stefan zweig - los ojos del hermano eterno

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  • 8/3/2019 Stefan Zweig - Los Ojos Del Hermano Eterno

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    LOS OJOS DEL HERMANO ETERNO

    STEFAN ZWEIG

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    La omisin de los hechos no nos libera de la accin.

    Ni por un solo momento nos quedamos libres de obrar.

    Bhagavad-gita, (Canto tercero)

    Qu es la accin?

    Qu es la no accin?

    Estas interrogantes son las que turban

    con frecuencia a los sabios.Hay que poner toda la atencin para obrar.

    Hay que poner toda la atencin para no obrar.

    Hay que estar atentos, porque en lo ms profundo

    de la no accin puede estar tambin la esencia del acto.

    Bhagavad-gita, (Captulo cuarto)

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    Captulo I

    Muchos aos antes de que el sublime Buda viviese sobre la Tierradifundiendo la sabidura entre sus discpulos, viva en la comarca deBirwag, regida por el rey Rajouta, un noble llamado Virata, pero

    conocido por todos con el sobrenombre de El Rayo de la Espada. Era elms atrevido de todos los guerreros y un cazador cuyas flechas nofallaban nunca. Su lanza no haba permanecido jams ociosa, y,cuando sus brazos levantaban la espada, se oa zumbar la hoja comoun trueno en la tempestad.

    Virata tena la frente despejada, sus ojos serenos miraban con tranquilafirmeza a los hombres, sus poderosos puos no se cerraban jams coninjusta violencia y nunca su voz vibr estremecida por la ira.Serva como un fiel vasallo a su rey y sus esclavos le servan contemeroso respeto, considerndole como al hombre ms justo de todos

    los hombres que habitaban entre las cinco corrientes del ro.

    Aconteci que un da cay sobre el rey a quien serva Virata una grandesgracia. El cuado del soberano, que gobernaba como administradorla mitad del Imperio, ambicionaba apoderarse del trono y con estepropsito haba ido seduciendo a los mejores guerreros del rey,hacindoles ricos presentes. Su elocuencia haba conseguido atraerse alos sacerdotes encargados de la custodia de las sagradas garzas reales,smbolo del podero del monarca, ensea milenaria de la raza de losBirwager. Una vez en poder de las sagradas garzas y de los grandeselefantes, reuni a los guerreros, a todos los descontentos de lasmontaas y, formando con ellos un gran ejrcito, se dispuso a marcharcontra la capital.

    Enterado el rey Rajouta de los traidores propsitos del hermano de sumujer, llam a sus hombres a la guerra. Desde la aurora hasta lapuesta del Sol resonaban por todas partes los grandes cmbalos decobre y los blancos cuernos de marfil. Por las noches ardan lashogueras en las altas torres de la ciudad, arrojando sobre las humildeschozas de los pescadores del ro una lluvia de ardientes chispas queresplandecan con una triste luz amarilla, bajo la claridad serena de las

    estrellas, como signos de desgracia.

    A la llamada del rey acudieron muy pocos. La noticia del robo de lassimblicas garzas haba causado un gran desconcierto en el corazn delos caudillos, y los principales jefes y los conductores de los elefanteshaban huido casi todos al campo enemigo.El rey miraba en vano en torno suyo en busca de amigos. Haba sidosiempre un monarca implacable, severo en sus sentencias, rapaz en larecaudacin de los impuestos y cruel en la exigencia del serviciopersonal. No quedaba ya en su palacio ninguno de los famososguerreros ni de los valientes capitanes; en torno suyo pululaba tan slouna desaconsejada tropa de esclavos y siervos.

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    En esta miserable situacin el rey se acord de Virata. A las primerasllamadas del cuerno guerrero, orden a sus siervos que tomasen la sillade mano de bano y, acompaado de un fiel mensajero, fuese en buscade Virata para llevrsele a su palacio. Cuando Virata vio aparecer elcortejo real, se inclin hasta el suelo; pero el rey se dirigi hacia l nocomo un monarca, sino humildemente como un suplicante, y le rog

    que condujese a su ejrcito contra el enemigo.Virata se inclin de nuevo profundamente y le dijo:-Obedecer tu mandato, seor. No volver a mi casa hasta que lahoguera de la insurreccin quede apagada bajo los pies de este tuesclavo.

    Virata reuni entonces a sus hijos, a sus parientes y esclavos y,ponindose al frente de sus hombres leales, sali en busca de losrebeldes.

    Durante todo el da caminaron a travs de las espesuras del bosque, endireccin al ro, en cuya opuesta orilla el numeroso ejrcito enemigohaba establecido su campamento. Al comprobar que eran en tan grannmero, los rebeldes se sentan seguros de la victoria y se hallabanocupados en derribar grandes rboles con objeto de construir unpuente sobre el ro y poder pasar, a la maana siguiente, a la otraribera para inundar la tierra como una gran marea y regarla consangre.Virata, famoso y astuto cazador de tigres, conoca un vado ms arribadel lugar donde los rebeldes queran construir el puente, y durante lanoche hizo que sus hombres, uno a uno, fuesen pasando el ro. Cuandolos tuvo a todos reunidos, cayeron invisibles sobre el enemigo, quedorma tranquilamente. Una vez dentro del campamento, los hombresde Virata comenzaron a agitar encendidos hachones, con lo cual loselefantes y los bfalos huyeron espantados, las tiendas de campaacomenzaron a arder y los durmientes despertaron posedos de pnico.

    Virata entr el primero, como una tempestad, en la tienda del enemigodel rey y, antes de que el durmiente tuviese tiempo de alzarsesobresaltado, le haba ya hundido por dos veces la hoja de la espada enel pecho. El enemigo en masa salt entonces en torno suyo. En la

    profunda oscuridad, Virata no dic descanso a su espada: hera a unhombre en la frente, a otro en el pecho todava desnudo, a los queestaban tras l y a los que le arremetan de frente. De pronto se hizo elsilencio en torno suyo; se hallaba como una sombra entre las sombras,firme en la entrada de la tienda, en cuyo interior se hallaba el signo deldios, la simblica blanca garza que quera rescatar.

    Luego ya no aparecieron ms enemigos; todos yacan en torno suyomuertos o mudos de espanto. Lejos oa Virata los gritos de jbilo de losvencedores, de sus fieles guerreros y siervos. Despus comenz lapersecucin y se alejaron todos rpidamente.

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    Entonces Virata cay de rodillas, silenciosamente, delante de la tienda,con la ensangrentada espada en la mano, e inmvil esper que suscamaradas regresasen de su ardiente cacera.

    Pronto lleg la madrugada. Detrs del bosque se despertaba el da. Laspalmeras se nimbaron con el oro de la aurora, reflejndose en la

    corriente mansa del ro como ardientes antorchas. Al Este haba nacidoel Sol teido de sangre.

    Virata se puso entonces de pie. Abandon el campo de batalla y, con lasmanos elevadas en alto, se acerc a la corriente del ro. All, con los ojosresplandecientes de chispas de luz, se inclin en accin de gracias.

    Despus meti las manos en el agua para hacer desaparecer la sangreque las tea.

    Sinti su cabeza turbada por la rpida visin de la corriente del ro; se

    apart entonces del agua y, envolvindose en su ropaje, con el rostroiluminado, se dirigi de nuevo a la tienda de campaa con objeto dehacerse cargo de lo que durante la noche haba sucedido.

    Los muertos yacan innumerables en torno de la tienda, rgidos, con losojos desorbitados, con los miembros rotos. El enemigo del rey tena lafrente destrozada y a su alrededor aparecan abiertos los deslealespechos de los que haban sido capitanes en la tierra de Birwager.

    Virata cerr los ojos y se apart para contemplar a los dems quehaban cado en el campo de batalla. La mayora yacan, mediocubiertos con sus esteras y sus rostros le eran desconocidos. Eranesclavos de las regiones del Sur, de rizados cabellos y negro rostro.

    Cuando Virata se aproxim al ltimo cadver, sinti que su mirada seoscureca. Saba que era una de sus vctimas, uno de los que habaherido con su espada. Acerc su rostro al del muerto y reconoci a suhermano mayor, Belangur, prncipe de las montaas, que habaacudido en su ayuda. Virata se agach y puso su cabeza en el pecho delhermano. El corazn haba dejado de latir, los ojos estaban abiertos, ylas negras pupilas le miraban y parecan clavrsele en el corazn.

    Entonces Virata sinti que su espritu se empequeeca, se aniquilabacompletamente, y, como un agonizante, se sent entre los muertos. Lasnegras pupilas de aquel hermano que haba nacido de su madre antesque l, continuaban mirndole fijamente y parecan acusarle.

    De pronto sonaron gritos en torno suyo. Despus de la persecucin,como salvajes pjaros acudan sus siervos, llenos de alegra, en buscadel botn. Su contento fue inmenso cuando encontraron al enemigo delrey tendido en la tienda y salvada la garza sagrada.

    Comenzaron todos a saltar frenticamente en torno a la tienda yacudieron luego a besar a Virata, sin preocuparse de los muertos que

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    les rodeaban y aclamndole con entusiasmo como al Rayo de laEspada.

    Luego fueron llegando ms y ms y todos juntos comenzaron a recogerel botn, cargando tanto los carros que sus ruedas se hundanprofundamente en el barro y las barcas del ro casi zozobraban a su

    peso.Un mensajero se lanz al ro, nadando presurosamente para ir a dar labuena noticia al rey. Los dems no se apartaron del botn y continuaroncelebrando la victoria.

    Virata, silencioso, como hundido en un profundo sueo, continuabasentado en el mismo sitio. Slo una vez levant el rostro: cuando susvasallos quisieron despojar a los muertos de sus vestiduras. EntoncesVirata se puso rpidamente en pie y orden a los suyos que reuniesenmaderos, pusiesen sobre ellos los cadveres y encendiesen una gran

    hoguera con objeto de que las almas de los muertos pudiesen entrarpurificadas en la eternidad.Los vasallos quedaron maravillados ante aquella orden. Los traidoresdeban ser devorados por los chacales del bosque y sus osamentascalcinadas por el sol. Tal era la ley que deba regir para los infieles.

    Pero la orden fue cumplida, y, cuando las llamas se elevaron sobre losmuertos, Virata arroj perfumes y sndalo en la hoguera. Luego desviel rostro y permaneci silencioso hasta que la hoguera se huboconvertido en brasas y las brasas en cenizas esparcidas por el suelo.

