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Alegría: Valor institucional curso 2018-2019

«La alegría es como el signo, el sello, la marca del cristiano. Un cristiano sin alegría, o no es cristiano o está enfermo. ¡No hay otra! ¡Su salud no va bien allí! La salud cristiana es ¡la alegría! Incluso en los dolores, en las tribulaciones, también en las persecuciones».

«Es la alegría del cristiano quien custodia la paz y custodia el amor. Paz, amor y alegría, tres palabras que Jesús nos deja. Y ¿quién nos da esta paz, este amor, quién nos da la alegría?... el Espíritu Santo».

«La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento».

«Ese ‘levántate’ de Jesús a los enfermos es ‘Levántate, ve, grita de alegría, alégrate, exulta y aclama con todo el corazón”. Esta es la alegría de la que la Iglesia nos dice que por favor seamos cristianos gozosos, hagamos todos los esfuerzos para hacer ver que creemos que hemos sido redimidos, que el Señor nos ha perdonado todo».

«Alegría, oración y gratitud son tres actitudes que nos hacen vivir de manera auténtica”. Un alma alegre es como tierra buena que hace crecer bien la vida, con buenos frutos».

(Papa Francisco)

Queridas y queridos educadores: un año más, con renovada ilusión y con el deseo de seguir haciendo escuela y educando personas, dedicamos un curso completo - en todos los ámbitos, desde todas las áreas, a todos los niveles, todas las comunidades educativas FEC (alumnos, educadores y familias) – a trabajar desde uno de los valores institucionales de la Fundación. Este curso 2018-2019 el valor en torno al que nos vamos a organizar y desde el que vamos a evangelizar, educar, innovar, trabajar y celebrar juntos es la ALEGRÍA. La Constitución Pastoral Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II, adaptando su lenguaje a nuestra época y contexto, afirma en su proemio algo que puede enmarcar todo este curso, dice así: “Las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez alegrías y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La

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comunidad cristiana está integrada por hombres y mujeres que, reunidos en Jesús, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido el evangelio de la alegría y su mensaje para comunicarlo a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia” (GS 1). La ALEGRÍA, aunque históricamente no haya sido un aspecto trabajado ni excesivamente subrayado por teólogos y pastores, ha sido un mensaje que se ha ido transmitiendo desde el Antiguo Testamento hasta nuestros días de modos muy diferentes, siempre vinculada a ese modo de ser, de vivir y convivir que Dios quiere para los suyos, es decir, para toda la Humanidad. Es evidente que cuando uno se atreve a asomarse a la realidad son muchos, incontables incluso, los motivos para no ser ni vivir alegres:

Contemplamos atónitos cómo desde un ferry que conecta Melilla con Almería se divisan decenas de cadáveres de jóvenes ahogados flotando al vaivén de las olas, hombres y mujeres que seguramente han entregado todo cuanto poseían para conseguir un espacio en una especie de barca donde realizar el viaje a ese horizonte que, como tantas veces, acaba sumergido en el fondo del mar…

Asistimos a las manifestaciones de miles de trabajadores, muchos de ellos muy jóvenes, que aceptan el descenso de sus ya de por sí sueldos indignos para no perder el puesto de trabajo, porque la multinacional para la que trabajan ha decidido que quiere ganar más a costa de los de siempre, es decir, de la mano de obra, y de lo de siempre, de la dignidad de tantos…

Todos los días tenemos la oportunidad de ver a un número incontable de personas a las que definimos como indigentes, sin papeles, pobres, extranjeros del este… personas que con papeles o sin ellos carecen de derecho alguno y malviven en las periferias (y en el mismo centro) de nuestras ciudades. Eso en el mejor de los casos, porque nos hemos acostumbrado tanto a todo que hasta nos resultan invisibles u objeto de indiferencia involuntaria (o no).

Somos testigos de cómo millones de seres humanos deambulan por nuestro continente en busca de algún país que les acoja, que les dé el derecho a vivir en un pedazo de tierra y comenzar de nuevo… y nos resulta algo normal, algo que siempre ha pasado, algo que no está en nuestra mano que deje de suceder…

Cada dos días aparece un informe de la cantidad inmensa de toneladas de comida que nos sobra y que acaba tirándose a la basura, mientras tres cuartas partes de la humanidad pasa hambre hasta límites difícilmente imaginables para nosotros, occidentales especializados en dietas de adelgazamiento y en tratamientos estéticos que terminan decorándonos como si algo pudiéramos hacer contra el paso del tiempo…

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Nos llama la atención las acciones y desvaríos del régimen de Maduro, de Pionyang, los derechos inhumanos del Régimen Chino, las dictaduras aniquiladoras y sonrojantes de África, las declaraciones inmorales, injustas e intolerables de Donald Trump cuando habla de los migrantes como animales… pero casi todo acaba resultándonos normal, indiferente, irreparable o sencillamente parte del sistema. “Es lo que hay”, decimos, para seguidamente continuar con otra cosa…

A esto podemos añadir las roturas y heridas cotidianas. Quién no tiene en su propia casa, en casa de sus padres, en casa de algún familiar, vecino o conocido a alguno de sus miembros con cáncer, con una enfermedad rara, con alguna situación que desdibuja sonrisas, apaga el ánimo y arrastra todo y a todos hacia una tristeza que tiene difícil consuelo. Quién no conoce a alguien que tenga depresión, que no tenga trabajo y no lo encuentre desde hace años, quién no conoce a alguien que no viva atemorizado porque quizás no llegue a fin de mes con esa injusta e insultante pensión…

Quién no se conmueve hasta el lloro cuando contempla a los padres y madres de criaturas y jóvenes que son arrancadas de la vida por la sinrazón y el odio, quién no se entristece profundamente cuando contempla la realidad cotidiana de la violencia machista, de la brutalidad y descerebro que algunos seres humanos pueden llegar a ejercer contra otros y en contra de su voluntad, quién no se entristece al pensar que sus hijas e hijos van a seguir viviendo en ese mundo tan marcado por la violencia, la frivolidad y el menosprecio del otro…

Motivos para la tristeza hay, como decíamos, infinidad. Pero sería injusto, enfermizo e incoherente que los cristianos nos quedáramos solamente en este análisis y no recordáramos nuestras raíces, nuestra misión, la cantidad inmensa de hombres y mujeres, situaciones, proyectos, hechos, logros y realidades que hablan, sobre todo, de ALEGRÍA. A los seres humanos nos invade la alegría cuando recibimos buenas noticias, cuando deseándolo nos enteramos de que esperamos un hijo o una hija, cuando los proyectos en los que estamos inmersos van dando sus frutos, cuando vemos que la vida en familia va bien, cuando logramos alcanzar algunos retos personales y grupales, cuando a las personas a las que amamos les va bien, cuando las enfermedades se curan… A los seres humanos nos invade la alegría cuando vemos crecer a nuestros hijos e hijas, cuando descubrimos nuevos lugares, tenemos nuevas experiencias, cuando nos aventuramos en algo nuevo y lo vivimos a tope, cuando Dios habita en nuestro interior, cuando nuestro compromiso por la justicia genera cambios, provoca transformaciones, involucra a otros inesperadamente, cuando nuestra oración es parte insustituible de nuestra vida cotidiana, cuando recibimos una llamada o un wasap que dibuja en nosotros una sonrisa que nace de lo más profundo, cuando estamos enamorados… A los seres humanos nos invade la alegría cuando descubrimos personas buenas, justas, involucradas en la vida y en la defensa de la dignidad de los demás, cuando

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compartimos lo que somos y tenemos por causas justas, cuando celebramos nuestra fe, nuestros ritos de paso, nuestros éxitos y fracasos, cuando hacemos un regalo y cuando alguien nos lo hace a nosotros, cuando estamos con gente que nos quiere sin más razón que porque sí, cuando contemplamos a alguien a quien admiramos por su gran corazón, cuando descubrimos una mirada limpia, transparente, inocente, que nos atrae irremediablemente, cuando nos sentimos perdonados, acogidos y acompañados, cuando somos conscientes de que la comunidad es mucho más que un medio, cuando uno descubre que los buenos amigos jamás dejan de estar cerca… A los seres humanos nos invade la alegría cuando vemos alegres a los nuestros, cuando logramos revertir algunas situaciones injustas o aparentemente insalvables, cuando cuentan con nosotros, cuando disfrutamos de una comida con gente a la que queremos, cuando ayudamos incondicionalmente a otros, cuando se nos dan oportunidades, cuando a los demás les va bien y compartimos sus éxitos, cuando nos reencontramos con personas a las que hacía mucho que no veíamos, cuando disfrutamos del sentido del humor de los demás, cuando escuchamos una obra musical que nos deleita, cuando contemplamos una obra de arte que nos conmueve, cuando la naturaleza nos reconecta con nosotros mismos…

A los seres humanos no nos faltan motivos para la ALEGRÍA. Quizás una nuestras tareas sea alimentar dichos motivos desde dentro, mantenerlos en la superficie como parte de nuestro estilo de vida, contagiarlos con gestos, palabras y acciones, permitirnos a nosotros mismos disfrutar de la vida con profundidad y acompañados. Vivir alegres no ingenuamente. Vivir alegres, plenamente conscientes de que hemos sido creados para la ALEGRÍA y la felicidad plenas. En eso consiste vivir. Y como afirmaba Pierre de Chardin, “la alegría es el signo infalible de la presencia de Dios”.

