semanario nº 10

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Semanario Marandu de la Patria

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6 de Junio

Invasión portuguesa a la Banda Oriental

Era una ambición tradicional de los portugueses el lograr límites naturales para sus posesiones en América. Consecuentes a tal política buscan el dominio de los grandes ríos que tienen origen en su territorio y desembocan en el Río de la Plata. Desde la época del coloniaje, y aún en tiempo de paz, los portugueses siempre presionaron la frontera terrestre de la Banda Oriental y de las Misiones.

Bajo distintos pretextos, pero materializando una sola aspiración, los portugueses realizan dos invasiones; la primera en 1811 y la segunda en 1816.

La primera invasión se realiza a solicitud de Elío (en ayuda de los españoles sitiados en Montevideo) y da lugar a la firma del Armisticio del 20 de octubre por el que se levanta el sitio de Montevideo y a raíz del cual se efectúa el Exodo del Pueblo Oriental.

La resistencia a esta primera invasión es más bien pasiva, dada la actitud del gobierno porteño, y solamente se manifiesta por la acción de ciertos destacamentos y acciones de guerrillas en el este, en el litoral oeste, y en las Misiones. Los portugueses permanecieron en nuestro territorio (contrariando lo establecido en el artículo 11 del

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Armisticio de octubre) retirándose en agosto de 1812, por imperio del Tratado Rademaker‐Herrera.

En 1816, las circunstancias políticas y militares se presentaron favorables, produciéndose la segunda invasión portuguesa. Dicha invasión vino a quebrar un período de reorganización y prosperidad conocido como el Apogeo de Artigas, y habría de terminar por abatir definitivamente el poder militas y político del Protector.

En primer término contaban con la connivencia de los políticos porteños, especialmente del Dr. Gregorio Tagle, Ministro de Relaciones Exteriores de los gobiernos de Alvarez Thomas, de González Balcarce, Pueyrredón y la Logia Lautaro. En segundo término el apoyo, instigación y complicidad de un grupo de exiliados y residentes en Río de Janeiro entre los que citaremos a Vigodet, De la Alameda, Alvear, Nicolás Herrera, Manuel garcía, Valentín Gómez, etc.

Al impulso de tales circunstancias Río de Janeiro se convirtió en un foco anti‐ artiguista. En realidad siempre lo fue. Los españoles trataban de recuperar las colonias perdidas, mediante la ayuda de Portugal; los porteños intentaban terminar con Artigas, aunque fuera a costa de la segregación de la Provincia Oriental a favor de Portugal, o buscando la coronación de un Príncipe de Braganza.

Los emigrados a raíz del motín de Fontezuelas, suministraron a la Corte Portuguesa toda clase de informaciones, con lo que apoyaron sus planes de conquista. Nicolás Herrera dio las normas que debían seguirse en la invasión dando consejos en el orden político y militar. Tal como lo consigna el historiador Hugo D. Barbagelata en su obra, el ex Dictador Supremo Carlos de Alvear entregó al representante español una relación de la fuerza efectiva que tienen las Provincias del Río de la Plata, que están en insurrección, el 27 de junio de 1815. Según dicho informe, las fuerzas de la Banda Oriental y Entre Ríos era:

1ª División al mando de Fernando Torgués compuesta del Regimiento de Dragones de la Libertad, 600 hombres.

2ª Division al mando de Frutos Ribero, 500 hombres.

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3ª División al mando de Balta Ojeda, 500 hombres.

4ª División al mando de José Artigas compuesta del Regimiento de Blandengues, 1000 hombres

Otra idem. al mando de Blás Basualdo, 450 hombres

Total: 3.050 hombres

“Todas estas tropas son de Caballería, están mal vestidas pero en el día bien armadas. Estas dos provincias son las más entusiastas por la guerra, y todos sus habitantes a excepción de una pequeña parte se unirán inmediatamente a las tropas de Artigas, y engrosarán su número en caso de invasión.

Estas tropas son valientes y de una constancia admirable; no tienen disciplina de ninguna especie, ni conocen otra formación que la de ponerse en ala.

Hacen la guerra por el estilo de los cosacos, devastando todo el terreno que deben ocupar sus enemigos y cargándolos al descuido; pero nunca presentando batalla a no ser en el caso de contemplarse en una marcada superioridad numérica”.

En último término, el regreso de Europa de las tropas lusitanas veteranas de guerra contra Napoleón y el asesoramiento técnico militar del Mariscal inglés Beressford, quien les dio detalladas directivas para organizar la invasión.

Con el fútil pretexto de resguardar sus fronteras, protegiéndolas de la anarquía provocada por las montoneras de Artigas, planean minuciosamente la invasión. Desde noviembre de 1815, habían llegado algunas tropas veteranas de las luchas napoleónicas, constituidas principalmente por la División de Voluntarios, comenzando de inmediato su reavituallamiento para la próxima campaña.

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De entre ellos se designó al general Carlos Federico Lecor, General en Jefe de la invasión a la Provincia Oriental y Capitán General de la misma, una vez ocupada.

Plan portugués

En Río de Janeiro (Cuartel de Niteroi) se concentraron todos los cuerpos que formaban el “Ejército Pacificado de la Provincia Oriental” y se embarcó hasta Santa Catalina donde se efectuó la distribución de las fuerzas. La expedición terrestre se dividía en tres columnas: 1º) División Curado, tenía por objetivo Salto, invadiría por el norte del Río Negro. Estaba integrada por 2.000 hombres y 11 piezas. 2º) División Silveira, invadiría por Cerro Largo teniendo por objetivo Paysandú y la misión de proteger el flanco derecho de Lecor; siendo su efectivo también de 2.000 hombres. La ocupación de Paysandú no fue cumplida por órdenes expresas de Lecor, que alteraron el itinerario a cumplir. 3º) División Lecor, invadiría por la costa teniendo como objetivos sucesivos Maldonado, Montevideo y Colonia, era ésta la columna de mayor efectivo; 6.000 hombres y era la que tenía la misión principal.

La columna sur sería protegida y flanqueada por la escuadra al mando del Conde de Viana.

El plan portugués se encuentra resumido en el Acta del Consejo de Generales realizado en porto Alegre donde se acuerda esta triple invasión a la Banda Oriental. El plan era de difícil ejecución por el problema del enlace de las distintas columnas excesivamente distanciadas entre sí, y las dificultades creadas al aprovisionamiento que estaría fundamentalmente a cargo de la escuadra.

Si no hubiera sido por la complicidad porteña, no hubiera sido posible dar a las columnas de invasión el apoyo logístico necesario, dado que las baterías y corsarios artiguistas interceptaban las operaciones de la escuadra portuguesa.

La idea de maniobra inicial había sido operar con dos agrupamientos principales: uno bajo la jefatura directa de Lecor teniendo como base la división de Voluntarios

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Reales. Debiera seguir por mar, tocar Santa Catalina y ser reforzado allí por un cuerpo de Artillería y la Caballería que se juzgase necesaria. Luego continuará por mar a fin de desembarcar en Maldonado o en otro lugar propicio del Río de la Plata para atacar y ocupar Montevideo. El otro agrupamiento formado por las tropas del Río Grande bajo el mando de su Capitán General, operaría en el interior de la frontera de ese estado.

Ocupado Montevideo, Lecor organizaría las expediciones necesarias para arrojar al enemigo de las márgenes del Uruguay, a cuyo fin se pondrían en enlace con las fuerzas del Capitán General solicitando los auxilios que necesitase. Este plan es modificado según ya se señaló en el Consejo de Guerra realizado en porto Alegre.

Para llevar a cabo dicho plan surgen dos dificultades principales: 1º) Dificultades de enlace y comunicación entre las fuerzas. 2º) Era sensato tomar primero la capital, que constituiría una excelente base de operaciones.

Plan de Artigas

Para hacer frente a la invasión portuguesa, Artigas pone en ejecución el célebre plan concebido en el año 12 en el Ayuí, introduciéndole pequeñas variantes aconsejadas por factores circunstanciales, principalmente el emplazamiento de sus fuerzas y la dosificación de las columnas de invasión adversarias.

Como Artigas no podía oponerse directamente con sus 6.000 u 8.000 hombres en su mayoría de milicias, a los 12.000 hombres bien instruidos, armados y pertrechados de Portugal, prepara un contragolpe invadiendo Misiones, efectuando una acción envolvente para atacar las retaguardias del enemigo.

Dentro de un marco político defensivo, monta un plan estratégico ofensivo, tratando de llevar la guerra al territorio enemigo, para golpearlo en su punto más débil y más sensible: sus líneas de comunicaciones. Para lograr las fuerzas necesarias para el cumplimiento de su maniobra, combina la acción ofensiva en el norte con una defensiva elástica en el sur.

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Respondiendo a la idea de maniobra, Artigas vuelca sus fuerzas sobre la frontera, y tal como lo estableció en su oficio del 20 de junio de 1816, y otras comunicaciones acordes, realizando el siguiente despliegue inicial:

1‐Agrupamiento norte, al mando de Andresito; debería cubrir en un primer momento las costas del Río Uruguay al norte del Cuareim, y luego efectuar un movimiento convergente sobre San Borja. Está compuesto por: a) Las milicias de Entre Ríos, al mando de Sotelo, que atravesarían el Río Uruguay a la altura de Yapeyú. b) Las fuerzas a cargo de Andresito, que partiendo de Candelaria, dejarían guarniciones en Santo Tomé y La Cruz.

2‐Agrupamiento Central; fraccionado en dos destacamentos, avanzaría en dirección a San Diego, Cuartel General de los portugueses. El destacamento de vanguardia, a órdenes de Latorre, con 3.400 hombres, tenía por misión batir al Marquéz de Alegrete. El otro destacamento, al mando de Artigas, en reserva para apoyar y dirigir el movimiento invasor de Latorre.

3‐Agrupamiento Sur; formado por las divisiones de Rivera y Otorgués, tenía por misión actuar defensivamente en la frontera noreste. Rivera, situado en el departamento de Maldonado, deberá vigilar la ruta de la angostura. Otorgués, en las inmediaciones de Melo, cubrirá la línea de invasión de la Cuchilla Grande.

En síntesis Artigas trataba de mantener la región al norte del Río Negro y cubrir las Provincias del litoral argentino como base de recursos.

El 3 de julio de 1816 desde Purificación oficiaba Artigas a Andresito: “Con el objeto de reforzar esos pueblos, y prepararlos a una defensa vigorosa, anticipo la remisión del armamento, municiones y demás pertrechos, que he creído convenientes para fortificar el punto de Yapeyú, la Cruz y demás, que se hallan en distancia de ese campamento, y que es preciso asegurarles contra cualquier tentativa del portugués. Al efecto marcha el alférez Sotelo con cuatro soldados para reunir toda la gente que no se halle empleada, arreglarla y adiestrarla. El va sujeto a las órdenes de V. y por lo mismo es preciso que ajusten con él todas las medidas que se crean oportunas para la brevedad del arreglo. En manera que así puede V. cubrir muy bien los puntos de arriba

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del Uruguay hasta Santo Tomé, y Sotelo cuidar del Departamento de Yapeyú y la costa abajo del Uruguay.

No debemos dudar que Portugal va a hacer un esfuerzo general y que debe hacerlo muy vigoroso en esas Misiones, pues le interesa su dominación, y así es preciso que todo el mundo se ponga sobre las armas, ya sea con fusil, ya con lanza para Caballería. Por lo mismo es preciso que se reúnan todos los hombres y todas las armas, y que todos estén prontos para cuando llegue el caso.

Según el plan que anteriormente expuse a V., Miño con su División debe guarnecer Concepción y la costa del Uruguay arriba; V. el centro en Santo Tomé, y Sotelo el Departamento de Yapeyú. Puestos en esta forma y arreglada toda la gente, no hemos precisamente de aguardar que ellos nos ataquen; debemos penetrarnos a su territorio para asegurar un golpe para cuyo fin estoy tomando mis providencias en toda la circunferencia de la línea para que el movimiento sea general y violento. Yo avisaré a V. el día en que deba hacerse, y hasta entonces mucho cuidado en que nadie pase al otro lado, para que así podamos sorprenderlos antes que ellos lo intenten, y así es preciso mucha vigilancia.

Interesa que V. reúna todas las canoas que se puedan en los tres puntos de Concepción, Santo Tomé y Yapeyú, para facilitar el tránsito, y que se tengan escondidas y resguardadas, pues V. sabe que ellos son capaces de robarlas, e inutilizar de ese modo nuestros movimientos. También es preciso que de los viejos y de los que no estén en el servicio de las armas, mande V. treinta hombres para llevar más ganado, y así tendrá como mantenerse.

También interesa que reúna V. a todos los Maestros de Armería y pongan en un buen punto medio para recomposición de las armas. En una palabra, es preciso que se preparen todas las cosas como par dar un golpe maestro y decisivo. De lo contrario Portugal se nos echa encima y nos acabará de arruinar. Así es preciso que todos los pueblos hagan su esfuerzo, y que todos corran a las armas como lo estamos haciendo aquí. Con este motivo escribo a los pueblos de Yapeyú y la Cruz y V. lo hará con los demás, penetrándolos de la necesidad de armarse; todo es para acabar con Portugal. De lo contrario no podremos lograr la felicidad que apetecemos.

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Lo que interesa es el orden y la disciplina en las armas, y el arreglo de la gente, para que sepa cada uno lo que debe hacer y a quien debe obedecer en los momentos que yo mande atacar. Por acá estoy tomando las mismas providencias para hacer una entrada general, y a no darle resuello. De este golpe depende todo el triunfo de nuestra libertad. Saludo a V…..etc.”

Operaciones

De Santa Catalina, Lecor toma el camino litoral de la costa hacia Río Grande, apartándose del plan ordenado inicialmente y llevando a cabo una marcha extenuante, por la naturaleza del suelo. Desde Río Grande, Lecor avanzó cubriéndose con una vanguardia de 2.000 hombres a órdenes del mariscal Sebastián Pinto. El general Bernardo Da Silva invadiría por Cerro Largo.

Estando informados los portugueses sobre los planes operativos de Artigas, por haber caído un chasque que llevaba importantes comunicaciones, el marqués de Alegrete toma ciertas disposiciones con la finalidad de asegurar la cobertura de la frontera, enviando hacia ella tropas, aún antes que llegasen las órdenes referentes a su participación en la campaña que se iniciaba.

En río Pardo tomó la dirección de las operaciones el teniente general Joaquín Javier Curado y en las Misiones el brigadier Francisco de Chagas, que era comandante de los pueblos de Misiones desde 1808.

En total los portugueses disponían de unos 12.000 hombres de las tres armas, en tanto que el ejército artiguista en víspera de la invasión portuguesa, totalizaba unas 2.000 plazas, sin incluir los Blandengues que estaban en Purificación de guarnición. La diferencia numérica era aplastante. A ello se sumaba su deficiente armamento y el escaso grado de instrucción militar de las fuerzas artiguistas, que tenían en su mayoría más bien carácter de milicias.

Cuando los rumores de preparativos de invasión comenzaron a intensificarse, Artigas acelera los preparativos para la defensa. Entre estas medidas se encuentra la creación de los Cuerpos “Cívicos” y de “Libertos”. El Cuerpo de Cívicos se componía de 6

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Compañías, una de ellas de Granaderos y otra de Cazadores. Esta unidad estaba a órdenes directas del Cabildo de Montevideo, siendo su jefe el sargento mayor Manuel Campos Silva, y figurando entre los oficiales los más distinguidos de la sociedad. El efectivo total de la unidad, incluyendo la Plana Mayor era de 31 oficiales, 25 sargentos, 33 cabos, 3 tambores y 380 soldados.

El Cuerpo de Libertos se componía de esclavos entregados por cada dueño proporcionalmente a sus disponibilidades. Su comandante era Rufino Bauzá, quien también fue el encargado de organizarlo en agosto de 1816. Ante la inminencia de la invasión portuguesa Artigas ordena la movilización, la que se realiza como en 1811, mediante la influencia regional de los caudillos, asignándosele a cada uno una zona.

Podemos así distinguir 5 zonas militares: la primera desde Montevideo hasta Santa Lucía, siendo su comandante Manuel Francisco Artigas, a quien su hermano le oficia al respecto. Le recomienda especialmente que la constitución de la Caballería Cívica se haga por partidos y escuadrones, a fin de asegurar su necesaria cohesión.

Según una relación de fuerzas pasada por Manuel Francisco Artigas, los efectivos por él movilizados alcanzan a 1.661 plazas, conforme lo expresa De María en su Compendio de Historia.

La segunda zona militar iba desde el Santa Lucía hasta el Yí y el Río Negro, siendo su comandante Tomás García de Zúñiga. La tercera o del Este tenía por principal asiento Maldonado y su comandante era Angel Núñez. La cuarta comprendía Colonia y su campaña inmediata, y su comandante era Pedro Fuentes. La quinta comprendía Soriano y su comandante era Gadea.

Las medidas militares adoptadas por Artigas no consistieron únicamente en la convocatoria y reunión de las milicias y el arreo de caballos, sino que también reforzó la guardia fronteriza, ordenándole a Otorgués que cubriera la ruta de invasión de Yaguarón, reforzando su regimiento con las milicias de Cerro Largo.

También dispuso que Rivera con su segunda División de Infantería Oriental se trasladara hacia Maldonado para operar en forma conjunta con Otorgués. Las

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misiones asignadas a estas dos Divisiones eran defensivas, debiéndose limitar a retardar la progresión del enemigo.

Por último ordenó que las Divisiones de Entre Ríos al mando de José Antonio Berdún, cubrieran los pasos sobre el Río Uruguay hasta Misiones. Las disposiciones estratégicas y tácticas de Artigas son admirables, pero fallan por la gran escasez de recursos materiales. En sus ejércitos habían muy pocas armas de fuego, y mismo para las existentes escaseaban la pólvora y los cartuchos. Ejércitos improvisados, mal armados y casi sin instrucción militar, se iban a estrellar con fuerzas veteranas y bien armadas.

Las operaciones se pueden dividir en dos períodos. El primer período se extiende desde el comienzo de la invasión en agosto de 1816 hasta la entrada de Lecor en Montevideo en 1817. Este primer período está caracterizado por un comienzo favorable para los patriotas, seguido luego de una serie de reveces, en los cuales se pierden los mejores efectivos orientales. Con ello terminan las operaciones regulares en gran escala.

El segundo período que se extiende hasta 1820 comprende la titánica resistencia del héroe, sosteniendo una guerra de recursos, a base de sacrificios y de valor.

Primer período

Una vez informado Artigas de la invasión de Lecor, mandó poner en ejecución su plan. Cumpliéndolo Andresito invade las Misiones, en tanto que el alférez Sotelo atraviesa el Alto Uruguay. Joaquín Javier Curado, que se encontraba en el Río Pardo, marcha hacia el paso del Rosario, en el Río Santa María, adelantando destacamentos de débil efectivo, con misiones de reconocimiento y cobertura.

Para oponerse al avance del comandante José Antonio Berdún, que invadió por el Cuareim, Curado destaca al brigadier Da Costa Revello, quien desprende una partida a órdenes del teniente coronel José Abreu para atacar a Sotillo.

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El propio curado avanza hasta las márgenes del Ibirapitá Chico desde donde lanzó un destacamento hacia Santa Ana, el que chocó el 22 de setiembre con la vanguardia del ejército de Artigas, a órdenes del comandante Gatel. Luego de un combate de tres horas el capitán portugués Alejandro Queiró se bate en retirada hacia el grueso de su División, dejando en el campo más de 60 bajas.

Habiendo Sotelo atravesado el Río Uruguay en Yapeyú, es atacado por sorpresa el 21 de setiembre, obligándolo a repasar el río bajo el fuego del enemigo. Sotelo una vez en territorio de Corrientes se reorganiza e intenta un nuevo pasaje más al Norte, frente a la barra de Ibicuy, utilizando pequeñas embarcaciones. Atacado en tales circunstancias por Abreu, se ve precisado a desistir de sus propósitos, progresando por la margen derecha a fin de reforzar a Andresito que sitiaba a San Borja, su pueblo natal.

La guarnición de San Borja, que estaba a órdenes del brigadier Chagas, se encontraba próxima a capitular, cuando acude en su apoyo el coronel Abreu el 3 de octubre. Al verse en peligro de ser atacado por la espalda, luego de intentar resistencia, se ve obligado a repasar el Río Uruguay, a fin de reorganizarse. Así finalizó el sitio de San Borja, que había durado 13 días, y con él el abortado intento de invasión.

Batalla de Ibiracoy

Cuando Curado se enteró de estos sucesos, decidió atacar a Berdún, destacando al brigadier Menna Barreto el día 13 de octubre de 1816. Después de cinco días de marcha se entera de la posición de Berdún, que avanzaba hacia el Norte procurando proteger a Andresito y a Sotelo. Enterado de la aproximación de los portugueses Berdún se atrincheró en una posición ventajosa, donde decidió esperar el ataque de Menna Barreto, quien el 19 de octubre de 1816 se lanza sobre él derrotándolo después de una sangrienta lucha. Esta acción se conoce por Batalla de Ibiracoy o de Capilla de Ñancay.

Derrotados sus tenientes, sólo quedaba la columna de Artigas, a la que procura atacar Curado. Para facilitar sus operaciones los portugueses adelantan su Cuartel General hasta la costa del Ibaracohy Grande, con el objeto de cercarse más a los orientales.

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Artigas se encontraba acampando cerca de Carumbé, afluente del Río Cuareim.

Curado encomienda al brigadier Joaquín de Oliveira Alvarez la misión de atacarlo.

El 24 de octubre de noche, Oliveira Alvarez inicia su marcha hacia Santa Ana, con una columna de 800 hombres y 2 cañones.

Batalla de Carumbé

El día 27, Artigas toma contacto con las fuerzas portuguesas en un lugar próximo a las puntas del Cuareim y las ataca decididamente.

Después de unas tres horas de tiroteo, Artigas avanzó en semicírculo dándole poca profundidad a su dispositivo, buscando envolver a los portugueses con su ala izquierda. Su ataque fracasó ante el certero y nutrido fuego de la infantería portuguesa, que aniquiló prácticamente la caballería de dicha ala, y que permitió que la infantería artiguista fuera tomada de flanco y obligada a ceder terreno.

La batalla se libró en alturas de la Cuchilla de Santa Ana, en los Cerros de Carumbé. Según el parte de Oliveira Alvarez al teniente general Joaquín Xavier Curado, Artigas contaba con 450 hombres de caballería que marchaban a la derecha en una sola fila y 400 en el ala izquierda cubiertos por 150 indios (charrúas, minuanes y guaicurúes). En el centro dispuso a la infantería en una sola fila y con intervalos de 3 a 4 pasos.

Los portugueses forman con la infantería al centro, un cañón en cada extremo y la caballería en las alas.

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Los partes correspondientes a dicha acción constan en el apéndice a la Memoria de la Campaña de 1816, publicada por Moraes Lara en la Revista trimestral de Historia y Geografía Nº 27, correspondiente a octubre de 1845.

En esta acción, conocida generalmente por combate de Carumbé, perecieron casi la mitad de las fuerzas patriotas.

Entre los justificativos de la derrota, está la notoria superioridad del enemigo y ciertos errores tácticos en el dispositivo artiguista, falta de profundidad y reservas suficientes, encuadramiento apropiado y abandono de la formación en cuadro para la infantería que debe enfrentar caballería.

Como consecuencia de esta derrota, Artigas se ve obligado a replegarse hacia el sur, repasando el Cuareim. En sólo 36 días había fracasado el plan de contrainvasión y había quedado abierta la frontera norte. Veamos como Artigas asimila las enseñanzas de esta derrota, y como se apresura a difundirlas.

Tres días después de Carumbé, desde las Puntas del Arapey, Artigas oficiaba al Gobernador Barreiro “Los enemigos nos han hecho mucho destrozo con su Caballería, que siempre ha roto nuestras alas y la línea de infantería por ser sencillas; escriba V. a D. Frutos que no experimente el mismo error. Que ponga buenos oficiales y gente en la Caballería; y la Infantería que no pelee en ala sino que presente batalla bien reforzada”.

Este cambio preconizado en el dispositivo, justifica, entre otras causas el encarnizamiento de la batalla del Catalán y los triunfos de Apóstoles, San Nicolás, Paso del Rosario, etc.

Luego del combate de Carumbé, Curado se dirige al campamento de Ibaracohy Grande, dejando los destacamentos de cobertura indispensables, y ocupándose de la reorganización de sus fuerzas. En tal situación los portugueses se enteran de que Artigas se había reorganizado después del combate de Carumbé y ocupaba una fuerte posición sobre el Río Arapey, desde donde pensaba reiniciar las hostilidades.

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Insistiendo en su plan de llevar la guerra a territorio enemigo, Artigas adelanta a Andrés Latorre en dirección al Cuareim, al frente de un ejército de 3.400 hombres. El marqués de Alegrete (que había relevado a Curado el 15 de diciembre de 1816), para conservar la iniciativa en las operaciones, decide buscar nuevamente el combate.

Poniendo en práctica su plan ofensivo, el 20 de diciembre destaca de su campamento una fuerza al mando del brigadier Tomás Da Costa Revello, con orden de marchar hasta las inmediaciones de Santa Ana, y dejarse ver por la vanguardia de Artigas, logrado lo cual debía retroceder hasta reincorporarse al grueso que estaría atravesando el Cuareim unas 8 leguas al Sur. El objeto de esta maniobra era simular una dirección falsa de ataque.

El día 28 los portugueses se enteran, por intermedio de dos desertores, que Artigas tenía su Cuartel General en el Arapey, habiendo adelantado destacamentos reforzados hacia Santa Ana, con misión de cobertura. Tal información revelaba con claridad el dispositivo de Artigas, que había dividido sus fuerzas en dos agrupamientos: el de vanguardia, de mayor efectivo a órdenes de Latorre formado por 3.400 hombres de infantería y caballería, con dos piezas de artillería, sobre Santa Ana con misión ofensiva.

Batalla de Arapey

La reserva, a sus órdenes, constituida por unos 500 hombres se encontraba situada en el potrero del Arapey, en unos cerros de acceso difícil. Latorre cruzó el Cuareim a principios de enero, buscando el enemigo, el cual también lo atraviesa hacia el Sur por el paso de Farías, situándose en la margen Sur, casi sobre la retaguardia de Latorre, el 1º de enero de 1817, separando así los dos núcleos artiguistas.

En tal situación Latorre se prepara para atacar a los portugueses por la retaguardia, pero éstos se adelantan unos 40 kilómetros al sur de Santa Ana a orillas del Arroyo Catalán. En la noche del día 2 de enero de 1817 el jefe portugués adelantó al teniente coronel Abreu con un destacamento de unos 600 hombres y 2 piezas contra Artigas

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que estaba en Arapey, y envió un Regimiento de Dragones para interponerse entre el Arapey y Santa Ana, con misión de reforzar a Abreu y observar a Latorre.

Abreu ataca a Artigas en la mañana del día 3, luego de una sigilosa marcha nocturna, y de vadear el Río Arapey al aclarar. Artigas se había emplazado en una zona de barrancas y montes próximas a las puntas del Arapey, había emboscado unos 300 hombres, los que hicieron un nutrido fuego sobre la columna portuguesa. Tras su heroica resistencia se ve obligado a replegarse en el centro ante la presión y certero fuego de la artillería portuguesa. Poco a poco se amplía esta brecha hasta producirse la retirada en desorden ante la superioridad enemiga.

Artigas abandonó bagajes, pertrechos, armamentos y ganados, siendo el campamento saqueado e incendiado por los vencedores.

Batalla del Catalán

Libre de Artigas el marqués de Alegrete se propuso ir el día 4 al encuentro de Latorre, cuando en la mañana de ese día fue atacado en su campamento, en la margen derecha del Catalán, por el propio Latorre. La posición portuguesa era bastante fuerte; se encontraba protegida por una curva del río y encuadrada a los flancos por profundas quebradas del terreno. Latorre ataca con la infantería en el centro encuadrada por 2 piezas y el grueso de su caballería, constituida principalmente por sus lanceros indígenas, que acometieron con decisión, arrollando las guerrillas enemigas. Latorre atacó contra el ala y el flanco derecho de los portugueses.

Durante la lucha atravesó el arroyo amenazando la retaguardia del enemigo con el objeto de desorganizarlo y quitarle la caballada, para impedirle así toda posibilidad de retirada. Los lanceros charrúas, minuanes y guaycurúes cubrieron el avance de la infantería y atacaron en toda la línea.

La victoria parecía ya obtenida cuando la izquierda oriental, formada por la caballería correntina, se repliega inesperadamente sobre el centro, por la aparición de una pequeña fuerza enemiga, que se creyó fuera un poderoso refuerzo. Se trataba simplemente de las fuerzas de Abreu que regresaba del combate de Arapey.

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Luego se inclinaba la victoria hacia los portugueses, los restos de nuestras fuerzas se reunieron en un extremo del monte y lucharon encarnizadamente. Latorre deja en el campo cerca de 900 muertos, 290 prisioneros, 2 cañones y 600 caballos. Esta fue la batalla más sangrienta de la campaña.

Después de la Batalla del Catalán, las tropas portuguesas atraviesan el Cuareim en Lagueado y van a detenerse a media legua del paso para estacionar durante el invierno.

El día 14 de enero de 1817, desde San Borja, el marqués de Alegrete destaca al brigadier Francisco de Chagas para que con sus fuerzas destruyera a los pueblos de la margen oriental del Río Uruguay, a fin de quitar al ejército patriota todos los medios para repetir la invasión a las Misiones. Cumpliendo tales órdenes Chagas devasta gran parte de Misiones (actualmente territorio de Corrientes), saqueando, arrasando e incendiando cuanto pudo; llevaba 1.000 hombres, 5 cañones, 11 canoas para atravesar el río y 9 carretas para su transporte.

Cruza el Uruguay próximo a la desembocadura del Aguapié, una legua al Sur del Paso de la Cruz. Chagas ordena al teniente Carvalho que fuerce el pasaje del Uruguay frente a Itaquí, logrando éxito en la operación a pesar de la resistencia del capitán Vicente Tiraparé que defendió el Paso al frente de un escuadrón de caballería indígena.

Al tener conocimiento de la invasión Andresito marcha al frente de unos 500 hombres atacando al mayor Gama Lobo, que con una partida de 300 soldados se dirigía a destruir Yapeyú, derrotándolo y obligándolo a replegarse sobre Chagas. Cuando ambos jefes reunido intentan atacarlo, Andresito dispersa sus fuerzas para reunirlas a cubierto sobre las costas del Paraná.

El brigadier Chagas luego de hacer destruir los pueblos de La Cruz y de Yapeyú, marcha hacia el norte por la margen derecha del Río Uruguay. El día 31 de enero llega a Santo Tomé, donde se detiene e instala su Cuartel General, comenzando desde allí incursiones hacia la campaña, llevadas a cabo por Carvalho quien tala los campos, saquea las poblaciones y arruina el país.

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El ayudante José de Melo, destruye, reduciendo a ruinas las poblaciones de Santa Ana, San Javier y los Mártires. El comandante de la frontera de San Nicolás atacada la guardia de San Fernando y enseguida la población de Concepción la que deja en ruinas. Cumplidos estos vandálicos atropellos, Chagas repasa el río, el 13 de marzo de 1817, dejando en la margen derecha del Río Uruguay los puestos de observación necesarios.

Con estas inhumanas medidas quedó destruida la base de operaciones de Andresito. Una vez retirado Chagas, Andresito vuelve a los pueblos misioneros e intenta su reconstrucción. A mediados de 1817 es atacado por Chagas cuando se encontraba en Apóstoles, rechazándolo y obligándolo a repasar el Uruguay. Reorganizado después de este contraste, en marzo de 1818 atraviesa el Uruguay y sitia a Andresito en el pueblo de San Carlos. Después de 4 días de sitio y de sangrienta y continuada lucha, Andresito logra forzar el cerco, dejando en ruinas el reducto que defendía.

Operaciones en el sur

En agosto de 1816 la vanguardia de Lecor, que invadía por el Este (camino de la angostura) ocupa la Fortaleza de Santa Teresa. Allí establece su Cuartel General el co mandante de la vanguardia Sebastián Pinto de Araújo Correa.

El jefe portugués continúa luego su progresión llegando a Castillos el 5 de setiembre. Rivera desde su posición en Maldonado, al enterarse del avance portugués, marcha hacia el este, protegido por pequeñas descubiertas que tienen su primer contacto con el enemigo y es posteriormente derrotado en el Paso de Chafalote.

La Vanguardia portuguesa continúa su progresión hacia el Oeste, en tanto que Rivera observa paso a paso sus movimientos esperando el momento oportuno para atacarlo, tratando de alcanzar los últimos elementos de la vanguardia enemiga.

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Para engañar a los portugueses, Rivera destaca en la noche del 18 de noviembre dos partidas que hacen demostraciones al norte y al este de la vanguardia portuguesa. Facilitando su despliegue mediante esta estratagema lanza el ataque disponiendo la Caballería en las alas y la Infantería en el centro. Su maniobra envolvente fracasa al verse detenida el ala izquierda oriental por una compañía de Cazadores. Empeñadas las alas en acciones parciales permiten a la caballería portuguesa reorganizarse, dejando sin apoyo a la infantería patriota, la que es atacada y desorganizada. A este suceso sigue el desmoronamiento total de la línea.

Luego de la Batalla de India Muerta, acción que acabamos de describir, los portugueses continúan su avance, cuando al llegar a la altura del Arroyo Sauce, Departamento de Maldonado, los ataca sable en mano exitosamente el comandante Gutiérrez que había podido rehacerse de la reciente derrota. Con ello Rivera inicia el cumplimiento de la misión impuesta por Artigas, que no debió abandonar. El haber presentado batalla contrariaba las órdenes dadas por Artigas, que le había asignado una misión de hostilización y de defensiva elástica. En agosto de 1816 invade la División del brigadier Bernardo da Silveira por Aceguá (Departamento de Cerro Largo).

Fernando Otorgués con misión de actuar en observación de esta División, es atacado por la vanguardia portuguesa en diciembre de 1816. Ante la superioridad numérica del enemigo Otorgués se bate en retirada hacia el Arroyo del Cordobés, perseguido de cerca por una partida portuguesa. Al llegar al Paso de Pablo Páez, observando que el enemigo tenía sus caballadas muy cansadas, y que se había desprendido temerariamente del grueso, se da vuelta, cargando sobre los portugueses sable en mano dispersándolos.

Luego de esta acción Otorgués se retira buscando la incorporación de Rivera con el objeto de reunir fuerzas suficientes para atacar a Silveira que acampaba en el Potrero de Casupá.

Libre de este peligro, Silveira continúa su marcha hacia Minas, siendo hostilizado por Lavalleja. Favorecido por el terreno y serranías que circundan a Minas, Lavalleja sitia a los portugueses en esa villa, hasta que en enero de 1817 éste logra forzar el asedio, incorporándose a Lecor cerca de Pan de Azúcar.

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En febrero de 1817 llegó Lecor a Maldonado, donde se puso en contacto con la escuadra portuguesa del Conde de Vianna.

Producidas las derrotas de las fuerzas de cobertura en el Este y de contra invasión en el Norte; enterado del avance del General Lecor, Artigas resuelve retirar las tropas de Montevideo sacrificando la Plaza. El Gobernador Delegado Miguel Barreiro y el Regidor Joaquín Suárez que ejercían el gobierno de Montevideo abandonan la ciudad dado que no contaban con la fuerza ni los medios necesarios para su defensa. Disponían solamente de 600 plazas y de una Compañía de Artillería, siendo escasos los cartuchos y la pólvora.

La División de Lecor tenía un efectivo aproximado de 8.000 hombres. Sin intentar una inútil resistencia se repliegan buscando incorporarse a las fuerzas de García de Zúñiga, con la finalidad de hostilizar a los portugueses una vez que ocuparon la ciudad. Con las fuerzas que se retiraban de Montevideo y las milicias del Sur, Artigas dispuso que se constituyeran dos ejércitos, a los que dio la denominación de Ejército de la Derecha y de la Izquierda. El primero ocuparía el centro de la campaña, y actuaría bajo el comando de Otorgués; el segundo a cargo de Rivera ocuparía las posiciones de vanguardia situándose en las inmediaciones de Montevideo, cuya vanguardia estaba constituida por una partida de unos 400 jinetes a órdenes de Lavalleja.

Estas partidas se mantenían activas hostilizando los reconocimientos portugueses, reclutando gente y arreando caballadas, cumpliendo en fin una guerra de recursos y de guerrillas.

Batalla de Paso de Cuello

Entre las acciones y encuentros que sucedían, casi a diario se destaca la exitosa acción del paso de Cuello el 19 de marzo en que es atacada una partida portuguesa sorpresivamente y aprovechando el obstáculo del río Santa Lucía en una temeraria carga llevada a cabo por Lavalleja; luego de este combate Lecor se retira hacia Montevideo siempre hostilizado por las guerrillas patriotas, siendo luego sitiado en la ciudad por el grueso de las tropas de Barreiro y Rivera. Para romper el cerco que desde distancia (ocupando el paso de la Arena las tropas artiguistas), Lecor organiza una fuerte columna, integrada por fuerzas de infantería, caballería y artillería, y hace

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una salida en dirección a Florida. Al llegar a la altura de la región Casavalle, es atacado sorpresivamente por Rivera, quien luego de desorganizar la columna y demorarla se repliega sin dejarse enganchar.

Como medida de protección Lecor hizo construir una zanja con reductos situados de kilómetro en kilómetro, de la Barra de Santa Lucía al Buceo, pasando por el Cerrito. A dicha zanja los patriotas le llamaban “reyuna”, en son de mofa.

En octubre de 1817, numerosos jefes orientales se insubordinan contra Artigas, abandonando su causa, luego de dar muestras de desaliento. No fueron ajenas a tales defecciones, las secretas maquinaciones de Pueyrredón, quién aparentando defender y proteger a los orientales mantenía secretas relaciones con los invasores. Entre estos jefes están: el coronel Pedro Fuentes comandante militar de Colonia, quien entrega la plaza al enemigo, el coronel Rufino Bauzá, los hermanos Manuel e Ignacio Oribe, que con la ayuda de Lecor, se dirigen a Buenos Aires, donde son muy bien recibidos, etc.

Incurren también en lamentables actitudes el propio Ortogués, quien mantiene correspondencia secreta con Pueyrredón, secundando los planes directoriales para provocar deserciones entre las fuerzas adictas a Artigas, llegando a decir: “por aquí ya están tomadas las medidas que faciliten el acierto. Yo estoy de acuerdo con todos los paisanos de mayor influjo; con la mayor cautela se han ido dando todos los pasos precisos y puedo asegurar a V. S. que todo está listo”. No obstante éstas y muchas otras deserciones, el héroe se mantiene firme.

El 13 de noviembre de 1817, Artigas declara la guerra al Directorio ante pruebas incontrovertibles de la ayuda que presta a las incursiones de los portugueses por las costas de los ríos Paraná y Uruguay a fin de obtener leña y ganado para el consumo de Montevideo. En un apasionado y documentado oficio, Artigas enumera a Pueyrredón, su indigna conducta.

La situación militar es desesperante, ya que Artigas se vio obligado a atender dos frentes, lo cual indudablemente escapaba a sus posibilidades y a su organización. El desaliento cunde aún más entre sus fuerzas, ya que a los recientes contrastes, y deserciones se sumaba un poderoso enemigo que atacaría su retaguardia y bases de operaciones.

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Perdida la costa, Artigas ganó el interior, conservando el Río Uruguay, por donde recibía recursos de las provincias de Entre Ríos y Corrientes. Quería ensayar un nuevo golpe hostilizando a los invasores, entorpeciendo sus comunicaciones y aprovechando los menores síntomas de flaqueza o de descuido para asestar golpes de mano.

Dada la situación, los portugueses tenían necesidad de ocupar la línea del Uruguay, para interceptar las comunicaciones de Artigas con las Provincias de la Liga Federal. Convenía que las operaciones fueran combinadas desde el Norte y del Sur. Obedeciendo a esta idea de maniobra Curado, comandante de las Fuerzas de Río Grande, marcha hacia el sur a mediados de febrero de 1818, abandonando su campamento en el Catalán, al frente de unos 4.000 hombres. El 2 de mayo del mismo año penetraba en el Río Uruguay una escuadra portuguesa, integrada por cuatro buques, al mando de Senna Pereira. Esta operación se realizó con el consentimiento del gobierno porteño que permitió el pasaje de Martín García. Así lo prueba el oficio de Miguel Bonifacio Gadea de fecha 13 de setiembre de 1817, dirigido a Artigas.

Con la finalidad de completar la defensa del litoral, Artigas hizo construir baterías en Arroyo de la China (Concepción del Uruguay), en el Paso de Vera y en las Bocas del Perucho Berna. Estas baterías ofrecieron resistencia, pero fueron reducidas luego de ser atacadas en forma combinada por Sena Pereyra y Bentos Manuel Riveiro. Mientras la escuadrilla portuguesa amenazaba a la villa de Arroyo de la China, Bentos M. Riveiro cruza en la noche el río Uruguay con 1.500 hombres al norte de la barra del Perucho Berna y ataca sorpresivamente por la espalda a las baterías y florillas artiguistas. El 12 de mayo de 1818, fuerzas de Curado al mando de Bentos toman contacto con la flotilla de Senna Pereira.

Luego de estas acciones no tardaron en caer los restantes núcleos de resistencia del litoral. En febrero de 1818, en las nacientes del Arroyo Valentín (Salto), Curado tomó prisionero a Lavalleja, comandante de la vanguardia artiguista, mientras efectuaba un reconocimiento. También Otorgués había corrido la misma suerte poco antes en Cerro Largo.

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Batalla de Queguay Chico

Luego de acciones de escasa importancia, favorables a los orientales, como la de Pichinango, Guaviyú y Chapicuy, el 4 de julio de 1818, Bentos sorprende y derrota a Artigas en su campamento en el Queguay Chico, dispersándole las tropas. Pocas horas más tarde Rivera ataca a los portugueses derrotándolos completamente y recuperando todo el botín perdido. Luego de esta acción Artigas atraviesa el Uruguay a fin de organizar nuevas fuerzas para invadir Río Grande.

A cargo de la hostilización de Curado deja a Rivera, quien lo sorprende el 3 de octubre de 1818, en la Barra del Arroyo Rabón. Ante la superioridad numérica del enemigo, Rivera se ve obligado a iniciar una difícil retirada, perseguido de cerca y batiéndose durante diez horas.

Haciendo un hábil aprovechamiento del terreno Rivera pone a salvo sus fuerzas, perdiendo sólo 12 hombres en un recorrido de 60 kilómetros. Luego de esta memorable acción, conocida por Retirada del Rabón, Rivera continúa su guerra de recursos.

Nuevo plan de contra‐invasión

En mayo de 1819, Artigas intenta repetir el plan de contra‐invasión fracasado en setiembre de 1816. El nuevo plan era tan audaz y bien concebido como los anteriores. Andresito invadiría por el norte, atrayendo hacia ese lado las fuerzas brasileñas, a las que entretendría con guerrillas, en tanto Artigas siguiendo la sierra de San Martinho con el grueso atacaría por sorpresa al general Patricio Cámara en Santa María. Con un golpe de mano asolaría Río Pardo, Cachoeira, Triunpho, y proximidades de Porto Alegre.

El 25 de abril de 1819, Andresito atraviesa el Uruguay en San Isidro al frente de unos 1.300 hombres (guaraníes y milicias de Corrientes) apoderándose fácilmente de los pueblos de Misiones a excepción de San Borja. Andresito establece su Cuartel General en San Nicolás, donde encuentra abundantes municiones y algunas piezas de artillería.

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Batalla de Itacurubí

A principio de mayo, Andresito es atacado por Chagas en el pueblo de San Nicolás, rechazando a los sitiadores y persiguiéndolos tenazmente, luego de haber recibido un infernal bombardeo de la artillería portuguesa.

Chagas pide refuerzos a Abreu y al gobernador de Río Grande. Andresito deja al capitán Khiré en San Nicolás y se dirige al Sur buscando la incorporación de Artigas, pues no tenía informaciones sobre su posición y había tenido serios trastornos en la correspondencia. Regresaba hacia San Nicolás sin haberse enlazado con Artigas, cuando el 6 de julio de 1819, es atacado por Abreu en el Paso de Itacurubi, siendo completamente derrotado. Días después cayó prisionero cuando intentaba repasar el Río Uruguay.

Con la derrota y prisión de Andresito, el plan de Artigas había fracasado nuevamente. Las causas de su fracaso estaban fundamentalmente en la desproporción numérica, en la diferencia de organización, armamento e instrucción de ambos combatientes. El efecto de sorpresa perseguido por Artigas se ve anulado porque los portugueses interceptan un chasque que llevaba comunicaciones importantes.

Comprendiendo su fracaso, Artigas no juzga oportuno seguir adelante haciendo un compás de espera, aguardando circunstancias más favorables. Deja entonces el Ejército dividido en partidas a órdenes de sus tenientes, con misiones de alcance limitados y se desplaza hacia el Río Uruguay, su permanente centro de operaciones, a fin de organizar su tercera contra invasión.

En noviembre de 1819, Artigas aprovecha las circunstancias de haber perdido los portugueses la libertad de acción, a causa de la hostilidad de las continuas guerrillas artiguistas, lanzando su tercera contra invasión. Artigas dispuso sus fuerzas en la siguiente forma: Lavalleja con 300 hombres sobre el Arroyo Solís Grande; Rivera, con 300 hombres y 100 charrúas en el Paso Cuello, sobre el Río Santa Lucía Chico;

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Otorgués, en el valle del Arroyo Marmarajá, con 250 hombres, desde donde llevó un enérgico ataque sobre Maldonado, de cuya ciudad se apoderó el 19 de setiembre.

Artigas se estableció con la reserva en los potreros de Arerunguá, dedicado a concentrar y disciplinar sus fuerzas.

La situación general era la siguiente: Lecor se encontraba sitiado en Montevideo por Felipe Duarte, que había sido nombrado por Artigas, Comandante General de la línea sitiadora de Montevideo. El 17 de noviembre de 1819, Artigas en un oficio datado en Las Cañas, le da órdenes e instrucciones sobre la forma de conducir la guerra de recursos, recomendándole que en caso de ser imposible la resistencia, se bata en retirada sobre el Río Negro, buscando la reincorporación de las otras Divisiones, hostilizando siempre al invasor.

Curado se encontraba atrincherado en el Rincón de Haedo (Rincón de las Gallinas). El brigadier José de Abreu se hallaba con unos 600 hombres, en el Paso del Rosario (Ituzaingó) del Río Santa María, encargado de cubrir la frontera. Cumpliendo su plan de obrar sobre el punto más sensible del enemigo, cortándole sus líneas de comunicaciones, Artigas invade por la penetrante de la Cuchilla de Santa Ana con unos 300 hombres, y cubierto por una vanguardia de unos 500 hombres al mando de Latorre.

Desgraciadamente es interceptada de nuevo la correspondencia artiguista enterándose los portugueses de su idea de maniobra, según se desprende del oficio del Conde de Figueira (Gobernador de Río Grande) fechado en diciembre de 1819.

Batalla de Santa María

Artigas invade hasta el Río Santa María, atacando el 14 de diciembre de 1819 al coronel Abreu, que acampaba en las costas del Ibirapuitán Chico, infligiéndole una completa derrota. Esta batalla se le conoce también con el nombre de Combate de Santa María o de Ibirapuitán.

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Luego de este combate Abreu es reforzado por la incorporación de Cámara, el día 15. Posteriormente Abreu recibe nuevos refuerzos enviados por el conde de Figueira, con lo que obtiene superioridad numérica. Alentado por estas circunstancias ataca y destroza a la vanguardia artiguista al mando de Latorre.

Luego de este revés Artigas juzga prudente abandonar el territorio brasileño, para reorganizar sus fuerzas, activar el envío de las tropas pedidas a Entre Ríos y reunir caballadas. Con tal intención entrega temporariamente el comando a Latorre quien se dirige al Río Tacuarembó, situándose en sus costas. Artigas se dirige al arroyo Mataojo en el departamento de Salto. El grueso de las fuerzas de Latorre vadeó el Río Tacuarembó, dejando en la otra orilla la vanguardia constituida por la División de Misiones.

Batalla de Tacuarembó

El 22 de enero de 1820, el conde de Figueira, al frente de unos 3.000 hombres, a las ocho de la mañana atacó por sorpresa a la vanguardia de Latorre. Esta vanguardia estaba aislada del grueso por la creciente del río. Inútiles fueron los esfuerzos realizados; a la superioridad numérica de los portugueses se suman estos diversos factores adversos: sorpresa, error táctico, etc.

La Batalla de Tacuarembó, fue el golpe de gracia para la resistencia artiguista, pues aniquila prácticamente sus fuerzas. Fue la última batalla en el territorio oriental librada por las fuerzas artiguistas. Al efecto material provocado por esta derrota se suma el 2 de marzo el sometimiento de Rivera, luego de actos de desobediencia y de entrar en tratativas con los portugueses. La decepción, con todos sus efectos morales, iba cundiendo entre las tropas.

Batalla de Las Guachas

Buscando organizar nuevas fuerzas para continuar la resistencia, Artigas atraviesa el Uruguay seguido de unos 300 jinetes, que era cuanto le quedaba de su destrozado ejército. Estableció su campamento en Avalos, iniciando de inmediato el reclutamiento y la reorganización de sus fuerzas, mediante comunicaciones dirigidas a

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los caudillos de Corrientes, Entre Ríos y Misiones. Cuando Ramírez recibe el pedido de auxilio formulado por Artigas, no sólo no lo cumple, sino que se subleva contra él. Con anterioridad a este hecho, Artigas había increpado a Ramírez el haber suscripto el Tratado del Pilar, lo que consideraba una traición a sus ideales y un desconocimiento de su autoridad.

Inmediatamente de tener noticia de la actitud de Ramírez, Artigas marchó contra él, batiéndolo completamente en Las Guachas, el 12 de Junio de 1820.

Batalla de Las Tunas

Habiendo recibido Ramírez refuerzos enviados por Sarratea (implacable enemigo de Artigas y en ese momento Gobernador de Buenos Aires), derrota a Artigas en Las Tunas, y luego persiguiéndolo con saña lo obliga a refugiarse en Corrientes y luego en Misiones, donde una nueva traición, la del indio Siti, termina con su poder militar, al verse atacado por la espalda mientras sitiaba el fuerte de Cambia. Abriéndose paso con sólo 150 hombres se dirige a Candelaria, donde atraviesa el Río Paraná, el 23 de setiembre de 1820.

Allí termina la titánica resistencia del héroe. El silencio que rodea sus pasos posteriores impiden una exacta apreciación de sus intenciones. Posiblemente llegó a la frontera del Paraguay con el objeto de solicitar refuerzos para la lucha por la libertad. Su prestigio entre la masa indígena era notable. Tal vez confió en repetir nuevamente su plan mediante la colaboración que obtuviera en el Paraguay. Lo cierto es que su figura epopéyica desaparece del escenario geográfico de su protectorado, para encarnarse en las ideas y en las masas de sus provincias, volviendo en el justiciero lenguaje de la historia como un símbolo de redención y de gloria.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Rodríguez, Cap. Edison Alonso – Artigas, Aspectos militares del héroe – Montevideo (1954)

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6 de junio

La fuga de Antonino Reyes

Antonino Reyes (1813­1897)

Luego de la revolución del 11 de setiembre de 1852 Antonino Reyes debió emigrar a Montevideo. Al enterarse de la rebelión del coronel Hilario Lagos regresó a Buenos Aires e inmediatamente se puso a órdenes de éste. Reyes pasó a la chacra que poseía en Santos Lugares, donde fue mandado a llamar por Hilario Lagos y le pidió que ayudase a Marcos Paz en la dirección de las notas a los Jueces de Paz; por estar el último encargado de la Oficina Militar y de todo lo que a ella perteneciere. El 21 de enero de 1853, habiendo tenido Lagos un disgusto con Marcos Paz, fue separado de la jefatura de la oficina, y reemplazado por Antonino Reyes, que conservó tal cargo hasta la disolución del ejército sitiador, el 13 de julio de aquel año.

La proclama del Gobierno de Buenos Aires expedida al día siguiente del levantamiento del sitio decía que quería la paz entre todos “y el olvido de todo lo que ha pasado”. En las inmediaciones de Giles, Reyes se presentó al general José María Flores, que tan decisiva intervención había tenido en la disolución del ejército sitiador, el que le ofreció toda clase de garantías a nombre del Supremo Gobierno de la Provincia y le extendió un salvoconducto en la Guardia del Luján, el 19 de julio de 1853 para que las autoridades no molestasen a Reyes y le prestasen los auxilios que necesitase y pudiera pasar a donde estaba su familia.

Estando Reyes en Luján y a pesar del mencionado salvoconducto, una orden expedida por el Ministro de Gobierno, Dr. Lorenzo Torres, el 11 de agosto, disponía la prisión de aquél. Conducido a Buenos Aires, fue encerrado en la cárcel

En sus Memorias, Reyes da cuenta de este suceso:

“Estaba en mi alojamiento, cuando se presentó un oficial con partida a intimarme prisión. Pedí al oficial un momento y me puso a sus órdenes, contra la voluntad de los oficiales y soldados que estaban conmigo. Fui llevado, y aunque me pasaron por el alojamiento del general Flores, no quise hablar con él. La escolta se componía como de 50 hombres y dos oficiales; pero en la noche se iban quedando de a uno y de a dos, hasta que quedó reducida a unos 15 hombres a mitad de camino, entre la ciudad y Luján. A esta altura hicimos alto para descansar, con el caballo de la rienda; y como los hombres estaban cansados se quedaron dormidos, excepto yo. De repente sentí un tropel y llegó un pelotón de hombres, como 25, con un capitán Peralta y el Sr. D. Angel

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Sagasta, amigos míos, a la cabeza, y me llamaron con imperio, instándome para que siguiese con ellos; pero yo me resistí y no quise de ningún modo, tranquilizándolos por mi suerte, pues que nada tenia que temer. La escolta que me conducía se había parado, pero no hacía movimiento alguno, ni impedía que yo me acercase a los míos. Al fin llegamos a la ciudad, como a las 4 de la tarde, y nos paramos en la casa de Gobierno y de allí me llevaron a la Policía, seguido de un numeroso pueblo. Entró un oficial y el círculo de gente se aumentaba, notándose en los rostros curiosidad por verme. Yo esperaba insultos o que pretendiesen estropearme, como lo habían hecho días antes con el ciudadano D. Francisco C. Beláustegui, a quien hirieron y estropearon hasta bañarlo en su sangre por heridas que le hicieron en la cabeza, rasgándole toda la ropa; pero afortunadamente nadie me tocó.

Un comisario me tomó del brazo y me llevó a la cárcel: me recibió el Alcalde Oliden, asentó mi entrada en los libros y me encerró en el calabozo Nº 5. A este Sr. Oliden lo había librado yo del servicio en tiempo del general Rosas, lo había recomendado al Juez de Paz de San Vicente, y le había hecho otros servicios de importancia; no por esto dejaba de cumplir las órdenes que había recibido para mi seguridad, y aun excediéndose. Encerrado en aquel inmundo calabozo, donde sólo había un zambullo y una escoba o palo de escoba con una poca paja en la punta, tendí mi montura, que era todo mi ajuar y me acosté en ella. Estaba con un compañero, D. José A. Leiva, que también habían traído conmigo y que estaba tan abatido como yo. A poco rato de estar en el calabozo, oímos una discusión en el patio y ruido de pasos. En seguida abrieron las dos macizas puertas del calabozo y entraron una cama para mí que me mandaba una señora de nuestra relación y que vivía al lado de nuestra casa, Da. Javiera, viuda de Acosta; y supe que la bulla era entre el Alcalde y el oficial de guardia, un joven Pérez, a quien yo había hecho muchos servicios a pesar de ser unitario. Este, así que me vio entrar, preparó una bandeja con comida, que el Alcalde no le permitió que se me diera, pues tenía orden de sujetarme a la ración de cárcel.

Toda esa noche se sintió un continuado ruido de presos que entraban, remaches de grillos y abrir y cerrar las puertas de los calabozos, hasta que a la madrugada sentimos que trajeron varios individuos a la rinconada que había cerca de donde estaba mi calabozo, al parecer amarrados. Se les dio la voz de hincarse y después se sentían golpes, gritos, ayes y pedidos de “¡mátennos ele una vez! ¡por Dios! ¡acaben de matamos!”. Esto en el silencio de la madrugada era aterrador, era horroroso, indescriptible….. Nunca supe quienes eran: al otro día vinieron presos a lavar los charcos de sangre que los infelices sacrificados habían dejado, y los soldados limpiaban sus bayonetas y hablaban entre sí, contando la historia fúnebre que había pasado. Contra la pared del frente de mi calabozo estaba una soga larga manchada de sangre, con que probablemente habían venido atados estos infelices, en sarta. Los que así procedían eran los que condenaban las atrocidades que decían se habían cometido en tiempo de la tiranía. Adelante.

Ya se comprende que un hombre, privado de su libertad, encerrado en un calabozo, incomunicado, no hace sino entrar en observación de todo lo que le rodea, estudiar la fisonomía de los seres encargados de su guarda y custodia, y ansia por tomar el hilo de una comunicación cualquiera, ya con su familia, ya con otros que sufren como él y aun con los mismos soldados encargados de su vigilancia. Esto me sucedía a mí. Me fijaba en algunos centinelas que me miraban, a su vez; me parecía que conocía a algunos, y otros que me sonreían y así corrieron unos cuantos días en estudio de todo cuanto me rodeaba. Era una novedad cuando por la mañana oía el raído de las llaves, cuando

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venían a abrir para hacer la limpieza y que al retirarse el llavero y la guardia, dejaban abierta la puerta de afuera, quedando en la posibilidad de ver todo por un postigo que tenía la segunda puerta, como de una cuarta cuadrada. Por allí me comunicaba con la vista con los centinelas, y esto era mucho.

Pocos días después, me sacaron a D. Juan Antonio Leiva, que estaba preso conmigo, y lo pusieron en el calabozo del lado donde se hallaba D. Gervasio López, ex­Juez de Paz de Quilmes. Quedé enteramente solo.

El Alcalde me propuso, que si quería comer algo mejor, me costaría diez pesos diarios dos platos y pan, lo que acepté. A la hora de la comida, venia el 2º Alcalde, a quien los presos llamaban Torquemada, por apodo, efecto de su rigor y aspereza para los infelices que estaban allí, con el cabo y dos soldados y un preso que traía los platos con comida. Yo había notado que este me miraba y se sonreía con agrado, y alguna vez me hizo señas que no comprendí; hasta que a los cuantos días, al poner el plato sobre la mesa, me hizo tales gestos y revuelta de ojos que me llamó la atención y me puse a registrar la comida y los platos y me encontré debajo de estos con una carta de mi familia. Por ella supe que este individuo era el cocinero del Alcalde, que iba todos los días al mercado y que el verdulero donde compraba había sido soldado mío y se había puesto de acuerdo con él. Ya tenía pues asegurada mi comunicación y el consuelo de saber algo del mundo de que estaba separado.

Empezó a bullir en mi mente la idea de algo más, pues ya algunos soldados me habían hablado y se me habían ofertado; pero no creía llegado el caso de confiarme. Estas relaciones era preciso cultivarlas algo más, y así lo iba haciendo poco a poco.

Los del calabozo del lado me golpeaban mucho la pared y me pareció que podíamos entendemos. Esto me hizo fijar en un hondo agujero, como del diámetro de un cañón de fusil, que había en la pared. Sondeé con el palo de la vieja escoba que allí había, y vi que tenía una hondura como de tres cuartas. Entonces me vino la idea de seguir la excavación, pero ¿con qué? Necesitaba algún instrumento largo y con punta: miré, busqué, y solo encontré una cosa que pudiera servirme y se prestase para ponerla en el palo de la escoba: la barbada de mi freno; pero se necesitaba cortarla ¿y con qué? entonces recordé que tenia unas tijeras de cortar uñas y que esta tenia una limita como la tienen todas sobre una de sus hojas. Empecé mi trabajo, y al otro día estaba cortada la barbada; pero tenia que enderezarla y esto no podía hacerlo a pulso. Probé, metiendo entre los gruesos machos o alcayatas de las macizas puertas que me encerraban, y vi que podía hacerlo, enderezando y doblando una punta para embutir en el palo, atándolo después, para que me sirviese de escavador. Trabajé dos días, pero ningún resultado obtuve: probablemente alguna piedra se oponía en el muro.

Una nueva idea vino a alentar mi ánimo: me parecía que por golpes podíamos entendemos. Medité un poco y en seguida hice mi combinación, prometiéndome empezar a practicarla lo que viniesen a abrirme la puerta por la mañana.

Llegó el momento, y aunque el personaje Torquemada era tan repelente, me atreví a pedirle se sirviese decirle a los compañeros del calabozo del lado, si tenían la bondad de prestarme un libro. A poco rato me lo trajo y me lo dio por el postigo de la puerta interior. Tenía en mi mano el conductor, la base de mis operaciones. Era preciso que con este libro fuesen las instrucciones para entendemos por golpes; pero no tenía papel, ni tinta, ni plumas, ni lápiz, ¿cómo hago? Prendí una vela, y en ella herví un poco de yerba, echándole hollín del fondo de una calderita, y así pude hacer tinta, con pavesa de la misma vela. Corté del libro una hoja que tenia por fortuna, en blanco; y con una

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astilla del palo de la encantadora escoba, hice una pluma o algo que sirviera para hacer signos, que marcase. Tenía pues todos los utensilios necesarios, para poner en planta la intención. Escribí entonces, lo siguiente:

“Método para entendemos por golpes A=1, B=2, C=3, D=4, E=5, F=6, G=7, H=8, I=9, J=10, K=11… etc. (y así numeré todas las demás letras del alfabeto.) sabiendo el número de golpes que significa una letra fácil es componer palabras. Cuando conozcan Uds. que se han equivocado corren una raya en la pared y dan dos golpes ligeros, que es atención y lo mismo haré yo”.

Hecha esta explicación, doblé el papel a lo largo y lo metí en el lomo del libro, entre el forro y el libro, pues este era encuadernado de modo que dejaba un hueco en esa parte y favorecía mi proyecto. A la punta de uno y otro lado del papelito até un hilo blanco de coser y lo puse entre las hojas del libro como señal, con lo que lograba además sujetar el papel doblado, que estaba por otra parte bien adherido. En este estado, esperé el momento oportuno, el cual llegó en la mañana al venir a abrir el calabozo. Volví a pedir al 2º Alcalde me hiciera el bien de entregar el libro a su dueño, y pedirle otro si tenía: mi interés era que llegara el que yo mandaba. Torquemada tomó el libro, lo abrió, lo sacudió, y como creyese que nada había, lo cerró y llevó a su dueño. No volvió con ninguno, ni tampoco me demostraban los vecinos el haber notado nada. De balde golpeaba la pared: desesperado y ansioso esperé un soldado que me pareciese bueno, y le dije al pasar por enfrente de mi calabozo: que les dijese a los del lado que leyesen donde iba marcado. Pasó mucho tiempo y nada manifestaron; entonces volví a decirle: que les advirtiese que tirasen de un hilito que llevaba el libro entre las hojas. No tardó mucho tiempo sin que empezase un gran repique de golpes por los cuatro presos que había allí. Y pasando un momento ya me hicieron entender la palabra viva.

Establecido nuestro telégrafo, ya se comprenderá que no cesamos de hablarnos y contarnos todo lo que sabíamos mutuamente.

Así continuamos tres meses. Ya estaba acostumbrado a mi soledad, a mi telégrafo, teniendo por compañero un ratoncito, que en cuanto prendía la vela y la ponía en la mesa, que era un asiento de silla de vaqueta sin respaldo, venía a que le diera de comer. Cuanta reflexión puede hacerse sobre estos incidentes, lo dejo a otra pluma e imaginación más capaz que la mía. El asunto se presta para reflexionar largamente.

Un día que estaba leyendo a la escasa luz que entraba por el postigo, vino Oliden, el Alcalde 1º; entró, miró todo y en medio de mi sorpresa por aquella visita inesperada, me dijo: “hasta hoy no se ha presentado nadie a declarar contra Ud. sino Mariano Casares”. Yo le contesté: ¿Mariano Casares declarar contra mí, cuando no le he hecho sino bienes a él y a su familia toda, y acabo de librarle otra vez la vida cuando fue prisionero en la escuadra? ¡Qué cosas tan raras se ven cuando un hombre está sumido en un calabozo y sin poder hablar!

Su señora, continuó Oliden, ha estado conmigo, anda buscando defensor porque dice que nadie quiere defenderlo a Ud. y que ahora iba a ver al Sr. Vélez Sarsfield.

¡Qué original! le contesté, ¿y que yo necesito defensor, que estoy encausado? Después de un momento de silencio me dijo, prepárese, porque voy a mudarlo a otra habitación.

Lo siento, le dije, porque aquí estoy muy bien y acostumbrado, y no quisiera salir de aquí.

No le pesará, me dijo, porque voy a llevarle entre amigos de Ud.

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Pues no crea Ud. que lo deseo. Pero como estas observaciones de nada valen cuando hay una orden que cumplir, cumplió no más con ella el Alcalde y me llevó a una pieza que estaba en el patio grande, que la llamaban la capilla. Allí abrió y entró con mi cama. Me encontré con D. Roque Baudrix, y un teniente Guardia que había sido el único oficial que en la sublevación de los quinientos en la costa del Paraná, cerca del Rosario, quedó con vida, pues la tropa que se sublevó mató al coronel Aquino y a todos los oficiales que les habían puesto. Allí, pues, me pusieron en compañía de estos dos señores y dos presos más, cuyos nombres no recuerdo: Muy pronto quedamos D. Roque Baudrix, Guardia y yo, porque los otros salieron en libertad.

En este nuevo alojamiento había más recursos, tenían los presos como hacer alguna comida, tomar mate, y la incomunicación no era tan rigorosa. No había centinela de vista, aunque es verdad que la puerta y dos ventanas que tenía la pieza estaban cerradas. Empezamos a combinar los medios de atraernos algunos soldados y yo me tomé ese encargo; pero para esto necesitábamos luz, tener abierta alguna ventana, y también me propuse conseguirlo, aunque fuera algunos días. Al efecto hablé con el primer Alcalde y me dijo que era imposible, que eso no se podía, que si él lo hacia lo delataría el 2º y que el único medio seria haciéndole algún regalo a este. Nos convinimos y arreglamos que cuando quisiéramos se abriría, no toda la ventana, sino como una cuarta una de las hojas; pero que era preciso dar cincuenta pesos los días que se diera luz. Aceptamos y pagábamos entre todos dando una orden para que abonasen las familias, como dinero facilitado por el alcalde. Por allí teníamos nuestra comunicación y escribíamos y recibíamos noticias de las familias. Escribíamos también a los presos que estaban en el secreto de la clave para el telégrafo, y a estos les mandábamos un poco de azúcar o yerba o alguna otra cosa envuelta con lo que escribíamos; y lo mandábamos por conducto del llavero o Torquemada, ignorando el estúpido que era conductor de nuestras cartas.

Una noche nos sorprendieron con la abertura de la puerta, a eso de las diez, para dar entrada a un preso. ¡Pobre hombre! venía sumamente asustado, con un chaquetón o saco bajo el brazo, la camisa desprendida, sin sombrero y lleno de desconfianzas: era D. Manuel Benavento; pero ni él nos conocía, ni nosotros lo conocíamos. Lo habían sacado de su casa y lo habían traído en medio de una muchedumbre que lo apedreaba. Lo encerraron en un calabozo, solo, y allí dice que se asfixiaba y que no podía estar, que creía morirse. Se lo pasaba llorando y acordándose de su mujercita que era joven y bien parecida. Era un hombre quieto, pacífico y que no se había metido en nada. Tenía además una buena fortuna, y según los hombres del poder, los que entonces tenían algo debía ser robado.

Así continuamos en esa vida del preso, más o menos inquieta, esperando siempre novedades. La causa seguía, se me tomó declaración y se me mudó a otra habitación adonde había varios presos y de allí se me trasladó al calabozo número 2. Después de haberme tomado varias declaraciones, se puso otra vez conmigo al teniente Guardia. Los dos en rigorosa incomunicación.

Entretanto, mi esposa mendigaba un defensor, sin encontrar quien quisiese serlo. El Dr. Vélez Sarsfield, en quien ella y mis amigos se fijaban, pedía el consentimiento o acuerdo del Dr. D. Lorenzo Torres.

Largo seria relatar la conversación del Dr. Vélez con mi esposa, que culpaba a D. Lorenzo de mi prisión y del carácter que iba tomando la causa, como a su vez D. Lorenzo culpaba al Dr. Vélez de todo y le atribuía una conducta tenebrosa.

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En este estado, y sin saber donde ocurrir, porque también la prensa dirigida por ciertos hombres, fulminaba cargos al que se hiciese cargo de defenderme, (porque parece que no se quería que yo tuviese defensor); en este estado, digo, fue que ocurrió mi esposa al Dr. D. Miguel E. Saguí, quien con esa franqueza y lealtad de carácter que lo distingue, aceptó la defensa.

Vino el momento de hacerme llamar para conocerme, para hablar conmigo, teniendo ya mi causa en su poder. Al verme se sorprendió, y en el curso de la conversación me dijo: “lo que es la idea que uno se forma de las personas por lo que se habla y se cuenta, lo tenía a Ud. por un indio corpulento, y de grandes bigotes” Después me dijo: “aquí está su causa, cuando la tomé en mi mano me aterré, se lo confieso, porque dije: aquí deben estar comprobados los crímenes de este acusado; pero la he leído y le aseguro que estoy dispuesto a defenderlo con fe y que hemos de lograr destruirlo todo”. Volví a mi calabozo tranquilo; pero pensando en la iniquidad de los hombres que me formaban aquella abultada causa, en la que buscaba e inducía a declarar el Fiscal, pedía y formulaba cargos él mismo, declaraba D. Mariano Casares y me inventaba cosas que no habían existido; y en fin, tanto y tanto, que me confundía tamaña perversidad.

Seguí así en más o menos agitación hasta que se me acabó de tomar declaración; se me tomó la confesión, en el curso de la cual acabé de persuadirme de toda la infamia de que estaban animados el acusador público, mis jueces, el gobierno y demás que se empeñaban en hacerme criminal.

Entre tanto, yo no había perdido el tiempo a pesar de estar incomunicado. Más condescendientes conmigo me habían provisto de varios útiles; me permitían un cubierto, algún útil para calentar agua, un tachito, aguardiente de quemar, un ladrillo inglés para limpiar cubiertos, un cortaplumas. De todo se me pasaba revista y era preciso estar prevenido: necesitaba también unos clavitos de zinc que pedí al alcalde me mandara comprar para clavar una cortina.

De un cuchillo de mesa hice una especie de sierra, y este instrumento me sirvió para cortar el ladrillo por el medio a lo largo; estas dos partes alisadas contra la pared, me permitían juntarlas bien y en cada una de las cabeceras ponía el recorte o molde de la llave, que había sacado yo mismo de la puerta de adentro, y después con un fierrito chato iba sacando el espesor de la llave que entraba en la cerradura. Esto me costó mucho, pero al fin lo hice; me faltaba el mango pero esto era fácil canalizarlo. Me faltaba el de la puerta de afuera, a la que yo no podía llegar y cuya llave la tenía el alcalde, esta llave era distinta de la otra.

Todos los días venían a abrir las puertas a la oración. Aprovechando un momento de descuido, saqué en cera el molde de la llave de afuera.

Era de verse: estar trabajando por mi libertad delante del alcalde llavero, cabo de guardia y 3 soldados, sin que ellos se apercibieran, y burlándome de tanta vigilancia. Este molde o figura lo sacaba en una carta de baraja, y después poniéndolo en la cabeza del ladrillo, de modo que quedase la abertura o partidura del ladrillo en el medio del molde, empezaba mi trabajo.

Hecho el molde, pulido y arreglado del mejor modo posible, derretí los clavos en un tachito de bronce que tenia, con aguardiente, y después, vacié este líquido en el molde ya expresado. Las imperfecciones las arreglaba con mi cortaplumas, hasta que después de algunos ensayos me dio el resultado que yo deseaba, en la puerta de adentro. La de afuera la hice también.

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Llegó el momento de ponerme en comunicación, y dio orden el Juez, delante de mí, para que se le permitiera la entrada a mi familia y a algunas otras personas. Me resistí al principio a que se me pusiera en comunicación diciéndole al mismo Juez Somellera: que si mi fin había de ser funesto ¿a qué se me ponía en comunicación? Pero cierto modo insinuante en mi favor, con que me habló el Juez Somellera y el deseo natural de ver a mi esposa e hijos, me hizo aceptar la comunicación que era limitada a dos días en la semana. Esta comunicación me hizo conocer lo grave de mi situación, por los pasos que mi esposa había dado y la prevención que contra mi manifestaban los hombres del poder; el acusador que se había constituido en activo agente para buscar quien declarase en mi causa y en abogado de los tímidos que inducía a presentarse con ridículos reclamos. Yo entre tanto, iba estrechando relaciones con la tropa, reconociendo muchos soldados y organizando y preparando lo que alguna vez pudiera serme útil. Muy poco me duró esta comunicación.

Entre los oficiales del Batallón Conesa, que hacían la guardia en la cárcel, venía un oficial Ruiz que se introdujo en mi calabozo, con el protesto de que me conocía, que había sido oficial de la Secretaría en Palermo y que deseaba serme útil. No me inspiró confianza por más que hacía, y puedo decir que hasta me adulaba; visitó varias veces a mi esposa y otras relaciones de las que venían a verme al calabozo; les indicaba lo fácil que era que yo me escapase cuando él estuviera de guardia, a lo cual no le contestaban; y así que yo lo supe, prohibí contestasen nada sobre esto. Ello es, que el día que yo menos pensé, estando leyendo en el postigo que me daba luz, veo venir hacia el calabozo un pelotón de hombres, entre ellos algunos soldados y uno con una barra de grillos en la mano. Llegaron, abrieron y me llamaron por mi nombre. Contesté y dijeron al que traía los grillos, que era un negro norteamericano, que estaba preso por una muerte, que me los pusiera. El pobre negro se resistió y dijo que él no era verdugo y se retiró, pero lo entraron a empujones, y entonces le dije yo: cumpla con la orden, póngalos Ud. El negro los puso, los remachó y así que acabó se paró y salió. Pregunté qué motivaba aquella extraña medida, pero no me contestaron, sólo me dijeron que quedaba incomunicado. Después que se retiraron vino el negro corriendo y me dijo por el postigo, que la chaveta estaba floja. Advertí que desde este momento se desplegaba gran vigilancia y que el alcalde me entregó al oficial de guardia, según orden que había recibido. Al otro día vino de guardia el oficial Ruiz, y me preguntó sino sabía porque me habían puesto grillos, a lo que le contesté que nada sabía. Me dijo que quizá le tocase a él la suerte de sacármelos pronto, a lo que nada le respondí.

Al siguiente día vino de guardia un capitán Jardon, español del número 2 y lo que me recibió, previno se me dejase la puerta abierta. Más tarde vino a verme y me preguntó por qué se me habían puesto grillos. Le contesté que lo ignoraba. Entonces me dijo: hay hombres para todo, y en un oficial como yo todavía son más criminales ciertos hechos: el que acaba de salir de guardia, el oficial Ruiz es la causa de que se le hayan puesto grillos: ¿Es posible, le contesté, ese hombre, ese malvado, es la causa? Sí, señor, pues qué, ¿no sabe Ud. que ha delatado que se le han ofrecido, no se si un millón de pesos por una señora, comadre de Ud., para que lo deje escapar? Nada se, le dije; pero desde ya le digo a Ud. que ese hombre es un impostor; que he conocido que hace tiempo busca que se le diga algo, porque se insinúa a todos, a mi esposa, a mí, como lo ha hecho ayer mismo y no ha logrado que mi esposa ni yo le contestemos nada. Largamente hablamos con este señor, y razonamos sobre el hecho, persuadiéndome que este hombre era honrado y de corazón, por su modo de pensar y apreciar las cosas. Siempre que entraba de guardia venia a conversar conmigo y me dispensaba atenciones que no se oponían al cumplimiento de su deber y órdenes que tenia. No sólo él, sino

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todos los demás oficiales de guardia condenaban la conducta do Ruiz, y hasta una negra loca que había presa, entre las mujeres, le gritaba y lo insultaba cada vez que Ruiz entraba a los patios.

Yo entre tanto seguía al cargo de los oficiales de guardia y no del alcalde, como los demás presos, y esto me presentaba mas facilidades para hablar con los soldados, y preparar elementos para una evasión. Estos dejaban entrar a mi calabozo a muchos amigos, siempre a mi familia y a los que querían verme.

Muy luego supe que mi defensor se había presentado reclamando de aquella medida violenta e injusto proceder, y que había presentado un escrito; que en seguida, con motivo de que la prensa lo insultaba porque hacia mi defensa con tanto ardor y que D. Mariano Casares lo trataba también duramente en un escrito calumnioso, haciéndole aparecer interesado en el oro que se le daba, le pareció deber renunciar la defensa y publicar el escrito.

Nombré en seguida al Sr. Escalada, Dr. D. Manuel María, de quien tenia los mejores antecedentes, por su honradez, capacidad y altos motivos que lo recomendaban para mí y mi esposa. No dejó también de ser el blanco de invectivas groseras, a pesar de su carácter naturalmente suave y templado; pero era un crimen que accediese a mi defensa, y esto era suficiente para que mereciese reproches injustos de ciertos personajes, empeñados en que mi causa no tuviese defensor.

Indudablemente que mi situación había mejorado desde que había sido puesto a cargo de los oficiales de guardia, pues sin dejar de cumplir con las órdenes de vigilancia y seguridad, me permitían comunicarme con frecuencia con mi familia y con mis amigos. Se distinguían los capitanes Andrés Cisco, D. N. Jardon, teniente Lapier, alférez Larravide.

Estaba de guardia el capitán Jardon con el alférez Larravide una noche dada, y como en la pieza que llamaban la Capilla estaban presos, por no se que causa, el Sr. Pestalardo con varios cantores de la ópera, y habían pedido permiso para cantar en seco, esa noche pidieron a la vez al capitán Jardon me llevasen a la ventana de la pieza en que estaban para conversar y pasar allí un rato. Efectivamente, el Sr. Jardon tuvo esta deferencia, y para que no caminase con grillos, me llevaron en una silla entre los dos oficiales de guardia y me sentaron en la ventana de dicha pieza. Me encargaron de hacer un quemadillo con coñac y azúcar en una palangana, y recuerdo, que al servir a todos, el Cabo de guardia que estaba entre otros soldados oyendo cantar, y que había sido soldado mío, me hacia señas que no tomase, y así lo hice. Llegó la hora de irme al calabozo, me cerraron la puerta y se retiraron los oficiales. A la media noche se me presentó este mismo cabo, y me dijo que podía abrirme la puerta y dejarme salir: que los oficiales dormían y que aprovechase esa noche, porque sino era segura mi muerte. Al oír mi negativa se afligía y lloroso me dijo: que aprovechase aquella oportunidad. Me costó trabajo persuadirlo que no podía, que no tenía nada pronto; que además, yo no podía hacer esta jugada a oficiales de guardia como los que estaban, y que, desde que yo contaba con él y otros no tenía cuidado: al fin cedió y se retiró.

Creo que es oportuno enumerar los diferentes casos que se me presentaron, o en que se me brindó la oportunidad para evadirme.

El Alcalde Oliden, no se debido a qué, de repente empezó a mostrarse complaciente conmigo, después de parecer que se había olvidado de los beneficios que yo le había hecho. El hecho es, que cuando aún estaba sin grillos y comunicado, dio en llevarme a

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comer con él a su cuarto que estaba a la entrada de la cárcel. Allí tuve ocasión de verme con una persona distinguida que tenía su puesto en el Hospital general, y a quien había sido yo recomendado por un amigo mío y mucho de este señor, el cual me dijo: que me hiciese el enfermo, que él arreglaría todo para que fuese al hospital y que estando allí corría de su cuenta mi fuga. Este señor ha estado en Montevideo últimamente con su señora y he tenido el gusto de visitarlo, ofrecérmele y hacerle presente que estaba en mí muy vivo el recuerdo de aquella generosa oferta para mi libertad.

Por otra parte, mis amigos que sabían que yo iba a comer allí, como que estaba a un paso de los bajos del Cabildo, me propusieron ponerme un parejero y media docena de hombres para acompañarme, dispuestos a todo; y aunque era expuesta la evasión por este medio, podía servir para un caso de apuro. Esta condescendencia de Oliden originó su reemplazo y que entrase un señor muy serio y grave, hombre que jamás hablaba con ningún preso. Entonces me quitaron la ingerencia de los oficiales de guardia, y volví como los demás presos a poder del Alcalde.

Otro día se me presentó el ciego Hermenegildo Balmaceda, que había sido asistente mío. Le permitían entrar con un lazarillo y esperó que estuviesen centinelas conocidos, con cabos y sargentos dispuestos; y me dijo: vengo a darle mi ropa, mis anteojos, etc., para que salga y se libre; porque lo van a matar. Yo quedaré en su lugar, ¿qué me han de hacer a mí? Me costó también trabajo para persuadirlo de la imposibilidad en que estaba para hacerlo; pero al fin lo conseguí.

Estas ocasiones se me presentaron, y si no las acepté, fue porque no podía imaginarme que aquellos jueces fuesen capaces de firmar la sentencia que suscribieron con tanta infamia y faltando al sagrado ministerio de la justicia.

Cuando fue conocido del público ese fallo, el General don Venancio Flores, Presidente entonces del Estado Oriental, trabajado por mis relaciones, escribió al Gobernador Obligado y le envió un comisionado, pidiéndole que me conmutara la pena de muerte y dispusiera mi salida del país, asegurándole que respondía que yo no me mezclaría más en asuntos políticos.

El Gobernador Obligado, pidió, con tal motivo, informe a la Exma. Cámara, y ésta al Fiscal Dr. D. Andrés Ferrera. Este funcionario expidió la siguiente vista:

Exmo. Señor.

A D. Antonino Reyes, preso en la Cárcel Pública se le procesa a consecuencia del decreto del Superior Gobierno de 11 de Agosto último. Aún no había salido esta causa del sumario cuando se le pasó al Fiscal en 3 de Octubre con motivo de un nuevo incidente. La investigación judicial apenas contaba entonces con 17 testimonios, entre declaraciones e informes y el procedimiento todo no contenía sino sesenta páginas. El Fiscal contrayéndose entonces a lo actuado pidió sobre la incidencia con arreglo a derecho. Hoy el 5 del corriente se le ha pasado la misma causa ya concluida en 1ª Instancia con cuatrocientas y tantas páginas y 80 a 90 testimonios en clase de declaraciones e informes, y sentenciado el preso a muerte con calidad de aleve.

No sólo porque la ley se lo prohibe sino porque sería incircunspecto, el Fiscal no puede informar a V. E. sobre el mérito legal de este proceso. E1 deberá expedirse en oportunidad ante el Tribunal superior de Justicia, e incontinenti pasará a V. E. copia fidedigna de su respuesta. Entre tanto, el estudio imperfecto que ha podido hacer el Fiscal del proceso en los 21 días que a duras penas le ha registrado, apenas le autoriza para asegurar a V. E: 1º Que no está conforme con el carácter criminal que se le ha dado

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a este trámite. 2º Que está inclinado a creer que es injusta, imprudente e inconstitucional la pena de muerte discernida contra el preso. 3º Que sostiene ya ser abiertamente ilegal la calidad de aleve, que expresa el pronunciamiento en la 1ª Instancia, y 4º Que considera hallarse V. E. en todo tiempo autorizado para ejercitar la atribución que designa el articulo 108 de la Constitución.

Como no será extraño, aunque es difícil que el Fiscal piense de otro modo, perfeccionado que sea el estudio que hace de este negocio y como está convencido de que su terminación es de la mas grave importancia, pide que por toda resolución se sirva V. E. declarar, por ahora, con vista de lo que solicita Dª. Carmen O. de Reyes, que en oportunidad se proveerá lo que corresponda.

Buenos Aires, Mayo 22 de 1854. Ferrera.

Días después expidió otra vista en la solicitud hecha por mi esposa, para que se me quitasen los grillos, y que debo consignar, por contener la opinión de un magistrado recto e ilustrado.

VISTA

El Artículo 167 de la Constitución del Estado dice así: “Las Cárceles son hechas para seguridad y no para mortificación de los presos, todo rigor que no sea necesario, hace responsable a las autoridades que lo ejerzan”. Desde el 22 de Octubre, día en que se cerró la confesión tomada al esposo de Dª. Carmen Olivera de Reyes, y fue puesto en comunicación este procesado con arreglo a los estatutos de nuestra Cárcel, no hay constancia en los autos de un solo motivo que justifique las nuevas prisiones que el 20 de Febrero, de orden verbal de los Jueces de 1ª Instancia, se pusieron al preso, y siendo indispensable esta constancia, para sancionar, como motivada o como necesaria, una medida tan severa y tan aflictiva, el Fiscal se alza contra ella por inconstitucional. Quién ha dicho a los Jueces de 1ª Instancia que no deben descubrir las razones o motivos que los impulsaron dictar esa que ellos llaman, medida de seguridad. La Ley no tiene misterios; la lógica de la Ley es la lógica por antonomasia, y sin antecedentes legales, toda providencia es arbitraria.

¿Dónde están los antecedentes de esas prisiones a destiempo? No puede correr esta solicitud de Dª. Carmen Olivera, con la vista del proceso, que V. E. ha conferido al Fiscal, porque el Ministerio público estará completamente mudo en cuanto a lo principal de esta causa, mientras no perfeccione el estudio que hace de ella, y no quede satisfecho de la justificación con que pida lo que corresponda. Entre tanto que esto tenga lugar, el. Fiscal, que recién sabe a no dudarlo que aún después de la promulgación de la Constitución el preso por esta causa sufre la ilegalidad tiránica de estar afligido con prisiones, cuya necesidad no está comprobada, ni puede ni debe dividir con los autores de esta sinrazón la responsabilidad que ella impone, y devuelve a V. E. con sufragio la reclamación de la esposa, para que V. E. delibere lo que estime de justicia; bien entendido que el proceso queda en el despacho fiscal a la disposición de V. E. para el caso de estimar necesario el tribunal, rectifique las referencias de este parecer.

Buenos Aires, Junio 3 de 1854. Ferrera.

El Gobernador Obligado despachó con una carta al Comisionado y estrechado para dar alguna contestación verbal, dijo, al comisionado: que estando esta causa corriendo en los Tribunales era mejor dejar que estos se expidiesen, pues que si era inocente no dudase que el fallo sería favorable y quedaría vindicado y repuesto en mi honor y fama.

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Era muy dudoso para mí el resultado: de esto al fallo definitivo no había más que un paso y era preciso no perder tiempo en la resolución que debía adoptar: esperar y evadirme. Si esperaba, estaba sometido y todas las probabilidades eran en mi contra. El Fiscal de 1ª Instancia había pedido la última pena, los Jueces conjuntos la habían aprobado: era manifiesta la mala voluntad del Gobierno que intervenía en este asunto y que no perdía ocasión de manifestar su injerencia y sus tendencias; y en fin todo, todo venía preparando un desenlace fatal que lo pedía abiertamente y sin miramiento la prensa oficial. ¿Debía yo tener confianza, debía esperar tranquilo, cuando mis amigos todos presentían mi fin fatal?

Debo consignar aquí un hecho que venía a aumentar mis cuidados y que se armonizaba con ese empeño de hacerme desaparecer a toda costa. En uno de los días de las entradas generales, se me presentó un desconocido en mi calabozo, que por su acento era Inglés, como de cuarenta años y me dijo: que había venido a verme compadecido de mi situación y por que podía dar un paso muy conveniente para mí ; que este consistía en una representación al Gobierno firmada por el comercio extranjero y que ya había visto al General Hornos para que la patrocinase, con lo que estaba muy gustoso; pero que él creía que lo que yo había de hacer era fugarme de la prisión para lo que estaba pronto a ayudarme. Yo me sonreí, le mostré la barra de grillos, el centinela de vista y las macizas puertas que me guardaban de noche; que estaba completamente entregado a la Providencia y a mis Jueces, en quienes tenía confianza, porque no creía que fuesen mis asesinos. E1 se mostró contristado y me dijo: que iba a tocar los recursos que me había indicado y que vendría en la siguiente entrada.

Efectivamente, al siguiente día de entrada se me presentó, y después de llamarme aparte, pues estaban tres o cuatro amigos que habían venido a verme, y comían conmigo los SS. Arguelles y Echevarria, me dijo: Señor, siento decirle que nada he podido hacer en la solicitud que le prometí presentar al Gobierno, porque ya es tarde, su situación es muy grave, hay una disposición tremenda contra Ud.; sus enemigos, jueces. Gobierno, etc., todos piden su muerte; así es que un remedio solo y único le queda para no salir al patíbulo y pasar por la vergüenza y el escarnio con que lo van a acompañar sus enemigos y es que en una copita tome Ud. un polvito de esto que le traigo y que le mandan muchos amigos que lo quieren, y que no quisieran verlo sentarse en el banquillo como un criminal, ni que consigan ese deseo sus enemigos. Entonces tomó de una cartera del pantalón con dos dedos y con delicadeza un envoltorio y me lo entregó.

Con que es decir, le contesté, que este presente me hacen mis amigos: muy bien, dígales Ud. que les haré el gusto y lo tomaré ahora de postre, que casualmente estoy comiendo. Tomé el papel y lo tiré tras de un baúl que estaba a mi lado.

Inmediatamente se despidió y se fue este incógnito.

Dominado entre tanto por todo género de dudas respecto de este misionero misterioso, dispuse que una persona de mi familia lo siguiera para conocer su residencia. Así se verificó, y supe con repugnancia y con asombro, que el hombre que me había llevado el veneno se había dirigido, al salir de la Cárcel, al Juzgado donde despachaba el juez más comprometido en mi causa.

¿Era casual esa dirección o regresaba a comunicar el resultado de su comisión? Dios y ellos deben saberlo. A mí no me es dado averiguarlo, aún cuando me asiste la idea de que temerosos de que salvase mi vida por medio de las leyes, buscaron ese arbitrio a fin de asegurar mi sacrificio.

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Sabido es que en el silencio y soledad de la prisión, todos estos eran motivos que me designaban la suerte que me esperaba. Ya casi estaba tomada mi resolución, para cuyo fin no perdía un momento de preparar y coordinar lo que necesitaba, disponiendo los ánimos do los que me habían de servir mas de cerca, sin señalar ni descubrir mi plan, ni cómo iba a proceder.

Se acercaba la jura de la Constitución en Mayo del 54, y mi esposa quiso implorar y pedir gracia. Al efecto pidió un borrador a mi defensor, para presentarse a S. E. y suplicar en atención al acto solemne que iba a tener lugar. Antes de recibir el borrador, pedido a mi defensor, se presentó en mi casa una señora llevándole a mi esposa otro borrador de una solicitud que le mandaba una persona, que aunque no era amiga mía, estaba compadecida de su suerte y de las injusticias que estaban cometiéndose conmigo.

Por más que le rogó mi esposa, no quiso la señora dar el nombre de la persona. Después, al correr del tiempo, supe que era el Fiscal Dr. D. Andrés Ferrera, hombre de un carácter inquebrantable, firme en sus opiniones, pero acabadamente justo, honrado y recto como el que más; y que como él decía: no quería ni pedía desmentir sus antecedentes, ni deshonrar su nombre haciéndose también juguete de pasiones mezquinas, etc., etc. Más tarde desistió de entender en mi causa como Fiscal y fue entonces nombrado el Dr. D. Miguel Valencia.

Mi esposa presentó la solicitud, llevándola personalmente. (1) El Gobernador se encontraba con el General Escalada, padre de mi defensor, cuando la recibió y después de leída, se levantó S. E. airadamente, diciendo al Sr. Escalada: que ¿cómo había tenido su hijo el atrevimiento de hacer aquella solicitud, porque precisamente era él, el autor de aquel libelo insultante a sus respetos? El Sr. Ministro contestó asombrado: que le aseguraba al Sr. Gobernador que su hijo no era el autor de aquel escrito. Interrogada mi señora, contestó: que efectivamente no era del Sr. Escalada, sino de un amigo que había tenido la bondad de hacer ese escrito. Entonces S. E. se lo devolvió, diciéndole que solo un insolente y atrevido podía haber aconsejado semejante escrito y que se retirase; que él en su calidad de Gobernador nada tenía que hacer conmigo, que ocurriese a los tribunales.

Cualquier otro gobernador no habría podido expresarse así, menos el que lo hacia, quien desde mi entrada a la cárcel había hecho pesar su influencia clasificándome anticipadamente de criminal famoso. El Sr. D. Pastor Obligado, que fue secretario y consejero del coronel Cuitiño y que en su ausencia recibía y ejecutaba las órdenes que se impartían; que fue el sargento 1º en el cuartel a quien obedecían todos, que probablemente usaba la divisa más grande y gritaba mas alto: “Mueran los Salvajes Unitarios”; ese hombre condenaba mi conducta digna, circunspecta en el puesto de Jefe de la Secretaria del inmediato despacho del gobierno de la Provincia, de Sargento mayor y Edecán en servicio.

Todos los recursos legítimos para mejorar mi situación estaban agotados. Lo único que podía halagarme eran las vistas del Fiscal de la Cámara de Justicia; pero aún éstas ¿qué esperanzas podían darme cuando tenia presente la rudeza con que habían sido escuchados los ruegos de mi esposa; la negativa del Gobernador Obligado a favorecerme con las prerrogativas que le daba la Constitución, recién promulgada; el rigor que se desplegó aumentando mis prisiones; el veneno mismo suministrado y aconsejado por mis enemigos? Me acabé de convencer que nada debía esperar en aquel tiempo de la moral y de las leyes que conculcaban sin rubor los primeros magistrados.

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Otra de las tentativas empleadas por los que me perseguían para matarme, fue el hacerme convidar para una revolución, por un Sr. Rodríguez.

Este agente del crimen, se me presentó en el calabozo pidiéndome el concurso de mí persona para derrocar al gobierno, ofreciéndome venir él mismo a sacarme de la prisión para que los ayudase.

Esta proposición la rechacé en el acto, sin embargo, el hombre continuaba trabajando en el mismo sentido, hasta que un día se me presentó D. Manuel Medrano, amigo de mi confianza, a decirme de parte de D. Juan Bautista Peña, que había quedado de gobernador provisorio por ausencia en campaña del Sr. Obligado: que sabía de lo que se trataba y que no saliese de mi prisión. Le contesté conforme y agradecido.

En el acto despedí al villano que estaba encargado de este plan tenebroso, de fraguar una revuelta para que apareciese yo muerto en la lucha.

Después de todo esto, me encontraba autorizado a pensar en mi fuga.

Para ello estaba provisto de lo principal: llaves de las puertas de mi calabozo; llave de la puerta que iba a los corredores de Cabildo para dejarme caer de los balcones en un momento dado y sin que me viese la guardia, o correrme por las azoteas de la Policía para las casas de familias ya advertidas, entre ellas la del Sr. D. Miguel Riglos.

Para el caso que todo saliese bien había mandado comprar una ballenera y entregarla a un soldado Flores que se me había ofrecido muchas veces, para que se situase con ella en el bajo de la quinta de Laprida, bajada Norte del callejón de Ibañez. Para que no hubiese equivocación, mandé a Manuel Bazo, que había sido mi asistente en muchos años y que siempre me manifestó cariño, que le señalase el punto fijo en que debía esperarme.

Todo esto tenía en perspectiva y pronto para el momento preciso.

Los soldados que montaban la guardia habían sido soldados míos antes; les había hablado y todos ellos, sin inquirir cosa alguna, se pusieron a mis órdenes con una fidelidad ejemplar.

De antemano había mandado prevenir al general D. Venancio Flores la resolución que tenia de asilarme en la República Oriental.

Contaba con amigos abnegados, a los cuales no tenía necesidad de prevenirles mi resolución. En primera línea se encontraba D. Juan Arguelles, mi ahijado, y del cual estaba seguro que se haría matar por salvarme. Este fue mi principal agente para preparad mi evasión.

Con grande interés y abnegación se me brindaban mis amigos D. Martín Sarratea, D. Santiago Torres y D. Marcelino Martínez Castro, al cual comuniqué mi plan que mereció su aprobación.

Ocurría la circunstancia de ser el Sr. Martínez mi enemigo político, y por lo tanto sus compromisos eran mayores para con sus correligionarios.

Debo aprovechar esta oportunidad para hacer pública manifestación de mi gratitud a estos amigos.

Las circunstancias apremiaban y era necesario obrar.

Llegó al fin el día señalado para mi evasión, que era el 6 de Junio de 1854.

