stefan zweig carta de una desconocida

Download Stefan Zweig Carta de Una Desconocida

If you can't read please download the document

Upload: richardbecerra

Post on 28-Nov-2015

20 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Slo quiero hablar contigo, decrtelo todo por primera vez. Tendras que conoce toda mi vida, que siempre fue la tuya aunque nunca lo supiste. Pero slo tconocers mi secreto, cuando est muerta y ya no tengas que darme unarespuesta; cuando esto que ahora me sacude con escalofros sea de verdad e final. En el caso de que siguiera viviendo, rompera esta carta y continuara e silencio, igual que siempre. Si sostienes esta carta en tus manos, sabrs que unam uerta te est explicando aqu su vida, una vida que fue siempre la tuya desde laprim era hasta la ltima hora

Stefan Zwei Carta de una desconocidD ePUB v1.V chicobalaZ 13.09.1s

Ttulo original: Brief einer UnbekannteH Stefan Zweig, 1926 Traduccin: Berta Conil% En la cubierta fragmento de un leo de Romn Ribera Cirer+ Editor: chicobalaB ePub base v2.G

Carta de una desconocidD Cuando por la maana temprano el famoso novelista R. regres a Viena despus de una re frescante salida de tres das a la montaa, decidi comprar el peridico. Al pasar la vista por encima de la fecha, record que era su cumpleaos. Cuarenta y uno, se dijo, pero esta constatacin no le agradab a ni le desagradaba. Ech un vistazo a las crujientes pginas del peridico y se fue a su casa en un coche de alquiler. El mayordomo le inform de dos visitas y de algunas llamadas recibidas durante su aus encia, y le entreg el correo acumulado en una bandeja. l lo examin con indolencia y abri un par de sobres cuyos remitentes le interesaron; vio una carta con caligrafa desconocida y apariencia demasiado vo luminosa que, en un principio, dej de lado. Entretanto le sirvieron el t. Se reclin cmodamente en la but aca, hoje el peridico y algunos folletos. Despus encendi un cigarro y cogi la carta a la que no h aba prestado atencin. Era un pliego de unos veinticinco folios escritos precipitadamente con letra fem enina, desconocida y nerviosa; ms que una carta pareca un manuscrito. Palp de nuevo el sobre, instintiva mente, por si encontraba alguna nota aclaratoria. Estaba vaco. En l no haba ms que aquellas hojas; ni la direccin del remitente ni tan siquiera una firma. Qu extrao, pens, y cogi nuevamente la carta . A ti, que nunca me has conocido, pona como encabezamiento, como s fuera un ttulo. Perplejo, se plante: Iba esto dirigido a l o a una persona imaginaria? De pronto se despert su curiosidad, y empez a leer: Mi hijo muri ayer. Durante tres das y tres noches he tenido que luchar con la muer te que rondaba a esa pequea y frgil vida. Permanec sentada al lado de su cama cuarenta horas, mientr as la gripe agitaba su pobre cuerpo ardiente. Sostuve paos fros sobre su hirviente sien y, da y noche, sujet sus intranquilas manos. La tercera noche me derrumb. Mis ojos ya no podan ms, se me cerraban sin dar me cuenta. Estuve durmiendo tres o cuatro horas en el duro asiento y, entretanto, se lo lle v la muerte. Ahora, pobrecito, est aqu tendido, mi querido nio, en su estrecha cuna, igual que en el mo mento de morir; slo le han cerrado los ojos, sus ojos oscuros e inteligentes; le han cruzado los bra zos encima de la camisa blanca, y queman cuatro cirios en los cuatro extremos de su cama. No me atrevo a mirar, no me atrevo a moverme porque, cuando oscilan, los cirios deslizan sigilosamente sombras sobre su rostro y su boca cerrada, y es como si sus facciones cobraran vida y yo pudiera pensar que no est muerto, que volver a despertarse y con su voz clara me dir alguna chiquillada. Pero s que est muerto y n o quiero volver a

mirarlo para no volver a tener esperanzas, no quiero engaarme otra vez. Lo s, lo s, mi hijo muri ayer. Ahora slo te tengo a ti en el mundo, slo a ti, que no sabes nada de m, que juegas o coqueteas con personas y cosas, sin sospechar nada. Slo a ti, que nunca me has conocido pero al que siempre he querido. He cogido el quinto cirio y lo he puesto aqu, en la mesa desde donde te escribo. Porque no puedo estar a solas con mi hijo muerto sin que se me desgarre el alma. A quin podra habla rle, en esta terrible hora, sino a ti, que fuiste y eres todo para m? Quiz no pueda hablarte de una form a muy clara, quiz no

me entiendas. Tengo la cabeza embotada, se me contraen las sienes y siento marti llazos, las extremidades me duelen tanto Creo que tengo fiebre, quizs incluso tenga la gripe, que ahora va de puerta en puerta. Eso estara bien porque me ira con mi hijo y no tendra que hacerme ningn dao. A veces se me oscurece la vista, y quiz no pueda acabar de escribir esta carta, pero quiero reu nir todas mis fuerzas para, por una vez, slo esta vez, hablarte a ti, amor mo, que nunca me conociste. Slo quiero hablar contigo, decrtelo todo por primera vez. Tendras que conocer toda mi vida, que siempre fue la tuya aunque nunca lo supiste. Pero slo t conocers mi secreto, cuando est muerta y ya no tengas que darme una respuesta; cuando esto que ahora me sacude con escalofros sea de verdad el final. En el caso de que siguiera viviendo, rompera esta carta y continuara en sil encio, igual que siempre. Si sostienes esta carta en tus manos, sabrs que una muerta te est explicando aqu su vida, una vida que fue siempre la tuya desde la primera hasta la ltima hora. No te inquietes por mis palabras; una muerta ya no quiere nada, no quiere ni amor ni compasin ni consuelo. Slo quiero una cosa de ti, que creas todo lo que te confiesa mi dolor, un dolor que slo busca amparo en ti. Lo nico que te pido es eso, que creas todo lo que te cuento: uno no miente en la hora de la muerte de su nico hijo. Quiero descubrirte toda mi vida, la verdadera, que empez el da en que te conoc. Ant es haba sido slo algo turbio y confuso, una poca en la que mi memoria nunca ha vuelto a sumergi rse. Deba de ser como un stano polvoriento, lleno de cosas y personas cubiertas de telaraas, tan co nfusas, que mi corazn las ha olvidado. Cuando llegaste, yo tena trece aos y viva en el mismo edific io donde t vives ahora, en el mismo edificio donde ests leyendo esta carta, mi ltimo aliento de vid a. Viva en el mismo rellano, frente a tu puerta. Jurara que ya ni te acuerdas de nosotros, de la pobr e viuda de un funcionario administrativo (iba siempre de luto) y de su esculida hija adolescente. Era como si nos hubiramos ido hundiendo en una miseria pequeoburguesa. Quiz no has odo nunca nuestros nombres por que, adems de no tener ninguna placa en la puerta, nadie vena a vernos, nadie preguntaba por nosotros. Hace ya tanto tiempo de aquello, quince o diecisis aos; no, seguro que no te acuerdas, que rido. Pero yo, oh!, recuerdo cada detalle con fervor; recuerdo como si fuese hoy el da, no, la hora e n que o hablar de ti por primera vez y cuando por primera vez te vi. Y cmo no habra de recordarlo, si fue e ntonces cuando el mundo empez a existir para m. Permteme, querido, que te lo cuente todo desde el pri ncipio. Espero que no te canses durante este cuarto de hora en que vas a or hablar de m, igual que yo no me he cansado de ti a lo largo de mi vida. Antes de que te mudaras a nuestra casa, viva detrs de tu puerta una gente desagrad

able y malvada, de talante violento. Siendo pobres como eran, lo que ms odiaban era la pobreza de sus vecinos, la nuestra, porque no queramos tener nada que ver con la tosca brutalidad proletaria . El hombre era un borracho y pegaba a su mujer. A menudo nos despertbamos durante la noche por el e struendo de sillas cadas o platos rotos. Una vez la esposa lleg a correr por las escaleras con la cab eza sangrienta y los pelos revueltos, seguida de su marido, borracho, hasta que la gente sali de sus c asas. Lo amenazaron con llamar a la polica. Mi madre, ya desde un principio, haba evitado cualquier tipo d e relacin con ellos y me prohibi hablar con sus hijos, quienes aprovechaban cualquier oportunidad para resarcirse conmigo. Cuando me encontraban por la calle me insultaban, incluso llegaron a lanzarme un a bola de nieve tan apretada que me empez a sangrar la frente. Todos los vecinos sentan hacia ellos un odio instintivo y, cuando de pronto sucedi algo creo que encerraron al hombre por robo y tuvieron que mudarse, pudimos respirar tranquilos. En el portal estuvo colgado un par de das un cartel de casa en alquiler. Fue retirado unos das ms tarde y, a travs del portero, se extendi el rumor de que un escritor, un hombre tranquilo y solitario, haba alquilado el piso. As fue como o tu nombre por p rimera vez. Unos das despus vinieron unos pintores, unos tapiceros y una brigada de limpieza p ara quitar todo lo que los antiguos inquilinos haban dejado en el piso. Empezaron a dar martillazos, a picar, a limpiar y a rascar, pero mi madre estaba contenta porque, segn deca, aquello era el fin de ese sucio desorden. No te llegu a ver durante la mudanza: todos estos trabajos los supervisaba tu mayordomo , ese mayordomo seorial de pelo gris, pequeo y serio, que lo diriga todo con aire de entendido, sil encioso y preciso. Eso nos impresionaba mucho a todos; primero porque tener un mayordomo de tanta categ ora en nuestra vecindad era algo completamente nuevo y, despus, porque era muy atento con todos, aunque mantena cierta distancia respecto al servicio domstico o a entablar conversaciones amisto sas. Desde el primer da

