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50 IV. TIEMPO CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO
SONMBULOS EN EL PARASOBeatriz Blanco
Segn un viejo poeta ingls la memoria existe para tener rosas en invierno.
Vencer el tiempo. Avanzar a su travs, como se avanza al entrar en una habi-
tacin desconocida que est a oscuras, tanteando con ojos y manos en la som-
bra, con la lentitud y la fatiga solemne con que levantan el vuelo los cisnes en
Voledam.
La ciudad es el recipiente de la memoria colectiva y el fruto de ella. Mecanismo
de tiempo que protege nuestra precariedad de hombres, nuestro olvido y nues-
tro miedo. En ella se han gestado los sucesos ms trascendentes y desde ella
surge la voz de la Historia y se dibuja el futuro.
La ciudad es un tejido de paisajes que recoge una gnesis hereditaria de formas.
Esta sucesin de formas en el tiempo se encadenan con la coherencia de las sla-
bas en una palabra, o de las notas musicales en un comps.
Hombre y ciudad comparten esa potencia esencial y diferenciadora de poder
enfrentarse al futuro, de preverlo o imaginarlo. La ciudad que no tiene inters
por imaginar y crear su futuro est abocada a la ruina o la trivialidad.
La ciudad es portadora de tiempo, de conocimiento y experiencia del pasado, y
si esa carga de memoria se rompe o se ignora el futuro ser idiota. El futuro es
hijo de la memoria, pero la memoria no es slo notaria o registro, es tambin
intuicin y arte. El futuro no est sujeto a la esclavitud de nmeros frgiles,
portadores del consuelo matemtico de estadsticas o tendencias. El futuro es
tambin un trabajo de creacin.
Crculos sobre la arena, 1968.
51FUNDAMENTOS DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO
Y cmo avanzar hacia ese escondido futuro?
Joseph Rykwert dice que la mitologa se inventa para acercarnos a lo misterioso.
Dar formas a unos personajes que nos atrapan por su nombre el color de sus
cabellos, su astucia o su risa, sus debilidades o caprichos, que son empujados por
el destino a resolver situaciones extraas nos ayuda a entender.
La metfora y el mito son creaciones mentales, atajos intelectuales, caminos de
libertad y placer, que nos ayudan a desvelar el futuro. Catalizadores de pensa-
miento que pueden iluminar y acelerar la comprensin de fenmenos tan com-
plejos como son los que afectan a la ciudad.
En algunas pinturas murales prehistricas aparecen animales que nuestros ante-
pasados necesitaban cazar para vivir, como en Altamira, y en el interior de estos
dibujos quedan restos del impacto de las flechas que los hombres disparaban
para intentar conseguir en la realidad lo que lograban en el arte. Disparar a los
bisontes, realidad y arte en paralelo, para sujetar el futuro con la precisin de
una flecha.
Quizs en problemas de difcil solucin sea interesante explorar los medios in-
directos. Perseo mat a Medusa valindose de un espejo de bronce pulido con el
que desvi su peligrosa mirada directa.
Bob Wilson da la vuelta a esta actitud mental cuando dice: Odio el realismo,
me resulta artificioso.
Por todo ello, y como urbanista consciente de que los problemas urbanos son
complejos y difciles de controlar en su diversidad, en su influencia directa en
la vida de la gente, en su inflamabilidad y sensibilidad antes las dificultades
y en su tenacidad en la inercia, es por lo que me permito una mirada al mito,
una vuelta a los orgenes, para regenerar esa visin de la ciudad como hbitat
para una vida deseable, paraso creado por el hombre, lugar para vivir mejor,
rechazando esa tendencia a entenderla como un elemento de competicin, o
como perverso mecanismo que explota la agudizacin de un consumo febril, y
que los ciudadanos ya estamos acostumbrados a sufrir con el aburrimiento y la
indolencia de un faquir.
Y ese mito comn a las ms variadas culturas es el Paraso.
Paisaje imaginado, paisaje recordado, situacin ideal para la vida humana.
Desde la isla de San Barandn al Monte Meru o al Edn bblico, el Paraso ha
sido referente comn de vida feliz.
El primer griego que utiliza la palabra paraso es Jenofonte en la Anbasis,
pero su etimologa viene del persa, de pairi daeza, y significa lugar cercado.
Las descripciones literarias del Paraso son muy numerosas. Generalmente es
visto desde fuera, por narradores onmiscientes que no han vivido en l. A veces
incluso algn viajero llega a encontrarlo pero no se atreve a entrar.
Nosotros nos vamos a detener en la leyenda de unos viajeros que s entran en el
Paraso. Es una narracin del siglo X referente a tres monjes de un monasterio Sin ttulo, 1964-1972.
