sociedad civil y psiquiatria
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8/12/2019 Sociedad Civil y Psiquiatria
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La psiquiatra se introduce plenamente en la
sociedad civil de la mano de la antipsiquia-
tra y de la reforma psiquitrica, en las ltimas
dcadas del siglo pasado. Con las antipsiquia-
tra la sociedad toma el derecho de opinar sobre
la locura, sobre la enfermedad, sus formas de
tratamiento y sus profesionales: psiquiatras, psi-
clogos, psicoanalistas. En su mensaje hay una
ruptura con la normalidad dominante, con la
mediocre medida de la normalidad del conser-vadurismo social, y una reivindicacin al derecho
a las emociones, a la afectividad, a la desviacin
e incluso al conflicto psquico. Su difusin, reali-
zada ms a travs de los medios culturales que
de la informacin especializada psiquitrica y
psicolgica, enreda los lmites entre razn y lo-
cura, ya debilitados por Freud, en la conciencia
de la poca. Con la reforma psiquitrica, con la
desinstitucionalizacin y la salud mental comuni-
taria, amplio movimiento engarzado en la refor-ma de los servicios pblicos en el horizonte del
Estado de Bienestar, la sociedad exige otro cur-
so al tratamiento de la psicosis y de otras enfer-
medades mentales graves: la erradicacin del
manicomio y formas degradantes e ineficaces
de cuidado y atencin. La psiquiatra, originada,
junto con el manicomio, como una respuesta a
la locura, en la configuracin del orden social
contemporneo, empieza a ocuparse a princi-
pios del siglo XX del malestar ms comn quees la neurosis, trastornos de la existencia o desa-
zones de la civilizacin (psicopatologa de la vi-
da cotidiana), escindindose en dos prcticas y
dos teoras: la psiquiatra del asilo, del hospital
psiquitrico, como obligacin pblica, y la del
consultorio, por lo general privado. En cualquier
caso, tanto la antipsiquiatra, como la ref
psiquitrica en su largo y desigual proceso
dava en pleno desarrollo en algunos p
(Brasil, Mxico, Chile...), van a influir en la c
guracin del imaginario que tanto la socie
civil como los poderes pblicos tienen de la
fermedad y de su tratamiento, de lo que
que atender y de qu hay que pedir a la
quiatra (y la psicologa clnica). El impacto
guardista de la antipsiquiatra, es de escasa
vancia en la prctica clnica, pero deja
importante poso en el pensamiento y la cu
(que se manifiesta hoy en la demanda de
pias alternativas, curas naturistas, ayurv
cas...). Es el amplio movimiento de pacie
familiares y profesionales que se desarroll
torno a los diferentes procesos de reforma
quitrica quien incide decisivamente en la
culacin de la demanda y la oferta de serv
junto con el modelo de servicios pblicos mido por los Estados. Pacientes y famil
constituyen organizaciones que reclaman, d
posiciones ms o menos integradas en los s
cios de salud (usuarios) o radicalmente cr
(los llamados supervivientes y ex psiqu
zados), una participacin activa en las pol
de salud mental, y en el quehacer de sus p
sionales, cuando no el apoderamiento,
otras palabras ms respetuosas con nuestra
gua: el traspaso a los ciudadanos, grupos, onizaciones y comunidades del poder y la ca
dad de tomar las decisiones. Organizaci
que suplen la ausencia de prestaciones pb
en pases como EEUU (donde la Alianza N
nal para el Enfermo mental cuenta con 220
miembros) y que se identificaron en sus org
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Sociedad civil, salud menty psiquiatr
Manuel Desv
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con el Movimiento de Mujeres o el Movimiento
de Derechos Civiles del Negro, en la conquista
de los derechos civiles, la ciudadana plena para
los enfermos mentales. O bien las asociaciones
europeas, donde familiares y usuarios estn vin-
culados a los servicios pblicos, actuando de
forma complementaria. O el amplio movimiento
de pacientes y familiares que en Brasil est for-zando nuevas y creativas formas de actuacin
comunitaria (incardinados en la sociedad civil,
en los poderes legislativos y en el desarrollo, la
evaluacin y acreditacin de los servicios), ayu-
dando a constituir esa otra nacin, nacin mixta,
trasversal, de la que habla Benedetto Saraceno,
donde enfermedades y condiciones adversas se
entrecruzan (Una nacin que hoy corre el riesgo
de perderse en mltiples seudoidentidades: de
esquizofrnicos, de bipolares, trastornos lmi-
tes.., fragmentndose, agotando su fuerza social
en un fundamentalismo de grupo).