salud a mi madre respetuosamente, como a una dama, e incluso conmigo, la chiquill a, se mostraba amable y educado. Cuando te nombraba, lo haca siempre con cierta veneracin, con un respeto singular se vea en seguida que sus sentimientos eran ms que los de un fiel servidor . Y por es o lo quise tanto al viejo Johann, aunque envidiaba que pudiera estar siempre a tu alrededor, sirv indote. Te explico todo esto, querido, todas estas pequeas, casi ridiculas cosas, para qu e entiendas el poder que tenas sobre m, aquella tmida y asustadiza nia. Ya antes de entrar en mi vida, un halo nimbaba tu persona. Estabas rodeado de una atmsfera de lujo, de maravilla y misterio. Todos los vecinos de aquella casa humilde (la gente que tiene una vida opaca siempre curiosea todo lo que pas a ms all de su puerta) esperbamos impacientes tu llegada. Y, en mi caso, esa curiosidad aument cuando un medioda, al llegar del colegio, vi el camin de mudanzas delante de casa. La mayor parte del mobiliar io, las piezas ms pesadas, ya las haban subido los mozos. Ahora slo se llevaban cosas pequeas hacia a rriba. Me qued de pie en la puerta para poder admirarlo todo. Tus cosas eran muy especiales, ta nto que nunca antes haba visto nada igual: haba fetiches indios, esculturas italianas, grandes y deslumbra ntes cuadros. Finalmente vinieron los libros, tantos y tan bonitos que nunca hubiera imaginado que pudier an existir. Los iban apilando en la puerta, los coga el mayordomo, uno por uno, y les quitaba el polvo con cuidado. Me acerqu sigilosamente para contemplar cmo iba creciendo la pila. Tu criado no me ec h, pero tampoco me anim a quedarme all. No me atrev a tocar nada, aunque me hubiese gustado acarici ar el suave cuero de algunas cubiertas. Mir alguno de los ttulos tmidamente: algunos eran ingleses o franceses, y otros en idiomas que no entenda. Creo que los hubiese podido estar mirando durante horas, pero mi madre me llam. En toda la noche no pude pensar sino en ti, aun antes de conocerte. Yo slo tena un a docena de libros baratos, encuadernados con cartones rotos, y los quera ms que a nada en el mundo, los lea una y otra vez. Y ahora me asediaba la pregunta de cmo sera el hombre que posea y haba ledo tant os y tan maravillosos libros. Tena que ser un hombre muy rico y culto para dominar tantos idiomas. Se me despertaba una especie de etrea veneracin al pensar en todos esos libros. Trat de i maginarte: eras un seor con gafas y una larga barba blanca, parecido a mi profesor de geografa, slo qu e ms benvolo, ms guapo y ms corts. No s por qu estaba tan convencida de que tenas que ser guapo, aun creyndote un hombre mayor. Esa misma noche, y an sin conocerte, so por primera vez c ontigo. Al da siguiente te instalaste, pero, por mucho que estuve espiando, no te pude ve

r el rostro. Esto aumentaba mi curiosidad. Finalmente, al tercer da te vi y la sorpresa fue conmove dora. Eras tan distinto, con tan poca semejanza a mi imagen infantil de un dios paternal Haba soado con un v iejo bonachn y con gafas, pero llegaste t, con el mismo aspecto que tienes ahora, un hombre que no cambia, para el que los aos no pasan. Vestas un encantador traje deportivo marrn claro y subas la escale ra de dos en dos, con tu juvenil e incomparable estilo. El sombrero lo llevabas en la mano, por lo que, con indescriptible sorpresa, pude ver tu radiante y despierto rostro y tu cabello lleno de vida. Me asust de lo joven, guapo, esbelto y elegante que eras. Es extrao que en ese primer segundo pudiera descubri r eso que en ti me sorprende y sorprende a los dems. Vi que eras dos personas en una: un joven ardie nte, impulsivo y aventurero, y, al mismo tiempo, en tu arte, un hombre enormemente serio, respons able y cultivado. Sin darme cuenta percib algo que despus vieron todos, que llevabas una doble vida, una vida con una superficie abierta al mundo y otra en la sombra, que slo t conocas. Esta profunda a mbigedad, el misterio de tu existencia, me atrajo desde el primer momento, cuando slo tena trec e aos. Entiendes ahora, amor mo, qu maravilla, qu enigma ms seductor debiste resultarle a aq uella nia? Descubr que esa persona a la que tanto se respetaba por haber escrito libros, por ser famoso en ese otro mundo, era un joven animoso y elegante de veinticinco aos. No necesito decirte qu e desde aquel da, en nuestra casa, en mi pequeo mundo infantil, lo nico que me interes fuiste t. Mi vida giraba alrededor de la tuya, tu vida me preocupaba con toda la insistencia, la obsesiva obstinacin de una nia de trece aos. Te observaba, vigilaba tus costumbres y la gente que vena a verte, y todo ell o, lejos de disminuirla, aumentaba la curiosidad que senta por ti. Esta dualidad tuya se expresaba clarame nte en la variedad de tus visitantes. Venan personas jvenes, descuidados estudiantes amigos tuyos con lo s que te reas y divertas. Despus estaban las damas que llegaban en coche. Alguna vez el director d e la pera y el gran director de orquesta aquel al que tena respeto slo con verlo de lejos en la tarima . Tambin se

escabullan por tu puerta algunas muchachas jvenes, estudiantes de la Escuela de Co mercio. En fin, muchas y muchas mujeres. Yo nunca me preocup por todo eso, ni siquiera cuando una maana, al ir al colegio, vi salir a una dama cubierta de espesos velos. Yo slo tena trece aos, y no saba que la curiosidad especial con la que te miraba y espiaba se llamaba amor. Pero todava recuerdo perfectamente el da y la hora exacta en que te entregu mi cora zn para siempre. Haba salido a dar un paseo con una amiga del colegio y estbamos charlando en el portal. Lleg un coche, se par, y de l saliste t de ese modo impaciente y espontneo que todava hoy me enloquece. Viniste hacia la entrada. No s qu me impuls a abrirte la puerta y ponerme en tu cam ino, de modo que casi tropezamos. Me miraste con calidez, suavemente, y me sonreiste con ternura s, con ternura, no lo puedo describir de otra forma . Me dijiste con una tenue y afable voz: Muchas gracias, seorita. Eso fue todo, querido. Pero desde ese segundo, desde que sent esa tierna y suave mirada, qued a tu merced. Despus comprend que esa mirada que atrae, que te envuelve y te desnuda a l a vez, esa mirada de seductor consumado, era tu modo de mirar a todas las mujeres que se cruzaban en tu camino, a cualquier vendedora que te atenda, a cualquier criada que te abra la puerta. No er es consciente de la fuerza de esa mirada que tu ternura hacia las mujeres hace parecer ms dulce y afe ctuosa en su insistencia. Pero yo, con trece aos, no sospechaba nada de eso, viva como sumergida en fuego. C re que esa ternura slo era para m, para m sola. Como adolescente, en un segundo, se despert en m la muje r que haba de enamorarse de ti para siempre. Quin es l? pregunt mi amiga. No le pude responder al momento. Me resultaba imposible pronunciar tu nombre: en ese segundo, en ese nico segundo, se convirti en algo sagrado, en un secreto. Ah, un vecino de esta casa tartamude de forma poco elegante. se burlaba mi amiga con la

Pero, por qu te has puesto tan roja cuando te ha mirado? malicia de una nia curiosa.

Y precisamente porque senta que se rea de mi secreto, las mejillas se me sonrosaro n todava ms. Contest de un modo tosco por lo embarazoso de la situacin. Tonta! le dije con agresividad. Me hubiese gustado ahogarla, pero ella se rea an ms escandalosamente, con ms irona; yo sent que los ojos se me llenaban de lgrimas por l a rabia que me invada y ech a correr por las escaleras, dejndola plantada en el portal.

Desde aquel momento te quise. S que muchas mujeres te lo han dicho a menudo, a ti , tan mal acostumbrado, pero creme, ninguna te ha querido tan devotamente como yo, ninguna te ha sido tan fiel ni se ha olvidado tanto de s misma como lo he hecho yo por ti. No hay nada en el mundo que sea equiparable al secreto amor de una nia que permanece en la penumbra y tiene pocas esperanzas. Es humilde y servil, tan receloso y apasionado como nunca puede serlo el amor inadv ertidamente exigente y lleno de deseo de la mujer adulta. Slo los nios solitarios pueden contener su pasin . Los otros hablan de sus sentimientos en grupo, se abren estimulados por la confianza y han odo hablar y han ledo mucho sobre el amor; saben que es un destino comn para todos. Juegan con l como con un j uguete, presumen de l como los muchachos con su primer cigarrillo. Pero yo yo no tena a nadie en qui en confiar, nadie me haba instruido ni prevenido, ni tena experiencia alguna. No saba nada. Me entreg u ciegamente a mi destino como quien se lanza a un abismo. Todo lo que creca y floreca en m se volcab a en ti, no dejaba de soar contigo, mi nico confidente. Mi padre haca tiempo que haba muerto; mi madre se me haca extraa con su eterno abatimiento y sus escrpulos de viuda pensionista; y las disol utas compaeras del colegio me repelan porque jugaban frvolamente con lo que a m me llenaba de pasin. Po r eso concentr en ti todo lo que en circunstancias normales se hace aicos y se dispersa. Te ofre c todo mi haz de sentimientos y toda mi impaciente persona. Para m eras cmo explicrtelo?, cualquier co mparacin sera pobre. Para m lo eras todo, toda mi vida. Todo exista slo si tena relacin contigo , toda mi vida slo tena sentido si se vinculaba a ti. Transformaste toda mi existencia. En el col egio pas a ser la primera de la clase, en lugar de una alumna mediocre e indolente. Lea mil libros hasta al tas horas de la madrugada porque saba que t los adorabas. De pronto, para asombro de mi madre, empec a tocar el piano de forma obsesiva porque crea que amabas la msica. Lavaba y cosa mi ropa slo para parecerte p ulcra y aseada.

Me horrorizaba que mi viejo delantal del colegio (era una bata de mi madre trans formada en delantal) tuviera un remiendo cuadrado a la izquierda. Tema que lo pudieras detectar y me d espreciaras; por eso lo esconda siempre detrs de la cartera mientras suba las escaleras corriendo. Qu ingenua ! T apenas volviste a fijarte en m, apenas me miraste otra vez. Y con todo, yo no haca otra cosa en todo el da que esperarte y espiarte. Nuestra p uerta tena una pequea mirilla de latn, por cuyo agujero redondo se poda ver la puerta de tu casa. Esta mirilla no, no te ras, querido; an hoy, an hoy no me avergenzo de aquellas horas era el ojo por el q ue yo vea el mundo. All, en el recibidor helado, temiendo las sospechas de mi madre, pas muchos meses y aos con un libro en la mano, tardes enteras al acecho, tensa como la cuerda de un violn q ue vibraba cuando tu presencia la rozaba. Siempre estaba a tu alrededor, siempre en tensin y movimient o, pero t no podas advertirlo; era como la presin del muelle del reloj que llevas en el bolsillo, qu e pacientemente cuenta y mide tus horas a oscuras, que te acompaa en tu trayecto con palpitaciones inaudib les y sobre el cual tu mirada rpida se desliza solamente una vez en millones de segundos ininterrumpidos . Lo saba todo sobre ti, conoca cada una de tus costumbres, cada corbata, cada traje; llegu a distingui r a todos tus conocidos y separ los que ms me gustaban de los que me resultaban antipticos. De los trece a lo s diecisis aos viv cada hora dentro de ti. Ah, cuntas tonteras llegu a hacer! Besaba el picaporte de la puerta que haba tocado tu mano, robaba las colillas de los cigarrillos que habas tirado antes de entrar; para m eran sagradas porque haban tocado tus labios. Por la noche bajaba cien veces a la call e con cualquier pretexto para ver en cul de tus ventanas haba luz y sentir tu presencia invisible con mayor certeza. Las semanas que te ibas siempre se me helaba el corazn cuando vea que el bueno de Johann bajaba tu bolsa amarilla de viaje mi vida se detena, no tena sentido alguno. Iba arriba y abajo, de mal humor, aburrida, enojada, y siempre tena que ir con cuidado para que mis ojos llorosos no descubri eran mi desesperacin a mam. S que todo esto que te cuento son exaltaciones ridiculas, chiquilladas. Debera ave rgonzarme, pero no lo hago porque mi amor por ti nunca fue tan puro y tan apasionado como en aqu ellos excesos pueriles. Podra explicarte durante horas y das cmo viva contigo por aquel entonces, aunque ape nas conocas mi cara. Si me topaba contigo por las escaleras, y no haba forma de evitarlo, el mie do a tu mirada ardiente me haca pasar corriendo, cabizbaja, como el que se tira al agua, no fuera caso qu e el fuego me abrasase. Podra hablar durante horas y das de lo que para ti desapareci hace mucho tiempo, re construir el calendario de tu vida, pero no quiero aburrirte, no quiero atormentarte. Slo te c onfiar la experiencia ms

