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SECCIÓN GENERAL G RELACIONES 116, OTOÑO 2008, VOL. XXIX

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conquiSta y encomienda en la nueva Galicia durante la primera mitad del SiGlo Xvi:

“bárbaroS” y “civilizadoS” en laS fronteraS americanaS

Salvador Álvarez*El Colegio de Michoacán

Luego de la ruina de la capital de los aztecas, la oposición guerrera se extinguió muy rápidamente. Así, en unos pocos años los españoles se enseñorearon, casi sin enfrentar resistencia armada alguna, del conjunto de las poblaciones que ha-bitaban las ricas tierras de las altas cuencas y valles de la llamada “Mesoamérica nuclear”. En contraste, cuando los españoles alcanzaron las regiones mesoame-ricanas de alta cultura, pero menor densidad demográfica, los conquistadores debieron afrontar guerras interminables y sangrientas. Allí los españoles debie-ron recurrir al concurso de grandes contingentes de indios provenientes de las regiones de alta civilización de la Mesoamérica nuclear, los cuales fungieron re-currentemente como “aliados de guerra” de los españoles en el resto de sus con-quistas en la Nueva España. Este proceso se repitió luego en la Nueva Galicia, en donde la presencia a la vera de los españoles de contingentes formados por dece-nas de miles de indios provenientes de las regiones de alta civilización mesoame-ricana, no solamente condenó a las poblaciones aborígenes a una larga y san-grienta conquista a la cual no fueron capaces de resistir, sino que terminó por desestructurar y trastocar por entero sus antiguas formas de vida.

(Conquista, civilizaciones, indios, Nueva Galicia, expansión territorial)

AliAdos indios y fronterAs de guerrA

La conquista y las civilizaciones mesoamericanas

n 1520, en su segunda Carta de Relación, Hernán Cortés in-formaba a Carlos V acerca de los sucesos principales de su empresa. Entre ellos daba cuenta de cómo, a raíz de la ren-dición y captura de Moctezuma, él mismo había designan-

do nuevos “señores indios” para las provincias recién conquistadas:

* [email protected]

E

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[...] sacaba conmigo un hijo y dos hijas de Mutezuma y al señor de Tezuico que se decía Cacamacin y a dos hermanos suyos y a otros muchos señores que tenía presos y como todos los habían muerto los enemigos aunque eran de su propia nación y sus señores algunos de ellos, excepto a dos hermanos del dicho Cucamacin, al cual antes yo, en nombre de vuestra majestad y con parecer de Mutezuma, había hecho señor de esta ciudad de Tesuico y pro-vincia de Aculuacán [...]1

Dueño absoluto de la situación sobre el terreno, Cortés se proclamaba vector de la translatio imperi,2 y se precavía al mismo tiempo de futuras contestaciones a sus actos. Su argumento consistía en afirmar que la su-jeción de los aztecas, incluso si se hacía por medio de la guerra, no cons-tituiría un acto ni injusto ni tiránico de su parte dado que, por su inter-mediación, el “emperador” azteca había reconocido el señorío del rey de España. Por ende, los vasallos de Moctezuma, es decir, los indios en su conjunto, quedaban obligados a aceptar su nuevo estado.� Pero más allá de todo este “juego” retórico-jurídico, el texto de Cortés nos enseña mu-cho acerca de la percepción que los conquistadores tenían de su propio papel en esos eventos. No deja de sorprender, en efecto, esa especie de ilimitada confianza en la sumisión “voluntaria” de los indios al dominio español y al señorío de la Corona de España. Más notable resulta aún si apuntamos cómo todo ello se acompañaba también de la idea de que sería posible confiar pacíficamente a los propios “señores de la tierra” el cuidado y el control de los demás indios.

Si tomáramos todo asunto desde la perspectiva de una “historia de bronce”, cargada de héroes y antihéroes, los “nobles” indios colocados

1 Tercera carta-relación de Hernán Cortés al emperador Carlos V, Coyoacán 15 de mayo de 1522, en: Mario Hernández Sánchez-Barba ed., Hernán Cortés: Cartas y documen-tos. Introducción de Mario Hernández Sánchez-Barba, México, Editorial Porrúa, 196�, 127.

2 Sobre el tema de la translatio imperi en las crónicas de la conquista: Guy Rozat, Indios imaginarios e indios reales en los relatos de la conquista de México, México, Tava Editorial, 199�.

� Sobre la sumisión de los indios al señorío del rey de España véanse, por ejemplo, los estudios anexos a la edición de Silvio Zavala y Agustín Millares de los textos de Juan de Palacios Rubios y Fray Matías de la Paz: Silvio Zavala-Agustín Millares Carlo, eds., Juan de Palacios Rubios. De las islas de la mar Océano (1512). Fray Matías de la Paz Del dominio de los reyes de España sobre los indios (1512), México, Fondo de Cultura Económica, 1954.

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por Cortés a la cabeza de ciudades enteras, harían figura de “antihéroes” y sobre todo de “cobardes”, de “colaboradores” del conquistador y junto con ellos iría en primer término su “jefe” Moctezuma, el peor de todos.4 Por su parte, los nombramientos que les fueron otorgados por el con-quistador, aparecerían como una pura “baladronada” de su parte, toda vez que la toma de la “gran Tenochtitlán” ni siquiera se había consumado aún. Y sin embargo, el tiempo terminaría por darle la razón a Cortés. Por principio de cuentas, la pacificación llegó, efectivamente, muy pronto, al menos en una gran parte de los territorios nuevamente conquistados. Recordemos cómo, luego de la ruina de la capital de los aztecas, la opo-sición guerrera se extinguió muy rápidamente. Así, en unos pocos años los españoles se enseñorearon, casi sin enfrentar resistencia armada al-guna, del conjunto de las poblaciones que habitaban las ricas tierras de las altas cuencas y valles de la llamada “Mesoamérica nuclear”.

Acerca de cuáles fueron las condiciones que hicieron posible tan rá-pida y fácil progresión conquistadora, las explicaciones más sensatas pasan, desde luego, por el tipo de civilizaciones a las que los españoles se enfrentaron en esas áreas. Se trataba, como sabemos, de sociedades agrícolas avanzadas, altamente jerarquizadas y que habían desarrollado formas de organización complejas que operaban en muy diversos nive-les. Éstas iban, según interpretan la mayoría de los autores, desde altas jerarquías “político-religiosas” encargadas de la concentración del tribu-to en los principales centros de poder, de los grandes ejercicios ceremo-niales y de la organización de la guerra.5 Por su parte, en la base de las mismas se hallaban estructuras de alcance esencialmente local del tipo del altepetl y el calpulli.6 Podría decirse que al menos una pequeña parte de la explicación de la rápida y casi pacífica sumisión de estas poblacio-nes al poder español, se encuentra precisamente en la rápida desapari-

4 Guy Rozat Dupeyron, “Lecturas de Motecuzoma. Revisión del proceso de un co-barde”, Historias, octubre 199�-marzo 1994, �1-40.

5 Sobre este último aspecto: José Lameiras Olvera, Los déspotas armados, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1985.

6 Véase, por ejemplo, James Lockhart, Los nahuas después de la conquista: historia social y cultural de los indios del México central del siglo xvi al xviii, México, Fondo de Cultura Eco-nómica, 1999, 29-1�9.

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ción de las primeras y en la permanencia de las segundas.7 Dicho de otra manera, durante los primeros años y, en general, a lo largo de las prime-ras décadas de la conquista, muchas cosas transcurrieron como si, una vez diezmados los aztecas y demás grupos asociados a ellos y reducidos, por su parte, los tlaxcaltecas y demás “aliados” de los españoles al papel de “indios amigos”, la organización guerrera de aquellas sociedades hu-biera colapsado. Tal pareciera que junto con esas formas de organización guerrera, se hubiera derrumbado también lo esencial de las estructuras de gobierno supralocal que pudieron existir hasta entonces en esas so-ciedades.8 Es, sin duda, un proceso de este tipo, junto con el brutal cho-que microbiano que acompañó la corta, pero violentísima fase armada de la conquista cortesiana, el que explica el hecho de que tan rápidamen-te los españoles pudieran sentar sus reales en áreas en donde los aborí-genes los superaban al infinito en número. Todo ello, insistimos, sin prácticamente encontrar ninguna resistencia guerrera frontal ni directa.

Recordemos cómo, en unos cuantos años solamente, a la debacle de los aztecas y la “asimilación” de los tlaxcaltecas como “indios amigos”, siguió la incorporación al área de influencia de los españoles del conjunto de las poblaciones de habla y cultura náhuatl que ocupaban el centro del gran altiplano volcánico. Junto con ellos, muchos otros grupos vecinos, culturalmente cercanos, cierto, pero de distintas lenguas, fueron incorpo-rados también pacíficamente al dominio español. Fue, por ejemplo, el caso de los matlatzincas, de los otomíes, de los mazahuas y demás habi-tantes de las tierras del Valle de Toluca y la alta cuenca del río Lerma.9

7 Para un análisis del papel de las alianzas entre indios y españoles Ruggiero Roma-no, Les mécanismes de la conquête coloniale: les conquistadores, París, Flammarion Questions d’histoire, núm. 24, 1972.

8 Uno de los raros estudios que abordan ese tema es el de José Lameiras Olvera, El encuentro de la piedra y el acero: la Mesoamérica militarista del siglo xvi que se opuso a la irrup-ción europea, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1994.

9 René García Castro, Indios, territorio y poder en la provincia Matlatzinca: la negociación del espacio político de los pueblos otomianos, siglos xv-xvii, Zinacantepec, Estado de México, El Colegio Mexiquense - conAcultA-inAh, 1999, en particular pp. �5-56. Igualmente del mis-mo autor: “Pueblos y señoríos otomianos frente a la colonización española. Cambios eco-nómicos y sociales en la región de Toluca siglos xvi y xvii”, Relaciones, Estudios de Historia y Sociedad, vol. xx núm. 78, primavera 1999, Zamora, El Colegio de Michoacán, 11�-154.

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Algo muy semejante sucedió también cuando los españoles penetraron áreas ocupadas por otras destacadas civilizaciones agrícolas mesoame-ricanas, distintas en lengua y tradición cultural respecto de las an-teriores, pero que tenían en común con aquellas el haber desarrollado también muy altos índices de densidad de población. Evoquemos los valles zapotecas, las tierras altas mixtecas o la meseta tarasca. En todas esas regiones, al cabo de campañas militares tan extraordinariamente cortas como exitosas, en muy pocos años los españoles lograron incor-porar un número enorme de núcleos de población indígena a su área de influencia.10

Lo que puede verse, en todo caso, es que en esas regiones la conquis-ta militar, propiamente dicha, dejó de tener sentido para los conquista-dores y en los hechos se detuvo, justo en el momento en el que lograron establecer un primer sistema de tributación de bienes y mano de obra regular, permanente, estable y pacífico por parte de los indios. Un hecho tangible es que este tránsito entre la vida que estas poblaciones habían conocido antes y su nuevo estatuto como “pueblos” tributarios de los españoles, fue posible gracias a la supervivencia y la permanencia de estructuras organizativas de nivel local capaces de proveer los bienes y fuerza de trabajo que los españoles les demandaban a los indios. Estruc-turas socioterritoriales del tipo del calpulli y sobre todo del altepetl, o sus equivalentes locales, más allá de las regiones de cultura náhuatl, fueron las que en la práctica debieron absorber, así fuera al precio de profundas transformaciones, algunas de las consecuencias más directas del choque de la conquista.11

La manera de lograrlo fue terriblemente costosa. Consistió no tanto en “pactar”, como en someterse pacíficamente a los diferentes tipos de

10 Para el caso de los valles zapotecas: John K. Chance, La conquista de la Sierra: españo-les e indígenas de Oaxaca en la época de la colonia, Oaxaca, Instituto Oaxaqueño de las Cultu-ras, 1998, en especial pp. 19-57. Para el de los tarascos: Benedict J Warren, La conquista de Michoacán 1521-1530, Morelia, Fimax Publicistas, Colección Estudios Michoacanos 6, 1977, en especial pp. 187 y ss.

11 Véase al respecto: Pedro Carrasco, “La jerarquía cívico-religiosa de las comunida-des mesoamericanas: antecedentes prehispánicos y desarrollo colonial”, Estudios de Cul-tura Náhuatl, unAm, vol. 12, 1976, 102-107.

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exacción coercitiva que los españoles les impusieron bajo la forma de tri-butos, tanto en gente como en productos.12 Este proceso derivó luego en desplazamientos masivos de población, del tipo de los que acompaña-ron a las primeras reducciones, todo ello en un contexto de profunda debacle demográfica, hasta que todo ello terminó por minar las energías vitales de innumerables de estas unidades socioterritoriales. Muchas, en realidad la mayor parte de ellas, desaparecieron al ritmo vertiginoso de la caída demográfica, mientras que las que lograron sobrevivir sólo lo hicieron al precio de recomponerse y terminar transformándose en algo muy distinto de lo que fueron alguna vez.1�

La rapidez con que semejante tránsito se produjo en las regiones densas de alta civilización agrícola, no deja de sorprender. Incluso mue-ve a relativizar hechos evocados en la historiografía como, por ejemplo, el del carácter eminentemente “guerrero” de la organización política de varias de estas sociedades en tiempos prehispánicos. Incluso, mueve a repensar la naturaleza misma de los “imperios” y “estados” prehispáni-cos en esas regiones.14 Sin embargo, más allá de este tipo de especulacio-nes, lo importante es recalcar que esta clase de respuesta pacífica frente a la nueva hegemonía española, se dio de manera muy semejante en distintas regiones de alta civilización y elevada densidad de población del centro de la recién creada Nueva España. Sin embargo, la geografía de este fenómeno no podría calcarse sobre la de ninguna civilización u horizonte cultural en particular, sino que corresponde, más bien, con aquélla marcada por los límites de las regiones de más alta densidad de población en el mundo mesoamericano. Un ejemplo que ilustra bien este fenómeno, sería el de la región de los zapotecas. Allí, John K. Chan-ce observa las profundas y marcadas diferencias en el nivel de organiza-

12 René García Castro, Indios, territorio y poder..., especialmente pp. 97-126. Igual-mente: Bernardo García Martínez, Los pueblos de la Sierra : el poder y el espacio, México El Colegio de México, 1987, en particular, pp. 75-76.

1� Para una visión general sobre el tema: Woodrow Borah, “Population Decline and the Social and Institutional Changes of New Spain in the Middle decades of the Sixteenth Century”, Actas xxxv Congreso Internacional de Americanistas, Viena, 1960, 172-178.

14 José Lameiras Olvera, Los déspotas armados…, Igualmente : José Luis Rojas, Los azte-cas: entre el dios de la lluvia y el de la guerra, Madrid, Anaya, Biblioteca Iberoamericana núm. �0, 1988, especialmente pp. �4-�9.

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ción social que es posible observar entre los asentamientos densos del Valle de Oaxaca y aquellos mucho más ralos y dispersos de la Sierra Zapoteca, propiamente dicha:

[...] a ninguna de las comunidades de las regiones montañosas se podría considerar urbana, e incluso cabría preguntarse si las unidades políticas no se aproximaban, más bien, a un nivel de organización de Estado [del tipo de la] “jefatura”. Los asentamientos de la Sierra por lo general eran más peque-ños, mucho más pobres, con una estratificación muy incipiente y economías menos especializadas que en el Valle […]15

Chance añade que esta región de la montaña zapoteca nunca fue, inclu-so desde tiempos prehispánicos, propicia para la obtención de tributos. De acuerdo con Barlow, nos dice, la sierra zapoteca se convirtió en una suerte de “frontera incómoda”, que permaneció al margen de la penetra-ción de los aztecas en el momento de su máxima expansión.16 Los con-quistadores españoles no fueron más afortunados al apersonarse en esa zona, de hecho y en palabras del propio Chance: “la conquista de la Sierra Norte de Oaxaca fue uno de los episodios más brutales y prolon-gados del siglo xvi en México”.17 El juicio de Chance resulta quizás exa-gerado, si se piensa en otros todavía más largos y sangrientos procesos de conquista acaecidos en distintas regiones americanas; sin embargo, acierta en lo esencial. En efecto, luego de una muy violenta primera pa-cificación por parte de capitanes como Francisco de Orozco y Pedro de Alvarado, después de 1522, la región de la Sierra Zapoteca entró en un proceso prolongado de guerra, de suerte que muy pronto Cortés y su gente la abandonaron. De hecho, no podría hablarse de una verdadera pacificación de esta zona por parte de los españoles, sino hasta la década

15 John K. Chance, La conquista de la Sierra: españoles e indígenas de Oaxaca en la época de la colonia, Oaxaca, Instituto Oaxaqueño de las Culturas, 1998, �1. Existe un evidente pro-blema de traducción en la edición citada, el cual hemos intentado corregir, para restituir su sentido original al texto, por medio de las palabras colocadas entre corchetes.

16 Robert H. Barlow, The Extent of the Empire of the Culhua Mexica, Berkeley -Los Ange-les, Ibero-Americana, núm. 28, 1949, 12�. John K. Chance, La conquista de la Sierra…, p. �2.

17 John K. Chance, La conquista de la Sierra…, p. �7.

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de 15�0 para las vertientes orientales de la misma y de hecho hasta mu-chísimo más tarde en el caso de las regiones costeras.

Conquistadores frente a “bárbaros” mesoamericanos

Partir de un elemento como el de la “densidad demográfica”, para avan-zar en la explicación sobre procesos tan multifacéticos como el del deve-nir de la conquista en distintas regiones americanas, es ciertamente una posición susceptible de provocar alguna controversia. Tradicionalmen-te, las explicaciones de corte demográfico han sido causa de “desconfian-za” o de “incomodidad” para algunos historiadores y científicos socia-les, los cuales suelen atribuir en ocasiones, tintes un tanto “naturalistas” y “mecánicos” a ese orden de fenómenos. Sin embargo, para ir más allá de este nivel elemental de interpretación, valdría más colocar este tema desde la perspectiva de una historia de las civilizaciones como la llamara Braudel en su tiempo. Y es que en el contexto del mundo preindustrial, esto es, el del conjunto de las civilizaciones anteriores al siglo xix, inclui-da la Europea, la aparición de sociedades demográficamente densas fue un fenómeno que no tuvo nada de mecánico, ni mucho menos de “natu-ral”. De hecho, la existencia de índices de densidad de población seme-jantes a los que los españoles encontraron en la Mesoamérica nuclear de tiempos de la conquista, fue una marca distintiva y exclusiva de las gran-des civilizaciones agrícolas del mundo antiguo. Es decir, era la cristaliza-ción de procesos milenarios, ciertamente muy diversos entre sí en sus formas, pero todos producto, en última instancia, de los múltiples, cien-tos quizás, de “revoluciones neolíticas” y “nacimientos de la agricultu-ra” que se suscitaron tanto en el mundo euroasiático-africano, como en el americano, desde tiempos muy remotos.18

El hecho, en sí, del enfrentamiento entre una sociedad militarmente poderosa y expansiva como la española, con una gran civilización agrí-cola, le imprimió necesariamente a las conquistas cortesianas un sello muy distinto del que habían tenido el resto de las conquistas europeas

18 Fernand Braudel, Grammaire des Civilisations, París, Flammarion, col. Champs, núm. 285, 199�. Para un primer desarrollo sintético del tema, véase especialmente la in-troducción de Maurice Aymard, pp. 5-18, y la primera parte, pp. 19-67.

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ultramarinas hasta entonces. Son pocos los autores que se han ocupado del tema de las diferencias y especificidades que necesariamente se ge-neraron entre los procesos de la conquista y colonización europea en los diferentes contextos de civilización en el mundo, incluyendo al conti-nente americano. Entre los que lo han hecho destaca, sin embargo, Woo-drow Borah, en un sucinto pero muy inteligente artículo publicado en 1962, intitulado “¿América como modelo?”.19 Allí, parte de un hecho básico, pero fundamental: la constatación de que el mundo mesoameri-cano formó parte del cuadro de las grandes civilizaciones agrícolas del mundo preindustrial, con densidades de población comparables con las que se encontraron en civilizaciones como la china o la hindú, en sus respectivos momentos de esplendor. Desde luego, este razonamiento parte de los cálculos y estimaciones de la llamada “escuela demográfica de Berkeley” de la cual él mismo fue uno de los creadores.20 Sin embar-go, independientemente del juicio que las cifras avanzadas por esta es-cuela pudieran suscitar todavía hoy, es un hecho que en razón de sus logros culturales, las grandes civilizaciones agrícolas americanas, lo mismo las mesoamericanas que las del área andina, tienen mucho más en común con las grandes civilizaciones del Viejo Mundo, que con civi-lizaciones agrícolas de menor talla, sofisticación y complejidad, como las que florecieron en el centro-occidente de Africa, o en la Polinesia, por solamente citar dos ejemplos.

Borah constata entonces cómo uno de los rasgos más singulares y significativos del choque de la civilización europea en expansión, con otros espacios de alta civilización agrícola en el mundo, como el del Me-dio Oriente, el chino, el indonesio, el japonés y especialmente el hindú, fue que los europeos nunca lograron implantarse de manera profunda

19 De hecho fue una ponencia al Congreso Internacional de Americanistas de México, de 1962: Woodrow Borah, “America as Model?: The Demographic Impact of European Ex-pansion Upon the Non-European World”, Los Ángeles, Center for Latin American Studies, University of California, Reprint, núm. 292, 1962, �79-�87. Traducida al español en: Woo-drow Borah, “¿América como modelo? El impacto demográfico de la expansión europea sobre el mundo no europeo”, Cuadernos Americanos, año xxi, vol. 125, noviembre-diciembre 1962, 176-185. Para una edición reciente: Woodrow Borah-Sherburne F. Cook, El pasado de México: Aspectos sociodemográficos, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, 280-289.

20 Para un panorama al respecto, remitimos al lector al libro arriba citado.

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en el corazón mismo de esas sociedades y prosperar allí. Es decir, impu-sieron su presencia, marcaron con frecuencia su superioridad guerrera, e incluso llegaron a establecer su dominación sobre muy distintas pobla-ciones, pero nunca hasta el punto de llegar a generar allí nuevas socie-dades, de carácter eminentemente europeo, que desplazaran o incluso reemplazaran en términos absolutos a las poblaciones locales. Esto esta-blece un contraste evidente entre la formas del contacto europeo con esas viejas civilizaciones agrícolas y lo que sucedió en el caso americano. Sin embargo para Borah, esta diferencia se debe no necesariamente a que las grandes civilizaciones americanas antiguas fueran intrínseca-mente “inferiores” o distintas en lo esencial respecto de sus contrapartes asiáticas, sino a un factor ausente en el contexto de cualquier otra gran conquista europea: el del vertiginoso descenso sin retorno de la pobla-ción aborigen.21

Se trata de una argumentación de gran fuerza. En las breves páginas de su artículo Borah deja enteramente abierta la cuestión de que, de no haberse producido una tan catastrófica caída de la población, con las secuelas de despoblamiento efectivo que la acompañaron, necesariamen-te las conquistas americanas en los ámbitos geográficos de las grandes civilizaciones prehispánicas, habrían cobrado a la larga un carácter ente-ramente distinto. La situación de los españoles en esas zonas de alta civilización bien pudo derivar, entonces, hacia algo semejante a lo que vivieron, por ejemplo, los ingleses en la India del siglo xix. Es decir, pu-dieron convertirse en una suerte de casta dominante, sostenida sobre un poder militar que pudo quizás permanecer por mucho tiempo más allá de las capacidades de respuesta directa de las sociedades aborígenes, e incluso habrían terminado por ser culturalmente muy influyentes. Pero, en cambio, la formación de una nueva sociedad, llamémosla mestizo-española, de carácter dominantemente europeo, no sólo distinta, sino sobre todo capaz de desplazar y hasta de reemplazar en los hechos a las sociedades locales originarias, quizás no se hubiera dado nunca, o al menos no con la velocidad ni con las dimensiones con las que se desa-rrolló en el mundo americano desde el siglo xvi.

21 Woodrow Borah, “¿América como modelo?..., pp. 281-28�.

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Semejante razonamiento, por extremado que parezca, no tiene nada de descabellado: recordemos, simplemente, que eso fue exactamente lo que ocurrió con la colonización española en las Filipinas, por ejemplo. Cabe decir entonces que, desde una perspectiva cercana a una Historia de las Civilizaciones, la rápida extinción de la resistencia armada por parte de los conquistados y la tendencia a absorber y a adaptarse a largo plazo a la presencia inevitable del conquistador externo, pueden dejar de interpretarse como expresión de “debilidades” intrínsecas a las socie-dades aborígenes americanas. En cambio, es posible ver esos procesos como formas de respuesta, típicas y propias, de las grandes civilizacio-nes agrícolas antiguas ante irrupciones conquistadoras de las cuales eran incapaces de desembarazarse: algo que resulta, a nuestro juicio, mucho más explicativo y esclarecedor.

Este enfoque nos permite analizar también con mayor claridad un segundo problema, que es el de las diferencias claras que se dieron en América entre las formas de la conquista en las regiones de alta civiliza-ción agrícola y fuerte densidad de población y las que esas mismas con-quistas adquirieron en regiones cercanas, pero habitadas por sociedades de menor complejidad cultural y densidad de población. Un punto im-portante a tomar en cuenta es que ninguna de las grandes civilizaciones agrícolas del mundo preindustrial logró ocupar, dominar, ni controlar enteramente, los espacios geográficos sobre los cuales se desarrollaron, ni a absorber enteramente tampoco a todos sus vecinos. En todas partes las altas civilizaciones antiguas se vieron confrontadas, muchas veces de manera violenta, con sociedades que siendo casi siempre cultural e his-tóricamente muy cercanas a ellas, mostraban, sin embargo grados, me-nores de complejidad cultural, intensidad agrícola y densidad demográ-fica y que permanecían, a la vez, externas e irreductibles. Se trata de aquellos que podríamos llamar los bárbaros cercanos, cuya presencia fue una auténtica regla, o quizás valiera más decir, una constante en todos los procesos civilizatorios del mundo antiguo.

Así, por ejemplo, en el extremo asiático, la China densa y de alta ci-vilización cuyo corazón se hallaba en el Yang-Tse, tuvo que soportar du-rante siglos las acometidas de los pastores de la Mongolia, del alto Tur-questán y del Tíbet con los cuales establecieron estrechos lazos culturales milenarios, sin llegar nunca a integrarlos ni controlarlos totalmente. Lo

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mismo sucedió con los grupos montañeses de la actual provincia de Guangxi en el sur de China, caso similar igualmente al de las civilizacio-nes de la Indochina meridional, las cuales se las vieron siempre con los montañeses de la alta Indonesia y la alta Birmania: sociedades cuyos restos, incluso hasta la fecha, permanecen fuera del control de los “civi-lizados” y librados a su propio destino. En la India, por su parte, sede de las que fueron, quizás, las más homogéneas civilizaciones agrícolas del mundo antiguo, los pueblos selváticos de las montañas de la India cen-tral, nunca fueron ni dominados ni absorbidos realmente, mientras que en el Norte, la confrontación con los pueblos pastores del Pamir, Afga-nistán y demás regiones adyacentes, fue una realidad multisecular. In-cluso en el Africa, las escasas pero no por ello menos importantes civili-zaciones agrícolas que se desarrollaron allí, como la abisinia o incluso la propia civilización egipcia, resistieron siempre, desde mucho antes y hasta mucho después del advenimiento del Islam, las acometidas de los pastores sudaneses y de los grupos del interior sahariano. Ni qué hablar, finalmente, de las relaciones cuando menos “problemáticas”, entre la Europa sedentaria de origen mediterráneo y los “bárbaros” germánicos, escandinavos o eslavos, sin olvidar, desde luego, el terror causado por las arremetidas de los pastores montados de las estepas europeas y asiá-ticas, desde Atila hasta Kublai Kan.22

Las conquistas cortesianas, tal y como las hemos evocado al princi-pio, pusieron entonces en marcha un doble proceso, el cual luego se re-petiría, en diversos grados, en otras latitudes americanas. Este consistió primero, en que luego de una efímera resistencia armada, las sociedades agrícolas de la Mesoamérica nuclear poco a poco comenzaban a “absor-ber” a los conquistadores en su seno, acomodándose sistemáticamente a las constricciones que les imponían los vencedores. La segunda parte de este mecanismo derivó del hecho de que se adaptaron de manera tan completa a sus conquistadores, que antes que guerrear directamente en contra de ellos, prefirieron hacerlo a su lado, ayudándolos en ese menes-

22 Fernand Braudel, Gramaire des Civilisations…, en especial pp. 7�-202. Véase igual-mente del mismo autor: Civilisation matérielle, économie et capitalisme, xvè-xviiiè siècle. Les structures du quotidien: le possible et l’impossible, París, Armand Colin, 1970, t. 1, en especial, pp. 17-97 y carta, pp. 41-42.