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situado a las orillas del ro Sin, que rene una vocacin metafrica y un intento
de verosimilitud literaria muy singular.
Los tres monjes se llaman Sergio, Tefilo y Elquino. Un da ven bajar por el ro
una rama de un rbol tan hermosa que les inquieta e impresiona. (Ya lo dice
Valry: La belleza convierte un objeto en un enigma).
Es tan intensa su turbacin que imaginan que la rama pertenece a un rbol del
Paraso Terrenal y deciden abandonar su monasterio dejando una nota explica-
tiva y dirigirse aguas arriba en su bsqueda.
As lo hacen. Remontan el curso del ro Sin alimentndose del man que crece
en sus riberas y, al cabo de un ao, el terreno empieza a volverse ms acciden-
tado, el ro se estrecha y se interna por una montaa de laderas muy frtiles
cubiertas por vegetacin de olor penetrante y embaucador.
Van subiendo y empiezan a or el canto de voces livianas que excitan su imagi-
nacin. Su instinto les hace comprender que el Paraso est cerca. Abstrados y
emocionados llegan frente a una poderosa muralla que el ro atraviesa por un
lugar para ellos inaccesible. Rodean la muralla hasta que descubren una puerta.
Est cerrada. En lo alto de la muralla, sobre atalayas, divisan las figuras de unos
ngeles que parecen ignorar totalmente su presencia.
Toman la decisin de esperar en silencio algn signo de acogida. Al cabo de
cinco das uno de los ngeles les pregunta por sus intenciones y ellos respon-
den que, con todo el respeto posible, su mayor deseo sera entrar y conocer el
Paraso, permaneciendo durante tres das en l.
El ngel accede, les abre la puerta y ellos entran. Lo primero que perciben es un
extrao movimiento que hace girar la rueda del cielo y produce un sonido que
invita a la felicidad. En ese estado de placer ven que dos hombre venerables se
acercan hacia ellos. Son los profetas Elas y Enoc que vienen acompaarles en
su estancia en el Paraso. Los sonidos, olores, colores... son tan inverosmiles y
hermosos que suspenden en ellos cualquier necesidad o malestar. Elas y Enoc
les ensean cuatro ros y dos fuentes.
Una es la Fuente de la Juventud. Todo el que beba de ella no envejece, y los
que ya han envejecido, al beber en esa fuente recuperan la edad de la plenitud,
la edad a la que muri Cristo, los treinta y tres aos. La otra es la Fuente de la
Salud. El que de ella bebe no enferma nunca, y el que estuviese enfermo al beber
quedara curado. Con una y otra fuente se vencen la vejez y la enfermedad, los
dos caminos que llevan al hombre hacia la muerte.
Siguen avanzando y llegan a una pradera conmovedoramente hermosa en la
cual hay rboles de todas las especies. Elas y Enoc les sealan uno especialmen-
te bello cuyas ramas ascienden como los brazos de un candelabro, reposando
all exticos pjaros que les reciben con cantos dulcsimos: es el rbol de la
Sabidura. Con sus frutos se vence el desconocimiento, el olvido, la ignorancia.
Entre los rboles se distinguen numerosos animales en un estado de perfecta
mansedumbre como si un orden superior les mantuviera en serenidad y calma.
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En el suelo ni una hoja, ni un fruto, ni una flor cada. Todo est en su momento
de plenitud, no existe ningn tipo de putrefaccin o muerte.
Para los monjes el tiempo pasa de manera transparente, no saben si veloz o
indiferente, porque en el Paraso no existe la noche. La luz es en todo momento
clida y liviana.
En un estado similar a la hipnosis, entre el xtasis y el sonambulismo, los tres
monjes reciben de Elas y Enoc la noticia de que han pasado los tres das y deben
abandonar el Paraso. Tambin les dicen los profetas que afuera han transcurri-
do en ese perodo trescientos aos, porque la medida del tiempo en el Paraso
es diferente.
Sergio, Tefilo y Elquino temen que ya no viva ningn monje en el monasterio
que les pueda reconocer y creer. Los profetas les explican que al volver digan a
los monjes que busquen la nota dejada por ellos al partir. La encontrarn en el
altar mayor.
Desde su llegada al monasterio los tres monjes dispondrn de un plazo de cua-
renta das para poder describir el Paraso que han conocido y guardado en su
memoria, y que ste llegue hasta nosotros. Pasado este tiempo los tres monjes
se convertirn en cenizas.
Esta leyenda del viaje de Sergio, Tefilo y Elquino al Paraso tiene el potente
valor metafrico que le confiere la presencia de una serie de analogas con ele-
mentos esenciales de la ciudad desde sus orgenes.
Es en el IV milenio antes de Cristo, en la cultura sumeria, cuando se fecha
histricamente el descubrimiento del m