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El día antes había estado mi esposa y me había despedido de ella obteniendo su consentimiento para salir; consentimiento que necesitaba de la madre de mis hijos, porque había resuelto no volver a mi calabozo, ni caer con vida en poder de mis enemigos, y no quería que ella, la que había sido modelo de virtud y que había sufrido tanto durante mi prisión, me culpase del paso que había resuelto dar, cuando ya estaba ella como yo persuadidos que lo que se quería era mi desaparición.

El día lo pasé en gran agitación y sobresalto. Todo era una novedad, una aflicción. El más insignificante ruido me llamaba la atención, hasta que llegó la noche que era de luna, clara, limpia, como para alumbrar mi libertad. La primera puerta de mi calabozo me la dejaban abierta y esto favorecía mi salida; así es que no tenía que abrir mas que una puerta, la interior. La guardia era del 2 de Línea, en cuyos soldados tenía más confianza. Ese día vinieron muchos de los míos y a cuyo cargo estaba el teniente D. Carlos Larravide, el mismo que estaba la noche que el cabo Lezica vino para hacerme fugar. Entonces estaba al cargo de ellos y no del alcalde, y ahora era la inversa, pues este tenía las llaves.

A las 8 de la noche tuve necesidad de salir de mi calabozo para ver por mí mismo los centinelas que había y si estaba en la puerta un Rojas, a quien tenía que decirle cambiase sus turnos, quedase de plantón hasta media noche y me dejase entrar a Arguelles, quien debía venir hasta los corredores de enfrente a mi calabozo, y con un pañuelo blanco hacerme la señal para salir.

Así sucedió. A la una de la noche del referido día, D. Juan Arguelles se encontraba frente a mi calabozo y me hizo la señal convenida.

Abrí la puerta con la llave que había hecho, me metí en la garita que se encontraba cerca de mi calabozo. Tomé el fusil al centinela que allí estaba y que estaba convenido conmigo; me dio su gorra, su capote, la consigna. En seguida me reuní con el fiel Arguelles y con él salí a la puerta de la cárcel.

Al llegar a la puerta que daba al zaguán, en cuyo medio había un gran farol, que daba una luz fuerte, divisé a mi Rojas paseándose con el arma al brazo. Lo que nos vio, nos hizo señas que saliésemos. La noche era clara como el día.

Estaba acordado que este centinela y el del calabozo, Caraballo, habían de venir conmigo porque eran los comprometidos. El otro que había en el patio de mi calabozo, quedaba durmiendo o haciendo que dormía.

Salimos, pues, sin novedad, y al bajar la vereda empedrada que circundaba la plaza de la Victoria, sentimos un grito de Rojas, llamando al cabo de guardia para que lo relevase. No dejó de sorprendemos el grito, pero como oímos el motivo, seguimos para el medio de la plaza. Ya frente a la pirámide, en dirección a la calle Defensa, vimos que se destacaba un hombre encapado debajo los arcos de la recova nueva. Me sorprendió, pero muy luego reconocí a mi amigo D. Santiago Torres, que me abrió los brazos y me alentó, diciéndome: que todo estaba bien preparado y que los caballos me aguardaban, por la calle de Venezuela, cerca de la antigua cancha de pelota al cuidado de Manuel Baso. Reunido a este amigo y a D. Marcelino Martínez, que nos esperaba frente a San Francisco, seguimos solos conversando con tranquilidad.

Pasé por mi casa, golpee la ventana y avisé que ya estaba libre.

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Mientras tanto, el amigo Arguelles se había separado de nosotros al llegar a la botica de San Francisco y regresado a la cárcel en busca de los dos centinelas que debían fugar conmigo.

En el lugar donde estaban los caballos, nos reunimos con los soldados y Arguelles que los conducía, y de allí, bien montados, nos dirigimos al puente de Maldonado para de allí seguir en busca del bote que debía esperarme frente al monte de Laprida.

Desgraciadamente no estaba el bote y sea por temor o por torpeza, el hecho era que nos faltaba lo principal y trastornaba mi plan. Consultamos allí mismo y convinimos en que era preciso proporcionarnos una embarcación. D. Marcelino Martínez se encargó de irla a buscar en persona a la ciudad, quedando nosotros ocultos en unos pajonales y juncales en la orilla del río, a los fondos de la quinta de D. José María Castillo, donde el mismo Martínez nos llevó. Allí permanecimos todo ese día y esperamos inútilmente hasta la oración del 7 de Junio. No apareció ninguna embarcación y como veíamos algunas balleneras a lo lejos, hicimos una bandera con un trapo y la atamos a una vara larga de sauce. Con ella hicimos señas para que supiesen donde estábamos. Esto había sido advertido por las lavanderas que estaban en la costa y otros individuos, lo que hizo que preparase el Juez de Paz o comisario una partida para venir a registrar los lugares donde nos encontrábamos; pero un soldado que había sido mío, llamado Madariaga, se anticipó y me dijo: que debíamos salir inmediatamente, lo que efectuamos, reteniendo yo a este individuo para que me acompañase; pues a los demás que estaban conmigo los había mandado a Punta Chica, para que se embarcasen en una chalana que había mandado aprontar desde la tarde.

Al mismo tiempo había mandado aprontar caballos en la chacra de un antiguo oficial, Olguín, hacia donde me dirigí. Desde los fondos de esta propiedad mandé a Madariaga para que me trajese los caballos, que suponía listos. La luna empezó a alumbrar en ese momento y con su claridad divisé un grupo de hombres que conversaban en la cuchilla. Esperando al que había enviado, vi venir un hombre como desprendido del grupo que había visto antes. Monté a caballo, y cuando quiso acercárseme se lo impedí, ordenándole que siguiese su camino.

Acto continuo me dirigí al bañado de San Fernando; pues el hombre sospechoso que se había dirigido hacia mi, debía ser soldado de alguna partida de campaña. De allí me encaminé a los tapiales de Ramos Mejía, en donde resolví dirigirme al Rosario por tierra.

En mi marcha, el guía me llevó a la chacra del coronel D. Pedro José Díaz. Allí me hice anunciar, sin dar mi nombre. El coronel Díaz, tipo perfecto del caballero, al divisarme, me abrió la puerta de su dormitorio y me invitó a pasar adelante. Estaba amaneciendo.

Antes de entrar le expliqué la condición en que me encontraba. El coronel Díaz me respondió: que era un deber de caballero y de amigo el recibirme en su casa, así como lo había recibido yo en la mía, sin mirar las consecuencias.

Ahí quedé dos días en donde reuní hombres, caballos y me proveí de algunos útiles para el viaje. En seguida marché al Rosario por el camino de la costa. Al llegar al Arroyo del Medio, nos encontramos con una partida de indios de Pascual Rosas. Al reconocerme, quisieron llevarme a sus toldos, de cuyo convite me costó mucho el librarme.

Me alojé en la estancia del Sr. Guascochea donde recibí hospitalidad; y allí fui reconocido. Se dio avisó al coronel Andrade de Santa Fe, jefe de aquel distrito, y éste

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me mandó cuatro soldados para que me acompañasen. De allí pasé al Rosario, al Diamante y en seguida al Paraná. Seguí hasta Gualeguay, en donde encontré al general Urquiza, quien me trató con la mayor franqueza y afecto.

Mucho hizo porque me quedase en Entre Ríos; pero me pareció mas propio y conveniente el trasladarme a Montevideo, donde fui a reposar de tantas fatigas y a esperar el desenlace del juicio que se me seguía, y que se encontraba en la Exma. Cámara de Apelaciones.

Referencia

(1) Excelentísimo Señor: Por más profundo que sea mi dolor, no vengo, Señor, a expresarlo nuevamente a V. E. y a pedir consuelos. Acaso no me engañe, creyendo que me presento cuando se abre una era del todo nueva para esta desgraciada patria.

Hasta aquí (desde 1810), ha sido la tierra de los porteños un campo donde ha ensayado su acción cada voluntad individual, según su poder y según su intención; mientras que la voluntad general ha permanecido muda, porque no teniendo poder alguno, no ha podido hacer una sola manifestación. Hoy recién percibimos todos en Buenos Aires la expresión bien pronunciada de un interés patrio; hoy es que quedan satisfechos los votos de los porteños, que pedían Leyes; porque estaban cansados de arbitrariedades, y que clamaban por formas fijas en vez de los caprichos que nos han regado hasta aquí.

¿Y será esta Era, empezada hoy, igual o parecida a la anterior al 11 de Abril en que se ha firmado el acta Constitucional del Estado de Buenos Aires? De ningún modo, Señor; antes de ese día todos los que habíamos nacido en esta desgraciada patria teníamos el derecho de mejorar de suerte, del modo que nos pareciese mejor; hoy todos debemos sumisión y respeto a las Autoridades Constituidas; y lo debemos con arreglo a la Carta Constitucional. Antes del 11 de Abril, aquella voluntad individual, que era más poderosa o más feliz, era nuestra suprema Ley; y ahora, expresada como está y sancionada la voluntad general, sería un crimen el pretender hacerse superior a ella.

¿Quién puede ser, señor, responsable entonces de lo que se hizo en la patria y por la patria de los porteños, antes del 11 de Abril? Ninguno, absolutamente ninguno. Todos hemos errado; y por lo que hace al único ser humano que me interesa en la tierra, no tengo inconveniente para confesar a V. E.: que él creyó como muchos, que puesto que las voluntades de cada uno se habían sublevado contra la voluntad de todos, una voluntad omnipotente era lo único que podía sacamos del caos en que nos hundieron los instintos aislados de todos. ¿Hubo error en esto, Excelentísimo Señor? No me atrevo a negarlo; pero la historia, que va a ser mañana nuestro Juez severo, ¿denunciará ese error como el único o como el mayor de los errores argentinos? No Señor; y lo prueba nuestra ineptitud para constituirnos durante 44 años de reiterados esfuerzos.

Maldito, pues, Excelentísimo Señor, y mil veces maldito el porteño que de hoy en adelante busque en el circulo político a que ha pertenecido el remedio a los males de que pueda aquejarse nuestra patria. Sancionada la Carta Constitucional del Estado de Buenos Aires, todos loe porteños debemos aceptarla como nuestra única tabla de salvación. El que a ella se someta hace todo cuanto la patria puede hoy exigir a sus hijos; el que se revele contra ella, prueba que es indigno de pertenecer a esta Tierra.

Animada de estos propósitos, segura de que quien ha dividido su suerte oonmigo piensa lo mismo que yo, vengo Exmo. Señor, ante V. E., llena es verdad de un dolor acerbo, pero inspirada también del más puro patriotismo, a pedir se de principio a nuestra nueva existencia Constitucional, poniendo V. E. en ejercicio, con relación a mi esposo D.

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Antonino Reyes, la atribución consignada en el articulo 108 de la Constitución del Estado.

Este Porteño se halla procesado y condenado también a muerte por el Tribunal de 1ª Instancia ¿y por qué, Exmo. Señor? Lo sabe V. E. y me cuesta el decirlo: Mi esposo está preso, ha sido juzgado y condenado a muerte con calidad de aleve por haberse equivocado en los medios do poner término a las desgracias de su patria; y sino, preguntemos, Exmo. Señor, ¿se le acusa de haber degollado, de haber despojado, de haber violentado a sus compatriotas como lo hicieron los asesinos del 40 y 42? No, Señor; y encarecidamente ruego sea éste sino el principal uno de los primeros objetos del informe que V. E. está obligado a pedir al Tribunal competente; pero permítame V. E. cerrar mi Memorial con una observación más bien humanitaria que hija de mi dolor. No hay más crímenes en política, nos dice el siglo en que vivimos; que no hay crímenes en política nos lo ha dicho también hasta el 11 de Abril el estado inconstituido de nuestra patria. Mas los habrá, Señor, y eternamente si el olvido de todo lo pasado (en cuanto a política) no es nuestro punto de partida al resolvernos a hacer una existencia Constitucional. Tómese V. E. el tiempo necesario para pesar esta y otras consideración; que omito por creerlas a los alcances de una mente tan patriótica como la de V. E.; y cuando pasadas las impresiones que nos hace imprescindiblemente el sentir de muchos, tenga V. E. calma para pensar con la elevación que acostumbra, entonces y solo entonces;

A V. E. suplico, que en atención al carácter político de los antecedentes que mantienen en prisión a mi esposo, Don Antonino Reyes, se sirva mandar sobreseer en su causa, designándole residencia fuera o dentro del estado de Buenos Aires, según y bajo las condiciones que lo estimare V. E. necesario para poder responder de la tranquilidad pública, de que está V. E. encargado.

Carmen O. de Reyes

Fuente

Bilbao, Manuel – Vindicación y memorias de Don Antonino Reyes – Buenos Aires (1883).

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

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7 de junio

Batalla de San Pedro

A fines de marzo de 1807, llegó a Buenos Aires el coronel Francisco Xavier de Elío que, según Domingo Matheu: “viene de España, muy hábil, éste estuvo en Montevideo disfrazado y dice que toda la tropa que tienen los ingleses no vale nada; que con sólo dos mil hombres escogidos se atreve a todos ellos” (1). El mismo había sido nombrado por España como Comandante General de la Campaña Oriental.

Las noticias que se recibían en Buenos Aires de la Banda Oriental hizo que en la reunión de la Junta de Guerra del 2 de abril se dispusiera mandar una expedición a la otra banda para evitar la ocupación del territorio por parte de los ingleses; también se dispuso que de los noveles cuerpos de voluntarios de la ciudad se reuniera una fuerza de 500 hombres de infantería, apoyados por cuatro cañones y 2 obuses, además de todo aquel que se ofreciera como voluntario. El mando se le entregó al recién llegado coronel Francisco Xavier de Elío.

La expedición debía hostigar a los ingleses y evitar que estos se adueñaran de la campaña oriental; para ello se le entregaba el mando de todas las partidas en armas que se hubieran formado, así como la caballada que hubiera en las estancias del estado, y que la mercadería inglesa que se capturase fuera considerada como botín de guerra y su valor distribuido entre las tropas expedicionarias.

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Los efectivos varían según los autores, así tenemos que “marchó con 1.500 hombres” cita Sagui (2), o “1.000 y tantos” como dice Berutti (3). La tercera expedición de socorro a Montevideo quedó conformada de la siguiente manera: Comandante, coronel Francisco Xavier de Elío; Segundo Jefe, capitán de fragata José de la Corvera; Jefe de la Flota, capitán de fragata Juan Gutiérrez de la Concha.

Cuerpo de Arribeños o Batallón de Americanos Forasteros Voluntarios de Infantería: 2 compañías con un total de 120 hombres (4), al mando del Tte. Agustín Marquéz.

Cuerpo de Naturales Pardos y Morenos: 2 compañías de granaderos con los capitanes J. B. Raymond y Agustín José Sosa, con 120 hombres y 2 compañías de fusileros con similares efectivos. (5)

Cuerpo de Patricios: 1ª compañía del Primer Batallón a órdenes del capitán Martín Medrano, con 61 hombres. (6) y (7).

Cuerpo de Catalanes o Miñones, 7ma y 8va compañía con los capitanes José Grau y Juan Santos de Irigoyen con 200 hombres. (8)

Compañía de Blandengues de la Frontera de Buenos Aires, al mando del alférez de la Peña, con 10 hombres. (9)

Compañía del Regimiento “Fijo” de Dragones de Buenos Aires, al mando del capitán Nolasco Solano y 42 hombres. (10)

Cuerpo de Patriotas de la Unión o Voluntarios Patriotas de la Unión o Unión de Artillería de Buenos Ayres (11). 4 cañones de a 6 libras y 2 obuses de 6 pulgadas.

El itinerario de las tropas mandadas por el Cnl de Elío fue el siguiente: 12 de abril de 1807, se embarcan las tropas desde la Banda Occidental; 13 de abril, en horas de la mañana zarpan hacia la Banda Oriental; 16 de abril, con las primeras sombras del

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anochecer fondean y desembarcan en “Las Higueritas”; 17 de abril, finaliza el desembarco de los víveres y las tropas inician su marcha hacia la población de Las Víboras. Comienza así la aproximación a Colonia

Recuperación de Colonia del Sacramento

La acción ha sido descripta por el historiador uruguayo Lic. Juan Carlos Luzuriaga (12) en los siguientes términos: “…Se acercaron sin ser descubiertos, infiltrándose entre las líneas enemigas en la noche del 20, y en el momento en que estaban listos para el asalto, a un miñón se le disparó el arma, con lo que perdieron el efecto sorpresa. De todos modos, en un primer momento ocasionaron varias bajas a los ocupantes, pero luego los británicos lograron contraatacar, rechazaron a las tropas de Elío y las persiguieron hasta el Real de San Carlos, dejando en la acción ocho muertos, otros tantos heridos y varios prisioneros. Los atacantes se retiraron hasta la estancia de Las Huérfanas y Elío estableció su campamento posteriormente en San Pedro, al norte de Colonia, donde procuró reunir a los efectivos dispersos”.

Francisco Sagui nos ha dejado (13): “Más desgraciadamente por su ineptitud y fanfarronería, su primer paso fue un imperdonable error militar. Con la más torpe precipitación, sin adelantar espías, sin ocultar el grueso de nuestra gente, sin saber explorar el campo enemigo, y en una palabra, sin la más mínima precaución se desembarca y marcha de noche a sorprender a Pack”.

Domingo Matheu expresa (14): “Acabamos de tener noticias que la expedición que pasó a la otra banda el miércoles en 11 y 12 de la noche atacó a los ingleses que guarnecen la Colonia, pensando en encontrarlos dormidos; y en efecto lo habrían logrado a no ser que al tiempo de entrar se disparó un fusil y al ruido despertaron y se pusieron sobre las armas y se trabó combate que los nuestros fue menester se retirasen; aunque según escribe el general (se refiere al coronel de Elío) fue cobardía de los nuestros; pero según cartas que he visto, fue que no hubo aquellas disposiciones de un completo militar; yo creo que como era de noche y la gente no se había visto jamás en funciones, sería atribulación de unos y otros. La pérdida nuestra es de entre muertos y heridos dieciocho o veinte.

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Para Ignacio Núñez el accionar de De Elío mereció los siguientes conceptos (15): “…) pero nombrar y mandar en este carácter a un español con los antecedentes de De Elío, era como si se mandase una declaración de guerra a muerte contra el gobierno y pueblo de Buenos Aires”. “…Este oficial vino de España en el año de 1807, con el título de comandante general de la campaña de Montevideo cuando los ingleses ocupaban la plaza de Montevideo y Colonia del Sacramento. Desde su llegada se señaló por el carácter desacertado, altanero y atrevido que no cesó de ejercitar en estos países hasta hacerse un objeto de aborrecimiento universal.

Sería necesario escribir muchos pliegos de papel para dar una reseña de los actos indecentes y groseros que se permitió con los jefes y oficiales del ejército formado por el general Liniers, no sólo en el trato y en el servicio ordinario, sino cuando por su loco aturdimiento lo rechazaron los ingleses de la Colonia en el ataque nocturno del mes de mayo; lo batieron a los pocos días sobre el arroyo de San Pedro, y lo despedazaron en La Alameda y Residencia en la invasión a la capital por julio de 1807. Bastará decirse que después de exponerlos a los más inútiles sacrificios, los trataba públicamente de ineptos y cobardes, llegando hasta el extremo, cuando el descalabro de la Colonia, de desarmar varios trozos de estas tropas, formadas del vecindario de Buenos Aires, encerrándolos en un patio del cuartel general de La Calera de las Huérfanas y abocándoles dos obuses con orden de disparar al más leve movimiento”.

Bartolomé Mitre emite los siguientes conceptos (16): “… y se confió el mando al coronel Elío, nombrándosele comandante general de la Banda Oriental, que él prometió con la jactancia que le era habitual, redimir de la dominación extraña en podo tiempo. Elío llegó a reunir hasta 1.500 hombres bajo su bandera, y procediendo con su atolondramiento de costumbre, pretendió sorprender la plaza ocupada por el enemigo sin hacer sobre ella un previo reconocimiento, y fue completamente rechazado por la guarnición”.

Vicente Fidel López (17) se ha referido a este hecho de la siguiente manera: “Pretendió (se refiere al coronel de Elío en el intento de tomar Colonia) que había sorprendido al coronel Pack, pero que sus soldados halagados con esta primera ventaja se le habían desbandado por las casas del pueblo; y que por esta falta de disciplina Pack había podido rehacerse, caer sobre los expedicionarios, y derrotarlos completamente.

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El hecho es que esa aventura, tan absurda como todas las otras en que se tuvo la pretensión de buscar a los ingleses en campo abierto, fue causa de que se perdiese una parte interesante y necesaria de nuestros soldados”.

Luego de estas expresiones vertidas en algunos casos por actores presenciales de los acontecimientos, es poco lo que se puede agregar, pero a manera de resumen digamos que:

El intento de recuperación de la ciudad de Colonia se desarrolló en la noche del 21 al 22 de abril de 1807 y que la sorpresa se perdió a raíz del disparo accidental del arma de un soldado de la vanguardia, con lo cual se alertó la guarnición y ante la reacción de los soldados ingleses, nuestras tropas se retiraron desordenadamente, siendo perseguidas hasta las inmediaciones del Real de San Carlos.

Según distintas fuentes, las bajas propias fueron 8 muertos y 8 heridos. Elío se retiró hacia el Norte, y se instaló en proximidades de la estancia “Las Huérfanas”, distante 70 kilómetros; en ese lugar trató de reorganizar a sus fuerzas al tiempo que solicitaba refuerzos a Buenos Aires.

Como ya hemos leído, sus reproches hacia la actitud y cualidades de sus tropas fueron poco felices, generándose tal vez a partir de estos momentos un rechazo hacia su persona que prácticamente finalizaría con su regreso a España después de 1810.

De regreso a su patria reinició su carrera militar, interviniendo en distintas acciones bélicas, hasta que el 4 de setiembre de 1822 fue ejecutado en Valencia por una condena que le impuso el Consejo de Guerra.

Es válido transcribir un documento por el que Elío se dirige a la Audiencia. “Oficio sobre indisciplina y creación del Cuerpo de Cazadores Extranjeros en Calera de las Huérfanas el 02 de mayo de 1807 – En consecuencia de la contestación de V. A. que mi ayudante Dn. Joaquín Toledo me trajo, he hecho hoy juntar la oficialidad para leerles el aviso que se me mandaba, y que V. A. contara con esa Tropa, que unida a los refuerzos podría obrar con muchas ventajas, les exhorté y puse delante el deshonor que les resultaría de volverse a esa cuando voluntariamente venían otros Cuerpos, que

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hablasen a la Tropa, y que a las 4 de la tarde se formasen para hablarles yo, y saber sus disposiciones, a dicha hora, el primero que se me presentó fue Dn Juan Bautista Raymond. Diciéndome que tenía el sentimiento de presentarme un Batallón de Ingratos, que con ningunas razones podía entusiasmarlos, que quería dejar su mando y servir de cualquier modo a mi lado, fui a hablar a los Miñones, y después de hacerles ver que V. A. no quería a ninguno de la Expon. que el que no sea capaz de defender a su Rey aquí, no lo era en ninguna parte, el deshonor que les resultaría de presentarse huyendo del peligro, cuando otros cuerpos venían voluntariamente (…) (18)

Refuerzos a la tercera expedición

Luego del fallido intento de recuperar Colonia, lo primero que hizo de Elío fue solicitar a Buenos Aires el envío de refuerzos. La junta de guerra reunida el 25 de abril dispuso acceder a lo solicitado y ordenó que debían marchar a la otra orilla las siguientes fuerzas:

Regimiento (fijo) de Infantería de Buenos Aires, a órdenes del capitán José Píriz con todos los efectivos presentes en la ciudad de Buenos Aires; Tercer Escuadrón de Húsares, al mando del capitán Pedro Núñez; Cuerpo de la Marina Real, a órdenes del teniente de navío de la Corvera con 80 hombres.

En realidad estos efectivos se verían engrosados al momento de su partida, la que recién se verificaría en la segunda quincena de mayo. Elío se abocó entre su desafortunada operación de abril y la llegada de los refuerzos a desmerecer como ya dijimos no sólo a sus tropas sino también, por extensión, al teniente coronel Pack.

Cuando se enteró que los ingleses habían saqueado la iglesia de Colonia, el 5 de mayo se dirigió a su jefe y entre otros términos le decía: “… la sangre de V. S. y de todos sus soldados será derramada y no se dará cuartel a nadie…” (19)

El 18 de mayo zarparon los refuerzos para de Elío, bajo el mando del capitán José Píriz, compuestos por veteranos o voluntarios de las siguientes unidades: Regimiento de Infantería Buenos Aires (fijo), se desconocen los efectivos; Cuerpo de Patricios: 7ma y 8va compañías del 1er Batallón, con los capitanes Antonio del Texo y Andrés Patrón, el

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ayudante veterano Juan Manuel Hernando, el teniente José Quesada y 139 hombres. (20) (21); Húsares Voluntarios, (conocidos como Húsares de Pueyrredón), el 3er Escuadrón al mando de su jefe el Capitán Pedro Núñez, por ello conocidos como Húsares de Núñez, conformado por dos compañías con un total de 181 hombres; Cuerpo de la Marina Real, a órdenes del Tte. de navío de la Corvera con 80 hombres.

Proclama de De Elío

Luego de recibir estos refuerzos, el 22 de mayo el coronel de Elío, tratando de granjearse la confianza de sus tropas, arengó a las mismas con los siguientes términos:

“Soldados y hermanos míos: La suerte por medios extraordinarios me ha traído de España a tener la honra de mandaros. Allí he meditado 24 años y hecho la guerra contra moros en Africa, contra portugueses y contra franceses, enemigo el más respetable del mundo. Debéis pues considerar tengo algún conocimiento de ella.

He tenido acciones favorables, otras contrarias, he recibido en ellas dos balazos y jamás he tenido más ganas de pelear, ni más probabilidad de vencer este enemigo mandado por Jefes ignorantes de la guerra de tierra, compuesto de soldados comprados y disgustados, como lo experimentáis por su extraordinaria deserción.

Vosotros sois unos ciudadanos que voluntariamente estáis con las armas en la mano para defender vuestra patria, vuestras familias y la corona de nuestro Augusto Soberano que veneramos y amamos y no queréis sufrir el yugo infame de estos piratas, que se han prevalido del letargo en que estaba este pacífico y feliz país.

Ellos son inferiores en número por más que lo procuren aumentar, se sabe ciertamente; y no tienen recurso alguno para escapar como se los ataque con firmeza.

Os conduje a la Colonia a atacarla de noche para aprovecharme de su descuido y ahorrar vuestra sangre que la estimo como a la mía y ser más completa la victoria. La suerte nos la quitó de entre las manos; pero espero será para lograrla más completa.

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Estos compañeros valerosos y llenos de fuego que se nos ha reunido vienen a tener parte en ella ¿Rehusaréis el acompañarlos y acompañarme? No lo puedo creer. Dos meses solos de constancia bastan para oprimirlos o para que tengan la suerte de los de Buenos Aires.

Aquélla era su tropa más escogida: ya visteis lo que hicieron; considerad lo que harán éstos si tenéis valor. Fiad pues, en mis desvelos.

La disciplina, soldados míos os encargo, la subordinación a vuestros jefes la que os recomiendo, sin ellas no puede haber ejércitos, ni victorias que no sean momentáneas.

Señores oficiales, a ustedes los hago responsables de que en esta materia no disimularan nada.

Ahora pues armas al hombro, ¿Juráis a Dios y prometéis al Rey defender vuestra Patria y no abandonar a nuestros jefes hasta perder la vida?. Todos juraron y prometieron”. (22)

Batalla de San Pedro

A mediados de la segunda quincena de mayo y con las tropas de refuerzo, entre ellas la 7ma y 8va Compañías del Primer batallón de Patricios al mando de los capitanes D. Antonio del Tejo y D. Andrés Patrón, el jefe español, resolvió avanzar y enfrentar a los ingleses. Su aproximación finalizó al alcanzar las proximidades del Arroyo San Pedro, 20 kilómetros al Norte de la ciudad de Colonia.

Antes de la marcha, el 16 de mayo de 1807, el capitán Antonio José del Texo, jefe de la Séptima Compañía del 1er Batallón de Patricios, comandante de las tres compañías voluntarias, dio a reconocer como Ayudante Veterano a don Juan Manuel Herrando, quien ejerció este empleo hasta que regresaron a la ciudad de Buenos Aires y que en la

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batalla campal de San Pedro en 7 de junio de este año, dio a conocer su valor y pericia militar. (23)

Juan Manuel Herrando era sargento primero del Regimiento de Infantería de Buenos Aires (fijo) y se había presentado como voluntario cuando se alistaron los refuerzos a la expedición del coronel de Elío.

Según surgen de los documentos consultados, fue nombrado como Ayudante Veterano por el comandante general de armas don Santiago de Liniers.

Alcanzada la margen Norte del arroyo San Pedro, y para aprovechar el obstáculo de consideración que representaba el curso de agua con sus orillas cenagosas y que la irregularidad del cauce le posibilitaba proteger su frente y flancos, el coronel de Elío distribuyó sus efectivos en una saliente elevada del terreno.

Tropas que comandaba el coronel de Elío y que ocuparon posiciones en la orilla Norte del arroyo San Pedro: Cuerpo de Patricios, 1ra, 7ma y 8va Compañías del Primer Batallón, capitanes Medrano, del Texo y Patrón, ayudante veterano Juan Manuel Hernando, teniente José Quesada. 200 hombres aproximadamente; Cuerpo de Arribeños: 2 compañías al mando del capitán de Miguel y teniente Agustín Marquéz y 120 hombres; Cuatro compañías del “Cuerpo de Naturales, Pardos y Morenos” (2 de granaderos y 2 de fusileros) a cargo del capitán A. Sosa. 240 hombres aproximadamente; Cazadores, Miñones y extranjeros (elemento de magnitud y arma desconocida); 3er Escuadrón de Húsares de Núñez, dos compañías al mando del Cap. Núñez. 181 hombres; Cuerpo de Patriotas de la Unión (efectivos sin determinar), 2 cañones de a 2 libras, 2 cañones de a 4 libras y 2 obuses de 6 pulgadas; 2da y 3ra Compañías del Primer Escuadrón de “Voluntarios de Colonia”, a cargo de Ramón S. del Pino (24) (Gobernador de Colonia) y los Cap. Pedro García y Benito Chain. 100 hombres (cantidad estimada); Grupo de “Blandengues de la Frontera”, a cargo del alférez de la Peña. 10 hombres; escapados de Montevideo y reclutados en la campaña (elemento de magnitud, arma y efectivos no determinado); Real Cuerpo de Marina (como denominación, no magnitud) a cargo del Tte. de navío de la Corvera. 80 hombres.

Cuando la noticia de la presencia de las tropas españolas llegó a conocimiento del jefe inglés, este se decidió a atacarlos de inmediato. Según se interpreta de la lectura de

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las fuentes consultadas, los efectivos que a las 03:00 horas de la mañana Inc. Iniciaron la marcha y posterior ataque provenían de las siguientes unidades: Regimiento de Infantería 40, 6 compañías del Primer Batallón al mando del mayor Campbell, con aproximadamente 481 hombres de tropa y un total de 541; Regimiento de Infantería 95 de Rifleros, 3 compañías del Segundo Batallón disminuido al mando del mayor Gardner con efectivos aproximados a los 200 hombres de tropa; Batallón Ligero de Cazadores, al mando del mayor Trotter con efectivos aproximados a 2/3 compañías que oscilaban en 247 hombres de tropa; Regimiento de Caballería Ligero 9 de Dragones, al mando del capitán Carmichael con efectivos que alcanzaban a los 54 jinetes; Artillería Real, al mando del teniente Lewis Sheperd con 34 hombres del arma, 31 conductores y 2 cañones de 6 libras. Los efectivos que quedaron en la ciudad de Colonia estaban al mando del mayor Piaget.

Los elementos ingleses para la marcha y posterior combate se han agrupado de la siguiente manera:

Regimiento de Caballería Ligero 9 de Dragones actuando como vanguardia.

1º Batallón del Regimiento de Infantería 40 (disminuido).

2º Batallón del Regimiento de Infantería 95 “Rifleros” (disminuido).

Batallón Ligero de Cazadores.

Batería de la Artillería Real.

El informe producido por el jefe inglés recoge: “…Llegamos a San Pedro a las siete (25) y hallamos al enemigo fuertemente situado en una altura, con su frente y flancos protegidos por un río profundo y cenagoso, en el cual sólo había un paso escasamente transitable, que estaba defendido por cuatro piezas de a 6 y dos obuses… su fuerza sobrepasaba los dos mil hombres”.

Mientras la artillería de ambos contendientes batían distintos lugares del campo oponente, al no poder rodear la posición española, por el trazado del curso de agua, el jefe inglés debió encarar su cruce pro el único pase disponible. Para el franqueo adoptó el dispositivo de frente de secciones y una vez en segunda orilla, hizo una conversión hacia la izquierda y lanzó un ataque frontal sobre la altura ocupada por las tropas virreinales.

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Según el teniente coronel Pack: “Una vez efectuado el pasaje, formé las tropas y avance al ataque sin disparar un tiro. Pronto retrocedió la caballería enemiga, pero la infantería, con mi sorpresa quedó hasta que nos aproximamos a pocos pasos, huyendo entonces en desorden, tirando sus armas y municiones y dejándonos en posesión de sus cañones y campo con un estandarte y ciento cinco prisioneros, inclusive el segundo comandante y cinco oficiales mas…si hubiésemos podido hacer pasar por el vado a nuestra caballería y a los cañones, tengo la seguridad de que hubiésemos tomado o destruido toda la fuerza enemiga”.

Y aquí vuelven a tomar vigencia las expresiones del coronel Juan Beverina, al decir: “No es conocida la versión oficial española del combate de San Pedro… que impide reconstruir el desarrollo de la acción mediante un cotejo de las descripciones de ambos jefes”.

Es probable que en su informe el jefe inglés haya magnificado su actuación; creemos oportuno para entender cómo se desarrolló el combate recurrir a un escrito sin firma fechado el 22 de julio de 1807 (26) y del que extraemos: “Con la venida (sic) (¿?) Velasco y Elío, se dispuso qe. Balbiani fuese Cuartel maestre gral, Velasco como Inspector, y que Elío pasase ala (sic) otra banda del Río…” “…Se le (sic) mandaron 200 hombres entre Marineros y Patricios, y además, el Cuerpo de Caballería de Núñez. Con este refuerzo se adelantó hacia la Colonia, haciendo alto en el (sic). Arroyo que dicen de Sn. Pedro, 2 o 3 leguas distante de ella.

“A las 8 de la mañana del día siguiente al de su llegada se avistaron (sic) los Enemigos en nro. De 800. como quieren decir, que venían (sic) á atacar a los ntros. Quienes se pusieron en batalla, en cuyo (sic) orden permanecieron esperando a aquellos, qe. Con la voz (sic) de avanzar (sic) llegaron a ponerse a 30 pasos de distancia entonces Elío, que muy (sic) poco fuego quiso que se (sic), mandó disparar y atacar con bayonetas; .…..”. Según el mismo documento: “el ala derecha compuesta por los Marineros, y la izquierda de los Arribeños, que no pudieron sostener el ataque por la excesiva desigualdad…”.

Es dable deducir ante esta descripción que el ataque frontal fue lanzado contra el centro del dispositivo que habría estado ocupado por los “Patricios, Negros y

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Mulatos…”, y que según palabras del jefe inglés, “la infantería, a mi asombro, quedó firme hasta que llegamos a pocos pasos”.

Poco a poco el ataque logró imponerse y al repliegue inicial le siguió una retirada desordenada quedando los ingleses dueños del campo de combate.

De acuerdo con el informe publicado el 10 de julio por el periódico “Las Estrella del Sur” de Montevideo sabemos que “El segundo comandante D. Juan Bautista Raymond, un mayor, dos capitanes y dos tenientes son entre los prisioneros”.

En el mismo documento se cita que: “las pérdidas de los españoles fueron de 120 muertos y un número grande de heridos y que el vencedor se apoderó de un estandarte, seis piezas de artillería, cerca de 300 fusiles, una cantidad de pertrechos de guerra y 105 prisioneros”. (27)

Murieron en combate el teniente de la 5ta Compañía del 1er Batallón de Patricios Dn. José Quesada, 10 soldados del mismo Cuerpo y 109 soldados de otros cuerpos, siendo estas las primeras bajas en combate de la joven Legión de Patricios.

Las tropas inglesas tuvieron 2 soldados muertos y 20 heridos entre ellos el mayor Trotter, el capitán Willgrass y un cabo.

Al término del combate y al querer destruir dos carros con municiones quedaron heridos el mayor Gardner, el cirujano asistente Turner y 14 soldados del Regimiento de Infantería 95 “Rifleros”.

El jefe inglés regresó a Colonia del Sacramento el mismo día y procedió a redactar el informe que remitiera poco después al general Withelocke que se hallaba en Montevideo y que el 10 de junio fuera publicado en el periódico “La Estrella del Sur” de la siguiente manera:

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“Cuartel General de Montevideo, el día 10 de Junio de 1807 – Anoche, recibió su Excelencia el teniente general Dn Juan Withelocke, un Oficio de parte del coronel Pack, comandante de las tropas británicas en la Colonia, participándole la importante y agradable noticia, de que él había obtenido una completa victoria sobre el ejército español, compuesto de más de dos mil hombres, bajo el mando del coronel Elío, fuertemente situado en el paraje llamado San Pedro.

“El enemigo tenía su frente, y flanco, bien asegurados por un río hondo y pantanoso y defendido por seis cañones. Sin embargo las dificultades de la posición fueron superados por el valor de las tropas británicas, las cuales únicamente consistían en novecientos cincuenta hombres; y lograron derrotar completamente el enemigo; cuya pérdida fue de ciento veinte muertos, y un gran número de heridos, dejando en nuestro poder un estandarte, seis piezas de artillería, y cerca de trescientos fusiles con una cantidad de municiones y pertrechos, y ciento cinco prisioneros. “El segundo comandante, Don Juan bautista Raymond, un mayor, dos capitanes y dos tenientes son entre los prisioneros.

“Los ingleses en este ataque, tuvieron únicamente, dos muertos y veintitrés heridos.

“Aunque nos pesa de añadir que el mayor Gardner, y el cirujano asistente Turner, fueron levemente heridos, por el motivo de haberse volado un carro de municiones, después que fue acabado el combate.

“La batalla arriba referida, y que ha sido publicada ya en la gaceta extraordinaria se hizo el domingo 7 del corriente.

“Nuestras fuerzas en Colonia se informaron la tarde antes de que el enemigo acababa de tomar una posición fuerte a las orillas del río de San Pedro cerca de 14 millas de la Colonia, y poco antes del amanecer se acercaron las tropas inglesas para atacarlos, descubriendo al enemigo por la luz de sus fuegos a la distancia de cerca de 5 millas.

“Nuestras tropas llegaron al río a las siete de la mañana, y pareciendo que no era posible pasarlo excepto en un lugar, y por algún tiempo, pasaron como lo dudaban de la manera más pronta y posible, formándose en el otro lado con determinación de

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acercarse al ataque sin tirar un escopetazo, lo cual así se verificó muy valerosamente y en buen orden.

“El enemigo parecía muy resuelto, hasta que llegaron los ingleses a distancia de ochenta varas de ellos, y haciendo una descarga general se volvieron y echaron a correr en confusión grandísima, tirando al suelo todas sus armas y vestidos.

“Nuestras tropas alcanzaron a los que no eran tan ligeros como los otros y se apoderaron sin dificultad de todo el campamento español. Al destruir las municiones tomadas, uno de los cazadores tirando de una espada que echó fuego causó una explosión, por la cual estamos en la triste posición de decir que el mayor Gardner y algunos hombres recibieron mucho daño. El teniente coronel Pack ha dado generosamente permiso a dos oficiales españoles heridos en la batalla, para volverse a Buenos Ayres; el uno el Cor. Dn Juan Bautista Raymond, y el otro el Cap. Agustín Sosa. Los prisioneros españoles llegaron aquí ayer en un bergantín que salió armado de la Colonia.

“Parte de los regimientos siguientes componían las fuerzas que se distinguieron tan valerosamente en la acción, bajo el mando del teniente coronel Pack: 9 Dragones bajo el mando del Cap. Carmichael, 40 de Infantería, id. del mayor Campbell, Batallón Ligero, id. id. Gardner, Cuerpo de Cazadores, id. del Ten. Shepherd.

“Si hubiese sido posible a nuestros Dragones pasar el río más temprano ninguno hubiera tenido poder de escaparse”.

Comentarios

Bartolomé Mitre, haciendo referencia a la actuación del coronel De Elío luego de ser rechazado en su intento de retomar Colonia y al combate de San Pedro nos dice (28): “…Reforzado a poca distancia con nuevos contingentes, se situó en el arroyo de San Pedro, a tres leguas de distancia, y allí proclamó hiperbólicamente a su tropa que “jamás había tenido más probabilidades de vencer a un enemigo ignorante de la guerra de la tierra”. Pack, no obstante la inferioridad del número de sus soldados, y con sólo la infantería, salió a pie de la Colonia, y cayó de improviso sobre el

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campamento de Elío que dormía descuidado en su necia confianza y fue derrotado completamente, sufriendo alguna mortandad, especialmente entre los Patricios, que formaban el núcleo y mayoría de su fuerza, y que fueron los únicos que hicieron alguna resistencia. Los restos en número de 400 hombres, se trasladaron a la banda occidental y se incorporaron al ejército que se había organizado para la defensa de Buenos Aires”.

Juan Carlos Luzuriaga nos ilustra con los siguientes conceptos (29): “Pocos días después, (se refiere al intento de toma de Colonia por las tropas a órdenes del coronel de Elío) se produjo un nuevo combate. En la madrugada del 7 de junio los británicos dejaron sus cuarteles en Colonia y se dirigieron en busca del enemigo. A unos siete u ocho kilómetros de distancia descubrieron los fuegos de su campamento. Eran cerca de un millar de hombres –compañías del 40º, tropas ligeras, carabineros, dragones del 9º‐ y dos piezas de artillería. Al amanecer atacaron a las tropas, inferiores en número, que estaban desplegadas con 6 cañones en una cuchilla, teniendo frente a sí al arroyo San Pedro, con un solo paso posible. Los británicos lo cruzaron bajo el fuego de las piezas y cargaron sobre el enemigo. La caballería se dispersó, mientras que la infantería, con elementos de los Patricios de Buenos Aires, ofreció más resistencia al ataque. El combate se saldó con muertos y heridos de ambos bandos, muchos más de los rioplatenses, y numerosos prisioneros tomados por los británicos, entre ellos el segundo de la fuerza, el teniente coronel Raymond. La Estrella dio cuenta de la acción resaltando el papel cumplido por los oficiales subalternos de Pack: Gardner de los carabineros, gravemente herido en la acción, el capitán Carmichael de dragones y la artillería a cargo del teniente Lewis Shephard”.

De la obra del Dr. Isidoro J. Ruiz Moreno (30) tomamos las siguientes referencias: “El sorpresivo ataque de Elío durante la noche del 22 de abril, fracasó; y no obstante haber aumentado sus fuerzas con milicias orientales, el coronel Pack volvió a derrotarlo el 7 de junio en las proximidades (San Pedro). El jefe inglés declaró en su parte que la infantería, a mi asombro, quedó firme hasta que llegamos a pocos pasos, allí fue muerto el capitán José de Quesada, al frente de los Patricios, quien combatió heroicamente y fue enterrado por los ingleses empuñando su espada”.

Luego de esta derrota, el coronel de Elío solicitó y obtuvo autorización para cruzar a la banda occidental del río y una vez llegado a la ciudad de Buenos Aires, fue puesto a cargo de la división del Centro para las operaciones que tuvieron lugar en ocasión de la invasión inglesa de junio de 1807, también conocida como la segunda invasión inglesa

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Referencias

(1) Domingo Matheu – Autobiografía, Biblioteca de Mayo, Senado de la Nación, Tomo III, páginas 2239 y 2240.Buenos Aires (1960).

(2) Francisco Sagui – Los últimos cuatro años de la dominación española en el antiguo Virreinato del Río de la Plata, Memorias, Biblioteca de Mayo, Senado de la Nación, Tomo I, página 61, Buenos Aires (1960).

(3) Juan Manuel Berutti – Memorias curiosas, Diarios y crónicas, Biblioteca de Mayo, Senado de la Nación, Tomo IV, página 3688, Buenos Aires (1960).

(4) José Fernández de Castro – Narración, fuente reservada. Juan Beverina, Las Invasiones Inglesas al Río de la Plata (1806‐1807), Círculo Militar, Biblioteca del Oficial, página 210, Buenos Aires (1939) y Libro Colonia (copia del informe del Tcnl Pack en Orden de Batalla de San Pedro).

(5) Juan Beverina – Las Invasiones Inglesas al Río de la Plata (1806‐1807), Círculo Militar, Biblioteca del Oficial, página 210, Buenos Aires (1939) y Libro Colonia (copia del informe del Tcnl Pack en Orden de Batalla de San Pedro).

(6) Cornelio de Saavedra – Solicitud de certificación de servicios, Real Imprenta de los Niños Expósitos, página 6, Buenos Aires (1808).

(7) Cornelio Saavedra – Estado que manifiesta la distribución y operación de los tres batallones del Cuerpo de Patricios, en el sitio y defensa de la ciudad de Buenos Ayres atacada por un exército inglés de más de 10 mil hombres al mando del teniente general John Whitelocke, en el mes de julio de 1807 – En documento número 54 en apartado Documentos Históricos de la obra La reconquista y defensa de Buenos Aires – Ed. Peuser, ejemplar 1225, página 373‐ Buenos Aires (1947).

(8) Libro Colonia (copia del informe del Tcnl Pack en Orden de Batalla de San Pedro).

(9) Libro Colonia (copia del informe del Tcnl Pack en Orden de Batalla de San Pedro).

(10) Libro Colonia (copia del informe del Tcnl Pack en Orden de Batalla de San Pedro).

(11) Juan Beverina – Las Invasiones Inglesas al Río de la Plata (1806‐1807), Círculo Militar, Biblioteca del Oficial, página 210, Buenos Aires (1939) y Libro Colonia (copia del informe del Tcnl Pack en Orden de Batalla de San Pedro).

(12) Juan Carlos Luzuriaga – Una gesta heroica, las invasiones inglesas y la defensa del Plata – Torre del Vigía Ediciones – Páginas 80 y 81, Montevideo (2004).

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(13) Francisco Sagui – Los últimos cuatro años de la dominación española en el antiguo Virreinato del Río de la Plata, Memorias, Biblioteca de Mayo, Senado de la Nación, Tomo I, página 61, Buenos Aires (1960).

(14) Domingo Matheu – Autobiografía, Biblioteca de Mayo, Senado de la Nación, Tomo III, página 2241. Buenos Aires (1960).

(15) Ignacio Núñez – Noticias históricas de la República Argentina – Memorias, Biblioteca de Mayo, Senado de la Nación, Tomo I, páginas 425 y 426 – Buenos Aires (1960).

(16) Bartolomé Mitre – Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina – Biblioteca del Suboficial, volúmenes 108, 109, 110, Tomo I, página 140, Buenos Aires (1942).

(17) Vicente Fidel López – Historia de la República Argentina, Carlos Casavalle Editor, Tomo II, páginas 81 y 82, Buenos Aires (1833).

(18) AGN Uruguay, Sala IX 26.7.9 – Invasiones Inglesas/Correspondencia/Enero‐Mayo 1807).

(19) Juan Beverina – Las Invasiones Inglesas al Río de la Plata (1806‐1807), Círculo Militar, Biblioteca del Oficial, página 212, Buenos Aires (1939).

(20) Cornelio de Saavedra, fuente reservada.

(21) Juan José Viamonte – Legión de Patricios de Buenos Aires, Estado de la fuerza con que se hallaba esta Legión en los días…, y Cornelio Saavedra, Estado que manifiesta la distribución y operación de los tres batallones del cuerpo de Patricios, en el sitio y defensa de la ciudad de Buenos Ayres atacada por un exército ingles de más de 10 mil hombres al mando del teniente general John Whitelocke, en el mes de julio de 1807, en documentos número 53 y 54 en apartado Documentos Históricos de la obra La Reconquista y defensa de Buenos Aires – Editores Peuser, ejemplar 1225, páginas 371 y 373 – Buenos Aires (1947).

(22) Juan Beverina – Las Invasiones Inglesas al Río de la Plata (1806‐1807), Círculo Militar, Biblioteca del Oficial, página 213, Buenos Aires (1939).

(23) Juan Manuel Herrando – Certificación de Servicios, fuente reservada.

(24)Ramón S. del Pino, representación ante Francisco Tomás de Anzoátegui, desde Pueblo de las Víboras del 12 de junio de 1807, fuente reservada.

(25) Dennis Pack, Informe al general Whitelocke en Juan Beverina, op cit página 214.

(26) Escrito sin firma, del 22 de julio de 1807, fuente reservada.

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(27) Juan Beverina – op cit, página 216.

(28) Bartolomé Mitre – Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina – Biblioteca del Suboficial, volúmenes 108, 109 y 110 – Tomo I, página 140 – Buenos Aires (1942).

(29)Juan Carlos Luzuriaga – Una gesta heroica, las invasiones inglesas y la defensa del Plata – Torre del Vigía Ediciones – Página 115 – Montevideo (2004).

(30 )Isidoro J. Ruiz Moreno – Campañas militares argentinas, La política y la guerra – 1º edición – Emecé Editores – Páginas 53 y 54 – Buenos Aires (2005).

Fuente

Díaz Buschiazzo, Cap. Marcelo – Acciones Militares del Cuerpo de Patricios de Buenos Aires en la Banda Oriental (1807‐1811) – Tradinco – Montevideo (2007).

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7 de junio

Magdalena Güemes

Magdalena Güemes (1787‐1866)

Magdalena (Macacha) Güemes de Tejada, hermana del general Martín Miguel de Güemes, de cuya acción en pro de la independencia fue eficaz colaboradora, nació en Salta el 11 de diciembre de 1787 y era hija de María Magdalena Goyechea y La Corte y Gabriel Güemes Montero, Ministro de la Real Hacienda de la provincia. Era la hermana preferida del glorioso General, su consejera y su amiga.

Recibió la educación habitual para las mujeres de su época y posición, pero poseía cualidades propias que le permitieron descollar en un medio rico en mujeres de personalidad.

El 24 de octubre de 1803, a los 16 años de edad, se casó con Román Tejada, perteneciente a una antigua familia de Salta. Poco después de la Revolución de Mayo, convirtió su casa en taller para confeccionar ropa para los soldados de la partida de observación organizada por su hermano. A partir de entonces fue su más entusiasta colaboradora, y supo sacar partido de su inteligencia y su posición para desempeñar tareas arriesgadas, especialmente cuando los realistas ocupaban la ciudad de Salta y Güemes los combatía por todos los medios.

Dotada de habilidad política, la puso al servicio de su hermano en los momentos difíciles, como en 1815, cuando gracias a sus gestiones se llegó a la paz de los Cerrillos, luego de la delicada situación surgida entre Güemes y las fuerzas de Buenos Aires al

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mando del general Rondeau. Güemes se encontraba con ella cuando una partida realista lo atacó e hirió, en Salta, el 7 de junio de 1821, causándole la muerte en pocos días después. Macacha (su apelativo popular) continuó participando en los sucesos políticos de la provincia, con la audacia que la caracterizaba. Fue muy querida por el pueblo debido a la generosidad con que ayudaba a los necesitados. Su carácter franco, unido a maneras cultas y distinguidas, hacían su compañía sumamente agradable. Tenía el mismo trato amable para la gente encumbrada que para la humilde, porque era una dama de gran corazón, que llenó de clemencia el gobierno difícil de su glorioso hermano en los momentos de mayor furor de las pasiones políticas. Tenía en la clase distinguida tantas buenas relaciones de amistad cuantas casas decentes había en Salta, sin que pudieran destruirlas ni aminorarlas las tirantes desavenencias políticas a que diera lugar el gobierno de su hermano.

Fue el verdadero ministro de Martín Miguel de Güemes, para la cual el caudillo no tenía secreto en los asuntos gubernamentales, no realizando acto alguno sin escuchar su sabio consejo. Dice Frías en su “Historia de Güemes y de Salta”: “que así lo acompañaba en sus consejos nacidos de la perspicacia y delicadeza de sentimientos de su sexo tan desarrolladas en ella, como intervenía personalmente en actos más públicos, aún los mismos de guerra, montando a caballo, recorriendo las filas y arengando las tropas”.

Falleció en la ciudad de Salta el 7 de junio de 1866, a los 45 años exactos de haber sido herido de muerte su hermano.

Referirse a Macacha Güemes es hacerlo acerca de una hidalga mujer de Salta, que trabajó incansablemente al lado de su hermano, el Héroe Gaucho, para garantizar la emancipación de los pueblos de este continente. Su aporte a la causa patriótica ocupa un importante lugar en la historia de su tierra y su vida con el tiempo se convirtió en una leyenda para el sentir de su pueblo. Macacha en esta evocación representa a muchas valerosas mujeres que ofrendaron generosamente su existencia al servicio de la patria.

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Fuente

Ceballos, Miguel Eduardo – Magdalena Güemes de Tejada (Macacha).

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Frías, Bernardo – Historia del General Martín Miguel de Güemes y de la Provincia de Salta.

Sosa de Newton, Lily – Diccionario Biográfico de Mujeres Argentina – Plus Ultra.

Yaben, Jacino R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1838).

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7 de Junio

Las imprentas y el periodismo

Pedro de Angelis (1784‐1859)

En el año 1833 funcionaban en Buenos Aires cinco imprentas; la primera de ellas, la “del Estado”, que se hallaba instalada en la calle Chacabuco Nº 19, bajo la administración de Pedro de Angelis. En el mismo local, y bajo la misma dependencia, funcionaba la “Imprenta de la Independencia”, que llegó a ser una de las mejores de la época. También existía la “Imprenta de Hallet”, propiedad de Esteban J. Haller y Cía., editora de la “Gaceta Mercantil”, ubicada en Cangallo 75; después, la “Imprenta Argentina”, de Pedro Ponce, que imprimió numerosos periódicos gauchi­políticos en verso y que funcionaba en la calle de la Universidad Nº 37; y en último término, la “Imprenta del Comercio”, de los señores Charman y Cía., ubicada en Cangallo 62.

En 1852, al producirse la caída de Rosas, las imprentas “del Estado” y “de la Independencia” se habían mudado a la calle Federación, sobre la plaza 25 de Mayo, donde actualmente está el edificio del Banco de la Nación Argentina; la de “Hallet” o de “La Gaceta Mercantil” funcionaba en Defensa Nº 73; la “Imprenta Argentina” se había trasladado a la calle Santa Rosa Nº 37; y había desaparecido la “Imprenta del Comercio”. Trabajaban en cambio tres imprentas nuevas: la “Imprenta Republicana”, en la calle de San Francisco Nº 194; la del “Diario de Avisos”, en Cuyo 76, y la “Imprenta Americana”, en la calle Independencia.

La “Imprenta del Estado”, administrada por Pedro de Angelis, renovó sus instalaciones y pudo editar trabajos de excelente calidad. Entre las más importantes publicaciones de esta imprenta enumeraremos: “Declaración de un punto de liturgia eclesiástica”, del propio de Angelis, folleto de 16 páginas, en 1831; “Memoria sobre el estado de la hacienda pública”, del mismo autor, volumen de 220 páginas, en 1834; “Registro diplomático del gobierno de Buenos Aires”, folleto de 1835 que contiene los tratados, convenciones y armisticios que los gobiernos de la Nación y de Buenos Aires celebraron con las demás provincias o con gobiernos extranjeros, entre 1811 y 1831; “Colección de Documentos relativos al Chaco y a la provincia de Tarija”, de Pedro de Angelis, en 1839; “Recopilación de leyes y decretos promulgados en Buenos Aires desde el 25 de Mayo de 1810”, cuatro tomos, entre 1839 y 1849; “De la conducta de los

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agentes de Francia durante el bloqueo del Río de la Plata”, en 1839; “Explicación de un monetario del Río de la Plata”, en 1840; “Quelques reflexions en reponse a la brocherie par D Florencio Varela, sous le titre: Develomment et denouement de la question francaise dans le Rio de la Plata”, en 1840; “La Rosa de Marzo”, en 1843, publicación de impecable impresión; “Reglamento para el ejército y manejo de los regimientos de infantería de la Confederación Argentina”, de 148 páginas, en 1846; “Historical Sketch of Pepy’s Island in the South Atlantic Ocean”, folleto de 26 páginas, en 1852; y la importante “Memoria Histórica sobre los derechos de soberanía y dominio de la Confederación Argentina a la parte austral del Continente Americano”, del mismo de Angelis, en 1852.

Por la “Imprenta de la Independencia” se editaron también numerosos libros y folletos, y a partir del 12 de junio de 1843, el “Archivo Americano y Espíritu de la Prensa del Mundo”, redactado en tres idiomas (español, francés e inglés) y cuya publicación cesó en diciembre de 1851. Según un testimonio del doctor Alberto Larroque, de 1854, en carta a Benjamín Victorica, la “Imprenta de la Independencia” era considerada “la mejor existente en Sud América”, por lo cual aconsejaba su compra por el general Urquiza.

En cuanto a la “Imprenta de la Gaceta Mercantil”, no podemos dejar de consignar que ella incorporó la primera máquina impresora movida a vapor que llegó a Sud América. Hallet y Cía. la adquirió a los talleres de Roberto Hoe y Cía, de los Estados Unidos. Dicha máquina a vapor, construida en 1839, permitió que el 21 de octubre de 1841, al celebrar “La Gaceta Mercantil” el 18º aniversario de su fundación, apareciese con 27 páginas de gran formato, compuesta casi totalmente en cuerpo 8. La misma se conserva en la Biblioteca de la Sociedad Tipográfica Bonaerense. En cuanto a la vieja impresora del principal órgano rosista, siguió prestando servicios después de Caseros, en la impresión de los diarios “La Crónica”, “El Orden” y “El Diario Español”. Hoy se encuentra en el Museo de Luján.

Debemos al bibliófilo Enrique Arana (h) un estudio sobre la lista de publicaciones impresas durante el período rosista, como parte de su obra inédita “Historia de la Imprenta en el Río de la Plata entre los años 1810 y 1865”, en que se demuestra que las prensas de esa época no permanecieron ociosas. Según el minucioso trabajo de Arana, entre los años 1810 y 1852, los años más fecundos en impresiones fueron los de 1833, 1835 y 1849, con las siguientes cantidades, respectivamente: 47, 46 y 49. Los años menos pródigos resultaron los de 1830, 1840 y 1850, que registran 18, 18 y 13 impresiones respectivamente. El promedio general, para un período de 24 años (los que corren de 1829 a 1852), es de 20 publicaciones anuales, cifra verdaderamente significativa.

Si bien falta el estudio hemerográfico completo referente a los dos gobiernos de don Juan Manuel, los datos aportados por diversos estudiosos son suficientes para dar una idea aproximada del desarrollo alcanzado por el periodismo, especialmente el federal, ya que la prensa de oposición, en sus máximas expresiones, tuvo como escenario el extranjero y como protagonistas a los emigrados, cuyo desbande se produjo en dos tandas principales: la de 1829, al derrumbarse la dictadura militar de Lavalle, en que abandonaron Buenos Aires los hermanos Florencio y Juan Cruz Varela, Salvador María del Carril, Julián Segundo de Agüero y otros, y la de 1839, al descubrirse la conspiración de Maza y producirse el levantamiento de los estancieros del sur bonaerense.

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Una verdadera contienda periodística se entabló entre los periódicos federales y unitarios a partir de 1830 y, en todo momento, se produjo un encarnizado contrapunto en verso gauchipolítico, el cual, como veremos más adelante, constituye una de las expresiones de mayor vitalidad cultural y popular de la década del 30.

El 7 de setiembre de 1829 se editó por la “Imprenta Argentina”, de Pedro Ponce, el diario político, literario y mercantil “El Lucero”, redactado por el sabio napolitano Pedro de Angelis, según convenio hecho con el gobierno provisorio del general Juan José Viamonte. Fue una de las más importantes hojas de tendencia rosista y cesó el 31 de julio de 1833, luego de publicar un total de 1.121 números, poco antes de la revolución de los Restauradores. Se publicaron en sus columnas artículos valiosos, tales como “Rectificaciones Históricas” de Gervasio Antonio de Posadas; “Memorias del general Miller”; “Exposición de la conducta del gobierno de Córdoba en la guerra con el general Quiroga”; “Rectificaciones del coronel Arenales a la Memoria de Miller” y otros. En su edición del 28 de julio de 1830 anunció la aparición de un prospecto sobre “El Gaucho”, periódico de Luis Pérez, el primero de una serie que este periodista y poeta federal publicaría en la década del 30.

“El Gaucho” aparece, en efecto el 31 de julio de 1830, y en el prospecto su redactor da detalles de su persona y hace profesión de fe de sus principios políticos, cantando: “D. Juan Manuel es el hombre / Que nos manda por la ley / La última gota de sangre / Es preciso dar por él / Y con esto se despide, / Hasta el número primero / Pancho Lugares Contreras, / Violinista y Gacetero”. El tucumano Pérez, federal neto, “apostólico”, publica una biografía de Rosas en verso gauchipolítico y numerosos cielitos y versos hechos a la manera de la poesía negra. El último número de este periódico se publica el 5 de enero de 1831.

El 19 de agosto de 1830, el propio Luis Pérez inicia la publicación del bisemanario “El Torito de los Muchachos”, de gran valor para el estudio de la poesía gauchesca de aquella década. La última entrega de esta publicación apareció el 24 de octubre de 1830. Para contestar a los cantos del periodista federal, Hilario Ascasubi editó en Montevideo, el 2 de setiembre de ese mismo año, el “Arriero Argentino”, del que alcanzó a publicar un solo número. Para llenar su papel de contrincante de “El Gaucho” y “El Torito”, Juan Gualberto Godoy redactó en Mendoza “El Coracero”, en verso gauchipolítico, aparecido en la segunda quincena de octubre, y que alcanzó a tirar 11 números.

A su vez para cubrir la vacante de “El Torito”, Luis Pérez editó “El Toro de Once”, el 7 de noviembre de 1830, periódico bisemanal que duró hasta el 6 de enero de 1831. Su campaña en verso se vio reforzada por “El Clasificador” o “El Nuevo Tribuno”, aparecido el 6 de julio de 1830 y que se siguió editando durante 1831, año en que salieron varios periódicos de existencia efímera. De “El Gaucho” y “La Gaucha” aparecieron 22 números simultáneamente, en días alternos: uno salía los lunes y jueves, y el otro, los martes y viernes. Entre el 17 de julio y el 10 de octubre de ese mismo año se publicó el bisemanario “De Cada Cosa un Poquito”, también de la serie de Luis Pérez. Por su parte, don Pedro de Angelis editó “Le Flaneur Ambigu, Politique et Litteraire”, semanario humorístico en francés que apareció el 19 de diciembre de 1831 y cesó el 3 de mayo de 1832, por la Imprenta de la Independencia.

Tubo breve existencia el periódico “El Mártir o Libre”, federal sólo en apariencia, que se publicó entre el 19 de junio y el 11 de agosto de 1830. Este periódico cesó cuando su editor fue detenido por orden del gobierno.

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El periodismo de combate contra los unitarios tuvo durante 1831 otras manifestaciones incisivas: “Don Gerundio Pincha­Ratas, abogado de los unitarios”, que salió entre el 17 de abril y el 15 de mayo; “La Bruja o Ave Nocturna”, editado entre el 22 de marzo y el 15 de abril; y “El Látigo Federal o El Risueño”, que apareció el 2 de enero. En 1832 se editó “El Telégrafo de Comercio”, entre el 7 de abril y el 6 de octubre de ese año.

En 1833 se produjo en Buenos Aires una verdadera proliferación de órganos periodísticos, de tal suerte que el número de publicaciones alcanzó a 43. Entre ellos se encuentran los redactados por el laborioso Luis Pérez: “El Avisador”, “El Correo Extraordinario” y “Los Muchachos”, este último en unión con Pedro de Angelis, periódico para niños cuyo único número apareció el 28 de junio de 1833. También en el mismo año se editaron “El Patriota Bonaerense”, entre el 22 de mayo y el 22 de junio; “El Amigo del País”, entre el 6 de julio y el 11 de octubre; “El Iris”, entre el 5 de marzo y el 14 de agosto; y “El Defensor de los Derechos del Pueblo, entre el 25 de junio y el 16 de octubre. Estos dos últimos cesaron acusados por el fiscal Pedro J. Agrelo de abusar de la libertad de imprenta.

La división del partido federal durante el gobierno del general Juan Ramón Balarce, entre “apostólicos” o rosistas y “cismáticos” o “lomos negros”, influyó en la actividad periodística de ese año 1833. Y al manifestarse el gobernador hostil a los “apostólicos” y favorable a los “lomos negros”, el enfrentamiento político interno se expresó públicamente por medio del periodismo combativo.

Dice el historiador Adolfo Saldías sobre este momento de la vida de Buenos Aires: “La prensa del año 1833 perseguía tan sólo los propósitos inmediatos de la opinión que a empujaba. Inspirábase en el absolutismo que excluía al adversario del gobierno y de la sociedad, en razón del derecho bárbaro que había creado cada partido político cuando estuvo en el poder. Haciendo de lado las ideas orgánicas, la prensa discutía los conatos de los hombres y las aspiraciones de las muchedumbres. Y estos conatos y aspiraciones se reducían a conservar las cosas de modo a presentar mayores facilidades a los personajes o jefes del partido a quien respectivamente exaltaban”. Y añade: “De un lado El Defensor de los Derechos del Pueblo, El Amigo del País, El Patriota, El Constitucional, El Iris, portadas con lemas hermosos, pero desmentidos a renglón seguido; y una multitud de papeles sueltos que se reproducían como las moscas, por lo mismo que surgían de los desechos de mal gusto, los cuales descargaban toda su bilis contra el partido federal y contra Rosas en lenguaje licencioso. De otro lado El Restaurador de las Leyes, La Gaceta Mercantil, El Diario de la Tarde, El Rayo, el Dime con quién andas, El Federal neto, y una barahúnda de hojas que acusaban el mal gusto de la época, estrujado por la noción más vulgar de la decencia pública, como eran: El Cacique Chañil, El loco machucabatatas, El toro embretado, La Ticucha, Crítica de unos terneritos, El Gaucho del Colorado, El Compadre Mateo, Los cueritos al sol, la cual fustigaba a Barcarce, a su ministro de guerra y a los lomos­negros”.

El 5 de julio de 1833 se inició la publicación de “El Restaurador de las Leyes”, diario político, literario y mercantil, del que se editaron 87 números, con la colaboración de Pedro de Angelis, Nicolás Mariño, Manuel de Irigoyen y el general Lucio Mansilla, por la Imprenta Argentina. Este órgano periodístico cesó el 16 de octubre del mismo año, después de precipitar los hechos conocidos como la revolución de los Restauradores.

En efecto, habiendo el fiscal Agrelo acusado de abuso de la libertad de imprenta a cinco diarios opositores: El Restaurador de las Leyes, La Gaceta Mercantil, El Relámpago, El Rayo y el Dime con quién andas, y a un ministerial, El Defensor de los Derechos del

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Pueblo, don Pedro de Angelis y los federales “apostólicos” vieron la oportunidad para producir un desenlace favorable a éstos del curso de la política de Buenos Aires. Así en horas de la madrugada los “apostólicos” hicieron pegar en puntos estratégicos del centro urbano y de los suburbios carteles que anunciaban: “El 11 acusan al Restaurador de las Leyes”, ya que el 11 de octubre era el día designado para la reunión del jury que debía tratar la acusación. El pueblo creyó de esta manera que quien iba a ser llevado a los tribunales era don Juan Manuel y la agitación comenzó a sentirse en la ciudad. Balcarce, al dirigirse a la Legislatura, atribuyó al equívoco expuesto el origen de la “revolución de los Restauradores”, que se inició ese mismo día 11.

El 11 de diciembre de 1833 aparece “El Monitor”, diario político­literario, que cesa el 13 de octubre de 1834, luego de publicar 246 números. Este periódico se editaba por la Imprenta del Estado y tuvo como colaboradores a de Angelis y a Mariño. Había aparecido por encargo del gobierno y al cesar su redactor expresó lo siguiente: “Tenemos también que agradecer al actual Gobierno que pudo, sin el menor agravio para nosotros, haber tomado la resolución que nos fue comunicada el sábado, el propio día de su instalación, dejándonos la satisfacción de celebrar, como escritores, la reaparición del “Sol de Octubre”, que nos vio hace un año entre las filas de los “Verdaderos Restauradores de las Leyes”.

De la serie periodística de Luis Pérez, salió el 16 de marzo de 1834 “El Gaucho Restaurador”, órgano que aparecía los miércoles, viernes y domingos, y que se editó hasta el 2 de abril del mismo año. El año anterior el mismo Pérez había redactado “Don Cunino” y “El Avisador”. En 1834 circularon también “El Imparcial”, de Rivera Indarte; “El Censor Argentino”, de Pedro F. Sáenz de Cavia, y “El Correo Judicial”.

El lunes 5 de enero de 1835 comenzó la edición, por las prensas de Bacle, del “Diario de Anuncios y Publicaciones Oficiales de Buenos Aires”, primer periódico ilustrado de Buenos Aires, con litografías que acompañaban sus artículos, redactados especialmente por José Rivera Indarte, quien escribió una biografía del brigadier general Rosas, aparecida en el número 80 del diario. De este órgano se publicaron 215 números, el último de los cuales apareció el 30 de setiembre.

El 1º de agosto de 1849 apareció el “Diario de Avisos”, redactado por José Tomás Guido e impreso por José M. Arzac. Cesó el 31 de diciembre de 1851.

Hemos dejado ex profeso para el final de esta reseña hemerográfica las noticias sobre tres importantes órganos periodísticos del período rosista, a saber: “La Gaceta Mercantil”, el “British Packet and Argentine News”, y “El Archivo Americano y espíritu de la prensa del mundo”, sin olvidarnos de “El Diario de la Tarde”, editado por la Imprenta Argentina, desde el 16 de mayo de 1831, y que llegó a 1852.

“La Gaceta Mercantil”, aparecida el 1º de octubre de 1823, fue primeramente, bajo la dirección de Esteban Hallet, un órgano de informaciones comerciales; pero en 1829, al encargarse del mismo el publicista Pedro de Angelis, se convirtió en un nuevo diario, con nueva fisonomía tipográfica y mayor interés informativo, así como también permanentes comentarios políticos. Constituye este diario una de las principales fuentes para el estudio de nuestra historia social y cultural en la época de la Confederación. En sus columnas, por ejemplo, dio a conocer Francisco Javier Muñiz el resultado de sus diversos descubrimientos científicos. Este diario apareció por última vez el 3 de febrero de 1852.

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“The British Packet”, diario escrito en inglés y editado por Thomas George Love, apareció en 1827 y prolongó su vida hasta 1858, es decir que cubrió con su información los dos gobiernos de Rosas. Como el anterior, es una de las fuentes documentales primordiales para la investigación histórica del período considerado. Su orientación fue, en general, favorable al gobierno de Rosas.

“El Archivo Americano” comenzó a publicarse el 12 de junio de 1843 y se extinguió el 24 de diciembre de 1851. Fue publicación oficial de la Confederación Argentina, redactada por Pedro de Angelis y supervisada directamente por Rosas, en la que se daban a conocer artículos y documentos oficiales en inglés, francés y castellano, destinados a contrarrestar en el exterior la propaganda europea y brasileña contra el gobierno de don Juan Manuel, especialmente la campaña de la “Revista de los Dos Mundos”. Esta campaña, efectuada en nombre de la civilización, estaba destinada a justificar la intervención militar en el Plata de los aliados anglofranceses. De Angelis, en estrecha colaboración con don Juan Manuel, debió aguzar el ingenio, y recurrir a todo su talento y sabiduría, para contrarrestar aquella propaganda. No olvidemos, por lo demás, que esa campaña de los europeos era avalada por algunos emigrados antirrosistas, como Domingo Faustino Sarmiento, quien, en 1845, año de contienda contra los interventores extranjeros, publicó en Chile su famoso Facundo, el mejor escrito antirrosista, hecho en base a los mismos argumentos utilizados por la Revista de los Dos Mundos, de civilización contra barbarie.

En “La Gaceta” y en “El Archivo”, Pedro de Angelis cumplió una destacada labor nacional todavía no valorada en todo su significado. Contestando a un artículo publicado en aquella revista europea, el sabio napolitano escribía, con eficacia y tino, lo siguiente: “La causa de la civilización se defiende con razones dignas de ser acogidas por el buen sentido, y no con invectivas animosas y parciales, inadmisibles por el hombre ilustrado. Y no deja de ser una ironía punzante a la humanidad que, al reprobar el asesinato cruel del ilustre Gobernador Dorrego, ensalce con tan afán a sus asesinos”. Y más adelante: “Los desvíos de circunstancias no acusan a los pueblos civilizados. Las naciones más civilizadas han tenido sus demostraciones ardorosas. Si los argentinos hemos errado, tenemos muchos y bien esclarecidos compañeros de desaciertos. Si somos incultos, este contagio habrá dado la vuelta al mundo”. Para terminar expresando: “El viajero (así firmaba el comentarista extranjero), acariciando con fábula la humanidad, nos asesta la idea de la intervención europea”.

El “Diario de la Tarde”, fundado por Pedro Ponce en mayo de 1831, apareció hasta octubre de 1852; en sus últimos tiempos fue dirigido por Federico de la Barra, fervoroso rosista. En sus columnas se publicaron noticias y decretos oficiales y un interesante material documental para el estudio cultural del período en que apareció. Así entre ese vasto material podemos encontrar versos y canciones dedicados a doña Encarnación Ezcurra de Rosas y a la señorita Manuelita, y otras composiciones por el estilo. Citemos solamente dos: una “Canción Federal dedicada a la Señorita Heroína Doña Manuelita de Rosas, por el Alcalde y sus Tenientes del Cuartel número 12, D. Mauricio Pérez, compuesta por dos Argentinos Federales”, publicada en el número 2779 del diario nombrado, y las poesías que, en 1842, le fueron dedicadas a Manuelita con motivo de su cumpleaños, publicadas en el número 3262 del mismo órgano periodístico federal.

Fuente

Chávez, Fermín – Iconografía de Rosas y de la Federación – Buenos Aires (1970).

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8 de Junio

Juan Fernando Czetz

Coronel Juan Fernando Czetz (1822‐1904)

Nació en el pueblo de Gidofalva, Hungría, el 8 de junio de 1822, hijo de un oficial de húsares. Después de cursar el Colegio Militar de primeras letras de Kezdy Wásárhely, ingresó a la Academia Militar de Viener­Neustadt, para incorporarse en 1842 al ejército austríaco, en calidad de teniente 1º. Producida la revolución de 1848 contra el gobierno austríaco, Czetz se alistó en las filas patriotas que mandaba Kossouth, siendo uno de los más entusiastas colaboradores, en forma tal que en 1849 ocupaba el cargo de comandante general de Transilvania.

Pero la traición condujo a la catástrofe de Vilagos y Czetz se vio obligado a emigrar a Alemania, de donde pasó a Inglaterra, no sin haber publicado antes una gramática de la lengua militar húngara para los oficiales alemanes y sus memorias de la campaña en Bem. En Inglaterra permaneció siete años, y en diciembre de 1857, Czetz decidió aceptar una propuesta de unas damas inglesas para acompañarlas a España, llegando para Navidad a Barcelona. Después se trasladó a Sevilla, donde conoció a la familia del general argentino Prudencio Ortiz de Rosas, que se hallaba radicada en aquella ciudad desde hacía un lustro. Czetz se enamoró de una de las hijas de aquel personaje, llamada Basilia, que debía ser más tarde su esposa.

De Sevilla pasaron Czetz y sus acompañantes a Granada, Málaga, Cádiz, Lisboa, Oporto, Vigo y de aquí a Southampthon. En esta ciudad se entrevistó con Juan Manuel de Rosas, para quien llevaba una carta de presentación de su sobrina carnal. Rosas lo acompañó hasta Londres, y después de permanecer un tiempo en Inglaterra, en noviembre de 1858 se puso en viaje para Francia, de donde pasó posteriormente a España. El 12 de marzo de 1859 se celebró en Sevilla su enlace con Basilia Ortiz de Rosas, en la iglesia de San Vicente.

Antes de desposarse. Czetz había convenido con su prometida que él partiría para la guerra que iba a hacer Napoleón III contra Austria a favor de Italia, en la que debía intervenir un cuerpo de ejército húngaro de 30.000 hombres bajo el comando del general Klapka. Este aviso a Czetz a mediados de abril de 1859, que lo esperaba en Génova para organizar y mandar la primera división del cuerpo de ejército, la que sería constituida por los emigrados húngaros y los pasados del ejército austríaco. Czetz se trasladó a Marsella, donde se embarcó con el primer cuerpo del ejército francés, con el

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cual llegó a Génova. Las batallas de Solferino y San Martino aceleraron el fin de la guerra y la paz de Villafranca, echó completamente por tierra las esperanzas de Czetz, Kossuth, Klapka y otros patriotas húngaros.

Este fracaso convenció a Czetz que no había nada que esperar de los gobiernos extranjeros y tomó la resolución de partir para Sud América, para labrarse una posición a su propia costa. El 15 de julio de 1859 se despidió de sus compañeros de lucha Kossuth, Klapka, Turr, Teleky, etc., y partió para Sevilla, de donde pasó con su esposa y su cuñada Manuela de Rosas, a Lisboa. El 18 de diciembre de 1859 nació allí su primer hijo. En mayo de 1860 se embarcaban en el “Royal Mail” inglés, y en junio llegaban con su esposa y su hijito a Buenos Aires.

En octubre de 1861 Czetz rindió su examen en Buenos Aires para recibir el título de agrimensor, siendo designado por el gobernador Mitre, en 1862, para medir grandes extensiones de campos en el Azul. En 1864 una grave enfermedad condujo a Czetz al borde de la muerte de la que zafó con felicidad, debiendo suspender sus trabajos de agrimensura. Por influencia del entonces mayor Lucio V. Mansilla, el presidente Mitre, dio de alta a Czetz en el ejército, como jefe de la sección de ingenieros. Empezó a trazar el mapa de la República, en la parte que limita con el Paraguay y el Brasil y estando en esta tarea fue que estalló la guerra de la Triple Alianza. El general Mitre dio a Czetz el grado de coronel el 20 de junio de 1865, junto con la misión de organizar el cuerpo de zapadores, el que fue constituido con un grupo de jóvenes preparados en ingeniería, que sirvieron de oficiales y el segundo del mismo fue el mayor Alejandro Díaz, que marchó con los zapadores a incorporarse al cuerpo de ejército a que pertenecían, quedando Czetz en Buenos Aires a causa de una recaída en su enfermedad. Terminó el mapa que había iniciado y pasando a la plana mayor disponible, aprovechó esta situación, para trasladarse al partido de Rojas a efectuar unas mediciones de campos, para allegarse recursos. Más adelante estudió la construcción del ferrocarril desde Santa Fe a Esperanza, trabajo que realizó en 1867.

Cuando Sarmiento subió a la presidencia, el ministro general Gainza, encomendó a Czetz, en octubre de 1869, el ensanche de las fronteras sur de Córdoba y Santa Fe y oeste de Buenos Aires. Hizo construir el fortín Sarmiento por tropa del batallón 12 de línea, al lado S. del Río V, desde donde siguió Czetz con 6 baqueanos y un destacamento del precitado batallón hacia los Cerrillos del Plata. Prosiguió su camino por la Pampa, al costado norte de la laguna La Amarga, en dirección recta al fortín Acha, extremo oeste de la línea de Buenos Aires. Señaló los puntos por los cuales debían trazarse los límites fronterizos, y terminada su comisión regresó a Buenos Aires para dar cuenta de la misma. El ministro Vélez Sársfield ofreció a Czetz el puesto de director del Ferrocarril Central Norte, pero aquél ya se había comprometido con el general Martín de Gainza para organizar el Colegio Militar En junio de 1870 cumplió Czetz este acto trascendental para nuestra institución armada, consagrándose con una dedicación ejemplar en esta ardua tarea, al extremo que dice en sus Memorias, que en los cuatro años que permaneció al frente de aquel Instituto, solo fue una vez al teatro. Czetz desempeñó la dirección del Colegio hasta mayo de 1874, siendo secundado hábilmente en su obra por el mayor Lucas de Pesloman, oficial distinguido de la escuela francesa de caballería establecida en Saumur. El 24 de aquel mes y año, Czetz entregó la dirección del Colegio a su sucesor.

En 1875 fue designado Presidente del Departamento Topográfico en la provincia de Entre Ríos, cargo que desempeñó hasta 1883, confeccionándose bajo su dirección personal los primeros planos catastrales de los departamentos de aquella provincia,

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trabajo que fue el primero ejecutado en la República, imitando después las demás provincias. Al mismo tiempo que Czetz atendía su puesto en el Departamento Topográfico, fue profesor de matemáticas en la Escuela Normal de Profesores de Concepción del Uruguay, y desde 1875 formó parte todos los años en las comisiones examinadoras del Colegio Militar, así como también de la Comisión Revisora y Proyectora de nuevos planes de enseñanza para aquel Instituto. En noviembre de 1884 fue por corto tiempo, profesor de Topografía y Dibujo topográfico en la Escuela Naval.

Aquel año fue destinado a la jefatura de la 4ª Sección del Estado Mayor, puesto en el cual permaneció hasta su retiro militar, extendido en diciembre de 1895, pero hecho efectivo en los comienzos del año siguiente. Aquella Sección era la correspondiente a Ingenieros, de cuya arma le fue reconocido a Czetz la efectividad de Coronel el 15 de enero de 1891.

En 1893 propuso al Superior Gobierno el estudio de la Cordillera de los Andes a ejecutarse por los oficiales de la 4ª Sección del E. M. G. Aprobado su plan, el Gobierno destinó 30.000 pesos para la ejecución de la obra, siendo encargados de efectuarla los siguientes oficiales: Juan Serrato, Martín Rodríguez, Arturo Lugones, Raymundo Baigorria, Desiderio Torino, S. Domínguez y Ricardo Pereyra, y el ingeniero Julio Lederer, los que presentaron el mismo año el trabajo terminado.

En 1885 publicó el “Ensayo de Geografía Militar de la República Argentina”, que sirvió de texto en el Colegio Militar y Escuela de Cabos y Sargentos, escribiendo también para el primero un Tratado de Fortificación Permanente y Pasajera y preparó una traducción de la táctica alemana de las tres armas.

El coronel Czetz falleció en Buenos Aires el 6 de setiembre de 1904. Sus restos permanecieron depositados en la bóveda de la familia de Juan Manuel de Rosas hasta 1969, en que, al cumplirse el centenario de la creación del Colegio Militar de la Nación, el 10 de octubre de dicho año, fueron trasladados a la recién inaugurada capilla del Instituto, como homenaje póstumo a quien fuera su primer director

Fuente

Colaboración del Subof My del Ejército Argentino Alfredo Canals

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Historia del Arma de Ingenieros del Ejército Argentino – Tomo II, página 794.

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9 de Junio

Sancti Spiritu

Incendio del Fuerte Sancti Spiritu

Fue la primera población en tierra argentina, fundada por Sebastián Caboto en 1526; diez años antes que Pedro de Mendoza fundara Buenos Aires. Fue un poblado esforzado y valiente que finalmente sucumbió –como también Buenos Aires­ ante el ataque de los aborígenes.

Cuando los reyes de España firman en 1514 con Juan Díaz de Solís una capitulación para recorrer las costas de América en dirección al sud, lo hacen con la intención de encontrar un paso que comunicara los océanos Atlántico y Pacífico. Ninguna expedición había recorrido antes las regiones de nuestro Río de la Plata. El viaje de Solís estuvo rodeado del más estricto secreto para impedir que la noticia llegase a conocimiento del rey de Portugal que en virtud de acuerdos celebrados podía pedir la inmediata suspensión del mismo. (1)

Díaz de Solís parte de San Lúcar de Barrameda el 8 de octubre de 1515. Lo hace en dos naos de apenas treinta toneladas y otra mayor de sesenta. Lo acompañan en total sesenta hombres. Tras un viaje de itinerario incierto, las tres pequeñas naves se encuentran navegando ya en aguas de nuestro río Paraná, más precisamente en la embocadura del Paraná Guazú, en los primeros días del mes de febrero de 1516, cuatro meses después de la partida. (2)

En ese mismo mes costea la desembocadura del río Uruguay y llega hasta la isla de Martín García, donde desembarca para enterrar allí a un marinero de ese nombre. Luego se dirige a las márgenes del Uruguay y desembarca con una canoa en compañía de dos delegados del rey, tres marineros y un grumete llamado Francisco del Puerto, primero de los tres náufragos que habrá de jugar un papel fundamental en nuestro relato. Apenas tocan tierra son salvajemente atacados por indios guaraníes. Sin nada poder hacer por ellos, los españoles contemplan horrorizados desde las carabelas como son muertos, despedazados y comidos por los indígenas, con excepción del grumete que es llevado prisionero.

La muerte de Solís impuso el inmediato regreso a España de la expedición. Pero cuando están frente a Brasil, antes de poner proa definitiva en procura del cruce del océano, una de las carabelas naufraga el mes de abril en Los Patos, frente a la isla Santa Catalina, quedando en tierra 18 hombres. Los náufragos tuvieron suerte varia. Siete de ellos se fueron por la costa, hacia el norte, y cayeron en poder de los portugueses. Uno –Alejo García­ atraído por las fantásticas noticias que los indígenas daban sobre la existencia

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de un imperio fabulosamente rico en dirección al oeste, se puso a la cabeza de varios centenares de ellos y en compañía de cuatro de los náufragos parte en busca del Imperio del Rey Blanco y de la Sierra de la Plata, en un viaje épico, verdaderamente extraordinario. Los seis restantes quedaron en Los Patos. Cuatro de éstos murieron y finalmente los dos restantes –Enrique Montes y Melchor Ramírez­ habrán de ser también protagonistas decisivos de lo que narraremos.

La expedición de Sebastián Caboto

Once largos años habrían de transcurrir en las desoladas costas antes que otra armada española se presentara en el río de Solís. El paso entre ambos océanos había sido descubierto por fin por Magallanes en 1520 y por allí habría de pasar Sebastián Caboto de acuerdo a la capitulación celebrada con el rey Carlos V para llegar hasta “las tierras de Maluco y las otras islas y tierras de Tarsis y Ofir y el Catayo Oriental y Cipango”.

Después de muy prolongados preparativos, la armada de Caboto partió finalmente de San Lúcar el 3 de abril de 1526. Componían la expedición algo más de 200 hombres, repartidos en tres naos (Santa María de la Concepción, Santa María del Espinar y la Trinidad) y una carabela. Se trataba de una expedición muy bien provista en gente y materiales. Venían hombres de armas, calafates, carpinteros, alguaciles, cirujanos, lombarderos, herreros, veedores de los armadores y no menos de 50 tripulantes en carácter de marineros, pajes, criados y grumetes. También la integraba un “clérigo de la armada”, un escribano de la armada, un tesorero y tres contadores.

El capitán general era Sebastián Caboto, quien ejercía en ese momento el cargo más alto en España en esta materia: piloto mayor del rey, algo así como un Jefe del Estado Mayor General de la Armada de nuestros días. Hijo de navegantes, se consideraba a sí mismo como veneciano. “Delgado, con una barba blanca, en punta, que le cubría el pecho, siempre vestido de negro, parecía mago… Había vivido largos años en Inglaterra, en España y otros países, intimando con reyes, navegantes, aventureros, cosmógrafos y astrólogos. Hablaba, como si hubiera sido su idioma, el inglés, el italiano, el genovés, el portugués. Entendía la jerga de los marineros levantinos, el griego y el latín”. (3) Tenía corresponsales en todas las naciones que lo informaban prolijamente de las expediciones y de los secretos de las cortes. Verdadero hombre de ciencia de la época, todo lo lograba con audacia o con prudencia.

El 20 de octubre estaban frente a Santa Catalina. Y dos días después aparece una canoa indígena al costado de la nave capitana trayendo a bordo a Enrique Montes, nuestro conocido náufrago de la expedición de Díaz de Solís. Pocas horas más tarde, el mismo día, subía también Melchor Ramírez, su compañero. ¡Enorme alborozo de los náufragos! Pero no menor el de Caboto ante la narración que hacían. “Nunca hombres fueron tan bienaventurados como los de esta arma –decía llorando Montes­ que hay tanta plata y oro en el río de Solís que todos serían ricos”. Porque bastaba subir por un río Paraná arriba y otros que a él vienen a dar y que iban a confinar con una sierra para “cargar las naves con oro y plata”.

Sin embargo surge la oposición de Miguel de Rodas (piloto mayor de la nave capitana), Francisco Rojas (capitán de La Trinidad) y Martín Méndez (sustituto de Caboto en la propia capitanía general), lo que se resuelve con el desembarco de los tres y su abandono en las solitarias costas. No sin que antes debieran soportar la pérdida de una de las naves y una grave epidemia que retuvo a la armada, detenida en el lugar otros cuatro meses. Soplan por fin vientos tan favorables que al cabo de seis días de partir de Santa Catalina se enfrentan con la desembocadura del río de Solís. Allí fondea Caboto

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en un nuevo compás de premonitoria espera. Hasta que se presenta en el lugar el tercer náufrago de Solís, Francisco del Puerto, quien no solamente ya hablaba con fluidez los idiomas aborígenes sino que confirma ampliamente a Caboto hacia dónde debían dirigirse para llegar a las sierras “donde comenzaban las minas de plata y oro”.

Caboto dispone que dos de las naves queden sobre el río Uruguay, en la desembocadura del arroyo San Salvador, a cargo de Antón Grajeda, maestre de la nave capitana, con treinta hombres, y él parte con otras dos en busca del lugar que habría de llevarlo al encuentro de las soñadas riquezas. Penetra por el Paraná de las Palmas y llega a la desembocadura del río Carcarañá. “Este es el río que desciende de las sierras”, es el dato exacto que da Francisco del Puerto de acuerdo a los informes recogidos entre los indígenas. Era el 27 de mayo de 1527. Y allí desembarca Caboto y su gente, salvo Grajeda y quienes con él quedaron en San Salvador.

Europa ya tenía algunas noticias acerca del imperio inca y sus riquezas, y Caboto, también había recogido informes muy precisos, que lo certificaban.

De las serranías cordobesas descienden cinco ríos principales hacia la llanura, que quien sabe por qué razones se conocen por su orden numérico. Los ríos Primero y Segundo desembocan en la laguna de Mar Chiquita. El Tercero o Carcarañá es el único que llega hasta el Paraná. El Cuarto se pierde en grandes bañados después de La Carlota y en tiempos muy lluviosos vuelve a aparecer para unirse al Tercero, todavía en la provincia de Córdoba, a la altura de Saladillo. El Quinto se pierde al sur de la provincia. El Tercero es el más caudaloso de los cinco: lo forman cinco afluentes que se unen –como los cinco dedos de una mano­ casi en un mismo lugar, donde actualmente está el Embalse de Río Tercero.

Atraviesa la Sierra de los Cóndores al salir del Embalse y entra directamente en la llanura cordobesa para atravesar después la llanura santafesina desembocando en el preciso lugar en el que el cauce del río Paraná cruza de costa, por decir así. Hasta allí el cauce principal del Paraná corre recostado sobre las costas correntina y entrerriana. Pero desde Diamante se dirige en diagonal hacia las provincias de Santa Fe y Buenos Aires. En el lugar de desembocadura del Carcarañá desemboca también, viniendo directamente del norte, el llamado río Coronda, uno de los tantos aunque caudalosos brazos menores del mismo Paraná.

Ese río Coronda, profundo, de corriente mansa, de unos 100 metros de ancho, fue el preferido durante todo el tiempo de la colonia –y aún mucho después­ para llegar hasta la ciudad de Santa Fe. Con el nombre de “fortaleza de Caboto”, “real” o “real de Caboto” o con las denominaciones de “rincón de Caboto”, “fuerte Sancti Spiritu”, y directamente “Sancti Spiritu”, sobre la margen derecha del Carcarañá, figuró desde entonces en todos los mapas que fueron publicándose. Después de la destrucción y abandono del lugar por parte de la expedición de Caboto, nunca más intentó reconstruirse. Tampoco se instaló en el lugar mismo ninguna población durante la conquista. Y lo particularmente curioso es que ha merecido escasísima atención por parte de historiadores.

Inmediatamente después de instalado, Caboto convocó a todos los indios de la comarca; les hizo conocer su voluntad de “pacificación de la tierra” y llegó a un acuerdo con ellos. Los querandíes suministrarían carne (venado, avestruces, guanacos o llamas); los timbúes, pescado y grasa de pescado; los carcaraes, calabazas, habas y abatí. Retribuyó con equidad las prestaciones de los indígenas delegando en Enrique Montes la provisión del material de intercambio: tijeras, cuchillos, hachuelas, punzones, hilo, paño, agujas y

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sobre todo anzuelos de tamaño diverso y en cantidad (4), no olvidando a las indias, que recibían espejos y adornos.

La presencia de Caboto en el lugar era clandestina. Estaba impedido, por consiguiente de “fundar”. Sin embargo procedió a hacer “repartimientos de tierras y heredades y cortijos, se hicieron sementeras de pan y se estuvieron allí edificando y labrando y sembrando tiempo de tres años”. (5) Las jóvenes indias no tardaron en formar familia con muchos de los expedicionarios y se procedió a construir para su alojamiento no menos de veinte viviendas con troncos, barro y paja, es decir, los típicos ranchos que se hacen en las islas y las costas del Paraná. Y a los seis meses de formaba la aldea tuvo finalmente su recinto fortificado: entre todos se excavó un foso, con la tierra extraída se levantó un muro y se instalaron allí construcciones para enseres, víveres, etc., recinto que estaba defendido con más de una docena de piezas de artillería.

Desde muy temprano los hombres se dirigían a atender los sembradíos. Otros recorrían los espineles, se refaccionaron las embarcaciones, se construyeron otras menores, se mantenían en buenas condiciones las armas de fuego. Un día se encontraron 52 granos de trigo y algunos de cebada en el fondo de las naves. Se los sembró y con gran alborozo se celebró una cosecha que llenó de asombro a todos; siembra que se repitió nuevamente cuando llegó el tiempo. Así transcurrió la vida del pequeño pueblo, en perfecta paz, durante casi dos años y medio. Sancti Spiritu fue, pues, la primera auténtica población de nuestro territorio. Allí se produjo el nacimiento de la nueva raza con la unión de indias y españoles, allí se sembró sistemáticamente donde después habría de convertirse en una de las zonas agrícolas más importantes del mundo, allí se celebró misa todas las semanas en la cámara donde vivía Caboto.

Las rígidas normas de disciplina impuestas por Caboto desde el comienzo en el establecimiento apuntaban a un primordial objetivo: establecer normas leales de convivencia con los indígenas amigos y mantenerlas a toda costa. Fuese quien fuese el perturbador –español o nativo­ lo pagaría caro. Esta política de recíproca confianza y de firme ejemplo, dio sus frutos. La vida transcurría plácidamente y sin zozobras.

A fines del invierno, y una vez reunida toda su gente en Sancti Spiritu, Caboto despachó exploradores para averiguar si era posible llegar por tierra a las sierras. Estaban ya listos para partir cuando los querandíes le informaron que el viaje era en ese momento imposible “porque le dijeron en ocho jornadas no hallarían agua”. (6)

Procedió entonces a hacer construir un bergantín y partió con él y una galera el 23 de diciembre, con 130 hombres, siete meses después de haberse instalado en Sancti Spiritu.

La empresa de remontar el Paraná resultó ardua y penosa. Faltó comida, debían navegar muy lentamente a la sirga por falta de viento, se vieron duramente hostilizados por los indígenas. Hasta que en las cercanías del Bermejo fueron víctimas de una celada por parte de los chandules, parcialidad guaraní, quienes contando con la increíble complicidad de Francisco del Puerto, atacaron al bergantín matando 18 hombres, entre ellos a Miguel Ríos, sucesor de Caboto y veedor de los armadores en la nave capitana. En vista de la hostilidad circundante Caboto decide regresar a Sancti Spiritu cuando corría ya el mes de mayo de 1528. Había bajado muchas leguas cuando ante el asombro general se vieron asomar dos velas que iban remontando el río: pertenecían a la armada de Diego García de Moguer. Este había llegado a principios de 1528 al Río de la Plata. Su capitulación con el rey le permitía entrar en la región. Mientras se hallaba navegando por el río Paraná, se encontró de pronto con el fuerte Sancti Spiritu. Sorprendido y a la vez indignado, le ordenó al capitán Gregorio Caro que abandonase el lugar, dado que

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esa era conquista que sólo a él le pertenecía por haber sido designado por España para explorar esas tierras. Pero accediendo a los ruegos de Caro y su gente para que fuese en auxilio de Caboto, García prosiguió aguas arriba y entre las actuales localidades de Goya y Bella Vista se encontraron.