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ter. Gracias a ello, cuando los españoles salieron de aquellas regiones de alta cultura y se hallaron peleando esta vez en contra de “bárbaros” irre-ductibles, nunca estuvieron enteramente solos, ni librados a sus propias fuerzas, sino que siempre contaron con la presencia y auxilio de sus “aliados indios”. Ninguna disquisición sería hoy suficiente para expli-car a fondo un fenómeno como el de la participación de aborígenes pro-venientes de las propias regiones de altas culturas mesoamericanas, peleando a la vera de los españoles y en contra de otros indios. La súbita “alianza” de los tlaxcaltecas con los españoles para destruir a los aztecas, podría interpretarse entonces no como una “traición”, sino como un “aco-modo”, o si se quiere como una “estrategia” por parte de un pueblo civili-zado y de alta cultura agrícola, para restablecer, o quizás, para romper un equilibrio desfavorable, aprovechando la presencia de un extraño dotado de una fuerza bélica decisiva (ya sabemos con qué consecuencias). Sin em-bargo, el fenómeno no paró allí, pues desde el momento en que los españo-les se aventuraron más allá de las regiones de las altas culturas mesoameri-canas, los vemos una vez más acompañados de fuertes contingentes de “aliados indios” guerreando a su vera, esta vez en contra de los “indios bra-vos”. La diferencia era que ahora no se trataba solamente de los primigenios “aliados” tlaxcaltecas, sino que con ellos iban también muchos de los otrora “vencidos” de alta cultura como aztecas, matlatzincas, zapotecas y mixte-cos, arrastrados por los españoles a su paso por todas esas regiones de alta cultura.

Así por ejemplo, durante la década de 1520, luego de que la región de la Sierra Zapoteca quedara prácticamente abandonada por los espa-ñoles, las huestes de Cortés se dirigieron hacia la costa del Pacífico sur de la Nueva España, en donde fueron fundados asentamientos como Tututepec y Zacatula. Allí se consagraron a actividades que necesitaban de grandes números de gente para llevarlos a cabo, entre ellos principal-mente en ese momento, la construcción de barcos para exploración ma-rítima de la llamada Mar del Sur (es decir, el Pacífico). Una gran parte de la mano de obra con la cual se iniciaron esos trabajos fue trasladada hasta esas regiones desde las zonas de alta cultura controladas por los españoles en el altiplano. La presencia de estos “indios pacíficos” resul-taba tanto más inevitable para los españoles en ese contexto, cuanto que se trataba de labores que necesitaban de una cierta destreza, como el

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corte y aserrado de maderas, trenzado de cordajes y otros más. Por ello, numerosos “indios pacíficos” de los altiplanos centrales, fueron lleva-dos hasta la costa.2� Sin embargo, una vez pasado este periodo inicial, ese fue quizás el aspecto menos violento de la primera presencia espa-ñola en estas regiones. Al tiempo que Cortés veía por sus intereses marí-timos, él mismo, al igual que sus capitanes y otros españoles llegados después, establecieron en las montañas adyacentes a aquella región cos-tera, las primeras explotaciones de oro de placer de la Nueva España. Estas fueron abastecidas tanto con indios locales, como con “indios pací-ficos”, muchos de ellos de encomienda, otros simplemente forzados, trasladados también hasta allí desde los grandes altiplanos centrales.24 Se iniciaba así una práctica que marcaría para siempre las estructuras profundas de la naciente sociedad novohispana: la de los traslados masi-vos de población indígena proveniente de las regiones alta cultura y densidad de población, hacia el exterior de las mismas. Esto significó una y otra vez, el enfrentamiento directo entre los españoles y sus “alia-dos” pacíficos, con sociedades que, independientemente de sus filiacio-nes culturales, resultaron siempre mucho menos sumisas que las ante-riormente conquistadas a la presencia de los españoles.

Es muy claro que esta insumisión, que contrastaba enormemente con los patrones de respuesta indígena con los cuales los españoles se habían e enfrentado en los grandes altiplanos centrales, se hallaba, sobre todo, en la incapacidad de sostener y absorber las enormes exacciones a las que los españoles las sometieron desde un principio. Eran prácticas terribles, como la del lavado de arenas auríferas, en donde miles de es-

2� Hernán Cortés, Segunda Carta de Relación, 15 de mayo de 1522, en Mario Hernán-dez Sánchez-Barba, ed., op. cit. p. 199. La antigua provincia de Tututepec se encuentra en la actual Costa Chica, de los estados actuales de Oaxaca y Guerrero: Peter Gerhard, Geogra-fía histórica de la Nueva España 1519-1821, México, unAm, Instituto de Investigaciones His-tóricas-Instituto de Geografía, 1986, �98-�90. Sobre los inicios de la presencia española y la construcción de barcos allí: Woodrow Borah, “Hernán Cortés y sus intereses marítimos en el Pacífico. El Perú y Baja California”, Estudios de Historia Novohispana, vol. iv, 1971.

24 Jean-Pierre Berthe, “Las minas de oro del Marqués del Valle de Tehuantepec, 1540-1547”, en: Jean-Pierre Berthe, Estudios de historia de la Nueva España. De Sevilla a Manila, México, cemcA- Universidad de Guadalajara, Colección de Estudios para la Historia de Jalisco, vol. �, 1994, 15-24.

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clavos indios eran obligados zambullirse, una y otra vez, en las aguas de los ríos y a cargar y tamizar pesados bultos de arena a lo largo de inter-minables jornadas. Si a esto se añade el efecto mortífero de las epidemias que, como en todas partes en América, pero con especial virulencia en las regiones costeras, comenzaron a diezmar de inmediato a las pobla-ciones aborígenes, no es de extrañarse entonces que muy rápidamente se precipitaran a la guerra los habitantes de una inmensa franja de terri-torios costeros. Estos iban desde la zona de Tututepec, en el sur, hasta Zacatula y la desembocadura del Balsas, por el norte, incluyendo la re-gión de Coalcomán.25 Al final los conquistadores terminaron siendo ex-pulsados durante mucho tiempo de toda aquella región, devenida in-hóspita para ellos y a la cual bautizaron como provincia de los “Motines de Zacatula”. Pero la situación no paró allí. La fundación de Colima en 1524 y la consecuente expansión hacia el norte de la búsqueda de arenas auríferas, cacería de esclavos y traslados masivos de población, provocó una reacción análoga a la anterior. La guerra se extendió entonces desde las montañas circundantes al puerto de Colima (situado en ese momen-to sobre la costa, al sur del actual Tecomán), en dirección del sur hasta la cuenca del Tepalcatepec, lo mismo que hacia el norte hasta la provincia de Cihuatlán, e incluso hasta la zona de Purificación. Los españoles bau-tizaron a esta nueva región de guerra como “provincia” de los “Motines de Colima” o de los “Motines del Oro”. Así, para finales de la década de 1520, toda la región costera del Pacífico conocida por los españoles hasta ese momento, se había convertido para ellos en zona de “motines”, es decir, de “indios bravos” de guerra.26

La conquista de la costa del Pacífico sur se convirtió así en el reverso de la medalla respecto de lo que estaba siendo en ese mismo momento,

25 Para una descripción de la geografía de los lavaderos de oro en Nueva España: Robert C West, “Early silver mining in New Spain 15�1-1555”, en: Robert C West ed., In quest of mineral wealth: Aboriginal and colonial mining and metallurgy in Spanish America, Baton Rouge, Geoscience and Man, vol. ��, Dpt. of Geography and Anthropology, Loui-siana State University, pp. 119-1�5.

26 Donald Brand, Coacolman and Motines del Oro. An Ex-Distrito of Michoacan México, The Hague, University of Texas Press, Institute of Latin American Studies, 1960. Igual-mente: Carl Sauer, Colima of New Spain in the sixteenth century, Berkeley y Los Ángeles, Ibero-Americana 29, 1948.

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la implantación española en la región de los grandes altiplanos centra-les. Mientras en estas últimas regiones, el signo común en la respuesta de las sociedades locales al choque de la conquista, había sido la adop-ción de formas pacíficas (que no pasivas) de adaptación frente a las exac-ciones que su nuevo estatuto de vasallos y tributarios les imponía, en las montañas de la Sierra Madre del Sur y de la vertiente occidental del Eje Neovolcánico y sobre todo en las costas, la respuesta casi unitaria había sido la guerra. Vale la pena recalcar, una vez más, que en esos conflictos, muchos de los cuales se hicieron interminables, los españoles no enfren-taban a “cazadores recolectores”, “bárbaros” y “guerreros” por natura-leza, sino a agricultores avanzados de pura cepa mesoamericana. Estos eran vecinos inmediatos y hermanos culturales de muchos de aquellos que habitaban las regiones de “paz”. Para el caso de la región de los “Motines de Zacatula”, por ejemplo, se trataba de poblaciones de habla y cultura maya, en su parte más meridional, así como de grupos de ha-bla y cultura mixteca y zapoteca, más al norte.27 En la región de los “Mo-tines del Oro” o “Motines de Colima” se trataba nuevamente de agricul-tores de origen mesoamericano, hablantes de una variante del náhuatl y solamente en la provincia de Purificación se vieron involucrados, proba-blemente, con grupos de agricultores, sólo que esta vez, hablantes de lenguas yutoaztecas.28 Dicho en otras palabras, era gente que pertenecía, casi toda, a los principales grupos lingüísticos y culturales que confor-maron las zonas de paz, de la “Mesoamérica nuclear”.

Al igual que lo que hemos evocado para el caso de las regiones de paz, la geografía de estas nuevas fronteras de guerra no correspondía con las de ningún gran conjunto lingüístico-cultural en particular. Por el contrario, es claro que en esta parte de Mesoamérica, la bipartición entre zonas de guerra y zonas de paz para los españoles, se colocaba, grosso modo, a lo largo de las líneas que dividían a las regiones habitadas por núcleos de población demográficamente densa, de aquellas en donde los españoles encontraron poblaciones aldeanas con patrones de asenta-

27 Véase por ejemplo: Michael Coe-Dean Snow-Elisabeth Benson, Atlas of Ancient America, Nueva York-Oxford, England Facts on File Publications, 1986, 92.

28 Bárbara Cifuentes-Lucina García, Letras sobre voces. Multilingüismo a través de la historia, Historia de los Pueblos Indígenas de México, México, ini-ciesAs, 1998, 54.

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miento más disperso y sobre todo, menor densidad de población. Sería, desde luego, prematuro todavía especular acerca de dónde pudo encon-trarse algún tipo de umbral, que separara a las poblaciones que fueron capaces de resistir pacíficamente a la presencia de los conquistadores, de aquellas que se vieron involucradas en guerras casi interminables en contra ellos. Sin embargo, darle cabida a este elemento “demográfico” y en particular, a la variable de la “densidad de población”, entendida ésta no como un rasgo “mecánico” o “natural”, sino como un elemento dife-renciador de tipos distintos de sociedades, permite reconocer un ele-mento constante y activo detrás de este fenómeno. Sería, de hecho, uno de los pocos elementos susceptibles de comenzar a proporcionarnos una explicación menos incidental que las propuestas hasta ahora, acerca de porqué poblaciones culturalmente tan cercanas entre sí, como las arriba mencionadas, reaccionaron de maneras tan diferentes frente a un mismo fenómeno: su conversión en tributarios de los españoles.

En revancha, negar este tipo de constantes y pretender explicar se-mejantes procesos solamente a partir de la descripción de eventos y si-tuaciones particulares o evocando vagos “patrones culturales”, como el “carácter guerrero” de algún grupo cultural en específico, resulta muy poco útil. La disposición y la capacidad guerreras de poblaciones como las que ocupaban las que serían luego las regiones de los Motines, por ejemplo, queda fuera de duda. Pero es precisamente ese carácter insu-miso, mostrado desde el inicio mismo de la presencia española en la re-gión, el que da cuenta de que se trataba de poblaciones que difícilmente podrían ser asimiladas con los grupos pacíficos y “cooperativos”, con los cuales los españoles se las habían visto en los grandes altiplanos cen-trales. Pero si esto es así, la pregunta que regresa de inmediato es la de porqué, si eran grupos culturalmente tan cercanos a los “pacíficos” de las altas tierras, desarrollaron entonces respuestas tan distintas frente a la intrusión de los españoles. Una de las pocas respuestas posibles sería entonces que se trataba de grupos que se hallaban en una situación simi-lar a la de los ya anteriormente evocados “bárbaros cercanos”, con los cuales todas las civilizaciones del mundo compartieron sus geografías.

De hecho, la región costera del Pacífico sur no fue la única región “mesoamericana” en donde los conquistadores se enfrentaron con si-tuaciones de guerra endémica, frente a grupos culturalmente avanza-

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dos. Prácticamente por todos los rincones de la geografía americana y en nuestro caso, de la geografía novohispana, fuera de las regiones de alta densidad demográfica, las respuestas indígenas, especialmente en épo-cas tempranas de la colonización, fueron casi siempre similares: huida sistemática y guerra de hostigamiento en contra de los invasores. Así por ejemplo, en la costa del Golfo, el primitivo puerto de Espíritu Santo (cercano al actual Coatzacoalcos) se vio sometido a un continuo acoso guerrero de parte de los grupos de nahuas, totonacas, popolucas y de-más habitantes de la región. Más tarde, al momento de la llegada de Nuño de Guzmán a la por él llamada “Provincia de Pánuco”, la presión ejercida sobre los grupos indígenas locales, compuestos en gran parte por totonacos, huastecos y nahuas, hizo que aquella región se convirtie-ra en una nueva “frontera de guerra”, tanto o más sangrienta que la que se había abierto ya en la costa del Pacífico.29

Evoquemos también el caso de los otomíes, habitantes de las densa-mente pobladas tierras de la cuenca alta del río Lerma, cercana al valle de Toluca, los cuales fueron rápidamente incorporados como “indios de paz” por los españoles y recordemos cómo, sus primos, otomíes tam-bién, pero habitantes del altiplano situado tan sólo a unas cuantas dece-nas de kilómetros al norte de esa zona, en dirección de lo actuales estados mexicanos de Hidalgo y Querétaro, adquirieron muy pronto fama de “indómitos” y de “indios de guerra”.�0 Pero quizás una de las muestras más sugestivas de la aparición de una “frontera de guerra” entre españo-les y grupos de alta cultura mesoamericana, es la que se generó al contac-to con las diferentes poblaciones mayas. Recordemos la difícil y la lenta conquista militar de las tierras altas de la por entonces llamada provincia

29 Donald E. Chipman, Nuño de Guzman and the province of Panuco in New Spain 1518-1533, Glendale California, The Arthur H. Clark Co., 1967

�0 René García Castro, Indios, territorio y poder en la provincia Matlatzinca: la negociación del espacio político de los pueblos otomianos, siglos xv-xvii, Zinacantepec, El Colegio Mexi-quense-conAcultA-inAh, 1999. Sobre las relaciones entre los otomíes del norte y los grupos llamados chichimecas: David Charles Wright Carr, “Lengua, cultura e historia de los otomíes”, Arqueología Mexicana, vol. xiii, núm. 76, mayo-junio 2005, 26-29. Sobre los ata-ques combinados de chichimecas pames y de otomíes en la región de Jilotepec-Queréta-ro, desde épocas muy tempranas: Phillip Waine Powell, La guerra Chichimeca (1550-1600), México, Fondo de Cultura Económica, 1975, 25-27.

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de Chiapas y sobre todo cómo fue que las tierras bajas selváticas, las mismas que en alguna época habían albergado a la civilización clásica maya, terminaron convirtiéndose en otra inmensa frontera de guerra más para los españoles: todo ello es una muestra de que la “densidad cultural”, no necesariamente produce los mismos efectos que la “densi-dad demográfica”.�1 De hecho, investigaciones recientes han demostrado que uno de los factores que explican la peculiar concentración que de los asentamientos coloniales en la parte norte de la península de Yucatán, fue el carácter de tierra hostil y peligrosa que a lo largo de todo el periodo colonial y hasta el siglo xx, incluso, adquirieron tanto la llamada “mon-taña” yucateca como la región selvática situada al sur de la misma.�2

guerrA, tributo y encomiendA en lA nuevA gAliciA

Las primeras conquistas en el Norte novohispano y el peso de los grandes números: la Nueva Galicia La expedición llamada de los Tebles Chichimecas, encabezada por Nuño de Guzmán en 1529 fue y sigue siendo, sin duda, uno de los episodios más célebres para la historiografía novohispana del periodo de la con-quista. Las razones de esta notoriedad son tres: la primera, haber dado nacimiento a la que fue la primera gobernación española sobre el conti-nente, después de la de la Nueva España, la segunda, los extensísimos territorios desconocidos que recorrió, y la tercera la enorme violencia y destrucción que generó a su paso.

�1 Véase por ejemplo: Chamberlain Robert S, The Conquest and Colonization of Yucatan 1517-1550, Washington, Carnegie Institution Publications, núm. 582, 1948. Igualmente: Pedro Bracamonte y Sosa, La conquista inconclusa de Yucatán. Los mayas de la montaña 1560-1680, México ciesAs-Miguel Angel Porrúa-Universidad de Quintana Roo, Col. Peninsular Serie Estudios, 2001.

�2 Alicia del Carmen Contreras Sánchez, Población, economía y empréstitos en Yucatán a fines de la época colonial, Zamora, El Colegio de Michoacán, Tesis (Doctora en Ciencias Sociales), 2004.

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Ya desde sus tiempos, la figura de Nuño de Guzmán estuvo siempre marcada por la violencia de su conquista,�� e incluso fue juzgado por ello.�4 Sin embargo y más allá de los actos o de la personalidad del con-quistador, es un hecho que el factor clave y el que explica en la práctica la terrible destructividad de esa empresa, no fue otro sino la presencia masiva, multitudinaria, de “indios amigos” en los rangos de esa expedi-ción. Recordemos, en efecto, cómo luego de rodearse de 150 jinetes y 180 infantes españoles bien armados, Nuño de Guzmán, quien a la sazón era todavía presidente de la primera Audiencia gobernadora, hizo re-unir cerca de 12 mil indios amigos tomados de la región alrededor de México, para incorporarlos a su hueste. La presencia de estos “pacíficos” mesoamericanos en los rangos de la expedición de Nuño de Guzmán es un evento enteramente revelador acerca de la evolución de las relacio-nes entre los conquistadores y los indios sedentarios del centro de la Nueva España. Los mesoamericanos no solamente seguían fungiendo como proveedores enteramente pacíficos de tributos y mano de obra, sino que también continuaban sirviendo como activos aliados de los es-pañoles, para hacerles la guerra a otros nuevos “bárbaros cercanos” que habitaban más al norte.

Vale la pena puntualizar al respecto que, cuando Nuño de Guzmán bautizó a aquella que iba a conquista como la “provincia de los Tebles Chichimecas”,�5 no se refería solamente a que estuviera habitada por po-blaciones de “nómadas”, cazadores-recolectores, como aquellos con los

�� Véase, por ejemplo, el juicio que sobre él hizo Bartolomé de Las Casas: Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias (1552), Barcelona, Editorial Fontamara, 1981, 71-7�. Sobre la personalidad de Nuño de Guzmán: Manuel Carrera Stampa, Nuño de Guzmán, México Editorial jus-Editorial Campeador, serie Figuras y Episodios de la Historia de México, 1955, 19.

�4 Silvio Zavala, “Nuño de Guzmán y la esclavitud de los indios”, Historia Mexicana, México, El Colegio de México, vol. 1, núm. �, enero-marzo, 1952, 411-428.

�5 Carta a S.M. del presidente de la real audiencia de México, Nuño de Guzmán, en que se refiere la jornada que hizo a Michoacán, a conquistar la provincia de los tebles chichimecas que confina con la Nueva España, 15�0. En: José Luis Razo Zaragoza ed., Crónicas de la conquista del reino de la Nueva Galicia en territorio de la Nueva España, Guada-lajara, Instituto Jaliscience de Antropología e Historia- Ayuntamiento de la Ciudad de Guadalajara-inAh, 196�, 25.

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que se encontraron en los altiplanos desérticos septentrionales. Ésos eran, en efecto, “chichimecas”, pero para los conquistadores esa misma pala-bra designaba también al conjunto de los grupos de agricultores aldea-nos, habitantes de los territorios situados “más allá” de la Provincia de Michoacán en dirección del norte. Y es que, en efecto, los que Guzmán y sus soldados encontraron allende la provincia de Michoacán, no eran precisamente “nómadas”, sino los herederos de aquello que los ar-queólogos han denominado la “tradición” de “Occidente”. Se trataba entonces de grupos practicantes de la agricultura, la cestería, las artes cerámicas y la filatura de textiles, pero que se diferenciaban de las gran-des civilizaciones de la “Mesoamérica nuclear”, en que eran también sociedades de tipo aldeano, que no habían desarrollado ninguna arqui-tectura monumental significativa, y que sobre todo no habían tampoco alcanzado densidades de población comparables, ni con mucho, con las que caracterizaron a los grandes altiplanos centrales: es decir, “bárbaros cercanos”, una vez más.�6

Tratándose de la conquista de ese tipo de poblaciones, la presencia de esos más de diez mil descendientes de guerreros aztecas, transformó a la hueste conquistadora en una máquina formidable de guerra, abso-lutamente imparable para aquellos destinados a sufrir sus embates. Ya para ese momento, la hueste de Guzmán se había convertido en un ejér-cito de dimensiones tales, como no se había visto en la Nueva España desde los tiempos en que los tlaxcaltecas habían participado con Cortés en sus conquistas. Pero, no conforme con eso, al atravesar la provincia de Michoacán, Guzmán hizo incorporar a su hueste a varios miles de aborígenes suplementarios, hasta alcanzar una cifra cercana a los 20,000 indios amigos.�7 Así, este masivo y enorme cuerpo expedicionario com-

�6 Otto B Schöndube, El territorio cultural de occidente, en: José María Muriá ed, Lecturas históricas de Jalisco antes de la independencia, Guadalajara, inAh, Centro Regional de Occidente, Departamento de Historia, 1976, 19-24.

�7 Una descripción detallada del ejército de Nuño de Guzmán se encuentra en: “Infor-mación de Cristóbal de Barrios de la Conquista de Nuño de Guzmán”, en: Joaquín Pache-co, Francisco de Cárdenas, Luis Torres de Mendoza, Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento conquista y organización de las antiguas posesiones españolas de América y Oce-anía, Madrid 1864-1884, 1a serie, vol. 16, p. �6�. Igualmente en: José López Portillo y Weber, La conquista de la Nueva Galicia, México, Secretaría de Educación Pública, 19�5, 120-128.

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puesto por españoles e indios “pacíficos” “auxiliares”, en una propor-ción de poco más o menos 60 a 1, en favor de los segundos, recorrió en son de guerra una vasta porción del noroeste hasta entonces desconoci-do: desde la cuenca del lago de Chapala, hasta la región llamada “Xalis-co”, cercana a la desembocadura del río Santiago y luego mucho más al norte, hasta las lejanas provincias de Chiametla y Culiacán. Por todo ese extendido territorio, la implacable hueste marchó destruyendo y que-mando uno tras otro cuanto poblado y caserío de indios encontraron a su paso.�8

Si bien, los “auxiliares” indios eran quienes llevaban sobre sus es-paldas toda la impedimenta del ejército (dado que los pocos caballos que llevaba la expedición estaban destinados a la guerra y no al trans-porte) en realidad estos “indios amigos” estuvieron muy lejos de com-portarse como simples “portadores”. Los protagonistas de esa marcha dejaron testimonio de escenas auténticamente dantescas protagoniza-das por indios y españoles por igual. Los villorrios de los aborígenes locales fueron sistemáticamente saqueados y quemados, al tiempo que miles y miles de hombres, mujeres y niños fueron capturados y reduci-dos a la esclavitud, tanto por mano de los propios españoles, como tam-bién por la de los auxiliares “mexicanos” y “tarascos”. Lo que es más, el propio Guzmán en algún momento se vio orillado a quejarse y a acusaar a sus auxiliares “de paz”, en especial de los mexicanos, de ser auténtica-mente incontrolables a la hora de quemar y arrasar pueblos y capturar esclavos:

[...] este quemar se continuó siempre por do íbamos y puesto que Nuño de Guzmán mandaba poner mucha diligencia en que no se quemasen los pue-blos, pesándose de ello, los amigos que llevábamos tienen gran condición que aunque los quemen vivos no dejarán de poner fuego por do van, sin se

�8 Además de lo citado anteriormente,véase igualmente las crónicas de García del Pilar, Pedro de Guzmán, Cristóbal Flores, Gonzalo López, Pedro de Carranza y las tres crónicas anónimas de esa conquista incluidas en: Jose Luis Razo Zaragoza ed., Crónicas de la conquista…

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lo poder resistir. De aquí pasamos a Tonalá y siempre muchos de los amigos encadenados porque no huyesen y dejasen las petacas [...]�9

Sería muy difícil o quizás imposible saber, qué era exactamente lo que empujaba a aquellos “sedentarios”, ya no solamente a participar junto con los españoles en aquellas conquistas, sino a comportarse allí como auténticos “conquistadores”, quemando pueblos y capturando esclavos por su cuenta. Entre lo poco que puede decirse, es que el actuar de estos “auxiliares” indica que estaban muy lejos de considerar a aquellos tebles o “teúles” chichimecas como gente especialmente cercana a ellos, por muy fuerte que pudiera ser el parentesco cultural que los ligara en el fondo. En todo caso, el hecho es que si ya por su propio peso numérico, la hues-te enorme de Guzmán no podía resultar sino enormemente destructiva para los villorrios que encontraba a su paso, el uso de semejantes méto-dos hizo que de inmediato la guerra incendiara toda la inmensa región atravesada por la hueste conquistadora.40 Esto significa que, para 15�0, la conquista española había literalmente incendiado con la guerra, una inmensa franja de más de 1500 kilómetros de largo, la cual abarcaba ya lo que sería a la postre casi toda la franja costera occidental de la Nueva España, desde Tututepec hasta Culiacán, incluyendo, también allí, a las tierras altas adyacentes a toda esa inmensa franja costera.

Atribuir semejante convulsión a la sola presencia de los conquista-dores europeos, no sería en lo absoluto suficiente. Si bien, ellos fueron el motor que puso en marcha todo ese engranaje, fue la movilización de millares de “indios de paz” la que convirtió a aquella conquista en una auténtica marea avasalladora, en donde finalmente se vieron involucra-dos otros muchos “mesoamericanos” de origen zapoteco, mixteco, na-hua y otros más, al igual que numerosísimos chichimecas, sin distingo de las diferencias y orígenes culturales de cada uno de ellos. Fue, en otras palabras, el peso demográfico de las regiones de alta civilización

�9 Cristóbal Flores, “Relación de la jornada que hizo Nuño de Guzmán a Nueva Ga-licia, escrita por el capitán Cristóbal Flores”, en: José Luis Razo Zaragoza ed., Crónicas de la conquista del reino de la Nueva Galicia.., p. 191.

40 Véase por ejemplo: Salvador Álvarez, “Chiametla: una provincia olvidada del si-glo xvi”, Trace, núm. 22, diciembre de 1992, 5-2�.

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agrícola del centro de la Nueva España, el que terminó por inclinar esa balanza. Por esa misma razón, sería inútil atribuir la persistencia a partir de entonces del estado de guerra en la Nueva Galicia, solamente a “ca-racterísticas culturales” de algún tipo, que fueran supuestamente pro-pias a las sociedades aborígenes que las enfrentaron. Las formas de res-puesta que los “chichimecas” de la Nueva Galicia desarrollaron en su momento frente al embate brutal de esta conquista, no los muestran ni como más, ni como menos “guerreros” que a los miembros de las socie-dades de cepa mesoamericana que poblaron alguna vez las costas del Pacífico sur de la Nueva España. Más allá de sus especificidades cultu-rales, lo que todos estos pueblos tuvieron en común fue el hecho de pertenecer a sociedades de agricultores aldeanos, de baja densidad de población y patrón de asentamiento relativamente disperso, incapaces de soportar y absorber lo que se les venía encima. Es justamente este factor el que permite comprender, en primera instancia al menos, el por-qué en tierras de chichimecas, lo mismo que en regiones de alta cultura mesoamericana, podemos encontrar respuestas tan semejantes frente al choque de la conquista española: de inicio, el enfrentamiento armado directo, seguido, a mediano plazo, de una guerra de acoso y hostigamien-to constante, emparejada con la huida y ocultamiento de parte de las po-blaciones directamente sometidas a la presión de los españoles.

