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1 SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS CICLO "A" En esta solemnidad de Pentecostés se aplica también el principio de la lectura litúrgica de los textos bíblicos, por cuanto la referencia más explícita a la fiesta litúrgica la encontramos en la primera lectura, a la cual le prestaremos una mayor atención. Primera lectura (He 2,1-11): "Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar" (He 2,1). La narración comienza con una referencia al día de Pentecostés. Se trata del quincuagésimo día después de Pascua. Un primer dato importante a retener es que la fiesta de Pentecostés, tanto para la tradición judía como cristiana, está íntimamente unida a la Pascua, es su culminación o coronación. El Antiguo Testamento habla de la fiesta de las Semanas o Savuot (cf. Ex 23,16; Lv 23,15-22; Dt 16,9-12), siete semanas o cincuenta días después de la Pascua, y en la cual se celebraba la última cosecha del año, la siega del trigo; mientras que en la Pascua se celebraba la primera cosecha del año. Esta fiesta formaba parte de las tres fiestas de peregrinación a Jerusalén junto con la Pascua y las Tiendas (sukkot). Más tarde la liturgia judía unió esta fiesta de Pentecostés o Savuot al recuerdo del don de la Torá o Ley en el Sinaí, llamándola justamente fiesta del "don de la Torá", y durante la misma se leía el relato de la promulgación del decálogo (Ex 19-20) 1 . Algunos Padres de la Iglesia han sacado como consecuencia de esta relación entre la Pentecostés judía y la cristiana que el Espíritu Santo pasa a ser ahora la Nueva Ley para los cristianos al darles el conocimiento interior de la voluntad de Dios y la capacidad para cumplirla. El mismo Sto. Tomás de Aquino es de esta opinión: “Lo principal en la Ley del Nuevo Testamento y en lo que está toda su virtud es la gracia del Espíritu Santo, que se da por la fe en Cristo” (ST I-II, q. 106, a. 1). El texto dice que estaban todos reunidos en un mismo lugar. ¿Quiénes son estos "todos" y dónde estaban? La respuesta la tenemos en He 1,13-14: "Cuando llegaron a la ciudad, subieron a la sala donde solían reunirse. Eran Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas, hijo de Santiago. 14 Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos." Este "lugar" es el Cenáculo, la "sala grande en el piso superior" (cf. Mc 14, 15) donde Jesús había celebrado con sus discípulos la última Cena y donde se les había aparecido después de su resurrección. Allí se encuentran los once Apóstoles y demás discípulos, incluida María la Madre de Jesús, que conformaban la primera comunidad cristiana. Ahora bien, el texto, más que insistir en el lugar físico, quiere poner de relieve la actitud interior de los discípulos: íntimamente unidos y en oración. En este texto, para indicar al Espíritu Santo, se utilizan dos grandes imágenes: la de la tempestad y la del fuego. Claramente, san Lucas tiene en su mente la teofanía del Sinaí, narrada en los libros del Éxodo (Ex 19, 16-19) y el Deuteronomio (Dt 4, 10-12. 36). La palabra hebrea para designar al Espíritu ( ruah) significa justamente "viento impetuoso". La metáfora del viento impetuoso de Pentecostés hace pensar en la necesidad de respirar aire limpio, el aire espiritual, el aire saludable del espíritu, que es el amor. Lo que el aire es para la vida biológica, lo es el Espíritu Santo para la vida espiritual. La otra imagen del Espíritu Santo que encontramos es el fuego. Ya en el Antiguo Testamento, en la experiencia fundamental del pueblo en el desierto, el fuego representa a la santidad divina en su doble aspecto, atractivo y temeroso. En el monte Horeb, Moisés es atraído por el espectáculo de la zarza ardiente que no es «devorada» por el fuego; pero la voz divina le notifica que no puede aproximarse si Dios no lo llama y si él no se purifica (Ex 3,2). En el Sinaí humea la montaña bajo el fuego que la rodea (Ex 19,18) sin que por ello quede 1 Cf. A.-C. Avril-D. La Maisonneuve, Las fiestas judías (Verbo Divino; Estella 1996) 37-46.

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Page 1: SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS CICLO 'A' - celam.org · aparece, de modo especial, ligada a la experiencia misionera de la Iglesia. La misma experiencia de Pentecostés está orientada

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SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS CICLO "A"

En esta solemnidad de Pentecostés se aplica también el principio de la lectura litúrgica

de los textos bíblicos, por cuanto la referencia más explícita a la fiesta litúrgica la

encontramos en la primera lectura, a la cual le prestaremos una mayor atención.

Primera lectura (He 2,1-11):

"Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar" (He 2,1).

La narración comienza con una referencia al día de Pentecostés. Se trata del

quincuagésimo día después de Pascua. Un primer dato importante a retener es que la fiesta de

Pentecostés, tanto para la tradición judía como cristiana, está íntimamente unida a la Pascua,

es su culminación o coronación.

El Antiguo Testamento habla de la fiesta de las Semanas o Savuot (cf. Ex 23,16; Lv

23,15-22; Dt 16,9-12), siete semanas o cincuenta días después de la Pascua, y en la cual se

celebraba la última cosecha del año, la siega del trigo; mientras que en la Pascua se celebraba

la primera cosecha del año. Esta fiesta formaba parte de las tres fiestas de peregrinación a

Jerusalén junto con la Pascua y las Tiendas (sukkot). Más tarde la liturgia judía unió esta fiesta

de Pentecostés o Savuot al recuerdo del don de la Torá o Ley en el Sinaí, llamándola

justamente fiesta del "don de la Torá", y durante la misma se leía el relato de la promulgación

del decálogo (Ex 19-20)1.

Algunos Padres de la Iglesia han sacado como consecuencia de esta relación entre la

Pentecostés judía y la cristiana que el Espíritu Santo pasa a ser ahora la Nueva Ley para los

cristianos al darles el conocimiento interior de la voluntad de Dios y la capacidad para

cumplirla. El mismo Sto. Tomás de Aquino es de esta opinión: “Lo principal en la Ley del Nuevo

Testamento y en lo que está toda su virtud es la gracia del Espíritu Santo, que se da por la fe en Cristo” (ST I-II, q. 106, a. 1).