    Entre tanto, los esclavos haban terminado de construir el puente que elda antes haban comenzado los partidarios del rival del rey. Primeropasaron por l los guerreros, coronados con hojas de laurel; luegosiguieron los vasallos y la caballera de los prncipes.

    Virata dej que se adelantasen, pues sus cantos y alegra le opriman elcorazn. Luego se acerc a ellos y haba un gran contraste entre aquellaalegra y su tristeza. Cuando Virata se hall a la mitad del puente, sedetuvo y contempl largo tiempo el agua que corra a uno y otro lado.

    Todos los que se hallaban a una y otra orilla le miraban sorprendidos.Entonces Virata desenvain su espada, la elev sobre su cabeza como siquisiese dirigirla contra el cielo, despus baj su brazo como muerto y,soltando la espada, la dej caer al ro.

    Inmediatamente de ambas orillas se lanzaron al agua desnudosguerreros que, hundindose en la corriente, intentaron rescatar elarma. Virata permaneci indiferente y comenz a andar, con rostrosombro, entre las filas de sus maravillados vasallos. Ninguna palabrasali ya de sus labios cuando, despus, durante largas horas, la huestevencedora fue avanzando lentamente por los amarillos caminos de lapatria.

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    Estaban todava lejos las puertas de jaspe y las almenadas torres deBirwag, cuando apareci a lo lejos una blanca nube de polvo quelevantaba un cortejo de jinetes que se iba aproximando.

    Cuando los jinetes divisaron al ejrcito vencedor, se detuvieroninmediatamente y los vasallos tendieron sobre el camino grandes

    alfombras, pues el rey que con ellos iba no deba jams pisar el irisadopolvo desde su nacimiento hasta que la llama de su vida se apagase.

    Entonces el rey se aproxim encima de su anciano elefante, rodeado desus hijos. El elefante, obedeciendo a la aguijada, dobl las rodillas y elrey descendi sobre el amplio tapiz.

    Virata avanz hacia el monarca y quiso inclinarse delante de su seor,pero el rey corri hacia l y le abraz estrechamente. Jams en lascrnicas ms antiguas se haba consignado tal honor a un vasallo.Virata mando traer las garzas sagradas y, cuando las blancas alas

    comenzaron a aletear, estall un entusiasmo tan grande que loscorceles, asustados, se encabritaron y los conductores tuvieron queaplacar a los elefantes con las aguijadas.

    Cuando el rey contempl los smbolos de la victoria abraz a Virata otravez y ste dobl una rodilla.

    El rey tom entonces en sus manos la espada del heroico padre deRajputah, guardada haca siete veces setecientos aos en la cmara deltesoro real, la espada cuyo blanco puo era de marfil y en cuya hoja,con ideogramas de oro, estaban escritas las misteriosas palabras de lavictoria, palabras que ya no podan descifrar los sabios ni los sacerdotesde los grandes templos.

    El rey present a Virata la espada del hroe milenario como prenda desu agradecimiento y como smbolo de que l era desde aquel momentoel ms alto de sus guerreros y el supremo jefe de su ejrcito.

    Pero Virata inclin su rostro y dijo:-Sarne permitido suplicar benevolencia y hacer una peticin al msvaleroso de los reyes.

    El rey le mir fijamente y dijo:-Tenla por concedida. Levanta tu rostro. Si quieres incluso la mitad demis garzas reales no tienes ms que pedirlo.

    Entonces Virata dijo:-Si es as, te ruego dispongas que la espada sea devuelta a la cmaradel tesoro. En lo ms ntimo de mi corazn he hecho voto de no cogerjams una espada. He matado a mi hermano, al que naci en el mismoregazo que yo, al que jugaba conmigo en los brazos de mi madre.

    El rey le mir sorprendido, permaneci un momento silencioso y luegole dijo:

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    -No importa. Sin espada sers el ms alto de mis guerreros; contigo miImperio se sentir seguro contra todos los enemigos; jams ningnguerrero ha podido conducir como t un ejrcito a la victoria. Toma micinturn como ensea de tu poder y ese mi caballo para que todos tereconozcan como a su jefe.

    Virata inclin el rostro hacia el suelo y respondi:-Un misterioso ser ha hablado a mi corazn y yo le he comprendido. Hematado a mi hermano y ahora s que todo hombre que mata a otrohombre mata a un hermano suyo. Yo no puedo ser caudillo en laguerra, pues en la espada est la fuerza y la fuerza es enemiga delderecho. Quien tiene parte en el pecado de asesinato es l mismo unasesino. Yo no quiero inspirar temor, prefiero conocer la injusticia quese hace contra los dbiles y comer el pan de los mendigos. Breve es lavida en el eterno mudar de las cosas. Deja que la parte que me quedade vida pueda vivirla como un justo.

    Por un instante el rostro del rey se oscureci. El silencio reinaba entorno de ellos contrastando con el anterior alboroto. Todos estabansorprendidos, pues jams en las ms antiguas pginas de la historia sehaba registrado que un guerrero rechazase una ofrenda de su rey.

    El rey mir entonces las sagradas garzas, signo de la victoria,rescatadas por Virata, y su rostro se aclar de nuevo. Luego dijo:-Has sido el ms poderoso, Virata, contra mis enemigos. Y ya que ahorano puedo contar contigo para la guerra, quiero, a pesar de todo, tenertea mi servicio. Como un justo conoces la culpa y la repruebas. Sentonces el ms alto de mis jueces y dicta tus sentencias en laescalinata de mi palacio; de esta manera la verdad ser enaltecida enmi mansin y el derecho reinar sobre mi pas.

    Virata dobl la rodilla ante el rey en seal de agradecimiento. El rey lehizo subir a uno de los elefantes de su squito y se encaminaron todosa la ciudad de las veintisis torres, cuyo jbilo lleg hasta ellos como untempestuoso mar.

    Captulo II

    Desde la salida hasta la puesta del Sol administr Virata justicia ennombre del rey, en lo alto de la escalinata de mrmol rosado, a lasombra del palacio. Sus palabras, como una balanza, fluctuaban largotiempo hasta que se les pona un peso. Su mirada penetrabaclarividente en el alma de los culpables, y sus preguntas se hundanmuy adentro, en lo ms profundo de la maldad, como un tejn en laoscuridad de la tierra.

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    Sus palabras eran rudas y jams dejaba caer la sentencia en el mismoda. Siempre pona el fro espacio de la noche entre el interrogatorio y elfallo. Durante largas horas, hasta la salida del Sol, sus familiares leoan ir y venir intranquilo por la terraza de la casa, meditando sobre lajusticia y la injusticia.

    Antes de decidirse a dictar una sentencia hunda su frente y sus manosen el agua clara y fresca, para que sus palabras estuviesen limpias delcalor de la pasin. Y, cuando haba hablado, preguntaba siempre a loscondenados si les pareca que se haba cometido algn error. Ellosbesaban entonces el escaln de mrmol rosado y se alejaban con lacabeza inclinada, como si hubiesen odo la palabra de Dios.

    Y es que Virata jams habl como un mensajero de la muerte, noimpuso jams esta pena ni aun a los ms culpables. Recordaba suinvoluntario crimen y aborreca la sangre.

    La lluvia acab, pues, lavando las negras piedras que haban goteadosangre, los pilones que se hallaban en torno de la fuente milenaria deRajputah y sobre los cuales el verdugo haca inclinar las cabezas de losreos para cercenarlas. Virata mandaba encerrar a los miserablescondenados a prisin en las lbregas crceles de piedra, o los enviaba alcampo a cortar piedras para las paredes de los jardines, o a los molinosde arroz, junto al ro, donde deban empujar las muelas en compaa delos viejos elefantes.

    De este modo honraba la vida y los hombres le honraban a l, puesjams se vea injusticia en sus sentencias, negligencia en sus preguntasni ira en sus palabras.

    Desde muy lejos del pas acudan los campesinos, en carros tirados porbfalos, con objeto de que l allanase sus diferencias. Los sacerdotesteman sus discursos y el rey sus consejos. Su fama creca como el joven bamb en el agua, recto y grcil, en una noche. Los hombreshaban olvidado aquel sobrenombre que le dieran de Rayo de la Espada,y en todas las comarcas era conocido con el nombre de Rajputah, el dela Fuente de la Justicia.

    Al sexto ao de administrar justicia en la escalinata de mrmol rosadodel palacio real, compareci ante Virata un joven delincuente queperteneca a la raza de los Kazar, raza salvaje que adoraba a los dolosde piedra. Sus pies estaban ensangrentados a causa de largos das decaminata, y fuertes cuerdas ligaban estrechamente sus brazos. Los quele llevaban prisionero, dando muestras de gran furor, con los ojosbrillantes de clera bajo las oscuras cejas, le hicieron avanzar hacia laescalinata y le obligaron a ponerse de rodillas delante del juez. Luegotodos se inclinaron a su vez con las manos en alto, pidiendo justicia.

    Virata mir sorprendido a los extranjeros.

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    -Quines sois, hermanos -les pregunt -y quin es ese que compareceatado ante m? Parece que vens de muy lejos.

    El ms anciano de ellos se inclin entonces profundamente y dijo:-Somos campesinos, seor, pacficos habitantes del Oeste. Y ste quecomparece atado es un monstruo que dio muerte a ms hombres que

    dedos tiene en las manos. Pretenda a la hija de un honrado vecino denuestro pueblo; pero como es un devorador de perros y un asesino devacas, el padre se neg a concedrsela como mujer, dndola en cambiocomo esposa a un honrado comerciante. Entonces este monstruo, llenode ira, se meti como un lobo en nuestro rebao y por la noche asesinal padre y a sus tres hijos y, no satisfecha su ira con esto, siempre queuno de los pastores de su vctima sala por la noche para conducir elganado a los pastos de la montaa, le asesinaba tambin. De estamanera ha dado muerte a once hombres de nuestro pueblo, hasta quetodos nosotros nos reunimos y salimos a cazarle como una fiera. Y aqule traemos para que t hagas justicia y nos libres de ese monstruo.

    Virata clav la mirada en el hombre que permaneca inmvil, arrodilladoa sus pies, con los miembros fuertemente atados con cuerdas.- Es verdad lo que esos me dicen? - le pregunt.-Quin eres? -pregunt a la vez el acusado- Eres el Rey?- Soy Virata, su siervo, y el siervo de la ley. Para expiar mis culpascuido de las culpa y me esfuerzo en distinguir lo verdadero de lo falso.

