secretos de las niñas bien

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MONÓLOGO DE UNA NIÑA BIEN HARTA DE LAS NIÑAS BIEN EN DECADENCIA… ¿Qué diablos, se están creyendo las llamadas “niñas bien”? Sobre todo las que ya ni son ni tan “niñas” y menos “bien”. La verdad es que está por verse porque actúan igual que a las que no consideran de su clase. Ya no son ejemplares por finas y elegantes, o están divorciadas, o viven con su pareja sin haberse casado, o nse quitan maridos, o se botoxean (se ponen mucho botox, sobre todo en los labios), o se visten igual que centenas de señoras, o usan sus indispensable leggins, con botas, o zapatos estrambóticos, minifaldas, bisutería vistosa aunque fina, eso sí, y sus peinados extraños por todas las “extensiones”, que se ponen. Estas, dizque niñas bien, ya les dijeron adiós a las faldas plisadas, las blusas a rayas, los twin sets, los chongos tipo Grace Kelly, los aretes y el collar de perlas. Hablan con un vocabulario y utilizan coloquialismos que jamás oyeron en sus casas. Pero ¿qué se están creyendo? Y las peores, las que están más confundidas, son las venidas a menos. Aun cuando se siguen reuniendo con las de su medio, ahora, les interesa mezclarse con las “niñas, bien ricas” las también llamadas “fresas” a las que aceptan con tal de que les aporten influencia política o contactos útiles, invitaciones a los yates, sus fiestas, sus casas de campo, etc. Ya que estas ricachonas tienen el poder, gracias a su posición económica, de pasar a formar parte de las altas esferas sociales. Ya no importa el origen familiar de estas personas, lo que importa es, como dice el adagio: “Tanto tienes tanto vales”. It’s all about money…Tener estos vínculos significa una manera de sobrevivir para la “crema y nata” de la sociedad ya que, gracias a esas nuevas ricas, que forman una suerte de corte, mantienen su nivel social. “Qué bueno que existen señoras como Luz González porque son las que nos mantienen en nuestro lugar”. El secreto de esta gente “bien” es que, aparentan tener gran amistad e intimidad con sus nuevas relaciones, pero eso sí, no olvidan, de una manera muy sutil, guardar sus distancias. Cuando coinciden, en seguida se nota ya sea en la sonrisita, la mirada intercambiada con alguien de la misma clase, o el halago paternalista, tipo: “Mira ese vestido sí te queda bien no está tan apretado como el que traías ayer. Con ése sí te veías fatal, parecías tamal. Te lo digo en buen plan, porque te quiero, por eso te lo digo”. “¿De dónde dices que eran tus abuelos, porque no ubico tú apellido?” “¿De verdad, es la primera vez que viaja a Europa? No lo puedo creer. Pues ¿dónde ibas antes de vacaciones?”. Estas niñas bien en decadencia, conservan una autoridad para opinar, juzgar y pontificar como si hubieran hecho altos estudios. Pero. ¿Qué se están creyendo? Tienen una conciencia de clase tan obsoleta que caen en el ridículo. Ya, muchas de ellas, ni tienen el estatus económico, ni el político, si acaso un prestigio social que va en rápida disminución y que las arribistas respetan. Las has been no hacen más que hablar del pasado, coleccionan recuerdos, muchas veces de épocas que ni vivieron y sienten nostalgias que no les corresponden. Les encanta hablar de la realeza europea como si pertenecieran a ella solo

