sociedad venezolana

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 IDENTIDAD, LIDERAZGO Y COMPROMISO I Materiales de lectura N° 3 Ua !irada a la realidad "ee#$laa%& Caracteri#aci' s$ci$&cultural de la ($)laci' "ee#$laa%&  Carácter matricentrista: Este modelo no es exclusi vo de V enezuela. Se extiende por todo el Cari be, incluso anglosajón y tiene orgenes !istóricos, culturales y "tnicos. El modelo #a mi li ar $cul tural pop ul ar venezol ano es, pues, el de una #a mi li a matri centra da, matri# ocal o matri c"ntri ca. %e todos estos t"rmi nos pre#ier o el t"rmino matricentrada. Cuando digo &ue es un modelo cultural, entiendo &ue se #unda, origina y sostiene sobre una praxis vital, !istórica ciertamente, &ue trasciende más allá de estructuras sociales y económicas de corto o mediano alcance a un modo de !ab"rselas el !ombre con la reali dad. En cuanto cultu ral, un modelo #amil iar se estruc tura y #ija una vez &ue, sobr e la  praxis$vida de un grupo !umano, se !a constituido una simbólica com'n, una ( !abitud) a la reali dad y una episteme . *o impli ca ello &ue el modelo de #ami lia sea poste rior a este  proceso pues se elabora en su mismo seno y, lo mismo &ue otras (instituciones), es sujeto, a la vez agente y paciente del mismo. +a persistencia de un modelo #amiliar implica por lo mismo la persistencia de una cultura en su n'cleo matricial energ"tico al menos, de modo &ue no cambia sin el cambio de "ste y viceversa. amili a mat ric ent rada no si gni #ic a de ninguna mane ra #amili a mat ria rca l. El mat ria rca do lle va, en la mi sma etimo loga de la pal abr a, el pode r de domini o como contenido de#initorio. Si bien el poder de la madre es una realidad presente en la #amili a matri centra da, no la de#ine. En todo caso no es un poder de gobierno #emen ino sobre la comuni dad. -aj o un pat ri arc ado #orma lme nte #uert e, y rea lme nte d"bil , #unciona un mat ria rca do tot alizador de puertas adentro. +a #amil ia, pues, en est e modelo, est á constituida por una mujer$madre con sus !ijos. omado de: /lejandro 0oreno: (+a #amilia popular Venezolana) en Venezuela ante el siglo XXI , Caracas, 1niversidad Simón -olvar, 2334, p. 56.

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IDENTIDAD, LIDERAZGO Y COMPROMISO I Materiales de lectura N 3 Una mirada a la realidad venezolana.-Caracterizacin socio-cultural de la poblacin venezolana.- Carcter matricentrista:

Este modelo no es exclusivo de Venezuela. Se extiende por todo el Caribe, incluso anglosajn y tiene orgenes histricos, culturales y tnicos.

El modelo familiar-cultural popular venezolano es, pues, el de una familia matricentrada, matrifocal o matricntrica. De todos estos trminos prefiero el trmino matricentrada.

Cuando digo que es un modelo cultural, entiendo que se funda, origina y sostiene sobre una praxis vital, histrica ciertamente, que trasciende ms all de estructuras sociales y econmicas de corto o mediano alcance a un modo de habrselas el hombre con la realidad. En cuanto cultural, un modelo familiar se estructura y fija una vez que, sobre la praxis-vida de un grupo humano, se ha constituido una simblica comn, una habitud a la realidad y una episteme. No implica ello que el modelo de familia sea posterior a este proceso pues se elabora en su mismo seno y, lo mismo que otras instituciones, es sujeto, a la vez agente y paciente del mismo.

La persistencia de un modelo familiar implica por lo mismo la persistencia de una cultura en su ncleo matricial energtico al menos, de modo que no cambia sin el cambio de ste y viceversa.

Familia matricentrada no significa de ninguna manera familia matriarcal. El matriarcado lleva, en la misma etimologa de la palabra, el poder de dominio como contenido definitorio. Si bien el poder de la madre es una realidad presente en la familia matricentrada, no la define. En todo caso no es un poder de gobierno femenino sobre la comunidad. Bajo un patriarcado formalmente fuerte, y realmente dbil, funciona un matriarcado totalizador de puertas adentro. La familia, pues, en este modelo, est constituida por una mujer-madre con sus hijos.Tomado de: Alejandro Moreno: La familia popular Venezolana en Venezuela ante el siglo XXI, Caracas, Universidad Simn Bolvar, 2003, p. 68.Violencia y fragmentacin:

Encontramos la violencia y la fragmentacin, como expresiones de un instinto de destruccin que algunos autores califican de belicoso. Esta tendencia belicosa tambin aparece a comienzos del siglo XX. Antes de ello, los venezolanos son considerados como bravos y valientes, habiendo dado buena prueba de tal cosa en la Guerra de Independencia, la cual los condujo desde Venezuela hasta Bolivia, desarrollando un gran nmero de virtudes en esa ocasin. Pero desde 1905 hasta 1935 la participacin venezolana en las guerras civiles y las diversas tentativas de derrocar a Juan Vicente Gmez (por ejemplo, Arvalo Cedeo, Delgado Chalbaud) son vistas como manifestaciones de crueldad aventurera en la medida en que ellas denotaban la inquietud, la inestabilidad y la irreflexin. Se las interpreta a s mismo como manifestaciones de brutalidad, de un amor a la libertad que, debido a la ausencia de reglas y de restricciones, se asemeja al salvajismo, convirtindose, por ende, ms bien en un defecto que en un rasgo positivo.

