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Sobre el arte de acción en España Juan Pablo Wert Ortega En el título del proyecto de investigación en el que se inscribe el presente estudio figura, como objetivo manifiesto, la tarea de crear un archivo virtual de las artes escénicas y de acción realizadas en la España de los últimos veinte años del siglo XX. Ya en dicho encabezamiento aparecen dos términos cuya interpretación condiciona la acotación del propio campo de prospección. El primero de ellos es el adjetivo virtual con el que se define el archivo y que, aunque sólo se refiriera al soporte, no por ello dejaría de condicionar la estructura y la funcionalidad del archivo. Se piensa, claro está, en la utilización de un soporte digital, aplicable a todo tipo de materiales documentales (textuales, visuales y sonoros) y que permite su integración técnica (su respectivo cotejo instantáneo) y metodológica (por la posibilidad de integrar en una base de datos dicho corpus documental). Pero también existe otra acepción congruente con las nuevas tendencias de la metodología y del horizonte funcional de los estudios sociales, adjudicable al archivo digital y es el de la virtualidad como disponibilidad o apertura universal en el sentido de que sus materiales puedan articularse o servir de base para investigaciones de naturaleza disciplinar, metodológica e incluso ideológica plural. El segundo es el que atañe al significado del término “arte de acción” y a la delimitación de sus fronteras con otros géneros

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Sobre el arte de acción en España

Juan Pablo Wert Ortega

En el título del proyecto de investigación en el que se inscribe el

presente estudio figura, como objetivo manifiesto, la tarea de crear

un archivo virtual de las artes escénicas y de acción realizadas en la

España de los últimos veinte años del siglo XX. Ya en dicho

encabezamiento aparecen dos términos cuya interpretación

condiciona la acotación del propio campo de prospección. El primero

de ellos es el adjetivo virtual con el que se define el archivo y que,

aunque sólo se refiriera al soporte, no por ello dejaría de condicionar

la estructura y la funcionalidad del archivo. Se piensa, claro está, en

la utilización de un soporte digital, aplicable a todo tipo de materiales

documentales (textuales, visuales y sonoros) y que permite su

integración técnica (su respectivo cotejo instantáneo) y metodológica

(por la posibilidad de integrar en una base de datos dicho corpus

documental). Pero también existe otra acepción congruente con las

nuevas tendencias de la metodología y del horizonte funcional de los

estudios sociales, adjudicable al archivo digital y es el de la

virtualidad como disponibilidad o apertura universal en el sentido de

que sus materiales puedan articularse o servir de base para

investigaciones de naturaleza disciplinar, metodológica e incluso

ideológica plural.

El segundo es el que atañe al significado del término “arte de

acción” y a la delimitación de sus fronteras con otros géneros

artísticos. Es esta una cuestión de naturaleza netamente disciplinar

pero, para abordarla rigurosamente es necesario enfrentar problemas

no sólo de índole semántica o filosófica sino también y principalmente

histórica.

Arte de acción y performatividad

El arte de acción, como práctica específica, pero, igualmente,

como recurso técnico/expresivo a disposición de las más variadas

propuestas poéticas y, como veremos, también de diversos ámbitos

disciplinares, tiene ya medio siglo de historia sin solución de

continuidad pues sus modelos fundamentales quedaron establecidos

ya desde los años cincuenta en el ámbito americano (happening y

performance) y europeo (situacionismo y accionismo). En España

tiene un recorrido histórico más corto, pues no alcanza más allá de

los últimos sesenta, siendo su momento de máxima visibilidad la

primera mitad de los setenta. Pero ni siquiera en aquel momento

preciso todas las prácticas que hoy podemos considerar accionistas,

eran planteadas en un sentido rigurosamente autónomo sino que se

entendían inscritas en un movimiento general de redefinición de la

práctica artística en la que - fundamentalmente - ésta dejaba de

tener como objetivo la producción de mercancías. En sus orígenes, la

práctica accionista compartió con el arte de los procesos (processual

art), el del cuerpo (body art) y el de la tierra (land art, earth works)

un marco estratégico común en el que el objetivo de la actividad

artística no se orientaba ya, como se ha dicho, a la producción de

objetos sino a la transformación del entorno físico y social.

El principal factor de confusión, en lo que a la interpretación del

arte de acción se refiere, procede de la doble acepción del verbo to

perform de donde proviene tanto el sustantivo performance, que,

como hemos visto, designa uno de los géneros fundamentales de

aquél y que significa simplemente representación, como el adjetivo

performativo, que por su parte, se acuña, como veremos, en un

territorio más general de las funciones de la comunicación. El

equívoco se establece por cuanto la pretensión de efectiva

transformación del mundo que se propone como objetivo la creación

artística viene siendo designada función performativa desde que John

L. Austin la describiera como función lingüística en 1961i. Así, en

cierto modo, performance en cuanto representación se situaría

precisamente en las antípodas de lo performativo como intervención

efectiva sobre la realidad.

Virtuosismo o virtualidad

Históricamente, la renuncia del arte a seguir constituyendo

poco más que una industria de lujo es, sin embargo, algo que,

aunque no siempre a nivel programático, está presente ya desde los

movimientos fundacionales del arte del siglo XX: es manifiesto en

Dadá y está de alguna manera implícito en ciertos episodios

constructivos que ya desde el Futurismo se suceden a lo largo del

Movimiento Moderno. Pero si ya desde Dadá, de manera puntual, va

a existir una clara consciencia de que la actividad artística ha sido

relevada de su hegemonía en la producción estética por las nuevas

tecnologías generadas en el marco de la Revolución Industrial y,

consecuentemente, el arte debe buscar nuevos territorios de

competencia, la corriente principal del Constructivismo se resiste a

aceptarlo y se mantiene en la producción formalista, defendiendo así

la posición productiva con renovados bríos, en un intento de retener

con ello la autoridad - no sólo estética- conferida durante toda la

Edad Moderna a las denominadas, muy significativamente, Bellas o

Nobles Artes.

Sin embargo, a lo largo del siglo XX, esta forma de conciencia ha

sufrido importantes altibajos porque también, de alguna manera, se

ha vuelto a reproducir periódicamente, en un cíclico retorno al orden,

el esquema tradicional asociado a las relaciones cultura de

élite/cultura de masas en virtud del cual la industria mediática

procesa los materiales de la alta cultura en un sentido kitsch,

pervirtiendo su sentido pero subrayando, obviamente, su autoridad.