hermosa de aquellos aos, y slo te pido que no te burles de su insignificancia; par a m, tan nia, era un infinito. Deba de ser domingo. T estabas de viaje y tu sirviente, con la puerta de l piso abierta, entraba las pesadas alfombras despus de sacudirlas. Estaba sudando, pobrecito. En un ataque d e valenta repentino fui a preguntarle si poda ayudarle. Se sorprendi, pero me dej echarle una mano y as pude ver el interior de tu piso no podras imaginar con qu respeto, con qu devocin : tu mundo, el es critorio donde trabajabas con un jarrn de cristal azul, tus armarios, tus cuadros, tus lib ros. Slo di una ojeada fugaz, como un ladrn, en tu vida, porque seguro que el fiel Johann no me hubiese permitido contemplarlo todo con tranquilidad. Aun as, con una sola mirada fui capaz de abso rber toda aquella atmsfera y tuve alimento para soarte siempre, despierta y dormida.

Ese momento, ese instante tan breve, fue el ms feliz de mi niez. Te lo quera explic ar para que t, que no me conoces, empezaras a ser mnimamente consciente de cmo una vida dependa de ti y en ti se sustentaba. Quera explicarte este y tambin otro momento, que fue el ms terrible y q ue, por desgracia, no lleg mucho despus que el primero. Como te iba diciendo, me haba olvidado de todo por estar tan pendiente de ti, no haca caso a mi madre ni me preocupaba por nadie. No me di cue nta de que un hombre mayor, un comerciante de Innsbruck, pariente lejano de mi madre, vena a menudo a casa y llevaba a mi madre al teatro, de modo que me quedaba sola y poda pensar en ti, espiarte: el no va ms de mi felicidad, lo nico que me interesaba. Un da mi madre me llam con cierta formalidad para que fu era a su habitacin; quera hablar conmigo seriamente. Empalidec y o cmo mi corazn lata con fuerz : sospechaba algo? Mi primer pensamiento fuiste t, el secreto que me una al mundo. Pe ro mi madre tambin estaba confusa. Me bes (cosa que no haca nunca) afectuosamente en ambas meji llas, me hizo sentar en el sof, a su lado, y empez a titubear, dicindome que su pariente, tambin v iudo, le haba

propuesto que se casara con l y que ella pretenda aceptar, ms que nada por m. La san gre empez a hervirme en el corazn: slo un pensamiento bulla en mi interior, t. Pero, nos vamos a quedar aqu? pude balbucear.

No, nos mudamos a Innsbruck, Ferdinand tiene all una casa muy bonita. No escuch nada ms, no vea nada, todo haba quedado a oscuras. Despus supe que me haba desmayado. Al parecer segn o que le contaba mi madre a mi padrastro, quien se haba q uedado esperando detrs de la puerta de la habitacin yo haba empezado a retroceder con las m anos abiertas y me haba desplomado en el suelo. Lo que pas en los das siguientes, cmo me resist, sien do una criatura dbil, a la imposicin de sus deseos, no te lo puedo explicar: slo de pensarlo me tie mblan las manos al escribir. No poda desvelar mi verdadero secreto, as que mi resistencia pareca slo to zudez, maldad y obstinacin. Nadie ms habl conmigo, todo sucedi a mis espaldas. Aprovechaban las hora s que estaba en el colegio para preparar el traslado, y cuando volva encontraba otro mueble de smontado o que haba sido vendido. Vea cmo se desintegraba el piso y, con l, mi vida. Un da, al regresar a la hora de comer a casa, vi que un camin de mudanzas haba venido para llevrselo todo. En las habitac iones vacas quedaban las maletas hechas y dos camas plegables. Mam y yo bamos a pasar una noch e, la ltima all, porque, a la maana siguiente, partiramos hacia Innsbruck. Aquel ltimo da sent con certeza, firmemente, que no poda vivir lejos de ti. Eras mi n ica salvacin. Nunca podr precisar cmo me imaginaba todo aquello o si era suficientemente capaz d e pensar con claridad durante aquellas horas de desconsuelo. Slo s que me puse en pie mi madre h aba salido para caminar hacia tu casa tal como iba vestida, con el uniforme de la escuela. No, no caminaba, me desplazaba con las piernas rgidas, con las articulaciones temblorosas me arrastra ba como atrada magnticamente hacia tu puerta. Ya te he dicho que no s muy bien lo que quera; quiz c aer a tus pies y suplicarte que me acogieras como si fuera una criada, como una esclava. Temo que te vas a rer del inocente fanatismo de una muchacha de quince aos, pero no te reiras, querido, si s upieras cunto tiempo permanec all afuera, en el rellano helado, rgida por el miedo pero como atrada por u n poder de difcil comprensin; si supieras cmo consegu que el brazo tembloroso se me despegara algo de l cuerpo, que se levantara fue toda una batalla en una angustiosa eternidad de segundos , para que m i dedo pulsase el timbre de tu puerta. Esa llamada estridente, que contrastaba con el silencio que le sigui, cuando mi corazn y mi sangre se detuvieron, an hoy me traspasa los odos, entonces slo pendient es de si abras la puerta.

Pero t no apareciste. Nadie vino a abrir la puerta. Probablemente habas salido esa tarde, y Johann quizs estaba comprando. A oscuras, y an con el sonido del timbre retumbando en mis odos, volv a nuestro piso sin muebles, vaco, y me dej caer encima de una manta de viaje, exhaus ta, como si hubiese estado durante horas con una profunda capa de nieve bajo mis pies. Pero, por deb ajo de ese cansancio, me quemaba la determinacin inagotable de verte, de hablar contigo antes de que se me llevaran. No era un pensamiento sensual, porque an era inexperta. Slo poda pensar en ti: slo quera verte, verte an otra vez y pegarme a ti. Toda la noche, toda esa larga y espantosa noche, querido, es tuve esperndote. En cuanto mam se tumb en la cama y se qued dormida, me acerqu de puntillas al recibidor para escuchar a travs de la puerta y saber en qu momento regresabas a casa. Estuve esperando tod a la noche, aunque era una noche glida de enero. Estaba cansada, tena el cuerpo dolorido y ya no qued aban butacas donde sentarse, de modo que opt por tumbarme en el suelo fro, aunque me llegaba una corr iente de aire por debajo de la puerta. Estaba solamente con un fino camisn sobre el suelo helado, q ue me haca dao porque no me abrigaba ninguna manta. No quera sentir calor por miedo a dormirme y no or tus pasos. Tena calambres en los pies y los brazos me temblaban. Tena que levantarme continua mente por el fro que haca en esa horrible oscuridad. Pero esper, esper y te esper como si estuviese e sperando mi destino. Finalmente deban de ser las dos o las tres de la madrugada o que abajo se abra la pue rta principal y justo despus unos pasos de alguien que estaba subiendo las escaleras. Se me pas el fro de golpe, me entr un calentura inesperada. Abr nuestra puerta sigilosamente, dispuest a a precipitarme encima de ti para caer a tus pies Ah, no s que hubiese hecho en aquel momento, loca de m! Los pasos se acercaban, la luz temblorosa de una vela suba hacia m. Temblando, agarr el pomo de la puerta.

Eras t quien se acercaba? S, querido, eras t, pero no ibas solo. O una risa queda, ntima, el crujir de un vest ido de seda y cmo t hablabas en voz baja. Regresabas a casa con una mujer No s cmo pude sobrevivir a aquella noche. A la maana siguiente, a las ocho, se me l levaron hacia Innsbruck; ya no me quedaban fuerzas para resistirme. Mi hijo muri ayer por la noche ahora volver a estar de nuevo sola, si es que tengo que seguir viviendo . Maana vendrn unos hombres desconocidos vestidos de negro, toscos, cargado s con un atad y colocarn dentro a mi pobre hijo, mi nico hijo. Quiz tambin vengan unos amigos y le traigan coronas de flores, pero, qu sentido tienen unas flores en el atad? Me consolarn, me dirn cualquier cosa, palabras, palabras; de qu me servirn? S que despus tendr que volver a estar sola , y no hay nada ms terrible que estar sola cuando ests rodeada de gente. Lo s desde entonces, desde aquellos dos interminables aos en Innsbruck, de mis diecisis a mis dieciocho. Viv como una reclu sa, como una desterrada entre la familia. Mi padrastro, hombre muy calmado y de pocas palabra s, fue bueno conmigo; mi madre, como para arreglar una injusticia involuntaria, se mostr siempre dispue sta a complacerme en todo lo que estuviera en sus manos; haba jvenes que se interesaban por m, pero los rechazaba a todos con obstinacin vehemente. No quera ser feliz ni estar contenta lejos de ti; yo mis ma me encerr en un mundo lgubre de soledad en el que me atormentaba. No me puse los vestidos nuevos de colores que me compraron, me negu a ir a los conciertos, al teatro, a hacer excursiones en compaa de nadie. Apenas sala de casa. Te puedes creer, querido, que no conozco ni diez calles de esta pequ ea ciudad en la que viv dos aos? Estaba dolida y quera estarlo; estaba embriagada de nostalgia y de no poder verte. Ante todo no quera cejar en mi pasin de vivir solamente para ti. Me quedaba sola en cas a, horas y hasta das enteros, slo pensando en ti. A cada momento, siempre con aquel centenar de pequeos recuerdos, reviva cada encuentro en nuestra escalera, cada momento que haba estado esperndote, y me representaba esos pequeos episodios como lo hacen en el teatro. Y por eso, porque repet cada segundo de nuestros incontables momentos, toda esa po ca se me ha quedado profundamente grabada en la memoria, de tal forma que siento cada minuto de aquellos tiempos con tanta vivacidad y pasin como si se me hubiese filtrado ayer mismo en la sangr e. En aquellos aos slo viv para ti. Compr todos tus libros; cada vez que tu nombre apar eca en los peridicos era un da de fiesta para m. Puedes creer que me s de memoria cada lnea de tu s libros de