A partir de 1936, este rasgo recibe menos relevancia, pero persiste. Y esa violencia continua conlleva a la anarqua, el desorden, la falta de organizacin social, poltica, intelectual e incluso moral. Esto fue acentundose con la mala reparticin de la riqueza petrolera, rasgo que se acenta cuando pocos tienen mucho y muchos tienen poco en el reparto del provento petrolero, sobre todo en una sociedad en la cual la cultura populista se ha intensificado con la labor clientelista de gobiernos corruptos.

Hoy en da, a principios del siglo XXI, somos vctimas de esta actitud, con la fragmentacin en dos bloques que dividen a la sociedad venezolana, separada por un odio feroz entre los que quieren y los que quieren a un modelo poltico determinado.Tomado de: Maritza Montero: La autoimagen nacional de los venezolanos en Venezuela ante el siglo XXI, Caracas, Universidad Simn Bolvar, 2003, pp. 31-32.Liderazgo y caudillismo poltico-social:

En la repblica criolla del siglo XIX domina la figura del caudillo: seor de la guerra civil provinciana que esquilma la tierra y el ganado, y diezma a los pueblos con su proyecto belicoso de realizacin omnmoda de la subjetividad. Es la versin decimonnica del encomendero castellano del siglo XVI o del pcaro andaluz del siglo XVII. Su proyecto no incluye el trabajo productivo y la peonada hambrienta entra slo como carne de can en la batalla de sus aspiraciones particulares.

El caudillo es el que arrebata. Sus seguidores son los vivos si se enrolan con el ms fuerte. Est gestndose el pjaro bravo criollo que juega a ganador, que es leal a su seor -no importa quien, con tal de que suba y le deje ir pegado-, que se gana y ni siquiera empata, sino que arrebata. Es el mundo del avispado en el que hay que saber ubicarse en el retrato y en el reparto. La diferencia con la sociedad colonial est en que antes al menos estaba el Rey, para decidir el reparto. Ahora reina la rebatia.

El siglo XIX es el de la guerra continua. El de los generales de campaa porque no existe la Academia. Y la guerra es tiempo propicio para la subjetividad carismtica, que no se sujeta a normas, que no acepta lmites y que de ningn modo se somete a la organizacin racional.

El poder poltico encontrar su base precisamente en la guerra entre seores de la tierra. Pero es un poder que vive de espalda a la peonada, y rodeado de la otra Venezuela, la de los comerciantes importadores y los doctores abogados, con los ojos puestos en Francia y a veces, incluso gobernando desde Pars. Los esculidos excedentes de la agricultura ya desde entonces son asignados a las importaciones superfluas.

En las masas diezmadas por la guerra crnica se desarrolla un rechazo ciego a la violencia, al conflicto, al enfrentamiento. La ausencia de conflicto, ms que la paz y la concordia que se edifican con la justicia, se convierte en anhelo fundamental. Creo que aqu hay que colocar el irenismo, esa pasin por la ausencia del conflicto, de la cultura criolla. Cantidad de veces se nos ocurre que determinadas tensiones se podran resolver mediante el enfrentamiento conflictivo -nadie habla de violencia ni de guerra- y, sin embargo, esas tensiones nunca se resuelven porque jams se llega a un duelo que pueda ser conflictivo. Se prefiere la tensin crnica a la resolucin dificultosa.

Los elementos que van apareciendo permiten intuir la constitucin de un ethos de acento subjetivo -en la subjetividad, no en la objetividad de un orden normativo con valoraciones definidas- que pone su realizacin no en el trabajo productivo ni en el esfuerzo racional, sino en la acertada ubicacin en el marco de las relaciones de las que se pueden derivar ventajas sociales. En ese contexto, los modelos altamente estimados son el hroe inalcanzable o los caudillos- que ya estn completos.

Al frustrarse la subjetividad en su intento de alcanzar al hroe o al caudillo, necesariamente deriva hacia su correlativo: peonaje, lealtad, como expediente existencial y cohecho como expediente estratgico, carencia de proyecto personal y social, necesidad de caudillo, necesidad de lderes, decimos ahora. Mientras la sabidura popular viene diciendo secularmente que aqu hay ms caciques que indios, la gente de corbata concluye los diagnsticos proclamando la necesidad de lderes: hara falta alguien a quien no le tiemble el pulso, que nos tire lnea -para saber qu debemos hacer-, que nos sirva de modelo ejemplar -para imitarlo- y nos conduzca -para no equivocar el camino-. Todo esto no deja de sonar a aoranza de caudillo. Hablando en sentido figurado, sta fue uno de los legados que los ciudadanos de hoy heredamos del siglo XX venezolano y que, desde el punto de vista poltico y social, se refleja en nuestras preferencias electorales.Tomado de: Mikel de Viana, S. I., Ethos y valores en el proceso histrico-poltico de Venezuela, en El Hombre, Retos, Dimensiones y Trascendencia, Caracas, Publicaciones UCAB, 1993, pp. 155-157.