El enfrentamiento entre Caboto y García fue poco cordial. Pero al cabo de ciertos “debates y requerimientos” y teniendo en cuenta el ensoberbecimiento de los chandules ante su victoria, que ambos se encontraban sin provisiones y que Sancti Spiritu no se hallaba lejos, acordaron unirse y bajar a la fortaleza, construir una media docena de bergantines y subir enseguida unidos para continuar la exploración del río.

Nuevamente y durante varios meses la vida volvió a discurrir cómoda y tranquila en el Carcarañá con el alegre zumbido de las sierras, el tableteo de los martillos, la paciencia de los calafates, en la tarea de construir los bergantines. Aunque Caboto no vaciló en imponer toda su disciplina a los hombres de García: les impedía salir a pescar o que tuviesen un comportamiento inadecuado con los indígenas. Llegó incluso a emplazarles la artillería cuando quisieron salir con sus propias canoas.

Pero ni Caboto se había desviado de su periplo a las Molucas ni García se apartaba del Paraná por insignificantes razones: el hechizo del oro y de la plata en cantidades de fantasía los mantenía en continuo deslumbramiento.

Finalmente cuatro bergantines de Caboto y tres de García parten el mes de diciembre. Pero pocos días antes de partir Caboto lleva adelante otro proyecto, largamente madurado desde su arribo al Carcarañá: autoriza al más importante de sus hombres de armas, el capitán Francisco César, para emprender una expedición por tierra para ir en procura de las sierras y de sus minas. ¿No descendía el Carcarañá de las montañas? ¿No habían establecido el fuerte precisamente allí por esa razón? César inicia la expedición en compañía de 14 hombres sin siquiera remotamente sospechar que esa expedición de ida y vuelta hasta las sierras de Córdoba bordando el río Carcarañá habrá de convertirse en causa de fabuloso mito y su nombre habrá de permanecer asociado para siempre a una de las más bellas leyendas de la conquista de América. (7)

La segunda expedición por el Paraná fue breve y desalentadora. Pronto reciben noticias que los chandules esperaban el momento propicio para asaltar simultáneamente a Sancti Spiritu y a las embarcaciones en cuanto desembarcaran en cualquier lugar. Al cabo de sesenta días entre ida y vuelta, Caboto y García fondean nuevamente sus embarcaciones frente al fuerte. Y ocho días después, con siete de sus compañeros aparece Francisco César con noticias que despiertan el loco entusiasmo de todos los expedicionarios.

El objetivo largamente soñado estaba logrado: las famosas sierras existían. Uno de los compañeros de César manifiesta a Caboto que “habían visto grandes riquezas de oro y plata y piedras preciosas”. César muestra asimismo algunas muestras de oro. Antonio Serrano describe que César llegó a las nacientes del río en Calamuchita, siguió luego por alguno de sus afluentes, cruzó las Sierras de los Comechingones –que separan a Córdoba de San Luis– y llegó hasta el Valle de Conlara. Caboto escribe a Antón Grajeda informándole sobre las buenas nuevas traídas por César, diciéndole que está dispuesto a partir enseguida hacia las minas recomendándole que tuviera cuidado de que las naves permaneciesen a buen resguardo durante su ausencia. Pero el propio Grajeda – que hasta entonces había permanecido quieto en San Salvador, en una especie de apoyo logístico con hombres y naves en la desembocadura del Plata­ le contestó que esta vez no quería quedarse sin tomar participación en el proyectado viaje.

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Se celebra una amplia junta donde cambian opiniones Caboto, García y todos los oficiales, donde se decide que ambos capitanes se trasladen a San Salvador llevando la galera y los bergantines para dejarlos bajo la inmediata vigilancia de Grajeda. De esta manera la guarnición que quedaría a cargo del fuerte estaría libre del problema de defender las embarcaciones. Estamos ya en el mes de febrero de 1529. De aquí el mes de setiembre se desencadena una serie de acontecimientos que van adquiriendo cada vez mayor gravedad y que culmina con la abierta hostilidad de los guaraníes.

Gregorio Caro habría de declarar después que el verdadero propósito del viaje de Caboto a San Salvador tenía por principal objetivo hacer un escarmiento a los guaraníes. En tal sentido ya había encargado a Antonio Montoya, contador de La Trinidad, que con un bergantín cumpliese la misión de convocar a la guerra a los timbúes y caracaraes, misión que se preparó y cumplió exitosamente. Pero la decisión de los guaraníes – conocida ya cuando Caboto y García fueron advertidos en su segundo viaje por el Paraná­ era no menos resuelta y definitiva.

En cierto modo el conflicto estaba declarado. Resuelto el viaje a San Salvador, Caboto despachó adelante a Montoya a cargo de uno de los bergantines y a Juan de Junco, tesorero de la Santa María del Espinar y séptimo en el orden de sucesión de mando de Caboto, con una barca y un bergantín pequeño de los de García. A unas 15 leguas de la fortaleza aguas abajo, vieron muchos indios en un rancho y con deseos de “tomar lengua” se acercaron a la orilla y como notaran que huían temieron que hubiesen cometido “alguna ruindad”. Bajó a tierra Montoya con dos hombres y se encontró con una caja escondida entre las malezas, las ropas y los restos de tres españoles despedazados que se supo después iban de San Salvador al fuerte, dos de los de Caboto y uno de García. Atento a lo que pasaba, Montoya despachó inmediatamente dos hombres a Sancti Spiritu para que manifestasen a Caboto lo que estaba ocurriendo.

En vista de esta noticia se decidió en el fuerte disponer medidas contundentes. Se acordó dar un asalto a ranchos indígenas de las islas vecinas para lo cual se comisionó al capitán Caro, quien sin vacilar mató a cien de ellos y se llevó prisioneros a mujeres y niños. Y al haberse escapado algunos indios que también habían sido hechos prisioneros volvieron a salir, mandados ya en persona por Caboto y García, en cuatro bergantines y con ochenta hombres, y mataron los que pudieron en la isla que está enfrente del fuerte, río Coronda por medio.

Los caciques cuyas mujeres y niños estaban prisioneros en el fuerte se presentaron ante Caboto en solicitud para que pusiese en libertad a sus familiares. Caboto, a quien su política de apaciguamiento y entendimiento ya se le iba de las manos, les habló largamente, ofreció mantener buenas relaciones como las que antes habían tenido con el fuerte y concluyó finalmente por entregarles mujeres e hijos. Pero los indios –que eran precisamente los que traían todos los días las provisiones de pescado­ no aparecieron al día siguiente ni aparecieron más. Finalmente unos ocho días antes de que Caboto se dirigiera a San Salvador, al ver pasar al cacique Yaguarí en una canoa por el río y al no presentarse rápidamente a su llamado, lo hizo traer, le asestó un bofetón y dejó que uno de los marineros, Nicolás de Nápoles, le asestara una cuchillada.

Es en estas dramáticas circunstancias que Caboto emprende su viaje a San Salvador con 100 hombres, llevando la galera y tres bergantines, uno de los cuales con la proa en tierra y semi hundido. No bien salido recibe alarmantes noticias sobre la decisión inminente de los guaraníes de incendiar y destruir el fuerte. Caboto, sin embargo, confiando en las decisiones que había tomado antes de partir, y en las órdenes estrictas

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que había dejado para prevenir el hecho, decide seguir adelante. La suerte estaba echada.

Fresca noche de setiembre. El cirujano Pedro maestre acompañaba al sargento mayor Juan de Cienfuegos en la ronda más difícil de la noche: la del cuarto del alba. Faltaba todavía largo rato para amanecer. Todo estaba en orden. Pedro Maestre hizo una recorrida y echó una mirada al dormido capitán Caro ¿Qué le hubiera costado ceder? Todos sabían perfectamente que el mayor peligro que el fuerte podía correr provenía del incendio por hallarse sus ranchos cubiertos con paja ¿Por qué no aceptó la idea de destecharlo todo? ¿Por qué no aceptó hacer una tapia en medio de la fortaleza y trasladar allí las viviendas de los soldados, cubriendo algunas con barro y dejando a todas descubiertas por el momento? “Parecerían así camarillas de mujeres de mal vivir”, fue la descomedida respuesta. Todo se podía haber hecho.

Pedro Maestre se había retirado a su rancho, fuera del recinto, cuando una infernal gritería lo sorprendió junto al fuego tostando abatí, preocupado por haber levantado la ronda antes de tiempo. Cuando Juan de Cienfuegos dio la alarma ya los indígenas estaban frente al fuerte con las antorchas encendidas. Caro y sus hombres sintieron el griterío pero la casa donde dormían ya estaba ardiendo. Sin vacilar les hizo frente, con mucha fortuna inicial, pero cuando advirtió que sólo cinco o seis lo acompañaban, emprendió la retirada y se lanzó corriendo hacia la barranca, saltó a la playa y escapó a los bergantines.

Alonso Peraza, alguacil mayor de la armada con cuatro o cinco hombres, oponía firme resistencia por su lado, desde el bergantín varado en el Carcarañá que otros tantos trataban de echar al río. Advirtió que los indios estaban ya casi sin flechas y valientemente se lanzó de nuevo a tierra a combatir. Al verlo, hicieron lo mismo varios del bergantín donde había subido Caro.

El incendio iluminaba la costa y el río. Más lejos, grandes lenguas de fuego señalaban los lugares donde estaban ubicadas las casas fuera del recinto. Más y más indígenas aparecían de todas partes. El clérigo García venía corriendo hacia la costa con una espada en la mano y el otro brazo envuelto para la pelea en una manta a cuadros. Llamó a los gritos a Caro, increpándolo para que descendiera y presentara lucha. Pero en vano. Herido de un flechazo en el pecho siguió peleando y se abrió camino procurando salvar a su paje pero finalmente no tuvo más remedio que echarse al río.

Mientras tanto Peraza y unos treinta hombres continuaban pujando desesperadamente por echar al agua el bergantín varado. Pedro Maestre, herido de tres flechazos, continuaba combatiendo a su lado hasta que vio caer apaleados a varios de sus compañeros.

El bergantín de Caro estaba ya colmado de gente. Estaba apenas a quince metros de la costa pero comenzaba ya a ser llevado por la corriente aguas abajo. El joven Alonso de Santa Cruz, entonces de veinte años, que habría de ser con el tiempo famoso cosmógrafo del rey, autor de una obra sobre islas y con cuyo consejo y datos habría de contribuir a la gran obra de su amigo Fernández de Oviedo (8), avanzó lentamente hacia el bergantín creyendo que no lo alcanzaba, hasta que logró aferrarse a su borda cuando el agua le cubría la garganta. Alvar Núñez de Balboa, hermano del descubridor del Océano Pacífico, que desde hacía varios meses permanecía en el fuerte por haberse quebrado una pierna, había llegado penosamente hasta la orilla y desde allí fue auxiliado para llegar hasta el bergantín. Fue de los últimos en subir.

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La terrible y desigual lucha iba cesando en la misma medida en que crecía el furor de las llamas y los gritos de los indígenas. Los que estaban junto al bergantín varado se habían echado al agua. Varios cruzaron a nado el Carcarañá y una vez del otro lado fueron corriendo después por la costa, aguas abajo, dando gritos al bergantín de Caro durante más de dos leguas hasta que consiguieron llegar a él. No así el alférez Gaspar de Rivas, recomendado por el rey para integrar la armada, enfermo, que quedó rezagado y fue alcanzado y muerto por los indios. Los heridos fueron rematados en el mismo lugar donde eran encontrados por los indígenas.

Así se perdió Sancti Spiritu con treinta hombres de los que lo guarnecían, todos los rescates y muchas armas, excepción hecha de las piezas de artillería que los indios no quisieron o no pudieron llevarse. Algunos días después, encontrándose Caboto ocupando todos sus hombres en San Salvador en el arreglo de las embarcaciones, vieron llegar el bergantín “con obra de cincuenta hombres, todos desnudos y sin armas”. (9)

Caboto pensaba permanecer muy poco tiempo en San Salvador; el necesario para dejar las naves a buen resguardo. Cuando vio llegar la barca con los fugitivos de Sancti Spiritu se puso inmediatamente en marcha en compañía de García con dos embarcaciones, con la esperanza de poder prestar algún socorro a la gente que hubiese podido quedar en alguno de los otros dos bergantines. Cuando legó sólo pudo certificar que todos sus hombres habían muerto y “hechos tantos pedazos que no les podía conocer”. Los bergantines hundidos, perdidos. Se limitó a recoger las piezas de artillería y volvió a San Salvador, para luego dejar definitivamente el río de Solís. Volvió a España en julio de 1530, donde fue objeto de todo tipo de acusaciones, y fue enjuiciado por la Corona por haber torcido el rumbo. Pero el mito de la expedición del capitán César y sus compañeros ya tenía vida y nombre propio: de su apellido derivó aquello de la Ciudad de los Césares.

Referencias

(1) Juan Díaz de Solís, biografía de José Toribio Medina, tal como consta en las instrucciones dadas a Solís (Tomo II, Págs. 133/142). (2) Solís lo llamó Río de Santa María. Posteriormente algunos geógrafos lo designaron con nombres indígenas (Schoner en 1523 y Maiollo en 1527). Un mapa publicado en Weimar lo llama Río de Jordán. Pero generalmente se lo conoció por años como Río de Solís hasta la firma de la capitulación con Pedro de Mendoza, último documento en que aparece con ese nombre. (3) Enrique de Gandia – De la Torre del Oro a las Indias, páginas 62/64. (4) Medina, J. Toribio – El veneciano Sebastián Caboto al servicio de los reyes de España, Chile (1908). (5) J. R. Báez – La primera colonia agrohispana en el Río de la Plata, Tomo XI. (6) Carta de Luis Ramírez, integrante de la expedición de Caboto. (7) La Ciudad de los Césares, persistente mito argentino, por Marisa Sylvester. Todo es Historia, Nº 8, diciembre de 1967. (8) Historia general y natural de las Indias, 12 tomos. (9) José T. Medina – Obra citada.

Fuente Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado. Serrano, Antonio – Los comechingones – Universidad Nacional de Córdoba (1945) Sylvester, Hugo L. – La increíble historia de Sancti Spiritu.

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10 de Junio

Batalla de Niquivil

General José Félix Aldao (1785‐1845)

Don José María de Echegaray, fue nombrado gobernador interino de San Juan en abril de 1829, por influencia del general Facundo Quiroga, con el fin de que lo auxiliase con tropas para combatir al general José María Paz. En efecto, Echegaray envió a Quiroga una división al mando del teniente coronel Manuel Gregorio Quiroga, y estando acampando en la estancia de “Las Quijadas” (jurisdicción de San Luis), el alférez Francisco Pedrozo, de acuerdo con otros (el negro Soler, sargento, natural de Buenos Aires), se sublevó en la noche del 2 al 3 de junio al grito de ¡Viva la Libertad! Tomando en seguida la dirección del pueblo.

Al día siguiente (3 de junio de 1829) la división insurreccionada a favor de los unitarios contramarchó sobre San Juan, de donde en el acto, emigró a Mendoza su gobernador Echegaray, su ministro Bustos y sus afectos.

Se procedió en seguida a elegir un nuevo gobernador que recayó en el ciudadano Juan Aguilar que nombró Jefe de la división en campaña de San Juan al teniente coronel Nicolás Vega, después general de la Nación.

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Era de esperar que el Gobierno de Mendoza, aliado de San Juan por el tratado de Guanacache y por la unanimidad de causa política, se prestase con todas sus fuerzas y sus recursos al acto de reponer inmediatamente en el mando de su Provincia al gobernador Echegaray.

En efecto, el coronel José Aldao y su hermano el teniente coronel Francisco, ex jefe del Estado Mayor, se pusieron en marcha con todas las fuerzas, de las tres armas que tenía Mendoza, por orden de su Gobierno, hacia San Juan, el 14 de junio, en consecución de aquel fin.

No fue larga la campaña del ejército invasor. El general Vega, retirándose a Jáchal, villa de la provincia de San Juan, al extremo Norte. Al frente de la división de los unitarios, se vio obligado a presentar batalla a las fuerzas auxiliares mendocinas en Niquivil, lugar situado entre aquella villa y la capital de dicha provincia, en donde fue completamente vencido, reponiéndose en el mando de ella al señor Echegaray.

Cayó en poder de este el “negro” Soler, principal instrumento del movimiento de Las Quijadas y otro de sus cómplices. Ambos fueron ejecutados.

Fuente

Arias, Héctor D. y Ferrá de Bartol, Margarita – Archivo del Brig. Gral. Nazario Benavídez – Tomo I

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Hudson, Damián – Recuerdos históricos sobre la Provincia de Cuyo – Tomo II, páginas 206‐207 – Buenos Aires (1898).

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10 de Junio

Usurpación de las Islas Malvinas

Islas Malvinas (Argentina)

El 6 de noviembre de 1820 David Jewett, comandante de la “Heroína”, tomó posesión de las Islas Malvinas en nombre del gobierno de las Provincias Unidas de Sudamérica, y puso el hecho en conocimiento público mediante una circular. (1) Disuelta la unidad nacional, la provincia de Buenos Aires otorgó en 1823 a Jorge Pacheco el usufructo de la isla Soledad o Malvina del Este. El mismo año designó al capitán de milicias Pablo Areguatí comandante de las islas. (2) En 1828 concedió a Luis Vernet –que había sido el promotor de estas gestiones y era socio de Pacheco‐ “todos los terrenos que en la isla de la Soledad resultaren vacos”, con ciertas excepciones y bajo el compromiso de establecer allí una colonia que gozaría del derecho de pesca en todo el archipiélago. (3) Y el 10 de junio de 1829, por último, el gobierno de Buenos Aires, presidido entonces por Martín Rodríguez, expedía el decreto disponiendo que “las islas Malvinas, serán regidas por un comandante político y militar”, el cual debía residir en la isla de la Soledad y cuidar en esas costas “la ejecución de los reglamentos sobre pesca de anfibios”. (4)

Los fundamentos de este decreto expresaban que España había tenido la posesión material de esas islas, “Hallándose justificada aquella posesión por el derecho de primer ocupante, por el consentimiento de las principales potencias marítimas de Europa, y por la adyacencia de estas islas al continente que formaba el virreinato de Buenos Aires, de cuyo gobierno dependían. Por esta razón, habiendo entrado el gobierno de la República en la sucesión de todos los derechos que tenía sobre estas provincias la antigua metrópoli, y de que gozaban sus virreyes, ha seguido ejerciendo actos de dominio en dichas islas, sus puertos y costas”.

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Entretanto, la empresa dirigida por Luis Vernet, nombrado gobernador el mismo día, había iniciado la colonización de las Malvinas. Varias expediciones llegaron al archipiélago hasta que Vernet se instaló allí en julio de 1829 y –no sin superar enormes dificultades‐ logró asentar una población de un centenar de personas. (5)

No hemos de detenernos en recordar el desarrollo y las vicisitudes del establecimiento formado por Vernet con autorización del gobierno argentino. Nos interesa más especialmente destacar el proceso que condujo a la usurpación inglesa.

Al conocer el decreto del 10 de junio de 1829, el encargado de negocios de Gran Bretaña, Woodbine Parish, lo comunicó a su gobierno recordando los antecedentes del asunto y los títulos que a su juicio tenía Inglaterra. A los pocos meses, debidamente autorizado, presentó al ministro de Negocios Extranjeros Tomás Guido una nota en la cual sostenía “los derechos de soberanía de S. M. B. sobre las islas. Estos derechos – continuaba diciendo la nota‐ fundados en el primer descubrimiento y subsiguiente ocupación de dichas islas, fueron sancionados por la restauración del establecimiento británico por S. M. C. en el año 1771…. El retiro de las fuerzas de S. M. en el año 1774 no puede considerarse como una renuncia a los justos derechos de S. M.”.

La nota concluía protestando formalmente contra las pretensiones argentinas y contra todo acto que perjudicara los “derechos de Soberanía que hasta ahora ha ejercitado la corona de Gran Bretaña”. (6)

Pero lo que esa nota calla cuidadosamente es la ocupación simultánea hasta 1774 y exclusiva de España desde entonces, los tratados de 1670 en adelante, y sobre todo el convenio de 1790 que cerró las costas del Atlántico sud a toda instalación inglesa. L anota de Parish –elaborada en Londres‐ vale más por lo que no dice que por su contenido expreso, y debe juzgarse más por esa ocultación deliberada de circunstancias y de razones que por su osadía manifiesta en pretender una soberanía sin título alguno y una posesión carente de efectividad.

Sostener que Inglaterra había ejercido “hasta ahora” esos derechos, después de 55 años de abandono y de silencio, era una adulteración tan manifiesta de la verdad que sólo podía considerarse una burda ironía, apoyada en la fuerza del imperio más poderoso del mundo en aquel entonces.

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Pero debe recordarse que pocos años antes de esa protesta, el 2 de febrero de 1825, Inglaterra había firmado con la Argentina el tratado de amistad y comercio mediante el cual reconoció la independencia de la nueva nación y, naturalmente, la existencia de un ámbito territorial propio de ella. Dentro de ese territorio estaban las Malvinas, de las cuales había tomado posesión en 1820, y ejercido otros actos de soberanía incluyendo el nombramiento y la instalación de autoridades.

La nota de Parish fue contestada de inmediato por el ministro Guido prometiendo estudiar la reclamación. (7) Pero el gobierno argentino, urgido por otros asuntos, no alcanzó a responder ni Parish insistió en conseguir una respuesta que iba a ser necesariamente negativa, puesto que los hechos señalaban la inequívoca voluntad de mantener la colonia ya fundada por Vernet.

El gobernador de las Malvinas, en efecto, seguía ejerciendo su cargo y haciendo progresar el establecimiento de Puerto Soledad: Cansado de ver que los balleneros destruían los recursos naturales de las islas, y dispuesto a imponer su autoridad, en agosto de 1831 arrestó a tres buques norteamericanos. En uno de ellos, el “Harriet”, volvió a Buenos Aires para someterlo al tribunal de presas. Intervino entonces el cónsul de los Estados Unidos, George W. Slacum, quien desconoció el derecho argentino a reglamentar la pesca en las Malvinas y logró convencer al comandante de la corbeta “Lexington” que debía defender con energía los intereses de los pescadores de su nación. Ese barco, al mando de Silas Duncan, se dirigió inmediatamente a Puerto Soledad, a donde llegó el 28 de diciembre de 1831 enarbolando bandera francesa. Sólo después de anclar levantó su propio pabellón, e inmediatamente Duncan se dedicó a destruir cuantos bienes existían en el establecimiento, trayendo presos a los principales pobladores. (8)

Este acto de piratería, sin justificativo alguno y llevado a cabo de la manera más violenta y abusiva, provocó la protesta y las reclamaciones del gobierno argentino. Los Estados Unidos, sin embargo, no quisieron reconocer su error. Y aunque esas protestas fueron renovadas en 1841 y en 1884, nunca se dieron las debidas satisfacciones ni la indemnización correspondiente a los daños ocasionados. No puede dejarse de recordar, con relación a este episodio, que si bien el gobierno norteamericano no quiso admitir los argumentos argentinos, la Corte Federal de Massachusetts resolvió que los actos de Silas Duncan eran ilegítimos. En un litigio en el cual se había invocado el incidente de la “Lexington”, esa corte resolvió “that such

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officer had no right, without express direction from his Government, to enter the territoriality of a country in peace with the United States and seize property found there, claimed by citizens of the United States”. (9)

Las Malvinas volvieron entonces a adquirir notoriedad internacional. Ya hacía tres años que el gobierno inglés les dedicaba una creciente atención, estimulada por los informes de Parish y por quienes sostenían la necesidad de contar con un puerto de escala en la ruta a Australia, cuya colonización estaba entonces en pleno desarrollo. (10) Pero el gabinete británico no se animaba a tomar una decisión sin fundamento, y se limitó a presentar la nota de Parish. Sin embargo, este último llegó de regreso a Londres a principios de 1832, con la noticia del atropello norteamericano y de que ya no existían autoridades argentinas en las islas. Estas razones, y tal vez la creencia de que los Estados Unidos podrían intentar su ocupación, decidieron el envío de una pequeña flotilla.

El capitán John James Onslow, al mando de la corbeta “Clío”, recibió instrucciones de dirigirse a Port Egmont y de restablecer allí el fuerte abandonado en 1774. En caso de encontrar fuerzas extranjeras inferiores a las suyas debía desalojarlas, empleando la violencia en caso necesario. Pero si esas fuerzas eran superiores, se limitaría a presentar una protesta que contenía también una amenaza. (11)

Onslow no se ajustó a esas instrucciones, o bien recibió otras que las contradecían y que permanecieron en secreto. A fines de diciembre de 1832 llegó a Port Egmont, e inmediatamente, siguió rumbo a Puerto Soledad, anclando allí el 2 de enero del siguiente año. En el lugar estaba la goleta “Sarandí” a las órdenes de José María Pinedo, a quien Onslow hizo saber que estaba encargado de afirmar los derechos soberanos de Inglaterra. (12) Al día siguiente la bandera argentina era entregada a bordo de la “Sarandí” por un oficial inglés, y poco después Pinedo –ante la superioridad de las fuerzas británicas‐ dejaba Puerto Soledad. (13)

La “Clío” sólo quedó unos pocos días en las Malvinas, y dejó a su población en el mayor desamparo y anarquía. Pero un año después, el 9 de enero de 1834, el “Challenger” traía al primer gobernador inglés, Henry Smith, que iniciaba así la ocupación de las islas usurpadas. (14)

Debe señalarse, ante todo, que Inglaterra se instaló en el mismo lugar que había sido poblado sucesivamente por los franceses, los españoles y los argentinos, pero que

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nunca había estado bajo el dominio inglés. Si alguna pretensión podía sustentar Gran Bretaña, ella se limitaba a Port Egmont, ubicado en el otro extremo del archipiélago. Esta circunstancia tan importante revela que el gobierno británico procedía con absoluto desprecio por el aspecto jurídico de la cuestión, y con el deseo manifiesto de realizar un acto de fuerza, sabiendo que la Argentina no estaba en condiciones de oponerse y de afrontar ese poder enormemente superior.

La segunda instalación inglesa en las Malvinas fue un despojo realizado gracias a esa superioridad. La expulsión de las autoridades argentinas legítimas ni siquiera fue precedida de un aviso o de un ultimátum enviado al gobierno de Buenos Aires. Inglaterra no quería que sus derechos –o sus pretendidos derechos‐ fueran objeto de una discusión diplomática. Usaba la fuerza, como antes –en 1766‐ había usado del secreto y de la clandestinidad. (15)

La llegada de Pinedo a Buenos Aires produjo naturalmente una honda conmoción en el sentimiento público, y dio origen a la inmediata protesta del gobierno argentino. (16) El encargado de negocios, que era Philip G. Gore, contestó al día siguiente que no tenía instrucciones de Londres. Entonces Manuel Vicente de Maza resolvió plantear el asunto directamente en Inglaterra, para lo cual comisionó al ministro plenipotenciario Manuel Moreno, encargándole la presentación de una formal protesta. Este lo hizo el 17 de junio de 1833 mediante una larga nota en la cual recordaba los antecedentes históricos de la cuestión, para concluir “que los títulos de la España a las Malvinas fueron, su ocupación formal; su compra a la Francia por precio convenido; y la cesión o abandono que de ellas hizo Inglaterra”. Como las Provincias Unidas sucedieron en los derechos que España tenía, Gran Bretaña no podía adquirir ningún nuevo derecho sobre las islas. La nota concluía protestando “contra la soberanía asumida últimamente, en las islas Malvinas por la corona de la Gran Bretaña, y contra el despojo y eyección del Establecimiento de la República en Puerto Luis, llamado por otro nombre el Puerto de la Soledad”, y pidiendo las reparaciones adecuadas por la lesión y ofensa inferidas. (17)

La contestación inglesa –que tardó más de seis meses en ser presentada‐ merece ser cuidadosamente analizada. Comienza esa nota recordando la protesta que Parish había entregado al gobierno argentino a fines de 1829 y reproduciendo los mismos argumentos: “esos derechos soberanos, que estaban fundados sobre el descubrimiento original y subsiguiente ocupación de aquellas islas, adquirieron una mayor sanción con el hecho de haber su Majestad Católica restituido el

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establecimiento inglés de que una fuerza española se había apoderado por violencia en el año 1771”.

Agregaba la nota que el retiro de los ingleses en 1774 no pudo invalidar sus derechos. Y como la protesta de Parish no había sido contestada por el gobierno argentino, este último no podía sorprenderse por el acto realizado en las Malvinas, ni tampoco “suponer que el gobierno británico permitiese que ningún otro Estado ejerciera un derecho, como derivado de España, que la Gran Bretaña le había negado a España misma”.

Lord Palmerston se ocupaba, por último, de negar la existencia de una promesa secreta, acerca de la cual no había constancia alguna en los archivos ingleses. (18)

La respuesta de Palmerston, escueta y carente de fundamentos históricos y jurídicos, sólo revelaba el deseo de eludir la discusión de un enojoso asunto que el gobierno británico no podía defender con argumentos valederos, sin dejar por ello de persistir en su actitud.

No es necesario volver a señalar las falsedades que esa nota contiene. Ya lo hemos hecho al comentar la de Parish; que se transcribe casi literalmente por Palmerston. Los dos únicos argumentos que este último agrega son la falta de contestación argentina a la nota de 1829 y la negativa inglesa a reconocer a otros Estados los derechos que había negado a España.

Aquella falta de contestación, explicable por las circunstancias críticas que vivía el país por esos años, no pudo, desde ningún punto de vista, hacer surgir un título nuevo para Inglaterra. Ese silencio no podía interpretarse como un asentimiento a las pretensiones inglesas, puesto que simultáneamente los hechos afirmaban la voluntad argentina de mantener su soberanía en las Malvinas. Los años 1829‐1831 son precisamente los de mayor actividad en el archipiélago, que tiene a su frente al gobernador Vernet y asiste al desarrollo de Puerto Soledad. De modo que esos actos de dominio eran el mejor desmentido que podía darse a la nota de Parish, y la manera más eficaz de asegurar los derechos que la República tenía como sucesora de España. Si Inglaterra aspiraba sinceramente a obtener una contestación, pudo insistir en su nota o presentar otra recabándola, pero nunca hacer derivar de esa falta un

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fundamento para realizar actos de fuerza en Puerto Soledad. La correcta práctica diplomática entre dos naciones que mantenían relaciones amistosas y cordiales exigía otro tratamiento muy distinto.

El último argumento de Palmerston consistía en sostener que Inglaterra no podía admitir los títulos argentinos porque los había negado a España misma, de la cual derivaban aquéllos. Esta era una evidente falsedad, que al mismo tiempo encerraba un sofisma. Gran Bretaña nunca desconoció, ni hubiera podido hacerlo, los derechos españoles. Estos fueron admitidos en 1749, en 1771 y en 1790, sin que llegara a ser tema de una discusión entre las cancillerías. Y desde 1774, en que España quedó como única dueña del archipiélago, Inglaterra mantuvo un persistente silencio que significaba aceptar la validez de aquella ocupación. Pero ese argumento contiene, además, un sofisma; aun cuando España no hubiera tenido título alguno, o éste hubiera sido desconocido por Inglaterra, no por ello podía esta última crearse unilateralmente un derecho fundado en la inexistencia del que invocaban los españoles. Para adquirir la soberanía de un territorio no basta negar la que otra nación alega, sino que es preciso además que haya actos posesorios indiscutidos y permanentes. Y esto era lo que no podía aducir Inglaterra, que desde 1774 hasta 1829 guardó un profundo silencio respecto del archipiélago.

Manuel Moreno replicó a Palmerston, en nota del 29 de diciembre de 1834, aportando nuevos argumentos y antecedentes en apoyo de la posición argentina. (19) esta segunda nota contiene sin duda un alegato muy orgánico y refleja con mayor acierto los derechos que Moreno defendía. Pero tanto ésta como las ulteriores reclamaciones fueron contestadas siempre con una categórica negativa, por parte de Inglaterra, a discutir lealmente los títulos respectivos. El problema se mantuvo en la misma situación, sin que nada hiciera variar la posición argentina. Esta se funda, históricamente, en las siguientes razones:

1º) La soberanía española de las islas, derivada de la concesión pontificia y de la ocupación de territorios en el Atlántico Meridional. Inglaterra reconoció esa soberanía al comprometerse a no navegar ni comerciar en los mares del Sud (tratados de 1670, 1713 y subsiguientes)

2º) La posesión efectiva de Puerto Soledad desde 1764 –como sucesora de Francia‐ hasta 1811, la cual, a partir de 1774, fue una ocupación exclusiva de todo el

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archipiélago, acreditada mediante múltiples actos de soberanía y confirmada por la aceptación de todas las naciones.

3º) El compromiso británico de evacuar Port Egmont –como lo hizo en 1774‐ y el nuevo acuerdo con España de no establecerse en las costas orientales u occidentales de la América Meridional, ni en las islas adyacentes (octubre de 1790).

4º) La incorporación de las islas Malvinas al gobierno y por lo tanto al territorio de la provincia de Buenos Aires, resuelta por España en 1766 y mantenida luego sin alteración alguna.

5º) La continuidad jurídica de la República Argentina con respecto a todos los derechos y obligaciones heredados de España.

6º) La ocupación pacífica y exclusiva del archipiélago por la Argentina –o la provincia de Buenos Aires‐ desde 1820 hasta el 2 de enero de 1833, en que sus autoridades fueron desalojadas por la fuerza.

7º) El traspaso hecho por España a la República Argentina, mediante el tratado de 21 de diciembre de 1863, “de todas las provincias mencionadas en su Constitución federal vigente, y de los demás territorios que legítimamente le pertenecen o en adelante le pertenecieren”, renunciando a “la soberanía, derechos y acciones que le correspondían”. (20)

Por su pare Inglaterra no puede invocar ni los derechos de primer ocupante, ni la cesión de su soberanía por España, ni la facultad de navegar y de establecerse en los mares del sud, ni ningún otro título legítimo aceptado por España o por la Argentina. Sólo tiene a su favor la ocupación clandestina de 1766 y el violento despojo de 1833.

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Referencias

(1) Caillet‐Bois, 179‐181: “El Argos de Buenos Ayres, Nº 31, 10 de noviembre de 1821.

(2) Gómez Langenheim, I, 212 y 217.

(3) Decreto del 5 de enero de 1828, en Gómez Langenheim, I, 230.

(4) Pedro de Angelis – Recopilación de las leyes y decretos promulgados en Buenos Aires, segunda parte, 969, Buenos Aires, 1836. El decreto fue publicado y comentado por los dos periódicos más importantes de entonces: “La Gaceta Mercantil”, 17 y 23 de junio de 1829, y el “British Packet”, 20 de junio del mismo año.

(5) Caillet‐Bois, 183‐208.

(6) Gómez Langenheim, II, 127.

(7) Guido a Parish, 25 de noviembre de 1829 en Gómez Langenheim, II, 128.

(8) Todos los sucesos se encuentran documentados en “Colección de documentos oficiales con que el gobierno instruye al cuerpo legislativo de la provincia del origen y estado de las cuestiones pendientes con la República de los Estados Unidos de Norteamérica sobre las Islas Malvinas”. Buenos Aires, 1832; seguida de “Apéndice a los documentos oficiales publicados sobre el asunto de Malvinas, etc.”, Buenos Aires, 1832.

(9) Groussac, “Les iles Malouines”, 33, quien cita a Francis Wharton, “A Digest of the International Law, 2ª ed., I, 444.

(10) Caillet‐Bois, 295‐318.

(11) Caillet‐Bois, 320‐321, quien cita a G. T. Whitington, “The Falkland Islands, compiled from ten years, investigations of the subject”, 12‐15, London, 1840.

(12) Onslow a Pinedo, 2 de enero de 1833, V. F. Boyson, “The Falkland Islands”, 97, Oxford, 1924.

(13) Caillet‐Bois, 322‐327.

(14) Boyson, 103.

(15) No deja de ser curioso destacar la explicación que da un autor moderno sobre los motivos de la llegada de la “Clío”: “The reason of her appearance was very simple. No notice having been taken of the protest made by Woodbine Parish three years previously, the Clio….. had been dispatched to take possession of the colony” (Boyson,

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97). Este escritor parece ignorar todos los usos diplomáticos, e incluso la diferencia que existe entre tomar posesión de un lugar abandonado o desierto y expulsar de un establecimiento ya organizado a las autoridades de un país con el cual se mantienen relaciones amistosas.

(16) Maza a Gore, 16 de enero de 1833, en “Reclamación del Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata, contra el de su Majestad Británica, sobre la soberanía y posesión de las islas Malvinas (Falkland), Discusión oficial”, 25, Londres, 1841.

(17) Reclamación cit., 3‐24. Se publicó también en inglés y francés en “Protestation du gouvernement des Provinces Unies du Río de la Plata, par son ministre plénipotentiairie a Londres, sur l’arrogation de souveraineté dans les iles Malvines or Falkland, par la Grande Bretagne, et l’éjecution de l’établissement de Buenos Ayres a Port Louis”, Londres, 1833.

(18) Lord Palmerston a Manuel Moreno, 8 de enero de 1834, en “Reclamación” cit., 40‐ 53.

(19) ”Reclamación” cit., 54‐66. Manuel Moreno publicó también, sin nombre de autor, un folleto titulado “Observations on the forcible occupation of the Malvinas, or Falkland Islands, by the British Government, in 1833”, London, 1833. Este folleto estaba destinado a ilustrar a la opinion pública, mostrando el carácter violento de la agresión inglesa. Sobre las gestiones de Moreno en Londres, ver Caillet‐Bois 347‐365.

(20) Tratado de reconocimiento, paz y amistad con España, ratificado por la ley 72.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Muñoz Azpiri, José Luis – Historia completa de las Malvinas – Buenos Aires (1966).

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10 de Junio

Partido de Florentino Ameghino

Escudo del Partido de Florentino Ameghino

Todavía faltaba mucho tiempo para que se estableciera en el noroeste provinciano la localidad de Ameghino, aunque ya pululaban por allí grupos aborígenes que respondían a la jefatura del Gran Gulmen Calfucurá.

También hacia 1870 se intensificaba la lucha armada contra el dominio aborigen, a cargo de batallones militares expedicionarios, en la zona de Ameghino. Los horrores de la lucha dejaron por allí sus rastros, como no podía ser una excepción. La línea de la Frontera Norte pasaba, de esta manera, entre los grupos tribales y las tropas del gobierno nacional, justamente por medio del territorio ameghinense. Esto era la consecuencia de las “avanzadas” militares originadas en toda la historia de luchas anteriores.

La línea de fronteras se mantuvo vigente entre 1869 y 1877, en que se iniciaba la construcción del inocente foso que atravesaba la provincia de Buenos Aires y fue conocido con la denominación de “Zanja de Alsina”, por el creador­inspirador de tal mecanismo defensivo: el Dr. Adolfo Alsina. Aunque provocó un nuevo avance de la frontera.

Por esos días, don George Newbery pobló los campos cercanos de, lo que sería más adelante, Ameghino y que por aquel entonces se referenciaba a través del “Fortín Media Luna”. Newbery había adquirido los campos para utilizarlos en la cría de ganado, en medio de, las no ya tan aguerridas, incursiones de los aborígenes. Es más, el futuro precursor de la aviación argentina, con la ayuda de algunos indios domesticados llevó desde Fuerte Lavalle (luego, General Pinto) troncos de sauces, además de pieles y chorizos de barro con los que construyó la primera vivienda por esos lares, distante tan solo dos leguas de lo que sería la Ciudad de Ameghino.

Hacia 1885, gran parte de las tierras del noroeste de la provincia de Buenos aires, sobre todo en los territorios que actualmente pertenecen a los partidos de General Villegas y General Pinto ­que entonces integraban al también actual partido de Florentino Ameghino­, predominaban los propietarios de origen inglés o eran sociedades británicas. Entre ellas figuraban nombres como los de C. M. Randel, G. Newland, B. Gordon, I. M. Duggan de Hope, R. Newbery, J. L. Duggan de Nelson, T. Dowling, Cía. Anglo Argentina de Tierras Limitada.

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Precisamente, en 1885 también, Guillermo White, apoderado de Juan P. Wyrley Birch, propone al agrimensor Federico Gómez Molina medir un campo de propiedad de su representado, ubicado ­por entonces­ en el partido de Lincoln contando con una superficie de tres leguas cuadradas, ciento siete cuadras y fracción. Los títulos que corroboran la anterior afirmación se encuentran en el Banco Hipotecario de la provincia de Buenos Aires.

El 20 de abril de aquel año, el Juez Dr. Curutchet nombraba al agrimensor Gómez Molina para que practicara la mensura solicitada por White, librándose por ello un oficio al Banco Hipotecario para la confección de los certificados de los títulos correspondientes. El 23 de abril el Escribano del Banco Hipotecario, Manuel Quiroga, expediría el Certificado dando cuenta sobre la ubicación, superficie y linderos de los títulos de propiedad del nombrado Wyrley Birch. Como se dijo, el campo estaba ubicado en el partido de Lincoln, con una superficie de 8.281 hectáreas, 13 áreas y 36 centiáreas. El 27 de mayo de 1885, el agrimensor Federico Gómez Molina comenzaría los trabajos de mensura en un mojón de tierra que es el punto A del plano, donde se genera la primera curva del actual camino Blaquier­Ameghino. A los 997 metros encontró un mojón de tierra que había puesto el agrimensor L. Revol en 1880.

Cuando midió 11.479 metros desde el mojón A, clavó nuevamente un hierro con las iniciales de su propietario “B.J.P.W.S.” y que en el plano figura con la letra B, coincidiendo este punto con el actual paso a nivel sobre las vías ferroviarias en Blaquier. Y, desde allí, midió 10.332 metros hasta alcanzar al punto C. Gómez Molina anota en su mensura que a los 500 metros del punto B cruzó un cañadón, el cual estaría ubicado justamente a esa distancia sobre el camino que hoy conduce a Villa Saboya, que por supuesto continúa siendo de tierra.

Luego, desde el punto C, mediría hacia el sur 4.396 metros, donde encontró otro mojón de tierra que había sido colocado por Revol, frente al cual colocó otro hierro, siendo éste la letra D del plano. Antes de llegar a este último punto, cruzaría el camino de los Fortines a los 3.650 metros; y a los 3.978 metros encontró el camino de la Galera. El primero de los caminos mencionados corría casi en forma paralela al que conduce hacia Santa Eleodora, desde la primera curva del camino Blaquier­Ameghino. Desde el punto D, continuó midiendo hasta llegar a los 8.430 metros, es decir hasta encontrarse con el Fortín Las Heras, y desde allí siguió, hasta alcanzar los 4.110 metros, donde se encontraba el mojón de arranque con la letra A del plano. La superficie medida llegó a los 83.781.216 metros cuadrados. Los campos linderos pertenecían, por el noroeste, a la Compañía Anglo Argentina de Tierras Limitada y a C. M. Randel; por el sudeste, a Guillermo A. Newland y a Rodolfo Newbery; y, finalmente, por el sur a Carlos M. Cernadas.

Continuando con los orígenes de Ameghino­Blaquier, realizado el trabajo encomendado el agrimensor Federico Gómez Molina firmaría la primera mensura de los terrenos que años más tarde albergarían al pueblo de Blaquier. Lo hizo en la ciudad de La Plata el 13 de junio de 1885, siendo aprobada por el Departamento de Ingenieros de la capital provincial el 23 de junio del mismo año.

En 1892, un joven matrimonio recién arribado de Inglaterra compraría a los longevos terratenientes Carlos M. Cernadas y Tomás Fair, unas quince mil hectáreas en territorio que más tarde estaría integrado dentro de Ameghino. El matrimonio aludido estaba compuesto por James ­al que luego no se por qué llamarían “Diego”­ Cadwallader Tetley y Clara Carew Corry Smith, lo que denominaron a su Estancia “La Chacra”. De

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allí en más la unidad productiva estaría irrevocablemente unida a la suerte de los pobladores de la región. Diego y Clara demostraron verdadero apego por el terruño de adopción, echando raíces ya en este lugar, brindándose generosamente a la comunidad y decidiendo morir sobre estos campos a los cuales tanto habían amado. Los Tetley se dedicaron exclusivamente a la producción agropecuaria, a la colonización de la zona y, posteriormente, instalaron una cabaña para la cría de ganado de raza.

En cuanto a la propiedad territorial de los británicos (repárese que dijimos británicos y no “ingleses”) en suelo bonaerense, adquirió una gran importancia, aunque devenía de los tiempos de Rosas. Estancias del tipo familiar tenían en el registro catastral apellidos de esa procedencia: Drabble, Drysdale, Bell, Fair, Gibson, Fox, Casey, Gainor, Duggan, Armstrong, Lynch, Coghland y otros. Algunas de ellas eran: Los Galpones, sobre la desembocadura del Salado; El Espartillar, a 6 leguas de Chascomús; La Germania, que contaba con 13 leguas en Villegas. Precisamente, por aquel lugar, al norte de la Provincia de Buenos Aires, cercanas a Gral. Villegas hay localidades que llevan los particulares nombres de Gahan, Kenny y Duggan, que no son “ingleses” sino irlandeses. También aparecen esos apellidos “extraños”, si nos ponemos a revisar una guía telefónica de Mercedes, Venado Tuerto o Arrecifes, o si recorremos sus cementerios repasando los nombres de pila de las tumbas: Santiagos, Brígidas o Patricios. Nada más que en la zona norte del río Salado, los propietarios irlandeses eran dueños del 16 % del total de la tierra. Se dedicaron a la producción lanar, la cual exportaban profusamente. Tal vez por compartir la misma confesión religiosa, estos hijos del Eire, asentados en la media luna fértil que va de Capilla del Señor a Rojas, pronto se asimilaron a la comunidad nacional.

De la mensura del agrimensor Gómez Molina en las cercanías del futuro Ameghino, podemos establecer que el primer propietario legal de las tierras que hoy pertenecen a la localidad de Blaquier y sus alrededores fue Juan P. Wyrley Birch, del cual sólo podemos afirmar que operaba por intermedio de su apoderado Guillermo White. Es decir, esas 8.378 hectáreas, que antes de la mensura se calculaban en 8.281 hectáreas y fracción, fueron a parar a manos de otro inglés, Henry John Dury, quien a su vez vendería ese mismo campo a Alberto Blaquier, firmándose la Escritura correspondiente el 21 de noviembre de 1895.

Volviendo a los ingleses del futuro Ameghino, digamos que a través del dinamismo del matrimonio Tetley ­ya que hacía bastante que Jorge Newbery había abandonado la zona­, fue posible que a aquella remota región llegara en forma relativamente rápida el ferrocarril.

El mismo Diego Tetley, en 1895, comenzaría a subdividir a algunos de sus extensos campos en chacras y quintas. Esta cuestión le permitía ir abriendo calles. Esta circunstancia haría que las carretas, galeras o diligencias comenzaran a llevar al promisorio y pujante territorio a colonos, labriegos y, hasta, a algunos artesanos, los que al disfrutar la facilidad en su estadía comenzarían a radicarse en la región. En el futuro partido de Ameghino, en los primeros días de 1896 se concretaba la llegada del ferrocarril, siendo testigo de las pocas leguas que había hacia el Este como producto de la donación del señor Tetley.

Continuando con Ameghino, precisamente el 24 de marzo, un acriollado mister Tetley donaba al Ferrocarril Oeste 454,478 metros cuadrados para la definitiva instalación de la Estación y las vías. En forma simultánea, el susodicho, por su cuenta y riesgo, realiza el trazado de la zona urbana de lo que sería el pueblo de Ameghino, aunque la

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burocracia no desdeñó el momento para crearle problemas al pionero. La Dirección de Geodesia de la provincia de Buenos Aires no le quiere aprobar los planos pertinentes.

Finalmente, en Ameghino, la Dirección de Geodesia de la provincia de Buenos Aires aprueba el trazado realizado algunos años atrás por Tetley, es decir luego que el territorio estaba subdividido y delineado contando con pobladores estables, aunque ­a decir verdad­ su trazado no obedecía a regla urbanística alguna y que se llamó, en aquellos planos originales, “Las Medias Lunas”.

Esto explica que los planos confeccionados por mister Tetley se ejecutaran abriéndose calles, delineándose manzanas, etc. En ese mismo tiempo, el benefactor pre­ ameghinense comunicó a las autoridades provinciales su donación y la reserva de dos manzanas para la plaza pública, el hospital y la Iglesia.

Mientras, en lo que sería ­con el tiempo­ el Distrito de Ameghino y la localidad de Blaquier y según el Boletín de Servicio Nº 990 del Ferrocarril General San Martín, precisamente Alberto Blaquier, fue el donante de los terrenos sobre los cuales se construyó la Estación del Ferrocarril B.A.P. (Buenos Aires al Pacífico), que “auto homenajeándose” denominó con su apellido.

El Boletín Oficial de la República Argentina, el sábado 1º de julio, ratifica lo mencionado en el Boletín del Ferrocarril, al resolver ­con la firma del Ministro Horma­ con fecha 3 de julio de 1905, designar las distintas denominaciones de las Estaciones del ramal en construcción del Ferrocarril General San Martín, ubicadas de la Colonia Alberdi hacia el sudoeste, figurando en el Km. 69,933 la Estación Blaquier. También fueron creciendo lentamente la Colonia y Villa Príncipe Di Piemonte, con el aporte invalorable de inmigrantes europeos, hasta que el nombre de la Estación ferroviaria sepultó en el olvido al del pueblo. En el Distrito de Ameghino, como se dijo en el mencionado Boletín de Servicio del F.C.G.S.M., la habilitación concreta de la prestación ferroviaria se efectuó el 1º de diciembre de 1905, registrando, consecuentemente, el arribo del primer tren. La estadística del ramal Colonia Alberdi a Emilio V. Bunge del año 1905, registra para la Estación Blaquier: 28 pasajeros despachados, 17 recibidos, 3 toneladas de carga despachada y 11 toneladas recibidas.

En Ameghino, hemos omitido decir que una vez que quedó construida la Estación de Blaquier, el mismo Alberto Blaquier vendería todas sus tierras a Adolfo E. Casal. En noviembre de 1906, el agrimensor Graciano Ferrero llevaría a cabo la mensura de aquellos terrenos, ahora propiedad de Casal. Este lotea toda la fracción de chacras, dándole el nombre de Colonia y Villa Príncipe di Piemonte, iniciando, recién, la venta de partes del loteo en el próximo 1907.

Aunque la denominación dada por Casal no prosperó, debido a su iniciativa el pueblo de Blaquier posee en la actualidad, en su planta urbana, cuarenta y cuatro manzanas que corresponden a la mensura realizada por Graciano Ferrero con motivo del loteo mencionado.

En el partido de Ameghino, específicamente desde la Estación Blaquier ­durante 1906­ partieron 518 personas y arribaron 499, la mercadería despachada ascendió a 513 toneladas y la recibida fue de 805 toneladas.

En 1907, en el partido de Ameghino, Estación Blaquier, se duplicaron ­con respecto a 1906­ el número de pasajeros despachados y se triplicó el tonelaje de mercaderías recibidas.

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Esta simple estadística demuestra el estado embrionario de un núcleo de población que fue creciendo lentamente, y que desprovisto de los elementos esenciales para subsistir, recibía mayor cantidad de materiales y mercaderías de las que despachaba. En 1909, los habitantes del futuro partido de Ameghino, pero especialmente los de Blaquier, habían aumentado considerablemente, obligando a la Provincia de Buenos Aires a que creara una Escuela que fue bautizada con el nombre de Bernardo de Irigoyen y otorgándole el Nº 10. Fue el 8 de mayo de aquel año. Luego con la creación del partido de Florentino Ameghino pasaría a ser la Nº 2.

En lo que sería Ameghino, por iniciativa del presidente del Concejo Deliberante de General Pinto ­Valentín M. Graciano­ y por Ordenanza del 22 de septiembre de 1909, se creó la Delegación Municipal en Blaquier, siendo el primer Delegado Jacinto M. Varela. Le sucederían en el cargo: Antonio Véliz, Sebastián Maysonvave, Juan Maysonvave, Taumaturgo Gómez, Maiolo Maioli, Germán Gómez, Hugo Bove, Ramón Vidal, Justo Perata, Carlos Foulkes y Roberto Molina.

Recordemos que en lo que sería el partido de Florentino Ameghino, la llegada del ferrocarril había alcanzado regularidad a partir del 17 de noviembre de 1896, viniendo desde General Pinto y tratando de alcanzar General Villegas. Completemos la información diciendo que, hasta el 17 de septiembre de 1913, el futuro pueblo y la Estación de lo que hoy conocemos por Ameghino se llamaron “Halsey”, en homenaje a don Tomás Halsey, así como lo había determinado el Departamento de Obras Públicas de la provincia de Buenos Aires. Esto databa del 28 de mayo de 1896, cuando el gobernador Udaondo firmara el decreto que refrendara el Ministro Emilio Frers, al establecer la denominación de las Estaciones intermedias.

En la Delegación Municipal de Blaquier ­luego inscripta en el partido de Ameghino­, el 15 de junio de 1915 registraba su marca José María Laurenzena, inaugurando, precisamente, el registro de Marcas. El día 21 de ese mismo mes registraron las suyas Santiago Lahitte y Francisco Goya, haciendo lo mismo Leonardo Manessi el día 28. También desde ese año, Bruno Salomón se encargaría de la Estafeta Postal, otorgándole al recientemente creado pueblo un nuevo servicio.

En lo que sería el partido de Ameghino, con los años se acrecentaron las necesidades de mantenimiento de comunicaciones postales y el 6 de julio de 1920 se inauguraba la Oficina Postal, a cuyo frente estaría Andrés Corradi, quien se mantendría en el cargo hasta el 16 de febrero de 1925. En la Oficina Postal de Blaquier, más tarde partido de Ameghino, el nuevo jefe sería Antonio Álvarez, quien se mantendría hasta 1932, continuándole Julián Basabe, Antonio Rafael Leone, Braulio L. García, Emilio Bengoa y Eloy Madrid. El primer cartero fue Dionisio Gorosito, llevando correspondencia epistolar desde 1925 hasta 1934, siendo sucedido por Eloy Madrid, Osvaldo García, Luis Ghirardi, Lerman Aggio y Juan Carlos Carossio, entre otros.

En 1927 comenzaría a formarse una Comisión Pro­Cementerio de Blaquier (luego, partido de Ameghino), que registró su primer aporte mediante una donación de cien pesos, proporcionada por el club atlético Peñarol, que también donó el portón de hierro. El 12 de octubre de 1932, como consecuencia de la fusión de distintas instituciones del partido de Ameghino, como el “Centro Recreativo Juventud Unida”, “Atlético Peñarol” y “Boca Juniors” y se fundó el Club Social y Deportivo Blaquier, que en 1945 se fusionaría con el Club B.A.P. (Buenos Aires Pacífico), adoptando el color azulgrana de este último. En dicho Club se practicaban varias disciplinas deportivas. Además de fútbol, tenis, patinaje, bochas, ciclismo. Siendo sus equipos tenidos en una alta

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reputación en toda la zona. Cabe recordar a un gran deportista, como lo fue Simón Ottazzi.

Un adelanto importante para la localidad de Blaquier, en el partido de Florentino Ameghino, fue la inauguración de la Usina Eléctrica el 29 de septiembre de 1936. En un principio, hasta la llegada de la línea de alta tensión, los motores que generaban la energía eléctrica trabajaban desde las 7 de la mañana hasta las 12 de la noche. Aún hoy (año 2002) se encuentran esos motores y a veces se utilizan, ante un corte prolongado. El Cementerio de Blaquier, en el partido de Ameghino, se construyó sobre una hectárea de terreno donada por la Sucesión Juan B. Lacaze, habilitándose el 21 de mayo de 1939. Esta obra fue costeada por donaciones de todo el pueblo, siendo presidente de la Comisión Jesús Cadenas, el secretario Justo P. Perata y el tesorero Pedro J. Perata. Era ostensible el progreso de la zona de Ameghino, aunque a Blaquier le faltaba un lugar para la práctica del culto católico. El 1º de octubre de 1946 la visita del Obispo de Mercedes, Monseñor Anunciado ­parece que hacía mucho tiempo se venía adelantando su visita­ Serafini, fue motivo para reunir un gran número de fieles, quienes recibieron con entusiasmo la noticia de que en fecha próxima se construiría una Capilla, al ser colocada y bendecida la piedra fundamental en el terreno en el cual se levantaría el Templo. Años más tarde, Monseñor Serafini regresó para bendecir la Capilla “Asunción de María Santísima”, construida mediante la acción del Cura Párroco de Ameghino, Presbítero José Fuentes y el esfuerzo mancomunado de la Comisión Pro­Templo y vecinos.

En un periódico de Ameghino, el “Stella Maris”, de aquella época podemos leer: “El 3 de noviembre de 1946 ha sido para la localidad de Blaquier una fecha que no olvidará porque en el citado día pudo realizarse la inauguración del mástil que se levanta en la flamante plaza”. En Blaquier, futuro partido de Ameghino, en 1959 se creaba el Club Atlético San Martín.

En el partido de Ameghino, la vida social en las décadas que van de los años ´30 a los ´60, estuvo matizada por frecuentes reuniones bailables, picnics, carreras cuadreras, festejos patrios de la colectividad italiana, cuya actividad fue notoria en estos tiempos, con excelentes puestas en escena de obras de teatro, importantes confrontaciones deportivas. En cuanto, específicamente, a Blaquier, el Teatro Infantil tuvo destacada actuación bajo la dirección artística de la Profesora Ida Zóccola de Milessi, que llevó su talento hasta General Pinto, Germania y Ameghino. También son recordadas las fiestas y donaciones realizadas a beneficio del Hospital de Ameghino. En Blaquier ­más adelante partido de Ameghino­ se destaca la presencia de la denominada “Peña Palanca Rota”” constituida el 18 de mayo de 1967, realizando varias actividades y acciones para la localidad, entre las que se destaca la erección del Monumento a la Madre en la Plaza. El 17 de junio de 1968, por Resolución Nº 1429 del Ministerio de Educación de la provincia de Buenos Aires, fue creado el Jardín de Infantes de Blaquier (partido de Ameghino). En los considerandos refrendados por el entonces ministro de la Intervención (siendo algo suaves, para no decir “Dictadura”), don Alfredo Tagliabue, se menciona específicamente a la Asociación Peña Palanca Rota como principal responsable de la creación del Jardín de Infantes Nº 905, hoy Nº 902, que fue abierto a la actividad el 12 de agosto de 1968, funcionando en la casa de la Sra. María Gina de Lacaze.

El 11 de mayo de 1973, se inauguraba, en Blaquier, la Delegación del Banco de la Provincia de Buenos Aires, dependiente de la Sucursal de Ameghino.

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Antes, hablamos de la creación del Jardín de Infantes Nº 905 en la localidad de Blaquier, partido de Florentino Ameghino, aunque éste aún no tenía edificio propio. Con el tiempo comenzaron a recolectarse fondos para la construcción del Kinder, con el esfuerzo exclusivo de la población. El edificio del Jardín de Infantes se inauguraría en octubre de 1985.

El 17 de febrero de 1989, en Blaquier se inauguraban siete viviendas de Autoconstrucción. El 6 de mayo de 1989 se inauguran en Blaquier las obras de remodelación e iluminación de la Plaza pública.

En junio de 1990, se inauguraban en Blaquier las siete primeras cuadras de pavimento.

Fue aprobada la creación del partido de Florentino Ameghino ­el número 127º de la provincia de Buenos aires, actualmente son ciento treinta y cuatro­, por Ley provincial Nº 11071 de fecha 21 de marzo de 1991.

Desde ese momento comenzarían a realizarse obras de importancia. Todo el partido contaba con una población aproximada de 7.500 habitantes, y la de Blaquier era de unos ochocientos.

Fuente

Chiarenza, Daniel Alberto

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

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11 de Junio

Fundación de Buenos Aires

Segunda fundación de Buenos Aires por Juan de Garay ‐ 11 de junio de 1580

Luego de la exploración del Río de la Plata, transcurrió un período de cuatro años donde no se realizaron más hallazgos hasta que ese río recobró valor al considerárselo una posible vía para llegar al Perú, donde Pizarro había descubierto enormes riquezas. Para ello, el emperador Carlos V, envió una expedición al mando de Pedro de Mendoza, que comenzó sus preparativos en el año 1532, y en 1534, el 21 de mayo firmó la capitulación con el rey Carlos I por la cual se lo nombraba Adelantado, Gobernador, Capitán General y Justicia Mayor del Río de la Plata o Nueva Andalucía. Entre sus deberes figuraban, hacerse cargo de los gastos de la expedición, explorar el Río de la Plata e internarse hasta hallar los dominios del Rey Blanco. Para apoyar su autoridad, debía fundar tres fuertes de piedra. Pedro de Mendoza fue el primer Adelantado en el Río de la Plata.

Con algo más de 1.500 hombres y 14 naves, arribó a la Boca del Riachuelo, a fines de enero de 1536, lugar que consideró reunía las cualidades para ser puerto. El 3 de febrero se levantó el fuerte que no pudo ser hecho de piedra, ya que nos las había en el lugar. Santa María de los Buenos Aires, fue erigida en una altura, donde actualmente se halla el parque Lezama, protegida con zanjas. Eran chozas de barro y paja, y tapias de tierra apisonada. La expedición había partido con víveres pero no fueron suficientes, ya que era imposible reabastecerse. Los indios del lugar eran sumamente hostiles. Para ello, envió a una de sus naves, la Santa Catalina a Brasil y a Juan de Ayolas a remontar el Paraná con tres naves y 250 hombres. Muchos de ellos murieron en la travesía, los que volvieron, trajeron algunas provisiones.

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Los indios querandíes se ensañaron ferozmente contra los conquistadores. Ayolas levantó en las orillas del Paraná, cuando partió para buscar provisiones, el fuerte de Corpus Christi, el 15 de junio de 1536, y hacia allí se trasladó Pedro de Mendoza, dejando como gobernador interino en Buenos Aires, a Francisco Ruiz de Galán.

Cerca del fuerte de Corpus Christi, Mendoza fundó el de Buena Esperanza. Luego volvió enfermo a Buenos Aires y decidió retornar a España, pero falleció en alta mar en junio de 1537. Como Ayolas, su lugarteniente, había sido encomendado a remontar el Paraná para buscar las tierras del rey Blanco, desde donde nunca volvió al ser muerto por los indios, el fuerte de Buenos Aires quedó en manos de Francisco Ruiz de Galán.

Por Real cédula de 1537, se autorizaba a elegir Gobernador del Río de la Plata por mayoría de votos, si Mendoza no hubiera elegido lugarteniente. Como Mendoza, había designado a Ayolas y éste a u vez, había nombrado a Domingo Martínez de Irala, éste fue reconocido como gobernador y decidió despoblar el inseguro territorio del Río de la Plata, para trasladar a las personas al puerto de Asunción. A mediados de 1541, se concretó el traslado.

Desde la despoblación de Buenos Aires, los habitantes habían manifestado el anhelo de fundar una ciudad sobre las márgenes del Río Paraná. La situación de aislamiento de Asunción, hacía que los productos que llegaban desde España debieran recorrer un largo trayecto en dos etapas. Primero de Panamá a Lima, y luego de Lima a Asunción. Así, Juan de Garay, que había llegado a Asunción desde el Alto Perú en 1568, fundó Santa Fe, en su margen derecha, junta al río San Javier, a mitad de camino entre Asunción y el Río de la Plata. Nombrado Garay, gobernador interino, en ausencia del gobernador Torres de Vera y Aragón, se preocupó por realizar la segunda fundación de Buenos Aires, donde Mendoza había erigido el puerto de Buenos Aires, para continuar su propósito de “abrir puertas a la tierra”, estableciendo una ruta por el Atlántico.

Cuando se despobló Buenos Aires en 1541, hubo abandono de caballos y yeguas, los que naturalmente se multiplicaron. La apropiación de estos equinos, más la asignación de tierras aptas para el cultivo e indios para encomiendas, fue lo ofrecido para quienes estuvieran dispuestos a colaborar en la fundación. Se presentaron sesenta pobladores, que arribaron desde Asunción.

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Con sogas se realizó el trazado de la ciudad, un poco más al norte que la de Mendoza, cuya fundación se concretó el 11 de junio de 1580, bajo el nombre de Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires. En el mismo acto se designó a los regidores del Cabildo. La ciudad se fundó en nombre el rey Felipe, del adelantado difunto Don Juan Ortiz de Zárate y del licenciado Juan Torre de Vera y Aragón, su sucesor.

La ciudad fue diseñada de acuerdo a las Ordenanzas de Población de las Leyes de Indias de Felipe II, del año 1573.

La forma de la ciudad era rectangular, dividida como un tablero de ajedrez. Contaba con cincuenta manzanas, cuarenta y seis urbanas y las restantes destinadas a huertas. Las manzanas urbanas se dividían en cuatro solares, salvo las que se hallaban destinaban al Fuerte, a la Plaza Mayor, al Hospital San Martín de Tours y a los conventos.

Buenos Aires nació como puerto y pronto el nombre de la ciudad, Trinidad, fue olvidado, y comenzó a ser llamada por el nombre de su puerto: Buenos Aires. En 1583, Garay fue muerto por los indios.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

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11 de Junio

Manuel Dorrego

Coronel Manuel Dorrego (1787‐1828)

Tribuno, periodista y guerrero de la independencia argentina. Nació en Buenos Aires el 11 de junio de 1787 y fue bautizado con los nombres de Manuel Críspulo Bernabé. Fueron sus padres José Antonio Dorrego, portugués, y María de la Asunción Salas, porteña. Estudió gramática, filosofía y teología en el Colegio de San Carlos. Se lo recuerda como excelente latinista.

Del San Carlos pasó a la Universidad de San Felipe de Santiago de Chile. Cuando estalló la revolución de mayo se hallaba en dicho país ocupado en sus estudios. Allí se distinguió por su carácter altivo y su atrevido y fogoso valor, haciendo que bajo su dirección e impulso, sus condiscípulos influyesen poderosamente en el triunfo logrado el 18 de setiembre de 1810, por la revolución antimetropolitana y por su actitud, lucida y patriótica, el gobierno chileno le otorgó una medalla con esta inscripción: “Chile a su primer defensor”. Posteriormente fue premiado con el grado de capitán del batallón de “Granaderos de Chile” por su actuación en la represión del movimiento subversivo encabezado por el coronel realista Figueroa.

Volvió a su país en junio de 1811 acompañado por un contingente de reclutas chilenos. Acompañó a Saavedra en su misión al norte. Al mando de Díaz Vélez participó en el encuentro del 11 de enero de 1812, en Nazareno, donde recibió un balazo en el brazo derecho y una contusión en un pie, herida que no le impidió tomar parte con singular valentía en la acción del día siguiente, sobre el río Suipacha. Allí atravesó al frente de las guerrillas, y en el recio choque que sobrevino, Dorrego recibió una grave herida de bala en el cuello. Por su destacada actuación en estos hechos fue promovido a teniente coronel.

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Poco después se hacía cargo del mando del ejército el general Belgrano, quien comisión a Dorrego para que se trasladase a Buenos Aires a informar al Gobierno del estado del Ejército del Norte y solicitase refuerzos.

En la Batalla de Tucumán estuvo encargado de la infantería de reserva, siendo su actuación sumamente brillante y según el general Paz, “los que tuvieron los honores de la jornada fueron el teniente coronel Dorrego y el mayor Forest”. En la Batalla de Salta con su Batallón de Cazadores constituyó la primera columna de ataque a la derecha, logrando arrollar a la izquierda enemiga, siendo este éxito una de las causas preponderantes de la derrota sufrida por las tropas realistas.

A pesar de sus virtudes militares, Dorrego poseía un espíritu turbulento y juntamente con el coronel Carlos Forest se pusieron en pugna con el general en jefe, lo que obligó a Belgrano a ordenar la separación de Dorrego del mando y la formación de una causa, razón por la cual debió regresar a Jujuy cuando el ejército estaba en marcha hacia Potosí. Eso impidió que estuviera en las desastrosas actuaciones de Vilcapugio y Ayohuma. El general Belgrano dijo después de la primera de ellas que si hubiera estado presente el teniente coronel Dorrego, no hubiera sido batido el ejército patriota.

Cuando el ejército se replegó hasta Jujuy, Manuel Dorrego se incorporó nuevamente a él. Quedó a cargo de las fuerzas de avanzada que se situaron en Guachipas para alimentar una guerra de guerrillas, y con 500 nuevos soldados organizó un regimiento llamado de “Partidarios”. Al poco tiempo el general San Martín recibió el mando de aquel ejército y ordenó el repliegue de la fuerza hasta Tucumán. A fines de enero Dorrego sostuvo un combate en la Quebrada de Humahuaca contra el coronel Saturnino Castro.

A consecuencia de una discusión con San Martín, éste ordenó que fuese remitido a Santiago del Estero, a fines de febrero de 1814. Posteriormente regresó a Buenos Aires y se incorporó al ejército en operaciones en la Banda Oriental, que mandaba el general Alvear, el cual dio a Dorrego el mando de una de las divisiones. El 6 de octubre de 1814 batió completamente al caudillo Fernando Otorguez en Marmarajá, apoderándose de toda su artillería y tomando prisionero al propio caudillo con su familia. En cambio tuvo un traspié con el caudillo Rivera, quien lo derrotó en Salsipuedes en la jornada del 26 de diciembre del mismo año y en Arerunguá, el 10 de enero de 1815.

De regreso a Buenos Aires, Dorrego fue designado jefe del Regimiento 8 de Infantería, destinado a incorporarse al Ejército de los Andes. Mientras hacía todos los preparativos para su viaje a Mendoza lo sorprendió la orden de arresto del Director Pueyrredón. Esta fue motivada por un artículo que apareció en la “Crónica Argentina” del 13 de noviembre, en el cual su autor, que se creyó con fundamento fuese Dorrego, atacaba acerbamente a Pueyrredón. Una vez detenido decidieron su extradición, para ello fue embarcado en la goleta Congreso, que mandaba el capitán José Almeida, y que se hizo inmediatamente a la vela con destino a la isla de Santo Domingo. En marzo de 1817 lo embarcaron en otra goleta que lo condujo a Baltimore, Estados Unidos.

Luego de refutar victoriosamente uno a uno los cargos que le hicieron, el coronel Dorrego regresó a Buenos Aires el 6 de abril de 1820. El día 11, el gobernador Sarratea dictó un decreto declarándolo “buen servidor e inocente de falsas imputaciones”, reconociéndole su empleo militar y el derecho a percibir los sueldos correspondientes al tiempo que duró el destierro.

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En junio y julio de 1820 luchó contra el motín de Pagola y una junta electoral le dio el poder de gobernador interino. Peleó contra el chileno Carrera, Alvear y Estanislao López, y venció. Sin embargo el gobernador Martín Rodríguez lo confinó a Mendoza en marzo de 1821, sin razón aparente. Dorrego se refugió en la Banda Oriental, de donde volvió en marzo de 1823, en momentos de producirse la revolución del Dr. Gregorio Tagle contra Rivadavia. Este le dio mando de tropas y Dorrego actuó en la represión de los rebeldes.

En setiembre de 1823 fue elegido representante a la Legislatura y al año siguiente resultó reelecto. Desde su banca alegó por la causa de la Banda Oriental, contra la opresión y política portuguesa. Era ya, según el ministro norteamericano John Murria Forbes, el jefe militar del “partido patriota o popular”. En momentos en que Rivadavia se compromete con los capitalistas y financistas británicos, Dorrego aboga por una empresa de minas nacional, junto con Facundo Quiroga y Braulio Costa.

Hizo periodismo político y de estrategia nacional en las columnas de El Argentino y en El Tribuno, su órgano de lucha ideológica. En 1826 ocupó una diputación por Santiago del Estero en el Congreso Constituyente, y se convirtió en el principal tribuno del federalismo, atacando a la oligarquía portuaria. Aquí brilló en sus argumentaciones contra los principios seudo­aristocráticos de la Constitución rivadaviana.

El marcó a fuego el contenido antipopular de dicha Constitución, en la sesión de 25 de setiembre de 1826, cuando dijo: “¿Y qué es lo que resulta de aquí? Una aristocracia…. la más terrible, porque es la aristocracia del dinero. Y apuntó bien: “¿El que formará las elecciones será el Banco!”.

Al asumir el doctor Vicente López y Planes la presidencia provisional, lo nombró ministro de Marina y Relaciones Exteriores. El 12 de agosto de 1827, la Junta de Representantes lo eligió gobernador de Buenos Aires, por 31 votos. Tuvo como ministros a notables figuras del partido federal: Manuel Moreno, José María Roxas, Vicente López, Tomás Guido.

El 1 de diciembre de 1828, unas ochenta personas reunidas en la capilla de San Roque, sita en las actuales calles Defensa y Alsina de la ciudad de Buenos Aires, eligieron gobernador de la provincia homónima al general Juan Lavalle, cabeza militar del movimiento que ese mismo día, horas antes, había derrotado a Manuel Dorrego. Exprofeso decimos cabeza militar y no política, ya que el guerrero de Río Bamba fue el instrumento ideal de un nuevo episodio de guerra internacional disimulada, librado sobre el viejo frente del Este. Porque, digámoslo de una vez, el derrocamiento y fusilamiento de Dorrego, máxima figura del federalismo en ese momento, no fue otra cosa que el cumplimiento de la segunda parte de la “misión Ponsonby” en el Río de la Plata. La primera, de todos modos, estaba íntimamente ligada al motín decembrista: la creación de un Estado tapón en la margen oriental del Plata.

Todo lo dicho es fruto de la investigación histórica efectuada en las últimas décadas, sobre la figura y la acción del primer mártir federal y primera gran víctima del iluminismo argentino. Figura de una proyección nacional que ofrece pocos parangones en nuestra historia, porque, sin duda alguna, Manuel Dorrego planteó en la década rioplatense de 1820 la problemática clave de la Argentina, enfrentada en esos años a fuerzas exteriores de penetración ideológica, ya nunca más desalojadas de la vieja patria precapitalista, estoica y antiiluminista: la vieja patria con autoconciencia de soberanía, en base a un pueblo que aceptó la Revolución recién a partir de su primer caudillo, José Gervasio Artigas.

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Desde que el oriental Luis Alberto Herrera levantó entre nosotros la tapa de la gran olla donde se guardan los rastros de la “misión Ponsonby”, es mucho lo que se ha andado en cuanto al esclarecimiento de la acción diplomática y de las agresiones no bélicas desarrolladas por Gran Bretaña en esta parte de América. Imposible pasar por alto, cuando de eso se trata, el libro del canadiense H. S. Ferns, elaborado sobre testimonios documentales de fuentes inglesas, y un artículo del padre Guillermo Furlong, que ha venido a confirmar, con nombres y apellidos, la responsabilidad de quienes fueron instrumentos ideales en los trágicos episodios nacionales de diciembre de 1828. Los nombres consignados por el caballero Mandeville, que Furlong retoma en su trabajo, son los mismos, con leves variantes, indicados por otros testigos contemporáneos de los sucesos.

Se sabe, por un informe del cónsul norteamericano Forbes a su gobierno, que el movimiento contra Dorrego había trascendido el estrecho círculo de la logia política rivadaviana y era conocido, por anticipado. Enrique Pavón Pereyra incorporó un nuevo aporte reafirmativo al transcribir un fragmento de carta de Julián Espinosa al general Rivera, del 21 de noviembre de 1828, que dice lo siguiente: “La llegada de estas tropas hace recelar a alguno que van a servir para hacer una revolución contra el gobierno, de cuya revolución hace ocho días se habla públicamente; por los datos que yo tengo, no encuentro dificultad en que se verifique, mucho más si se hace militarmente. Me han asegurado que piensan poner al general Lavalle de gobernador, y que van a desconocer la Junta de la Provincia: si esto sucede vendremos a quedar gobernados por la espalda”.

Lord Posonby jugó fríamente su partida contra Dorrego, cuya caída aguaitaba “con placer” (según su propia confesión), y la ganó en la oportunidad propicia. Por su parte, el jefe del federalismo jugó todas las cartas, buscando alianzas americanas para doblegar al imperio del Brasil y por lo menos postergar la independencia definitiva de la Provincia Oriental: intentó el apoyo de Simón Bolívar, promovió la rebelión de los republicanos brasileños y reclamó la presencia del general San Martín para evitar la desmoralización que preveía del ejército en operaciones. No contó, lamentablemente, en su frente interno con toda la colaboración y el sentido nacional que hubiesen sido necesarios para librar contienda contra el grupo rivadaviano (Del Carril, los Varela y varios sacerdotes).

San Martín respondió al llamado, ciertamente, pero llegó a destiempo, después de 76 días de navegación. El Libertador partió de Falmouth, a bordo del “Chichester”, el 21 de noviembre de 1828, y al llegar a Río de Janeiro, en enero de 1829, tuvo conocimiento del golpe de Lavalle. El 5 de febrero arribó a Montevideo y en esta ciudad supo lo del fusilamiento de Dorrego, según lo contó él mismo al coronel Manuel de Olazábal. Lavalle le hizo llegar a bordo ofrecimientos diversos, a condición de que apuntalara la situación política, que ya se tornaba insoportable para el gobernador de facto. Pero el Libertador no lo escuchó.

La Argentina empezaba a erizarse de lanzas federales y la anarquía prendía sus fuegos. En la tarde del 12 de febrero, el barco levó anclas en Buenos Aires, rumbo a Montevideo, y esa fue la última vez que el Libertador contempló las orillas de su patria, que no le daba gozos ni descansos.

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El pueblo cantó al inolvidable caudillo y pensador federal:

Cielito y cielo enlutado

por la muerte de Dorrego,

enlútense las provincias,

lloren cantando este cielo

Cielo, mi cielo sereno

nunca más pompa se vio

que el día en que Buenos Aires

a Dorrego funeró.

Arrebatada la soberanía popular y consumado el crimen político, el 13 de diciembre, sólo un hombre de mano fuerte y de orden podía devolver las cosas a su quicio. Pocos meses después ese hombre iba a entrar en escena. Era un hermano de leche de Lavalle. Se llamaba Juan Manuel de Rosas.

Fuente

Turone, Gabriel O. – Coronel Manuel Dorrego (2007).

Chávez, Fermín – Iconografía de Rosas y de la Federación.

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).

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11 de Junio

Combate de Los Pozos

Combate de Los Pozos – 11 de junio de 1826

En 1825 el gobierno del Imperio del Brasil tras alegar que las Provincias Unidas del Río de la Plata apoyaron el desembarco de los Treinta y Tres Orientales, reforzó sus tropas en la Provincia Oriental y declaró bloqueados todos los puertos de las Provincias Unidas. Consecuentemente el 4 de noviembre de 1825 el general Juan Gregorio de Las Heras declaró rotas las relaciones diplomáticas con el Brasil y acto seguido el Imperio declaró la guerra, el 10 de diciembre de 1825, la cual duró tres años.

Por su parte el gobierno de Buenos Aires reconcentró en la costa del Uruguay un cuerpo de ejército a las órdenes del general Martín Rodríguez; hizo construir algunas baterías sobre el Paraná bajo la dirección del mayor Martiniano Chilavert, y confió al coronel Guillermo Brown el mando de una corta flotilla, la cual se aumentó algunos meses después por una suscripción de los ciudadanos pudientes. (1) Esta última medida era tanto más urgente por cuanto el Imperio dominaba los ríos de la Plata, Uruguay y Paraná, por haber fortificado la Colonia y Martín García y porque hacía efectivo el bloqueo con una escuadra poderosa.

Y mientras la atención se contraía a lo largo de los ríos que limitaban por el lado argentino lo que, según todas las probabilidades, sería el teatro de la guerra, el Imperio preparaba una invasión por la costa sur de Buenos Aires y trabajaba en su favor el ánimo de algunos caciques de los indios que permanecían en son de guerra desde la última expedición del general Rodríguez. Apercibido de ello el gobierno se apresuró a conjugar ese doble peligro que podría reducir el territorio de Buenos Aires a los extremos más difíciles.

Al efecto el ministro García llamó al coronel Juan Manuel de Rosas y le manifestó que el gobierno tenía las pruebas de que los imperiales querían apoderarse de Bahía Blanca y de Patagones para concitar a los indios a que penetrasen en Buenos Aires y obligar al gobierno a distraer hombres y recursos. Que en vista de esto, el gobierno le ordenaba se trasladase a la costa sur, se valiese de su influencia sobre los caciques para impedir que se aliasen con los imperiales y pusiese en estado de defensa aquellos dos puntos amenazados. Esta comisión era tan importante como urgente, pues las autoridades de Patagones acababan de apresar a cuatro oficiales imperiales que habían bajado de una corbeta surta en ese puerto.

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El gobierno había encomendado poco antes a Rosas el negociado pacífico con los indios, y nombrándolo enseguida en unión del coronel Juan Lavalle y de Felipe Senillosa para que midiesen la nueva línea de fronteras. Terminado el encargo de estos últimos, Rosas continuó en la negociación con los indios hasta que en virtud de las circunstancias apremiantes que el gobierno ponía de manifiesto, envió algunos indios y a dos indias de cuyos hijos él era padrino, para que invitasen a los caciques Pampas, Tehuelches y Ranqueles a un gran parlamento que tendría lugar más allá del Tandil, y muy principalmente a los caciques Chañil, Cachul y Lincon que se obstinaban hasta entonces en no aceptar ningún arreglo. No sin vencer grandes dificultades tuvo lugar el parlamento, con asistencia de los caciques nombrados, bajo la fe del compromiso personal que Rosas contrajera de que había de cumplirse lo que estipularan. Rosas se dirigió solo al campamento de los indios y arregló allí la fijación de la línea de frontera, comprometiéndose aquéllos a permanecer en paz con el gobierno. (2)

Seguro que estos caciques no moverían sus toldos (que no los movieron durante la guerra con el Brasil), Rosas se concentró entonces en defender los puntos amenazados. Engrosó con 200 hombres los piquetes de voluntarios y de blandengues que al mando del capitán Molina guarnecían Patagones. Reforzó la batería de la costa con cuatro cañones bien dotados. Sitió cerca de ese punto varios toldos de indios amigos, y puso estas fuerzas a las órdenes del coronel Francisco Sosa. Con ellas y con las que comandaba el coronel Estorba en Bahía Blanca, y alejado el peligro de que los indios se entendiesen con los imperiales, era muy difícil que éstos pudieran penetrar con ventaja por esa costa.

Los imperiales sufrieron, en efecto, un ruidoso fracaso. Durante la noche desembarcaron como 700 hombres en la costa entre Bahía Blanca y Patagones, con el intento de sorprender la guarnición de este último punto. Los sintió Luis Molina, antiguo soldado de San Martín y hombre de valer entre los indios, como que a sus aventuras en la vida del desierto, unía la circunstancia de ser casado con la hija del cacique Neukapan, uno de los que Ramos Mejía había reducido en Kaquel. Este y el coronel Sosa diseminaron sus fuerzas formando un extenso semicírculo en la costa escarpada y crespa de totorales, cangrejales, etc., y antes de venir el día le prendieron fuego al campo. Los imperiales fueron presa de las llamas y los que se salvaron de éstas, o murieron a manos de los republicanos, o fueron hechos prisioneros. El capitán Juan Bautista Thorne completó este suceso apoderándose con su bergantín de la corbeta Icapavari, cuya tripulación había bajado a tierra para asegurar más el éxito de la invasión.

Los imperiales no fueron por entonces más felices en los ríos, con ser que se pretendían dueños del Plata y sus afluentes. En los últimos días de mayo de 1826 el bergantín argentino Balcarce, las goletas Sarandí, Pepa y Río, dos cañoneras y dos transportes, se habían abierto paso hasta Las Conchillas desembarcando allí fuerzas del ejército de operaciones. Para vengar este fracaso, la escuadra imperial, compuesta de 30 buques, se acercó en el mediodía del 11 de junio a Los Pozos, donde estaba fondeada parte de la flota argentina, a saber: cuatro buques de cruz y siete cañoneras. El almirante Guillermo Brown las recibió con un fuego bien sostenido. Después de quince minutos los barcos imperiales viraron en vuelta del sur. Diez mil espectadores presenciaron este combate desde la rada de Buenos Aires, hasta la tarde en que incorporándose a Brown los buques que regresaban de la Banda Oriental, los imperiales se pusieron fuera del tiro del cañón.

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Estas ventajas navales contrastaban con la inercia en que permanecía el ejército imperial. Otro tanto pasaba en el ejército argentino, bien que esto se atribuía a últimos arreglos que hacía el general Las Heras para ir a mandarlo en jefe. Y quizá por esto renunció el gobierno provisorio que desempeñaba, e insistió en su renuncia encareciéndole al Congreso que estableciese el ejecutivo nacional permanente. En la necesidad de sustituir al general Las Heras, el Congreso creó por ley del 6 de febrero de 1826 el Poder Ejecutivo y por unanimidad menos tres de sus miembros nombró a Bernardino Rivadavia presidente de las Provincias Unidas.

Juan Cruz Varela cantaba así el combate de Los Pozos:

¡Pero Brown está en ellas!

Pocos somos, amigos

Más la bandera

Que nunca al viento se tendió sin gloria,

Hoy como en otros días

La mano la clavó de la victoria

Aquí en el mástil de las naves mías

Referencias

1) Esta suscripción a la Empresa naval era, o con calidad de reembolso, o gratuitamente. El boleto Nº 451 (conservado por Adolfo Saldías) acredita que el entonces coronel Juan Manuel de Rosas se suscribió gratuitamente con 500 pesos.

2) En esas circunstancias se había desarrollado la viruela en algunas tribus. Como resistieran la vacuna, Rosas citó ex profeso a los caciques con sus tribus y se hizo vacunar él mismo. Bastó esto para que los indios en tropel estirasen el brazo, de manera que en menos de un mes recibieron casi todos el virus

Fuente

Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina

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11 de Junio

Juan Agustín Maza

Dr. Juan Agustín Maza (1784‐1830)

Nació en la ciudad de Mendoza el 4 de mayo de 1794, siendo sus padres, el teniente coronel de milicias urbanas Isidro Sáenz de la Maza, y Petronila Sotomayor. Cursó estudios primarios en su ciudad natal, pasando después a la Universidad de Santiago de Chile, para seguir los de abogado, graduándose en derecho el 24 de enero de 1807. Culto, inteligente, de carácter elevado y filantrópico, poseía hermosas dotes oratorias y otras calidades descollantes que pronto le dieron autoridad moral en su Provincia, prestigio merecido que haría conocer su nombre en todo el país. El 21 de marzo de 1810, la Real Audiencia le otorgaba el título de abogado.

Al estallar la revolución de Mayo, el Dr. Maza fue uno de sus más decididos campeones en su provincia para derramar las nuevas ideas en el pueblo mendocino, siendo el de su Capital uno de los que más fervor patriótico reveló en aquella emergencia, en la que pronunció un fogoso discurso que enardeció los espíritus y le valió a Maza una demostración popular sin precedentes.

Formando parte del Cabildo en 1815, tuvo en el Dr. Maza el entonces coronel José de San Martín, uno de los más decididos colaboradores para la formación del Ejército de los Andes. Poco después era designado diputado por Mendoza al Congreso de Tucumán, siendo allí, en el Magno Cuerpo Legislativo de la Patria, uno de los más decididos sostenedores de la idea de la declaratoria de la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Lo acompañaron en su gestión representativa por la entonces Provincia de Cuyo, el general Juan Martín de Pueyrredón, Francisco Narciso Laprida, Tomás Godoy Cruz y fray Justo Santa María de Oro.

Se encontraba radicado en Mendoza cuando a fines de 1822, la escasez de numerario producía grandes trastornos en el comercio, llegando hasta el extremo de abusarse escandalosamente de la falsificación de la moneda cortada española de la época colonial. Pedro Molina, gobernador a la sazón, se decidió a establecer por ley de la Asamblea Provincial, un cuño para amonedar pesetas y cuartos de plata. Este cuño había sido abierto sin ninguna garantía contra la falsificación de la moneda anterior, por lo que la Legislatura se propuso emplear en la acuñación un tipo difícil de imitar por los falsificadores, sancionado el 5 de julio de 1822, que se batiese de moneda de oro y plata

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de cordón, en lugar de cortada, pero esta ley no tuvo efecto por los muchos gastos que requería su ejecución.

Entre tanto la crisis monetaria iba en aumento, y el 29 de abril de 1824, el Dr. Maza fue uno de los vecinos que encabezaron la junta popular que se presentó al Cabildo pidiendo la separación inmediata del mando del gobernador Molina, a consecuencia del deplorable estado a que había conducido a la provincia, pronunciando en aquella ocasión un discurso elocuente para probar la conveniencia de organizar al poder Ejecutivo bajo la forma de un triunvirato, el que fue organizado con el propio Dr. Maza, Buenaventura Aragón y Juan Agustín Videla.

El Dr. Maza en aquella oportunidad fue levantado en hombros y conducido así a su casa, siendo tradicional que el pueblo de Mendoza no ha rendido ovación más clamorosa, espléndida y espontánea, fuera de la tributada al vencedor de Chacabuco y Maipú.

Pero el triunvirato sólo duró un día, pues Molina sostenido en la mayoría de su partido, en la Legislatura y en el Cabildo, presentó su renuncia al día siguiente, pero ésta no le fue aceptada, y el Dr. Maza, habiendo manifestado a la Sala de Representantes que no habiendo sido legalizado su nombramiento, hacía dimisión de él.

Cuando en 1825, el Congreso Nacional requirió la opinión de las provincias sobre la forma de gobierno que más deseaba, el Dr. Maza formó parte de la comisión que la Legislatura encargó para presentarle el proyecto que había sancionado el 25 de octubre, en el que constaba “que la provincia de Mendoza se pronunciaba por la forma federal de gobierno, semejante a la que rige tan prósperamente en los Estados Unidos de la América del Norte y con las modificaciones que el Congreso estimara convenientes a la naturaleza y estado de las provincias”. El 2 de octubre de 1829 fue nombrado ministro del gobierno de José Clemente Benegas, cargo que ejerció con acierto.

El Dr. Juan Agustín Maza fue una de las víctimas inmoladas por los indios en la tragedia del Chacay, en junio de 1830; el gobernador Juan Corvalán que había sido derrocado primeramente por el coronel Juan Agustín Moyano y después por el coronel José Videla Castillo, huyó a refugiarse entre los indios del sur, reunidos a las fuerzas del cuadrillero Pincheira, el famoso bandolero español, transformado en cacique. Lo acompañaba el Dr. Maza, el coronel José Aldao y otros personajes, los que creyendo a los indios sus amigos, se refugiaron en la tribu del cacique Coleto. Los bárbaros hicieron una verdadera masacre el día 11 del mes de referencia, en la que halló la muerte el Dr. Maza con sus compañeros de infortunio.

Un año después, en 1831, el gobierno de Mendoza hizo trasladar los restos de las víctimas del Chacay al cementerio de Mendoza, siendo enterrados todos juntos, pero no se conoce el lugar exacto donde se realizó la operación.

El Dr. Maza, por su ilustración y competencia, en 1821 fue designado para ocupar una cátedra de jurisprudencia en el Colegio de la Santísima Trinidad.

Había contraído matrimonio con Lorenza Moyano.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

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11 de Junio

Juan Reje Corvalán

Juan Reje Corvalán (1790‐1830)

Nació en Mendoza alrededor de 1790, siendo sus padres Francisco de la Borja Corvalán y María del Carmen Rosas. Descendía de Felipe Reje Corvalán que fue gobernador del Paraguay en 1671. Desempeñó cargos municipales en su ciudad natal y cuando estalló el movimiento emancipador, también prestó servicios militares; el 15 de diciembre de 1812 le fueron extendidos despachos de teniente de la 1ª Compañía de Cívicos Blancos de Mendoza por el gobierno de Buenos Aires; documento del cual se tomó razón en la Aduana de aquella ciudad el 1º de febrero de 1813. El 9 de octubre de 1815 pasó a revistar como ayudante mayor del Cuerpo Cívico de Infantería, y el 16 de enero de 1816 ascendió a capitán de la 5ª Compañía del Batallón de Cívicos Blancos; pasando el 4 de marzo del mismo año a mandar la 4ª Compañía del Batallón de Cívicos Pardos, cuyos despachos le fueron extendidos por el gobierno de Buenos Aires de los que se tomó razón en la Aduana de Mendoza el 23 de marzo de igual año. En este último cuerpo Corvalán desempeñó funciones de sargento mayor interino.

Servía aún en dicho Batallón el 17 de abril de 1820, fecha en que solicitó en Mendoza una certificación de sus servicios, que le expidieron: el comandante de Cívicos, teniente coronel Pedro Molina, el día 20 del mismo mes; y el comandante de Pardos y Morenos, teniente coronel de ejército Manuel Corvalán, el día 30 del precitado mes y año.

Por varios períodos representó a su partido (federal) en la Legislatura y en 1826 desempeñó la presidencia de este cuerpo, época en que por ausencia del gobernador propietario le correspondió regir interinamente los destinos de Mendoza. Poco después fue elegido gobernador titular, realizando un gobierno pacífico hasta el 10 de agosto de 1829, en que lo derrocó el movimiento encabezado por el coronel Juan Agustín Moyano. Encendida la guerra civil y triunfante el partido de Corvalán gracias al apoyo de los Aldao, el 23 de setiembre del mismo año fue repuesto en el mando.

Bajo su administración fue rechazada la constitución unitaria sancionada el 24 de diciembre de 1826, y en réplica a ella, formó una confederación –que involucraba a la vez una liga ofensiva y defensiva­ constituida por las provincias de Mendoza, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Santiago del Estero, la Rioja, Salta, San Juan y San

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Luis, en conformidad con el pensamiento del coronel Manuel Dorrego, jefe del federalismo.

Las agitaciones locales, impidieron a Corvalán hacer un gobierno de progreso y orden, realizando, sin embargo, mejoras de carácter administrativo. Hallándose ausente de Mendoza por motivos de servicio público, su delegado, Pedro Molina, fue derrocado el 8 de abril de 1830 por un movimiento popular, producido por la noticia de la aproximación de los coroneles Santiago Albarracín y Luis Videla al Cantón de El Retamo, con fuerzas procedentes de Córdoba, pertenecientes al ejército del general Paz, vencedor de Oncativo. Lo reemplazó el día 10, Godoy Cruz.

El gobernador Corvalán, con algunos de sus parciales, tomó rumbo sur, avanzando hasta Malargüe, mientras el coronel José Aldao se quedó sobre las costas del Salado con las fuerzas que llevaba. Se puso en contacto con los comisionados de Pincheira, cuya alianza buscaba Corvalán para tratar de recuperar el poder. Llegado al campo de Chacay, el 10 de junio, al avistarse una columna de indios, el gobernador Corvalán levantó su campamento y se puso en marcha a Pichichacay, donde se alojó con el designio de reunir las caballadas, mulas y ganados de los particulares que andaban en la división. A las dos de la tarde de este día, los indios se pusieron a correr la caballada de Aldao, y le arrebataron una parte considerable, lo que exasperó a éste. El día 11 los caciques mandaron al capitán Gatica con un mensaje, para exponerle que sentían infinito lo que había acontecido el día anterior y que para prueba de esto suplicaban a Corvalán, Aldao y toda su comitiva, se dignasen pasar a su campamento para darles una completa satisfacción, castigando a su presencia los indios y devolviéndoles la caballada. El capitán Gatica aconsejó a Aldao que de ningún modo moviese su campo, porque los infieles entrarían en desconfianza por sus operaciones, pero no fue escuchado y se puso en movimiento en dirección a San Rafael. Por las nuevas instancias que le formularon los caciques se trasladó al campamento de éstos, el coronel Aldao, Corvalán, su comitiva y algunos jefes y oficiales. Al llegar, encontraron a los indios formados en batalla; inmediatamente dijeron a Aldao que contase el número de estos últimos, y habiendo empezado a verificarlo, al llegar a la mitad de la línea, recorrieron por sus flancos y formaron un círculo, encerrando en él a la comitiva; el cacique Coleto dio la señal de cargarlos, siendo el primero en dar un golpe mortal sobre Felipe Videla, y consecutivamente fueron asesinados: Juan Corvalán, Gabino García, Dr. Juan Agustín Maza, Juan Francisco Gutiérrez, coronel Aldao, coronel Gregorio Rosas, comandante de escuadrón José Gregorio Soto, José Hilarnes y 20 o 30 hombres más individuos de tropa. El ayudante mayor Juan Saavedra, herido de 2 lanzazos, logró salir del campo, pero fue a caer sobre el campo de Pincheira, donde murió al día siguiente (12 de junio).