tantas veces como los he ledo? Si alguien me despertara por la noche y me empezar a a recitar un fragmento, an ahora, despus de trece aos, podra continuarlo en sueos. Cada palabra tu ya era para m como el evangelio y el padrenuestro. Todo el mundo exista nicamente en relacin a ti : buscaba los conciertos y los estrenos en los peridicos vieneses slo pensando en cules te podran haber interesado y as acompaarte desde la lejana: ahora entra en la sala, ahora se sienta. Lo so mil vec es por haberte visto un da en un concierto. Pero, de qu me sirve contarte todo esto, la obsesin frentica contra m misma, compulsi va, tan trgica y desesperada, de una nia abandonada? De qu sirve contrselo a alguien que nunc a lo ha sospechado, que nunca lo ha sabido? Era an una nia? Cumpl los diecisiete aos, los die ciocho, y los jvenes en la calle empezaban a darse la vuelta para mirarme cada vez que pasaba p or su lado, pero a m me ponan enferma. Porque pensar en el amor o simplemente en un flirteo con otra p ersona que no fueras t se me haca tan incomprensible, tan inimaginable, que slo la tentacin me hubiera pa recido un delito. Mi pasin por ti segua siendo la misma, pero era distinta con relacin a mi cuerpo, q ue tena los sentidos ms despiertos: se convirti en una pasin ms fogosa, ms corporal, ms de mujer. Y aquello que la nia que haba llamado al timbre de tu puerta, en su voluntad confusa y desorientada, n o haba imaginado antes, era en ese momento mi nico pensamiento: ofrecerme a ti, entregarme a ti. La gente de mi entorno me tena por una chica tmida, decan que era vergonzosa (yo gu ardaba mi secreto tozudamente sin abrir la boca), pero en m fue creciendo una voluntad de h ierro. Todas mis ideas y aspiraciones iban en una sola direccin: volver a Viena, volver contigo. Y me empe e n ello con toda mi voluntad, por ms absurdo e incomprensible que les pudiera parecer a los dems. Mi p adrastro era un hombre adinerado y me consideraba su propia hija. Pero con exasperada tozudez me obstin en ganar dinero por mi cuenta y por fin regres a Viena, donde pude hacer de dependienta en una gran tienda de

confeccin de un pariente. Es necesario que te cuente qu fue lo primero que hice cuando llegu a Viena por fin! po r fin! una noche neblinosa de otoo? Despus de dejar las maletas en la estacin, me apresur a coger un tranva qu lento me pareci que iba; cada parada me sacaba de quicio y fui corriendo ha sta delante de nuestra casa. Las ventanas de tu piso estaban iluminadas, todo mi corazn retum baba. No fue hasta entonces que la ciudad, que me haba dado la bienvenida de una manera que haba hech o sentirme extraa y absurda, revivi de nuevo. Fue entonces cuando sent que estaba recobrando la vida porque saba que te tena cerca, a ti, mi eterno sueo. Ni se me ocurra pensar que tu conciencia pudiera estar muy lejos, ms all de lagos, valles y montaas, cuando slo quedaba el cristal iluminado de tu venta na entre t y mi mirada centelleante. Yo slo miraba y miraba hacia arriba: haba luz, all estaba tu c asa, all estabas t, all estaba mi mundo. Dos aos haba estado deseando aquel momento y ahora se me haba conc edido. Estuve muchas horas delante de tus ventanas en aquella suave noche neblinosa, ha sta que se apag la luz. Entonces me fui a casa. Cada noche esperaba delante de tu casa. A las seis sala del trabajo en la tienda, un trabajo duro y que requera mucho sacrificio, pero me pareca bien, ya que este esfuerzo me ayudaba a n o sentir tanto dolor por ti. De modo que, despus que bajaran las estridentes persianas metlicas, corra h acia mi amado objetivo. Verte una vez, encontrarte una sola vez, se era mi nico anhelo, poder en volver tu rostro con mi mirada una vez ms. Sucedi al cabo de una semana, ms o menos. Me cruc contigo prec isamente cuando no lo esperaba: mientras miraba hacia arriba, hacia tu ventana, t cruzabas la calle. De repente volv a ser esa nia de trece aos que senta cmo la sangre le sonrojaba las mejillas. In voluntariamente, contra el impulso ms profundo de querer sentir tus ojos, baj la cabeza al pasar po r tu lado y me puse a andar rpida como un rayo. Despus me arrepent de aquella huida miedosa de colegiala, porque entonces saba claramente lo que quera: encontrarte. Te buscaba y estaba segura de que me re conoceras despus de todos aquellos malditos aos de nostalgia. Quera que me hicieses caso, que me qu isieras. Pero no te diste cuenta de mi presencia, ni mucho menos, aunque estaba cada noch e en tu calle, tanto si nevaba como si soplaba ese viento viens que parece que te corta al pasar. A me nudo esperaba muchas horas en vano, algunas veces salas al fin de casa, casi siempre acompaado; dos vec es te vi en compaa de mujeres y fue entonces cuando comprend que ya era adulta. Not la diferencia ent re mis sentimientos hacia ti porque el corazn se me encoga y el alma se me parta cuando vea a una mujer

desconocida caminando muy segura de s misma cogida de tu brazo. No me sorprenda. Yo ya conoca d e antes tus inacabables visitas femeninas, pero de pronto, sin saber cmo, el dolor que aquell o me provocaba era fsico. Algo se tensaba dentro de m y senta a la vez hostilidad e inters por esa comp licidad carnal manifestada con otra. Un da decid no ir a tu casa, orgullosa igual que una nia, com o era yo todava y como quizs an no he dejado de ser. Qu terrible fue esa noche vaca, tan llena de obsti nacin y rebelda! Al da siguiente estaba de nuevo delante de tu casa humildemente, esperand o mi destino como he esperado durante toda mi vida delante de tu vida cerrada. Pero una noche, por fin, te diste cuenta. Te haba visto venir a lo lejos y me obl igu a no esquivarte. La casualidad quiso que un camin que estaba descargando dejara poco espacio en la calle y tuviste que pasar tan cerca de m que me rozaste. Tu mirada distrada me acarici sin quererlo y e n el acto, en cuanto se encontr con la atencin de mis ojos, se convirti en aquella manera tuya de mirar a las mujeres cmo me estremecieron los viejos recuerdos , esa mirada tierna que te envuelve y a l a vez te desnuda, que te rodea y casi te toca, la misma que una vez haba despertado en m a la mujer y a la amante. Tu mirada, de la que yo no poda ni quera deshacerme, aguant la ma uno o dos segundos, y luego continuaste adelante. El corazn me lata con fuerza, me vi obligada a ralentizar el paso y, cuando me di la vuelta por un impulso que no se dejaba reprimir, vi que te habas detenido a mirar me. Y por la forma en que me observabas, una mezcla de curiosidad e inters, lo supe enseguida: no me ha bas reconocido. No me reconociste, ni entonces ni en ningn otro momento, nunca me has reconocido. Cmo te puedo describir, querido, la decepcin de aquel instante? Por primera vez fui cons ciente de estar predestinada a que no me reconocieras durante toda mi vida, esa vida con la que ahora estoy acabando; desconocida para ti, an no sabes quin soy. Cmo puedo describirte esta decepcin! Porqu e, vers, los dos aos que estuve en Innsbruck, cuando pensaba en ti a todas horas y no haca otra cosa que

imaginarme nuestro primer reencuentro en Viena, haba soado muchas veces tanto con las posibilidades ms salvajes como con las ms espirituales, segn mi estado de nimo. Lo haba planeado to do, si me permites decrtelo as. En los momentos ms tristes me haba imaginado que me despreciara s, que me rechazaras por ser demasiado poco para ti, demasiado fea o demasiado melosa. Toda s las vas de desprecio, de frialdad, de indiferencia, todas me las haba representado en vision es apasionadas, pero justamente sta no me haba arriesgado a considerarla ni en mis momentos ms pesimista s, ni en los momentos en que tena la conciencia ms extrema de mi inferioridad, porque esto era lo peor que poda suceder: que no me reconocieras en absoluto. Ahora s, ahora ya entiendo ah, a compr ender las cosas s me has enseado! que la cara de una chica, de una mujer, resulta terriblemente cam biante para un hombre, porque no suele ser sino el reflejo de una pasin o de una ingenuidad o de una fatiga, que se borra tan fcilmente como la imagen de un espejo. Y un hombre puede olvidar rpidame nte el rostro de una mujer, porque la edad que en ella se refleja cambia segn si hay sol o sombra y segn la forma de vestirse de un da para otro. Los que se resignan, stos son los autnticos sabios. Pe ro yo, la chica de entonces, an no poda entender tu mala memoria, porque de tanto ocuparme de ti, des mesuradamente, sin cesar, de alguna forma me haba ido haciendo ilusiones de que t tambin debas de haber estado pensando en m y esperndome. Cmo hubiese podido siquiera respirar si hubiese tenido l a certeza de no significar nada para ti, de que ningn recuerdo mo te pasaba nunca, aunque fuese li geramente, por la cabeza! Y ese destello de tu mirada que demostraba que ya no me conocas de nada, que ni un hilo de recuerdo de tu vida llegaba hasta la ma, fue la primera cada en la dura realidad, la primera seal de mi destino. No me reconociste entonces. Y cuando dos das ms tarde tu mirada me envolvi con una cierta familiaridad al volver a encontrarnos, no reconociste en m a aquella nia que te ha ba querido y a la que habas hecho despertar, sino slo a la hermosa joven de dieciocho aos que se haba cruz ado en tu camino dos das antes en ese mismo lugar. Me miraste agradablemente sorprendido, se te es cap una leve sonrisa. Volviste a pasar de largo pero retrocediste enseguida: yo temblaba, estaba exult ante de alegra, rogaba que me hablases. Not que estaba viva para ti por primera vez y ralentic el paso, no te evit. De repente te sent justo detrs de m sin necesidad de darme la vuelta y supe que, por primera vez, escuchara tu adorable voz dirigida hacia m. La expectativa era paralizante, cre que iba a tener que detenerme de tantos martillazos que me daba el corazn, y entonces apareciste a mi lado. Me hablaste c omo lo haces t normalmente, de manera desenfadada y alegre, como si furamos amigos desde haca aos a

y, y no tenas la ms mnima idea de m, nunca fuiste consciente de lo que haba sido mi vida . Me h ablaste de forma tan seductora y natural, que hasta fui capaz de responderte. Caminamos jun tos hasta el final de la calle. Me preguntaste si quera que fusemos a cenar juntos y acept. Me habra atrevido yo a negarte algo? Comimos en un restaurante pequeo. Te acuerdas dnde fue? No, seguramente no distingu es esa velada de otras tantas parecidas, porque, quin era yo para ti? Una entre cien, una aventura ms de una cadena interminable. Adems, qu podra haberte hecho recordarme? Habl ms bien poco; esta ba tan sumamente feliz de tenerte cerca de m, de orte hablar conmigo, que no quera estrope ar ningn momento con preguntas o con cualquier palabra necia. Te estoy agradecida. No olvidar nunc a aquel da y lo mucho que correspondiste a mi veneracin apasionada; cun sensible fuiste, qu delicad eza, qu tacto, ningn gesto inoportuno, ninguna de esas caricias rpidas vacas de sentimiento. Desde el primer momento mostraste una confianza tan segura y amistosa, que me habras ganado igual mente aunque no hubiera llevado tanto tiempo siendo tuya en cuerpo y alma. Ah, no sabes cunto supi ste satisfacerme sin decepcionarme, despus de cinco aos de esperanzas infantiles! Se hizo tarde y nos levantamos para irnos. En la puerta del restaurante me pregu ntaste si tena prisa o si an poda estarme contigo un rato ms. Cmo hubiese podido ocultar que estaba a tu dis posicin? Respond que an dispona de tiempo. Entonces, despus de un pequeo instante de vacilacin, me preguntaste si quera ir un rato a conversar a tu casa. Me gustara dije con toda la naturalidad de mis sentimientos, y me di cuenta ensegui da de que la rapidez de mi respuesta no te dejaba indiferente, no s si te hizo sentir ridculo o si te puso contento, pero en cualquier caso te sorprendi.