No obstante, puede decirse que la irrupción de estas prácticas, junto

con aquéllas de tipo objetualista no formalista derivadas del ready-

made que compartían esa misma conciencia, significa un giro

irrevocable en el devenir y en la propia definición de arte. A partir de

los años finales de la década de los cincuenta, todas las propuestas

con vocación de vanguardia, incluyendo algunas aparentemente

formalistas como el Minimal, parten de este sustrato.

La historiografía reciente está terminando de digerir lo que los

agresivos ácidos de las controversias teóricas, entabladas en el

momento más intenso de la competición entre estas prácticas y las

formalistas, no permitieron diagnosticar entonces: que se trataba de

una nueva concepción del quehacer artístico congruente con aquella

conciencia. El Pop hace explícita la supremacía de la cultura de masas

en cuanto asume su canon estético y las nuevas prácticas reconocen

este nuevo status quo, renunciando, de manera más o menos

consciente o explícita, a la producción estética.

No obstante, el juego de alternativas vigentes entre finales de

los sesenta y la primera mitad de los setenta, pero

fundamentalmente las diferentes formas de realismo social o de

denuncia, interfirieron gravemente la percepción de este fenómeno.

Lo que en nuestro país se denominó “arte comprometido” lo estaba

con la lucha antifranquista pero sólo en un sentido vehicular o

transitivo, por cuanto el contenido no condicionaba, sino en un

sentido rigurosamente conservador, la forma y la táctica

comunicativa, pues se limitaba a transmitir los mensajes por medio

de una figuración socialmente atractiva en un sentido muy próximo al

de la publicidad o al de la propaganda. Frank Popper describía así el

panorama general del arte hacia 1970:

[...] fuera del cinetismo y sus prolongaciones, dos grandes corrientes se oponen. Por un lado, una tendencia individualista e idealista cubre actividades reunidas bajo el término genérico

de “arte conceptual”; por otro, una tendencia colectiva y materialista estrechamente asociada a la práctica social o política que llega, incluso, hasta poner en cuestión los principios mismos de la producción artística y hasta la elaboración de un programa de estudio de las necesidades estéticas fundamentales de la población. Esta última tendencia reviste, generalmente, formas “realistas” (realismo socialista, hiperrealismo, propaganda política, arte proletario. (Popper, 1989: 15)

En nuestro país, tal parecía ser, en principio, el panorama para los

críticos defensores de la transitividad del arte, de su “compromiso”,

pero curiosamente surgió una posición que intentó desligar las

incipientes prácticas conceptuales del planteamiento idealista o

tautológico que Popper les adjudicaba. Simón Marchán, teórico y

promotor de dicho movimiento, las denominó muy cautamente

“Nuevos Comportamientos Artísticos” y encabezó una operación - en

una muy significativa relación de mecenazgo del Instituto Alemánii -

destinada a ubicarlos, en el peculiar contexto político español, en el

campo del arte comprometido, es decir, antifranquista. En la

operación, a la que volveremos a hacer referencia, se podía intuir la

persecución de un principio vagamente integrador, pero, en cualquier

caso, si este fue su objetivo, hay que decir, que no lo consiguió ya

que la facción crítica que desde finales de los setenta y a lo largo de

los ochenta combatió implacablemente la politización del arte situó

generalmente esta tendencia en una via muerta de la Historia y la

que defendía el arte comprometido no supo ver su potencial

performativo fuera de la militancia o de la referencia específicamente

política.

La progresiva relevancia del valor de performatividad en la

práctica y en la teoría artística recientes está promoviendo la revisión

de las taxonomías del arte de los últimos decenios, aún regidas,

generalmente, por criterios formales y técnicos en función de los

cuales un happening celebrado en una galería podría ser catalogado

indistintamente como una representación teatral o como una

propuesta plástica. A este respecto resultaría, pues, secundario

abordar la adscripción disciplinar de estos fenómenos, toda vez que

el principal objeto de interés no lo constituyen los aspectos formales

ni siquiera el lenguaje específico utilizado sino su virtud performativa,

es decir, su virtualidad efectiva para intervenir o interferir el entorno.

De alguna forma, la virtud performativa se encuentra presente en

cuantos movimientos han pretendido ensanchar el campo de

competencia del arte tanto en lo que se refiere a los contenidos como

a los lenguajes y se muestra estrechamente ligada a la evolución

contemporánea de la propia noción de arte. Tal ensanchamiento se

manifiesta de manera radical en el ready-made, en la virtualidad

artística de lo que ya está-hecho, que elimina de un plumazo

cualquier tentación de virtuosismo, pero también en la sistemática

trasgresión, interferencia e intercambio entre los géneros, técnicas y

tácticas comunicativas de las diferentes artes.

Babelismo y acción

Si lo que se pretende es construir una genealogía del arte de

acción en su tradición inmediata deben tenerse en cuenta los

aspectos formales/disciplinares que estuvieron presentes en el

alumbramiento de estos “nuevos comportamientos artísticos”. Si,

como se acepta generalmente, el origen de esta tradición hay que

registrarlo en la obra de Cage, el arte de acción nace como resultado

de la experimentación escénica y musical, pero en un contexto

básicamente pedagógico. De hecho, hay quien sitúa la prehistoria del

arte de acción de posguerra en las experiencias coreográficas

desarrolladas por Cage y Merce Cunningham en el Black Mountain

College en 1948iii. Este hecho resulta particularmente interesante por

cuanto sugiere un vínculo con cierta tradición de la pedagogía

libertaria de raíz ilustrada en la que la enseñanza del arte no sólo

pretendía liberar el potencial creativo del individuo sino que también

debía desarrollar en él otras formas de conocimiento de la realidad y

de sí mismo. Así lo reconocía John Andrew Rice, principal responsable

de aquel mítico experimento:

No esperamos que muchos estudiantes se conviertan en artistas; de hecho, el College considera un deber sagrado desanimar a aquellos simples talentos que se crean genios. Pero todos tenemos algo de artista, y el desarrollo de esta capacidad, por pequeña que sea, de la mano de una severa y particular disciplina, hace que el estudiante adquiera más sensibilidad de cara al mundo y dentro de sí mismo de la que nunca conseguiría mediante el mero esfuerzo intelectual. (Katz, 2003: 7)

