sol y acero

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Este es un recorrido por la vida de un servidor público, político y empresario salvadoreño, cuya existencia se ha entrelazado con los acontecimientos más importantes del país. Y es que Sol Bang fue el último secuestrado de la guerra en El Salvador. Su secuestro ocurrió a mediados de 1991, mientras el país se encontraba en el proceso de la firma de los Acuerdos de Paz, lograda el 16 de enero de 1992. Para comprarlo puede copiar esté link: http://www.amazon.com/Sol-Acero-Spanish-Edition-ebook/dp/B00D7OMA8Q/ref=sr_1_1?s=digital-text&ie=UTF8&qid=1370616391&sr=1-1

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PRÓLOGO

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GUILLERMO SOL BANG:SOL Y ACERO

1. La primera vez que supe de Guillermo Sol Bang, Billy

Sol, como le llaman sus amigos, fue en la ciudad de México. Estábamos en los tramos finales del proceso de negociación que culminaría con los Acuerdos de Paz, que pondrían fin a una sangrienta guerra de más de una década. Todo ese año de 1991 parecía muy prometedor para la paz en El Salvador. Ya había colapsado, de la manera más sorprendente el llamado “Campo Socialista de Naciones”, los Sandinistas habían perdido las elecciones de 1990 y por todo el mundo soplaban aires de libertad. El fin del comunismo parecía un hecho indiscutible. Ninguna guerra librada en su nombre, de manera abierta o encubierta parecía tener sentido.

Estados Unidos había cambiado desde principios de los ochenta, con la llegada de Ronald Reagan a la presidencia. Su nueva política de Seguridad Nacional había hecho de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, su principal estrategia para mantener la supremacía como potencia mundial, frente a una muy debilitada y cambiante Unión Soviética, tras la llegada de Mijaíl Gorbachov como máximo líder. En el nuevo esquema, Estados Unidos ya no apoyaba dictaduras militares sangrientas ni regímenes corruptos como el de los Duvalier en Haití. Este tipo de gobiernos, que por décadas habían sido los protagonistas de la lucha anticomunista, sólo habían servido, en realidad, como el mejor abono para que las exaltadas prédicas sobre la lucha de clases cayeran en terreno fértil. Las guerrillas surgían por América Latina como hongos después de la lluvia.

La doctrina Reagan se basó, ciertamente, en un incremento del poderío militar estadounidense, un fuerte discurso hacia los países comunistas de Europa del Este a quienes llamó “El Imperio del Mal” y un decidido

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impulso a procesos democráticos en América Latina. La combinación de gobiernos civiles surgidos de elecciones libres y Fuerzas Armadas profesionales, respetuosas de los Derechos Humanos, eran la mejor fórmula para disuadir a los movimientos comunistas de la región. Al mismo tiempo, la administración apoyaba de manera decidida a los ejércitos contra-revolucionarios que luchaban contra gobiernos pro soviéticos en distintos países como Nicaragua, Angola, Etiopía, Afganistán y otros países de África y Asia.

Para finales de los noventa tal estrategia había dado excelentes resultados. A la poderosa guerrilla salvadoreña, que había lanzado su más fuerte ofensiva en 1989, le había llegado el momento de entregar las armas e incorporarse al sistema democrático. Muchas veces escuché decir a los principales comandantes guerrilleros que ese momento nunca llegaría. Pero la descarnada realidad estaba allí: no había campo socialista. Cuba, sin el subsidio soviético, apenas sobrevivía, no había retaguardia en Nicaragua. El movimiento de solidaridad que recaudó millones de dólares para apoyar la lucha guerrillera en El Salvador, estaba agotado. Para el FMLN, entonces, solo había dos caminos: o se convertía, para sobrevivir muchos años más, en una banda facinerosa perdida en los montes al estilo de las FARC de Colombia o negociaba una reforma política que le permitiera incorporarse al sistema democrático, tal como lo proponía el entonces presidente de El Salvador, Alfredo Cristiani.