En esta modulacin de la demanda de la so-
ciedad civil (de atencin, de cuidado) y de la de-
manda poltica (de control social), se va configu-
rando una patologizacin del malestar y de la
falla social, que surgen, en parte, como una psi-
quiatrizacin activa y positiva, consecuencia de
poner en el orden del da de la sociedad demo-
crtica el tema de la marginacin y estigmatiza-
cin de la enfermedad mental (en un Estado
garante del derecho social a la salud, en el hori-
zonte del Estado de Bienestar [ver Ivn de la
Mata y Alberto Ortiz]), se pervierte y adultera en
el modelo de Estado minimalista hoy dominan-
te, donde la competencia desplaza a la solidari-
dad en la empresa pblica de servicios. El Ban-
co Mundial sanciona estas polticas sanitarias en
sus informes sobre la gestin sanitaria (1987,1993), que, entre otras medidas, introducen las
fuerzas del mercado en el mbito sanitario y el
traslado a los usuarios de los gastos en el uso de
las prestaciones, como forma de reducir el gas-
to pblico. Una privatizacin del sufrimiento y
de la enfermedad, que obliga al cuidado perso-
nal, al salutismo individualizado, y a la compra o
aseguramiento del bienestar y que hace a la
ciudadana, estamos hablando de la ciudadana
del primer mundo, ms exigente y caprichosa
con el especialista, convertido en cliente o usua-
rio de unos servicios particulares que de una u
otra forma paga.
Por otra parte, este desplazamiento de la so-ciedad al mercado, convierte, la salud mental,
como el resto de la salud, en un objeto de con-
sumo ms. Ni la mejora de las herramientas te-
raputicas, el inmenso avance tcnico, ni la me-
jora de las condiciones de vida y de las medidas
salubristas, han servido para disminuir y racio-
nalizar la demanda, como en un principio se
pens. Todo lo contrario, han contribuido a cre-
ar el mito de la eficacia para todo de la tcnica,
sea enfermedad o dificultades de la vida coti-
diana. Han contribuido a una patologizacin de
la existencia. El mundo se descubre, como insis-
te en Comentarios a la sociedad del espectcu-
lo Guy Debord, entregado al conjunto de los es-
pecialistas. Todo lo que no llegamos a entender
nos ser reconocible gracias al experto. All don-
de el individuo no reconoce nada por s mismo
ser formalmente tranquilizado por el experto.
Hasta en nuestra conducta moral hay que guiar-
se por los especialistas. Expertos de un saber
fragmentado, utilitarista: nos importa el manejo
de las cosas no su esencia ni tan siquiera sus
mecanismos.
Medicalizacin de la existencia que enfrenta
a la psiquiatra con una doble demanda: de un
lado, la peticin proteica, en busca de solucio-
nar o mitigar las dificultades o sufrimientos de la
existencia, y por otra la exigencia de control so-
cial sobre las conductas desviadas y desalma-das. En el primer caso, la demanda ciudadana y,
en ocasiones una oferta escasamente profesio-
nalizada (ver texto de Alberto Fernndez Liria),
introducen la prctica de psiquiatras y psiclo-
gos, por el resquicio de la frustracin social,
invadiendo poco a poco la escuela, la vida fami-
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liar, la cama, los sueos. En el segundo, la socie-
dad exige de los profesionales de la salud men-
tal no solo controlar la locura, el acto psictico
imprevisible, sino remedios eficaces para el ma-
lestar cotidiano. Exige, una vez ms, hacer fren-
te a sus males, psiquiatrizar el mal: violadores,
torturadores, psicpatas. Ante la noticia de que
el delincuente desalmado, el torturador o el vio-lador padecen un trastorno mental, experimen-
tamos una cierta tranquilidad, pues el asunto se
relega a una causalidad mdica y a una solucin
mdica. La sociedad queda ms tranquila si atri-
buye a la enfermedad los crmenes que la deni-
gran, omitiendo su responsabilidad.
Sin duda, la atencin psiquitrica debe estar
cerca del ciudadano, ser comprensible para l;
debe estar adecuada a sus necesidades. No es
solo una cuestin de unos especialistas encerra-
dos en grandes complejos hospitalarios, o en el
despacho ministerial, buscando la evidencia en-
tre s o en los vericuetos de la Red. Una s
social, universal, colectiva precisa para su p
ficacin y desarrollo, en especial para el cuid
de la salud mental, la participacin activa d
dos sus actores. Precisa que la sociedad ci
travs de sus organizaciones y comunida
se convierta en sujeto sociolgico que gest
o participa activamente en la administraciaspectos fundamentales de las necesidade
lectivas. Precisa del protagonismo de la c
dana, de la presencia de la sociedad civil, d
apropiacin de la salud, y no esa ausenci
comunidad que caracteriza la planificacin d
sanidad, incluso de la que se llama comuni
en la mayora de los pases de nuestro ent
sociocultural. Pero para ello la sociedad civi
be de tener, y este es el empeo necesari
todos los que intervenimos en el acto sanit
la informacin, el conocimiento, la autonom
la libertad que le permitan poder discernir.
Metrpolis. Film museum Berlin.