El 15 de julio de 1831 el gobierno de Mendoza dispuso el traslado de las cenizas de aquellos mártires a la Capital, donde fueron enterrados el 17 de agosto del mismo año colocándoseles un obelisco con la inscripción: “La Patria en testimonio de su gratitud a la ilustre memoria de los mártires de la libertad en el Chacay”. Juan de Rosas fue el comisionado para el cumplimiento de aquel piadoso deber, y el 5 de setiembre de 1831 informaba a la Superioridad haber cumplimentado su mandato.

Juan Reje Corvalán contrajo matrimonio en Mendoza, el 18 de diciembre de 1816, con Manuela Rosas, mendocina, hija de Javier Rosas y de Mercedes Correas. La viuda de Corvalán sobrevivió a su esposo hasta fines de 1866, en que falleció en su ciudad natal.

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Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Yaben, jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).

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11 de Junio

José Ignacio Garmendia

Nació en Buenos Aires el 9 de marzo de 1841, siendo sus padres José Ignacio de Garmendia y Alurralde, y Manuela Suárez y Lastra. Se educó en su ciudad natal, siguiendo los estudios superiores en el Colegio de San Carlos hasta el año 1859, en que con motivo del estallido de la guerra entre la Confederación y el Estado de Buenos Aires, se enroló como soldado en el 1er Batallón del 1er Regimiento de la Guardia Nacional de esta ciudad, con fecha 1º de junio de aquel año; marchando de inmediato (el 4 de julio) a la isla de Martín García, a formar parte de la compañía del capitán Héctor Varela. Allí permaneció dos meses, al cabo de los cuales regresó a esta Capital, recibiendo los despachos de subteniente de bandera del Batallón 2º de Guardias Nacionales que mandaba el comandante Emilio Castro.

Pocos días después marchó a San Nicolás, donde permaneció hasta que se dio la batalla de Cepeda, tomando parte Garmendia en el último acto de la retirada por haber salido su batallón a proteger esta operación. Asistió al combate naval librado el 25 de octubre de 1859 frente a San Nicolás, y también a la defensa de esta ciudad en el corto sitio a que la sometió el general Urquiza hasta el tratado del 11 de noviembre.

El 28 de julio de 1861 ascendió a teniente 2º, y poco después fue destacado de guarnición a un buque de la escuadra, a cargo del comandante Mazzini, con el cual se

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dirigió a San Nicolás de los Arroyos en observación de las fuerzas navales de la Confederación. Tiempo después bajó a Buenos Aires y marchó a incorporarse a su batallón que se hallaba en Villa Mercedes, con el cual se reunió en Rojas al ejército de operaciones, asistiendo a la batalla de Pavón, el 17 de setiembre de igual año, siempre a las órdenes de Emilio Castro. En la noche de aquella jornada, el teniente Garmendia fue destacado con 6 hombres de avanzada sobre el flanco de la estancia de Palacios, donde tuvo lugar un tiroteo con un destacamento enemigo, tomando varios prisioneros.

Más tarde tomó parte en la retirada del ejército hacia San Nicolás, y en la operación que desde este punto inició a Pergamino, marcha que fue hostilizada por las fuerzas del general Urquiza. Desde este punto marchó con el general Venancio Flores a incorporarse al grueso del ejército, que concentrado, marchó enseguida a Rosario. Terminada la campaña, regresó a Buenos Aires en enero de 1862.

En 1864 fue nombrado oficial de la Legación Argentina en Montevideo y Río de Janeiro, con el ministro Mármol, y al año siguiente, al estallar la guerra con el Paraguay, renunció el puesto que desempeñaba que le aseguraba una hermosa carrera que se adaptaba a su temperamento social, para incorporarse como capitán de la 1ª compañía del 1er Batallón de la División “Buenos Aires”, el 14 de mayo de 1865.

En la campaña del Paraguay fue actor en las siguientes operaciones, combates y batallas:

Marcha concéntrica de Concordia al Paso de la Patria; pasaje del río Paraná el 16 y 17 de abril de 1866; en un reconocimiento con su compañía a las órdenes del coronel Miguel Martínez de Hoz, sobre el frente de nuestro campamento en Itapirú, el día 20 del mismo mes; batalla de Tuyutí, el 24 de igual mes; demostración a la derecha del Palmar, el 18 de julio del mismo año; movimiento envolvente sobre Tuyú‐Cué, en julio de 1867; combate de avanzadas en este punto, frente al Angulo, a las órdenes del coronel Azcona, en el mismo mes y año; en una sorpresa, en la avanzada de Tuyú‐Cué, que tuvo lugar en el momento de la descubierta que efectuaba el comandante Acosta; en un encuentro de avanzadas en el mismo punto, a las órdenes del comandante Gaspar Campos, que se hallaba de jefe de día; en el sitio, bombardeo y reconocimiento de Humaitá; y en un combate de avanzada frente a esta fortaleza, a las órdenes del coronel Donato Alvarez. Refiriéndose a este hecho de armas, este Jefe, en un informe

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sobre los servicios del en aquella época coronel Garmendia, dice: “El Sr. Coronel D. José Ignacio Garmendia se encontró en el combate parcial que tuvo lugar frente a Humaitá el 14 de julio de 1868; el Regimiento General San Martín a mis órdenes, contra las fuerzas que guarnecían las fortificaciones de Humaitá. El teniente coronel entonces –prosigue Alvarez‐ D. José Ignacio Garmendia fue mencionado en el parte oficial que elevé al General en Jefe del Ejército, por su brillante comportación en aquel sangriento combate, y aparte de esto, fue saludado por los S. S. oficiales del Regimiento mencionado por la serenidad del comandante Garmendia en lo más recio de la pelea. Es cuanto tengo que informar a V. S. al respecto. – Buenos Aires, noviembre 18 de 1867 – Donato Alvarez”.

Por su valerosa comportación en tan rudo batallar, Garmendia fue ascendido a sargento mayor el 10 de junio de 1867, con antigüedad de 1º de abril del mismo; y a teniente coronel, el 1º de febrero de 1868.

Se halló en la batalla de las Lomas Valentinas, el 27 de diciembre de este último año, siendo mencionado en el parte oficial por el coronel Olmedo. En esta acción de guerra se distinguió cargando valientemente a la bayoneta con su batallón, el del coronel José María Morales y el del comandante Piñero, y poniendo en precipitada fuga al enemigo que había rodeado y tenía en situación crítica las fuerzas del coronel Olmedo.

En el sitio y rendición de la Angostura, el 30 del mismo mes de diciembre, siempre al mando de su batallón, cargo que ejercía desde el asalto de Curupaytí, fue nombrado comisario argentino para el reparto de los trofeos allí conquistados. El teniente general Luis María Campos en una certificación de servicios fechada el 2 de diciembre de 1887, refiriéndose a esta comisión de Garmendia, dice “…Recuerdo que yo mismo fui a visitarlo, estando aún herido a consecuencia de la batalla de las Lomas Valentinas, cuando Garmendia trataba de convencer al comisario brasilero que a los argentinos le tocaba el gran cañón “El criollo”, que está en nuestro parque; así como a los brasileños ya se le había adjudicado “El Cristiano”, otro gran cañón que tomamos en Humaitá”.

Fue entonces atacado gravemente por el cólera, y como se resistiese Garmendia por delicadeza militar, bajar a la Capital, el Gobierno dispuso cumpliese de inmediato este requisito indispensable para su pronta cura, como lo acredita el siguiente documento:

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“Guazú Virá, Julio 3 de 1869 – Al señor teniente coronel D. José Ignacio Garmendia. En nota de fecha 10 de junio ppdo., dirigida a S. E. el señor General en Jefe, dice el Ministerio lo siguiente: Teniendo conocimiento este Ministerio que el teniente coronel D. José Ignacio Garmendia se halla enfermo en la Asunción, sin querer bajar a ésta por motivos de delicadeza, tengo el honor de dirigirme a V. S. a fin de que disponga lo conveniente para que este jefe sea conducido a esta Capital, a seguir su curación. Dios guarde a V. E. – M. de Gainza”.

“Cumplida la orden de transmitir a Ud. esta nota del Excmo. señor Ministro, réstame sólo agregar que consultando su pronto restablecimiento, y en el interés de que se encuentra Ud. en aptitud de volver pronto a prestar al Ejército el valioso contingente de sus servicios, aconsejo a Ud. se traslade a Buenos Aires. Dios guarde a Ud. – Julio de Vedia”.

Después de cumplimentar aquella orden, bajó a esta Capital y apenas mejorado, regresó a la zona de guerra, a pesar de su salud quebrantada, a continuar la campaña y asistir a ésta hasta su total terminación. Regresó a Buenos Aires a comienzos de 1870 y con fecha 25 de abril de este mismo año le fueron extendidos despachos de teniente coronel de infantería de línea, siendo nombrado jefe del Batallón Provincial.

A principios del mes de referencia, fue enviado por el presidente Sarmiento a las islas del río Uruguay, donde apresó 100 ciudadanos orientales, que a las órdenes del coronel Ferrer intentaban invadir el Estado Oriental. A fines del mismo mes de abril, con motivo de le rebelión jordanista, marchó con el batallón de su mando y desembarcó en Gualeguaychú, donde se incorporó al ejército que organizaba el general Emilio Mitre, el que debía abrir las operaciones desde aquel punto, siendo actor de casi todos los hechos en que intervinieron aquellas fuerzas. Desde la estancia de Comas fue enviado Garmendia a la ciudad de Paraná, donde se hallaba sitiado por los revolucionarios el coronel Francisco Borges, entre cuyas fuerzas se contaba el Batallón “Goya”, a las órdenes del coronel Plácido Martínez.

Después de algunas marchas forzadas, penetró en aquella ciudad, donde asistió a varias salidas; una hasta los corrales de Abasto, donde tuvo lugar una escaramuza contra fuerzas enemigas; siendo en todas rechazado el enemigo. Una de estas salidas fue mandada por Borges y otra por el comandante Julio A. Roca. Posteriormente, Garmendia fue enviado a reforzar la guarnición de Gualeguaychú. Era jefe de esta

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plaza, el teniente coronel Reinaldo Villar, quien en informe fechado el 8 de diciembre de 1886, dice:

“Durante el tiempo que el comandante Garmendia permaneció en Gualeguaychú, este jefe fue objeto de las mayores distinciones, tanto del pueblo como de sus compañeros de armas, pues su conducta, como la disciplina de su tropa, fueron dignas de la fama que precedía a tan distinguido Jefe”.

Terminada la campaña con la destrucción de las montoneras de López Jordán, Garmendia regresó a Buenos Aires, desempeñando siempre las funciones de jefe del “Batallón Provincial”; ejerciendo por dos veces consecutivas el cargo de diputado por la provincia de referencia.

En mayo de 1872 marchó a la frontera del Oeste, donde permaneció hasta el mes de junio del año siguiente. Durante este tiempo hizo una expedición con el coronel Hilario Lagos hasta “Las Tunas”; como prueba de la estimación que Garmendia tenía entre el vecindario del 9 de Julio, los vecinos le facilitaron los caballos con que realizó la operación.

Cuando tuvo lugar en octubre de 1872 la gran invasión a la “Tapera de Díaz”, marchó desde el partido 9 de Julio con 40 hombres de su batallón, y después de 24 horas de marcha, sin descanso, logró incorporarse en el campo de batalla a las fuerzas del coronel Borges, quien batió a los indios en el lugar denominado “Bayanca”, siendo recomendado en el parte de este Jefe por su llegada oportuna al lugar de la lucha.

En enero de 1873, poco después de aquel hecho de armas, Garmendia quedó encargado de la Frontera del Oeste, cuando el titular, coronel Hilario Lagos, realizó su expedición a los toldos de Pincén. Más tarde fue enviado a los toldos de Coliqueo, donde permaneció hasta junio del mismo año, construyendo allí un campo atrincherado para defenderse de los salvajes. En la última fecha citada bajó a Buenos Aires, dejando en la frontera la mitad del Batallón Provincial. Remontó de nuevo este cuerpo y marchó con él a la segunda guerra civil que acababa de estallar en la provincia de Entre Ríos, nuevamente encabezada por López Jordán.

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En junio de 1873 marchó al pueblo de Concepción del Uruguay, cuya guarnición estaba a las órdenes del coronel Luciano González, siendo nombrado Garmendia 2º jefe de la plaza, cuya defensa organizó, según consta de las órdenes generales impartidas y otros documentos. El 15 de octubre del mismo año, el comandante militar de aquel punto comunicaba a la Autoridad Superior, que al emprender una expedición a Gualeguaychú, dejaba el mando de la guarnición del Uruguay al teniente coronel Garmendia. Con el batallón a sus órdenes, este Jefe se embarcó el 29 de diciembre de igual año, en aquel puerto, de regreso a Buenos Aires, realizando el viaje en el vapor de guerra “Coronel Espora”; por habérselo así ordenado el gobernador de la última provincia nombrada en virtud de órdenes superiores recibidas al efecto.

Cuando estalló la revolución del 24 de setiembre de 1874, el comandante Garmendia actuó en la campaña realizada para dominarla, en clase de Jefe del Estado Mayor del Ejército del Sud, al mando del coronel Julio Campos; habiendo sido organizadas aquellas fuerzas sobre la base del aguerrido Batallón Provincial, cuya brillante comportación en las distintas campañas a que asistió está perfectamente señalada por la documentación existente. El 11 de setiembre del mismo año, Garmendia solicitó permiso al Gobierno Nacional para aceptar el empleo de coronel de las milicias bonaerenses, lo que le fue concedido el día 16 del mismo mes. Por decreto del 18 de diciembre de igual año, el coronel Garmendia fue nombrado Fiscal del Consejo de Guerra encargado de juzgar al general Mitre y demás jefes revolucionarios en la provincia de Buenos Aires.

En julio de 1875, durante el amago de una invasión a la Frontera del Oeste, fue designado por el Ministro de la Guerra, Dr. Alsina, comandante en jefe de las fuerzas de reserva que se encontraban en 9 de Julio, compuestas del Batallón Provincial y milicias de este punto, Bragado y otros partidos; recibiendo del expresado Ministro instrucciones al respecto, quien otorgó tal nombramiento al coronel Garmendia por despacho telegráfico. En diciembre del mismo año, cuando la sublevación de la tribu de Catriel, marchó desde la Verde con su cuerpo hasta San Carlos y estableció más tarde su campamento en la Verde.

El 5 de abril de 1876 dispuso el Ministro de la Guerra que pasase a revistar en la P. M. D. mientras sirviese a órdenes del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. El 11 de marzo del año anterior había sido nombrado para integrar la Comisión encargada de proyectar el Colegio Militar. Desde el 9 de setiembre de 1875 volvió a quedar a disposición del gobierno bonaerense, por haber quedado sin efecto la movilización

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ordenada por el Poder Ejecutivo Nacional. El 30 de abril del mismo año había sido nombrado para la Comisión distribuidora de los premios de la guerra del Paraguay.

El 19 de febrero de 1876 fue nombrado Jefe de la Frontera del Oeste de la provincia de Buenos Aires. En octubre del mismo año, marchó desde Chivilcoy a 9 de Julio, a consecuencia del anuncio de una invasión, y por telegrama del Ministro Dr. Alsina, fue designado con fecha 6 de aquel mes, comandante en jefe de las fuerzas de operaciones al Oeste.

El coronel Garmendia llegó a 9 de Julio el 8 de octubre, en momentos en que tenía lugar la invasión; como tuviera pocos caballos, apenas pudo hacer montar a una compañía, con la que batió a los salvajes que habían entrado en 9 de Julio; haciendo igual cosa el comandante Díaz, que con el resto del Batallón salió un poco más tarde.

Al anochecer, después de haber marchado más de 15 leguas persiguiendo a la indiada y quitándoles los arreos, se unieron las dos fuerzas del “Provincial” y penetraron en el Fuerte General Paz, que estaba sitiado por los indios. No dando ya más los caballos, se dio descanso marchando al otro día con 150 hombres del Provincial y 50 vecinos y soldados del Fuerte, sobre los salvajes, que fueron alcanzados en la Laguna del Cardón, donde rodearon la columna y la hostilizaron con sus tiradores fuertemente, quemando el campo y atacándola ocultos por el humo, pero fueron rechazados, batidos y perseguidos durante todo el día hasta dos leguas más allá de Quemú‐Quemú, punto en el cual fueron nuevamente alcanzados y dispersados completamente a las 8 de la noche.

Al regresar la columna el día 11 a la altura de la Laguna del Cardón, batió de nuevo a otro malón, que encabezado por el cacique Pincén, había penetrado hasta la Tapera de Díaz, y que salía cargado con el botín que habían robado.

Durante estos tres días de penosas marchas le fueron quitados a los indios todo el arreo que llevaban y salvando el pueblo de 9 de Julio de una ruina completa. Esta invasión fue dirigida por Alvarito Rumay y Pincén; Rumay penetró en 9 de Julio y Pincén en la Tapera de Díaz.

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Por su brillante comportamiento en esta campaña, el coronel Garmendia recibió honrosas felicitaciones del presidente Avellaneda, del ministro Dr. Alsina, y del coronel Luis María Campos, Inspector y Comandante General de Armas en aquella época; así como también le fue regalada una espada de honor por el Poder Ejecutivo de la provincia de Buenos Aires.

En los partes de aquellas operaciones se detallan todos los acaecimientos que por sí son demasiado notorios, y puede calificarse de distinguidísima la rapidez de las marchas y la audacia de la acción que empleó el coronel Garmendia en estas brillantes jornadas, donde con un puñado de hombres derrotó una formidable invasión.

En 1877 estuvo algún tiempo en las fronteras del Oeste y Norte; habiendo desempeñado también este prestigioso Jefe otras comisiones de poca importancia, tales como miembro examinador del Colegio Militar.

El 1º de diciembre de 1877 pasó a revistar en la P. M. P. El 6 de setiembre de de 1879 solicitó su baja y absoluta separación del servicio, pero un decreto del presidente Avellaneda del 14 de octubre de igual año no le concedió lo solicitado, en términos honrosos para el coronel Garmendia. Como siempre sucede, este distinguido Jefe había sido víctima entonces de una injusticia en los ascensos, habiendo sido postergado sin causa justificada; por esta causa, el Dr. Avellaneda le pidió a su amigo Carlos Casares y más tarde, al Dr. Carlos Pellegrini, que fueran a darle una explicación, prometiendo para más tarde el ascenso. El 8 de marzo de 1880 se le concedió la baja del ejército.

Desde el 29 de enero de 1879 desempeñó la jefatura de Policía de la Provincia de Buenos Aires, cargo que ejercía cuando estalló la revolución de junio de 1880, movimiento en el cual el coronel Garmendia acompañó al Dr. Tejedor; causa por la cual se halló en los sangrientos combates que tuvieron lugar en el Puente de Barracas, en el Puente Alsina y en los Corrales. Garmendia jugó un rol distinguido en la defensa de la ciudad en aquellas memorables jornadas, habiendo sido citado en el parte del coronel Morales por el combate de Barracas. Restablecida la tranquilidad, continuó desempeñando las funciones de Jefe de Policía hasta el 30 de agosto del mismo año, en que presentó su renuncia al sucesor de Tejedor en términos enérgicos, condenando los sucesos del domingo 29 de agosto contra vigilantes desarmados, en los que no intervino Garmendia por hallarse ausente del lugar de los hechos.

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Reincorporado al ejército el 8 de julio de 1882, pasó a revistar en la P. M. D., designándosele para integrar la Comisión de Leyes de Organización de aquel. Mientras estuvo de baja escribió la “Escuela práctica de la infantería en campaña” y los “Recuerdos de la guerra del Paraguay”, que fue uno de los libros más populares de la República Argentina. La 2da edición de la primer obra citada la cedió al Gobierno por nota del 10 de abril de 1883.

El 12 de enero de 1883 pasó a la P. M. A., pasando el 1º de enero del año siguiente al E. M. G. Desempeñando sus funciones en esta repartición, el 21 de agosto de 1886, recién le fue reconocida su jerarquía de coronel en el ejército de línea. El día 12 de este mismo mes fue nombrado miembro de la Comisión Superior Inspectora del Colegio Militar, puesto que dejó en el mes de noviembre de igual año. También había formado parte de la misma Comisión en 1882.

Acompañó al Ministro de Guerra y Marina, general Benjamín Victorica, en la expedición al Chaco, desde fines de setiembre hasta diciembre de 1884, siendo Garmendia el encargado de redactar el diario de la campaña.

El 21 de setiembre de 1885 fue designado presidente de la Comisión reformadora del manejo del arma de infantería. Por decreto del 31 de enero de 1886 fue nombrado miembro de la Comisión Inspectora de la construcción del cuartel de caballería. El 5 de julio del mismo año fue designado primer Comisario y Jefe de la Comisión Argentina de límites con el Brasil.

Por encargo de la comisión redactora del Código Militar escribió la ordenanza sobre el servicio de campaña; delitos y penas; servicio de guarnición y plazas de guerra y ley de organización de la Guardia Nacional.

El 14 de marzo de 1887 fue nombrado jefe del Regimiento 8º de Infantería de Línea, marchando en el mismo mes a campaña, para el reconocimiento de los ríos del territorio en litigio con el Brasil, regresando a Buenos Aires en abril de 1888.

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Como jefe de la Comisión Argentina de límites con el Brasil, el coronel Garmendia organizó ésta con tal competencia, que fue un modelo en su carácter tanto en administración como en el orden financiero, pues demostró ser la más económica de las de límites hasta entonces y sus trabajos llevados a cabo con tal regularidad y competencia por sus miembros en medio de grandes peligros y contrariedades.

Fue campaña ruda, en que la inteligencia y la labor constante estaban siempre expuestos al peligro, ya con los tigres que se devoraban los hombres, o las serpientes que mataban traidoramente, o las fiebres y mil acechanzas de esa naturaleza salvaje que se llamaba territorio en litigio.

Por decreto del 13 de setiembre de 1886 fue aprobada por el presidente Roca el acta labrada en Montevideo por la Comisión Mixta de Límites, en cuanto a la forma en que se debían practicar los reconocimientos y tiempo designado para efectuarlos.

El triunfo más completo coronó la obra y Garmendia fue recibido por sus admiradores, que constituían legión, con banquetes y fiestas, pero el Gobierno a pesar de que le dedicó notas honrosísimas, no lo ascendió al generalato como le correspondía por sus honrosos servicios.

En esta comisión, Garmendia se distinguió litigando el verdadero límite del territorio en disputa, que un error del tratado lo posponía a los intereses argentinos.

El 20 de octubre de 1888 fue designado vicepresidente de la Comisión clasificadora de los Expedicionarios del Chaco. El 2 de mayo del año siguiente fue nombrado Director interino del Arsenal de Guerra, y el 14 de febrero de 1890, Director del Colegio Militar.

Desempeñaba este cargo cuando tuvieron lugar los sucesos de julio de aquel año realizando en tal oportunidad una verdadera idea de guerra con un puñado de soldados: consistió la perforación de dos manzanas para sin pérdida llegar hasta el enemigo, acción que fue calificada de distinguida por amigos y adversarios. Por su comportación en aquella emergencia ascendió a general de brigada sobre el campo de batalla, con fecha 27 de julio de 1890.

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El 2 de setiembre de este mismo año volvió a ser nombrado Director del Arsenal de Guerra, revistando en “Lista de Oficiales Superiores”. En noviembre del mismo año fue designado Inspector de Infantería, dando un impulso al arma, auxiliado por el entonces coronel Alejandro Montes de Oca y otros jefes; el servicio de campaña razonado y el tiro al blanco fue la base esencial de la instrucción.

En el mismo mes fue nombrado miembro de la comisión que debía distribuir las medallas brasileñas por la guerra del Paraguay. El 20 de julio de 1891 le fue aceptada la renuncia de la Dirección del Arsenal, reemplazándolo el general Domingo Viejobueno. En noviembre de este mismo año formaba parte aún de la Comisión de Límites con el Brasil y también perito de la de Chile.

El 12 de diciembre de 1891, siendo inspector de infantería, se dispuso formase parte de la Comisión para proyectar el Reglamento del Cuerpo de Sanidad Militar y Hospital de la Capital.

El 22 de febrero de 1892 se dispuso organizase la División de Zárate, que formó con los adelantos más recientes en lo relativo al estudio de la guerra sobre el terreno y la iniciativa del subalterno, siendo aquel un período de trabajo que hizo época y que reveló su resultado con el triunfo obtenido en las maniobras, en el Talar de Pacheco. Para el entrenamiento de la división, el general Garmendia construyó un gran polígono a eclipse y puso en vigencia la nueva táctica de infantería, precursora de la que estuvo en uso durante varias décadas. Mientras estuvo al mando de la División, Garmendia fue reemplazado en la Inspección por Montes de Oca.

El 11 de abril de 1892 se declaró terminada la exploración que se mandó practicar a la Comisión de Límites con el Brasil, por decreto de Relaciones Exteriores de aquella fecha, comunicándose al Ministerio de Guerra la importancia de los servicios prestados en aquella Comisión por el general Garmendia.

El 15 de octubre del mismo año le fue aceptada la renuncia de Inspector de Infantería que formuló el día 8 de aquel mes; y el 17 del mismo octubre fue nombrado Director del Parque y Talleres Militares. El 9 de enero de 1893 fue designado jefe de las fuerzas

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de línea y de Guardias Nacionales que se encontraban en la provincia de Corrientes; marchando a esta última en momentos en que el ejército del gobierno y el revolucionario estaban por irse a las manos. El general Garmendia se dirigió a San Roque y consiguió el desarme de las fuerzas rebeldes, que se dispersaron para reanudar sus componentes su vida ciudadana, con el mayor orden; pacificando completamente la provincia, que ocupó estratégicamente, evitando la revolución y siendo al mismo tiempo la salvaguardia de los vencidos. Por su actuación recibió honrosas cartas, telegramas y notas del presidente Sáenz Peña y Ministro de Guerra, aprobándola completamente.

Con el coronel Ernesto Rodríguez presidió los actos que tuvieron lugar en Yapeyú con motivo de la inauguración del monumento al general San Martín, pronunciando en tal ocasión una brillante pieza oratoria.

Terminada su comisión en Corrientes, regresó a Buenos Aires para reanudar sus funciones en el Arsenal, donde su labor fue intensa a causa del movimiento revolucionario del 93. En esta época fue nombrado jefe de la circunscripción del Sud, y al efecto hizo levantar los planos de las posiciones que rodeaban al Arsenal, distribuyendo las fuerzas a sus órdenes para que pudiesen defender este establecimiento; planos que se hallan archivados en el E. M. G.

El 15 de febrero de 1895 pasó a revistar en “Lista de Oficiales Generales” y el 1º de mayo del mismo año fue destinado al Consejo Supremo de Guerra y Marina. En los comienzos de este año el presidente Sáenz Peña ofreció la cartera de Guerra al general Garmendia, que aceptó, pero razones de orden político y también la terrible desgracia que el último veía cernirse sobre su hogar: la pérdida de una hija buena y cariñoso como lo era su progenitor, hicieron desistir este nombramiento; soportando el héroe de Lomas Valentinas grandes tribulaciones en aquellos momentos crueles de su vida.

El 1º de octubre de 1895 pasó a comandar la 2ª Brigada de la Guardia Nacional de la Capital. En la movilización de Cura Malal, en el año siguiente, se le ofreció un comando que no aceptó por hallarse enfermo. En aquella época intervino en la traslación de los restos del general Lamadrid a Tucumán, habiendo formado, igualmente, en la comisión que recibió los de Rodríguez Peña. En 1899 fue nombrado jefe de las fuerzas nacionales y jefe de la intervención de Avellaneda.

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En la concentración de Tandil, en 1898, mandó una división de Guardias Nacionales, y el 28 de octubre de 1901 fue nombrado jefe del Estado Mayor General del Ejército; en el desempeño de este cargo, en marzo de 1902, realizó un viaje de ocho leguas en FF.CC.; 14 en coche; y 106 a lomo de mula, en la zona de la Cordillera, con fines de estudio operativo.

El 23 de enero de 1904 ascendió a general de división, pasando a retiro militar el 22 de setiembre del mismo año, con 51 años, 2 meses y 1 día de servicios. Siguió prestando servicios en el Consejo Supremo de Guerra y Marina siendo elegido para un nuevo período el 1º de julio de 1910, que no terminó por haber renunciado el 5 de octubre de 1912.

El general José Ignacio Garmendia falleció en esta Capital, a las 3 horas p.m. del 11 de junio de 1925, de “angina al pecho”. Había contraído enlace en esta ciudad, el 14 de noviembre de 1868 con María Rufina Reynolds, porteña, de 18 años, hija de Francisco Reynolds Sherman, inglés, y de Manuela Lastra Casal, argentina. La viuda de Garmendia falleció en Buenos Aires, el 17 de marzo de 1931, a la edad de 81 años.

Ostentó las condecoraciones siguientes: cordones de plata por la batalla de Tuyutí, escudo del mismo metal por el asalto de Curupaytí; medalla de oro acordada por Ley del 28 de setiembre de 1966, por la campaña del Paraguay; otra medalla del mismo metal acordada a los que formaron parte de la Guardia Nacional de la provincia de Buenos Aires en aquella campaña, otorgada por la Legislatura bonaerense; medalla de oro con un pasador por la campaña del Chaco; las de canje del Brasil y Uruguay por la guerra de la Triple Alianza; y en 1910 la condecoración “Al Mérito”, otorgada por el gobierno de Chile.

Su labor literaria ha sido extraordinaria y fuera de los “Recuerdos de la guerra del Paraguay” ya mencionados, escribió los siguientes libros, todos de notable valor histórico y profesional: “Campaña de Humaitá”, “Pasaje del río Paraná”, “Batalla del Estero Bellaco”, “Batalla de Tuyutí”, “Campaña de Corrientes y de Río Grande”, “Batalla del Sauce”, “Combate de Yataytí‐Corá”, “Curupaytí”, “Campaña del Pikiciry” y “La cartera de un soldado”. Posteriormente publicó un “Estudio crítico de la campaña del Transvaal”, y una traducción sobre la Batalla de Plewna, “Estudios sobre las campañas de Aníbal∙, “Viajes y exploraciones sobre la Comisión Argentina de límites

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con el Brasil”; y multitud de artículos y otros trabajos debidos a su pluma inagotable en la producción instructiva e interesante.

La República Argentina debe servicios eminentes a este bravo soldado. Su actuación en Lomas Valentinas fue por demás honrosa, como queda dicho y como lo comprueba la siguiente carta:

“Campamento de Cumbarity, Diciembre 30 de 1868 – Señor teniente coronel D. José I. Garmendia. Mi estimado Comandante y amigo: Acabo de consignar en mi parte oficial su intrépida comportación en la batalla en que acabamos de tomar parte. No olvidaré nunca que cuando los cuerpos de mi mando rodeados de enemigos se encontraban en una situación tan difícil, acudí a Ud., y a no haber cargado Ud. a la bayoneta y los demás cuerpos de su división, no se lo que hubiera sucedido. Reciba mi estimado compañero estas líneas como un recuerdo inolvidable. Su affmo. Amigo – Agustín Olmedo”.

El teniente general Emilio Mitre, en informe que produjo en 1888, dice como sigue:

“Señor Jefe de la 3ª Sección del Estado Mayor General. No es para certificar la verdad de los servicios prestados por el coronel Garmendia, que son bien notorios, que mi informe pueda tener algún valor, pero sí lo es para mí que se me presente la ocasión de expresar la mucha estimación que siempre tuve por este Jefe en toda su carrera militar; bravo en el combate, constante en el servicio, conservando las fuerzas a sus órdenes en excelente disciplina; digno caballero en su porte y relaciones sociales, son prendas que lo han distinguido siempre y lo han hecho acreedor a sus jefes y de todos sus compañeros de armas. Dios guarde a V. S. – Emilio Mitre”.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

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Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).

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12 de Junio

Invasión portuguesa a la Banda Oriental

Era una ambición tradicional de los portugueses el lograr límites naturales para sus posesiones en América. Consecuentes a tal política buscan el dominio de los grandes ríos que tienen origen en su territorio y desembocan en el Río de la Plata. Desde la época del coloniaje, y aún en tiempo de paz, los portugueses siempre presionaron la frontera terrestre de la Banda Oriental y de las Misiones.

Bajo distintos pretextos, pero materializando una sola aspiración, los portugueses realizan dos invasiones; la primera en 1811 y la segunda en 1816.

La primera invasión se realiza a solicitud de Elío (en ayuda de los españoles sitiados en Montevideo) y da lugar a la firma del Armisticio del 20 de octubre por el que se levanta el sitio de Montevideo y a raíz del cual se efectúa el Exodo del Pueblo Oriental.

La resistencia a esta primera invasión es más bien pasiva, dada la actitud del gobierno porteño, y solamente se manifiesta por la acción de ciertos destacamentos y acciones de guerrillas en el este, en el litoral oeste, y en las Misiones. Los portugueses permanecieron en nuestro territorio (contrariando lo establecido en el artículo 11 del

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Armisticio de octubre) retirándose en agosto de 1812, por imperio del Tratado Rademaker‐Herrera.

En 1816, las circunstancias políticas y militares se presentaron favorables, produciéndose la segunda invasión portuguesa. Dicha invasión vino a quebrar un período de reorganización y prosperidad conocido como el Apogeo de Artigas, y habría de terminar por abatir definitivamente el poder militas y político del Protector.

En primer término contaban con la connivencia de los políticos porteños, especialmente del Dr. Gregorio Tagle, Ministro de Relaciones Exteriores de los gobiernos de Alvarez Thomas, de González Balcarce, Pueyrredón y la Logia Lautaro. En segundo término el apoyo, instigación y complicidad de un grupo de exiliados y residentes en Río de Janeiro entre los que citaremos a Vigodet, De la Alameda, Alvear, Nicolás Herrera, Manuel garcía, Valentín Gómez, etc.

Al impulso de tales circunstancias Río de Janeiro se convirtió en un foco anti‐ artiguista. En realidad siempre lo fue. Los españoles trataban de recuperar las colonias perdidas, mediante la ayuda de Portugal; los porteños intentaban terminar con Artigas, aunque fuera a costa de la segregación de la Provincia Oriental a favor de Portugal, o buscando la coronación de un Príncipe de Braganza.

Los emigrados a raíz del motín de Fontezuelas, suministraron a la Corte Portuguesa toda clase de informaciones, con lo que apoyaron sus planes de conquista. Nicolás Herrera dio las normas que debían seguirse en la invasión dando consejos en el orden político y militar. Tal como lo consigna el historiador Hugo D. Barbagelata en su obra, el ex Dictador Supremo Carlos de Alvear entregó al representante español una relación de la fuerza efectiva que tienen las Provincias del Río de la Plata, que están en insurrección, el 27 de junio de 1815. Según dicho informe, las fuerzas de la Banda Oriental y Entre Ríos era:

1ª División al mando de Fernando Torgués compuesta del Regimiento de Dragones de la Libertad, 600 hombres.

2ª Division al mando de Frutos Ribero, 500 hombres.

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3ª División al mando de Balta Ojeda, 500 hombres.

4ª División al mando de José Artigas compuesta del Regimiento de Blandengues, 1000 hombres

Otra idem. al mando de Blás Basualdo, 450 hombres

Total: 3.050 hombres

“Todas estas tropas son de Caballería, están mal vestidas pero en el día bien armadas. Estas dos provincias son las más entusiastas por la guerra, y todos sus habitantes a excepción de una pequeña parte se unirán inmediatamente a las tropas de Artigas, y engrosarán su número en caso de invasión.

Estas tropas son valientes y de una constancia admirable; no tienen disciplina de ninguna especie, ni conocen otra formación que la de ponerse en ala.

Hacen la guerra por el estilo de los cosacos, devastando todo el terreno que deben ocupar sus enemigos y cargándolos al descuido; pero nunca presentando batalla a no ser en el caso de contemplarse en una marcada superioridad numérica”.

En último término, el regreso de Europa de las tropas lusitanas veteranas de guerra contra Napoleón y el asesoramiento técnico militar del Mariscal inglés Beressford, quien les dio detalladas directivas para organizar la invasión.

Con el fútil pretexto de resguardar sus fronteras, protegiéndolas de la anarquía provocada por las montoneras de Artigas, planean minuciosamente la invasión. Desde noviembre de 1815, habían llegado algunas tropas veteranas de las luchas napoleónicas, constituidas principalmente por la División de Voluntarios, comenzando de inmediato su reavituallamiento para la próxima campaña.

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De entre ellos se designó al general Carlos Federico Lecor, General en Jefe de la invasión a la Provincia Oriental y Capitán General de la misma, una vez ocupada.

Plan portugués

En Río de Janeiro (Cuartel de Niteroi) se concentraron todos los cuerpos que formaban el “Ejército Pacificado de la Provincia Oriental” y se embarcó hasta Santa Catalina donde se efectuó la distribución de las fuerzas. La expedición terrestre se dividía en tres columnas: 1º) División Curado, tenía por objetivo Salto, invadiría por el norte del Río Negro. Estaba integrada por 2.000 hombres y 11 piezas. 2º) División Silveira, invadiría por Cerro Largo teniendo por objetivo Paysandú y la misión de proteger el flanco derecho de Lecor; siendo su efectivo también de 2.000 hombres. La ocupación de Paysandú no fue cumplida por órdenes expresas de Lecor, que alteraron el itinerario a cumplir. 3º) División Lecor, invadiría por la costa teniendo como objetivos sucesivos Maldonado, Montevideo y Colonia, era ésta la columna de mayor efectivo; 6.000 hombres y era la que tenía la misión principal.

La columna sur sería protegida y flanqueada por la escuadra al mando del Conde de Viana.

El plan portugués se encuentra resumido en el Acta del Consejo de Generales realizado en porto Alegre donde se acuerda esta triple invasión a la Banda Oriental. El plan era de difícil ejecución por el problema del enlace de las distintas columnas excesivamente distanciadas entre sí, y las dificultades creadas al aprovisionamiento que estaría fundamentalmente a cargo de la escuadra.

Si no hubiera sido por la complicidad porteña, no hubiera sido posible dar a las columnas de invasión el apoyo logístico necesario, dado que las baterías y corsarios artiguistas interceptaban las operaciones de la escuadra portuguesa.

La idea de maniobra inicial había sido operar con dos agrupamientos principales: uno bajo la jefatura directa de Lecor teniendo como base la división de Voluntarios

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Reales. Debiera seguir por mar, tocar Santa Catalina y ser reforzado allí por un cuerpo de Artillería y la Caballería que se juzgase necesaria. Luego continuará por mar a fin de desembarcar en Maldonado o en otro lugar propicio del Río de la Plata para atacar y ocupar Montevideo. El otro agrupamiento formado por las tropas del Río Grande bajo el mando de su Capitán General, operaría en el interior de la frontera de ese estado.

Ocupado Montevideo, Lecor organizaría las expediciones necesarias para arrojar al enemigo de las márgenes del Uruguay, a cuyo fin se pondrían en enlace con las fuerzas del Capitán General solicitando los auxilios que necesitase. Este plan es modificado según ya se señaló en el Consejo de Guerra realizado en porto Alegre.

Para llevar a cabo dicho plan surgen dos dificultades principales: 1º) Dificultades de enlace y comunicación entre las fuerzas. 2º) Era sensato tomar primero la capital, que constituiría una excelente base de operaciones.

Plan de Artigas

Para hacer frente a la invasión portuguesa, Artigas pone en ejecución el célebre plan concebido en el año 12 en el Ayuí, introduciéndole pequeñas variantes aconsejadas por factores circunstanciales, principalmente el emplazamiento de sus fuerzas y la dosificación de las columnas de invasión adversarias.

Como Artigas no podía oponerse directamente con sus 6.000 u 8.000 hombres en su mayoría de milicias, a los 12.000 hombres bien instruidos, armados y pertrechados de Portugal, prepara un contragolpe invadiendo Misiones, efectuando una acción envolvente para atacar las retaguardias del enemigo.

Dentro de un marco político defensivo, monta un plan estratégico ofensivo, tratando de llevar la guerra al territorio enemigo, para golpearlo en su punto más débil y más sensible: sus líneas de comunicaciones. Para lograr las fuerzas necesarias para el cumplimiento de su maniobra, combina la acción ofensiva en el norte con una defensiva elástica en el sur.

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Respondiendo a la idea de maniobra, Artigas vuelca sus fuerzas sobre la frontera, y tal como lo estableció en su oficio del 20 de junio de 1816, y otras comunicaciones acordes, realizando el siguiente despliegue inicial:

1‐Agrupamiento norte, al mando de Andresito; debería cubrir en un primer momento las costas del Río Uruguay al norte del Cuareim, y luego efectuar un movimiento convergente sobre San Borja. Está compuesto por: a) Las milicias de Entre Ríos, al mando de Sotelo, que atravesarían el Río Uruguay a la altura de Yapeyú. b) Las fuerzas a cargo de Andresito, que partiendo de Candelaria, dejarían guarniciones en Santo Tomé y La Cruz.

2‐Agrupamiento Central; fraccionado en dos destacamentos, avanzaría en dirección a San Diego, Cuartel General de los portugueses. El destacamento de vanguardia, a órdenes de Latorre, con 3.400 hombres, tenía por misión batir al Marquéz de Alegrete. El otro destacamento, al mando de Artigas, en reserva para apoyar y dirigir el movimiento invasor de Latorre.

3‐Agrupamiento Sur; formado por las divisiones de Rivera y Otorgués, tenía por misión actuar defensivamente en la frontera noreste. Rivera, situado en el departamento de Maldonado, deberá vigilar la ruta de la angostura. Otorgués, en las inmediaciones de Melo, cubrirá la línea de invasión de la Cuchilla Grande.

En síntesis Artigas trataba de mantener la región al norte del Río Negro y cubrir las Provincias del litoral argentino como base de recursos.

El 3 de julio de 1816 desde Purificación oficiaba Artigas a Andresito: “Con el objeto de reforzar esos pueblos, y prepararlos a una defensa vigorosa, anticipo la remisión del armamento, municiones y demás pertrechos, que he creído convenientes para fortificar el punto de Yapeyú, la Cruz y demás, que se hallan en distancia de ese campamento, y que es preciso asegurarles contra cualquier tentativa del portugués. Al efecto marcha el alférez Sotelo con cuatro soldados para reunir toda la gente que no se halle empleada, arreglarla y adiestrarla. El va sujeto a las órdenes de V. y por lo mismo es preciso que ajusten con él todas las medidas que se crean oportunas para la brevedad del arreglo. En manera que así puede V. cubrir muy bien los puntos de arriba

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del Uruguay hasta Santo Tomé, y Sotelo cuidar del Departamento de Yapeyú y la costa abajo del Uruguay.

No debemos dudar que Portugal va a hacer un esfuerzo general y que debe hacerlo muy vigoroso en esas Misiones, pues le interesa su dominación, y así es preciso que todo el mundo se ponga sobre las armas, ya sea con fusil, ya con lanza para Caballería. Por lo mismo es preciso que se reúnan todos los hombres y todas las armas, y que todos estén prontos para cuando llegue el caso.

Según el plan que anteriormente expuse a V., Miño con su División debe guarnecer Concepción y la costa del Uruguay arriba; V. el centro en Santo Tomé, y Sotelo el Departamento de Yapeyú. Puestos en esta forma y arreglada toda la gente, no hemos precisamente de aguardar que ellos nos ataquen; debemos penetrarnos a su territorio para asegurar un golpe para cuyo fin estoy tomando mis providencias en toda la circunferencia de la línea para que el movimiento sea general y violento. Yo avisaré a V. el día en que deba hacerse, y hasta entonces mucho cuidado en que nadie pase al otro lado, para que así podamos sorprenderlos antes que ellos lo intenten, y así es preciso mucha vigilancia.

Interesa que V. reúna todas las canoas que se puedan en los tres puntos de Concepción, Santo Tomé y Yapeyú, para facilitar el tránsito, y que se tengan escondidas y resguardadas, pues V. sabe que ellos son capaces de robarlas, e inutilizar de ese modo nuestros movimientos. También es preciso que de los viejos y de los que no estén en el servicio de las armas, mande V. treinta hombres para llevar más ganado, y así tendrá como mantenerse.

También interesa que reúna V. a todos los Maestros de Armería y pongan en un buen punto medio para recomposición de las armas. En una palabra, es preciso que se preparen todas las cosas como par dar un golpe maestro y decisivo. De lo contrario Portugal se nos echa encima y nos acabará de arruinar. Así es preciso que todos los pueblos hagan su esfuerzo, y que todos corran a las armas como lo estamos haciendo aquí. Con este motivo escribo a los pueblos de Yapeyú y la Cruz y V. lo hará con los demás, penetrándolos de la necesidad de armarse; todo es para acabar con Portugal. De lo contrario no podremos lograr la felicidad que apetecemos.

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Lo que interesa es el orden y la disciplina en las armas, y el arreglo de la gente, para que sepa cada uno lo que debe hacer y a quien debe obedecer en los momentos que yo mande atacar. Por acá estoy tomando las mismas providencias para hacer una entrada general, y a no darle resuello. De este golpe depende todo el triunfo de nuestra libertad. Saludo a V…..etc.”

Operaciones

De Santa Catalina, Lecor toma el camino litoral de la costa hacia Río Grande, apartándose del plan ordenado inicialmente y llevando a cabo una marcha extenuante, por la naturaleza del suelo. Desde Río Grande, Lecor avanzó cubriéndose con una vanguardia de 2.000 hombres a órdenes del mariscal Sebastián Pinto. El general Bernardo Da Silva invadiría por Cerro Largo.

Estando informados los portugueses sobre los planes operativos de Artigas, por haber caído un chasque que llevaba importantes comunicaciones, el marqués de Alegrete toma ciertas disposiciones con la finalidad de asegurar la cobertura de la frontera, enviando hacia ella tropas, aún antes que llegasen las órdenes referentes a su participación en la campaña que se iniciaba.

En río Pardo tomó la dirección de las operaciones el teniente general Joaquín Javier Curado y en las Misiones el brigadier Francisco de Chagas, que era comandante de los pueblos de Misiones desde 1808.

En total los portugueses disponían de unos 12.000 hombres de las tres armas, en tanto que el ejército artiguista en víspera de la invasión portuguesa, totalizaba unas 2.000 plazas, sin incluir los Blandengues que estaban en Purificación de guarnición. La diferencia numérica era aplastante. A ello se sumaba su deficiente armamento y el escaso grado de instrucción militar de las fuerzas artiguistas, que tenían en su mayoría más bien carácter de milicias.

Cuando los rumores de preparativos de invasión comenzaron a intensificarse, Artigas acelera los preparativos para la defensa. Entre estas medidas se encuentra la creación de los Cuerpos “Cívicos” y de “Libertos”. El Cuerpo de Cívicos se componía de 6

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Compañías, una de ellas de Granaderos y otra de Cazadores. Esta unidad estaba a órdenes directas del Cabildo de Montevideo, siendo su jefe el sargento mayor Manuel Campos Silva, y figurando entre los oficiales los más distinguidos de la sociedad. El efectivo total de la unidad, incluyendo la Plana Mayor era de 31 oficiales, 25 sargentos, 33 cabos, 3 tambores y 380 soldados.

El Cuerpo de Libertos se componía de esclavos entregados por cada dueño proporcionalmente a sus disponibilidades. Su comandante era Rufino Bauzá, quien también fue el encargado de organizarlo en agosto de 1816. Ante la inminencia de la invasión portuguesa Artigas ordena la movilización, la que se realiza como en 1811, mediante la influencia regional de los caudillos, asignándosele a cada uno una zona.

Podemos así distinguir 5 zonas militares: la primera desde Montevideo hasta Santa Lucía, siendo su comandante Manuel Francisco Artigas, a quien su hermano le oficia al respecto. Le recomienda especialmente que la constitución de la Caballería Cívica se haga por partidos y escuadrones, a fin de asegurar su necesaria cohesión.

Según una relación de fuerzas pasada por Manuel Francisco Artigas, los efectivos por él movilizados alcanzan a 1.661 plazas, conforme lo expresa De María en su Compendio de Historia.

La segunda zona militar iba desde el Santa Lucía hasta el Yí y el Río Negro, siendo su comandante Tomás García de Zúñiga. La tercera o del Este tenía por principal asiento Maldonado y su comandante era Angel Núñez. La cuarta comprendía Colonia y su campaña inmediata, y su comandante era Pedro Fuentes. La quinta comprendía Soriano y su comandante era Gadea.

Las medidas militares adoptadas por Artigas no consistieron únicamente en la convocatoria y reunión de las milicias y el arreo de caballos, sino que también reforzó la guardia fronteriza, ordenándole a Otorgués que cubriera la ruta de invasión de Yaguarón, reforzando su regimiento con las milicias de Cerro Largo.

También dispuso que Rivera con su segunda División de Infantería Oriental se trasladara hacia Maldonado para operar en forma conjunta con Otorgués. Las

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misiones asignadas a estas dos Divisiones eran defensivas, debiéndose limitar a retardar la progresión del enemigo.

Por último ordenó que las Divisiones de Entre Ríos al mando de José Antonio Berdún, cubrieran los pasos sobre el Río Uruguay hasta Misiones. Las disposiciones estratégicas y tácticas de Artigas son admirables, pero fallan por la gran escasez de recursos materiales. En sus ejércitos habían muy pocas armas de fuego, y mismo para las existentes escaseaban la pólvora y los cartuchos. Ejércitos improvisados, mal armados y casi sin instrucción militar, se iban a estrellar con fuerzas veteranas y bien armadas.

Las operaciones se pueden dividir en dos períodos. El primer período se extiende desde el comienzo de la invasión en agosto de 1816 hasta la entrada de Lecor en Montevideo en 1817. Este primer período está caracterizado por un comienzo favorable para los patriotas, seguido luego de una serie de reveces, en los cuales se pierden los mejores efectivos orientales. Con ello terminan las operaciones regulares en gran escala.

El segundo período que se extiende hasta 1820 comprende la titánica resistencia del héroe, sosteniendo una guerra de recursos, a base de sacrificios y de valor.

Primer período

Una vez informado Artigas de la invasión de Lecor, mandó poner en ejecución su plan. Cumpliéndolo Andresito invade las Misiones, en tanto que el alférez Sotelo atraviesa el Alto Uruguay. Joaquín Javier Curado, que se encontraba en el Río Pardo, marcha hacia el paso del Rosario, en el Río Santa María, adelantando destacamentos de débil efectivo, con misiones de reconocimiento y cobertura.

Para oponerse al avance del comandante José Antonio Berdún, que invadió por el Cuareim, Curado destaca al brigadier Da Costa Revello, quien desprende una partida a órdenes del teniente coronel José Abreu para atacar a Sotillo.

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El propio curado avanza hasta las márgenes del Ibirapitá Chico desde donde lanzó un destacamento hacia Santa Ana, el que chocó el 22 de setiembre con la vanguardia del ejército de Artigas, a órdenes del comandante Gatel. Luego de un combate de tres horas el capitán portugués Alejandro Queiró se bate en retirada hacia el grueso de su División, dejando en el campo más de 60 bajas.

Habiendo Sotelo atravesado el Río Uruguay en Yapeyú, es atacado por sorpresa el 21 de setiembre, obligándolo a repasar el río bajo el fuego del enemigo. Sotelo una vez en territorio de Corrientes se reorganiza e intenta un nuevo pasaje más al Norte, frente a la barra de Ibicuy, utilizando pequeñas embarcaciones. Atacado en tales circunstancias por Abreu, se ve precisado a desistir de sus propósitos, progresando por la margen derecha a fin de reforzar a Andresito que sitiaba a San Borja, su pueblo natal.

La guarnición de San Borja, que estaba a órdenes del brigadier Chagas, se encontraba próxima a capitular, cuando acude en su apoyo el coronel Abreu el 3 de octubre. Al verse en peligro de ser atacado por la espalda, luego de intentar resistencia, se ve obligado a repasar el Río Uruguay, a fin de reorganizarse. Así finalizó el sitio de San Borja, que había durado 13 días, y con él el abortado intento de invasión.

Batalla de Ibiracoy

Cuando Curado se enteró de estos sucesos, decidió atacar a Berdún, destacando al brigadier Menna Barreto el día 13 de octubre de 1816. Después de cinco días de marcha se entera de la posición de Berdún, que avanzaba hacia el Norte procurando proteger a Andresito y a Sotelo. Enterado de la aproximación de los portugueses Berdún se atrincheró en una posición ventajosa, donde decidió esperar el ataque de Menna Barreto, quien el 19 de octubre de 1816 se lanza sobre él derrotándolo después de una sangrienta lucha. Esta acción se conoce por Batalla de Ibiracoy o de Capilla de Ñancay.

Derrotados sus tenientes, sólo quedaba la columna de Artigas, a la que procura atacar Curado. Para facilitar sus operaciones los portugueses adelantan su Cuartel General hasta la costa del Ibaracohy Grande, con el objeto de cercarse más a los orientales.

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Artigas se encontraba acampando cerca de Carumbé, afluente del Río Cuareim.

Curado encomienda al brigadier Joaquín de Oliveira Alvarez la misión de atacarlo.

El 24 de octubre de noche, Oliveira Alvarez inicia su marcha hacia Santa Ana, con una columna de 800 hombres y 2 cañones.

Batalla de Carumbé

El día 27, Artigas toma contacto con las fuerzas portuguesas en un lugar próximo a las puntas del Cuareim y las ataca decididamente.

Después de unas tres horas de tiroteo, Artigas avanzó en semicírculo dándole poca profundidad a su dispositivo, buscando envolver a los portugueses con su ala izquierda. Su ataque fracasó ante el certero y nutrido fuego de la infantería portuguesa, que aniquiló prácticamente la caballería de dicha ala, y que permitió que la infantería artiguista fuera tomada de flanco y obligada a ceder terreno.

La batalla se libró en alturas de la Cuchilla de Santa Ana, en los Cerros de Carumbé. Según el parte de Oliveira Alvarez al teniente general Joaquín Xavier Curado, Artigas contaba con 450 hombres de caballería que marchaban a la derecha en una sola fila y 400 en el ala izquierda cubiertos por 150 indios (charrúas, minuanes y guaicurúes). En el centro dispuso a la infantería en una sola fila y con intervalos de 3 a 4 pasos.

Los portugueses forman con la infantería al centro, un cañón en cada extremo y la caballería en las alas.

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Los partes correspondientes a dicha acción constan en el apéndice a la Memoria de la Campaña de 1816, publicada por Moraes Lara en la Revista trimestral de Historia y Geografía Nº 27, correspondiente a octubre de 1845.

En esta acción, conocida generalmente por combate de Carumbé, perecieron casi la mitad de las fuerzas patriotas.

Entre los justificativos de la derrota, está la notoria superioridad del enemigo y ciertos errores tácticos en el dispositivo artiguista, falta de profundidad y reservas suficientes, encuadramiento apropiado y abandono de la formación en cuadro para la infantería que debe enfrentar caballería.

Como consecuencia de esta derrota, Artigas se ve obligado a replegarse hacia el sur, repasando el Cuareim. En sólo 36 días había fracasado el plan de contrainvasión y había quedado abierta la frontera norte. Veamos como Artigas asimila las enseñanzas de esta derrota, y como se apresura a difundirlas.

Tres días después de Carumbé, desde las Puntas del Arapey, Artigas oficiaba al Gobernador Barreiro “Los enemigos nos han hecho mucho destrozo con su Caballería, que siempre ha roto nuestras alas y la línea de infantería por ser sencillas; escriba V. a D. Frutos que no experimente el mismo error. Que ponga buenos oficiales y gente en la Caballería; y la Infantería que no pelee en ala sino que presente batalla bien reforzada”.

Este cambio preconizado en el dispositivo, justifica, entre otras causas el encarnizamiento de la batalla del Catalán y los triunfos de Apóstoles, San Nicolás, Paso del Rosario, etc.

Luego del combate de Carumbé, Curado se dirige al campamento de Ibaracohy Grande, dejando los destacamentos de cobertura indispensables, y ocupándose de la reorganización de sus fuerzas. En tal situación los portugueses se enteran de que Artigas se había reorganizado después del combate de Carumbé y ocupaba una fuerte posición sobre el Río Arapey, desde donde pensaba reiniciar las hostilidades.

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Insistiendo en su plan de llevar la guerra a territorio enemigo, Artigas adelanta a Andrés Latorre en dirección al Cuareim, al frente de un ejército de 3.400 hombres. El marqués de Alegrete (que había relevado a Curado el 15 de diciembre de 1816), para conservar la iniciativa en las operaciones, decide buscar nuevamente el combate.

Poniendo en práctica su plan ofensivo, el 20 de diciembre destaca de su campamento una fuerza al mando del brigadier Tomás Da Costa Revello, con orden de marchar hasta las inmediaciones de Santa Ana, y dejarse ver por la vanguardia de Artigas, logrado lo cual debía retroceder hasta reincorporarse al grueso que estaría atravesando el Cuareim unas 8 leguas al Sur. El objeto de esta maniobra era simular una dirección falsa de ataque.

El día 28 los portugueses se enteran, por intermedio de dos desertores, que Artigas tenía su Cuartel General en el Arapey, habiendo adelantado destacamentos reforzados hacia Santa Ana, con misión de cobertura. Tal información revelaba con claridad el dispositivo de Artigas, que había dividido sus fuerzas en dos agrupamientos: el de vanguardia, de mayor efectivo a órdenes de Latorre formado por 3.400 hombres de infantería y caballería, con dos piezas de artillería, sobre Santa Ana con misión ofensiva.

Batalla de Arapey

La reserva, a sus órdenes, constituida por unos 500 hombres se encontraba situada en el potrero del Arapey, en unos cerros de acceso difícil. Latorre cruzó el Cuareim a principios de enero, buscando el enemigo, el cual también lo atraviesa hacia el Sur por el paso de Farías, situándose en la margen Sur, casi sobre la retaguardia de Latorre, el 1º de enero de 1817, separando así los dos núcleos artiguistas.

En tal situación Latorre se prepara para atacar a los portugueses por la retaguardia, pero éstos se adelantan unos 40 kilómetros al sur de Santa Ana a orillas del Arroyo Catalán. En la noche del día 2 de enero de 1817 el jefe portugués adelantó al teniente coronel Abreu con un destacamento de unos 600 hombres y 2 piezas contra Artigas

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que estaba en Arapey, y envió un Regimiento de Dragones para interponerse entre el Arapey y Santa Ana, con misión de reforzar a Abreu y observar a Latorre.

Abreu ataca a Artigas en la mañana del día 3, luego de una sigilosa marcha nocturna, y de vadear el Río Arapey al aclarar. Artigas se había emplazado en una zona de barrancas y montes próximas a las puntas del Arapey, había emboscado unos 300 hombres, los que hicieron un nutrido fuego sobre la columna portuguesa. Tras su heroica resistencia se ve obligado a replegarse en el centro ante la presión y certero fuego de la artillería portuguesa. Poco a poco se amplía esta brecha hasta producirse la retirada en desorden ante la superioridad enemiga.

Artigas abandonó bagajes, pertrechos, armamentos y ganados, siendo el campamento saqueado e incendiado por los vencedores.

Batalla del Catalán

Libre de Artigas el marqués de Alegrete se propuso ir el día 4 al encuentro de Latorre, cuando en la mañana de ese día fue atacado en su campamento, en la margen derecha del Catalán, por el propio Latorre. La posición portuguesa era bastante fuerte; se encontraba protegida por una curva del río y encuadrada a los flancos por profundas quebradas del terreno. Latorre ataca con la infantería en el centro encuadrada por 2 piezas y el grueso de su caballería, constituida principalmente por sus lanceros indígenas, que acometieron con decisión, arrollando las guerrillas enemigas. Latorre atacó contra el ala y el flanco derecho de los portugueses.

Durante la lucha atravesó el arroyo amenazando la retaguardia del enemigo con el objeto de desorganizarlo y quitarle la caballada, para impedirle así toda posibilidad de retirada. Los lanceros charrúas, minuanes y guaycurúes cubrieron el avance de la infantería y atacaron en toda la línea.

La victoria parecía ya obtenida cuando la izquierda oriental, formada por la caballería correntina, se repliega inesperadamente sobre el centro, por la aparición de una pequeña fuerza enemiga, que se creyó fuera un poderoso refuerzo. Se trataba simplemente de las fuerzas de Abreu que regresaba del combate de Arapey.

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Luego se inclinaba la victoria hacia los portugueses, los restos de nuestras fuerzas se reunieron en un extremo del monte y lucharon encarnizadamente. Latorre deja en el campo cerca de 900 muertos, 290 prisioneros, 2 cañones y 600 caballos. Esta fue la batalla más sangrienta de la campaña.

Después de la Batalla del Catalán, las tropas portuguesas atraviesan el Cuareim en Lagueado y van a detenerse a media legua del paso para estacionar durante el invierno.

El día 14 de enero de 1817, desde San Borja, el marqués de Alegrete destaca al brigadier Francisco de Chagas para que con sus fuerzas destruyera a los pueblos de la margen oriental del Río Uruguay, a fin de quitar al ejército patriota todos los medios para repetir la invasión a las Misiones. Cumpliendo tales órdenes Chagas devasta gran parte de Misiones (actualmente territorio de Corrientes), saqueando, arrasando e incendiando cuanto pudo; llevaba 1.000 hombres, 5 cañones, 11 canoas para atravesar el río y 9 carretas para su transporte.

Cruza el Uruguay próximo a la desembocadura del Aguapié, una legua al Sur del Paso de la Cruz. Chagas ordena al teniente Carvalho que fuerce el pasaje del Uruguay frente a Itaquí, logrando éxito en la operación a pesar de la resistencia del capitán Vicente Tiraparé que defendió el Paso al frente de un escuadrón de caballería indígena.

Al tener conocimiento de la invasión Andresito marcha al frente de unos 500 hombres atacando al mayor Gama Lobo, que con una partida de 300 soldados se dirigía a destruir Yapeyú, derrotándolo y obligándolo a replegarse sobre Chagas. Cuando ambos jefes reunido intentan atacarlo, Andresito dispersa sus fuerzas para reunirlas a cubierto sobre las costas del Paraná.

El brigadier Chagas luego de hacer destruir los pueblos de La Cruz y de Yapeyú, marcha hacia el norte por la margen derecha del Río Uruguay. El día 31 de enero llega a Santo Tomé, donde se detiene e instala su Cuartel General, comenzando desde allí incursiones hacia la campaña, llevadas a cabo por Carvalho quien tala los campos, saquea las poblaciones y arruina el país.

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El ayudante José de Melo, destruye, reduciendo a ruinas las poblaciones de Santa Ana, San Javier y los Mártires. El comandante de la frontera de San Nicolás atacada la guardia de San Fernando y enseguida la población de Concepción la que deja en ruinas. Cumplidos estos vandálicos atropellos, Chagas repasa el río, el 13 de marzo de 1817, dejando en la margen derecha del Río Uruguay los puestos de observación necesarios.

Con estas inhumanas medidas quedó destruida la base de operaciones de Andresito. Una vez retirado Chagas, Andresito vuelve a los pueblos misioneros e intenta su reconstrucción. A mediados de 1817 es atacado por Chagas cuando se encontraba en Apóstoles, rechazándolo y obligándolo a repasar el Uruguay. Reorganizado después de este contraste, en marzo de 1818 atraviesa el Uruguay y sitia a Andresito en el pueblo de San Carlos. Después de 4 días de sitio y de sangrienta y continuada lucha, Andresito logra forzar el cerco, dejando en ruinas el reducto que defendía.

Operaciones en el sur

En agosto de 1816 la vanguardia de Lecor, que invadía por el Este (camino de la angostura) ocupa la Fortaleza de Santa Teresa. Allí establece su Cuartel General el co mandante de la vanguardia Sebastián Pinto de Araújo Correa.

El jefe portugués continúa luego su progresión llegando a Castillos el 5 de setiembre. Rivera desde su posición en Maldonado, al enterarse del avance portugués, marcha hacia el este, protegido por pequeñas descubiertas que tienen su primer contacto con el enemigo y es posteriormente derrotado en el Paso de Chafalote.

La Vanguardia portuguesa continúa su progresión hacia el Oeste, en tanto que Rivera observa paso a paso sus movimientos esperando el momento oportuno para atacarlo, tratando de alcanzar los últimos elementos de la vanguardia enemiga.

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Para engañar a los portugueses, Rivera destaca en la noche del 18 de noviembre dos partidas que hacen demostraciones al norte y al este de la vanguardia portuguesa. Facilitando su despliegue mediante esta estratagema lanza el ataque disponiendo la Caballería en las alas y la Infantería en el centro. Su maniobra envolvente fracasa al verse detenida el ala izquierda oriental por una compañía de Cazadores. Empeñadas las alas en acciones parciales permiten a la caballería portuguesa reorganizarse, dejando sin apoyo a la infantería patriota, la que es atacada y desorganizada. A este suceso sigue el desmoronamiento total de la línea.

Luego de la Batalla de India Muerta, acción que acabamos de describir, los portugueses continúan su avance, cuando al llegar a la altura del Arroyo Sauce, Departamento de Maldonado, los ataca sable en mano exitosamente el comandante Gutiérrez que había podido rehacerse de la reciente derrota. Con ello Rivera inicia el cumplimiento de la misión impuesta por Artigas, que no debió abandonar. El haber presentado batalla contrariaba las órdenes dadas por Artigas, que le había asignado una misión de hostilización y de defensiva elástica. En agosto de 1816 invade la División del brigadier Bernardo da Silveira por Aceguá (Departamento de Cerro Largo).

Fernando Otorgués con misión de actuar en observación de esta División, es atacado por la vanguardia portuguesa en diciembre de 1816. Ante la superioridad numérica del enemigo Otorgués se bate en retirada hacia el Arroyo del Cordobés, perseguido de cerca por una partida portuguesa. Al llegar al Paso de Pablo Páez, observando que el enemigo tenía sus caballadas muy cansadas, y que se había desprendido temerariamente del grueso, se da vuelta, cargando sobre los portugueses sable en mano dispersándolos.

Luego de esta acción Otorgués se retira buscando la incorporación de Rivera con el objeto de reunir fuerzas suficientes para atacar a Silveira que acampaba en el Potrero de Casupá.

Libre de este peligro, Silveira continúa su marcha hacia Minas, siendo hostilizado por Lavalleja. Favorecido por el terreno y serranías que circundan a Minas, Lavalleja sitia a los portugueses en esa villa, hasta que en enero de 1817 éste logra forzar el asedio, incorporándose a Lecor cerca de Pan de Azúcar.

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En febrero de 1817 llegó Lecor a Maldonado, donde se puso en contacto con la escuadra portuguesa del Conde de Vianna.

Producidas las derrotas de las fuerzas de cobertura en el Este y de contra invasión en el Norte; enterado del avance del General Lecor, Artigas resuelve retirar las tropas de Montevideo sacrificando la Plaza. El Gobernador Delegado Miguel Barreiro y el Regidor Joaquín Suárez que ejercían el gobierno de Montevideo abandonan la ciudad dado que no contaban con la fuerza ni los medios necesarios para su defensa. Disponían solamente de 600 plazas y de una Compañía de Artillería, siendo escasos los cartuchos y la pólvora.

La División de Lecor tenía un efectivo aproximado de 8.000 hombres. Sin intentar una inútil resistencia se repliegan buscando incorporarse a las fuerzas de García de Zúñiga, con la finalidad de hostilizar a los portugueses una vez que ocuparon la ciudad. Con las fuerzas que se retiraban de Montevideo y las milicias del Sur, Artigas dispuso que se constituyeran dos ejércitos, a los que dio la denominación de Ejército de la Derecha y de la Izquierda. El primero ocuparía el centro de la campaña, y actuaría bajo el comando de Otorgués; el segundo a cargo de Rivera ocuparía las posiciones de vanguardia situándose en las inmediaciones de Montevideo, cuya vanguardia estaba constituida por una partida de unos 400 jinetes a órdenes de Lavalleja.

Estas partidas se mantenían activas hostilizando los reconocimientos portugueses, reclutando gente y arreando caballadas, cumpliendo en fin una guerra de recursos y de guerrillas.

Batalla de Paso de Cuello

Entre las acciones y encuentros que sucedían, casi a diario se destaca la exitosa acción del paso de Cuello el 19 de marzo en que es atacada una partida portuguesa sorpresivamente y aprovechando el obstáculo del río Santa Lucía en una temeraria carga llevada a cabo por Lavalleja; luego de este combate Lecor se retira hacia Montevideo siempre hostilizado por las guerrillas patriotas, siendo luego sitiado en la ciudad por el grueso de las tropas de Barreiro y Rivera. Para romper el cerco que desde distancia (ocupando el paso de la Arena las tropas artiguistas), Lecor organiza una fuerte columna, integrada por fuerzas de infantería, caballería y artillería, y hace

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una salida en dirección a Florida. Al llegar a la altura de la región Casavalle, es atacado sorpresivamente por Rivera, quien luego de desorganizar la columna y demorarla se repliega sin dejarse enganchar.

Como medida de protección Lecor hizo construir una zanja con reductos situados de kilómetro en kilómetro, de la Barra de Santa Lucía al Buceo, pasando por el Cerrito. A dicha zanja los patriotas le llamaban “reyuna”, en son de mofa.

En octubre de 1817, numerosos jefes orientales se insubordinan contra Artigas, abandonando su causa, luego de dar muestras de desaliento. No fueron ajenas a tales defecciones, las secretas maquinaciones de Pueyrredón, quién aparentando defender y proteger a los orientales mantenía secretas relaciones con los invasores. Entre estos jefes están: el coronel Pedro Fuentes comandante militar de Colonia, quien entrega la plaza al enemigo, el coronel Rufino Bauzá, los hermanos Manuel e Ignacio Oribe, que con la ayuda de Lecor, se dirigen a Buenos Aires, donde son muy bien recibidos, etc.

Incurren también en lamentables actitudes el propio Ortogués, quien mantiene correspondencia secreta con Pueyrredón, secundando los planes directoriales para provocar deserciones entre las fuerzas adictas a Artigas, llegando a decir: “por aquí ya están tomadas las medidas que faciliten el acierto. Yo estoy de acuerdo con todos los paisanos de mayor influjo; con la mayor cautela se han ido dando todos los pasos precisos y puedo asegurar a V. S. que todo está listo”. No obstante éstas y muchas otras deserciones, el héroe se mantiene firme.

El 13 de noviembre de 1817, Artigas declara la guerra al Directorio ante pruebas incontrovertibles de la ayuda que presta a las incursiones de los portugueses por las costas de los ríos Paraná y Uruguay a fin de obtener leña y ganado para el consumo de Montevideo. En un apasionado y documentado oficio, Artigas enumera a Pueyrredón, su indigna conducta.

La situación militar es desesperante, ya que Artigas se vio obligado a atender dos frentes, lo cual indudablemente escapaba a sus posibilidades y a su organización. El desaliento cunde aún más entre sus fuerzas, ya que a los recientes contrastes, y deserciones se sumaba un poderoso enemigo que atacaría su retaguardia y bases de operaciones.

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Perdida la costa, Artigas ganó el interior, conservando el Río Uruguay, por donde recibía recursos de las provincias de Entre Ríos y Corrientes. Quería ensayar un nuevo golpe hostilizando a los invasores, entorpeciendo sus comunicaciones y aprovechando los menores síntomas de flaqueza o de descuido para asestar golpes de mano.

Dada la situación, los portugueses tenían necesidad de ocupar la línea del Uruguay, para interceptar las comunicaciones de Artigas con las Provincias de la Liga Federal. Convenía que las operaciones fueran combinadas desde el Norte y del Sur. Obedeciendo a esta idea de maniobra Curado, comandante de las Fuerzas de Río Grande, marcha hacia el sur a mediados de febrero de 1818, abandonando su campamento en el Catalán, al frente de unos 4.000 hombres. El 2 de mayo del mismo año penetraba en el Río Uruguay una escuadra portuguesa, integrada por cuatro buques, al mando de Senna Pereira. Esta operación se realizó con el consentimiento del gobierno porteño que permitió el pasaje de Martín García. Así lo prueba el oficio de Miguel Bonifacio Gadea de fecha 13 de setiembre de 1817, dirigido a Artigas.

Con la finalidad de completar la defensa del litoral, Artigas hizo construir baterías en Arroyo de la China (Concepción del Uruguay), en el Paso de Vera y en las Bocas del Perucho Berna. Estas baterías ofrecieron resistencia, pero fueron reducidas luego de ser atacadas en forma combinada por Sena Pereyra y Bentos Manuel Riveiro. Mientras la escuadrilla portuguesa amenazaba a la villa de Arroyo de la China, Bentos M. Riveiro cruza en la noche el río Uruguay con 1.500 hombres al norte de la barra del Perucho Berna y ataca sorpresivamente por la espalda a las baterías y florillas artiguistas. El 12 de mayo de 1818, fuerzas de Curado al mando de Bentos toman contacto con la flotilla de Senna Pereira.

Luego de estas acciones no tardaron en caer los restantes núcleos de resistencia del litoral. En febrero de 1818, en las nacientes del Arroyo Valentín (Salto), Curado tomó prisionero a Lavalleja, comandante de la vanguardia artiguista, mientras efectuaba un reconocimiento. También Otorgués había corrido la misma suerte poco antes en Cerro Largo.

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Batalla de Queguay Chico

Luego de acciones de escasa importancia, favorables a los orientales, como la de Pichinango, Guaviyú y Chapicuy, el 4 de julio de 1818, Bentos sorprende y derrota a Artigas en su campamento en el Queguay Chico, dispersándole las tropas. Pocas horas más tarde Rivera ataca a los portugueses derrotándolos completamente y recuperando todo el botín perdido. Luego de esta acción Artigas atraviesa el Uruguay a fin de organizar nuevas fuerzas para invadir Río Grande.

A cargo de la hostilización de Curado deja a Rivera, quien lo sorprende el 3 de octubre de 1818, en la Barra del Arroyo Rabón. Ante la superioridad numérica del enemigo, Rivera se ve obligado a iniciar una difícil retirada, perseguido de cerca y batiéndose durante diez horas.

Haciendo un hábil aprovechamiento del terreno Rivera pone a salvo sus fuerzas, perdiendo sólo 12 hombres en un recorrido de 60 kilómetros. Luego de esta memorable acción, conocida por Retirada del Rabón, Rivera continúa su guerra de recursos.

Nuevo plan de contra‐invasión

En mayo de 1819, Artigas intenta repetir el plan de contra‐invasión fracasado en setiembre de 1816. El nuevo plan era tan audaz y bien concebido como los anteriores. Andresito invadiría por el norte, atrayendo hacia ese lado las fuerzas brasileñas, a las que entretendría con guerrillas, en tanto Artigas siguiendo la sierra de San Martinho con el grueso atacaría por sorpresa al general Patricio Cámara en Santa María. Con un golpe de mano asolaría Río Pardo, Cachoeira, Triunpho, y proximidades de Porto Alegre.

El 25 de abril de 1819, Andresito atraviesa el Uruguay en San Isidro al frente de unos 1.300 hombres (guaraníes y milicias de Corrientes) apoderándose fácilmente de los pueblos de Misiones a excepción de San Borja. Andresito establece su Cuartel General en San Nicolás, donde encuentra abundantes municiones y algunas piezas de artillería.

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Batalla de Itacurubí

A principio de mayo, Andresito es atacado por Chagas en el pueblo de San Nicolás, rechazando a los sitiadores y persiguiéndolos tenazmente, luego de haber recibido un infernal bombardeo de la artillería portuguesa.

Chagas pide refuerzos a Abreu y al gobernador de Río Grande. Andresito deja al capitán Khiré en San Nicolás y se dirige al Sur buscando la incorporación de Artigas, pues no tenía informaciones sobre su posición y había tenido serios trastornos en la correspondencia. Regresaba hacia San Nicolás sin haberse enlazado con Artigas, cuando el 6 de julio de 1819, es atacado por Abreu en el Paso de Itacurubi, siendo completamente derrotado. Días después cayó prisionero cuando intentaba repasar el Río Uruguay.

Con la derrota y prisión de Andresito, el plan de Artigas había fracasado nuevamente. Las causas de su fracaso estaban fundamentalmente en la desproporción numérica, en la diferencia de organización, armamento e instrucción de ambos combatientes. El efecto de sorpresa perseguido por Artigas se ve anulado porque los portugueses interceptan un chasque que llevaba comunicaciones importantes.

Comprendiendo su fracaso, Artigas no juzga oportuno seguir adelante haciendo un compás de espera, aguardando circunstancias más favorables. Deja entonces el Ejército dividido en partidas a órdenes de sus tenientes, con misiones de alcance limitados y se desplaza hacia el Río Uruguay, su permanente centro de operaciones, a fin de organizar su tercera contra invasión.

En noviembre de 1819, Artigas aprovecha las circunstancias de haber perdido los portugueses la libertad de acción, a causa de la hostilidad de las continuas guerrillas artiguistas, lanzando su tercera contra invasión. Artigas dispuso sus fuerzas en la siguiente forma: Lavalleja con 300 hombres sobre el Arroyo Solís Grande; Rivera, con 300 hombres y 100 charrúas en el Paso Cuello, sobre el Río Santa Lucía Chico;

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Otorgués, en el valle del Arroyo Marmarajá, con 250 hombres, desde donde llevó un enérgico ataque sobre Maldonado, de cuya ciudad se apoderó el 19 de setiembre.

Artigas se estableció con la reserva en los potreros de Arerunguá, dedicado a concentrar y disciplinar sus fuerzas.

La situación general era la siguiente: Lecor se encontraba sitiado en Montevideo por Felipe Duarte, que había sido nombrado por Artigas, Comandante General de la línea sitiadora de Montevideo. El 17 de noviembre de 1819, Artigas en un oficio datado en Las Cañas, le da órdenes e instrucciones sobre la forma de conducir la guerra de recursos, recomendándole que en caso de ser imposible la resistencia, se bata en retirada sobre el Río Negro, buscando la reincorporación de las otras Divisiones, hostilizando siempre al invasor.

Curado se encontraba atrincherado en el Rincón de Haedo (Rincón de las Gallinas). El brigadier José de Abreu se hallaba con unos 600 hombres, en el Paso del Rosario (Ituzaingó) del Río Santa María, encargado de cubrir la frontera. Cumpliendo su plan de obrar sobre el punto más sensible del enemigo, cortándole sus líneas de comunicaciones, Artigas invade por la penetrante de la Cuchilla de Santa Ana con unos 300 hombres, y cubierto por una vanguardia de unos 500 hombres al mando de Latorre.

Desgraciadamente es interceptada de nuevo la correspondencia artiguista enterándose los portugueses de su idea de maniobra, según se desprende del oficio del Conde de Figueira (Gobernador de Río Grande) fechado en diciembre de 1819.

Batalla de Santa María

Artigas invade hasta el Río Santa María, atacando el 14 de diciembre de 1819 al coronel Abreu, que acampaba en las costas del Ibirapuitán Chico, infligiéndole una completa derrota. Esta batalla se le conoce también con el nombre de Combate de Santa María o de Ibirapuitán.

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Luego de este combate Abreu es reforzado por la incorporación de Cámara, el día 15. Posteriormente Abreu recibe nuevos refuerzos enviados por el conde de Figueira, con lo que obtiene superioridad numérica. Alentado por estas circunstancias ataca y destroza a la vanguardia artiguista al mando de Latorre.

Luego de este revés Artigas juzga prudente abandonar el territorio brasileño, para reorganizar sus fuerzas, activar el envío de las tropas pedidas a Entre Ríos y reunir caballadas. Con tal intención entrega temporariamente el comando a Latorre quien se dirige al Río Tacuarembó, situándose en sus costas. Artigas se dirige al arroyo Mataojo en el departamento de Salto. El grueso de las fuerzas de Latorre vadeó el Río Tacuarembó, dejando en la otra orilla la vanguardia constituida por la División de Misiones.

Batalla de Tacuarembó

El 22 de enero de 1820, el conde de Figueira, al frente de unos 3.000 hombres, a las ocho de la mañana atacó por sorpresa a la vanguardia de Latorre. Esta vanguardia estaba aislada del grueso por la creciente del río. Inútiles fueron los esfuerzos realizados; a la superioridad numérica de los portugueses se suman estos diversos factores adversos: sorpresa, error táctico, etc.

La Batalla de Tacuarembó, fue el golpe de gracia para la resistencia artiguista, pues aniquila prácticamente sus fuerzas. Fue la última batalla en el territorio oriental librada por las fuerzas artiguistas. Al efecto material provocado por esta derrota se suma el 2 de marzo el sometimiento de Rivera, luego de actos de desobediencia y de entrar en tratativas con los portugueses. La decepción, con todos sus efectos morales, iba cundiendo entre las tropas.

Batalla de Las Guachas

Buscando organizar nuevas fuerzas para continuar la resistencia, Artigas atraviesa el Uruguay seguido de unos 300 jinetes, que era cuanto le quedaba de su destrozado ejército. Estableció su campamento en Avalos, iniciando de inmediato el reclutamiento y la reorganización de sus fuerzas, mediante comunicaciones dirigidas a

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los caudillos de Corrientes, Entre Ríos y Misiones. Cuando Ramírez recibe el pedido de auxilio formulado por Artigas, no sólo no lo cumple, sino que se subleva contra él. Con anterioridad a este hecho, Artigas había increpado a Ramírez el haber suscripto el Tratado del Pilar, lo que consideraba una traición a sus ideales y un desconocimiento de su autoridad.

Inmediatamente de tener noticia de la actitud de Ramírez, Artigas marchó contra él, batiéndolo completamente en Las Guachas, el 12 de Junio de 1820.

Batalla de Las Tunas

Habiendo recibido Ramírez refuerzos enviados por Sarratea (implacable enemigo de Artigas y en ese momento Gobernador de Buenos Aires), derrota a Artigas en Las Tunas, y luego persiguiéndolo con saña lo obliga a refugiarse en Corrientes y luego en Misiones, donde una nueva traición, la del indio Siti, termina con su poder militar, al verse atacado por la espalda mientras sitiaba el fuerte de Cambia. Abriéndose paso con sólo 150 hombres se dirige a Candelaria, donde atraviesa el Río Paraná, el 23 de setiembre de 1820.

Allí termina la titánica resistencia del héroe. El silencio que rodea sus pasos posteriores impiden una exacta apreciación de sus intenciones. Posiblemente llegó a la frontera del Paraguay con el objeto de solicitar refuerzos para la lucha por la libertad. Su prestigio entre la masa indígena era notable. Tal vez confió en repetir nuevamente su plan mediante la colaboración que obtuviera en el Paraguay. Lo cierto es que su figura epopéyica desaparece del escenario geográfico de su protectorado, para encarnarse en las ideas y en las masas de sus provincias, volviendo en el justiciero lenguaje de la historia como un símbolo de redención y de gloria.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Rodríguez, Cap. Edison Alonso – Artigas, Aspectos militares del héroe – Montevideo (1954)

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12 de Junio

Misión paraguaya a Europa

Elisa Alicia Lynch (1835‐1886)

Uno de los primeros actos del presidente del Paraguay, Carlos Antonio López, fue ponerse en relación con todos los gobiernos civilizados del mundo. Como resultado de sus gestiones diplomáticas, pronto el Paraguay salió del aislamiento en que había vivido, entrando de lleno en la convivencia internacional. De todas partes les llegaron los mejores testimonios de sincera simpatía, reconociéndose la independencia y formulándose votos por el resurgimiento paraguayo. Y no tardaron en llegar a Asunción los representantes de las grandes potencias, con los que se firmaron tratados de amistad, comercio y navegación.

Para responder a estas atenciones, para restablecer las relaciones con la madre patria, y con otros fines relacionados con el desenvolvimiento del progreso del Paraguay, fue enviado a Europa, como ministro plenipotenciario, el general López, que era ya, a la sazón, el hombre más preparado y más discreto de su país.

El domingo 12 de junio de 1853 partió de la Asunción, a bordo de la nave de guerra Independencia del Paraguay, llevando como secretarios a Juan Andrés Nelly y a Angel Benigno López. Lo acompañaban también el entonces comandante Vicente Barrios, el capitán José María Aguiar, el teniente Rómulo Yegros y el alférez Paulino Alen.

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El 14 de setiembre llegó el representante paraguayo a Southampton pasando enseguida a Londres, donde mereció la más amable acogida por parte del gobierno británico. (1)

En aquella ocasión tuvo oportunidad de conocer allí personalmente al famoso publicista argentino Nicolás Calvo, quien había de ser después uno de sus corresponsales secretos en el Río de la Plata. De una correspondencia enviada por dicho escritor a un diario de Buenos Aires se tomaron los párrafos que siguen, donde sus palabras trasuntan la impresión que le causara el representante paraguayo:

“Tenemos aquí al general López, ministro plenipotenciario del Paraguay, que pronto pasará a París. El general es un hombre distinguido en sus modales, dotado de una fisonomía inteligente y apacible, que gana la voluntad del que le trata. Su viaje a Europa es, a mi juicio, una garantía de prosperidad y un gaje de progreso y de mejora infalible para su patria. Observador, reservado y estudioso, se ve en sus acciones la preocupación del hombre seriamente contraído a llevar la aplicación de lo bueno y de lo útil que la Europa le presenta en provecho de su patria.

“El Paraguay, ofreciendo una estabilidad que, desgraciadamente, falta entre nosotros, llama ya la atención de la Europa comercial, y la emigración agrícola de que tanto necesitan estos países puede muy bien acordarle la preferencia, tanto más cuanto que es éste uno de los puntos a que el ilustrado general López contrae su preferente atención, y reuniendo, como reúne, a la capacidad personal los medios materiales y pecuniarios de desenvolver su plan, poco arriesgo es presagiar que una corriente de inmigración europea, no tardará en pronunciarse hacia el Paraguay.

“Esta legación es, quizás, la más numerosa que ha venido de la América, y hará buena figura en la lujosa Corte del Emperador Napoleón”.

Llegada a Francia

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Después de una corta estada en Londres, y antes de visitar, como deseaba, las grandes ciudades manufactureras del Reino, a causa del cólera, que empezaba a propagarse en forma alarmante, pasó a Francia, donde fue recibido en sesión pública por Napoleón III, quien, desde un principio, le brindó sus simpatías, así como la hermosa Emperatriz.

Muchas leyendas se han forjado sobre su paso por París y sobre el deslumbramiento que causó en su alma el falso brillo de aquella Corte corrompida.

Hay a qué atenerse sobre el carácter del joven patriota, sobre las intimidades de su alma, sobre sus verdaderas inclinaciones. Se sabe que era morigerado en sus costumbres y que desdeñaba los laureles de la gloria militar. En su alma no cabía otra ambición que la de ver a su patria engrandecida y en paz con sus vecinos…

Mal, pues, podía seducirle una Corte marcial, fastuosa, pero degradada, a los encantos íntimos de una ciudad alegre. En su mente no llevaba clavada sino una sola idea fija: la prosperidad de su pequeño país. Inútil buscar documentos, pruebas reales de que hubiese llevado en París una vida licenciosa. Inútil pretender dar verosimilitud siquiera a las patrañas forjadas por los falsificadores de la historia.

Queda, felizmente, el diario íntimo de uno de sus compañeros –el mayor Rómulo Yegros‐ gracias al cual es posible seguirle, sin perderle de vista un momento, a través de la gran ciudad. Y por ese diario se sabe toda la verdad de su actuación irreprochable.

Lo que hay de cierto es que Eugenia, que quiso confundirle con uno de esos embajadores semibárbaros de los países orientales, quedó prendada de su gentileza tan pronto como lo conoció en una de las fiestas del Palacio. Y que Napoleón, que era un hombre de vasta cultura, se sintió sorprendido en presencia de aquel joven lleno de ilustración que, en un francés correcto, disertaba con él sobre las más diversas cuestiones, con un dominio absoluto de la política europea y de la historia del mundo.

Aquella simpatía se transformó pronto en amistad que le valió las más honrosas distinciones. Así, es verdad que el Emperador lo invitó una vez a presenciar unas maniobras militares, brindándole el comando de las tropas, en medio del estupor de

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los presentes. López, sin afectación y sin embarazo alguno, agradeció aquella inusitada distinción, dando en el acto las órdenes correspondientes y haciendo desfilar batallones y regimientos en su presencia con singular acierto. Precisamente toda su cultura militar era francesa, estando bien interiorizado de los secretos de la táctica y de su estrategia. No podía, pues, tomarle de sorpresa aquel rasgo inesperado del Monarca.

Por lo demás, en París, como en Londres, no perdió su tiempo en frivolidades, trabajando por allegar ventajas a su patria, procurando abrir mercados a los productos paraguayos, vincularse a la banca europea y encaminar hacia Paraguay una buena corriente de emigración.

Y como resultados de sus gestiones tan fecundas, el Paraguay se vio pronto impulsado por un creciente progreso, en medio de una renovación completa.

No se puede omitir aquí un detalle íntimo de su vida que ha dado lugar a tantas injustas acusaciones, a tantos calumniosos denuestos. El mismo está referido a sus relaciones con la famosa Elisa Alicia Lynch, a quien amó apasionadamente desde el momento que la conoció en Paris.

Esta célebre mujer, tan vinculada a la historia del Paraguay, tan discutida y tan interesante a los ojos del investigador sereno, ha dejado en un panfleto poco conocido los siguientes datos autobiográficos:

“Nací en Irlanda, el año 1835, de padres honorables y pudientes, perteneciendo a una familia irlandesa que contaba, por parte de mi padre, dos Obispos y más de setenta magistrados, y, por parte de mi madre, un vicealmirante de la Marina Inglesa, que tuvo la honra de combatir, con cuatro de sus hermanos, a las órdenes de Nelson, en las batallas del Nilo y Trafalgar.

“Todos mis tíos fueron oficiales de la Marina o del Ejército inglés. Mis primos lo son hoy, y varios otros de mis parientes ocupan altas posiciones en Irlanda.

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“El 3 de junio de 1850, fui casada en Inglaterra, a la edad de quince años, con Mr. Quatrefages, persona que ocupa un alto puesto en Francia. A su lado viví tres años, residiendo en Francia y Argelia, sin tener descendencia.

“Separada de él a causa de mi mala salud, me reuní a mi madre en Inglaterra, quedando algún tiempo con ella. Estuve después con mi tío, el comandante de la Marina real inglesa, William Royle Crooke y su esposa, hermana de mi madre.

“Residí en París muy poco tiempo, y, mientras estuve allí, viví con mi madre y la familia de Strafor, compuesta de la madre y tres hijas, siendo el padre magistrado en Dublín.

“Poco tiempo después de separada de mi esposo conocí al mariscal López, y ya en 1854 me encontraba en Buenos Aires, de paso para Asunción.

“Los que se han empeñado en presentarme como una mujer de mala vida en París, se encuentran descubiertos ante la evidencia de lo que dejo referido, porque falta materialmente el tiempo necesario para que yo haya podido entregarme a la vida licenciosa que se ha pretendido atribuirme. No he podido, pues, ser la mujer que han pintado mis enemigos.

“El antecedente más desfavorable a mi reputación ha sido el hecho de mi matrimonio. Casada y pasando a ser la compañera del mariscal López era autorizar el cargo de adúltera. Hasta hoy no he querido desmentir esta acusación por motivos de delicadeza que me obligaban a no perjudicar la posición que ocupa Mr. Quatrefages. Pero ahora estoy obligada a romper ese silencio, porque me debo a mis hijos y mi nombre está ligado a una época histórica.

“Mi matrimonio con Mr. Quatrefages fue considerado nulo por no haberse cumplido las formalidades exigidas por la ley, y la prueba más concluyente de ello es que él se volvió a casar en 1857 y tiene varios hijos de ese matrimonio.

“Dados estos antecedentes respecto a mis primeros años, no necesito detenerme a dar cuenta de los quince años que residí en el Paraguay, porque nadie, nadie, se

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atreverá, ni se ha atrevido, a atribuirme una deslealtad al hombre al cual ligué mi porvenir”.

Tal es la madama Lynch de la realidad, pintada por ella misma con emocionante sinceridad… Mujer de extraordinaria belleza y distinción, llena de talento y de una discreta cultura, despertó en Solano López un apasionado amor. Se conocieron un día en la estación de San Lázaro… se conocieron y se amaron.

En una palabra, Solano López había encontrado en su camino la compañera que le deparaba su trágico destino. Y ésta, respondiendo también a un mandato superior, le dio la mano y lo siguió en la vida.

Fracasan las negociaciones con España

De París pasó a Madrid, donde presentó sus credenciales, gestionando un tratado de paz con la madre patria. Le tocó en la Corte española poner a prueba sus dotes de diplomático y su singular energía. Desde el primer momento encontró dificultades insalvables en las extrañas pretensiones de la Cancillería, que se empeñaba en sentar principios inadmisibles de derecho internacional, en cláusulas que rechazó resueltamente.

Así, quería el señor Angel Calderón de la Barca, ministro de Relaciones Exteriores, que se estableciera que los hijos de españoles nacidos en el territorio del Paraguay tendrían el derecho de optar por ser paraguayos o españoles, y otras estipulaciones por el estilo, contrarias al derecho de gentes, a las leyes de la República y hasta el decoro nacional. Con tal motivo tuvo que formular numerosas notas, en las que se ve el rastro de la garra del león. Su estilo es inconfundible, siendo imposible no reconocer en todo cuanto escribió desde entonces el sello potente de su personalidad.

Aquel joven, que por primera vez salía de su patria, hablaba con la autoridad de un hombre cargado de experiencia y acostumbrado a tratar de igual a igual a los más poderosos de la tierra. Todo es dignidad, energía, autoridad en lo que escribe. Se ve que se siente fuerte en su derecho; no conciente en ceder un ápice a su contendor. Y cuando se convence de que no hay nada que hacer ya frente a la terquedad de la

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Cancillería española, a la que ha demostrado inútilmente la sinrazón de sus pretensiones y hasta sus flagrantes inconsecuencias, anuncia oficialmente su retiro, y se marcha, sin perder la línea de la más exquisita cortesía.

Meses después, cambiado el ministro de Relaciones Exteriores, recibió un llamado del nuevo titular de dicha cartera, que se avenía, por fin, a zanjar todas las dificultades. Pero era ya tarde. El ministro paraguayo contestó que le era imposible volver a Madrid, porque había sido llamado por su Gobierno y en el puerto de Burdeos le esperaba, con los fuegos encendidos, un vapor de guerra de su país, listo para partir.

El más completo éxito coronó sus gestiones ante el Rey de Cerdeña, consiguiendo sin dificultad que fueran canjeados y ratificados los Tratados firmados en Asunción.

Por todas partes no encontró sino buena voluntad para su patria y para su persona, recibiendo de Napoleón las insignias de Comendador de la Legión de Honor y del Rey de Cerdeña las de Comendador de San Mauricio y San Lázaro.

Hasta el propio Juan Manuel de Rosas, entonces en Inglaterra, requerido para dar informes sobre el Paraguay, no titubeó en decir que era el único país al cual se podía abrir un crédito ilimitado, certificando que la firma de su ministro estaba garantida por las riquezas de un pueblo pacífico y trabajador y por la solvencia del Gobierno más serio de América.

Puede decirse, pues, que su misión fue coronada por el más completo éxito. Y, así, después de haber hecho un lucido papel diplomático; después de haber estudiado detenidamente todo lo que podía interesar a su patria; después de haber hecho magníficas adquisiciones, asegurando el concurso de hombres e instituciones de trascendental importancia, regresó, a bordo del hermoso y veloz vapor Tacuarí, adquirido por él en Inglaterra.

El 11 de noviembre de 1854, a las diez y media de la mañana, partió de Burdeos. Venían con él, a más del personal de la Legación, numerosos técnicos contratados en Inglaterra y Francia, entre ellos los ingenieros Whitehead y Richardson, que tan valiosos servicios habían de prestar al Paraguay.

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A su paso por Río de Janeiro se entrevistó con el Emperador y con varios personajes de la Corte, tratando inútilmente, de buscar una solución a las graves cuestiones que empezaban a poner en peligro la paz entre el Brasil y Paraguay.

Finalmente llegó a la Asunción en la tarde del 21 de enero de 1855.

Referencia

(1) El lunes 5 de diciembre de 1853 fue recibido Solano López por la Reina Victoria en su palacio de la isla de Wight. Rómulo Yegros, al anotar este hecho en su minucioso diario, escribe: “Después de haber visto el señor general a la Reina, dice que le ofreció su vapor de paseo para que regresase y su coche para que lo usase en el puerto. Esta oferta fue aceptada por el señor ministro. El inmenso gentío que había en la ribera y los marineros, al verle bajar, creyeron que era la Reina la que venía a su paseo de costumbre… Por este feliz viaje vemos que el señor general es tenido en mucho aprecio por la Reina y sus ministros”.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

O’Leary, Juan E. – El mariscal Solano López

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6 de Junio

Invasión portuguesa a la Banda Oriental

Era una ambición tradicional de los portugueses el lograr límites naturales para sus posesiones en América. Consecuentes a tal política buscan el dominio de los grandes ríos que tienen origen en su territorio y desembocan en el Río de la Plata. Desde la época del coloniaje, y aún en tiempo de paz, los portugueses siempre presionaron la frontera terrestre de la Banda Oriental y de las Misiones.