EL FMLN aceptó el reto de la negociación con el auspicio de las Naciones Unidas. En 1991 toda iba bien. Parecía que los principales obstáculos al proceso negociador habían sido superados. Sin embargo, a mediados de ese año ocurrió un suceso que puso en serio peligro el proceso: Un grupo de hombres armados había secuestrado a Guillermo Sol Bang, uno de los fundadores del partido ARENA y uno de sus más simbólicos y queridos dirigentes. En ese momento yo era parte del equipo de prensa que apoyaba a la delegación negociadora del FMLN que había instalado sus oficinas en la

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ciudad de México, D.F.

2.Álvaro de Soto, el principal operador político de

la ONU para las negociaciones en El Salvador, preguntó directamente a los delegados del FMLN sobre el secuestro. Supuestamente esos hechos ya no debían ocurrir. Es más, desde mucho antes de que comenzaran las negociaciones que finalizarían con el Acuerdo de Paz, en 1980, las recién unidas organizaciones guerrilleras acordaron no hacer operaciones de secuestros, como lo habían hecho a lo largo de los años setenta para financiar las operaciones guerrilleras urbanas. Varios importantes empresarios habían sido secuestrados y algunos de ellos asesinados. Cuando las organizaciones guerrilleras se unieron para formar el FMLN, los principales dirigentes habían llegado a la conclusión de que los secuestros dañaban su imagen política y además, con la llegada de los Sandinistas al poder en Nicaragua y la activación de una poderosa red de “solidaridad” internacional que recaudaba millonarias cantidades de dinero, los secuestros como forma de financiamiento de la guerra ya no eran necesarios.

Pese a ello, el Partido Comunista Salvadoreño (PCS), la más pequeña de las organizaciones que conformaban el FMLN, siguió realizando secuestros a lo largo de los años ochenta. Entre los secuestrados se encontraban: el Coronel Omar Napoleón Ávalos e Inés Guadalupe Duarte, hija de José Napoleón Duarte. Además, algunos asesinatos políticos cometidos durante los ochenta contra connotados dirigentes políticos de derecha como Antonio Rodríguez Porth, Francisco José Guerrero y Francisco Peccorini entre otros, fueron cometidos, según dirigentes de otras organizaciones guerrilleras, por el PCS.

Con ese antecedente, Joaquín Villalobos, máximo dirigente del ERP y uno de los negociadores, no tenía ninguna duda de que el Partido Comunista, aunque oficialmente lo había negado, había secuestrado a Guillermo Sol Bang. Así se

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lo hizo saber Villalobos al Secretario General de las Naciones Unidas y a Álvaro de Soto. La posición de Villalobos, recuerdo, creó fuertes fricciones entre él y Schafik Jorge Hándal, dirigente histórico de los comunistas salvadoreños. Por esos días en México fue la primera vez que supe de Guillermo Sol Bang.

3.Tal como se relata en este libro, Guillermo Sol Bang

fuel el último secuestrado de la guerra. El último en regresar en su casa. Tiempo después, la Policía Nacional Civil, institución surgida tras los Acuerdos de Paz, estableció que varios secuestros ocurridos después de finalizada la guerra, fueron cometidos por un grupo de secuestradores ligados directamente al Partido Comunista. La misma banda habría secuestrado también a Guillermo Sol Bang. El acusado de ser el autor intelectual de estos hechos, Raul Granillo, conocido en las filas del PCS como comandante Marcelo se encuentra prófugo desde hace 15 años. Otros cuadros medios del Partido Comunista también fueron involucrados y encarcelados por los mismos sucesos. Sin embargo, una Corte Suprema de Justicia bastante influenciada por el PCS, con una fuerte cuota de poder tras los Acuerdos de Paz, impidió, a todas luces, que las investigaciones siguieran hacia más arriba.

4.En el año de 2005, le dije a Celina de Kriete, que quería

escribir un libro sobre su padre. A mí me parecía interesante escribir sobre el último secuestrado de la guerra. Celina apoyó la idea. Cuando comencé a conversar y a conocer a Guillermo Sol Bang, me di cuenta que estaba ante un hombre cuya historia era mucho más que un doloroso secuestro. Este hombre de mediana estatura, ojos azules y mirada franca, complexión fuerte y de pocas palabras, encarnaba en sí mismo casi medio siglo de nuestra historia. Fue protagonista relevante y directo de importantes sucesos que explican la historia reciente de nuestro país.