En cambio, las diferencias que se presentaron a corto plazo, entre el desarrollo de la conquista a mediano plazo, en las costas del pacífico sur novohispano y lo que aconteció un poco más tarde en la Nueva Galicia, dependieron sobre todo del curso que tomaron las actividades de los propios españoles. En las costas del sur, por una parte, al tiempo que, para principios de la década de 15�0, los lavaderos de oro se iban ago-tando, los españoles fueron progresivamente abandonando una gran parte de sus posiciones en esa parte de la Nueva España, para práctica-mente no regresar más. Esas comarcas permanecerían desde entonces co-mo tierras de guerra, peligrosas y hostiles, pero muy poco pobladas por españoles.41 En cambio, en la Nueva Galicia, los conquistadores habían llegado con la intención de instalarse allí de manera más durable y ello

41 Donald Brand, Coacolman and Motines del Oro. An Ex-Distrito of Michoacan…

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redundaría necesariamente, en guerras más largas y más sangrientas todavía. Es decir, en la medida en que la acometida de los españoles continuó desplegándose con la misma fuerza y bajo las mismas formas, las reacciones de parte de estas sociedades aldeanas continuaron siendo las mismas hasta llegar, incluso, hasta un punto de no retorno. En resu-men, para finales de la década de 15�0, se habían ya delineado para la Nueva España dos tipos de conquista profundamente contrastantes, por no decir enteramente opuestos. Mientras que en las regiones pobladas por sociedades aldeanas de baja densidad de población, la guerra había sentado sus reales, tal pareciera que para siempre, en las regiones de alta civilización prehispánica, en este caso, aquellas pertenecientes a lo que ha sido llamado la “Mesoamérica nuclear”, la pax hispanica se había im-puesto casi por sí sola.

Tal y como de alguna manera Cortés lo había anticipado en 1522, en las zonas de alta civilización, los españoles encontraron muy rápida-mente en aquellos a los que ellos llamaron los “señores de la tierra”, un medio eficaz para mantener pacíficamente al resto de los indios bajo el yugo del católico emperador. En efecto, la historiografía actual nos da cuenta plenamente de cómo, ya desde los primeros años de la colonia, infinidad de jerarcas indígenas fueron “reconocidos” por sus vence-dores como “nobles” y designados como “señores” y “caciques” de in-dios y de cómo éstos asumieron pacíficamente, en general, su nuevo papel. Pero no olvidemos que, como lo evocábamos anteriormente, estos “caciques” y “principales”, no eran sino las cabezas visibles de viejas estructuras propias a aquellas sociedades del tipo de altepetl. De esa suerte, los incontables pueblos de indios creados por los españoles, con sus cabildos directamente sancionados y nombrados por la autori-dad colonial, funcionaron gracias, justamente, a que se apoyaron sobre los restos de esas formas de organización político- territorial heredadas del pasado prehispánico y enteramente reformuladas por el choque de la conquista.42

42 El pionero del tema fue, desde luego, Charles Gibson, Los aztecas bajo el dominio es-pañol (1519-1810), México, Siglo xxi, Col. América Nuestra, 1978 (4a ed.) Algunos trabajos recientes sobre el tema son: Margarita Menegus Bornemann, Del señorío a la República de Indios. El caso de Toluca 1500-1600, Madrid, Ministerio de Agricultura Pesca y Alimenta-

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Sin embargo, es un hecho también que, por muy sólidas que hubie-ran sido sus formas internas de organización, en un contexto de violen-cia como el que siguió a la conquista, los viejos núcleos de población indígena que ocupaban las regiones de alta civilización prehispánica nunca hubieran sido capaces de absorber pacíficamente los efectos deri-vados de su nueva situación de “pueblos” tributarios a la española, si no es que al amparo de su número que siguió, a pesar de todo, siendo infi-nitamente superior al de los españoles.4� Este fue un proceso que no pudo ser emulado por sociedades de tipo aldeano y baja densidad de población, como las que habitaban la Nueva Galicia. Allí, ante la impo-sibilidad práctica de poner en marcha un sistema pacífico y en la medida de lo posible, espontáneo, de absorción de los conquistadores, por la vía del abastecimiento de bienes y de mano de obra, la incorporación de los diferentes núcleos de población a la esfera de influencia de los españoles debió siempre operarse por la vía de la fuerza.

La encomienda y la organización del tributo en la Nueva Galicia Terminada la mortífera epopeya en la que se convirtió la expedición de 1529, entre 15�1 y 15��, Guzmán hizo fundar una serie de villas a lo lar-go del territorio de su nueva gobernación: Guadalajara, Compostela, Purificación, Chiametla y Culiacán. Para sostenerlas, fiel a la que había sido la práctica más universalmente empleada hasta entonces para el gobierno de los indios, Guzmán no dudó transformar en tributarios a los aborígenes locales, dándolos en encomienda a sus soldados. Así, en-tre 1529, fecha de inicio de su expedición de conquista y 15�6, cuando fue definitivamente expulsado de las Indias, cuando menos 120 “pue-blos de indios” habían sido distribuidos como encomiendas entre tan sólo en la parte central de la Nueva Galicia. A estos habría que añadir los

ción, 1992; René García Castro, Los pueblos de indios, México, Editorial Planeta DeAgosti-ni-conAcultA-inAh, en: Gran Historia Ilustrada de México, núm. 8, 2001, 14�.

4� Véase el artículo clásico de Sherburne Cook y Woodrow Borah, “La despoblación en el México Central en el siglo xvi”; para una edición reciente: Elsa Malvido-Miguel Angel Cuenya, Demografía histórica de México siglos xvi-xix, México, uAm-Instituto Mora, 199�, 29-�9.

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alrededor de 60 “pueblos” de encomienda repartidos igualmente por el propio Guzmán y sus lugartenientes en la provincia de Culiacán.44 To-dos estos centros de poblamiento fueron de inmediato sometidos a exac-ciones en gente y productos para el sostenimiento de las huestes españo-las y sus aliados indios del centro de la Nueva España. Sin embargo, de la misma manera que había sucedido más al sur, todo ello derivó en un estado de guerra generalizado y permanente en el conjunto de la Nueva Galicia el cual persistió ininterrumpido durante todo el periodo de Nuño de Guzmán al frente de esta provincia.45

La maquinaria de la guerra, con su cohorte de violencias y represa-lias mutuas, puesta en marcha por la expedición de Guzmán, difícil-mente se detendría durante los años que siguieron y ni siquiera la salida de Nuño de Guzmán de la provincia sirvió para modificar este estado de cosas. Ejemplo de ello lo tenemos en la muerte de quien fuera justa-mente el encarcelador de Nuño de Guzmán y nuevo gobernador de la provincia: Diego Pérez de la Torre. A los pocos meses de asumido su cargo, en enero de 15�8, este personaje murió a manos de los indios de Jocotlán, pueblo que él mismo se había atribuido en encomienda.46 Por otro lado, ya desde la expedición de 1529-15�1, letales y generalizadas epidemias acompañaron siempre al avance español, golpeando con toda su fuerza a las poblaciones locales, en especial a aquellas que ocu-paban las zonas costeras, en donde muy pronto el despoblamiento se hizo patente, provocando con ello que la guerra continuara con todavía mayor violencia.

Un buen retrato de ese estado de cosas, lo tenemos en el informe enviado al rey a finales de 15�8 por el nuevo gobernador de la misma, Francisco Vázquez de Coronado. En él, se daba cuenta de cómo los po-bladores españoles de la villa de Compostela, flamante capital de la pro-

44 Regresaremos sobre el detalle de estas encomiendas un poco más adelante.45 Sobre el estado de guerra permanente en el que se mantuvo la Nueva Galicia du-

rante el periodo de Nuño de Guzmán, véase, por ejemplo: Artur S. Aiton, “Coronado’s first report on the government of Nueva Galicia”, Hispanic American Historical Review, vol. 19, 19�9, �06-�1�.

46 José María Muriá ed., Historia de Jalisco tomo 1. Desde los tiempos prehistóricos hasta fines del siglo xvii, Guadalajara, Gobierno del Estado de Jalisco-inAh, 1980, ���.

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vincia, la habían ya abandonado a causa de la guerra incesante que los indios les hacían. Sin embargo, el gobernador no se hacía demasiadas ilusiones en cuanto a las verdaderas causas de tanta violencia:

En otra manera se aprovechaban los vecinos de esta provincia [...] de los indios que tienen encomendados, que los arrendaban para la ciudad de México [...] yo los topé cuando vine de México de cuarenta en cuarenta y de cincuenta en cincuenta cargados que iban y venían [...] En comarca de esta ciudad de Compostela hay treinta repartimientos encomendados a vecinos della y solas diez casas ay en toda esta cibdad porque los vecinos no han querido residir diziendo los unos que los indios que tienen de repartimien-tos están de guerra y los otros que no les dan ningún provecho y su absencia [...] no he visto en toda esta provincia indio que no tenga señal de cristiano [...] ahora han pedido los vecinos desta ciudad de Compostela que la quie-ren mudar a donde esté en más comarca de los indios que les sirven [...]47

Las palabras de Coronado eran elocuentes en cuanto al porqué de la per-sistente guerra en la Nueva Galicia. Compelidos a permanecer como pobladores y vecinos de las villas recientemente fundadas y ante la im-posibilidad práctica de convertir a los indios en tributarios pacíficos y espontáneos, los conquistadores no habían encontrado más que una manera práctica y expedita de premiar sus sacrificios y hazañas. Esta consistió, como lo atestiguaba Coronado, en organizar la captura sistemá-tica de cautivos de guerra, incluyendo entre ellos a sus propios encomen-dados. Atados en colleras y cargados de bultos, los “chichimecas” de la Nueva Galicia eran conducidos entonces hasta la ciudad de México, don-de luego eran vendidos como esclavos.

Pero para entender realmente cuál era la posición de los españoles en esa provincia, habría que añadir a todo lo anterior un elemento fun-damental y es el de la presencia, todavía entonces, de muchos miles de “indios amigos” de origen mesoamericano, esto es, “mexicanos” y “taras-cos”, fundamentalmente, los cuales no solamente permanecieron, sino

47 Artur S Aiton, “Coronado’s first report on the goverment of Nueva Galicia”, Hispa-nic American Historical Review, vol. 19, 19�9, �11-�12.

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que siguieron llegando para reforzar la presencia española en la región, como el propio Vázquez de Coronado lo consignó en su informe.48 Gra-cias en gran medida al auxilio de estos “indios amigos”, los españoles continuaron representando una fuerza, de la cual, los aborígenes de la Nueva Galicia no serían ya capaces de desembarazarse. Sin embargo, eso no bastó en lo absoluto para garantizar el control verdadero de la provincia. A diferencia de lo sucedido en las regiones demográficamen-te densas y de altas culturas prehispánicas del centro de la Nueva Es-paña, en la Nueva Galicia, el paso de la conquista militar a la transfor-mación del indio en tributario, fue cualquier cosa, excepto, un proceso pacífico y ello hasta cuando menos el último tercio del siglo xvi.

Como lo apuntábamos al principio, uno de los innumerables hechos notables del proceso de la conquista en los grandes altiplanos del centro de la Nueva España fue la celeridad con la que colapsaron los viejos arma- zones de tipo político-estatal, de origen prehispánico que allí existían: cualquiera que hubiera sido la verdadera naturaleza del “imperio” o del “Estado” azteca en tiempos prehispánicos, es claro que para 1522, por poner una fecha, no quedaba ya gran cosa de él. En cambio, es claro que la capacidad de adaptación y de absorción que esas sociedades de alta cultura agrícola mostraron frente al choque de la conquista, se debió esen-cialmente a dos factores: el primero, su gran número y en segundo térmi-no, la capacidad de recomposición interna que mostraron antiguas estruc-turas socioterritoriales, de alcance esencialmente local, del tipo del altepetl. La rapidez y la facilidad con la que este tipo de estructuras, abandona-ron sus viejas formas de funcionamiento, para adaptarse y adoptar aquellas que les exigía su nuevo estatuto de tributarios a la española, no puede dejar de asombrarnos.

En la Nueva Galicia, en cambio, los españoles se encontraron con so-ciedades que ciertamente eran de agricultores relativamente avanzados y habían alcanzado logros culturales notables, pero que, finalmente, eran de una naturaleza muy diferente de las anteriores. Un parámetro más que significativo acerca de estas disparidades que existieron en este proceso en la Nueva Galicia respecto del centro de la Nueva España, es

48 Ibid., p. �10.

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el siguiente: hacia 1550, en esta última región, nos dice René García Cas-tro, se calcula que poco más o menos dos mil pueblos de indios, con sus caciques y cabildos indígenas, habían sido reconocidos por el gobierno colonial.49 Para esas mismas fechas, en cambio, en la Nueva Galicia ni un solo pueblo de indios, ni un solo cabildo, ni tampoco ningún cacique fue reconocido formalmente como tal por las autoridades españolas. Lo que es más, ni Nuño de Guzmán, ni sus sucesores Diego Pérez de la Torre, Francisco Vázquez de Coronado y Cristóbal de Oñate dejaron lista o re-lación alguna de “autoridades” indias actuantes y funcionales, no ya para reconocerlos como tales, sino ni siquiera para los pueblos de indios dados en encomienda durante su gestión. Tampoco se hace mención alguna de la existencia de ese tipo de instrumentos en la documentación recopilada por los primeros oidores de la Nueva Galicia, Lorenzo de Le-brón Quiñones, Miguel de Contreras y Guevara y Hernando Martínez de la Marcha. No olvidemos que todos ellos, como parte de las instruc-ciones anexas a sus nombramientos como oidores, tenían la orden de realizar una serie de visitas de la provincia y de recopilar y compilar la totalidad de los títulos, nombramientos y ordenanzas realizados por sus antecesores en el gobierno de la provincia. Los flamantes oidores se es-meraron, en efecto, en cumplir las instrucciones de que habían sido dota-dos: revisaron las ordenanzas anteriores, los nombramientos de autori-dades y oficiales y revisaron exhaustivamente los títulos de encomienda distribuidos hasta entonces. Incluso, el propio Juan de Ovando, en su calidad de presidente del Consejo de Indias, redactó un cuestionario en donde se pedía al conjunto de las autoridades provinciales informaran detalladamente acerca de todos esos temas.50 Las pesquisas de los oido-res y las respuestas de los implicados, dejan muy en claro entonces, la ausencia de cabildos, o cualquier otro tipo de autoridades indias autóno-mas, actuantes y formalmente reconocidas, a la cabeza de los pueblos,

49 René García Castro, “Los pueblos de indios”, en Gran Historia Ilustrada de México, México, Editorial Planeta DeAgostini-conAcultA-inAh, vol. 2, cap. 8, 2001, 144.

2001, 50 Rafael Diego Fernández Sotelo, La primigenia Audiencia de la Nueva Galicia 1548-1572. Respuesta al cuestionario de Juan de Ovando por el oidor Miguel de Contreras y Guevara, Guadalajara, El Colegio de Michoacán-Instituto Cultural Ignacio Dávila Garibi-Cámara Nacional de Comercio de Guadalajara, 1994, en especial pp. 24 y 25.

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hecho que se confirma también por el hecho de que, durante todo este periodo, no se establecieron siquiera tasaciones de tributos para los mis-mos. A cambio de ello, en el contexto de guerra generalizada en el que se hallaba la provincia, los españoles no pudieron más que poner en marcha formas de tributación incomparablemente más compulsivas que las que comenzaban a operar por ese tiempo en el centro de la Nueva España.

Llegados a este punto vale la pena mencionar que existe una ya muy vieja, aunque todavía bastante arraigada tradición historiográfica, que ha intentado postular la existencia de grandes y complejas estructuras políticas metalocales de origen prehispánico en lo que sería luego la Nue-va Galicia. Se habla con frecuencia de “señoríos”, e incluso de la existen-cia de una gran “confederación” llamada generalmente Federación Chi-malhacana, operando al momento de la llegada de los españoles. Esta visión historiográfica nació, principalmente, de los trabajos de un grupo de historiadores regionales, entre los que destacan José López Portillo y Weber (1850-192�), Alberto Santoscoy (1857-1906), Luis Pérez Verdía (1857-1914), José Ignacio Dávila Garibi (1888-1981) y José López Portillo y Weber (1889-1974). Esta “Confederación Chimalhuacana”, suerte de “protoJalisco” prehispánico, habría estado conformado por varios “rei-nos” o “tlatoanazgos”, cuyo número y nombres, varió de acuerdo con el autor de que se tratara.51

Así, por ejemplo, según Pérez Verdía esta “confederación” habría si-do producto de las mismas migraciones que en el siglo xii, según su cro-

51 Así, por ejemplo, en la versión de Luis Pérez Verdía, éstos eran cuatro: Colima, Tonallan, Xalisco y Aztatlán, los cuales, a su vez tenían bajo su égida diferentes estados feudatarios, como él los llamaba, entre ellos, Tzcoalco, Cocolan y Tzapotlán, por citar algu-nos de los que dependían del “reino” de Colima. Igualmente, existían cacicazgos indepen-dientes de rango inferior como Teoacaltiche, Colotlán, Tlaltenango, el Teúl, Nochistlán y Juchipila, por sólo mencionar aquellos situados al oriente de la barranca del río Santiago: Luis Pérez Verdía, Historia particular del Estado de Jalisco, desde los primeros tiempos en que hay noticia, hasta nuestros días, Guadalajara, Tipográfica de la Escuela de Artes y Oficios del Estado, vol. 1, 1910, 2-�. Véase igualmente: Luis Topete Bordes, Jalisco precortesiano: estudio histórico y etnogénico, México, Imprenta El sobre azul, 1944, 10�-104. Igualmente: Leon Diguet, “Le Chimalhuacan et ses Populations avant la Conquête Espagnole”, Jour-nal de la Société d’Américanistes de Paris, núm. 1, 190�, 1-57; José Ignacio Dávila Garibi, Bre-ves apuntes acerca de los chimalhuacanos: civilización y costumbres de los mismos, Guadalajara, Tipográfica C.M. Sáinz, 1927.

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nología, habrían llevado a los aztecas hasta Mesoamérica desde su nati-va “Aztlán”. Según el mismo autor, luego de implantarse en lo que sería después la Nueva Galicia, estos ascendientes de los aztecas”, habrían formado parte del primitivo “imperio tolteca”, para ulteriormente, des-pués del colapso de ese “imperio”, permanecer como una “confedera-ción” de señoríos, independiente del “imperio tenochca”.52 Esta curiosa cronología la arranca el autor directamente de la Crónica miscelánea de la Santa provincia de Jalisco de Fray Antonio Tello (1567-1654), escrita en 165�, fuente de donde arranca también una parte de la toponimia em-pleada en su texto.5� Sin embargo, vale la pena señalar que, ni en este texto, como tampoco en las crónicas primitivas de la conquista, ni en nin- guna de las grandes historias de la Nueva Galicia escritas durante poste-riormente durante el periodo colonial, aparecen mencionados el Gran Chimalhuacán, ni menos aún, la llamada Federación Chimalhuacana. Nada dicen al respecto, por ejemplo, la Historia del reino de Nueva Galicia en la América Septentrional, de Matías de la Mota Padilla (1688-1766), es-crita en 1742,54 ni tampoco se encuentra huella alguna del “Chimalhua-cán” en obras del mismo tipo provenientes del periodo independiente temprano, como, por ejemplo, la Memoria histórica… de la conquista par-ticular de Jalisco, de Fray Francisco Frejes, escrita en 18��, por sólo citar algunas.55

52 Luis Pérez Verdía, Historia particular del Estado de Jalisco…, p. 4.5� Fray Antonio Tello, Libro segundo de la Crónica miscelánea… La edición empleada

por López Portillo y Rojas es la de: “La República Literaria” de C.L. de Guevara, 1891 (se trata de la edición que fue empleada por López Portillo y Rojas para la elaboración de sus libros). La edición moderna: Gobierno de Estado de Jalisco-Instituto Nacional de Antro-pología e Historia-Instituto Jalisciense de Antropología e Historia, 2 vol., 197�, véase en especial vol. 1. pp. 9-�6.

54 Matías de la Mota Padilla, Historia del reino de Nueva Galicia en la América Septentrio-nal (1742), Guadalajara, Instituto Nacional de Antropología e Historia-Instituto Jaliscien-se de Antropología e Historia-Universidad de Guadalajara, Colección Histórica de Obras Facsimilares, núm. �, 197�.

55 Fray Francisco Frejes, Memoria histórica de los sucesos más notables de la conquista par-ticular de Jalisco por los españoles, Guadalajara, Imprenta del Supremo Gobierno a cargo del C. Juan María Brambila, Guadalajara, 18��, Edición facsimilar por Edmundo Aviña Levy, 1966.

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Todo apunta a que la autoría del supuesto “Chimalhuacán” prehis-pánico habría que atribuirla a Alberto Santoscoy quien, al parecer, ha-bría comenzado a hablar de ello a finales del siglo xix. Sin embargo, cabe decir que este autor no dejó ningún texto publicado específicamente de-dicado a este tema.56 El hecho es que, a pesar de su muy endeble soporte, la teoría “chimalhuacana” permaneció como un tópico tan aceptado e indiscutido entre los historiadores jaliscienses de principios del siglo xx, al punto que José López Portillo y Weber, en su conocido libro La Rebe-lión de Nueva Galicia, escrito en 19�9, llegó incluso a convertir al “Chimal-huacán” en el centro de una prolija reinterpretación histórico-literaria de la conquista española de esa región.57 Sin embargo, a diferencia de Pérez Verdía, para López Portillo la estructura del viejo “Chimalhuacán” ha-bría estado conformada, no por un conjunto de “monarquías” o tlatoa-nazgos, propiamente dichos, sino por “teocracias” gobernadas por “sa-cerdotes-guerreros”, practicantes todos ellos de una suerte de religión bélica, ligada con la brujería y el “nahualismo”.58 Según López Portillo los jerarcas de esta religión, aglutinados en una sociedad secreta viejísi-ma y poderosa, llamada la “orden de los nahuales”, al ver su poder en retroceso, habrían sido los encargados de organizar directamente y por medio de sus malas artes, la llamada rebelión del Mixtón:

[…] Y los nahuales de los aztecas, de los purépechas, de los cashcanes, de los coras de los tepehuanes, de los huarabes […] se reconocieron hermanos en la impostura […] y quizás también en la sinceridad. Pronto surgió la Hermandad de los Nahuales […] Y en mi concepto, fué su Hermandad la que preparó la Gran Rebelión […]59

El libro de López Portillo y Weber es un interminable hilván en donde se entretejen, sin transición ni orden alguno, referencias enteramente hete-

56 Luis Topete Bordes, Jalisco precortesiano…, p. 102.57 José López Portillo y Weber, La rebelión de la Nueva Galicia, México, Colección Peña

Colorada, 1980 (Edición facsimilar de la del Instituto Panamericano de Geografía e His-toria, México, 19�9).

58 José López Portillo y Rojas, La rebelión…, p. �6�.59 José López Portillo y Rojas, La rebelión…, p. �64. La ortografía está tomada del original.

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rogéneas, entresacadas de las fuentes más diversas. Aparecen allí lo mis-mo trozos literalmente arrancados de obras históricas del periodo colo-nial, como las de Tello y Mota Padilla, al igual que referencias sacadas de fuentes publicadas en su tiempo, como las informaciones del juicio de residencia de Mendoza y junto con todo eso, irrumpe también una miría-da de eventos enteramente inventados por el propio autor, todo ello de manera enteramente indiscriminada y sin el apoyo de un auténtico apa-rato crítico. No deja de sorprender entonces, la facilidad con la que una gran parte de los autores que escribieron más tarde sobre el tema de las rebeliones indígenas novohispanas y en particular, acerca de la del Mix-tón, terminan adoptado lo esencial de la interpretación de López Portillo sobre ese evento. En efecto, autores como Luis González Obregón,60 Ma-ria Elena Galaviz de Capdeville,61 o más recientemente Carlos Lázaro Avila,62 José Francisco Román Gutiérrez,6� Carlos Sempat Assadourian,64 o Ethelia Ruiz Medrano,65 por citar solamente algunos de los más im-portantes, aceptan todos, sin mayor comentario crítico, la existencia de una suerte de entidad política de orden cuasi-estatal, semejante en todo punto a la “Confederación chimalhuacana” de López Portillo, la cual

60 Luis González Obregón, Rebeliones indígenas y precursoras de la independencia mexi-cana en los siglos xvi xvii xviii, México, Ediciones Fuente Cultural, 1952.

61 Maria Elena Galaviz de Capdeville, Rebeliones indígenas en el norte de la Nueva Espa-ña (siglos xvi xvii), México, Editorial Campesina, 1967.

62 Lázaro Ávila Carlos, Las fronteras de América y los “Flandes Indianos”, Madrid, Con-sejo Superior de Investigaciones Científicas-Centro de Estudios Históricos Departamen-to de Historia de América, 1997.

6� José Francisco Román Gutiérrez, Sociedad y evangelización en Nueva Galicia durante el siglo xvi, Guadalajara, El Colegio de Jalisco- Universidad Autónoma de Zacatecas-inAh, 199�, igualmente: Román Gutiérrez José Francisco Tezcatlipoca y la guerra del Mixtón. Ponencia Coloquio Mesoamérica y la Guerra del Mixtón, Zacatecas inAh-Universidad Autónoma de Zacatecas-El Colegio de Jalisco, abril 1994.

64 Carlos Sempat Assadourian, “Esclavos plata y dioses en la conquista de los teúles chichimecas”, en: Margarita Menegus, coord., Dos décadas de investigación en historia eco-nómica comparada en América Latina. Homenaje a Carlos Sempat Assadourian, México, El Co-legio de México-ciesAs-Instituto Mora-unAm ceu, 1999, 6�-96.

65 Ethelia Ruiz Medrano, “Versiones sobre un fenómeno rebelde: la guerra del Mix-tón en Nueva Galicia”, en: Eduardo Williams ed., Contribuciones a la arqueología y etnohis-toria del Occidente de México, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1994, �55-�78.

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habría dirigido la guerra. Sin embargo, ninguno de ellos se ha ocupado de demostrar, ni mucho menos de explicar, la existencia de una tan pecu-liar estructura “político-guerrera” en sociedades como las que ocupaban la Nueva Galicia en tiempos de su conquista.

Los únicos autores que se han dado a una tarea semejante son Phil Weigand y Acelia C. de Weigand.66 Abordando el tema de la guerra del Mixtón desde la arqueología, los Weigand proponen que los cazcanes, principales actores de ese drama, habrían sido descendientes directos de corrientes de inmigración tolteca, llegadas hasta tierras norteñas desde la Mesoamérica nuclear desde los siglos ii o iii DC. Para el siglo xi, estos mesoamericanos habrían terminado por crear entonces en Chalchihui-tes, un gran “centro minero”, dedicado a la extracción y a la manufactu-ra de piedras cristalinas de origen volcánico de alto valor para el mundo mesoamericano, como lo serían en este caso, la turquesa y la obsidiana.67 De acuerdo siempre con estos autores, en el momento de su mayor es-plendor, habrían florecido en esta región, asentamientos sumamente importantes, algunos de ellos con características totalmente “urbanas”, los cuales albergaban en su seno a muchos miles de habitantes en áreas sumamente reducidas. Es el caso de Etzatlán, en donde, de acuerdo con sus cálculos, en un área de solamente 600 hectáreas, se habrían hacinado entre 10,000 y 15,000 habitantes en tiempos de su esplendor.

Este último es un cálculo a todas luces desmesurado: de ser así, esta-ríamos hablando de densidades de población del orden de 1600 a 2500 habitantes por kilómetro cuadrado, es decir, incomparablemente supe-riores a las de cualquier ciudad preindustrial del Viejo o del Nuevo Mun-do, e incluso muy superiores a la que presentaban las ciudades indus-triales del siglo xix europeo o norteamericano.68 De hecho, semejantes rangos de población sólo aparecen históricamente, en las grandes capi-

66 Phil C. Weigand-Acelia C. de Weigand, Tenamaxtli y Guaxicar. Las raíces profundas de la rebelíon de la Nueva Galicia, Zamora, El Colegio de Michoacán-Secretaría de Cultura de Jalisco, 1996.