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MONÓLOGO DE UNA NIÑA BIEN HARTA DE LAS NIÑAS BIEN EN DECADENCIA…

¿Qué diablos, se están creyendo las llamadas “niñas bien”? Sobre todo lasque ya ni son ni tan “niñas” y menos “bien”. La verdad es que está por verseporque actúan igual que a las que no consideran de su clase. Ya no sonejemplares por finas y elegantes, o están divorciadas, o viven con su pareja sinhaberse casado, o nse quitan maridos, o se botoxean (se ponen mucho botox,sobre todo en los labios), o se visten igual que centenas de señoras, o usan susindispensable leggins, con botas, o zapatos estrambóticos, minifaldas, bisuteríavistosa aunque fina, eso sí, y sus peinados extraños por todas las“extensiones”, que se ponen. Estas, dizque niñas bien, ya les dijeron adiós alas faldas plisadas, las blusas a rayas, los twin sets, los chongos tipo GraceKelly, los aretes y el collar de perlas. Hablan con un vocabulario y utilizancoloquialismos que jamás oyeron en sus casas. Pero ¿qué se están creyendo?Y las peores, las que están más confundidas, son las venidas a menos. Auncuando se siguen reuniendo con las de su medio, ahora, les interesa mezclarsecon las “niñas, bien ricas” las también llamadas “fresas” a las que aceptan contal de que les aporten influencia política o contactos útiles, invitaciones a losyates, sus fiestas, sus casas de campo, etc. Ya que estas ricachonas tienen elpoder, gracias a su posición económica, de pasar a formar parte de las altasesferas sociales. Ya no importa el origen familiar de estas personas, lo queimporta es, como dice el adagio: “Tanto tienes tanto vales”. It’s all aboutmoney…Tener estos vínculos significa una manera de sobrevivir para la “cremay nata” de la sociedad ya que, gracias a esas nuevas ricas, que forman unasuerte de corte, mantienen su nivel social. “Qué bueno que existen señorascomo Luz González porque son las que nos mantienen en nuestro lugar”. Elsecreto de esta gente “bien” es que, aparentan tener gran amistad e intimidadcon sus nuevas relaciones, pero eso sí, no olvidan, de una manera muy sutil,guardar sus distancias. Cuando coinciden, en seguida se nota ya sea en lasonrisita, la mirada intercambiada con alguien de la misma clase, o el halagopaternalista, tipo: “Mira ese vestido sí te queda bien no está tan apretadocomo el que traías ayer. Con ése sí te veías fatal, parecías tamal. Te lo digo enbuen plan, porque te quiero, por eso te lo digo”. “¿De dónde dices que erantus abuelos, porque no ubico tú apellido?” “¿De verdad, es la primera vez queviaja a Europa? No lo puedo creer. Pues ¿dónde ibas antes de vacaciones?”.Estas niñas bien en decadencia, conservan una autoridad para opinar, juzgar ypontificar como si hubieran hecho altos estudios. Pero. ¿Qué se estáncreyendo? Tienen una conciencia de clase tan obsoleta que caen en el ridículo.Ya, muchas de ellas, ni tienen el estatus económico, ni el político, si acaso unprestigio social que va en rápida disminución y que las arribistas respetan. Lashas been no hacen más que hablar del pasado, coleccionan recuerdos, muchasveces de épocas que ni vivieron y sienten nostalgias que no les corresponden.Les encanta hablar de la realeza europea como si pertenecieran a ella solo

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porque tienen un viejo tío o una tía que vivió en Europa durante el exilio de donPorfirio y se quedaron a vivir en Paris o en Madrid y se convirtieron en tema deconversación recurrente hasta convertirse en el mito elegante de la familia.

Por favor que ya dejen de creerse exclusivas. Estas familias añejas ya no lesimporta a nadie. Que no me cuenten porque sus antepasados fueron,igualmente, arribistas, aunque de hace más tiempo pero ni tanto. Ellos,también, favorecidos por fortunas adquiridas por circunstancias muyprivilegiadas pudieron empoderarse y lograr posiciones de muy alto niveleconómico, político y social, tal y como lo han hecho a los que llaman “nuevosricos”, “arribistas”, “trepadores”. No hay que olvidar que ocurrió que muchasde esas fortunas se desplomaron con la misma rapidez con la que seacumularon y surgieron “los venidos a menos”, los “nuevos pobres”. Esevidente que esta “gente bien” piensa que tienen “lo que el dinero no puedecomprar”. He allí su gran secreto. Pero, en el fondo, muy en el fondo, ya sesienten medio out, aunque tengan títulos de nobleza comprados, muchasantigüedades y fotos de las bisabuelas y abuelas mostrando sus joyas. Estasniñas bien, son las más insoportables.