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Durante los años sesenta y buena parte de los setenta, Guillermo Sol y su hermano Mario, ambos graduados en la Universidad de Texas A&M, convirtieron, a fuerza de mucho trabajo e ingenio, una pantanosa propiedad ubicada en la zona central del país, en la más próspera finca arrocera de América Latina: El Nilo, según lo afirman periódicos y revistas especializadas de la época. Posteriormente, Guillermo Sol se dedicó a la ganadería. Su hato ganadero, en donde figuraban las mejores razas, se convirtió en un orgullo no sólo para el país, sino para la región centroamericana. Sin embargo, la reforma agraria decretada por los golpistas del 15 de octubre de 1979, no solo arrebató “El Nilo” a sus legítimos dueños sino que destruyó todo aquel esfuerzo de años. Por estos días, El Nilo ha vuelto a ser la zona pantanosa de antes: sin arroz, sin ganado, casi sin ningún vestigio del símbolo de progreso que antes fue.

5.Guillermo Sol Bang no se amilanó al perder de manera

injusta, dolorosamente y de un solo plumazo casi todo su patrimonio. Ni siquiera, como hicieron otros afectados por las demagógicas reformas de 1980, se quiso ir del país. Acá trabajó como empleado de una compañía de seguros, de la cual llegó a ser uno de sus directores. Con un crédito compró una finca cafetalera, mucho más pequeña y menos esplendorosa que El Nilo, pero al menos, le devolvió la satisfacción de trabajar en el campo. Al mismo tiempo, junto a otros empresarios visionarios y patriotas, fundó un partido político que haría historia en el país: Alianza Republicana Nacionalista, ARENA.

Justamente el día en el que Guillermo Sol Bang y un

grupo de dirigentes de ARENA, entre ellos el Doctor Guillermo Ávila Moreira y Ricardo Valdivieso se dirigían a entregar las planillas de candidatos a la Asamblea Constituyente en las cruciales elecciones de 1982, un grupo de terroristas los ametrallaron desde un vehículo en marcha. Guillermo Sol Bang y sus compañeros fueron gravemente heridos. Alguien

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terminó llevando las planillas al Consejo Central de Elecciones. Los papeles estaban manchados de sangre. Por esos días Guillermo Sol Bang era el encargado de las finanzas del partido. Un partido en la oposición política, pero que además había sido declarado como objetivo militar de la guerrilla. Luego de varias importantes batallas políticas, ARENA, con Alfredo Cristiani ganó las elecciones presidenciales de 1989. Su primer gran logro fue la paz. Guillermo Sol Bang, no pudo celebrarla. Estaba secuestrado.

6.Las secuelas de un secuestro, del tipo que sea, son

terribles. A lo largo de este libro se relata en detalle este dramático episodio. Sin embargo hoy, a sus 82 años Guillermo Sol Bang no es un hombre amargado y resentido con la vida. Fue durante 12 años, de 1993 a 2004, presidente de la autónoma más grande de Centroamérica, CEL. Esta institución, luego de la guerra, estaba prácticamente destrozada y carcomida por la corrupción y un agresivo sindicalismo izquierdista. Billy Sol la puso en pie y la convirtió en una de las empresas más rentables de la región. Al frente de CEL, Guillermo Sol Bang fue un ejemplo de eficiencia y probidad. La parte dedicada en este libro a CEL debe leerse con mucha atención por parte de antiguos, actuales y futuros funcionarios. También es recomendable la lectura de este tramo del libro por el lector común para que saque sus propias conclusiones.

7.Más que escribir un libro, trabajar con don Billy me

ha permitido estar frente a una de las personas más rectas que haya conocido en mi vida. Su carácter es firme y duro como el acero. Su cabeza es un permanente hervidero de ideas y su corazón es un enorme recipiente de amor para sus hijos: Celina, Carolina, Guillermo y Alfredo, y para su esposa doña Ochy; sus nietos le alegran cada segundo de su vida. Es absolutamente leal con sus amigos y con su partido. Escribir este libro, ha sido para mí, como tomar una lección de carácter, de cómo superar las situaciones más difíciles

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que se puedan presentar, pero también he aprendido a ser un mejor padre y esposo. Una vez el ex presidente Francisco Flores, en un homenaje en el que se le entregó a Guillermo Sol Bang la Orden José Matías Delgado, máximo galardón que se le otorga a un ciudadano salvadoreño, dijo: “una de las grandes satisfacciones que espero de la vida, es que mis hijos algún día sean como don Billy”. Comparto esa aspiración.

