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Un detalle común en la historia de la ética como reflexión propia del ser humano, radica en que casi siempre la necesidad de construir su contenido surge cuando el mismo hombre evidencia algún problema en las acciones de sus congéneres. Generalmente se habla de problema cuando no se esclarece ni se concreta algo acerca de una cuestión que se busca comprender o debido a que hay muchas variantes que se vuelven probables. Esto quiere decir, que toda ética ha sido necesaria a causa de las diversas y múltiples maneras en cómo el hombre ha afrontado la posibilidad de actuar en su existencia, sin tener una justificación prevaleciente y definida de cuáles acciones en concordancia a una utilidad, bienestar, interés, estética, moral o verdad, serían las aceptadas o indicadas. Esta problemática que prepara -por decirlo socráticamente- el parto del pensamiento, al verse atraído a salir de su embrión cuando se encuentra frente a estas situaciones que lo desafían, ha hecho que los hombres indistintamente de todas las épocas en su oficio filosófico, poético, político, religioso o en cualquier otro, hayan tratado de consolidar unas ideas que, curiosamente, han resultado tan diversas, contrarias y múltiples entre sí, como las mismas acciones humanas; es decir, que en vez de contribuir estos conocimientos, como diría descartes en la primera parte del discurso del método, en la resolución del problema, lo han mantenido más vigente que nunca al decirse y pensarse muchas cosas de un mismo asunto. Ahora, esto no quiere decir que pensar de diferentes y de contrarias maneras sea un problema, sino que, se interpreta así, cuando entre los hombres hay quienes buscan una verdad en la universalidad de los juicios. Entonces, dada la permanencia del problema, la intención de este escrito será reflexionar en torno a la filosofía de Baruch Spinoza para comprender las implicaciones que se derivan de sus planteamientos éticos, y, contribuir con ello, ojala de alguna manera, a enriquecer desde una perspectiva este problema. Terminada esta pequeña introducción, en los siguientes párrafos se tratará de responder desde el Apendice y con el complemento de algunos postulados del primer y tercer capítulo de la Ética demostrada según el orden geométrico, cómo puede surgir la

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De las acciones necesarias a las acciones problemáticas. Una cuestión de la ética Spinoziana

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Un detalle común en la historia de la ética como reflexión propia del ser humano, radica en que casi siempre la necesidad de construir su contenido surge cuando el mismo hombre evidencia algún problema en las acciones de sus congéneres. Generalmente se habla de problema cuando no se esclarece ni se concreta algo acerca de una cuestión que se busca comprender o debido a que hay muchas variantes que se vuelven probables. Esto quiere decir, que toda ética ha sido necesaria a causa de las diversas y múltiples maneras en cómo el hombre ha afrontado la posibilidad de actuar en su existencia, sin tener una justificación prevaleciente y definida de cuáles acciones en concordancia a una utilidad, bienestar, interés, estética, moral o verdad, serían las aceptadas o indicadas. Esta problemática que prepara -por decirlo socráticamente- el parto del pensamiento, al verse atraído a salir de su embrión cuando se encuentra frente a estas situaciones que lo desafían, ha hecho que los hombres indistintamente de todas las épocas en su oficio filosófico, poético, político, religioso o en cualquier otro, hayan tratado de consolidar unas ideas que, curiosamente, han resultado tan diversas, contrarias y múltiples entre sí, como las mismas acciones humanas; es decir, que en vez de contribuir estos conocimientos, como diría descartes en la primera parte del discurso del método, en la resolución del problema, lo han mantenido más vigente que nunca al decirse y pensarse muchas cosas de un mismo asunto. Ahora, esto no quiere decir que pensar de diferentes y de contrarias maneras sea un problema, sino que, se interpreta así, cuando entre los hombres hay quienes buscan una verdad en la universalidad de los juicios.

Entonces, dada la permanencia del problema, la intención de este escrito será reflexionar en torno a la filosofía de Baruch Spinoza para comprender las implicaciones que se derivan de sus planteamientos éticos, y, contribuir con ello, ojala de alguna manera, a enriquecer desde una perspectiva este problema. Terminada esta pequeña introducción, en los siguientes párrafos se tratará de responder desde el Apendice y con el complemento de algunos postulados del primer y tercer capítulo de la Ética demostrada según el orden geométrico, cómo puede surgir la necesidad de un contenido ético, aun cuando todas las acciones humanas, incluso aquellas que son opuestas al deber-ser y al deber-obrar en la naturaleza existente, resultan ser tan necesarias y naturales; esto es, determinadas, que no pueden no-darse en la realidad efectiva de las cosas; es decir, qué crearia la necesidad de contruir un sistema ético si al parecer no hay un problema o una puja de ideas y perspectivas en cuanto a las acciones del hombre, que motive el intento de apaciguar estas disparidades y contribuya, a su vez, a la comformación de un claro y definido conocimiento.

Según lo trazado en la tesis, sería preciso comenzar por la primera parte de la Ética para explicar por qué y de qué manera todo lo que existe llega a estar determinado desde su existencia y su constitución misma, con el fin de revisar posteriormente cuáles serían esas configuraciones que específicamente atañerían al hombre por ser una expresión de la naturaleza junto con las demás cosas. Fijado este orden, se tendrá que discurrir de ahora en adelante acerca de la metafísica spinoziana, porque allí es donde se puede conocer la estructura de la realidad; es decir, a partir de qué y cómo llegan a existir las cosas. Pero ya que se está en tiempos donde se cree que la metafísica ha perdido en gran parte su sentido, antes de proseguir, sería conveniente exponer los motivos por los

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cuales el presente escrito que se proyectó dirigido a un tema ético, en vez de centrarse inmediatamente en el hombre, requiere empezar, primeramente, por estudiar el origen y organización de las cosas en la naturaleza.

Spinoza en sus lecturas de Aristóteles y de los estoicos en la antigüedad, de Agustín y de Escoto principalmente en la edad media y de sus coetáneos próximos como Descartes, comprende que la importancia de la metafísica reside en el conocimiento de unos principios y de unas causas esenciales en la naturaleza que, al ser tan claros y verdaderos por sí mismos y también por otros medios, no solo excluyen cualquier posibilidad de equivocación, de disputa, de duda o relativismo, sino que también todo lo demás se puede saber a partir de estos fundamentos con la misma certeza. Por otro lado, Spinoza considera que cuando el hombre opina de mil maneras y sentidos, de maneras tan diferentes y tan contrarias, en muchas ocasiones, en vez de reflejar una intención de querer debatir para depurar y decantar siempre la verdad en todos los asuntos que se traten, muestra más bien una inclinaciòn de defender sus propios pre-juicios, conveniencias e intereses, fuertes y preponderantes en la experiencia subjetiva de cada uno. Es precisamente aquí donde se hace indispensable el conocimiento de unas causas y de unos principios verdaderos en la naturaleza de los cuales se pueda derivar la verdad en todas las cosas para no llegar a pensar en su imposibilidad simplemente por los caprichos humanos. Con estas ideas preliminares ya se puede notar una importancia de la metafísica mucho más allá de sí misma, pues de sus fundamentos verdaderos se podrían extraer o deducir otras verdades importantes para cimentar el conocimiento humano en otros campos de la naturaleza. Este aspecto le da todavía mucha más relevancia y sentido a la metafísica en este trabajo, ya que si se desea investigar acerca de los primados constitutivos de las acciones humanas respecto de por qué es un ser de acción, cómo llego a serlo, hasta dónde y qué puede hacer con esa facultad etc., preguntas muy vitales para entender este fenómeno y, con ello, algunos puntos propuestos al inicio de la tesis, se podrían dilucidar desde el conocimiento metafísico que sería lo bastante consistente para responder siempre con la misma certidumbre a estas inquietudes o a otras, y, lo más importante, que debido a su universalidad, al ser verdadero en todo y para todo, los conocimientos que se lograrán obtener serían indiscutibles en cualquier aspecto, situación o ámbito, sin ninguna dificultad, y salvaguardarian al hombre de tener los problemas o las consecuencias que vienen siempre al relativizar un asunto, y más como el de las acciones humanas, al poder justificarlas de manera que le plazca, hasta el punto de no haber nada que le impida injustificar en un momento esas justificaciones que ha podido dar en otras instancias, todo se volveria injusticable y el orden apremiante para su permanencia en el mundo se perderia.

