sobre un texto tallado a mano

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Sobre un texto verdaderamente tallado a mano por Hugo Blumenthal Más que la historia de un crimen verdadero, “Ataúdes tallados a mano” es la historia de un hombre. Es la historia cotidiana de un detective en una pequeña ciudad de Oeste norteamericano en los años setentas, tratando de resolver un caso. El subtítulo (“Relato real de un crimen americano”) parece aludir más a esta historia, a su historia, que al mismo caso investigado por el detective. Si un crimen es relatado, en este magistral texto de Truman Capote, no es otro que aquel que “la voluntad de Dios” perpetra contra ese hombre llamado Jake Pepper. Y se trata de una historia real, como el subtítulo advierte. He ahí lo inquietante. No se trata de una más de aquellas historias contadas por uno de esos escritores “que se agachan ante su máquina de escribir y se masturban mentalmente”, como lo expresara el mismo Jake. No se trata de una de esas historias a las que nos tienen tan acostumbrados el cine y la mala literatura, donde los malos siempre pierden porque los buenos ganan. No se trata, en fin, de una de esas historias ante las cuales podemos pasar tranquilamente la última página, seguros de que nada de ello ha sucedido, que son puras imaginaciones. No es éste el caso. Se trata de una historia que ocurrió, que por tanto puede volver a suceder bien sea en Estados Unidos o en cualquier otra parte del mundo (en realidad la historia no tiene mayor carácter de Estados Unidos que el simple hecho de que haya sido registrada allí). Y por ello resulta quizás más inquietante que las mejores historias de Graham Greene y Eric Ambler, John leCarré o Friedrich Dürrenmatt (aunque la historia de Jake es muy parecida a la del comisario Matthäi, relatada por Dürrenmatt en su novela “La promesa” en 1958). Para contar esta historia Truman Capote estuvo en estrecha relación con su protagonista. La historia de los ataúdes y la de Jake Pepper (dos historias que en realidad son una, ya que Pepper hace suya la de los ataúdes) comienza con la carta que Jake Pepper le escribe a Capote en 1972 (de antes se conocían porque otro detective los había presentado) sobre un caso que estaba siguiendo, y que seguramente a él le podría interesar. No se equivocaba, pero entonces ignoraba cuánto no llegaría a interesarles a ambos dicho caso. A partir de ahí Capote se pone en contacto con Jake, y durante los tres años siguientes “intercambiábamos llamadas telefónicas cada pocos meses”, hasta que un día, cuando el caso parecía haber llegado a un punto muerto (sic), Capote le pide permiso a Jake para ir a mirar por sí mismo. Capote convive algunos días con Jake, y éste le presenta a Addie Mason y a Robert Hawley Quinn, con lo que consigue algo de material de primera mano, sus propias impresiones. Después Capote regresa a Nueva York (no tiene sentido quedarse, esperando a que algo ocurra, como sí debe hacer Jake), pero sigue en contacto permanente (“Durante los meses siguientes llamé a Jake por lo menos una vez a la semana, normalmente los domingos, cuando estaba en casa de Addie, lo que me daba la oportunidad de hablar con los dos”). Luego parte para Europa, por lo que inevitablemente pierde contacto con la historia de los ataúdes. Sin embargo aun entonces no puede dejar de pensar en Jake. Y no más volver se informa sobre todo lo sucedido en su ausencia. De 1975 a 1979 Capote sigue el asunto, de manera un tanto distanciada pues prácticamente no sucede mayor cosa con el caso de los ataúdes, y Jake pasa a ser no precisamente una persona con la cual sea agradable hablar todos los días. Pero la historia sigue haciendo parte de su interés, como lo delatan luego las notas extraídas de sus cuadernos Hugo Blumenthal © 2007 1

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Page 1: Sobre Un Texto Tallado a Mano