67 Phil C. Weigand-Acelia C. de Weigand, Tenamaxtli y Guaxicar…, pp. 86-87.68 Véase por ejemplo: Paul Bairoch, De Jéricho a Mexico. Villes et économies dans l’his-

toire, París, Editions Gallimard, Col. Arcades, núm. 4, 1985, especialmente pp. �18--�49.

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tales del siglo xx.69 Pero independientemente de estos cálculos, cuya jus-teza no discutiremos más aquí, el hecho es que para estos, lo que encon-traron los españoles en tierras de los cazcanes, no habrían sido sino los restos de esa vieja organización.70 Explican que al caer en decadencia el “sistema de comercio a larga distancia” de 1�00 años de antigüedad, al cual habría pertenecido Chalchihuites,71 este viejo núcleo de origen tol-teca habría terminado por transformarse en una “marca” militar fronte-riza mesoamericana, encargada de contener los ataques de los irredentos chichimecas.72 Todo ello le habría conferido a este enclave mesoameri-cano un carácter eminentemente militar, el cual, de acuerdo con esta in-terpretación, hubo de conservar hasta tiempos de la conquista.7�

En este punto, la interpretación de los Weigand se asemeja en gran medida a la visión de López Portillo sobre el Mixtón. Según aquellos dos autores, al tiempo de la conquista, la sociedad cazcana habría estado dominada no por una “sociedad secreta” de brujos-sacerdotes y guerre-ros, como en López Portillo y Weber, sino por “linajes poderosos”, here-deros la vieja “elite conquistadora” de origen tolteca creadora de aquella “marca” fronteriza mesoamericana varios siglos atrás. Al igual que lo que López Portillo postula para sus “sacerdotes-guerreros” de la orden del nahual, los Weigand insisten también en que los “linajes guerreros” que dominaban la vieja “marca” tolteca del Norte, mantenían lazos es-trechos con otros “señores” indios diseminados por lo que ellos llaman la región transtarasca: un territorio de extensión y límites muy semejan-tes a los que López Portillo marcaba para su vieja Chimalhuacán y que

69 Phil C. Weigand-Acelia C. de Weigand, Tenamaxtli y Guaxicar…, p. 65. La cifra cita-da equivaldría a poco más o menos, la mitad de la densidad de población que presentaba la ciudad de México al momento del censo del 2000, era de 5,7�7 habitantes por km2. Dato consultado en http://www.df.gob.mx/secretarias/social/copodf/prog�.html#disyden Gobierno de la ciudad de México, Programa de Población 2006-2012.

70 Beatriz Braniff, “Oscilación de la frontera septentrional mesoamericana”, en: Betty Bell, The Archaeology of West Mexico, Ajijic Jalisco, Sociedad de Estudios Avanzados del Occidente de México, 1974, 40-50.

71 Phil C. Weigand-Acelia C. de Weigand, Tenamaxtli y Guaxicar, especialmente p. 8�.72 Curiosamente, desde ese punto de vista, los cazcanes son vistos allí como un “an-

tecedente” del sistema español de presidios.7� Phil C. Weigand-Acelia C. de Weigand, Tenamaxtli y Guaxicar, especialmente pp. 85-121.

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por curiosa coincidencia, corresponden también grosso modo, con los de la Nueva Galicia, sin las provincias de Aztatlán, Chiametla y Culiacán.74 En ambas interpretaciones, igualmente, estos personajes, “sacerdotes-guerreros”, por un lado, “cabeza de linajes guerreros”, por la otra, ha-brían sido los encargados de difundir voluntariamente la semilla de la guerra y de “coordinar” los ataques a los españoles, teniendo siempre como principal bastión el peñol del Mixtón.75 La deuda de esta interpreta-ción con las tesis de López Portillo y Weber, expuestas casi seis décadas atrás, es perfectamente clara y sin embargo, por alguna razón que desco-nocemos, los Weigand nunca citan a ese autor en sus trabajos. Pero más allá de este hecho, resaltemos que una vez más que en esta interpreta-ción, la postulada existencia de estructuras políticas de orden metalocal entre las sociedades aborígenes de la Nueva Galicia en tiempos de su conquista no resulta visible para el investigador más que en un único y muy específico contexto documental: el que se origina alrededor de la guerra del Mixtón.

Pero no dejemos de lado que para 15�9, es decir, al tiempo en el que las guerras recrudecían en la Nueva Galicia y se daba inicio a la llamada “rebelión del Mixtón”, grandes y muy profundas transformaciones se habían operado ya en el seno de las sociedades aborígenes locales, mu-chas de ellas resultado de la irrupción masiva, súbita y violenta, de va-rias decenas de miles de mesoamericanos. De entre ellos, los más activos fueron ciertamente los “mexicanos”, de quienes se consigna que, actuan-do a la vera de los españoles durante la expedición de Nuño de Guz-mán, arrasaron y quemaron pueblos, capturaron esclavos y terminaron convertidos en la verdadera punta de lanza de la expedición. Quizás pudieran ponerse en duda, aunque quizás con poco éxito, los testimo-nios que acusan a los “mexicanos” de haber cometido brutalidades y devastaciones en las tierras conquistadas. Pero el hecho es que, mientras todo eso sucedía, estos mismos “mexicanos” se encargaron también de dar nombre, uno tras otro y en su propia lengua, a todos los lugares im-por tantes poblados de chichimecas que encontraron. Así, cuando la expe-

74 Phil C. Weigand-Acelia C. de Weigand, Tenamaxtli y Guaxicar, pp. 65-8�. Sobre los lí-mites de las provincias de Aztatlán y Chiametla: Salvador Álvarez, Chiametla…, pp. 5-9.

75 Phil C. Weigand-Acelia C. de Weigand, Tenamaxtli y Guaxicar…, pp. 116-117.

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dición de Nuño de Guzmán tocó a su fin, la Nueva Galicia contaba ya con una muy extensa toponimia, pero casi toda con consonancias en náhuatl. Y sin embargo, es claro que la lengua originaria de estos grupos, incluyendo a los propios “cazcanes”, no era el náhuatl, como se ates-tiguaría más tarde, por ejemplo, en las Relaciones Geográficas de la década de 1580.76 Sería imposible saber si estos nombres de lugares en náhuatl correspondían en algo con algún tipo de unidad territorial propia a las sociedades aborígenes locales, o si al menos esos términos traducían algo de la toponimia empleada por los habitantes de la región en sus propias lenguas. Ambas cosas resultan inciertas y poco probables, pero lo que sí sabemos es que para los españoles, darle nombre a todos esos lugares no era una operación intrascendente, pues fue justamente de esos topónimos de que se sirvieron desde un principio para diferenciar y repartirse entre ellos las primeras encomiendas en la Nueva Galicia.

Como lo apuntábamos antes, al momento de distribuir sus primeras encomiendas, Guzmán se preocupó muy poco de las cuestiones de pro-tocolo. Como en tantos otros lugares, los indios sometidos al vínculo de la encomienda fueron directamente repartidos entre los soldados, prác-ticamente a manera de botín de guerra. No se hizo, por ejemplo, recono-cimiento o conteo alguno de tributarios para marcar la cuantía del tribu-to a recibir por el feudatario, ni mucho menos se nombraron caciques, ni cabildos para los pueblos, a la manera como se había hecho desde un principio en el centro de la Nueva España. La única y más que exigua formalidad que acompañó a estos repartos de encomienda, fue la expe-dición de títulos por parte del gobernador a nombre de sus soldados y capitanes (cuyos registros son, por cierto, la principal fuente de estudio de que disponemos sobre ellos).77

76 Hemos tratado este tema más ampliamente en: Salvador Álvarez, “De “zacatecos” y “tepehuanes”: dos dilatadas parcialidades de chichimecas norteños”, en: Chantal Cra-maussel, coord., La Sierra Tepehuana. Asentamientos y Movimientos de población, Zamora, El Colegio de Michoacán 2006, en especial pp. 111-112.

77 Si bien, los títulos originales de encomienda expedidos por Nuño de Guzmán, se hallan perdidos, una buena parte de ellos fue compilada y reportada por el visitador Mi-guel de Contreras Guevara en sus informes al oidor Juan de Ovando. Estos han sido repro-ducidos en: Rafael Diego Fernández Sotelo, La primigenia Audiencia de la Nueva Galicia... Otra parte de los mismos aparece también mencionada en: Mariano González Leal ed.,

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Los españoles en ese tiempo, jamás reconocieron como tales a even-tuales “señores” o “principales” indios, ni mucho menos les otorgaron funciones de gobierno. De hecho, si revisamos las crónicas de la campa-ña de los Tebles Chichimecas, que es el único hábeas de documentos de origen presencial de que disponemos acerca del periodo de la conquista de Nuño de Guzmán, nos daremos cuenta de que en ninguna parte se hace referencia allí a la existencia de “señoríos” precisos (con algún nombre particular, por ejemplo) ni se hace alusión tampoco a la existen-cia de ningún otro tipo de estructura político-territorial de alcance extra-local, al menos que pareciera perceptible para los españoles. Ciertamen-te, en diversos pasajes de esas crónicas aparecen referencias a lugares más poblados que otros, señalados como importantes y se habla aquí y allá de la presencia, en algunos poblados, de “principales” o “señores”. Sin embargo, de ningún lugar específico se habla como “centro” o sede de algún poder o jurisdicción precisa, ni se atribuye a esos personajes poder o importancia especiales.

Fue el caso, por ejemplo, del “señor” de Chapala, el cual, imposibili-tado de entregar a los expedicionarios los “tamemes” y comida que le reclamaban, fue simplemente hecho aperrear por el muy magnífico se-ñor Guzmán.78 Podría incluso contrastarse este caso con el del calzonzi, al cual Guzmán le atribuyó el título de “rey” de Michoacán. En lugar de

Relación secreta de conquistadores. Informes del archivo personal de emperador Carlos I que se conserva en la biblioteca del Escorial años de 1539-1542, Guanajuato, Taller de Investigaciones Humanísticas de la Universidad de Guanajuato, 1979. Otras fuentes complementarias son la Suma de Visitas y el Epistolario de la Nueva España, recopilados por Francisco del Paso y Troncoso, Papeles de Nueva España. Geografía y estadística. Suma de visitas de pueblos por or-den alfabético, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1905; Epistolario de la Nueva España, México Antigua Librería Robredo de José Porrúa e Hijos, 19�8-1942, 16 vols. Estas últimas fuentes y otras más han sido excelentemente compiladas y resumidas sistemáticamente por: Peter Gerhard, The North Frontier of New Spain, Norman y Londres, University of Oklahoma Press, 199�. Otras referencias valiosas se encuentran también en: Thomas Hillerkuss, comp., Documentalia del sur de Jalisco: siglo xvi, Zapopan, El Colegio de Jalisco-inAh, 1994.

78 Gonzalo López, “Relación del descubrimiento y conquista que se hizo por el go-bernador Nuño de Guzmán y su ejército en las provincias de la Nueva Galicia escrita por Gonzalo López y autorizada por Alonso de Mata escribano de SM año de 15�0”, en: José Luis Razo Zaragoza ed. op. cit., p. 70.

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deshacerse inmediatamente de él, Guzmán prefirió, como Cortés con Moctezuma, retenerlo en su poder, pensando que ello le aseguraría la “fidelidad” de los sujetos del mismo y le permitiría descubrir, eventual-mente, el oro y demás riquezas que en su imaginación debían existir. Pero lo cierto es que, al final, decepcionado del poco impacto que la prisión del calzonzi pareció causar entre sus supuestos “sujetos”, Guz-mán terminó sometiéndolo a una muerte infamante, señal clara de que el pobre “rey tarasco” nunca pudo cumplir con lo que se le exigió. Que-da como consuelo para la imagen de este “rey” el que el conquistador le hubiera atribuido una cierta influencia sobre los indios del Michoacán, aunque tal poder pareciera rebelarse luego muy endeble. Por lo mismo, no deja de ser significativo el que no se encontrara en la Nueva Galicia ningún personaje al que se le atribuyeran funciones ni lejanamente se-mejantes a las que se imaginaron para el calzonzi.

Ante la ausencia de estructuras sociales preexistentes capaces de ge-nerar movimientos estables de tributación en productos y mano de obra para ellos, los conquistadores recurrieron a métodos coercitivos para obtenerlos, sin reparar para ello en la naturaleza o características de los asentamientos sometidos: simplemente se conformaron con distinguir-los por tamaños. En efecto, si observamos la manera como Nuño de Guzmán distribuyó encomiendas entre sus soldados, no es difícil llegar a la conclusión de que el único criterio que rigió esa repartición fue de orden estrictamente jerárquico: los lugares mejor poblados y potencial-mente más provechosos fueron siempre acaparados por el gobernador y sus principales capitanes, mientras que el resto quedó para los simples soldados. Nuño de Guzmán, por ejemplo se reservó en la región de Compostela, cercana a la capital provincial, los pueblos del Río de Tepi-que, considerados como los más ricos y mejor poblados de la zona. Más al sur, en Purificación, se quedó con Itán y Opono, mientras que en las montañas al oeste de Compostela, seleccionó Amajaque, Amatlán y Aguacatlán, Izmitique, Jaliango, Tepucuacán y Atengo, todos cercanos, por cierto, a la zona donde más tarde se abrirían las minas de Guachi-nango. Por su parte, en los alrededores del lago de Chapala tomó pose-sión de Calatitlán, Cuitzeo, Poncitlán, Atemajac, Tetlán, Tlaquepaque, Tonalá y Zalatitlán. No conforme con ello, se atribuyó también los po-blados de Navito, Colometo y Diabuto, de la lejana provincia de Culia-

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FigurA 1. Encomiendas en Nueva Galicia a finales del periodo de Nuño de Guzmán

cán. De la misma manera, Juan Fernández de Híjar, quien era uno de los principales capitanes de Guzmán, obtuvo de su jefe los indios del Valle de Purificación, cercano a la villa del mismo nombre (de la que también era alcalde mayor y capitan de guerra) además de Pampuchín, Acatlán, Tepeltlacaltitlan; más al sur, en dirección de Colima obtuvo Tomatlan y

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Pascua. En las montañas al este de Purificación, se quedó con Mezquit-lán, Tecomatlán, Tepozpitzaloya y Coyatlán.79

Los ejemplos de podrían multiplicarse. Sin embargo, más allá del acaparamiento practicado por los grandes capitanes, lo que muestran también los ejemplos citados es la fuerte dispersión geográfica que pre-sentaban las encomiendas en la Nueva Galicia de ese tiempo.

Como puede verse, en esta frontera la distribución de encomiendas no rebela ningún patrón geográfico ordenado: lejos de ello, los pueblos de encomienda se hallaban dispersos por los cuatro rumbos del enorme territorio que conformaba la Nueva Galicia. Es claro que uno de los fac-tores que explican esta dispersión era justamente el carácter insumiso de las poblaciones, de manera que, teniendo necesidad de mano de obra y sobre todo de avituallamiento, los conquistadores se vieron obligados a encomendar no sólo a los habitantes de los lugares vecinos a sus propios asentamientos, sino extender sus exacciones sobre una vasta área geo-gráfica. Añadido a la captura sistemática de esclavos indios (los cuales luego eran vendidos en el centro de Nueva España),80 todo ello hizo que, al igual que las encomiendas, la guerra se diseminara también por los cuatro rumbos de la provincia, con tanta violencia que en varios frentes los conquistadores se vieron reducidos a la defensiva e incluso fueron expulsados de regiones enteras.

Fue en este contexto, por ejemplo, que se dio el desamparo de la pri-mitiva villa de Chiametla, la cual luego fue completamente destruida por los indios. Esto entrañó que los españoles se retiraran por varias décadas de la extensa franja costera situada entre Compostela y Culiacán.81 Dos años después, fue el turno de la villa de Purificación la cual llegó a ser asediada por los indios, si bien fue finalmente salvada. Pero la que no

79 Las referencias sobre las encomiendas citadas arriba se hallan en: Rafael Diego Fernández, La primigenia..., 1994, pp. lxxii, 291-2; Peter Gerhard, op. cit., pp. 67, 90, 118, 151, 154 y 155.

80 Tema ampliamente desarrollado por Silvio Zavala, Los esclavos indios en Nueva Es-paña, México, El Colegio Nacional 1994 (1967).

81 Relación de la villa de Espíritu Santo que fue fundada por Nuño de Guzmán, go-bernador que fue de este reyno, 15��, en: Antonio Nakayama, Documentos inéditos e inte-resantes para la historia de Culiacán, Culiacán, Universidad Autónoma de Sinaloa-Instituto de Investigaciones de Ciencias y Humanidades, Col. Rescate núm. 1�, 1982.

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corrió con la misma suerte, fue la primitiva Guadalajara ubicada en No-chistlán, la cual tuvo que ser abandonada para ser refundada más al sur en Tlacotlán. A partir de ese momento, la mayor parte de la gente de Guz-mán se resguardó en las dos villas principales de la provincia, es decir, Compostela que era la capital y Purificación, la segunda en importancia, quedando tan sólo Culiacán como un lejano enclave en relativa paz.

Si ya desde el momento mismo de la llegada de la expedición de Guz-mán, la guerra había asolado cruelmente la región de los Tebles Chichi-mecas, sus efectos se hicieron mucho más devastadores por efecto del te-rrible “choque microbiano” que la acompañó. Las epidemias, de las cuales ya los propios cronistas de la expedición nos dan lúgubre testimo-nio, continuaron abatiéndose sin cesar sobre el conjunto de la provincia y al igual que en el resto de las tierras nuevas americanas, la pestilencia golpeó con particular fuerza a los habitantes de las regiones costeras y de-más “tierras calientes”. Por su parte y a la par de este cataclismo en mar-cha, los años 15�5-1540 estuvieron también llenos de turbulencias en el seno de la naciente sociedad española local. Una de los más importantes fue el encarcelamiento y destierro de Nuño de Guzmán, a raíz del cual una buena parte de sus antiguos soldados y capitanes abandonó también la provincia, por temor de sufrir la misma suerte que su jefe. Quedaron así casi desolados los dos principales bastiones de los españoles en la provin-cia: las villas de Compostela y Purificación, hasta que al final, la región costera de la Nueva Galicia terminó transformada en una auténtica “tie-rra de nadie”.

Tal era el panorama al momento de la llegada de Diego Pérez de la Torre, sucesor de Nuño de Guzmán en el gobierno de la provincia. Si bien, en ese momento Compostela seguía siendo oficialmente la capital de la provincia, los colonizadores se fueron alejando progresivamente de las zonas costeras, asoladas por la guerra y las epidemias, para refugiarse en las tierras altas del interior y muy particularmente en la región alrededor del gran lago de Chapala. Sin embargo, lo peor fue que, al desplazarse el eje de la presencia de los recién llegados, españoles e “indios amigos”, hacia aquella parte de la provincia, las guerras se trasladaron junto con ellos hacia las altas cuencas del altiplano volcánico.

Ni el sucesor de Guzmán, el malogrado Diego Pérez de la Torre, ni su reemplazante en el gobierno, Francisco Vázquez de Coronado, ten-

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drían finalmente ni el tiempo ni los recursos necesarios para remediar esta situación. Coronado de hecho, llegó a la provincia con un cometido claro que tenía que ver con la Nueva Galicia: emprender la conquista del imaginariamente lejano y riquísimo reino nombrado de Las Siete Ciuda-des y a ello consagró sus mejores esfuerzos. En enero de 1540, el gober-nador alcanzó finalmente su objetivo y salió de la ciudad de México al mando de su expedición, para atravesar, un mes después, la Nueva Ga-licia, en donde terminó arrastrando consigo a numerosos pobladores de la misma. Así, después de un muy breve periodo durante el cual el po-blamiento español se había visto reforzado por la llegada de gente en el entorno de los dos nuevos gobernadores, la desbandada provocada por la expedición de las Siete Ciudades, dejó a la provincia sumamente des-guarnecida y al mismo tiempo sumergida en el mismo estado de guerra endémica que la había asolado por años.

Mientras Coronado continuaba con su expedición por el norte leja-no, el gobierno local quedó en manos de Cristóbal de Oñate, un antiguo capitán de Guzmán, el cual eligió como sede, no ya Compostela, la vir-tualmente abandonada capital oficial de la provincia, sino la villa de Guadalajara, segunda de ese nombre, ubicada por entonces a la vera del pueblo de Tlacotlán. Pero el recibimiento que le dieron los indios de guerra al nuevo capitán no fue más afectuoso que el propinado a sus antecesores, de suerte que la guerra continuó con todo su impulso. Que-riendo remediar la situación, durante todo el año de 1540 y parte de 1541, Oñate se empeñó en organizar una serie de entradas, es decir incur-siones de guerra, por toda la parte norte de la Nueva Galicia, las cuales resultaron tan sangrientas como infructuosas. Tanto fue así que los espa-ñoles nuevamente se encontraron reducidos a la defensiva y compelidos a solicitar el auxilio urgente del virrey Mendoza para mantener sus po-siciones. Por órdenes de éste último, el Adelantado Pedro de Alvarado, quien se hallaba preparándose para participar en la expedición de las Siete Ciudades, pasó a la provincia para pacificarla, pero con tan mal sino que murió arrastrado por un caballo, después de una batalla en las cercanías de Juchipila. Todo ello, lejos de apaciguar los ánimos, empeoró el estado de guerra, al punto que, en junio de 1541, la ya para entonces “ciudad” de Guadalajara fue atacada por un nutrido contingente de in-dios de guerra. La nueva Guadalajara sobrevivió al ataque con muy po-

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cas pérdidas entre los colonos, pero los clamores de alerta y auxilio enviados por éstos, añadidos a la noticia de la muerte de Alvarado, ter-minaron por sembrar el temor de una posible debacle española en la Nueva Galicia. El virrey Mendoza reaccionó entonces decretando la guerra “a fuego y a sangre” contra los indios de esa frontera, al tiempo que disponía todo lo necesario para partir él mismo a la cabeza de un ejército y aplastarlos de una vez por todas. Fue ese el punto de partida de la tristemente célebre guerra llamada “del Mixtón”.82

Una vez más el peso de los grandes números: la “Guerra del Mixtón” y el establecimiento definitivo de la encomienda y el tributo en la Nueva Galicia

Tres han sido los textos fundamentales que han nutrido la mayor parte de las interpretaciones historiográficas acerca de esa célebre “rebelión” en el siglo xx. El primero de ellos, es la serie de informaciones y descar-gos redactados en 1547, por el virrey Antonio de Mendoza, con motivo de las acusaciones enderezadas contra él durante la visita de Juan Tello de Sandoval de 1544. Basado en testigos de cargo, este visitador había acusado al virrey de tolerar todo tipo de exacciones contra los indios, propiciando con ello la insurrección, añadiendo además que la guerra ordenada contra ellos por el virrey había sido jurídicamente “injusta” además de innecesariamente cruel. En sus descargos, Mendoza negaba haberse cometido tales excesos contra los indios” y argüía que, estando en “paz” la provincia, la verdadera causa del conflicto se hallaba en la intervención de un grupo de hechiceros “demoníacos”, quienes con sus malas artes habían soliviantado a los indios contra los españoles. Eso era, de acuerdo con el virrey, lo que lo había literalmente obligado a in-tervenir de manera tan “severa” como lo había hecho.8�

82 Auto en que se mandó a hacer la guerra a los indios de Nueva Galicia, Mexico 1 juin 1541, en: Ciriaco Pérez Bustamante, Don Antonio de Mendoza primer virrey de la Nueva España (1535-1550), Santiago de Compostela, Anales de la Universidad de Santiago, vol. �, Tipográfica del Eco Franciscano, doc. x, 1928, 169.

8� Los descargos de Mendoza y otros documentos anexos han sido reproducidos en gran parte en: Ciriaco Pérez Bustamante, op. cit., pp. 77 y ss.; Véase igualmente Joaquín García Icazbalceta, Colección de documentos para la historia de México, vol. 2, México, Edito-rial Porrúa, 1980, 62 y ss.

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El segundo texto fundamental en esta historia es la Crónica Miscelá-nea de Antonio Tello, escrita, por cierto, un siglo después de los aconte-cimientos, esto es, 165�. Allí la guerra aparece ya revestida de tintes re-sueltamente épico-salvíficos, al tiempo que el relato se ve condimentado con diálogos particulares, batallas, discursos, hazañas guerreras y hasta eventos tan extraordinarios como la intervención del apóstol Santiago y del arcángel San Miguel en auxilio de los españoles. Sin embargo, la gran y enorme limitante de esta crónica desde el punto de vista de la his-toriografía moderna, proviene del hecho de que el autor no sólo no cita sus “fuentes”, como era usual en la época, sino que mezclaba con toda naturalidad hechos aparentemente tomados de documentos antiguos y quizás incluso de tradiciones orales, con descripciones y relatos supues-tamente “presenciales” de eventos acaecidos un siglo atrás, los cuales sólo son citados por este autor y por nadie más.84

El tercer texto básico de esta serie, es la crónica escrita en Madrid en 1552 por Fray Bartolomé de las Casas, a partir de testimonios recogidos por el propio dominico en Madrid, del célebre Francisco Tenamaztle. Este era un indio aparentemente originario de la Nueva Galicia que ha-bía sido criado por los franciscanos y el cual, en su calidad de cristiano e hispanohablante, había sido colocado por los españoles como temastián y cacique con vara de justicia, en Nochistlán. Pese sus antecedentes, el cita-do Tenamztle aparentemente participa en la guerra del Mixtón en contra los españoles, por lo que fue capturado y enviado por el virrey Mendoza a España para que fuera juzgado en el marco del proceso que se le seguía. Allí lo conoció Las Casas en 1552, es decir, en la época en que desarrolla-ba su célebre debate con Sepúlveda. Inspirado por este caso, Las Casas desarrolla entonces un breve en donde deslegitima la intervención de los españoles en contra de los indios Mixtón, en nombre del derecho natural y tocante al tema de la capacidad de resistir y huir, por parte de quien es oprimido por una tirano. Más tarde, este escrito sería incorporado por las Casas a su Brevísima Relación de la destrucción de las Indias de 1558.85

84 Fray Antonio Tello, op. cit, p. 226-�98.85 Reproducido en: Salvador Reinoso ed., Relación de agravios hechos por Nuño de Guz-

mán y sus huestes a don Francisco Tenamaztle. Introducción y notas de Salvador Reinoso, Méxi-co, Porrúa Hermanos, Col. Siglo xvi, núm. 6, 1959; Véase igualmente: Miguel de León

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Juntos estos tres textos han servido como base a la mayor parte de las modernas interpretaciones historiográficas de la llamada guerra del Mixtón, de López Portillo y Weber a los Weigand. Sin embargo, vale la pena llamar la atención acerca de las enormes dificultades que subyacen a la empresa de basarse en escritos que más que “fuentes directas” de los hechos allí relatados, resultan ser, más bien, sujetos de estudio y de inter-pretación. Así, por ejemplo, cuando Mendoza en sus descargos, afirmaba que la provincia se hallaba “en paz” en 15�9, mentía flagrantemente y a sabiendas. Al evocar a esos “misteriosos” y desconocidos “hechiceros”, Mendoza desplazaba los orígenes de la guerra hacia una causa absolu-tamente externa a su propia actividad y a la vida de los españoles, excul-pándolos a ellos e inocentándose él mismo.

Aún si se aceptara (sin conceder) la existencia de una “conjura” cobi-jada en un ambiente “milenarista” y suponiendo también que “miste-riosos hechiceros” hubieran atizado la violencia, de cualquier modo eso no hubiera cambiado un elemento esencial del problema: esa “guerra” no se inició, ni mucho menos, en 15�9. La violencia venía de mucho tiem-po atrás, de modo que con o sin conjura, con o sin hechiceros, la confla-gración que desde hacía tantos años ya, había hecho arder el resto de la Nueva Galicia, tarde o temprano hubiera alcanzado también a la región de los llamados “cazcanes”. Si ésta llegó hasta allí justo hacia 15�9, ello se debió a un vector muy fácilmente identificable: los propios coloniza-dores y sus indios amigos. Al , desplazar hacia el norte el eje de la guerra y encontrarse en una región que había permanecido hasta entonces rela-tivamente al margen de la actividad española y probablemente por eso mismo, menos golpeada por la guerra, las epidemias y el despoblamien-to, nada tiene de extraño el que los conquistadores se encontraran con adversarios más numerosos y activos.

Describir esta guerra como fruto de un “levantamiento” indígena “repentino”, cuyos orígenes no iban más atrás de 15�9, no hace sino idealizar artificialmente estos eventos, al precio de perder perspectiva

Portilla, La flecha en blanco. Francisco Tenamaztle y Bartolomé de las Casas en lucha por los de-rechos indígenas 1541-1556, México, El Colegio de Jalisco-Diana, 1995.