La relación que podría tener el entendimiento acertado de las acciones humanas con la metafísica es una posibilidad no sólo contemplada, sino también estudiada por Spinoza y vista totalmente como posible cuando observa que los hombres al empeñarse en buscar los motivos y las razones de sus acciones en sí mismos, en ocasiones ni siquiera desean obrar como proceden, pero terminan compelidos de todas maneras por su propia constitución natural. De allí que la peculiar sensación incomoda de la culpa y del arrepentimiento, como ese haber querido pero no haber dependido completamente de sí, aparecen con esta confrontación interna del hombre consigo mismo. Además, Spinoza

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analiza que los seres humanos aun así no dejan de creer el poder auto-determinarse en sus propios actos, sin saber que, aunque sean conscientes o no de las acciones que realizan, están determinados naturalmente a obrar sin que lo aprueben, pues tanto su cuerpo como su alma tienen unas leyes, funciones y facultades que se llevarán a cabo sin depender de nada exterior: “Los hombres opinan que son libres, porque son conscientes de sus voliciones y de su apetito, y ni por sueños piensan en las causas por las que están inclinados a apetecer y a querer, puesto que las ignoran” (Spinoza, 2005, Apéndice p. 65). Con estas observaciones Spinoza llega a intuir que el hombre no está en la posición de explicarse exclusivamente por sí mismo, sino recurre a otros conocimientos, como el de la metafísica, para entender realmente aquello que lo determina tanto a ser como a actuar.

Después de haber leído en la página anterior la indispensabilidad de la metafísica en sí misma y para conocer con certidumbre otros amplios saberes del conocimiento humano; entre ellos, el de las acciones humanas, es momento de verificar si este último puede derivarse de los postulados metafísicos de Spinoza.

En este conocimiento la totalidad de lo que existe y de lo que puede pensarse es posibilitado por una sustancia elemental -llamada por Spinoza sustancia o Dios- existente en sí y por sí que, a la misma vez, es causa de todas las cosas; esto es, al contener las razones suficientes de su existencia, al no necesitar de otra cosa para ser y al no haber habido ningún momento en el cual no haya existido, ha sido aquello que ha generado la compleción de lo existente: “Por sustancia entiendo aquello que es en sí y se concibe por sí, es decir, aquello cuyo concepto no necesita el concepto de otra cosa, por el que deba ser formado” (III definición, p. 39) ¿Pero, cómo puede afirmarse con alguna certeza la existencia de aquella sustancia? y ¿Por qué toda la naturaleza debe ser explicada a partir de este único principio y causa? Spinoza en su búsqueda de aquella verdad indudable que pudiera darle el conocimiento claro y evidente de todo lo demás, encuentra que en la naturaleza hay cosas remitidas al conocimiento y a la existencia de otras. Esto le prueba que no todos los seres dependen por sí mismos para llegar a ser lo que-son, sin estar condicionados a su vez por otros: “Todo lo que es, o es en sí o en otro” (I Axioma, p. 40). Así pues, la investigación lo conduce a estudiar más bien eso que puede tener el conocimiento, la existencia y las determinaciones de las otras cosas que lo carecen, pero se percató de que muchas de ellas también están mediadas a otras en los mismos aspectos, y por eso estas plenitudes solo son una apariencia parcial. Por si fuera poco, halla lo buscado; esto es, cosas que relativamente no dependen de otras y que parecen tener en sí mimas todas las razones que las expliquen, pero luego resultan incapaces de hacer depender todo lo demás a su ser; es decir, se quedan limitadas para abarcar la totalidad de lo real. Pero si algo no necesita ni depende de nada más para ser ¿Cómo es posible no poder dar cuenta ni comprender todo lo que existe, si se supone que su ser goza de una autosuficiencia para generar cualquier cosa? Esto hace que Spinoza observe en la naturaleza dos clases de seres: unos que dependen para explicarse por medio de otros: “Por modo entiendo (…) aquello que es en otro, por medio del cual es concebido” (V Definición, p. 39) y unos que, a pesar de remitir varias cosas a ellos, no pueden hacer lo mismo con todo lo existente, no tienen verdaderamente esa plenitud que parecen tener: "cuanta más realidad o ser tiene cada cosa, tantos más atributos le pertenecen” (Prop. 9, p. 44). Esta experiencia y proceso de la naturaleza le muestra a

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Spinoza que la existencia de una única causa absoluta y sustancia que genere y comprenda la existencia, el conocimiento y las determinaciones de totalmente todas las cosas sea una verdad necesaria, pues aquellas causas que se aplican únicamente a algunas cosas, tal como se vio, no lo pueden ser en realidad en sentido propio y absoluto, sino que, más bien, su ser es causa parcial de los efectos derivados continuamente de la realidad colmada y llena procedente de una única causa y sustancia absoluta que debe existir necesariamente al estudiar la naturaleza.

No obstante, todavía es nulo el conocimiento que se puede tener de las acciones humanas, no hay nada que exija un mayor abordaje y resulte interesante a los propósitos del escrito. Por ende, se pasará a analizar la cuestión de la sustancia en dos propiedades indispensables: su existencia y su esencia. Como algo que existe necesariamente y no puede pensarse como no existente, la sustancia ha de concebirse eterna; es decir, que no ha tenido un origen ni un principio -en sentido de comienzo-, sino que, antes bien, es aquello que permite tanto lo uno como lo otro. La sustancia en sí misma esta compelida a-ser e imposibilitada a todo lo contrario, debido a que en la eternidad no hay forma de decidir, de tener una voluntad o deseo de existir, ya que la existencia se antepone a cualquier cosa: “Una sustancia no puede ser producida por otra cosa. Será, pues, causa de sí, es decir, su esencia implica necesariamente la existencia, es decir, a su naturaleza pertenece el existir” (Prop VII, p. 42).

Aparte de haberse mencionado la verdad que encierra la existencia de la sustancia, en el transcurso del escrito también se le han conocido unos atributos, pues a través de ciertos predicados se ha dicho que-es eterna, plena, autosuficiente e infinita; esto quiere decir, que se le han conocido ciertas cualidades intrínsecas a su ser: "Atributo, en efecto, es aquello que el entendimiento percibe de la sustancia como constituyendo su esencia” (Prop 10, p. 44). Estas atribuciones que expresan una cierta esencia y que el entedimiento humano percibe como la manera-de-ser inherente a algo existente, aparecen en el ser de la sustancia, porque si su existencia no hubiera tenido tales determinaciones tan suficientes y perfectas no hubiera sido. Para existir se necesita ser de una forma tal...que lo haga posible; es decir, según la manera en cómo sea algo su existencia adquiere más potencia de ser. Ya se había anunciado que esto se cumplía cabalmente en la existencia de la sustancia, pues su ser posee lo requerido para existir eternamente por si y en sí misma; o en términos de Spinoza, su esencia y su existencia son una y la misma cosa, puesto que su esencia equivale a su existencia y la existencia a su esencia: “Así, pues, los mismo atributos de Dios que explican la esencia eterna de Dios, explican al mismo tiempo su existencia eterna; esto es, aquello mismo que constituye la esencia de Dios, constituye a la vez su existencia” (Prop 20, p. 56). Del mismo modo que la existencia, la sustancia está determinada en sí misma a ser como-es y a no ser lo contrario desde siempre. En su ámbito impera el deber-ser por la razón de que ninguna otra cosa la determinó, así debía-ser dado a que sus atributos expresan eternidad y no podía ser de otra forma. Si su ser no se puede pensar como no existente y su esencia tampoco, al ser ambos una y la misma cosa, se sigue que la esencia es simultánea a la existencia de la sustancia; entonces, su manera-de-ser esta compelida a ser eso que-es desde su existencia eterna.

