología de los Sínodos de los Obispos, porque no son órganos de opinión en la Iglesia, sino de simple consulta, dejando al Papa lo que él quiera decidir y publicar. El único espacio de mayor participación que hay son los Sínodos diocesanos en donde se permite la participación de laicos y laicas, siempre dejando al Obispo la última palabra en las opiniones y en la promulgación de los documentos emanados de dichos Sínodos. Hay que repensar en qué consista la naturaleza jerárquica de la Iglesia, si consiste en un centralismo cercano a la monarquía o en un orden en la participación y en el ejercicio de los ministerios en la Iglesia. En la primitiva Iglesia, la participación de la comunidad era importante en los asuntos fundamentales en su vida. Baste recordar las asambleas para elegir a Matías, a los 7 coordinadores del sector helenista de la comunidad jerosolimitana, las asambleas en las que se decidió que los paganos podrían ser bautizados sin abrazar el judaísmo (Hech 1,1.12; 6,1-6; 15,1-35), etc. El movimiento de centralización se fue imponiendo cada vez más al de participación, pero por razones, más sociales y políticas, que teológicas y pastorales. Se está dando una opinión cada vez más generalizada de que hace falta un nuevo concilio ecuménico, en el que haya una participación no únicamente de los Obispos, sino también de los Presbíteros, de los Religiosos y Religiosas, de los laicos y laicas, aprovechando todas las facilidades que prestan los modernos medios de comunicación electrónicos. Vivir un modelo de Iglesia más Pueblo de Dios, es uno de los desafíos más urgentes en la presente situación de la Iglesia en el mundo actual. 7.- LA MASIFICACIÓN Y EL ANONIMATO DEL MUNDO URBANO. Asistimos al mayor desarrollo de la urbanización y concentración metropolitana de la historia, con el consiguiente fenómeno del individualismo, que realza al individuo y reduce la comunidad a un conglomerado de seres individuales, hasta quitarle su carácter de unión, de totalidad, de unidad. La relación entre los humanos se convierte en funcional, por tanto, las relaciones comunitarias de desdibujan dejando paso a las relaciones superficiales y al individualismo al mismo tiempo que a la masificación. Nunca los humanos habíamos estado tan cerca y comunicados y al mismo tiempo tan solos y tan incomunicados. Las relaciones se transforman de primarias en secundarias, ampliando el círculo de contactos individuales. Las personas viven en un aislamiento tal que llega al anonimato. Frente al individualismo que asfixia a los seres humanos, frente a la masificación que se vive en las grandes urbes, la Iglesia debe vivir y promover los valores comunitarios. Hoy más que nunca, ella

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debe esforzarse por vivir la dimensión comunitaria de su ser. Debe hacer hincapié más en la vida de comunidad que de institución eclesiástica. La Comunión vuelve a ser el rostro que la Iglesia debe presentar al mundo. Las Comunidades Eclesiales de Base son un factor importante de revitalización de la Iglesia en esta dimensión comunitaria porque descentralizan y articulan la Iglesia desde su dimensión más pequeña. Tratan de vivir relaciones estrechas de fraternidad y de solidaridad. Aunque en pequeño, viven los valores de una sociedad alternativa, en donde no haya exclusión. El mundo va caminando cada vez más hacia la increencia y en esa situación la masificación en la Iglesia no será la mejor forma de vivir el proyecto de Jesús, sólo la vivencia de comunidades pequeñas, pobres, sin privilegios será la que mejor logre convencer del proyecto de fraternidad de Jesús.