Bajo distintos pretextos, pero materializando una sola aspiración, los portugueses realizan dos invasiones; la primera en 1811 y la segunda en 1816.

La primera invasión se realiza a solicitud de Elío (en ayuda de los españoles sitiados en Montevideo) y da lugar a la firma del Armisticio del 20 de octubre por el que se levanta el sitio de Montevideo y a raíz del cual se efectúa el Exodo del Pueblo Oriental.

La resistencia a esta primera invasión es más bien pasiva, dada la actitud del gobierno porteño, y solamente se manifiesta por la acción de ciertos destacamentos y acciones de guerrillas en el este, en el litoral oeste, y en las Misiones. Los portugueses permanecieron en nuestro territorio (contrariando lo establecido en el artículo 11 del

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Armisticio de octubre) retirándose en agosto de 1812, por imperio del Tratado Rademaker‐Herrera.

En 1816, las circunstancias políticas y militares se presentaron favorables, produciéndose la segunda invasión portuguesa. Dicha invasión vino a quebrar un período de reorganización y prosperidad conocido como el Apogeo de Artigas, y habría de terminar por abatir definitivamente el poder militas y político del Protector.

En primer término contaban con la connivencia de los políticos porteños, especialmente del Dr. Gregorio Tagle, Ministro de Relaciones Exteriores de los gobiernos de Alvarez Thomas, de González Balcarce, Pueyrredón y la Logia Lautaro. En segundo término el apoyo, instigación y complicidad de un grupo de exiliados y residentes en Río de Janeiro entre los que citaremos a Vigodet, De la Alameda, Alvear, Nicolás Herrera, Manuel garcía, Valentín Gómez, etc.

Al impulso de tales circunstancias Río de Janeiro se convirtió en un foco anti‐ artiguista. En realidad siempre lo fue. Los españoles trataban de recuperar las colonias perdidas, mediante la ayuda de Portugal; los porteños intentaban terminar con Artigas, aunque fuera a costa de la segregación de la Provincia Oriental a favor de Portugal, o buscando la coronación de un Príncipe de Braganza.

Los emigrados a raíz del motín de Fontezuelas, suministraron a la Corte Portuguesa toda clase de informaciones, con lo que apoyaron sus planes de conquista. Nicolás Herrera dio las normas que debían seguirse en la invasión dando consejos en el orden político y militar. Tal como lo consigna el historiador Hugo D. Barbagelata en su obra, el ex Dictador Supremo Carlos de Alvear entregó al representante español una relación de la fuerza efectiva que tienen las Provincias del Río de la Plata, que están en insurrección, el 27 de junio de 1815. Según dicho informe, las fuerzas de la Banda Oriental y Entre Ríos era:

1ª División al mando de Fernando Torgués compuesta del Regimiento de Dragones de la Libertad, 600 hombres.

2ª Division al mando de Frutos Ribero, 500 hombres.

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3ª División al mando de Balta Ojeda, 500 hombres.

4ª División al mando de José Artigas compuesta del Regimiento de Blandengues, 1000 hombres

Otra idem. al mando de Blás Basualdo, 450 hombres

Total: 3.050 hombres

“Todas estas tropas son de Caballería, están mal vestidas pero en el día bien armadas. Estas dos provincias son las más entusiastas por la guerra, y todos sus habitantes a excepción de una pequeña parte se unirán inmediatamente a las tropas de Artigas, y engrosarán su número en caso de invasión.

Estas tropas son valientes y de una constancia admirable; no tienen disciplina de ninguna especie, ni conocen otra formación que la de ponerse en ala.

Hacen la guerra por el estilo de los cosacos, devastando todo el terreno que deben ocupar sus enemigos y cargándolos al descuido; pero nunca presentando batalla a no ser en el caso de contemplarse en una marcada superioridad numérica”.

En último término, el regreso de Europa de las tropas lusitanas veteranas de guerra contra Napoleón y el asesoramiento técnico militar del Mariscal inglés Beressford, quien les dio detalladas directivas para organizar la invasión.

Con el fútil pretexto de resguardar sus fronteras, protegiéndolas de la anarquía provocada por las montoneras de Artigas, planean minuciosamente la invasión. Desde noviembre de 1815, habían llegado algunas tropas veteranas de las luchas napoleónicas, constituidas principalmente por la División de Voluntarios, comenzando de inmediato su reavituallamiento para la próxima campaña.

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De entre ellos se designó al general Carlos Federico Lecor, General en Jefe de la invasión a la Provincia Oriental y Capitán General de la misma, una vez ocupada.

Plan portugués

En Río de Janeiro (Cuartel de Niteroi) se concentraron todos los cuerpos que formaban el “Ejército Pacificado de la Provincia Oriental” y se embarcó hasta Santa Catalina donde se efectuó la distribución de las fuerzas. La expedición terrestre se dividía en tres columnas: 1º) División Curado, tenía por objetivo Salto, invadiría por el norte del Río Negro. Estaba integrada por 2.000 hombres y 11 piezas. 2º) División Silveira, invadiría por Cerro Largo teniendo por objetivo Paysandú y la misión de proteger el flanco derecho de Lecor; siendo su efectivo también de 2.000 hombres. La ocupación de Paysandú no fue cumplida por órdenes expresas de Lecor, que alteraron el itinerario a cumplir. 3º) División Lecor, invadiría por la costa teniendo como objetivos sucesivos Maldonado, Montevideo y Colonia, era ésta la columna de mayor efectivo; 6.000 hombres y era la que tenía la misión principal.

La columna sur sería protegida y flanqueada por la escuadra al mando del Conde de Viana.

El plan portugués se encuentra resumido en el Acta del Consejo de Generales realizado en porto Alegre donde se acuerda esta triple invasión a la Banda Oriental. El plan era de difícil ejecución por el problema del enlace de las distintas columnas excesivamente distanciadas entre sí, y las dificultades creadas al aprovisionamiento que estaría fundamentalmente a cargo de la escuadra.

Si no hubiera sido por la complicidad porteña, no hubiera sido posible dar a las columnas de invasión el apoyo logístico necesario, dado que las baterías y corsarios artiguistas interceptaban las operaciones de la escuadra portuguesa.

La idea de maniobra inicial había sido operar con dos agrupamientos principales: uno bajo la jefatura directa de Lecor teniendo como base la división de Voluntarios

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Reales. Debiera seguir por mar, tocar Santa Catalina y ser reforzado allí por un cuerpo de Artillería y la Caballería que se juzgase necesaria. Luego continuará por mar a fin de desembarcar en Maldonado o en otro lugar propicio del Río de la Plata para atacar y ocupar Montevideo. El otro agrupamiento formado por las tropas del Río Grande bajo el mando de su Capitán General, operaría en el interior de la frontera de ese estado.

Ocupado Montevideo, Lecor organizaría las expediciones necesarias para arrojar al enemigo de las márgenes del Uruguay, a cuyo fin se pondrían en enlace con las fuerzas del Capitán General solicitando los auxilios que necesitase. Este plan es modificado según ya se señaló en el Consejo de Guerra realizado en porto Alegre.

Para llevar a cabo dicho plan surgen dos dificultades principales: 1º) Dificultades de enlace y comunicación entre las fuerzas. 2º) Era sensato tomar primero la capital, que constituiría una excelente base de operaciones.

Plan de Artigas

Para hacer frente a la invasión portuguesa, Artigas pone en ejecución el célebre plan concebido en el año 12 en el Ayuí, introduciéndole pequeñas variantes aconsejadas por factores circunstanciales, principalmente el emplazamiento de sus fuerzas y la dosificación de las columnas de invasión adversarias.

Como Artigas no podía oponerse directamente con sus 6.000 u 8.000 hombres en su mayoría de milicias, a los 12.000 hombres bien instruidos, armados y pertrechados de Portugal, prepara un contragolpe invadiendo Misiones, efectuando una acción envolvente para atacar las retaguardias del enemigo.

Dentro de un marco político defensivo, monta un plan estratégico ofensivo, tratando de llevar la guerra al territorio enemigo, para golpearlo en su punto más débil y más sensible: sus líneas de comunicaciones. Para lograr las fuerzas necesarias para el cumplimiento de su maniobra, combina la acción ofensiva en el norte con una defensiva elástica en el sur.

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Respondiendo a la idea de maniobra, Artigas vuelca sus fuerzas sobre la frontera, y tal como lo estableció en su oficio del 20 de junio de 1816, y otras comunicaciones acordes, realizando el siguiente despliegue inicial:

1‐Agrupamiento norte, al mando de Andresito; debería cubrir en un primer momento las costas del Río Uruguay al norte del Cuareim, y luego efectuar un movimiento convergente sobre San Borja. Está compuesto por: a) Las milicias de Entre Ríos, al mando de Sotelo, que atravesarían el Río Uruguay a la altura de Yapeyú. b) Las fuerzas a cargo de Andresito, que partiendo de Candelaria, dejarían guarniciones en Santo Tomé y La Cruz.

2‐Agrupamiento Central; fraccionado en dos destacamentos, avanzaría en dirección a San Diego, Cuartel General de los portugueses. El destacamento de vanguardia, a órdenes de Latorre, con 3.400 hombres, tenía por misión batir al Marquéz de Alegrete. El otro destacamento, al mando de Artigas, en reserva para apoyar y dirigir el movimiento invasor de Latorre.

3‐Agrupamiento Sur; formado por las divisiones de Rivera y Otorgués, tenía por misión actuar defensivamente en la frontera noreste. Rivera, situado en el departamento de Maldonado, deberá vigilar la ruta de la angostura. Otorgués, en las inmediaciones de Melo, cubrirá la línea de invasión de la Cuchilla Grande.

En síntesis Artigas trataba de mantener la región al norte del Río Negro y cubrir las Provincias del litoral argentino como base de recursos.

El 3 de julio de 1816 desde Purificación oficiaba Artigas a Andresito: “Con el objeto de reforzar esos pueblos, y prepararlos a una defensa vigorosa, anticipo la remisión del armamento, municiones y demás pertrechos, que he creído convenientes para fortificar el punto de Yapeyú, la Cruz y demás, que se hallan en distancia de ese campamento, y que es preciso asegurarles contra cualquier tentativa del portugués. Al efecto marcha el alférez Sotelo con cuatro soldados para reunir toda la gente que no se halle empleada, arreglarla y adiestrarla. El va sujeto a las órdenes de V. y por lo mismo es preciso que ajusten con él todas las medidas que se crean oportunas para la brevedad del arreglo. En manera que así puede V. cubrir muy bien los puntos de arriba

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del Uruguay hasta Santo Tomé, y Sotelo cuidar del Departamento de Yapeyú y la costa abajo del Uruguay.

No debemos dudar que Portugal va a hacer un esfuerzo general y que debe hacerlo muy vigoroso en esas Misiones, pues le interesa su dominación, y así es preciso que todo el mundo se ponga sobre las armas, ya sea con fusil, ya con lanza para Caballería. Por lo mismo es preciso que se reúnan todos los hombres y todas las armas, y que todos estén prontos para cuando llegue el caso.

Según el plan que anteriormente expuse a V., Miño con su División debe guarnecer Concepción y la costa del Uruguay arriba; V. el centro en Santo Tomé, y Sotelo el Departamento de Yapeyú. Puestos en esta forma y arreglada toda la gente, no hemos precisamente de aguardar que ellos nos ataquen; debemos penetrarnos a su territorio para asegurar un golpe para cuyo fin estoy tomando mis providencias en toda la circunferencia de la línea para que el movimiento sea general y violento. Yo avisaré a V. el día en que deba hacerse, y hasta entonces mucho cuidado en que nadie pase al otro lado, para que así podamos sorprenderlos antes que ellos lo intenten, y así es preciso mucha vigilancia.

Interesa que V. reúna todas las canoas que se puedan en los tres puntos de Concepción, Santo Tomé y Yapeyú, para facilitar el tránsito, y que se tengan escondidas y resguardadas, pues V. sabe que ellos son capaces de robarlas, e inutilizar de ese modo nuestros movimientos. También es preciso que de los viejos y de los que no estén en el servicio de las armas, mande V. treinta hombres para llevar más ganado, y así tendrá como mantenerse.

También interesa que reúna V. a todos los Maestros de Armería y pongan en un buen punto medio para recomposición de las armas. En una palabra, es preciso que se preparen todas las cosas como par dar un golpe maestro y decisivo. De lo contrario Portugal se nos echa encima y nos acabará de arruinar. Así es preciso que todos los pueblos hagan su esfuerzo, y que todos corran a las armas como lo estamos haciendo aquí. Con este motivo escribo a los pueblos de Yapeyú y la Cruz y V. lo hará con los demás, penetrándolos de la necesidad de armarse; todo es para acabar con Portugal. De lo contrario no podremos lograr la felicidad que apetecemos.

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Lo que interesa es el orden y la disciplina en las armas, y el arreglo de la gente, para que sepa cada uno lo que debe hacer y a quien debe obedecer en los momentos que yo mande atacar. Por acá estoy tomando las mismas providencias para hacer una entrada general, y a no darle resuello. De este golpe depende todo el triunfo de nuestra libertad. Saludo a V…..etc.”

Operaciones

De Santa Catalina, Lecor toma el camino litoral de la costa hacia Río Grande, apartándose del plan ordenado inicialmente y llevando a cabo una marcha extenuante, por la naturaleza del suelo. Desde Río Grande, Lecor avanzó cubriéndose con una vanguardia de 2.000 hombres a órdenes del mariscal Sebastián Pinto. El general Bernardo Da Silva invadiría por Cerro Largo.

Estando informados los portugueses sobre los planes operativos de Artigas, por haber caído un chasque que llevaba importantes comunicaciones, el marqués de Alegrete toma ciertas disposiciones con la finalidad de asegurar la cobertura de la frontera, enviando hacia ella tropas, aún antes que llegasen las órdenes referentes a su participación en la campaña que se iniciaba.

En río Pardo tomó la dirección de las operaciones el teniente general Joaquín Javier Curado y en las Misiones el brigadier Francisco de Chagas, que era comandante de los pueblos de Misiones desde 1808.

En total los portugueses disponían de unos 12.000 hombres de las tres armas, en tanto que el ejército artiguista en víspera de la invasión portuguesa, totalizaba unas 2.000 plazas, sin incluir los Blandengues que estaban en Purificación de guarnición. La diferencia numérica era aplastante. A ello se sumaba su deficiente armamento y el escaso grado de instrucción militar de las fuerzas artiguistas, que tenían en su mayoría más bien carácter de milicias.

Cuando los rumores de preparativos de invasión comenzaron a intensificarse, Artigas acelera los preparativos para la defensa. Entre estas medidas se encuentra la creación de los Cuerpos “Cívicos” y de “Libertos”. El Cuerpo de Cívicos se componía de 6

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Compañías, una de ellas de Granaderos y otra de Cazadores. Esta unidad estaba a órdenes directas del Cabildo de Montevideo, siendo su jefe el sargento mayor Manuel Campos Silva, y figurando entre los oficiales los más distinguidos de la sociedad. El efectivo total de la unidad, incluyendo la Plana Mayor era de 31 oficiales, 25 sargentos, 33 cabos, 3 tambores y 380 soldados.

El Cuerpo de Libertos se componía de esclavos entregados por cada dueño proporcionalmente a sus disponibilidades. Su comandante era Rufino Bauzá, quien también fue el encargado de organizarlo en agosto de 1816. Ante la inminencia de la invasión portuguesa Artigas ordena la movilización, la que se realiza como en 1811, mediante la influencia regional de los caudillos, asignándosele a cada uno una zona.

Podemos así distinguir 5 zonas militares: la primera desde Montevideo hasta Santa Lucía, siendo su comandante Manuel Francisco Artigas, a quien su hermano le oficia al respecto. Le recomienda especialmente que la constitución de la Caballería Cívica se haga por partidos y escuadrones, a fin de asegurar su necesaria cohesión.

Según una relación de fuerzas pasada por Manuel Francisco Artigas, los efectivos por él movilizados alcanzan a 1.661 plazas, conforme lo expresa De María en su Compendio de Historia.

La segunda zona militar iba desde el Santa Lucía hasta el Yí y el Río Negro, siendo su comandante Tomás García de Zúñiga. La tercera o del Este tenía por principal asiento Maldonado y su comandante era Angel Núñez. La cuarta comprendía Colonia y su campaña inmediata, y su comandante era Pedro Fuentes. La quinta comprendía Soriano y su comandante era Gadea.

Las medidas militares adoptadas por Artigas no consistieron únicamente en la convocatoria y reunión de las milicias y el arreo de caballos, sino que también reforzó la guardia fronteriza, ordenándole a Otorgués que cubriera la ruta de invasión de Yaguarón, reforzando su regimiento con las milicias de Cerro Largo.

También dispuso que Rivera con su segunda División de Infantería Oriental se trasladara hacia Maldonado para operar en forma conjunta con Otorgués. Las

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misiones asignadas a estas dos Divisiones eran defensivas, debiéndose limitar a retardar la progresión del enemigo.

Por último ordenó que las Divisiones de Entre Ríos al mando de José Antonio Berdún, cubrieran los pasos sobre el Río Uruguay hasta Misiones. Las disposiciones estratégicas y tácticas de Artigas son admirables, pero fallan por la gran escasez de recursos materiales. En sus ejércitos habían muy pocas armas de fuego, y mismo para las existentes escaseaban la pólvora y los cartuchos. Ejércitos improvisados, mal armados y casi sin instrucción militar, se iban a estrellar con fuerzas veteranas y bien armadas.

Las operaciones se pueden dividir en dos períodos. El primer período se extiende desde el comienzo de la invasión en agosto de 1816 hasta la entrada de Lecor en Montevideo en 1817. Este primer período está caracterizado por un comienzo favorable para los patriotas, seguido luego de una serie de reveces, en los cuales se pierden los mejores efectivos orientales. Con ello terminan las operaciones regulares en gran escala.

El segundo período que se extiende hasta 1820 comprende la titánica resistencia del héroe, sosteniendo una guerra de recursos, a base de sacrificios y de valor.

Primer período

Una vez informado Artigas de la invasión de Lecor, mandó poner en ejecución su plan. Cumpliéndolo Andresito invade las Misiones, en tanto que el alférez Sotelo atraviesa el Alto Uruguay. Joaquín Javier Curado, que se encontraba en el Río Pardo, marcha hacia el paso del Rosario, en el Río Santa María, adelantando destacamentos de débil efectivo, con misiones de reconocimiento y cobertura.

Para oponerse al avance del comandante José Antonio Berdún, que invadió por el Cuareim, Curado destaca al brigadier Da Costa Revello, quien desprende una partida a órdenes del teniente coronel José Abreu para atacar a Sotillo.

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El propio curado avanza hasta las márgenes del Ibirapitá Chico desde donde lanzó un destacamento hacia Santa Ana, el que chocó el 22 de setiembre con la vanguardia del ejército de Artigas, a órdenes del comandante Gatel. Luego de un combate de tres horas el capitán portugués Alejandro Queiró se bate en retirada hacia el grueso de su División, dejando en el campo más de 60 bajas.

Habiendo Sotelo atravesado el Río Uruguay en Yapeyú, es atacado por sorpresa el 21 de setiembre, obligándolo a repasar el río bajo el fuego del enemigo. Sotelo una vez en territorio de Corrientes se reorganiza e intenta un nuevo pasaje más al Norte, frente a la barra de Ibicuy, utilizando pequeñas embarcaciones. Atacado en tales circunstancias por Abreu, se ve precisado a desistir de sus propósitos, progresando por la margen derecha a fin de reforzar a Andresito que sitiaba a San Borja, su pueblo natal.

La guarnición de San Borja, que estaba a órdenes del brigadier Chagas, se encontraba próxima a capitular, cuando acude en su apoyo el coronel Abreu el 3 de octubre. Al verse en peligro de ser atacado por la espalda, luego de intentar resistencia, se ve obligado a repasar el Río Uruguay, a fin de reorganizarse. Así finalizó el sitio de San Borja, que había durado 13 días, y con él el abortado intento de invasión.

Batalla de Ibiracoy

Cuando Curado se enteró de estos sucesos, decidió atacar a Berdún, destacando al brigadier Menna Barreto el día 13 de octubre de 1816. Después de cinco días de marcha se entera de la posición de Berdún, que avanzaba hacia el Norte procurando proteger a Andresito y a Sotelo. Enterado de la aproximación de los portugueses Berdún se atrincheró en una posición ventajosa, donde decidió esperar el ataque de Menna Barreto, quien el 19 de octubre de 1816 se lanza sobre él derrotándolo después de una sangrienta lucha. Esta acción se conoce por Batalla de Ibiracoy o de Capilla de Ñancay.

Derrotados sus tenientes, sólo quedaba la columna de Artigas, a la que procura atacar Curado. Para facilitar sus operaciones los portugueses adelantan su Cuartel General hasta la costa del Ibaracohy Grande, con el objeto de cercarse más a los orientales.

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Artigas se encontraba acampando cerca de Carumbé, afluente del Río Cuareim.

Curado encomienda al brigadier Joaquín de Oliveira Alvarez la misión de atacarlo.

El 24 de octubre de noche, Oliveira Alvarez inicia su marcha hacia Santa Ana, con una columna de 800 hombres y 2 cañones.

Batalla de Carumbé

El día 27, Artigas toma contacto con las fuerzas portuguesas en un lugar próximo a las puntas del Cuareim y las ataca decididamente.

Después de unas tres horas de tiroteo, Artigas avanzó en semicírculo dándole poca profundidad a su dispositivo, buscando envolver a los portugueses con su ala izquierda. Su ataque fracasó ante el certero y nutrido fuego de la infantería portuguesa, que aniquiló prácticamente la caballería de dicha ala, y que permitió que la infantería artiguista fuera tomada de flanco y obligada a ceder terreno.

La batalla se libró en alturas de la Cuchilla de Santa Ana, en los Cerros de Carumbé. Según el parte de Oliveira Alvarez al teniente general Joaquín Xavier Curado, Artigas contaba con 450 hombres de caballería que marchaban a la derecha en una sola fila y 400 en el ala izquierda cubiertos por 150 indios (charrúas, minuanes y guaicurúes). En el centro dispuso a la infantería en una sola fila y con intervalos de 3 a 4 pasos.

Los portugueses forman con la infantería al centro, un cañón en cada extremo y la caballería en las alas.

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Los partes correspondientes a dicha acción constan en el apéndice a la Memoria de la Campaña de 1816, publicada por Moraes Lara en la Revista trimestral de Historia y Geografía Nº 27, correspondiente a octubre de 1845.

En esta acción, conocida generalmente por combate de Carumbé, perecieron casi la mitad de las fuerzas patriotas.

Entre los justificativos de la derrota, está la notoria superioridad del enemigo y ciertos errores tácticos en el dispositivo artiguista, falta de profundidad y reservas suficientes, encuadramiento apropiado y abandono de la formación en cuadro para la infantería que debe enfrentar caballería.

Como consecuencia de esta derrota, Artigas se ve obligado a replegarse hacia el sur, repasando el Cuareim. En sólo 36 días había fracasado el plan de contrainvasión y había quedado abierta la frontera norte. Veamos como Artigas asimila las enseñanzas de esta derrota, y como se apresura a difundirlas.

Tres días después de Carumbé, desde las Puntas del Arapey, Artigas oficiaba al Gobernador Barreiro “Los enemigos nos han hecho mucho destrozo con su Caballería, que siempre ha roto nuestras alas y la línea de infantería por ser sencillas; escriba V. a D. Frutos que no experimente el mismo error. Que ponga buenos oficiales y gente en la Caballería; y la Infantería que no pelee en ala sino que presente batalla bien reforzada”.

Este cambio preconizado en el dispositivo, justifica, entre otras causas el encarnizamiento de la batalla del Catalán y los triunfos de Apóstoles, San Nicolás, Paso del Rosario, etc.

Luego del combate de Carumbé, Curado se dirige al campamento de Ibaracohy Grande, dejando los destacamentos de cobertura indispensables, y ocupándose de la reorganización de sus fuerzas. En tal situación los portugueses se enteran de que Artigas se había reorganizado después del combate de Carumbé y ocupaba una fuerte posición sobre el Río Arapey, desde donde pensaba reiniciar las hostilidades.

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Insistiendo en su plan de llevar la guerra a territorio enemigo, Artigas adelanta a Andrés Latorre en dirección al Cuareim, al frente de un ejército de 3.400 hombres. El marqués de Alegrete (que había relevado a Curado el 15 de diciembre de 1816), para conservar la iniciativa en las operaciones, decide buscar nuevamente el combate.

Poniendo en práctica su plan ofensivo, el 20 de diciembre destaca de su campamento una fuerza al mando del brigadier Tomás Da Costa Revello, con orden de marchar hasta las inmediaciones de Santa Ana, y dejarse ver por la vanguardia de Artigas, logrado lo cual debía retroceder hasta reincorporarse al grueso que estaría atravesando el Cuareim unas 8 leguas al Sur. El objeto de esta maniobra era simular una dirección falsa de ataque.

El día 28 los portugueses se enteran, por intermedio de dos desertores, que Artigas tenía su Cuartel General en el Arapey, habiendo adelantado destacamentos reforzados hacia Santa Ana, con misión de cobertura. Tal información revelaba con claridad el dispositivo de Artigas, que había dividido sus fuerzas en dos agrupamientos: el de vanguardia, de mayor efectivo a órdenes de Latorre formado por 3.400 hombres de infantería y caballería, con dos piezas de artillería, sobre Santa Ana con misión ofensiva.

Batalla de Arapey

La reserva, a sus órdenes, constituida por unos 500 hombres se encontraba situada en el potrero del Arapey, en unos cerros de acceso difícil. Latorre cruzó el Cuareim a principios de enero, buscando el enemigo, el cual también lo atraviesa hacia el Sur por el paso de Farías, situándose en la margen Sur, casi sobre la retaguardia de Latorre, el 1º de enero de 1817, separando así los dos núcleos artiguistas.

En tal situación Latorre se prepara para atacar a los portugueses por la retaguardia, pero éstos se adelantan unos 40 kilómetros al sur de Santa Ana a orillas del Arroyo Catalán. En la noche del día 2 de enero de 1817 el jefe portugués adelantó al teniente coronel Abreu con un destacamento de unos 600 hombres y 2 piezas contra Artigas

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que estaba en Arapey, y envió un Regimiento de Dragones para interponerse entre el Arapey y Santa Ana, con misión de reforzar a Abreu y observar a Latorre.

Abreu ataca a Artigas en la mañana del día 3, luego de una sigilosa marcha nocturna, y de vadear el Río Arapey al aclarar. Artigas se había emplazado en una zona de barrancas y montes próximas a las puntas del Arapey, había emboscado unos 300 hombres, los que hicieron un nutrido fuego sobre la columna portuguesa. Tras su heroica resistencia se ve obligado a replegarse en el centro ante la presión y certero fuego de la artillería portuguesa. Poco a poco se amplía esta brecha hasta producirse la retirada en desorden ante la superioridad enemiga.

Artigas abandonó bagajes, pertrechos, armamentos y ganados, siendo el campamento saqueado e incendiado por los vencedores.

Batalla del Catalán

Libre de Artigas el marqués de Alegrete se propuso ir el día 4 al encuentro de Latorre, cuando en la mañana de ese día fue atacado en su campamento, en la margen derecha del Catalán, por el propio Latorre. La posición portuguesa era bastante fuerte; se encontraba protegida por una curva del río y encuadrada a los flancos por profundas quebradas del terreno. Latorre ataca con la infantería en el centro encuadrada por 2 piezas y el grueso de su caballería, constituida principalmente por sus lanceros indígenas, que acometieron con decisión, arrollando las guerrillas enemigas. Latorre atacó contra el ala y el flanco derecho de los portugueses.

Durante la lucha atravesó el arroyo amenazando la retaguardia del enemigo con el objeto de desorganizarlo y quitarle la caballada, para impedirle así toda posibilidad de retirada. Los lanceros charrúas, minuanes y guaycurúes cubrieron el avance de la infantería y atacaron en toda la línea.

La victoria parecía ya obtenida cuando la izquierda oriental, formada por la caballería correntina, se repliega inesperadamente sobre el centro, por la aparición de una pequeña fuerza enemiga, que se creyó fuera un poderoso refuerzo. Se trataba simplemente de las fuerzas de Abreu que regresaba del combate de Arapey.

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Luego se inclinaba la victoria hacia los portugueses, los restos de nuestras fuerzas se reunieron en un extremo del monte y lucharon encarnizadamente. Latorre deja en el campo cerca de 900 muertos, 290 prisioneros, 2 cañones y 600 caballos. Esta fue la batalla más sangrienta de la campaña.

Después de la Batalla del Catalán, las tropas portuguesas atraviesan el Cuareim en Lagueado y van a detenerse a media legua del paso para estacionar durante el invierno.

El día 14 de enero de 1817, desde San Borja, el marqués de Alegrete destaca al brigadier Francisco de Chagas para que con sus fuerzas destruyera a los pueblos de la margen oriental del Río Uruguay, a fin de quitar al ejército patriota todos los medios para repetir la invasión a las Misiones. Cumpliendo tales órdenes Chagas devasta gran parte de Misiones (actualmente territorio de Corrientes), saqueando, arrasando e incendiando cuanto pudo; llevaba 1.000 hombres, 5 cañones, 11 canoas para atravesar el río y 9 carretas para su transporte.

Cruza el Uruguay próximo a la desembocadura del Aguapié, una legua al Sur del Paso de la Cruz. Chagas ordena al teniente Carvalho que fuerce el pasaje del Uruguay frente a Itaquí, logrando éxito en la operación a pesar de la resistencia del capitán Vicente Tiraparé que defendió el Paso al frente de un escuadrón de caballería indígena.

Al tener conocimiento de la invasión Andresito marcha al frente de unos 500 hombres atacando al mayor Gama Lobo, que con una partida de 300 soldados se dirigía a destruir Yapeyú, derrotándolo y obligándolo a replegarse sobre Chagas. Cuando ambos jefes reunido intentan atacarlo, Andresito dispersa sus fuerzas para reunirlas a cubierto sobre las costas del Paraná.

El brigadier Chagas luego de hacer destruir los pueblos de La Cruz y de Yapeyú, marcha hacia el norte por la margen derecha del Río Uruguay. El día 31 de enero llega a Santo Tomé, donde se detiene e instala su Cuartel General, comenzando desde allí incursiones hacia la campaña, llevadas a cabo por Carvalho quien tala los campos, saquea las poblaciones y arruina el país.

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El ayudante José de Melo, destruye, reduciendo a ruinas las poblaciones de Santa Ana, San Javier y los Mártires. El comandante de la frontera de San Nicolás atacada la guardia de San Fernando y enseguida la población de Concepción la que deja en ruinas. Cumplidos estos vandálicos atropellos, Chagas repasa el río, el 13 de marzo de 1817, dejando en la margen derecha del Río Uruguay los puestos de observación necesarios.

Con estas inhumanas medidas quedó destruida la base de operaciones de Andresito. Una vez retirado Chagas, Andresito vuelve a los pueblos misioneros e intenta su reconstrucción. A mediados de 1817 es atacado por Chagas cuando se encontraba en Apóstoles, rechazándolo y obligándolo a repasar el Uruguay. Reorganizado después de este contraste, en marzo de 1818 atraviesa el Uruguay y sitia a Andresito en el pueblo de San Carlos. Después de 4 días de sitio y de sangrienta y continuada lucha, Andresito logra forzar el cerco, dejando en ruinas el reducto que defendía.

Operaciones en el sur

En agosto de 1816 la vanguardia de Lecor, que invadía por el Este (camino de la angostura) ocupa la Fortaleza de Santa Teresa. Allí establece su Cuartel General el co mandante de la vanguardia Sebastián Pinto de Araújo Correa.

El jefe portugués continúa luego su progresión llegando a Castillos el 5 de setiembre. Rivera desde su posición en Maldonado, al enterarse del avance portugués, marcha hacia el este, protegido por pequeñas descubiertas que tienen su primer contacto con el enemigo y es posteriormente derrotado en el Paso de Chafalote.

La Vanguardia portuguesa continúa su progresión hacia el Oeste, en tanto que Rivera observa paso a paso sus movimientos esperando el momento oportuno para atacarlo, tratando de alcanzar los últimos elementos de la vanguardia enemiga.

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Para engañar a los portugueses, Rivera destaca en la noche del 18 de noviembre dos partidas que hacen demostraciones al norte y al este de la vanguardia portuguesa. Facilitando su despliegue mediante esta estratagema lanza el ataque disponiendo la Caballería en las alas y la Infantería en el centro. Su maniobra envolvente fracasa al verse detenida el ala izquierda oriental por una compañía de Cazadores. Empeñadas las alas en acciones parciales permiten a la caballería portuguesa reorganizarse, dejando sin apoyo a la infantería patriota, la que es atacada y desorganizada. A este suceso sigue el desmoronamiento total de la línea.

Luego de la Batalla de India Muerta, acción que acabamos de describir, los portugueses continúan su avance, cuando al llegar a la altura del Arroyo Sauce, Departamento de Maldonado, los ataca sable en mano exitosamente el comandante Gutiérrez que había podido rehacerse de la reciente derrota. Con ello Rivera inicia el cumplimiento de la misión impuesta por Artigas, que no debió abandonar. El haber presentado batalla contrariaba las órdenes dadas por Artigas, que le había asignado una misión de hostilización y de defensiva elástica. En agosto de 1816 invade la División del brigadier Bernardo da Silveira por Aceguá (Departamento de Cerro Largo).

Fernando Otorgués con misión de actuar en observación de esta División, es atacado por la vanguardia portuguesa en diciembre de 1816. Ante la superioridad numérica del enemigo Otorgués se bate en retirada hacia el Arroyo del Cordobés, perseguido de cerca por una partida portuguesa. Al llegar al Paso de Pablo Páez, observando que el enemigo tenía sus caballadas muy cansadas, y que se había desprendido temerariamente del grueso, se da vuelta, cargando sobre los portugueses sable en mano dispersándolos.

Luego de esta acción Otorgués se retira buscando la incorporación de Rivera con el objeto de reunir fuerzas suficientes para atacar a Silveira que acampaba en el Potrero de Casupá.

Libre de este peligro, Silveira continúa su marcha hacia Minas, siendo hostilizado por Lavalleja. Favorecido por el terreno y serranías que circundan a Minas, Lavalleja sitia a los portugueses en esa villa, hasta que en enero de 1817 éste logra forzar el asedio, incorporándose a Lecor cerca de Pan de Azúcar.

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En febrero de 1817 llegó Lecor a Maldonado, donde se puso en contacto con la escuadra portuguesa del Conde de Vianna.

Producidas las derrotas de las fuerzas de cobertura en el Este y de contra invasión en el Norte; enterado del avance del General Lecor, Artigas resuelve retirar las tropas de Montevideo sacrificando la Plaza. El Gobernador Delegado Miguel Barreiro y el Regidor Joaquín Suárez que ejercían el gobierno de Montevideo abandonan la ciudad dado que no contaban con la fuerza ni los medios necesarios para su defensa. Disponían solamente de 600 plazas y de una Compañía de Artillería, siendo escasos los cartuchos y la pólvora.

La División de Lecor tenía un efectivo aproximado de 8.000 hombres. Sin intentar una inútil resistencia se repliegan buscando incorporarse a las fuerzas de García de Zúñiga, con la finalidad de hostilizar a los portugueses una vez que ocuparon la ciudad. Con las fuerzas que se retiraban de Montevideo y las milicias del Sur, Artigas dispuso que se constituyeran dos ejércitos, a los que dio la denominación de Ejército de la Derecha y de la Izquierda. El primero ocuparía el centro de la campaña, y actuaría bajo el comando de Otorgués; el segundo a cargo de Rivera ocuparía las posiciones de vanguardia situándose en las inmediaciones de Montevideo, cuya vanguardia estaba constituida por una partida de unos 400 jinetes a órdenes de Lavalleja.

Estas partidas se mantenían activas hostilizando los reconocimientos portugueses, reclutando gente y arreando caballadas, cumpliendo en fin una guerra de recursos y de guerrillas.

Batalla de Paso de Cuello

Entre las acciones y encuentros que sucedían, casi a diario se destaca la exitosa acción del paso de Cuello el 19 de marzo en que es atacada una partida portuguesa sorpresivamente y aprovechando el obstáculo del río Santa Lucía en una temeraria carga llevada a cabo por Lavalleja; luego de este combate Lecor se retira hacia Montevideo siempre hostilizado por las guerrillas patriotas, siendo luego sitiado en la ciudad por el grueso de las tropas de Barreiro y Rivera. Para romper el cerco que desde distancia (ocupando el paso de la Arena las tropas artiguistas), Lecor organiza una fuerte columna, integrada por fuerzas de infantería, caballería y artillería, y hace

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una salida en dirección a Florida. Al llegar a la altura de la región Casavalle, es atacado sorpresivamente por Rivera, quien luego de desorganizar la columna y demorarla se repliega sin dejarse enganchar.

Como medida de protección Lecor hizo construir una zanja con reductos situados de kilómetro en kilómetro, de la Barra de Santa Lucía al Buceo, pasando por el Cerrito. A dicha zanja los patriotas le llamaban “reyuna”, en son de mofa.

En octubre de 1817, numerosos jefes orientales se insubordinan contra Artigas, abandonando su causa, luego de dar muestras de desaliento. No fueron ajenas a tales defecciones, las secretas maquinaciones de Pueyrredón, quién aparentando defender y proteger a los orientales mantenía secretas relaciones con los invasores. Entre estos jefes están: el coronel Pedro Fuentes comandante militar de Colonia, quien entrega la plaza al enemigo, el coronel Rufino Bauzá, los hermanos Manuel e Ignacio Oribe, que con la ayuda de Lecor, se dirigen a Buenos Aires, donde son muy bien recibidos, etc.

Incurren también en lamentables actitudes el propio Ortogués, quien mantiene correspondencia secreta con Pueyrredón, secundando los planes directoriales para provocar deserciones entre las fuerzas adictas a Artigas, llegando a decir: “por aquí ya están tomadas las medidas que faciliten el acierto. Yo estoy de acuerdo con todos los paisanos de mayor influjo; con la mayor cautela se han ido dando todos los pasos precisos y puedo asegurar a V. S. que todo está listo”. No obstante éstas y muchas otras deserciones, el héroe se mantiene firme.

El 13 de noviembre de 1817, Artigas declara la guerra al Directorio ante pruebas incontrovertibles de la ayuda que presta a las incursiones de los portugueses por las costas de los ríos Paraná y Uruguay a fin de obtener leña y ganado para el consumo de Montevideo. En un apasionado y documentado oficio, Artigas enumera a Pueyrredón, su indigna conducta.

La situación militar es desesperante, ya que Artigas se vio obligado a atender dos frentes, lo cual indudablemente escapaba a sus posibilidades y a su organización. El desaliento cunde aún más entre sus fuerzas, ya que a los recientes contrastes, y deserciones se sumaba un poderoso enemigo que atacaría su retaguardia y bases de operaciones.

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Perdida la costa, Artigas ganó el interior, conservando el Río Uruguay, por donde recibía recursos de las provincias de Entre Ríos y Corrientes. Quería ensayar un nuevo golpe hostilizando a los invasores, entorpeciendo sus comunicaciones y aprovechando los menores síntomas de flaqueza o de descuido para asestar golpes de mano.

Dada la situación, los portugueses tenían necesidad de ocupar la línea del Uruguay, para interceptar las comunicaciones de Artigas con las Provincias de la Liga Federal. Convenía que las operaciones fueran combinadas desde el Norte y del Sur. Obedeciendo a esta idea de maniobra Curado, comandante de las Fuerzas de Río Grande, marcha hacia el sur a mediados de febrero de 1818, abandonando su campamento en el Catalán, al frente de unos 4.000 hombres. El 2 de mayo del mismo año penetraba en el Río Uruguay una escuadra portuguesa, integrada por cuatro buques, al mando de Senna Pereira. Esta operación se realizó con el consentimiento del gobierno porteño que permitió el pasaje de Martín García. Así lo prueba el oficio de Miguel Bonifacio Gadea de fecha 13 de setiembre de 1817, dirigido a Artigas.

Con la finalidad de completar la defensa del litoral, Artigas hizo construir baterías en Arroyo de la China (Concepción del Uruguay), en el Paso de Vera y en las Bocas del Perucho Berna. Estas baterías ofrecieron resistencia, pero fueron reducidas luego de ser atacadas en forma combinada por Sena Pereyra y Bentos Manuel Riveiro. Mientras la escuadrilla portuguesa amenazaba a la villa de Arroyo de la China, Bentos M. Riveiro cruza en la noche el río Uruguay con 1.500 hombres al norte de la barra del Perucho Berna y ataca sorpresivamente por la espalda a las baterías y florillas artiguistas. El 12 de mayo de 1818, fuerzas de Curado al mando de Bentos toman contacto con la flotilla de Senna Pereira.

Luego de estas acciones no tardaron en caer los restantes núcleos de resistencia del litoral. En febrero de 1818, en las nacientes del Arroyo Valentín (Salto), Curado tomó prisionero a Lavalleja, comandante de la vanguardia artiguista, mientras efectuaba un reconocimiento. También Otorgués había corrido la misma suerte poco antes en Cerro Largo.

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Batalla de Queguay Chico

Luego de acciones de escasa importancia, favorables a los orientales, como la de Pichinango, Guaviyú y Chapicuy, el 4 de julio de 1818, Bentos sorprende y derrota a Artigas en su campamento en el Queguay Chico, dispersándole las tropas. Pocas horas más tarde Rivera ataca a los portugueses derrotándolos completamente y recuperando todo el botín perdido. Luego de esta acción Artigas atraviesa el Uruguay a fin de organizar nuevas fuerzas para invadir Río Grande.

A cargo de la hostilización de Curado deja a Rivera, quien lo sorprende el 3 de octubre de 1818, en la Barra del Arroyo Rabón. Ante la superioridad numérica del enemigo, Rivera se ve obligado a iniciar una difícil retirada, perseguido de cerca y batiéndose durante diez horas.

Haciendo un hábil aprovechamiento del terreno Rivera pone a salvo sus fuerzas, perdiendo sólo 12 hombres en un recorrido de 60 kilómetros. Luego de esta memorable acción, conocida por Retirada del Rabón, Rivera continúa su guerra de recursos.

Nuevo plan de contra‐invasión

En mayo de 1819, Artigas intenta repetir el plan de contra‐invasión fracasado en setiembre de 1816. El nuevo plan era tan audaz y bien concebido como los anteriores. Andresito invadiría por el norte, atrayendo hacia ese lado las fuerzas brasileñas, a las que entretendría con guerrillas, en tanto Artigas siguiendo la sierra de San Martinho con el grueso atacaría por sorpresa al general Patricio Cámara en Santa María. Con un golpe de mano asolaría Río Pardo, Cachoeira, Triunpho, y proximidades de Porto Alegre.

El 25 de abril de 1819, Andresito atraviesa el Uruguay en San Isidro al frente de unos 1.300 hombres (guaraníes y milicias de Corrientes) apoderándose fácilmente de los pueblos de Misiones a excepción de San Borja. Andresito establece su Cuartel General en San Nicolás, donde encuentra abundantes municiones y algunas piezas de artillería.

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Batalla de Itacurubí

A principio de mayo, Andresito es atacado por Chagas en el pueblo de San Nicolás, rechazando a los sitiadores y persiguiéndolos tenazmente, luego de haber recibido un infernal bombardeo de la artillería portuguesa.

Chagas pide refuerzos a Abreu y al gobernador de Río Grande. Andresito deja al capitán Khiré en San Nicolás y se dirige al Sur buscando la incorporación de Artigas, pues no tenía informaciones sobre su posición y había tenido serios trastornos en la correspondencia. Regresaba hacia San Nicolás sin haberse enlazado con Artigas, cuando el 6 de julio de 1819, es atacado por Abreu en el Paso de Itacurubi, siendo completamente derrotado. Días después cayó prisionero cuando intentaba repasar el Río Uruguay.

Con la derrota y prisión de Andresito, el plan de Artigas había fracasado nuevamente. Las causas de su fracaso estaban fundamentalmente en la desproporción numérica, en la diferencia de organización, armamento e instrucción de ambos combatientes. El efecto de sorpresa perseguido por Artigas se ve anulado porque los portugueses interceptan un chasque que llevaba comunicaciones importantes.

Comprendiendo su fracaso, Artigas no juzga oportuno seguir adelante haciendo un compás de espera, aguardando circunstancias más favorables. Deja entonces el Ejército dividido en partidas a órdenes de sus tenientes, con misiones de alcance limitados y se desplaza hacia el Río Uruguay, su permanente centro de operaciones, a fin de organizar su tercera contra invasión.

En noviembre de 1819, Artigas aprovecha las circunstancias de haber perdido los portugueses la libertad de acción, a causa de la hostilidad de las continuas guerrillas artiguistas, lanzando su tercera contra invasión. Artigas dispuso sus fuerzas en la siguiente forma: Lavalleja con 300 hombres sobre el Arroyo Solís Grande; Rivera, con 300 hombres y 100 charrúas en el Paso Cuello, sobre el Río Santa Lucía Chico;

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Otorgués, en el valle del Arroyo Marmarajá, con 250 hombres, desde donde llevó un enérgico ataque sobre Maldonado, de cuya ciudad se apoderó el 19 de setiembre.

Artigas se estableció con la reserva en los potreros de Arerunguá, dedicado a concentrar y disciplinar sus fuerzas.

La situación general era la siguiente: Lecor se encontraba sitiado en Montevideo por Felipe Duarte, que había sido nombrado por Artigas, Comandante General de la línea sitiadora de Montevideo. El 17 de noviembre de 1819, Artigas en un oficio datado en Las Cañas, le da órdenes e instrucciones sobre la forma de conducir la guerra de recursos, recomendándole que en caso de ser imposible la resistencia, se bata en retirada sobre el Río Negro, buscando la reincorporación de las otras Divisiones, hostilizando siempre al invasor.

Curado se encontraba atrincherado en el Rincón de Haedo (Rincón de las Gallinas). El brigadier José de Abreu se hallaba con unos 600 hombres, en el Paso del Rosario (Ituzaingó) del Río Santa María, encargado de cubrir la frontera. Cumpliendo su plan de obrar sobre el punto más sensible del enemigo, cortándole sus líneas de comunicaciones, Artigas invade por la penetrante de la Cuchilla de Santa Ana con unos 300 hombres, y cubierto por una vanguardia de unos 500 hombres al mando de Latorre.

Desgraciadamente es interceptada de nuevo la correspondencia artiguista enterándose los portugueses de su idea de maniobra, según se desprende del oficio del Conde de Figueira (Gobernador de Río Grande) fechado en diciembre de 1819.

Batalla de Santa María

Artigas invade hasta el Río Santa María, atacando el 14 de diciembre de 1819 al coronel Abreu, que acampaba en las costas del Ibirapuitán Chico, infligiéndole una completa derrota. Esta batalla se le conoce también con el nombre de Combate de Santa María o de Ibirapuitán.

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Luego de este combate Abreu es reforzado por la incorporación de Cámara, el día 15. Posteriormente Abreu recibe nuevos refuerzos enviados por el conde de Figueira, con lo que obtiene superioridad numérica. Alentado por estas circunstancias ataca y destroza a la vanguardia artiguista al mando de Latorre.

Luego de este revés Artigas juzga prudente abandonar el territorio brasileño, para reorganizar sus fuerzas, activar el envío de las tropas pedidas a Entre Ríos y reunir caballadas. Con tal intención entrega temporariamente el comando a Latorre quien se dirige al Río Tacuarembó, situándose en sus costas. Artigas se dirige al arroyo Mataojo en el departamento de Salto. El grueso de las fuerzas de Latorre vadeó el Río Tacuarembó, dejando en la otra orilla la vanguardia constituida por la División de Misiones.

Batalla de Tacuarembó

El 22 de enero de 1820, el conde de Figueira, al frente de unos 3.000 hombres, a las ocho de la mañana atacó por sorpresa a la vanguardia de Latorre. Esta vanguardia estaba aislada del grueso por la creciente del río. Inútiles fueron los esfuerzos realizados; a la superioridad numérica de los portugueses se suman estos diversos factores adversos: sorpresa, error táctico, etc.

La Batalla de Tacuarembó, fue el golpe de gracia para la resistencia artiguista, pues aniquila prácticamente sus fuerzas. Fue la última batalla en el territorio oriental librada por las fuerzas artiguistas. Al efecto material provocado por esta derrota se suma el 2 de marzo el sometimiento de Rivera, luego de actos de desobediencia y de entrar en tratativas con los portugueses. La decepción, con todos sus efectos morales, iba cundiendo entre las tropas.

Batalla de Las Guachas

Buscando organizar nuevas fuerzas para continuar la resistencia, Artigas atraviesa el Uruguay seguido de unos 300 jinetes, que era cuanto le quedaba de su destrozado ejército. Estableció su campamento en Avalos, iniciando de inmediato el reclutamiento y la reorganización de sus fuerzas, mediante comunicaciones dirigidas a

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los caudillos de Corrientes, Entre Ríos y Misiones. Cuando Ramírez recibe el pedido de auxilio formulado por Artigas, no sólo no lo cumple, sino que se subleva contra él. Con anterioridad a este hecho, Artigas había increpado a Ramírez el haber suscripto el Tratado del Pilar, lo que consideraba una traición a sus ideales y un desconocimiento de su autoridad.

Inmediatamente de tener noticia de la actitud de Ramírez, Artigas marchó contra él, batiéndolo completamente en Las Guachas, el 12 de Junio de 1820.

Batalla de Las Tunas

Habiendo recibido Ramírez refuerzos enviados por Sarratea (implacable enemigo de Artigas y en ese momento Gobernador de Buenos Aires), derrota a Artigas en Las Tunas, y luego persiguiéndolo con saña lo obliga a refugiarse en Corrientes y luego en Misiones, donde una nueva traición, la del indio Siti, termina con su poder militar, al verse atacado por la espalda mientras sitiaba el fuerte de Cambia. Abriéndose paso con sólo 150 hombres se dirige a Candelaria, donde atraviesa el Río Paraná, el 23 de setiembre de 1820.

Allí termina la titánica resistencia del héroe. El silencio que rodea sus pasos posteriores impiden una exacta apreciación de sus intenciones. Posiblemente llegó a la frontera del Paraguay con el objeto de solicitar refuerzos para la lucha por la libertad. Su prestigio entre la masa indígena era notable. Tal vez confió en repetir nuevamente su plan mediante la colaboración que obtuviera en el Paraguay. Lo cierto es que su figura epopéyica desaparece del escenario geográfico de su protectorado, para encarnarse en las ideas y en las masas de sus provincias, volviendo en el justiciero lenguaje de la historia como un símbolo de redención y de gloria.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Rodríguez, Cap. Edison Alonso – Artigas, Aspectos militares del héroe – Montevideo (1954)

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6 de junio

La fuga de Antonino Reyes

Antonino Reyes (1813­1897)

Luego de la revolución del 11 de setiembre de 1852 Antonino Reyes debió emigrar a Montevideo. Al enterarse de la rebelión del coronel Hilario Lagos regresó a Buenos Aires e inmediatamente se puso a órdenes de éste. Reyes pasó a la chacra que poseía en Santos Lugares, donde fue mandado a llamar por Hilario Lagos y le pidió que ayudase a Marcos Paz en la dirección de las notas a los Jueces de Paz; por estar el último encargado de la Oficina Militar y de todo lo que a ella perteneciere. El 21 de enero de 1853, habiendo tenido Lagos un disgusto con Marcos Paz, fue separado de la jefatura de la oficina, y reemplazado por Antonino Reyes, que conservó tal cargo hasta la disolución del ejército sitiador, el 13 de julio de aquel año.

La proclama del Gobierno de Buenos Aires expedida al día siguiente del levantamiento del sitio decía que quería la paz entre todos “y el olvido de todo lo que ha pasado”. En las inmediaciones de Giles, Reyes se presentó al general José María Flores, que tan decisiva intervención había tenido en la disolución del ejército sitiador, el que le ofreció toda clase de garantías a nombre del Supremo Gobierno de la Provincia y le extendió un salvoconducto en la Guardia del Luján, el 19 de julio de 1853 para que las autoridades no molestasen a Reyes y le prestasen los auxilios que necesitase y pudiera pasar a donde estaba su familia.

Estando Reyes en Luján y a pesar del mencionado salvoconducto, una orden expedida por el Ministro de Gobierno, Dr. Lorenzo Torres, el 11 de agosto, disponía la prisión de aquél. Conducido a Buenos Aires, fue encerrado en la cárcel

En sus Memorias, Reyes da cuenta de este suceso:

“Estaba en mi alojamiento, cuando se presentó un oficial con partida a intimarme prisión. Pedí al oficial un momento y me puso a sus órdenes, contra la voluntad de los oficiales y soldados que estaban conmigo. Fui llevado, y aunque me pasaron por el alojamiento del general Flores, no quise hablar con él. La escolta se componía como de 50 hombres y dos oficiales; pero en la noche se iban quedando de a uno y de a dos, hasta que quedó reducida a unos 15 hombres a mitad de camino, entre la ciudad y Luján. A esta altura hicimos alto para descansar, con el caballo de la rienda; y como los hombres estaban cansados se quedaron dormidos, excepto yo. De repente sentí un tropel y llegó un pelotón de hombres, como 25, con un capitán Peralta y el Sr. D. Angel

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Sagasta, amigos míos, a la cabeza, y me llamaron con imperio, instándome para que siguiese con ellos; pero yo me resistí y no quise de ningún modo, tranquilizándolos por mi suerte, pues que nada tenia que temer. La escolta que me conducía se había parado, pero no hacía movimiento alguno, ni impedía que yo me acercase a los míos. Al fin llegamos a la ciudad, como a las 4 de la tarde, y nos paramos en la casa de Gobierno y de allí me llevaron a la Policía, seguido de un numeroso pueblo. Entró un oficial y el círculo de gente se aumentaba, notándose en los rostros curiosidad por verme. Yo esperaba insultos o que pretendiesen estropearme, como lo habían hecho días antes con el ciudadano D. Francisco C. Beláustegui, a quien hirieron y estropearon hasta bañarlo en su sangre por heridas que le hicieron en la cabeza, rasgándole toda la ropa; pero afortunadamente nadie me tocó.

Un comisario me tomó del brazo y me llevó a la cárcel: me recibió el Alcalde Oliden, asentó mi entrada en los libros y me encerró en el calabozo Nº 5. A este Sr. Oliden lo había librado yo del servicio en tiempo del general Rosas, lo había recomendado al Juez de Paz de San Vicente, y le había hecho otros servicios de importancia; no por esto dejaba de cumplir las órdenes que había recibido para mi seguridad, y aun excediéndose. Encerrado en aquel inmundo calabozo, donde sólo había un zambullo y una escoba o palo de escoba con una poca paja en la punta, tendí mi montura, que era todo mi ajuar y me acosté en ella. Estaba con un compañero, D. José A. Leiva, que también habían traído conmigo y que estaba tan abatido como yo. A poco rato de estar en el calabozo, oímos una discusión en el patio y ruido de pasos. En seguida abrieron las dos macizas puertas del calabozo y entraron una cama para mí que me mandaba una señora de nuestra relación y que vivía al lado de nuestra casa, Da. Javiera, viuda de Acosta; y supe que la bulla era entre el Alcalde y el oficial de guardia, un joven Pérez, a quien yo había hecho muchos servicios a pesar de ser unitario. Este, así que me vio entrar, preparó una bandeja con comida, que el Alcalde no le permitió que se me diera, pues tenía orden de sujetarme a la ración de cárcel.

Toda esa noche se sintió un continuado ruido de presos que entraban, remaches de grillos y abrir y cerrar las puertas de los calabozos, hasta que a la madrugada sentimos que trajeron varios individuos a la rinconada que había cerca de donde estaba mi calabozo, al parecer amarrados. Se les dio la voz de hincarse y después se sentían golpes, gritos, ayes y pedidos de “¡mátennos ele una vez! ¡por Dios! ¡acaben de matamos!”. Esto en el silencio de la madrugada era aterrador, era horroroso, indescriptible….. Nunca supe quienes eran: al otro día vinieron presos a lavar los charcos de sangre que los infelices sacrificados habían dejado, y los soldados limpiaban sus bayonetas y hablaban entre sí, contando la historia fúnebre que había pasado. Contra la pared del frente de mi calabozo estaba una soga larga manchada de sangre, con que probablemente habían venido atados estos infelices, en sarta. Los que así procedían eran los que condenaban las atrocidades que decían se habían cometido en tiempo de la tiranía. Adelante.

Ya se comprende que un hombre, privado de su libertad, encerrado en un calabozo, incomunicado, no hace sino entrar en observación de todo lo que le rodea, estudiar la fisonomía de los seres encargados de su guarda y custodia, y ansia por tomar el hilo de una comunicación cualquiera, ya con su familia, ya con otros que sufren como él y aun con los mismos soldados encargados de su vigilancia. Esto me sucedía a mí. Me fijaba en algunos centinelas que me miraban, a su vez; me parecía que conocía a algunos, y otros que me sonreían y así corrieron unos cuantos días en estudio de todo cuanto me rodeaba. Era una novedad cuando por la mañana oía el raído de las llaves, cuando

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venían a abrir para hacer la limpieza y que al retirarse el llavero y la guardia, dejaban abierta la puerta de afuera, quedando en la posibilidad de ver todo por un postigo que tenía la segunda puerta, como de una cuarta cuadrada. Por allí me comunicaba con la vista con los centinelas, y esto era mucho.

Pocos días después, me sacaron a D. Juan Antonio Leiva, que estaba preso conmigo, y lo pusieron en el calabozo del lado donde se hallaba D. Gervasio López, ex­Juez de Paz de Quilmes. Quedé enteramente solo.

El Alcalde me propuso, que si quería comer algo mejor, me costaría diez pesos diarios dos platos y pan, lo que acepté. A la hora de la comida, venia el 2º Alcalde, a quien los presos llamaban Torquemada, por apodo, efecto de su rigor y aspereza para los infelices que estaban allí, con el cabo y dos soldados y un preso que traía los platos con comida. Yo había notado que este me miraba y se sonreía con agrado, y alguna vez me hizo señas que no comprendí; hasta que a los cuantos días, al poner el plato sobre la mesa, me hizo tales gestos y revuelta de ojos que me llamó la atención y me puse a registrar la comida y los platos y me encontré debajo de estos con una carta de mi familia. Por ella supe que este individuo era el cocinero del Alcalde, que iba todos los días al mercado y que el verdulero donde compraba había sido soldado mío y se había puesto de acuerdo con él. Ya tenía pues asegurada mi comunicación y el consuelo de saber algo del mundo de que estaba separado.

Empezó a bullir en mi mente la idea de algo más, pues ya algunos soldados me habían hablado y se me habían ofertado; pero no creía llegado el caso de confiarme. Estas relaciones era preciso cultivarlas algo más, y así lo iba haciendo poco a poco.

Los del calabozo del lado me golpeaban mucho la pared y me pareció que podíamos entendemos. Esto me hizo fijar en un hondo agujero, como del diámetro de un cañón de fusil, que había en la pared. Sondeé con el palo de la vieja escoba que allí había, y vi que tenía una hondura como de tres cuartas. Entonces me vino la idea de seguir la excavación, pero ¿con qué? Necesitaba algún instrumento largo y con punta: miré, busqué, y solo encontré una cosa que pudiera servirme y se prestase para ponerla en el palo de la escoba: la barbada de mi freno; pero se necesitaba cortarla ¿y con qué? entonces recordé que tenia unas tijeras de cortar uñas y que esta tenia una limita como la tienen todas sobre una de sus hojas. Empecé mi trabajo, y al otro día estaba cortada la barbada; pero tenia que enderezarla y esto no podía hacerlo a pulso. Probé, metiendo entre los gruesos machos o alcayatas de las macizas puertas que me encerraban, y vi que podía hacerlo, enderezando y doblando una punta para embutir en el palo, atándolo después, para que me sirviese de escavador. Trabajé dos días, pero ningún resultado obtuve: probablemente alguna piedra se oponía en el muro.

Una nueva idea vino a alentar mi ánimo: me parecía que por golpes podíamos entendemos. Medité un poco y en seguida hice mi combinación, prometiéndome empezar a practicarla lo que viniesen a abrirme la puerta por la mañana.

Llegó el momento, y aunque el personaje Torquemada era tan repelente, me atreví a pedirle se sirviese decirle a los compañeros del calabozo del lado, si tenían la bondad de prestarme un libro. A poco rato me lo trajo y me lo dio por el postigo de la puerta interior. Tenía en mi mano el conductor, la base de mis operaciones. Era preciso que con este libro fuesen las instrucciones para entendemos por golpes; pero no tenía papel, ni tinta, ni plumas, ni lápiz, ¿cómo hago? Prendí una vela, y en ella herví un poco de yerba, echándole hollín del fondo de una calderita, y así pude hacer tinta, con pavesa de la misma vela. Corté del libro una hoja que tenia por fortuna, en blanco; y con una

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astilla del palo de la encantadora escoba, hice una pluma o algo que sirviera para hacer signos, que marcase. Tenía pues todos los utensilios necesarios, para poner en planta la intención. Escribí entonces, lo siguiente:

“Método para entendemos por golpes A=1, B=2, C=3, D=4, E=5, F=6, G=7, H=8, I=9, J=10, K=11… etc. (y así numeré todas las demás letras del alfabeto.) sabiendo el número de golpes que significa una letra fácil es componer palabras. Cuando conozcan Uds. que se han equivocado corren una raya en la pared y dan dos golpes ligeros, que es atención y lo mismo haré yo”.

Hecha esta explicación, doblé el papel a lo largo y lo metí en el lomo del libro, entre el forro y el libro, pues este era encuadernado de modo que dejaba un hueco en esa parte y favorecía mi proyecto. A la punta de uno y otro lado del papelito até un hilo blanco de coser y lo puse entre las hojas del libro como señal, con lo que lograba además sujetar el papel doblado, que estaba por otra parte bien adherido. En este estado, esperé el momento oportuno, el cual llegó en la mañana al venir a abrir el calabozo. Volví a pedir al 2º Alcalde me hiciera el bien de entregar el libro a su dueño, y pedirle otro si tenía: mi interés era que llegara el que yo mandaba. Torquemada tomó el libro, lo abrió, lo sacudió, y como creyese que nada había, lo cerró y llevó a su dueño. No volvió con ninguno, ni tampoco me demostraban los vecinos el haber notado nada. De balde golpeaba la pared: desesperado y ansioso esperé un soldado que me pareciese bueno, y le dije al pasar por enfrente de mi calabozo: que les dijese a los del lado que leyesen donde iba marcado. Pasó mucho tiempo y nada manifestaron; entonces volví a decirle: que les advirtiese que tirasen de un hilito que llevaba el libro entre las hojas. No tardó mucho tiempo sin que empezase un gran repique de golpes por los cuatro presos que había allí. Y pasando un momento ya me hicieron entender la palabra viva.

Establecido nuestro telégrafo, ya se comprenderá que no cesamos de hablarnos y contarnos todo lo que sabíamos mutuamente.

Así continuamos tres meses. Ya estaba acostumbrado a mi soledad, a mi telégrafo, teniendo por compañero un ratoncito, que en cuanto prendía la vela y la ponía en la mesa, que era un asiento de silla de vaqueta sin respaldo, venía a que le diera de comer. Cuanta reflexión puede hacerse sobre estos incidentes, lo dejo a otra pluma e imaginación más capaz que la mía. El asunto se presta para reflexionar largamente.

Un día que estaba leyendo a la escasa luz que entraba por el postigo, vino Oliden, el Alcalde 1º; entró, miró todo y en medio de mi sorpresa por aquella visita inesperada, me dijo: “hasta hoy no se ha presentado nadie a declarar contra Ud. sino Mariano Casares”. Yo le contesté: ¿Mariano Casares declarar contra mí, cuando no le he hecho sino bienes a él y a su familia toda, y acabo de librarle otra vez la vida cuando fue prisionero en la escuadra? ¡Qué cosas tan raras se ven cuando un hombre está sumido en un calabozo y sin poder hablar!

Su señora, continuó Oliden, ha estado conmigo, anda buscando defensor porque dice que nadie quiere defenderlo a Ud. y que ahora iba a ver al Sr. Vélez Sarsfield.

¡Qué original! le contesté, ¿y que yo necesito defensor, que estoy encausado? Después de un momento de silencio me dijo, prepárese, porque voy a mudarlo a otra habitación.

Lo siento, le dije, porque aquí estoy muy bien y acostumbrado, y no quisiera salir de aquí.

No le pesará, me dijo, porque voy a llevarle entre amigos de Ud.

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Pues no crea Ud. que lo deseo. Pero como estas observaciones de nada valen cuando hay una orden que cumplir, cumplió no más con ella el Alcalde y me llevó a una pieza que estaba en el patio grande, que la llamaban la capilla. Allí abrió y entró con mi cama. Me encontré con D. Roque Baudrix, y un teniente Guardia que había sido el único oficial que en la sublevación de los quinientos en la costa del Paraná, cerca del Rosario, quedó con vida, pues la tropa que se sublevó mató al coronel Aquino y a todos los oficiales que les habían puesto. Allí, pues, me pusieron en compañía de estos dos señores y dos presos más, cuyos nombres no recuerdo: Muy pronto quedamos D. Roque Baudrix, Guardia y yo, porque los otros salieron en libertad.

En este nuevo alojamiento había más recursos, tenían los presos como hacer alguna comida, tomar mate, y la incomunicación no era tan rigorosa. No había centinela de vista, aunque es verdad que la puerta y dos ventanas que tenía la pieza estaban cerradas. Empezamos a combinar los medios de atraernos algunos soldados y yo me tomé ese encargo; pero para esto necesitábamos luz, tener abierta alguna ventana, y también me propuse conseguirlo, aunque fuera algunos días. Al efecto hablé con el primer Alcalde y me dijo que era imposible, que eso no se podía, que si él lo hacia lo delataría el 2º y que el único medio seria haciéndole algún regalo a este. Nos convinimos y arreglamos que cuando quisiéramos se abriría, no toda la ventana, sino como una cuarta una de las hojas; pero que era preciso dar cincuenta pesos los días que se diera luz. Aceptamos y pagábamos entre todos dando una orden para que abonasen las familias, como dinero facilitado por el alcalde. Por allí teníamos nuestra comunicación y escribíamos y recibíamos noticias de las familias. Escribíamos también a los presos que estaban en el secreto de la clave para el telégrafo, y a estos les mandábamos un poco de azúcar o yerba o alguna otra cosa envuelta con lo que escribíamos; y lo mandábamos por conducto del llavero o Torquemada, ignorando el estúpido que era conductor de nuestras cartas.

Una noche nos sorprendieron con la abertura de la puerta, a eso de las diez, para dar entrada a un preso. ¡Pobre hombre! venía sumamente asustado, con un chaquetón o saco bajo el brazo, la camisa desprendida, sin sombrero y lleno de desconfianzas: era D. Manuel Benavento; pero ni él nos conocía, ni nosotros lo conocíamos. Lo habían sacado de su casa y lo habían traído en medio de una muchedumbre que lo apedreaba. Lo encerraron en un calabozo, solo, y allí dice que se asfixiaba y que no podía estar, que creía morirse. Se lo pasaba llorando y acordándose de su mujercita que era joven y bien parecida. Era un hombre quieto, pacífico y que no se había metido en nada. Tenía además una buena fortuna, y según los hombres del poder, los que entonces tenían algo debía ser robado.

Así continuamos en esa vida del preso, más o menos inquieta, esperando siempre novedades. La causa seguía, se me tomó declaración y se me mudó a otra habitación adonde había varios presos y de allí se me trasladó al calabozo número 2. Después de haberme tomado varias declaraciones, se puso otra vez conmigo al teniente Guardia. Los dos en rigorosa incomunicación.

Entretanto, mi esposa mendigaba un defensor, sin encontrar quien quisiese serlo. El Dr. Vélez Sarsfield, en quien ella y mis amigos se fijaban, pedía el consentimiento o acuerdo del Dr. D. Lorenzo Torres.

Largo seria relatar la conversación del Dr. Vélez con mi esposa, que culpaba a D. Lorenzo de mi prisión y del carácter que iba tomando la causa, como a su vez D. Lorenzo culpaba al Dr. Vélez de todo y le atribuía una conducta tenebrosa.

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En este estado, y sin saber donde ocurrir, porque también la prensa dirigida por ciertos hombres, fulminaba cargos al que se hiciese cargo de defenderme, (porque parece que no se quería que yo tuviese defensor); en este estado, digo, fue que ocurrió mi esposa al Dr. D. Miguel E. Saguí, quien con esa franqueza y lealtad de carácter que lo distingue, aceptó la defensa.

Vino el momento de hacerme llamar para conocerme, para hablar conmigo, teniendo ya mi causa en su poder. Al verme se sorprendió, y en el curso de la conversación me dijo: “lo que es la idea que uno se forma de las personas por lo que se habla y se cuenta, lo tenía a Ud. por un indio corpulento, y de grandes bigotes” Después me dijo: “aquí está su causa, cuando la tomé en mi mano me aterré, se lo confieso, porque dije: aquí deben estar comprobados los crímenes de este acusado; pero la he leído y le aseguro que estoy dispuesto a defenderlo con fe y que hemos de lograr destruirlo todo”. Volví a mi calabozo tranquilo; pero pensando en la iniquidad de los hombres que me formaban aquella abultada causa, en la que buscaba e inducía a declarar el Fiscal, pedía y formulaba cargos él mismo, declaraba D. Mariano Casares y me inventaba cosas que no habían existido; y en fin, tanto y tanto, que me confundía tamaña perversidad.

Seguí así en más o menos agitación hasta que se me acabó de tomar declaración; se me tomó la confesión, en el curso de la cual acabé de persuadirme de toda la infamia de que estaban animados el acusador público, mis jueces, el gobierno y demás que se empeñaban en hacerme criminal.

Entre tanto, yo no había perdido el tiempo a pesar de estar incomunicado. Más condescendientes conmigo me habían provisto de varios útiles; me permitían un cubierto, algún útil para calentar agua, un tachito, aguardiente de quemar, un ladrillo inglés para limpiar cubiertos, un cortaplumas. De todo se me pasaba revista y era preciso estar prevenido: necesitaba también unos clavitos de zinc que pedí al alcalde me mandara comprar para clavar una cortina.

De un cuchillo de mesa hice una especie de sierra, y este instrumento me sirvió para cortar el ladrillo por el medio a lo largo; estas dos partes alisadas contra la pared, me permitían juntarlas bien y en cada una de las cabeceras ponía el recorte o molde de la llave, que había sacado yo mismo de la puerta de adentro, y después con un fierrito chato iba sacando el espesor de la llave que entraba en la cerradura. Esto me costó mucho, pero al fin lo hice; me faltaba el mango pero esto era fácil canalizarlo. Me faltaba el de la puerta de afuera, a la que yo no podía llegar y cuya llave la tenía el alcalde, esta llave era distinta de la otra.

Todos los días venían a abrir las puertas a la oración. Aprovechando un momento de descuido, saqué en cera el molde de la llave de afuera.

Era de verse: estar trabajando por mi libertad delante del alcalde llavero, cabo de guardia y 3 soldados, sin que ellos se apercibieran, y burlándome de tanta vigilancia. Este molde o figura lo sacaba en una carta de baraja, y después poniéndolo en la cabeza del ladrillo, de modo que quedase la abertura o partidura del ladrillo en el medio del molde, empezaba mi trabajo.

Hecho el molde, pulido y arreglado del mejor modo posible, derretí los clavos en un tachito de bronce que tenia, con aguardiente, y después, vacié este líquido en el molde ya expresado. Las imperfecciones las arreglaba con mi cortaplumas, hasta que después de algunos ensayos me dio el resultado que yo deseaba, en la puerta de adentro. La de afuera la hice también.

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Llegó el momento de ponerme en comunicación, y dio orden el Juez, delante de mí, para que se le permitiera la entrada a mi familia y a algunas otras personas. Me resistí al principio a que se me pusiera en comunicación diciéndole al mismo Juez Somellera: que si mi fin había de ser funesto ¿a qué se me ponía en comunicación? Pero cierto modo insinuante en mi favor, con que me habló el Juez Somellera y el deseo natural de ver a mi esposa e hijos, me hizo aceptar la comunicación que era limitada a dos días en la semana. Esta comunicación me hizo conocer lo grave de mi situación, por los pasos que mi esposa había dado y la prevención que contra mi manifestaban los hombres del poder; el acusador que se había constituido en activo agente para buscar quien declarase en mi causa y en abogado de los tímidos que inducía a presentarse con ridículos reclamos. Yo entre tanto, iba estrechando relaciones con la tropa, reconociendo muchos soldados y organizando y preparando lo que alguna vez pudiera serme útil. Muy poco me duró esta comunicación.

Entre los oficiales del Batallón Conesa, que hacían la guardia en la cárcel, venía un oficial Ruiz que se introdujo en mi calabozo, con el protesto de que me conocía, que había sido oficial de la Secretaría en Palermo y que deseaba serme útil. No me inspiró confianza por más que hacía, y puedo decir que hasta me adulaba; visitó varias veces a mi esposa y otras relaciones de las que venían a verme al calabozo; les indicaba lo fácil que era que yo me escapase cuando él estuviera de guardia, a lo cual no le contestaban; y así que yo lo supe, prohibí contestasen nada sobre esto. Ello es, que el día que yo menos pensé, estando leyendo en el postigo que me daba luz, veo venir hacia el calabozo un pelotón de hombres, entre ellos algunos soldados y uno con una barra de grillos en la mano. Llegaron, abrieron y me llamaron por mi nombre. Contesté y dijeron al que traía los grillos, que era un negro norteamericano, que estaba preso por una muerte, que me los pusiera. El pobre negro se resistió y dijo que él no era verdugo y se retiró, pero lo entraron a empujones, y entonces le dije yo: cumpla con la orden, póngalos Ud. El negro los puso, los remachó y así que acabó se paró y salió. Pregunté qué motivaba aquella extraña medida, pero no me contestaron, sólo me dijeron que quedaba incomunicado. Después que se retiraron vino el negro corriendo y me dijo por el postigo, que la chaveta estaba floja. Advertí que desde este momento se desplegaba gran vigilancia y que el alcalde me entregó al oficial de guardia, según orden que había recibido. Al otro día vino de guardia el oficial Ruiz, y me preguntó sino sabía porque me habían puesto grillos, a lo que le contesté que nada sabía. Me dijo que quizá le tocase a él la suerte de sacármelos pronto, a lo que nada le respondí.

Al siguiente día vino de guardia un capitán Jardon, español del número 2 y lo que me recibió, previno se me dejase la puerta abierta. Más tarde vino a verme y me preguntó por qué se me habían puesto grillos. Le contesté que lo ignoraba. Entonces me dijo: hay hombres para todo, y en un oficial como yo todavía son más criminales ciertos hechos: el que acaba de salir de guardia, el oficial Ruiz es la causa de que se le hayan puesto grillos: ¿Es posible, le contesté, ese hombre, ese malvado, es la causa? Sí, señor, pues qué, ¿no sabe Ud. que ha delatado que se le han ofrecido, no se si un millón de pesos por una señora, comadre de Ud., para que lo deje escapar? Nada se, le dije; pero desde ya le digo a Ud. que ese hombre es un impostor; que he conocido que hace tiempo busca que se le diga algo, porque se insinúa a todos, a mi esposa, a mí, como lo ha hecho ayer mismo y no ha logrado que mi esposa ni yo le contestemos nada. Largamente hablamos con este señor, y razonamos sobre el hecho, persuadiéndome que este hombre era honrado y de corazón, por su modo de pensar y apreciar las cosas. Siempre que entraba de guardia venia a conversar conmigo y me dispensaba atenciones que no se oponían al cumplimiento de su deber y órdenes que tenia. No sólo él, sino

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todos los demás oficiales de guardia condenaban la conducta do Ruiz, y hasta una negra loca que había presa, entre las mujeres, le gritaba y lo insultaba cada vez que Ruiz entraba a los patios.

Yo entre tanto seguía al cargo de los oficiales de guardia y no del alcalde, como los demás presos, y esto me presentaba mas facilidades para hablar con los soldados, y preparar elementos para una evasión. Estos dejaban entrar a mi calabozo a muchos amigos, siempre a mi familia y a los que querían verme.

Muy luego supe que mi defensor se había presentado reclamando de aquella medida violenta e injusto proceder, y que había presentado un escrito; que en seguida, con motivo de que la prensa lo insultaba porque hacia mi defensa con tanto ardor y que D. Mariano Casares lo trataba también duramente en un escrito calumnioso, haciéndole aparecer interesado en el oro que se le daba, le pareció deber renunciar la defensa y publicar el escrito.

Nombré en seguida al Sr. Escalada, Dr. D. Manuel María, de quien tenia los mejores antecedentes, por su honradez, capacidad y altos motivos que lo recomendaban para mí y mi esposa. No dejó también de ser el blanco de invectivas groseras, a pesar de su carácter naturalmente suave y templado; pero era un crimen que accediese a mi defensa, y esto era suficiente para que mereciese reproches injustos de ciertos personajes, empeñados en que mi causa no tuviese defensor.

Indudablemente que mi situación había mejorado desde que había sido puesto a cargo de los oficiales de guardia, pues sin dejar de cumplir con las órdenes de vigilancia y seguridad, me permitían comunicarme con frecuencia con mi familia y con mis amigos. Se distinguían los capitanes Andrés Cisco, D. N. Jardon, teniente Lapier, alférez Larravide.

Estaba de guardia el capitán Jardon con el alférez Larravide una noche dada, y como en la pieza que llamaban la Capilla estaban presos, por no se que causa, el Sr. Pestalardo con varios cantores de la ópera, y habían pedido permiso para cantar en seco, esa noche pidieron a la vez al capitán Jardon me llevasen a la ventana de la pieza en que estaban para conversar y pasar allí un rato. Efectivamente, el Sr. Jardon tuvo esta deferencia, y para que no caminase con grillos, me llevaron en una silla entre los dos oficiales de guardia y me sentaron en la ventana de dicha pieza. Me encargaron de hacer un quemadillo con coñac y azúcar en una palangana, y recuerdo, que al servir a todos, el Cabo de guardia que estaba entre otros soldados oyendo cantar, y que había sido soldado mío, me hacia señas que no tomase, y así lo hice. Llegó la hora de irme al calabozo, me cerraron la puerta y se retiraron los oficiales. A la media noche se me presentó este mismo cabo, y me dijo que podía abrirme la puerta y dejarme salir: que los oficiales dormían y que aprovechase esa noche, porque sino era segura mi muerte. Al oír mi negativa se afligía y lloroso me dijo: que aprovechase aquella oportunidad. Me costó trabajo persuadirlo que no podía, que no tenía nada pronto; que además, yo no podía hacer esta jugada a oficiales de guardia como los que estaban, y que, desde que yo contaba con él y otros no tenía cuidado: al fin cedió y se retiró.

Creo que es oportuno enumerar los diferentes casos que se me presentaron, o en que se me brindó la oportunidad para evadirme.

El Alcalde Oliden, no se debido a qué, de repente empezó a mostrarse complaciente conmigo, después de parecer que se había olvidado de los beneficios que yo le había hecho. El hecho es, que cuando aún estaba sin grillos y comunicado, dio en llevarme a

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comer con él a su cuarto que estaba a la entrada de la cárcel. Allí tuve ocasión de verme con una persona distinguida que tenía su puesto en el Hospital general, y a quien había sido yo recomendado por un amigo mío y mucho de este señor, el cual me dijo: que me hiciese el enfermo, que él arreglaría todo para que fuese al hospital y que estando allí corría de su cuenta mi fuga. Este señor ha estado en Montevideo últimamente con su señora y he tenido el gusto de visitarlo, ofrecérmele y hacerle presente que estaba en mí muy vivo el recuerdo de aquella generosa oferta para mi libertad.

Por otra parte, mis amigos que sabían que yo iba a comer allí, como que estaba a un paso de los bajos del Cabildo, me propusieron ponerme un parejero y media docena de hombres para acompañarme, dispuestos a todo; y aunque era expuesta la evasión por este medio, podía servir para un caso de apuro. Esta condescendencia de Oliden originó su reemplazo y que entrase un señor muy serio y grave, hombre que jamás hablaba con ningún preso. Entonces me quitaron la ingerencia de los oficiales de guardia, y volví como los demás presos a poder del Alcalde.

Otro día se me presentó el ciego Hermenegildo Balmaceda, que había sido asistente mío. Le permitían entrar con un lazarillo y esperó que estuviesen centinelas conocidos, con cabos y sargentos dispuestos; y me dijo: vengo a darle mi ropa, mis anteojos, etc., para que salga y se libre; porque lo van a matar. Yo quedaré en su lugar, ¿qué me han de hacer a mí? Me costó también trabajo para persuadirlo de la imposibilidad en que estaba para hacerlo; pero al fin lo conseguí.

Estas ocasiones se me presentaron, y si no las acepté, fue porque no podía imaginarme que aquellos jueces fuesen capaces de firmar la sentencia que suscribieron con tanta infamia y faltando al sagrado ministerio de la justicia.

Cuando fue conocido del público ese fallo, el General don Venancio Flores, Presidente entonces del Estado Oriental, trabajado por mis relaciones, escribió al Gobernador Obligado y le envió un comisionado, pidiéndole que me conmutara la pena de muerte y dispusiera mi salida del país, asegurándole que respondía que yo no me mezclaría más en asuntos políticos.

El Gobernador Obligado, pidió, con tal motivo, informe a la Exma. Cámara, y ésta al Fiscal Dr. D. Andrés Ferrera. Este funcionario expidió la siguiente vista:

Exmo. Señor.

A D. Antonino Reyes, preso en la Cárcel Pública se le procesa a consecuencia del decreto del Superior Gobierno de 11 de Agosto último. Aún no había salido esta causa del sumario cuando se le pasó al Fiscal en 3 de Octubre con motivo de un nuevo incidente. La investigación judicial apenas contaba entonces con 17 testimonios, entre declaraciones e informes y el procedimiento todo no contenía sino sesenta páginas. El Fiscal contrayéndose entonces a lo actuado pidió sobre la incidencia con arreglo a derecho. Hoy el 5 del corriente se le ha pasado la misma causa ya concluida en 1ª Instancia con cuatrocientas y tantas páginas y 80 a 90 testimonios en clase de declaraciones e informes, y sentenciado el preso a muerte con calidad de aleve.

No sólo porque la ley se lo prohibe sino porque sería incircunspecto, el Fiscal no puede informar a V. E. sobre el mérito legal de este proceso. E1 deberá expedirse en oportunidad ante el Tribunal superior de Justicia, e incontinenti pasará a V. E. copia fidedigna de su respuesta. Entre tanto, el estudio imperfecto que ha podido hacer el Fiscal del proceso en los 21 días que a duras penas le ha registrado, apenas le autoriza para asegurar a V. E: 1º Que no está conforme con el carácter criminal que se le ha dado

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a este trámite. 2º Que está inclinado a creer que es injusta, imprudente e inconstitucional la pena de muerte discernida contra el preso. 3º Que sostiene ya ser abiertamente ilegal la calidad de aleve, que expresa el pronunciamiento en la 1ª Instancia, y 4º Que considera hallarse V. E. en todo tiempo autorizado para ejercitar la atribución que designa el articulo 108 de la Constitución.

Como no será extraño, aunque es difícil que el Fiscal piense de otro modo, perfeccionado que sea el estudio que hace de este negocio y como está convencido de que su terminación es de la mas grave importancia, pide que por toda resolución se sirva V. E. declarar, por ahora, con vista de lo que solicita Dª. Carmen O. de Reyes, que en oportunidad se proveerá lo que corresponda.

Buenos Aires, Mayo 22 de 1854. Ferrera.

Días después expidió otra vista en la solicitud hecha por mi esposa, para que se me quitasen los grillos, y que debo consignar, por contener la opinión de un magistrado recto e ilustrado.

VISTA

El Artículo 167 de la Constitución del Estado dice así: “Las Cárceles son hechas para seguridad y no para mortificación de los presos, todo rigor que no sea necesario, hace responsable a las autoridades que lo ejerzan”. Desde el 22 de Octubre, día en que se cerró la confesión tomada al esposo de Dª. Carmen Olivera de Reyes, y fue puesto en comunicación este procesado con arreglo a los estatutos de nuestra Cárcel, no hay constancia en los autos de un solo motivo que justifique las nuevas prisiones que el 20 de Febrero, de orden verbal de los Jueces de 1ª Instancia, se pusieron al preso, y siendo indispensable esta constancia, para sancionar, como motivada o como necesaria, una medida tan severa y tan aflictiva, el Fiscal se alza contra ella por inconstitucional. Quién ha dicho a los Jueces de 1ª Instancia que no deben descubrir las razones o motivos que los impulsaron dictar esa que ellos llaman, medida de seguridad. La Ley no tiene misterios; la lógica de la Ley es la lógica por antonomasia, y sin antecedentes legales, toda providencia es arbitraria.

¿Dónde están los antecedentes de esas prisiones a destiempo? No puede correr esta solicitud de Dª. Carmen Olivera, con la vista del proceso, que V. E. ha conferido al Fiscal, porque el Ministerio público estará completamente mudo en cuanto a lo principal de esta causa, mientras no perfeccione el estudio que hace de ella, y no quede satisfecho de la justificación con que pida lo que corresponda. Entre tanto que esto tenga lugar, el. Fiscal, que recién sabe a no dudarlo que aún después de la promulgación de la Constitución el preso por esta causa sufre la ilegalidad tiránica de estar afligido con prisiones, cuya necesidad no está comprobada, ni puede ni debe dividir con los autores de esta sinrazón la responsabilidad que ella impone, y devuelve a V. E. con sufragio la reclamación de la esposa, para que V. E. delibere lo que estime de justicia; bien entendido que el proceso queda en el despacho fiscal a la disposición de V. E. para el caso de estimar necesario el tribunal, rectifique las referencias de este parecer.

Buenos Aires, Junio 3 de 1854. Ferrera.

El Gobernador Obligado despachó con una carta al Comisionado y estrechado para dar alguna contestación verbal, dijo, al comisionado: que estando esta causa corriendo en los Tribunales era mejor dejar que estos se expidiesen, pues que si era inocente no dudase que el fallo sería favorable y quedaría vindicado y repuesto en mi honor y fama.

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Era muy dudoso para mí el resultado: de esto al fallo definitivo no había más que un paso y era preciso no perder tiempo en la resolución que debía adoptar: esperar y evadirme. Si esperaba, estaba sometido y todas las probabilidades eran en mi contra. El Fiscal de 1ª Instancia había pedido la última pena, los Jueces conjuntos la habían aprobado: era manifiesta la mala voluntad del Gobierno que intervenía en este asunto y que no perdía ocasión de manifestar su injerencia y sus tendencias; y en fin todo, todo venía preparando un desenlace fatal que lo pedía abiertamente y sin miramiento la prensa oficial. ¿Debía yo tener confianza, debía esperar tranquilo, cuando mis amigos todos presentían mi fin fatal?

Debo consignar aquí un hecho que venía a aumentar mis cuidados y que se armonizaba con ese empeño de hacerme desaparecer a toda costa. En uno de los días de las entradas generales, se me presentó un desconocido en mi calabozo, que por su acento era Inglés, como de cuarenta años y me dijo: que había venido a verme compadecido de mi situación y por que podía dar un paso muy conveniente para mí ; que este consistía en una representación al Gobierno firmada por el comercio extranjero y que ya había visto al General Hornos para que la patrocinase, con lo que estaba muy gustoso; pero que él creía que lo que yo había de hacer era fugarme de la prisión para lo que estaba pronto a ayudarme. Yo me sonreí, le mostré la barra de grillos, el centinela de vista y las macizas puertas que me guardaban de noche; que estaba completamente entregado a la Providencia y a mis Jueces, en quienes tenía confianza, porque no creía que fuesen mis asesinos. E1 se mostró contristado y me dijo: que iba a tocar los recursos que me había indicado y que vendría en la siguiente entrada.

Efectivamente, al siguiente día de entrada se me presentó, y después de llamarme aparte, pues estaban tres o cuatro amigos que habían venido a verme, y comían conmigo los SS. Arguelles y Echevarria, me dijo: Señor, siento decirle que nada he podido hacer en la solicitud que le prometí presentar al Gobierno, porque ya es tarde, su situación es muy grave, hay una disposición tremenda contra Ud.; sus enemigos, jueces. Gobierno, etc., todos piden su muerte; así es que un remedio solo y único le queda para no salir al patíbulo y pasar por la vergüenza y el escarnio con que lo van a acompañar sus enemigos y es que en una copita tome Ud. un polvito de esto que le traigo y que le mandan muchos amigos que lo quieren, y que no quisieran verlo sentarse en el banquillo como un criminal, ni que consigan ese deseo sus enemigos. Entonces tomó de una cartera del pantalón con dos dedos y con delicadeza un envoltorio y me lo entregó.

Con que es decir, le contesté, que este presente me hacen mis amigos: muy bien, dígales Ud. que les haré el gusto y lo tomaré ahora de postre, que casualmente estoy comiendo. Tomé el papel y lo tiré tras de un baúl que estaba a mi lado.

Inmediatamente se despidió y se fue este incógnito.

Dominado entre tanto por todo género de dudas respecto de este misionero misterioso, dispuse que una persona de mi familia lo siguiera para conocer su residencia. Así se verificó, y supe con repugnancia y con asombro, que el hombre que me había llevado el veneno se había dirigido, al salir de la Cárcel, al Juzgado donde despachaba el juez más comprometido en mi causa.

¿Era casual esa dirección o regresaba a comunicar el resultado de su comisión? Dios y ellos deben saberlo. A mí no me es dado averiguarlo, aún cuando me asiste la idea de que temerosos de que salvase mi vida por medio de las leyes, buscaron ese arbitrio a fin de asegurar mi sacrificio.

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Sabido es que en el silencio y soledad de la prisión, todos estos eran motivos que me designaban la suerte que me esperaba. Ya casi estaba tomada mi resolución, para cuyo fin no perdía un momento de preparar y coordinar lo que necesitaba, disponiendo los ánimos do los que me habían de servir mas de cerca, sin señalar ni descubrir mi plan, ni cómo iba a proceder.

Se acercaba la jura de la Constitución en Mayo del 54, y mi esposa quiso implorar y pedir gracia. Al efecto pidió un borrador a mi defensor, para presentarse a S. E. y suplicar en atención al acto solemne que iba a tener lugar. Antes de recibir el borrador, pedido a mi defensor, se presentó en mi casa una señora llevándole a mi esposa otro borrador de una solicitud que le mandaba una persona, que aunque no era amiga mía, estaba compadecida de su suerte y de las injusticias que estaban cometiéndose conmigo.

Por más que le rogó mi esposa, no quiso la señora dar el nombre de la persona. Después, al correr del tiempo, supe que era el Fiscal Dr. D. Andrés Ferrera, hombre de un carácter inquebrantable, firme en sus opiniones, pero acabadamente justo, honrado y recto como el que más; y que como él decía: no quería ni pedía desmentir sus antecedentes, ni deshonrar su nombre haciéndose también juguete de pasiones mezquinas, etc., etc. Más tarde desistió de entender en mi causa como Fiscal y fue entonces nombrado el Dr. D. Miguel Valencia.

Mi esposa presentó la solicitud, llevándola personalmente. (1) El Gobernador se encontraba con el General Escalada, padre de mi defensor, cuando la recibió y después de leída, se levantó S. E. airadamente, diciendo al Sr. Escalada: que ¿cómo había tenido su hijo el atrevimiento de hacer aquella solicitud, porque precisamente era él, el autor de aquel libelo insultante a sus respetos? El Sr. Ministro contestó asombrado: que le aseguraba al Sr. Gobernador que su hijo no era el autor de aquel escrito. Interrogada mi señora, contestó: que efectivamente no era del Sr. Escalada, sino de un amigo que había tenido la bondad de hacer ese escrito. Entonces S. E. se lo devolvió, diciéndole que solo un insolente y atrevido podía haber aconsejado semejante escrito y que se retirase; que él en su calidad de Gobernador nada tenía que hacer conmigo, que ocurriese a los tribunales.

Cualquier otro gobernador no habría podido expresarse así, menos el que lo hacia, quien desde mi entrada a la cárcel había hecho pesar su influencia clasificándome anticipadamente de criminal famoso. El Sr. D. Pastor Obligado, que fue secretario y consejero del coronel Cuitiño y que en su ausencia recibía y ejecutaba las órdenes que se impartían; que fue el sargento 1º en el cuartel a quien obedecían todos, que probablemente usaba la divisa más grande y gritaba mas alto: “Mueran los Salvajes Unitarios”; ese hombre condenaba mi conducta digna, circunspecta en el puesto de Jefe de la Secretaria del inmediato despacho del gobierno de la Provincia, de Sargento mayor y Edecán en servicio.

Todos los recursos legítimos para mejorar mi situación estaban agotados. Lo único que podía halagarme eran las vistas del Fiscal de la Cámara de Justicia; pero aún éstas ¿qué esperanzas podían darme cuando tenia presente la rudeza con que habían sido escuchados los ruegos de mi esposa; la negativa del Gobernador Obligado a favorecerme con las prerrogativas que le daba la Constitución, recién promulgada; el rigor que se desplegó aumentando mis prisiones; el veneno mismo suministrado y aconsejado por mis enemigos? Me acabé de convencer que nada debía esperar en aquel tiempo de la moral y de las leyes que conculcaban sin rubor los primeros magistrados.

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Otra de las tentativas empleadas por los que me perseguían para matarme, fue el hacerme convidar para una revolución, por un Sr. Rodríguez.

Este agente del crimen, se me presentó en el calabozo pidiéndome el concurso de mí persona para derrocar al gobierno, ofreciéndome venir él mismo a sacarme de la prisión para que los ayudase.

Esta proposición la rechacé en el acto, sin embargo, el hombre continuaba trabajando en el mismo sentido, hasta que un día se me presentó D. Manuel Medrano, amigo de mi confianza, a decirme de parte de D. Juan Bautista Peña, que había quedado de gobernador provisorio por ausencia en campaña del Sr. Obligado: que sabía de lo que se trataba y que no saliese de mi prisión. Le contesté conforme y agradecido.

En el acto despedí al villano que estaba encargado de este plan tenebroso, de fraguar una revuelta para que apareciese yo muerto en la lucha.

Después de todo esto, me encontraba autorizado a pensar en mi fuga.

Para ello estaba provisto de lo principal: llaves de las puertas de mi calabozo; llave de la puerta que iba a los corredores de Cabildo para dejarme caer de los balcones en un momento dado y sin que me viese la guardia, o correrme por las azoteas de la Policía para las casas de familias ya advertidas, entre ellas la del Sr. D. Miguel Riglos.

Para el caso que todo saliese bien había mandado comprar una ballenera y entregarla a un soldado Flores que se me había ofrecido muchas veces, para que se situase con ella en el bajo de la quinta de Laprida, bajada Norte del callejón de Ibañez. Para que no hubiese equivocación, mandé a Manuel Bazo, que había sido mi asistente en muchos años y que siempre me manifestó cariño, que le señalase el punto fijo en que debía esperarme.

Todo esto tenía en perspectiva y pronto para el momento preciso.

Los soldados que montaban la guardia habían sido soldados míos antes; les había hablado y todos ellos, sin inquirir cosa alguna, se pusieron a mis órdenes con una fidelidad ejemplar.

De antemano había mandado prevenir al general D. Venancio Flores la resolución que tenia de asilarme en la República Oriental.

Contaba con amigos abnegados, a los cuales no tenía necesidad de prevenirles mi resolución. En primera línea se encontraba D. Juan Arguelles, mi ahijado, y del cual estaba seguro que se haría matar por salvarme. Este fue mi principal agente para preparad mi evasión.

Con grande interés y abnegación se me brindaban mis amigos D. Martín Sarratea, D. Santiago Torres y D. Marcelino Martínez Castro, al cual comuniqué mi plan que mereció su aprobación.

Ocurría la circunstancia de ser el Sr. Martínez mi enemigo político, y por lo tanto sus compromisos eran mayores para con sus correligionarios.

Debo aprovechar esta oportunidad para hacer pública manifestación de mi gratitud a estos amigos.

Las circunstancias apremiaban y era necesario obrar.

Llegó al fin el día señalado para mi evasión, que era el 6 de Junio de 1854.