    El acusado permaneci un espacio silencioso. Luego le mir conangustiosa mirada y le dijo:-Cmo puedes t saber, por lo que te dicen, lo que es verdad y lo quees falso? Cmo puedes ser sabio si tu sabidura se fa tan slo en laspalabras de los hombres?-De tus palabras puedo yo sacar mi respuesta, por tus palabras puedoyo conocer la verdad.

    El acusado le lanz una mirada despreciativa.-Yo no tengo nada que ver con esos. Y t, cmo puedes pretendersaber lo que he hecho, si yo mismo no s lo que mis manos hacencuando se apodera de mi alma la ira? Yo he hecho justicia al hombreque ha vendido una mujer por dinero, he hecho justicia a sus hijos y a

    sus siervos. Ellos reclaman contra m. Yo les desprecio y despreciotambin sus palabras.

    Al or esto, la ira se apoder de todos los que le acompaaban ycomenzaron a gritar reclamando justicia contra aquel que, incluso,injuriaba al juez. Uno de ellos, lleno de furia, levant el bastn paraasestarle un golpe, pero Virata domin con un gesto su furia y con voztranquila volvi a interrogar a todos. Cuando reciba una contestacinde los demandantes, se diriga al prisionero y le interrogaba a su vezsobre aquella declaracin.

    Entonces el acusado apretaba los dientes. sonrea con malvada sonrisay repeta:

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    -Cmo intentas saber la verdad valindote de las palabras de losdems?

    El sol del medioda brillaba ya sobre sus cabezas cuando Virata dic porterminado el interrogatorio. Se puso en pie y, segn su costumbre,manifest que no dictara la sentencia hasta el da siguiente. Al or esto,

    los demandantes elevaron las manos sobre sus cabezas.-Seor -dijeron -, hemos viajado durante siete das en busca de tudictado y necesitamos otros siete das para regresar a nuestro pas. Nopodemos esperar hasta maana. Nuestro ganado estar ya sediento, sinnadie que le conduzca a los abrevaderos, y los campos exigen nuestralabor. Seor, esperamos ahora tu sentencia.

    Entonces Virata se volvi a sentar en el escaln y permanecimeditando largo rato. Su rostro reflejaba un gran cansancio, su espaldase inclinaba como abrumada por un enorme peso. Jams le habaacontecido el tener que dictar una sentencia en el mismo da, sin haber

    meditado antes profundamente sus palabras. Durante largo ratopermaneci inmvil, en silencio. Las sombras de la noche iban yallegando lentamente.

    Al fin se puso en pie y se dirigi a la fuente para refrescar en ella surostro y sus manos, para que de esta manera su palabra estuvieselimpia del calor de la pasin.

    Luego dijo:-Que mis palabras estn inspiradas por el nico deseo de la justicia!Sobre este hombre pesa la pena de muerte, puesto que ha arrancadoviolentamente la vida a once hombres. Durante un ao madura la vidade un hombre encerrada en el regazo de la madre, as ste estarencerrado un ao en la obscuridad de la tierra por cada hombre que lha matado. Y, como ha derramado once veces la sangre de los hombres,once veces al ao ser azotado hasta que la sangre salte de su piel, paraque de esta manera pague la cuenta de su maldad. Pero no quiero quese le quite la vida, pues la vida es de los dioses y el hombre no puededisponer de lo que es de los dioses. Si mi sentencia es justa, estajusticia ser mi mayor recompensa.

    Despus de estas palabras, Virata se sent pesadamente en el escaln ylos demandantes besaron el peldao rosado en seal de respeto.

    El condenado clav entonces su negra mirada en el juez.Virata le dijo:-Te ped con dulzura que me ayudases contra tus acusadores, pero tuslabios han permanecido cerrados. Si hay un error en mi sentencia,reclama ahora ante el eterno Dios, no ante m, reclama ante tu silencio.Yo quera ser benigno contigo.

    El condenado exclam, entonces:-Yo no quiero tu dulzura ni creo en ella. Qu clase de benignidad es latuya que me arranca de un golpe la vida?

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    -Yo no te he condenado a muerte.-T haces ms que quitarme la vida, me privas de ella con ferocidad.Por qu no me condenas a muerte? He matado hombre tras hombre yt, en cambio, me dejas abandonado como una carroa en la oscuridadde la tierra, porque tu corazn es cobarde ante la sangre y en tuespritu no hay fuerza. Tu ley es arbitraria. Tu sentencia no es

    sentencia, es tortura. Mtame, puesto que he matado.-Ya te he juzgado y sentenciado.-Dnde est la medida de tu sentencia? Qu medida tienes, juez, paramedir? Quin te ha azotado a ti para que sepas lo que significa elltigo? Cmo puedes contar los aos como si lo mismo fuesen tushoras pasadas a la luz que las horas pasadas en la oscuridad de latierra? Has estado alguna vez en la crcel para que puedas dartecuenta de las primaveras que arrancas a mi vida? Eres un ignorante,no un juez! Solamente aquel que interviene en la batalla sabe de ella, noaquel que la dirige desde lejos. nicamente quien ha experimentado elsufrimiento puede medir el sufrimiento. Slo el culpable puede medir tu

    orgullo para castigarle. T eres el ms culpable de todos. Yo me he vistocegado y arrebatado por la pasin de mi vida, por la angustia de mimiseria; pero t dispones a sangre fra de mi vida, me mides con unamedida que tu mano no tiene y con un peso que tu mano no hasostenido nunca. Ests en la silla de la justicia, pero no puedessentarte en ella como un juez. Mides con la medida de la arbitrariedad!Mrchate de la silla de la justicia, ignorante juez, y no juzgues a loshombres vivos con la muerte de tus palabras!

    Los labios del condenado estaban plidos de odio, y los dems, al orle,cayeron furiosamente sobre l. Pero Virata los separ con su autoridad,se inclin hacia el condenado y le dijo en voz baja:-No puedo romper la sentencia que ha sido dictada en este escaln. Esmuy posible que t hayas sido tambin un juez.

    Despus de esto, Virata se alej a toda prisa, y los dems seapresuraron a cargar con cadenas al sentenciado. Virata volvi la vistaatrs y vio los ojos del condenado fijos en l, llenos de una malvada luz,y sinti entonces que aquella mirada se hunda profundamente en sucorazn; le pareci, en aquel momento, que eran los ojos de su hermanomuerto los que le miraban, de aquel hermano que haba dejado tendido

    ante la tienda de campaa del rival del rey.

    Durante la noche, Virata permaneci sin decir palabra alguna. Lamirada de aquel extranjero permaneca clavada en su alma, como unaardiente brasa.

    Sus familiares le oyeron durante la noche, hora tras hora, ir y venir porla terraza de su casa, hasta que la aurora resplandeci rosada entre laspalmas.

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    Captulo II I

    Al amanecer se ba Virata en el sagrado estanque del templo, hizodespus sus plegarias vuelto hacia el Oeste y luego entr en su casapara ponerse la amarilla veste de gala. Los suyos se sorprendieron alverle vestido con el traje de ceremonia, pero no se atrevieron apreguntarle nada.

    Virata se encamin al palacio del rey, que estaba siempre abierto paral a cualquier hora del da o de la noche. Virata se inclinprofundamente ante el monarca y toc el borde de su vestido en sealde que deseaba hacerle una peticin.

    El rey le mir con ojos tranquilos y dijo:-Tu deseo ha tocado el borde de mi vestido. Antes de que la formules enpalabras, tu peticin ya est concedida.

    Virata volvi a inclinarse profundamente y dijo las siguientes palabras:-T me pusiste en el sitio del ms alto de tus jueces. Durante siete aoshe administrado justicia en tu nombre, y despus de todo ese tiempoan no he conseguido saber con certeza si la administro bien. Te ruegoque me concedas una luna de completo descanso para que, duranteeste tiempo, pueda buscar el camino de la verdad. Concdeme que sigaese camino lejos de ti y de los dems. Mi nico deseo es obrar sininjusticia y vivir sin culpa.

    El rey respondi, sorprendido:-Falto de justicia quedar mi reino hasta que vuelva a nacer la lunanueva. No quiero preguntarte el camino que quieres seguir. Que lpueda conducirte a la verdad.

    Virata bes el suelo en seal de agradecimiento, hizo una nuevainclinacin y se march.

    Captulo IV

    Al anochecer, entr Virata en su casa y llam a su mujer y a sus hijos.-Por espacio de una luna -les dijo - no me veris. Despedos de m y nome preguntis nada.

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    La mujer le mir llena de zozobra, los hijos le miraron dulcemente.Virata los bes en la frente y les dijo:-Recluos ahora en vuestras habitaciones. Que nadie me siga ni intentesaber adnde voy cuando haya salido de casa. No intentis saber nadade m hasta que aparezca en el cielo la luna nueva.

    La mujer y los hijos inclinaron la cabeza y se fueron en silencio.Virata se quit el vestido de gala y se puso una negra veste. Rez algntiempo ante la milenaria imagen de Dios, cogi unos manuscritos dehoja de palmera y los arroll y cerr como una carta. Luego abandonla casa, sumida en la oscuridad, y, saliendo a las afueras de la ciudad.se encamin hacia las rocas donde se hallaban abiertas las profundascuevas que servan de crcel a los condenados.

    Al llegar all llam con recios golpes a la puerta, hasta que el carcelero,dormido sobre una estera, se despert sobresaltado y acudi a verquin era el que as llamaba.

    Entonces Virata le dijo:-Soy Virata, el supremo juez. Vengo a ver al prisionero que fueencerrado ayer en la cueva.-Est encerrado en la ms profundo, seor -manifest el carcelero-, enlo ms hondo de la oscuridad de la cueva. He de conducirte hasta all,seor?-Conozco el camino. Dame la llave y vulvete a descansar. Por lamaana encontrars la llave junto a la puerta. No digas a nadie que mehas visto.

    El carcelero se inclin ante Virata, le entreg la llave y le ofreci unaluz. Luego, como se le haba ordenado, fue a tenderse de nuevo sobre laestera.

    Virata abri la puerta de cobre que cerraba la oquedad de la roca y sehundi en las profundidades de la crcel.