El siguiente hito en el relato genealógico instituido lo representaría

Allan Kaprow con sus 18 Happenings in 6 Parts celebrado el 4 de

octubre de 1959 en la galería Reuben de Nueva York, en los que si,

por una parte desarrollaba y ponía por obra las enseñanzas del curso

de Cage “Experimental Composition” que impartió en la New School

for Social Research de NuevaYork dos años antes, por otra, reconocía

que el happening era la solución del action painting de Pollock y que

ambas manifestaciones se insertaban en la tradición del collage que

también acogía al assemblage, como extensión tridimensional de

aquél y al environnment como extensión tridimensional, a su vez, del

anterior.iv La novedad de esta primera forma del arte de acción reside

en que en esta ocasión el motor creativo de aquellas manifestaciones,

el azar, se comparte ahora con el espectador que interviene

materialmente en la construcción de la obra. Esto nos lleva a

considerar la inserción del pensamiento zen en el sustrato

fundamental de esta corriente que comparte con el conjunto del

movimiento beat y con la tendencia que representa el grupo japonés

Gutaiv. Parece, en cualquier caso, que el horizonte performativo en la

que podemos denominar “escuela americana” se restringía a la

dinámica interna de la institución arte por más que

programáticamente se predicara la cageana confusión entre el arte y

la vida.

En Europa, el arte de acción tiene una presencia más híbrida,

excepción hecha, quizá, del accionismo vienés que es en cierto modo

responsable de la formalización tipológica y que, sin embargo, se

manifestó visiblemente escorado hacia el arte del cuerpo. Hibridación

y discontinuidad caracterizaron el conjunto de la creación artística

europea tradicionalmente más preocupada por su justificación teórica

que la americana, más centrada siempre en su desarrollo práctico.

Así, excepto la mencionada escuela vienesa, las prácticas accionistas

se hallan entreveradas en movimientos de poéticas tan dispares

como los Nouveaux Réalistes, en los eventos de Yves Klein o como en

los, teóricamente formalistas BMPT, en ciertas acciones callejeras de

Daniel Buren.

Todavía problemática su inserción en el discurso de la

vanguardia artística europea de la posguerra, el movimiento

situacionista planteaba la acción en un sentido rigurosamente

performativo - la creación de situaciones - como el medio y, a la vez,

como el objetivo final de su propuesta. Los situacionistas entendían

este complejo protocolo como el instrumento revolucionario capaz de

intervenir, desviar o desbaratar las formas de la vida cotidiana - y de

las construcciones ideológicas alojadas en ellas - y como la

realización final del arte, de todas las artes. Contrasta, en el examen

retrospectivo de aquel fenómeno, la relativa humildad de los medios

empleados y la cuasi clandestinidad de su difusión con el poderoso

influjo (efecto cierta y certeramente performativo) que ejerció poética

y estilísticamente en las jornadas de mayo del 68 y que, de manera

claramente progresiva, aún proyecta generosamente sobre una parte

muy interesante de la creación actual.

Tampoco la que podríamos denominar “corriente principal” del

accionismo internacional que se origina en la confluencia de ciertas

tendencias indígenas europeas y la escuela americana

accidentalmente representada en la figura de Georges Maciunas se

vio libre de contaminaciones o desviaciones de variada naturaleza.

Pero, históricamente, es esta conexión de Maciunas con Wolf Vostell

la que articularía todas esas manifestaciones accionistas en una

nueva fluencia performativa, Fluxus, sin duda, el marco teórico y

organizativo clásico del conjunto de prácticas adscribibles al

movimiento conceptual.vi

En la vanguardia española de los setenta.

La historia del accionismo español se viene remontando

habitualmente a la fundación de Zaj, grupo homólogo y vinculado

eventual, pero genuinamente, al movimiento internacional Fluxus, en

1964 por Juan Hidalgo, Walter Marchetti y Ramón Barce, a quien

sustituiría Esther Ferrer en 1967, pero debe recordarse que Hidalgo y

Marchetti ya colaboraban desde 1956 en la composición de música

concreta bajo la influencia de David Tudor y de John Cage y que

desde 1961 habían comenzado ambos a ejecutar acciones, aún no

consignables bajo aquella rúbrica. La primera acción Zaj en 1964,

consistió en un recorrido por las calles de Madrid de 6,3 km.

Por su parte, en Cataluña las prácticas accionistas van a ir

surgiendo en un contexto propio y articulado institucionalmente a

través de sus muy acreditadas escuelas de arte y diseño

independientes (Massana, FAD, Elissava, Eina) en la segunda mitad

de los sesenta. Si bien la sólida tradición conceptual que se genera en

Cataluña ya en los primeros setenta y que tiene en el Grup de Treball

su más conspicuo referente, dio acogida preferente a estas prácticas,

existen otros movimientos, procedentes de otras áreas disciplinares,

que confluyen en el accionismo performativo.

Partiendo sin duda de una arraigada tradición local de

espectáculo de variedades (El Paral.lel) y participando de un amplio

renacimiento folclorista que tuvo lugar en nuestro país en los setenta

y, en este caso, fuertemente connotado de nacionalismo, la

experimentación escénica adquirió un sentido marcadamente

performativo desarrollando unos recursos paradójicamente

espectaculares que propiciaron una progresiva atención social que, a

su vez, generaría el contexto comercial indispensable para la creación

de las míticas instituciones teatrales catalanas como el Teatre Lliure,

Dagoll Dagom, Els Joglars o La Fura dels Baus.