Hoy entiendo tu sorpresa; s que las mujeres, aunque tengan el ms fervoroso deseo d e entregarse, suelen negar su disposicin, fingen un sobresalto o indignacin que exige ser aquiet ado con splicas, mentiras, juramentos y promesas. S que quiz slo las profesionales del amor, las pro stitutas, aceptan en el acto una invitacin parecida con alegra, o las muchachas del todo ingenuas, las totalmente inmaduras. En mi caso, slo intervino cmo podas intuirlo? la voluntad convertida en palabra, el an helo reprimido de miles de das. Pero, por una cosa o por otra, te quedaste asombrado y empezaste a mostrar inters por m. Mientras andbamos y conversbamos not que me examinabas de reojo, no s mu y bien cmo te sentas, pero estabas sorprendido. Tu sensibilidad hacia todo lo humano, esa mgica seguridad en ti mismo, hizo que notaras algo raro enseguida: aquella chica tan bonita y confi ada deba de esconder algn secreto. Tu curiosidad se despert y, por las preguntas que me hacas, me di cue nta de que queras descubrir qu ocurra. Pero consegu evitarlo: prefera parecer un poco alocada a confes arte mi secreto. Subimos a tu piso. Disculpa, querido, si te digo que no puedes entender qu signif icaban para m esas escaleras, ese rellano, que vrtigo, qu confusin, qu suerte tan inesperada, tan angus tiosa, casi mortal. An hoy no consigo acordarme de todo aquello sin que los ojos se me llenen de lgrim as, incluso ahora que ya no me quedan. Pero imagnate, en cierta forma, todo estaba impregnado de mi pasin. Cada detalle era un smbolo de mi adolescencia, de mi melancola: el portal donde haba estado espe rndote mil veces, las escaleras que siempre estaba controlando por si oa tus pasos y donde te haba v isto por primera vez, la mirilla donde haba dejado mi alma, la alfombra de delante de tu puerta donde ese da me arrodill, el ruido de tus llaves que siempre me despertaban con un sobresalto. Toda mi infanc ia y mi gran pasin haban transcurrido en aquellos pocos metros cuadrados, all estaba toda mi vida; y ahora sta se precipitaba sobre m como una tormenta, porque todo, absolutamente todo se estaba haciendo realidad, y yo estaba entrando contigo, yo contigo, en tu casa, en nuestra casa. Piensa que todo lo que haba hasta llegar a tu puerta suena banal pero no s decirlo de otra forma haba sido la realidad , el mortecino mundo cotidiano de toda una vida, pero all empezaba mi mundo infantil, mis fantasa s, el reino de Aladn. Si tienes en cuenta que haba mirado mil veces con ojos ardientes hacia esa puerta que ahora estaba atravesando tambalendome, podrs suponer slo lo podrs suponer, amor mo, nunca lo sabrs del todo lo lleno de mi vida que estaba ese apasionante minuto. Estuve toda la noche contigo. No se te ocurri pensar que nunca antes haba estado c on un hombre, que quizs an nadie haba sentido mi cuerpo. Pero cmo te lo podas imaginar, querido, si no me resist a

nada y reprim cualquier vacilacin vergonzosa slo para que no adivinaras el secreto de mi amor hacia ti, que, sin duda, te hubiese asustado. Porque a ti, ciertamente, slo te gustan las c osas fciles, juguetonas, nada pesadas, tienes miedo de inmiscuirte en un destino ajeno. Lo que quieres es entregarte a todos, al mundo, no quieres ninguna vctima. Si ahora te digo, querido, que me entregu a ti an virgen, te lo suplico, no me malinterpretes. No te culpo, t no me provocaste, ni me mentiste, n i me sedujiste. Fui yo quien te busc, quien se lanz a tus brazos y se precipit en su destino. Nunca, nunca te voy a acusar, no, slo podr agradecrtelo siempre, porque, qu enriquecedora, qu chispeante fue aquella no che para m, cun llena de gozo. Cuando abra los ojos en la oscuridad y senta que estabas a mi la do, me asombraba de no ver el firmamento por encima de nosotros, hasta tal punto me senta como en el cielo. No, nunca me he arrepentido, amor mo, de aquella noche. An recuerdo cmo dormas, cmo senta tu respir acin, tu cuerpo, y como llor de felicidad en la penumbra. A la maana siguiente me despert pronto porque tena que irme a trabajar a la tienda, pero tambin porque quera marcharme antes de que viniera tu sirviente, l no deba verme. Cuando e stuve delante de ti, ya vestida, me atrajiste hacia ti y me estuviste mirando largo rato; acaso un oscuro recuerdo lejano te vena a la memoria, o quiz slo te pareca bonita por lo feliz que me habas hecho? Me be saste en los labios. Me solt suavemente para irme y me preguntaste: No quieres llevarte un par de flores? Asent y cogiste cuatro rosas blancas del jarrn de cristal azul de tu escritorio (ah !, lo conoca desde aquel rpido vistazo, aos atrs) y me las diste. Muchos das despus an las besaba. Antes de aquello ya habamos dicho que podamos vernos otra noche. Volv y una vez ms f ue maravilloso. An me regalaste otra tercera noche. Despus me dijiste que tenas que sa lir de viaje cmo odiaba, ya de jovencita, estos viajes tuyos! y prometiste avisarme cuando estuv ieras de vuelta.

Te di el nmero de un apartado de correos; no quera darte mi nombre porque guardaba mi secreto. Me volviste a dar unas rosas a modo de despedida a modo de despedida. Durante dos meses estuve preguntando cada da si haba algo para m pero no, para qu desc ribirte ese tormento infernal de la espera, del desconsuelo? No te culpo, te quiero tal como eres, ardiente y distrado, olvidadizo, entregado e infiel, te quiero as, slo as, como siempre has sid o y como an eres. Ya haca tiempo que habas vuelto, lo vea en tus ventanas iluminadas, y no me escribas . An no tengo ni una lnea tuya en mi ltima hora, ni una lnea de aquel hombre al que he entregado mi vida. Esper, estuve esperando y esperando como una desquiciada, pero no me llamaste, no me es cribiste ni una lnea ni una

Mi hijo muri ayer tambin era el tuyo . Tambin era tu hijo, querido, el hijo de una de aquellas tres noches, te lo juro; no se miente a la sombra de la muerte. Puedo jurar que era nuestro hijo, porque no me toc ningn otro hombre desde que me entregu a ti hasta el da en que sali de mi cuer po con tanto esfuerzo; ese cuerpo que me pareca sagrado gracias al contacto con tu piel. Cmo hub iese podido entregarme a ti, que lo habas significado todo para m, y a la vez a otros que slo p asaban rozando mi vida? Era nuestro hijo, querido, el fruto de mi amor consciente y de tu ternura despreocupada, derrochadora, casi inconsciente; nuestro hijo, nuestro nico hijo. Pero ahora te d ebes de estar preguntando quizs asustado, quiz slo sorprendido , debes de estar preguntndote por qu te he ocultad este hijo durante tantos aos y no te he hablado de l hasta ahora, que yace dormido, par a siempre, a punto de irse para no volver nunca ms, nunca ms! Pero, cmo podra habrtelo dicho? De m, la desc cida, la que estaba demasiado predispuesta en las tres noches que se haba entregado a t i, la que se haba abierto a ti sin ninguna oposicin, incluso deseosa, nunca lo hubieras credo, de una sin no mbre con la que habas tenido una aventura fugaz, que te era fiel, a ti, el infiel no hubieras reconocido nunca este nio como hijo tuyo sin desconfianza! Aunque yo te diese mi palabra y aceptaras esa probab ilidad, nunca hubieras podido evitar la sospecha escondida de que yo pretenda adjudicarte a ti, hombre a dinerado, el fruto de noches ajenas. No te habras fiado de m, entre nosotros habra quedado una sombra, un a sombra voltil, recelosa, y eso era justamente lo que yo no quera. Adems, te conozco; te conozco i ncluso mejor de lo que t te conoces a ti mismo. S que para ti, que adoras la despreocupacin, la ligere za y el jugueteo del amor, hubiese sido muy triste ser padre de improviso, responsable de todo un des tino. T, que slo puedes respirar en libertad, de alguna forma te hubieses sentido atado a m. Me habras odi ado s, s que lo

hubieras hecho contra tu voluntad , me habras odiado por esta atadura. Tal vez slo d urante unas horas, quizs unos fugaces minutos, te habra resultado pesada, odiosa. Pero yo, a causa de mi orgullo, crea que tenas que pensar en m toda tu vida sin preocuparte. Prefera asumirlo todo yo antes que ser una carga para ti. Quera ser la nica de tus mujeres en quien siempre pensases con amor, con agradecimiento. Pero t nunca has pensado en m, me has olvidado. No te culpo, querido, no te culpo. Perdona si alguna vez se cuela una gota de am argura en mi pluma, perdname. Mi hijo, nuestro hijo, yace muerto junto a los cirios encendidos; he al zado los puos hacia Dios y le he llamado asesino, tengo los sentidos trmulos y confusos. Perdname por haberte acusado, perdname! S que eres bueno y generoso de todo corazn, ayudas a todos, tambin a los de sconocidos que te lo piden. Pero tu bondad es peculiar, est abierta a cualquiera para darle todo lo que le quepa en las manos, tu bondad es grande, infinitamente grande, pero es disclpame indolente. Quie re que la reclamen, que la busquen. Ayudas cuando te llaman, ayudas por vergenza, por debil idad, no por placer. Djame que te lo diga sinceramente: te gusta ms un compaero en la fortuna que un pob re necesitado. Y a las personas que son como t, aunque sean muy buenas, cuesta pedirles cualquier favor. Un da, cuando an era una nia, vi por la mirilla que le dabas limosna a un mendigo que haba llamad o a tu puerta. Lo hiciste rpidamente, incluso fuiste generoso antes que l te pidiera nada, pero le a largaste el brazo con temor, deprisa, para que se fuera pronto; fue como si tuvieras miedo de mirarle a los ojos. Y esta forma tuya de ayudar, con miedo e inquietud, huyendo del agradecimiento, no la he olvi dado jams. Por eso no me dirig a ti. Tambin tengo la certeza de que me hubieras ayudado aun sin estar de l todo seguro de que era hijo tuyo. Me hubieras consolado, me hubieras dado dinero, pero escondiendo tu impaciencia por quitrteme de encima; s, creo que me hubieras llegado a persuadir para que me deshi ciera del nio a