Marvin GaleasSan Salvador, marzo de 2011.

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MI INFANCIA, MIS PADRES

El 10 de junio de 1927, mi madre, Teresa Bang de Sol, y mi padre, Mario Antonio Sol, viajaban en tren desde la ciudad de Nueva York, en el noroeste, hacia la ciudad de San Francisco, literalmente en el lejano oeste. De un extremo de la nación al otro. Mi madre, que ya tenía cerca de nueve meses de embarazo, sintió de pronto los clásicos síntomas de un inminente parto.

El tren se detuvo en la estación de Marshalltown, en

aquel entonces una pequeña ciudad de no más de 15 mil habitantes, ubicada en el estado de Iowa. Pocas horas después, en el Deaconess Hospital, nací a las 9:40 de la mañana, de emergencia y, por casualidad, en los Estados Unidos de América. Han pasado ocho décadas desde entonces y nunca he vuelto a ese pueblecito. Debería quizá hacerlo. Aunque nací allá, soy tan salvadoreño como el río Lempa.

Mi padre, como sus antepasados, era un hombre enamorado de la campiña y la agricultura. Muy joven lo habían enviado a estudiar, a Inglaterra primero, y luego a San Francisco, California, donde permaneció durante más de una década. Entonces, cuando no existía la aviación comercial, era difícil viajar a Europa o a Estados Unidos. Mi padre dominaba perfectamente el inglés y tocaba violín. Pero, sobre todo, era un hombre modesto al que le gustaba vivir con sencillez. Disciplinado y trabajador. Nunca bebió ni fumó. Su pasión, como decía, era el campo. Se dedicó con mucho ahínco a la ganadería y a la siembra de algodón. A fuerza de mucho trabajo logró reunir dinero para comprar una propiedad pantanosa a 12 kilómetros al sur de Zacatecoluca, la cual, años después, mi hermano Mario y yo convertimos en la más importante hacienda arrocera de Centroamérica: se llamaba El Nilo.

Éramos tres hermanos: Mario, Vicente el menor y yo, el mayor.

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Mi madre era hija de Andrés Bang, un químico farmacéutico de origen danés, quien era muy conocido por ser el fundador y propietario de la Farmacia y Droguería Cosmos. En aquellos tiempos las droguerías no eran un negocio muy común. Mi madre era alta, blanca, rubia y, al igual que mi padre, tenía los ojos azules. Recuerdo a mi madre como una mezcla de severidad y dulzura. Nuestros padres nos criaron con mucho amor, pero también con rigor y disciplina. Siempre estaré agradecido con Dios por haber tenido unos padres como los que tuve.

Uno de los recuerdos más nítidos que guardo de mi niñez es el caballo que mi padre me regaló cuando cumplí cinco años. Yo mismo lo bauticé con el nombre de “Cuetillo”. En la década de los 30 vivíamos, mis padres y mi hermano Mario, en la 17 Avenida Norte, en la zona donde hoy es el Centro de Gobierno. La casa, que por cierto tenía el número 211, era agradable y fresca. Estaba rodeada de terrenos con inmensos guayabales donde yo solía ir a pasear montado en mi caballo. A veces, aunque todavía era un niño, me aventuraba cabalgando hasta los terrenos donde hoy se encuentran el Centro de Gobierno, Metrocentro y el bulevar de Los Héroes.