La palabra "alegría" aparece 269 veces en la Biblia. 206 veces en el Antiguo Testamento y 63 en el Nuevo Testamento. Podemos decir que todo el evangelio es una invitación a la alegría, es "Buena Noticia", Dios se hace uno de nosotros.

Es notoria la cantidad de veces que en el Nuevo Testamento se menciona el regocijo, regocijarse, exultar, exultación (agall-, 16 veces), alegría-alegrarse (jara, jairô, 131 veces) y celebrar con júbilo (eufrainô, 14 veces). El saludo más común es el griego jaire, «alégrate», como el del ángel a María (Lc 1,28; Cf. Mt 26,49; Mc 15,18). Es notablemente frecuente en la pluma de Pablo y de Lucas. Veamos los pasajes y contextos más notorios en el Nuevo Testamento que resaltan la alegría. El evangelio de la alegría. Lucas es el evangelista que con mayor frecuencia habla de gozo, alegría y júbilo. No solo el vocabulario, sino muchas escenas transpiran alegría. Jesús es fuente de alegría. Su nacimiento está marcado por un contagioso tono de alegría, además de expresar menciones de ello. Así, el ángel anunció a Zacarías que su

1 Cf. Eduardo Arens, El humor de Jesús y la alegría de los discípulos. Madrid, PPC, pp- 101-110.

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paternidad sería para él «gozo y alegría, y muchos se gozarán por su nacimiento» (Lc 1, 14), pues se trata del precursor del mesías. En la visita de María a su prima, apenas Isabel oyó el saludo de María, encinta de Jesús, el bebé Juan «saltó de gozo» en el seno de su madre (Lc 1,41.44), y ésta, a su vez, declaró a María: «iDichosa tú, que has creído...!» (Lc 1,45). Ya antes, el ángel saludó a María: «Alégrate, llena de los dones divinos (jaire, kejaritôménê)» (Lc 1,28). Esto es más que un simple saludo: es un imperativo por la buena nueva anunciada, empezando por la declaración de que ella es «llena de gracia» y que será madre del «hijo del Altísimo». En su réplica a Isabel, el cántico de gratitud de María es una explosión de alegría: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador... desde ahora todas las generaciones me llamarán dichosa...» (Lc 1,46ss) -no por el hecho de que será madre, sino porque lo será de aquel que «ocupará el trono de David, su padre, y reinará por los siglos de los siglos» (Lc 1,32). Al nacer Juan, todos los allegados «se alegraban con ella» (v. 58). Con alegría su padre entonó un cántico de alabanza: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado a su pueblo...» (vv. 64.68ss). Y al nacer Jesús, un ángel rodeado de una gran luz anunció a los pastores: «Os traigo una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: Hoy os ha nacido un salvador...» (Lc 2, 10s). A continuación, un coro angélico canta el famoso estribillo: «Gloria a Dios en las alturas...». El gozo de los pastores se manifiesta en su marcha «a toda prisa» al lugar indicado. Y cuando van, lo hacen como antes los ángeles, glorificando y alabando a Dios. Luego, los dos ancianos del Templo, Simeón y Ana, se alegran al ver al niño y, maravillados, hablan de él. Mateo, por su parte, también resalta la alegría que provocó el nacimiento de Jesús en la persona de los sabios de Oriente: estos fueron en busca del «rey de los judíos que ha nacido» (Mt 2,2). Y «al ver la estrella, sintieron inmensa alegría» (v. 10). Es la alegría que provoca la toma de conciencia de que ha llegado el tiempo mesiánico, tiempo de plenitud. La escena con la que Lucas inicia el relato de la vida pública de Jesús es aquella en la sinagoga de su tierra donde se aplicó a sí mismo el anuncio de la buena nueva que leyó en Isaías 61: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena nueva [euangelísasthai] a los pobres...» (Lc 4, 16-22). Es una misión que solo podía cumplir si tenía un mínimo de alegría por la vida, por eso el mensaje ocasiona alegría a los pobres, tullidos y marginados. Además de las famosas bienaventuranzas (Lc 6,20-23), cuando la madre de Jesús fue proclamada «bienaventurada» por una mujer entre la muchedumbre, este replicó ampliando su alcance: «iBienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la obedecen!» (Lc 11,27s). Igualmente son declarados «bienaventurados» aquellos que estén velando cuando venga el Señor (Lc 12,37s.43).

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En las parábolas de Lucas 15, dirigidas a los que criticaban a Jesús por acoger a pecadores y comer con ellos, se invita a la comunidad reiteradamente a alegrarse con el Señor, a hacer fiesta con él al hallar la oveja extraviada y al encontrar la moneda perdida: «Alegraos conmigo...» (vv. 6.9). No es un gozo meramente íntimo, sino compartido, celebrado en alegría exuberante, como resalta la última de las tres parábolas tras el retorno del hijo pródigo: alegría que se expresa con un gran banquete en gran algarabía (v. 32). La participación en el reino de Dios provoca alegría, porque es un banquete, un compartir en sencillez y apertura (Lc 14,45ss). Zaqueo recibió a Jesús «muy gozoso» en su casa (19,6), como antes había hecho otro publicano, Leví (Lc 5,29). Cuando los discípulos regresaron «con gozo» de su misión, Jesús les dijo: «Alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en los cielos» (Lc 10,20), es decir, de que son hijos de Dios. Por su parte, «Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo» y bendijo a Dios por haber dado a conocer su evangelio a las personas sencillas (v. 21). Acto seguido se dirige a los discípulos: «Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis...» (Lc 10,23) -la revelación del Padre vía Jesús (v. 22)-. Lucas es el único que introduce en el relato de la entrada de Jesús a Jerusalén el detalle de que «toda la multitud de los discípulos, alegrándose, comenzó a alabar a Dios a grandes voces...» (Lc 19,37). Y añadió: «Algunos de los fariseos le dijeron: "Maestro, reprende a tus discípulos". Pero él respondió: "Os digo que si estos se callan, gritarán las piedras"» (Lc 19,39s). ¿Por qué habrían de callarse? Es momento de alegrarse, pues está entrando el mesías. Ya antes, en otra ocasión, Lucas indicó que «el pueblo entero se alegraba de todas las maravillas realizadas por Jesús» (Lc 13,17). Más adelante dirá que incluso Herodes «se alegró mucho» cuando supo que Pilato le enviaría a Jesús (Lc 23,8). Igual que los relatos sobre la natividad, los encuentros con el Resucitado también reflejan alegría. Cuando Jesús se aparece a todo el grupo de discípulos, estos estaban tan gozosos que no lo podían creer (Lc 24,41). Después de la ascensión vuelven a Jerusalén «con gran gozo» (Lc 24,52). El cristianismo naciente en Jerusalén «partía el pan en las casas y compartía el alimento con alegría y sencillez de corazón», lo que resultaba en que «el Señor agregaba día tras día a la comunidad a los que iban siendo salvados» (Hch 2,46s). Alegría en comunidad. Mateo, el evangelista eclesiástico, también resalta la alegría. Ya hemos visto que la produce el nacimiento de Jesús. Los sabios de Oriente «al ver la estrella -que los guiaría hacia el mesías-, sintieron inmensa alegría» (Mt 2, 10). Mateo es el evangelista de las bienaventuranzas (Mt 5,3ss). Además de las tres originales preservadas por Lucas (6,20.21a.21b), que probablemente se remonten a Jesús, añadió cinco más. El vocablo «bienaventurado» (makarios; en arameo beruj o 'ashré) se emplea para felicitar a alguien considerado afortunado por una situación que provoca alegría, gozo. Pero, ¿por qué declara Jesús afortunados o bienaventurados a los pobres, los hambrientos y los afligidos? Porque, en consonancia con lo que siglos atrás gritaban los profetas, ellos son los favoritos de Dios, y en el balance final Dios hace la justicia que el