tiempo. Y eso era a lo que ms le tema, porque, qu no hubiese hecho yo que t desearas? , cmo hubiese podido negarte nada? Y ese hijo lo era todo para m, era tuyo, tu persona una vez ms, pero no esa persona feliz, despreocupada e imposible de alcanzar, sino una entregada a m para siempre as lo crea , atada a mi cuerpo, unida a mi vida. Ahora te haba conseguido, poda sentirte en mis venas, poda sentir que tu vida creca, alimentarte, acariciarte, besarte si el alma me lo peda. Ves, querido, por eso fui tan feliz cuando supe que iba a tener un hijo tuyo, por eso no te lo dije: porqu e ya no podas escaparte de m nunca ms. Por supuesto, querido, aquellos no fueron tan slo los meses de felicidad que pens aba que seran, tambin lo fueron de horror y sufrimiento, llenos de asco por lo bajo que haba cado la humanidad. No fue fcil. Tuve que dejar de ir a la tienda para que mis familiares no se diesen c uenta y lo dijeran en casa. No quera pedir dinero a mi madre y, los ltimos meses, hasta el da del parto, logr su bsistir vendiendo unas pocas joyas que tena. Una semana antes, una lavandera me rob las ltimas corona s que me quedaban en el armario y tuve que ir a la casa de maternidad. All, por donde slo s e arrastran las mujeres verdaderamente pobres, las despreciadas y olvidadas en su penuria, all, en medio de las sobras de la miseria, all naci el nio, tu hijo. Era como para morirse, todo se haca extrao, extrao, extrao solas y llenas de odio mutuo, las que permanecamos all ramos extraas entre nosotras mismas , llevadas solamente por la miseria, por el mismo tormento, hasta el interior de aquella sa la que ola a cerrado, a cloroformo y a sangre, llena de gritos y suspiros. La degradacin, la deshonra anmi ca y fsica que la pobreza debe soportar, yo las sufr all, al lado de prostitutas y enfermas que hacan del encuentro de sus destinos una injusticia. Tambin sufr el cinismo de los mdicos jvenes que levantaban la sbana de las indefensas con una sonrisa irnica y las palpaban con actitud cientfica, la mezquin dad de las enfermeras Crucifican la vergenza de un mortal con miradas y lo torturan con palab ras, all slo eres un cartel con tu nombre, porque eso que est en la cama es simplemente un pedazo d e carne convulsa toqueteada por curiosos, un objeto de exposicin y de estudio. Ah, las mujeres que tienen a los hijos en casa, las que le dan el nio al marido que lo espera con amor, no saben qu signific a traer un hijo al mundo sola, indefensa, como en una mesa de laboratorio! Cuando leo en algn libro la palabra infierno, an hoy soy incapaz de evitar el recuerdo de aquella sala llena de gente y de olor es, llena de gemidos, risas y gritos repletos de sangre, aquel matadero de vergenza donde tanto sufr. Perdona, perdona que te hable de ello. Es la ltima vez, no volver a hablar ms de aq uello, nunca ms. He callado todo esto durante once aos y pronto ser muda para toda la eternidad.

Tena que gritar una vez, proclamar slo una vez el precio tan alto que me cost este hijo, mi alma p ersonificada, y que ahora yace aqu, sin aliento. Ya haba olvidado esas horas, haca mucho tiempo que las haba olvidado en las risas y la voz del nio, mi alma; pero ahora que est muerto el tormento revive y tena que dejar gritar a mi alma por una vez, slo una. Pero no te culpo a ti, sino a Dios, slo a l, que ha c onvertido aquel tormento en algo absurdo. No te culpo a ti, te lo juro, nunca mi rabia se ha vue lto contra ti. Ni siquiera en el momento en que mi cuerpo se estremeca por el dolor de las contracciones, cuand o toda yo herva de vergenza bajo las miradas manoseadoras de los estudiantes, ni siquiera en el mome nto en que el dolor me atravesaba el alma, te acus de nada ante Dios; no he lamentado nunca aquellas tre s noches, no he maldecido nunca el amor que sent por ti, siempre te he querido, siempre he alabad o la hora en que te conoc. Y si tuviera que volver a pasar por aquel infierno sabiendo de antemano lo que me espera, lo volvera a hacer, querido, una y mil veces ms! Nuestro hijo muri ayer y t no le has conocido nunca . Ni tan slo en un encuentro casua l y fugaz, tu mirada nunca ha acariciado a este pequeo ser, a esta flor, cuando ha pasado po r tu lado. Tan pronto lo tuve, me escond de ti durante mucho tiempo. Mi melancola era menos dolorosa, hasta cre que haba llegado a quererte menos apasionadamente; el hecho es que, desde el da en que lo tuve, no sufra tanto por mi amor. No quera dividirme entre t y l y dej de dedicarme a ti, a ese hombre fe liz que viva al margen de m, para entregarme al hijo que me necesitaba, al que tena que alimentar, al que poda besar y abrazar. Pareca salvada de esa angustiosa desesperacin por ti, de mi fatalidad, sa lvada por ese t que era otro y era tuyo, pero que ahora era realmente mo. Rara vez, y cada vez menos, mis sentimientos me impulsaban a acercarme humildemente a tu casa. Slo hice una cosa: por tu cumpleaos siempre te haca

llegar un ramo de rosas blancas, exactamente iguales a las que me regalaste desp us de nuestra primera noche de amor. Te has preguntado alguna vez, en estos diez u once aos, quin te las poda enviar? Quiz te has acordado de la chica a la que un da le regalaste las mismas rosas? No l o s, nunca sabr la respuesta. Slo el hecho de hacrtelas llegar desde la oscuridad, dejar que una vez al ao floreciera el recuerdo de aquellas horas, slo eso me bastaba. No has conocido nunca a nuestro pobre hijo; ahora me reprocho el habrtelo ocultad o, porque lo hubieses querido. Nunca lo has conocido, pobre hijo, no le has visto sonrer, abri endo esos ojos oscuros y vivos los tuyos que desprendan una clara luz de alegra sobre m, sobre todo el mundo. A h, era tan simptico, tan avispado ! Toda tu agilidad se manifestaba en l de forma infantil, tena tu fantasa rpida y despierta; poda pasarse horas jugando entusiasmado, as como t juegas con la vida, y despus saba sentarse, muy serio, con las cejas levantadas, delante de los libros. Cada vez s e pareca ms a ti. Aquella doble faceta de sensatez y juego tan propia de ti ya empezaba a desarrollarse vi siblemente en l, y cuanto ms se pareca a ti, ms lo quera. Era buen estudiante, saba hablar francs como una garza , tena los cuadernos ms limpios y bien presentados de la clase, y qu bien le quedaba, qu elega nte iba con su traje de terciopelo negro o con la chaqueta blanca de marinero. Fuera donde fuera siem pre era el ms elegante de todos; en Grado, cuando bamos de paseo por la orilla del mar, las mujeres se d etenan para acariciarle su cabello largo y rubio. En Semmering, cuando bajaba en trineo, la gente se dab a la vuelta, admirada. Era tan educado, tan tierno, tan alegre; el ao pasado, cuando entr como interno en la academia Theresianum, llevaba el uniforme y la pequea espada como un paje del siglo diecio cho ahora no lleva ms que una camisa, pobrecito, all tumbado con los labios descoloridos y los brazos cruzados. Pero quiz te preguntes cmo he podido educarlo con tanto lujo, cmo he podido proporc ionarle esta vida alegre y luminosa llena de privilegios. Amor mo, te hablo desde la oscuridad ; no me da vergenza, quiero decrtelo, pero no te asustes, querido: me he vendido. No me convert exactam ente en eso que se denomina mujer de la calle, una cualquiera, pero me he vendido. He tenido amigos ricos, amantes ricos. Primero los buscaba yo, despus me buscaban ellos a m, porque yo era te diste cuenta alguna vez? muy bonita. Me ganaba el cario de todos aquellos a los que me ofreca, todos me han estado agradecidos, me han dado afecto, todos me han querido T no, t eres el nico que no me ha querido! Me desprecias porque te he confesado que me he vendido? No, s que no me desprecias , s que lo entiendes, aunque tambin entenders que lo he hecho por ti, por tu otro yo, por tu

hijo. Ya haba experimentado una vez el horror de la pobreza en aquella sala de maternidad; saba que en este mundo, el pobre siempre ser una vctima a la que pisan, a la que humillan, y no quera por nada del mundo que tu hijo, tu precioso hijo, tuviera que crecer all abajo, con las sobras de los infam es callejones, respirando el aire apestoso de un cobertizo detrs de las casas. Su boca tierna no deba conocer e l lenguaje de los pordioseros, ni su blanca piel la ropa maloliente y contrahecha de los pobres. T u hijo tena que poseerlo todo, todas las riquezas y facilidades del mundo, tena que volver a subir a tu ni vel, a tu misma esfera.

Por eso, querido, slo por ese motivo me he vendido. Y no fue ningn sacrificio, por que aquello que vulgarmente se denomina honra y deshonra era ilusorio para m. Si t no me queras, t, el nico al que perteneca mi cuerpo, me daba igual todo lo dems. Las caricias de los hombres, incl uso la fogosidad ms ntima, no me llegaban al corazn, por mucha estima que pueda haber llegado a sentir por algunos y aunque la compasin por su amor no correspondido me haya hecho tambalear porque me recordaba mi propio destino. Todos aquellos a los que he conocido han sido buenos conmigo, to dos han sido atentos y me han respetado. Sobre todo un hombre de edad avanzada, un conde imperial viudo , el mismo que hizo todo lo posible para que admitiesen en Theresianum al nio sin padre, a tu hijo; m e quera como a una hija. Me pidi tres o cuatro veces que me casara con l. Ahora podra ser condesa, seor a de un castillo maravilloso en el Tirol, sin preocupaciones, ya que el nio hubiese tenido un padr e, uno que le adoraba, y yo hubiese tenido un marido tranquilo, bondadoso y noble a mi lado. Pero no lo h ice, aunque insisti muchsimo, y aunque yo era consciente de que mi respuesta negativa le haca dao. Y qu iz fue una locura, porque ahora estara viviendo en un lugar tranquilo y protegido, y este hi jo, tan querido, an estara junto a m. Pero por qu no confesrtelo no quera atarme a nadie, quera estar dis ible para ti a cualquier hora. Dentro de m, en el rincn ms escondido e inconsciente de m misma , segua latiendo mi sueo infantil. Quin poda saber si algn da me reclamaras a tu lado, ni que fuese por el corto