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De acuerdo con lo anterior, se sigue que todos los seres comprendidos dentro de la realidad infinita que abarca la sustancia deben estar determinados a existir y a tener una esencia. Existen desde que están presentes como expresiones en esos atributos de la misma sustancia: “Todo cuanto se sigue de algún atributo de Dios, en cuanto está modificado por una modificación tal que por él existe y es infinita, debe también existir necesariamente” (Prop 22, p. 58). Igualmente, si a la sustancia le son afines unos atributos que dan a conocer su manera-de-ser, la estructura de la realidad queda condicionada para darse a partir de una esencia que cada cosa existente no sólo está determinada a tener por provenir de algún o de varios atributos infinitos de la sustancia, sino que, al ser lo único que existe, todo lo que ha de haber debe estar determinado a expresarla bajo una cierta esencia inmanente a su ser. ¿Pero podría darse la probabilidad de que los seres no resulten determinados? Esto sería posible si aquellos seres pudieran determinarse o in-determinarse a sí mismos, y como esto es absurdo, según lo visto, ya que dependen en todos los sentidos de la sustancia, será este ser el único que podrá determinar o indeterminar, y dado a que su naturaleza es existir y estar determinada, también determinará a todas las cosas a existir y a reflejar en ellas algún aspecto de su esencia. Ahora bien, todos los seres tendrán una manera-de-ser tan distinta como diversa al seguirse como modificaciones de la infintud de la sustancia, en donde están contenidas todas las formas, figuras, modos y posibilidades infinitas que colman la basta naturaleza y la magnitud de su realidad: “(…) Como la naturaleza divina tiene atributos infinitos (…) cada uno de los cuales expresa una esencia infinita en su género, de su necesidad deben seguirse necesariamente infinitas cosas en infinitos modos” (Prop 16, p. 52).

De este recorrido hecho por algunos pasajes capitales de la primera parte de la Ética, se precisarán a continuación algunas ideas de suma importancia para vislumbrar en el instante que se aborde el Apéndice, ubicado al final de la misma, el problema que Spinoza traza allí acerca de la factible ruptura que puede hacer el hombre, con su entendimiento y con sus actos, de ciertas disposiciones fijadas en la estructura de la naturaleza existente que se revisarán ya mismo.

La reflexión de los fundamentos metafísicos expuestos conlleva a suprimir la noción de fin común a los hombres. La naturaleza absoluta no tiende hacia algo ni busca un objetivo, pues la totalidad de lo que puede ser y pensarse está inmersa en la sustancia. No hace falta ni hay nada más allá de lo que existe y está determinado a existir, y la compleción de la realidad ya está dada: “(…) todas las cosas de la naturaleza proceden con cierta necesidad eterna y con suprema perfección” (Apéndice, p. 70). Además recalca Spinoza: “Por otra parte, esta doctrina suprime la perfección de Dios, ya que, si Dios actúa por un fin, desea necesariamente algo de lo que carece” (Apéndice, p. 70). Al no haber algo que no sea ni este compelido a ser, el acto se sobrepone y excluye cualquier potencialidad en los seres. En este sentido, todas las cosas, sin considerar sus atributos o esencias, existen y deben existir con la misma necesidad. Están predispuestas a estar y a autoafirmarse cada una con fuerzas iguales y, por eso, no hay razones ni privilegios que primen más sobre unas, sino que todas tienen un lugar en la existencia al estar en la sustancia. En cuanto a las esencias o a los atributos que tienen las cosas y expresan sus multiformes maneras-de-ser, de-ser así o de-ser de este otro modo, tampoco se puede hallar fin alguno que explique estas condiciones en las que se da la

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estructura de la realidad, pues las cosas son lo que-son no debido a un propósito o interés especial, sino que son así, porque así están determinadas a ser según un orden eterno, en donde en vez de escogerse y pensarse, todo obedece a una necesidad en la cual, la naturaleza no puede llegar a-ser sin ser como-es: “Pero, como en lo eterno no hay ni cuando, ni antes ni después (…) Dios nunca puede ni nunca ha podido decretar otra cosa, o sea, que Dios no existió antes de sus decretos ni puede existir sin ellos” (Prop 33, Escolio 2, p. 64). Al igual que la misma inevitabilidad de la existencia, sin importar los atributos particulares que se tengan, todas las cosas tienen que ser como-son para haber podido concebirse según la determinación absoluta que se da en la sustancia.

Si bien, tanto la existencia como la esencia tomada en términos generales no esconden ningún problema que lleve a develar algún fin explícito, hay un asunto que podría contrariar lo dicho desde otro punto de vista. Cuando se interna con más profundidad en el examen minucioso de la esencia y de la existencia de cada cosa, parece que se deja al descubierto una cierta finalidad, en tanto que unas cosas resultarían ser más plenas y más perfectas que otras, y se tendería a buscar en la sustancia motivos para este suceso. Visto que las cosas existentes tienen innumerables esencias al seguirse todas indistintamente de los infinitos atributos de la sustancia, asimismo, cada una se encuentra en la naturaleza con unas particularidades que las diferencian y las distinguen entre sí por las múltiples determinaciones que están compelidas a poseer. Esta variedad de seres distintos hace que las cosas no sean iguales en su individuación y se causen desemejanzas entre los mismos, en cuanto a la complejidad y a la disposición de sus atributos que termine por jerarquizar y organizar como en una pirámide social la naturaleza de lo existente entre cosas más perfectas y mejores que otras. Con estas ideas se podría tentar a seleccionar o a clasificar la existencia y los atributos de algunas cosas como más preferibles por encima de otras ¿Qué fin se ocultaría en esto? ¿Qué puede mover a la sustancia para que pueda favorecer la existencia y la esencia de unos seres? Sin embargo, basta con prolongar la objeción, y más bien, junto con Spinoza, se buscará comprender la claridad que hay detrás de estas argucias que quieren aludir unas causas finales a las cosas existentes. Como se ha visto, de la necesidad de los atributos de la sustancia se siguen necesariamente infinitas cosas de infinitas maneras y formas, puesto que su ser abarca la totalidad de lo que puede existir. Es de esperarse según esta necesidad que haya cosas más diferentes y, por ende, superiores en disposición que otras. Es un hecho natural que puedan haber esencias en estados más óptimos, pero, en cambio, no es franco que se les imaginen fines para su determinado estado. Esto no es una eugenesia natural que se haga deliberadamente para beneficiar a unos de entre otros, sino que se dan así por el devenir de las leyes que rigen a la sustancia. Es una cuestión de que la naturaleza para haber existido y exista, tuvo que haberse dado así, con esos infinitos atributos que se ciernen sobre las cosas y que las hace, a su vez, divergentes para conformar la totalidad de lo real. Así pues, la sustancia no se inclina o busca prevalecer la manera-de-ser de unos sobre otros, sino que estas diferencias en los atributos de las cosas es una necesidad que se deriva indiscutiblemente de la naturaleza eterna de la sustancia que no puede ser a excepción de como-es para ser.

En consecuencia de esta ausencia de fines todo lo que existe debe ser lo que-es, porque fue y es determinado a ser-eso y no tiene la más mínima posibilidad de llegar ser otra

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cosa distinta a aquello que-es. Este argumento aunque tautológico o circular manifiesta las únicas condiciones en cómo se puede percibir la naturaleza. Al no haber fines, no hay nada que se pueda rechazar o excluir en razón de un motivo deseable, antes bien, todo goza de una misma necesidad de mantenerse perpetuamente en ser como-es, y lo hace no debido a un interés, sino a una necesidad forzosa de que no puede ser de otra forma que no sea de acorde a su esencia. Al respecto dice Spinoza acerca de la naturaleza de la sustancia: “(…) de su infinita naturaleza han fluido necesariamente infinitas cosas (…) que se siguen siempre con la misma necesidad, del mismo modo que de la naturaleza del triángulo se sigue (…) que sus tres ángulos son iguales a dos rectos” (Prop 17, Escolio, p. 54). Aún en el escenario mas adverso donde las relaciones de las diferentes esencias de las cosas se enfrasquen en tensiones naturalmente opuestas propias de sus características internas, todo debe fluir como un reflejo de aquello que se ha pre-establecido primordialmente desde siempre y que es connatural a todo ser. De estas consideraciones surge la famosa metáfora que trata de definir un poco el espíritu de Spinoza en cuanto a vida y pensamiento. En ese relato se lo pone como atestiguando el fatídico final de una mosca enredada sin poder hacer nada con cada acercamiento frio de una araña, su reacción no es tan común: no interviene, no influye, no siente dolor ni pésame por la mosca, no desea salvarla, simplemente toma la postura de observador, solo espera a que termine de ocurrir tal hecho como debe ser, entiende que nadie hizo especial a la mosca ni a la araña, sabe que allí fluyen las determinaciones que el principio rector de la naturaleza ha fijado sobre estos dos seres, porque de lo contrario eso no podría darse, al final se siente tranquilo de que haya pasado lo que se preveía: la araña ha terminado de devorar a la mosca.