    Haca ya ms de cien aos que los reyes Rajputabs haban comenzado aencerrar all a sus prisioneros. Los condenados deban trabajarhendiendo, da por da, nuevos agujeros en la entraa de la tierra, abrir

    nuevas guaridas en el fro y duro granito para que sirviesen de cubil alos nuevos condenados que iban llegando a la crcel.

    Antes de cerrar de nuevo la puerta, Virata lanz una ltima mirada alespacio celeste, cuajado de blancas y temblorosas estrellas; luego cerrla puerta y qued sumido en la ms profunda y temerosa oscuridad. Algolpetazo de la puerta la llama de su lmpara se estremeci como unanimal moribundo. A travs de la puerta se oa an el blando susurrodel viento en los rboles y la alegre gritera de los monos.

    En la primera cueva se oa todava ese rumor perdido a lo lejos. En lasegunda cueva reinaba ya el terrible silencio, como en el fondo del mardebajo del inmvil y fro espejo del agua. Por las rocosas paredes

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    resbalaban lgrimas de humedad, no se respiraba ya el puro aire de lasuperficie y, a medida que Virata iba andando, sus pasos resonaban enla inmensa frialdad del silencio.

    En el quinto agujero, el ms profundo bajo la tierra, muy por debajo dela superficie donde las cimbreantes palmeras elevaban su gracia hacia

    el cielo, se hallaba la celda del condenado. Virata entr en aquel antro yelev la lmpara sobre su cabeza. Oscuras masas de sombras seconfundan al incierto resplandor de la luz.

    Se oy el rechinar de una cadena. Virata se inclin sobre el ser queyaca en el suelo.-Me reconoces ? -le pregunt.-Te conozco. T eres aquel que, sentado entre los grandes seores,decidiste mi suerte.-Yo no soy ningn seor. Slo soy un servidor del rey y de la Justicia.He venido para servir a sta.

    El prisionero elev sus sombros ojos y los clav en el rostro del juez.-Qu quieres de m?Virata permaneci largo tiempo silencioso. Luego dijo:-Yo te hice dao con mis palabras, pero t tambin me hiciste dao conlas tuyas. Yo no s si mi sentencia ha sido justa, pero s s que en tuspalabras estaba la verdad. No se puede medir con una medida que unono conoce. Yo he sido un ignorante y quiero convertirme en un sabio.He condenado a muchos cientos de hombres a esta pavorosa crcel y nos nada de la crcel. Quiero orientarme y aprender a ser justo. Quieroque, al morirme, no haya culpa en mi alma.

    El condenado le miraba sorprendido y, de cuando en cuando, suscadenas sonaban suavemente.-Quiero saber lo que es la pena que t sufres; quiero que mi cuerpoconozca la mordedura del ltigo, lo que son las horas de prisin para elalma de un prisionero. Por espacio de una luna quiero permanecer entu lugar; quiero saber y pagar con esa experiencia mi culpa. Despuspodr dictar mis sentencias con pleno conocimiento de su peso y de sucrueldad. Entre tanto permanecers libre. Te dar la llave que teconducir a la luz, sers libre durante el espacio de una luna.

    Promteme que luego volvers a buscarme a esta obscuridad donde sehabr hecho la luz en mi sabidura.

    El prisionero se puso vivamente en pie, las cadenas pendan a lo largode su cuerpo.-Jrame -continu diciendo Virata-, por la despiadada diosa de lavenganza, que volvers. Si lo juras te dar la llave y mis propiosvestidos. Dejars la llave cerca de la ycija del carcelero y podrsmarcharte libremente. Tu juramento te ligar al dios milenario y,cuando la Luna est a punto de terminar su crculo, irs a ver al rey yle entregars este manuscrito para que l quede informado de loocurrido y disponga segn sea de justicia. Juras ante el diosmultiforme cumplir lo que te ordeno?

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    -Lo juro -respondi el prisionero, con voz que el temor hacatemblorosa.

    Virata le quit las cadenas y IEE puso su propio vestido sobre loshombros.-Aqu est mi vestido. Dame el tuyo. Cbrete el rostro para que ningn

    guardin pueda reconocerte. Toma ahora estas tijeras y crtame elcabello y la barba para que yo tampoco pueda ser reconocido por nadie.

    El prisionero tom las tijeras y, temblando, las meti entre los cabellosdel juez. Su mirada era suplicante, pero comenz a cortar como se lehaba ordenado. De pronto arroj las tijeras al suelo y exclam con vozestridente:-Seor, no puedo soportar que t sufras por m. Yo he matado, hederramado sangre con mi despiadada mano. Tu sentencia era justa.-No puedes volverte atrs, puesto que has jurado. Ni yo tampoco, puesdentro de m ha nacido la luz. Mrchate como has prometido, y el da de

    la luna nueva presntate al rey, que l me liberar. Entonces habrnacido en m la sabidura, sabr lo que debo hacer con respecto a ti ymi palabra estar libre de injusticia. Mrchate.

    El prisionero se inclin y bes la tierra.Pesadamente chirri la puerta en la obscuridad. Una vez ms salt lallama de la lmpara como un animal moribundo. Luego la noche seprecipit sobre el tiempo.

    Captulo V

    Al da siguiente, por la maana, Virata fue conducido por los carcelerosal campo que se hallaba situado delante de la puerta de la ciudad y allle azotaron, en cumplimiento de la sentencia dictada por el juez. Nadiele haba reconocido.

    Cuando el ltigo mordi por primera vez su espalda desnuda, Viratalanz un grito; luego apret fuertemente los dientes. Pero cuando huborecibido veintisiete golpes sinti que se le nublaba la vista y perdi elsentido. Entonces se le llevaron otra vez al calabozo, como si fuese unanimal muerto.

    Al volver en s, Virata se encontr de nuevo encerrado en la obscuridad.Las heridas abiertas en su espalda le quemaban como fuego. Sinti, sinembargo, en su frente una dulce frescura y respir un suave perfumede hierbas silvestres. Una mano se haba posado sobre sus cabellos yaquella caricia pareca que aliviaba sus sufrimientos. Lentamente abrilos ojos y mir en torno. La mujer del carcelero estaba junto a l y

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    humedeca su frente. Virata la contempl sorprendido y vi que laestrella de la compasin brillaba en los ojos de la mujer. A travs de lastorturas de su cuerpo, Virata comprendi entonces el sentido delsufrimiento y el inmenso podero del bien. Dulcemente floreci en suslabios una sonrisa y ya no se dic cuenta de sus padecimientos.

    Al da siguiente Virata pudo levantarse de su ycija y tocar con susmanos las paredes del calabozo. Senta como si un mundo nuevohubiese nacido en l, y cuando, al tercer da, se cicatrizaron susheridas, sinti que la fuerza volva a su espritu y a su cuerpo. Entoncespermaneca largas horas sentado, lleno de tranquilidad. Por las negrasparedes resbalaban las gotas de agua, lentamente, a lo largo del tiempo,rompiendo de cuando en cuando el profundo silencio al caer sobre elsuelo, como marcando pequeas partculas de aquel tiempo infinito queestaba compuesto de miles y miles de das, que resbalaba da y noche,impasible, desde los ms remotos tiempos de la humanidad antigua.Dentro de l reinaba tambin el silencio, una profunda obscuridad

    reinaba en su sangre; pero la sangre circulaba emanando recuerdos,corriendo como una fuente mansa alimentando el tranquilo estanquedel pasado, sin oleajes, lleno de una infinita claridad, donde sereflejaban lmpidas imgenes a cuya contemplacin su coraznpermaneca suspenso. Jams haba sentido su espritu tan clarividentecomo en aquella contemplacin del espectculo de las lejanas hundidasen el pasado.

    En aquella obscuridad, la mirada de Virata era de clarividente, losrecuerdos se alzaban ante l y precisaban sus formas. El suave placerde la contemplacin limpia de deseos se cerna sobre el resplandor delos recuerdos, que se transfiguraban en mil formas, que seentremezclaban, como los dispersos guijarros de la prisin bajo lasmanos acariciadoras del prisionero.

    Entonces Virata evocaba la milenaria imagen del dios de la fuerza y sesenta liberado de la servidumbre de la voluntad, muerto entre los vivosy vivo en la muerte. Toda la angustia del pasado haba desaparecido yse sumerga en el suave deseo de la liberacin de su cuerpo. Le parecaque a cada momento se hunda ms profundamente en la obscuridad,como una negra raz, como una piedra tan slo, reposando framente

    impasible en la ignorancia del ser.Durante dieciocho noches permaneci Virata sumido en sucontemplacin, libre de las espinas de la vida. La bienaventuranzaresplandeca en torno suyo, comprenda que haba cumplido suexpiacin; su culpa y su fatalidad eran slo como un sueo en eldespertar de la sabidura eterna.

    A la decimonona noche se sinti de pronto conmovido por un repentinopensamiento, le pareci como si una ardiente aguja le traspasase elcerebro. El espanto sacudi entonces su cuerpo y sus dedoscomenzaron a temblar en sus manos como las hojas en una rama. Elhombre al que haba condenado poda ser infiel a su juramento,olvidarle, y l entonces tendra que permanecer all miles y miles de das

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    hasta que su carne se desprendiese de sus huesos y cayese al suelo y lalengua se le secase en el eterno silencio.

    La voluntad, el ansia de vivir, salt entonces dentro de l como unapantera; se desencaden en su espritu una tempestad de angustia, deconfusin y de esperanzas. Ya no poda pensar en el milenario dios de

    las mil formas, sino nicamente en s mismo. Sus ojos se sentanhambrientos de luz; sus piernas chocaban contra las duras piedras,queran andar, ir lejos, saltar y correr. Con toda el ansia desesperada desus sentidos pensaba en su mujer, en sus hijos, en las riquezas delmundo, y su sangre herva.

    Desde este da, sus recuerdos se ensombrecieron, se alzaron comoenemigos contra l, fueron como una tempestad que le envolva. Y l losbuscaba, deseaba que los recuerdos le arrebatasen como una hojamuerta hacia las resplandecientes horas pasadas en la libertad; que eltiempo corriese y le acercase a la ansiada hora de la liberacin. Pero en

    torno suyo reinaba tan slo el silencio, y en el gran naufragio era comoun nadador que luchaba y luchaba horas enteras. Las gotas de aguaque resbalaban por las paredes le pareca que iban cayendo en untiempo eterno, sin fin. Desesperado, se alzaba de su ycija y saltaba deun lado a otro, en la cueva llena de silencio; alocadamente giraba comouna peonza entre las paredes. Insultaba a las piedras, maldeca a losdioses y al rey, con sus ensangrentadas uas araaba las rocas, y dabagolpes con el crneo contra la puerta hasta que caa sin sentido alsuelo. Luego volva en s, despertaba, y como una rata rabiosa corrapor todos los ngulos de su celda.