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El día antes había estado mi esposa y me había despedido de ella obteniendo su consentimiento para salir; consentimiento que necesitaba de la madre de mis hijos, porque había resuelto no volver a mi calabozo, ni caer con vida en poder de mis enemigos, y no quería que ella, la que había sido modelo de virtud y que había sufrido tanto durante mi prisión, me culpase del paso que había resuelto dar, cuando ya estaba ella como yo persuadidos que lo que se quería era mi desaparición.

El día lo pasé en gran agitación y sobresalto. Todo era una novedad, una aflicción. El más insignificante ruido me llamaba la atención, hasta que llegó la noche que era de luna, clara, limpia, como para alumbrar mi libertad. La primera puerta de mi calabozo me la dejaban abierta y esto favorecía mi salida; así es que no tenía que abrir mas que una puerta, la interior. La guardia era del 2 de Línea, en cuyos soldados tenía más confianza. Ese día vinieron muchos de los míos y a cuyo cargo estaba el teniente D. Carlos Larravide, el mismo que estaba la noche que el cabo Lezica vino para hacerme fugar. Entonces estaba al cargo de ellos y no del alcalde, y ahora era la inversa, pues este tenía las llaves.

A las 8 de la noche tuve necesidad de salir de mi calabozo para ver por mí mismo los centinelas que había y si estaba en la puerta un Rojas, a quien tenía que decirle cambiase sus turnos, quedase de plantón hasta media noche y me dejase entrar a Arguelles, quien debía venir hasta los corredores de enfrente a mi calabozo, y con un pañuelo blanco hacerme la señal para salir.

Así sucedió. A la una de la noche del referido día, D. Juan Arguelles se encontraba frente a mi calabozo y me hizo la señal convenida.

Abrí la puerta con la llave que había hecho, me metí en la garita que se encontraba cerca de mi calabozo. Tomé el fusil al centinela que allí estaba y que estaba convenido conmigo; me dio su gorra, su capote, la consigna. En seguida me reuní con el fiel Arguelles y con él salí a la puerta de la cárcel.

Al llegar a la puerta que daba al zaguán, en cuyo medio había un gran farol, que daba una luz fuerte, divisé a mi Rojas paseándose con el arma al brazo. Lo que nos vio, nos hizo señas que saliésemos. La noche era clara como el día.

Estaba acordado que este centinela y el del calabozo, Caraballo, habían de venir conmigo porque eran los comprometidos. El otro que había en el patio de mi calabozo, quedaba durmiendo o haciendo que dormía.

Salimos, pues, sin novedad, y al bajar la vereda empedrada que circundaba la plaza de la Victoria, sentimos un grito de Rojas, llamando al cabo de guardia para que lo relevase. No dejó de sorprendemos el grito, pero como oímos el motivo, seguimos para el medio de la plaza. Ya frente a la pirámide, en dirección a la calle Defensa, vimos que se destacaba un hombre encapado debajo los arcos de la recova nueva. Me sorprendió, pero muy luego reconocí a mi amigo D. Santiago Torres, que me abrió los brazos y me alentó, diciéndome: que todo estaba bien preparado y que los caballos me aguardaban, por la calle de Venezuela, cerca de la antigua cancha de pelota al cuidado de Manuel Baso. Reunido a este amigo y a D. Marcelino Martínez, que nos esperaba frente a San Francisco, seguimos solos conversando con tranquilidad.

Pasé por mi casa, golpee la ventana y avisé que ya estaba libre.

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Mientras tanto, el amigo Arguelles se había separado de nosotros al llegar a la botica de San Francisco y regresado a la cárcel en busca de los dos centinelas que debían fugar conmigo.

En el lugar donde estaban los caballos, nos reunimos con los soldados y Arguelles que los conducía, y de allí, bien montados, nos dirigimos al puente de Maldonado para de allí seguir en busca del bote que debía esperarme frente al monte de Laprida.

Desgraciadamente no estaba el bote y sea por temor o por torpeza, el hecho era que nos faltaba lo principal y trastornaba mi plan. Consultamos allí mismo y convinimos en que era preciso proporcionarnos una embarcación. D. Marcelino Martínez se encargó de irla a buscar en persona a la ciudad, quedando nosotros ocultos en unos pajonales y juncales en la orilla del río, a los fondos de la quinta de D. José María Castillo, donde el mismo Martínez nos llevó. Allí permanecimos todo ese día y esperamos inútilmente hasta la oración del 7 de Junio. No apareció ninguna embarcación y como veíamos algunas balleneras a lo lejos, hicimos una bandera con un trapo y la atamos a una vara larga de sauce. Con ella hicimos señas para que supiesen donde estábamos. Esto había sido advertido por las lavanderas que estaban en la costa y otros individuos, lo que hizo que preparase el Juez de Paz o comisario una partida para venir a registrar los lugares donde nos encontrábamos; pero un soldado que había sido mío, llamado Madariaga, se anticipó y me dijo: que debíamos salir inmediatamente, lo que efectuamos, reteniendo yo a este individuo para que me acompañase; pues a los demás que estaban conmigo los había mandado a Punta Chica, para que se embarcasen en una chalana que había mandado aprontar desde la tarde.

Al mismo tiempo había mandado aprontar caballos en la chacra de un antiguo oficial, Olguín, hacia donde me dirigí. Desde los fondos de esta propiedad mandé a Madariaga para que me trajese los caballos, que suponía listos. La luna empezó a alumbrar en ese momento y con su claridad divisé un grupo de hombres que conversaban en la cuchilla. Esperando al que había enviado, vi venir un hombre como desprendido del grupo que había visto antes. Monté a caballo, y cuando quiso acercárseme se lo impedí, ordenándole que siguiese su camino.

Acto continuo me dirigí al bañado de San Fernando; pues el hombre sospechoso que se había dirigido hacia mi, debía ser soldado de alguna partida de campaña. De allí me encaminé a los tapiales de Ramos Mejía, en donde resolví dirigirme al Rosario por tierra.

En mi marcha, el guía me llevó a la chacra del coronel D. Pedro José Díaz. Allí me hice anunciar, sin dar mi nombre. El coronel Díaz, tipo perfecto del caballero, al divisarme, me abrió la puerta de su dormitorio y me invitó a pasar adelante. Estaba amaneciendo.

Antes de entrar le expliqué la condición en que me encontraba. El coronel Díaz me respondió: que era un deber de caballero y de amigo el recibirme en su casa, así como lo había recibido yo en la mía, sin mirar las consecuencias.

Ahí quedé dos días en donde reuní hombres, caballos y me proveí de algunos útiles para el viaje. En seguida marché al Rosario por el camino de la costa. Al llegar al Arroyo del Medio, nos encontramos con una partida de indios de Pascual Rosas. Al reconocerme, quisieron llevarme a sus toldos, de cuyo convite me costó mucho el librarme.

Me alojé en la estancia del Sr. Guascochea donde recibí hospitalidad; y allí fui reconocido. Se dio avisó al coronel Andrade de Santa Fe, jefe de aquel distrito, y éste

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me mandó cuatro soldados para que me acompañasen. De allí pasé al Rosario, al Diamante y en seguida al Paraná. Seguí hasta Gualeguay, en donde encontré al general Urquiza, quien me trató con la mayor franqueza y afecto.

Mucho hizo porque me quedase en Entre Ríos; pero me pareció mas propio y conveniente el trasladarme a Montevideo, donde fui a reposar de tantas fatigas y a esperar el desenlace del juicio que se me seguía, y que se encontraba en la Exma. Cámara de Apelaciones.

Referencia

(1) Excelentísimo Señor: Por más profundo que sea mi dolor, no vengo, Señor, a expresarlo nuevamente a V. E. y a pedir consuelos. Acaso no me engañe, creyendo que me presento cuando se abre una era del todo nueva para esta desgraciada patria.

Hasta aquí (desde 1810), ha sido la tierra de los porteños un campo donde ha ensayado su acción cada voluntad individual, según su poder y según su intención; mientras que la voluntad general ha permanecido muda, porque no teniendo poder alguno, no ha podido hacer una sola manifestación. Hoy recién percibimos todos en Buenos Aires la expresión bien pronunciada de un interés patrio; hoy es que quedan satisfechos los votos de los porteños, que pedían Leyes; porque estaban cansados de arbitrariedades, y que clamaban por formas fijas en vez de los caprichos que nos han regado hasta aquí.

¿Y será esta Era, empezada hoy, igual o parecida a la anterior al 11 de Abril en que se ha firmado el acta Constitucional del Estado de Buenos Aires? De ningún modo, Señor; antes de ese día todos los que habíamos nacido en esta desgraciada patria teníamos el derecho de mejorar de suerte, del modo que nos pareciese mejor; hoy todos debemos sumisión y respeto a las Autoridades Constituidas; y lo debemos con arreglo a la Carta Constitucional. Antes del 11 de Abril, aquella voluntad individual, que era más poderosa o más feliz, era nuestra suprema Ley; y ahora, expresada como está y sancionada la voluntad general, sería un crimen el pretender hacerse superior a ella.

¿Quién puede ser, señor, responsable entonces de lo que se hizo en la patria y por la patria de los porteños, antes del 11 de Abril? Ninguno, absolutamente ninguno. Todos hemos errado; y por lo que hace al único ser humano que me interesa en la tierra, no tengo inconveniente para confesar a V. E.: que él creyó como muchos, que puesto que las voluntades de cada uno se habían sublevado contra la voluntad de todos, una voluntad omnipotente era lo único que podía sacamos del caos en que nos hundieron los instintos aislados de todos. ¿Hubo error en esto, Excelentísimo Señor? No me atrevo a negarlo; pero la historia, que va a ser mañana nuestro Juez severo, ¿denunciará ese error como el único o como el mayor de los errores argentinos? No Señor; y lo prueba nuestra ineptitud para constituirnos durante 44 años de reiterados esfuerzos.

Maldito, pues, Excelentísimo Señor, y mil veces maldito el porteño que de hoy en adelante busque en el circulo político a que ha pertenecido el remedio a los males de que pueda aquejarse nuestra patria. Sancionada la Carta Constitucional del Estado de Buenos Aires, todos loe porteños debemos aceptarla como nuestra única tabla de salvación. El que a ella se someta hace todo cuanto la patria puede hoy exigir a sus hijos; el que se revele contra ella, prueba que es indigno de pertenecer a esta Tierra.

Animada de estos propósitos, segura de que quien ha dividido su suerte oonmigo piensa lo mismo que yo, vengo Exmo. Señor, ante V. E., llena es verdad de un dolor acerbo, pero inspirada también del más puro patriotismo, a pedir se de principio a nuestra nueva existencia Constitucional, poniendo V. E. en ejercicio, con relación a mi esposo D.

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Antonino Reyes, la atribución consignada en el articulo 108 de la Constitución del Estado.

Este Porteño se halla procesado y condenado también a muerte por el Tribunal de 1ª Instancia ¿y por qué, Exmo. Señor? Lo sabe V. E. y me cuesta el decirlo: Mi esposo está preso, ha sido juzgado y condenado a muerte con calidad de aleve por haberse equivocado en los medios do poner término a las desgracias de su patria; y sino, preguntemos, Exmo. Señor, ¿se le acusa de haber degollado, de haber despojado, de haber violentado a sus compatriotas como lo hicieron los asesinos del 40 y 42? No, Señor; y encarecidamente ruego sea éste sino el principal uno de los primeros objetos del informe que V. E. está obligado a pedir al Tribunal competente; pero permítame V. E. cerrar mi Memorial con una observación más bien humanitaria que hija de mi dolor. No hay más crímenes en política, nos dice el siglo en que vivimos; que no hay crímenes en política nos lo ha dicho también hasta el 11 de Abril el estado inconstituido de nuestra patria. Mas los habrá, Señor, y eternamente si el olvido de todo lo pasado (en cuanto a política) no es nuestro punto de partida al resolvernos a hacer una existencia Constitucional. Tómese V. E. el tiempo necesario para pesar esta y otras consideración; que omito por creerlas a los alcances de una mente tan patriótica como la de V. E.; y cuando pasadas las impresiones que nos hace imprescindiblemente el sentir de muchos, tenga V. E. calma para pensar con la elevación que acostumbra, entonces y solo entonces;

A V. E. suplico, que en atención al carácter político de los antecedentes que mantienen en prisión a mi esposo, Don Antonino Reyes, se sirva mandar sobreseer en su causa, designándole residencia fuera o dentro del estado de Buenos Aires, según y bajo las condiciones que lo estimare V. E. necesario para poder responder de la tranquilidad pública, de que está V. E. encargado.

Carmen O. de Reyes

Fuente

Bilbao, Manuel – Vindicación y memorias de Don Antonino Reyes – Buenos Aires (1883).

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

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7 de junio

Batalla de San Pedro

A fines de marzo de 1807, llegó a Buenos Aires el coronel Francisco Xavier de Elío que, según Domingo Matheu: “viene de España, muy hábil, éste estuvo en Montevideo disfrazado y dice que toda la tropa que tienen los ingleses no vale nada; que con sólo dos mil hombres escogidos se atreve a todos ellos” (1). El mismo había sido nombrado por España como Comandante General de la Campaña Oriental.

Las noticias que se recibían en Buenos Aires de la Banda Oriental hizo que en la reunión de la Junta de Guerra del 2 de abril se dispusiera mandar una expedición a la otra banda para evitar la ocupación del territorio por parte de los ingleses; también se dispuso que de los noveles cuerpos de voluntarios de la ciudad se reuniera una fuerza de 500 hombres de infantería, apoyados por cuatro cañones y 2 obuses, además de todo aquel que se ofreciera como voluntario. El mando se le entregó al recién llegado coronel Francisco Xavier de Elío.

La expedición debía hostigar a los ingleses y evitar que estos se adueñaran de la campaña oriental; para ello se le entregaba el mando de todas las partidas en armas que se hubieran formado, así como la caballada que hubiera en las estancias del estado, y que la mercadería inglesa que se capturase fuera considerada como botín de guerra y su valor distribuido entre las tropas expedicionarias.

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Los efectivos varían según los autores, así tenemos que “marchó con 1.500 hombres” cita Sagui (2), o “1.000 y tantos” como dice Berutti (3). La tercera expedición de socorro a Montevideo quedó conformada de la siguiente manera: Comandante, coronel Francisco Xavier de Elío; Segundo Jefe, capitán de fragata José de la Corvera; Jefe de la Flota, capitán de fragata Juan Gutiérrez de la Concha.

Cuerpo de Arribeños o Batallón de Americanos Forasteros Voluntarios de Infantería: 2 compañías con un total de 120 hombres (4), al mando del Tte. Agustín Marquéz.

Cuerpo de Naturales Pardos y Morenos: 2 compañías de granaderos con los capitanes J. B. Raymond y Agustín José Sosa, con 120 hombres y 2 compañías de fusileros con similares efectivos. (5)

Cuerpo de Patricios: 1ª compañía del Primer Batallón a órdenes del capitán Martín Medrano, con 61 hombres. (6) y (7).

Cuerpo de Catalanes o Miñones, 7ma y 8va compañía con los capitanes José Grau y Juan Santos de Irigoyen con 200 hombres. (8)

Compañía de Blandengues de la Frontera de Buenos Aires, al mando del alférez de la Peña, con 10 hombres. (9)

Compañía del Regimiento “Fijo” de Dragones de Buenos Aires, al mando del capitán Nolasco Solano y 42 hombres. (10)

Cuerpo de Patriotas de la Unión o Voluntarios Patriotas de la Unión o Unión de Artillería de Buenos Ayres (11). 4 cañones de a 6 libras y 2 obuses de 6 pulgadas.

El itinerario de las tropas mandadas por el Cnl de Elío fue el siguiente: 12 de abril de 1807, se embarcan las tropas desde la Banda Occidental; 13 de abril, en horas de la mañana zarpan hacia la Banda Oriental; 16 de abril, con las primeras sombras del

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anochecer fondean y desembarcan en “Las Higueritas”; 17 de abril, finaliza el desembarco de los víveres y las tropas inician su marcha hacia la población de Las Víboras. Comienza así la aproximación a Colonia

Recuperación de Colonia del Sacramento

La acción ha sido descripta por el historiador uruguayo Lic. Juan Carlos Luzuriaga (12) en los siguientes términos: “…Se acercaron sin ser descubiertos, infiltrándose entre las líneas enemigas en la noche del 20, y en el momento en que estaban listos para el asalto, a un miñón se le disparó el arma, con lo que perdieron el efecto sorpresa. De todos modos, en un primer momento ocasionaron varias bajas a los ocupantes, pero luego los británicos lograron contraatacar, rechazaron a las tropas de Elío y las persiguieron hasta el Real de San Carlos, dejando en la acción ocho muertos, otros tantos heridos y varios prisioneros. Los atacantes se retiraron hasta la estancia de Las Huérfanas y Elío estableció su campamento posteriormente en San Pedro, al norte de Colonia, donde procuró reunir a los efectivos dispersos”.

Francisco Sagui nos ha dejado (13): “Más desgraciadamente por su ineptitud y fanfarronería, su primer paso fue un imperdonable error militar. Con la más torpe precipitación, sin adelantar espías, sin ocultar el grueso de nuestra gente, sin saber explorar el campo enemigo, y en una palabra, sin la más mínima precaución se desembarca y marcha de noche a sorprender a Pack”.

Domingo Matheu expresa (14): “Acabamos de tener noticias que la expedición que pasó a la otra banda el miércoles en 11 y 12 de la noche atacó a los ingleses que guarnecen la Colonia, pensando en encontrarlos dormidos; y en efecto lo habrían logrado a no ser que al tiempo de entrar se disparó un fusil y al ruido despertaron y se pusieron sobre las armas y se trabó combate que los nuestros fue menester se retirasen; aunque según escribe el general (se refiere al coronel de Elío) fue cobardía de los nuestros; pero según cartas que he visto, fue que no hubo aquellas disposiciones de un completo militar; yo creo que como era de noche y la gente no se había visto jamás en funciones, sería atribulación de unos y otros. La pérdida nuestra es de entre muertos y heridos dieciocho o veinte.

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Para Ignacio Núñez el accionar de De Elío mereció los siguientes conceptos (15): “…) pero nombrar y mandar en este carácter a un español con los antecedentes de De Elío, era como si se mandase una declaración de guerra a muerte contra el gobierno y pueblo de Buenos Aires”. “…Este oficial vino de España en el año de 1807, con el título de comandante general de la campaña de Montevideo cuando los ingleses ocupaban la plaza de Montevideo y Colonia del Sacramento. Desde su llegada se señaló por el carácter desacertado, altanero y atrevido que no cesó de ejercitar en estos países hasta hacerse un objeto de aborrecimiento universal.

Sería necesario escribir muchos pliegos de papel para dar una reseña de los actos indecentes y groseros que se permitió con los jefes y oficiales del ejército formado por el general Liniers, no sólo en el trato y en el servicio ordinario, sino cuando por su loco aturdimiento lo rechazaron los ingleses de la Colonia en el ataque nocturno del mes de mayo; lo batieron a los pocos días sobre el arroyo de San Pedro, y lo despedazaron en La Alameda y Residencia en la invasión a la capital por julio de 1807. Bastará decirse que después de exponerlos a los más inútiles sacrificios, los trataba públicamente de ineptos y cobardes, llegando hasta el extremo, cuando el descalabro de la Colonia, de desarmar varios trozos de estas tropas, formadas del vecindario de Buenos Aires, encerrándolos en un patio del cuartel general de La Calera de las Huérfanas y abocándoles dos obuses con orden de disparar al más leve movimiento”.

Bartolomé Mitre emite los siguientes conceptos (16): “… y se confió el mando al coronel Elío, nombrándosele comandante general de la Banda Oriental, que él prometió con la jactancia que le era habitual, redimir de la dominación extraña en podo tiempo. Elío llegó a reunir hasta 1.500 hombres bajo su bandera, y procediendo con su atolondramiento de costumbre, pretendió sorprender la plaza ocupada por el enemigo sin hacer sobre ella un previo reconocimiento, y fue completamente rechazado por la guarnición”.

Vicente Fidel López (17) se ha referido a este hecho de la siguiente manera: “Pretendió (se refiere al coronel de Elío en el intento de tomar Colonia) que había sorprendido al coronel Pack, pero que sus soldados halagados con esta primera ventaja se le habían desbandado por las casas del pueblo; y que por esta falta de disciplina Pack había podido rehacerse, caer sobre los expedicionarios, y derrotarlos completamente.

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El hecho es que esa aventura, tan absurda como todas las otras en que se tuvo la pretensión de buscar a los ingleses en campo abierto, fue causa de que se perdiese una parte interesante y necesaria de nuestros soldados”.

Luego de estas expresiones vertidas en algunos casos por actores presenciales de los acontecimientos, es poco lo que se puede agregar, pero a manera de resumen digamos que:

El intento de recuperación de la ciudad de Colonia se desarrolló en la noche del 21 al 22 de abril de 1807 y que la sorpresa se perdió a raíz del disparo accidental del arma de un soldado de la vanguardia, con lo cual se alertó la guarnición y ante la reacción de los soldados ingleses, nuestras tropas se retiraron desordenadamente, siendo perseguidas hasta las inmediaciones del Real de San Carlos.

Según distintas fuentes, las bajas propias fueron 8 muertos y 8 heridos. Elío se retiró hacia el Norte, y se instaló en proximidades de la estancia “Las Huérfanas”, distante 70 kilómetros; en ese lugar trató de reorganizar a sus fuerzas al tiempo que solicitaba refuerzos a Buenos Aires.

Como ya hemos leído, sus reproches hacia la actitud y cualidades de sus tropas fueron poco felices, generándose tal vez a partir de estos momentos un rechazo hacia su persona que prácticamente finalizaría con su regreso a España después de 1810.

De regreso a su patria reinició su carrera militar, interviniendo en distintas acciones bélicas, hasta que el 4 de setiembre de 1822 fue ejecutado en Valencia por una condena que le impuso el Consejo de Guerra.

Es válido transcribir un documento por el que Elío se dirige a la Audiencia. “Oficio sobre indisciplina y creación del Cuerpo de Cazadores Extranjeros en Calera de las Huérfanas el 02 de mayo de 1807 – En consecuencia de la contestación de V. A. que mi ayudante Dn. Joaquín Toledo me trajo, he hecho hoy juntar la oficialidad para leerles el aviso que se me mandaba, y que V. A. contara con esa Tropa, que unida a los refuerzos podría obrar con muchas ventajas, les exhorté y puse delante el deshonor que les resultaría de volverse a esa cuando voluntariamente venían otros Cuerpos, que

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hablasen a la Tropa, y que a las 4 de la tarde se formasen para hablarles yo, y saber sus disposiciones, a dicha hora, el primero que se me presentó fue Dn Juan Bautista Raymond. Diciéndome que tenía el sentimiento de presentarme un Batallón de Ingratos, que con ningunas razones podía entusiasmarlos, que quería dejar su mando y servir de cualquier modo a mi lado, fui a hablar a los Miñones, y después de hacerles ver que V. A. no quería a ninguno de la Expon. que el que no sea capaz de defender a su Rey aquí, no lo era en ninguna parte, el deshonor que les resultaría de presentarse huyendo del peligro, cuando otros cuerpos venían voluntariamente (…) (18)

Refuerzos a la tercera expedición

Luego del fallido intento de recuperar Colonia, lo primero que hizo de Elío fue solicitar a Buenos Aires el envío de refuerzos. La junta de guerra reunida el 25 de abril dispuso acceder a lo solicitado y ordenó que debían marchar a la otra orilla las siguientes fuerzas:

Regimiento (fijo) de Infantería de Buenos Aires, a órdenes del capitán José Píriz con todos los efectivos presentes en la ciudad de Buenos Aires; Tercer Escuadrón de Húsares, al mando del capitán Pedro Núñez; Cuerpo de la Marina Real, a órdenes del teniente de navío de la Corvera con 80 hombres.

En realidad estos efectivos se verían engrosados al momento de su partida, la que recién se verificaría en la segunda quincena de mayo. Elío se abocó entre su desafortunada operación de abril y la llegada de los refuerzos a desmerecer como ya dijimos no sólo a sus tropas sino también, por extensión, al teniente coronel Pack.

Cuando se enteró que los ingleses habían saqueado la iglesia de Colonia, el 5 de mayo se dirigió a su jefe y entre otros términos le decía: “… la sangre de V. S. y de todos sus soldados será derramada y no se dará cuartel a nadie…” (19)

El 18 de mayo zarparon los refuerzos para de Elío, bajo el mando del capitán José Píriz, compuestos por veteranos o voluntarios de las siguientes unidades: Regimiento de Infantería Buenos Aires (fijo), se desconocen los efectivos; Cuerpo de Patricios: 7ma y 8va compañías del 1er Batallón, con los capitanes Antonio del Texo y Andrés Patrón, el

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ayudante veterano Juan Manuel Hernando, el teniente José Quesada y 139 hombres. (20) (21); Húsares Voluntarios, (conocidos como Húsares de Pueyrredón), el 3er Escuadrón al mando de su jefe el Capitán Pedro Núñez, por ello conocidos como Húsares de Núñez, conformado por dos compañías con un total de 181 hombres; Cuerpo de la Marina Real, a órdenes del Tte. de navío de la Corvera con 80 hombres.

Proclama de De Elío

Luego de recibir estos refuerzos, el 22 de mayo el coronel de Elío, tratando de granjearse la confianza de sus tropas, arengó a las mismas con los siguientes términos:

“Soldados y hermanos míos: La suerte por medios extraordinarios me ha traído de España a tener la honra de mandaros. Allí he meditado 24 años y hecho la guerra contra moros en Africa, contra portugueses y contra franceses, enemigo el más respetable del mundo. Debéis pues considerar tengo algún conocimiento de ella.

He tenido acciones favorables, otras contrarias, he recibido en ellas dos balazos y jamás he tenido más ganas de pelear, ni más probabilidad de vencer este enemigo mandado por Jefes ignorantes de la guerra de tierra, compuesto de soldados comprados y disgustados, como lo experimentáis por su extraordinaria deserción.

Vosotros sois unos ciudadanos que voluntariamente estáis con las armas en la mano para defender vuestra patria, vuestras familias y la corona de nuestro Augusto Soberano que veneramos y amamos y no queréis sufrir el yugo infame de estos piratas, que se han prevalido del letargo en que estaba este pacífico y feliz país.

Ellos son inferiores en número por más que lo procuren aumentar, se sabe ciertamente; y no tienen recurso alguno para escapar como se los ataque con firmeza.

Os conduje a la Colonia a atacarla de noche para aprovecharme de su descuido y ahorrar vuestra sangre que la estimo como a la mía y ser más completa la victoria. La suerte nos la quitó de entre las manos; pero espero será para lograrla más completa.

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Estos compañeros valerosos y llenos de fuego que se nos ha reunido vienen a tener parte en ella ¿Rehusaréis el acompañarlos y acompañarme? No lo puedo creer. Dos meses solos de constancia bastan para oprimirlos o para que tengan la suerte de los de Buenos Aires.

Aquélla era su tropa más escogida: ya visteis lo que hicieron; considerad lo que harán éstos si tenéis valor. Fiad pues, en mis desvelos.

La disciplina, soldados míos os encargo, la subordinación a vuestros jefes la que os recomiendo, sin ellas no puede haber ejércitos, ni victorias que no sean momentáneas.

Señores oficiales, a ustedes los hago responsables de que en esta materia no disimularan nada.

Ahora pues armas al hombro, ¿Juráis a Dios y prometéis al Rey defender vuestra Patria y no abandonar a nuestros jefes hasta perder la vida?. Todos juraron y prometieron”. (22)

Batalla de San Pedro

A mediados de la segunda quincena de mayo y con las tropas de refuerzo, entre ellas la 7ma y 8va Compañías del Primer batallón de Patricios al mando de los capitanes D. Antonio del Tejo y D. Andrés Patrón, el jefe español, resolvió avanzar y enfrentar a los ingleses. Su aproximación finalizó al alcanzar las proximidades del Arroyo San Pedro, 20 kilómetros al Norte de la ciudad de Colonia.

Antes de la marcha, el 16 de mayo de 1807, el capitán Antonio José del Texo, jefe de la Séptima Compañía del 1er Batallón de Patricios, comandante de las tres compañías voluntarias, dio a reconocer como Ayudante Veterano a don Juan Manuel Herrando, quien ejerció este empleo hasta que regresaron a la ciudad de Buenos Aires y que en la

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batalla campal de San Pedro en 7 de junio de este año, dio a conocer su valor y pericia militar. (23)

Juan Manuel Herrando era sargento primero del Regimiento de Infantería de Buenos Aires (fijo) y se había presentado como voluntario cuando se alistaron los refuerzos a la expedición del coronel de Elío.

Según surgen de los documentos consultados, fue nombrado como Ayudante Veterano por el comandante general de armas don Santiago de Liniers.

Alcanzada la margen Norte del arroyo San Pedro, y para aprovechar el obstáculo de consideración que representaba el curso de agua con sus orillas cenagosas y que la irregularidad del cauce le posibilitaba proteger su frente y flancos, el coronel de Elío distribuyó sus efectivos en una saliente elevada del terreno.

Tropas que comandaba el coronel de Elío y que ocuparon posiciones en la orilla Norte del arroyo San Pedro: Cuerpo de Patricios, 1ra, 7ma y 8va Compañías del Primer Batallón, capitanes Medrano, del Texo y Patrón, ayudante veterano Juan Manuel Hernando, teniente José Quesada. 200 hombres aproximadamente; Cuerpo de Arribeños: 2 compañías al mando del capitán de Miguel y teniente Agustín Marquéz y 120 hombres; Cuatro compañías del “Cuerpo de Naturales, Pardos y Morenos” (2 de granaderos y 2 de fusileros) a cargo del capitán A. Sosa. 240 hombres aproximadamente; Cazadores, Miñones y extranjeros (elemento de magnitud y arma desconocida); 3er Escuadrón de Húsares de Núñez, dos compañías al mando del Cap. Núñez. 181 hombres; Cuerpo de Patriotas de la Unión (efectivos sin determinar), 2 cañones de a 2 libras, 2 cañones de a 4 libras y 2 obuses de 6 pulgadas; 2da y 3ra Compañías del Primer Escuadrón de “Voluntarios de Colonia”, a cargo de Ramón S. del Pino (24) (Gobernador de Colonia) y los Cap. Pedro García y Benito Chain. 100 hombres (cantidad estimada); Grupo de “Blandengues de la Frontera”, a cargo del alférez de la Peña. 10 hombres; escapados de Montevideo y reclutados en la campaña (elemento de magnitud, arma y efectivos no determinado); Real Cuerpo de Marina (como denominación, no magnitud) a cargo del Tte. de navío de la Corvera. 80 hombres.

Cuando la noticia de la presencia de las tropas españolas llegó a conocimiento del jefe inglés, este se decidió a atacarlos de inmediato. Según se interpreta de la lectura de

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las fuentes consultadas, los efectivos que a las 03:00 horas de la mañana Inc. Iniciaron la marcha y posterior ataque provenían de las siguientes unidades: Regimiento de Infantería 40, 6 compañías del Primer Batallón al mando del mayor Campbell, con aproximadamente 481 hombres de tropa y un total de 541; Regimiento de Infantería 95 de Rifleros, 3 compañías del Segundo Batallón disminuido al mando del mayor Gardner con efectivos aproximados a los 200 hombres de tropa; Batallón Ligero de Cazadores, al mando del mayor Trotter con efectivos aproximados a 2/3 compañías que oscilaban en 247 hombres de tropa; Regimiento de Caballería Ligero 9 de Dragones, al mando del capitán Carmichael con efectivos que alcanzaban a los 54 jinetes; Artillería Real, al mando del teniente Lewis Sheperd con 34 hombres del arma, 31 conductores y 2 cañones de 6 libras. Los efectivos que quedaron en la ciudad de Colonia estaban al mando del mayor Piaget.

Los elementos ingleses para la marcha y posterior combate se han agrupado de la siguiente manera:

Regimiento de Caballería Ligero 9 de Dragones actuando como vanguardia.

1º Batallón del Regimiento de Infantería 40 (disminuido).

2º Batallón del Regimiento de Infantería 95 “Rifleros” (disminuido).

Batallón Ligero de Cazadores.

Batería de la Artillería Real.

El informe producido por el jefe inglés recoge: “…Llegamos a San Pedro a las siete (25) y hallamos al enemigo fuertemente situado en una altura, con su frente y flancos protegidos por un río profundo y cenagoso, en el cual sólo había un paso escasamente transitable, que estaba defendido por cuatro piezas de a 6 y dos obuses… su fuerza sobrepasaba los dos mil hombres”.

Mientras la artillería de ambos contendientes batían distintos lugares del campo oponente, al no poder rodear la posición española, por el trazado del curso de agua, el jefe inglés debió encarar su cruce pro el único pase disponible. Para el franqueo adoptó el dispositivo de frente de secciones y una vez en segunda orilla, hizo una conversión hacia la izquierda y lanzó un ataque frontal sobre la altura ocupada por las tropas virreinales.

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Según el teniente coronel Pack: “Una vez efectuado el pasaje, formé las tropas y avance al ataque sin disparar un tiro. Pronto retrocedió la caballería enemiga, pero la infantería, con mi sorpresa quedó hasta que nos aproximamos a pocos pasos, huyendo entonces en desorden, tirando sus armas y municiones y dejándonos en posesión de sus cañones y campo con un estandarte y ciento cinco prisioneros, inclusive el segundo comandante y cinco oficiales mas…si hubiésemos podido hacer pasar por el vado a nuestra caballería y a los cañones, tengo la seguridad de que hubiésemos tomado o destruido toda la fuerza enemiga”.

Y aquí vuelven a tomar vigencia las expresiones del coronel Juan Beverina, al decir: “No es conocida la versión oficial española del combate de San Pedro… que impide reconstruir el desarrollo de la acción mediante un cotejo de las descripciones de ambos jefes”.

Es probable que en su informe el jefe inglés haya magnificado su actuación; creemos oportuno para entender cómo se desarrolló el combate recurrir a un escrito sin firma fechado el 22 de julio de 1807 (26) y del que extraemos: “Con la venida (sic) (¿?) Velasco y Elío, se dispuso qe. Balbiani fuese Cuartel maestre gral, Velasco como Inspector, y que Elío pasase ala (sic) otra banda del Río…” “…Se le (sic) mandaron 200 hombres entre Marineros y Patricios, y además, el Cuerpo de Caballería de Núñez. Con este refuerzo se adelantó hacia la Colonia, haciendo alto en el (sic). Arroyo que dicen de Sn. Pedro, 2 o 3 leguas distante de ella.

“A las 8 de la mañana del día siguiente al de su llegada se avistaron (sic) los Enemigos en nro. De 800. como quieren decir, que venían (sic) á atacar a los ntros. Quienes se pusieron en batalla, en cuyo (sic) orden permanecieron esperando a aquellos, qe. Con la voz (sic) de avanzar (sic) llegaron a ponerse a 30 pasos de distancia entonces Elío, que muy (sic) poco fuego quiso que se (sic), mandó disparar y atacar con bayonetas; .…..”. Según el mismo documento: “el ala derecha compuesta por los Marineros, y la izquierda de los Arribeños, que no pudieron sostener el ataque por la excesiva desigualdad…”.

Es dable deducir ante esta descripción que el ataque frontal fue lanzado contra el centro del dispositivo que habría estado ocupado por los “Patricios, Negros y

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Mulatos…”, y que según palabras del jefe inglés, “la infantería, a mi asombro, quedó firme hasta que llegamos a pocos pasos”.

Poco a poco el ataque logró imponerse y al repliegue inicial le siguió una retirada desordenada quedando los ingleses dueños del campo de combate.

De acuerdo con el informe publicado el 10 de julio por el periódico “Las Estrella del Sur” de Montevideo sabemos que “El segundo comandante D. Juan Bautista Raymond, un mayor, dos capitanes y dos tenientes son entre los prisioneros”.

En el mismo documento se cita que: “las pérdidas de los españoles fueron de 120 muertos y un número grande de heridos y que el vencedor se apoderó de un estandarte, seis piezas de artillería, cerca de 300 fusiles, una cantidad de pertrechos de guerra y 105 prisioneros”. (27)

Murieron en combate el teniente de la 5ta Compañía del 1er Batallón de Patricios Dn. José Quesada, 10 soldados del mismo Cuerpo y 109 soldados de otros cuerpos, siendo estas las primeras bajas en combate de la joven Legión de Patricios.

Las tropas inglesas tuvieron 2 soldados muertos y 20 heridos entre ellos el mayor Trotter, el capitán Willgrass y un cabo.

Al término del combate y al querer destruir dos carros con municiones quedaron heridos el mayor Gardner, el cirujano asistente Turner y 14 soldados del Regimiento de Infantería 95 “Rifleros”.

El jefe inglés regresó a Colonia del Sacramento el mismo día y procedió a redactar el informe que remitiera poco después al general Withelocke que se hallaba en Montevideo y que el 10 de junio fuera publicado en el periódico “La Estrella del Sur” de la siguiente manera:

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“Cuartel General de Montevideo, el día 10 de Junio de 1807 – Anoche, recibió su Excelencia el teniente general Dn Juan Withelocke, un Oficio de parte del coronel Pack, comandante de las tropas británicas en la Colonia, participándole la importante y agradable noticia, de que él había obtenido una completa victoria sobre el ejército español, compuesto de más de dos mil hombres, bajo el mando del coronel Elío, fuertemente situado en el paraje llamado San Pedro.

“El enemigo tenía su frente, y flanco, bien asegurados por un río hondo y pantanoso y defendido por seis cañones. Sin embargo las dificultades de la posición fueron superados por el valor de las tropas británicas, las cuales únicamente consistían en novecientos cincuenta hombres; y lograron derrotar completamente el enemigo; cuya pérdida fue de ciento veinte muertos, y un gran número de heridos, dejando en nuestro poder un estandarte, seis piezas de artillería, y cerca de trescientos fusiles con una cantidad de municiones y pertrechos, y ciento cinco prisioneros. “El segundo comandante, Don Juan bautista Raymond, un mayor, dos capitanes y dos tenientes son entre los prisioneros.

“Los ingleses en este ataque, tuvieron únicamente, dos muertos y veintitrés heridos.

“Aunque nos pesa de añadir que el mayor Gardner, y el cirujano asistente Turner, fueron levemente heridos, por el motivo de haberse volado un carro de municiones, después que fue acabado el combate.

“La batalla arriba referida, y que ha sido publicada ya en la gaceta extraordinaria se hizo el domingo 7 del corriente.

“Nuestras fuerzas en Colonia se informaron la tarde antes de que el enemigo acababa de tomar una posición fuerte a las orillas del río de San Pedro cerca de 14 millas de la Colonia, y poco antes del amanecer se acercaron las tropas inglesas para atacarlos, descubriendo al enemigo por la luz de sus fuegos a la distancia de cerca de 5 millas.

“Nuestras tropas llegaron al río a las siete de la mañana, y pareciendo que no era posible pasarlo excepto en un lugar, y por algún tiempo, pasaron como lo dudaban de la manera más pronta y posible, formándose en el otro lado con determinación de

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acercarse al ataque sin tirar un escopetazo, lo cual así se verificó muy valerosamente y en buen orden.

“El enemigo parecía muy resuelto, hasta que llegaron los ingleses a distancia de ochenta varas de ellos, y haciendo una descarga general se volvieron y echaron a correr en confusión grandísima, tirando al suelo todas sus armas y vestidos.

“Nuestras tropas alcanzaron a los que no eran tan ligeros como los otros y se apoderaron sin dificultad de todo el campamento español. Al destruir las municiones tomadas, uno de los cazadores tirando de una espada que echó fuego causó una explosión, por la cual estamos en la triste posición de decir que el mayor Gardner y algunos hombres recibieron mucho daño. El teniente coronel Pack ha dado generosamente permiso a dos oficiales españoles heridos en la batalla, para volverse a Buenos Ayres; el uno el Cor. Dn Juan Bautista Raymond, y el otro el Cap. Agustín Sosa. Los prisioneros españoles llegaron aquí ayer en un bergantín que salió armado de la Colonia.

“Parte de los regimientos siguientes componían las fuerzas que se distinguieron tan valerosamente en la acción, bajo el mando del teniente coronel Pack: 9 Dragones bajo el mando del Cap. Carmichael, 40 de Infantería, id. del mayor Campbell, Batallón Ligero, id. id. Gardner, Cuerpo de Cazadores, id. del Ten. Shepherd.

“Si hubiese sido posible a nuestros Dragones pasar el río más temprano ninguno hubiera tenido poder de escaparse”.

Comentarios

Bartolomé Mitre, haciendo referencia a la actuación del coronel De Elío luego de ser rechazado en su intento de retomar Colonia y al combate de San Pedro nos dice (28): “…Reforzado a poca distancia con nuevos contingentes, se situó en el arroyo de San Pedro, a tres leguas de distancia, y allí proclamó hiperbólicamente a su tropa que “jamás había tenido más probabilidades de vencer a un enemigo ignorante de la guerra de la tierra”. Pack, no obstante la inferioridad del número de sus soldados, y con sólo la infantería, salió a pie de la Colonia, y cayó de improviso sobre el

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campamento de Elío que dormía descuidado en su necia confianza y fue derrotado completamente, sufriendo alguna mortandad, especialmente entre los Patricios, que formaban el núcleo y mayoría de su fuerza, y que fueron los únicos que hicieron alguna resistencia. Los restos en número de 400 hombres, se trasladaron a la banda occidental y se incorporaron al ejército que se había organizado para la defensa de Buenos Aires”.

Juan Carlos Luzuriaga nos ilustra con los siguientes conceptos (29): “Pocos días después, (se refiere al intento de toma de Colonia por las tropas a órdenes del coronel de Elío) se produjo un nuevo combate. En la madrugada del 7 de junio los británicos dejaron sus cuarteles en Colonia y se dirigieron en busca del enemigo. A unos siete u ocho kilómetros de distancia descubrieron los fuegos de su campamento. Eran cerca de un millar de hombres –compañías del 40º, tropas ligeras, carabineros, dragones del 9º‐ y dos piezas de artillería. Al amanecer atacaron a las tropas, inferiores en número, que estaban desplegadas con 6 cañones en una cuchilla, teniendo frente a sí al arroyo San Pedro, con un solo paso posible. Los británicos lo cruzaron bajo el fuego de las piezas y cargaron sobre el enemigo. La caballería se dispersó, mientras que la infantería, con elementos de los Patricios de Buenos Aires, ofreció más resistencia al ataque. El combate se saldó con muertos y heridos de ambos bandos, muchos más de los rioplatenses, y numerosos prisioneros tomados por los británicos, entre ellos el segundo de la fuerza, el teniente coronel Raymond. La Estrella dio cuenta de la acción resaltando el papel cumplido por los oficiales subalternos de Pack: Gardner de los carabineros, gravemente herido en la acción, el capitán Carmichael de dragones y la artillería a cargo del teniente Lewis Shephard”.

De la obra del Dr. Isidoro J. Ruiz Moreno (30) tomamos las siguientes referencias: “El sorpresivo ataque de Elío durante la noche del 22 de abril, fracasó; y no obstante haber aumentado sus fuerzas con milicias orientales, el coronel Pack volvió a derrotarlo el 7 de junio en las proximidades (San Pedro). El jefe inglés declaró en su parte que la infantería, a mi asombro, quedó firme hasta que llegamos a pocos pasos, allí fue muerto el capitán José de Quesada, al frente de los Patricios, quien combatió heroicamente y fue enterrado por los ingleses empuñando su espada”.

Luego de esta derrota, el coronel de Elío solicitó y obtuvo autorización para cruzar a la banda occidental del río y una vez llegado a la ciudad de Buenos Aires, fue puesto a cargo de la división del Centro para las operaciones que tuvieron lugar en ocasión de la invasión inglesa de junio de 1807, también conocida como la segunda invasión inglesa

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Referencias

(1) Domingo Matheu – Autobiografía, Biblioteca de Mayo, Senado de la Nación, Tomo III, páginas 2239 y 2240.Buenos Aires (1960).

(2) Francisco Sagui – Los últimos cuatro años de la dominación española en el antiguo Virreinato del Río de la Plata, Memorias, Biblioteca de Mayo, Senado de la Nación, Tomo I, página 61, Buenos Aires (1960).

(3) Juan Manuel Berutti – Memorias curiosas, Diarios y crónicas, Biblioteca de Mayo, Senado de la Nación, Tomo IV, página 3688, Buenos Aires (1960).

(4) José Fernández de Castro – Narración, fuente reservada. Juan Beverina, Las Invasiones Inglesas al Río de la Plata (1806‐1807), Círculo Militar, Biblioteca del Oficial, página 210, Buenos Aires (1939) y Libro Colonia (copia del informe del Tcnl Pack en Orden de Batalla de San Pedro).

(5) Juan Beverina – Las Invasiones Inglesas al Río de la Plata (1806‐1807), Círculo Militar, Biblioteca del Oficial, página 210, Buenos Aires (1939) y Libro Colonia (copia del informe del Tcnl Pack en Orden de Batalla de San Pedro).

(6) Cornelio de Saavedra – Solicitud de certificación de servicios, Real Imprenta de los Niños Expósitos, página 6, Buenos Aires (1808).

(7) Cornelio Saavedra – Estado que manifiesta la distribución y operación de los tres batallones del Cuerpo de Patricios, en el sitio y defensa de la ciudad de Buenos Ayres atacada por un exército inglés de más de 10 mil hombres al mando del teniente general John Whitelocke, en el mes de julio de 1807 – En documento número 54 en apartado Documentos Históricos de la obra La reconquista y defensa de Buenos Aires – Ed. Peuser, ejemplar 1225, página 373‐ Buenos Aires (1947).

(8) Libro Colonia (copia del informe del Tcnl Pack en Orden de Batalla de San Pedro).

(9) Libro Colonia (copia del informe del Tcnl Pack en Orden de Batalla de San Pedro).

(10) Libro Colonia (copia del informe del Tcnl Pack en Orden de Batalla de San Pedro).

(11) Juan Beverina – Las Invasiones Inglesas al Río de la Plata (1806‐1807), Círculo Militar, Biblioteca del Oficial, página 210, Buenos Aires (1939) y Libro Colonia (copia del informe del Tcnl Pack en Orden de Batalla de San Pedro).

(12) Juan Carlos Luzuriaga – Una gesta heroica, las invasiones inglesas y la defensa del Plata – Torre del Vigía Ediciones – Páginas 80 y 81, Montevideo (2004).

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(13) Francisco Sagui – Los últimos cuatro años de la dominación española en el antiguo Virreinato del Río de la Plata, Memorias, Biblioteca de Mayo, Senado de la Nación, Tomo I, página 61, Buenos Aires (1960).

(14) Domingo Matheu – Autobiografía, Biblioteca de Mayo, Senado de la Nación, Tomo III, página 2241. Buenos Aires (1960).

(15) Ignacio Núñez – Noticias históricas de la República Argentina – Memorias, Biblioteca de Mayo, Senado de la Nación, Tomo I, páginas 425 y 426 – Buenos Aires (1960).

(16) Bartolomé Mitre – Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina – Biblioteca del Suboficial, volúmenes 108, 109, 110, Tomo I, página 140, Buenos Aires (1942).

(17) Vicente Fidel López – Historia de la República Argentina, Carlos Casavalle Editor, Tomo II, páginas 81 y 82, Buenos Aires (1833).

(18) AGN Uruguay, Sala IX 26.7.9 – Invasiones Inglesas/Correspondencia/Enero‐Mayo 1807).

(19) Juan Beverina – Las Invasiones Inglesas al Río de la Plata (1806‐1807), Círculo Militar, Biblioteca del Oficial, página 212, Buenos Aires (1939).

(20) Cornelio de Saavedra, fuente reservada.

(21) Juan José Viamonte – Legión de Patricios de Buenos Aires, Estado de la fuerza con que se hallaba esta Legión en los días…, y Cornelio Saavedra, Estado que manifiesta la distribución y operación de los tres batallones del cuerpo de Patricios, en el sitio y defensa de la ciudad de Buenos Ayres atacada por un exército ingles de más de 10 mil hombres al mando del teniente general John Whitelocke, en el mes de julio de 1807, en documentos número 53 y 54 en apartado Documentos Históricos de la obra La Reconquista y defensa de Buenos Aires – Editores Peuser, ejemplar 1225, páginas 371 y 373 – Buenos Aires (1947).

(22) Juan Beverina – Las Invasiones Inglesas al Río de la Plata (1806‐1807), Círculo Militar, Biblioteca del Oficial, página 213, Buenos Aires (1939).

(23) Juan Manuel Herrando – Certificación de Servicios, fuente reservada.

(24)Ramón S. del Pino, representación ante Francisco Tomás de Anzoátegui, desde Pueblo de las Víboras del 12 de junio de 1807, fuente reservada.

(25) Dennis Pack, Informe al general Whitelocke en Juan Beverina, op cit página 214.

(26) Escrito sin firma, del 22 de julio de 1807, fuente reservada.

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(27) Juan Beverina – op cit, página 216.

(28) Bartolomé Mitre – Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina – Biblioteca del Suboficial, volúmenes 108, 109 y 110 – Tomo I, página 140 – Buenos Aires (1942).

(29)Juan Carlos Luzuriaga – Una gesta heroica, las invasiones inglesas y la defensa del Plata – Torre del Vigía Ediciones – Página 115 – Montevideo (2004).

(30 )Isidoro J. Ruiz Moreno – Campañas militares argentinas, La política y la guerra – 1º edición – Emecé Editores – Páginas 53 y 54 – Buenos Aires (2005).

Fuente

Díaz Buschiazzo, Cap. Marcelo – Acciones Militares del Cuerpo de Patricios de Buenos Aires en la Banda Oriental (1807‐1811) – Tradinco – Montevideo (2007).

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7 de junio

Magdalena Güemes

Magdalena Güemes (1787‐1866)

Magdalena (Macacha) Güemes de Tejada, hermana del general Martín Miguel de Güemes, de cuya acción en pro de la independencia fue eficaz colaboradora, nació en Salta el 11 de diciembre de 1787 y era hija de María Magdalena Goyechea y La Corte y Gabriel Güemes Montero, Ministro de la Real Hacienda de la provincia. Era la hermana preferida del glorioso General, su consejera y su amiga.

Recibió la educación habitual para las mujeres de su época y posición, pero poseía cualidades propias que le permitieron descollar en un medio rico en mujeres de personalidad.

El 24 de octubre de 1803, a los 16 años de edad, se casó con Román Tejada, perteneciente a una antigua familia de Salta. Poco después de la Revolución de Mayo, convirtió su casa en taller para confeccionar ropa para los soldados de la partida de observación organizada por su hermano. A partir de entonces fue su más entusiasta colaboradora, y supo sacar partido de su inteligencia y su posición para desempeñar tareas arriesgadas, especialmente cuando los realistas ocupaban la ciudad de Salta y Güemes los combatía por todos los medios.

Dotada de habilidad política, la puso al servicio de su hermano en los momentos difíciles, como en 1815, cuando gracias a sus gestiones se llegó a la paz de los Cerrillos, luego de la delicada situación surgida entre Güemes y las fuerzas de Buenos Aires al

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mando del general Rondeau. Güemes se encontraba con ella cuando una partida realista lo atacó e hirió, en Salta, el 7 de junio de 1821, causándole la muerte en pocos días después. Macacha (su apelativo popular) continuó participando en los sucesos políticos de la provincia, con la audacia que la caracterizaba. Fue muy querida por el pueblo debido a la generosidad con que ayudaba a los necesitados. Su carácter franco, unido a maneras cultas y distinguidas, hacían su compañía sumamente agradable. Tenía el mismo trato amable para la gente encumbrada que para la humilde, porque era una dama de gran corazón, que llenó de clemencia el gobierno difícil de su glorioso hermano en los momentos de mayor furor de las pasiones políticas. Tenía en la clase distinguida tantas buenas relaciones de amistad cuantas casas decentes había en Salta, sin que pudieran destruirlas ni aminorarlas las tirantes desavenencias políticas a que diera lugar el gobierno de su hermano.

Fue el verdadero ministro de Martín Miguel de Güemes, para la cual el caudillo no tenía secreto en los asuntos gubernamentales, no realizando acto alguno sin escuchar su sabio consejo. Dice Frías en su “Historia de Güemes y de Salta”: “que así lo acompañaba en sus consejos nacidos de la perspicacia y delicadeza de sentimientos de su sexo tan desarrolladas en ella, como intervenía personalmente en actos más públicos, aún los mismos de guerra, montando a caballo, recorriendo las filas y arengando las tropas”.

Falleció en la ciudad de Salta el 7 de junio de 1866, a los 45 años exactos de haber sido herido de muerte su hermano.

Referirse a Macacha Güemes es hacerlo acerca de una hidalga mujer de Salta, que trabajó incansablemente al lado de su hermano, el Héroe Gaucho, para garantizar la emancipación de los pueblos de este continente. Su aporte a la causa patriótica ocupa un importante lugar en la historia de su tierra y su vida con el tiempo se convirtió en una leyenda para el sentir de su pueblo. Macacha en esta evocación representa a muchas valerosas mujeres que ofrendaron generosamente su existencia al servicio de la patria.

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Fuente

Ceballos, Miguel Eduardo – Magdalena Güemes de Tejada (Macacha).

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Frías, Bernardo – Historia del General Martín Miguel de Güemes y de la Provincia de Salta.

Sosa de Newton, Lily – Diccionario Biográfico de Mujeres Argentina – Plus Ultra.

Yaben, Jacino R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1838).

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7 de Junio

Las imprentas y el periodismo

Pedro de Angelis (1784‐1859)

En el año 1833 funcionaban en Buenos Aires cinco imprentas; la primera de ellas, la “del Estado”, que se hallaba instalada en la calle Chacabuco Nº 19, bajo la administración de Pedro de Angelis. En el mismo local, y bajo la misma dependencia, funcionaba la “Imprenta de la Independencia”, que llegó a ser una de las mejores de la época. También existía la “Imprenta de Hallet”, propiedad de Esteban J. Haller y Cía., editora de la “Gaceta Mercantil”, ubicada en Cangallo 75; después, la “Imprenta Argentina”, de Pedro Ponce, que imprimió numerosos periódicos gauchi­políticos en verso y que funcionaba en la calle de la Universidad Nº 37; y en último término, la “Imprenta del Comercio”, de los señores Charman y Cía., ubicada en Cangallo 62.

En 1852, al producirse la caída de Rosas, las imprentas “del Estado” y “de la Independencia” se habían mudado a la calle Federación, sobre la plaza 25 de Mayo, donde actualmente está el edificio del Banco de la Nación Argentina; la de “Hallet” o de “La Gaceta Mercantil” funcionaba en Defensa Nº 73; la “Imprenta Argentina” se había trasladado a la calle Santa Rosa Nº 37; y había desaparecido la “Imprenta del Comercio”. Trabajaban en cambio tres imprentas nuevas: la “Imprenta Republicana”, en la calle de San Francisco Nº 194; la del “Diario de Avisos”, en Cuyo 76, y la “Imprenta Americana”, en la calle Independencia.

La “Imprenta del Estado”, administrada por Pedro de Angelis, renovó sus instalaciones y pudo editar trabajos de excelente calidad. Entre las más importantes publicaciones de esta imprenta enumeraremos: “Declaración de un punto de liturgia eclesiástica”, del propio de Angelis, folleto de 16 páginas, en 1831; “Memoria sobre el estado de la hacienda pública”, del mismo autor, volumen de 220 páginas, en 1834; “Registro diplomático del gobierno de Buenos Aires”, folleto de 1835 que contiene los tratados, convenciones y armisticios que los gobiernos de la Nación y de Buenos Aires celebraron con las demás provincias o con gobiernos extranjeros, entre 1811 y 1831; “Colección de Documentos relativos al Chaco y a la provincia de Tarija”, de Pedro de Angelis, en 1839; “Recopilación de leyes y decretos promulgados en Buenos Aires desde el 25 de Mayo de 1810”, cuatro tomos, entre 1839 y 1849; “De la conducta de los

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agentes de Francia durante el bloqueo del Río de la Plata”, en 1839; “Explicación de un monetario del Río de la Plata”, en 1840; “Quelques reflexions en reponse a la brocherie par D Florencio Varela, sous le titre: Develomment et denouement de la question francaise dans le Rio de la Plata”, en 1840; “La Rosa de Marzo”, en 1843, publicación de impecable impresión; “Reglamento para el ejército y manejo de los regimientos de infantería de la Confederación Argentina”, de 148 páginas, en 1846; “Historical Sketch of Pepy’s Island in the South Atlantic Ocean”, folleto de 26 páginas, en 1852; y la importante “Memoria Histórica sobre los derechos de soberanía y dominio de la Confederación Argentina a la parte austral del Continente Americano”, del mismo de Angelis, en 1852.

Por la “Imprenta de la Independencia” se editaron también numerosos libros y folletos, y a partir del 12 de junio de 1843, el “Archivo Americano y Espíritu de la Prensa del Mundo”, redactado en tres idiomas (español, francés e inglés) y cuya publicación cesó en diciembre de 1851. Según un testimonio del doctor Alberto Larroque, de 1854, en carta a Benjamín Victorica, la “Imprenta de la Independencia” era considerada “la mejor existente en Sud América”, por lo cual aconsejaba su compra por el general Urquiza.

En cuanto a la “Imprenta de la Gaceta Mercantil”, no podemos dejar de consignar que ella incorporó la primera máquina impresora movida a vapor que llegó a Sud América. Hallet y Cía. la adquirió a los talleres de Roberto Hoe y Cía, de los Estados Unidos. Dicha máquina a vapor, construida en 1839, permitió que el 21 de octubre de 1841, al celebrar “La Gaceta Mercantil” el 18º aniversario de su fundación, apareciese con 27 páginas de gran formato, compuesta casi totalmente en cuerpo 8. La misma se conserva en la Biblioteca de la Sociedad Tipográfica Bonaerense. En cuanto a la vieja impresora del principal órgano rosista, siguió prestando servicios después de Caseros, en la impresión de los diarios “La Crónica”, “El Orden” y “El Diario Español”. Hoy se encuentra en el Museo de Luján.

Debemos al bibliófilo Enrique Arana (h) un estudio sobre la lista de publicaciones impresas durante el período rosista, como parte de su obra inédita “Historia de la Imprenta en el Río de la Plata entre los años 1810 y 1865”, en que se demuestra que las prensas de esa época no permanecieron ociosas. Según el minucioso trabajo de Arana, entre los años 1810 y 1852, los años más fecundos en impresiones fueron los de 1833, 1835 y 1849, con las siguientes cantidades, respectivamente: 47, 46 y 49. Los años menos pródigos resultaron los de 1830, 1840 y 1850, que registran 18, 18 y 13 impresiones respectivamente. El promedio general, para un período de 24 años (los que corren de 1829 a 1852), es de 20 publicaciones anuales, cifra verdaderamente significativa.

Si bien falta el estudio hemerográfico completo referente a los dos gobiernos de don Juan Manuel, los datos aportados por diversos estudiosos son suficientes para dar una idea aproximada del desarrollo alcanzado por el periodismo, especialmente el federal, ya que la prensa de oposición, en sus máximas expresiones, tuvo como escenario el extranjero y como protagonistas a los emigrados, cuyo desbande se produjo en dos tandas principales: la de 1829, al derrumbarse la dictadura militar de Lavalle, en que abandonaron Buenos Aires los hermanos Florencio y Juan Cruz Varela, Salvador María del Carril, Julián Segundo de Agüero y otros, y la de 1839, al descubrirse la conspiración de Maza y producirse el levantamiento de los estancieros del sur bonaerense.

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Una verdadera contienda periodística se entabló entre los periódicos federales y unitarios a partir de 1830 y, en todo momento, se produjo un encarnizado contrapunto en verso gauchipolítico, el cual, como veremos más adelante, constituye una de las expresiones de mayor vitalidad cultural y popular de la década del 30.

El 7 de setiembre de 1829 se editó por la “Imprenta Argentina”, de Pedro Ponce, el diario político, literario y mercantil “El Lucero”, redactado por el sabio napolitano Pedro de Angelis, según convenio hecho con el gobierno provisorio del general Juan José Viamonte. Fue una de las más importantes hojas de tendencia rosista y cesó el 31 de julio de 1833, luego de publicar un total de 1.121 números, poco antes de la revolución de los Restauradores. Se publicaron en sus columnas artículos valiosos, tales como “Rectificaciones Históricas” de Gervasio Antonio de Posadas; “Memorias del general Miller”; “Exposición de la conducta del gobierno de Córdoba en la guerra con el general Quiroga”; “Rectificaciones del coronel Arenales a la Memoria de Miller” y otros. En su edición del 28 de julio de 1830 anunció la aparición de un prospecto sobre “El Gaucho”, periódico de Luis Pérez, el primero de una serie que este periodista y poeta federal publicaría en la década del 30.

“El Gaucho” aparece, en efecto el 31 de julio de 1830, y en el prospecto su redactor da detalles de su persona y hace profesión de fe de sus principios políticos, cantando: “D. Juan Manuel es el hombre / Que nos manda por la ley / La última gota de sangre / Es preciso dar por él / Y con esto se despide, / Hasta el número primero / Pancho Lugares Contreras, / Violinista y Gacetero”. El tucumano Pérez, federal neto, “apostólico”, publica una biografía de Rosas en verso gauchipolítico y numerosos cielitos y versos hechos a la manera de la poesía negra. El último número de este periódico se publica el 5 de enero de 1831.

El 19 de agosto de 1830, el propio Luis Pérez inicia la publicación del bisemanario “El Torito de los Muchachos”, de gran valor para el estudio de la poesía gauchesca de aquella década. La última entrega de esta publicación apareció el 24 de octubre de 1830. Para contestar a los cantos del periodista federal, Hilario Ascasubi editó en Montevideo, el 2 de setiembre de ese mismo año, el “Arriero Argentino”, del que alcanzó a publicar un solo número. Para llenar su papel de contrincante de “El Gaucho” y “El Torito”, Juan Gualberto Godoy redactó en Mendoza “El Coracero”, en verso gauchipolítico, aparecido en la segunda quincena de octubre, y que alcanzó a tirar 11 números.

A su vez para cubrir la vacante de “El Torito”, Luis Pérez editó “El Toro de Once”, el 7 de noviembre de 1830, periódico bisemanal que duró hasta el 6 de enero de 1831. Su campaña en verso se vio reforzada por “El Clasificador” o “El Nuevo Tribuno”, aparecido el 6 de julio de 1830 y que se siguió editando durante 1831, año en que salieron varios periódicos de existencia efímera. De “El Gaucho” y “La Gaucha” aparecieron 22 números simultáneamente, en días alternos: uno salía los lunes y jueves, y el otro, los martes y viernes. Entre el 17 de julio y el 10 de octubre de ese mismo año se publicó el bisemanario “De Cada Cosa un Poquito”, también de la serie de Luis Pérez. Por su parte, don Pedro de Angelis editó “Le Flaneur Ambigu, Politique et Litteraire”, semanario humorístico en francés que apareció el 19 de diciembre de 1831 y cesó el 3 de mayo de 1832, por la Imprenta de la Independencia.

Tubo breve existencia el periódico “El Mártir o Libre”, federal sólo en apariencia, que se publicó entre el 19 de junio y el 11 de agosto de 1830. Este periódico cesó cuando su editor fue detenido por orden del gobierno.

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El periodismo de combate contra los unitarios tuvo durante 1831 otras manifestaciones incisivas: “Don Gerundio Pincha­Ratas, abogado de los unitarios”, que salió entre el 17 de abril y el 15 de mayo; “La Bruja o Ave Nocturna”, editado entre el 22 de marzo y el 15 de abril; y “El Látigo Federal o El Risueño”, que apareció el 2 de enero. En 1832 se editó “El Telégrafo de Comercio”, entre el 7 de abril y el 6 de octubre de ese año.

En 1833 se produjo en Buenos Aires una verdadera proliferación de órganos periodísticos, de tal suerte que el número de publicaciones alcanzó a 43. Entre ellos se encuentran los redactados por el laborioso Luis Pérez: “El Avisador”, “El Correo Extraordinario” y “Los Muchachos”, este último en unión con Pedro de Angelis, periódico para niños cuyo único número apareció el 28 de junio de 1833. También en el mismo año se editaron “El Patriota Bonaerense”, entre el 22 de mayo y el 22 de junio; “El Amigo del País”, entre el 6 de julio y el 11 de octubre; “El Iris”, entre el 5 de marzo y el 14 de agosto; y “El Defensor de los Derechos del Pueblo, entre el 25 de junio y el 16 de octubre. Estos dos últimos cesaron acusados por el fiscal Pedro J. Agrelo de abusar de la libertad de imprenta.

La división del partido federal durante el gobierno del general Juan Ramón Balarce, entre “apostólicos” o rosistas y “cismáticos” o “lomos negros”, influyó en la actividad periodística de ese año 1833. Y al manifestarse el gobernador hostil a los “apostólicos” y favorable a los “lomos negros”, el enfrentamiento político interno se expresó públicamente por medio del periodismo combativo.

Dice el historiador Adolfo Saldías sobre este momento de la vida de Buenos Aires: “La prensa del año 1833 perseguía tan sólo los propósitos inmediatos de la opinión que a empujaba. Inspirábase en el absolutismo que excluía al adversario del gobierno y de la sociedad, en razón del derecho bárbaro que había creado cada partido político cuando estuvo en el poder. Haciendo de lado las ideas orgánicas, la prensa discutía los conatos de los hombres y las aspiraciones de las muchedumbres. Y estos conatos y aspiraciones se reducían a conservar las cosas de modo a presentar mayores facilidades a los personajes o jefes del partido a quien respectivamente exaltaban”. Y añade: “De un lado El Defensor de los Derechos del Pueblo, El Amigo del País, El Patriota, El Constitucional, El Iris, portadas con lemas hermosos, pero desmentidos a renglón seguido; y una multitud de papeles sueltos que se reproducían como las moscas, por lo mismo que surgían de los desechos de mal gusto, los cuales descargaban toda su bilis contra el partido federal y contra Rosas en lenguaje licencioso. De otro lado El Restaurador de las Leyes, La Gaceta Mercantil, El Diario de la Tarde, El Rayo, el Dime con quién andas, El Federal neto, y una barahúnda de hojas que acusaban el mal gusto de la época, estrujado por la noción más vulgar de la decencia pública, como eran: El Cacique Chañil, El loco machucabatatas, El toro embretado, La Ticucha, Crítica de unos terneritos, El Gaucho del Colorado, El Compadre Mateo, Los cueritos al sol, la cual fustigaba a Barcarce, a su ministro de guerra y a los lomos­negros”.

El 5 de julio de 1833 se inició la publicación de “El Restaurador de las Leyes”, diario político, literario y mercantil, del que se editaron 87 números, con la colaboración de Pedro de Angelis, Nicolás Mariño, Manuel de Irigoyen y el general Lucio Mansilla, por la Imprenta Argentina. Este órgano periodístico cesó el 16 de octubre del mismo año, después de precipitar los hechos conocidos como la revolución de los Restauradores.

En efecto, habiendo el fiscal Agrelo acusado de abuso de la libertad de imprenta a cinco diarios opositores: El Restaurador de las Leyes, La Gaceta Mercantil, El Relámpago, El Rayo y el Dime con quién andas, y a un ministerial, El Defensor de los Derechos del

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Pueblo, don Pedro de Angelis y los federales “apostólicos” vieron la oportunidad para producir un desenlace favorable a éstos del curso de la política de Buenos Aires. Así en horas de la madrugada los “apostólicos” hicieron pegar en puntos estratégicos del centro urbano y de los suburbios carteles que anunciaban: “El 11 acusan al Restaurador de las Leyes”, ya que el 11 de octubre era el día designado para la reunión del jury que debía tratar la acusación. El pueblo creyó de esta manera que quien iba a ser llevado a los tribunales era don Juan Manuel y la agitación comenzó a sentirse en la ciudad. Balcarce, al dirigirse a la Legislatura, atribuyó al equívoco expuesto el origen de la “revolución de los Restauradores”, que se inició ese mismo día 11.

El 11 de diciembre de 1833 aparece “El Monitor”, diario político­literario, que cesa el 13 de octubre de 1834, luego de publicar 246 números. Este periódico se editaba por la Imprenta del Estado y tuvo como colaboradores a de Angelis y a Mariño. Había aparecido por encargo del gobierno y al cesar su redactor expresó lo siguiente: “Tenemos también que agradecer al actual Gobierno que pudo, sin el menor agravio para nosotros, haber tomado la resolución que nos fue comunicada el sábado, el propio día de su instalación, dejándonos la satisfacción de celebrar, como escritores, la reaparición del “Sol de Octubre”, que nos vio hace un año entre las filas de los “Verdaderos Restauradores de las Leyes”.

De la serie periodística de Luis Pérez, salió el 16 de marzo de 1834 “El Gaucho Restaurador”, órgano que aparecía los miércoles, viernes y domingos, y que se editó hasta el 2 de abril del mismo año. El año anterior el mismo Pérez había redactado “Don Cunino” y “El Avisador”. En 1834 circularon también “El Imparcial”, de Rivera Indarte; “El Censor Argentino”, de Pedro F. Sáenz de Cavia, y “El Correo Judicial”.

El lunes 5 de enero de 1835 comenzó la edición, por las prensas de Bacle, del “Diario de Anuncios y Publicaciones Oficiales de Buenos Aires”, primer periódico ilustrado de Buenos Aires, con litografías que acompañaban sus artículos, redactados especialmente por José Rivera Indarte, quien escribió una biografía del brigadier general Rosas, aparecida en el número 80 del diario. De este órgano se publicaron 215 números, el último de los cuales apareció el 30 de setiembre.

El 1º de agosto de 1849 apareció el “Diario de Avisos”, redactado por José Tomás Guido e impreso por José M. Arzac. Cesó el 31 de diciembre de 1851.

Hemos dejado ex profeso para el final de esta reseña hemerográfica las noticias sobre tres importantes órganos periodísticos del período rosista, a saber: “La Gaceta Mercantil”, el “British Packet and Argentine News”, y “El Archivo Americano y espíritu de la prensa del mundo”, sin olvidarnos de “El Diario de la Tarde”, editado por la Imprenta Argentina, desde el 16 de mayo de 1831, y que llegó a 1852.

“La Gaceta Mercantil”, aparecida el 1º de octubre de 1823, fue primeramente, bajo la dirección de Esteban Hallet, un órgano de informaciones comerciales; pero en 1829, al encargarse del mismo el publicista Pedro de Angelis, se convirtió en un nuevo diario, con nueva fisonomía tipográfica y mayor interés informativo, así como también permanentes comentarios políticos. Constituye este diario una de las principales fuentes para el estudio de nuestra historia social y cultural en la época de la Confederación. En sus columnas, por ejemplo, dio a conocer Francisco Javier Muñiz el resultado de sus diversos descubrimientos científicos. Este diario apareció por última vez el 3 de febrero de 1852.

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“The British Packet”, diario escrito en inglés y editado por Thomas George Love, apareció en 1827 y prolongó su vida hasta 1858, es decir que cubrió con su información los dos gobiernos de Rosas. Como el anterior, es una de las fuentes documentales primordiales para la investigación histórica del período considerado. Su orientación fue, en general, favorable al gobierno de Rosas.

“El Archivo Americano” comenzó a publicarse el 12 de junio de 1843 y se extinguió el 24 de diciembre de 1851. Fue publicación oficial de la Confederación Argentina, redactada por Pedro de Angelis y supervisada directamente por Rosas, en la que se daban a conocer artículos y documentos oficiales en inglés, francés y castellano, destinados a contrarrestar en el exterior la propaganda europea y brasileña contra el gobierno de don Juan Manuel, especialmente la campaña de la “Revista de los Dos Mundos”. Esta campaña, efectuada en nombre de la civilización, estaba destinada a justificar la intervención militar en el Plata de los aliados anglofranceses. De Angelis, en estrecha colaboración con don Juan Manuel, debió aguzar el ingenio, y recurrir a todo su talento y sabiduría, para contrarrestar aquella propaganda. No olvidemos, por lo demás, que esa campaña de los europeos era avalada por algunos emigrados antirrosistas, como Domingo Faustino Sarmiento, quien, en 1845, año de contienda contra los interventores extranjeros, publicó en Chile su famoso Facundo, el mejor escrito antirrosista, hecho en base a los mismos argumentos utilizados por la Revista de los Dos Mundos, de civilización contra barbarie.

En “La Gaceta” y en “El Archivo”, Pedro de Angelis cumplió una destacada labor nacional todavía no valorada en todo su significado. Contestando a un artículo publicado en aquella revista europea, el sabio napolitano escribía, con eficacia y tino, lo siguiente: “La causa de la civilización se defiende con razones dignas de ser acogidas por el buen sentido, y no con invectivas animosas y parciales, inadmisibles por el hombre ilustrado. Y no deja de ser una ironía punzante a la humanidad que, al reprobar el asesinato cruel del ilustre Gobernador Dorrego, ensalce con tan afán a sus asesinos”. Y más adelante: “Los desvíos de circunstancias no acusan a los pueblos civilizados. Las naciones más civilizadas han tenido sus demostraciones ardorosas. Si los argentinos hemos errado, tenemos muchos y bien esclarecidos compañeros de desaciertos. Si somos incultos, este contagio habrá dado la vuelta al mundo”. Para terminar expresando: “El viajero (así firmaba el comentarista extranjero), acariciando con fábula la humanidad, nos asesta la idea de la intervención europea”.

El “Diario de la Tarde”, fundado por Pedro Ponce en mayo de 1831, apareció hasta octubre de 1852; en sus últimos tiempos fue dirigido por Federico de la Barra, fervoroso rosista. En sus columnas se publicaron noticias y decretos oficiales y un interesante material documental para el estudio cultural del período en que apareció. Así entre ese vasto material podemos encontrar versos y canciones dedicados a doña Encarnación Ezcurra de Rosas y a la señorita Manuelita, y otras composiciones por el estilo. Citemos solamente dos: una “Canción Federal dedicada a la Señorita Heroína Doña Manuelita de Rosas, por el Alcalde y sus Tenientes del Cuartel número 12, D. Mauricio Pérez, compuesta por dos Argentinos Federales”, publicada en el número 2779 del diario nombrado, y las poesías que, en 1842, le fueron dedicadas a Manuelita con motivo de su cumpleaños, publicadas en el número 3262 del mismo órgano periodístico federal.

Fuente

Chávez, Fermín – Iconografía de Rosas y de la Federación – Buenos Aires (1970).

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8 de Junio

Juan Fernando Czetz

Coronel Juan Fernando Czetz (1822‐1904)

Nació en el pueblo de Gidofalva, Hungría, el 8 de junio de 1822, hijo de un oficial de húsares. Después de cursar el Colegio Militar de primeras letras de Kezdy Wásárhely, ingresó a la Academia Militar de Viener­Neustadt, para incorporarse en 1842 al ejército austríaco, en calidad de teniente 1º. Producida la revolución de 1848 contra el gobierno austríaco, Czetz se alistó en las filas patriotas que mandaba Kossouth, siendo uno de los más entusiastas colaboradores, en forma tal que en 1849 ocupaba el cargo de comandante general de Transilvania.

Pero la traición condujo a la catástrofe de Vilagos y Czetz se vio obligado a emigrar a Alemania, de donde pasó a Inglaterra, no sin haber publicado antes una gramática de la lengua militar húngara para los oficiales alemanes y sus memorias de la campaña en Bem. En Inglaterra permaneció siete años, y en diciembre de 1857, Czetz decidió aceptar una propuesta de unas damas inglesas para acompañarlas a España, llegando para Navidad a Barcelona. Después se trasladó a Sevilla, donde conoció a la familia del general argentino Prudencio Ortiz de Rosas, que se hallaba radicada en aquella ciudad desde hacía un lustro. Czetz se enamoró de una de las hijas de aquel personaje, llamada Basilia, que debía ser más tarde su esposa.

De Sevilla pasaron Czetz y sus acompañantes a Granada, Málaga, Cádiz, Lisboa, Oporto, Vigo y de aquí a Southampthon. En esta ciudad se entrevistó con Juan Manuel de Rosas, para quien llevaba una carta de presentación de su sobrina carnal. Rosas lo acompañó hasta Londres, y después de permanecer un tiempo en Inglaterra, en noviembre de 1858 se puso en viaje para Francia, de donde pasó posteriormente a España. El 12 de marzo de 1859 se celebró en Sevilla su enlace con Basilia Ortiz de Rosas, en la iglesia de San Vicente.

Antes de desposarse. Czetz había convenido con su prometida que él partiría para la guerra que iba a hacer Napoleón III contra Austria a favor de Italia, en la que debía intervenir un cuerpo de ejército húngaro de 30.000 hombres bajo el comando del general Klapka. Este aviso a Czetz a mediados de abril de 1859, que lo esperaba en Génova para organizar y mandar la primera división del cuerpo de ejército, la que sería constituida por los emigrados húngaros y los pasados del ejército austríaco. Czetz se trasladó a Marsella, donde se embarcó con el primer cuerpo del ejército francés, con el

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cual llegó a Génova. Las batallas de Solferino y San Martino aceleraron el fin de la guerra y la paz de Villafranca, echó completamente por tierra las esperanzas de Czetz, Kossuth, Klapka y otros patriotas húngaros.

Este fracaso convenció a Czetz que no había nada que esperar de los gobiernos extranjeros y tomó la resolución de partir para Sud América, para labrarse una posición a su propia costa. El 15 de julio de 1859 se despidió de sus compañeros de lucha Kossuth, Klapka, Turr, Teleky, etc., y partió para Sevilla, de donde pasó con su esposa y su cuñada Manuela de Rosas, a Lisboa. El 18 de diciembre de 1859 nació allí su primer hijo. En mayo de 1860 se embarcaban en el “Royal Mail” inglés, y en junio llegaban con su esposa y su hijito a Buenos Aires.

En octubre de 1861 Czetz rindió su examen en Buenos Aires para recibir el título de agrimensor, siendo designado por el gobernador Mitre, en 1862, para medir grandes extensiones de campos en el Azul. En 1864 una grave enfermedad condujo a Czetz al borde de la muerte de la que zafó con felicidad, debiendo suspender sus trabajos de agrimensura. Por influencia del entonces mayor Lucio V. Mansilla, el presidente Mitre, dio de alta a Czetz en el ejército, como jefe de la sección de ingenieros. Empezó a trazar el mapa de la República, en la parte que limita con el Paraguay y el Brasil y estando en esta tarea fue que estalló la guerra de la Triple Alianza. El general Mitre dio a Czetz el grado de coronel el 20 de junio de 1865, junto con la misión de organizar el cuerpo de zapadores, el que fue constituido con un grupo de jóvenes preparados en ingeniería, que sirvieron de oficiales y el segundo del mismo fue el mayor Alejandro Díaz, que marchó con los zapadores a incorporarse al cuerpo de ejército a que pertenecían, quedando Czetz en Buenos Aires a causa de una recaída en su enfermedad. Terminó el mapa que había iniciado y pasando a la plana mayor disponible, aprovechó esta situación, para trasladarse al partido de Rojas a efectuar unas mediciones de campos, para allegarse recursos. Más adelante estudió la construcción del ferrocarril desde Santa Fe a Esperanza, trabajo que realizó en 1867.

Cuando Sarmiento subió a la presidencia, el ministro general Gainza, encomendó a Czetz, en octubre de 1869, el ensanche de las fronteras sur de Córdoba y Santa Fe y oeste de Buenos Aires. Hizo construir el fortín Sarmiento por tropa del batallón 12 de línea, al lado S. del Río V, desde donde siguió Czetz con 6 baqueanos y un destacamento del precitado batallón hacia los Cerrillos del Plata. Prosiguió su camino por la Pampa, al costado norte de la laguna La Amarga, en dirección recta al fortín Acha, extremo oeste de la línea de Buenos Aires. Señaló los puntos por los cuales debían trazarse los límites fronterizos, y terminada su comisión regresó a Buenos Aires para dar cuenta de la misma. El ministro Vélez Sársfield ofreció a Czetz el puesto de director del Ferrocarril Central Norte, pero aquél ya se había comprometido con el general Martín de Gainza para organizar el Colegio Militar En junio de 1870 cumplió Czetz este acto trascendental para nuestra institución armada, consagrándose con una dedicación ejemplar en esta ardua tarea, al extremo que dice en sus Memorias, que en los cuatro años que permaneció al frente de aquel Instituto, solo fue una vez al teatro. Czetz desempeñó la dirección del Colegio hasta mayo de 1874, siendo secundado hábilmente en su obra por el mayor Lucas de Pesloman, oficial distinguido de la escuela francesa de caballería establecida en Saumur. El 24 de aquel mes y año, Czetz entregó la dirección del Colegio a su sucesor.

En 1875 fue designado Presidente del Departamento Topográfico en la provincia de Entre Ríos, cargo que desempeñó hasta 1883, confeccionándose bajo su dirección personal los primeros planos catastrales de los departamentos de aquella provincia,

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trabajo que fue el primero ejecutado en la República, imitando después las demás provincias. Al mismo tiempo que Czetz atendía su puesto en el Departamento Topográfico, fue profesor de matemáticas en la Escuela Normal de Profesores de Concepción del Uruguay, y desde 1875 formó parte todos los años en las comisiones examinadoras del Colegio Militar, así como también de la Comisión Revisora y Proyectora de nuevos planes de enseñanza para aquel Instituto. En noviembre de 1884 fue por corto tiempo, profesor de Topografía y Dibujo topográfico en la Escuela Naval.

Aquel año fue destinado a la jefatura de la 4ª Sección del Estado Mayor, puesto en el cual permaneció hasta su retiro militar, extendido en diciembre de 1895, pero hecho efectivo en los comienzos del año siguiente. Aquella Sección era la correspondiente a Ingenieros, de cuya arma le fue reconocido a Czetz la efectividad de Coronel el 15 de enero de 1891.

En 1893 propuso al Superior Gobierno el estudio de la Cordillera de los Andes a ejecutarse por los oficiales de la 4ª Sección del E. M. G. Aprobado su plan, el Gobierno destinó 30.000 pesos para la ejecución de la obra, siendo encargados de efectuarla los siguientes oficiales: Juan Serrato, Martín Rodríguez, Arturo Lugones, Raymundo Baigorria, Desiderio Torino, S. Domínguez y Ricardo Pereyra, y el ingeniero Julio Lederer, los que presentaron el mismo año el trabajo terminado.

En 1885 publicó el “Ensayo de Geografía Militar de la República Argentina”, que sirvió de texto en el Colegio Militar y Escuela de Cabos y Sargentos, escribiendo también para el primero un Tratado de Fortificación Permanente y Pasajera y preparó una traducción de la táctica alemana de las tres armas.

El coronel Czetz falleció en Buenos Aires el 6 de setiembre de 1904. Sus restos permanecieron depositados en la bóveda de la familia de Juan Manuel de Rosas hasta 1969, en que, al cumplirse el centenario de la creación del Colegio Militar de la Nación, el 10 de octubre de dicho año, fueron trasladados a la recién inaugurada capilla del Instituto, como homenaje póstumo a quien fuera su primer director

Fuente

Colaboración del Subof My del Ejército Argentino Alfredo Canals

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Historia del Arma de Ingenieros del Ejército Argentino – Tomo II, página 794.

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9 de Junio

Sancti Spiritu

Incendio del Fuerte Sancti Spiritu

Fue la primera población en tierra argentina, fundada por Sebastián Caboto en 1526; diez años antes que Pedro de Mendoza fundara Buenos Aires. Fue un poblado esforzado y valiente que finalmente sucumbió –como también Buenos Aires­ ante el ataque de los aborígenes.

Cuando los reyes de España firman en 1514 con Juan Díaz de Solís una capitulación para recorrer las costas de América en dirección al sud, lo hacen con la intención de encontrar un paso que comunicara los océanos Atlántico y Pacífico. Ninguna expedición había recorrido antes las regiones de nuestro Río de la Plata. El viaje de Solís estuvo rodeado del más estricto secreto para impedir que la noticia llegase a conocimiento del rey de Portugal que en virtud de acuerdos celebrados podía pedir la inmediata suspensión del mismo. (1)

Díaz de Solís parte de San Lúcar de Barrameda el 8 de octubre de 1515. Lo hace en dos naos de apenas treinta toneladas y otra mayor de sesenta. Lo acompañan en total sesenta hombres. Tras un viaje de itinerario incierto, las tres pequeñas naves se encuentran navegando ya en aguas de nuestro río Paraná, más precisamente en la embocadura del Paraná Guazú, en los primeros días del mes de febrero de 1516, cuatro meses después de la partida. (2)

En ese mismo mes costea la desembocadura del río Uruguay y llega hasta la isla de Martín García, donde desembarca para enterrar allí a un marinero de ese nombre. Luego se dirige a las márgenes del Uruguay y desembarca con una canoa en compañía de dos delegados del rey, tres marineros y un grumete llamado Francisco del Puerto, primero de los tres náufragos que habrá de jugar un papel fundamental en nuestro relato. Apenas tocan tierra son salvajemente atacados por indios guaraníes. Sin nada poder hacer por ellos, los españoles contemplan horrorizados desde las carabelas como son muertos, despedazados y comidos por los indígenas, con excepción del grumete que es llevado prisionero.

La muerte de Solís impuso el inmediato regreso a España de la expedición. Pero cuando están frente a Brasil, antes de poner proa definitiva en procura del cruce del océano, una de las carabelas naufraga el mes de abril en Los Patos, frente a la isla Santa Catalina, quedando en tierra 18 hombres. Los náufragos tuvieron suerte varia. Siete de ellos se fueron por la costa, hacia el norte, y cayeron en poder de los portugueses. Uno –Alejo García­ atraído por las fantásticas noticias que los indígenas daban sobre la existencia

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de un imperio fabulosamente rico en dirección al oeste, se puso a la cabeza de varios centenares de ellos y en compañía de cuatro de los náufragos parte en busca del Imperio del Rey Blanco y de la Sierra de la Plata, en un viaje épico, verdaderamente extraordinario. Los seis restantes quedaron en Los Patos. Cuatro de éstos murieron y finalmente los dos restantes –Enrique Montes y Melchor Ramírez­ habrán de ser también protagonistas decisivos de lo que narraremos.

La expedición de Sebastián Caboto

Once largos años habrían de transcurrir en las desoladas costas antes que otra armada española se presentara en el río de Solís. El paso entre ambos océanos había sido descubierto por fin por Magallanes en 1520 y por allí habría de pasar Sebastián Caboto de acuerdo a la capitulación celebrada con el rey Carlos V para llegar hasta “las tierras de Maluco y las otras islas y tierras de Tarsis y Ofir y el Catayo Oriental y Cipango”.

Después de muy prolongados preparativos, la armada de Caboto partió finalmente de San Lúcar el 3 de abril de 1526. Componían la expedición algo más de 200 hombres, repartidos en tres naos (Santa María de la Concepción, Santa María del Espinar y la Trinidad) y una carabela. Se trataba de una expedición muy bien provista en gente y materiales. Venían hombres de armas, calafates, carpinteros, alguaciles, cirujanos, lombarderos, herreros, veedores de los armadores y no menos de 50 tripulantes en carácter de marineros, pajes, criados y grumetes. También la integraba un “clérigo de la armada”, un escribano de la armada, un tesorero y tres contadores.

El capitán general era Sebastián Caboto, quien ejercía en ese momento el cargo más alto en España en esta materia: piloto mayor del rey, algo así como un Jefe del Estado Mayor General de la Armada de nuestros días. Hijo de navegantes, se consideraba a sí mismo como veneciano. “Delgado, con una barba blanca, en punta, que le cubría el pecho, siempre vestido de negro, parecía mago… Había vivido largos años en Inglaterra, en España y otros países, intimando con reyes, navegantes, aventureros, cosmógrafos y astrólogos. Hablaba, como si hubiera sido su idioma, el inglés, el italiano, el genovés, el portugués. Entendía la jerga de los marineros levantinos, el griego y el latín”. (3) Tenía corresponsales en todas las naciones que lo informaban prolijamente de las expediciones y de los secretos de las cortes. Verdadero hombre de ciencia de la época, todo lo lograba con audacia o con prudencia.

El 20 de octubre estaban frente a Santa Catalina. Y dos días después aparece una canoa indígena al costado de la nave capitana trayendo a bordo a Enrique Montes, nuestro conocido náufrago de la expedición de Díaz de Solís. Pocas horas más tarde, el mismo día, subía también Melchor Ramírez, su compañero. ¡Enorme alborozo de los náufragos! Pero no menor el de Caboto ante la narración que hacían. “Nunca hombres fueron tan bienaventurados como los de esta arma –decía llorando Montes­ que hay tanta plata y oro en el río de Solís que todos serían ricos”. Porque bastaba subir por un río Paraná arriba y otros que a él vienen a dar y que iban a confinar con una sierra para “cargar las naves con oro y plata”.

Sin embargo surge la oposición de Miguel de Rodas (piloto mayor de la nave capitana), Francisco Rojas (capitán de La Trinidad) y Martín Méndez (sustituto de Caboto en la propia capitanía general), lo que se resuelve con el desembarco de los tres y su abandono en las solitarias costas. No sin que antes debieran soportar la pérdida de una de las naves y una grave epidemia que retuvo a la armada, detenida en el lugar otros cuatro meses. Soplan por fin vientos tan favorables que al cabo de seis días de partir de Santa Catalina se enfrentan con la desembocadura del río de Solís. Allí fondea Caboto

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en un nuevo compás de premonitoria espera. Hasta que se presenta en el lugar el tercer náufrago de Solís, Francisco del Puerto, quien no solamente ya hablaba con fluidez los idiomas aborígenes sino que confirma ampliamente a Caboto hacia dónde debían dirigirse para llegar a las sierras “donde comenzaban las minas de plata y oro”.

Caboto dispone que dos de las naves queden sobre el río Uruguay, en la desembocadura del arroyo San Salvador, a cargo de Antón Grajeda, maestre de la nave capitana, con treinta hombres, y él parte con otras dos en busca del lugar que habría de llevarlo al encuentro de las soñadas riquezas. Penetra por el Paraná de las Palmas y llega a la desembocadura del río Carcarañá. “Este es el río que desciende de las sierras”, es el dato exacto que da Francisco del Puerto de acuerdo a los informes recogidos entre los indígenas. Era el 27 de mayo de 1527. Y allí desembarca Caboto y su gente, salvo Grajeda y quienes con él quedaron en San Salvador.

Europa ya tenía algunas noticias acerca del imperio inca y sus riquezas, y Caboto, también había recogido informes muy precisos, que lo certificaban.

De las serranías cordobesas descienden cinco ríos principales hacia la llanura, que quien sabe por qué razones se conocen por su orden numérico. Los ríos Primero y Segundo desembocan en la laguna de Mar Chiquita. El Tercero o Carcarañá es el único que llega hasta el Paraná. El Cuarto se pierde en grandes bañados después de La Carlota y en tiempos muy lluviosos vuelve a aparecer para unirse al Tercero, todavía en la provincia de Córdoba, a la altura de Saladillo. El Quinto se pierde al sur de la provincia. El Tercero es el más caudaloso de los cinco: lo forman cinco afluentes que se unen –como los cinco dedos de una mano­ casi en un mismo lugar, donde actualmente está el Embalse de Río Tercero.

Atraviesa la Sierra de los Cóndores al salir del Embalse y entra directamente en la llanura cordobesa para atravesar después la llanura santafesina desembocando en el preciso lugar en el que el cauce del río Paraná cruza de costa, por decir así. Hasta allí el cauce principal del Paraná corre recostado sobre las costas correntina y entrerriana. Pero desde Diamante se dirige en diagonal hacia las provincias de Santa Fe y Buenos Aires. En el lugar de desembocadura del Carcarañá desemboca también, viniendo directamente del norte, el llamado río Coronda, uno de los tantos aunque caudalosos brazos menores del mismo Paraná.

Ese río Coronda, profundo, de corriente mansa, de unos 100 metros de ancho, fue el preferido durante todo el tiempo de la colonia –y aún mucho después­ para llegar hasta la ciudad de Santa Fe. Con el nombre de “fortaleza de Caboto”, “real” o “real de Caboto” o con las denominaciones de “rincón de Caboto”, “fuerte Sancti Spiritu”, y directamente “Sancti Spiritu”, sobre la margen derecha del Carcarañá, figuró desde entonces en todos los mapas que fueron publicándose. Después de la destrucción y abandono del lugar por parte de la expedición de Caboto, nunca más intentó reconstruirse. Tampoco se instaló en el lugar mismo ninguna población durante la conquista. Y lo particularmente curioso es que ha merecido escasísima atención por parte de historiadores.

Inmediatamente después de instalado, Caboto convocó a todos los indios de la comarca; les hizo conocer su voluntad de “pacificación de la tierra” y llegó a un acuerdo con ellos. Los querandíes suministrarían carne (venado, avestruces, guanacos o llamas); los timbúes, pescado y grasa de pescado; los carcaraes, calabazas, habas y abatí. Retribuyó con equidad las prestaciones de los indígenas delegando en Enrique Montes la provisión del material de intercambio: tijeras, cuchillos, hachuelas, punzones, hilo, paño, agujas y

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sobre todo anzuelos de tamaño diverso y en cantidad (4), no olvidando a las indias, que recibían espejos y adornos.

La presencia de Caboto en el lugar era clandestina. Estaba impedido, por consiguiente de “fundar”. Sin embargo procedió a hacer “repartimientos de tierras y heredades y cortijos, se hicieron sementeras de pan y se estuvieron allí edificando y labrando y sembrando tiempo de tres años”. (5) Las jóvenes indias no tardaron en formar familia con muchos de los expedicionarios y se procedió a construir para su alojamiento no menos de veinte viviendas con troncos, barro y paja, es decir, los típicos ranchos que se hacen en las islas y las costas del Paraná. Y a los seis meses de formaba la aldea tuvo finalmente su recinto fortificado: entre todos se excavó un foso, con la tierra extraída se levantó un muro y se instalaron allí construcciones para enseres, víveres, etc., recinto que estaba defendido con más de una docena de piezas de artillería.

Desde muy temprano los hombres se dirigían a atender los sembradíos. Otros recorrían los espineles, se refaccionaron las embarcaciones, se construyeron otras menores, se mantenían en buenas condiciones las armas de fuego. Un día se encontraron 52 granos de trigo y algunos de cebada en el fondo de las naves. Se los sembró y con gran alborozo se celebró una cosecha que llenó de asombro a todos; siembra que se repitió nuevamente cuando llegó el tiempo. Así transcurrió la vida del pequeño pueblo, en perfecta paz, durante casi dos años y medio. Sancti Spiritu fue, pues, la primera auténtica población de nuestro territorio. Allí se produjo el nacimiento de la nueva raza con la unión de indias y españoles, allí se sembró sistemáticamente donde después habría de convertirse en una de las zonas agrícolas más importantes del mundo, allí se celebró misa todas las semanas en la cámara donde vivía Caboto.

Las rígidas normas de disciplina impuestas por Caboto desde el comienzo en el establecimiento apuntaban a un primordial objetivo: establecer normas leales de convivencia con los indígenas amigos y mantenerlas a toda costa. Fuese quien fuese el perturbador –español o nativo­ lo pagaría caro. Esta política de recíproca confianza y de firme ejemplo, dio sus frutos. La vida transcurría plácidamente y sin zozobras.

A fines del invierno, y una vez reunida toda su gente en Sancti Spiritu, Caboto despachó exploradores para averiguar si era posible llegar por tierra a las sierras. Estaban ya listos para partir cuando los querandíes le informaron que el viaje era en ese momento imposible “porque le dijeron en ocho jornadas no hallarían agua”. (6)

Procedió entonces a hacer construir un bergantín y partió con él y una galera el 23 de diciembre, con 130 hombres, siete meses después de haberse instalado en Sancti Spiritu.

La empresa de remontar el Paraná resultó ardua y penosa. Faltó comida, debían navegar muy lentamente a la sirga por falta de viento, se vieron duramente hostilizados por los indígenas. Hasta que en las cercanías del Bermejo fueron víctimas de una celada por parte de los chandules, parcialidad guaraní, quienes contando con la increíble complicidad de Francisco del Puerto, atacaron al bergantín matando 18 hombres, entre ellos a Miguel Ríos, sucesor de Caboto y veedor de los armadores en la nave capitana. En vista de la hostilidad circundante Caboto decide regresar a Sancti Spiritu cuando corría ya el mes de mayo de 1528. Había bajado muchas leguas cuando ante el asombro general se vieron asomar dos velas que iban remontando el río: pertenecían a la armada de Diego García de Moguer. Este había llegado a principios de 1528 al Río de la Plata. Su capitulación con el rey le permitía entrar en la región. Mientras se hallaba navegando por el río Paraná, se encontró de pronto con el fuerte Sancti Spiritu. Sorprendido y a la vez indignado, le ordenó al capitán Gregorio Caro que abandonase el lugar, dado que

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esa era conquista que sólo a él le pertenecía por haber sido designado por España para explorar esas tierras. Pero accediendo a los ruegos de Caro y su gente para que fuese en auxilio de Caboto, García prosiguió aguas arriba y entre las actuales localidades de Goya y Bella Vista se encontraron.