Una última idea a precisar después de haber expuesto los planteamientos metafísicos más principales de Spinoza, tiene que ver ahora sí con la idea de por qué y cómo surge la facultad de acción de los seres en la estructura de la naturaleza que, entre otras cosas, permitirá pasar con un camino bien allanado y preparado al terreno del Apéndice en donde se encontrará al hombre ya desenvolviendo dicha facultad. Alguien podría pensar que de la sustancia solamente surge la realidad de la existencia junto con las determinaciones esenciales que la estructuran, sin determinar una facultad en los seres que les permita actuar de acuerdo a los atributos que le pertenecen. El sendero transitado hasta el momento ha hecho comprender que la sustancia no existe solamente, pues, en ese caso, nunca hubiera podido ser causa y generar en acto toda la realidad que le es afín a sus atributos infinitos y eternos. Esto tuvo que requerir de alguna manera una especie de obrar para poder haber expresado la manera-de-ser que lleva consigo eternamente. Como determinada a hacer existir y a determinar toda la realidad que puede contener en su infinitud, perfección, eternidad y autosuficiencia, la sustancia tenía necesariamente que poder actuar en consecuencia de estas pre-disposiciones que ciñen su esencia; esto quiere decir, que dispuso del medio para expresarse según esos atributos que le son propios: “(…) Sólo Dios es causa libre, porque sólo Dios existe por la necesidad de su misma naturaleza y actúa por la sola necesidad de su naturaleza” (Prop 17, Corolario 2, p. 53). Esta acción no debe entenderse como un movimiento en el espacio y en el tiempo, ni tampoco entendida a partir de una serie de intenciones y motivaciones que la materializan, como serían dos acepciones que se le podrían dar desde la perspectiva y el juicio del hombre, en razón de que estas ideas no se pueden aplicar a la sustancia ni a ciertos seres en la naturaleza. La sustancia no puede moverse,

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si eso se entiende por obrar, porque eso implicaría tiempo en la acción y, consecuentemente, desintegraría su eternidad que la fundamenta en su existencia absoluta y plena, ni tampoco como un proseguir por intenciones y motivaciones, ya que eso demarcaría fines y propósitos, y ya se vio que eso no es acorde a su naturaleza. El obrar de la sustancia ha de comprenderse esencialmente como un siempre estar en acto, de expresar efectivamente su ser, de esforzarse y perseverar no solamente en eso que debería-ser sino también en serlo, en concretarse y realizar eso que-es en esencia desde su eternidad. Es esa facultad de poder pasar del pensamiento, de la idea, de la estructura y del ser, a hacerse-ser y actualizarse en todo esto. Por eso, la sustancia es lo que-es, porque desde siempre ha obrado tal como está determinada en su naturaleza eterna. En efecto, es la sustancia la que puede explicar por qué y de qué manera la acción es un elemento constitutivo en la estructura de la naturaleza, en la cual se puede concebir al hombre y a la totalidad de los demás seres con esa misma capacidad universal de preservarse en su ser a través de este poder-hacerse-ser concedida a todo aquello que está y adviene a la realidad. Lo anterior se puede asentar salvaguardando únicamente el detalle de que los seres no se determinan por sí mismos en sus acciones ni en su esencia, sino que lo son por su principio rector y causa: “En consecuencia, todas las cosas son determinadas por la necesidad de la naturaleza divina, no sólo a existir, sino también a existir y a obrar de cierto modo, y no se da nada contingente” (Prop 29, p. 61). En suma, la acción tiene su cimiente en la esencia, pues no se puede ser aquello que se-es sino se obra o se actúa de acuerdo a esa forma-de-ser.

Después de haber explicado en la metafísica el por qué y el cómo la naturaleza de las cosas llega a estar determinada tanto en su ser como en su obrar, a medida que se repasaban las proposiciones y los axiomas más importantes acerca de la sustancia, su existencia y su esencia, y luego de sustraer de estos temas tres reflexiones en relación al origen de la acción, al problema de la finalidad y a las repercusiones de que las cosas deban ser estrictamente lo que-son, es hora de inspeccionar filosóficamente que ocurre cuando el hombre llega a la existencia y empieza a desenvolver su esencia en la naturaleza mediante la facultad de actuar que le fue conferida.

El ser humano al no contener en sí mismo las razones de su existencia y de sus atributos es impotente de mostrarse como su causa e inmediatamente depende de la sustancia para explicar las implicaciones que se desprenden de su presencia en la totalidad de la realidad. Todos los hombres en sus particularidades e individuaciones que saturan la naturaleza, son modos o expresiones seguidas de la esencia infinita y eterna de la sustancia que estaban determinados a existir y a tener unos atributos necesariamente desde que todos estaban concebidos en su ser. Este hombre como constituido de un cuerpo y de alma, permite conocer ahora claramente dos de los infinitos atributos que posee la sustancia como lo son: la extensión o los corpúsculos compactos que integran en su agregación una materia extensa en el mundo, y del pensamiento o de una entidad pensante que son básicamente la composición del hombre. El cuerpo en sí consta de más determinaciones si se le estudia con mucho más detenimiento. Con el alma aunque pasa igual, hay una determinación en este atributo que interesa examinar más adelante.

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Con la carnalidad y la actividad psíquica del hombre puesta en el mundo, es propicio trasladarse de la primera parte de la Ética al Apendice que se sitúa al final del mismo, en donde Spinoza comienza por advertir que los hombres son el único ser que, como modos o modificaciones infinitas de la sustancia, actúan contrariamente a la manera-de-ser de toda la naturaleza; es decir, que no se compenetra al no obrar con las determinaciones que tiene la estructura de la realidad. Se llega al hombre, se lo pone en la naturaleza para que por medio de esa facultad que lo determina a actuar necesariamente exprese, al igual que la sustancia y de los demás seres, la esencia organizada en toda la naturaleza, pero su proceder termina de ser extraño en tanto que difiere de lo establecido en todo lo que existe.

Spinoza llega a estas conclusiones cuando la experiencia le muestra que el hombre durante su estadía en el mundo ha tendido a actuar siempre en busca de un fin, aunque ninguna cosa en la naturaleza tenga esta afección. Cae en esta superstición fantasiosa, porque cree que al apetecer o desear algún objeto lo hace con vistas a satisfacer los requerimientos que exija el mecanismo de su cuerpo y de su alma. Esto ocasiona que se posicione como fin último al valorar que todo lo anhelado lo busca para él ¿Pero por qué considera que su objeto querido tiene una relación de finalidad consigo? Como parecido a alguien somnoliento con padecimiento de alucinaciones, el hombre sueña que sus voliciones le fueron dadas con una intención de proveerle en todos los aspectos un bienestar. Piensa que su voluntad deseante la tiene exclusivamente para servirse por sí y para sí mismo en sus beneficios e intereses. En efecto, este protagonismo lo hace vivir en una atmosfera de libertad que lo hace consciente de prevenir y de ansiar todo a su beneplácito, empleando unos juicios que apuntan a su conforte y tranquilidad: “Los hombres lo hacen todo por un fin, es decir, por la utilidad que apetecen; de donde resulta que siempre ansían saber únicamente las causas finales de las cosas hechas y, tan pronto las han oído, se quedan tranquilos” (Apéndice, p. 68). En otras palabras, el hombre considera que fue equipado con estas herramientas para saciar sus provechos y sus apetencias caprichosas. Aún más, en la puesta de acción para lograr aquello que se ha propuesto a conseguir, el hombre intuye con más ahondo de las muchas cosas que se pueden adaptar y acomodar para conseguir sus intereses algún motivo que procure su beneficio. Su imaginación se encarga, por medio de justificaciones perspicaces, de armonizar todas esas oportunidades que le pueden ser favorables para la contribución de sus propósitos y de convertir a los demás seres en usos convenientes de sus utilidades: “Además, como tanto en sí mismos como fuera encuentran no pocos medios que conducen en buena medida a conseguir su utilidad (…) ha resultado que consideran todas las cosas naturales como medios para su utilidad” (Apéndice, p. 68).