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mundo se negó a hacer (Cf. el cuadro del juicio final, Mt 25,31-42). Por eso Mateo concluye exhortando a los que dan la cara por la justicia para que se «alegren y regocijen porque su recompensa será grande en los cielos, pues así persiguieron a los profetas anteriores a vosotros» (Mt 5, 12). A diferencia de la versión de Marcos sobre la razón por la que los discípulos no ayunan, Mateo escribió: «¿Acaso van a estar afligidos [penthein; Mc: ayunar] los invitados a una boda mientras el novio está con ellos?» (Mt 9,15). La comunidad cristiana debe vivir alegre, porque Jesús aseguró: «Yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos» (28,20), es decir, «el novio está con ellos» (Cf. Mt 18,20). Mateo destaca que «el reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo. Un hombre lo encontró y lo escondió, y se va lleno de alegría, vende cuanto tiene y compra el campo» (Mt 13,44). Y es que ese reino se encuentra ya entre nosotros. A los servidores que, en la parábola, han hecho fructificar los talentos encomendados por su amo, este los invita al banquete de su señor (Mt 25,21ss). Al final de la parábola de la fiesta de bodas, Mateo añadió un párrafo que parece desconcertante: «Cuando entró el rey para ver a los invitados, vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda, y le dijo: "Amigo, ¿cómo entraste aquí sin estar vestido de boda?". Pero él guardó silencio. Entonces el rey dijo a los que servían: "Atadlo de pies y manos y echadlo a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de dientes"» (Mt 22,11-13). Pero, ¿cómo podría haber conseguido el vestido de boda si los comensales habían sido invitados en el último minuto, encontrados «en los caminos»? El vestido en cuestión representa el estado de ánimo de la persona (recuérdese nuestro vocablo «hábito»). El hombre no estaba con ánimo de festejar: había sido invitado a una fiesta de bodas, no a un velatorio. En el reino de Dios -que está conformado por la comunidad cristiana- se entra para estar alegre, con ánimo de fiesta. Notoriamente, las escenas y parábolas sobre comidas en general tienen un carácter festivo. Para esto hay que recordar, además, el sentido que tenía en aquella sociedad el compartir la mesa y los alimentos con alguien: era más que comer, era compartir su existencia, festejar la amistad. Ese es el trasfondo también de la última cena, que se distinguió de otras por el sentido especial dado por Jesús al pan y el vino compartidos en términos de su vida misma compartida, entregada, ofrecida por amor a las personas. Ese sentido festivo eucarístico -palabra esta que significa «dar gracias» [eujaristein]- ha sido preservado en los relatos de las multiplicaciones de los panes y en la cena pospascual con los discípulos de Emaús: «Tomó... dio gracias... partió... daba» (Mc 6,41; 8,6; Lc 24,30). La alegría de Jesús. El evangelio según Juan transpira un distintivo aire de júbilo. Al hablar de Jesús nos detuvimos ampliamente en el espíritu lúdico y los empleos lingüísticos del evangelista, especialmente de la ironía y las incomprensiones, a pesar de la solemnidad de muchas escenas y discursos. En Jn 3,29, el evangelista apunta que Juan Bautista se alegró «con gran alegría» de la aparición en escena del «esposo», y que su

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gozo era «pleno». También Abrahán «se llenó de gozo» con la esperanza de ver el día de Jesús (Jn 8,56). En el cuarto evangelio, Jesús es presentado como portador y trasmisor de alegría. Es la petición que Juan pone reiteradamente en labios de Jesús en la oración final al Padre: «Que ellos tengan en sí mismos mi alegría plenamente colmada» (Jn 17,13). Hacia el inicio de su discurso de despedida, Jesús deja como «mandato nuevo» el amor mutuo. La razón es ofrecida expresamente: «Para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plenamente colmada» (Jn 15,11). Les asegura a los discípulos que, cuando vuelva, tras la crucifixión, «se alegrará vuestro corazón, y esa alegría nadie os la quitará» (Jn 16,21ss). Es la alegría en el espíritu (jara), sinónimo de felicidad, que se vive en las entrañas. Es la alegría de las bien rociadas bodas en Caná, donde Jesús «manifestó su gloria» (Jn 2,5ss). Llena de humor es la escena de las bodas de Caná. La conversación: «No tienen vino - qué tengo que ver con eso - haced lo que él os diga - llenad esas tinajas de agua», provocan en el lector sencillo una sonrisa. Además de la calidad, la cantidad de vino proporcionada por Jesús para que la fiesta continúe es extraordinaria. Y si es fiesta, ihay risa y baile! Era una celebración «a tope», como se estila en los países mediterráneos. El vino, naturalmente, denota alegría; en clave teológica designa la alegría de los tiempos mesiánicos. Refiriéndose a los nuevos tiempos, Jesús advierte que «nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque, si no, el vino rompería los odres, y el vino y los odres se perderían. El vino nuevo hay que echarlo en odres nuevos» (Mc 2,22). En la última cena Jesús declara a sus discípulos: «Ya no beberé del producto de la vid hasta que llegue el reino de Dios» (Lc 22,18), o, lo que es lo mismo, que no festejará con ellos hasta que haya qué festejar, en un mundo nuevo, donde quien reine sea Dios. La alegría de Jesús es el punto de referencia de la de los discípulos, aquella que le es propia a él: «Que mi alegría esté en vosotros», y que esta aumente hasta llegar a su plenitud (plêrôthê) (Jn 15,11). La fuente de esa alegría es el amor, por eso la exhortación precedente: «iPermaneced en mi amor!», amor que se expresa concretamente de la manera en que Jesús lo ha mostrado en su vida: «Como yo os he amado», amor que resume los «mandamientos de mi Padre». En estos párrafos del discurso de despedida se destaca un punto importante (Jn 13,34s; 15,9-17): el «mandato nuevo» de amarse tiene como paradigma el amor de Jesús, que lo contrasta con el amor entendido en los términos más jurídicos y restrictivos de la ley de Moisés. Por eso lo califica como «nuevo», novedad que radica en la modalidad, no en el hecho mismo de amar, pues hasta los fariseos sabían que amar era uno de los mandamientos fundamentales de la ley de Dios. Es el amor que une a todos como hijos del Padre. Es el tipo de amor que se da entre padre-madre e hijo-hija, amor que produce inmensa alegría. Es lo que Jesús ruega precisamente a su Padre: «Que tengan en sí mismos mi alegría enteramente colmada» (Jn 17,13).