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de conjunto.86 Lejos de haberse tratado de una “rebelión” puntual, a lo que se asistía en esa región, a finales de la década de 15�0, era a un epi-sodio más de un proceso de alcance mucho más general. Se trataba del choque entre los conquistadores españoles y sus aliados indios, prove-nientes de las zonas de altas civilizaciones demográficamente densas, con poblaciones aldeanas, de baja densidad demográfica. En el caso de la Nueva Galicia, el proceso se inició en 1529, pero como vimos, el mis-mo fenómeno se había verificado ya antes en otras provincias, como las de los Motines, por ejemplo y se repetiría después infinidad de veces en todas las latitudes americanas.

No puede negarse, de cualquier modo, que la guerra llamada “del Mixtón” marcó un hito en la historia de la colonización del norte novo-hispano. Pero lo que verdaderamente hizo diferente a esta guerra, no fue la “belicosidad” de los indios, pues eso es algo que se encontró en muchas otras partes con mayor o menor intensidad tanto antes como después de estos eventos. Fue, una vez más, la intervención masiva de gente proveniente de las regiones de alta civilización y densidad demo-gráfica de la llamada Mesoamérica nuclear, la que le imprimió singula-ridad y llenó de tintes dramáticos a este episodio de las conquistas ame-ricanas. En efecto, en respuesta al llamado de los vecinos de Guadalajara y ante la noticia de la muerte del Adelantado Pedro de Alvarado en com-bate, en septiembre de 1541, Antonio de Mendoza se puso en marcha a la cabeza de un impresionante ejército, capaz de aplastar literalmente, no sólo a los insumisos de la Nueva Galicia, sino a cualesquiera otros. Éste estaba formado por más de 500 soldados españoles bien armados (algunos cronistas llevan la cifra hasta 1,000 soldados), de entre los cua-les había cuando menos �00 hombres de a caballo con impedimenta de guerra completa y todos ellos acompañados por poco más o menos 50,000 indios amigos provenientes de Tlaxcala, Cholula, Guaxango, Tepeaca, Texcoco, Chalco, Amecameca, Tenango y Xochimilco.87 Por se-

86 Véanse los trabajos ya citados de Ethelia Ruiz Medrano, Versiones… y Carlos Sem-pat Assadourian, Esclavos plata y dioses…

87 Relación de la jornada que hizo don Francisco de Sandoval Acazitli, cacique y señor natural que fue del pueblo de Tlalmanalco, provincia de Chalco, con el señor visorrey Don Antonio de Mendoza cuando fue a la conquista y pacificación de los indios chichimecas de

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gunda vez en dos décadas, los españoles echaban mano de esa todavía inagotable fuente de recursos humanos que era el corazón del viejo mundo náhuatl. Un simple llamado de armas y unas pocas semanas de preparativos, le fueron suficientes al virrey para conformar aquél que aparecía como el mayor ejército jamás visto en la Nueva España desde la toma de Tenochtitlán. Tanta facilidad da una idea clara de la cuantía de los recursos humanos de que los españoles seguían disponiendo en ese entonces, pero al igual que en tiempos de Nuño de Guzmán aquello que en el centro de la Nueva España seguía pareciendo no solamente posi-ble, sino hasta sencillo, para los aldeanos de la Nueva Galicia representó el anuncio del desastre final.

El relato de esa expedición es demasiado conocido como para que necesite ser referido. Recordemos simplemente cómo el primer objetivo de Mendoza consistió en aniquilar los indios de la región de los “Peño-les”, es decir, a aquellos que habían derrotado y causado la muerte del comendador Alvarado y puesto bajo sitio Guadalajara. Eso prueba que, efectivamente, esa gente era considerada como una amenaza y ese mie-do explica también las dantescas matanzas, las tácticas de tierra arrasa-da, de captura masiva de cautivos y de destierro que fueron empleadas contra ellos. Pero un aspecto del que se habla mucho menos en este caso es que, en realidad, el objetivo del virrey no consistió solamente en ani-quilar a los indios de los Peñoles, sino en “pacificar”, de una vez y por todas, el conjunto de la Nueva Galicia. Es por eso que la hueste no fue disuelta después de la eliminación de los indios de los peñoles de No-chistlán, Juchipila y demás pueblos del norte de la Nueva Galicia. Lejos de ello, Mendoza dispuso que la marcha continuara, sólo que esta vez en dirección del suroeste, hacia Ixtlán, Jalacingo y Aguacatlán, regiones todas que se hallaban de guerra y en donde Mendoza hizo la guerra “a sangre y a fuego” contra los indios, aplastando un asentamiento tras otro, hasta someterlos de paz. Lo mismo hizo luego en la provincia de Compostela en donde, utilizando métodos análogos, “redujo” de paz a los alzados que llevaban ya más de una década en ese estado.88

Xuchipila, en: Joaquín García Icazbalceta, Colección de documentos…, vol. II, pp. �07-��2.88 El relato de toda esta parte de la expedición se halla en Francisco de Sandoval

Acazitli, Relación de la jornada…, pp. �25-�27.

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Los años 1542-1550 representaron para la Nueva Galicia el fin de una época y el inicio de otra. La provincia entera había sido una vez más pasada a fuego y a sangre y con ello la guerra se alejaría, cuando menos de la parte central de la provincia. Sin embargo vale la pena reflexionar acerca de cómo esta “paz” era de un tipo muy distinto de la que se había establecido un par de décadas atrás en el centro de la Nueva España. Aquí, la paz derivaba de dos causas, la primera, el profundo quebranto que las repetidas guerras y epidemias habían provocado en el seno de aquellas sociedades aldeanas, y la segunda que los españoles y sus alia-dos indios se hicieron más numerosos y por lo mismo más fuertes. Du-rante la primavera de 1542, regresó por fin el gobernador Francisco Váz-quez de Coronado al frente de su ejército después de su malograda expedición a las Siete Ciudades. Con el refuerzo de esa gente, más los remanentes del nada despreciables ejército de Mendoza, la situación nu-mérica de los colonizadores mejoró sensiblemente. Gracias a ello, ese mismo año las autoridades de la provincia desplazaron la destruida “ciudad” de Guadalajara desde su antiguo asiento en Tlacotlán, para volverla a fundar más al sur en el valle de Atemajac. Ya en su asiento definitivo, la nueva ciudad se consolidó rápidamente hasta alcanzar, dos años después, la cifra de 1�8 vecinos, convirtiéndose en el principal bastión colonial en la provincia. En 1544, el poblamiento español de la región recibió un nuevo impulso con el descubrimiento de ricos filones argentíferos en Guachinango, considerados durante mucho tiempo en-tre los más productivos de la Nueva España, los cuales atrajeron a nu-merosos colonos nuevos. Sin embargo, el evento que más marcó el po-blamiento de la Nueva Galicia durante este periodo fue la apertura dos años después, en 1546, de las famosas minas de Zacatecas, en un paraje norteño, no lejano a la región que había sido literalmente arrasado tan sólo un lustro atrás por el ejército de Mendoza.

El rápido auge tanto minero como poblador que siguió a este descu-brimiento, así como el trajín de carretas, tamemes y mulas por los cami-nos que unían a esas minas con el resto de la Nueva España, le transmitie-ron mayor dinamismo a la llegada de colonos a la provincia. A partir de esa época, la presencia de los españoles junto con sus aliados indios, ambos en gran número y diseminados por los cuatro rincones de la pro-vincia, se hizo una realidad permanente. En cambio, para las terriblemen-

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FigurA 2. Las encomiendas en Nueva Galicia según las tasaciones de 1554 y 1558

te disminuidas y asoladas poblaciones aborígenes locales, especialmente para aquellas ubicadas en zonas cercanas a los mayores establecimien-tos coloniales, las posibilidades de huida y resistencia violenta ante el advenedizo se hicieron cada vez más difíciles y costosas. En ese contexto

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de nueva pax hispánica, las autoridades neogallegas emprendieron una activa política de distribución de encomiendas para los colonos de la provincia y hacia 1544 se establecieron también los primeros reparti-mientos por tandas para los vecinos de la provincia. Todo ese proceso culminó en 1558, con la emisión de las primeras tasaciones de tributos reales para los pueblos de indios de la Nueva Galicia. De ello nos da cuenta la figura 2, en donde se muestra la distribución de los pueblos incluidos en esas tasaciones:89

Hemos incluido en esta figura, bajo forma de círculos blancos, las antiguas encomiendas del periodo de Nuño de Guzmán y en círculos negros los pueblos que aparecen en las tasaciones de 1558 y 1559, es de-cir, las dos primeras. Como puede verse, los pueblos tributarios se con-centraron inicialmente en la que devino desde entonces la región central de la Nueva Galicia, es decir la franja de territorio situada inmediata-mente al sur del curso del río Grande o de Santiago, especialmente en la zona situada entre la laguna de Chapala y Guadalajara. De ese modo, los antiguos rebeldes, de entre los cuales para ese tiempo ya muchos eran los hijos de los que sobrevivieron a la expedición de Nuño de Guz-mán, se fueron integrando a una nueva geografía humana, colonial, esta vez, como sujetos de encomienda o repartimiento. Mientras tanto, distri-buidos por toda la provincia, los “mexicanos”, antiguos “auxiliares” de guerra de los españoles, transformados ya para ese entonces en tributa-rios ellos también, poco a poco irían fusionándose con las poblaciones locales, al tiempo que su lengua, el náhuatl, progresivamente se conver-tía en una suerte de lengua franca que reemplazaba paso a paso a las lenguas locales.

A través de los años, conforme la población de españoles e “indios amigos” se hizo más numerosa, el sistema de tasaciones se iría exten-diendo también. Con todo, la paz no se estableció por completo en el conjunto de la provincia. Las costas desoladas, desde la Bahía de Bande-ras hasta Chiametla, lo mismo que la Sierra Madre Occidental y los lla-nos de los chichimecas, y en general en todas aquellas regiones en donde

89 El registro de esas tasaciones se encuentra en: Agi Contaduría 861, Almonedas de los tributos de los pueblos de indios de la Nueva Galicia, 1558-1559.

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los españoles y sus aliados indios estuvieron menos presentes, continua-ron siendo durante mucho tiempo “fronteras de guerra”, casi impenetra-bles para los conquistadores.90 Pero incluso en las zonas “pacificadas”, la ausencia de mecanismos capaces de asegurar la autorregulación del tributo y servicios personales, semejantes a aquellos que funcionaban en las regiones de alta densidad de población del centro de la Nueva Espa-ña, obligó a los españoles a seguir recurriendo a métodos coercitivos y muy directos para asegurarse un abasto continuo de tributos y mano de obra. Para ello, las autoridades obligaron, por una parte, a los propios encomenderos a recaudar los tributos reales, y por la otra recurrieron al remate de los tributos entre los capitanes y vecinos de la provincia, los cuales a cambio del derecho de recaudarlos personalmente y en su pro-vecho propio, pagaban una cuota en plata a la Real Hacienda.91

Con todo, el establecimiento de estas primeras tasaciones de tributos simbolizó de muchas maneras el fin de un milenario capítulo para aque-llas sociedades: el de su vida aldeana al viejo estilo. Al mismo tiempo, se daba por terminado también el vertiginoso y sangriento interludio de la conquista. A cambio de todo ello, se iniciaba para las disminuidas socie-dades aborígenes de aquella parte del Nuevo Mundo, una larga, penosa y errática cuesta arriba tanto social como demográfica. Buena muestra y confirmación de ello, nos la dan los tétricos y lastimeros recuentos y des-cripciones que aparecen en las Relaciones Geográficas de la década de 1580. Pongamos como ejemplo emblemático, la de Compostela, alguna vez considerada como la más poblada y rica provincia de indios de aque-lla parte del Nuevo Mundo y sede igualmente de la primera capital co-lonial en la misma:

Estos pueblos, dicen, fue mucha gente antiguamente: son ahora tan pocos por causa de pestilencias y otras dolencias que ha menoscabado. Los pocos

90 Hemos tratado más ampliamente este tema en: Salvador Álvarez, “De reinos leja-nos y tributarios infieles: el indio de Nueva Vizcaya en el siglo xvi”, en: Christophe Giu-dicelli, coord., Clasificaciones coloniales y dinámicas socioculturales en las fronteras de las Amé-ricas, Madrid, Casa de Velázquez-ciesAs en prensa.

91 Véanse las subastas de tributos de Guadalajara y Zacatecas en Agi, Contaduría 859 y 860.

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que hay están poblados en pueblos y partes permanentes, puestos en poli-cía según la tierra. Son gente entendida ansí por su natural como por el trato que tienen de gente española. Son gente en general haragana y mal dada al trabajo porque aún lo que les es forzoso para su sustentamiento les ha de compeler a ello la justicia por la fuerza [...] 92

Culpar solamente a los conquistadores españoles de aquel triste estado de cosas, es siempre posible, pero también insuficiente. En la Nueva Galicia, como en el conjunto de las regiones americanas, la conquista no se redujo al choque directo entre “europeos” e “indios”, sino que termi-nó movilizando fuerzas ciegas e incontrolables que a la larga termina-rían devastando todo un sistema de civilización: el choque microbiano fue solamente una de ellas. En este caso, el peso del número, o dicho de otro modo, la avalancha incontenible en la que terminó convirtiéndose la presencia en pie de guerra, de los civilizados mesoamericanos en tie-rras de aldeanos, resultó igual y por momentos, sin duda, más destruc-tiva que las propias epidemias. Por ello, no puede sino concluirse que sin el concurso de esos “civilizados no españoles”, necesariamente las conquistas habrían discurrido por cauces muy diferentes en regiones del tipo de la Nueva Galicia. Como quiera que fuera, el hecho es que, a resultas de todo ello, los cambios fueron rápidos, fulgurantes. Ya para finales del siglo xvi, muy pero muy poco quedaba ya de lo que alguna vez fueron las sociedades aborígenes que habitaron los territorios de esa naciente Nueva Galicia. Tan fue así, que hoy, la memoria de esos grupos, mistificada, se encuentra casi perdida por completo.

fechA de recepción del Artículo: 18 de diciembre de 2007fechA de AceptAción y recepción de lA versión finAl: 26 de agosto de 2008

92 “Relación de la ciudad de Compostela”, 1584, en: René Acuña, Relaciones geográfi-cas del siglo xvi: Nueva Galicia, México, unAm, Instituto de Investigaciones Antropológicas, Etnohistoria, Serie Antropológica 65, 1988, 89.

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R e l a c i o n e s 1 1 6 , o t o ñ o 2 0 0 8 , v o l . x x i x

En este trabajo se analizan las condiciones laborales de las mujeres jaiberas que migran a Carolina del Norte con visas H2B, con el objetivo de mostrar que la migración temporal documentada resuelve solamente el problema de los empleadores que demandan este tipo de trabajadores y a los migrantes les da la posibilidad de cruzar la frontera de manera segura; sin embargo, este tipo de permisos temporales genera problemáticas familiares, persona-les y faltas a los derechos laborales.

(Visas H2B, jaiberas, condiciones laborales, trabajo temporal)

introducción

l problema de migración entre México y Estados Unidos ha ocasionado un sinnúmero de propuestas para solucionarlo. Un programa de trabajadores temporales ha sido la propues-ta del gobierno estadounidense; empero, analizando las con-

diciones laborales de las trabajadoras de la jaiba, las cuales migran con visas de trabajo temporales H2B, consideramos que este tipo de visas resuelve la necesidad de mano de obra de las empresas estadounidenses y a los migrantes les brinda la oportunidad de migrar de manera segura, y no arriesgan la vida al cruzar la frontera, sin embargo, con este tipo de programas no se toman en cuenta las necesidades familiares y sociales de los trabajadores y se facilitan los menoscabos a los derechos laborales.

en búSqueda de mejoreS SalarioS y de la unión familiar: jaiberaS SinaloenSeS con viSaS H2b

en carolina del norte. ¿una Solución encontrada o una Solución deSeSperada?

Erika Montoya ZavalaUniversidad Autónoma de Sinaloa

* [email protected]

E

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Por otra parte, la migración documentada temporal, lejos de limitar la migración de trabajadores, crea nuevas comunidades receptoras para la migración indocumentada.

Contar con mejores ingresos y brindar bienestar a la familia es la ilusión de miles de mexicanos y las visas H2B pueden ser un espejismo. Este trabajo tiene la finalidad de analizar, a través de entrevistas semies-tructuradas,1 las condiciones laborales de las mujeres jaiberas que mi-gran a Carolina del Norte con visas H2B, asimismo, estudiar la contribu-ción de las visas H2B en la formación de redes sociales en los nuevos lugares de destino de la migración, ejemplificando con el caso de las mujeres jaiberas de Gabriel Leyva Solano que migran a Pamlico y Beau-fort, Carolina del Norte.

el mercAdo lAborAl mundiAl y los progrAmAs de trAbAjAdores temporAles

Según la Comisión Global sobre Migración Internacional (gcim), la pro-porción de la población del mundo que vive en la pobreza ha disminuido más rápido en los últimos 50 años que en los 500 años anteriores. Sin em-bargo, la brecha del nivel de vida entre los más ricos y más pobres del mundo sigue creciendo. En 1975, el Producto Interno Bruto per cápita (pib) de los países con altos ingresos fue 41 veces mayor que en los países con bajos ingresos y ocho veces mayor que en los países de ingresos me-dios. Hoy, el pib per cápita de los países con altos ingresos es 66 veces su-perior al de los países de bajos ingresos y 14 veces superior al de los países

1 Se entrevistaron a 10 mujeres en Carolina del Norte en noviembre de 2005, dos de ellas se encontraban en la ciudad de Arapaho, Pamlico, trabajando en la empresa Willia-ms Seafood, cabe aclarar que estas dos personas representan 100 por ciento de las muje-res leyveñas (por ser originarias de Leyva, como se le conoce a la comunidad de Gabriel Leyva Solano) en esta empresa. Asimismo, se entrevistaron a cuatro mujeres jaiberas en la ciudad de Bayboro, Pamlico, trabajando en la empresa Pamlico Packing Seafood, ubi-cada en Vandemer, Pamlico, en esta empresa se encontraban trabajando seis mujeres originarias de Gabriel Leyva Solano (gls); sin embargo, sólo localizamos a cuatro. En la empresa Bay City Crac Co. ubicada en la ciudad de Aurora, Beaufort, encontramos a seis mujeres leyveñas y se logró entrevistar a cuatro.

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de ingresos medios. Estas estadísticas ayudan a explicar por qué tantas personas de los países con ingresos bajos y medianos desean emigrar a los más prósperos, y porque los de altos ingresos, que tienen menos de 20 por ciento de la fuerza de trabajo mundial, reciben a más de 60 por ciento de los migrantes de todo el mundo. Más aún, los migrantes internaciona-les que se mueven a economías más ricas ganan un ingreso que es 20 o �0 veces mayor de lo que serían capaces de ganar en casa (gcim 2005).

Por otra parte, los programas de trabajadores huéspedes han adqui-rido gran importancia en los países desarrollados. Entre 1992 y 2000 se cuadruplicó el número de trabajadores temporales en EU, se triplicó en Australia y se duplicó en el Reino Unido. Los programas temporales se enfocan, tanto a trabajadores con baja calificación, como a los altamente calificados. Sin embargo, los trabajadores muy calificados gozan de to-das las facilidades de entrada en el país huésped, mientras que se impo-nen mayores restricciones a aquellos que no lo son (Trigueros 2006; Cas-tles 2006).

En este sentido, Ruhs y Martin (2008) desarrollan el supuesto de que los derechos de los migrantes y sus salarios dependen de la oferta y de-manda de mano de obra. Los autores argumentan que el mercado inter-nacional de trabajadores cualificados y altamente cualificados se carac-teriza por “exceso” de demanda de mano de obra, es decir, un número significativo de países ricos están compitiendo para un grupo relativa-mente pequeño de trabajadores migrantes altamente cualificados. Como resultado de ello, los migrantes cualificados pueden elegir entre diversos destinos, y su elección es probable que dependa tanto de los ingresos y los derechos previstos en las zonas de destino. En consecuencia, los paí-ses y los empleadores que tratan de atraer a trabajadores cualificados es probable que les ofrezcan no sólo salarios altos, sino también derechos sustanciales. En contraste, la demanda de trabajadores poco cualificados es probable que se incline hacia abajo con respecto a los derechos de los migrantes. Hay un suministro casi ilimitado de migrantes dispuestos a aceptar empleos poco cualificados en los países de altos ingresos, con salarios y condiciones de empleo significativamente inferiores a las en-comendadas por las leyes locales y las normas internacionales. Los mi-grantes, con estas características, puede que no demanden la igualdad de trato en los mercados laborales de los países ricos, especialmente si

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tiene un plan limitado y un periodo relativamente corto de empleo en el extranjero. En estas condiciones de oferta y demanda se encuentran los trabajadores que migran con visas H2A y H2B (visas para trabajadores agrícolas temporales y para trabajos no profesionales y no agrícolas), en particular, las jaiberas originarias de Gabriel Leyva Solano que migran a Pamlico Carolina del Norte.

reseñA de lA migrAción mexicAnA A cArolinA del norte

Los estados que tradicionalmente2 han captado la migración mexicana tienen una importante concentración de migrantes. En California se con-centran �,889,695 personas que fueron nacidas en México y tiene con 8,455,926 personas de origen mexicano, éstas representan 11.4 y 25 por ciento de su población total; la población nacida en México radicada en Texas es de 1,870,787 y la población de origen mexicano es de 5,071,96�, estos dos estados son los que más migrantes mexicanos tienen. Sin em-bargo, en los últimos veinte años se ha presentado una diversificación de los estados de la Unión Americana que atraen migrantes mexicanos (Zúñiga y Hernández-León 2005).

Entre 1985 y 1990, 6� por ciento de los mexicanos que arribaron a EU fueron a California, y entre 1995-2000 bajó a �5 por ciento. Al mismo tiem-po, el arribo a estados no tradicionales, subió de 1� a �5 por ciento. Desde 1970, nuevos polos de atracción emergieron en Florida, Idaho, Nevada, Nueva York, Carolina del Norte y otros (Durand et. al., 2005). Carolina del norte, de captar 0.7 por ciento de los nuevos migrantes en 1970, pasó a 11.2 por ciento en el año 2000, ocupando el lugar número cinco entre los esta-dos receptores de migrantes mexicanos (véase cuadro 1).

Como ha sido documentado por Griffith (2005, 55-60) los mexicanos llegaron a Carolina del Norte desde principios de los ochenta, trabajan-do en actividades agrícolas, en la producción de frutas tropicales y vege-tales, de manzanas y árboles de navidad, y en otras industrias rurales

2 Los estados que cuentan con una tradición migratoria son: Arizona, California, Illinois, Nuevo Mexico y Texas (Durand et al., 2005, 14).

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CuAdro 1. Distribución porcentual de la inmigración reciente mexicana por estado de la unión americana, de 1970 al 2000 (aquellos que migraron en los cinco años previos) Estado 1970 1980 1990 2000Estados con tradición migratoriaArizona 4.4 2.6 �.7 6.2California 59.0 58.7 62.9 �5.4Illinois 8.2 8.7 4.9 6.1Nuevo México 0.5 0.6 0.9 0.8Texas 20.7 20.6 14.9 16.4Otros Estados 7.4Estados que no cuentan con una tradición migratoriaColorado 7.4 8.7 12.8 �5.�Florida 4.0 9.� 6.5 12.1Georgia 8.4 8.8 15.7 1�.0Idaho 0.� 0.0 7.0 �.0Indiana 8.4 �.4 0.6 0.2Iowa 0.� 0.� 0.1 4.�Kansas 0.� �.5 1.9 1.0Michigan 5.7 2.9 1.� 1.5Minnesota 0.� 1.9 0.8 1.�Missouri 0.� 0.5 1.0 0.0Nevada �.0 6.5 6.6 7.1Nueva Yersey �.7 1.� �.8 0.0Nueva York 8.4 7.5 10.9 7.5Carolina del Norte 0.7 0.5 2.4 11.2Oklahoma 0.� �.8 �.0 0.0Oregon 1.4 5.1 9.0 6.9Pennsylvania 2.4 2.4 1.2 0.0Utah 1.4 2.1 2.7 5.6Washington 1.7 10.5 10.7 5.6Otros 48.7 2�.8 11.5 19.9

Fuente: Jorge Durand, Douglas S. Massey y Chiara Capoferro, “The new geography of Mexi-can immigration”, en Víctor Zúñiga y Rubén Hernández León, editores, Nueva York, New Destination, Mexican Immigration in the United States, Russell Sage Foundation, 2005, 14.

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como la producción de aves y comida empacada y más tarde en manu-facturas rurales y urbanas como muebles, construcción, enfermerías y restaurantes. La presencia de mexicanos en Carolina del Norte se incre-mentó marcadamente después de la reforma migratoria de 1986, la Ley Reforma y Control de Inmigración (ircA). Con esta ley muchos trabajadores agrícolas legalizados tuvieron libertad de moverse a otros lugares, y los mexicanos familiarizados con el mercado laboral de Carolina del Norte se establecieron es este estado. Varios factores influyeron: expansión de la base económica de Carolina del Norte, especialmente en las indus-trias de alimentos, construcción y manufactura de muebles; el incremen-to de la migración ilegal debido a las redes sociales de parientes y amigos que regresaban por temporadas a sus lugares de origen y dispersaban la información de las oportunidades de trabajo, además de una expansión de los lazos entre los empleadores y enganchadores.

Los mexicanos son el grupo de migrantes hispanos más numeroso en Carolina del Norte, representan 58 por ciento; en segundo lugar están los puertorriqueños, 10 por ciento; después los centroamericanos, los cubanos y sudamericanos. En 1990 había 8,751 inmigrantes en Carolina del Norte que eran nacidos en México, para el año 2000 ya eran 179,2�6 (Camarota y McArdle 200�). 246,545 eran de origen mexicano, � por ciento de la población total (8,049,�1�) (US Census Bureau 2000).

Los programas H2

Los programas H2 son un factor importante en el aumento de la migra-ción mexicana a Carolina del Norte. El programa de trabajadores hués-pedes con visa H-2B fue implementado después de la Ley Reforma y Control de Inmigración de 1986 (ircA) cuando fueron repartidas las visas H2 en visas H-2A para trabajadores agrícolas temporales y visas H2B pa-ra trabajos no profesionales y no agrícolas. Ambas visas H2A y H2B son un intento para prohibir contratación ilegal de trabajadores no documen-tados (Verduzco 2005). Cada año, cerca de 8,000 trabajadores del campo de México viajan a Carolina del Norte con una visa temporal que les per-mite trabajar en agricultura en los Estados Unidos estas visas son llama-das H2A en la sección 101(a) del Acta de Inmigración y Nacionalidad. Este tipo de visa lo utilizan los rancheros en todos los estados de la unión

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americana, sin embargo, los de Carolina del Norte son los que más usan este tipo de visa temporal de agricultura (Farm Worker Unit, Legal Aid of North Carolina, 2005).

El programa de visas H2B es definido como un programa que permi-te a los empleadores contratar a trabajadores extranjeros para trabajar en EU de manera temporal y en trabajos no agrícolas, por un tiempo inter-mitente, estacional y de alto trabajo. Se aceptan al año 66,000 trabajado-res con visa H2B. En contraste con las visas H2A, los trabajadores con las visas H2B tienen que pagar su transportación, vivienda e impuestos. Al igual que el programa de visas H2A, los patrones tienen que demos-trar que no hay personas locales disponibles para hacer estos trabajos. Después de que termina su contrato ellos deben regresar a su país de origen (U.S. Department of Labor 2005).

Los trabajadores con visa H2B son empleados en industrias, como jardinería (landscape laborers), taladores (forest workers), tareas domesti-cas, trabajadores en la construcción, instructores deportivos, procesa-miento de la jaiba, trabajadores de circos (circus laborer), ayudantes de cocina, maquillistas de los artistas, estilistas y cantantes. En el estado de Colorado los empleadores contratan para quitar nieve de las calles; Virginia, Carolina del Norte y Carolina del Sur, para trabajar en el proce-samiento de mariscos y en casi todos los estados contratan amas de lla-ves en hoteles (Knudson y Amezcua 2005). Carolina del Norte es el esta-do que recibe más trabajadores con visa H2B, 5,660 trabajadores al año, seguido de California con 4,200, Minnesota con 2,50� y Washington con 622 (Workpermit 2005).