Evidentemente estas lucubraciones humanas hacen que la naturaleza de la sustancia sea tergiversada y confundida. En medio de la puja no solamente de finiquitar y de alcanzar lo deseado, sino también de disfrutar la tranquilidad que le brinda el tener a su alrededor cosas o seres que le representan ventajas, se despiertan en el hombre sensaciones emocionales que afectan directamente la naturaleza de la sustancia, al creerla como una divinidad suprema que interfiere en la realidad para auxiliarle, hasta el punto que la deforman por el hecho de atribuirle una cierta libertad que le confiere el poder de intervenir a favor suyo: “Pues, después de haber considerado las cosas como medios (…) debieron concluir que se da algún o algunos rectores de la naturaleza, dotados de

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libertad humana, que les proporcionaron todas las cosas y las hicieron todas para su uso” (Apéndice, p. 68). Pero, aunque estas ideas puedan resultar ser agradables para el hombre, no es en realidad el conocimiento verdadero que debe tener de la naturaleza, pues, como se vio extensamente páginas atrás, no hay ningún fin ni hay una voluntad extra-mundana que pueda fragmentar el curso necesario de la misma. El deseo y el apetito del hombre no son más que voliciones naturales de ciertos atributos y determinaciones de su ser vitales en la conservación de su existencia. Además, al ser una máxima universal que todas las cosas tengan unos atributos que las diferencien entre sí, la idea de que unas pudieron hacerse para la esclavitud y superioridad de otras se desmiente, en vez de eso, cada cual persevera en sí misma siendo lo que-es. Todavía se hace más falso que la sustancia posea libertad o que pueda modificar aquello que ha ordenado solo por querer ayudar a una especie en particular, tal como lo piensa el hombre, puesto que todas las cosas en la naturaleza al estar determinadas desde la eternidad hace que la realidad transcurra calculadamente como debe ser, sin ningún salto o desproporción.

Del mismo modo, esta confianza y fe ciega de ponerse como destinatarios de una finalidad, ha provocado también que el hombre por sí solo se segregue de la naturaleza, al no ser capaz de convivir o de aceptar sus determinaciones. Se había dicho que las distintas esencias de todas las cosas era una condición natural debida a la diversidad de formas y de seres que la realidad infinita de la sustancia envuelve. Pero acontece que el hombre en su ingenuidad de estimarse parte de algún fin que tiene como objetivo su ganancia, toma una postura de rechazo y de exclusión frente a aquello que en su diferencia y oposición le afecta y no le contribuye a nada deseable en su juicio. La manera-de-ser que compelen a ciertos seres, cosas u objetos, las repudia y no las reconoce, porque parecen no alinearse a sus pretensiones particulares y, en casos extremos, intenta dominarlas en su esencia o en sus atributos para re-dirigirlas a sus ideales, pero, cuando no puede hacer esto cabalmente, las descarta y las aparta de su alcance lo más que pueda hasta llegar a dividir la naturaleza. Incluso, se aferran tanto a proteger sus intereses y conveniencias que con su imaginación desearían que tales cosas no valoradas con una utilidad dejasen de existir o de ser como-son, algo que, según la verdad de la naturaleza, es un absurdo abismal, pues todo lo que existe tiene que existir y ser eso que-es desde que estaba predispuesto en la sustancia. Al respecto Spinoza señala el siguiente ejemplo: “(…) Entre tantas ventajas de la naturaleza tuvieron que encontrarse con no pocas desventajas, a saber tempestades, terremotos, enfermedades, etc.; y entonces afirmaron que todo esto sucedía porque los dioses estaban irritados por las injurias recibidas de los hombres” (Apéndice, p. 69). Aparte de los avatares que causan los fenómenos naturales en sus ciclos, la muerte, la vejez, las anomalías dadas por el desgasto paulatino del cuerpo humano; entre otras, son aspectos que no se pueden evadir de la naturaleza, porque están establecidos a que sucedan y sean lo que-son de acuerdo a la ordenanza eterna establecida por la sustancia, independientemente de que la actitud del hombre con sus actos de repudio ante estas circunstancias sea bastante displicente. De allí resulta que los tradicionales conceptos de bueno y malo, de alegría y de tristeza, y de amor y de odio, sean invenciones que, aunque le han servido al hombre para conservarse en cierta manera para discernir entre aquello que disminuye o potencia su existencia, no se ajustan a la verdad de la naturaleza y responden a una mala-interpretación de las acciones egocéntricas del ser humano.

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Todos estos comportamientos expuestos evidencian los problemas que ha tenido el hombre para desarrollar su capacidad de acción en concordancia con las determinaciones de la naturaleza ¿Pero, acaso no es curioso que surjan estos problemas cuando todo está determinado y resuelto por medio de las prescripciones instauradas tanto en el ser como en el obrar de cada cosa existente, que garantiza precisamente una organización inalterable en donde nada tiene la más mínima posibilidad de actuar a como está establecido? Parece que esta objeción pone en un nudo el escrito y en duda lo dicho acerca de la sustancia y de todas sus determinaciones en la naturaleza, pues si se ha resumido la realidad a su explicación, no se sigue con necesidad al estilo geométrico y deductivo de Spinoza que el hombre como modo y expresión de su infinita esencia actué en el estado encontrado.

Ante este panorama oscuro e incierto que se cierne en esta instancia sobre la naturaleza de la sustancia y sobre la verdad y universalidad de los conocimientos metafísicos, al resultar la acción del hombre, dentro de lo necesariamente esperado y posible en el marco de lo conocido del ser y del obrar de las cosas, incongruente y paradójica con lo regulado y proporcionado en la naturaleza, parece que la única vía para desentrañar la falsedad de la objeción que amenaza con desvirtuar los planteamientos spinozianos, es llegar a la idea de que la sustancia así como compele al hombre en su esencia a actuar en relación a su ser orden, también lo determina cuando actúa de forma contraria y diversa a ciertas determinaciones establecidas en la naturaleza; es decir, que la sustancia determine a actuar al hombre no solamente como debería actuar, sino también cuando actúa contrario a ese deber. Como causa absoluta y verdadera tanto de lo universal, de lo particular y de todo aquello que puede darse, no puede haber otra cosa a parte suyo que pueda determinar y tener los motivos para explicar todas las acciones realizadas por el hombre y cualquier otra cosa, pues él ni los demás seres que existen son causa de sus determinaciones sino efectos de lo único que puede determinar y dictaminar en la naturaleza; esto es, la sustancia: “Por otra parte, Dios no es solo causa de estos modos (…) sino también en cuanto que se consideran determinados a obrar algo. Y, si no son determinados por Dios, es imposible y no contingente que se determinen a sí mismos” (Prop 29, p. 61). Esto quiere decir, que el hombre no puede determinarse ni ser la causa de ninguna de sus acciones como si fuera alguien libre que pudiera obrar más allá de lo erigido en su esencia, puesto que antes de interpretar su actuar como un querer, al desconocer aquello que lo determina a hacer lo que hace, obra porque tiene una manera-de-ser dada únicamente por la sustancia que lo lleva a proceder según como sean esas delimitaciones; en otras palabras, como no depende del ser humano ni su existencia, ni su esencia, ni mucho menos su obrar, al no poder ser por sí mismo el medio de sus acciones, no podrá actuar, tal como se señala, si no dispone de esa facultad o determinación que se lo permita. Pero debido a que en el mismo ser de la sustancia ya hay maneras-de obrar en su ser, la realidad de las cosas está compelida a tener que proceder de distinta manera según como sea su propia esencia ¿Ahora se podría objetar que aunque la sustancia determine la capacidad de actuar en los seres, no se sigue necesariamente que también sea causa de las diferentes maneras en cómo el hombre desarrolla su obrar en la naturaleza, sino que eso ya sería algo desencadenado por él? Ante esto ha de recordarse que al tener el hombre una esencia que también le está determinada por la sustancia, las modalidades de todos los actos que pueda ejecutar

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como ser compelido con esta disposición serán tan diversos y distintos según como sea su modo-de-ser, pues cada cosa que esté determinada a ser-esto o a ser-lo-otro expresará con su obrar ese-ser que disponga.