El texto dice que estaban todos reunidos en un mismo lugar. ¿Quiénes son estos

"todos" y dónde estaban? La respuesta la tenemos en He 1,13-14: "Cuando llegaron a la ciudad,

subieron a la sala donde solían reunirse. Eran Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas, hijo de Santiago. 14 Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos."

Este "lugar" es el Cenáculo, la "sala grande en el piso superior" (cf. Mc 14, 15) donde

Jesús había celebrado con sus discípulos la última Cena y donde se les había aparecido

después de su resurrección. Allí se encuentran los once Apóstoles y demás discípulos,

incluida María la Madre de Jesús, que conformaban la primera comunidad cristiana. Ahora

bien, el texto, más que insistir en el lugar físico, quiere poner de relieve la actitud interior de

los discípulos: íntimamente unidos y en oración.

En este texto, para indicar al Espíritu Santo, se utilizan dos grandes imágenes: la de la

tempestad y la del fuego. Claramente, san Lucas tiene en su mente la teofanía del Sinaí,

narrada en los libros del Éxodo (Ex 19, 16-19) y el Deuteronomio (Dt 4, 10-12. 36).

La palabra hebrea para designar al Espíritu (ruah) significa justamente "viento

impetuoso". La metáfora del viento impetuoso de Pentecostés hace pensar en la necesidad de

respirar aire limpio, el aire espiritual, el aire saludable del espíritu, que es el amor. Lo que el

aire es para la vida biológica, lo es el Espíritu Santo para la vida espiritual.

La otra imagen del Espíritu Santo que encontramos es el fuego. Ya en el Antiguo

Testamento, en la experiencia fundamental del pueblo en el desierto, el fuego representa a la

santidad divina en su doble aspecto, atractivo y temeroso. En el monte Horeb, Moisés es

atraído por el espectáculo de la zarza ardiente que no es «devorada» por el fuego; pero la voz

divina le notifica que no puede aproximarse si Dios no lo llama y si él no se purifica (Ex 3,2).

En el Sinaí humea la montaña bajo el fuego que la rodea (Ex 19,18) sin que por ello quede

1 Cf. A.-C. Avril-D. La Maisonneuve, Las fiestas judías (Verbo Divino; Estella 1996) 37-46.

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destruida; mientras que el pueblo tiembla de pavor y no debe acercarse, Moisés se ve, en

cambio, llamado a subir cerca de Dios, que se revela.

Este el fuego del cielo que descendió sobre los discípulos reunidos el día de

Pentecostés no es el del juicio, es el de las teofanías, que realiza el bautismo de fuego y de

espíritu (He 1,15): el fuego simboliza ahora el Espíritu, y si no se dice que este Espíritu es la

caridad misma, el relato de Pentecostés muestra que tiene como misión la de transformar a los

que han de propagar a través de todas las naciones el mismo lenguaje, el del Espíritu.

Por eso, entre todas las solemnidades Pentecostés destaca por su importancia, pues en

ella se realiza lo que Jesús mismo anunció como finalidad de toda su misión en la tierra. En

efecto, mientras subía a Jerusalén, declaró a los discípulos: "He venido a arrojar un fuego sobre la

tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!" (Lc 12, 49). Estas palabras se cumplieron de la

forma más evidente cincuenta días después de la resurrección, en Pentecostés: "Se les

aparecieron unas lenguas como de fuego (...) y quedaron todos llenos del Espíritu Santo" (He 2, 3-4). Cristo

trajo a la tierra el fuego verdadero, el Espíritu Santo. Este "fuego" puro, esencial y personal, el

fuego del amor, vino sobre los Apóstoles, reunidos en oración con María en el Cenáculo, para

hacer de la Iglesia la prolongación de la obra renovadora de Cristo.

Lo que sigue del relato de los Hechos, en particular el fenómeno de la comprensión a

pesar de la diversidad de lenguas, tiene como trasfondo del mismo la narración de la torre de

Babel (Gn 11). En el acontecimiento de Babel, la soberbia de los hombres, su amor propio, su

búsqueda de fama y gloria llevó a la división de las lenguas con la consiguiente confusión e

incomunicación entre hombres y pueblos. Como contrapartida, el acontecimiento de

Pentecostés demuestra cómo por obra del Espíritu Santo es posible mantener la unidad

respetando la diversidad. En efecto, al decir: "todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las

maravillas de Dios" (He 2,11) se hace referencia a esa unión superior, en Dios, que es fruto del

Espíritu y permite entenderse y comunicarse más allá de las legítimas diferencias.

Como actualización de este texto es interesante lo que dice al respecto R.

Cantalamessa2: "Se comprende así en qué consiste la radical transformación que se realiza en Pentecostés,

con la venida del Espíritu Santo. En el corazón de los apóstoles Dios ha tomado el lugar del yo, ha destruido la vanagloria de sus obras y de sus proyectos y los empuja a gloriarse sólo en él, no en uno mismo. Así lo ha interpretado San Agustín cuando dice que Babel es la ciudad construida sobre el amor propio, mientras Jerusalén, esto es, la Iglesia, o la ciudad de Dios, es la ciudad construida sobre el amor de Dios […] El paso de Babel a Pentecostés, acontecido históricamente de una vez para siempre y narrado en He 2, debe realizarse espiritualmente, cada día, en nuestra vida. Hay que pasar continuamente de Babel a Pentecostés, del mismo modo que es necesario pasar continuamente del hombre viejo al hombre nuevo".

En el marco de todo el libro de los Hechos hay que recordar que, si bien el primer gran

evento que abre la misión pública de la Iglesia es Pentecostés (2,1-4), la experiencia del

Espíritu no se limita a esta primera manifestación, sino que se renueva continuamente en la

vida de los discípulos: en el momento de las primeras dificultades (4,31), en ocasión de la

conversión de los primeros paganos (10,44-47), en la vivencia de algunos grupos que se

integraban plenamente a la Iglesia (19,8). Para Lucas la historia de la Iglesia está marcada

por esta renovada y continúa manifestación del Espíritu. Es gracias a su energía que la

comunidad de los creyentes lleva adelante eficazmente la obra de Jesús en la historia.

En conclusión, vemos que en el libro de los Hechos la manifestación del Espíritu

aparece, de modo especial, ligada a la experiencia misionera de la Iglesia. La misma

experiencia de Pentecostés está orientada hacia la Palabra y hacia la capacidad de hablar

las lenguas de todos los pueblos (2,11).