    Desde este da hasta la luna nueva se consumi Virata en su encierro.Rechazaba la comida miserable que le llevaba el carcelero. No pensabaen nada; sus labios iban contando mecnicamente las gotas de aguaque caan en el tiempo sin fin, intentando distinguir un da de otro da,hasta que de pronto la cabeza se inclinaba sobre su pecho pajo elpesado martillazo del sueo.

    A los veintitrs das Virata oy ruido ms all de la puerta de sucalabozo. Luego volvi a reinar el silencio. Despus se oyeron pasos, lapuerta se abri, una luz resplandeciente ceg sus ojos. Delante de aquel

    ser enterrado en la obscuridad se hallaba el rey.

    El rey abraz amorosamente a Virata y le dijo:-Me he enterado de tu accin, que es la ms grande de todas las que serememoran en los escritos de los antepasados. Como una estrella,resplandece muy alta sobre la mezquindad de nuestra existencia. Salafuera para que el fuego de Dios te ilumine y los ojos puros del pueblopuedan contemplar a un hombre justo.

    Virata apart sus manos de los ojos, pues la luz le haba herido comoun aguijn, dejndole tan slo ver la prpura de su sangre. Se puso enpie como un beodo y los siervos tuvieron que sostenerle. Luego, una vezms sereno, dijo al rey:

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    -T, rey, me has dado el nombre de justo; pero yo s que todo aquel quehabla de justicia, que quiere hacer justicia, obra injustamente y se llenade culpa. En estas profundidades hay multitud de hombres que sufrencon injusticia a causa de mi palabra. S ahora lo que les he hecho sufrir y s que no podr pagar sus sufrimientos. Te ruego que los mandesponer en libertad antes de que yo salga.

    El rey orden que se liberase a los prisioneros. Luego dijo a Virata:-Te sentabas en la escalinata de mi palacio para administrar justiciacomo el ms alto juez. Ahora eres un sabio, un caballero aleccionado enla caballera de los sufrimientos; ahora, por lo tanto, debes sentarte ami lado para que yo pueda or tus palabras y yo mismo llegue a sersabio con tus conocimientos sobre justicia.

    Virata abraz las rodillas del rey en deseo de hacerle una peticin:-Djame libre de mis cargas; yo ya no puedo administrar justicia, puess que nadie puede ser juez, que es a Dios a quien corresponde castigar

    y no a los hombres. El hombre que seala el destino a los otroshombres cae en pecado y yo quiero vivir sin culpa.-Sea as -respondi el rey-; no sers juez, sino consejero mo. Meaconsejars en la guerra y en la paz, sobre la justicia de los impuestos ygabelas, y as no me equivocar en mis resoluciones.

    Otra vez Virata abraz las rodillas del rey:-No me des poder, pues el poder excita a la accin y cualquier accinpuede ser justa o no serlo respecto a su fin. Si te aconsejase la guerra,sembrara entonces la muerte. Solamente puede ser justo aquel que notiene parte en ninguna obra y vive solo. Jams he estado ms cerca dela sabidura que ahora que he vivido aislado, sin la palabra de loshombres. Djame vivir pacficamente en mi casa, sin ms obligacinque la del sacrificio a los dioses. De este modo estar limpio de culpa.

    El rey le dijo entonces, contrariado:-Cmo es posible contradecir a un sabio? No est permitido torcer lavoluntad de un justo. Vive, pues, segn tu voluntad. Ser una honrapara mi Imperio el que dentro de sus lmites viva un ser liberado detoda culpa.

    Una vez fuera de la crcel, Virata se despidi del rey. Senta su esprituliberado, regresaba a su hogar tranquilo, sin preocupaciones de unapesada obligacin.

    Detrs de s oy Virata un rumor de pasos de pies desnudos. Se volvi ypudo ver al condenado cuyo suplicio haba sufrido l. Aquel hombre ibabesando las huellas que dejaban en el polvo las sandalias de Virata.Luego desapareci.

    Entonces floreci una sonrisa en los labios de Virata, una sonrisa queno haba vuelto a nacer en sus labios desde aquel da en que losaterrados ojos del hermano muerto se haban clavado en l.Virata entr lleno de alegra en su casa.

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    Captulo VI

    En su casa vivi Virata das llenos de luz. Al despertarse elevaba unaplegaria de agradecimiento por ver la claridad del cielo en vez de lastinieblas, por contemplar los colores y sentir el perfume de la tierra y laclara msica de la maana.

    Cada da era para l como un maravilloso regalo, y senta su propia vidadentro de s como un prodigio, lo mismo que la dulce vida de su mujer,la fuerte vida de sus hijos. Comprenda que sobre todo el Universo se

    derramaba la bendicin del dios milenario, y entonces Virata se sentalleno de noble orgullo al pensar que jams causara ms dao a sushermanos, que jams se movera como el enemigo de una de las milformas del dios invisible.

    Durante todo el da lea los libros que contienen la sabidura yprofundizaba en las formas de la devocin, concentrando su espritu enel deseo del bien a los pobres.

    Su espritu permaneca sereno, su palabra era dulce y los suyos leamaban como jams le haban amado.

    Era la ayuda de los pobres y el consuelo de los desgraciados. Ya no eraconocido con los nombres de Rayo de la Espada ni Fuente de laJusticia; todos le conocan con el nombre de Fecundo Campo de losConsejos, y a l acudan para que dirimiese las diferencias ydificultades, no como juez, sino como hombre de bondadosas palabras.

    Virata se senta entonces feliz, pues saba que un consejo era mejor queuna orden y una avenencia mejor que una sentencia.

    No sentenciaba a los hombres, los ayudaba, y comprenda que supropia vida se haba limpiado de toda culpa.

    As lleg a la mitad de su existencia con espritu clarividente, y aspasaban para l los aos uno tras otro, semejantes a un solo y claroda.

    Su espritu se iba haciendo cada vez ms puro. Cuando acudan a lpara que dirimiese alguna diferencia, para que hiciese nacer la pazentre dos contendientes, su espritu apenas poda comprender quehubiese tanta injusticia sobre la Tierra y que los hombres luchasenentre s movidos por los celos o por el amor propio, como si todos nodisfrutasen por igual de la vida y de los puros goces de la existencia. A

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    nadie envidiaba y de nadie era envidiado. Su casa se elevaba como unaisla de paz en medio del tumulto de la vida de los hombres, lejos deltorrente de las pasiones y de la tempestad de los deseos.

    Una tarde, al sexto ao de su vida de paz, Virata se sinti arrebatado desu contemplacin al or una gran gritera y ruido de golpes. Sali

    corriendo de su estancia y vi que sus hijos azotaban despiadadamentea un esclavo que se hallaba ante ellos de rodillas. El ltigo morda lasespaldas desnudas de aquel hombre hasta hacerle saltar la sangre.

    Los ojos del esclavo, desorbitados por el terror, se clavaron en Virata yste sinti en el fondo de su alma los ojos de su hermano muerto que lemiraban. Se interpuso entre el esclavo y sus hijos y pregunt qu era loque haba sucedido.

    Pudo comprender, por las frases entrecortadas de sus hijos, que lehablaban al mismo tiempo interrumpindose unos a otros, que aquel

    esclavo, que estaba encargado de transportar agua en grandes cubos,desde la fuente a la casa, muchas veces, en el ardor del medioda,agotado por el cansancio, se retrasaba en su trabajo, y que el daanterior, despus de haber sido castigado por su holgazanera, se habaescapado.

    Los hijos de Virata haban montado a caballo y haban salido en supersecucin, consiguiendo cogerle ms all del ro, cerca del pueblo.

    Entonces le haban atado con una cuerda a la silla de sus caballos y,medio arrastrndole y medio corriendo, con los pies destrozados por laspiedras, le haban trado prisionero, y no bastndoles este suplicio leazotaban ahora despiadadamente, para que su castigo sirviese deejemplo a los dems esclavos, que contemplaban el supliciotemblndoles de miedo las rodillas, hasta que Virata haba llegado parainterrumpir el castigo.

    Virata mir fijamente al esclavo. La arena, en tomo suyo, se veasalpicada de sangre. Los ojos de la vctima estaban desmesuradamenteabiertos, como los de un perro atormentado, y Virata vi, en laprofundidad de aquellos negros ojos llenos de espanto, el mismo terror

    que l haba visto en las eternas noches de su calabozo.-Dejadle libre -orden a sus hijos-, su culpa ya est pagada.

    El esclavo bes el polvo junto a los pies de Virata. Y por primera vezmostraron los hijos descontento ante una orden de su padre.

    Virata volvi a su celda. Sin saber bien lo que haca se lav la cara y lasmanos, y de pronto se dic cuenta, asustado, de que haba obrado comoantao, de que por primera vez haba vuelto a proceder como juez yhaba dictado una sentencia sobre un destino humano. Y por primeravez desde haca seis aos, volvi a pasar toda una noche sin sueo.

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    Permaneca insomne, echado en la obscuridad, viendo los asustadosojos del esclavo que le contemplaban (tal vez eran los ojos del hermanomuerto), y se le apareca luego el furor de sus hijos. Entonces sepreguntaba si stos haban cometido una injusticia con aquel esclavo.

    La sangre haba teido el suelo de su casa, el ltigo haba flagelado a un

    ser vivo, y aquel castigo le causaba ms sufrimiento, le quemaba muchoms que cuando las colas del ltigo le haban mordido como culebrasen sus propias espaldas. A ningn hombre libre poda aplicrsele estapena, pues se hallaba bajo la proteccin especial de las leyes del rey;era aquella una pena para los esclavos. Pero, esa ley del monarca, eratambin una ley del dios milenario? Era justo que unos hombresviviesen completamente libres y otros pendientes de una voluntadajena?