espacio de tiempo de una hora. Y por esa nica y posible hora renunci a todo, slo pa ra quedarme libre para cuando t te decidieras a llamarme por primera vez. En qu se haba basado toda mi existencia hasta el momento en que despert de la infancia sino en una espera, siempre a la espera de tu voluntad! Y esa hora al fin y al cabo lleg, aunque t ya no sabes cundo fue. Ni te acuerdas, qu erido! Tampoco entonces me reconociste nunca, nunca me has reconocido, nunca! . Tambin debo decir que ya me haba cruzado contigo a menudo en los teatros, los conciertos, en el par que del Prater, por la calle y cada vez me daba un salto el corazn, pero tu mirada simplemente pasaba de largo: cierto, externamente haba cambiado mucho, yo, aquella criatura tmida me haba convertido en una mujer, de buen ver segn decan, vestida con ropa cara, rodeada de admiradores. Cmo hubieras pod ido suponer que aquella joven apocada que habas visto en la penumbra de tu dormitorio, era yo ! Alguna vez te saludaba el caballero con el que yo iba. T le respondas y, al alzar los ojos, mira bas hacia m, pero tu mirada era de corts indiferencia, de reconocimiento, s, pero en realidad no me rec onociste nunca; era una mirada distante, terriblemente distante. Un da, an me acuerdo, el hecho de que te olvidases de m, algo a lo que yo estaba prcticamente acostumbrada, se convirti en un suplicio: yo estaba en un palco de la pera con un amigo y t en el palco de al lado. En la apertura las luces se apaga ron, ya no te poda ver la cara, slo senta tu respiracin tan cerca de m como en aquella noche, y tu mano est aba apoyada en la barandilla de terciopelo que separaba los palcos, tu mano fina y delicada. Estab a ansiosa por inclinarme a besar humildemente aquella mano inaccesible, aquella mano tan querida, cuyo tier no contacto haba sentido aos atrs. La msica me iba envolviendo de inquietud, mi nerviosismo era cada vez ms apasionado, me tuve que poner en tensin para contenerme con todas mis fuerzas, ha sta tal punto era intenso el afn de mis labios por acercarse a tu mano. Despus del primer acto rogu a mi amigo que nos furamos. Era incapaz de soportar tenerte tan cerca y tan lejos a la vez, a mi lad o en la penumbra. Pero la hora lleg, lleg una vez ms, una ltima vez en mi desperdiciada vida. De aquel lo har pronto un ao, fue un da despus de tu cumpleaos. Era muy curioso: haba estado pensando en ti a todas horas, porque tu cumpleaos siempre lo celebro como una fiesta. Por la maana tempra no ya haba ido a comprar las rosas blancas que te mandaba cada ao como recuerdo de las horas que t habas olvidado. Por la tarde sal con el nio, lo llev a la pastelera de Demel y por la noche al teatr o; quera que aquel da, aun desconociendo su significado, fuera para l, ya desde pequeo, como una especie de celebracin mstica. Al da siguiente sal con mi amigo de entonces, un fabricante de Brunn, joven

y rico; haca ya dos aos que estbamos juntos y l me adoraba. Me daba todo lo que tena y tambin quera casars e conmigo, mientras que yo me negaba igual que a los otros, sin que nada pareciera justific arlo. El caso es que nos llenaba de regalos a m y al nio y que, en su bondad un tanto agobiante, servicial, era un hombre que se haca querer. Fuimos a escuchar un concierto, donde encontramos grata compaa, y desp us fuimos a cenar a un restaurante de la Ringstrasse; all, entre risas y bromas, se me ocurri proponer ir a otro local a bailar, el Tabarin. Ese tipo de sitios donde hay fiesta continuada y alegra alcohl ica, as como el trasnochar yendo de bar en bar, eran cosas que siempre haba aborrecido y en las q ue hasta entonces siempre me haba negado a participar. Pero esta vez algo dentro de m, una fuerza mgi ca e insondable me llev a hacer de repente, inconscientemente, aquella propuesta, que fue aceptada c on alegra por los dems, muy animados. De pronto tuve aquel inexplicable deseo, como si all me estuvi era esperando algo importante. Acostumbrados a complacerme, todos se pusieron en pie y fuimos para all. Bebimos champn y enseguida se apoder de m una especie de euforia desbordante y dolorosa que nunca antes haba experimentado. Beba y beba, cantaba con los dems frvolas canciones y casi me sen ta incitada a ponerme a bailar o a gritar de alegra. Pero bruscamente fue como si me hubiera cado un trozo de hielo o algo hirviendo en el corazn me sobresalt: en una mesa cercana a la nuestra estaba s sentado t con algunos amigos y me observabas con ojos de admiracin y de deseo, con esa mirada q ue siempre me haba removido hasta las entraas. Por primera vez despus de diez aos volvas a mirarme con toda la apasionada fuerza instintiva que poseas. Me puse a temblar y no se me cay de milag ro la copa que haba levantado entre mis manos. Por suerte los compaeros de mesa no se percataron de m i confusin, que se desvaneci entre las risas y la msica. Tu mirada era cada vez ms abrasadora y me dej enardecida. No saba si al fin me habas reconocido o si, una vez ms, me deseabas como a cualquier otra, como a una desconocida. La s angre me haba

subido a las mejillas y responda distradamente a las preguntas de los amigos. Era imposible que no te dieras cuenta de que tu mirada me perturbaba. De forma muy discreta me hiciste u n gesto con la cabeza, como preguntndome si quera salir al vestbulo. Pagaste la cuenta ostensiblemente, te despediste de tus amigos y saliste, pero no sin indicarme una vez ms que me estaras esperando fuera. Yo estaba temblando como si estuviera en medio de la nieve, como si tuviera fiebre; no poda ni hablar ni dominar mi sangre alterada. Por casualidad, en ese mismo momento una pareja de bailarine s negros empezaron una danza extica, golpeaban el suelo con los tacones y gritaban: todos los observaban con atencin y yo aprovech el momento. Me levant, le dije a mi compaero que volva enseguida y te segu. Fuera, en el vestbulo, te encontr delante del guardarropa, esperndome: se te ilumin l a mirada al verme. Te apresuraste hacia m, sonriente. Enseguida vi que no me reconocas, que ni reconocas a aquella nia de tu edificio ni a la chica de despus; me deseabas otra vez como algo nuevo y desconocido. Dispone de una hora tambin para m? preguntaste sin rodeos. Por la seguridad con la qu e lo decas comprend que me tomabas por una de esas que se pueden comprar por una noche. S dije yo, con un s tan tembloroso y a la vez tan obvio como el que haba sido pronunc iado por aquella muchacha hace ms de diez aos en aquel lgubre callejn. Y cundo nos podramos ver? preguntaste. Cuando usted quiera respond; contigo no me daba vergenza. Me miraste un tanto sorprendido, con la misma sorpresa desconfiada y la misma cu riosidad de tiempo atrs, cuando mi conformidad te haba dejado perplejo. Podra usted ahora? me preguntaste vacilando un poco. S dije , vamos.

Quera recoger mi abrigo del guardarropa. En aquel momento me di cuenta de que el resguardo lo tena mi amigo, porque habamos colgado nuestros abrigos en la misma percha. Era imposible regresar y pedrselo sin alegar algn motivo concreto y, por otra parte, no quera privarme de aquel momento contigo, de aquel momento q ue haba anhelado durante tantos aos; eso no poda ser. Y no dud ni un segundo: cog slo el chal, me lo puse encima del traje de noche y sal a la calle, a la humedad de la niebla, sin preocuparme ms por el abrigo, sin preocuparme por la pe rsona que haca aos que me estaba manteniendo de un modo tan tierno y afectuoso, y a la que yo iba a

humillar delante de sus amigos dejndole como a un bufn ridculo al que la querida abandona al primer silbido de un hombre desconocido. Oh!, yo era consciente de mi bajeza e ingratitud, del deshonor que c ausaba a un amigo sincero, saba que actuaba de forma ridicula y que mi locura iba a ofender mortalm ente, para siempre, a una persona bondadosa. Senta que estaba destrozando mi vida. Pero, qu significaba l a amistad, qu era mi existencia comparada con el ansia de volver a sentir tus labios y escuchar la delicadeza de tus palabras dirigidas a m? Hasta ese punto te he llegado a querer, por fin puedo confesrtelo, ahora que todo ha pasado y todo est perdido. Y creo que si me llamaras cuando ya estuviera reposand o en mi lecho de muerte, tendra la fuerza suficiente como para levantarme e ir hacia ti. Un coche nos esperaba en la puerta del local; nos llev a tu casa. Oa de nuevo tu v oz, senta tu exquisita proximidad y estaba tan hipnotizada y con el alma tan confundida como cuando tena diecinueve aos. Era igual que la primera vez, despus de una dcada, igual que cuando subas aquel las escaleras. No, no se puede describir lo que experimentaba en esos segundos, en los que se s uperponan el pasado y el presente. Y con todo, slo te senta a ti. Tu habitacin haba cambiado un poco desde la ltima vez; haba ms cuadros en la pared, ms libros y muebles nuevos en algunos sitios, pero tod o me resultaba familiar. Y en el escritorio haba un jarrn con las rosas, mis rosas, las que te ha ba enviado el da anterior, para tu cumpleaos, como recuerdo de una mujer a la que, a pesar de todo, no recor dabas, a la que no reconocas ni en aquel momento en que la tenas cerca de ti, con su mano en la tuya, con sus labios en los tuyos. Pero, aun as, me agrad que conservaras mis flores: por lo menos haba all un h alo de mi amor hacia ti. Me cogiste entre tus brazos. Me qued otra maravillosa noche junto a ti, pero no r econociste ni mi cuerpo desnudo. Experiment la dulzura de tu experta ternura y comprob que tu pasin no distingue entre una a la que compras y otra a la que quieres, que te entregas completament e a tu deseo con la

plenitud irreflexiva y derrochadora de tu ser. Fuiste tan tierno y delicado conm igo, con aquella mujer a la que habas encontrado en un local nocturno Fuiste elegantsimo y sinceramente respetu oso, a la vez que apasionado, con el gozo de esa mujer. Cmo sent de nuevo, tambaleando por la felici dad del pasado, aquella dualidad tuya, nica, aquella pasin intelectual sabiamente mezclada con la sensual que haba hecho esclava a aquella adolescente. Nunca he conocido a ningn hombre que se entr egue en esos momentos con tanta ternura, que ofrezca su profunda intimidad con tanto altruism o y que despus lo diluya todo en un olvido infinito, casi inhumano. Pero tambin yo me olvid de m mism a: quin era yo, a tu lado y a oscuras? Era la nia apasionada de aos atrs, era la madre de tu hijo, e ra la desconocida? Ah, qu familiar me pareca todo, tan conocido, y, por otro lado, tan estrepitosament e nuevo en aquella noche apasionada! Rezaba para que no se acabara nunca. Pero lleg la maana, nos despertamos tarde; an me invitaste a desayunar contigo. Tom amos juntos el t, que una mano invisible haba servido discretamente en el comedor, y estuvimos conversando. Una vez ms supiste hablarme con toda la confianza propia de tu temperamento abierto y cordial, y, como siempre, sin hacer ninguna pregunta indiscreta, sin mostrar ningn inters por mi pe rsona. No me preguntaste mi nombre ni dnde viva; para ti volva a ser una aventura, alguien annimo , el momento apasionado que se apaga sin dejar rastro en el humo del olvido. Y entonces me ex plicaste que te disponas a hacer un viaje muy lejos, al norte de Africa, durante dos o tres meses; me pus e a temblar en medio de mi felicidad porque en mis odos ya retumbaba: se ha terminado, se ha terminado y olvi dado! Me hubiese arrodillado ante ti y te hubiese gritado: Llvame contigo para conocerme al fin, des pus de tantos aos! Pero era tan tmida, tan cobarde, tan servicial y dbil delante de ti, que slo pude d ecir: Qu lstima! Me miraste sonriente y me preguntaste, Realmente te sabe malf De repente se apoder de m una especie de ferocidad, que me hizo ponerme de pie y m irarte durante largo rato. Entonces te dije: El hombre al que yo quera tambin se iba siempre de viaje. Miraba fijamente, directamente a las estrellas de tus ojos: Ahora, ahora me recono cers!, imploraba, temblorosa, con todas mis fuerzas. Pero me sonreiste y quisiste conso larme dicindome: Pero uno siempre vuelve. S respond yo , uno siempre vuelve, pero entonces ya ha olvidado.