Segunda Lectura: 1Cor 12, 3b-7.12-13

San Pablo comienza esta sección con una clara afirmación: toda confesión de fe en el

Señor Jesús es fruto de la acción del Espíritu. Mediante esta afirmación demuestra que la

2 El misterio de Pentecostés (Edicep; Valencia 1998) 27-28.

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acción del Espíritu Santo causa la unidad en la fe de los creyentes. En lo que sigue busca -

manteniendo esta unidad en el origen - tener en cuenta la diversidad a nivel de los carismas.

Para confirmar esta coexistencia de la unidad con la diversidad cita dos ejemplos: los

múltiples servicios o ministerios en relación al único Señor (v. 5) y las actividades diversas

con un único Dios, “que realiza todo en todos” (v. 6). Así, en primer lugar, precisa que son los

dones visibles o manifiestos los que se dan a cada cristiano en particular (hay dones interiores

del Espíritu como la fe y la caridad que se dan a todos). Luego dice que su finalidad es la

utilidad común, por lo que los mismos carismas tienden entonces a la unidad: “A cada uno le es

dada la manifestación (phanerosis) del Espíritu para la utilidad común (pros to sympheron)” (12,7).

Para ejemplificar esta enseñanza acerca de la unidad y la diversidad recurre a la

comparación del cuerpo y sus miembros. Esta referencia a la imagen del cuerpo para explicar

la unidad y la diversidad entre los miembros de una sociedad estaba difundida ampliamente

en el helenismo y, por ello, se piensa que de allí la tomó San Pablo para aplicarla a la Iglesia.

Esta comparación es válida en lo referente al funcionamiento de la Iglesia en cuanto cuerpo

social, visible. Pero en lo que sigue Pablo deja en claro que la razón de la unidad en la Iglesia

se debe a Cristo y al Espíritu Santo. En efecto, al final del versículo 12 dice: "así sucede con

Cristo", a quien aplica entonces la comparación del cuerpo. Como dice L. Rivas3: "En este punto

se pone de relieve una sorprendente enseñanza de san Pablo: los cristianos no forman una unidad solamente porque están unidos entre ellos formando una sociedad, una comunidad a la que se le da el nombre de Iglesia (ekklesía). Los cristianos constituyen un cuerpo porque están unidos a una persona viviente, que es el Cristo

glorificado". Luego en 12,13 explicita que todos los cristianos han sido bautizados (literalmente

"sumergidos") en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo. Deja en claro que el bautismo

tiene una característica connotación eclesial: es el sacramento que nos une en un solo cuerpo.

No se trata de una experiencia exclusivamente individual del cristiano, ya que por el bautismo

se establece una vinculación especial entre todos los cristianos que forman un solo cuerpo.

En síntesis, la unidad, respetando la diversidad de carismas y servicios, se mantiene en

la Iglesia gracias a una doble referencia teológica: su origen en el mismo Espíritu Santo y su

finalidad u orientación al bien común del único cuerpo de Cristo.

Evangelio: Jn 20,19-23

En su primera aparición Jesús Resucitado saluda a los discípulos diciéndoles: “¡Paz a

ustedes!”. Más que de un augurio o deseo, se trata aquí de la donación efectiva de la paz, de

una presencia real de la paz como don escatológico tal como lo había indicado Jesús en su

discurso de despedida: “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo” (Jn 14,27). Esta

paz, según el trasfondo del Antiguo Testamento, incluye todos los bienes necesarios para la

vida presente y la plenitud de bienes en la vida futura. Pero lo que en el Antiguo Testamento

era promesa, por la muerte y resurrección de Cristo se vuelve realidad. Justamente en el AT se

considera que la presencia de Dios en medio de su pueblo es el bien supremo de la paz (cf.

Lev 26,12; Ez 37,26). Entonces para el evangelista Juan la presencia de Jesús resucitado en

medio de los suyos es la fuente y la realidad de la paz que está presente ya. Y esta paz no está

ligada a su presencia corporal sino a su realidad de resucitado, victorioso de la muerte, y por

eso les da, junto con su paz, el Espíritu Santo y el poder de perdonar los pecados (20,22-23).4

F. Moloney sostiene que como en la expresión eirênê hymin (“paz a ustedes”) falta el

verbo, la misma debe traducirse como "paz con ustedes" en sentido de que Jesús declara que

la paz ya está presente entre los discípulos.5 Y esto se debe justamente a que Jesús resucitado

está presente en medio de ellos.

En fin, ahora Jesús resucitado, con la plenitud de vida que ha recibido del Padre, puede

dar a los suyos la paz que proviene del Padre y que permite vivir en comunión con Dios y con

los hermanos

3 San Pablo y la Iglesia. Ensayo sobre "las eclesiologías" Paulinas (Claretiana; Buenos Aires 2008) 91. 4 Cf. X. LEÓN-DUFOUR, "Paz" en X. LEÓN-DUFOUR, Vocabulario de Teología Bíblica, Barcelona, 1978; 659. 5 Cf. F. MOLONEY, El evangelio de Juan, Estella, Verbo Divino 2005; 516.

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Luego Jesús les muestra sus heridas para probarles que es el Crucificado que ha

Resucitado; que es él mismo pero en un estado diferente.

A continuación pronuncia las palabras de envío y realiza el gesto de soplar sobre ellos.

Algunos estudiosos ven en este gesto de Jesús una referencia al gesto primordial de Dios en la

creación del hombre (cf. Gen 2,7)6. Entonces el soplo de Jesús es el signo de la nueva

creación: Jesús glorificado comunica el Espíritu que hace renacer al hombre (Cf. Jn 3, 3-8),

dándole a compartir la comunión divina. Además, según X. León Dufour7 , aquí está el

cumplimiento de lo anunciado por Juan Bautista de que Jesús "tenía que bautizar en el

Espíritu Santo" (Jn 1,32-33); y también de la alianza definitiva anunciada por los profetas y

caracterizada por la efusión del Espíritu (cfr. Jer 31,33; Ez 36,26s).

El Hijo que “tiene la vida en sí mismo” dispone de ella a favor de los suyos (Cf. Jn 5,

21.26); su soplo es el de la vida eterna.