El enfrentamiento entre Caboto y García fue poco cordial. Pero al cabo de ciertos “debates y requerimientos” y teniendo en cuenta el ensoberbecimiento de los chandules ante su victoria, que ambos se encontraban sin provisiones y que Sancti Spiritu no se hallaba lejos, acordaron unirse y bajar a la fortaleza, construir una media docena de bergantines y subir enseguida unidos para continuar la exploración del río.

Nuevamente y durante varios meses la vida volvió a discurrir cómoda y tranquila en el Carcarañá con el alegre zumbido de las sierras, el tableteo de los martillos, la paciencia de los calafates, en la tarea de construir los bergantines. Aunque Caboto no vaciló en imponer toda su disciplina a los hombres de García: les impedía salir a pescar o que tuviesen un comportamiento inadecuado con los indígenas. Llegó incluso a emplazarles la artillería cuando quisieron salir con sus propias canoas.

Pero ni Caboto se había desviado de su periplo a las Molucas ni García se apartaba del Paraná por insignificantes razones: el hechizo del oro y de la plata en cantidades de fantasía los mantenía en continuo deslumbramiento.

Finalmente cuatro bergantines de Caboto y tres de García parten el mes de diciembre. Pero pocos días antes de partir Caboto lleva adelante otro proyecto, largamente madurado desde su arribo al Carcarañá: autoriza al más importante de sus hombres de armas, el capitán Francisco César, para emprender una expedición por tierra para ir en procura de las sierras y de sus minas. ¿No descendía el Carcarañá de las montañas? ¿No habían establecido el fuerte precisamente allí por esa razón? César inicia la expedición en compañía de 14 hombres sin siquiera remotamente sospechar que esa expedición de ida y vuelta hasta las sierras de Córdoba bordando el río Carcarañá habrá de convertirse en causa de fabuloso mito y su nombre habrá de permanecer asociado para siempre a una de las más bellas leyendas de la conquista de América. (7)

La segunda expedición por el Paraná fue breve y desalentadora. Pronto reciben noticias que los chandules esperaban el momento propicio para asaltar simultáneamente a Sancti Spiritu y a las embarcaciones en cuanto desembarcaran en cualquier lugar. Al cabo de sesenta días entre ida y vuelta, Caboto y García fondean nuevamente sus embarcaciones frente al fuerte. Y ocho días después, con siete de sus compañeros aparece Francisco César con noticias que despiertan el loco entusiasmo de todos los expedicionarios.

El objetivo largamente soñado estaba logrado: las famosas sierras existían. Uno de los compañeros de César manifiesta a Caboto que “habían visto grandes riquezas de oro y plata y piedras preciosas”. César muestra asimismo algunas muestras de oro. Antonio Serrano describe que César llegó a las nacientes del río en Calamuchita, siguió luego por alguno de sus afluentes, cruzó las Sierras de los Comechingones –que separan a Córdoba de San Luis– y llegó hasta el Valle de Conlara. Caboto escribe a Antón Grajeda informándole sobre las buenas nuevas traídas por César, diciéndole que está dispuesto a partir enseguida hacia las minas recomendándole que tuviera cuidado de que las naves permaneciesen a buen resguardo durante su ausencia. Pero el propio Grajeda – que hasta entonces había permanecido quieto en San Salvador, en una especie de apoyo logístico con hombres y naves en la desembocadura del Plata­ le contestó que esta vez no quería quedarse sin tomar participación en el proyectado viaje.

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Se celebra una amplia junta donde cambian opiniones Caboto, García y todos los oficiales, donde se decide que ambos capitanes se trasladen a San Salvador llevando la galera y los bergantines para dejarlos bajo la inmediata vigilancia de Grajeda. De esta manera la guarnición que quedaría a cargo del fuerte estaría libre del problema de defender las embarcaciones. Estamos ya en el mes de febrero de 1529. De aquí el mes de setiembre se desencadena una serie de acontecimientos que van adquiriendo cada vez mayor gravedad y que culmina con la abierta hostilidad de los guaraníes.

Gregorio Caro habría de declarar después que el verdadero propósito del viaje de Caboto a San Salvador tenía por principal objetivo hacer un escarmiento a los guaraníes. En tal sentido ya había encargado a Antonio Montoya, contador de La Trinidad, que con un bergantín cumpliese la misión de convocar a la guerra a los timbúes y caracaraes, misión que se preparó y cumplió exitosamente. Pero la decisión de los guaraníes – conocida ya cuando Caboto y García fueron advertidos en su segundo viaje por el Paraná­ era no menos resuelta y definitiva.

En cierto modo el conflicto estaba declarado. Resuelto el viaje a San Salvador, Caboto despachó adelante a Montoya a cargo de uno de los bergantines y a Juan de Junco, tesorero de la Santa María del Espinar y séptimo en el orden de sucesión de mando de Caboto, con una barca y un bergantín pequeño de los de García. A unas 15 leguas de la fortaleza aguas abajo, vieron muchos indios en un rancho y con deseos de “tomar lengua” se acercaron a la orilla y como notaran que huían temieron que hubiesen cometido “alguna ruindad”. Bajó a tierra Montoya con dos hombres y se encontró con una caja escondida entre las malezas, las ropas y los restos de tres españoles despedazados que se supo después iban de San Salvador al fuerte, dos de los de Caboto y uno de García. Atento a lo que pasaba, Montoya despachó inmediatamente dos hombres a Sancti Spiritu para que manifestasen a Caboto lo que estaba ocurriendo.

En vista de esta noticia se decidió en el fuerte disponer medidas contundentes. Se acordó dar un asalto a ranchos indígenas de las islas vecinas para lo cual se comisionó al capitán Caro, quien sin vacilar mató a cien de ellos y se llevó prisioneros a mujeres y niños. Y al haberse escapado algunos indios que también habían sido hechos prisioneros volvieron a salir, mandados ya en persona por Caboto y García, en cuatro bergantines y con ochenta hombres, y mataron los que pudieron en la isla que está enfrente del fuerte, río Coronda por medio.

Los caciques cuyas mujeres y niños estaban prisioneros en el fuerte se presentaron ante Caboto en solicitud para que pusiese en libertad a sus familiares. Caboto, a quien su política de apaciguamiento y entendimiento ya se le iba de las manos, les habló largamente, ofreció mantener buenas relaciones como las que antes habían tenido con el fuerte y concluyó finalmente por entregarles mujeres e hijos. Pero los indios –que eran precisamente los que traían todos los días las provisiones de pescado­ no aparecieron al día siguiente ni aparecieron más. Finalmente unos ocho días antes de que Caboto se dirigiera a San Salvador, al ver pasar al cacique Yaguarí en una canoa por el río y al no presentarse rápidamente a su llamado, lo hizo traer, le asestó un bofetón y dejó que uno de los marineros, Nicolás de Nápoles, le asestara una cuchillada.

Es en estas dramáticas circunstancias que Caboto emprende su viaje a San Salvador con 100 hombres, llevando la galera y tres bergantines, uno de los cuales con la proa en tierra y semi hundido. No bien salido recibe alarmantes noticias sobre la decisión inminente de los guaraníes de incendiar y destruir el fuerte. Caboto, sin embargo, confiando en las decisiones que había tomado antes de partir, y en las órdenes estrictas

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que había dejado para prevenir el hecho, decide seguir adelante. La suerte estaba echada.

Fresca noche de setiembre. El cirujano Pedro maestre acompañaba al sargento mayor Juan de Cienfuegos en la ronda más difícil de la noche: la del cuarto del alba. Faltaba todavía largo rato para amanecer. Todo estaba en orden. Pedro Maestre hizo una recorrida y echó una mirada al dormido capitán Caro ¿Qué le hubiera costado ceder? Todos sabían perfectamente que el mayor peligro que el fuerte podía correr provenía del incendio por hallarse sus ranchos cubiertos con paja ¿Por qué no aceptó la idea de destecharlo todo? ¿Por qué no aceptó hacer una tapia en medio de la fortaleza y trasladar allí las viviendas de los soldados, cubriendo algunas con barro y dejando a todas descubiertas por el momento? “Parecerían así camarillas de mujeres de mal vivir”, fue la descomedida respuesta. Todo se podía haber hecho.

Pedro Maestre se había retirado a su rancho, fuera del recinto, cuando una infernal gritería lo sorprendió junto al fuego tostando abatí, preocupado por haber levantado la ronda antes de tiempo. Cuando Juan de Cienfuegos dio la alarma ya los indígenas estaban frente al fuerte con las antorchas encendidas. Caro y sus hombres sintieron el griterío pero la casa donde dormían ya estaba ardiendo. Sin vacilar les hizo frente, con mucha fortuna inicial, pero cuando advirtió que sólo cinco o seis lo acompañaban, emprendió la retirada y se lanzó corriendo hacia la barranca, saltó a la playa y escapó a los bergantines.

Alonso Peraza, alguacil mayor de la armada con cuatro o cinco hombres, oponía firme resistencia por su lado, desde el bergantín varado en el Carcarañá que otros tantos trataban de echar al río. Advirtió que los indios estaban ya casi sin flechas y valientemente se lanzó de nuevo a tierra a combatir. Al verlo, hicieron lo mismo varios del bergantín donde había subido Caro.

El incendio iluminaba la costa y el río. Más lejos, grandes lenguas de fuego señalaban los lugares donde estaban ubicadas las casas fuera del recinto. Más y más indígenas aparecían de todas partes. El clérigo García venía corriendo hacia la costa con una espada en la mano y el otro brazo envuelto para la pelea en una manta a cuadros. Llamó a los gritos a Caro, increpándolo para que descendiera y presentara lucha. Pero en vano. Herido de un flechazo en el pecho siguió peleando y se abrió camino procurando salvar a su paje pero finalmente no tuvo más remedio que echarse al río.

Mientras tanto Peraza y unos treinta hombres continuaban pujando desesperadamente por echar al agua el bergantín varado. Pedro Maestre, herido de tres flechazos, continuaba combatiendo a su lado hasta que vio caer apaleados a varios de sus compañeros.

El bergantín de Caro estaba ya colmado de gente. Estaba apenas a quince metros de la costa pero comenzaba ya a ser llevado por la corriente aguas abajo. El joven Alonso de Santa Cruz, entonces de veinte años, que habría de ser con el tiempo famoso cosmógrafo del rey, autor de una obra sobre islas y con cuyo consejo y datos habría de contribuir a la gran obra de su amigo Fernández de Oviedo (8), avanzó lentamente hacia el bergantín creyendo que no lo alcanzaba, hasta que logró aferrarse a su borda cuando el agua le cubría la garganta. Alvar Núñez de Balboa, hermano del descubridor del Océano Pacífico, que desde hacía varios meses permanecía en el fuerte por haberse quebrado una pierna, había llegado penosamente hasta la orilla y desde allí fue auxiliado para llegar hasta el bergantín. Fue de los últimos en subir.

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La terrible y desigual lucha iba cesando en la misma medida en que crecía el furor de las llamas y los gritos de los indígenas. Los que estaban junto al bergantín varado se habían echado al agua. Varios cruzaron a nado el Carcarañá y una vez del otro lado fueron corriendo después por la costa, aguas abajo, dando gritos al bergantín de Caro durante más de dos leguas hasta que consiguieron llegar a él. No así el alférez Gaspar de Rivas, recomendado por el rey para integrar la armada, enfermo, que quedó rezagado y fue alcanzado y muerto por los indios. Los heridos fueron rematados en el mismo lugar donde eran encontrados por los indígenas.

Así se perdió Sancti Spiritu con treinta hombres de los que lo guarnecían, todos los rescates y muchas armas, excepción hecha de las piezas de artillería que los indios no quisieron o no pudieron llevarse. Algunos días después, encontrándose Caboto ocupando todos sus hombres en San Salvador en el arreglo de las embarcaciones, vieron llegar el bergantín “con obra de cincuenta hombres, todos desnudos y sin armas”. (9)

Caboto pensaba permanecer muy poco tiempo en San Salvador; el necesario para dejar las naves a buen resguardo. Cuando vio llegar la barca con los fugitivos de Sancti Spiritu se puso inmediatamente en marcha en compañía de García con dos embarcaciones, con la esperanza de poder prestar algún socorro a la gente que hubiese podido quedar en alguno de los otros dos bergantines. Cuando legó sólo pudo certificar que todos sus hombres habían muerto y “hechos tantos pedazos que no les podía conocer”. Los bergantines hundidos, perdidos. Se limitó a recoger las piezas de artillería y volvió a San Salvador, para luego dejar definitivamente el río de Solís. Volvió a España en julio de 1530, donde fue objeto de todo tipo de acusaciones, y fue enjuiciado por la Corona por haber torcido el rumbo. Pero el mito de la expedición del capitán César y sus compañeros ya tenía vida y nombre propio: de su apellido derivó aquello de la Ciudad de los Césares.

Referencias

(1) Juan Díaz de Solís, biografía de José Toribio Medina, tal como consta en las instrucciones dadas a Solís (Tomo II, Págs. 133/142). (2) Solís lo llamó Río de Santa María. Posteriormente algunos geógrafos lo designaron con nombres indígenas (Schoner en 1523 y Maiollo en 1527). Un mapa publicado en Weimar lo llama Río de Jordán. Pero generalmente se lo conoció por años como Río de Solís hasta la firma de la capitulación con Pedro de Mendoza, último documento en que aparece con ese nombre. (3) Enrique de Gandia – De la Torre del Oro a las Indias, páginas 62/64. (4) Medina, J. Toribio – El veneciano Sebastián Caboto al servicio de los reyes de España, Chile (1908). (5) J. R. Báez – La primera colonia agrohispana en el Río de la Plata, Tomo XI. (6) Carta de Luis Ramírez, integrante de la expedición de Caboto. (7) La Ciudad de los Césares, persistente mito argentino, por Marisa Sylvester. Todo es Historia, Nº 8, diciembre de 1967. (8) Historia general y natural de las Indias, 12 tomos. (9) José T. Medina – Obra citada.

Fuente Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado. Serrano, Antonio – Los comechingones – Universidad Nacional de Córdoba (1945) Sylvester, Hugo L. – La increíble historia de Sancti Spiritu.

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10 de Junio

Batalla de Niquivil

General José Félix Aldao (1785‐1845)

Don José María de Echegaray, fue nombrado gobernador interino de San Juan en abril de 1829, por influencia del general Facundo Quiroga, con el fin de que lo auxiliase con tropas para combatir al general José María Paz. En efecto, Echegaray envió a Quiroga una división al mando del teniente coronel Manuel Gregorio Quiroga, y estando acampando en la estancia de “Las Quijadas” (jurisdicción de San Luis), el alférez Francisco Pedrozo, de acuerdo con otros (el negro Soler, sargento, natural de Buenos Aires), se sublevó en la noche del 2 al 3 de junio al grito de ¡Viva la Libertad! Tomando en seguida la dirección del pueblo.

Al día siguiente (3 de junio de 1829) la división insurreccionada a favor de los unitarios contramarchó sobre San Juan, de donde en el acto, emigró a Mendoza su gobernador Echegaray, su ministro Bustos y sus afectos.

Se procedió en seguida a elegir un nuevo gobernador que recayó en el ciudadano Juan Aguilar que nombró Jefe de la división en campaña de San Juan al teniente coronel Nicolás Vega, después general de la Nación.

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Era de esperar que el Gobierno de Mendoza, aliado de San Juan por el tratado de Guanacache y por la unanimidad de causa política, se prestase con todas sus fuerzas y sus recursos al acto de reponer inmediatamente en el mando de su Provincia al gobernador Echegaray.

En efecto, el coronel José Aldao y su hermano el teniente coronel Francisco, ex jefe del Estado Mayor, se pusieron en marcha con todas las fuerzas, de las tres armas que tenía Mendoza, por orden de su Gobierno, hacia San Juan, el 14 de junio, en consecución de aquel fin.

No fue larga la campaña del ejército invasor. El general Vega, retirándose a Jáchal, villa de la provincia de San Juan, al extremo Norte. Al frente de la división de los unitarios, se vio obligado a presentar batalla a las fuerzas auxiliares mendocinas en Niquivil, lugar situado entre aquella villa y la capital de dicha provincia, en donde fue completamente vencido, reponiéndose en el mando de ella al señor Echegaray.

Cayó en poder de este el “negro” Soler, principal instrumento del movimiento de Las Quijadas y otro de sus cómplices. Ambos fueron ejecutados.

Fuente

Arias, Héctor D. y Ferrá de Bartol, Margarita – Archivo del Brig. Gral. Nazario Benavídez – Tomo I

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Hudson, Damián – Recuerdos históricos sobre la Provincia de Cuyo – Tomo II, páginas 206‐207 – Buenos Aires (1898).

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10 de Junio

Usurpación de las Islas Malvinas

Islas Malvinas (Argentina)

El 6 de noviembre de 1820 David Jewett, comandante de la “Heroína”, tomó posesión de las Islas Malvinas en nombre del gobierno de las Provincias Unidas de Sudamérica, y puso el hecho en conocimiento público mediante una circular. (1) Disuelta la unidad nacional, la provincia de Buenos Aires otorgó en 1823 a Jorge Pacheco el usufructo de la isla Soledad o Malvina del Este. El mismo año designó al capitán de milicias Pablo Areguatí comandante de las islas. (2) En 1828 concedió a Luis Vernet –que había sido el promotor de estas gestiones y era socio de Pacheco‐ “todos los terrenos que en la isla de la Soledad resultaren vacos”, con ciertas excepciones y bajo el compromiso de establecer allí una colonia que gozaría del derecho de pesca en todo el archipiélago. (3) Y el 10 de junio de 1829, por último, el gobierno de Buenos Aires, presidido entonces por Martín Rodríguez, expedía el decreto disponiendo que “las islas Malvinas, serán regidas por un comandante político y militar”, el cual debía residir en la isla de la Soledad y cuidar en esas costas “la ejecución de los reglamentos sobre pesca de anfibios”. (4)

Los fundamentos de este decreto expresaban que España había tenido la posesión material de esas islas, “Hallándose justificada aquella posesión por el derecho de primer ocupante, por el consentimiento de las principales potencias marítimas de Europa, y por la adyacencia de estas islas al continente que formaba el virreinato de Buenos Aires, de cuyo gobierno dependían. Por esta razón, habiendo entrado el gobierno de la República en la sucesión de todos los derechos que tenía sobre estas provincias la antigua metrópoli, y de que gozaban sus virreyes, ha seguido ejerciendo actos de dominio en dichas islas, sus puertos y costas”.

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Entretanto, la empresa dirigida por Luis Vernet, nombrado gobernador el mismo día, había iniciado la colonización de las Malvinas. Varias expediciones llegaron al archipiélago hasta que Vernet se instaló allí en julio de 1829 y –no sin superar enormes dificultades‐ logró asentar una población de un centenar de personas. (5)

No hemos de detenernos en recordar el desarrollo y las vicisitudes del establecimiento formado por Vernet con autorización del gobierno argentino. Nos interesa más especialmente destacar el proceso que condujo a la usurpación inglesa.

Al conocer el decreto del 10 de junio de 1829, el encargado de negocios de Gran Bretaña, Woodbine Parish, lo comunicó a su gobierno recordando los antecedentes del asunto y los títulos que a su juicio tenía Inglaterra. A los pocos meses, debidamente autorizado, presentó al ministro de Negocios Extranjeros Tomás Guido una nota en la cual sostenía “los derechos de soberanía de S. M. B. sobre las islas. Estos derechos – continuaba diciendo la nota‐ fundados en el primer descubrimiento y subsiguiente ocupación de dichas islas, fueron sancionados por la restauración del establecimiento británico por S. M. C. en el año 1771…. El retiro de las fuerzas de S. M. en el año 1774 no puede considerarse como una renuncia a los justos derechos de S. M.”.

La nota concluía protestando formalmente contra las pretensiones argentinas y contra todo acto que perjudicara los “derechos de Soberanía que hasta ahora ha ejercitado la corona de Gran Bretaña”. (6)

Pero lo que esa nota calla cuidadosamente es la ocupación simultánea hasta 1774 y exclusiva de España desde entonces, los tratados de 1670 en adelante, y sobre todo el convenio de 1790 que cerró las costas del Atlántico sud a toda instalación inglesa. L anota de Parish –elaborada en Londres‐ vale más por lo que no dice que por su contenido expreso, y debe juzgarse más por esa ocultación deliberada de circunstancias y de razones que por su osadía manifiesta en pretender una soberanía sin título alguno y una posesión carente de efectividad.

Sostener que Inglaterra había ejercido “hasta ahora” esos derechos, después de 55 años de abandono y de silencio, era una adulteración tan manifiesta de la verdad que sólo podía considerarse una burda ironía, apoyada en la fuerza del imperio más poderoso del mundo en aquel entonces.

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Pero debe recordarse que pocos años antes de esa protesta, el 2 de febrero de 1825, Inglaterra había firmado con la Argentina el tratado de amistad y comercio mediante el cual reconoció la independencia de la nueva nación y, naturalmente, la existencia de un ámbito territorial propio de ella. Dentro de ese territorio estaban las Malvinas, de las cuales había tomado posesión en 1820, y ejercido otros actos de soberanía incluyendo el nombramiento y la instalación de autoridades.

La nota de Parish fue contestada de inmediato por el ministro Guido prometiendo estudiar la reclamación. (7) Pero el gobierno argentino, urgido por otros asuntos, no alcanzó a responder ni Parish insistió en conseguir una respuesta que iba a ser necesariamente negativa, puesto que los hechos señalaban la inequívoca voluntad de mantener la colonia ya fundada por Vernet.

El gobernador de las Malvinas, en efecto, seguía ejerciendo su cargo y haciendo progresar el establecimiento de Puerto Soledad: Cansado de ver que los balleneros destruían los recursos naturales de las islas, y dispuesto a imponer su autoridad, en agosto de 1831 arrestó a tres buques norteamericanos. En uno de ellos, el “Harriet”, volvió a Buenos Aires para someterlo al tribunal de presas. Intervino entonces el cónsul de los Estados Unidos, George W. Slacum, quien desconoció el derecho argentino a reglamentar la pesca en las Malvinas y logró convencer al comandante de la corbeta “Lexington” que debía defender con energía los intereses de los pescadores de su nación. Ese barco, al mando de Silas Duncan, se dirigió inmediatamente a Puerto Soledad, a donde llegó el 28 de diciembre de 1831 enarbolando bandera francesa. Sólo después de anclar levantó su propio pabellón, e inmediatamente Duncan se dedicó a destruir cuantos bienes existían en el establecimiento, trayendo presos a los principales pobladores. (8)

Este acto de piratería, sin justificativo alguno y llevado a cabo de la manera más violenta y abusiva, provocó la protesta y las reclamaciones del gobierno argentino. Los Estados Unidos, sin embargo, no quisieron reconocer su error. Y aunque esas protestas fueron renovadas en 1841 y en 1884, nunca se dieron las debidas satisfacciones ni la indemnización correspondiente a los daños ocasionados. No puede dejarse de recordar, con relación a este episodio, que si bien el gobierno norteamericano no quiso admitir los argumentos argentinos, la Corte Federal de Massachusetts resolvió que los actos de Silas Duncan eran ilegítimos. En un litigio en el cual se había invocado el incidente de la “Lexington”, esa corte resolvió “that such

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officer had no right, without express direction from his Government, to enter the territoriality of a country in peace with the United States and seize property found there, claimed by citizens of the United States”. (9)

Las Malvinas volvieron entonces a adquirir notoriedad internacional. Ya hacía tres años que el gobierno inglés les dedicaba una creciente atención, estimulada por los informes de Parish y por quienes sostenían la necesidad de contar con un puerto de escala en la ruta a Australia, cuya colonización estaba entonces en pleno desarrollo. (10) Pero el gabinete británico no se animaba a tomar una decisión sin fundamento, y se limitó a presentar la nota de Parish. Sin embargo, este último llegó de regreso a Londres a principios de 1832, con la noticia del atropello norteamericano y de que ya no existían autoridades argentinas en las islas. Estas razones, y tal vez la creencia de que los Estados Unidos podrían intentar su ocupación, decidieron el envío de una pequeña flotilla.

El capitán John James Onslow, al mando de la corbeta “Clío”, recibió instrucciones de dirigirse a Port Egmont y de restablecer allí el fuerte abandonado en 1774. En caso de encontrar fuerzas extranjeras inferiores a las suyas debía desalojarlas, empleando la violencia en caso necesario. Pero si esas fuerzas eran superiores, se limitaría a presentar una protesta que contenía también una amenaza. (11)

Onslow no se ajustó a esas instrucciones, o bien recibió otras que las contradecían y que permanecieron en secreto. A fines de diciembre de 1832 llegó a Port Egmont, e inmediatamente, siguió rumbo a Puerto Soledad, anclando allí el 2 de enero del siguiente año. En el lugar estaba la goleta “Sarandí” a las órdenes de José María Pinedo, a quien Onslow hizo saber que estaba encargado de afirmar los derechos soberanos de Inglaterra. (12) Al día siguiente la bandera argentina era entregada a bordo de la “Sarandí” por un oficial inglés, y poco después Pinedo –ante la superioridad de las fuerzas británicas‐ dejaba Puerto Soledad. (13)

La “Clío” sólo quedó unos pocos días en las Malvinas, y dejó a su población en el mayor desamparo y anarquía. Pero un año después, el 9 de enero de 1834, el “Challenger” traía al primer gobernador inglés, Henry Smith, que iniciaba así la ocupación de las islas usurpadas. (14)

Debe señalarse, ante todo, que Inglaterra se instaló en el mismo lugar que había sido poblado sucesivamente por los franceses, los españoles y los argentinos, pero que

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nunca había estado bajo el dominio inglés. Si alguna pretensión podía sustentar Gran Bretaña, ella se limitaba a Port Egmont, ubicado en el otro extremo del archipiélago. Esta circunstancia tan importante revela que el gobierno británico procedía con absoluto desprecio por el aspecto jurídico de la cuestión, y con el deseo manifiesto de realizar un acto de fuerza, sabiendo que la Argentina no estaba en condiciones de oponerse y de afrontar ese poder enormemente superior.

La segunda instalación inglesa en las Malvinas fue un despojo realizado gracias a esa superioridad. La expulsión de las autoridades argentinas legítimas ni siquiera fue precedida de un aviso o de un ultimátum enviado al gobierno de Buenos Aires. Inglaterra no quería que sus derechos –o sus pretendidos derechos‐ fueran objeto de una discusión diplomática. Usaba la fuerza, como antes –en 1766‐ había usado del secreto y de la clandestinidad. (15)

La llegada de Pinedo a Buenos Aires produjo naturalmente una honda conmoción en el sentimiento público, y dio origen a la inmediata protesta del gobierno argentino. (16) El encargado de negocios, que era Philip G. Gore, contestó al día siguiente que no tenía instrucciones de Londres. Entonces Manuel Vicente de Maza resolvió plantear el asunto directamente en Inglaterra, para lo cual comisionó al ministro plenipotenciario Manuel Moreno, encargándole la presentación de una formal protesta. Este lo hizo el 17 de junio de 1833 mediante una larga nota en la cual recordaba los antecedentes históricos de la cuestión, para concluir “que los títulos de la España a las Malvinas fueron, su ocupación formal; su compra a la Francia por precio convenido; y la cesión o abandono que de ellas hizo Inglaterra”. Como las Provincias Unidas sucedieron en los derechos que España tenía, Gran Bretaña no podía adquirir ningún nuevo derecho sobre las islas. La nota concluía protestando “contra la soberanía asumida últimamente, en las islas Malvinas por la corona de la Gran Bretaña, y contra el despojo y eyección del Establecimiento de la República en Puerto Luis, llamado por otro nombre el Puerto de la Soledad”, y pidiendo las reparaciones adecuadas por la lesión y ofensa inferidas. (17)

La contestación inglesa –que tardó más de seis meses en ser presentada‐ merece ser cuidadosamente analizada. Comienza esa nota recordando la protesta que Parish había entregado al gobierno argentino a fines de 1829 y reproduciendo los mismos argumentos: “esos derechos soberanos, que estaban fundados sobre el descubrimiento original y subsiguiente ocupación de aquellas islas, adquirieron una mayor sanción con el hecho de haber su Majestad Católica restituido el

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establecimiento inglés de que una fuerza española se había apoderado por violencia en el año 1771”.

Agregaba la nota que el retiro de los ingleses en 1774 no pudo invalidar sus derechos. Y como la protesta de Parish no había sido contestada por el gobierno argentino, este último no podía sorprenderse por el acto realizado en las Malvinas, ni tampoco “suponer que el gobierno británico permitiese que ningún otro Estado ejerciera un derecho, como derivado de España, que la Gran Bretaña le había negado a España misma”.

Lord Palmerston se ocupaba, por último, de negar la existencia de una promesa secreta, acerca de la cual no había constancia alguna en los archivos ingleses. (18)

La respuesta de Palmerston, escueta y carente de fundamentos históricos y jurídicos, sólo revelaba el deseo de eludir la discusión de un enojoso asunto que el gobierno británico no podía defender con argumentos valederos, sin dejar por ello de persistir en su actitud.

No es necesario volver a señalar las falsedades que esa nota contiene. Ya lo hemos hecho al comentar la de Parish; que se transcribe casi literalmente por Palmerston. Los dos únicos argumentos que este último agrega son la falta de contestación argentina a la nota de 1829 y la negativa inglesa a reconocer a otros Estados los derechos que había negado a España.

Aquella falta de contestación, explicable por las circunstancias críticas que vivía el país por esos años, no pudo, desde ningún punto de vista, hacer surgir un título nuevo para Inglaterra. Ese silencio no podía interpretarse como un asentimiento a las pretensiones inglesas, puesto que simultáneamente los hechos afirmaban la voluntad argentina de mantener su soberanía en las Malvinas. Los años 1829‐1831 son precisamente los de mayor actividad en el archipiélago, que tiene a su frente al gobernador Vernet y asiste al desarrollo de Puerto Soledad. De modo que esos actos de dominio eran el mejor desmentido que podía darse a la nota de Parish, y la manera más eficaz de asegurar los derechos que la República tenía como sucesora de España. Si Inglaterra aspiraba sinceramente a obtener una contestación, pudo insistir en su nota o presentar otra recabándola, pero nunca hacer derivar de esa falta un

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fundamento para realizar actos de fuerza en Puerto Soledad. La correcta práctica diplomática entre dos naciones que mantenían relaciones amistosas y cordiales exigía otro tratamiento muy distinto.

El último argumento de Palmerston consistía en sostener que Inglaterra no podía admitir los títulos argentinos porque los había negado a España misma, de la cual derivaban aquéllos. Esta era una evidente falsedad, que al mismo tiempo encerraba un sofisma. Gran Bretaña nunca desconoció, ni hubiera podido hacerlo, los derechos españoles. Estos fueron admitidos en 1749, en 1771 y en 1790, sin que llegara a ser tema de una discusión entre las cancillerías. Y desde 1774, en que España quedó como única dueña del archipiélago, Inglaterra mantuvo un persistente silencio que significaba aceptar la validez de aquella ocupación. Pero ese argumento contiene, además, un sofisma; aun cuando España no hubiera tenido título alguno, o éste hubiera sido desconocido por Inglaterra, no por ello podía esta última crearse unilateralmente un derecho fundado en la inexistencia del que invocaban los españoles. Para adquirir la soberanía de un territorio no basta negar la que otra nación alega, sino que es preciso además que haya actos posesorios indiscutidos y permanentes. Y esto era lo que no podía aducir Inglaterra, que desde 1774 hasta 1829 guardó un profundo silencio respecto del archipiélago.

Manuel Moreno replicó a Palmerston, en nota del 29 de diciembre de 1834, aportando nuevos argumentos y antecedentes en apoyo de la posición argentina. (19) esta segunda nota contiene sin duda un alegato muy orgánico y refleja con mayor acierto los derechos que Moreno defendía. Pero tanto ésta como las ulteriores reclamaciones fueron contestadas siempre con una categórica negativa, por parte de Inglaterra, a discutir lealmente los títulos respectivos. El problema se mantuvo en la misma situación, sin que nada hiciera variar la posición argentina. Esta se funda, históricamente, en las siguientes razones:

1º) La soberanía española de las islas, derivada de la concesión pontificia y de la ocupación de territorios en el Atlántico Meridional. Inglaterra reconoció esa soberanía al comprometerse a no navegar ni comerciar en los mares del Sud (tratados de 1670, 1713 y subsiguientes)

2º) La posesión efectiva de Puerto Soledad desde 1764 –como sucesora de Francia‐ hasta 1811, la cual, a partir de 1774, fue una ocupación exclusiva de todo el

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archipiélago, acreditada mediante múltiples actos de soberanía y confirmada por la aceptación de todas las naciones.

3º) El compromiso británico de evacuar Port Egmont –como lo hizo en 1774‐ y el nuevo acuerdo con España de no establecerse en las costas orientales u occidentales de la América Meridional, ni en las islas adyacentes (octubre de 1790).

4º) La incorporación de las islas Malvinas al gobierno y por lo tanto al territorio de la provincia de Buenos Aires, resuelta por España en 1766 y mantenida luego sin alteración alguna.

5º) La continuidad jurídica de la República Argentina con respecto a todos los derechos y obligaciones heredados de España.

6º) La ocupación pacífica y exclusiva del archipiélago por la Argentina –o la provincia de Buenos Aires‐ desde 1820 hasta el 2 de enero de 1833, en que sus autoridades fueron desalojadas por la fuerza.

7º) El traspaso hecho por España a la República Argentina, mediante el tratado de 21 de diciembre de 1863, “de todas las provincias mencionadas en su Constitución federal vigente, y de los demás territorios que legítimamente le pertenecen o en adelante le pertenecieren”, renunciando a “la soberanía, derechos y acciones que le correspondían”. (20)

Por su pare Inglaterra no puede invocar ni los derechos de primer ocupante, ni la cesión de su soberanía por España, ni la facultad de navegar y de establecerse en los mares del sud, ni ningún otro título legítimo aceptado por España o por la Argentina. Sólo tiene a su favor la ocupación clandestina de 1766 y el violento despojo de 1833.

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Referencias

(1) Caillet‐Bois, 179‐181: “El Argos de Buenos Ayres, Nº 31, 10 de noviembre de 1821.

(2) Gómez Langenheim, I, 212 y 217.

(3) Decreto del 5 de enero de 1828, en Gómez Langenheim, I, 230.

(4) Pedro de Angelis – Recopilación de las leyes y decretos promulgados en Buenos Aires, segunda parte, 969, Buenos Aires, 1836. El decreto fue publicado y comentado por los dos periódicos más importantes de entonces: “La Gaceta Mercantil”, 17 y 23 de junio de 1829, y el “British Packet”, 20 de junio del mismo año.

(5) Caillet‐Bois, 183‐208.

(6) Gómez Langenheim, II, 127.

(7) Guido a Parish, 25 de noviembre de 1829 en Gómez Langenheim, II, 128.

(8) Todos los sucesos se encuentran documentados en “Colección de documentos oficiales con que el gobierno instruye al cuerpo legislativo de la provincia del origen y estado de las cuestiones pendientes con la República de los Estados Unidos de Norteamérica sobre las Islas Malvinas”. Buenos Aires, 1832; seguida de “Apéndice a los documentos oficiales publicados sobre el asunto de Malvinas, etc.”, Buenos Aires, 1832.

(9) Groussac, “Les iles Malouines”, 33, quien cita a Francis Wharton, “A Digest of the International Law, 2ª ed., I, 444.

(10) Caillet‐Bois, 295‐318.

(11) Caillet‐Bois, 320‐321, quien cita a G. T. Whitington, “The Falkland Islands, compiled from ten years, investigations of the subject”, 12‐15, London, 1840.

(12) Onslow a Pinedo, 2 de enero de 1833, V. F. Boyson, “The Falkland Islands”, 97, Oxford, 1924.

(13) Caillet‐Bois, 322‐327.

(14) Boyson, 103.

(15) No deja de ser curioso destacar la explicación que da un autor moderno sobre los motivos de la llegada de la “Clío”: “The reason of her appearance was very simple. No notice having been taken of the protest made by Woodbine Parish three years previously, the Clio….. had been dispatched to take possession of the colony” (Boyson,

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97). Este escritor parece ignorar todos los usos diplomáticos, e incluso la diferencia que existe entre tomar posesión de un lugar abandonado o desierto y expulsar de un establecimiento ya organizado a las autoridades de un país con el cual se mantienen relaciones amistosas.

(16) Maza a Gore, 16 de enero de 1833, en “Reclamación del Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata, contra el de su Majestad Británica, sobre la soberanía y posesión de las islas Malvinas (Falkland), Discusión oficial”, 25, Londres, 1841.

(17) Reclamación cit., 3‐24. Se publicó también en inglés y francés en “Protestation du gouvernement des Provinces Unies du Río de la Plata, par son ministre plénipotentiairie a Londres, sur l’arrogation de souveraineté dans les iles Malvines or Falkland, par la Grande Bretagne, et l’éjecution de l’établissement de Buenos Ayres a Port Louis”, Londres, 1833.

(18) Lord Palmerston a Manuel Moreno, 8 de enero de 1834, en “Reclamación” cit., 40‐ 53.

(19) ”Reclamación” cit., 54‐66. Manuel Moreno publicó también, sin nombre de autor, un folleto titulado “Observations on the forcible occupation of the Malvinas, or Falkland Islands, by the British Government, in 1833”, London, 1833. Este folleto estaba destinado a ilustrar a la opinion pública, mostrando el carácter violento de la agresión inglesa. Sobre las gestiones de Moreno en Londres, ver Caillet‐Bois 347‐365.

(20) Tratado de reconocimiento, paz y amistad con España, ratificado por la ley 72.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Muñoz Azpiri, José Luis – Historia completa de las Malvinas – Buenos Aires (1966).

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10 de Junio

Partido de Florentino Ameghino

Escudo del Partido de Florentino Ameghino

Todavía faltaba mucho tiempo para que se estableciera en el noroeste provinciano la localidad de Ameghino, aunque ya pululaban por allí grupos aborígenes que respondían a la jefatura del Gran Gulmen Calfucurá.

También hacia 1870 se intensificaba la lucha armada contra el dominio aborigen, a cargo de batallones militares expedicionarios, en la zona de Ameghino. Los horrores de la lucha dejaron por allí sus rastros, como no podía ser una excepción. La línea de la Frontera Norte pasaba, de esta manera, entre los grupos tribales y las tropas del gobierno nacional, justamente por medio del territorio ameghinense. Esto era la consecuencia de las “avanzadas” militares originadas en toda la historia de luchas anteriores.

La línea de fronteras se mantuvo vigente entre 1869 y 1877, en que se iniciaba la construcción del inocente foso que atravesaba la provincia de Buenos Aires y fue conocido con la denominación de “Zanja de Alsina”, por el creador­inspirador de tal mecanismo defensivo: el Dr. Adolfo Alsina. Aunque provocó un nuevo avance de la frontera.

Por esos días, don George Newbery pobló los campos cercanos de, lo que sería más adelante, Ameghino y que por aquel entonces se referenciaba a través del “Fortín Media Luna”. Newbery había adquirido los campos para utilizarlos en la cría de ganado, en medio de, las no ya tan aguerridas, incursiones de los aborígenes. Es más, el futuro precursor de la aviación argentina, con la ayuda de algunos indios domesticados llevó desde Fuerte Lavalle (luego, General Pinto) troncos de sauces, además de pieles y chorizos de barro con los que construyó la primera vivienda por esos lares, distante tan solo dos leguas de lo que sería la Ciudad de Ameghino.

Hacia 1885, gran parte de las tierras del noroeste de la provincia de Buenos aires, sobre todo en los territorios que actualmente pertenecen a los partidos de General Villegas y General Pinto ­que entonces integraban al también actual partido de Florentino Ameghino­, predominaban los propietarios de origen inglés o eran sociedades británicas. Entre ellas figuraban nombres como los de C. M. Randel, G. Newland, B. Gordon, I. M. Duggan de Hope, R. Newbery, J. L. Duggan de Nelson, T. Dowling, Cía. Anglo Argentina de Tierras Limitada.

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Precisamente, en 1885 también, Guillermo White, apoderado de Juan P. Wyrley Birch, propone al agrimensor Federico Gómez Molina medir un campo de propiedad de su representado, ubicado ­por entonces­ en el partido de Lincoln contando con una superficie de tres leguas cuadradas, ciento siete cuadras y fracción. Los títulos que corroboran la anterior afirmación se encuentran en el Banco Hipotecario de la provincia de Buenos Aires.

El 20 de abril de aquel año, el Juez Dr. Curutchet nombraba al agrimensor Gómez Molina para que practicara la mensura solicitada por White, librándose por ello un oficio al Banco Hipotecario para la confección de los certificados de los títulos correspondientes. El 23 de abril el Escribano del Banco Hipotecario, Manuel Quiroga, expediría el Certificado dando cuenta sobre la ubicación, superficie y linderos de los títulos de propiedad del nombrado Wyrley Birch. Como se dijo, el campo estaba ubicado en el partido de Lincoln, con una superficie de 8.281 hectáreas, 13 áreas y 36 centiáreas. El 27 de mayo de 1885, el agrimensor Federico Gómez Molina comenzaría los trabajos de mensura en un mojón de tierra que es el punto A del plano, donde se genera la primera curva del actual camino Blaquier­Ameghino. A los 997 metros encontró un mojón de tierra que había puesto el agrimensor L. Revol en 1880.

Cuando midió 11.479 metros desde el mojón A, clavó nuevamente un hierro con las iniciales de su propietario “B.J.P.W.S.” y que en el plano figura con la letra B, coincidiendo este punto con el actual paso a nivel sobre las vías ferroviarias en Blaquier. Y, desde allí, midió 10.332 metros hasta alcanzar al punto C. Gómez Molina anota en su mensura que a los 500 metros del punto B cruzó un cañadón, el cual estaría ubicado justamente a esa distancia sobre el camino que hoy conduce a Villa Saboya, que por supuesto continúa siendo de tierra.

Luego, desde el punto C, mediría hacia el sur 4.396 metros, donde encontró otro mojón de tierra que había sido colocado por Revol, frente al cual colocó otro hierro, siendo éste la letra D del plano. Antes de llegar a este último punto, cruzaría el camino de los Fortines a los 3.650 metros; y a los 3.978 metros encontró el camino de la Galera. El primero de los caminos mencionados corría casi en forma paralela al que conduce hacia Santa Eleodora, desde la primera curva del camino Blaquier­Ameghino. Desde el punto D, continuó midiendo hasta llegar a los 8.430 metros, es decir hasta encontrarse con el Fortín Las Heras, y desde allí siguió, hasta alcanzar los 4.110 metros, donde se encontraba el mojón de arranque con la letra A del plano. La superficie medida llegó a los 83.781.216 metros cuadrados. Los campos linderos pertenecían, por el noroeste, a la Compañía Anglo Argentina de Tierras Limitada y a C. M. Randel; por el sudeste, a Guillermo A. Newland y a Rodolfo Newbery; y, finalmente, por el sur a Carlos M. Cernadas.

Continuando con los orígenes de Ameghino­Blaquier, realizado el trabajo encomendado el agrimensor Federico Gómez Molina firmaría la primera mensura de los terrenos que años más tarde albergarían al pueblo de Blaquier. Lo hizo en la ciudad de La Plata el 13 de junio de 1885, siendo aprobada por el Departamento de Ingenieros de la capital provincial el 23 de junio del mismo año.

En 1892, un joven matrimonio recién arribado de Inglaterra compraría a los longevos terratenientes Carlos M. Cernadas y Tomás Fair, unas quince mil hectáreas en territorio que más tarde estaría integrado dentro de Ameghino. El matrimonio aludido estaba compuesto por James ­al que luego no se por qué llamarían “Diego”­ Cadwallader Tetley y Clara Carew Corry Smith, lo que denominaron a su Estancia “La Chacra”. De

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allí en más la unidad productiva estaría irrevocablemente unida a la suerte de los pobladores de la región. Diego y Clara demostraron verdadero apego por el terruño de adopción, echando raíces ya en este lugar, brindándose generosamente a la comunidad y decidiendo morir sobre estos campos a los cuales tanto habían amado. Los Tetley se dedicaron exclusivamente a la producción agropecuaria, a la colonización de la zona y, posteriormente, instalaron una cabaña para la cría de ganado de raza.

En cuanto a la propiedad territorial de los británicos (repárese que dijimos británicos y no “ingleses”) en suelo bonaerense, adquirió una gran importancia, aunque devenía de los tiempos de Rosas. Estancias del tipo familiar tenían en el registro catastral apellidos de esa procedencia: Drabble, Drysdale, Bell, Fair, Gibson, Fox, Casey, Gainor, Duggan, Armstrong, Lynch, Coghland y otros. Algunas de ellas eran: Los Galpones, sobre la desembocadura del Salado; El Espartillar, a 6 leguas de Chascomús; La Germania, que contaba con 13 leguas en Villegas. Precisamente, por aquel lugar, al norte de la Provincia de Buenos Aires, cercanas a Gral. Villegas hay localidades que llevan los particulares nombres de Gahan, Kenny y Duggan, que no son “ingleses” sino irlandeses. También aparecen esos apellidos “extraños”, si nos ponemos a revisar una guía telefónica de Mercedes, Venado Tuerto o Arrecifes, o si recorremos sus cementerios repasando los nombres de pila de las tumbas: Santiagos, Brígidas o Patricios. Nada más que en la zona norte del río Salado, los propietarios irlandeses eran dueños del 16 % del total de la tierra. Se dedicaron a la producción lanar, la cual exportaban profusamente. Tal vez por compartir la misma confesión religiosa, estos hijos del Eire, asentados en la media luna fértil que va de Capilla del Señor a Rojas, pronto se asimilaron a la comunidad nacional.

De la mensura del agrimensor Gómez Molina en las cercanías del futuro Ameghino, podemos establecer que el primer propietario legal de las tierras que hoy pertenecen a la localidad de Blaquier y sus alrededores fue Juan P. Wyrley Birch, del cual sólo podemos afirmar que operaba por intermedio de su apoderado Guillermo White. Es decir, esas 8.378 hectáreas, que antes de la mensura se calculaban en 8.281 hectáreas y fracción, fueron a parar a manos de otro inglés, Henry John Dury, quien a su vez vendería ese mismo campo a Alberto Blaquier, firmándose la Escritura correspondiente el 21 de noviembre de 1895.

Volviendo a los ingleses del futuro Ameghino, digamos que a través del dinamismo del matrimonio Tetley ­ya que hacía bastante que Jorge Newbery había abandonado la zona­, fue posible que a aquella remota región llegara en forma relativamente rápida el ferrocarril.

El mismo Diego Tetley, en 1895, comenzaría a subdividir a algunos de sus extensos campos en chacras y quintas. Esta cuestión le permitía ir abriendo calles. Esta circunstancia haría que las carretas, galeras o diligencias comenzaran a llevar al promisorio y pujante territorio a colonos, labriegos y, hasta, a algunos artesanos, los que al disfrutar la facilidad en su estadía comenzarían a radicarse en la región. En el futuro partido de Ameghino, en los primeros días de 1896 se concretaba la llegada del ferrocarril, siendo testigo de las pocas leguas que había hacia el Este como producto de la donación del señor Tetley.

Continuando con Ameghino, precisamente el 24 de marzo, un acriollado mister Tetley donaba al Ferrocarril Oeste 454,478 metros cuadrados para la definitiva instalación de la Estación y las vías. En forma simultánea, el susodicho, por su cuenta y riesgo, realiza el trazado de la zona urbana de lo que sería el pueblo de Ameghino, aunque la

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burocracia no desdeñó el momento para crearle problemas al pionero. La Dirección de Geodesia de la provincia de Buenos Aires no le quiere aprobar los planos pertinentes.

Finalmente, en Ameghino, la Dirección de Geodesia de la provincia de Buenos Aires aprueba el trazado realizado algunos años atrás por Tetley, es decir luego que el territorio estaba subdividido y delineado contando con pobladores estables, aunque ­a decir verdad­ su trazado no obedecía a regla urbanística alguna y que se llamó, en aquellos planos originales, “Las Medias Lunas”.

Esto explica que los planos confeccionados por mister Tetley se ejecutaran abriéndose calles, delineándose manzanas, etc. En ese mismo tiempo, el benefactor pre­ ameghinense comunicó a las autoridades provinciales su donación y la reserva de dos manzanas para la plaza pública, el hospital y la Iglesia.

Mientras, en lo que sería ­con el tiempo­ el Distrito de Ameghino y la localidad de Blaquier y según el Boletín de Servicio Nº 990 del Ferrocarril General San Martín, precisamente Alberto Blaquier, fue el donante de los terrenos sobre los cuales se construyó la Estación del Ferrocarril B.A.P. (Buenos Aires al Pacífico), que “auto homenajeándose” denominó con su apellido.

El Boletín Oficial de la República Argentina, el sábado 1º de julio, ratifica lo mencionado en el Boletín del Ferrocarril, al resolver ­con la firma del Ministro Horma­ con fecha 3 de julio de 1905, designar las distintas denominaciones de las Estaciones del ramal en construcción del Ferrocarril General San Martín, ubicadas de la Colonia Alberdi hacia el sudoeste, figurando en el Km. 69,933 la Estación Blaquier. También fueron creciendo lentamente la Colonia y Villa Príncipe Di Piemonte, con el aporte invalorable de inmigrantes europeos, hasta que el nombre de la Estación ferroviaria sepultó en el olvido al del pueblo. En el Distrito de Ameghino, como se dijo en el mencionado Boletín de Servicio del F.C.G.S.M., la habilitación concreta de la prestación ferroviaria se efectuó el 1º de diciembre de 1905, registrando, consecuentemente, el arribo del primer tren. La estadística del ramal Colonia Alberdi a Emilio V. Bunge del año 1905, registra para la Estación Blaquier: 28 pasajeros despachados, 17 recibidos, 3 toneladas de carga despachada y 11 toneladas recibidas.

En Ameghino, hemos omitido decir que una vez que quedó construida la Estación de Blaquier, el mismo Alberto Blaquier vendería todas sus tierras a Adolfo E. Casal. En noviembre de 1906, el agrimensor Graciano Ferrero llevaría a cabo la mensura de aquellos terrenos, ahora propiedad de Casal. Este lotea toda la fracción de chacras, dándole el nombre de Colonia y Villa Príncipe di Piemonte, iniciando, recién, la venta de partes del loteo en el próximo 1907.

Aunque la denominación dada por Casal no prosperó, debido a su iniciativa el pueblo de Blaquier posee en la actualidad, en su planta urbana, cuarenta y cuatro manzanas que corresponden a la mensura realizada por Graciano Ferrero con motivo del loteo mencionado.

En el partido de Ameghino, específicamente desde la Estación Blaquier ­durante 1906­ partieron 518 personas y arribaron 499, la mercadería despachada ascendió a 513 toneladas y la recibida fue de 805 toneladas.

En 1907, en el partido de Ameghino, Estación Blaquier, se duplicaron ­con respecto a 1906­ el número de pasajeros despachados y se triplicó el tonelaje de mercaderías recibidas.

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Esta simple estadística demuestra el estado embrionario de un núcleo de población que fue creciendo lentamente, y que desprovisto de los elementos esenciales para subsistir, recibía mayor cantidad de materiales y mercaderías de las que despachaba. En 1909, los habitantes del futuro partido de Ameghino, pero especialmente los de Blaquier, habían aumentado considerablemente, obligando a la Provincia de Buenos Aires a que creara una Escuela que fue bautizada con el nombre de Bernardo de Irigoyen y otorgándole el Nº 10. Fue el 8 de mayo de aquel año. Luego con la creación del partido de Florentino Ameghino pasaría a ser la Nº 2.

En lo que sería Ameghino, por iniciativa del presidente del Concejo Deliberante de General Pinto ­Valentín M. Graciano­ y por Ordenanza del 22 de septiembre de 1909, se creó la Delegación Municipal en Blaquier, siendo el primer Delegado Jacinto M. Varela. Le sucederían en el cargo: Antonio Véliz, Sebastián Maysonvave, Juan Maysonvave, Taumaturgo Gómez, Maiolo Maioli, Germán Gómez, Hugo Bove, Ramón Vidal, Justo Perata, Carlos Foulkes y Roberto Molina.

Recordemos que en lo que sería el partido de Florentino Ameghino, la llegada del ferrocarril había alcanzado regularidad a partir del 17 de noviembre de 1896, viniendo desde General Pinto y tratando de alcanzar General Villegas. Completemos la información diciendo que, hasta el 17 de septiembre de 1913, el futuro pueblo y la Estación de lo que hoy conocemos por Ameghino se llamaron “Halsey”, en homenaje a don Tomás Halsey, así como lo había determinado el Departamento de Obras Públicas de la provincia de Buenos Aires. Esto databa del 28 de mayo de 1896, cuando el gobernador Udaondo firmara el decreto que refrendara el Ministro Emilio Frers, al establecer la denominación de las Estaciones intermedias.

En la Delegación Municipal de Blaquier ­luego inscripta en el partido de Ameghino­, el 15 de junio de 1915 registraba su marca José María Laurenzena, inaugurando, precisamente, el registro de Marcas. El día 21 de ese mismo mes registraron las suyas Santiago Lahitte y Francisco Goya, haciendo lo mismo Leonardo Manessi el día 28. También desde ese año, Bruno Salomón se encargaría de la Estafeta Postal, otorgándole al recientemente creado pueblo un nuevo servicio.

En lo que sería el partido de Ameghino, con los años se acrecentaron las necesidades de mantenimiento de comunicaciones postales y el 6 de julio de 1920 se inauguraba la Oficina Postal, a cuyo frente estaría Andrés Corradi, quien se mantendría en el cargo hasta el 16 de febrero de 1925. En la Oficina Postal de Blaquier, más tarde partido de Ameghino, el nuevo jefe sería Antonio Álvarez, quien se mantendría hasta 1932, continuándole Julián Basabe, Antonio Rafael Leone, Braulio L. García, Emilio Bengoa y Eloy Madrid. El primer cartero fue Dionisio Gorosito, llevando correspondencia epistolar desde 1925 hasta 1934, siendo sucedido por Eloy Madrid, Osvaldo García, Luis Ghirardi, Lerman Aggio y Juan Carlos Carossio, entre otros.

En 1927 comenzaría a formarse una Comisión Pro­Cementerio de Blaquier (luego, partido de Ameghino), que registró su primer aporte mediante una donación de cien pesos, proporcionada por el club atlético Peñarol, que también donó el portón de hierro. El 12 de octubre de 1932, como consecuencia de la fusión de distintas instituciones del partido de Ameghino, como el “Centro Recreativo Juventud Unida”, “Atlético Peñarol” y “Boca Juniors” y se fundó el Club Social y Deportivo Blaquier, que en 1945 se fusionaría con el Club B.A.P. (Buenos Aires Pacífico), adoptando el color azulgrana de este último. En dicho Club se practicaban varias disciplinas deportivas. Además de fútbol, tenis, patinaje, bochas, ciclismo. Siendo sus equipos tenidos en una alta

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reputación en toda la zona. Cabe recordar a un gran deportista, como lo fue Simón Ottazzi.

Un adelanto importante para la localidad de Blaquier, en el partido de Florentino Ameghino, fue la inauguración de la Usina Eléctrica el 29 de septiembre de 1936. En un principio, hasta la llegada de la línea de alta tensión, los motores que generaban la energía eléctrica trabajaban desde las 7 de la mañana hasta las 12 de la noche. Aún hoy (año 2002) se encuentran esos motores y a veces se utilizan, ante un corte prolongado. El Cementerio de Blaquier, en el partido de Ameghino, se construyó sobre una hectárea de terreno donada por la Sucesión Juan B. Lacaze, habilitándose el 21 de mayo de 1939. Esta obra fue costeada por donaciones de todo el pueblo, siendo presidente de la Comisión Jesús Cadenas, el secretario Justo P. Perata y el tesorero Pedro J. Perata. Era ostensible el progreso de la zona de Ameghino, aunque a Blaquier le faltaba un lugar para la práctica del culto católico. El 1º de octubre de 1946 la visita del Obispo de Mercedes, Monseñor Anunciado ­parece que hacía mucho tiempo se venía adelantando su visita­ Serafini, fue motivo para reunir un gran número de fieles, quienes recibieron con entusiasmo la noticia de que en fecha próxima se construiría una Capilla, al ser colocada y bendecida la piedra fundamental en el terreno en el cual se levantaría el Templo. Años más tarde, Monseñor Serafini regresó para bendecir la Capilla “Asunción de María Santísima”, construida mediante la acción del Cura Párroco de Ameghino, Presbítero José Fuentes y el esfuerzo mancomunado de la Comisión Pro­Templo y vecinos.

En un periódico de Ameghino, el “Stella Maris”, de aquella época podemos leer: “El 3 de noviembre de 1946 ha sido para la localidad de Blaquier una fecha que no olvidará porque en el citado día pudo realizarse la inauguración del mástil que se levanta en la flamante plaza”. En Blaquier, futuro partido de Ameghino, en 1959 se creaba el Club Atlético San Martín.

En el partido de Ameghino, la vida social en las décadas que van de los años ´30 a los ´60, estuvo matizada por frecuentes reuniones bailables, picnics, carreras cuadreras, festejos patrios de la colectividad italiana, cuya actividad fue notoria en estos tiempos, con excelentes puestas en escena de obras de teatro, importantes confrontaciones deportivas. En cuanto, específicamente, a Blaquier, el Teatro Infantil tuvo destacada actuación bajo la dirección artística de la Profesora Ida Zóccola de Milessi, que llevó su talento hasta General Pinto, Germania y Ameghino. También son recordadas las fiestas y donaciones realizadas a beneficio del Hospital de Ameghino. En Blaquier ­más adelante partido de Ameghino­ se destaca la presencia de la denominada “Peña Palanca Rota”” constituida el 18 de mayo de 1967, realizando varias actividades y acciones para la localidad, entre las que se destaca la erección del Monumento a la Madre en la Plaza. El 17 de junio de 1968, por Resolución Nº 1429 del Ministerio de Educación de la provincia de Buenos Aires, fue creado el Jardín de Infantes de Blaquier (partido de Ameghino). En los considerandos refrendados por el entonces ministro de la Intervención (siendo algo suaves, para no decir “Dictadura”), don Alfredo Tagliabue, se menciona específicamente a la Asociación Peña Palanca Rota como principal responsable de la creación del Jardín de Infantes Nº 905, hoy Nº 902, que fue abierto a la actividad el 12 de agosto de 1968, funcionando en la casa de la Sra. María Gina de Lacaze.

El 11 de mayo de 1973, se inauguraba, en Blaquier, la Delegación del Banco de la Provincia de Buenos Aires, dependiente de la Sucursal de Ameghino.

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Antes, hablamos de la creación del Jardín de Infantes Nº 905 en la localidad de Blaquier, partido de Florentino Ameghino, aunque éste aún no tenía edificio propio. Con el tiempo comenzaron a recolectarse fondos para la construcción del Kinder, con el esfuerzo exclusivo de la población. El edificio del Jardín de Infantes se inauguraría en octubre de 1985.

El 17 de febrero de 1989, en Blaquier se inauguraban siete viviendas de Autoconstrucción. El 6 de mayo de 1989 se inauguran en Blaquier las obras de remodelación e iluminación de la Plaza pública.

En junio de 1990, se inauguraban en Blaquier las siete primeras cuadras de pavimento.

Fue aprobada la creación del partido de Florentino Ameghino ­el número 127º de la provincia de Buenos aires, actualmente son ciento treinta y cuatro­, por Ley provincial Nº 11071 de fecha 21 de marzo de 1991.

Desde ese momento comenzarían a realizarse obras de importancia. Todo el partido contaba con una población aproximada de 7.500 habitantes, y la de Blaquier era de unos ochocientos.

Fuente

Chiarenza, Daniel Alberto

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

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11 de Junio

Fundación de Buenos Aires

Segunda fundación de Buenos Aires por Juan de Garay ‐ 11 de junio de 1580

Luego de la exploración del Río de la Plata, transcurrió un período de cuatro años donde no se realizaron más hallazgos hasta que ese río recobró valor al considerárselo una posible vía para llegar al Perú, donde Pizarro había descubierto enormes riquezas. Para ello, el emperador Carlos V, envió una expedición al mando de Pedro de Mendoza, que comenzó sus preparativos en el año 1532, y en 1534, el 21 de mayo firmó la capitulación con el rey Carlos I por la cual se lo nombraba Adelantado, Gobernador, Capitán General y Justicia Mayor del Río de la Plata o Nueva Andalucía. Entre sus deberes figuraban, hacerse cargo de los gastos de la expedición, explorar el Río de la Plata e internarse hasta hallar los dominios del Rey Blanco. Para apoyar su autoridad, debía fundar tres fuertes de piedra. Pedro de Mendoza fue el primer Adelantado en el Río de la Plata.

Con algo más de 1.500 hombres y 14 naves, arribó a la Boca del Riachuelo, a fines de enero de 1536, lugar que consideró reunía las cualidades para ser puerto. El 3 de febrero se levantó el fuerte que no pudo ser hecho de piedra, ya que nos las había en el lugar. Santa María de los Buenos Aires, fue erigida en una altura, donde actualmente se halla el parque Lezama, protegida con zanjas. Eran chozas de barro y paja, y tapias de tierra apisonada. La expedición había partido con víveres pero no fueron suficientes, ya que era imposible reabastecerse. Los indios del lugar eran sumamente hostiles. Para ello, envió a una de sus naves, la Santa Catalina a Brasil y a Juan de Ayolas a remontar el Paraná con tres naves y 250 hombres. Muchos de ellos murieron en la travesía, los que volvieron, trajeron algunas provisiones.

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Los indios querandíes se ensañaron ferozmente contra los conquistadores. Ayolas levantó en las orillas del Paraná, cuando partió para buscar provisiones, el fuerte de Corpus Christi, el 15 de junio de 1536, y hacia allí se trasladó Pedro de Mendoza, dejando como gobernador interino en Buenos Aires, a Francisco Ruiz de Galán.

Cerca del fuerte de Corpus Christi, Mendoza fundó el de Buena Esperanza. Luego volvió enfermo a Buenos Aires y decidió retornar a España, pero falleció en alta mar en junio de 1537. Como Ayolas, su lugarteniente, había sido encomendado a remontar el Paraná para buscar las tierras del rey Blanco, desde donde nunca volvió al ser muerto por los indios, el fuerte de Buenos Aires quedó en manos de Francisco Ruiz de Galán.

Por Real cédula de 1537, se autorizaba a elegir Gobernador del Río de la Plata por mayoría de votos, si Mendoza no hubiera elegido lugarteniente. Como Mendoza, había designado a Ayolas y éste a u vez, había nombrado a Domingo Martínez de Irala, éste fue reconocido como gobernador y decidió despoblar el inseguro territorio del Río de la Plata, para trasladar a las personas al puerto de Asunción. A mediados de 1541, se concretó el traslado.

Desde la despoblación de Buenos Aires, los habitantes habían manifestado el anhelo de fundar una ciudad sobre las márgenes del Río Paraná. La situación de aislamiento de Asunción, hacía que los productos que llegaban desde España debieran recorrer un largo trayecto en dos etapas. Primero de Panamá a Lima, y luego de Lima a Asunción. Así, Juan de Garay, que había llegado a Asunción desde el Alto Perú en 1568, fundó Santa Fe, en su margen derecha, junta al río San Javier, a mitad de camino entre Asunción y el Río de la Plata. Nombrado Garay, gobernador interino, en ausencia del gobernador Torres de Vera y Aragón, se preocupó por realizar la segunda fundación de Buenos Aires, donde Mendoza había erigido el puerto de Buenos Aires, para continuar su propósito de “abrir puertas a la tierra”, estableciendo una ruta por el Atlántico.

Cuando se despobló Buenos Aires en 1541, hubo abandono de caballos y yeguas, los que naturalmente se multiplicaron. La apropiación de estos equinos, más la asignación de tierras aptas para el cultivo e indios para encomiendas, fue lo ofrecido para quienes estuvieran dispuestos a colaborar en la fundación. Se presentaron sesenta pobladores, que arribaron desde Asunción.

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Con sogas se realizó el trazado de la ciudad, un poco más al norte que la de Mendoza, cuya fundación se concretó el 11 de junio de 1580, bajo el nombre de Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires. En el mismo acto se designó a los regidores del Cabildo. La ciudad se fundó en nombre el rey Felipe, del adelantado difunto Don Juan Ortiz de Zárate y del licenciado Juan Torre de Vera y Aragón, su sucesor.

La ciudad fue diseñada de acuerdo a las Ordenanzas de Población de las Leyes de Indias de Felipe II, del año 1573.

La forma de la ciudad era rectangular, dividida como un tablero de ajedrez. Contaba con cincuenta manzanas, cuarenta y seis urbanas y las restantes destinadas a huertas. Las manzanas urbanas se dividían en cuatro solares, salvo las que se hallaban destinaban al Fuerte, a la Plaza Mayor, al Hospital San Martín de Tours y a los conventos.

Buenos Aires nació como puerto y pronto el nombre de la ciudad, Trinidad, fue olvidado, y comenzó a ser llamada por el nombre de su puerto: Buenos Aires. En 1583, Garay fue muerto por los indios.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

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11 de Junio

Manuel Dorrego

Coronel Manuel Dorrego (1787‐1828)

Tribuno, periodista y guerrero de la independencia argentina. Nació en Buenos Aires el 11 de junio de 1787 y fue bautizado con los nombres de Manuel Críspulo Bernabé. Fueron sus padres José Antonio Dorrego, portugués, y María de la Asunción Salas, porteña. Estudió gramática, filosofía y teología en el Colegio de San Carlos. Se lo recuerda como excelente latinista.

Del San Carlos pasó a la Universidad de San Felipe de Santiago de Chile. Cuando estalló la revolución de mayo se hallaba en dicho país ocupado en sus estudios. Allí se distinguió por su carácter altivo y su atrevido y fogoso valor, haciendo que bajo su dirección e impulso, sus condiscípulos influyesen poderosamente en el triunfo logrado el 18 de setiembre de 1810, por la revolución antimetropolitana y por su actitud, lucida y patriótica, el gobierno chileno le otorgó una medalla con esta inscripción: “Chile a su primer defensor”. Posteriormente fue premiado con el grado de capitán del batallón de “Granaderos de Chile” por su actuación en la represión del movimiento subversivo encabezado por el coronel realista Figueroa.

Volvió a su país en junio de 1811 acompañado por un contingente de reclutas chilenos. Acompañó a Saavedra en su misión al norte. Al mando de Díaz Vélez participó en el encuentro del 11 de enero de 1812, en Nazareno, donde recibió un balazo en el brazo derecho y una contusión en un pie, herida que no le impidió tomar parte con singular valentía en la acción del día siguiente, sobre el río Suipacha. Allí atravesó al frente de las guerrillas, y en el recio choque que sobrevino, Dorrego recibió una grave herida de bala en el cuello. Por su destacada actuación en estos hechos fue promovido a teniente coronel.

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Poco después se hacía cargo del mando del ejército el general Belgrano, quien comisión a Dorrego para que se trasladase a Buenos Aires a informar al Gobierno del estado del Ejército del Norte y solicitase refuerzos.

En la Batalla de Tucumán estuvo encargado de la infantería de reserva, siendo su actuación sumamente brillante y según el general Paz, “los que tuvieron los honores de la jornada fueron el teniente coronel Dorrego y el mayor Forest”. En la Batalla de Salta con su Batallón de Cazadores constituyó la primera columna de ataque a la derecha, logrando arrollar a la izquierda enemiga, siendo este éxito una de las causas preponderantes de la derrota sufrida por las tropas realistas.

A pesar de sus virtudes militares, Dorrego poseía un espíritu turbulento y juntamente con el coronel Carlos Forest se pusieron en pugna con el general en jefe, lo que obligó a Belgrano a ordenar la separación de Dorrego del mando y la formación de una causa, razón por la cual debió regresar a Jujuy cuando el ejército estaba en marcha hacia Potosí. Eso impidió que estuviera en las desastrosas actuaciones de Vilcapugio y Ayohuma. El general Belgrano dijo después de la primera de ellas que si hubiera estado presente el teniente coronel Dorrego, no hubiera sido batido el ejército patriota.

Cuando el ejército se replegó hasta Jujuy, Manuel Dorrego se incorporó nuevamente a él. Quedó a cargo de las fuerzas de avanzada que se situaron en Guachipas para alimentar una guerra de guerrillas, y con 500 nuevos soldados organizó un regimiento llamado de “Partidarios”. Al poco tiempo el general San Martín recibió el mando de aquel ejército y ordenó el repliegue de la fuerza hasta Tucumán. A fines de enero Dorrego sostuvo un combate en la Quebrada de Humahuaca contra el coronel Saturnino Castro.

A consecuencia de una discusión con San Martín, éste ordenó que fuese remitido a Santiago del Estero, a fines de febrero de 1814. Posteriormente regresó a Buenos Aires y se incorporó al ejército en operaciones en la Banda Oriental, que mandaba el general Alvear, el cual dio a Dorrego el mando de una de las divisiones. El 6 de octubre de 1814 batió completamente al caudillo Fernando Otorguez en Marmarajá, apoderándose de toda su artillería y tomando prisionero al propio caudillo con su familia. En cambio tuvo un traspié con el caudillo Rivera, quien lo derrotó en Salsipuedes en la jornada del 26 de diciembre del mismo año y en Arerunguá, el 10 de enero de 1815.

De regreso a Buenos Aires, Dorrego fue designado jefe del Regimiento 8 de Infantería, destinado a incorporarse al Ejército de los Andes. Mientras hacía todos los preparativos para su viaje a Mendoza lo sorprendió la orden de arresto del Director Pueyrredón. Esta fue motivada por un artículo que apareció en la “Crónica Argentina” del 13 de noviembre, en el cual su autor, que se creyó con fundamento fuese Dorrego, atacaba acerbamente a Pueyrredón. Una vez detenido decidieron su extradición, para ello fue embarcado en la goleta Congreso, que mandaba el capitán José Almeida, y que se hizo inmediatamente a la vela con destino a la isla de Santo Domingo. En marzo de 1817 lo embarcaron en otra goleta que lo condujo a Baltimore, Estados Unidos.

Luego de refutar victoriosamente uno a uno los cargos que le hicieron, el coronel Dorrego regresó a Buenos Aires el 6 de abril de 1820. El día 11, el gobernador Sarratea dictó un decreto declarándolo “buen servidor e inocente de falsas imputaciones”, reconociéndole su empleo militar y el derecho a percibir los sueldos correspondientes al tiempo que duró el destierro.

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En junio y julio de 1820 luchó contra el motín de Pagola y una junta electoral le dio el poder de gobernador interino. Peleó contra el chileno Carrera, Alvear y Estanislao López, y venció. Sin embargo el gobernador Martín Rodríguez lo confinó a Mendoza en marzo de 1821, sin razón aparente. Dorrego se refugió en la Banda Oriental, de donde volvió en marzo de 1823, en momentos de producirse la revolución del Dr. Gregorio Tagle contra Rivadavia. Este le dio mando de tropas y Dorrego actuó en la represión de los rebeldes.

En setiembre de 1823 fue elegido representante a la Legislatura y al año siguiente resultó reelecto. Desde su banca alegó por la causa de la Banda Oriental, contra la opresión y política portuguesa. Era ya, según el ministro norteamericano John Murria Forbes, el jefe militar del “partido patriota o popular”. En momentos en que Rivadavia se compromete con los capitalistas y financistas británicos, Dorrego aboga por una empresa de minas nacional, junto con Facundo Quiroga y Braulio Costa.

Hizo periodismo político y de estrategia nacional en las columnas de El Argentino y en El Tribuno, su órgano de lucha ideológica. En 1826 ocupó una diputación por Santiago del Estero en el Congreso Constituyente, y se convirtió en el principal tribuno del federalismo, atacando a la oligarquía portuaria. Aquí brilló en sus argumentaciones contra los principios seudo­aristocráticos de la Constitución rivadaviana.

El marcó a fuego el contenido antipopular de dicha Constitución, en la sesión de 25 de setiembre de 1826, cuando dijo: “¿Y qué es lo que resulta de aquí? Una aristocracia…. la más terrible, porque es la aristocracia del dinero. Y apuntó bien: “¿El que formará las elecciones será el Banco!”.

Al asumir el doctor Vicente López y Planes la presidencia provisional, lo nombró ministro de Marina y Relaciones Exteriores. El 12 de agosto de 1827, la Junta de Representantes lo eligió gobernador de Buenos Aires, por 31 votos. Tuvo como ministros a notables figuras del partido federal: Manuel Moreno, José María Roxas, Vicente López, Tomás Guido.

El 1 de diciembre de 1828, unas ochenta personas reunidas en la capilla de San Roque, sita en las actuales calles Defensa y Alsina de la ciudad de Buenos Aires, eligieron gobernador de la provincia homónima al general Juan Lavalle, cabeza militar del movimiento que ese mismo día, horas antes, había derrotado a Manuel Dorrego. Exprofeso decimos cabeza militar y no política, ya que el guerrero de Río Bamba fue el instrumento ideal de un nuevo episodio de guerra internacional disimulada, librado sobre el viejo frente del Este. Porque, digámoslo de una vez, el derrocamiento y fusilamiento de Dorrego, máxima figura del federalismo en ese momento, no fue otra cosa que el cumplimiento de la segunda parte de la “misión Ponsonby” en el Río de la Plata. La primera, de todos modos, estaba íntimamente ligada al motín decembrista: la creación de un Estado tapón en la margen oriental del Plata.

Todo lo dicho es fruto de la investigación histórica efectuada en las últimas décadas, sobre la figura y la acción del primer mártir federal y primera gran víctima del iluminismo argentino. Figura de una proyección nacional que ofrece pocos parangones en nuestra historia, porque, sin duda alguna, Manuel Dorrego planteó en la década rioplatense de 1820 la problemática clave de la Argentina, enfrentada en esos años a fuerzas exteriores de penetración ideológica, ya nunca más desalojadas de la vieja patria precapitalista, estoica y antiiluminista: la vieja patria con autoconciencia de soberanía, en base a un pueblo que aceptó la Revolución recién a partir de su primer caudillo, José Gervasio Artigas.

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Desde que el oriental Luis Alberto Herrera levantó entre nosotros la tapa de la gran olla donde se guardan los rastros de la “misión Ponsonby”, es mucho lo que se ha andado en cuanto al esclarecimiento de la acción diplomática y de las agresiones no bélicas desarrolladas por Gran Bretaña en esta parte de América. Imposible pasar por alto, cuando de eso se trata, el libro del canadiense H. S. Ferns, elaborado sobre testimonios documentales de fuentes inglesas, y un artículo del padre Guillermo Furlong, que ha venido a confirmar, con nombres y apellidos, la responsabilidad de quienes fueron instrumentos ideales en los trágicos episodios nacionales de diciembre de 1828. Los nombres consignados por el caballero Mandeville, que Furlong retoma en su trabajo, son los mismos, con leves variantes, indicados por otros testigos contemporáneos de los sucesos.

Se sabe, por un informe del cónsul norteamericano Forbes a su gobierno, que el movimiento contra Dorrego había trascendido el estrecho círculo de la logia política rivadaviana y era conocido, por anticipado. Enrique Pavón Pereyra incorporó un nuevo aporte reafirmativo al transcribir un fragmento de carta de Julián Espinosa al general Rivera, del 21 de noviembre de 1828, que dice lo siguiente: “La llegada de estas tropas hace recelar a alguno que van a servir para hacer una revolución contra el gobierno, de cuya revolución hace ocho días se habla públicamente; por los datos que yo tengo, no encuentro dificultad en que se verifique, mucho más si se hace militarmente. Me han asegurado que piensan poner al general Lavalle de gobernador, y que van a desconocer la Junta de la Provincia: si esto sucede vendremos a quedar gobernados por la espalda”.

Lord Posonby jugó fríamente su partida contra Dorrego, cuya caída aguaitaba “con placer” (según su propia confesión), y la ganó en la oportunidad propicia. Por su parte, el jefe del federalismo jugó todas las cartas, buscando alianzas americanas para doblegar al imperio del Brasil y por lo menos postergar la independencia definitiva de la Provincia Oriental: intentó el apoyo de Simón Bolívar, promovió la rebelión de los republicanos brasileños y reclamó la presencia del general San Martín para evitar la desmoralización que preveía del ejército en operaciones. No contó, lamentablemente, en su frente interno con toda la colaboración y el sentido nacional que hubiesen sido necesarios para librar contienda contra el grupo rivadaviano (Del Carril, los Varela y varios sacerdotes).

San Martín respondió al llamado, ciertamente, pero llegó a destiempo, después de 76 días de navegación. El Libertador partió de Falmouth, a bordo del “Chichester”, el 21 de noviembre de 1828, y al llegar a Río de Janeiro, en enero de 1829, tuvo conocimiento del golpe de Lavalle. El 5 de febrero arribó a Montevideo y en esta ciudad supo lo del fusilamiento de Dorrego, según lo contó él mismo al coronel Manuel de Olazábal. Lavalle le hizo llegar a bordo ofrecimientos diversos, a condición de que apuntalara la situación política, que ya se tornaba insoportable para el gobernador de facto. Pero el Libertador no lo escuchó.

La Argentina empezaba a erizarse de lanzas federales y la anarquía prendía sus fuegos. En la tarde del 12 de febrero, el barco levó anclas en Buenos Aires, rumbo a Montevideo, y esa fue la última vez que el Libertador contempló las orillas de su patria, que no le daba gozos ni descansos.

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El pueblo cantó al inolvidable caudillo y pensador federal:

Cielito y cielo enlutado

por la muerte de Dorrego,

enlútense las provincias,

lloren cantando este cielo

Cielo, mi cielo sereno

nunca más pompa se vio

que el día en que Buenos Aires

a Dorrego funeró.

Arrebatada la soberanía popular y consumado el crimen político, el 13 de diciembre, sólo un hombre de mano fuerte y de orden podía devolver las cosas a su quicio. Pocos meses después ese hombre iba a entrar en escena. Era un hermano de leche de Lavalle. Se llamaba Juan Manuel de Rosas.

Fuente

Turone, Gabriel O. – Coronel Manuel Dorrego (2007).

Chávez, Fermín – Iconografía de Rosas y de la Federación.

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).

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11 de Junio

Combate de Los Pozos

Combate de Los Pozos – 11 de junio de 1826

En 1825 el gobierno del Imperio del Brasil tras alegar que las Provincias Unidas del Río de la Plata apoyaron el desembarco de los Treinta y Tres Orientales, reforzó sus tropas en la Provincia Oriental y declaró bloqueados todos los puertos de las Provincias Unidas. Consecuentemente el 4 de noviembre de 1825 el general Juan Gregorio de Las Heras declaró rotas las relaciones diplomáticas con el Brasil y acto seguido el Imperio declaró la guerra, el 10 de diciembre de 1825, la cual duró tres años.

Por su parte el gobierno de Buenos Aires reconcentró en la costa del Uruguay un cuerpo de ejército a las órdenes del general Martín Rodríguez; hizo construir algunas baterías sobre el Paraná bajo la dirección del mayor Martiniano Chilavert, y confió al coronel Guillermo Brown el mando de una corta flotilla, la cual se aumentó algunos meses después por una suscripción de los ciudadanos pudientes. (1) Esta última medida era tanto más urgente por cuanto el Imperio dominaba los ríos de la Plata, Uruguay y Paraná, por haber fortificado la Colonia y Martín García y porque hacía efectivo el bloqueo con una escuadra poderosa.

Y mientras la atención se contraía a lo largo de los ríos que limitaban por el lado argentino lo que, según todas las probabilidades, sería el teatro de la guerra, el Imperio preparaba una invasión por la costa sur de Buenos Aires y trabajaba en su favor el ánimo de algunos caciques de los indios que permanecían en son de guerra desde la última expedición del general Rodríguez. Apercibido de ello el gobierno se apresuró a conjugar ese doble peligro que podría reducir el territorio de Buenos Aires a los extremos más difíciles.

Al efecto el ministro García llamó al coronel Juan Manuel de Rosas y le manifestó que el gobierno tenía las pruebas de que los imperiales querían apoderarse de Bahía Blanca y de Patagones para concitar a los indios a que penetrasen en Buenos Aires y obligar al gobierno a distraer hombres y recursos. Que en vista de esto, el gobierno le ordenaba se trasladase a la costa sur, se valiese de su influencia sobre los caciques para impedir que se aliasen con los imperiales y pusiese en estado de defensa aquellos dos puntos amenazados. Esta comisión era tan importante como urgente, pues las autoridades de Patagones acababan de apresar a cuatro oficiales imperiales que habían bajado de una corbeta surta en ese puerto.

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El gobierno había encomendado poco antes a Rosas el negociado pacífico con los indios, y nombrándolo enseguida en unión del coronel Juan Lavalle y de Felipe Senillosa para que midiesen la nueva línea de fronteras. Terminado el encargo de estos últimos, Rosas continuó en la negociación con los indios hasta que en virtud de las circunstancias apremiantes que el gobierno ponía de manifiesto, envió algunos indios y a dos indias de cuyos hijos él era padrino, para que invitasen a los caciques Pampas, Tehuelches y Ranqueles a un gran parlamento que tendría lugar más allá del Tandil, y muy principalmente a los caciques Chañil, Cachul y Lincon que se obstinaban hasta entonces en no aceptar ningún arreglo. No sin vencer grandes dificultades tuvo lugar el parlamento, con asistencia de los caciques nombrados, bajo la fe del compromiso personal que Rosas contrajera de que había de cumplirse lo que estipularan. Rosas se dirigió solo al campamento de los indios y arregló allí la fijación de la línea de frontera, comprometiéndose aquéllos a permanecer en paz con el gobierno. (2)

Seguro que estos caciques no moverían sus toldos (que no los movieron durante la guerra con el Brasil), Rosas se concentró entonces en defender los puntos amenazados. Engrosó con 200 hombres los piquetes de voluntarios y de blandengues que al mando del capitán Molina guarnecían Patagones. Reforzó la batería de la costa con cuatro cañones bien dotados. Sitió cerca de ese punto varios toldos de indios amigos, y puso estas fuerzas a las órdenes del coronel Francisco Sosa. Con ellas y con las que comandaba el coronel Estorba en Bahía Blanca, y alejado el peligro de que los indios se entendiesen con los imperiales, era muy difícil que éstos pudieran penetrar con ventaja por esa costa.

Los imperiales sufrieron, en efecto, un ruidoso fracaso. Durante la noche desembarcaron como 700 hombres en la costa entre Bahía Blanca y Patagones, con el intento de sorprender la guarnición de este último punto. Los sintió Luis Molina, antiguo soldado de San Martín y hombre de valer entre los indios, como que a sus aventuras en la vida del desierto, unía la circunstancia de ser casado con la hija del cacique Neukapan, uno de los que Ramos Mejía había reducido en Kaquel. Este y el coronel Sosa diseminaron sus fuerzas formando un extenso semicírculo en la costa escarpada y crespa de totorales, cangrejales, etc., y antes de venir el día le prendieron fuego al campo. Los imperiales fueron presa de las llamas y los que se salvaron de éstas, o murieron a manos de los republicanos, o fueron hechos prisioneros. El capitán Juan Bautista Thorne completó este suceso apoderándose con su bergantín de la corbeta Icapavari, cuya tripulación había bajado a tierra para asegurar más el éxito de la invasión.

Los imperiales no fueron por entonces más felices en los ríos, con ser que se pretendían dueños del Plata y sus afluentes. En los últimos días de mayo de 1826 el bergantín argentino Balcarce, las goletas Sarandí, Pepa y Río, dos cañoneras y dos transportes, se habían abierto paso hasta Las Conchillas desembarcando allí fuerzas del ejército de operaciones. Para vengar este fracaso, la escuadra imperial, compuesta de 30 buques, se acercó en el mediodía del 11 de junio a Los Pozos, donde estaba fondeada parte de la flota argentina, a saber: cuatro buques de cruz y siete cañoneras. El almirante Guillermo Brown las recibió con un fuego bien sostenido. Después de quince minutos los barcos imperiales viraron en vuelta del sur. Diez mil espectadores presenciaron este combate desde la rada de Buenos Aires, hasta la tarde en que incorporándose a Brown los buques que regresaban de la Banda Oriental, los imperiales se pusieron fuera del tiro del cañón.

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Estas ventajas navales contrastaban con la inercia en que permanecía el ejército imperial. Otro tanto pasaba en el ejército argentino, bien que esto se atribuía a últimos arreglos que hacía el general Las Heras para ir a mandarlo en jefe. Y quizá por esto renunció el gobierno provisorio que desempeñaba, e insistió en su renuncia encareciéndole al Congreso que estableciese el ejecutivo nacional permanente. En la necesidad de sustituir al general Las Heras, el Congreso creó por ley del 6 de febrero de 1826 el Poder Ejecutivo y por unanimidad menos tres de sus miembros nombró a Bernardino Rivadavia presidente de las Provincias Unidas.

Juan Cruz Varela cantaba así el combate de Los Pozos:

¡Pero Brown está en ellas!

Pocos somos, amigos

Más la bandera

Que nunca al viento se tendió sin gloria,

Hoy como en otros días

La mano la clavó de la victoria

Aquí en el mástil de las naves mías

Referencias

1) Esta suscripción a la Empresa naval era, o con calidad de reembolso, o gratuitamente. El boleto Nº 451 (conservado por Adolfo Saldías) acredita que el entonces coronel Juan Manuel de Rosas se suscribió gratuitamente con 500 pesos.

2) En esas circunstancias se había desarrollado la viruela en algunas tribus. Como resistieran la vacuna, Rosas citó ex profeso a los caciques con sus tribus y se hizo vacunar él mismo. Bastó esto para que los indios en tropel estirasen el brazo, de manera que en menos de un mes recibieron casi todos el virus

Fuente

Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina

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11 de Junio

Juan Agustín Maza

Dr. Juan Agustín Maza (1784‐1830)

Nació en la ciudad de Mendoza el 4 de mayo de 1794, siendo sus padres, el teniente coronel de milicias urbanas Isidro Sáenz de la Maza, y Petronila Sotomayor. Cursó estudios primarios en su ciudad natal, pasando después a la Universidad de Santiago de Chile, para seguir los de abogado, graduándose en derecho el 24 de enero de 1807. Culto, inteligente, de carácter elevado y filantrópico, poseía hermosas dotes oratorias y otras calidades descollantes que pronto le dieron autoridad moral en su Provincia, prestigio merecido que haría conocer su nombre en todo el país. El 21 de marzo de 1810, la Real Audiencia le otorgaba el título de abogado.

Al estallar la revolución de Mayo, el Dr. Maza fue uno de sus más decididos campeones en su provincia para derramar las nuevas ideas en el pueblo mendocino, siendo el de su Capital uno de los que más fervor patriótico reveló en aquella emergencia, en la que pronunció un fogoso discurso que enardeció los espíritus y le valió a Maza una demostración popular sin precedentes.

Formando parte del Cabildo en 1815, tuvo en el Dr. Maza el entonces coronel José de San Martín, uno de los más decididos colaboradores para la formación del Ejército de los Andes. Poco después era designado diputado por Mendoza al Congreso de Tucumán, siendo allí, en el Magno Cuerpo Legislativo de la Patria, uno de los más decididos sostenedores de la idea de la declaratoria de la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Lo acompañaron en su gestión representativa por la entonces Provincia de Cuyo, el general Juan Martín de Pueyrredón, Francisco Narciso Laprida, Tomás Godoy Cruz y fray Justo Santa María de Oro.

Se encontraba radicado en Mendoza cuando a fines de 1822, la escasez de numerario producía grandes trastornos en el comercio, llegando hasta el extremo de abusarse escandalosamente de la falsificación de la moneda cortada española de la época colonial. Pedro Molina, gobernador a la sazón, se decidió a establecer por ley de la Asamblea Provincial, un cuño para amonedar pesetas y cuartos de plata. Este cuño había sido abierto sin ninguna garantía contra la falsificación de la moneda anterior, por lo que la Legislatura se propuso emplear en la acuñación un tipo difícil de imitar por los falsificadores, sancionado el 5 de julio de 1822, que se batiese de moneda de oro y plata

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de cordón, en lugar de cortada, pero esta ley no tuvo efecto por los muchos gastos que requería su ejecución.

Entre tanto la crisis monetaria iba en aumento, y el 29 de abril de 1824, el Dr. Maza fue uno de los vecinos que encabezaron la junta popular que se presentó al Cabildo pidiendo la separación inmediata del mando del gobernador Molina, a consecuencia del deplorable estado a que había conducido a la provincia, pronunciando en aquella ocasión un discurso elocuente para probar la conveniencia de organizar al poder Ejecutivo bajo la forma de un triunvirato, el que fue organizado con el propio Dr. Maza, Buenaventura Aragón y Juan Agustín Videla.

El Dr. Maza en aquella oportunidad fue levantado en hombros y conducido así a su casa, siendo tradicional que el pueblo de Mendoza no ha rendido ovación más clamorosa, espléndida y espontánea, fuera de la tributada al vencedor de Chacabuco y Maipú.

Pero el triunvirato sólo duró un día, pues Molina sostenido en la mayoría de su partido, en la Legislatura y en el Cabildo, presentó su renuncia al día siguiente, pero ésta no le fue aceptada, y el Dr. Maza, habiendo manifestado a la Sala de Representantes que no habiendo sido legalizado su nombramiento, hacía dimisión de él.

Cuando en 1825, el Congreso Nacional requirió la opinión de las provincias sobre la forma de gobierno que más deseaba, el Dr. Maza formó parte de la comisión que la Legislatura encargó para presentarle el proyecto que había sancionado el 25 de octubre, en el que constaba “que la provincia de Mendoza se pronunciaba por la forma federal de gobierno, semejante a la que rige tan prósperamente en los Estados Unidos de la América del Norte y con las modificaciones que el Congreso estimara convenientes a la naturaleza y estado de las provincias”. El 2 de octubre de 1829 fue nombrado ministro del gobierno de José Clemente Benegas, cargo que ejerció con acierto.

El Dr. Juan Agustín Maza fue una de las víctimas inmoladas por los indios en la tragedia del Chacay, en junio de 1830; el gobernador Juan Corvalán que había sido derrocado primeramente por el coronel Juan Agustín Moyano y después por el coronel José Videla Castillo, huyó a refugiarse entre los indios del sur, reunidos a las fuerzas del cuadrillero Pincheira, el famoso bandolero español, transformado en cacique. Lo acompañaba el Dr. Maza, el coronel José Aldao y otros personajes, los que creyendo a los indios sus amigos, se refugiaron en la tribu del cacique Coleto. Los bárbaros hicieron una verdadera masacre el día 11 del mes de referencia, en la que halló la muerte el Dr. Maza con sus compañeros de infortunio.

Un año después, en 1831, el gobierno de Mendoza hizo trasladar los restos de las víctimas del Chacay al cementerio de Mendoza, siendo enterrados todos juntos, pero no se conoce el lugar exacto donde se realizó la operación.

El Dr. Maza, por su ilustración y competencia, en 1821 fue designado para ocupar una cátedra de jurisprudencia en el Colegio de la Santísima Trinidad.

Había contraído matrimonio con Lorenza Moyano.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

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11 de Junio

Juan Reje Corvalán

Juan Reje Corvalán (1790‐1830)

Nació en Mendoza alrededor de 1790, siendo sus padres Francisco de la Borja Corvalán y María del Carmen Rosas. Descendía de Felipe Reje Corvalán que fue gobernador del Paraguay en 1671. Desempeñó cargos municipales en su ciudad natal y cuando estalló el movimiento emancipador, también prestó servicios militares; el 15 de diciembre de 1812 le fueron extendidos despachos de teniente de la 1ª Compañía de Cívicos Blancos de Mendoza por el gobierno de Buenos Aires; documento del cual se tomó razón en la Aduana de aquella ciudad el 1º de febrero de 1813. El 9 de octubre de 1815 pasó a revistar como ayudante mayor del Cuerpo Cívico de Infantería, y el 16 de enero de 1816 ascendió a capitán de la 5ª Compañía del Batallón de Cívicos Blancos; pasando el 4 de marzo del mismo año a mandar la 4ª Compañía del Batallón de Cívicos Pardos, cuyos despachos le fueron extendidos por el gobierno de Buenos Aires de los que se tomó razón en la Aduana de Mendoza el 23 de marzo de igual año. En este último cuerpo Corvalán desempeñó funciones de sargento mayor interino.

Servía aún en dicho Batallón el 17 de abril de 1820, fecha en que solicitó en Mendoza una certificación de sus servicios, que le expidieron: el comandante de Cívicos, teniente coronel Pedro Molina, el día 20 del mismo mes; y el comandante de Pardos y Morenos, teniente coronel de ejército Manuel Corvalán, el día 30 del precitado mes y año.

Por varios períodos representó a su partido (federal) en la Legislatura y en 1826 desempeñó la presidencia de este cuerpo, época en que por ausencia del gobernador propietario le correspondió regir interinamente los destinos de Mendoza. Poco después fue elegido gobernador titular, realizando un gobierno pacífico hasta el 10 de agosto de 1829, en que lo derrocó el movimiento encabezado por el coronel Juan Agustín Moyano. Encendida la guerra civil y triunfante el partido de Corvalán gracias al apoyo de los Aldao, el 23 de setiembre del mismo año fue repuesto en el mando.

Bajo su administración fue rechazada la constitución unitaria sancionada el 24 de diciembre de 1826, y en réplica a ella, formó una confederación –que involucraba a la vez una liga ofensiva y defensiva­ constituida por las provincias de Mendoza, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Santiago del Estero, la Rioja, Salta, San Juan y San

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Luis, en conformidad con el pensamiento del coronel Manuel Dorrego, jefe del federalismo.

Las agitaciones locales, impidieron a Corvalán hacer un gobierno de progreso y orden, realizando, sin embargo, mejoras de carácter administrativo. Hallándose ausente de Mendoza por motivos de servicio público, su delegado, Pedro Molina, fue derrocado el 8 de abril de 1830 por un movimiento popular, producido por la noticia de la aproximación de los coroneles Santiago Albarracín y Luis Videla al Cantón de El Retamo, con fuerzas procedentes de Córdoba, pertenecientes al ejército del general Paz, vencedor de Oncativo. Lo reemplazó el día 10, Godoy Cruz.

El gobernador Corvalán, con algunos de sus parciales, tomó rumbo sur, avanzando hasta Malargüe, mientras el coronel José Aldao se quedó sobre las costas del Salado con las fuerzas que llevaba. Se puso en contacto con los comisionados de Pincheira, cuya alianza buscaba Corvalán para tratar de recuperar el poder. Llegado al campo de Chacay, el 10 de junio, al avistarse una columna de indios, el gobernador Corvalán levantó su campamento y se puso en marcha a Pichichacay, donde se alojó con el designio de reunir las caballadas, mulas y ganados de los particulares que andaban en la división. A las dos de la tarde de este día, los indios se pusieron a correr la caballada de Aldao, y le arrebataron una parte considerable, lo que exasperó a éste. El día 11 los caciques mandaron al capitán Gatica con un mensaje, para exponerle que sentían infinito lo que había acontecido el día anterior y que para prueba de esto suplicaban a Corvalán, Aldao y toda su comitiva, se dignasen pasar a su campamento para darles una completa satisfacción, castigando a su presencia los indios y devolviéndoles la caballada. El capitán Gatica aconsejó a Aldao que de ningún modo moviese su campo, porque los infieles entrarían en desconfianza por sus operaciones, pero no fue escuchado y se puso en movimiento en dirección a San Rafael. Por las nuevas instancias que le formularon los caciques se trasladó al campamento de éstos, el coronel Aldao, Corvalán, su comitiva y algunos jefes y oficiales. Al llegar, encontraron a los indios formados en batalla; inmediatamente dijeron a Aldao que contase el número de estos últimos, y habiendo empezado a verificarlo, al llegar a la mitad de la línea, recorrieron por sus flancos y formaron un círculo, encerrando en él a la comitiva; el cacique Coleto dio la señal de cargarlos, siendo el primero en dar un golpe mortal sobre Felipe Videla, y consecutivamente fueron asesinados: Juan Corvalán, Gabino García, Dr. Juan Agustín Maza, Juan Francisco Gutiérrez, coronel Aldao, coronel Gregorio Rosas, comandante de escuadrón José Gregorio Soto, José Hilarnes y 20 o 30 hombres más individuos de tropa. El ayudante mayor Juan Saavedra, herido de 2 lanzazos, logró salir del campo, pero fue a caer sobre el campo de Pincheira, donde murió al día siguiente (12 de junio).