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Esa compenetración entre padre-madre e hijo-hija, que resulta en la «alegría plenamente colmada» -dice Jesús un poco más adelante-, debe servir para que «el mundo crea que tú me enviaste» (Jn 17,21.23). En efecto, signos visibles del discípulo de Jesús, según Juan, han de ser el «amaos unos a otros» (Jn 13,35), y la unidad entre ellos, que proviene de una unión «como tú, Padre, en mí y yo en ti» (Jn 17,21). Esos signos, que son correlativos, atraerán otros: «Ved cómo se aman unos a otros». El reencuentro con Jesús, ahora resucitado, hizo que los discípulos se llenaran de alegría (Jn 20,20). Ya les había anticipado en la última cena: «Volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y esa alegría vuestra nadie os la quitará» (Jn 16,22). Es el triunfo de Jesús, manifiesto en su resurrección, con todo lo que eso comporta, que provoca en sus discípulos esa alegría que «nadie os la quitará». Y es que la resurrección es el aval de Dios a la predicación de Jesús y la reivindicación de «la verdad». El cristiano está seguro de estar del lado de la vida (Jn 11,25: «Yo soy la resurrección y la vida»). Jesús es efectivamente «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Él es el rostro visible del Dios invisible, y la voz audible del Dios inaudible: quien me ve a mí -dice Jesús-, ve al Padre; quien me escucha a mí, escucha al Padre. El Espíritu, fuente de alegría. Pero no solo Jesús, sino también el Espíritu, que es la vida de Dios mismo, es designado como fuente de alegría, especialmente por Pablo. «El reino de Dios (...) consiste en justicia y paz y alegría en el Espíritu Santo» (Rom 14,17). La justicia se refiere a las relaciones interpersonales; la paz es consecuencia social de la justicia; y la alegría puede designar la actitud del cristiano, así como el fruto «interior» vivido por quien así conduce su vida, guiado por el Espíritu Santo. Y Pablo exhortó a los tesalonicenses: «Estad siempre alegres» (1 Tes 5, 16), y a los filipenses: «Alegraos siempre en el Señor. Os lo repito: iEstad alegres!» (Fip 4,4). Notemos que en esta carta Pablo habla de la alegría «en el Señor» (también en Flp 3,1 y 4, 10) cuando en Rom 14 habla de la alegría «en el Espíritu Santo». Son predicados aclaratorios: no es cualquier alegría o jolgorio; es la alegría que se vive en el alma, en la interioridad, donde Dios se comunica con la persona, la que viene de la comunión con el Kyrios Jesucristo. Es, en pocas palabras, lo que nosotros designamos como felicidad -ese «pedazo de cielo» que se vive anticipadamente-. Pablo aclaró a los gálatas que «el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz...» (Gál 5,22), en contraste con «las obras de la carne», que son fornicación, impureza, libertinaje, idolatría... (w. 19s). Notemos la manera diferenciada de designarlos: «obras de la carne» (en plural) y «fruto del Espíritu» (en singular). De las primeras enumera algunas de sus manifestaciones evidentes, y del segundo especifica cualidades más bien «del alma». De estas fijémonos en la secuencia, que parece estar en orden de mayor a menor peso: amor, alegría, paz, comprensión, benignidad, etc. La tríada inicial constituye en cierta manera un todo, como en Rom 14, 17. La alegría emana naturalmente del amor, y su consecuencia es la paz tanto interior como hacia fuera. Nos recuerda la advertencia de Jesús según la cual «al árbol se le conoce por sus frutos» (Lc 6,45).

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La alegría se vive porque algo la ocasiona y sustenta. No se da «porque sí». La relación existencial con Jesús como liberador y vivificador es motivo suficiente para vivir alegres, como lo fue para los discípulos. Si no lo es, se justifica preguntar quién es realmente Jesús para mí, en qué medida he comprendido y asumido el camino de Jesús, y si he dado espacio al Espíritu en mi vida -el mismo que sustentó a Jesús-, en qué consiste mi supuesta fe y cómo se manifiesta como real (y no es una quimera o un espejismo).

A nivel pastoral, nuestras escuelas FEC están trabajando para posibilitar experiencias de encuentro personal y comunitario con el Señor Jesús, desde una propuesta evangelizadora creativa, novedosa y alegre. El Papa Francisco nos exhorta constantemente a renovar métodos, modos, lenguajes… de manera que el evangelio de la alegría nos ayude a soñar un mundo nuevo, nos anime a continuar re-creando la historia y a seguir creciendo integral e integradamente.

Y es precisamente la alegría el hilo conductor del ministerio del Papa Francisco desde su toma de posesión hasta hoy. Sus escritos así lo testimonian:

Evangelii Gaudium (Exhortación Apostólica. Sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, noviembre 2013) Laudato Si (Encíclica. Sobre el cuidado de la casa común, mayo 2015) Amoris Laetitia (Exhortación apostólica. Sobre el amor en la familia, marzo 2016). Gaudete et exultate (Exhortación Apostólica. Sobre la llamada a la santidad en el mundo actual, marzo 2018)

Los cuatro textos citados hablan de la alegría del evangelio, del canto gozoso a la Creación, de la alegría del amor y de la alegría y la fiesta de la vida cristiana. Una alegría que se sustenta en tres elementos: es una alegría que procede de haber recibido el perdón, que se alimenta del Señor y que evita el derrotismo. El Papa afirma “que el evangelio nos hace ver esta alegría: ‘María, alegre, se levantó y fue adelante’, también la alegría nos hace ir adelante, siempre, porque la gracia del Espíritu Santo no conoce la lentitud. El Espíritu Santo siempre va adelante, siempre nos empuja adelante, siempre adelante, como el viento en la vela, en la barca. En definitiva, la alegría cristiana es la alegría del niño en el vientre de Santa Isabel cuando se encontró con María”.

Por eso durante este curso vamos a trabajar todo desde el valor de la alegría. Un valor institucional. Pero no sólo un valor: un modo de estar y de trabajar, un modo de educar y evangelizar, un modo de enseñar y de aprender, un modo de soñar y de imaginar el mundo en el que vivimos y en el que queremos vivir, un modo de creer, de crear y de crecer. Un valor que condensa sueños, creencias, capacidades, actitudes, destrezas, habilidades, ideales, proyectos, herramientas, trabajo en equipo, inspiración, innovación, transformación… un valor que invita a vivir de una determinada manera.

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Existen diferentes definiciones del término “alegría”. No difieren mucho en su contenido, pero aportamos aquí algunas:

- La alegría es un sentimiento de placer producido normalmente por un suceso favorable que suele manifestarse con un buen estado de ánimo, la satisfacción y la tendencia a la risa o la sonrisa.

- La alegría es un sentimiento grato y vivo que suele manifestarse con signos exteriores.

- La alegría es la emoción o el sentimiento que se experimenta cuando algo provoca felicidad o júbilo.

- La alegría es un estado interior, fresco y luminoso que suele manifestarse con signos exteriores.

- La alegría es definida como un estado mental caracterizado por sentimientos de amor, placer y satisfacción.

- La alegría es una emoción que se logra a través de la fidelidad hacia un propósito valioso.

- La alegría es el significado y el propósito de la vida, el sentido de la existencia humana.

Teniendo en cuenta estas y otras definiciones de alegría, y partiendo de la propuesta evangelizadora y pedagógica de nuestra Institución, proponemos la siguiente definición de alegría para trabajar durante este curso:

La alegría es una emoción, un sentimiento grato y vivo, el estado de ánimo más confortable, un valor y una característica de la vida cristiana que se experimenta cuando Dios, los otros, algo o algún acontecimiento provoca bienestar general, felicidad, altos niveles de energía y júbilo, es contagiosa y se manifiesta mediante signos interiores (equilibrio, autoestima y vida interior) y signos exteriores (gestos, acciones y palabras). La alegría tiene el poder de transformar el mundo. La alegría en el mundo de la cultura Lecturas recomendadas

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Si cae tu enemigo no te alegres; si tropieza, no lo celebres, no

sea que el Señor lo vea e irritado desvíe su ira de él. No te exasperes por los malvados,

no envidies a los que obran mal; porque el perverso no tiene porvenir, la lámpara de los

malvados se apagará.

Ánimo, hija. Que el Dios del cielo cambie tu tristeza en gozo.

Entonces la muchacha gozará bailando y los ancianos igual que los

jóvenes; convertiré su tristeza en gozo, los consolaré y aliviaré sus penas.

Aunque la higuera no dé higos, ni haya frutos en las vides; aunque

falle la cosecha del olivo, y los campos no produzcan alimentos; aunque en el aprisco no haya ovejas, ni ganado alguno en los establos; aun así, yo me regocijaré en el Señor, ¡me alegraré en Dios, mi libertador!

Al ver a la multitud, subió al monte. Se sentó y se le acercaron los

discípulos. Tomó la palabra y los instruyó en estos términos: Dichosos los pobres de

corazón, porque el reinado de Dios les pertenece. Dichosos los afligidos, porque serán

consolados. Dichosos los desposeídos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que

tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos,

porque serán tratados con misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán

a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se llamarán hijos de Dios. Dichosos

los perseguidos por causa del bien, porque el reinado de Dios les pertenece. Dichosos

vosotros cuando os injurien, os persigan y os calumnien de todo por mi causa. Estad

alegres y contentos pues vuestra paga en el cielo es abundante. De igual modo

persiguieron a los profetas que os precedieron.

Al encontrarla, se la echa a los hombros contento, va a casa, llama a amigos

y vecinos y les dice: Alegraos conmigo pues encontré la oveja perdida.

Os aseguro que lloraréis y os lamentaréis mientras el mundo se divierte;

estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. Cuando una mujer va a dar

a luz, está triste, porque le llega su hora. Pero, cuando ha dado a luz a la criatura, no se

acuerda de la angustia, por la alegría de haber traído un hombre al mundo. Así vosotros

ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y nadie os la

quitará.