    Virata se levant de su lecho y encendi la luz, y se puso a investigar enlos libros de la sabidura para encontrar la razn. En ninguna parte

    pudo hallar su mirada el signo de la diferencia entre un hombre y otrohombre. Slo hall el orden de las castas y de los estamentos, peronada haba en el sentido del dios milenario que precisase las diferenciasde amor entre los hombres. Sediento, procur beber en la fuente de lasabidura, pero nada contestaba a su pregunta. Entonces arroj loslibros y apag la luz.

    Una vez las paredes de su estancia desaparecieron en la obscuridad,comprendi Virata el misterio. No era su habitacin lo que sus ojosvean, era su propia crcel, aquella crcel terrible que l haba conocido, y comprendi que la libertad es el ms esencial de los derechos delhombre y nadie puede negarla, no slo por toda una vida, ni siquierapor un ao.

    Ahora se daba cuenta de que haba encerrado a sus esclavos en elestrecho crculo de su propia voluntad, los haba encadenado demanera que ninguno de sus pasos pudiese ser jams libre. La claridadse haba hecho en l. Ante aquel pensamiento su pecho respirabaliberado y dentro de su profunda obscuridad se haba hecho la luz.Hasta aquel momento no haba comprendido que la culpa estaba en l,que haba sometido a los hombres a su voluntad, que los llamaba

    esclavos contra todo derecho, que los hombres solamente debanobediencia al eterno dios de las mil formas.

    Entonces se inclin para elevar una plegaria:-Te doy las gracias, dios de las mil formas, que un mensajero me envasen cada una de ellas para que me liberen de la culpa, para que est mscerca del camino de tu voluntad. Haz que pueda comprenderte en losojos suplicantes del hermano eterno que a todas partes me acompaany que sufra con sus sentimientos. As mi vida estar libre de toda culpa.

    El rostro de Virata estaba de nuevo lleno de luz. Con puros ojos saliafuera para contemplar la noche y recibir el saludo de las estrellas, y elsuave viento de la primavera le acarici en el jardn a la orilla del ro.

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    Cuando el Sol se elev en el horizonte, se ba en el sagrado ro y luegose dirigi a su casa, donde los suyos se hallaban reunidos para laplegaria matinal.

    Captulo VII

    Salud a toda su familia con dulce sonrisa. Orden que las mujeres seretirasen a sus habitaciones y luego habl de esta manera a sus hijos:-Vosotros sabis que, desde hace aos, solamente hay unapreocupacin en mi alma: ser un hombre justo y vivir sin culpa sobre la

    Tierra. Pero ayer aconteci que la sangre reg el suelo de mi casa,sangre de un ser vivo, de un hombre, y yo quiero liberarme de esasangre y hacer expiacin alejado de la sombra de mi casa. El esclavoque sufri la pena tan dura debe ser puesto en libertad y desde estemismo momento ir adonde ms le plazca, para que de este modo nopueda pedir justicia ante el Supremo Juez contra vosotros y contra m.

    Los hijos permanecieron silenciosos y Virata comprendi que suspalabras haban sido recibidas con hostilidad.-No respondis a mis palabras? No quiero hacer nada contra vosotrossin antes haberos escuchado.-T quieres dar la libertad a un culpable como premio de su culpa -respondi el hijo mayor-. Tenemos muchos siervos en la casa y unomenos no tiene importancia. Pero todo lo que realizan lo hacen porqueestn atados con cadenas. Si dejas a ese libre, cmo podrs conseguirque los dems te obedezcan?-Si ellos no quieren obedecerme, debo entonces ponerlos en libertad. Noquiero torcer el destino de ningn hombre. Quien dispone de la vidaajena cae en culpa.-Pero t te olvidas de la ley -dijo el hijo segundo-. Esos esclavos son denuestra propiedad como la tierra, los rboles de esa tierra y los frutos

    de esos rboles. Ellos te sirven y estn atados a ti y t ests atado aellos. La ley milenaria, nacida en lo ms remoto de los tiempos, dice: Elesclavo no es dueo de su vida, sino siervo de su seor.-Hay tambin un derecho de Dios y este derecho es la vida, la vida quel ha creado con el aliento de sus labios. Me has hablado bien, pues yohe estado tambin ciego y crea estar liberado de mi culpa sin pensarque he dispuesto de la vida ajena durante aos. Ahora veo claramente ypuedo decir que un justo no puede tratar a los hombres como animales.

    Quiero dar a todos la libertad, para que de este modo pueda vivir sinculpa sobre la Tierra.

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    El furor ensombreci la frente de sus hijos. Y el mayor de ellosrespondi:-Quin regar las sementeras? Quin cultivar el arroz? Quinconducir los bfalos al campo? Debemos nosotros convertirnos enesclavos y obedecer a tu voluntad? Tus mismas manos, en tu largavida, no se han acostumbrado al trabajo y no podras ahora

    acostumbrarte a l. El sudor ajeno es el que empleas t cuando, parapoder dormir, te haces abanicar por el siervo. Y t quieres liberarlos aellos para que nosotros tengamos que sufrir, nosotros que somos tupropia sangre? Debemos nosotros uncirnos al arado tirado por bfalosy tirar de la cuerda en su lugar para que ellos no sufran? Tambin losbfalos han nacido del aliento del dios de las mil formas. No quieras,padre, cambiar lo estatuido por l. No produce la tierra por s misma, esnecesario que est sometida a un podero para que d frutos. Eldominio es la ley que rige bajo las estrellas y no podemos prescindir del.-Yo, sin embargo, quiero prescindir del dominio, pues el poder es una

    infraccin del derecho y yo quiero vivir sobre la Tierra sin cometerinjusticias.-El poder abarca todas las cosas, sean hombres o animales o lapaciente tierra. Sobre lo que t eres seor debes ejercer el dominio.

    Quien posee est atado al destino de los hombres.-Yo, sin embargo, quiero liberarme de todo para no caer en culpa. Por lotanto, os ordeno que pongis en libertad a los esclavos y que vosotrosmismos atendis a nuestras necesidades.

    Los hijos le miraron con ira y apenas pudieron contener susimproperios. Luego dijo el mayor:-T has dicho que no quieres torcer el destino de ningn hombre. Noquieres mandar sobre tus esclavos para no caer en culpa y, sinembargo, nos mandas a nosotros y quieres cambiar nuestra vida.Dnde est el derecho de Dios y de los hombres?

    Virata permaneci largo tiempo silencioso. Cuando elev sus ojos vique la llama de la codicia arda en las miradas de sus hijos. Entoncesles dijo, lentamente:-Me habis mostrado lo que es justo. No quiero ejercer mi poder sobre

    vosotros. Tomad mis bienes y repartoslos segn vuestra voluntad; noquiero tener parte alguna en los bienes ni en la culpa. Habis habladoacertadamente: quien ejerce el poder priva de libertad a los dems y asu propia alma antes que a todo. Quien quiere vivir sin culpa no puedecompartir los bienes, ni puede alimentarse con el trabajo ajeno, nibeber a costa del sudor de otro, ni estar ligado al deseo de la mujer, nisumirse en la pereza de la hartura. Solamente quien vive solo vive conDios, solamente quien posee la pobreza lo posee todo. Yo deseo tan sloestar cerca de Dios en la Tierra, quiero vivir sin culpa. Tomad mi casa ymis bienes y repartoslos en paz.

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    Despus de decir esto, Virata dej a sus hijos, que se quedaronprofundamente sorprendidos, sintiendo que la codicia arda dentro desus cuerpos.

    Captulo VIII

    Virata se encerr en su estancia y permaneci sordo a todas lasllamadas y exhortaciones.

    Cuando comenzaron a aparecer las primeras sombras de la noche, seprepar para la larga caminata. Tom un cayado, un saco, un hacha de

    trabajo, un puado de frutas para alimentarse y las hojas de palmeradonde se hallaban grabadas las mximas de la sabidura y de laplegaria. Acort sus vestidos hasta las rodillas y calladamenteabandon la casa, sin despedirse de su mujer ni de sus hijos, sinpreocuparse de todos los bienes que dejaba.Camin durante toda la noche para llegar hasta el ro donde, despusde un amargo despertar, haba tirado su espada, y pas a la otra orilla,que estaba completamente deshabitada y donde la tierra no haba sidojams araada por el arado.

    Al amanecer lleg a un lugar donde se elevaba un rbol gigantesco. Elro describa un amplio crculo en torno de aquel lugar, y una multitudde pjaros, armando una gran algaraba, jugueteaban en la ribera sinningn temor. La claridad resplandeca en la corriente del ro y unadulce sombra reinaba bajo la copa del rbol. Una virginal maleza seextenda por aquel paraje y viejos troncos de rboles cados yacan en elsuelo. Virata eligi un pequeo cuadrado en medio del bosque ycomenz a construir all una choza para vivir en ella alejado de loshombres y de sus culpas.

    Durante cinco das trabaj penosamente en la construccin de la choza,

    pues sus manos no estaban acostumbradas al trabajo. Deba, adems,atender a su subsistencia y buscar frutas para alimentarse. La selva eraespesa en torno de su choza y tuvo que rodearla de una empalizadapara que los hambrientos tigres no le asaltasen en la oscuridad de lanoche. Ninguna voz humana llegaba hasta aquel lugar para turbar suespritu; tranquilos pasaban los das como el agua del ro, que manabasiempre nueva de una misteriosa fuente.

    Solamente los pjaros acudan all sin temor a aquel hombre tranquilo,y pronto comenzaron a construir sus nidos en el techo de la choza. Elles ofreca simientes de las grandes flores y de los dulces frutos. Prontosaltaron confiados sobre sus manos, revoloteaban en torno de laspalmas cuando los llamaba, y se dejaban acariciar.

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    Una vez encontr Virata en el bosque a un joven mono que se habaroto una pierna y yaca en el suelo lanzando gritos como un chiquillo.

    Le llev a su choza y le atendi cuidadosamente y, una vez curado, elmono no se apart de l y le sirvi como un esclavo.

    Virata era benigno con todos los animales, pero saba que tambin losanimales ejercen el poder y la maldad como los hombres. Vea cmo loscocodrilos se mordan unos a otros y se perseguan con furor; cmo lospjaros cazadores hundan sus afilados picos en el ro y ensartabancruelmente las pequeas culebras. La ininterrumpida cadena de ladestruccin que la enemiga diosa haba enroscado en torno del mundoapareca ante sus ojos, impona su derecho, y contra ella nada poda lasabidura.