El aumento de contrataciones de mexicanos para trabajos poco cali-ficados, responde a la visión que tienen los empleadores sobre los latinos y mexicanos, de que los mexicanos tienden a aceptar trabajos mal paga-dos, son confiables y se inclinan menos a reclamar y quejarse, además, tienden a permanecer por más tiempo en un trabajo (Powers 2005).

Las mujeres mexicanas viajan a Corolina del Norte a trabajar la jaiba con visas H2B, desde la década de los ochenta. Llegaron a desplazar a trabajadoras afroamericanas, las cuales se vieron en la necesidad de ocu-par otros puestos laborales, como ayudantes de enfermería, en restau-rantes, negocios de pensiones, hoteles y moteles y trabajos relacionados con el turismo (Griffith 2002, �5-�9). Con la finalidad de conocer la reali-

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dad de las condiciones laborales, de vivienda, acerca de su forma de vida y experiencia como migrantes temporales, nos dimos a la tarea de visitar a las jaiberas sinaloenses en Carolina del Norte. Los resultados obtenidos los detallamos en el siguiente apartado.

cArolinA del norte y lAs mujeres leyveñAs

Los condados que visité con la finalidad de realizar las entrevistas se-miestructuradas a las jaiberas de Gabriel Leyva Solano (gls)� fueron Pam-lico y Beaufort. Ambos son condados rurales con poca población, Pamlico

� Gabriel Leyva Solano está ubicado en el centro-norte de la planicie sinaloense, entre las ciudades de Culiacán y Los Mochis, aunque más cerca de esta última. Transitando por la carretera número 15, México-Nogales, de sur a norte, 18 km adelante de la ciudad de Gua-save y �8 km antes de Los Mochis, en medio de un paisaje netamente agropecuario, aparece al margen izquierdo, casi colindante con la cinta asfáltica, un asentamiento urbanamente precario, donde se asienta la localidad. Las características socioeconómicas generales de la localidad se encuentran en Erika Montoya, “Negocios remeseros en gls, una localidad sina-loense de reciente migración”, Migraciones Internacionales, núm. 1�, vol., 4. 2007, 1�7-168.

El tipo de visa otorgada a las trabajadoras jaiberas es Visa H2B

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tiene 12,9�4 habitantes, menos habitantes que Gabriel Leyva Solano (2�,985), y Beaufort con 44,958. Se caracterizan por ser productores de alimentos del mar. En el 2000, el número de mexicanos en ambos conda-dos era de 117 y 1,219 respectivamente, los cuales representan el 0.9 y 2.7 de su población total (Griffith 2005) (véase mapa 1).

MApA 1. Ubicación de los condados de Pamlico y Beaufort

Fuente: Economic Development Information System ttp://cmedis.commerce.state.nc.us/countyprofiles/default.cfm

La región está conectada con un puente a la ciudad de Newbern, Craven, lugar urbanizado más cerca y punto de entrada a la zona rural. Al llegar, la primera inquietud fue conocer el lugar donde se encuentran las empresas jaiberas. Al transitar la carretera 55, ya en el condado de Pamlico, esperaba encontrar una localidad más o menos grande, lo sufi-cientemente poblada que ameritara un pequeño centro comercial, un hotel, restaurantes típicos estadounidenses como un McDonalds, donde estuvieran las plantas jaiberas, pero esta imagen nunca llegó. Recorrí 50 millas de Newbern hasta llegar a la costa este de Carolina del Norte y lo que siempre estuvo presente fue un camino rodeado de bosque, tramos solitarios de carretera, hombres talando árboles (principalmente latinos) y las maquinas limpiando la hierba que crece a la orilla de la carretera.

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Encontré algunos caseríos ubicados a la orilla de la carretera, las cua-les son las pequeñas ciudades que componen el condado. Tienen una imagen pintoresca de pequeños pueblos, semejantes a los pueblos mexi-canos, pero con calles pavimentadas y servicios públicos, una central de bomberos, servicio de correo, escuelas y una tienda comercial. Lo que se logra sentir al llegar a esta región es el olor fresco de pino, el silencio de la soledad y el aire frío. Las imágenes de árboles derribados; maquinas trabajando en los campos de trigo y algodón; y casas de madera en cons-trucción, son típicas en esta región rural del este de Carolina del Norte.

Las empresas jaiberas se ubican en medio de estos pueblos, con fa-chada de bodegas y cerca del mar. Localicé siete plantas de jaibas; en las ciudades de Pamlico, Oriental (2 plantas jaiberas en cada lugar), Ara-pahoe, Vandemere y Aurora. Detectamos que un mismo dueño controla tres plantas (la de Pamlico, una de Oriental y una de Aurora), de estas plantas, la de Pamlico no estaba operando en ese momento porque se había quemado y en la de Aurora y Oriental trabajan las mismas ocho mujeres leyveñas. En nuestra busqueda encontramos a mujeres de Ta-basco trabajando en la empresa jaibera Garland F. Fuelcher Seafood Co. ubicada en Oriental y a mujeres originarias de Chihuahua trabajando en una planta en Aurora.

Con la finalidad de conocer la experiencia laboral y la forma de vida de las mujeres leyveñas realizamos entrevistas en su domicilio en Arapaho, Bayboro y Aurora. Se logró entrevistar el total de mujeres leyveñas en-contradas en la planta jaibera de Arapaho; dos mujeres que estaban tra-bajando para la empresa Williams Seafood (de un total de �5 mujeres trabajando en la planta); y a las cuatro mujeres leyveñas que estaban labo-rando para la empresa Pamlico Paking Co. en Vandemere (de un total de 18 mujeres trabajando en la planta). Además se entrevistaron a cuatro de ocho leyveñas de la compañía Bay City Crabs Co. en Aurora (de un total de �5 mujeres trabajando en la planta) logrando un total de 10 entrevistas.

Perfil sociodemográfico de las mujeres jaiberas entrevistadas

De las diez mujeres entrevistadas encontramos edades diversas, varían en la edad de 24 a 47 años. De las 10 mujeres entrevistadas, todas compar-ten la característica de ser madres, solamente dos viajan con su esposo,

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tres se separaron del marido y viven en unión libre en EU, tres son separa-das y viven sin pareja, una es madre soltera y otra es casada, pero su espo-so está preso en EU. Con base en las entrevistas encontramos a mujeres que inician su viaje a Carolina del Norte a trabajar la jaiba, hace 2 años que realizaron su primera migración, por otro lado entrevistamos a una mu-jer que tiene viajando a EU a trabajar la jaiba 18 años consecutivos, es de-cir, desde que empezaron a reclutar mujeres leyveñas (véase cuadro 2).

el mercAdo lAborAl propulsor de migrAntes leyveños A cArolinA del norte

Antecedentes de la empresa jaibera en gls

La empresa jaibera Exporpesca del Pacífico S.A. se encontraba ubicada en el kilómetro 14 de la carretera internacional, frente a la localidad de gls, fue la empresa que dio a las leyveñas la capacitación y adiestramien-to para trabajar la jaiba y las conectó con los empleadores estadouniden-ses en Carolina del Norte, Virginia y Louisiana. Inicia sus labores en Gabriel Leyva Solano en 1982, a iniciativa de los hermanos Octavio y Jesús Ontero Monteverde. El primer lugar que acondicionaron para tra-bar la jaiba lo situaron en el empaque agrícola de “la siete”, propiedad de los hermanos Otero, llamado así por estar ubicado en el kilómetro 7 de la carretera internacional. Don Octavio seleccionó a cinco mujeres trabaja-doras del empaque para que empezaran a descarnar la jaiba en un peque-ño cuarto, acondicionado rústicamente e independiente del empaque. Entre las mujeres seleccionadas estaba la señora Antonia Morales, que más tarde sería la primera mujer encargada de reclutar y llevar a trabaja-doras de la jaiba a EU. Después, el número de trabajadoras aumentó a 20, logrando empacar 200 kilogramos de jaiba4. Cuenta la señora Mora-les que a muchas mujeres no les interesó trabajar la jaiba, argumentaban

4 La reseña histórica de la empresa jaibera en Gabriel Leyva Solano fue elaborada con base en la entrevista realizada a la Sra. Antonia Morales. Ella fue la primera persona en reclutar a mujeres leyveñas para ir a trabajar a EU en la jaiba. Entrevista realizada en oc-tubre 2005.

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CuAdro 2. Características generales de las mujeres leyveñas entrevistadas en Carolina del NorteEntrevistada Edad Estado

civilCondado y ciudad donde radica en EU

Empresa donde trabaja en CN

Años viajando a CN a trabajar la jaiba

1. Tomasa 24 Separada, vive en unión libre (su esposo vive en EU) con un hijo

Pamlico, Arapaho

Williams Seafood En Arapaho

� años

2. Martha 4� Separada, con dos hijos

Pamlico, Arapaho

Williams Seafood En Arapaho

10 años

�. Anónimo �7 Unión libre, su esposo vive en EU, con dos hijos

Beaufort, Aurora

Bay City Crabs Co. En Aurora

7 años

4. Hipólita �5 Madre soltera

Beaufort, Aurora

Bay City Crabs Co. En Aurora

14 años

5. Mary �5 Casada (viaja con el marido) tiene tres hijos

Beaufort, Aurora

Bay City Crabs Co. En Aurora

10 años

6. Karina 28 Casada(su esposo vive en EU) con dos hijos

Beaufort, Aurora

Bay City Crabs Co. En Aurora

7 años

7. Jesús �6 Divorciada y vive en unión libre (su esposo vive en EU) con dos hijos

Pamlico, Bayboro

Pamlico Paking Co. En Vandemere

8 años

8. Magdalena 27 Separada con dos hijos

Pamlico, Bayboro

Pamlico Paking Co. En Vandemere

2 años

9. Reina 47 Casada (viaja con el marido) con tres hijos

Pamlico, Bayboro

Pamlico Paking Co. En Vandemere

18 años

10. Mireyda 28 Separada con dos hijos

Pamlico, Bayboro

Pamlico Paking Co. En Vandemere

� años

Fuente: Elaboración propia con base en las entrevistas realizadas a mujeres leyveñas en Carolina del Norte.

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que no soportaban el mal olor que despide, incluso a ella misma le costó mucho trabajo acostumbrarse no sólo a percibir ese olor en el trabajo, sino a quedar impregnada todo el día.

Con esas condiciones de trabajo, en ese mismo año se inician la ex-portación de jaiba enlatada a EU y también inicia el contacto con el señor Sam Thomas, distribuidor de las latas en EU, representante de la empre-sa South Lagoon; fue precisamente esta persona quien promueve el re-clutamiento de trabajadoras para ir primero a Virginia y posteriormente a Carolina del Norte. Cuando se establece ese contacto, ya tenían unas 50 personas trabajando. En 1986, inician los trabajos de la jaiba en gls, ya con 100 personas laborando en la planta. Para el año 1988, realizan el primer viaje a Virginia, logran reclutar �5 mujeres a cargo de Antonia Morales, como jefa de personal, el viaje lo organizó ella misma. En los primeros viajes, la empresa contratista les financiaba los viáticos, les da-ban 100 dólares para que les dejaran a sus familias, 200 dólares para pa-gar las visas, y 50 dólares para el camino. Les pagaban el avión, y una vez en EU, les proporcionaban vivienda y comida. La estancia era de seis meses, de mayo a noviembre. En 1989, repiten el mismo viaje, otra vez a Virginia. Este mismo proceso se vivió en Tabasco en estas mismas fechas, la migración de mujeres tabasqueñas de manera temporal y documenta-da inicia en 1989 con un grupo de 25 mujeres, y en el 2000 migraban alre-dedor de 400 mujeres de los Municipios de Jalpa de Méndez y Paraíso, Tabasco, con visas de trabajo H2B, por un periodo de seis a ocho meses (Vidal et al., 2002, �0).

En gls, la selección de las mujeres que emprendían el viaje a Virginia lo realizaba la señora Morales, de acuerdo a su desempeño laboral en la empresa de gls. Fue en 1990, en el tercer viaje, cuando inician la migra-ción a Carolina del Norte, la señora Morales llevaba de 60 a 75 mujeres, de todas las edades y en su mayoría casadas. No les pedían que compro-baran ningún nivel de estudios, los requisitos para enlistarse eran según la señora Morales “que trabajen bien la jaiba y que se porten bien, que no hagan grilla”.5 De manera coincidente, en el caso de las mujeres de Ta-

5 Encontramos que existe una diferencia sustancial en el significado de “portarse bien” entre las jaiberas leyveñas y las tabasqueñas. Vidal et al., (2002, �9) hallaron que el significado que dieron las jaiberas tabasqueñas a “portarse bien” era “no hablar con na-

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basco, en el proceso de selección intervienen varias mujeres del mismo ejido quienes además tramitan el empleo y viaje del grupo de despulpa-doras, pero también uno de los requisitos es que “se porten bien” y ser incluidas en las listas de contratación (Ibid. 2002, �9).

Las mujeres leyveñas, en estos primeros viajes llegaron a ganar 800 dólares a la semana, les pagaban 1.20 dólares la libra, pero hacían entre 50 y 60 libras diarias, según nos cuenta la señora Morales, “en ese entonces si servia la jaiba, estaba grandota y había mucha jaiba”. Antonia Morales siguió llevando jaiberas a Carolina del Norte hasta el año 2000. De forma coincidente se da el inicio de los viajes de las jaiberas y por otra parte se registra el mayor flujo migratorio de los leyveños, ya que 52 por ciento de los migrantes experimentan su primera migración en esta década.6

Pocos son los hombres que participan en esta migración a Carolina del Norte a trabajar la jaiba. En un viaje van alrededor de 7 hombres, y también migran contratados y con visa H2B, realizan los trabajos de lim-pieza, vaciar la jaiba, los trabajos más pesados y reciben un pago por ho-ra trabajada, les pagaban de 5 a 8 dólares la hora. Explica la señora Mora-les que este trabajo requiere de manos cuidadosas, que descarnen y deshuesen finamente la jaiba, para que se obtenga un producto completo, firme y limpio, que no este molido ni aplastado, es por eso que los emplea-dores prefieren el trabajo femenino por ser más cuidadosas y limpias.

Las mujeres jaiberas enfrentaron retos que ameritaron organización, tolerancia y mucha paciencia en su convivencia diaria. Se organizaron para distribuirse en “las trailars”, cada traila era habitada entre seis y sie-te personas, por supuesto que esta convivencia obligada ocasionó pleitos y riñas entre ellas, pero nada que impidiera su objetivo de trabajar y ahorrar dinero para su familia. Asimismo, en los primeros viajes, la em-presa contratista les proporcionaba alimentación, había personas encar-

die que no fuera de la empresa y mucho menos con ilegales” “no salir de la empresa” y “no meterse en problemas con las compañeras de trabajo”. En el caso de las jaiberas leyveñas “portarse bien y no hacer grilla” tiene una connotación de “no salirse de la empresa sin antes pagar el préstamo otorgado para realizar el viaje” y “cumplir con el trabajo”.

6 Datos encontrados y analizados en la tesis doctoral “Factores que incentivan el uso productivo de las remesas en Gabriel Leyva Solano” de Erika Montoya, realizada en el Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Guadalajara, 2007.

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gadas de cocinar y les improvisaban un comedor para todas, “nos aco-modaban unas mesas largas debajo de los pinos y nos ponían unos manteles, ¡se miraba bien bonito¡” comenta la señora Morales. Sin em-bargo, el menú pronto enfadó el paladar de las leyveñas, frecuentaban darles carne molida con papas. Pero ellas tomaron la decisión de organi-zarse para cocinar ellas mismas y hacer sus compras de despensa. Tuvie-ron que hacer equipos para cocinar, ya que solo había una cocina, un equipo se levantaba a las cuatro, otro a las cinco, otro grupo a las seis y otro grupo a las siete y se rotaban el horario. Ese horario les permitía de-sayunar y preparar “su lunch” para la hora de la comida y estar listas a la hora del trabajo.

De la misma manera, se organizaban para ir de compras los fines de semana, el patrón les proporcionaba el transporte y los sábados se iban a comprar la comida y los domingos las llevaban a “un mall”. De vez en cuando, también a la iglesia. Las fiestas que organizaban cada año era el día de Antonia Morales y el 16 de septiembre, hacían su fiesta mexicana, organizaban honores a la bandera y escogían entre las trabajadoras a una escolta, cuenta la señora Morales que ella trataba de incluir en la escolta a “las mujeres más bonitas y piernudas”. En los primeros viajes las mu-jeres jaiberas regresaban a Leyva en avión. Pero, les pagaban un camión especial para que les transportara todas las cosas que lograban comprar en Carolina del Norte. Llenaban un camión con todas sus compras, traían electrodomésticos, ropa, calzado, juguetes.

En la actualidad las mujeres siguen migrando a trabajar la jaiba, aun-que algunas cosas han cambiado, desde 2001, ya no les dan dinero para dejarle a su familia, en algunos casos tienen que conseguir dinero para la visa (250 dólares) y para el transporte, al llegar a su destino en EU les proporcionan un lugar donde vivir, pero ahora les cobran de 10 a 15 dó-lares por mes la renta de la vivienda. Estas medidas fueron implementa-das por algunos patrones debido a que, una vez en EU, muchas mujeres se salían de trabajar y se quedaban allá y no pagaban los préstamos otor-gados. Según cuenta la señora Morales en 1990 empezaron a quedarse en EU, debido a que ya “conocían EU y se sentían en confianza”. Al esta-blecerse de manera ilegal en estos lugares las mujeres jaiberas fueron creando una base para el desarrollo de redes sociales en la migración de hombres y mujeres leyveños.

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Desde gls, salen en promedio diez camiones cada año con mujeres y hombres a trabajar la jaiba con destino a Carolina del Norte, Virginia, Louisiana y Washington. En promedio, viajan 45 personas por camión, donde sólo van entre cinco y siete hombres de alrededor de �50 personas al año. Los patrones estadounidenses han aumentado y se han diversifi-cado al igual que los reclutadores, existen unas ocho personas reclutan-do como lo hizo Antonia Morales, ahora no sólo llevan personas de gls, sino también de otras localidades vecinas como El Figueroa, La 24 de Febrero y El Batamote.

La empresa iniciadora de esta capacitación ya no se encuentra ubica-da en Leyva Solano. Se han establecido otras empresas jaiberas, con otros inversionistas, que siguen dando empleo a las mujeres leyveñas. En la “Siete” se encuentra ubicada una empresa jaibera, y en Los Mochis se encuentran tres empresas más. En la empresa ExporCrab del Pacífico ubicada en Los Mochis, en temporada alta, transportan a �00 mujeres

Esta foto ilustra el momento en que dejan caer las jaibas de los contene-dores a las mesas donde las mujeres las descarnan.

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leyveñas en 8 camiones, para que trabajen la jaiba. Estas mujeres logran ganar 2,000 pesos semanales.

Condiciones laborales de las jaiberas en Carolina del Norte

El proceso de trabajo consiste en descarnar la jaiba, pesarla y enlatarla. Las mujeres extraen la carne de las jaibas ya cocidas y enfriadas. Se paran a un lado de unas mesas largas, junto a montones de jaibas, que toman una por una, metiendo un cuchillo debajo del caparazón para quitarlo, apartando las vísceras y la grasa y depositan la carne en contenedores de plástico. Para trabajar la jaiba en Carolina del Norte no requieren contar con estudios especializados, sólo necesitan tener experiencia. Algunas inician su experiencia laboral muy jóvenes e incluso desde niñas y sus trabajos en la localidad están marcados por la especialización agrícola y comercial que vive la entidad. “Desde que yo me acuerdo siempre he trabajado, empecé a los 7 años, en la cocina de mi mamá, le ayudaba a hacer la comida para los abonados, tenia 70 abonados, y yo le hacía las tortillas, le cocía el frijol y le hacia todo” (Reina). Otra de ellas comenta: “Yo empecé a trabajar a los trece años, trabaje en el campo, lo que es la labor, empecé ganando 50 pesos” (Tomasa).

El testimonio de las mujeres jaiberas nos muestra que su experiencia laboral inicia en gls, en los centros urbanos cerca de la localidad y en al-gunos casos, en la busqueda de trabajos mejor pagados, inician su expe-riencia migratoria hacia otros estados. “Tenía 12 años cuando empecé a trabajar en el empaque de la ‘12’, desde las 8 hasta las 12 de la noche. Y ya después me fui para Tecate a trabajar en una empresa donde nos en-señaban a cortar el pelo” (Jesús). “Estudié auxiliar contable, y trabajé un año en Los Mochis, pero lo que yo ganaba a la quincena como contado-ra, en la jaiba lo gano en la semana y hasta más” (Hipólita).

Las mujeres inician su labor como jaiberas por invitación de otras mujeres, como vimos anteriormente, la señora Morales fue la encargada de reclutar a las primeras jaiberas, inicia la promoción del trabajo de la jaiba entre sus conocidas, y después como bola de nieve la información y los contactos crecen, las amigas y vecinas cuentan del viaje, platican de las ventajas y se ponen en contacto con los enganchadores, iniciando así la migración de un gran número de mujeres jaiberas.

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Un día en la tarde llegó la Toña Morales, y me dice: –¿no quieres ir a la jaiba?– Entonces le dije: –no, yo trabajo aquí con mis hijos–. No se como, pe-ro me convenció, fue el primer año que yo empecé a trabajar, que se abrió la planta en Leyva (Reina).

Me di cuenta que podía ganar más como jaibera y allí nace la inquietud de venir a trabajar, si un trabajo no te deja hay que dejarlo y eso hice con mi trabajo de empacadora (Mireyda).

Yo me enteré por la vecinas porque ellas son las que le dicen a uno como les va y uno también ve como vienen y como viven (Anónimo).

Las mujeres reconocen que es un trabajo intensivo, pero existe la con-vicción de que se tienen que sacrificar para lograr un bienestar económico para sus hijos, sacrifican su hora de comida, el bienestar físico de sus ma-nos, pies y espalda con el objetivo de seguir trabajando y acumular más libras de carne de jaiba. Así describen el sacrificio las mujeres leyveñas:

Mira las manos, no te miento, rajadas, la jaiba de aquí [EU] es diferente, la descarnábamos y caían los jumbos, eran hielo, dura la jaiba, y uno que se ti-raba hasta matar, ni a comer salía, me echaba unas frutas aquí entre el man-

Empresa Bay City Crac Co. establecida en la ciudad de Aurora, es una de las empresas procesadoras de jaiba más grandes en la región.

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dil, me echaba una galleta o manzana, y le echaba mordidas, cuando me apretaba el hambre y cuando iba a pesar, me echaba un trago de agua, y decía “ay Dios mío” (Reyna).

El deseo de obtener mejores ingresos es aprovechado por los emplea-dores. Estas mujeres en Carolina del Norte no cuentan con prestaciones sociales y trabajan en un ambiente de tensión laboral, con la finalidad de acumular más libras de carne de jaiba y ganar más.

Aquí me atravesé el cuchillo y se me puso la mano negra y así seguí filetean-do. Yo le dije al patrón que me había lastimado la mano y me dijo que me iba a llevar con el doctor y hasta ahorita todavía no me lleva, hace dos años de eso. Pero, es más fuerte la necesidad de ganar el centavo y llevárselo uno, que el dolor que uno siente (Reina).

Aquí no tiene uno un salario fijo de decir esto voy a ganar al día, uno se propone lo que quiere ganar. No tenemos un horario de salida, entramos a las 6 de la mañana, hay veces que salimos a las 9 de la noche, si se requiere traba-jar sábados y domingos también entramos a trabajar, incluso todo eso especi-fica el contrato, nosotros cuando recién entramos firmamos un contrato, allí dicen todos los reglamentos, todo lo que debes y no debes hacer. Una de las cosas que se debe respetar es el horario de trabajo, no el horario, sino que cuando se te requiera que vengas a cumplir con el trabajo, no fallar, puedes fallar, pero por enfermedades o por problemas, justificables pues (Karina).

No recibimos nada, si tenemos un accidente, aquí mismo o fuera de los horarios de nuestro trabajo, no nos ayudan, uno mismo tiene que pagar la clínica (Jesús).

Por otra parte, a pesar de que les pagan el salario mínimo trabajando la jaiba, prefieren este trabajo, para migrar de manera legal, poder volver cada año a su lugar de origen con más facilidad, contar con un seguro de trabajo y aplicar para el pago de impuestos.

Tenemos comodidad porque entramos y salimos cuando nosotros quere-mos porque entramos con visa, con permiso de trabajo y todo, pero nos pa-gan el mínimo (Martha).

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La ventaja que tenemos trabajando derecho es que, si tienes tu seguro bueno, puedes aplicar a taxes, declaras impuestos y si te fue bien te devuel-ven el dinero para atrás, cosa que en México no lo hacen, lo que te devuelvan es muy bueno porque eso es como un fondo de ahorro, y aquí puede que también uno gane un seguro (Mary).

En pláticas informales con las jaiberas, nos comentaban que los patro-nes utilizan distintas estrategias para no pagar horas extras. Por ejemplo, uno de los patrones tiene dos plantas jaiberas, una a nombre de él y otra a nombre de su esposa. Esto le permite emplear a las mismas jaiberas en las dos plantas, trabajando largas jornadas, sin que registren en ninguna planta más de 40 horas a la semana, lo cual les impide cobrar horas ex-tras. Además, cuando las trabajadoras están a punto de acumular las 40 horas, el patrón las deja sin trabajar un día, argumentando que no hay jaiba, y de esta manera no pagar horas extras. “Se vino de una el trabajo, empezamos a trabajar concha a parte de la jaiba, trabajamos aquí todo el día en la jaiba, a la 1 de la tarde nos sacaban y nos mandaban a Oriental, y ya salíamos 7, 8, 9 de la noche trabajando la concha” (Karina).

Las mujeres expresan que encuentran ventajas de trabajar la jaiba en Carolina del Norte; porque el salario les rinde más y hay más trabajo que en Leyva Solano, además, tienen la oportunidad de comprar ropa y co-sas materiales para su familia y llevarlas a su regreso a Sinaloa.

Rinde más venirse para acá, juntar dinero y llevárselo para gls, que estar trabajando allá (gls). Alcanza más el dinero de aquí (EU), porque nunca vas a comprar una casa con lo que ganas allá (gls), y sin embargo trabajando aquí un año lueguito llegas y compras tu casa. Yo ganaba 1,500; 1,700, lo más que llegue a ganar fueron 2,000 pesos a la semana. Pero pos allá no alcanza, yo siento que a mí me alcanza porque el mandado rinde más, por ejemplo, aquí compro 40 dólares a la semana, allá en México eso no alcanza. Un kilo de carne cuesta 60 o �0 pesos y nomás para un ratito y aquí compramos unas marketas de carne que duran una semana (Mireya).

Somos baratas para el patrón, somos negocio redondo, pero de todas maneras también nos queda algo para nosotros, mira venimos flaquitas y vamos bien gordas, bien comidas, nunca va a hacer la misma aquí que allá, allá no te alcanza (Tomasa).

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Las jaiberas declararon tener una buena relación con sus patrones en Carolina del Norte, se sienten comprendidas y apoyadas por ellos. Lo que alcanzamos a percibir es que es una estrategia seguida por los patrones para evadir sus verdaderas obligaciones como patrones y mantenerlas comprometidas y que muestren su agradecimiento, no yéndose a trabajar a otro empleo.7

Cuando me corte la mano así trabajaba y cuando llegó el inspector me le escondí, me le escondí porque tenia la mano llenita de pus, si me hubiera hallado le hubieran cerrado la planta. El patrón estaba agradecido, y me daba bonos de cien, doscientos dólares, nos trataba bien (Reina).

Nos adaptamos bien a él y él a nosotras porque pues de hecho el mucha-cho que se encarga de nosotros es de Sinaloa y es flexible y, la ventaja es que es precisamente de donde nosotras somos, el problema es cuando por ejem-plo lo traen de otro estado, años anteriores hemos tenido patrones por ejem-plo del DF, y es muy difícil adaptarse (Hipólita).

Ella [la supervisora] es muy buena con nosotras, lo que sea de cada quien, si a uno se le ofrece un favor ella lo hace, y si uno le dice me siento mal y mañana no voy a poder venir, ok ella respeta las decisiones. Pero, si hay un pedido de tantas latas las tenemos que hacer entre todas y así pos no tene-mos ningún problema y otro año tenemos las puertas abiertas (Tomasa).