Si también se tiene en cuenta la argumentación negativa, se tendría que pensar el caso de que la sustancia haya podido determinar solamente las cosas que se rigen bajo el deber-ser de la naturaleza y haya dejado indeterminadas; esto es, que no sea causa explicativa de las actitudes de todas las demás que obran contrario a lo establecido, creando así un vacío en la estructura de todo el universo, en donde el hombre temerariamente podría cambiar su disposición de efecto para pasar a ser otra causa más aparte de la sustancia, al construir una naturaleza y una realidad diferente dentro de otra realidad con la potestad que tendría de actuar libremente por sí mismo. Estos ideales tienden a un absurdo si se conoce muy bien que, al abarcar y comprender las cosas que no dependen de sí mismas en su existencia y esencia, la sustancia no puede determinar a unas y a otras no, porque todas aquellas que llegan a ser no pueden evadir estar compelidas a existir, a tener una esencia y a obrar, así como lo está también su naturaleza eterna. Pero puede ocurrir que por ciertas implicaciones religiosas y morales, alguien persista en negar que el principio rector o el logos que gobierna toda la naturaleza determine todas las acciones del hombre, en razón de que le pueda restar o quitar algún grado de responsabilidad en sus actos, y no concuerde con la ética tradicional-contemporánea que busca juzgar y evaluar las acciones humanas con base en el parámetro de la intención. Esto tampoco tiene cabida, porque todos los actos humanos que se dan dentro de la totalidad de lo real son posibilitados por la naturaleza de la sustancia que es la fuente y el principio de su esencia y de su obrar. Sencillamente, las cosas que no están determinadas no existen ni pueden darse en la sustancia, ya que ella sí es existente y determinada con unos atributos, y, por ende, sólo puede derivarse de su ser existencia y esencia; esto es, determinaciones en vez de indeterminaciones. Entonces, el hombre al provenir como efecto finito-infinito de esa realidad, todas las acciones que realiza, independientemente de cuales sean, son posibles porque están determinados a darse y a suceder por la sustancia que determina el ser de esos actos en la esencia de cada cosa sin excepción alguna.

En el análisis hecho del anterior problema aparecen solo dos alternativas que la razón muestra para tomar una postura ante los planteamientos spinozianos: o se encuentra una determinación fijada por la sustancia en la esencia del hombre que lo lleve a actuar en discontinuidad y en aplomo con la naturaleza, o toda la metafísica de Spinoza desfallece en la pretensión de ser una verdad universal al no poder explicar qué es aquello que lleva al hombre a actuar de tal manera.

Dadas estas circunstancias agudas y al recordar el proverbio indispensable en Maquiavelo de que la virtud consiste en predecir o anticipar salidas para no ser sorprendido por los hechos que depara la fortuna en la vida, ya se ha previsto con antelación una razón o explicación que desenlazará el nudo hecho por los anteriores problemas que aparecieron y prometían desbaratar las verdades de metafísica, al notar ciertas inconsistencias que se observaron en las acciones de los hombres, puesto que hace líneas atrás se había visto que, aunque se habían conocido las determinaciones más

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esenciales para comprender la naturaleza en su conjunto, sin haber tratado todas aquellas que tienen particularmente los seres en su composición, había una en el ser humano importantísima para entender este gran problema que se tejió en el transcurso del escrito, que es la siguiente: la facultad del entendimiento en el hombre como ser racional.

En la constitución de su cuerpo el hombre actúa movido por unas fuerzas instintivas e inmediatas comúnmente llamadas apetitos, que son leyes naturales inherentes a su cosa extensa que lo hacen obrar según el deber-ser de la naturaleza, al permanecer siempre en esas determinaciones, sin ningún cambio, desde que el hombre se concibe como constituido de una corporeidad. Esto significa que tales impulsos ya están pre-configurados en el cuerpo humano a seguir un deber-ser y un deber-obrar natural y a no ser otra cosa. Son instintos inmediatos que se mantienen sin alguna modificación y reaccionan inercialmente frente a un estímulo preciso. Esto no puede ser igual en el entendimiento del hombre. Si conociera con esa misma inmediatez con la que reaccionan los instintos a sus estímulos la verdad de la naturaleza existente que expresa la sustancia, no cabría esta determinación al no haber nada que entender. Ya se comprendería la estructura de la realidad, la esencia de las multi-formes cosas y absolutamente todo sería un recuerdo imborrable. La luz de la razón separaría la verdad de lo absurdo y todas las acciones de los hombres no deambularían entre aquello que parece a unos y a otros como verdades verosímiles, al revés, se proseguiría sin ninguna alteración con tan absoluta claridad y certeza que tendría ese conocimiento. En ese caso, no habría ninguna facultad del entendimiento, al estar pre-determinado el hombre a conocer de antemano aquello que puede ser cognoscible, y sus acciones al regularse por este medio no podrían llegar a ser como se habían descrito anteriormente. Por eso, Spinoza se da cuenta que las acciones de los hombres entregadas a la creencia de unos fines y a un rechazo de la naturaleza en pro de su utilidad, han así debido a la ignorancia anticipada de su entendimiento en cuanto al orden de la naturaleza: “será suficiente con que tome por fundamento aquello que todos deben reconocer, a saber, que todos los hombres nacen ignorantes de las causas de las cosas” (Apéndice, p. 68). Al formularlo en términos axiomáticos, Spinoza reconoce que la ignorancia es el estado primordial y originario que conlleva en sí la facultad del entendimiento en todos los hombres desde que nacen y se posicionan en la existencia. Tradicionalmente, se piensa que ignorar es desconocer o carecer de algún saber que no se tiene. Esta precisión es equivoca aplicarla en la naturaleza spinoziana, pues allí, al estar compelidas todas las cosas a tener una esencia que muestra sus diversas maneras-de-ser, sus atributos y sus razones, ya está dado un conocimiento para aquello que tenga la capacidad de conocer, otra cosa es la acción misma de conocer eso que ya es conocible; es decir, ya está instaurado en lo existente lo que puede conocerse y, por eso, todas las cosas contienen en sí mismas el conocimiento de toda la naturaleza. Más bien, se ha de decir que en Spinoza todo ser es ignorante en tanto desconoce, o no es consciente, del logos discursivo y racional que reside en su ser, como en las demás cosas, por ser expresiones de la sustancia. Es ignorar parcialmente la conformación y organización de todo el sistema y engranaje de la naturaleza. Es un desentendimiento o un no saber en los primeros momentos que asoma el hombre en el mundo las causas y los principios que lo compelen y lo determinan todo constantemente; en otras palabras, es desconocer la estructura de la realidad de la metafísica que se manifiesta a todo ser en la naturaleza. Explicada la

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cuestión de la ignorancia, se puede contemplar la importancia de esta determinación que integra la facultad del entendimiento como condición de su misma posibilidad, en la medida de que no se puede entender ni aprender algo sino se ignora en un principio la totalidad del conocimiento que rodea al hombre. Por consiguiente, la ignorancia es esencial para que pueda haber en la naturaleza seres con entendimiento que puedan regir sus obras a partir del conocimiento que se desarrolle sobre la naturaleza de las cosas al ignorarlas inicialmente, así como hay otros seres que no están urgidos por conocer al estar determinados con otros mecanismos diferentes que los guían de distinta manera en su realidad concreta.