Con esta donación del Espíritu Santo a los Apóstoles se les comunica también el poder

perdonar o retener los pecados y, de este modo, son ellos ahora transmisores de la vida nueva.

Algunas reflexiones:

El P. Y. Congar8 presenta tres ideas teológicas como fundamentales del misterio de

Pentecostés.

En primer lugar su relación con la Pascua de Jesús: "Jesucristo es quien nos ha ganado el

don del Espíritu Santo, por su muerte y resurrección. Pentecostés es el fruto de la Pascua".

La referencia cronológica de la primera lectura al día quincuagésimo después de

Pascua, según vimos, nos confirma esta estrecha relación con la Pascua. Lo mismo podemos

decir del evangelio de Juan de este domingo donde nos presenta la indisoluble unidad entre la

Resurrección de Jesús y la donación del Espíritu Santo a los apóstoles.

En segundo lugar hay que considerar que en Pentecostés la Iglesia recibe su ley y su

alma. El Espíritu Santo es la nueva Ley entendida como principio interior de las acciones. En

este sentido es el alma de la Iglesia en donde obra distribuyendo los diversos carismas y

servicios y manteniendo su unidad al orientarlos a la búsqueda del bien común. El Espíritu

Santo es el principio de comunión en la diversidad; principio de unidad que viene del interior.

El Papa Francisco nos ha recordado esto mismo en EG 37; y también que el fruto primero del

Espíritu Santo es la caridad: “Las obras de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de

la gracia interior del Espíritu: «La principalidad de la ley nueva está en la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe que obra por el amor». Por ello explica que, en cuanto al obrar exterior, la misericordia es la mayor de todas las virtudes: «En sí misma la misericordia es la más grande de las virtudes, ya que a ella pertenece volcarse en otros y, más aún, socorrer sus deficiencias. Esto es peculiar del superior, y por eso se

tiene como propio de Dios tener misericordia, en la cual resplandece su omnipotencia de modo máximo».”

En tercer lugar, en Pentecostés la Iglesia emprende su marcha misional. Es, en cierto

modo, el nacimiento de la Iglesia, que nace y es en su esencia misionera. El Espíritu prepara a

los apóstoles para la misión mediante dos dones: son santificados (“quedaron llenos del Espíritu

Santo”) y reciben la capacidad de comunicarse con todos los hombres, sin distinción de

lenguas o razas (“comenzaron a hablar en distintas lenguas”). De este modo pueden restablecer la

unidad que se había roto en Babel. Y esto mismo el Espíritu Santo lo sigue obrando hoy: “En

todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a

evangelizar.” (EG 119).

El último capítulo de EG es justamente “Evangelizadores con Espíritu” donde

“evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu

Santo. En Pentecostés, el Espíritu hace salir de sí mismos a los Apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a entender en su propia lengua. El Espíritu Santo, además,

6 Cf. L. H. Rivas, El evangelio de Juan. Introducción. Teología. Comentario (Buenos Aires 2005) 530. 7 Cf. Lectura del evangelio de Juan. Jn 18-21. Vol IV, Salamanca, Sígueme 1998; 193. 8 Y. –M. Congar, Pentecostés (Estela; Barcelona 1966).

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infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente. Invoquémoslo hoy, bien apoyados en la oración, sin la cual toda acción corre el riesgo de quedarse vacía y el anuncio finalmente carece de alma. Jesús quiere evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios” (259). “En definitiva, una evangelización con espíritu es una evangelización con Espíritu Santo, ya que Él es el alma de la Iglesia evangelizadora” (EG 161). “Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que oran y trabajan. Desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón” (EG 262).

PARA LA ORACIÓN (RESONANCIAS DEL EVANGELIO EN UNA ORANTE):

A pedirte Señor Mendigos nos tienes A tus pies rendidos La oración nos hace fuertes Hermanados y unidos. Esperamos tu llegada, Siempre esperamos. Ven siempre a guiarnos. El camino es solo UNO Tus manos, tu costado. Es preciso reconocerlo Creerte Resucitado. La Misión nos urge El Evangelio nos transforma Somos hoy tus enviados. El perdón es el mandato. Y los testigos de la Gracia, Somos todos los cristianos. Y así entonces le pedimos Por ti, Señor al Padre, Nos envíe sin demora Tu Espíritu Santo. Para ser reconocidos como Tú Por las llagas en las manos Y también en su costado. Amén.

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LECTIO DIVINA SOBRE He 2,1-11

1. Para comenzar hay que tratar de crear un clima de oración, de escucha de la Palabra de

Dios. Para ello puede ayudar un canto de entrada de estilo meditativo, el poner la Biblia

en un lugar central e incluso encender una vela que simboliza la presencia de Jesús

Resucitado que nos hablará por su Palabra.

2. Hacer una oración preparatoria. La que sigue, u otra similar: Señor, te damos gracias porque nos reúnes una vez más en tu Presencia. Señor, tú nos pones frente a Tu Palabra, ayúdanos a acercarnos a ella con reverencia, con atención, con humildad. Envíanos tu Espíritu Santo para que podamos recibirla con verdad, con sencillez, para que ella transforme nuestra vida. Que tu Palabra penetre en nosotros como espada de dos filos; que nuestro corazón esté abierto, como el de María, madre tuya y madre nuestra. Y como en ella la Palabra se hizo carne, también en nosotros esta Palabra tuya se transforme en obras de vida según tu voluntad.

3. Leemos en voz alta y escuchamos con atención el texto de He 2,1-11:

"Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. 2 De pronto,

vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa

donde se encontraban. 3 Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que

descendieron por separado sobre cada uno de ellos. 4 Todos quedaron llenos del Espíritu

Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía

expresarse. 5 Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. 6 Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía

hablar en su propia lengua. 7 Con gran admiración y estupor decían: "¿Acaso estos

hombres que hablan no son todos galileos? 8 ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en

su propia lengua? 9 Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la

misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, 10 en Frigia y Panfilia, en

Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, 11 judíos y prosélitos, cretenses y

árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios".

4. Individualmente o por grupos, teniendo ante la vista el texto, tratar de responder las siguientes preguntas:

¿En qué día nos encontramos y de qué fiesta judía se trata?

¿Dónde estaban los discípulos y cuál era su actitud interior (cf. He 1,13-14)?