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EL SECRETO DE UNA NIÑA BIEN SECRETA

“Muchos años después de lo que sucedió me enteré que era sucostumbre, es decir, la de acostarse con sus pacientes niñas bien, ex alumnasde colegio de monjas. Yo fui una de ellas, una de las víctimas de lo que seconoce como “transferencia”. Supuestamente es totalmente normal e inclusoimprescindible para que el tratamiento psicoanalítico funcione. Tengoentendido que en todas las terapias, al cabo de un cierto tiempo, las pacientessuelen “enamorarse” de su psiquiatra o terapeuta, a quien durante la“transferencia”, lo ven como su novio, hermano, padre, amante, confidente y laúnica persona que la entiende. Es evidente que este “enamoramiento” no esreal, aunque la paciente lo viva con mucha intensidad, no deja de ser unafantasía. Al cabo de un año de terapia, yo juraba por todos los santos delmundo, que estaba efectivamente enamorada de mi psicoanalista, a pesar deque el doctor J. C. era un hombre muy feo, con los dientes chuecos, corriente ymucho mayor que yo. A mí no me importaba, yo lo veía atractivo, interesante,varonil, culto, inteligentísimo y con una enorme capacidad para ayudar alprójimo. De hecho, en la época que era su paciente, hacía trabajo social conpandillas de ciudad Neza, adictos a la droga y a todo tipo de enervantes. El Dr.J. C, daba clases en la UNAM, era un personaje muy importante de laAsociación Psicoanalista Mexicana, aficionado a los toros y articulista en unperiódico de izquierda. Todo eso me encantaba de él; lo veía como a unintelectual muy liberal, un hombre comprometido con su país, que conocía laobra de Freud como la palma de su mano y que además, era un “bohemio”,asiduo de la Cueva de Amparo Montes y ex psicoanalista de muchos políticosde cuya amistad presumía, en las sesiones, todo el tiempo. Inútil decirte queera todo lo contrario de mi marido, un súper niño bien del Ibero, convencional,mocho, que jugaba golf y que junto con unos amigos, había abierto una casade Bolsa. Entonces yo tenía 26 años, era madre de una niña de dos y estabatotalmente confundida. No tenía ni idea de quién era, ni por qué me habíacasado con mi marido; tenía la impresión que nadie me quería, me daba pavorel qué dirán y dentro de mí, sentía que me sumía dentro de un pozo sin fondo.

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Para colmo, todas las noches tenía pesadillas. Por lo tanto necesitaba ayudaprofesional. Cuando se lo propuse a mi marido me dijo: “Okey. No problem. ¿Siquieres le pregunto a Luis Carlos con quién va Vero? Dice que este esbuenérrimo y que desde que su mujer va con ese shrink, ha cambiadomuchísimo”. Así lo hice. Le pregunté a Verónica y a la semana me presenté asu consultorio, que estaba en San Angel.

“Me acuerdo que lo que más me impresionó de la primera sesión fue laforma en que me escuchaba, además de poner toda su atención, al mismotiempo me miraba con mucha ternura y hasta con complicidad. Acabamosmuertos de la risa hablando de otros temas que no tenían nada que ver conmis problemas. “Para empezar la terapia, me gustaría verla dos veces porsemana”, me dijo J.C. como si le hablara no a una paciente, sino más bien,como a una de sus tantas alumnas consentidas. Para no hacerte el cuentolargo, (nada más de acordarme de todo esto, se me revuelve el estómago) alcabo de seis meses, ir con mi psiquiatra se convirtió en mi única ilusión en mivida. Todo el día pensaba en él, le escribía cartas de amor, le hacía regalos; siviajábamos, le mandaba tarjetas postales, le llevaba discos, libros antiguos,grabados de toros, objetos extraños, corbatas francesas, etc. Lo que más meextrañaba, es que el Dr. J.C me aceptaba todo. Jamás puso la mínimoresistencia, ni me dijo que ese tipo de manifestaciones no eran correctas nisaludables para la terapia. Entonces, pensaba que mi comportamiento eratotalmente normal. Era feliz. Le coqueteaba, le lloraba amargamente cuando lehablaba de mi madre, me le insinuaba, lo hacía reír, le contaba mil anécdotas,de mis viajes, hablábamos de política y le contaba todo acerca de las fiestas adonde iba. “Usted me vive como naco, ¿verdad?”, me preguntaba todo eltiempo. Y yo le decía que para nada, cuando en realidad así lo veíaefectivamente, pero así me gustaba: ¡naco!”, porque era diferente al tipo degente que trataba y porque ése era precisamente mi secreto, estarsupuestamente enamorada de un naco, que no conocía nadie, que no iba a lasfiestas a donde me invitaban y que sinceramente era impresentable. Lo maloes que el “naco” era mi psiquiatra, él sabía que yo era su paciente; conocíaperfectamente bien las reglas del juego, pero no las aplicaba. Yo creo, que en elfondo estaba muy halagado, que una niña ben, le rindiera tanta admiración,veneración y hasta adoración. Por lo tanto era la perfecta paciente sumida enuna perfecta, transferencia, en manos de un doctor farsante, acomplejado ymuy poco ético.