En este sentido, la determinación del entendimiento es aquella que, a raíz de la ignorancia inicial que es común a todos los hombres, posibilita el atributo de la cosa pensante como proceso comprensivo de las muchas ideas intuitivas que tanto en sí misma y a través de los cuerpos puede captar en la infinitud de la naturaleza: “Por idea entiendo el concepto de alma, que el alma forma, porque es cosa pensante” (Definición 3, p. 77). En esta facultad hay una comprensión, porque al no conocer los tejidos que entrelazan la realidad tiene la función determinada de delimitar el orden adecuado o la confusión inadecuada de esas ideas dependiendo de su correspondencia con la organización total de lo existente, a través de un proceso de análisis en donde se podrá distinguir y esclarecer la verdad de lo paulatinamente conocido hasta alcanzar cada vez más una ciencia certera de la naturaleza. (Debido a lo largo de la cita, en el Escolio 2 de la Proposición 40 de la segunda parte de la Ética se muestra literalmente estas fases procedimentales del entendimiento por alcanzar el conocimiento claro de la naturaleza para superar su estado de ignorancia inicial). La verdad de la naturaleza se discernirá a medida que se examine cada idea proveniente de todas las circunstancias que envuelven al hombre en su relación habitual con las cosas, objetos y seres presentes en el mundo; es decir, que para llegar a ese saber que tiene como fundamento innegable la existencia y esencia de la sustancia, es menester aplicarse constantemente al estudio de lo particular como de lo universal para que el entendimiento se pueda conducir de idea en idea hasta el conocimiento verdadero de todas las cosas que derivan de este principio. Esto no quiere decir otra cosa que el hombre, al no reconocer de inmediato el orden fijado eternamente en las cosas, a causa de la determinación de ignorancia como condición de posibilidad para que no careciera, en contraste con otros seres, de la capacidad de entender lo que se ha hecho en la naturaleza, no puede conocer de una vez las raíces imperceptibles bajo tierra que soportan y dan el crecimiento de todo el árbol, sin antes haber comenzado por sus partes más visibles, como sus ramas y el tronco, las cuales resultan más cognoscibles al entendimiento, para luego descender hasta las raíces guiado por la luz de la razón, hasta lo más necesario y esencial que se debe conocer para llegar a saber tanto el deber-ser como el deber-obrar de toda la naturaleza, dos aspectos tan importantes que los seres con entendimiento deben concebir si han de compenetrarse en todos los sentidos posibles con la verdad y el orden de lo existente; en otras palabras, el entendimiento implica necesariamente un desarrollo en donde se tendrán que ordenar las ideas resultantes de las diversas relaciones que el hombre puede entablar con la naturaleza desde múltiples ángulos o rechazar aquellas que sean inadecuadas, debido a un mal juicio o a que sean infundadas sin ser censadas por la razón, para emprender, de esta manera, el rumbo hacia el conocimiento de las primeras causas y principios del que tanto hace énfasis Spinoza en el Apéndice. De ahí que el entendimiento en el hombre,

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como una de las formas de interacción que están determinadas a darse con la naturaleza, le otorgue el poder de examinar la razón de ser, las causas y los principios de las cosas, que le darán a conocer cada uno de los filamentos que compactan la estructura de la realidad. Es precisamente esta facultad la que permite que preguntas como el qué y el por qué se puedan lanzar sobre la naturaleza de la sustancia a espera de comprender el conocimiento verdadero que ya está absolutamente organizado y pre-determinado en la existencia y esencia de todas las cosas.

Todas estas determinaciones de la facultad del entendimiento fueron tratadas en razón de que a continuación se verá que tienen un punto de intersección que las vincula estrechamente con la facultad de acción del ser humano. Cuando las leyes inherentes al cuerpo del hombre no intervienen directamente en su movimiento es la voluntad del alma aquella que puede hacerlo obrar según el conocimiento y el objeto que las ideas en la cosa pensante reflejen de la naturaleza. No obstante ¿Ese saber que conoce el entendimiento de la naturaleza no es meramente científico y epistémico, de verdad y de falsedad, que dictamina el ser de las cosas pero no su obrar? Ya se había explicado en la metafísica la idea interesante de que la estructura de la realidad al ser determinada a concebirse necesariamente en simultaneidad con unas diversas maneras-de-ser que se desprenden de los infinitos atributos y modos de la sustancia, ha de pensarse igualmente con una determinación a obrar en tanto que cada cosa no puede ser lo que-es, sino se expresa, se muestra o se refleja en el ser, valga la redundancia, eso que-es. Como también se vio, obrar no significa necesariamente un movimiento sensible o inteligible en donde se desarrollen variadas modalidades de acción, sino que el obrar tiene como principio el permanecer y mantenerse en eso que se debe-ser, aunque en las infinitas cosas que hay en la naturaleza de la sustancia hayan unas que lo puedan hacer por medio del movimiento sensible de su cuerpo y del inteligible de la cosa pensante, tan característico a la especia humana, como hay otros que al no poseer el mismo movimiento dinámico y al estar en estado de reposo obran en la medida que pueden para persistir en su modo-de-ser determinado. De esto se hizo mención cuando se dijo que la sustancia determinaba tanto el ser como el obrar de las cosas, puesto que al ser compelidas a tener una esencia, mientras se prolongue la perpetuidad de su existencia, deben perseverar sin ningún cambio en eso que-son. Para ello hay una potencia natural que se manifiesta diferente en cada cosa, en unas a través del movimiento y en otras se dan distintos medios que les permiten permanecer y persistir en eso que no puede ser de otro modo. Todo este esfuerzo de tender a perseverar en su ser es, justamente, el obrar que emprende cada cosa para actuar conforme a su deber-ser: “la potencia de cualquier cosa o el conato con el que ella, sola o con otras, hace o se esfuerza por hacer algo, esto es, (…) no es nada más que la esencia dada (…) de esa misma cosa” (Prop 7, p. 133). Entonces, se sigue que el hombre al poseer una facultad de entendimeinto que ignora todo desde que nace como condicion de su misma posibilidad, está compelido a entender la manera-de-ser de la naturaleza y a obrar según aquello que conozca en el proceso continuo de conocimiento efectuado para llegar hasta la ciencia verdadera de la naturaleza. El hombre, como ser racional dotado de un entendimiento que está dirigido a conocer la esencia y las maneras-de-ser que estructuran la realidad establecida, obrará para permanecer en el modo-de-ser que comprenda de las cosas; es decir, que así como la esencia conlleva un obrar necesario de perseverar en eso que se-es, en los seres que dependen de su capacidad de conocimiento para conocer las ideas adecuadas de las

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cosas, se implica que realicen instantáneamente una acción practica de ese saber que lo mantenga y preserve de acuerdo a la concepción que alcance del universo.

De estos juicios hechos acerca de la facultad del entendimiento no se podrían obviar los problemas que tendrían necesariamente los seres humanos para hacer uso de esa capacidad racional, en cuanto cosa pensante que le es menester conocer para comprender y acoplarse a las determinaciones de la naturaleza, debido a que el hombre en ese proceso de conocimiento, propiciado a raíz del estado de ignorancia, está más que sujeto a nublarse o a ofuscarse respecto de estos saberes cuando se embarca en este tránsito prematuro, donde lo más probable es no alcanzar lo más pronto y seguramente posible las verdades indudables que se hallan en la metafísica como en otras ciencias y conocimientos verdaderos de la naturaleza, por mucha más diligencia, esfuerzo e ingenio que se tenga. El carecer de ellas no solo conllevaría a unas equivocas y confusas ideas de la naturaleza, sino que, consecuentemente, obraría inadecuadamente dado a que estaría convencido de esforzarse para actuar en reciprocidad de su interpretación del universo por medio de su proceder; redondeando la idea, el hombre, al persistir con su obrar en la manera-de-ser que llegue a percibir de la naturaleza y de sí mismo con la facultad de su entendimiento, y al desconocer la manera-de-ser o la verdad de las determinaciones que pesan sobre las cosas prematuramente como condición de su racionalidad, guiará necesariamente su acción como potencia natural a preservarse en la cosmovisión no del todo certera que pueda tener de la totalidad de lo real hasta que la luz de su razón, una vez superada la ignorancia, lo lleve a actuar según el recto logos inmerso en la naturaleza de la sustancia.

Estos razonamientos se vierten efectivamente en las acciones que el hombre realiza en la realidad de la naturaleza, pues, en párrafos muy atrás, ya se habían tratado algunos cuando se indicó que el hombre obraba casi siempre en busca de algún fin propio y rechazaba o consideraba que no deberían-ser ni existir los seres y los objetos que no le daban algún beneficio o bienestar, todo esto por ciertas ideas que él mismo se habia forjado de la naturaleza.