    Durante un ao, durante muchas lunas, no vi jams a un hombre.

    Una vez aconteci que un cazador, que segua el rastro de un elefante,lleg hasta el otro lado del ro.Entonces aquel cazador pudo contemplar un espectculo insospechado:Envuelto en el amarillo resplandor de la tarde, se hallaba sentado, anteuna pequea choza, un anciano de larga barba blanca. Los pjaros seposaban pacficamente en sus cabellos; y un mono, lanzando alegreschillidos, llevaba bayas y nueces junto a sus pies. Aquel hombre elev lamirada hacia la copa de los rboles, all donde los papagayos azulesdejaban or su gritera, alz una mano y una nube azul de pjaros fue aposarse inmediatamente sobre ella.

    El cazador crey entonces que se hallaba ante la visin de un santo, talcomo se describen esas visiones: Los animales hablan con l en ellenguaje de los hombres, y las flores se abren en la huella de sus pasos.Puede encender las estrellas con el soplo de sus labios y hacerresplandecer la Luna con el aliento de su boca.

    Y el cazador abandon su caza y regres corriendo a la ciudad parareferir la aparicin.

    Al da siguiente se haba difundido ya la noticia por toda la orilla

    opuesta del ro; todos corrieron para contemplar la maravilla, hasta queuno de ellos reconoci a Virata, a aquel que haba abandonado supatria, su casa y sus tierras, para vivir una vida de pureza.

    Pronto lleg la noticia hasta el rey, que no haba olvidado a aquelsbdito leal. Mand inmediatamente que fuese armada una barca consus mejores remeros. La barca remont rpidamente la corriente del rohasta el lugar donde se hallaba la choza de Virata y, acercndoseentonces a la orilla, los remeros tendieron sobre el suelo una ampliaalfombra bajo los pies del rey, hasta donde se hallaba el anciano.

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    Haca un ao y seis lunas que Virata no haba odo la voz de loshombres. Qued espantado y sorprendido a la vista de su visitante,olvidando la reverencia de los vasallos.-Bien venido seas, rey mo.

    El rey le dijo entonces:

    ~Hace aos que te permit que siguieses tu camino segn tu voluntad.Ahora he venido para contemplar cmo vive un justo y aprender con suejemplo.

    Virata hizo una profunda inclinacin y respondi:-Mi nico deseo es vivir apartado de los hombres y permanecer limpiode toda culpa. Solamente la soledad puede aleccionarnos. No s si essabidura lo que hago, slo s que siento una gran felicidad. No tengonada que aconsejar ni nada que aprender. La sabidura del solitario esmuy distinta de la sabidura del mundo. El estado de contemplacin esmuy distinto del estado de accin.

    -Pero solamente el contemplar cmo vive un justo es una leccin -respondi el rey-. Con slo contemplar tu mirada me siento lleno debienestar y de paz. No quiero turbar ms tu tranquilidad.

    Virata se inclin profundamente otra vez. Y el rey le dijo entonces:-Puedo satisfacer alguno de tus deseos en mi Imperio? Quieres quelleve alguna palabra a los tuyos?-Ya no hay nada mo, mi rey, sobre esta Tierra. He olvidado ya que enotro tiempo tena una casa entre las otras casas y unos hijos entre losotros hijos. El que no tiene patria, tiene el mundo; el que lo haabandonado todo, tiene el ms grande de los bienes; el que vive sinculpa, tiene la paz. No tengo ningn deseo; solamente quieropermanecer sin culpa sobre la Tierra.-Entonces acurdate de m en tus plegarias.-Doy gracias a Dios y tambin a ti y a todos los de esta tierra, pues ellosson una parte de Dios y de su espritu.

    Virata hizo una reverencia. La barca del rey se alej llevada por lacorriente, y durante muchas lunas el solitario no volvi a or la voz delos hombres.

    Captulo IX

    Una vez ms la fama de Virata extendi sus alas y vol como un halcnblanco sobre la tierra. Hasta los ms alejados pueblos y las msapartadas chozas de los pescadores lleg la fama de aquel que habaabandonado su casa y sus bienes para vivir la verdadera vida de

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    devocin, y los hombres dieron a aquel ser temeroso de Dios los cuatronombres de la Virtud: le llamaron Estrella de la Soledad.

    Los sacerdotes glorificaban sus palabras en el templo y el rey le alababaante sus servidores. Cuando algn caballero quera dictar algunasentencia, comenzaba diciendo: Pueda ser mi palabra como la de Virata,

    que vive en Dios y conoce toda sabidura.Y aconteci ms de una vez, al correr de los aos, que algn hombreque haba llevado una vida de injusticias y comprenda de pronto lotorcido de su existencia, abandonaba la casa y la patria y, repartiendotodos sus bienes, se marchaba al bosque para vivir all apartado delmundo en una miserable choza. El ejemplo es lo que liga ms sobre laTierra, lo que ata ms a los hombres. Cada uno de esos hombres quequeran llevar una vida de justos, despertaba en otros el deseo deimitarle. Estos convertidos queran llenar su vida que haba estadovaca, purificar sus manos que estaban teidas en sangre, limpiar de

    culpa sus almas. Por eso se iban al apartamiento, para vivir en unachoza, con el cuerpo desnudo por la pobreza, sumidos en la devocin. Sise encontraban entre ellos, al ir a buscar frutos para alimentarse, no sedecan palabra alguna, no entablaban entre ellos ninguna amistad, perosus ojos sonrean alegremente y sus espritus eran mensajeros de paz.

    El pueblo conoca aquel bosque con el nombre de El Bosque de losCenobitas, y, ningn cazador persegua hasta all su caza para noturbar la tranquilidad y manchar con sangre aquel lugar santo.

    Una maana en que Virata se diriga al bosque, vi que uno de aquellosanacoretas se hallaba inmvil, tendido sobre la tierra. Se acerc a l y,al moverle para prestarle auxilio, vi que estaba muerto. Virata cerr losojos al cadver y rez una plegaria, intentando luego arrastrar aquelcuerpo muerto hasta la espesura del bosque con objeto de darlesepultura bajo un montn de piedras, para que as el alma de aquelhermano pudiese entrar tranquila en el mundo de la transmigracin.

    Pero la carga era demasiado pesada para sus brazos, debilitados acausa de la parca alimentacin. Entonces Virata vade el ro y fue abuscar ayuda al pueblo ms cercano.

    Cuando los habitantes del pueblo vieron llegar a aquel solitario yreconocieron en l a la Estrella de la Soledad, acudieron todos pararendirle tributo de respeto y atender a lo que deseaba.

    Al paso de Virata, las mujeres se inclinaban ante l y los nios lemiraban inmviles, llenos de sorpresa. Algunos hombres salieronapresuradamente de sus casas para besar la veste del visitante y recibirsu bendicin.

    Virata avanz sonriendo entre aquella ola de gente, y comprenda queun amor limpio y profundo haba nacido en l hacia los hombres desdeque no estaba ligado a ellos.

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    Cuando pasaba por delante de la ltima casa del pueblo, rodeado de lamultitud que le expresaba su devocin, vi clavados en l los ojos deuna mujer que le miraban llenos de odio. Virata se estremeci deespanto, pues haba olvidado ya, a travs de los aos, los ojos llenos deterror de su hermano muerto.

    Virata volvi el rostro, pues, en la soledad, su espritu se habadesacostumbrado a toda mirada enemiga. Luego pens que era muyposible que sus propios ojos hubiesen sufrido un error. Pero la miradaestaba all, profundamente negra, llena de rencor, clavada en l.

    Una vez dominada su inquietud, Virata se encamin hacia la casa encuyo umbral aquella mujer le miraba como enemigo, y l se sintientonces dominado por aquellos ojos que parecan los ojos de un tigreagazapado inmvil en la espesura.

    Y Virata se pregunt entonces: Cmo es posible que esta mujer tengaalgo que reprocharme, manifieste tanto odio contra m, si no la he vistonunca? Seguramente debe de estar equivocada.

    Con paso tranquilo se dirigi a la casa y golpe la puerta con la mano.En la oscuridad de la entrada sinti la presencia de aquella mujerdesconocida. Virata se inclin humildemente como un mendigo.

    Entonces la mujer avanz hacia l con su obscura y turbia mirada deira.-Qu vienes a buscar aqu? -pregunt.

    Virata mir atentamente el rostro de la mujer y en su corazn renaci latranquilidad, pues entonces estuvo seguro de que no la haba vistonunca. Ella era muy joven y l haca ya muchos aos que se habaapartado del camino de los hombres. Jams haba podido cruzarse conella en el sendero de la vida y nada, por lo tanto, haba podido hacercontra ella.-Quera darte el saludo de paz, mujer -respondi Virata-. Y preguntartepor qu causa me miras con odio. Qu tienes contra m? He podidohacer algo que te haya ofendido?

    -Qu me has hecho? -Y los labios de la mujer se abrieron con unasonrisa malvada-. Qu me has hecho? Nada, no me has hecho nada:has convertido la abundancia de mi casa en miseria, me has robado elamor y has hundido mi vida en la muerte. Vete, que no vuelva a ver turostro; mrchate, mi odio no podra contenerse por ms tiempo.

    Virata la contempl suspenso. Tan terrible era aquella mirada, que lepareci la mirada de la locura. Se apart humildemente y le dijo:-Yo no soy quien t crees. Vivo apartado de los hombres y no llevo sobrem la culpa de haber torcido ningn destino humano. Tus ojos seequivocan.

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    -Te conozco perfectamente, te conozco como todos los dems; eresVirata, aquel que es conocido con el sobrenombre de Estrella de laSoledad, aquel a quien glorifican con los cuatro nombres de la Virtud.

    Pero mis labios no te glorificarn jams; mi boca clamar ante elSupremo Juez de los hombres hasta que se te haya hecho justicia.

    Acrcate y contempla lo que has hecho conmigo.Entonces aquella mujer cogi al sorprendido Virata y la empuj dentrode la casa, abri una puerta y le hizo entrar en una habitacin pequea y obscura. Y llevndole hasta el rincn le hizo contemplar algo que yaca inmvil sobre una estera. Virata se inclin y se apartrpidamente con un gesto de sorpresa. All, en el suelo. yaca el cadverde un nio y los ojos de aquel inocente muerto le miraron con aquellamirada lamentable con que en otro tiempo le miraron los ojos de suhermano.