El 15 de julio de 1831 el gobierno de Mendoza dispuso el traslado de las cenizas de aquellos mártires a la Capital, donde fueron enterrados el 17 de agosto del mismo año colocándoseles un obelisco con la inscripción: “La Patria en testimonio de su gratitud a la ilustre memoria de los mártires de la libertad en el Chacay”. Juan de Rosas fue el comisionado para el cumplimiento de aquel piadoso deber, y el 5 de setiembre de 1831 informaba a la Superioridad haber cumplimentado su mandato.

Juan Reje Corvalán contrajo matrimonio en Mendoza, el 18 de diciembre de 1816, con Manuela Rosas, mendocina, hija de Javier Rosas y de Mercedes Correas. La viuda de Corvalán sobrevivió a su esposo hasta fines de 1866, en que falleció en su ciudad natal.

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Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Yaben, jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).

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11 de Junio

José Ignacio Garmendia

Nació en Buenos Aires el 9 de marzo de 1841, siendo sus padres José Ignacio de Garmendia y Alurralde, y Manuela Suárez y Lastra. Se educó en su ciudad natal, siguiendo los estudios superiores en el Colegio de San Carlos hasta el año 1859, en que con motivo del estallido de la guerra entre la Confederación y el Estado de Buenos Aires, se enroló como soldado en el 1er Batallón del 1er Regimiento de la Guardia Nacional de esta ciudad, con fecha 1º de junio de aquel año; marchando de inmediato (el 4 de julio) a la isla de Martín García, a formar parte de la compañía del capitán Héctor Varela. Allí permaneció dos meses, al cabo de los cuales regresó a esta Capital, recibiendo los despachos de subteniente de bandera del Batallón 2º de Guardias Nacionales que mandaba el comandante Emilio Castro.

Pocos días después marchó a San Nicolás, donde permaneció hasta que se dio la batalla de Cepeda, tomando parte Garmendia en el último acto de la retirada por haber salido su batallón a proteger esta operación. Asistió al combate naval librado el 25 de octubre de 1859 frente a San Nicolás, y también a la defensa de esta ciudad en el corto sitio a que la sometió el general Urquiza hasta el tratado del 11 de noviembre.

El 28 de julio de 1861 ascendió a teniente 2º, y poco después fue destacado de guarnición a un buque de la escuadra, a cargo del comandante Mazzini, con el cual se

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dirigió a San Nicolás de los Arroyos en observación de las fuerzas navales de la Confederación. Tiempo después bajó a Buenos Aires y marchó a incorporarse a su batallón que se hallaba en Villa Mercedes, con el cual se reunió en Rojas al ejército de operaciones, asistiendo a la batalla de Pavón, el 17 de setiembre de igual año, siempre a las órdenes de Emilio Castro. En la noche de aquella jornada, el teniente Garmendia fue destacado con 6 hombres de avanzada sobre el flanco de la estancia de Palacios, donde tuvo lugar un tiroteo con un destacamento enemigo, tomando varios prisioneros.

Más tarde tomó parte en la retirada del ejército hacia San Nicolás, y en la operación que desde este punto inició a Pergamino, marcha que fue hostilizada por las fuerzas del general Urquiza. Desde este punto marchó con el general Venancio Flores a incorporarse al grueso del ejército, que concentrado, marchó enseguida a Rosario. Terminada la campaña, regresó a Buenos Aires en enero de 1862.

En 1864 fue nombrado oficial de la Legación Argentina en Montevideo y Río de Janeiro, con el ministro Mármol, y al año siguiente, al estallar la guerra con el Paraguay, renunció el puesto que desempeñaba que le aseguraba una hermosa carrera que se adaptaba a su temperamento social, para incorporarse como capitán de la 1ª compañía del 1er Batallón de la División “Buenos Aires”, el 14 de mayo de 1865.

En la campaña del Paraguay fue actor en las siguientes operaciones, combates y batallas:

Marcha concéntrica de Concordia al Paso de la Patria; pasaje del río Paraná el 16 y 17 de abril de 1866; en un reconocimiento con su compañía a las órdenes del coronel Miguel Martínez de Hoz, sobre el frente de nuestro campamento en Itapirú, el día 20 del mismo mes; batalla de Tuyutí, el 24 de igual mes; demostración a la derecha del Palmar, el 18 de julio del mismo año; movimiento envolvente sobre Tuyú‐Cué, en julio de 1867; combate de avanzadas en este punto, frente al Angulo, a las órdenes del coronel Azcona, en el mismo mes y año; en una sorpresa, en la avanzada de Tuyú‐Cué, que tuvo lugar en el momento de la descubierta que efectuaba el comandante Acosta; en un encuentro de avanzadas en el mismo punto, a las órdenes del comandante Gaspar Campos, que se hallaba de jefe de día; en el sitio, bombardeo y reconocimiento de Humaitá; y en un combate de avanzada frente a esta fortaleza, a las órdenes del coronel Donato Alvarez. Refiriéndose a este hecho de armas, este Jefe, en un informe

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sobre los servicios del en aquella época coronel Garmendia, dice: “El Sr. Coronel D. José Ignacio Garmendia se encontró en el combate parcial que tuvo lugar frente a Humaitá el 14 de julio de 1868; el Regimiento General San Martín a mis órdenes, contra las fuerzas que guarnecían las fortificaciones de Humaitá. El teniente coronel entonces –prosigue Alvarez‐ D. José Ignacio Garmendia fue mencionado en el parte oficial que elevé al General en Jefe del Ejército, por su brillante comportación en aquel sangriento combate, y aparte de esto, fue saludado por los S. S. oficiales del Regimiento mencionado por la serenidad del comandante Garmendia en lo más recio de la pelea. Es cuanto tengo que informar a V. S. al respecto. – Buenos Aires, noviembre 18 de 1867 – Donato Alvarez”.

Por su valerosa comportación en tan rudo batallar, Garmendia fue ascendido a sargento mayor el 10 de junio de 1867, con antigüedad de 1º de abril del mismo; y a teniente coronel, el 1º de febrero de 1868.

Se halló en la batalla de las Lomas Valentinas, el 27 de diciembre de este último año, siendo mencionado en el parte oficial por el coronel Olmedo. En esta acción de guerra se distinguió cargando valientemente a la bayoneta con su batallón, el del coronel José María Morales y el del comandante Piñero, y poniendo en precipitada fuga al enemigo que había rodeado y tenía en situación crítica las fuerzas del coronel Olmedo.

En el sitio y rendición de la Angostura, el 30 del mismo mes de diciembre, siempre al mando de su batallón, cargo que ejercía desde el asalto de Curupaytí, fue nombrado comisario argentino para el reparto de los trofeos allí conquistados. El teniente general Luis María Campos en una certificación de servicios fechada el 2 de diciembre de 1887, refiriéndose a esta comisión de Garmendia, dice “…Recuerdo que yo mismo fui a visitarlo, estando aún herido a consecuencia de la batalla de las Lomas Valentinas, cuando Garmendia trataba de convencer al comisario brasilero que a los argentinos le tocaba el gran cañón “El criollo”, que está en nuestro parque; así como a los brasileños ya se le había adjudicado “El Cristiano”, otro gran cañón que tomamos en Humaitá”.

Fue entonces atacado gravemente por el cólera, y como se resistiese Garmendia por delicadeza militar, bajar a la Capital, el Gobierno dispuso cumpliese de inmediato este requisito indispensable para su pronta cura, como lo acredita el siguiente documento:

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“Guazú Virá, Julio 3 de 1869 – Al señor teniente coronel D. José Ignacio Garmendia. En nota de fecha 10 de junio ppdo., dirigida a S. E. el señor General en Jefe, dice el Ministerio lo siguiente: Teniendo conocimiento este Ministerio que el teniente coronel D. José Ignacio Garmendia se halla enfermo en la Asunción, sin querer bajar a ésta por motivos de delicadeza, tengo el honor de dirigirme a V. S. a fin de que disponga lo conveniente para que este jefe sea conducido a esta Capital, a seguir su curación. Dios guarde a V. E. – M. de Gainza”.

“Cumplida la orden de transmitir a Ud. esta nota del Excmo. señor Ministro, réstame sólo agregar que consultando su pronto restablecimiento, y en el interés de que se encuentra Ud. en aptitud de volver pronto a prestar al Ejército el valioso contingente de sus servicios, aconsejo a Ud. se traslade a Buenos Aires. Dios guarde a Ud. – Julio de Vedia”.

Después de cumplimentar aquella orden, bajó a esta Capital y apenas mejorado, regresó a la zona de guerra, a pesar de su salud quebrantada, a continuar la campaña y asistir a ésta hasta su total terminación. Regresó a Buenos Aires a comienzos de 1870 y con fecha 25 de abril de este mismo año le fueron extendidos despachos de teniente coronel de infantería de línea, siendo nombrado jefe del Batallón Provincial.

A principios del mes de referencia, fue enviado por el presidente Sarmiento a las islas del río Uruguay, donde apresó 100 ciudadanos orientales, que a las órdenes del coronel Ferrer intentaban invadir el Estado Oriental. A fines del mismo mes de abril, con motivo de le rebelión jordanista, marchó con el batallón de su mando y desembarcó en Gualeguaychú, donde se incorporó al ejército que organizaba el general Emilio Mitre, el que debía abrir las operaciones desde aquel punto, siendo actor de casi todos los hechos en que intervinieron aquellas fuerzas. Desde la estancia de Comas fue enviado Garmendia a la ciudad de Paraná, donde se hallaba sitiado por los revolucionarios el coronel Francisco Borges, entre cuyas fuerzas se contaba el Batallón “Goya”, a las órdenes del coronel Plácido Martínez.

Después de algunas marchas forzadas, penetró en aquella ciudad, donde asistió a varias salidas; una hasta los corrales de Abasto, donde tuvo lugar una escaramuza contra fuerzas enemigas; siendo en todas rechazado el enemigo. Una de estas salidas fue mandada por Borges y otra por el comandante Julio A. Roca. Posteriormente, Garmendia fue enviado a reforzar la guarnición de Gualeguaychú. Era jefe de esta

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plaza, el teniente coronel Reinaldo Villar, quien en informe fechado el 8 de diciembre de 1886, dice:

“Durante el tiempo que el comandante Garmendia permaneció en Gualeguaychú, este jefe fue objeto de las mayores distinciones, tanto del pueblo como de sus compañeros de armas, pues su conducta, como la disciplina de su tropa, fueron dignas de la fama que precedía a tan distinguido Jefe”.

Terminada la campaña con la destrucción de las montoneras de López Jordán, Garmendia regresó a Buenos Aires, desempeñando siempre las funciones de jefe del “Batallón Provincial”; ejerciendo por dos veces consecutivas el cargo de diputado por la provincia de referencia.

En mayo de 1872 marchó a la frontera del Oeste, donde permaneció hasta el mes de junio del año siguiente. Durante este tiempo hizo una expedición con el coronel Hilario Lagos hasta “Las Tunas”; como prueba de la estimación que Garmendia tenía entre el vecindario del 9 de Julio, los vecinos le facilitaron los caballos con que realizó la operación.

Cuando tuvo lugar en octubre de 1872 la gran invasión a la “Tapera de Díaz”, marchó desde el partido 9 de Julio con 40 hombres de su batallón, y después de 24 horas de marcha, sin descanso, logró incorporarse en el campo de batalla a las fuerzas del coronel Borges, quien batió a los indios en el lugar denominado “Bayanca”, siendo recomendado en el parte de este Jefe por su llegada oportuna al lugar de la lucha.

En enero de 1873, poco después de aquel hecho de armas, Garmendia quedó encargado de la Frontera del Oeste, cuando el titular, coronel Hilario Lagos, realizó su expedición a los toldos de Pincén. Más tarde fue enviado a los toldos de Coliqueo, donde permaneció hasta junio del mismo año, construyendo allí un campo atrincherado para defenderse de los salvajes. En la última fecha citada bajó a Buenos Aires, dejando en la frontera la mitad del Batallón Provincial. Remontó de nuevo este cuerpo y marchó con él a la segunda guerra civil que acababa de estallar en la provincia de Entre Ríos, nuevamente encabezada por López Jordán.

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En junio de 1873 marchó al pueblo de Concepción del Uruguay, cuya guarnición estaba a las órdenes del coronel Luciano González, siendo nombrado Garmendia 2º jefe de la plaza, cuya defensa organizó, según consta de las órdenes generales impartidas y otros documentos. El 15 de octubre del mismo año, el comandante militar de aquel punto comunicaba a la Autoridad Superior, que al emprender una expedición a Gualeguaychú, dejaba el mando de la guarnición del Uruguay al teniente coronel Garmendia. Con el batallón a sus órdenes, este Jefe se embarcó el 29 de diciembre de igual año, en aquel puerto, de regreso a Buenos Aires, realizando el viaje en el vapor de guerra “Coronel Espora”; por habérselo así ordenado el gobernador de la última provincia nombrada en virtud de órdenes superiores recibidas al efecto.

Cuando estalló la revolución del 24 de setiembre de 1874, el comandante Garmendia actuó en la campaña realizada para dominarla, en clase de Jefe del Estado Mayor del Ejército del Sud, al mando del coronel Julio Campos; habiendo sido organizadas aquellas fuerzas sobre la base del aguerrido Batallón Provincial, cuya brillante comportación en las distintas campañas a que asistió está perfectamente señalada por la documentación existente. El 11 de setiembre del mismo año, Garmendia solicitó permiso al Gobierno Nacional para aceptar el empleo de coronel de las milicias bonaerenses, lo que le fue concedido el día 16 del mismo mes. Por decreto del 18 de diciembre de igual año, el coronel Garmendia fue nombrado Fiscal del Consejo de Guerra encargado de juzgar al general Mitre y demás jefes revolucionarios en la provincia de Buenos Aires.

En julio de 1875, durante el amago de una invasión a la Frontera del Oeste, fue designado por el Ministro de la Guerra, Dr. Alsina, comandante en jefe de las fuerzas de reserva que se encontraban en 9 de Julio, compuestas del Batallón Provincial y milicias de este punto, Bragado y otros partidos; recibiendo del expresado Ministro instrucciones al respecto, quien otorgó tal nombramiento al coronel Garmendia por despacho telegráfico. En diciembre del mismo año, cuando la sublevación de la tribu de Catriel, marchó desde la Verde con su cuerpo hasta San Carlos y estableció más tarde su campamento en la Verde.

El 5 de abril de 1876 dispuso el Ministro de la Guerra que pasase a revistar en la P. M. D. mientras sirviese a órdenes del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. El 11 de marzo del año anterior había sido nombrado para integrar la Comisión encargada de proyectar el Colegio Militar. Desde el 9 de setiembre de 1875 volvió a quedar a disposición del gobierno bonaerense, por haber quedado sin efecto la movilización

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ordenada por el Poder Ejecutivo Nacional. El 30 de abril del mismo año había sido nombrado para la Comisión distribuidora de los premios de la guerra del Paraguay.

El 19 de febrero de 1876 fue nombrado Jefe de la Frontera del Oeste de la provincia de Buenos Aires. En octubre del mismo año, marchó desde Chivilcoy a 9 de Julio, a consecuencia del anuncio de una invasión, y por telegrama del Ministro Dr. Alsina, fue designado con fecha 6 de aquel mes, comandante en jefe de las fuerzas de operaciones al Oeste.

El coronel Garmendia llegó a 9 de Julio el 8 de octubre, en momentos en que tenía lugar la invasión; como tuviera pocos caballos, apenas pudo hacer montar a una compañía, con la que batió a los salvajes que habían entrado en 9 de Julio; haciendo igual cosa el comandante Díaz, que con el resto del Batallón salió un poco más tarde.

Al anochecer, después de haber marchado más de 15 leguas persiguiendo a la indiada y quitándoles los arreos, se unieron las dos fuerzas del “Provincial” y penetraron en el Fuerte General Paz, que estaba sitiado por los indios. No dando ya más los caballos, se dio descanso marchando al otro día con 150 hombres del Provincial y 50 vecinos y soldados del Fuerte, sobre los salvajes, que fueron alcanzados en la Laguna del Cardón, donde rodearon la columna y la hostilizaron con sus tiradores fuertemente, quemando el campo y atacándola ocultos por el humo, pero fueron rechazados, batidos y perseguidos durante todo el día hasta dos leguas más allá de Quemú‐Quemú, punto en el cual fueron nuevamente alcanzados y dispersados completamente a las 8 de la noche.

Al regresar la columna el día 11 a la altura de la Laguna del Cardón, batió de nuevo a otro malón, que encabezado por el cacique Pincén, había penetrado hasta la Tapera de Díaz, y que salía cargado con el botín que habían robado.

Durante estos tres días de penosas marchas le fueron quitados a los indios todo el arreo que llevaban y salvando el pueblo de 9 de Julio de una ruina completa. Esta invasión fue dirigida por Alvarito Rumay y Pincén; Rumay penetró en 9 de Julio y Pincén en la Tapera de Díaz.

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Por su brillante comportamiento en esta campaña, el coronel Garmendia recibió honrosas felicitaciones del presidente Avellaneda, del ministro Dr. Alsina, y del coronel Luis María Campos, Inspector y Comandante General de Armas en aquella época; así como también le fue regalada una espada de honor por el Poder Ejecutivo de la provincia de Buenos Aires.

En los partes de aquellas operaciones se detallan todos los acaecimientos que por sí son demasiado notorios, y puede calificarse de distinguidísima la rapidez de las marchas y la audacia de la acción que empleó el coronel Garmendia en estas brillantes jornadas, donde con un puñado de hombres derrotó una formidable invasión.

En 1877 estuvo algún tiempo en las fronteras del Oeste y Norte; habiendo desempeñado también este prestigioso Jefe otras comisiones de poca importancia, tales como miembro examinador del Colegio Militar.

El 1º de diciembre de 1877 pasó a revistar en la P. M. P. El 6 de setiembre de de 1879 solicitó su baja y absoluta separación del servicio, pero un decreto del presidente Avellaneda del 14 de octubre de igual año no le concedió lo solicitado, en términos honrosos para el coronel Garmendia. Como siempre sucede, este distinguido Jefe había sido víctima entonces de una injusticia en los ascensos, habiendo sido postergado sin causa justificada; por esta causa, el Dr. Avellaneda le pidió a su amigo Carlos Casares y más tarde, al Dr. Carlos Pellegrini, que fueran a darle una explicación, prometiendo para más tarde el ascenso. El 8 de marzo de 1880 se le concedió la baja del ejército.

Desde el 29 de enero de 1879 desempeñó la jefatura de Policía de la Provincia de Buenos Aires, cargo que ejercía cuando estalló la revolución de junio de 1880, movimiento en el cual el coronel Garmendia acompañó al Dr. Tejedor; causa por la cual se halló en los sangrientos combates que tuvieron lugar en el Puente de Barracas, en el Puente Alsina y en los Corrales. Garmendia jugó un rol distinguido en la defensa de la ciudad en aquellas memorables jornadas, habiendo sido citado en el parte del coronel Morales por el combate de Barracas. Restablecida la tranquilidad, continuó desempeñando las funciones de Jefe de Policía hasta el 30 de agosto del mismo año, en que presentó su renuncia al sucesor de Tejedor en términos enérgicos, condenando los sucesos del domingo 29 de agosto contra vigilantes desarmados, en los que no intervino Garmendia por hallarse ausente del lugar de los hechos.

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Reincorporado al ejército el 8 de julio de 1882, pasó a revistar en la P. M. D., designándosele para integrar la Comisión de Leyes de Organización de aquel. Mientras estuvo de baja escribió la “Escuela práctica de la infantería en campaña” y los “Recuerdos de la guerra del Paraguay”, que fue uno de los libros más populares de la República Argentina. La 2da edición de la primer obra citada la cedió al Gobierno por nota del 10 de abril de 1883.

El 12 de enero de 1883 pasó a la P. M. A., pasando el 1º de enero del año siguiente al E. M. G. Desempeñando sus funciones en esta repartición, el 21 de agosto de 1886, recién le fue reconocida su jerarquía de coronel en el ejército de línea. El día 12 de este mismo mes fue nombrado miembro de la Comisión Superior Inspectora del Colegio Militar, puesto que dejó en el mes de noviembre de igual año. También había formado parte de la misma Comisión en 1882.

Acompañó al Ministro de Guerra y Marina, general Benjamín Victorica, en la expedición al Chaco, desde fines de setiembre hasta diciembre de 1884, siendo Garmendia el encargado de redactar el diario de la campaña.

El 21 de setiembre de 1885 fue designado presidente de la Comisión reformadora del manejo del arma de infantería. Por decreto del 31 de enero de 1886 fue nombrado miembro de la Comisión Inspectora de la construcción del cuartel de caballería. El 5 de julio del mismo año fue designado primer Comisario y Jefe de la Comisión Argentina de límites con el Brasil.

Por encargo de la comisión redactora del Código Militar escribió la ordenanza sobre el servicio de campaña; delitos y penas; servicio de guarnición y plazas de guerra y ley de organización de la Guardia Nacional.

El 14 de marzo de 1887 fue nombrado jefe del Regimiento 8º de Infantería de Línea, marchando en el mismo mes a campaña, para el reconocimiento de los ríos del territorio en litigio con el Brasil, regresando a Buenos Aires en abril de 1888.

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Como jefe de la Comisión Argentina de límites con el Brasil, el coronel Garmendia organizó ésta con tal competencia, que fue un modelo en su carácter tanto en administración como en el orden financiero, pues demostró ser la más económica de las de límites hasta entonces y sus trabajos llevados a cabo con tal regularidad y competencia por sus miembros en medio de grandes peligros y contrariedades.

Fue campaña ruda, en que la inteligencia y la labor constante estaban siempre expuestos al peligro, ya con los tigres que se devoraban los hombres, o las serpientes que mataban traidoramente, o las fiebres y mil acechanzas de esa naturaleza salvaje que se llamaba territorio en litigio.

Por decreto del 13 de setiembre de 1886 fue aprobada por el presidente Roca el acta labrada en Montevideo por la Comisión Mixta de Límites, en cuanto a la forma en que se debían practicar los reconocimientos y tiempo designado para efectuarlos.

El triunfo más completo coronó la obra y Garmendia fue recibido por sus admiradores, que constituían legión, con banquetes y fiestas, pero el Gobierno a pesar de que le dedicó notas honrosísimas, no lo ascendió al generalato como le correspondía por sus honrosos servicios.

En esta comisión, Garmendia se distinguió litigando el verdadero límite del territorio en disputa, que un error del tratado lo posponía a los intereses argentinos.

El 20 de octubre de 1888 fue designado vicepresidente de la Comisión clasificadora de los Expedicionarios del Chaco. El 2 de mayo del año siguiente fue nombrado Director interino del Arsenal de Guerra, y el 14 de febrero de 1890, Director del Colegio Militar.

Desempeñaba este cargo cuando tuvieron lugar los sucesos de julio de aquel año realizando en tal oportunidad una verdadera idea de guerra con un puñado de soldados: consistió la perforación de dos manzanas para sin pérdida llegar hasta el enemigo, acción que fue calificada de distinguida por amigos y adversarios. Por su comportación en aquella emergencia ascendió a general de brigada sobre el campo de batalla, con fecha 27 de julio de 1890.

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El 2 de setiembre de este mismo año volvió a ser nombrado Director del Arsenal de Guerra, revistando en “Lista de Oficiales Superiores”. En noviembre del mismo año fue designado Inspector de Infantería, dando un impulso al arma, auxiliado por el entonces coronel Alejandro Montes de Oca y otros jefes; el servicio de campaña razonado y el tiro al blanco fue la base esencial de la instrucción.

En el mismo mes fue nombrado miembro de la comisión que debía distribuir las medallas brasileñas por la guerra del Paraguay. El 20 de julio de 1891 le fue aceptada la renuncia de la Dirección del Arsenal, reemplazándolo el general Domingo Viejobueno. En noviembre de este mismo año formaba parte aún de la Comisión de Límites con el Brasil y también perito de la de Chile.

El 12 de diciembre de 1891, siendo inspector de infantería, se dispuso formase parte de la Comisión para proyectar el Reglamento del Cuerpo de Sanidad Militar y Hospital de la Capital.

El 22 de febrero de 1892 se dispuso organizase la División de Zárate, que formó con los adelantos más recientes en lo relativo al estudio de la guerra sobre el terreno y la iniciativa del subalterno, siendo aquel un período de trabajo que hizo época y que reveló su resultado con el triunfo obtenido en las maniobras, en el Talar de Pacheco. Para el entrenamiento de la división, el general Garmendia construyó un gran polígono a eclipse y puso en vigencia la nueva táctica de infantería, precursora de la que estuvo en uso durante varias décadas. Mientras estuvo al mando de la División, Garmendia fue reemplazado en la Inspección por Montes de Oca.

El 11 de abril de 1892 se declaró terminada la exploración que se mandó practicar a la Comisión de Límites con el Brasil, por decreto de Relaciones Exteriores de aquella fecha, comunicándose al Ministerio de Guerra la importancia de los servicios prestados en aquella Comisión por el general Garmendia.

El 15 de octubre del mismo año le fue aceptada la renuncia de Inspector de Infantería que formuló el día 8 de aquel mes; y el 17 del mismo octubre fue nombrado Director del Parque y Talleres Militares. El 9 de enero de 1893 fue designado jefe de las fuerzas

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de línea y de Guardias Nacionales que se encontraban en la provincia de Corrientes; marchando a esta última en momentos en que el ejército del gobierno y el revolucionario estaban por irse a las manos. El general Garmendia se dirigió a San Roque y consiguió el desarme de las fuerzas rebeldes, que se dispersaron para reanudar sus componentes su vida ciudadana, con el mayor orden; pacificando completamente la provincia, que ocupó estratégicamente, evitando la revolución y siendo al mismo tiempo la salvaguardia de los vencidos. Por su actuación recibió honrosas cartas, telegramas y notas del presidente Sáenz Peña y Ministro de Guerra, aprobándola completamente.

Con el coronel Ernesto Rodríguez presidió los actos que tuvieron lugar en Yapeyú con motivo de la inauguración del monumento al general San Martín, pronunciando en tal ocasión una brillante pieza oratoria.

Terminada su comisión en Corrientes, regresó a Buenos Aires para reanudar sus funciones en el Arsenal, donde su labor fue intensa a causa del movimiento revolucionario del 93. En esta época fue nombrado jefe de la circunscripción del Sud, y al efecto hizo levantar los planos de las posiciones que rodeaban al Arsenal, distribuyendo las fuerzas a sus órdenes para que pudiesen defender este establecimiento; planos que se hallan archivados en el E. M. G.

El 15 de febrero de 1895 pasó a revistar en “Lista de Oficiales Generales” y el 1º de mayo del mismo año fue destinado al Consejo Supremo de Guerra y Marina. En los comienzos de este año el presidente Sáenz Peña ofreció la cartera de Guerra al general Garmendia, que aceptó, pero razones de orden político y también la terrible desgracia que el último veía cernirse sobre su hogar: la pérdida de una hija buena y cariñoso como lo era su progenitor, hicieron desistir este nombramiento; soportando el héroe de Lomas Valentinas grandes tribulaciones en aquellos momentos crueles de su vida.

El 1º de octubre de 1895 pasó a comandar la 2ª Brigada de la Guardia Nacional de la Capital. En la movilización de Cura Malal, en el año siguiente, se le ofreció un comando que no aceptó por hallarse enfermo. En aquella época intervino en la traslación de los restos del general Lamadrid a Tucumán, habiendo formado, igualmente, en la comisión que recibió los de Rodríguez Peña. En 1899 fue nombrado jefe de las fuerzas nacionales y jefe de la intervención de Avellaneda.

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En la concentración de Tandil, en 1898, mandó una división de Guardias Nacionales, y el 28 de octubre de 1901 fue nombrado jefe del Estado Mayor General del Ejército; en el desempeño de este cargo, en marzo de 1902, realizó un viaje de ocho leguas en FF.CC.; 14 en coche; y 106 a lomo de mula, en la zona de la Cordillera, con fines de estudio operativo.

El 23 de enero de 1904 ascendió a general de división, pasando a retiro militar el 22 de setiembre del mismo año, con 51 años, 2 meses y 1 día de servicios. Siguió prestando servicios en el Consejo Supremo de Guerra y Marina siendo elegido para un nuevo período el 1º de julio de 1910, que no terminó por haber renunciado el 5 de octubre de 1912.

El general José Ignacio Garmendia falleció en esta Capital, a las 3 horas p.m. del 11 de junio de 1925, de “angina al pecho”. Había contraído enlace en esta ciudad, el 14 de noviembre de 1868 con María Rufina Reynolds, porteña, de 18 años, hija de Francisco Reynolds Sherman, inglés, y de Manuela Lastra Casal, argentina. La viuda de Garmendia falleció en Buenos Aires, el 17 de marzo de 1931, a la edad de 81 años.

Ostentó las condecoraciones siguientes: cordones de plata por la batalla de Tuyutí, escudo del mismo metal por el asalto de Curupaytí; medalla de oro acordada por Ley del 28 de setiembre de 1966, por la campaña del Paraguay; otra medalla del mismo metal acordada a los que formaron parte de la Guardia Nacional de la provincia de Buenos Aires en aquella campaña, otorgada por la Legislatura bonaerense; medalla de oro con un pasador por la campaña del Chaco; las de canje del Brasil y Uruguay por la guerra de la Triple Alianza; y en 1910 la condecoración “Al Mérito”, otorgada por el gobierno de Chile.

Su labor literaria ha sido extraordinaria y fuera de los “Recuerdos de la guerra del Paraguay” ya mencionados, escribió los siguientes libros, todos de notable valor histórico y profesional: “Campaña de Humaitá”, “Pasaje del río Paraná”, “Batalla del Estero Bellaco”, “Batalla de Tuyutí”, “Campaña de Corrientes y de Río Grande”, “Batalla del Sauce”, “Combate de Yataytí‐Corá”, “Curupaytí”, “Campaña del Pikiciry” y “La cartera de un soldado”. Posteriormente publicó un “Estudio crítico de la campaña del Transvaal”, y una traducción sobre la Batalla de Plewna, “Estudios sobre las campañas de Aníbal∙, “Viajes y exploraciones sobre la Comisión Argentina de límites

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con el Brasil”; y multitud de artículos y otros trabajos debidos a su pluma inagotable en la producción instructiva e interesante.

La República Argentina debe servicios eminentes a este bravo soldado. Su actuación en Lomas Valentinas fue por demás honrosa, como queda dicho y como lo comprueba la siguiente carta:

“Campamento de Cumbarity, Diciembre 30 de 1868 – Señor teniente coronel D. José I. Garmendia. Mi estimado Comandante y amigo: Acabo de consignar en mi parte oficial su intrépida comportación en la batalla en que acabamos de tomar parte. No olvidaré nunca que cuando los cuerpos de mi mando rodeados de enemigos se encontraban en una situación tan difícil, acudí a Ud., y a no haber cargado Ud. a la bayoneta y los demás cuerpos de su división, no se lo que hubiera sucedido. Reciba mi estimado compañero estas líneas como un recuerdo inolvidable. Su affmo. Amigo – Agustín Olmedo”.

El teniente general Emilio Mitre, en informe que produjo en 1888, dice como sigue:

“Señor Jefe de la 3ª Sección del Estado Mayor General. No es para certificar la verdad de los servicios prestados por el coronel Garmendia, que son bien notorios, que mi informe pueda tener algún valor, pero sí lo es para mí que se me presente la ocasión de expresar la mucha estimación que siempre tuve por este Jefe en toda su carrera militar; bravo en el combate, constante en el servicio, conservando las fuerzas a sus órdenes en excelente disciplina; digno caballero en su porte y relaciones sociales, son prendas que lo han distinguido siempre y lo han hecho acreedor a sus jefes y de todos sus compañeros de armas. Dios guarde a V. S. – Emilio Mitre”.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

www.revisionistas.com.ar

Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).

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12 de Junio

Invasión portuguesa a la Banda Oriental

Era una ambición tradicional de los portugueses el lograr límites naturales para sus posesiones en América. Consecuentes a tal política buscan el dominio de los grandes ríos que tienen origen en su territorio y desembocan en el Río de la Plata. Desde la época del coloniaje, y aún en tiempo de paz, los portugueses siempre presionaron la frontera terrestre de la Banda Oriental y de las Misiones.

Bajo distintos pretextos, pero materializando una sola aspiración, los portugueses realizan dos invasiones; la primera en 1811 y la segunda en 1816.

La primera invasión se realiza a solicitud de Elío (en ayuda de los españoles sitiados en Montevideo) y da lugar a la firma del Armisticio del 20 de octubre por el que se levanta el sitio de Montevideo y a raíz del cual se efectúa el Exodo del Pueblo Oriental.

La resistencia a esta primera invasión es más bien pasiva, dada la actitud del gobierno porteño, y solamente se manifiesta por la acción de ciertos destacamentos y acciones de guerrillas en el este, en el litoral oeste, y en las Misiones. Los portugueses permanecieron en nuestro territorio (contrariando lo establecido en el artículo 11 del

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Armisticio de octubre) retirándose en agosto de 1812, por imperio del Tratado Rademaker‐Herrera.

En 1816, las circunstancias políticas y militares se presentaron favorables, produciéndose la segunda invasión portuguesa. Dicha invasión vino a quebrar un período de reorganización y prosperidad conocido como el Apogeo de Artigas, y habría de terminar por abatir definitivamente el poder militas y político del Protector.

En primer término contaban con la connivencia de los políticos porteños, especialmente del Dr. Gregorio Tagle, Ministro de Relaciones Exteriores de los gobiernos de Alvarez Thomas, de González Balcarce, Pueyrredón y la Logia Lautaro. En segundo término el apoyo, instigación y complicidad de un grupo de exiliados y residentes en Río de Janeiro entre los que citaremos a Vigodet, De la Alameda, Alvear, Nicolás Herrera, Manuel garcía, Valentín Gómez, etc.

Al impulso de tales circunstancias Río de Janeiro se convirtió en un foco anti‐ artiguista. En realidad siempre lo fue. Los españoles trataban de recuperar las colonias perdidas, mediante la ayuda de Portugal; los porteños intentaban terminar con Artigas, aunque fuera a costa de la segregación de la Provincia Oriental a favor de Portugal, o buscando la coronación de un Príncipe de Braganza.

Los emigrados a raíz del motín de Fontezuelas, suministraron a la Corte Portuguesa toda clase de informaciones, con lo que apoyaron sus planes de conquista. Nicolás Herrera dio las normas que debían seguirse en la invasión dando consejos en el orden político y militar. Tal como lo consigna el historiador Hugo D. Barbagelata en su obra, el ex Dictador Supremo Carlos de Alvear entregó al representante español una relación de la fuerza efectiva que tienen las Provincias del Río de la Plata, que están en insurrección, el 27 de junio de 1815. Según dicho informe, las fuerzas de la Banda Oriental y Entre Ríos era:

1ª División al mando de Fernando Torgués compuesta del Regimiento de Dragones de la Libertad, 600 hombres.

2ª Division al mando de Frutos Ribero, 500 hombres.

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3ª División al mando de Balta Ojeda, 500 hombres.

4ª División al mando de José Artigas compuesta del Regimiento de Blandengues, 1000 hombres

Otra idem. al mando de Blás Basualdo, 450 hombres

Total: 3.050 hombres

“Todas estas tropas son de Caballería, están mal vestidas pero en el día bien armadas. Estas dos provincias son las más entusiastas por la guerra, y todos sus habitantes a excepción de una pequeña parte se unirán inmediatamente a las tropas de Artigas, y engrosarán su número en caso de invasión.

Estas tropas son valientes y de una constancia admirable; no tienen disciplina de ninguna especie, ni conocen otra formación que la de ponerse en ala.

Hacen la guerra por el estilo de los cosacos, devastando todo el terreno que deben ocupar sus enemigos y cargándolos al descuido; pero nunca presentando batalla a no ser en el caso de contemplarse en una marcada superioridad numérica”.

En último término, el regreso de Europa de las tropas lusitanas veteranas de guerra contra Napoleón y el asesoramiento técnico militar del Mariscal inglés Beressford, quien les dio detalladas directivas para organizar la invasión.

Con el fútil pretexto de resguardar sus fronteras, protegiéndolas de la anarquía provocada por las montoneras de Artigas, planean minuciosamente la invasión. Desde noviembre de 1815, habían llegado algunas tropas veteranas de las luchas napoleónicas, constituidas principalmente por la División de Voluntarios, comenzando de inmediato su reavituallamiento para la próxima campaña.

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De entre ellos se designó al general Carlos Federico Lecor, General en Jefe de la invasión a la Provincia Oriental y Capitán General de la misma, una vez ocupada.

Plan portugués

En Río de Janeiro (Cuartel de Niteroi) se concentraron todos los cuerpos que formaban el “Ejército Pacificado de la Provincia Oriental” y se embarcó hasta Santa Catalina donde se efectuó la distribución de las fuerzas. La expedición terrestre se dividía en tres columnas: 1º) División Curado, tenía por objetivo Salto, invadiría por el norte del Río Negro. Estaba integrada por 2.000 hombres y 11 piezas. 2º) División Silveira, invadiría por Cerro Largo teniendo por objetivo Paysandú y la misión de proteger el flanco derecho de Lecor; siendo su efectivo también de 2.000 hombres. La ocupación de Paysandú no fue cumplida por órdenes expresas de Lecor, que alteraron el itinerario a cumplir. 3º) División Lecor, invadiría por la costa teniendo como objetivos sucesivos Maldonado, Montevideo y Colonia, era ésta la columna de mayor efectivo; 6.000 hombres y era la que tenía la misión principal.

La columna sur sería protegida y flanqueada por la escuadra al mando del Conde de Viana.

El plan portugués se encuentra resumido en el Acta del Consejo de Generales realizado en porto Alegre donde se acuerda esta triple invasión a la Banda Oriental. El plan era de difícil ejecución por el problema del enlace de las distintas columnas excesivamente distanciadas entre sí, y las dificultades creadas al aprovisionamiento que estaría fundamentalmente a cargo de la escuadra.

Si no hubiera sido por la complicidad porteña, no hubiera sido posible dar a las columnas de invasión el apoyo logístico necesario, dado que las baterías y corsarios artiguistas interceptaban las operaciones de la escuadra portuguesa.

La idea de maniobra inicial había sido operar con dos agrupamientos principales: uno bajo la jefatura directa de Lecor teniendo como base la división de Voluntarios

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Reales. Debiera seguir por mar, tocar Santa Catalina y ser reforzado allí por un cuerpo de Artillería y la Caballería que se juzgase necesaria. Luego continuará por mar a fin de desembarcar en Maldonado o en otro lugar propicio del Río de la Plata para atacar y ocupar Montevideo. El otro agrupamiento formado por las tropas del Río Grande bajo el mando de su Capitán General, operaría en el interior de la frontera de ese estado.

Ocupado Montevideo, Lecor organizaría las expediciones necesarias para arrojar al enemigo de las márgenes del Uruguay, a cuyo fin se pondrían en enlace con las fuerzas del Capitán General solicitando los auxilios que necesitase. Este plan es modificado según ya se señaló en el Consejo de Guerra realizado en porto Alegre.

Para llevar a cabo dicho plan surgen dos dificultades principales: 1º) Dificultades de enlace y comunicación entre las fuerzas. 2º) Era sensato tomar primero la capital, que constituiría una excelente base de operaciones.

Plan de Artigas

Para hacer frente a la invasión portuguesa, Artigas pone en ejecución el célebre plan concebido en el año 12 en el Ayuí, introduciéndole pequeñas variantes aconsejadas por factores circunstanciales, principalmente el emplazamiento de sus fuerzas y la dosificación de las columnas de invasión adversarias.

Como Artigas no podía oponerse directamente con sus 6.000 u 8.000 hombres en su mayoría de milicias, a los 12.000 hombres bien instruidos, armados y pertrechados de Portugal, prepara un contragolpe invadiendo Misiones, efectuando una acción envolvente para atacar las retaguardias del enemigo.

Dentro de un marco político defensivo, monta un plan estratégico ofensivo, tratando de llevar la guerra al territorio enemigo, para golpearlo en su punto más débil y más sensible: sus líneas de comunicaciones. Para lograr las fuerzas necesarias para el cumplimiento de su maniobra, combina la acción ofensiva en el norte con una defensiva elástica en el sur.

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Respondiendo a la idea de maniobra, Artigas vuelca sus fuerzas sobre la frontera, y tal como lo estableció en su oficio del 20 de junio de 1816, y otras comunicaciones acordes, realizando el siguiente despliegue inicial:

1‐Agrupamiento norte, al mando de Andresito; debería cubrir en un primer momento las costas del Río Uruguay al norte del Cuareim, y luego efectuar un movimiento convergente sobre San Borja. Está compuesto por: a) Las milicias de Entre Ríos, al mando de Sotelo, que atravesarían el Río Uruguay a la altura de Yapeyú. b) Las fuerzas a cargo de Andresito, que partiendo de Candelaria, dejarían guarniciones en Santo Tomé y La Cruz.

2‐Agrupamiento Central; fraccionado en dos destacamentos, avanzaría en dirección a San Diego, Cuartel General de los portugueses. El destacamento de vanguardia, a órdenes de Latorre, con 3.400 hombres, tenía por misión batir al Marquéz de Alegrete. El otro destacamento, al mando de Artigas, en reserva para apoyar y dirigir el movimiento invasor de Latorre.

3‐Agrupamiento Sur; formado por las divisiones de Rivera y Otorgués, tenía por misión actuar defensivamente en la frontera noreste. Rivera, situado en el departamento de Maldonado, deberá vigilar la ruta de la angostura. Otorgués, en las inmediaciones de Melo, cubrirá la línea de invasión de la Cuchilla Grande.

En síntesis Artigas trataba de mantener la región al norte del Río Negro y cubrir las Provincias del litoral argentino como base de recursos.

El 3 de julio de 1816 desde Purificación oficiaba Artigas a Andresito: “Con el objeto de reforzar esos pueblos, y prepararlos a una defensa vigorosa, anticipo la remisión del armamento, municiones y demás pertrechos, que he creído convenientes para fortificar el punto de Yapeyú, la Cruz y demás, que se hallan en distancia de ese campamento, y que es preciso asegurarles contra cualquier tentativa del portugués. Al efecto marcha el alférez Sotelo con cuatro soldados para reunir toda la gente que no se halle empleada, arreglarla y adiestrarla. El va sujeto a las órdenes de V. y por lo mismo es preciso que ajusten con él todas las medidas que se crean oportunas para la brevedad del arreglo. En manera que así puede V. cubrir muy bien los puntos de arriba

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del Uruguay hasta Santo Tomé, y Sotelo cuidar del Departamento de Yapeyú y la costa abajo del Uruguay.

No debemos dudar que Portugal va a hacer un esfuerzo general y que debe hacerlo muy vigoroso en esas Misiones, pues le interesa su dominación, y así es preciso que todo el mundo se ponga sobre las armas, ya sea con fusil, ya con lanza para Caballería. Por lo mismo es preciso que se reúnan todos los hombres y todas las armas, y que todos estén prontos para cuando llegue el caso.

Según el plan que anteriormente expuse a V., Miño con su División debe guarnecer Concepción y la costa del Uruguay arriba; V. el centro en Santo Tomé, y Sotelo el Departamento de Yapeyú. Puestos en esta forma y arreglada toda la gente, no hemos precisamente de aguardar que ellos nos ataquen; debemos penetrarnos a su territorio para asegurar un golpe para cuyo fin estoy tomando mis providencias en toda la circunferencia de la línea para que el movimiento sea general y violento. Yo avisaré a V. el día en que deba hacerse, y hasta entonces mucho cuidado en que nadie pase al otro lado, para que así podamos sorprenderlos antes que ellos lo intenten, y así es preciso mucha vigilancia.

Interesa que V. reúna todas las canoas que se puedan en los tres puntos de Concepción, Santo Tomé y Yapeyú, para facilitar el tránsito, y que se tengan escondidas y resguardadas, pues V. sabe que ellos son capaces de robarlas, e inutilizar de ese modo nuestros movimientos. También es preciso que de los viejos y de los que no estén en el servicio de las armas, mande V. treinta hombres para llevar más ganado, y así tendrá como mantenerse.

También interesa que reúna V. a todos los Maestros de Armería y pongan en un buen punto medio para recomposición de las armas. En una palabra, es preciso que se preparen todas las cosas como par dar un golpe maestro y decisivo. De lo contrario Portugal se nos echa encima y nos acabará de arruinar. Así es preciso que todos los pueblos hagan su esfuerzo, y que todos corran a las armas como lo estamos haciendo aquí. Con este motivo escribo a los pueblos de Yapeyú y la Cruz y V. lo hará con los demás, penetrándolos de la necesidad de armarse; todo es para acabar con Portugal. De lo contrario no podremos lograr la felicidad que apetecemos.

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Lo que interesa es el orden y la disciplina en las armas, y el arreglo de la gente, para que sepa cada uno lo que debe hacer y a quien debe obedecer en los momentos que yo mande atacar. Por acá estoy tomando las mismas providencias para hacer una entrada general, y a no darle resuello. De este golpe depende todo el triunfo de nuestra libertad. Saludo a V…..etc.”

Operaciones

De Santa Catalina, Lecor toma el camino litoral de la costa hacia Río Grande, apartándose del plan ordenado inicialmente y llevando a cabo una marcha extenuante, por la naturaleza del suelo. Desde Río Grande, Lecor avanzó cubriéndose con una vanguardia de 2.000 hombres a órdenes del mariscal Sebastián Pinto. El general Bernardo Da Silva invadiría por Cerro Largo.

Estando informados los portugueses sobre los planes operativos de Artigas, por haber caído un chasque que llevaba importantes comunicaciones, el marqués de Alegrete toma ciertas disposiciones con la finalidad de asegurar la cobertura de la frontera, enviando hacia ella tropas, aún antes que llegasen las órdenes referentes a su participación en la campaña que se iniciaba.

En río Pardo tomó la dirección de las operaciones el teniente general Joaquín Javier Curado y en las Misiones el brigadier Francisco de Chagas, que era comandante de los pueblos de Misiones desde 1808.

En total los portugueses disponían de unos 12.000 hombres de las tres armas, en tanto que el ejército artiguista en víspera de la invasión portuguesa, totalizaba unas 2.000 plazas, sin incluir los Blandengues que estaban en Purificación de guarnición. La diferencia numérica era aplastante. A ello se sumaba su deficiente armamento y el escaso grado de instrucción militar de las fuerzas artiguistas, que tenían en su mayoría más bien carácter de milicias.

Cuando los rumores de preparativos de invasión comenzaron a intensificarse, Artigas acelera los preparativos para la defensa. Entre estas medidas se encuentra la creación de los Cuerpos “Cívicos” y de “Libertos”. El Cuerpo de Cívicos se componía de 6

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Compañías, una de ellas de Granaderos y otra de Cazadores. Esta unidad estaba a órdenes directas del Cabildo de Montevideo, siendo su jefe el sargento mayor Manuel Campos Silva, y figurando entre los oficiales los más distinguidos de la sociedad. El efectivo total de la unidad, incluyendo la Plana Mayor era de 31 oficiales, 25 sargentos, 33 cabos, 3 tambores y 380 soldados.

El Cuerpo de Libertos se componía de esclavos entregados por cada dueño proporcionalmente a sus disponibilidades. Su comandante era Rufino Bauzá, quien también fue el encargado de organizarlo en agosto de 1816. Ante la inminencia de la invasión portuguesa Artigas ordena la movilización, la que se realiza como en 1811, mediante la influencia regional de los caudillos, asignándosele a cada uno una zona.

Podemos así distinguir 5 zonas militares: la primera desde Montevideo hasta Santa Lucía, siendo su comandante Manuel Francisco Artigas, a quien su hermano le oficia al respecto. Le recomienda especialmente que la constitución de la Caballería Cívica se haga por partidos y escuadrones, a fin de asegurar su necesaria cohesión.

Según una relación de fuerzas pasada por Manuel Francisco Artigas, los efectivos por él movilizados alcanzan a 1.661 plazas, conforme lo expresa De María en su Compendio de Historia.

La segunda zona militar iba desde el Santa Lucía hasta el Yí y el Río Negro, siendo su comandante Tomás García de Zúñiga. La tercera o del Este tenía por principal asiento Maldonado y su comandante era Angel Núñez. La cuarta comprendía Colonia y su campaña inmediata, y su comandante era Pedro Fuentes. La quinta comprendía Soriano y su comandante era Gadea.

Las medidas militares adoptadas por Artigas no consistieron únicamente en la convocatoria y reunión de las milicias y el arreo de caballos, sino que también reforzó la guardia fronteriza, ordenándole a Otorgués que cubriera la ruta de invasión de Yaguarón, reforzando su regimiento con las milicias de Cerro Largo.

También dispuso que Rivera con su segunda División de Infantería Oriental se trasladara hacia Maldonado para operar en forma conjunta con Otorgués. Las

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misiones asignadas a estas dos Divisiones eran defensivas, debiéndose limitar a retardar la progresión del enemigo.

Por último ordenó que las Divisiones de Entre Ríos al mando de José Antonio Berdún, cubrieran los pasos sobre el Río Uruguay hasta Misiones. Las disposiciones estratégicas y tácticas de Artigas son admirables, pero fallan por la gran escasez de recursos materiales. En sus ejércitos habían muy pocas armas de fuego, y mismo para las existentes escaseaban la pólvora y los cartuchos. Ejércitos improvisados, mal armados y casi sin instrucción militar, se iban a estrellar con fuerzas veteranas y bien armadas.

Las operaciones se pueden dividir en dos períodos. El primer período se extiende desde el comienzo de la invasión en agosto de 1816 hasta la entrada de Lecor en Montevideo en 1817. Este primer período está caracterizado por un comienzo favorable para los patriotas, seguido luego de una serie de reveces, en los cuales se pierden los mejores efectivos orientales. Con ello terminan las operaciones regulares en gran escala.

El segundo período que se extiende hasta 1820 comprende la titánica resistencia del héroe, sosteniendo una guerra de recursos, a base de sacrificios y de valor.

Primer período

Una vez informado Artigas de la invasión de Lecor, mandó poner en ejecución su plan. Cumpliéndolo Andresito invade las Misiones, en tanto que el alférez Sotelo atraviesa el Alto Uruguay. Joaquín Javier Curado, que se encontraba en el Río Pardo, marcha hacia el paso del Rosario, en el Río Santa María, adelantando destacamentos de débil efectivo, con misiones de reconocimiento y cobertura.

Para oponerse al avance del comandante José Antonio Berdún, que invadió por el Cuareim, Curado destaca al brigadier Da Costa Revello, quien desprende una partida a órdenes del teniente coronel José Abreu para atacar a Sotillo.

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El propio curado avanza hasta las márgenes del Ibirapitá Chico desde donde lanzó un destacamento hacia Santa Ana, el que chocó el 22 de setiembre con la vanguardia del ejército de Artigas, a órdenes del comandante Gatel. Luego de un combate de tres horas el capitán portugués Alejandro Queiró se bate en retirada hacia el grueso de su División, dejando en el campo más de 60 bajas.

Habiendo Sotelo atravesado el Río Uruguay en Yapeyú, es atacado por sorpresa el 21 de setiembre, obligándolo a repasar el río bajo el fuego del enemigo. Sotelo una vez en territorio de Corrientes se reorganiza e intenta un nuevo pasaje más al Norte, frente a la barra de Ibicuy, utilizando pequeñas embarcaciones. Atacado en tales circunstancias por Abreu, se ve precisado a desistir de sus propósitos, progresando por la margen derecha a fin de reforzar a Andresito que sitiaba a San Borja, su pueblo natal.

La guarnición de San Borja, que estaba a órdenes del brigadier Chagas, se encontraba próxima a capitular, cuando acude en su apoyo el coronel Abreu el 3 de octubre. Al verse en peligro de ser atacado por la espalda, luego de intentar resistencia, se ve obligado a repasar el Río Uruguay, a fin de reorganizarse. Así finalizó el sitio de San Borja, que había durado 13 días, y con él el abortado intento de invasión.

Batalla de Ibiracoy

Cuando Curado se enteró de estos sucesos, decidió atacar a Berdún, destacando al brigadier Menna Barreto el día 13 de octubre de 1816. Después de cinco días de marcha se entera de la posición de Berdún, que avanzaba hacia el Norte procurando proteger a Andresito y a Sotelo. Enterado de la aproximación de los portugueses Berdún se atrincheró en una posición ventajosa, donde decidió esperar el ataque de Menna Barreto, quien el 19 de octubre de 1816 se lanza sobre él derrotándolo después de una sangrienta lucha. Esta acción se conoce por Batalla de Ibiracoy o de Capilla de Ñancay.

Derrotados sus tenientes, sólo quedaba la columna de Artigas, a la que procura atacar Curado. Para facilitar sus operaciones los portugueses adelantan su Cuartel General hasta la costa del Ibaracohy Grande, con el objeto de cercarse más a los orientales.

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Artigas se encontraba acampando cerca de Carumbé, afluente del Río Cuareim.

Curado encomienda al brigadier Joaquín de Oliveira Alvarez la misión de atacarlo.

El 24 de octubre de noche, Oliveira Alvarez inicia su marcha hacia Santa Ana, con una columna de 800 hombres y 2 cañones.

Batalla de Carumbé

El día 27, Artigas toma contacto con las fuerzas portuguesas en un lugar próximo a las puntas del Cuareim y las ataca decididamente.

Después de unas tres horas de tiroteo, Artigas avanzó en semicírculo dándole poca profundidad a su dispositivo, buscando envolver a los portugueses con su ala izquierda. Su ataque fracasó ante el certero y nutrido fuego de la infantería portuguesa, que aniquiló prácticamente la caballería de dicha ala, y que permitió que la infantería artiguista fuera tomada de flanco y obligada a ceder terreno.

La batalla se libró en alturas de la Cuchilla de Santa Ana, en los Cerros de Carumbé. Según el parte de Oliveira Alvarez al teniente general Joaquín Xavier Curado, Artigas contaba con 450 hombres de caballería que marchaban a la derecha en una sola fila y 400 en el ala izquierda cubiertos por 150 indios (charrúas, minuanes y guaicurúes). En el centro dispuso a la infantería en una sola fila y con intervalos de 3 a 4 pasos.

Los portugueses forman con la infantería al centro, un cañón en cada extremo y la caballería en las alas.

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Los partes correspondientes a dicha acción constan en el apéndice a la Memoria de la Campaña de 1816, publicada por Moraes Lara en la Revista trimestral de Historia y Geografía Nº 27, correspondiente a octubre de 1845.

En esta acción, conocida generalmente por combate de Carumbé, perecieron casi la mitad de las fuerzas patriotas.

Entre los justificativos de la derrota, está la notoria superioridad del enemigo y ciertos errores tácticos en el dispositivo artiguista, falta de profundidad y reservas suficientes, encuadramiento apropiado y abandono de la formación en cuadro para la infantería que debe enfrentar caballería.

Como consecuencia de esta derrota, Artigas se ve obligado a replegarse hacia el sur, repasando el Cuareim. En sólo 36 días había fracasado el plan de contrainvasión y había quedado abierta la frontera norte. Veamos como Artigas asimila las enseñanzas de esta derrota, y como se apresura a difundirlas.

Tres días después de Carumbé, desde las Puntas del Arapey, Artigas oficiaba al Gobernador Barreiro “Los enemigos nos han hecho mucho destrozo con su Caballería, que siempre ha roto nuestras alas y la línea de infantería por ser sencillas; escriba V. a D. Frutos que no experimente el mismo error. Que ponga buenos oficiales y gente en la Caballería; y la Infantería que no pelee en ala sino que presente batalla bien reforzada”.

Este cambio preconizado en el dispositivo, justifica, entre otras causas el encarnizamiento de la batalla del Catalán y los triunfos de Apóstoles, San Nicolás, Paso del Rosario, etc.

Luego del combate de Carumbé, Curado se dirige al campamento de Ibaracohy Grande, dejando los destacamentos de cobertura indispensables, y ocupándose de la reorganización de sus fuerzas. En tal situación los portugueses se enteran de que Artigas se había reorganizado después del combate de Carumbé y ocupaba una fuerte posición sobre el Río Arapey, desde donde pensaba reiniciar las hostilidades.

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Insistiendo en su plan de llevar la guerra a territorio enemigo, Artigas adelanta a Andrés Latorre en dirección al Cuareim, al frente de un ejército de 3.400 hombres. El marqués de Alegrete (que había relevado a Curado el 15 de diciembre de 1816), para conservar la iniciativa en las operaciones, decide buscar nuevamente el combate.

Poniendo en práctica su plan ofensivo, el 20 de diciembre destaca de su campamento una fuerza al mando del brigadier Tomás Da Costa Revello, con orden de marchar hasta las inmediaciones de Santa Ana, y dejarse ver por la vanguardia de Artigas, logrado lo cual debía retroceder hasta reincorporarse al grueso que estaría atravesando el Cuareim unas 8 leguas al Sur. El objeto de esta maniobra era simular una dirección falsa de ataque.

El día 28 los portugueses se enteran, por intermedio de dos desertores, que Artigas tenía su Cuartel General en el Arapey, habiendo adelantado destacamentos reforzados hacia Santa Ana, con misión de cobertura. Tal información revelaba con claridad el dispositivo de Artigas, que había dividido sus fuerzas en dos agrupamientos: el de vanguardia, de mayor efectivo a órdenes de Latorre formado por 3.400 hombres de infantería y caballería, con dos piezas de artillería, sobre Santa Ana con misión ofensiva.

Batalla de Arapey

La reserva, a sus órdenes, constituida por unos 500 hombres se encontraba situada en el potrero del Arapey, en unos cerros de acceso difícil. Latorre cruzó el Cuareim a principios de enero, buscando el enemigo, el cual también lo atraviesa hacia el Sur por el paso de Farías, situándose en la margen Sur, casi sobre la retaguardia de Latorre, el 1º de enero de 1817, separando así los dos núcleos artiguistas.

En tal situación Latorre se prepara para atacar a los portugueses por la retaguardia, pero éstos se adelantan unos 40 kilómetros al sur de Santa Ana a orillas del Arroyo Catalán. En la noche del día 2 de enero de 1817 el jefe portugués adelantó al teniente coronel Abreu con un destacamento de unos 600 hombres y 2 piezas contra Artigas

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que estaba en Arapey, y envió un Regimiento de Dragones para interponerse entre el Arapey y Santa Ana, con misión de reforzar a Abreu y observar a Latorre.

Abreu ataca a Artigas en la mañana del día 3, luego de una sigilosa marcha nocturna, y de vadear el Río Arapey al aclarar. Artigas se había emplazado en una zona de barrancas y montes próximas a las puntas del Arapey, había emboscado unos 300 hombres, los que hicieron un nutrido fuego sobre la columna portuguesa. Tras su heroica resistencia se ve obligado a replegarse en el centro ante la presión y certero fuego de la artillería portuguesa. Poco a poco se amplía esta brecha hasta producirse la retirada en desorden ante la superioridad enemiga.

Artigas abandonó bagajes, pertrechos, armamentos y ganados, siendo el campamento saqueado e incendiado por los vencedores.

Batalla del Catalán

Libre de Artigas el marqués de Alegrete se propuso ir el día 4 al encuentro de Latorre, cuando en la mañana de ese día fue atacado en su campamento, en la margen derecha del Catalán, por el propio Latorre. La posición portuguesa era bastante fuerte; se encontraba protegida por una curva del río y encuadrada a los flancos por profundas quebradas del terreno. Latorre ataca con la infantería en el centro encuadrada por 2 piezas y el grueso de su caballería, constituida principalmente por sus lanceros indígenas, que acometieron con decisión, arrollando las guerrillas enemigas. Latorre atacó contra el ala y el flanco derecho de los portugueses.

Durante la lucha atravesó el arroyo amenazando la retaguardia del enemigo con el objeto de desorganizarlo y quitarle la caballada, para impedirle así toda posibilidad de retirada. Los lanceros charrúas, minuanes y guaycurúes cubrieron el avance de la infantería y atacaron en toda la línea.

La victoria parecía ya obtenida cuando la izquierda oriental, formada por la caballería correntina, se repliega inesperadamente sobre el centro, por la aparición de una pequeña fuerza enemiga, que se creyó fuera un poderoso refuerzo. Se trataba simplemente de las fuerzas de Abreu que regresaba del combate de Arapey.

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Luego se inclinaba la victoria hacia los portugueses, los restos de nuestras fuerzas se reunieron en un extremo del monte y lucharon encarnizadamente. Latorre deja en el campo cerca de 900 muertos, 290 prisioneros, 2 cañones y 600 caballos. Esta fue la batalla más sangrienta de la campaña.

Después de la Batalla del Catalán, las tropas portuguesas atraviesan el Cuareim en Lagueado y van a detenerse a media legua del paso para estacionar durante el invierno.

El día 14 de enero de 1817, desde San Borja, el marqués de Alegrete destaca al brigadier Francisco de Chagas para que con sus fuerzas destruyera a los pueblos de la margen oriental del Río Uruguay, a fin de quitar al ejército patriota todos los medios para repetir la invasión a las Misiones. Cumpliendo tales órdenes Chagas devasta gran parte de Misiones (actualmente territorio de Corrientes), saqueando, arrasando e incendiando cuanto pudo; llevaba 1.000 hombres, 5 cañones, 11 canoas para atravesar el río y 9 carretas para su transporte.

Cruza el Uruguay próximo a la desembocadura del Aguapié, una legua al Sur del Paso de la Cruz. Chagas ordena al teniente Carvalho que fuerce el pasaje del Uruguay frente a Itaquí, logrando éxito en la operación a pesar de la resistencia del capitán Vicente Tiraparé que defendió el Paso al frente de un escuadrón de caballería indígena.

Al tener conocimiento de la invasión Andresito marcha al frente de unos 500 hombres atacando al mayor Gama Lobo, que con una partida de 300 soldados se dirigía a destruir Yapeyú, derrotándolo y obligándolo a replegarse sobre Chagas. Cuando ambos jefes reunido intentan atacarlo, Andresito dispersa sus fuerzas para reunirlas a cubierto sobre las costas del Paraná.

El brigadier Chagas luego de hacer destruir los pueblos de La Cruz y de Yapeyú, marcha hacia el norte por la margen derecha del Río Uruguay. El día 31 de enero llega a Santo Tomé, donde se detiene e instala su Cuartel General, comenzando desde allí incursiones hacia la campaña, llevadas a cabo por Carvalho quien tala los campos, saquea las poblaciones y arruina el país.

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El ayudante José de Melo, destruye, reduciendo a ruinas las poblaciones de Santa Ana, San Javier y los Mártires. El comandante de la frontera de San Nicolás atacada la guardia de San Fernando y enseguida la población de Concepción la que deja en ruinas. Cumplidos estos vandálicos atropellos, Chagas repasa el río, el 13 de marzo de 1817, dejando en la margen derecha del Río Uruguay los puestos de observación necesarios.

Con estas inhumanas medidas quedó destruida la base de operaciones de Andresito. Una vez retirado Chagas, Andresito vuelve a los pueblos misioneros e intenta su reconstrucción. A mediados de 1817 es atacado por Chagas cuando se encontraba en Apóstoles, rechazándolo y obligándolo a repasar el Uruguay. Reorganizado después de este contraste, en marzo de 1818 atraviesa el Uruguay y sitia a Andresito en el pueblo de San Carlos. Después de 4 días de sitio y de sangrienta y continuada lucha, Andresito logra forzar el cerco, dejando en ruinas el reducto que defendía.

Operaciones en el sur

En agosto de 1816 la vanguardia de Lecor, que invadía por el Este (camino de la angostura) ocupa la Fortaleza de Santa Teresa. Allí establece su Cuartel General el co mandante de la vanguardia Sebastián Pinto de Araújo Correa.

El jefe portugués continúa luego su progresión llegando a Castillos el 5 de setiembre. Rivera desde su posición en Maldonado, al enterarse del avance portugués, marcha hacia el este, protegido por pequeñas descubiertas que tienen su primer contacto con el enemigo y es posteriormente derrotado en el Paso de Chafalote.

La Vanguardia portuguesa continúa su progresión hacia el Oeste, en tanto que Rivera observa paso a paso sus movimientos esperando el momento oportuno para atacarlo, tratando de alcanzar los últimos elementos de la vanguardia enemiga.

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Para engañar a los portugueses, Rivera destaca en la noche del 18 de noviembre dos partidas que hacen demostraciones al norte y al este de la vanguardia portuguesa. Facilitando su despliegue mediante esta estratagema lanza el ataque disponiendo la Caballería en las alas y la Infantería en el centro. Su maniobra envolvente fracasa al verse detenida el ala izquierda oriental por una compañía de Cazadores. Empeñadas las alas en acciones parciales permiten a la caballería portuguesa reorganizarse, dejando sin apoyo a la infantería patriota, la que es atacada y desorganizada. A este suceso sigue el desmoronamiento total de la línea.

Luego de la Batalla de India Muerta, acción que acabamos de describir, los portugueses continúan su avance, cuando al llegar a la altura del Arroyo Sauce, Departamento de Maldonado, los ataca sable en mano exitosamente el comandante Gutiérrez que había podido rehacerse de la reciente derrota. Con ello Rivera inicia el cumplimiento de la misión impuesta por Artigas, que no debió abandonar. El haber presentado batalla contrariaba las órdenes dadas por Artigas, que le había asignado una misión de hostilización y de defensiva elástica. En agosto de 1816 invade la División del brigadier Bernardo da Silveira por Aceguá (Departamento de Cerro Largo).

Fernando Otorgués con misión de actuar en observación de esta División, es atacado por la vanguardia portuguesa en diciembre de 1816. Ante la superioridad numérica del enemigo Otorgués se bate en retirada hacia el Arroyo del Cordobés, perseguido de cerca por una partida portuguesa. Al llegar al Paso de Pablo Páez, observando que el enemigo tenía sus caballadas muy cansadas, y que se había desprendido temerariamente del grueso, se da vuelta, cargando sobre los portugueses sable en mano dispersándolos.

Luego de esta acción Otorgués se retira buscando la incorporación de Rivera con el objeto de reunir fuerzas suficientes para atacar a Silveira que acampaba en el Potrero de Casupá.

Libre de este peligro, Silveira continúa su marcha hacia Minas, siendo hostilizado por Lavalleja. Favorecido por el terreno y serranías que circundan a Minas, Lavalleja sitia a los portugueses en esa villa, hasta que en enero de 1817 éste logra forzar el asedio, incorporándose a Lecor cerca de Pan de Azúcar.

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En febrero de 1817 llegó Lecor a Maldonado, donde se puso en contacto con la escuadra portuguesa del Conde de Vianna.

Producidas las derrotas de las fuerzas de cobertura en el Este y de contra invasión en el Norte; enterado del avance del General Lecor, Artigas resuelve retirar las tropas de Montevideo sacrificando la Plaza. El Gobernador Delegado Miguel Barreiro y el Regidor Joaquín Suárez que ejercían el gobierno de Montevideo abandonan la ciudad dado que no contaban con la fuerza ni los medios necesarios para su defensa. Disponían solamente de 600 plazas y de una Compañía de Artillería, siendo escasos los cartuchos y la pólvora.

La División de Lecor tenía un efectivo aproximado de 8.000 hombres. Sin intentar una inútil resistencia se repliegan buscando incorporarse a las fuerzas de García de Zúñiga, con la finalidad de hostilizar a los portugueses una vez que ocuparon la ciudad. Con las fuerzas que se retiraban de Montevideo y las milicias del Sur, Artigas dispuso que se constituyeran dos ejércitos, a los que dio la denominación de Ejército de la Derecha y de la Izquierda. El primero ocuparía el centro de la campaña, y actuaría bajo el comando de Otorgués; el segundo a cargo de Rivera ocuparía las posiciones de vanguardia situándose en las inmediaciones de Montevideo, cuya vanguardia estaba constituida por una partida de unos 400 jinetes a órdenes de Lavalleja.

Estas partidas se mantenían activas hostilizando los reconocimientos portugueses, reclutando gente y arreando caballadas, cumpliendo en fin una guerra de recursos y de guerrillas.

Batalla de Paso de Cuello

Entre las acciones y encuentros que sucedían, casi a diario se destaca la exitosa acción del paso de Cuello el 19 de marzo en que es atacada una partida portuguesa sorpresivamente y aprovechando el obstáculo del río Santa Lucía en una temeraria carga llevada a cabo por Lavalleja; luego de este combate Lecor se retira hacia Montevideo siempre hostilizado por las guerrillas patriotas, siendo luego sitiado en la ciudad por el grueso de las tropas de Barreiro y Rivera. Para romper el cerco que desde distancia (ocupando el paso de la Arena las tropas artiguistas), Lecor organiza una fuerte columna, integrada por fuerzas de infantería, caballería y artillería, y hace

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una salida en dirección a Florida. Al llegar a la altura de la región Casavalle, es atacado sorpresivamente por Rivera, quien luego de desorganizar la columna y demorarla se repliega sin dejarse enganchar.

Como medida de protección Lecor hizo construir una zanja con reductos situados de kilómetro en kilómetro, de la Barra de Santa Lucía al Buceo, pasando por el Cerrito. A dicha zanja los patriotas le llamaban “reyuna”, en son de mofa.

En octubre de 1817, numerosos jefes orientales se insubordinan contra Artigas, abandonando su causa, luego de dar muestras de desaliento. No fueron ajenas a tales defecciones, las secretas maquinaciones de Pueyrredón, quién aparentando defender y proteger a los orientales mantenía secretas relaciones con los invasores. Entre estos jefes están: el coronel Pedro Fuentes comandante militar de Colonia, quien entrega la plaza al enemigo, el coronel Rufino Bauzá, los hermanos Manuel e Ignacio Oribe, que con la ayuda de Lecor, se dirigen a Buenos Aires, donde son muy bien recibidos, etc.

Incurren también en lamentables actitudes el propio Ortogués, quien mantiene correspondencia secreta con Pueyrredón, secundando los planes directoriales para provocar deserciones entre las fuerzas adictas a Artigas, llegando a decir: “por aquí ya están tomadas las medidas que faciliten el acierto. Yo estoy de acuerdo con todos los paisanos de mayor influjo; con la mayor cautela se han ido dando todos los pasos precisos y puedo asegurar a V. S. que todo está listo”. No obstante éstas y muchas otras deserciones, el héroe se mantiene firme.

El 13 de noviembre de 1817, Artigas declara la guerra al Directorio ante pruebas incontrovertibles de la ayuda que presta a las incursiones de los portugueses por las costas de los ríos Paraná y Uruguay a fin de obtener leña y ganado para el consumo de Montevideo. En un apasionado y documentado oficio, Artigas enumera a Pueyrredón, su indigna conducta.

La situación militar es desesperante, ya que Artigas se vio obligado a atender dos frentes, lo cual indudablemente escapaba a sus posibilidades y a su organización. El desaliento cunde aún más entre sus fuerzas, ya que a los recientes contrastes, y deserciones se sumaba un poderoso enemigo que atacaría su retaguardia y bases de operaciones.

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Perdida la costa, Artigas ganó el interior, conservando el Río Uruguay, por donde recibía recursos de las provincias de Entre Ríos y Corrientes. Quería ensayar un nuevo golpe hostilizando a los invasores, entorpeciendo sus comunicaciones y aprovechando los menores síntomas de flaqueza o de descuido para asestar golpes de mano.

Dada la situación, los portugueses tenían necesidad de ocupar la línea del Uruguay, para interceptar las comunicaciones de Artigas con las Provincias de la Liga Federal. Convenía que las operaciones fueran combinadas desde el Norte y del Sur. Obedeciendo a esta idea de maniobra Curado, comandante de las Fuerzas de Río Grande, marcha hacia el sur a mediados de febrero de 1818, abandonando su campamento en el Catalán, al frente de unos 4.000 hombres. El 2 de mayo del mismo año penetraba en el Río Uruguay una escuadra portuguesa, integrada por cuatro buques, al mando de Senna Pereira. Esta operación se realizó con el consentimiento del gobierno porteño que permitió el pasaje de Martín García. Así lo prueba el oficio de Miguel Bonifacio Gadea de fecha 13 de setiembre de 1817, dirigido a Artigas.

Con la finalidad de completar la defensa del litoral, Artigas hizo construir baterías en Arroyo de la China (Concepción del Uruguay), en el Paso de Vera y en las Bocas del Perucho Berna. Estas baterías ofrecieron resistencia, pero fueron reducidas luego de ser atacadas en forma combinada por Sena Pereyra y Bentos Manuel Riveiro. Mientras la escuadrilla portuguesa amenazaba a la villa de Arroyo de la China, Bentos M. Riveiro cruza en la noche el río Uruguay con 1.500 hombres al norte de la barra del Perucho Berna y ataca sorpresivamente por la espalda a las baterías y florillas artiguistas. El 12 de mayo de 1818, fuerzas de Curado al mando de Bentos toman contacto con la flotilla de Senna Pereira.

Luego de estas acciones no tardaron en caer los restantes núcleos de resistencia del litoral. En febrero de 1818, en las nacientes del Arroyo Valentín (Salto), Curado tomó prisionero a Lavalleja, comandante de la vanguardia artiguista, mientras efectuaba un reconocimiento. También Otorgués había corrido la misma suerte poco antes en Cerro Largo.

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Batalla de Queguay Chico

Luego de acciones de escasa importancia, favorables a los orientales, como la de Pichinango, Guaviyú y Chapicuy, el 4 de julio de 1818, Bentos sorprende y derrota a Artigas en su campamento en el Queguay Chico, dispersándole las tropas. Pocas horas más tarde Rivera ataca a los portugueses derrotándolos completamente y recuperando todo el botín perdido. Luego de esta acción Artigas atraviesa el Uruguay a fin de organizar nuevas fuerzas para invadir Río Grande.

A cargo de la hostilización de Curado deja a Rivera, quien lo sorprende el 3 de octubre de 1818, en la Barra del Arroyo Rabón. Ante la superioridad numérica del enemigo, Rivera se ve obligado a iniciar una difícil retirada, perseguido de cerca y batiéndose durante diez horas.

Haciendo un hábil aprovechamiento del terreno Rivera pone a salvo sus fuerzas, perdiendo sólo 12 hombres en un recorrido de 60 kilómetros. Luego de esta memorable acción, conocida por Retirada del Rabón, Rivera continúa su guerra de recursos.

Nuevo plan de contra‐invasión

En mayo de 1819, Artigas intenta repetir el plan de contra‐invasión fracasado en setiembre de 1816. El nuevo plan era tan audaz y bien concebido como los anteriores. Andresito invadiría por el norte, atrayendo hacia ese lado las fuerzas brasileñas, a las que entretendría con guerrillas, en tanto Artigas siguiendo la sierra de San Martinho con el grueso atacaría por sorpresa al general Patricio Cámara en Santa María. Con un golpe de mano asolaría Río Pardo, Cachoeira, Triunpho, y proximidades de Porto Alegre.

El 25 de abril de 1819, Andresito atraviesa el Uruguay en San Isidro al frente de unos 1.300 hombres (guaraníes y milicias de Corrientes) apoderándose fácilmente de los pueblos de Misiones a excepción de San Borja. Andresito establece su Cuartel General en San Nicolás, donde encuentra abundantes municiones y algunas piezas de artillería.

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Batalla de Itacurubí

A principio de mayo, Andresito es atacado por Chagas en el pueblo de San Nicolás, rechazando a los sitiadores y persiguiéndolos tenazmente, luego de haber recibido un infernal bombardeo de la artillería portuguesa.

Chagas pide refuerzos a Abreu y al gobernador de Río Grande. Andresito deja al capitán Khiré en San Nicolás y se dirige al Sur buscando la incorporación de Artigas, pues no tenía informaciones sobre su posición y había tenido serios trastornos en la correspondencia. Regresaba hacia San Nicolás sin haberse enlazado con Artigas, cuando el 6 de julio de 1819, es atacado por Abreu en el Paso de Itacurubi, siendo completamente derrotado. Días después cayó prisionero cuando intentaba repasar el Río Uruguay.

Con la derrota y prisión de Andresito, el plan de Artigas había fracasado nuevamente. Las causas de su fracaso estaban fundamentalmente en la desproporción numérica, en la diferencia de organización, armamento e instrucción de ambos combatientes. El efecto de sorpresa perseguido por Artigas se ve anulado porque los portugueses interceptan un chasque que llevaba comunicaciones importantes.

Comprendiendo su fracaso, Artigas no juzga oportuno seguir adelante haciendo un compás de espera, aguardando circunstancias más favorables. Deja entonces el Ejército dividido en partidas a órdenes de sus tenientes, con misiones de alcance limitados y se desplaza hacia el Río Uruguay, su permanente centro de operaciones, a fin de organizar su tercera contra invasión.

En noviembre de 1819, Artigas aprovecha las circunstancias de haber perdido los portugueses la libertad de acción, a causa de la hostilidad de las continuas guerrillas artiguistas, lanzando su tercera contra invasión. Artigas dispuso sus fuerzas en la siguiente forma: Lavalleja con 300 hombres sobre el Arroyo Solís Grande; Rivera, con 300 hombres y 100 charrúas en el Paso Cuello, sobre el Río Santa Lucía Chico;

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Otorgués, en el valle del Arroyo Marmarajá, con 250 hombres, desde donde llevó un enérgico ataque sobre Maldonado, de cuya ciudad se apoderó el 19 de setiembre.

Artigas se estableció con la reserva en los potreros de Arerunguá, dedicado a concentrar y disciplinar sus fuerzas.

La situación general era la siguiente: Lecor se encontraba sitiado en Montevideo por Felipe Duarte, que había sido nombrado por Artigas, Comandante General de la línea sitiadora de Montevideo. El 17 de noviembre de 1819, Artigas en un oficio datado en Las Cañas, le da órdenes e instrucciones sobre la forma de conducir la guerra de recursos, recomendándole que en caso de ser imposible la resistencia, se bata en retirada sobre el Río Negro, buscando la reincorporación de las otras Divisiones, hostilizando siempre al invasor.

Curado se encontraba atrincherado en el Rincón de Haedo (Rincón de las Gallinas). El brigadier José de Abreu se hallaba con unos 600 hombres, en el Paso del Rosario (Ituzaingó) del Río Santa María, encargado de cubrir la frontera. Cumpliendo su plan de obrar sobre el punto más sensible del enemigo, cortándole sus líneas de comunicaciones, Artigas invade por la penetrante de la Cuchilla de Santa Ana con unos 300 hombres, y cubierto por una vanguardia de unos 500 hombres al mando de Latorre.

Desgraciadamente es interceptada de nuevo la correspondencia artiguista enterándose los portugueses de su idea de maniobra, según se desprende del oficio del Conde de Figueira (Gobernador de Río Grande) fechado en diciembre de 1819.

Batalla de Santa María

Artigas invade hasta el Río Santa María, atacando el 14 de diciembre de 1819 al coronel Abreu, que acampaba en las costas del Ibirapuitán Chico, infligiéndole una completa derrota. Esta batalla se le conoce también con el nombre de Combate de Santa María o de Ibirapuitán.

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Luego de este combate Abreu es reforzado por la incorporación de Cámara, el día 15. Posteriormente Abreu recibe nuevos refuerzos enviados por el conde de Figueira, con lo que obtiene superioridad numérica. Alentado por estas circunstancias ataca y destroza a la vanguardia artiguista al mando de Latorre.

Luego de este revés Artigas juzga prudente abandonar el territorio brasileño, para reorganizar sus fuerzas, activar el envío de las tropas pedidas a Entre Ríos y reunir caballadas. Con tal intención entrega temporariamente el comando a Latorre quien se dirige al Río Tacuarembó, situándose en sus costas. Artigas se dirige al arroyo Mataojo en el departamento de Salto. El grueso de las fuerzas de Latorre vadeó el Río Tacuarembó, dejando en la otra orilla la vanguardia constituida por la División de Misiones.

Batalla de Tacuarembó

El 22 de enero de 1820, el conde de Figueira, al frente de unos 3.000 hombres, a las ocho de la mañana atacó por sorpresa a la vanguardia de Latorre. Esta vanguardia estaba aislada del grueso por la creciente del río. Inútiles fueron los esfuerzos realizados; a la superioridad numérica de los portugueses se suman estos diversos factores adversos: sorpresa, error táctico, etc.

La Batalla de Tacuarembó, fue el golpe de gracia para la resistencia artiguista, pues aniquila prácticamente sus fuerzas. Fue la última batalla en el territorio oriental librada por las fuerzas artiguistas. Al efecto material provocado por esta derrota se suma el 2 de marzo el sometimiento de Rivera, luego de actos de desobediencia y de entrar en tratativas con los portugueses. La decepción, con todos sus efectos morales, iba cundiendo entre las tropas.

Batalla de Las Guachas

Buscando organizar nuevas fuerzas para continuar la resistencia, Artigas atraviesa el Uruguay seguido de unos 300 jinetes, que era cuanto le quedaba de su destrozado ejército. Estableció su campamento en Avalos, iniciando de inmediato el reclutamiento y la reorganización de sus fuerzas, mediante comunicaciones dirigidas a

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los caudillos de Corrientes, Entre Ríos y Misiones. Cuando Ramírez recibe el pedido de auxilio formulado por Artigas, no sólo no lo cumple, sino que se subleva contra él. Con anterioridad a este hecho, Artigas había increpado a Ramírez el haber suscripto el Tratado del Pilar, lo que consideraba una traición a sus ideales y un desconocimiento de su autoridad.

Inmediatamente de tener noticia de la actitud de Ramírez, Artigas marchó contra él, batiéndolo completamente en Las Guachas, el 12 de Junio de 1820.

Batalla de Las Tunas

Habiendo recibido Ramírez refuerzos enviados por Sarratea (implacable enemigo de Artigas y en ese momento Gobernador de Buenos Aires), derrota a Artigas en Las Tunas, y luego persiguiéndolo con saña lo obliga a refugiarse en Corrientes y luego en Misiones, donde una nueva traición, la del indio Siti, termina con su poder militar, al verse atacado por la espalda mientras sitiaba el fuerte de Cambia. Abriéndose paso con sólo 150 hombres se dirige a Candelaria, donde atraviesa el Río Paraná, el 23 de setiembre de 1820.

Allí termina la titánica resistencia del héroe. El silencio que rodea sus pasos posteriores impiden una exacta apreciación de sus intenciones. Posiblemente llegó a la frontera del Paraguay con el objeto de solicitar refuerzos para la lucha por la libertad. Su prestigio entre la masa indígena era notable. Tal vez confió en repetir nuevamente su plan mediante la colaboración que obtuviera en el Paraguay. Lo cierto es que su figura epopéyica desaparece del escenario geográfico de su protectorado, para encarnarse en las ideas y en las masas de sus provincias, volviendo en el justiciero lenguaje de la historia como un símbolo de redención y de gloria.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Rodríguez, Cap. Edison Alonso – Artigas, Aspectos militares del héroe – Montevideo (1954)

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12 de Junio

Misión paraguaya a Europa

Elisa Alicia Lynch (1835‐1886)

Uno de los primeros actos del presidente del Paraguay, Carlos Antonio López, fue ponerse en relación con todos los gobiernos civilizados del mundo. Como resultado de sus gestiones diplomáticas, pronto el Paraguay salió del aislamiento en que había vivido, entrando de lleno en la convivencia internacional. De todas partes les llegaron los mejores testimonios de sincera simpatía, reconociéndose la independencia y formulándose votos por el resurgimiento paraguayo. Y no tardaron en llegar a Asunción los representantes de las grandes potencias, con los que se firmaron tratados de amistad, comercio y navegación.

Para responder a estas atenciones, para restablecer las relaciones con la madre patria, y con otros fines relacionados con el desenvolvimiento del progreso del Paraguay, fue enviado a Europa, como ministro plenipotenciario, el general López, que era ya, a la sazón, el hombre más preparado y más discreto de su país.

El domingo 12 de junio de 1853 partió de la Asunción, a bordo de la nave de guerra Independencia del Paraguay, llevando como secretarios a Juan Andrés Nelly y a Angel Benigno López. Lo acompañaban también el entonces comandante Vicente Barrios, el capitán José María Aguiar, el teniente Rómulo Yegros y el alférez Paulino Alen.

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El 14 de setiembre llegó el representante paraguayo a Southampton pasando enseguida a Londres, donde mereció la más amable acogida por parte del gobierno británico. (1)

En aquella ocasión tuvo oportunidad de conocer allí personalmente al famoso publicista argentino Nicolás Calvo, quien había de ser después uno de sus corresponsales secretos en el Río de la Plata. De una correspondencia enviada por dicho escritor a un diario de Buenos Aires se tomaron los párrafos que siguen, donde sus palabras trasuntan la impresión que le causara el representante paraguayo:

“Tenemos aquí al general López, ministro plenipotenciario del Paraguay, que pronto pasará a París. El general es un hombre distinguido en sus modales, dotado de una fisonomía inteligente y apacible, que gana la voluntad del que le trata. Su viaje a Europa es, a mi juicio, una garantía de prosperidad y un gaje de progreso y de mejora infalible para su patria. Observador, reservado y estudioso, se ve en sus acciones la preocupación del hombre seriamente contraído a llevar la aplicación de lo bueno y de lo útil que la Europa le presenta en provecho de su patria.

“El Paraguay, ofreciendo una estabilidad que, desgraciadamente, falta entre nosotros, llama ya la atención de la Europa comercial, y la emigración agrícola de que tanto necesitan estos países puede muy bien acordarle la preferencia, tanto más cuanto que es éste uno de los puntos a que el ilustrado general López contrae su preferente atención, y reuniendo, como reúne, a la capacidad personal los medios materiales y pecuniarios de desenvolver su plan, poco arriesgo es presagiar que una corriente de inmigración europea, no tardará en pronunciarse hacia el Paraguay.

“Esta legación es, quizás, la más numerosa que ha venido de la América, y hará buena figura en la lujosa Corte del Emperador Napoleón”.

Llegada a Francia

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Después de una corta estada en Londres, y antes de visitar, como deseaba, las grandes ciudades manufactureras del Reino, a causa del cólera, que empezaba a propagarse en forma alarmante, pasó a Francia, donde fue recibido en sesión pública por Napoleón III, quien, desde un principio, le brindó sus simpatías, así como la hermosa Emperatriz.

Muchas leyendas se han forjado sobre su paso por París y sobre el deslumbramiento que causó en su alma el falso brillo de aquella Corte corrompida.

Hay a qué atenerse sobre el carácter del joven patriota, sobre las intimidades de su alma, sobre sus verdaderas inclinaciones. Se sabe que era morigerado en sus costumbres y que desdeñaba los laureles de la gloria militar. En su alma no cabía otra ambición que la de ver a su patria engrandecida y en paz con sus vecinos…

Mal, pues, podía seducirle una Corte marcial, fastuosa, pero degradada, a los encantos íntimos de una ciudad alegre. En su mente no llevaba clavada sino una sola idea fija: la prosperidad de su pequeño país. Inútil buscar documentos, pruebas reales de que hubiese llevado en París una vida licenciosa. Inútil pretender dar verosimilitud siquiera a las patrañas forjadas por los falsificadores de la historia.

Queda, felizmente, el diario íntimo de uno de sus compañeros –el mayor Rómulo Yegros‐ gracias al cual es posible seguirle, sin perderle de vista un momento, a través de la gran ciudad. Y por ese diario se sabe toda la verdad de su actuación irreprochable.

Lo que hay de cierto es que Eugenia, que quiso confundirle con uno de esos embajadores semibárbaros de los países orientales, quedó prendada de su gentileza tan pronto como lo conoció en una de las fiestas del Palacio. Y que Napoleón, que era un hombre de vasta cultura, se sintió sorprendido en presencia de aquel joven lleno de ilustración que, en un francés correcto, disertaba con él sobre las más diversas cuestiones, con un dominio absoluto de la política europea y de la historia del mundo.

Aquella simpatía se transformó pronto en amistad que le valió las más honrosas distinciones. Así, es verdad que el Emperador lo invitó una vez a presenciar unas maniobras militares, brindándole el comando de las tropas, en medio del estupor de

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los presentes. López, sin afectación y sin embarazo alguno, agradeció aquella inusitada distinción, dando en el acto las órdenes correspondientes y haciendo desfilar batallones y regimientos en su presencia con singular acierto. Precisamente toda su cultura militar era francesa, estando bien interiorizado de los secretos de la táctica y de su estrategia. No podía, pues, tomarle de sorpresa aquel rasgo inesperado del Monarca.

Por lo demás, en París, como en Londres, no perdió su tiempo en frivolidades, trabajando por allegar ventajas a su patria, procurando abrir mercados a los productos paraguayos, vincularse a la banca europea y encaminar hacia Paraguay una buena corriente de emigración.

Y como resultados de sus gestiones tan fecundas, el Paraguay se vio pronto impulsado por un creciente progreso, en medio de una renovación completa.

No se puede omitir aquí un detalle íntimo de su vida que ha dado lugar a tantas injustas acusaciones, a tantos calumniosos denuestos. El mismo está referido a sus relaciones con la famosa Elisa Alicia Lynch, a quien amó apasionadamente desde el momento que la conoció en Paris.

Esta célebre mujer, tan vinculada a la historia del Paraguay, tan discutida y tan interesante a los ojos del investigador sereno, ha dejado en un panfleto poco conocido los siguientes datos autobiográficos:

“Nací en Irlanda, el año 1835, de padres honorables y pudientes, perteneciendo a una familia irlandesa que contaba, por parte de mi padre, dos Obispos y más de setenta magistrados, y, por parte de mi madre, un vicealmirante de la Marina Inglesa, que tuvo la honra de combatir, con cuatro de sus hermanos, a las órdenes de Nelson, en las batallas del Nilo y Trafalgar.

“Todos mis tíos fueron oficiales de la Marina o del Ejército inglés. Mis primos lo son hoy, y varios otros de mis parientes ocupan altas posiciones en Irlanda.

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“El 3 de junio de 1850, fui casada en Inglaterra, a la edad de quince años, con Mr. Quatrefages, persona que ocupa un alto puesto en Francia. A su lado viví tres años, residiendo en Francia y Argelia, sin tener descendencia.

“Separada de él a causa de mi mala salud, me reuní a mi madre en Inglaterra, quedando algún tiempo con ella. Estuve después con mi tío, el comandante de la Marina real inglesa, William Royle Crooke y su esposa, hermana de mi madre.

“Residí en París muy poco tiempo, y, mientras estuve allí, viví con mi madre y la familia de Strafor, compuesta de la madre y tres hijas, siendo el padre magistrado en Dublín.

“Poco tiempo después de separada de mi esposo conocí al mariscal López, y ya en 1854 me encontraba en Buenos Aires, de paso para Asunción.

“Los que se han empeñado en presentarme como una mujer de mala vida en París, se encuentran descubiertos ante la evidencia de lo que dejo referido, porque falta materialmente el tiempo necesario para que yo haya podido entregarme a la vida licenciosa que se ha pretendido atribuirme. No he podido, pues, ser la mujer que han pintado mis enemigos.

“El antecedente más desfavorable a mi reputación ha sido el hecho de mi matrimonio. Casada y pasando a ser la compañera del mariscal López era autorizar el cargo de adúltera. Hasta hoy no he querido desmentir esta acusación por motivos de delicadeza que me obligaban a no perjudicar la posición que ocupa Mr. Quatrefages. Pero ahora estoy obligada a romper ese silencio, porque me debo a mis hijos y mi nombre está ligado a una época histórica.

“Mi matrimonio con Mr. Quatrefages fue considerado nulo por no haberse cumplido las formalidades exigidas por la ley, y la prueba más concluyente de ello es que él se volvió a casar en 1857 y tiene varios hijos de ese matrimonio.

“Dados estos antecedentes respecto a mis primeros años, no necesito detenerme a dar cuenta de los quince años que residí en el Paraguay, porque nadie, nadie, se

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atreverá, ni se ha atrevido, a atribuirme una deslealtad al hombre al cual ligué mi porvenir”.

Tal es la madama Lynch de la realidad, pintada por ella misma con emocionante sinceridad… Mujer de extraordinaria belleza y distinción, llena de talento y de una discreta cultura, despertó en Solano López un apasionado amor. Se conocieron un día en la estación de San Lázaro… se conocieron y se amaron.

En una palabra, Solano López había encontrado en su camino la compañera que le deparaba su trágico destino. Y ésta, respondiendo también a un mandato superior, le dio la mano y lo siguió en la vida.

Fracasan las negociaciones con España

De París pasó a Madrid, donde presentó sus credenciales, gestionando un tratado de paz con la madre patria. Le tocó en la Corte española poner a prueba sus dotes de diplomático y su singular energía. Desde el primer momento encontró dificultades insalvables en las extrañas pretensiones de la Cancillería, que se empeñaba en sentar principios inadmisibles de derecho internacional, en cláusulas que rechazó resueltamente.

Así, quería el señor Angel Calderón de la Barca, ministro de Relaciones Exteriores, que se estableciera que los hijos de españoles nacidos en el territorio del Paraguay tendrían el derecho de optar por ser paraguayos o españoles, y otras estipulaciones por el estilo, contrarias al derecho de gentes, a las leyes de la República y hasta el decoro nacional. Con tal motivo tuvo que formular numerosas notas, en las que se ve el rastro de la garra del león. Su estilo es inconfundible, siendo imposible no reconocer en todo cuanto escribió desde entonces el sello potente de su personalidad.

Aquel joven, que por primera vez salía de su patria, hablaba con la autoridad de un hombre cargado de experiencia y acostumbrado a tratar de igual a igual a los más poderosos de la tierra. Todo es dignidad, energía, autoridad en lo que escribe. Se ve que se siente fuerte en su derecho; no conciente en ceder un ápice a su contendor. Y cuando se convence de que no hay nada que hacer ya frente a la terquedad de la

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Cancillería española, a la que ha demostrado inútilmente la sinrazón de sus pretensiones y hasta sus flagrantes inconsecuencias, anuncia oficialmente su retiro, y se marcha, sin perder la línea de la más exquisita cortesía.

Meses después, cambiado el ministro de Relaciones Exteriores, recibió un llamado del nuevo titular de dicha cartera, que se avenía, por fin, a zanjar todas las dificultades. Pero era ya tarde. El ministro paraguayo contestó que le era imposible volver a Madrid, porque había sido llamado por su Gobierno y en el puerto de Burdeos le esperaba, con los fuegos encendidos, un vapor de guerra de su país, listo para partir.

El más completo éxito coronó sus gestiones ante el Rey de Cerdeña, consiguiendo sin dificultad que fueran canjeados y ratificados los Tratados firmados en Asunción.

Por todas partes no encontró sino buena voluntad para su patria y para su persona, recibiendo de Napoleón las insignias de Comendador de la Legión de Honor y del Rey de Cerdeña las de Comendador de San Mauricio y San Lázaro.

Hasta el propio Juan Manuel de Rosas, entonces en Inglaterra, requerido para dar informes sobre el Paraguay, no titubeó en decir que era el único país al cual se podía abrir un crédito ilimitado, certificando que la firma de su ministro estaba garantida por las riquezas de un pueblo pacífico y trabajador y por la solvencia del Gobierno más serio de América.

Puede decirse, pues, que su misión fue coronada por el más completo éxito. Y, así, después de haber hecho un lucido papel diplomático; después de haber estudiado detenidamente todo lo que podía interesar a su patria; después de haber hecho magníficas adquisiciones, asegurando el concurso de hombres e instituciones de trascendental importancia, regresó, a bordo del hermoso y veloz vapor Tacuarí, adquirido por él en Inglaterra.

El 11 de noviembre de 1854, a las diez y media de la mañana, partió de Burdeos. Venían con él, a más del personal de la Legación, numerosos técnicos contratados en Inglaterra y Francia, entre ellos los ingenieros Whitehead y Richardson, que tan valiosos servicios habían de prestar al Paraguay.

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A su paso por Río de Janeiro se entrevistó con el Emperador y con varios personajes de la Corte, tratando inútilmente, de buscar una solución a las graves cuestiones que empezaban a poner en peligro la paz entre el Brasil y Paraguay.

Finalmente llegó a la Asunción en la tarde del 21 de enero de 1855.

Referencia

(1) El lunes 5 de diciembre de 1853 fue recibido Solano López por la Reina Victoria en su palacio de la isla de Wight. Rómulo Yegros, al anotar este hecho en su minucioso diario, escribe: “Después de haber visto el señor general a la Reina, dice que le ofreció su vapor de paseo para que regresase y su coche para que lo usase en el puerto. Esta oferta fue aceptada por el señor ministro. El inmenso gentío que había en la ribera y los marineros, al verle bajar, creyeron que era la Reina la que venía a su paseo de costumbre… Por este feliz viaje vemos que el señor general es tenido en mucho aprecio por la Reina y sus ministros”.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

O’Leary, Juan E. – El mariscal Solano López