¿Qué sucede en la casa donde estaban reunidos los apóstoles?

¿Qué simbolizan el viento y el fuego?

¿Qué les sucede a los apóstoles y qué comienzan a hacer?

¿Cómo reacciona la gente que su congrega ante este acontecimiento?

¿Qué es lo que más les provoca asombro o les llama la atención?

¿Qué proclaman los apóstoles?

5. Para comprender mejor el texto nos aprovechamos del siguiente

comentario:

El texto comienza haciendo referencia "al día de Pentecostés". Recordemos que los

judíos tenían tres grandes fiestas llamadas de "peregrinación" porque debían "peregrinar" a

Jerusalén para celebrarla: la Pascua, Pentecostés y las Chozas o Tiendas. En este caso se trata

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de la Fiesta de Pentecostés, del quincuagésimo día después de Pascua. El Antiguo Testamento

Hebreo la llama fiesta de las Siete Semanas o Savuot que se cuentan a partir de la Pascua (cf.

Ex 23,16; Lv 23,15-22; Dt 16,9-12). En la misma se celebra la última cosecha del año, la

siega del trigo; mientras que en la Pascua se celebraba la primera cosecha del año. Los judíos

de lengua griega la llamaron Pentecostés. Un primer dato importante a retener, tanto para la

tradición judía como cristiana, es que la fiesta de Pentecostés está íntimamente unida a la

Pascua, es su culminación o coronación.

Más tarde la liturgia judía unió esta fiesta al recuerdo del don de la Torá o Ley en el

Sinaí, llamándola justamente fiesta del "don de la Torá" y durante la misma se lee el relato de

la promulgación del decálogo (Ex 19-20)9.

El texto dice que estaban todos reunidos en un mismo lugar. ¿Quiénes son estos

"todos" y dónde estaban? La respuesta la tenemos en He 1,13-14: "Cuando llegaron a la

ciudad, subieron a la sala donde solían reunirse. Eran Pedro, Juan, Santiago, Andrés,

Felipe y Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas, hijo

de Santiago. 14 Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de

algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos."

Este "lugar" es el Cenáculo, la "sala grande en el piso superior" (cf. Mc 14, 15) donde

Jesús había celebrado con sus discípulos la última Cena, donde se les había aparecido después

de su resurrección. Allí se encuentran los once Apóstoles y demás discípulos, incluida María

la Madre de Jesús, que conformaban la primera comunidad cristiana. Ahora bien, el texto,

más que insistir en el lugar físico, quiere poner de relieve la actitud interior de los discípulos.

De este modo la Escritura nos dice cómo debe ser la comunidad, cómo debemos ser nosotros,

para recibir el don del Espíritu Santo: la concordia de los discípulos es la condición para que

venga el Espíritu Santo; y la concordia presupone la oración. Si queremos que Pentecostés

no se reduzca a un simple rito o a una conmemoración, aunque sea sugestiva, sino que sea un

acontecimiento actual de salvación, debemos disponernos con religiosa espera a recibir el

don de Dios mediante la humilde y silenciosa escucha de su Palabra. Para que Pentecostés se

renueve en nuestro tiempo, tal vez es necesario -sin quitar nada a la libertad de Dios- que la

Iglesia esté menos "ajetreada" en actividades y más dedicada a la oración10.

En este texto, para indicar al Espíritu Santo, se utilizan dos grandes imágenes: la de la

tempestad y la del fuego. Claramente, san Lucas tiene en su mente la teofanía del Sinaí,

narrada en los libros del Éxodo (Ex 19, 16-19) y el Deuteronomio (Dt 4, 10-12. 36).

La palabra hebrea para designar al Espíritu (ruah) significa justamente "viento

impetuoso". La metáfora del viento impetuoso de Pentecostés hace pensar en la necesidad de

respirar aire limpio, el aire espiritual, el aire saludable del espíritu, que es el amor. Lo que el

aire es para la vida biológica, lo es el Espíritu Santo para la vida espiritual.

La otra imagen del Espíritu Santo que encontramos es el fuego. Ya en el Antiguo

Testamento, en la experiencia fundamental del pueblo en el desierto, el fuego representa a la

santidad divina en su doble aspecto, atractivo y temeroso. En el monte Horeb, Moisés es

atraído por el espectáculo de la zarza ardiente que no es «devorada» por el fuego; pero la voz

divina le notifica que no puede aproximarse si Dios no lo llama y si él no se purifica (Ex 3,2).

En el Sinaí humea la montaña bajo el fuego que la rodea (Ex 19,18) sin que por ello quede

destruida; mientras que el pueblo tiembla de pavor y no debe acercarse, Moisés se ve, en

cambio, llamado a subir cerca de Dios, que se revela. Así, cuando Dios se manifiesta como un

incendio devorador, no lo hace para consumir todo lo que halla a su paso, puesto que llama a

los que él vuelve puros. Por su parte la Iglesia vive de este fuego que abrasa al mundo gracias

al sacrificio de Cristo. Este fuego ardía en el corazón de los peregrinos de Emaús mientras

oían hablar al resucitado (Lc 24,32). Este el fuego del cielo que descendió sobre los discípulos

reunidos el día de Pentecostés no es el del juicio, es el de las teofanías, que realiza el bautismo

de fuego y de espíritu (He 1,15): el fuego simboliza ahora el Espíritu, y si no se dice que este

9 Cf. A.-C. Avril-D. La Maisonneuve, Las fiestas judías (Verbo Divino; Estella 1996) 37-46. 10 Cf. Benedicto XVI, Homilía en la Misa de Pentecostés, 31 de Mayo de 2009.

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Espíritu es la caridad misma, el relato de Pentecostés muestra que tiene como misión la de

transformar a los que han de propagar a través de todas las naciones el mismo lenguaje, el del

Espíritu.

Por eso, entre todas las solemnidades Pentecostés destaca por su importancia, pues en

ella se realiza lo que Jesús mismo anunció como finalidad de toda su misión en la tierra. En

efecto, mientras subía a Jerusalén, declaró a los discípulos: "He venido a arrojar un fuego sobre la

tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!" (Lc 12, 49). Estas palabras se cumplieron de la

forma más evidente cincuenta días después de la resurrección, en Pentecostés: "Se les

aparecieron unas lenguas como de fuego (...) y quedaron todos llenos del Espíritu Santo" (He 2, 3-4). Cristo

trajo a la tierra el fuego verdadero, el Espíritu Santo. Este "fuego" puro, esencial y personal, el

fuego del amor, vino sobre los Apóstoles, reunidos en oración con María en el Cenáculo, para

hacer de la Iglesia la prolongación de la obra renovadora de Cristo.