    Junto a l, la mujer sollozaba dolorosamente.-Es el tercero, el ltimo nacido en mi seno, y tambin t le hasasesinado, t, a quien llaman el santo y el servidor de Dios.

    Y cuando Virata intent rechazar aquellas acusaciones, la mujer leempuj hacia otro lugar y le dijo:-Mira aqu el telar, el telar vaco. Aqu trabajaba Paratika, mi marido,durante todo el da, tejiendo lino blanco, y no haba mejor tejedor en lacomarca. Desde muy lejos venan a encargarle trabajo, y con el trabajoatendamos a nuestra subsistencia; tranquilos eran nuestros das, puesParatika era un hombre bueno y un trabajador incansable. Evitabasiempre las malas compaas y educbamos a nuestros hijos esperandoque cuando seran hombres seguiran su ejemplo de bondad y detrabajo. Un da se enter l por un cazador (Dios deba haber permitidoque este extranjero no llegase jams a nuestra casa) que un hombrehaba abandonado su pas, su casa y sus bienes, y apartndose de lascosas mundanas se haba ido a vivir en la soledad, en una chozaconstruida por sus propias manos. Desde aquel momento Paratika cayen una profunda meditacin, de cada vez se mostraba ms preocupadoy pasaba das enteros sin pronunciar una sola palabra. Hasta que unanoche me despert y vi que ya no estaba a mi lado. Se haba ido al

    bosque que es conocido con el nombre de El Bosque de los Cenobitas,ese lugar donde t moras para vivir en la soledad, junto a Dios,olvidndonos a nosotros y olvidndose de que vivamos de su trabajo.

    La pobreza entr entonces en nuestra casa; los hijos no tuvieron pan;primero muri uno, luego otro y hoy el ltimo yace tambin muerto portu culpa, pues t le has matado. Para que t ests ms cerca de lapresencia de Dios, tres hijos de mis entraas han sido enterrados en ladura tierra. Cmo puedes t reparar esto? Cmo no he de clamarcontra ti ante el Supremo Juez de los muertos, si has roto t sus vidasarrojndolas al sufrimiento con la misma indiferencia con que arrojaslas migas de tu pan a los pjaros? Cmo puedes t redimirte de ser la

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    causa de que un hombre justo abandonare su trabajo con el cualalimentaba a sus inocentes hijos?

    Virata haba palidecido, los labios le temblaban.-Yo no saba esto; yo no saba que hiciese dao a los dems. Crea vivirsolitario.

    -Dnde est, pues, tu sabidura, sabio, si no sabas eso, que ya sabenlos nios, que aquel que se aparta de sus deberes cae en culpa? T nohas sido ms que un egosta; solamente pensabas en ti mismo y no enlos dems; lo que era dulce para ti, ha sido para m amargo; lo que erapara ti tu vida, ha sido para mis hijos la muerte.

    Virata permaneci un momento pensativo. Luego dijo, humildemente:-Dices la verdad. Siempre hay en el dolor ms sabidura y verdad queen toda la filosofa. Todo lo que s lo he aprendido junto a losdesgraciados, y todo lo que he podido ver con la mirada que penetra enlas profundidades ha sido con los ojos del hermano eterno. No he sido

    un hombre humilde ante Dios, como crea; he estado siempre lleno deorgullo, he podido comprender esto a travs de sufrimientos que jamshaba experimentado. Perdname, pues yo no comprenda mi parte deculpa en tu desgracia e ignoraba que hubiese influido en el destino dealgunos de mis semejantes. El abstenerse de obrar es realizar tambinun acto del cual uno puede hacerse culpable sobre la Tierra. El solitariovive, a pesar de estar solo, con sus hermanos. Perdname, mujer. Ir albosque en busca de Paratika para que renazca en vuestra casa la vidacomo en el pasado.

    Virata se inclin y bes humildemente el borde del vestido de la mujer.Esta sinti desaparecer todo su odio y con ojos sorprendidos contemplcmo se alejaba el solitario.

    Captulo X

    Virata regres a su choza y durante toda la noche contempl la blancamaravilla de las estrellas encendidas en la profundidad del cielo. Llegla aurora borrando las luces estelares y, como siempre, Virata llam alos pjaros para darles de comer. Luego cogi el cayado y regres a laciudad.

    Apenas difundida la noticia de que el santo haba abandonado susoledad y se hallaba de nuevo entre los hombres, el pueblo se lanz alas calles para contemplarle. Algunos se sintieron llenos de temorcreyendo que su aparicin podra ser presagio de alguna desgracia. Atravs de la respetuosa ola de la muchedumbre, avanzaba Virata conuna dulce sonrisa en los labios y humildemente saludaba a los

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    hombres; pero por primera vez en su vida no pudo evitar que su miradafuese severa. No pronunciaba palabra alguna.

    De esta manera lleg hasta el palacio del rey. Haba pasado ya la horadel consejo y el rey estaba solo. Virata compareci ante el monarca, yste, al verle, abri los brazos para estrecharle contra s. Pero Virata se

    inclin hasta tocar con la frente en el suelo y bes el borde de la vestedel rey en seal de que quera hacerle una peticin.-Antes de que tus palabras formulen lo que quieres pedirme, ya lotienes concedido -dijo el rey-. Es una honra para m el tener poder paraservir a un hombre prudente y ayudar a un sabio.-No me des estos nombres -respondi Virata-, pues mi camino no hasido nunca recto. T me desligaste de la obligacin de servirte y vivcomo un mendigo lejos de tu puerta. Quise liberarme de mis culpas yde la responsabilidad de la accin, salir de la red de las cosasmundanas, de esa red que ha sido tejida por los dioses.-Me es difcil comprender lo que dices -respondi el rey-. Cmo puedes

    haber procedido mal y caer en la culpa viviendo cerca de Dios?-He ignorado todo lo malo que haba. He ignorado que nuestros piesestn hundidos en la tierra y que nuestros actos deben ceirse a laeterna ley. Tambin el dejar de actuar es obrar. No poda apartar de mla mirada de los ojos del hermano eterno, esas miradas eternas que noshacen buenos o malos contra nuestra voluntad. Por muchas razonessoy culpable, pues me acercaba a Dios y me apartaba de servirle en lavida. Era un egosta, pues me preocupaba tan slo de alimentar mi vidasin servir a la de los dems. Quiero, pues, volver a servirte.-No comprendo, Virata, tus palabras. Dime cules son tus deseos paraque pueda satisfacerlos.-Ya no quiero que mi voluntad quede libre. El que se figura estar libreno tiene ninguna libertad; el que huye de la accin no huye de la culpa.Solamente el que sirve a otros tiene libertad; es libre tan slo el queentrega su voluntad a los dems y pone su fuerza al servicio de unaobra sin preguntar nada. Solamente la mitad de lo que hacemos es obranuestra: el principio y el fin pertenecen a los dioses. Librame de mivoluntad, pues toda voluntad es confusin y toda obediencia essabidura.

    -No te comprendo. Me pides que te haga libre y me pides que te ponga a

    mi servicio. Libres son los que mandan a los dems, pero no aquellosque tienen que obedecer. No te comprendo.-Es natural que tu corazn no pueda comprender esto, rey mo. Cmopodras ser rey si lo comprendieses?

    Los ojos del monarca se obscurecieron llenos de ira.-Cmo puedes decir que el poderoso es tan poca cosa ante Dios comoel vasallo?-No hay nadie grande ni pequeo ante Dios. Solamente quien sirve ysomete su voluntad sin preguntar nada puede arrojar su culpa yacercarse a Dios. Quien cree y piensa que es capaz de sojuzgar el malcon su sabidura, cae en la culpa.

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    El rey mir a Virata con severo rostro.-Entonces, todos los servicios son iguales? Tienen todos la mismaimportancia ante Dios y ante los hombres?-Es muy posible, rey mo, que algunos aparezcan como muy altos a losojos de los hombres. Pero a los ojos de Dios no existen diferencias.

    El rey mir fijamente a Virata durante largo tiempo. El orgullo serebelaba. Pero luego se aplac contemplando los blancos cabellos quecaan sobre la arrugada frente del anciano que le hablaba, y pens quecon el tiempo aquel hombre se haba vuelto otra vez un nio. Entoncesle dijo, irnicamente, para probarle:-Quieres ser el guardin de los perros de mi palacio?

    Virata inclin su frente y bes humildemente el suelo en seal deagradecimiento.

    Captulo XI

    Desde aquel da, el anciano que haba sido conocido en todo el pas conlos cuatro nombres de la Virtud, fue guardin de los perros del palaciodel rey y vivi confundido con los esclavos.

    Sus hijos se avergonzaron de l y procuraron cobardemente aislar a lossuyos para que no tuviesen que avergonzarse de su sangre delante delos dems. Los sacerdotes le consideraron como un hombre indigno y elpueblo se mostr sorprendido, solamente durante algunos das, de queaquel anciano que en otro tiempo haba sido el primer personaje delImperio fuese ahora el criado de una jaura de perros. Pero l pareca nopreocuparse de esto y muy pronto todos le olvidaron. Virata cumplifielmente su servicio desde la primera claridad de la maana hasta elltimo resplandor de la tarde. Cuidaba a los animales, rascaba susarna, les llevaba la comida, arreglaba sus ycijas y apaciguaba sus

    peleas. Pronto los perros le mostraron gran fidelidad y amor y esto lellenaba de alegra. Su anciana boca, que antes haba hablado a loshombres, estaba ahora llena de sonrisas, y aquella vida tranquila lecolmaba de felicidad.

    La muerte se llev al rey y otro rey vino. Este ya no le conoca. Una vezladr un perro al paso del monarca, y entonces ste, furioso, golpe alanciano con su bastn.

    Los dems hombres se haban olvidado tambin de la pasada vida deVirata.

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    Vino un da en que la ancianidad de Virata lleg a su trmino, y murien el establo de los esclavos sin que nadie en el pueblo se acordase queaquel hombre haba sido glorificado con los cuatro nombres de laVirtud.

    Sus hijos se apresuraron a enterrarle y ningn sacerdote cant la

    plegaria de los muertos ante su cadver.Los perros aullaron durante dos das y dos noches; luego se olvidarontambin de Virata, cuyo nombre no est escrito en las crnicas niconsignado en los libros de los sabios.