Otro discurso formal y estratégicamente confluyente en las

prácticas accionistas fue sin duda el de la poesía experimental que,

partiendo de la poética general concreta, se convierte - en palabras

de Mariano Navarro - en “territorio de paso” para artistas de

competencias disciplinares dispares (Navarro, 2001: 18). Este devenir

de la poesía concreta a la poesía de acción se podría ejemplificar en

la efímera actividad de la Cooperativa de Producción Artística y

Artesana (C.P.A.A.) fundada en 1967 por Manolo Quejidovii, Ignacio

Gómez de Liaño y Herminio Molero, compañeros del Instituto

Cisneros a quienes más tarde se unirían en algunas acciones Marisol,

Fernando Millán, Lugán y el argentino Alain Arias-Misson. Por su parte

Herminio Molero, a principios de los setenta, realizaría con Pedro

Almodóvar sendos happenings.viii 1 2

También desde el campo de la fotografía y de la música se

originan los mismos movimientos confluyentes en simétrico intento

de ensanchar las fronteras de la creatividad y de la eficacia

comunicativa en sus respectivas áreas. Del grupo de fotógrafos

colaboradores de la revista Nueva Lente, Carlos Serrano y Pablo

Pérez Mínguez realizaron un muy peculiar happening en la galería

institucional Amadís en 1973; el segundo, formando tándem con Paz

Muro, realizó una cierta cantidad de performances siempre de un

carácter espectacular y lúdico. En torno a esta misma galería y más

tarde a la de Buades se fue formando un núcleo de artistas, conocido

con la poco imaginativa denominación de Nueva Figuración Madrileña

que, con posterioridad, fue tendenciosamente alineado en la posición

tautológica del arte, pero en el que varios de sus miembros, entre los

que nos volvemos a encontrar con Molero y con Quejido,

desarrollaron experiencias accionistas de manera eventual pero

perfectamente congruentes con su pensamiento artístico. Es el caso -

por ejemplo - de los eventos protagonizados por Carlos Alcolea y

Javier Utray, con Carlos Pazos o con John Cage. Por el contrario, las

perfomances musicales de Adolf Schlosser realizados con las piezas

que exhibió en aquella galería, tendrían un sentido más incidental. 3

Del núcleo de Cuenca, un grupo heteróclito de artistas

establecidos en la ciudad gracias al influjo ejercido por el generoso

mecenazgo de Fernando Zóbel y al prestigio de su museo de arte

abstracto, surgieron también experiencias, algunas de las cuales se

encuentran a medio camino entre el arte procesual y el de la tierra,

tan interesantes de como las de Luis Muro o las de Mitsuo Miura.ix

De un contexto ideológico y poético más ligado, curiosamente,

a la tradición constructiva surgieron, sin embargo propuestas

accionistas como las de Alberto Corazón, Alexanco o Isidoro

Valcárcel, que se pueden remontar en el caso de este último artista a

finales de los cincuenta.

La primera mitad de la década de los setenta constituyó el

momento de máximo protagonismo de estas prácticas y de las más

serias tentativas de su articulación interna y de su proyección social y

entre ellas hay que destacar la mítica convocatoria de lo que aún se

denominaba vanguardia que constituyeron los Encuentros de

Pamplona. Este gran festival al que fue invitada la flor y nata del

conceptual internacional y cuyo vertiginoso presupuesto fue

financiado por el constructor navarro Huarte, tuvo un efecto

estimulador formidable en el contexto interno y constituyó un foro

privilegiado de información y contraste para este tipo de

experiencias. Lo más sorprendente es el eco tan intenso que encontró

en el contexto artístico interno; quizá la autoridad indiscutible en el

milieu vanguardista de Luis de Pablox, de quien partió la idea y que

hoy podría figurar como su comisario, explica el éxito del evento en lo

que a la cantidad y la calidad de la representación que concitó:

En la hospitalidad festiva de aquella Pamplona del 72 - cuya mejor imagen simbólica se dibuja con las cúpulas neumáticas de la arquitectura utópica de Prada Poole -, la danza teatral del Kathakali de Kerala, el flamenco de Diego el del Gastor o

los ritmos inmemoriales del Txalaparta se entretejieron - no a modo de curiosidades etnográficas, sino en un plano de estricta identidad - con el arte conceptual y el cibernético, con el rugido de Cage y los silencios rituales de Zaj, con el cine experimental de Sistiaga, Aguirre o Padrós, y los albores del vídeo, con las acciones poéticas de Arias Misson y Gómez de Liaño, la vanguardia vasca o las intervenciones públicas de Lugán y Valcárcel Medina. (Huici, 1997: 32-33) 4 5

Ese mismo verano se celebraría en Kassel la V Documenta; su

comisario Harald Szeemann ofrecía un programa monográfico del

conceptual en el que una sucinta representación catalana obtuvo a

última hora, gracias a la mediación de Marchán, una discreta

presencia extraoficial. A partir de aquel momento se sucedieron las

iniciativas institucionales en Madrid, pero sobre todo en Cataluña,

donde se produjeron eventos de manera prácticamente

ininterrumpida hasta la muerte del dictador.xi Todos ellos tuvieron un

formato mixto entre el desarrollo de propuestas y el debate teórico,

que estuvo fuertemente condicionado por el contexto político que

constituyó el inevitable telón de fondo del conjunto de la cultura en

los años finales del régimen franquista. No es éste el lugar para

examinar exhaustivamente el contenido concreto de aquellos debates

internos pero sí cabe destacar la dialéctica que enfrentaba una

posición transitiva, en la que la voluntad performativa se dirigía hacia

un objetivo político concreto, a una posición aleatoria, enfrascada en

el propio desarrollo de la intervención, en buena medida

impremeditada y cuyo efecto performativo había de resultar, por

tanto, imprevisible. A esta última categoría pertenecerían muy

claramente la obra de algunos artistas como Nacho Criado, Lugán o

Isidoro Valcárcel Medina.

Pero ciertos procedimientos que, por el contrario, surgieron en

el seno del activismo político como la performance que realizó el

colectivo la Familia Lavapiés en una manifestación en el año 76xii o

como el proyecto de performance novelado, de sentido literalmente

performativo, de Gonzalo Arias Los encartelados. En dicha obra,

autoeditada con seudónimo, el propio autor se presentaba paseando

en una fecha prefijada (20 de octubre del 68) encartelado, con un

mensaje en el que pedía elecciones libres. En la novela se

desarrollaba el proceso deseado: cundía el ejemplo y la petición

pacífica de los encartelados lograba derribar el régimen. Pero cuando

en la fecha fijada salió realmente encartelado Gonzalo Arias a la Gran

Vía, fue tan inmediatamente detenido que su gesto no encontró el

más mínimo eco o repercusión.

Con el acto final de la dictadura amainó la tempestad

conceptual mientras sus efectos eran denostados por una facción

crítica que pretendía adelantarse en la toma de posición frente a los

nuevos vientos que se avecinaban. El sentido del debate, que quedó

entablado por la polémica exposición de la Bienal de Venecia del 76,

se reorientó significativamente en un curso de verano en la UIMP de

Santander el verano siguiente.xiii Parece que ya en aquel momento, a

algunos les preocupaba más la construcción de un sistema artístico

normalizado y homologable internacionalmente que la capacidad del

arte de intervenir directamente sobre el contexto de nuestra realidad

política concreta.