Se puede ver, por consiguiente, que al hablar del hombre como un ser que està determinado con la facultad de entendimiento todo se torna problematico, porque tener que desconocer para poder saber cuando en otros seres ni siquiera hay una preocupacion por hacerlo es, precisamente, la causa de que las acciones de los hombres resulten tan variadas y diversas como las cosas que hay en la naturaleza, al dispersarse por muchos caminos diferentes en las situaciones que afrenta cada hombre en su proceso de conocimiento, en donde unos se aproximan con menos dificultad al dedicarse de lleno a la comprension de las causas y los principios de las cosas, y unos que con mas adversidad e inconsistencias, debido a que disponen su entendimiento en otras materias no esenciales, no procuran esta suprema sabiduria sin que hayan grandes trabazones; y unos ultimos que orientan o distraen su luz natural hacia otros objetos en la naturaleza que no es propiamente el conocimiento de la misma. Este desvariado desarrollo del entendimiento en su proceso es el principal motivo que explica porque hay hombres que les costara actuar de acuerdo al logos y a la proporcision de lo establecido por la sustancia, puesto que necesariamente los hay de todos los humores, hay unos que solo

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llegan a un entendimiento mediano y hay otros que aunque Spinoza denigra con gran agudeza en sus criticas por quedarse en un estado de comformidad con su inicial ignorancia, sabe que hacen parte de la diversidad infinita de seres que se siguen como mandato y ley en la naturaleza de la sustancia, y, ademàs, reconoce como esperable e inminente que la luz de la razon se difumine en unos hombres que enfrentan, como los demás, el proceso que le atañe en su racionalidad. Estos son los motivos que explicarìan porque en la historia de la realidad humana el hombre siempre se ha encontrado actuando sin dirigirse hacia un unico fin u horizonte, hecho que ha provocado, entre muchas consecuencias, confusiones, divisiones y tenciones entre los mismos, pues aunque casi todos buscan constantemente o desearian que se obre hegemonicamente o universalmente bajo unas formas delimitadas y legitimadas por tener la certeza o la intuicion de que hay un deber-obrar que se ajusta a un deber-ser legislado naturalmente desde que las cosas llegan a la existencia, Spinoza igualmente sabe que la naturaleza de las cosas se antepone con una multi-diversidad de maneras-de-ser diferentes a cada cosa que no se debe olvidar si se ha conocido bien su estructura para tener cautela al hablar de caos, de desorden y de imperfeccion en el mundo, cuando todo es tan natural y necesario independientemente de los deseos y las voluntades de los hombres que incluso, su especie con todas sus cualidades divergentes, son expresiones de la incuantiable materia prima que se puede plasmar en la totalidad de lo existente.

Por fin se ha llegado a la resolucion del problema nacido en la incomodidad de encontrar que el hombre actuará en discontinuidad con toda las determinaciones de la naturaleza de la sustancia, sin haber alguna explicacion o causa a la cual se remitiera este fenomeno que parecia resquebrajar la irrumpible necesidad de lo establecido y puesto segun un orden eterno, y lo circunscribia màs bien en un plano contingente que no era del todo satisfactorio. En esa instancia ese embrolladero pudo haber sido asemejado con los dilemas que caracterizaba a la filosofia griega, al identificar el principio rector o el logos de la naturaleza con lo "bueno" o con una idea de "bien" que armonizaba y siempre era garantia del sostenimiento de los seres, mientras que todo el mal, producto de las acciones que disuadian tal orden, era excluido de esta fuente primaria o pensando sin darsele un modo de ser existente, sino que se lo apreciaba como un mero accidente que no tenia una causa propia de ser, debia ser rechazado al ser algo que no debia-ser. La misma tematica siguio siglos mas tarde en la filosofia medieval con los conceptos antagonicos de Dios y de pecado. En este sistema filosófico el origen de la ruptura que se hace con el orden primordial se lo solucionaba al arguir unas causas parciales que no eran naturales o afines a lo establecido desde un primer momento o simplemente lo dejaban a la voluntad y al arbitrio de la libertad humana. Sin modificar el tratamiento que se le habia dado, este problema avanzo hasta los albores del renacimiento y llegò todavia con vigencia a la inauguracion del pensamiento de la modernidad, epoca en donde exactamente se situa Spinoza quien le da un nuevo aire y un nuevo giro a este problema muy antiquisimo, pues, como se analizo, en este trabajo se plantearon dos alternativas: La primera era saber si era posible que la sustancia pudiera determinar al hombre a actuar en contrariedad con lo estipulado en la naturaleza y la segunda era si Spinoza iba a tomar las perspectivas de estos sistemas filosoficos que le precedieron, al dar como contingente y al excluir de la sustancia alguna causa para estas obras humanas, que, a la misma vez, le restaria la universalidad y la verdad que tanto quizo darle a los axiomas y a los principios de la metafìsica, de los cuales se sigue

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necesariamente que cualquier proceder del hombre independientemente de còmo sea o de como pueda ser debe estar determinado por la sustancia que determina en todo a las cosas o seres de la naturaleza. El quizás extenso o amplio abordaje que se le dio a este dilema condujo a dilucidar que todas las obras humanas aun cuando actuen por fines y traten de manipular y moldear toda la naturaleza para sus intereses, al no aceptar las cosas que aun cuando no le favorecen deben-ser y no pueden llegar a ser del modo esperado por èl, son tan esperadas, tan naturales y necesarias si se tiene en cuenta que de la infinitud de la sustancia llegaron a costituirse en la realidad seres racionales como irracionales, y los primeros al estar determinados con una facultad de entendimiento que ignora en un estado inicial todo el conocimiento expresado en la basta naturaleza necesita entablar un proceso de aprendizaje, en donde es inminente que las acciones comienzen a tener rumbos y caminos diferentes como diversos al deber-ser de las cosas por muchas circunstancias que se dan en el mismo y que ya se repasaron. Todo esto es comprendido como una condicion inherente al desarrollo del ser humano, como una asimilacion de lo que implica ser seres racionales en el mundo y en todo el universo.

Ahora bien, despues de una larga travesia y de haber pisado tierra firme con la explicación de esta primera cuestiòn que dio una comprension de la naturalidad y necesariedad de todos los actos tanto de los hombres como de cualquier otro ser en la naturaleza, al mirarlos dentro de la totalidad de todas las maneras infinitas-de-ser y de-obrar que se siguen del unico principio que sustenta y estructura la realidad, parece que otro problema promete con desestabilizar el terreno firme a donde se ha llegado, pues si todo es tàn esperado y nada esta fuera de lo contemplado y previsto, còmo es posible que Spinoza vea una necesidad de pensar en la tercera, cuarta y quinta parte de la obra examinada una ética que acota el proposito de redirigir las obras humanas que no van acorde a las determinaciones de la naturaleza hacia una correlacion con la misma, a pesar de que no hay ningún problema en las acciones humanas al estar determinadas por la sustancia y expresar los infinitos modos de obrar y de ser que se siguen de su plenitud, y, por ello, ser necesarias y compelidas a darse con su existencia.

La objeción podría tener éxito en el caso de que todo lo dicho hasta ahora lleve a pensar que el hombre fue determinado a la ignorancia absoluta, afirmacion que no es para nada cierta, ya que esto es solo un estado inicial importante no en si misma sino como condicion para que pueda haber una facultad de entendimiento. Una ultima interpretación que podría hacer triunfar esta objeción es quedarse con la impresión de que las acciones del hombre no solo son necesarias y naturales en divergencia con las determinaciones de la naturaleza a medida que transita en su proceso de conocimiento, sino que es igual de necesario el quedarse así, como si se pensara que al determinar tambien las acciones de los hombres a ser diferentes y contrarias a las leyes de la naturaleza no se tuviera en cuenta que la ignorancia no es una determinacion absoluta en si misma, sino que más bien es una pieza esencial en la determinacion del entendimiento; es decir, se tergiversaría la filosofía de Spinoza si se creyera que el hombre al estar determinado a desconocer desde que nace las causas y principios primordiales sean la explicación de sus actos inadecuados, tambien el _hombre esta subsumido a replegarse en esa ignorancia que daria como fruto una mediocradicad humana

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que justificaría sus actos y lo refugiaria en la verosimilitud de obrar de cualquier manera según sus caprichos y utilidades. Al contrario la puesta de esta ignorancia no es para otra cosa que para hacer del hombre un ser racional determinado a entender la naturaleza y actuar de acorde a ella. En el proceso de conocimiento todo apunta a traspasar el estado de ignorancia y de nublamiento para llegar a la claridad que traería el discernimiento de lo verdadero y de lo falso al hacer un adecuado uso de la facultad de su entendimiento; en otras palabras, como el proyecto humano es la racionalidad es aquí donde tiene lugar la importancia y necesidad del contenido ético, pues se vuelve un problema no entender que la misma necesidad que acobija todas las acciones humanas es la misma que también vuelve necesario que el hombre llegue a ilumuniar la luz de su razón para encontrar el verdadero sentido de su obrar