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Nada podemos contra la verdad, sí a favor de la verdad. Nos alegramos de

ser débiles, con tal de que vosotros seáis poderosos. Es lo que pedimos, que os

restablezcáis. Con este fin os escribo en mi ausencia, para que, cuando esté presente,

no tenga que usar con severidad el poder que el Señor me ha concedido para construir

y no para destruir. Por lo demás, hermanos, estad alegres, restableceos, consolaos,

estad de acuerdo y en paz; y el Dios del amor y la paz estará con vosotros. Saludaos

mutuamente con el beso ritual. Os saludan todos los consagrados. La gracia del Señor

Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros.

Tened siempre la alegría del Señor; lo repito, estad alegres. Que todos

reconozcan vuestra clemencia. El Señor está cerca. Nada os preocupe. Antes bien, en

vuestras oraciones y súplicas, con acción de gracias, presentad a Dios vuestras

peticiones. Y la paz de Dios, que supera la inteligencia humana, custodie vuestros

corazones y mentes por medio del Mesías Jesús. Por lo demás, hermanos, ocupaos de

cuanto es verdadero, noble, justo, puro, amable y loable, de toda virtud y todo valor. Lo

que aprendisteis y recibisteis, y escuchasteis y visteis en mí ponedlo en práctica. Y el

Dios de la paz estará con vosotros.

Cuidado, que nadie devuelva mal por mal; buscad siempre el bien entre

vosotros y para todos. Estad siempre alegres, orad sin cesar, dad gracias por todo. Eso

es lo que quiere Dios de vosotros como cristianos. No apaguéis el espíritu, no despreciéis

la profecía, examinadlo todo y retened lo bueno, evitad toda especie de mal. El Dios de

la paz os santifique completamente; os conserve íntegros en espíritu, alma y cuerpo, e

irreprochables para cuando venga nuestro Señor Jesucristo. El que os llamó es fiel y lo

cumplirá.

Alegraos en la esperanza, mostrad paciencia en el sufrimiento, perseverad

en la oración.

Cada uno debe dar según lo que haya decidido en su corazón, no de mala

gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría.

El lema que este curso 2018-19 presidirá todo el trabajo de los centros educativos en

torno al valor de la alegría es ¡Vive alegre! (Live joyfully!)

La frase bíblica en la que nos apoyaremos pertenece al evangelio de Juan, y es la siguiente:

(Jn 15,11) (“That my joy might remain in you” (John 15,11)

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Dicha frase pertenece a este texto del evangelio de Juan:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis frutos, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros».

(Jn 15, 9-17) Dicen que la alegría cuesta más que la melancolía o la tristeza. La verdad es que la vida y el mundo están llenos de situaciones difíciles y de acontecimientos dramáticos. No hace falta evocar aquí las peleas familiares, los conflictos sociales o las guerras que rompen los pueblos. Tampoco es necesario recordar los dramas personales de quienes pierden a seres queridos o son visitados por enfermedades o desgracias diversas. Con frecuencia parece que los telediarios y la prensa no tuvieran otras cosas que contar. La alegría no es fácil. No sé si más a causa de lo que pasa en el mundo o de lo que pasa por nuestra cabeza y nuestro corazón. ¿Quién no se ha sorprendido alguna vez triste o pesaroso por causa del éxito ajeno? ¿Quién no se ha visto calculando con el ceño fruncido lo bien que les va a los demás tan fácilmente y lo poco que, al parecer, le rinden a uno los muchos esfuerzos? ¿Quién no se ha sentido tentado de declararse abandonado por la suerte y de entregarse al resentimiento o, al menos, a esa actitud del ir tirando que ahora llaman algunos el pasotismo? No, la alegría no es fácil. Y, sin embargo, ¡cuánto la deseamos y cómo la buscamos! A veces, a cualquier precio y por cualquier medio. Para eso están las pantallas de los televisores y de los nuevos aparatos interactivos. Para eso están las viejas drogas, desde el alcohol a otras que se han difundido entre nosotros en las últimas décadas y que han hecho el agosto entre jóvenes y no tan jóvenes. Para eso están las relaciones humanas de todo tipo –incluidas, por supuesto, las más íntimas– usadas como puro medio para el fin supremo de generar ese producto tan preciado, que es la alegría. Pero, claro, la alegría verdadera no es fácil ni barata. Pareciera que cuanto más se trata de alcanzarla, más huye de nosotros. ¿Será que nadie la puede tener como mero

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producto de sus esfuerzos y de sus planes? ¿Será que es ella un regalo del Cielo que, propiamente, no es de este mundo? «Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud». Jesús parece suponer que sí hay alegría de este mundo. Ésa, por ejemplo, que experimentan un padre o una madre cuando ven a su hijo dar los primeros pasos y echar las primeras carreras. ¡Claro que hay alegrías en este mundo, creación buena de Dios! ¡Hay muchas! Pero, al final, van siempre rodeadas de penas. Por eso hay tanta alegría fingida y falsa. Por eso, tanta tristeza y tanto hastío de vivir. Las alegrías del mundo necesitan alimentarse, purificarse y sublimarse en la alegría del Cielo, que es la de Jesús. La alegría de Jesús es la alegría que surge de una obra cumplida. Es una alegría creativa, como la alegría que siente el artista al completar su obra. Genera un sentimiento de fuerza inexhausta para la nueva creación2. No se trata de la alegría vacía que acompaña el lujo ni de la alegría que viene con apetitos saciados – una alegría que desaparece en cuanto las cosas cambian. En su lugar, se trata de la alegría de una vida disciplinada, como la alegría de un atleta después de ganar una carrera difícil. Ese atleta puede tener callos en los pies o músculos doloridos pero, al experimentar la alegría de la victoria, todo eso importa poco. Es la alegría de la Vida divina, la del poder del Amor creador. Es la alegría que no se hace, la que el ser humano recibe al saberse conocido y querido, buscado y elegido por Dios. Es la alegría más fuerte que toda desgracia, más fuerte que la muerte. Es una alegría espiritual que no sólo es compatible con el sufrimiento, sino que se intensifica con el sacrificio voluntario y con la entrega de la vida. Es aquella de la que escribía santa Teresa: «… que tan alta Vida espero, que muero porque no muero»3.

Con la expresión ¡Vive alegre! queremos expresar que la alegría es una emoción

fundamental de la persona que irrumpe en la propia vida, sin premeditación ni cálculo, tiñiendo la existencia de un agradable sentimiento. No se trata de estar alegres en algún momento, no es cuestión de que algo nos haga sonreír en algún instante (que también), no queremos una alegría efímera y superficial. Como afirmaba Sófocles, la mayor alegría es la inesperada. No avisa, ni pide permiso, tampoco se atisba antes de hacer acto de presencia, es espontánea pero no irracional: siempre tiene sus razones aunque a veces sean inconscientes y desconocidas. Nos gustaría que la alegría fuese un modo de vivir la vida, un estilo en nuestras relaciones, en nuestras propuestas, en nuestro modo de ver, sentir y hablar del Dios de Jesús. Alegría que califica toda nuestra vida, no como maquillaje sino como esencia, no

2 Cf. Strachan, citado en Morris, Leon, The New International Commentary on the New Testament: The Gospel According to John (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1995). 3 Mi alegría en vosotros, Comentario al texto de Jn 15,9-17, por Juan Antonio Martínez Camino, en Alfa y Omega nº 928.

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como un intento de esconder o arrinconar las tristezas, sino como algo que afecta al punto anímico central del ser humano y le abarca entero. Vive. La alegría no es un bien que se pueda ubicar en una parte concreta de la persona, ni situar sencillamente en un estrado. Es una vivencia que afecta integralmente a todo el ser humano, abraza su dimensión psíquica, física, social y espiritual. Una persona alegre tiene pensamientos alegres, sentimientos alegres, recuerdos alegres, deseos alegres para sí misma y para los otros; ve el mundo de una forma radicalmente diferente a como lo ve una persona triste. Alegre. La alegría afecta la percepción intelectual de las cosas, también la valoración de los actos y de los vínculos que la persona trenza a lo largo de la vida. La alegría es efusión de un corazón que se siente bien en la existencia y, por eso mismo, subjetividad desbocada, que se ha salido de madre y que no quiere regresar. La auténtica alegría proporciona a las percepciones un brillo especial, de una luz nueva a la existencia.