“Mientras el tiempo pasaba, cada día dependía más de mi psicoanalista;alimentaba de más en más mis ilusiones, coqueteos, búsqueda por miverdadera identidad e intensos deseos de ser correspondida en el amor, hastaese momento, platónico. Entre tanto, mi matrimonio se iba a pique. Tan eraasí que no recuerdo haberle dedicado mucho tiempo en hablar de mi marido, nide nuestra relación, ni mucho menos, de mis hijos. Así pasaron los últimosaños del tratamiento, el cual duró 12 años, hasta que sucedió, lo que no tenía

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que suceder. Sucedió en su consultorio, sucedió en el chaise longue, sucediócuando todavía era su paciente y si mal no recuerdo, sucedía, sin dejar depagarle como si nada sucediera realmente. No me veo llegando a mis citas enel papel de la lover, esto me hubiera causado demasiada culpa, así es que sí lepagaba. En realidad nunca deje de ser la paciente que ya llevaba muchos añoscon el mismo psiquiatra. Me acuerdo, que a veces llegaba más temprano a micita; tenía entonces que esperar, de 10 a 15 minutos, en un pequeño patiointerior, que terminara con la señora (joven y guapa) que me precedía.Recuerdo, que mientras esperaba, lo imaginaba haciendo lo mismo que hacíaconmigo… Curiosamente, esta paciente siempre salía de su consultorio, demuy buen humor. La odiaba. Me daban muchos celos, pero a él no le decíanada para no contrariarlo y no tener que analizar por qué era celosa de algoque imaginaba y si tenía algo que ver con mi infancia. Además, él sabíaperfectamente de qué pie cojeaba, conocía de memoria mis traumas, misinseguridades, mi falta de autoestima, mis complejos, mis limitaciones ydebilidades. Con el tiempo esta situación, me fue provocando de más en másculpa. Por las noches ya no tenía pesadillas, pero ahora ya no podía dormir, mesentía demasiado culpable respecto a mi marido y mi familia. Empecé asentirme incómoda respecto a esa doble vida: por un lado, era una niña bienmuy bien portadita, jugando el papel de esposa feliz, plena y realizada y por elotro, era una mujer que engañaba a su marido en la clandestinidad,interpretando el rol de Lady Chatterley, la novela que cuenta de una aristócrataque se enamora de su guardabosques, nada más que en mi caso, se trataba demi psiquiatra. ¿Cuál de la dos, era mi verdadera identidad? ¿Era una señorarespetable o más bien, era una hipócrita, inmoral y muy enferma para aceptarsemejante relación? ¿Era víctima del psiquiatra o él era mi víctima? De pensarque un día tal vez me hubieran encontrado con él, ya sea mi marido o alguiende mi familia o alguno de mis amigos, tan snob y conservadores, me aterraba.“¡Estás loca, pero si es un naco, además es tu psiquiatra!”, me hubieran dichocon toda razón. Por otro lado, me gustaba tener un secreto, solo mío y nadamás mío, me sentía con poder. Cuando escuchaba a mis amigas criticar a otrasniñas bien porque tenían un affaire o porque se habían echado su “canita alaire” con un casado, yo me moría de risa para mis adentros y las veía comomensas, con sus vidas planas, previsibles y muy aburridas. Sin embargo,después de algún tiempo, comencé a sentirme usada e incluso, sumamentedevaluada. Qué irónico, estaba siendo devaluada por el mismo psiquiatra quiense suponía debía ayudarme a valorarme.

Una noche fuimos a cenar al Café Tacuba, y cuando me llevó a mi casa,después de haber estado en un motel en la carretera a Cuernavaca, me dijo:“Me vas a odiar toda tu vida por esto.”. Tenía y no tenía razón. Lo odiémuchos años, pero ya no. Ahora, cuando me acuerdo de él, más que odio, meprovoca repugnancia, pero más compasión me inspiran, las otras niñas bien ex

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alumnas de colegio de monjas que también fueron sus víctimas y que tal vezellas, sí lo odien.

He aquí mi secreto. Tuvieron que pasar casi 40 años para que finalmente,lo contara. Me siento mejor, más liberada, pero sobre todo, menos culpable. –