San Salvador era por esos días un plácido lugar, donde sus 60 mil habitantes vivían con tranquilidad. Por sus calles apenas circulaban unos cuantos vehículos. La ciudad capital era el corazón de la vida política, comercial y social de la nación. La mayoría de capitalinos vivía en casas sencillas, muchas de ellas de adobe y bahareque, en los barrios que confluían en las cercanías de la Iglesia de Candelaria: San Esteban, El Centro, Candelaria, La Vega, Santa Anita, San Jacinto y Modelo. Hacia el noroeste de la ciudad se ubicaban las colonias residenciales de las clases medias y altas. Ya existían centros de recreación como el Campo de Marte, restaurantes, bares y salas de cine.

En el centro estaban las plazas Barrios, Morazán y Libertad; los hermosos edificios del Palacio y el Teatro

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Nacional y varios almacenes donde se podía comprar telas, calzado, abarrotes y todo tipo de mercadería. Cerca de la Plaza Barrios estaba una farmacia llamada La Reforma, donde había una fuente de soda. Allí solían llegar muchachos y muchachas a comerse un sorbete, tomar un café, leer revistas y periódicos o solamente a conversar. La mayoría de la gente se saludaba por sus nombres y la delincuencia prácticamente no existía. Sin embargo, toda esa tranquilidad desapareció pocos años después, cuando la violencia política, a principios de 1932, se cobró muchas vidas, sobre todo en el occidente del país.

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EL ASESINATO DE CHEPE WRIGHT Y LA CAÍDA DE MARTÍNEZ

Durante mi infancia y juventud, mis mejores amigos eran Edgardo Córdova, hijo del Dr. José Enrique Córdova; Dina, Ernesto y Roberto Palomo; Antonio Alfaro y los hijos de don Juan Wright: Nena, Juan y José, este último conocido como Chepe. Con Chepe éramos como hermanos. Su trágica muerte, cuando acababa de cumplir 17 ó 18 años, marcó la caída del gobierno del general Maximiliano Hernández Martínez, a quien también conocí en mi infancia, ya que era muy amigo de mi padre.

Para el año 1944, el general estaba en su peor momento político, luego de 13 años de un gobierno caracterizado por el orden y la mano de hierro. Prácticamente todo el país se había puesto en su contra, incluso sectores empresariales importantes que le habían apoyado en el pasado. El 5 de mayo de ese año comenzó una huelga general en la que participó casi toda la sociedad civil. Las oficinas públicas y privadas cerraron, el comercio también. En realidad, todo el país estaba paralizado. Sin embargo, el 7 de mayo ocurrió el hecho trágico que aceleró la caída del gobierno.

Al atardecer de ese día, Chepe y algunos de nuestros amigos se encontraban conversando en la calle, a la vuelta de su casa, cuando de pronto apareció un grupo de policías que custodiaban la casa de un ministro del gobierno que vivía cerca. Debido a la huelga y a la tensión política, el gobierno había declarado el estado de sitio y la ley marcial. La policía podía detener a cualquiera después de cierta hora.

• ¿Quiénes son ustedes?- preguntó uno de los policías.• Por acá vivimos- respondió Chepe, según dicen los

testigos.• ¿Qué no saben que no pueden andar por las calles

a esta hora?- volvió a preguntar el policía, chasqueando su fusil.

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• Nosotros solo estamos platicando, somos estudiantes de secundaria y no andamos haciendo nada malo- dijo Chepe. Acto seguido, uno de los policías que estaba como a unos 20 metros disparó contra Chepe en la cabeza, quien cayó muerto de inmediato.

La noticia se corrió como reguero de pólvora por toda la ciudad y todo el país. “Mataron al joven José Wright Alcaine”, decían las noticias. La huelga general se profundizó aún más. Tanto Chepe como don Juan tenían la ciudadanía estadounidense, de modo que el Gobierno de los Estados Unidos, a través de su embajada en San Salvador, se sumó a las presiones para que el general renunciara. Al día siguiente, por la tarde, el entierro de Chepe se convirtió en una multitudinaria manifestación antigubernamental. En las primeras horas de la noche, a través de la radio YSP, conocida como la Voz de Cuscatlán, el mismo general Martínez anunció su renuncia. Inmediatamente abandonó el país con rumbo a Honduras, donde fue asesinado por su motorista, Cipriano Morales, muchos años después.

En su última intervención por la radio, el general expresó: “No creo en la historia, porque la historia la hacen los hombres y los hombres tienen pasiones”.