7 Cabe señalar que al realizar la primera entrevista en Arapaho tuve un percance con el patrón de las jaiberas de la compañía Williams Seafood. Me encontraba reali-zando la entrevista a la señora Tomasa afuera de la casa rodante, cuando el patrón se acercó y me empezó a amenazar diciéndome que era propiedad privada y que llama-ría a las autoridades, el patrón de las jaiberas creía que yo era una abogada que estaba asesorando a las jaiberas para que demandaran a la empresa por sus derechos labo-rales. Al explicarle que era sólo una investigación para la realización de mi tesis de doctorado cambió de actitud y les dijo a las jaiberas que si podían contestar mis pre-guntas. Después, me explicaban las jaiberas que los patrones tenían miedo de que los demandaran legalmente porque ya se había presentado un caso donde las jaiberas acusaron a los patrones por no pagar horas extras y tuvieron que pagar una fuerte cantidad para reparar los daños y, que en efecto, el departamento de trabajo de Caro-lina del Norte sí estaba difundiendo información sobre los derechos de las trabajado-ras de la jaiba. Sin embargo, y pese a conocer esta información las jaiberas leyveñas se sienten comprometidas a cumplir con sus patrones, se sienten agradecidas y prefie-ren mantener las puertas abiertas por si deciden volver los próximos años.

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Condiciones de vivienda

Las condiciones de vivienda son muy precarias. Las jaiberas de Arapaho y Bayboro viven en casas rodantes, y las de Aurora en una casa. En am-bos casos, permanecen hacinadas, comparten un cuarto seis o siete mu-jeres. La cocina, los baños y la sala son de uso comunitario. No cuentan con aire acondicionado ni calefacción, los que son indispensables por los climas extremos que se viven en esas latitudes. Sin embargo, no todas tienen esa percepción, hay quien piensa que sus viviendas son cómodas y bien equipadas.

El cuarto no está muy bonito que digamos, pero yo lo siento cómodo, en cuanto a comodidades, pues, al menos no siento que me haga falta nada, como bien, la única desventaja es que no podemos tener un aire acondicio-nado aquí, como son muchos cuartos no abastece la luz (Karina).

No se tienen todas las comodidades que uno quisiera, pero si tiene uno su cama, su baño, su lavadora, o sea no batalla uno para nada, aquí lo atienden a uno muy bien, con su buen trabajo, nos tiene buena casa, nos tiene lavadora y en cuestiones de trabajo y de la vivienda estamos muy bien (Mary).

Eso usted lo ve, no estamos en muy buenas condiciones, pero ahí la pasamos (Magdalena).

Antes era muy difícil porque éramos muchísimas, podíamos vivir 4, 5 en un cuarto, entre más hay en una habitación hay mucho más problemas, ahorita tenemos la comodidad de que si queremos cada quien agarramos nuestro cuarto, incluso no nos exigen que vivamos muchas en un cuarto, si uno quiere vivir sola lo hace, nos dividimos el aseo de los baños y de la coci-na (Hipólita).

La ambigüedad del discurso de las jaiberas puede explicarse en relación con dos conceptos identificados “buenas condiciones” lo que representa para la mujer acceder a cierta tecnología domestica que facilita el trabajo en la casa y las “condiciones no laborales” se reconoce la explotación laboral pero se consideran importante las relaciones con el patrón o la encargada.

A pesar de que se presenta una migración femenina legal y con un contrato de trabajo, estas mujeres son muy vulnerables a sufrir sobrecar-

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ga de trabajo, a aceptar condiciones de vivienda precarias y explotación laboral. La vulnerabilidad no recae en ser migrantes ilegales, más bien su vulnerabilidad es su legalidad, se ven condicionadas a cumplir con horarios muy extensos y no decir nada por la ausencia de pago de horas extras, todo por seguir siendo contratadas y poder regresar cada año a su lugar de origen con las ventajas de contar con una visa de trabajo. Debido a las pérdidas que representa para los contratistas el que las jai-beras se salgan de trabajar antes de cubrir el crédito otorgado para sol-ventar los gastos de transporte y documentación, los contratistas han instrumentado un sistema de control de las personas que laboran para ellos; si se portan bien, cumplen el contrato y pagan el préstamo, las vuelven a contratar y si no las vetan y se comunican entre ellos para no contratarlas en ninguna planta.

Las que se salen, después andan buscando a que planta venirse, ahorita lo que están haciendo, es que están conectados, ellos saben, si por ejemplo, allá alguien se quiere venir, investigan a ver si ya trabajó en la jaiba, si ya se ha venido, qué problemas son los que han ocasionado, con quién ha trabajado, y si por ejemplo, si de aquí se salió y quiere ir a la planta de Vandemer, ya va quemado, o sea, ya la tiene que pensar porque se van cerrando las oportuni-dades (Magdalena).

Conflicto y convivencia entre mujeres en el lugar de destino

Los problemas entre las mujeres jaiberas se derivan por el hacinamiento y por las condiciones precarias de las viviendas.

En un principio, aquí vivíamos como unas 200 mujeres, y si no eres muy des-pierta te amuelas, porque aquí el vivo vive del tonto, y para mí fue muy pe-sado, muy pesado (Hipólita).

Este es el primer año que nos llevamos bien. Ahora estábamos diciendo, ahora sí convivimos, que una llevó un pastel, una lleva tostadas, nos convi-damos el lunch, siendo que antes nos mirábamos con coraje, nos cuidába-mos unas de otras, que tu dijiste esto, que tu dijiste lo otro, que no es cierto que ven, que vamos y trancazos. Pero fíjate que este es el primer año que hemos convivido como familia, y nos hemos llevado bien, hay unas 2 o �

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personas de manzanas podridas pos quieren pudrir a las demás, pero ahora no se dejó la otra manzana, ahora no se pudieron podrir (Reina).

Cuando es un grupo grande de personas no falta que problemitas sur-jan, porque somos demasiadas y muchas veces no congeniamos, no tene-mos el mismo carácter, chocamos en carácter entre unas y otras, yo lo que hago, me mantengo alejada, cuando veo que hay gente así, o que no le caigo o que no me cae, o si veo malas caras yo lo que hago mejor es irme de aquí, digo si hay problemitas como en otras partes pero, problemitas leves que tiene solución porque aquí seguimos año con año las mismas (Jesús).

Aquí siempre hay broncas, siempre hay broncas, pero trato de no meter-me con ellas. Chismes, mitotes, de todo (Karina).

Entre nosotras nadie quiere dejarse, algunas hacemos lo que podemos hay otras que si se quejan mucho de lo que hacen las otras. Es común en eso de trabajar a destajo, no se quiere dejar nadie (Mary).

Las trabajadoras jaiberas compiten entre sí pero también se apoyan.

Tuve una compañera ahí de Leyva, ella me apoyo mucho, me dio mucho valor, y me dijo mira yo me sentía igual que tú, tú eres más valiente dice, tú eres más valiente porque te estas hayando, yo el primer año yo no comía, lloraba todos los días en el trabajo y tú no, tú desde el primer día le entraste con ganas, tú sabias que estabas en una parte donde no había quien te diera la mano si tú no trabajabas (Tomasa).

La vida social de estas mujeres se basa en las relaciones que mantie-nen entre ellas y con las otras jaiberas que ya se han quedado de manera indocumentada en Carolina del Norte. Esto les ha permitido familiari-zarse con los lugares, tiendas, incluso con otros trabajos en EU y también relacionarse sentimentalmente con personas de otros estados y otras na-cionalidades.

Hoy llegamos de trabajar a las 5, ya está oscuro, fuimos a la tienda, llegamos, nos pusimos a hacer cena, cenamos y hacer el lonche, te bañas, acostarte y a dormir. Otro día es lo mismo o será que yo no salgo no hago otra cosa, llega el viernes que me voy con mis hermanas, que también fueron jaiberas, pero ya están casadas aquí, y hago lo mismo, veo la tele, acostarme, si acaso ir a

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algún restaurante a comer y otra vez llegar a la casa y es lo que no me gusta de aquí me siento muy apresurada, muy encerrada y allá es mas libre que aquí (Magdalena).

Pues que el baby shower, que el cumpleaños, cumpleaños de los niños, que piñatas, las piñatas más rengas, pero hacemos las piñatas (Martha).

Los primeros años nos llevaban en el camión de compras, pero ahora ya tenemos muchas amigas que viven aquí, ellas nos raitean, o también la fami-lia. Los fines de semana vamos de compras, vamos a comer, a la iglesia, a los bailes de vez en cuando, al menos este año estuvo más tranquilo, ni tiempo de ir a bailes (Hipólita).

Yo salgo de trabajar me voy a mi cocinita, hago mi comida, me baño y al cuarto. La única parte que yo salgo es con doña María a ver tele, porque pago cable junto con ella, y termino de ver la tele, y yo me vengo a mi cuarto y me acuesto. Y ahí enseguida con mi amiga Mary, esa es la única parte donde yo salgo, o de vez en cuando que viene mi hermana por mí o viene familia mía por mí, porque aquí tengo hermanas y dos primas (Karina).

Estos hallazgos contrastan con la experiencia de las jaiberas tabasqueñas en Carolina de Norte, la prohibición que tienen de convivir con paisanos e ilegales y la situación de encierro que viven en sus viviendas les ha impedido la integración en su lugar de destino (Vidal et al., 2002, 55). Consideramos que esto también les ha impedido desarrollar una base de migrantes en esta región y el establecimiento de redes sociales para mi-grantes ajenos al trabajo de la jaiba.

lAs jAiberAs, lA bAse de unA red sociAl de migrAntes leyveños en cArolinA del norte

Las mujeres han tenido un papel muy importante en la formación de redes migratorias, en la iniciación de la migración y en la definición de nuevos destinos. En el caso de El Salvador algunos estudios confirman que la migración en los cincuenta fue iniciada por mujeres, a quienes se les facilitaba su inserción laboral en los EU, principalmente en activida-des sin mucha capacitación formal (Benavides et al., 2004; Andrade-Ee-khoff 200�, �2-��; Lungo, Eekhoff y Baires 2000, 207) y en Republica Do-

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minicana Petree y Vargas (2005, 41, 4�-44) destacan que la migración a Suiza inicia por la contratación de bailarinas de cabaret en este país. En el caso de gls, las jaiberas, al migrar de manera legal y con un trabajo se-guro a Carolina del Norte, motivan a otros a migrar de la misma manera o de manera indocumentada, algunas de ellas han ayudado a migrar a sus hijas e hijos, madres, esposos, sobrinas y vecinas.

En mi cuadra, primero era una novedad porque yo me venía, y todas las mujeres opinaban –como te atreves a dejar a tu hija sola–; sin embargo, la misma necesidad de todo mundo, todas las mujeres, casadas y no casadas, al ver que me iba bien, me dijeron –yo me quiero ir contigo–, y yo le enseñé a trabajar a varias para que se vinieran, incluso les conseguí que se vinieran aquí en el grupo de nosotros, entre ellas está mi hermana, y como unas 10 que ya se han quedado aquí (Hipólita).

Se hizo que yo trajera gente el 98 y me traje a mis hijas y a mis yernos y al hombre (Reina).

Una amiga me dijo que dependiendo de cómo me fuera a mi, ella se ve-nía el año que entra, ella también esta separada, le voy a platicar como está, que tiene sus ventajas y sus desventajas, pero pues allá estás trabajando y no se ve nada, aquí en 4 meses, yo vestí a las niñas, envié un poco para la casa, ya pague el viaje y lo que llevo ahorrado y pues que ella considere si se quie-re venir (Magdalena).

Como mencionamos anteriormente, algunas jaiberas que migraron con visas H2B se han establecido de manera indocumentada en Carolina del Norte, creando una base de migrantes y contactos para nuevos mi-grantes. En esta investigación no se logró entrevistar a exjaiberas que se quedaron a vivir en Corolina del Norte, aspecto que queda pendiente para futuras investigaciones; sin embargo, las jaiberas entrevistadas dan cuenta de la magnitud de este fenómeno.

Los fines de semana vienen mis hijas pa’ que vaya con ellas. Una vive aquí cerquita. Ellas se vinieron en el noventa y seis y se quedaron permanente aquí (Martha).

Tengo dos hermanas también aquí que trabajan en la jaiba. Ellas viven en Washington, allá está otra jaibera. Ellas vinieron 10 años contratadas y

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ahorita ya tiene 4 años aquí, sin contrato, ya no van y vienen cada año, ya están casadas aquí (Magdalena).

Una vez, a un compadre mío lo contacté con la señora Tamy, lo trajeron aquí, y se quedó de ilegal, aquí se quedó trabajando en una marranera, qui-tándole los dientitos a los marranitos, pero el no piensa irse a México (Jesús).

Las mujeres saben perfectamente sus ventajas y desventajas al salir-se de trabajar la jaiba. “La ventaja que tienes es que encuentras trabajos mejor pagados y la desventaja es que, tienes que durar mucho tiempo para regresar a México, para que puedas hacer dinero y no puedes estar yendo y viniendo así como aquí en la jaiba, vamos cada año a ver a los hijos” (Magdalena).

En algunos casos la migración de las mujeres que trabajan la jaiba puede ser una estrategia para quedarse en EU y no arriesgar la vida cruzando de manera ilegal,8 de jaiberas se les financia el viaje, obtienen un seguro, y conocen la región, se familiarizan con los trabajos y la vida en EU. “Donde quiera están pidiendo los seguros buenos, los seguros derechos, entonces si no tienes tu seguro derecho ahorita empiezan ya a sacar gente, entonces aquí tienen una gran ventaja porque se viene uno seguro, te pagan todo y agarras un seguro derecho y ya después puedes irte a trabajan a otra parte” (Jesús). En otros casos, el deseo de ver cada año a sus hijos y padres impide a estas mujeres quedarse en EU y buscar otro empleo de manera ilegal.

Pues aquí muchas que se han quedado, muchas se vienen a trabajar y aquí se quedan a vivir, pero pos, yo no, yo me voy con mis babys (Karina).

La mayoría de las mujeres que se han quedado, son mujeres solteras que vienen y se casan aquí (Martha).

Si me quedo, me traigo a las niñas, se las dejo a mi hermana, pueden estudiar y todo, sé porque mi hermana se trajo a su niña y ya esta en la es-cuela, lo que pasa es que lo estoy pensando por mi mamá, porque ella está

8 Menesses, en su artículo “Dimensión femenina del cruce clandestino de la frontera México-Estados Unidos”, 2005, expone los riesgos y condiciones a las que se exponen las mujeres al cruzar la frontera de manera ilegal.

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sola, nada más con las niñas, mi mamá ya está mayor y siempre me ha cui-dado a las niñas. La estoy pensando más por eso (Magdalena).

En otro sentido, las jaiberas al establecer lazo familiares e intereses per-sonales en su lugar de origen y destino se ven forzadas a estar permanen-temente en los dos lugares. En algunos casos las mujeres siguen migran-do como jaiberas, con la finalidad de estar cerca de sus hijos que están sin documentos en EU. Las jaiberas en Carolina del Norte, primero ayudan a sus hijos a migrar a EU, los cuales se van de manera ilegal y luego son ellas quienes tienen que estar migrando de jaiberas para verlos.

Mi hijo también se vino, ya tiene � años, trabaja en la pintura, pintando, como aquí estábamos nosotros, pero el no se vino contratado, él se vino como vienen muchos, de ilegal. Nosotros aquí lo ayudamos en todo, y aquí se quedó. Yo había pensado en ya no venir a la jaiba, ya no quería venir, pero ahora tengo que estar viniendo para ver a mi hijo (Mary).

Me gustaría poner algún negocio allá en mi casa para ya no venirme, ya están grandes mis hijos y no quiero, ya no me gustaría regresar. Pero, tam-bién me gustaría volver por mi esposo, venir a verlo a visitarlo, pero cuando no se puede ni modo [su esposo está preso en EU] (Karina).

También algunas jaiberas han incentivado la migración de hombres ha-cia Carolina del Norte. Los puestos para los hombres en las empresas jaiberas son difíciles de conseguir, se compran y se negocian con el en-ganchador.

El primer año que vino mi marido, no ganó nada porque le pagamos al mu-chacho para que se lo trajera, mi esposo quería conocer, quería saber como nos portábamos nosotras, como trabajábamos o que hacía, y me lo traje el 96. Ocupaban puras mujeres y nada más eran escogidos los hombres que traía, y el muchacho que nos traía me cobró �000 pesos para apartar el cupo y pa-gamos 500 dólares (Reina).

Nos empezamos a venir juntos mi esposo y yo, es que, la mamá de él se dedica a traer gente. Ella fue de las primeras jaiberas que empezó a venir para acá. Entonces, ella ya tenía varios años viniendo para acá cuando nos acomodo para que pudiéramos estar aquí (Mary).

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La experiencia migratoria que adquieren con el trabajo de la jaiba les permite estar informadas sobre el mercado laboral en Carolina del Nor-te, saben donde pueden emplearse y en qué trabajos pagan mejor. Es al-go que han aprendido por las redes sociales que han construido a lo lar-go del tiempo que tienen migrando de manera legal, y en el caso de las mujeres que han migrado por pocos años, están informadas por otras mujeres con experiencia, que llevan y traen información de Carolina Norte a Gabriel Leyva Solano.

[…] unas se van a limpiar casas, otras se van por ejemplo a las fábrica de pollo, polleras les dicen, hay fábricas de pavo también, donde hacen pro-ductos lácteos, donde hacen las salchichas todo eso, hay muchísimo porque hay muchas industrias, hay trabajos muy bien pagados (Jesús).

En otras partes es mucho más bien pagada la hora, eso es lo que tiene más que nada (Karina).

Es mucho más fácil venirte de jaibera, hay muchos que traen gente con-tratada, cumples el contrato y te puedes quedar sin arriesgar nada por lo menos tu vida no, tú vienes bien, es pesado y todo lo que tú quieras, pero ya pagas y ya, porque si le pagas al patrón no tiene por qué deportarte ni nada, porque tú ya le cumpliste como yo esta semana ya termino de pagarle, ya le cumplo el contrato, o sea, yo me puedo ir para Kansas, donde tengo un her-mano, ya el patrón ya nos dijo si quieres volver, vuelves y ya (Magdalena).

El ir y venir de las jaiberas les permite mantener el contacto familiar, fortalecer los lazos sociales tanto en su lugar de origen como de destino, estar informadas del mercado laboral en ambos lugares y esta informa-ción va y viene junto con ellas, la dispersan en su comunidad e incenti-van a otras personas a migrar y crean un flujo de migrantes leyveños hacia Carolina del Norte. En gls están presentes dos formas de redes so-ciales que funcionan de manera paralela y se cruzan y entrelazan en puntos determinados. Por una parte, nos percatamos de una red social iniciada con la empresa jaibera establecida en la localidad, las mujeres inician la migración de manera documentada hacia lugares donde no se cuenta con familiares ni conocidos y son ellas las que, al establecerse de manera indocumentada, crean una base de migrantes que permite la formación de redes sociales primarias (formadas por familiares), y des-

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pués secundarias (formadas por vecinos, amigos y paisanos) y mixtas (formadas por familiares, amigos y paisanos), de acuerdo a la clasifica-ción realizada por Woo (2001). Pero al mismo tiempo está presente una red social iniciada por el contacto de familiares, parientes, amigos y pai-sanos en los lugares de llegada, la cual se manifiesta en un flujo migrato-rio hacia California y Arizona y tal vez evolucione hacia una red social con una base institucional (Montoya 2007a).

Fuente: Elaboración propia.

CuAdro �. Tipo de redes sociales funcionando en Gabriel Leyva Solano

Tipo de redes sociales

Primera etapa

Segunda etapa

Tercera etapa

Cuarta etapa

Redes sociales con base en instituciones

Intervención de alguna institución en el proceso migratorio (universidad, empresa, organismos no gubernamen-tales, institu-ciones guberna-mentales)

Estableci-miento de migrantes en el lugar de destino

Redes sociales primarias y secundarias

Redes sociales mixtas incluyen-do instituciones

Redes sociales con una base puramente social

Redes sociales primarias

Redes sociales secundarias

Redes sociales mixtas

Intervención de alguna institución en el proceso migratorio (universidad, empresa, organismos no gubernamen-tales, institucio-nes guberna-mentales)

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Aspectos fAmiliAres de lA migrAción de mujeres jAiberAs

El apego familiar de las mujeres se manifiesta en los relatos de las entre-vistadas, al expresar sus sentimientos al momento de dejar su familia e hijos en gls.

Yo si me sentía mal, yo todo el camino lloré, cuando fui a solicitar la visa, entré a la entrevista llorando, me dijo el muchacho que si porque lloraba y yo le dije que porque era la primera vez y había dejado a mi hijo y me sentía mal. Y me dijo, no te sientas mal, es como toda jaibera me dijo, el otro año aquí te voy a tener otra vez y te voy a recordar, yo nomás me reí y llegamos aquí, si me sentía rara porque estoy tan lejos, a tantos días de mi casa, y si no la hago como le voy a hacer y ya empezaba a llorar otra vez (Tomasa).

Estas mujeres trabajan exhaustivamente para demostrarle a su familia que si pueden progresar, por sacar adelante a sus hijos, o por la compe-tencia creada entre ellas mismas.

En las mañanas me levantaba con coraje y yo decía, voy a salir adelante y le voy a demostrar al Lobo (su exmarido) que yo puedo y no me voy a dejar vencer. Y eso yo se lo voy a demostrar cuando yo vaya a México, le voy a demostrar que puedo y que me vine tan lejos a demostrárselo (Thomasa).

Yo me desesperaba mucho porque yo escuchaba que decían: a la que no le rinda la van a devolver para México, –hay decía yo– que bochorno que las manden, y yo más me apuraba, y yo digo que eso fue lo que me valió porque le eché muchas ganas al trabajo y ya tengo14 temporadas viniendo, ¡no cual-quiera las aguanta¡ (Hipólita).

Tengo un hijo de 7 años y yo me vine por mejoría de él (Magdalena).

Autonomía económica de las jaiberas leyveñas

En el trabajo realizado por Vidal et al. (2002) encontraron que las jaiberas de Tabasco cuentan con una autonomía acotada en la toma de decisiones para emprender la migración, ya que 89 por ciento de las entrevistadas reportó haber tomado la decisión de migrar por sí mismas. Pero, en reali-dad, su migración no sólo depende de su decisión, sino también depende

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del apoyo que le brindan sus familiares en el cuidado de los hijos y del hogar durante su ausencia y de la negociación que se establezca con los actores dominantes del grupo doméstico. En el caso de las jaiberas leyve-ñas, esta autonomía acotada se manifiesta al condicionar el permiso para migrar o cuidar a los hijos con el compromiso de enviar dinero. Las ma-dres de las jaiberas son determinantes en la decisión de migrar, ellas im-pulsan su migración al apoyarlas en el cuidado de sus hijos, darles un voto de confianza frente a sus padres y esposos, además de motivarlas para que se vayan.

Primero me apunté antes de pedir permiso. Mi mamá me dijo –vete hija, vete deja a tu marido, de todas maneras no haces vida con él, ni te trata bien ni te mantiene, vete–. Y yo decía –no, voy a dejar a mi hijo, si no me fui cuan-do estaba más chiquito menos ahora que está creciendo, me voy a perder de muchas cosas–; y mi mamá me dijo –te vas a perder de muchas cosas, pero le vas a poder dar más de lo que le das aquí, por el cuidado no te preocupes, tu hijo siempre es primero aquí–, entonces ya, ya le dije a mi papa –apá, me invitan pal otro lado–, no me dijo nada, se quedó callado y cuando se queda callado es que tengo la oportunidad de que me diga que si y le dije, –fíjese apá que me dan la oportunidad de irme pal otro lado–, no me dijo nada, me metí pal cuarto y escuche música y me daba vueltas en la cabeza y decía yo, si me voy tengo chanza de comprarme una casa, de amueblarla, de juntar dinero para el futuro de mi hijo y también me puedo encontrar una pareja que sí me valore y me quiera, entonces salí y le volví a decir, –apá fíjese que me apuntaron pal otro lado–, –tas loca– me dijo, –tu no vas a ninguna par-te– dije yo –le voy a volver a insistir ya si de tanto terquearle me dice que no, pos no me voy–, y le dije –apá ¿quiere comida?–, –si pero no vas a ir a ningu-na parte, aquí trabajas igual me dijo, ganas lo mismo y estás con tu hijo–, – pe-ro mire tengo oportunidad de ayudarles, aquí yo gano 1500; 1700 pero no-más para mí y para mi hijo. Y si me voy le voy a mandar a ustedes y le va a alcanzar más, usted ya no va a tener que matarse tanto en el campo para pagar el agua, la luz, el gas y eso y yo ya les voy a ayudar en esos gastos–. Pues cada 15 días quedamos en que iba a mandar 100 dólares, cada 15 días, pero como le digo a veces ellos necesitan algo, y mi mamá o yo hablo y me dice hija necesitamos esto, les pidieron esto, y tengo que mandar, pero gra-cias a Dios le envío bien (Tomasa).

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Pero también se presenta en algunos casos una autonomía total de las jaiberas al decidir su migración.

Yo me vine sin permiso, estaba mi suegro ahí y le dije a mi suegro, –pues ahí le dice a Goyo que me voy a ir, a buscar trabajo, me voy a ir con don Tavo, el Poncho nos va a llevar y el nos va a dejar allá en Carolina (Hipólita).

Yo tome la decisión sola, bueno, yo con mis hijos, a mis hijos les dije: –mi-jos me voy a ir, miren que van a estar bien, van a comer bien, les voy a man-dar, van a vestir bien, van a…– todo les estuve diciendo a mis hijos, y mi hija mayor lloraba, –¿cómo te vas a ir?– , –déjala– decía él más chiquito, Alex, el que es doctor ahora, –déjala, nos quedamos los tres y a mi apá lo vamos a controlar, para que esté con nosotros y mi ama trabajando allá– ¡ah, cuando mande el primer dinero, yo hasta con lagrimas…¡” (Reina).

La migración les ha proporcionado autonomía económica a las mujeres jaiberas. En el caso de las jaiberas de Tabasco, Vidal et al. (2002) encontra-ron que la migración temporal de las mujeres además de proporcionar-les un ingreso económico a sus familias les amplía su visión de la vida y de sus capacidades y potencialidades, desarrollando su autonomía y al-terando las relaciones de poder al interior de los grupos domésticos. En El Salvador y Republica Dominicana se han detectado impactos de las remesas sobre los roles de género y generacionales, han surgido nuevos patrones de crianza y las mujeres están asumiendo roles como provee-doras y en la jefatura del hogar (Santillán y Ulfe 2006; Gammage et al., 2005; unpeg 2005; Lungo, Key y Baires 2000; Petree y Vargas 2005, 51-5�; Oso y Villares 2005, 4; Nybern-Sorense 2004). Para algunas jaiberas ley-veñas, la migración les ha permitido sostener a sus familias, tomar deci-siones económicas y ganar autonomía económica.

Construí mi casa, vivo más cómodamente y me valgo por mí misma, y es la manera también que uno logra ir ahorrando, ir teniendo su dinerito propio, y así poco a poquito va haciendo un poquito más porque allá por más que ganas no alcanza (Hipólita).

Todas las que estamos aquí somos el sostén de la familia, y yo veo que la mayoría que viene a trabajar, es porque tienen la necesidad de afrontar también todos los gastos, y todas están dando cada semana, cada quincena (Jesús).

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La permanente temporalidad de las jaiberas

En el caso de los salvadoreños la permanente temporalidad que les da el Estatus de Protección Temporal (tps)9 tiene un efecto sobre la vida perso-nal, laboral y social de los migrantes, tanto en su lugar de origen, como de destino, esta temporalidad refleja incertidumbre, división familiar y desterritorialidad (Bailey et al., 2002). Esto también ocurre en el caso de las jaiberas de gls. Esta permanente temporalidad les impide establecer-se en un lugar, no pueden estar allá, pero tampoco pueden vivir todo el año en Leyva, tal es el caso de la señora Reina que tiene trabajando la jaiba 18 años, primero en Virginia y más tarde en Carolina del Norte “Tengo 18 años yendo y viniendo, ya no me hallo vivir en Leyva, no más voy para ver mi casa” (Reina). El querer estar en los dos lugares les hace implementar estrategias económicas para lograrlo.

Este año, yo estoy juntando aquí y le mando a mi amá para que ella me junte allá, así si me llego a salir de volada, ya tengo para mi pasaje y para llegar a ayudarles en algo que se pueda, del otro modo me pongo a gaste y gaste, a mande y mande, y cuando se me llegue a ofrecer, que haya un enfermo, como le voy a hacer, pues me voy a quedar de brazos cruzados sin poder ir. Eso desde el primer año lo pensé, porque dije yo, si se me llega a enfermar mi hijo, tengo para el pasaje y vámonos, en lo que fuera pero me voy (Tomasa).