Sobre un texto verdaderamente tallado a manopor Hugo Blumenthal

Más que la historia de un crimen verdadero, “Ataúdes tallados a mano” es la historia de un hombre. Es la historia cotidiana de un detective en una pequeña ciudad de Oeste norteamericano en los años setentas, tratando de resolver un caso. El subtítulo (“Relato real de un crimen americano”) parece aludir más a esta historia, a su historia, que al mismo caso investigado por el detective. Si un crimen es relatado, en este magistral texto de Truman Capote, no es otro que aquel que “la voluntad de Dios” perpetra contra ese hombre llamado Jake Pepper. Y se trata de una historia real, como el subtítulo advierte. He ahí lo inquietante. No se trata de una más de aquellas historias contadas por uno de esos escritores “que se agachan ante su máquina de escribir y se masturban mentalmente”, como lo expresara el mismo Jake. No se trata de una de esas historias a las que nos tienen tan acostumbrados el cine y la mala literatura, donde los malos siempre pierden porque los buenos ganan. No se trata, en fin, de una de esas historias ante las cuales podemos pasar tranquilamente la última página, seguros de que nada de ello ha sucedido, que son puras imaginaciones. No es éste el caso. Se trata de una historia que ocurrió, que por tanto puede volver a suceder bien sea en Estados Unidos o en cualquier otra parte del mundo (en realidad la historia no tiene mayor carácter de Estados Unidos que el simple hecho de que haya sido registrada allí). Y por ello resulta quizás más inquietante que las mejores historias de Graham Greene y Eric Ambler, John leCarré o Friedrich Dürrenmatt (aunque la historia de Jake es muy parecida a la del comisario Matthäi, relatada por Dürrenmatt en su novela “La promesa” en 1958). Para contar esta historia Truman Capote estuvo en estrecha relación con su protagonista. La historia de los ataúdes y la de Jake Pepper (dos historias que en realidad son una, ya que Pepper hace suya la de los ataúdes) comienza con la carta que Jake Pepper le escribe a Capote en 1972 (de antes se conocían porque otro detective los había presentado) sobre un caso que estaba siguiendo, y que seguramente a él le podría interesar. No se equivocaba, pero entonces ignoraba cuánto no llegaría a interesarles a ambos dicho caso. A partir de ahí Capote se pone en contacto con Jake, y durante los tres años siguientes “intercambiábamos llamadas telefónicas cada pocos meses”, hasta que un día, cuando el caso parecía haber llegado a un punto muerto (sic), Capote le pide permiso a Jake para ir a mirar por sí mismo. Capote convive algunos días con Jake, y éste le presenta a Addie Mason y a Robert Hawley Quinn, con lo que consigue algo de material de primera mano, sus propias impresiones. Después Capote regresa a Nueva York (no tiene sentido quedarse, esperando a que algo ocurra, como sí debe hacer Jake), pero sigue en contacto permanente (“Durante los meses siguientes llamé a Jake por lo menos una vez a la semana, normalmente los domingos, cuando estaba en casa de Addie, lo que me daba la oportunidad de hablar con los dos”). Luego parte para Europa, por lo que inevitablemente pierde contacto con la historia de los ataúdes. Sin embargo aun entonces no puede dejar de pensar en Jake. Y no más volver se informa sobre todo lo sucedido en su ausencia. De 1975 a 1979 Capote sigue el asunto, de manera un tanto distanciada pues prácticamente no sucede mayor cosa con el caso de los ataúdes, y Jake pasa a ser no precisamente una persona con la cual sea agradable hablar todos los días. Pero la historia sigue haciendo parte de su interés, como lo delatan luego las notas extraídas de sus cuadernos

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personales. El 2 de octubre de 1979 Jake invita a Capote a ir por última vez al pueblo (por “unos informes en el tribunal que quiero robar para mis archivos”). Capote aprovecha esa ocasión para entrevistarse con Quinn. Jake ya ha sido vencido. Todo este recuento es sólo para mostrar que se trata de un total siete años, transcurridos entre el conocimiento inicial de la historia y la posibilidad de escritura final. Son siete años durante los cuales la historia de los ataúdes tallados a mano de Jake Pepper conviven con Truman Capote. Por tanto, no se trataba de cubrir un suceso, como haría cualquier noticia, sino una historia, que si todavía no se ha cumplido, terminado, no hay otra forma de escribirla que darle tiempo. Ello es posible gracias a que Capote realiza su trabajo de inmersión, o éste trabajo, por su propia cuenta y riesgo, por así decir. No hay ninguna propuesta o compromiso con revista o editorial que lo obligue a escribir “antes de tiempo”. Y aunque Capote aparentemente sólo se entrevista y convive con Jake una o dos veces (de resto sólo están en contacto por teléfono y/o cartas), la relación que establece con él es sin embargo más de amistad que la que podría pensarse simplemente entre un detective y un periodista que puede dar a conocer la investigación realizada. Es decir, por ahí no hay problema de que Capote no pueda acceder a la verdadera forma de pensar de Jake. Dicha amistad también le permite a Capote acceder a una visión más cercana de las cosas, por ejemplo con Addie Mason, Marylee y hasta con Quinn, entonces aparente “amigo” de Jake. Y por aquellas amistades, fruto de esa inmersión de Capote en la historia que cubre, se verá afectado emocionalmente. Rabia y miedo son sentimientos que desfilarán a través de él, en el transcurso de la historia que sigue, ya no tanto desde la barrera. Así se sentirá respecto a Jake tras la muerte de Addie (“Una oleada de vergüenza me sacudió [...] De manera irracional, le eché la culpa a Jake [...] estaba enfadado con él por no haber presentado una solución sólida, abatido por el hecho de que sus conjeturas no fuesen mejor que las mías.”), igual que cuando Jake parece interesado por algo (que podría ayudarle a salir de su obsesión) diferente a lo que le define a los ojos de Capote (“[...] sentí una oleada de indignación; y de celos [...] como si acabara de enterarme de la traición de un amante. En verdad, no quiero que Jake se interese en otro caso distinto del que a mí me interesa.”). Es decir, aunque Capote pretende ser objetivo (o exacto) no por ello logra mantenerse desligado emocionalmente de lo que ocurre. Y la exactitud respecto a lo acontecido lo obliga a poner por escrito (a dar testimonio de ello) la manera en que el cubrimiento de la historia llegó a afectarlo. La manera en que Capote estructura la presentación de esta historia es en apariencia sencilla: una “entrevista” informal a Jake, que continua junto a Addie, y finalmente su encuentro con mister Quinn, presunta transcripción de los encuentros, a través de los cuales va surgiendo la historia completa (hasta el momento actual de las “entrevistas”); más una narración de un viaje a Europa (por lo que perdió contacto, temporalmente, con el desarrollo de la historia) y “entrevistas” posteriores por medio del teléfono con lo que se entera de lo sucedido en su ausencia; más la transcripción de algunos apartes referentes al caso extraídos de sus cuadernos personales, durante un período de casi cuatro años en los cuales sucede muy poco con la historia; para volver hacia el final a la forma de “entrevista” a Quinn cuando Jake vuelve al pueblo derrotado. Estructura aparentemente lineal, pero que en realidad, por la forma que se desarrollan las primeras “entrevistas”, vemos que se trata de una verdadera yuxtaposición de las diferentes partes que componen la historia, presentadas de manera lineal sólo por la apariencia del transcurrir de la entrevista en la se aborda de acuerdo a la lógica del entrevistado y el entrevistador los diferentes puntos de la historia.