Debiste ver algo extraordinario, algo apasionado en la forma en que te habl, porq ue te pusiste de pie y me miraste a los ojos desconcertado y muy carioso. Me cogiste por los hombros y me dijiste: Lo bueno no se olvida. A ti no te olvidar jams y tu mirada se adentr completamente en m, como si quisiera grabar mi imagen. Al sentir que aquella mirada me penetraba, qu e me buscaba en el fondo del alma, que atraa y absorba mi ser, cre, al fin, que se haba roto el hechizo de la ceguera. Me reconocer, me reconocer! Temblaba slo de pensarlo. Pero no, no fue as; no me reconociste ni me conociste, y nunca fui ms extraa para t i que en aquel segundo, porque, de otro modo De otro modo nunca en tu vida hubieras podido hacer lo que hiciste unos minutos despus. Me habas besado otra vez, apasionadamente. Tuve que arreglarm e el pelo que se haba despeinado, y mientras estaba delante del espejo, te vi detrs de m crea que me m ora de horror y de vergenza a travs del espejo vi cmo, discretamente, introducas unos billetes de l os grandes en mi manguito. Cmo fui capaz de no gritar en aquel momento, de no abofetearte? A m, la que te quera desde pequea, la madre de tu hijo, me pagabas por aquella noche! Una cualquiera e ncontrada en el Tabarin, eso es lo que yo era para ti, nada ms. Me habas pagado, me habas pagado a m! No tenas suficiente con olvidarte de m, tambin tenas que humillarme. Cog mis cosas rpidamente. Me quera ir, quera irme de inmediato. Me dola demasiado tod o aquello. Cog el sombrero, que estaba encima del escritorio, al lado del jarrn con las rosas blancas, mis rosas. Entonces me sobrevino el deseo irresistible, muy poderoso, de intentar po r ltima vez que te acordaras de m: No me das una de estas rosas blancasf Naturalmente respondiste y cogiste enseguida una de ellasF

Pero, ests seguro de no haberlas recibido de una mujer, de una mujer que te quiere? te pregunt.

Quiz s dijiste , no lo s. Las he recibido, pero no s quin las manda, por eso las quiero nto. Te mir a los ojos. Quiz son de alguna a la que has olvidado! Me miraste con asombro. Yo te mir con todas mis fuerzas: Reconceme, reconceme de una vez!, gritaba mi mirada, pero tus ojos me sonrieron cordiales e inconscientes. Me volviste a besar, pero no me reconociste. Me apresur en llegar a la puerta porque senta que acudan las lgri mas a mis ojos y no haca falta que lo vieses. De tan impetuosamente como sal, en el recibidor por p oco me choqu con Johann, tu sirviente. Con inmediata consideracin y con su timidez caracterstica, s e ech hacia atrs, me abri la puerta de un golpe para dejarme salir y entonces en aquel segundo, me oyes? en el nico segundo en que mir a aquel hombre envejecido, cuando le mir con los ojos llenos de lgrimas, de repente, se le iluminaron las pupilas. Slo en un segundo, me oyes?, en un segundo aquel viejo me reconoci, l, que no me haba visto ms desde que era una jovencita. Hubiese podido arr odillarme ante l por haberme reconocido y besarle las manos, pero slo saqu los billetes de banco qu e me habas adjudicado y se los di. Estaba temblando y me mir asustado. En aquel nico segundo quizs l se acerc ms a la verdad que t en toda tu vida. Todos, todas las personas me han querido, to dos han sido buenos conmigo, slo t, slo t me has olvidado, slo t no me reconociste nunca! Mi hijo muri ayer, nuestro hijo Ahora ya no me queda nadie ms que t a quien querer. Pero, quin eres t para m, t que no me has conocido nunca, que pasas a mi lado como si pasaras junto a un riachuelo, que me pisas como a una piedra, que siempre sigues adelante y me deja s en la eterna espera? Una vez pens que a ti, al fugitivo, te retendra teniendo al nio. Pero fue tu hijo: se ha ido cruelmente, esta noche, de viaje, se ha olvidado de m y no volver ms. Vuelvo a estar sola, ms so la que nunca, no tengo nada, no me queda nada de ti. Ya no tengo ningn hijo, ni una palabra, ni un a lnea, ni un recuerdo. Y si alguien pronunciara mi nombre ante ti, no le daras ninguna importancia, no t e dira nada. Por qu no tendra que estar contenta de morirme si para ti ya estoy muerta? Por qu no habra de irme si t ya te has ido? No, querido, no te culpo, no quiero lamentos en tu alegre casa. No tema s, no te molestar ms. Disclpame, tena que dejar gritar a mi alma slo una vez, en esta hora en la que mi h ijo yace aqu, muerto y abandonado. Slo he necesitado hablarte esta vez; despus volver a mi tenebrosidad, como siempre, muda, tan muda como siempre lo he sido a tu lado. Pero este grito no lo oirs mien tras yo viva. Slo

cuando est muerta recibirs este escrito de una que te ha querido ms que ninguna y a la que no has reconocido nunca, que siempre te ha esperado y a la que no has convocado ninguna vez. Quiz, quiz me llamars luego y entonces te ser infiel por primera vez; entonces, cuando est muerta , ya no te podr or. No te dejo ninguna fotografa ni ninguna seal, del mismo modo que tu no me has deja do nada y nunca me reconocers, nunca. Era mi destino en la vida; que lo sea tambin en la muerte, p ues. No quiero llamarte para que acudas en mi ltima hora, me voy sin que conozcas mi nombre ni m i cara. Muero fcilmente porque t, desde lejos, no puedes sentirlo. Si te lamentaras por mi muert e, no podra hacerlo. Ya no puedo seguir escribiendo me pesa tanto la cabeza me duelen las articulacione s, tengo fiebre creo que tendr que tumbarme enseguida. Quiz todo acabe pronto, quizs el azar me ser favorable por una vez y no tendr que ver cmo se llevan al nio No puedo escribir ms. A dis, querido, adis, gracias A pesar de todo, no ha estado tan mal que las cosas hayan i do de esta forma te lo agradecer hasta mi ltimo suspiro. Me siento bien: te lo he dicho todo, ahora sabes no, ahora slo puedes hacerte una idea de cmo te he llegado a querer y, aun as, no te queda ningu na carga de este amor. No me echars de menos eso me consuela, no cambiar nada de tu vida, tan bonita y luminosa no te causo ningn dao con mi muerte oh, querido, esto me consuela! Pero, quin aco.

quin te enviar ahora las rosas blancas por tu cumpleaos? Ay, el jarrn estar

Ese pequeo halo de mi vida que te llega una vez al ao, eso tambin se ir. Amor mo, escc hame, te lo suplico es la primera y ltima cosa que te pido hazlo por m, cada cumpleaos, ese da en que uno siempre piensa en s mismo, coge unas rosas y ponas en el jarrn. Hazlo, querido, haz lo as, igual que otros hacen que se cante una misa una vez al ao para su difunta querida. Yo ya no creo en Dios ni quiero

ninguna misa, slo creo en ti, slo te quiero a ti y slo quiero continuar viviendo de ntro de ti ay, slo un da al ao, muy, muy silenciosamente, como siempre he vivido a tu lado Te lo suplico, hazlo, querido es la primera y ltima cosa que te pido te lo agradezco te quiero te quiero adi . l dej caer la carta, las manos le temblaban. Entonces empez a cavilar durante un bu en rato. Recordaba vagamente a una nia vecina suya, a una joven, a una mujer que haba encontrado en u n local nocturno, pero era un recuerdo poco preciso y desdibujado, como una piedra que tiembla en el fondo del agua que corre y cuya forma no acaba de distinguirse. Eran sombras que brotaban abundante mente, que iban y venan, pero no fue capaz de hacerse una imagen concreta. Recordaba ciertos sentim ientos y, aun as, no consegua reconstruir todo aquello. Era como si todas esas figuras hubiesen aparec ido en un sueo, como si las hubiera soado a menudo y profundamente, pero slo como si las hubiese soado. Entonces su mirada se pos en el jarrn azul que tena ante l, encima del escritorio. E staba vaco, por primera vez desde haca aos estaba vaco en el da de su cumpleaos, y se asust: fue como si, de repente, se hubiese abierto una puerta invisible y un golpe de aire fro hubiera p enetrado desde el ms all en su tranquila habitacin. Sinti a la muerte y sinti un amor inmortal: algo le atra ves el alma y pens en aquella mujer invisible, etrea y apasionada como el recuerdo de una lejana meloda.

STEFAN ZWEIG, (Viena, 1881 - Petrpolis, Brasil, 1942) fue un escritor enormemente popular, tanto en su faceta de ensayista y bigrafo como en la de novelista. Su capacidad narrativa, la pericia y la delicadeza en la descripcin de los sentimientos y la elegancia de su estilo lo co nvierten en un narrador fascinante, capaz de seducirnos desde las primeras lneas. Es sin duda, uno de los grandes escritores del siglo XX, y su obra ha sido tradu cida a ms de cincuenta idiomas. Los centenares de miles de ejemplares de sus obras que se han vendido en todo el mundo atestiguan que Stefan Zweig es uno de los autores ms ledos del siglo XX. Zwe ig se ha labrado una fama de escritor completo y se ha destacado en todos los gneros. Como novelis ta refleja la lucha de los hombres bajo el dominio de las pasiones con un estilo liberado de todo tinte folletinesco. Sus tensas narraciones reflejan la vida en los momentos de crisis, a cuyo resplandor se rev elan los caracteres; sus biografas, basadas en la ms rigurosa investigacin de las fuentes histricas, ocultan hbilmente su fondo erudito tras una equilibrada composicin y un admirable estilo, que confieren a es tos libros categora de obra de arte. En sus biografas es el atrevido pero devoto admirador del genio, cu yo misterio ha desvelado para comprenderlo y amarlo con un afecto ntimo y profundo. En sus ensayos analiza problemas culturales, polticos y sociolgicos del pasado o del presente con hondura psicolgica , filosfica y literaria.