Si recordamos que en esta fiesta los judíos celebraban también el don de la Torá en el

monte Sinaí, algunos Padres de la Iglesia han sacado como consecuencia de esta relación

entre la Pentecostés judía y la cristiana que el Espíritu Santo pasa a ser ahora la Nueva Ley

para los cristianos al darles el conocimiento interior de la voluntad de Dios y la capacidad

para cumplirla. El mismo Sto. Tomás de Aquino es de esta opinión: “Lo principal en la Ley del

Nuevo Testamento y en lo que está toda su virtud es la gracia del Espíritu Santo, que se da por la fe en Cristo” (ST I-II, q. 106, a. 1). Ahora bien, lo que sigue del relato de los Hechos, en particular el fenómeno de la

comprensión a pesar de la diversidad de lenguas, tiene más bien como trasfondo del mismo la

narración de la torre de Babel (Gn 11). En el acontecimiento de Babel la soberbia de los

hombres, su amor propio, su búsqueda de fama y gloria llevó a la división de las lenguas con

la consiguiente confusión e incomunicación entre hombres y pueblos.

Sobre Gn 11 dice el Card. Martini11 que "es la narración de una culpa colectiva, casi como una

narración ulterior de un pecado original; el primero fue narrado en términos individuales, éste en términos colectivos. Hay una humanidad que, por la embriaguez de algunos descubrimientos científicos, asume una visión absoluta de sí, cree ser el árbrito de todo proyecto, de tener la capacidad de programación definitiva y absoluta del propio destino, y así llega a esa autosuficiencia que había sido también el pecado de Adán y de Eva: ser como dioses… Pero de este proyecto humano nace la dispersión, la incapacidad de comprenderse, la atomización de la conciencia, la humanidad se dispersa como ovejas sin pastor […] La raíz de la conciencia atomizada es la pretensión del hombre de ser él mismo el centro de todo, de obrar sin necesidad de Dios, de desapegarse de la propia dependencia creativa, tal vez sin negarla, pero obrando como si él fuera el centro y fin del universo. La presuntuosa autosuficiencia que es la clave del episodio de la torre de Babel ha sido siempre la tentación más insidiosa, pero en la cultura contemporánea es más grande y temible. La consecuencia de todo esto es la fragmentariedad: el hombre en su cultura actual se ha fragmentado tremendamente, se ha roto,

atomizado, dividido, porque no soporta la fatiga y la responsabilidad de ser el centro de todo".

Como contrapartida, el acontecimiento de Pentecostés demuestra cómo por obra del

Espíritu Santo es posible mantener la unidad respetando la diversidad. En efecto, al decir:

"todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios" (He 2,11) se hace referencia a

esa unión superior, en Dios y fruto del Espíritu, que permite entenderse y comunicarse más

allá de las legítimas diferencias. De esta comparación se han hecho eco también los Padres de

la Iglesia contraponiendo Babel y la Iglesia.

Como actualización de este texto es interesante lo que dice al respecto R.

Cantalamessa12: "Se comprende así en qué consiste la radical transformación que se realiza en Pentecostés,

con la venida del Espíritu Santo. En el corazón de los apóstoles Dios ha tomado el lugar del yo, ha destruido la vanagloria de sus obras y de sus proyectos y los empuja a gloriarse sólo en él, no en uno mismo. Así lo ha interpretado San Agustín cuando dice que Babel es la ciudad construida sobre el amor propio, mientras Jerusalén, esto es, la Iglesia, o la ciudad de Dios, es la ciudad construida sobre el amor de Dios […] El paso de Babel a Pentecostés, acontecido históricamente de una vez para siempre y narrado en He 2, debe realizarse espiritualmente, cada día, en nuestra vida. Hay que pasar continuamente de Babel a Pentecostés, del mismo

modo que es necesario pasar continuamente del hombre viejo al hombre nuevo".

11 Itinerario Espiritual del Cristiano. Pueblo mío, sal de Egipto (Paulinas; Bogotá 1992) 31-32. 12 El misterio de Pentecostés (Edicep; Valencia 1998) 27-28.

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En el marco de todo el libro de los Hechos hay que recordar que, si bien el primer gran

evento que abre la misión pública de la Iglesia es Pentecostés (2,1-4), la experiencia del

Espíritu no se limita a esta primera manifestación, sino que se renueva continuamente en la

vida de los discípulos: en el momento de las primeras dificultades (4,31), en ocasión de la

conversión de los primeros paganos (10,44-47), en la vivencia de algunos grupos que se

integraban plenamente a la iglesia (19,8). Para Lucas la historia de la Iglesia está marcada

por esta renovada y continúa manifestación del Espíritu. Es gracias a su energía y a su fuerza

de vida que la comunidad de los creyentes lleva adelante eficazmente el misterio y la obra de

Jesús en la historia.

En conclusión, vemos que en el libro de los Hechos la manifestación del Espíritu

aparece, de modo especial, ligada a la experiencia misionera de la Iglesia. La misma

experiencia de Pentecostés está orientada hacia la Palabra y hacia la capacidad de hablar

las lenguas de todos los pueblos (2,11). En efecto, es la presencia del Espíritu la que produce

la primera expansión misionera de la iglesia (2,37-41). Esto se repetirá una y otra vez: la

presencia del Espíritu abre a la misión, empuja a la Iglesia con valentía, llama a los hombres a

la fe, capacita a los discípulos para realizar prodigios (4,31; 8,15-17; 10,44-47; 13,1-4; 20,21).