¡Vive alegre! no es sinónimo de “vive alegremente, despreocupado, superficialmente,

sin fundamento ni horizonte, sin responsabilidad ni sentido”. Es, precisamente, todo lo contrario. Es una invitación a que la alegría albergue en nosotros, habite en nosotros, sea un elemento nuclear y fundamental en nuestro diario vivir, también en medio de las tristezas y tragedias cotidianas, propias y ajenas. Sólo las personas alegres saben incluir lo trágico y doloroso como ingrediente de la vida. La alegría sólo es posible, sólo brota de la mesa compartida, del convite, del acto de convivir con los otros, de la fiesta y del compromiso por la vida.

Objetivo general

Favorecer en nuestros centros educativos un clima participativo, lúdico y celebrativo que ayude a formar personas alegres, felices, contentas, positivas y que contagien ganas de vivir, personas que sean capaces de transformar el mundo en el que vivimos, siempre fundamentados en los valores del evangelio, de modo especial en la alegría del evangelio.

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Objetivos específicos

CO

N U

NO

MIS

MO

Experimentar

cotidianamente los

beneficios de ser y

estar alegres.

Tomar conciencia de

que la alegría es una

emoción fundamental

y un proceso que

también depende de

mí.

Reflexionar sobre las

propias razones para la

alegría. Experimentar

la alegría como una

elección personal de

vida.

Experimentar de

modo personal la

alegría de amar y ser

amados, de tener

amigos y de

relacionarnos con

otras personas.

Aprender a vivir la

alegría que se nos

presenta en el

evangelio.

Experimentar la alegría

de conocernos, crecer

y trabajarnos

interiormente.

CO

N L

OS

DEM

ÁS

Salir de uno mismo,

relacionarnos,

compartir la propia

alegría y disfrutar de la

alegría de los otros.

Concienciarnos de que

la alegría es un don y

un bien que sólo es

verdadero si es

compartido y

contagiado.

Favorecer el

aprendizaje y la praxis

de la alegría en

nuestras relaciones con

los otros.

Experimentar la

alegría de la

pertenencia a un

grupo, de nuestras

amistades y de las

relaciones con otras

personas. Poner el

don de la alegría al

servicio de los

demás.

Descubrir en nuestras

relaciones con los

demás una fuente

importante de

verdadera alegría.

Celebrar la alegría

como un don de Dios

que nos ayuda a ser

mejores personas y a

vivir más felices.

CO

N D

IOS

Agradecer a Dios el

don de la alegría con

nuestras actitudes y

acciones.

Sentir y mostrar

agradecimiento a Dios

por el don de la alegría.

Entender la alegría de

Jesús a través de su

mensaje.

Descubrir en la Palabra

de Dios la Buena Nueva

como fuente de alegría

para la Humanidad.

Reconocer en Jesús

un referente para

vivir la alegría en

relación con los

demás.

Dar gracias a Dios por

ser motivo de alegría

para nosotros.

Descubrir en la alegría

la presencia del Dios de

Jesús.

CO

N E

L EN

TOR

NO

Vivenciar la alegría en

nuestro compromiso

con lo que nos rodea.

Mejorar la realidad

desde una experiencia

personal y grupal

alegre.

Valorar lo que nos

rodea como un motivo

y un medio para vivir

alegres.

Reflexionar sobre la

importancia de vivir

alegres y fomentar una

actitud responsable y

alegre en nuestra

relación con lo que nos

rodea.

Valorar con alegría y

de forma positiva el

mundo que nos

rodea.

Ser conscientes de la

alegría de Dios en la

creación.

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Como en años anteriores, la subcomisión de arte de la Comisión del valor, ha trabajado

para poder expresar en tres carteles todo cuanto nos gustaría comunicar en torno al

valor institucional en torno al que trabajaremos durante el curso. Detrás de estos

carteles hay fundamentación, mucha reflexión y, sobre todo, mucho arte al servicio de

la misión.

Educación Infantil

El cartel de EI, en castellano e inglés, presenta una imagen habitual entre el alumnado

de esta etapa educativa: niñas y niños jugando, divirtiéndose, alegres, sonrientes… en

un entorno bonito, sano y lleno de color.

La niñez, especialmente en esta etapa, es un momento especialmente importante para

descubrir la riqueza del compartir, la importancia del juego colaborativo, la interacción

con los otros y, fundamentalmente, el disfrute absoluto de todo cuanto se va

descubriendo.

La alegría, en condiciones normales, es propia de los niños. Escuchamos la sonrisa de

los más pequeños y de modo automático se dibuja en nuestro rostro otra sonrisa. Es

contagiosa. La naturaleza es alegre, contagia ganas de vivir y de celebrar. El sol es esa

presencia del Dios creador que hace posibles todas las cosas, la fuente de la mayor

alegría.

Estos carteles están pensados para poder fortalecer todo aquello que provoque alegría

en los más pequeños. La alegría educa. Educar con alegría es sembrar felicidad en los

demás. Los carteles estarán también disponibles en blanco y negro para ser coloreados

y en diferentes archivos tendremos los diferentes personajes por separado para poder

trabajar con ellos.

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Educación Primaria

El cartel de EP está ambientado en una zona abierta (parque público), arbolada, con

espacio para correr y practicar deporte, para leer y para reunirse con otras personas. En

él aparece un profesor de primaria rodeado de seis alumnos y alumnas, todos en

movimiento. Las expresiones de los rostros lo dicen todo. La alegría, aunque proceda de

lo más profundo de uno mismo, se deja ver, es contagiosa, se expresa con el

movimiento, con la sonrisa, con el ritmo y la celebración. A pesar de los contratiempos

y de las pruebas de la vida, siempre hay motivos para la alegría, para vivir alegres y para

educar en la alegría. Dios es una razón profunda de verdadera alegría. Los demás, como

imágenes suyas, también.

Educación Secundaria, Bachillerato y CCFF

El cartel de ESO, Bachillerato y CCFF es una escena típica de adolescentes y jóvenes:

sentados, charlando, sonriendo… pura vida. Los adolescentes y jóvenes viven una etapa

de la vida en la que todo es experimentación, descubrimiento, anhelos por parecerse a

los referentes elegidos por ellos, rebeldía, búsqueda de la propia autonomía y libertad,

conectados a todo y a veces desconectados de sí mismos, pero todos deseosos de ser

verdaderamente felices. Este grupito expresa cordialidad, amistad, alegría y vida. Con el

alumnado de estas etapas queremos trabajar este año una sana alegría, fruto del

aprendizaje, del encuentro, de la amistad, de la fe y el compromiso.

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¡Alegría!

Hoy te voy a presentar a una amiga muy especial, llévala siempre contigo, nunca te podrá faltar.

Ella llama a tu puerta, TOC TOC TOC, déjala entrar. Seguro que nos anuncia algo que nos va a gustar.

Alegría, contagia a los demás, alegría, sonrisas pintarás (Jesús te ayudará) Comparte tu vida, comparte ilusión, comparte sonrisas, comparte emoción, ¡Alegría!

No nos cuesta nada, ¡es gratis! Y nos llena de energía. Empieza cada mañana con esta gran vitamina.

Cada lección de su libro es una chispa de amor. Habla todos los idiomas, Desde chino al español. Alegría, contagia a los demás, alegría, Jesús te ayudará. Comparte tu vida, comparte ilusión, comparte sonrisas, comparte emoción, ¡Alegría!

¡Vive alegre!

Para poder crecer, de nuevo hay que empezar

No dejes que caigan tus sueños. Si el cielo es triste, el sol saldrá otra vez No dudes no, solo hay que tener fe (bis)

Canta, baila, disfruta la vida sonríe y contagia energía.

Que la vida es mejor si sonríes, camina y reparte alegría

Oh oh oh oh, oh eh oh (bis)

No hay nada que perder y mucho que ganar

Empieza tu camino, queda por andar. Vive alegre, abre tu corazón,

Todo es posible siempre que haya amor (bis).

Canta, baila, disfruta la vida…

Si la vida es mejor si sonríes, ¡hazlo y vente! Hagamos del mundo un espacio diferente Más sueños, buen rollo, más risas al día

Y que nuestra meta sea siempre la alegría. Tenemos el poder de cambiar el mundo Para que vivamos en paz todos juntos

Más sueños, buen rollo, más risas al día Y que nuestra meta sea siempre la alegría.

Canta, baila, disfruta la vida…

¡VIVE ALEGRE, VIVE ALEGRE!