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Y por otra parte, Capote conocía algo de la historia antes de ir al pueblo a entrevistarse con Jake. Y sin embargo, sólo menciona que unas conversaciones anteriores han tenido lugar. No comienza con lo que sabía de la historia por las conversaciones sino que lo deja todo para ser retomado con Jake, o su verdadero origen, y lazo que anudará todo el texto, la historia, que lo llevará a Addie y Quinn. Se trata, por tanto, de una estructura que podríamos denominar de “cronología ensamblada” a través de las voces de sus personajes, con él mismo (Capote) como un director de orquesta que va ejecutando con ellos una melodía que no conoce, que va descubriendo a través de ellos. Por otra parte, dentro de esa estructura, Capote maneja un mecanismo de presentación, de una aparente fiel transcripción de las palabras de los entrevistados. Sin embargo se trata de “entrevistas” por lo general largas, en las cuales nunca hace su aparición una grabadora o una libreta de apuntes. Y aunque es bien conocida su gran memoria para captar palabras y detalles, resulta apenas impensable que dicha exactitud tenga que ver con una copia exacta de lo que en realidad se dijo. Dicha exactitud funciona aquí más como sentido de la fidelidad, una búsqueda del autor por poner en boca de sus personajes lo que seguramente dijeron, ni más ni menos. Que Capote sea uno más de sus personajes y escriba algunos apartes en primera persona no implica que “vea” la historia a partir una visión subjetiva porque al fin y al cabo Capote se pretende objetivo, fiel a la realidad de lo ocurrido. Esto lo lleva al punto de presentarse en tercera persona como uno más de los personajes en el momento en que escribe (“TC (súbitamente temeroso de quedarse solo) [...]”). Es decir, aunque reconoce su presencia dentro de la historia (sería falso e insostenible pretender que no estuvo allí y que no tuvo una cierta posición que pudo haberle hecho ver de cierta manera, y luego influiría en lo que escribiría, como si fuera un dios, omnisciente), no por ello se ve como un filtro necesariamente distorcionante de la realidad sobre la cual pretende escribir ya que si es un filtro se pretende lo más transparente posible. Sobre la responsabilidad no hay mucho que decir. Jake sabe lo que es y seguramente hará algún día Capote: escribir aquella historia. Quizá no lo supiera Addie, Juanita, Quinn, pero Capote nunca escribe algo que pueda comprometerlos, de manera perjudicial, no más que la sospecha, en un cierto momento, de la culpabilidad de Quinn, seguridad que al final cabría poner en duda, ya que no es más que la sospecha de un grupo de hombres. Por último, “Ataúdes tallados a mano” está lleno de lo que podríamos denominar realidades simbólicas. Aparecen encontradas por los mismos personajes, como casualidades del destino, o por la lente de Capote que ve –en imágenes– lo que sucede a su alrededor. De creer a Capote, en el momento de las “entrevistas” o de la historia iban apareciendo las realidades simbólicas a su alrededor (o en su interior). No se trata de una capa de pintura, posterior, en el momento de ponerlo todo por escrito, para hacer más interesante el texto. Se trata por el contrario de algo que estaba ahí, y que se podía tocar con la mano, que sólo había que tener la facultad de ver, que estribaba en conocer la historia, y en tener la suficiente distancia frente a ella para ver lo que sucedía a su alrededor. Un ejemplo de estas realidades, encontradas por los personajes, es la comparación de Juanita Quinn, que compara a Jake con una mosca, y a la familia Quinn con la araña (P. 136). El otro tipo de realidad simbólica está en la facultad de Capote para ver en Quinn la imagen de un fanático, como aquel que lo bautizara en su infancia.

Hugo BlumenthalCali, 1998

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