6. Meditación o ¿qué nos dice el texto para nuestras vidas?

Sabemos de la especial y mayor sensibilidad del Oriente cristiano a la Persona y la

Acción del Espíritu Santo. Por ello es bueno escuchar el testimonio de uno de ellos:

"El evento pascual, cumplido de una vez para siempre, ¿cómo se hace nuestro hoy? Por obra de Aquel que desde el principio y en la plenitud de los tiempos es su artífice: el Espíritu Santo. Él es la novedad en persona que obra en el mundo. Él es la presencia del Dios-con-nosotros, unido a nuestro espíritu (Rom 8,16). Sin Él, Dios es lejano, Cristo permanece en el pasado, el Evangelio es letra muerta, la Iglesia una simple organización, la autoridad es dominio, la misión una propaganda, el culto una evocación, el actuar del cristiano una moral de esclavos. Pero en Él, el cosmos se alivia y gime en el parto del Reino, el hombre lucha contra la carne, Jesucristo, el Señor resucitado está presente, el Evangelio es potencia de vida, la Iglesia es signo de comunión trinitaria, la autoridad es servicio liberador, la misión es un Pentecostés, la liturgia es memorial y anticipación; el obrar humano es deificado". Discurso de Ignatios Hazim, metropolita de Laodicea, en la IV Asamblea Mundial de Iglesias, Upsala 1968).

Asimilado esto, cuánta razón tenía el Papa Pablo VI cuando insistía en decir:

"La Iglesia tiene necesidad de su perenne Pentecostés. Necesita fuego en el corazón, palabras en los labios, profecía en la mirada. La Iglesia necesita ser templo del Espíritu Santo, necesita una pureza total, vida interior. La Iglesia tiene necesidad de volver a sentir subir desde lo profundo de su intimidad personal, como si fuera un llanto, una poesía, una oración, un himno, la voz orante del Espíritu Santo, que nos sustituye y ora en nosotros y por nosotros «con gemidos inefables» y que interpreta el discurso que nosotros solos no sabemos dirigir a Dios. La Iglesia necesita recuperar la sed, el gusto, la certeza de su verdad, y escuchar con silencio inviolable y dócil disponibilidad la voz, el coloquio elocuente en la absorción contemplativa del Espíritu, el cual nos enseña «toda verdad». A continuación, necesita también la Iglesia sentir que vuelve a fluir, por todas sus facultades humanas, la onda del amor que se llama caridad y que es difundida en nuestros propios corazones «por el Espíritu Santo que nos ha sido dado». La Iglesia, toda ella penetrada de fe, necesita experimentar la urgencia, el ardor, el celo de esta caridad; tiene necesidad de testimonio, de apostolado. ¿Lo habéis escuchado, hombres vivos, jóvenes, almas consagradas, hermanos en el sacerdocio? De eso tiene necesidad la Iglesia. Tiene necesidad del Espíritu Santo en nosotros, en cada uno de nosotros y en todos nosotros a la vez, en nosotros como Iglesia. Sí, es del Espíritu Santo de lo que, sobre todo hoy, tiene necesidad la Iglesia. Decidle, por tanto, siempre: ¡Ven¡" (Discurso del 29 de noviembre de 1972).

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¿Siento la necesidad del Espíritu Santo para vivir la Vida cristiana?

¿He sentido alguna vez el fuego del Espíritu en mi interior?

¿Puedo discernir la acción del Espíritu Santo por sus efectos o frutos: unidad,

comunión, misión, comunicación?

7. Oración o ¿qué me hace decir el texto?

Repetir desde lo profundo del corazón: VEN ESPÍRITU SANTO, VEN!!!!

Componer una oración de petición al Espíritu Santo

8. Contemplación o el silencio más allá de las palabras

Podemos hacer un rato de silencio para descubrir la presencia de la Fuente del Espíritu Santo

en nuestro interior.

9. Para terminar el encuentro.

La liturgia nos regala una hermosa oración para que la hagamos nuestra, la Secuencia

al Espíritu Santo:

Ven Espíritu Santo, y envía desde el cielo, un rayo de tu luz.

Ven Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz.

Consolador lleno de bondad, dulce huésped del alma, suave alivio para el hombre.

Descanso en el trabajo, templanza en las pasiones, alegría en nuestro llanto.

Penetra con tu santa luz, en lo más íntimo del corazón de tus fieles.

Sin tu ayuda divina, no hay nada en el hombre, nada inocente.

Lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, cura nuestras heridas.

Suaviza nuestra dureza, enciende nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos.

Da a los fieles que en ti confían, tus siete sagrados dones.

Salva nuestras almas, premia nuestra virtud, danos eterna alegría.

Amén. Aleluya.

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LECTIO DIVINA SOBRE Jn 20,19-23

4. Para comenzar hay que tratar de crear un clima de oración, de escucha de la Palabra de

Dios. Para ello puede ayudar un canto de entrada de estilo meditativo, el poner la Biblia

en un lugar central e incluso encender una vela que simboliza la presencia de Jesús

Resucitado que nos hablará por su Palabra.

5. Hacer una oración preparatoria. La que sigue, u otra similar: Señor, te damos gracias porque nos reúnes una vez más en tu Presencia. Señor, tú nos pones frente a Tu Palabra, ayúdanos a acercarnos a ella con reverencia, con atención, con humildad. Envíanos tu Espíritu Santo para que podamos recibirla con verdad, con sencillez, para que ella transforme nuestra vida. Que tu Palabra penetre en nosotros como espada de dos filos; que nuestro corazón esté abierto, como el de María, madre tuya y madre nuestra. Y como en ella la Palabra se hizo carne, también en nosotros esta Palabra tuya se transforme en obras de vida según tu voluntad.

6. Leemos en voz alta y escuchamos con atención el texto de Jn 20,19-23:

"Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del

lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose

en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". 20 Mientras decía esto, les mostró sus

manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. 21 Jesús

les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los

envío a ustedes" 22 Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió "Reciban al Espíritu Santo. 23 Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los

que ustedes se los retengan".

4. Individualmente o por grupos, teniendo ante la vista el texto, tratar de responder las siguientes preguntas:

¿En qué día nos encontramos?

¿Dónde estaban los discípulos y cuál era su actitud interior?

¿Qué hace y qué dice Jesús Resucitado y por qué?

¿Cuál es ahora el estado de ánimo de los discípulos?

¿Qué nos recuerda el gesto de soplar de Jesús y qué les transmite a los discípulos a

través del mismo?

6. Para comprender mejor el texto nos aprovechamos del siguiente

comentario:

Estas apariciones tienen lugar "el primer día de la semana", que es nuestro domingo, día

del Señor, y que desde la época apostólica es entonces el día de la reunión de los

cristianos.