Himno EI y EP Himno ESO Bach. CCFF

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1. La mitad de la alegría reside en hablar de ella. Proverbio persa 2. Los mejores médicos del mundo: el doctor dieta, el doctor reposo y el doctor alegría. Jonathan Swift (1667-1745) Político y escritor irlandés. 3. Para lograr todo el valor de una alegría has de tener con quien repetirla. Mark Twain (1835-1910) Escritor y periodista estadounidense. 4. La juventud es el paraíso de la vida, la alegría es la juventud eterna del espíritu. Ippolito Nievo (1831-1861) Escritor italiano. 5. La alegría de ver y entender es el más perfecto don de la naturaleza. Albert Einstein (1879-1955) Científico alemán nacionalizado estadounidense. 6. Hazles comprender que no tienen en el mundo otro deber que la alegría. Paul Claudel (1868-1955) Escritor y diplomático francés. 7. El mundo no puede dar alegrías tan grandes como son las que quita. Lord Byron (1788-1824) Poeta británico. 8. El hombre se complace en enumerar sus pesares, pero no enumera sus alegrías. Fiodor Dostoievski (1821-1881) Novelista ruso. 9. La alegría, cuanto más se gasta más queda. Emerson (1803-1882) Poeta y pensador estadounidense. 10. Si exagerásemos nuestras alegrías, como hacemos con nuestras penas, nuestros problemas perderían importancia. Anatole France (1844-1924) Escritor francés. 11. La alegría ha sido llamada el buen tiempo del corazón. Samuel Smiles (1812-1904) Escritor y reformista escocés. 12. Entre todas las alegrías, la absurda es la más alegre; es la alegría de los niños, de los labriegos y de los salvajes; es decir, de todos aquellos seres que están más cerca de la Naturaleza que nosotros. Azorín (1873-1967) Ensayista, novelista y autor de teatro español. 13. No hay mejor alegría que la que mejor alegría difunde entre los demás. Henry F. Hoar 14. Ten buena conciencia y tendrás siempre alegría. Si alguna alegría hay en el mundo la tiene seguramente el hombre de corazón puro. Thomas De Kempis (1380-1471) Teólogo alemán. 15. Gran ciencia es ser feliz, engendrar la alegría, porque sin ella, toda existencia es baldía. Ramón Pérez de Ayala (1881-1962) Escritor y periodista español. 16. Todo les sale bien a las personas de carácter dulce y alegre. Voltaire (1694-1778) Filósofo y escritor francés. 17. La alegría más grande es la inesperada. Sófocles (495AC-406AC) Poeta trágico griego. 18. La alegría es la piedra filosofal que todo lo convierte en oro. Benjamin Franklin (1706-1790) Estadista y científico estadounidense. 19. Cuando saltes de alegría, cuida de que nadie te quite la tierra debajo de los pies. Stanislaw Lec (1909-1966) Escritor polaco de origen judío. 20. Si tenéis el hábito de tomar las cosas con alegría, rara vez os encontraréis en circunstancias difíciles. Robert Baden-Powell (1857-1941) Militar y escritor británico. 21. Bueno es tener la alegría en casa y no haber menester de buscarla fuera.

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Goethe (1749-1832) Poeta y dramaturgo alemán. 22. ¡Cuán bueno hace al hombre la dicha! Parece que uno quisiera dar su corazón, su alegría. ¡Y la alegría es contagiosa! Fiodor Dostoievski (1821-1881) Novelista ruso. 23. El corazón alegre hace tanto bien como el mejor medicamento. Salomón (970 AC-931 AC) Rey de Israel 24. Hay que simpatizar siempre con la alegría de la vida. Cuanto menos se hable de las llagas de la vida, mejor. Oscar Wilde (1854-1900) Dramaturgo y novelista irlandés. 25. Ser alegre en estos días es un acto de valentía. Abel Pérez Rojas (1970-) Educador y poeta mexicano. 26. Gran ciencia es ser feliz, engendrar la alegría, porque sin ella, toda existencia es baldía. Ramón Pérez de Ayala (1881-1962) Escritor y periodista español. 27. Con dinero podemos comprar lujos, pero no alegría. Anónimo 28. La alegría se encuentra en el fondo de todas las cosas, pero a cada uno le corresponde extraerla. Marco Aurelio 29. La alegría es el néctar de la vida. Abel Pérez Rojas. Educador y poeta mexicano. 30. La alegría compartida es una alegría doble. Dewey 31. Cuando la mente es pura, la alegría nos sigue como una sombra que nunca se va. Buda 32. La alegría es una red de amor con la que se puede atrapar las almas. Madre Teresa de Calcuta 33. La alegría es el asunto más serio del cielo.C.S. Lewis 34. Hay quienes dan con alegría y esa alegría es su recompensa. Khalil Gibran 35. A veces tu alegría es la fuente de tu sonrisa, pero a veces tu sonrisa puede ser la fuente de tu alegría. Thich Nhat Hanh 36. Para obtener el valor total de la alegría, debes tener a alguien con quien dividirla. Mark Twain 37. La alegría es el signo infalible de la presencia de Dios. Pierre de Chardin 38. Una flor florece para su propia alegría. Oscar Wilde 39. Haz el bien, vive de la manera más positiva y alegre posible todos los días. Roy T. Bennett 40. La alegría florece donde las mentes y los corazones están abiertos. Jonathan Lockwood Huie 41. La alegría es la realidad más real, la vida más plena y la alegría siempre se da nunca se capta. Dios da regalos y yo doy gracias y desenvuelvo el regalo dado: alegría. Ann Voskamp 42. La alegría está en la lucha, en el esfuerzo, en el sufrimiento que supone la lucha y no en la victoria. Mahatma Gandhi 43. La alegría no está en las cosas; está en nosotros. Richard Wagner 44. Tienes que olfatear la alegría. Mantén tu nariz en el camino de la alegría. Buffy Sainte-Marie 45. Existe la inmensa alegría de vivir y de ser justos, pero ante todo existe la inmensa alegria de servir. Gabriela Mistral 46. Buscas la alegría en torno a ti y en el mundo. ¿No sabes que sólo nace en el fondo del corazón?” Rabindranath Tagore 47. El mundo está lleno de pequeñas alegrías; el arte consiste en saber distinguirlas. Gotthold Ephraim Lessing

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48. El Señor no nos va a preguntar qué hicimos con el dinero, sino qué hicimos con la alegría, inevitable para vivir. Facundo Cabral 49. La búsqueda de la alegría es más importante que la necesidad del dolor. Paulo Coelho 50. Mi risa es mi espada y mi alegría, mi escudo. Martín Lutero 51. La disposición alegre aumenta tu autoestima, te hace la vida más divertida y hace más felices a las personas que te rodean. Tony Robbins 52. Alegría y amor son las alas para las grandes promesas. Johann W. Goethe 53. No hay alegría más alegre que el prólogo de la alegría. Mario Benedetti 54. La alegría no es el éxtasis momentáneo, sino el resplandor que acompaña al ser. Erich Fromm 55. Ten buena conciencia y tendrás siempre alegría. Si alguna alegría hay en el mundo la tiene seguramente el hombre de corazón puro. Thomas De Kempis 56. El corazón alegre es como una buena medicina, pero el ánimo triste quita energías (Prov 17,22) 57. La naturaleza nos avisa mediante un signo preciso de que hemos alcanzado nuestro destino. Ese signo es la alegría. Henri Bergson 58. Hay que extender la alegría y eliminar tanto como se pueda la tristeza. Montaigne 59. La alegría es un poder, cultivadla. Dalái Lama 60. Ser capaz de encontrar su alegría en la alegría de los otros: ese es el secreto de la felicidad. Bernanos

No hay «recetas» para la felicidad ni para la alegría, porque, en primer lugar, no hay una sola, sino muchas felicidades y muchas alegrías, y cada persona debe construir las suyas. Y porque, en segundo lugar, una de las claves para ser felices y vivir alegres está en descubrir «qué» clase de felicidad es la mía propia. A José Luis Martín Descalzo se le ocurrían unas cuantas. Las proponemos aquí como un decálogo que sirva de propuesta de temas a tener en cuenta a la hora de trabajar el valor institucional de la alegría: – Valorar y reforzar las fuerzas positivas de nuestra alma. Descubrir y disfrutar de todo lo bueno que tenemos. No tener que esperar a encontramos con un ciego para enterarnos de lo hermosos e importantes que son nuestros ojos. No necesitar conocer a un sordo para descubrir la maravilla de oír. – Asumir después serenamente las partes negativas o deficitarias de nuestra existencia. No magnificar las pequeñas cosas que nos faltan. No sufrir por temores o sueños de posibles desgracias que probablemente nunca nos llegarán. – Vivir abiertos hacia el prójimo. Pensar que es preferible que nos engañen cuatro o cinco veces en la vida que pasarnos la vida desconfiando de los demás. Pero buscar