Si las prácticas conceptuales, accionistas o no, fueron

marginados institucional y comercialmente y se desactivaron como

alternativa real a la restauración de la pintura y aunque se

produjeron algunos casos muy significativos de transfuguismo

artísticoxiv, no por ello desapareció esta línea de desarrollo en muchos

otros artistasxv. En cualquier caso, en los ochenta, esta situación de

latencia del conjunto de las prácticas conceptuales provocó en la

propia corriente un efecto depurador de la espectacularidad de sus

propuestas y una reorientación de sus tácticas.

En nuestro país, este proceso se vivió con especial dramatismo

pues la entrada en el nuevo ciclo que emprende el sistema artístico,

coincide con el cambio político y con la urgencia de consolidarlo. El

proceso de homologación internacional del arte español tuvo como

agentes no sólo - como se ha denunciado tantas veces - el nuevo

aparato estatal sino el de algunas instituciones privadas y el activo

concurso del medio profesional (artistas, galeristas, críticos) y, como

fruto, un “entusiasmo” justificable, como veremos más adelante,

más por su rentabilidad política que por la relevancia objetiva de su

producto.

La movida

En realidad, en el transcurso del cambio político sí hubo una

significativa eclosión creativa que se manifestó - no necesariamente

de manera simétrica - en todos los estratos de la cultura y que, con

una voluntad emancipadora global, buscó transgredir la jerarquía y

las fronteras de las artes y de sus géneros. En el contexto de la

llamada movida madrileña, entendida tanto como operación política

como en lo que tuvo de reconversión industrial, las manifestaciones

creativas que sirvieron de justificación para ambas operaciones deben

ser interpretadas como movimientos recíprocamente colaborativos en

el horizonte de la homologación. No se trata ya de reivindicar la

calidad o la pureza vanguardista de aquellas manifestaciones y

rescatarlas del limbo de la banalidad al que habían sido condenadas

desde principios de los noventa por los defensores del nuevo arte

comprometido que recupera vigorosamente su presencia en esta

década, sino de calibrar sus vinculaciones con esa misma tradición

vanguardista. No obstante, se pueden señalar en aquel peculiar

montaje una serie de aspectos cuya revisión debe propiciar la

reconsideración de su papel en el proceso de normalización y

homologación de nuestro sistema artístico.

La movida ha sido preferentemente interpretada como el rito de

paso de la cultura española en pos de su normalización, pero habría

que precisar que el sujeto fue más el cuerpo social que la minoría de

agentes que se vieron involucrados en ella. Y quizá el primer efecto

de aquel episodio o, al menos, el más prominente sea la notoria

ampliación de la atención social hacia la cultura artística y en un

plano más general, el fenómeno que algunos han descrito como la

estetización de la cultura. Es este un rasgo, que en su momento fue

denunciado, precisamente, desde sectores mediáticos profundamente

comprometidos con el proceso de homologación, como un síntoma de

banalización, el resultado del “desencanto”, del escepticismo de

nuestra sociedad defraudada en sus espectativas sobre el cambio

políticoxvi, que, sin embargo, puede ser interpretado desde otras

perspectivas capaces de inscribirlo en un discurso cultural e

ideológico muy diverso.

Si tomamos como material de análisis lo que podríamos llamar

“el caso Almodóvar”, la peculiar trayectoria artística de nuestro más

famoso cineasta, podremos comprobar que ciertos ingredientes que

intervinieron en la gestación del fenómeno proceden claramente de la

mencionada tradición vanguardista. La relevancia de la figura de

Almodóvar no se limita a su obra fílmica sino que abarca una variada

gama de actividades que la precedieron o la acompañaron en sus

inicios. Son ya varios los estudios que han considerado aquellas

experiencias accionistas ingredientes fundamentales de su poética,

comenzando por los happenings, antes mencionados, realizados en

colaboración con Herminio Moleroxvii, continuando por el sentido

claramente performativo de los pases privados de sus primeros cortos

que sonorizaba de viva voz y acabando en la inserción de genuinos

performances en sus primeras películas.xviii Su actividad en el sector

del espectáculo, en distintas colaboraciones pero fundamentalmente

con Fabio MacNamara, se podría catalogar como performance

musical. 6 No se trataba de un producto en absoluto original, pues

ese mismo género e incluso ciertos tics interpretativos los

representaba por esos mismos años Divine, como daba

reiteradamente noticia el programa televisivo La Edad de Oro que

dirigía Paloma Chamorroxix. Ese mismo programa sirvió otros modelos

de performance musical a cargo de The Residents en las que el

patrón accionista refuerza la parafernalia punk, ejemplificando con

ello la inserción de este último movimiento contracultural en el

discurso de la “historia secreta” del arte contemporáneo que años

más tarde propondría Greil Marcus (1989)xx. No por ello cabe afirmar

que se trataba de un movimiento meramente mimético de la moda

internacional porque también se apoyaba en un reciente pero

vigoroso precedente indígena surgido en el cabaret gay. Si el propio

travestismo responde ya a las dos acepciones propuestas del verbo to

perform, los eventos protagonizados por Ocaña, de los que ofrece un

precioso testimonio documental la película de Ventura Ponsxxi,

resultan doblemente performativos, en cuanto se desarrollaron en

ambientes cotidianos con los que interactuaba. La actividad de Ocaña

adquiere una dimensión más profundamente precursora en la medida

en que realiza, por un lado, la más agresiva representación de la

condición homosexual inserta en un movimiento de liberación de un

contexto de represión sexual, albergando igualmente un tratamiento

paródico-crítico de la condición femenina y, por otro, la naturalización

de los recursos del arte de acción por su camuflaje en el

espontaneísmo folckorista. La inserción de la estética camp que

Ocaña encabezó tuvo, como se sabe, una significativa proyección en

todo el milieu artístico que a partir de aquel momento aglutinaría y

emblematizaría Almodóvar con lo que quedaría probada la efectiva

performatividad de su obra.