Los discípulos se encontraban reunidos en un lugar, probablemente el cenáculo, "a puertas

cerradas", por temor a los judíos. Por tanto su actitud es de un miedo tal que los lleva a

encerrarse, a protegerse, a distanciarse de todos los demás.

En su primera aparición Jesús Resucitado se para en medio de ellos y saluda a los

discípulos diciéndoles: “¡Paz a ustedes!". Más que de un augurio o deseo, se trata la

donación efectiva de la paz, de una presencia real de la paz como don escatológico tal

como lo había indicado Jesús en su discurso de despedida: “Es la paz, la mía la que les

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doy; no se las doy a la manera del mundo” (Jn 14, 27). Esta paz (Shalom), según el

trasfondo del Antiguo Testamento, incluye todos los bienes necesarios para la vida

presente y la plenitud de los bienes en la vida futura.

Luego Jesús les muestra sus heridas para probarles que es el mismo Crucificado que ha

Resucitado; que es Él mismo pero en un estado diferente.

La visión de Jesús Resucitado provoca en los discípulos una plenitud de alegría y, de este

modo, Jesús cumple lo que les había anunciado de darles una alegría completa (cf. Jn

15,11; 16,22).

A continuación pronuncia las palabras de envío y realiza el gesto de soplar sobre ellos.

Este gesto de Jesús nos recuerda el gesto primordial de Dios en la creación del hombre

cuando soplando sobre el barro lo transforma en un ser viviente (cf. Gen 2,7). De modo

semejante el soplo de Jesús es el signo de la nueva creación: Jesús glorificado comunica

el Espíritu que hace renacer al hombre (Cf. Jn 3, 3-8), dándole a compartir la comunión

divina. Con esta donación del Espíritu Santo a los Apóstoles se les comunica también el

poder perdonar o retener los pecados y, de este modo, son ellos ahora transmisores de la

vida nueva.

6. Meditación o ¿qué nos dice el texto para nuestras vidas?

Según Jn 20 el Espíritu Santo es ante todo principio de vida nueva, de vida interior.

En efecto, en su evangelio Juan insiste en presentarnos al Espíritu Santo como el Maestro

Interior que vendrá a habitar en nosotros (cf. Jn 14,23); nos conducirá a la verdad completa

(cf. Jn 16,13), nos enseñará y recordará todo lo que Jesús dijo (cf. Jn 14,26). También lo

presenta como el "Paráclito", o sea el que estará siempre junto a nosotros para defendernos y

consolarnos (cf. Jn 14,16). "La suya es una presencia interior, invisible, pero permanente".

Así, al igual que la Iglesia como comunidad creyente, también los cristianos

individualmente tenemos necesidad vital del Espíritu Santo para ser verdaderamente tales. El

Espíritu Santo es el "dulce huésped del alma" que puede transformar nuestra vida entera. Pero

lo hace a su modo y a su tiempo; "a oscuras y en seguras", secretamente. Aquí también toda la

vida del cristiano, en síntesis, se reduce a secundar las mociones interiores del Espíritu Santo,

que es necesario discernir. Él es el artífice de nuestra vida cristiana.

Y aquí nos aparece otra vez el miedo, a lo que debe contraponerse el deseo del

Espíritu Santo. Como dice R. Cantalamessa: "La primera condición para recibir el Espíritu Santo no son

los méritos ni las virtudes, sino el deseo, la necesidad vital, la sed. El problema práctico, acerca del Espíritu Santo, está precisamente aquí: ¿tenemos nosotros sed del Espíritu Santo, o tenemos por el contrario, miedo de él? Nosotros intuimos que si viene el Espíritu Santo, no puede dejarlo todo como lo encuentra en nuestra

existencia". Ante esto recordemos que el Espíritu Santo vence el miedo, sustituye el temor por

el amor que nos hace testigos.

La segunda condición para recibir el Espíritu Santo nos la sugería Benedicto XVI en

su homilía de Pentecostés del año 2009: "Si queremos que Pentecostés no se reduzca a un simple rito o

a una conmemoración, aunque sea sugestiva, sino que sea un acontecimiento actual de salvación, debemos disponernos con religiosa espera a recibir el don de Dios mediante la humilde y silenciosa escucha de su Palabra. Para que Pentecostés se renueve en nuestro tiempo, tal vez es necesario -sin quitar nada a la libertad

de Dios- que la Iglesia esté menos "ajetreada" en actividades y más dedicada a la oración".

Algunas preguntas para meditar:

¿Siento la necesidad del Espíritu Santo para vivir la Vida cristiana?

¿He sentido alguna vez el fuego del Espíritu en mi interior?

¿Puedo discernir la acción del Espíritu Santo por sus efectos o frutos: unidad,

comunión, misión, comunicación?

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7. Oración o ¿qué me hace decir el texto?

Ven Espíritu Santo, y envía desde el cielo, un rayo de tu luz.

Ven Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz.

Consolador lleno de bondad, dulce huésped del alma, suave alivio para el hombre.

Descanso en el trabajo, templanza en las pasiones, alegría en nuestro llanto.

Penetra con tu santa luz, en lo más íntimo del corazón de tus fieles.

Sin tu ayuda divina, no hay nada en el hombre, nada inocente.

Lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, cura nuestras heridas.

Suaviza nuestra dureza, enciende nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos.

Da a los fieles que en ti confían, tus siete sagrados dones.

Salva nuestras almas, premia nuestra virtud, danos eterna alegría. Amén. Aleluya.

A pedirte Señor Mendigos nos tienes A tus pies rendidos La oración nos hace fuertes Hermanados y unidos. Esperamos tu llegada, Siempre esperamos. Ven siempre a guiarnos. El camino es solo UNO Tus manos, tu costado. Es preciso reconocerlo Creerte Resucitado. La Misión nos urge El Evangelio nos transforma Somos hoy tus enviados. El perdón es el mandato. Y los testigos de la Gracia, Somos todos los cristianos. Y así entonces le pedimos Por ti, Señor al Padre, Nos envíe sin demora Tu Espíritu Santo. Para ser reconocidos como Tú Por las llagas en las manos Y también en su costado. Amén.

8. Contemplación o el silencio más allá de las palabras

Podemos hacer un rato de silencio para descubrir la presencia de la Fuente del Espíritu

Santo en nuestro interior.