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también en todos más lo que nos une que lo que nos separa, más aquello en lo que coincidimos que en lo que discrepamos. Ceder siempre que no se trate de valores esenciales. – Tener un gran ideal, algo que centre nuestra existencia y hacia lo que dirigir lo mejor de nuestras energías. Caminar hacia él incesantemente, aunque sea con algunos retrocesos. Aceptar la lenta maduración de todas las cosas, comenzando por nuestra propia alma. Aspirar siempre a más, pero no a demasiado más. Dar cada día un paso. – Creer descaradamente en el bien. Tener confianza en que a la larga -y a veces muy a la larga- terminará siempre por imponerse. No angustiarse si otros avanzan aparentemente más deprisa por caminos torcidos. Creer en la también lenta eficacia del amor. Saber esperar. – En el amor, preocuparse más por amar que por ser amados. Tener el alma siempre joven y, por tanto, siempre abierta a nuevas experiencias. Estar siempre dispuestos a revisar nuestras propias ideas, pero no cambiar fácilmente de ellas. – Elegir, si se puede, un trabajo que nos guste. Y si esto es imposible, tratar de amar el trabajo que tenemos, encontrando en él sus aspectos positivos. – Revisar constantemente nuestras escalas de valores. Cuidar de que el dinero no se apodera de nuestro corazón, pues es un ídolo difícil de arrancar de 61 cuando nos ha hecho sus esclavos. Descubrir que la amistad, la belleza de la naturaleza, los placeres artísticos y muchos otros valores son infinitamente más rentables que lo crematístico. – Descubrir que Dios es alegre, que una religiosidad que atenaza o estrecha el alma no puede ser la verdadera, porque Dios o es el Dios de la vida o es un ídolo. – Procurar sonreír con ganas o sin ellas. Estar seguros de que el hombre es capaz de superar muchos dolores, mucho más de lo que el mismo hombre sospecha.

Para los tiempos litúrgicos fuertes de este curso en el que por calendario la Liturgia de

la Palabra será la correspondiente al ciclo C, estos son los lemas:

“Todo lo que está por venir” (Lc 21,35)

Siempre despiertos

Todos verán

Toma la palabra

Salta de alegría

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La alegría como una vía de liberación y de amor, en las antípodas de la felicidad artificial a que nos invita nuestra cultura narcisista y consumista, pero también distinta a la ausencia de sufrimiento y turbaciones. Siguiendo los pasos de Chuang Tse, Jesús, Spinoza y Nietzsche, una sabiduría asentada en el poder del deseo y en un consentimiento de la vida, de toda la vida.

La fiesta, a veces, es sinónimo de pérdida de tiempo, como una manera de desperdiciar la existencia. Probablemente por este motivo, se la reduce a la mínima expresión e, incluso, está mal visto festejar con frecuencia. Igualmente, es necesaria una pedagogía de la fiesta y del juego, porque cada vez hay más profesionales en el mercado laboral que no saben jugar ni festejar. Necesitamos una pedagogía del diálogo y de la admiración, porque hay graves dificultades para ejercer y admirar lo que nos envuelve.

“Acércate a mirar” (Éx 3,3)

Está escrito

Guarda silencio

A ver si da fruto

Deberías alegrarte

Adelante

¡Contagia alegría!

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La alegría (también la esperanza y el amor) es arriesgada porque le da valor a la persona, puede transformarla. Y con la persona y a través de la persona, es un motor emocional que puede cambiar el mundo. La pregunta sigue siendo si quienes tenemos el privilegio de educar asumiremos ese riesgo. ¿Optaremos con consciencia y de forma sistemática por educar la alegría?

¿Quién no quiere ser feliz hoy en día? El joven y el anciano, el

hombre y la mujer, el célibe y el casado, el que cree en Dios y

el que no...: todos aspiramos a la felicidad. ¿Es este deseo una

quimera insensata o un anhelo legítimo? Es posible una

alegría profunda, hecha de risas y lágrimas, capaz de vivirse

en los momentos de euforia y fiesta, pero también en las

horas más oscuras. Es posible un gozo con raíces hondas, que

se disfruta en los días radiantes, pero que no se apaga sin más

ante la dificultad o la zozobra.

Razones para la alegría es el título de un libro de José Luis Martín Descalzo lleno de diversión y consejos para afrontar la vida con “alegría”; no hay como afrontarla con sentido del humor. “Cristianos, ¿qué habéis hecho del gozo que os dieron hace 2000 años? J. L.Martín Descalzo escribió muchas de sus mejores páginas durante la enfermedad que padeció durante muchos años. Hoy su testimonio y su obra siguen vivos.

Para un acercamiento al humor de Jesús y del Nuevo Testamento. Que Jesús tuviera sentido del humor es una faceta que ni por asomo pasa por las mentes de la mayoría de las personas. Y es que estamos marcados por la imagen que se nos ha transmitido de Jesús, el maestro solemne de profundas doctrinas, discutidor con los judíos, serio y severo con los discípulos, como una suerte de gran catedrático universitario. Esa imagen la vemos plasmada en la iconografía. Pensamos más en Jesús como intelectual y polemista que como simplemente humano. La teología tradicional, así como la catequesis y la predicación, han acentuado la divinidad de Jesús hasta el punto de que tendemos a olvidar su humanidad o la vemos como una especie de paréntesis o concesión.

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https://www.youtube.com/watch?v=PR1XUq3bdFI

https://youtu.be/qgTt_3UVwpM

https://www.youtube.com/watch?v=PpDBZFy52HM

https://www.youtube.com/watch?v=FdSZYedR1I4https://www.youtube.com/watch?v=FdSZYedR1I4

https://www.youtube.com/watch?v=dgrsxcu88XE https://www.youtube.com/watch?v=BvLLNUD4jB0

Señor, si el objetivo de tus palabras era que estuviéramos alegres y que nuestra alegría llegase a plenitud, ¿por qué vivimos tan poco alegres, porqué vivimos angustiados por el mañana, por qué perdemos tanto el tiempo en cosas y asuntos absurdos, por qué nos pasamos la mitad de la vida mirando de reojo a los otros y criticando su modo de ser y de hacer las cosas? ¿Por qué nuestro ser creyentes no es motivo de alegría para tantos que nos rodean, por qué nuestra alegría es tan pasajera y tan vulnerable, por qué hay tantas situaciones en la vida que apagan una y otra vez nuestra alegría? Señor, si el objetivo de tus palabras era que estuviéramos alegres y que nuestra alegría llegase a plenitud, ¿qué nos pasa? ¿Qué no hemos entendido? ¿Qué estamos haciendo mal o, simplemente, no estamos haciendo? ¿Qué debemos cambiar en nuestra vida para que realmente tu Palabra sea para nosotros fuente de verdadera alegría?

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Señor, encontrarnos contigo ha sido el mejor regalo de nuestra vida, la mayor fuente de verdadera alegría y de gozo que tenemos. Te pedimos que nos sigas hablando para que tu alegría esté en medio de nosotros y llegue algún día a ser plena. Para que seamos creyentes profundamente alegres, enamorados, apasionados y plenos. Para que nuestra alegría sea para los demás razón, llamada y motivo para conocerte y vivir desde ti.

Señor, haznos hombres y mujeres alegres, siempre dispuestos a la sonrisa cómplice, a la fiesta en la que todos son bienvenidos, al juego en el que nos hacemos niños, a los gestos de cariño que sólo ven la luz cuando el corazón vive contento.

Señor, tú nos has hablado para que tu alegría esté en nosotros y en nosotros permanezca hasta llegar a su plenitud, hasta experimentarla sin manchas, sin sombras y sin fisuras. Haznos hombres y mujeres alegres, gozosos de sabernos amados sin medida, perdonados infinitamente, destinatarios siempre de una misericordia que no conoce fin.

Señor, tu alegría está en nosotros: haz que vivamos desde ella, que viéndonos los demás vean tu alegría y tus ganas de que vivamos felices haciendo felices a los demás. Así sea

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