Se podrían reseñar una cierta cantidad de casos ocurridos

durante el período de la Transición en los que colectivos ocasionales,

inarticulados y espontáneos realizaron eventos de naturaleza

marcadamente performativa. Uno de ellos sería lo que algunos han

considerado el pistoletazo de salida de la movida, las fiestas del 2 de

mayo de 1981 en Malasaña en las que, como documentó Felix Lorrio

en su famosa fotografía, la multitud desbordó con su entusiasmo la

previsión municipal llegando a situaciones paroxísticas. En otros

casos, una iniciativa institucional, de indisimulables designios

propagandísticos, como fue el evento “La movida se va a Vigo”,

patrocinado por el Ayuntamiento de esta ciudad y la Comunidad de

Madrid, desembocó en la intervención policial y el confinamiento del

grupo participante en las Islas Cíes, tras un accidente menor, fruto de

una general y generosa ingesta de alcoholes y otros psicotrópicos.xxii

En el anecdotario de la movida, recogido en la enciclopédica

recopilación de entrevistas y conversaciones con un importante

número de sus protagonistas que editó José Luis Gallero a principios

de los noventa bajo el título de Sólo se vive una vez, se pueden

identificar un conjunto de eventos concretos que interrumpieron la

normalidad de la vida cotidiana, que crearon situaciones, incluídos

aquéllos que habían sido planeados desde las instituciones y, como

hemos visto, fueron parasitados casi como un ejercicio

psicogeográfico, que reflejan una clara voluntad de transgresión en

ámbitos que superaban el estrictamente político. Resulta revelador y,

en cierta medida concluyente, en relación con el potencial subversivo

del fenómeno de la movida, el reproche de que dicha explosión

creativa no haya generado una producción artística relevante. Nanye

Blázquez, asumiendo el reproche, reflexiona comparando el supuesto

yermo de producción cultural de la movida con el silencio que

presenta el diario de Colón el doce de octubre de 1942: ese día no

pudo escribir porque estuvo viviendo la culminación de su aventura.

Otros ochenta

La intensa promoción de la producción artística emprendida por

el primer gobierno socialista comprendió una amplia gama de

sectores y modalidades de intervención y ello tuvo también efectos

diferenciados. Si la política estatal de exposiciones históricas de arte

contemporáneo, en armónica y milagrosa complementariedad con la

de fundaciones privadas como La Caixa o la March, tuvo un

significativo efecto pedagógico y de promoción del conocimiento

general y aunque generó un cierto esnobismo de masas, no se puede

cuestionar su saldo positivo como operación ilustrada. Pero, en

concreto, el apoyo dispensado a la tendencia que propugnaba la

vuelta a la pintura figurativa y la despolitización del arte en general,

la afirmación de su autonomía radical - como era el caso de la antes

mencionada Nueva Figuración Madrileña y de la tendencia secuaz que

mantuvo sus presupuestos en el período que podríamos llamar

“institucional” de la movida (desde el primer gobierno socialista hasta

enlazar con los fastos del 92) - se atenía más a los dictados de la

escena internacional que a ningún maquiavélico cálculo político. El

rechazo a este panorama autocomplaciente, que no era capaz de

justificar la actividad artística más que en la persecución de la fama,

la riqueza y el glamour, ese inaprensible y aurático signo de estatus,

aunque fuera convenientemente recubierto, de manera oportunista

en muchas ocasiones, con el falso oropel de la postmodernidad, no

tardó en surgir la reacción, de forma marginal y casi imperceptible,

alojada de nuevo en manifestaciones de carácter contracultural.

Generalemente aparecen asociadas tres manifestaciones de una

nueva identidad cultural de la juventud marginal de las grandes

ciudades americanas y particularmente de Nueva York: el graffiti, el

hip -hop y el rap. Una actividad epigráfica compulsiva y un tipo de

danza que ejecuta a su vez un estilo musical. Si las dos últimas

actividades y su correspondencia recíproca no resultan

particularmente sorprendentes en el discurso de las modas juveniles

y, de hecho, significan un cierto atemperamento de la agresividad

que había desplegado el punk, su vinculación al graffiti le reintegra e

incrementa el potencial subversivo - literalmente performativo - al

movimiento. Si el hip - hop y el rap, por muy provocativos que sean

sus contenidos y aunque se realicen en ocasiones interviniendo

espacios públicos, no dejan de tener un objetivo de representación

espectacular, el sentido del graffiti, con la abierta violación de la

intangibilidad de la propiedad privada que supone y por el carácter

clandestino de su ejecución se acerca más a los presupuestos

performativos y accionistas.

Está claro que no se puede negar el carácter mimético que tuvo

la inserción de esta nueva modalidad epigráfica cuyo pionero fue en

nuestro país el malogrado Muelle, pero no por ello deja de constituir

un fenómeno significativo tanto de las formas de afirmación de una

nueva identidad sociocultural, como de las propias formas de

expresión estética. El graffiti generó desde su desembarco en nuestro

país, a principios de los ochenta, un rechazo casi universal desde el

registro político y escaso entusiasmo desde el artístico. La derecha le

reprochaba, como es lógico, la violación de la propiedad y sus torpes

e incomprensibles resultados estéticos y la izquierda el carácter

tautológico y banal de sus contenidos que se identificaban con los

garabatos o las improntas de manos de los niños como gesto de

autoafirmación infantil. El juicio, desde el campo del arte instituido,

no apreciaba novedad estética reseñable en aquellos ejercicios

caligráficos de rúbricas (tags) que se atenían fundamentalmente al

tipo bubble, de origen modernista y que había tenido ya cumplida

difusión durante la época hippy. En cualquier caso, esta

manifestación genuinamente underground, constituye una respuesta

más o menos consciente al incremento de la presión publicitaria (la

firma personal como respuesta paródica al culto a las marcas) sobre

unos medios de comunicación reconvertidos y en frenética expansión.

El nuevo contexto cultural propiciado por el advenimiento de esta

fase del desarrollo capitalista que tan precozmente definió Guy

Debord como la de lo “espectacular integrado”, en la que la

publicidad integra el mensaje ideológico antes vehiculado por la

propaganda política, exigió a los sectores más conscientes de la

reflexión artística una reorientación estratégica de sus propuestas.

Surgen así en los ochenta - y son mecánicamente integrados en el

canal artístico - un conjunto de figuras y colectivos que, desde

plataformas crítico-reivindicativas, se plantean la acción directa sobre

los medios con el doble objeto performativo de desconstruir sus

mensajes y parasitarlos.

Con estos presupuestos y a partir de un cierto número de

ejemplos puntuales como Barbara Kruger, Jenny Holzer o las Guerrilla

Girls que ya se venían desplegando en el panorama internacional, se

inicia la actividad del colectivo malagueño Agustín Parejo Schoolxxiii.

Las intervenciones de APS tuvieron desde sus inicios un fuerte

sentido performativo en relación con su entorno inmediato,

apuntando siempre muy directamente a su significado político como

la complicada performance realizada en Torremolinos en la que

representaron una jornada de campaña electoral, que no respondía

ninguna convocatoria de este tipo, con el candidato Moreno como

protagonista. En otras ocasiones la intervención se realizaba sobre

eventos realmente reivindicativos como su participación en las

manifestaciones/romerías del colectivo de parados de Trinidad-

Perchel. APS puso en juego, con medios caseros, toda una panoplia

de recursos que van desde la pintura o la producción de objetos hasta

el graffiti, el rap, la edición de pasquines, postales, pegatinas,

camisetas, etc... en su intento intervenir todos los canales posibles:

desde el arte de las galerías hasta los servicios de los bares.

De la experiencia de APS emerge la figura de Rogelio López

Cuenca, quien a mediados de la década emprende una carrera de

artista individual sin renunciar por ello a seguir trabajando bajo los

mismos presupuestos, medios y objetivos performativos. Aunque su

producción objetual ofrece un elevado nivel de calidad plástica y ha

funcionado como mercancía artística de manera impecable, sus

pinturas y el resto de objetos manufacturados ni son sólo resíduos de

la acción ni objetos autosuficientes. Son instrumentos, a modo de

objetos escénicos, de una maquinación performativa en la que la

perfecta ilusión del signo, objeto de la apropiación, funciona como

trampa para el espectador al que atrae con la fuerza de cualquier

producto publicitario, lo lleve a estrellarse contra el mensaje. Quizá la

prueba más incontestable de la efectiva performatividad de su trabajo

sea el hecho de que la obra que le fue encargada para la Expo ‘92 de

Sevilla no llegara a colocarse porque, a juicio de los organizadores,

inducía a la confusión de los visitantes. 7

El último año de la década, ciertos colaboradores de APS

desplazados a Madrid, instituyeron como célula de una futura red, el

colectivo Preiswert Arbeitskollegen, Sociedad de Trabajo No Alienado.

La expansión de esta renovada fórmula de accionismo performativo

que implicaba la fundación de este nuevo colectivo supuso una

correlativa profundización en el trabajo teórico que dio como

resultado un conjunto de comunicados en los que Preiswert abordaba

con la mayor claridad posible las perspectivas de su actividad con un

ánimo abiertamente proselitista.xxiv Si los rasgos de continuidad con

el trabajo de APS son evidentes, Preiswert añadió otros recursos de

probada eficacia performativa como el stencilgraffiti (con plantilla), la

intervención de vallas publicitarias o la del curso monetario con

pegatinas, en la búsqueda de fórmulas de máxima circulación y

mínima inversión de medios (Preiswert = barato). Este objetivo

económico alcanzó su mayor cota de realización en la operación Ha

llegado la hora del saqueo... en la que la intervención de una valla

publicitaria del metro dio pie a una acción de masas sobre una

conocida corporación comercial.xxv 8

La resaca del “entusiasmo” que en nuestro país sobrevino

abruptamente tras la conclusión de las celebraciones del ‘92, acarreó

la previsible depresión post parto reforzada por una igualmente

esperable crisis del mercado artístico que, para algunos, es

justificación suficiente para los cambios poéticos, técnicos y tácticos

que comienzan a registrarse a partir de esas fechas. Quizá uno de los

primeros frutos de la expansión de la cultura artística de los ochenta

fue el fenómeno que puede definirse como profesionalización, que

comporta, por un lado, una actitud productivista en el trabajo

artístico y, por otro, un incremento de la formación especializada,

fundamentalmente en las nuevas tecnologías de la imagen y una

revitalización de los estudios de Bellas Artes. De modo que,

numerosas promociones de licenciados que iniciaron sus estudios con

tan prometedoras espectativas, se encontraron frente a una demanda

en hibernación y al grifo institucional cerrado. Pudo ser, en parte,

esta realidad la que empujó a bastantes artistas a asociarse bajo

identidades colectivas y adoptar un discurso reivindicativo o nihilista,

pero también, y principalmente, un profundo hastío de la

espectacularización del arte, del culto a la personalidad, el fetichismo

esnob y de la machaconería mediática responsable de todo ello. En

cualquier caso, la colectivización de la producción artística no sería

garantía ni de la performatividad de su trabajo ni de la consideración

de la acción como parte de sus objetivos o de sus recursos.

Estrujenbank fue un colectivo - de efímera trayectoria - que integró a

pintores que, como Juan Ugalde y Patricia Gadea, se iniciaron en la

vía más “sucia” de la figuración ochentista y un poeta performer

como Dioniso Cañas cuyas incursiones en el arte de acción tuvieron

siempre un sentido paródico crítico de carácter circense. La primera

mitad de los noventa conoció un cierto auge del colectivismo con

grupos como Libres para Siempre, Köniec, La Fiambrera, La Nevera,

Fast Food, El Perro, El Terrible Burgués, etc... que revitalizaron

enérgicamente la tradición de arte callejero, la edición de fanzines y

el arte postal. La Fiambrera es entre todos estos grupos el más

accionista y el que, quizá, haya logrado una mayor eficacia

performativa en sus acciones

También artistas individuales desarrollaron una sostenida

actividad en este último campo, como J. M. Giro con su objeto

periódico postal “El muerto vivo” o Jaime Vallaure en el performance

tradicional que ha evolucionado hacia fórmulas más escénicas con El

Circo Interior Bruto. Propuestas contundentes tanto en lo referente a

su materialización como a su potencial performativo son las que

realiza Santiago Cirugeda en sus intervenciones urbanísticas. 9

Las vinculaciones de algunos grupos con el activismo libertario

y, en concreto, con el movimiento okupa han provocado un cierto

incremento del accionismo activista como el que representa Yo Mango

que anima a la reintegración social de la mercancía mediante la

difusión de los procedimientos de neutralización de sus dispositivos

de seguridad. Otro recurso en auge en los últimos años, amén del

accionismo en la red, cuyo estudio es necesario abordar, es el

stencilgraffiti, muy crítico, pero con una marcada tendencia al

virtuosismo, y en general la intervención de las texturas urbanas en

las que es también creciente el número de colectivos. Incluso el

graffiti clásico evoluciona hacia la estetización, no obstante, cada vez

hay mayor interés por la acción, siendo los videos que recogen la

ejecución de las pintadas el material más valorado.

También entre las figuras emergentes del arte español se está

recuperando un modelo circunstancial pero original, lo que podríamos

llamar accionismo cibernético, que presentaron en su día, Luis de

Pablo y Alexanco en su concierto-happening Soledad Interrumpidaxxvi

y que regresa en la obra de Fernando Sánchez Castillo o de Marcel.li

Antúnez.

La situación del arte español, en un sentido general, es en la

actualidad el histórica y estadísticamente esperable y esa normalidad

afecta a la dinámica productiva y al debate teórico en forma de

tediosa anemia y estricta ausencia respectivamente. No es este el

lugar para tratar de ponderar el valor de cada una de las

manifestaciones, pero sí de reivindicar su interés intrínseco como

representación peculiar de una de las corrientes más determinantes

del último arte contemporáneo y de la necesidad de su consideración

- frecuentemente obviada - en la interpretación global de su discurso.

Juan Pablo Wert Ortega

Universidad de Castilla-La Mancha

i “Una manifestación lingüística que no sólo describe sino que también cambia el mundo creando situaciones nuevas.” (J. L. Austin, How to Do Thinghs with Words, Cambridge, Massachussets, Harvard University Press, 1975, citado en Barragán, 2003: 4). ii Se trató de un ciclo de información y debate sobre el tema que llevaba este encabezamiento, “Nuevos Comportamientos Artísticos” que se celebró en el Instituto Alemán de Madrid en 1973. iii Francisco Javier San Martín ilustra los orígenes del fenómeno con una fotografía de la representación de La Trampa de Medusa de Eric Satie realizada en el Black Mountain College en 1948 con Buckminter Fuller como “Barón Medusa” y Merce Cunningham como “mono mecánico”. (San Martín, 1997, p. 357) iv La tesis la había ya enunciado el año anterior en el artículo “The Legacy of Jackson Pollock” (Art News, oct. 1958, pp. 24- 26, citado en Guasch, 1997:63) v Gutai (Gu:instrumento; tai: útil, concreto) activo desde 1955 en Tokio y Osaka, fue fundado por Jiro Yoshihara “maestro que nada tenía que enseñar pero predispuesto a crear un clima propio para la creación”. Curiosamente mantuvo contactos con artistas informalistas occidentales como Matthieu, Pollock o Tàpies. (Guasch, 1997: 64). vi George Maciunas conectó con Vostell en Wiesbaden donde cumplía su servicio militar en el 62 y ese mismo año, con Nam June Paik, organizaron el primer festival fluxus en dicha localidad alemana. vii En una conversación reciente con este artista, confesaba que la idea de fundar una cooperativa surgió de un programa de institucional de los sindicatos (verticales) que en aquel momento promocionaban este modelo de organización empresarial. La inscripción de la CPAA en un organismo oficial les ofrecía un patrocinio que les protegía del aparato censor del régimen. viii Beckett va Beckett viene que realizaron en colaboración con Emma Solano en la Sala Cadarso en 1970 y El zoo triste que tuvo lugar en la Escuela Clara el año siguiente. ix Ambos han simultaneado al igual que otros muchos artistas de la época estos géneros con la práctica de la pintura, que en el caso del japonés es una abstracción sintética de gran refinamiento plástico. x El propio Luis de Pablo lideró el grupo Alea como un espacio de experimentación en el que también se verifica el tránsito del planteamiento concreto al accionista. Para Los Encuentros, presentó junto con José Luis Alexanco la pieza de acción audiovisual cibernética interactiva titulada “Soledad Inerrumpida”. xi Para la cronología de estos eventos véase el catálogo de la exposición Grup de Treball, (Mercader, A., Parcerisas, P. y Roma, V., 1999). xii Colectivo que participó en una manifestación con caretas de la que existe documento fotográfico. Debo la información a Marcelo Expósito. xiii Bajo el título España. Vanguardia artística y realidad social: 1936 - 1976 se presentó esta exposición comisariada por Bozal y Llorens como tesis histórica y defensa de la vigencia del arte comprometido. Más que la selección de artistas, el objeto de controversia lo constituyó el conjunto de textos de los comisarios en el catálogo (Bozal y Llorens, 1976). El curso de la UIMP del 77 al que me refiero llevaba por título “La vanguardia: mito o realidad” y su director Antonio Bonet convocó los más conspicuos representantes de las facciones críticas contendientes. xiv Los casos más conocidos serían los de los catalanes Ferrán García Sevilla o el mismísimo Miquel Barceló, junto con Alfonso Albacete y algunos más. xv Por supuesto, personajes ya consolidados internacionalemente como Hidalgo, pero también otros que demostraron con ello su insobornable voluntad como es el caso de Isidoro Valcárcel. xvi Es el caso de Juan Luis Cebrián, director del País que califica la movida de “subproduto cultural (...) de lo más pobre y, en ocasiones, de lo más reaccionario”. (Cebrián, 1987) xvii A la ya nutrida bibliografía almodovariana se le han venido a añadir recientemente el libro de Allinson (2001) y y los estudios, aún inéditos, presentados en el Congreso Internacional sobre Almodóvar celebrado en Cuenca en 2003. xviii Concretamente en Pepi, Luci, Bom..., Laberinto de Pasiones y Entre Tinieblas. xix En la emisión del 13 de septiembre de 1983 se ofrecía un video de una actuación suya en Nueva York como Dragh-Queen rapsódico-punk y en la que despliega una gestualidad que adoptará Almodóvar. xx Con esta obra trata de organizar una tradición heteromoderna que arrancaría de Dada hasta llegar al Punk en la que la parte más satisfactoria desde el punto de vista documental y argumentativo sería la vinculación situacionismo/punk. xxi Ocaña, retrato intermitente, 1978. xxii Relatada por Borja Casani en Gallero (1991: 79). Allí se inserta el breve del País en el que lo sitúa en septiembre del 86 y que precisa que fue un botellazo, que recibió de Fabio MacNamara, Teresa Lozano Díez.

xxiii Según testimonio directo de un miembro del colectivo, las primeras acciones se remontan a 1982 con lo que APS sería el más precoz representante de esta tendencia. xxiv Una selección de dichos comunicados se encuentra en VVAA, Colectivos & Asociados (catálogo exposición), Madrid, Casa de América/Injuve, 2002., pp. 117 - 118. xxv Existe video de la acción. En realidad la acción no fue reivindicada por Preiswert sino por un supuesto comando de acción de la CEPYME autodenominado Tendero Luminoso. xxvi Una de sus representaciones se realizó en Los Encuentros de Pamplona.