El carácter temporal de la migración de las jaiberas les proporciona la opción de valorar si se quedan con sus hijos en Leyva Solano o vuelven el próximo año al trabajo de la jaiba a EU. El dejar a sus hijos les hace abrigar un sentimiento de culpa y de inseguridad en su futuro y en el de ellos.

9 El tps les concede a los nacionales nacidos en el extranjero que cumplan con los re-quisitos necesarios un estatus de residencia legal, el acceso temporal de un trabajo por un periodo que oscila entre seis y ocho meses. El tps no confiere derechos permanentes de residencia ni de trabajo en EU. Las personas bajo este estatus no reúnen las condiciones para obtener fondos públicos o asistencia medica. Los salvadoreñas cuentan con este estatus desde 1990 y una serie de emergencias como el huracán Match en 1998 y los terre-motos del 2001 han ayudado a extender el periodo del tps (Bailey et. al., 2002).

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Dejé a las niñas y me duele, pero ojalá comprendan cuando estén grandes, que es por ellas. Yo estoy perdiendo a las niñas por ropa o por dinero y eso no vale. Yo me pongo a pensar en ya no venir, y luego pienso como nos vamos a mantener y decido volver, pero también me interesa ver a las niñas crecer allá. Es muy difícil, quieres todo a la vez y yo no puedo (Magdalena).

Asimismo, la necesidad de tener cerca a sus hijos es algo que está presen-te en las jaiberas y las hace dudar de volver cada año.

No había dejado nunca a las niñas y ahora que las dejé pues fue muy duro para mí, pero siempre venimos con la esperanza de ganar más o hacer algo y tuve que dejarlas y el único trabajo que se hacer es la jaiba, porque antes tra-bajé en una tortillería, pero ganas poco. Es muy difícil para mí, porque están las niñas, como le hago para mantenerlas, porque yo tengo que ser su mamá y su papá y pues allá en México no hay en qué trabajar, bueno sí hay, pero no te alcanza, no te alcanza estoy con ellas, pero no nos alcanza para vestir, co-mer y todo y ahorita pues aquí en la jaiba poquito o mucho les mando de vez en cuando les compro su ropa y pues no sé si otro año venga (Magdalena).

Me falta mi hijo, no es igual, yo todo el tiempo he tenido, esa imagen cuando dejé a mis hijos en la puerta, llorando, yo deseaba bajarme de la ca-mioneta, llegue a la Siete, a Los Mochis, ¡yo de aquí me bajo! decía. Llega-mos a Obregón, a Hermosillo y siempre me quería quedar donde fuera. Pero ya que pasé, para acá, la línea, dije yo: ay Dios mío, te quedas con mis hijos, ya que me subí al avión, ¡ya menos señor! pensé que me fui a otro mundo, a otro planeta, y por más que le ponga brillo y le busque no, no es para mí, y no vuelvo nunca, y todavía no vuelvo, pero a mi casa... (Reina).

Que sacrificio tan grande dejar a mis hijos, ese es lo que más me puede, que estén creciendo sin mí y sin su padre. Es lo que más me pesa, dejarlos a ellos (Karina).

Esta disyuntiva de quedarse en gls o migrar, les da la oportunidad de analizar diversas opciones para ganarse la vida y en ocasiones incentiva el establecimiento de algún negocio.

Ya mis hijos están más grandecitos, quisiera ya dedicarles más tiempo, que-darme allá, pero la misma necesidad muchas veces lo hace a uno volver otra

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vez al trabajo, y pues uno lo que hace también es dejar las puertas abiertas aquí por lo que se le pueda ofrecer, si este año me tocara ya quedarme allá, pues a la mejor ya atendería un negocio, también ahorita estoy en que quie-ro volver a estudiar (Anónimo).

el Ahorro y lA inversión de lAs mujeres jAiberAs

Las remesas de las mujeres jaiberas, al igual que cualquier otra remesa de trabajadores migrantes, se invierten en la manutención de sus fami-lias, en la educación de sus hijos y en la construcción y compra de casas. Las posibilidades que tienen de ahorrar e invertir en algún negocio de-penden de las condiciones familiares de las mujeres, no sólo de las con-diciones laborales.

Así como rayaba, se los mandaba a mis hijos. Todos mis hijos estudiaron, la mayor es contadora, y la que sigue es secretaria, el más chico es doctor. Yo tenía pensado poner una tortillería, pero ¿cuándo me iba a alcanzar, para mi mamá, para mi hijo en la escuela, y para hacer esa tortillería? Poner un nego-cito y ya no venir para acá, pero pues, no he podido juntar para mi sueño todavía, pero algún día, voy hacer tortillas, aunque sea a mano para vender-las (Reina).

De las diez entrevistadas en Carolina del Norte dos declararon haber invertido las remesas. En uno de los casos el negocio sigue funcionando, y en otro, el negocio fracasó a causa de que los empleados se involucra-ron en negocios ilícitos.

Mi mamá tiene una doble rodado y quiere que cargue gente, lo poquito que llevo lo meto ahí o le presto dinero a algunas muchachas es lo que hago, les cobramos intereses y también les ayudo a mis hermanos que tienen un vive-ro en Graciano Sánchez [población cercana a gls] también les ayudo y cuan-do yo ocupo me dan ellos (Jesús).

Teníamos un negocio de taxis allá en Culiacán, Radio-Taxis y pues, ya vez que allá se vive la vida… un destroyer que son. Teníamos 5 taxis y cuan-do no chocaban, unos chocaban otros, bien cara la aseguranza, cualquier

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golpecito, sale muy caros lo que tienes que estar pagando. Estaba asociada con un hermano, y mis otros hermanos también trabajaban, ellos eran cho-feres. Nomás que nosotros quitamos ese negocio en primera porque última-mente, tuvimos muchos accidentes, golpecitos leves, pero costosos, y apar-te que empezaron muchos problemas, como metieron gente, choferes ajenos a la familia, empezaron a querer trabajar droga en los carros, eso fue algo que no nos convino. Invertimos, en ese año y medio, como 50,000 pesos (Hipólita).

Cada temporada las jaiberas ahorran con el objetivo de invertirlo en algún negocio para ya no tener que volver a migrar.

Logramos ahorrar unos 4,000 o 5,000 dólares, mi mamá tiene una tienda chiquita y a mí me gustaría invertir allí con ella, también me gustaría vender ropa, calzado, invertir en algo para mover el dinero, que no se gaste y estar mucho más cómodos nosotros, dedicarle poquito tiempo no más al trabajo (Hipólita).

Yo envió cada 8 días, cada 15 días, a veces le pongo 150, a veces 200, a como puedo voy mandando a mi mamá, que ella es la que me cuida a mi niño. También ahorro porque tengo planes de comprar una casa, quiero comprar una casa en México, para mi hijo, yo siempre pienso en el futuro de mi hijo, yo ya no pienso en mí (Tomasa).

Ahora que trabajamos bien y que ganamos bien gracias a Dios, si nos permite ahorrar un poco, pero el año pasado que no trabajamos nada como quien dice, fue muy poco lo que ganamos, pues mandaba cada 15 días a fuerza. Y pues ahorita llevo ahorrado como 2,500 dólares. En Leyva me gus-taría poner un negocio, una tienda de abarrotes (Karina).

Pero también ahorran para volver a Leyva y no tener que trabajar una temporada. Después de largas jornadas de trabajo en Carolina del Norte, llegan a Leyva con ahorros suficientes para descansar unos me-ses, “El tiempo que estoy allá no lo trabajo, de aquí sale para pagar los recibos y la comida” (Reina). “No llevo mucho dinero, pero si voy a lle-gar con unos 500 dólares, ya eso me alcanza para unos 2 o � meses para mantener a las niñas, porque mis hermanas le mandan a mi mama” (Magdalena).

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conclusiones

La migración femenina en Gabriel Leyva Solano ha llegado a ser un fe-nómeno visible en el nivel familiar, de la comunidad y del mercado de trabajo local e internacional. Las mujeres migrantes recurren a distintas estrategias para asegurar que migrar sea seguro y garantizar que el obje-tivo de trabajar y ganar dinero para enviar a casa o ahorrar sea cumpli-do. Es el caso de las mujeres jaiberas que emigran con el respaldo de un contrato y visa de trabajo, con un salario y una vivienda segura. Sin em-bargo, es imperativo humanizar el estudio de las migraciones, la situa-ción de abuso laboral que viven las mujeres jaiberas, sus sacrificios y sentimientos hacia los hijos que dejan en su lugar de origen, así como sus deseos de superación económica, ameritan investigaciones profundas y una interpretación multidisciplinaria que den cuenta a políticos y acadé-micos de la realidad que viven los migrantes y actuar en consecuencia para dar un trato más humanitario.

En Gabriel Leyva Solano funciona una red social con una base insti-tucional, donde se apoyan las mujeres leyveñas para migrar. Las empre-sas jaiberas les brindan la oportunidad de migrar de manera segura a EU. Estando allá, ven las ventajas de quedarse de manera ilegal. Princi-palmente valoran los ingresos y las comodidades que brinda el mercado estadounidense. La razón principal que limita su estancia permanente en EU son los hijos que dejan en su lugar de origen, aunque otras han podido llevarlos. Las mujeres prefieren migrar de manera temporal con la finalidad de poder ver a sus hijos cada año. Pero las que se quedan es-tán formando una base de migrantes leyveños y lazos sociales que ayu-dan a nuevos y futuros migrantes. Así, la migración legal femenina en el trabajo de la jaiba ha incentivado la migración ilegal de hombres y muje-res leyveños a estados de la Unión Americana que no son tradicionales en la captación de inmigrantes mexicanos, como Carolina del Norte.

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R e l a c i o n e s 1 1 6 , o t o ñ o 2 0 0 8 , v o l . x x i x

Como resultado de los estudios feministas y de género, así como de los denomi-nados Men´s Studies, en la década de los ochenta en América Latina se iniciaron análisis sobre los hombres como hombres, centrándose en explorar la identidad y crisis de la masculinidad. En México no fue la excepción, pues desde entonces se han incrementado las indagaciones sobre este tema y objeto de investigación. A partir de la revisión y reflexión de parte de la producción sobre masculinidades en el país, en este trabajo se aborda un problema teórico-metodológico relaciona-do, por un lado, con el desplazamiento de las relaciones de poder y dominación masculina por las de crisis de identidad entre hombres, por otro, los desfases conceptuales que existen al hablarse de forma indiferenciada de identidad mas-culina, masculinidad y masculinidades; asimismo, se destacan aportaciones et-nográficas en el estudio de las masculinidades al incluirse conceptos como géne-ro, poder y clase, análisis regionales, la exploración de etiquetas culturales y los traslapes entre masculinidades y homosexualidad masculina. Finalmente, se se-ñalan algunas líneas de investigación relevantes para profundizar en la construc-ción de masculinidades.

(Masculinidades, género, poder, clase, homosexualidad masculina)

introducción

studiar a los hombres como hombres fue un planteamiento académico –y político– consistente en dejar de verlos como representantes de la humanidad; hacer visible el género para los hombres considerando que son producto y produc-

tores de género a través de la historia y en sus relaciones cotidianas con

debateS y aporteS en loS eStudioS Sobre maSculinidadeS en mÉXico

Óscar Misael HernándezUniversidad Autónoma de Tamaulipas

*[email protected]

E

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ÓscaR misael HeRnÁndez

las mujeres y otros hombres (Kimmel 1996 y Gutmann 1997). Este plan-teamiento es lo que se denomina el estudio de la identidad masculina, la masculinidad o masculinidades, según sea la corriente y enfoque teóri-co-metodológico desde el que se hacen dichos estudios.

En América Latina, las investigaciones sobre los hombres como hom-bres iniciaron a finales de la década de los ochenta (Viveros Vigoya 200�). Influenciados por los estudios feministas y de género realizados en paí-ses anglófonos durante los años sesenta y setenta, académicos y acadé-micas empezaron a estudiar a los hombres haciendo uso del género como una categoría útil para desentrañar las relaciones de diferencia y desigualdad sexual entre hombres y mujeres.

Asimismo, tales investigaciones se desarrollaron como consecuencia del surgimiento de los llamados Men´s Studies (Estudios de los Hom-bres) en Estados Unidos, campo de indagación del que retomaron algu-nas perspectivas teóricas como la del análisis de la identidad y crisis de la masculinidad (Minello Martini 2002 y Viveros Vigoya 200�). Por ejem-plo, al cuestionar desde qué teorías se han estudiado las masculinidades y criticado la producción teórica en este campo de investigación, Mi-chael S. Kimmel observa que: “Es interesante señalar que el trabajo de teorizar sobre la masculinidad en gran parte ha sido tomado por los es-critores británicos y australianos, mientras que los teóricos de Estados Unidos han tendido a hacer la mayoría de las indagaciones psicológi-cas” (1992, 1�2).

Según Mara Viveros Vigoya (200�), en Latinoamérica los y las acadé-micas han abordado el estudio de los hombres en lo que denomina cua-tro ejes temáticos: 1) la paternidad: prácticas y representaciones; 2) los ámbitos de homosocialidad masculina; �) salud reproductiva y sexuali-dad masculina y; 4) el concerniente a las fronteras sexuales. Desde mi punto de vista, estos ejes temáticos o de análisis han tenido como objeto de estudio la construcción de masculinidades en diferentes contextos sociales, regiones, clases sociales y grupos étnicos.

En este trabajo me propongo hacer una revisión y reflexión de algu-nas investigaciones sobre la construcción de masculinidades realizadas en México. Específicamente haré hincapié en los principales debates teó-ricos y las aportaciones etnográficas que se han hecho sobre el estudio de los hombres como hombres desde una –o varias– perspectiva de géne-

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debates y aPoRtes en los estudios sobRe masculinidades

ro. Aún cuando la revisión de investigaciones no es exhaustiva, a partir de esta es posible conocer parte del estado de la cuestión sobre el tema en el país, así como identificar desfases conceptuales y líneas de indaga-ción pendientes.

identidAd mAsculinA, mAsculinidAd o mAsculinidAdes

En México, los estudios sobre los hombres como producto y productores de género empezaron a finales de los años ochenta y se incrementaron en los noventa. Para Ana Amuchástegui Herrera (2001), el trabajo con y los estudios sobre los hombres en el país surgieron como respuesta a un movimiento social de mujeres y en conjunto con él, formando parte de un movimiento general por la equidad de género en el que participan algunos hombres mediante programas y talleres grupales, cuestionando sus posiciones de privilegio y los costos en sus relaciones sociales con las mujeres. Asimismo, Amuchástegui Herrera señala que los estudios so-bre hombres son producto de políticas internacionales sobre violencia, sexualidad y salud reproductiva, así como de financiamientos para rea-lizar programas y estudios sobre las masculinidades.

Los académicos mexicanos –y no mexicanos– también se han intere-sado en estudiar la construcción de masculinidades en relación con los ejes temáticos mencionados por Viveros Vigoya líneas atrás. Sin embar-go, a manera de premisa planteo que los estudios realizados en México, así como en otros países latinoamericanos y anglófonos, presentan dos problemas teórico-metodológicos centrales.

El primero se refiere a lo que Joan Vendrell Ferré (2002, �6-�8) deno-mina un desplazamiento del interés por estudiar las relaciones de poder y dominación masculina y su sustitución por supuestos problemas de identidad1 entre los hombres, y el segundo al uso indiferenciado entre

1 Según Aguado y Portal, “La identidad, pensada desde la experiencia, se estructura sobre la pregunta ¿quién soy?, y ¿quién soy frente al otro? Sin embargo, para la compren-sión cabal del proceso no basta el reconocimiento de la propia especificidad en contraste con el ‘otro’. Es necesario estudiar cómo se construye y se recrea dicha especificidad” (1991, �1). Respecto al tema en cuestión, los estudios sobre la identidad masculina aluden

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los términos identidad masculina, masculinidad y masculinidades. Kenneth Clatterbaugh (1998) ha señalado acertadamente que existe una imprecisión conceptual, ya que no hay una definición consensuada res-pecto a estos términos.

Desde el surgimiento de los Men´s Studies se propuso estudiar a los hombres argumentando que atravesaban por una crisis identitaria como consecuencia de las transformaciones socioeconómicas y culturales (por ejemplo, el ingreso de las mujeres al mercado de trabajo remunerado y a la educación superior, el desempleo de los hombres, las políticas de apo-yo a las mujeres, etcétera), lo cual cuestionaba su autoridad, su desempe-ño como únicos proveedores y su supuesta pertenencia al ámbito de lo público. Con este enfoque se pusieron en segundo plano las relaciones de poder y dominación entre hombres y mujeres (Vendrell Ferré 2002).

En lo que se refiere al segundo, podemos observar que los estudios sobre hombres en México hablan de identidad masculina, masculinidad y masculinidades sin precisar si se usan como sinónimos o si tienen ma-tices de diferencia. Sin embargo, los académicos mexicanos que estudian a los hombres como hombres no son los únicos que hacen uso indiferen-ciado de estos términos: también estudiosos de otros países incurren en estas imprecisiones (véanse, por ejemplo, Rotundo 199�; Kimmel 1996 y Connell 200�).

Cabe señalar que si bien antaño se usaba la noción de masculinidad en singular, desde principios de la década de los noventa se ha cambiado y se plantea superar el término masculinidad y reemplazarlo por mascu-linidades, reconociendo la diversidad de experiencias de los hombres y los riesgos de una perspectiva esencialista que englobe a todos los hom-bres en una sola identidad (Ramírez 199�, 58 y Shepard 2001, 11-12).

Estos problemas son notorios cuando observamos los posiciona-mientos teóricos de los académicos. Todos coinciden en que las identida-des masculinas, la masculinidad o las masculinidades son construccio-nes sociales –e incluso construcciones culturales– de los significados de

a una crisis individual de los hombres al cuestionarse a sí mismos como proveedores y autoridad familiar. No obstante, pasan por alto procesos estructurales y relaciones de poder que inciden en este cuestionamiento masculino.

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debates y aPoRtes en los estudios sobRe masculinidades

ser y actuar como un hombre en diferentes tiempos y sociedades (Gut-mann 2000; Minello Martini 2002; Ramírez Solórzano 2002; entre otros).

Si bien, adoptan un enfoque construccionista y privilegian las subje-tividades no matizan qué es lo construido, ¿la identidad masculina, la masculinidad o las masculinidades?, ¿los hombres en tanto que produc-to y productores de género?, ¿los significados de ser hombre? Pienso que es necesario hacer una reflexión minuciosa sobre el construccionis-mo social o cultural al que aludimos, pues en mi opinión este enfoque es útil y necesario para explorar temas como éste y otros.

Considero que esta reflexión debe partir del género como concepto y categoría analítica (más adelante abordo este tema). Como plantea Ian Hacking (2001), respecto al género existen diferentes enfoques construc-cionistas y, sobre todo, hay diversas críticas al construccionismo del gé-nero. Él plantea que, en todo caso, lo que es socialmente construido no son las personas individuales, sino estas personas dentro de una deter-minada clasificación de género.

Al partir de los planteamientos teóricos del feminismo y los estudios de género, pienso y propongo que los estudios sobre los hombres más bien deben analizar el proceso de construcción de diferencias y desigual-dades sexuales entre hombres y mujeres y hombres entre sí en tiempo histórico y espacio social, en el marco de relaciones de poder que operan en el nivel estructural e interaccional.

Asimismo, concibo que hablar de identidad masculina, masculini-dad o masculinidades depende de si optamos por un individualismo metodológico o una perspectiva relacional, y de ser esta última es nece-sario hablar de la construcción de masculinidades dado que hay variaciones históricas y culturales tanto de las representaciones como de las relacio-nes de género construidas y negociadas entre hombres y mujeres y hom-bres entre sí en diferentes momentos, contextos y situaciones.

mAsculinidAdes: género, poder y clAse

Por otra parte, los estudios sobre los hombres en México han sido enri-quecedores al adoptar los conceptos de género, poder y clase. En ellos podemos identificar, primero, la constante preocupación por usar el gé-

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nero como una categoría útil para identificar diferencias culturales entre hombres y mujeres y su uso en la organización de las relaciones de po-der (Scott 1988 y Mallon 2002).

Sin embargo, es común que los autores enfaticen, por un lado, que sus estudios son hechos desde “una perspectiva” de género, y por otro que aludan frecuentemente a “los géneros”, postulando que hay un gé-nero masculino y otro femenino (Escobar Latapí 1998; Núñez Noriega 2000; Ramírez Solórzano 2002; Ramírez Rodríguez 200�; entre otros).

Al respecto, considero que no hay una sola perspectiva de género, ya que las conceptualizaciones van desde concebirlo como una red o conjun-to de relaciones sociales (Ramos Escandón 1991, 12 y Benería Roldán 1992, 24), como una construcción social de significados (Lamas 1996, �22 y Mallon 200�, 20-21), hasta como un sistema ideológico sobre las diferen-cias sexuales (Flores Palacios 2001, 17 y Castellanos Llanos 200�, 20-21).

Y dado que el género originalmente fue propuesto como un concep-to para analizar las diferencias sexuales y los significados culturales atri-buidos a los sexos en diferentes tiempos y contextos (Scott 1988 y Lamas 1996), no hay géneros sino ideologías y representaciones sociales de gé-nero que se vinculan con las categorías dicotómicas de lo masculino y lo femenino.

Como observó Francoise Héritier, lo masculino y lo femenino for-man parte de un “pensamiento de la diferencia”, pensamiento que no se refiere a “contar y enumerar la naturaleza, variaciones y grados de la diferencia y de las jerarquías sociales establecidas entre los sexos en to-das las partes del mundo, sino de tratar de comprender las razones des-de el punto de vista antropológico” (2002, 7), es decir, para Héritier las categorías de lo masculino y lo femenino forman parte de imaginarios, ideas y prácticas relacionadas con los cuerpos, sus fluidos, la reproduc-ción, etcétera, que simultáneamente constituyen un sistema ideológico binario sobre la diferencia sexual, sistema que está presente en diversas sociedades (formando parte de lógicas sociales) y que varía histórica y culturalmente.

Respecto al concepto de poder, uno de los más importantes al mo-mento de estudiar la construcción histórica y social de masculinidades –al igual que de feminidades–, la mayoría de los autores parten de la conceptualización weberiana del poder concibiéndolo como algo que

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tienen todos los hombres y ejercen contra las mujeres, dominándolas, subordinándolas y violentándolas.

Son contados aquellos que proponen una mirada relacional del poder planteando que éste no es algo que se tenga y se delegue, sino que es un proceso continuo de relaciones asimétricas y conflictivas que se dan a ni-vel vertical, horizontal y familiar (Stern 1999 y Ramírez Solórzano 2002).

Al respecto, es necesario retomar la propuesta de la dominación mas-culina de Pierre Bourdieu, quien al abordar la cuestión de la “asimila-ción de la dominación” masculina, afirma que: “La fuerza especial de la sociodisea masculina procede de que acumula dos operaciones: legitima una relación de dominación inscribiéndola en una naturaleza biológica que es en sí misma una construcción social naturalizada” (2000, �7).

Es decir, para Bourdieu las diferencias corporales y sexuales están inmersas en esquemas de pensamiento y orden social androcéntricos que “justifican” la dominación masculina; dominación que parte de una realidad biológica de los cuerpos para construir las diferencias entre los sexos y de esta manera legitimar la relación dominante de los hombres sobre las mujeres en diferentes momentos, espacios y situaciones de in-teracción social.

Otro autor que habría que considerar para el tema de las relaciones de poder y dominación masculina es Maurice Godelier (1986), quien en su libro La producción de grandes hombres argumenta que las desigualda-des sexuales pueden presentarse en sociedades con clases sociales como sin ellas y, además, que las desigualdades sexuales no sólo se establecen entre hombres y mujeres, sino también entre hombres, reforzándose de esta forma la dominación masculina.2

En cuanto al uso del concepto de clase, los autores mexicanos se han centrado principalmente en el estudio de la construcción de masculini-dades entre hombres y mujeres que residen en “sectores populares”, incluso que pertenecen a “clases medias”. Sin embargo, la clase se da por sentada como algo existente, como una forma específica de la des-

2 De igual forma, es necesario retomar los planteamiento de Michel Foucault sobre el poder, quien al respecto señala que: “En lugar de analizar el poder desde el punto de vista de su racionalidad interna, se trata de analizar las relaciones de poder a través del enfrentamiento de las estrategias” (1998, 5).

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igualdad social distinta de otras formas como el género y no conciben que la clase en sí presenta una dimensión de género (Crehan 2004).

Tal es el caso del trabajo de Gutmann (2000), quien realizó su estudio en la colonia popular Santo Domingo de la ciudad de México durante los años noventa. La historia antropológica que se propuso construir Gutmann respecto a las “cambiantes” masculinidades en el centro del país considera la clase como un concepto crucial para desmitificar la noción de machismo mexicano y la supuesta identidad nacional.

En opinión de Kate Crehan (2004, 211-216), Gutmann concibe la clase como una dimensión diferente del género para analizar los cambios en las representaciones y relaciones entre hombres y mujeres, pero no ve la clase como una herramienta heurística que permite conocer tanto des-igualdades sociales como diferencias y asimetrías sexuales entre hom-bres y mujeres. Para esta autora, además, Gutmann parte de una noción antropológica de cultura que plantea una transición de lo tradicional a lo moderno y, por consiguiente, cambios en las masculinidades y las re-laciones de género.

mAsculinidAdes y Análisis regionAl

Más allá de las corrientes, enfoques teóricos, conceptos utilizados y te-máticas abordadas, desde los años noventa los estudios sobre los hom-bres y la construcción de masculinidades en México se han caracteriza-do por un auge regional que, si bien no se proponen comparar sus hallazgos respecto a otros realizados en diferentes contextos del país, sí permiten conocer diferencias y similitudes en cuanto a representacio-nes, identidades y relaciones de género.�

� Al respecto, concibo las representaciones de género como imágenes que “se cons-truyen a menudo en términos de dualidades. En otras palabras, las representaciones de la feminidad están determinadas en parte por las representaciones de la masculinidad y viceversa” (Morant 1998, 5); las identidades de género como “un conjunto de prácticas –materiales y simbólicas– estructuradas culturalmente y organizadas desde un lugar so-cial particular” (Lara Flores 1991, 24) y, finalmente, las relaciones de género como “el encuentro cotidiano de los papeles masculinos y femeninos [que] nos ofrecen un campo

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La tendencia regionalista contribuye a la propuesta metodológica latinoamericana que plantea abrir nuevos horizontes conceptuales al estudio de las masculinidades, es decir, explorar otras líneas de investiga-ción sobre el tema considerando las diversidades regionales; asimismo hacer una conceptualización original en lo que se refiere a la significa-ción de lo regional para el estudio de la construcción de masculinidades, en contraposición a la idea de que la dominación masculina y las mascu-linidades asumen expresiones nacionales únicas, es decir, que existe una identidad nacional homogénea que define a todos los hombres.

Al respecto, las aportaciones etnográficas que han hecho otros auto-res de América Latina como Mara Viveros Vigoya (2001), Norma Fuller (2001), Teresa Valdéz y José Olavarría (1997, 1998 y 2001), denotan cómo la construcción de masculinidades en sus países de origen (Colombia, Perú y Chile, respectivamente) varían culturalmente: hombres de zonas rurales pauperizadas y pertenecientes a grupos étnicos conciben ser hombre de una forma más allegada al machismo, mientras que hombres mestizos de zonas urbanas-desarrolladas replantean los significados de ser hombre y abogan más por relaciones de género igualitarias.

Dicha propuesta y aportaciones son importantes, pues permiten des-mitificar la supuesta identidad masculina homogénea y nacional (“lo me-xicano”) de los hombres mexicanos como machos, violentos, vulgares, etcétera.4 Por ejemplo, desde principios del siglo xx podemos encontrar estos intentos de trazar una imagen peyorativa de los hombres. Así, en la literatura autores como Manuel Payno (2002) y Juan Rulfo (1955) dieron un retrato de la vida cotidiana tanto de los hombres como de las mujeres del medio urbano y rural; desde el ensayo Octavio Paz (1950) dio la ima-gen de una supuesta identidad nacional en donde los hombres son exalta-dos como fuertes, sin emociones, y las mujeres como débiles y sumisas.

privilegiado para comprender la construcción social y cultural de categorías de género” (Mummert 200�, �70).

4 En relación con este punto, Norma Fuller afirma que “El machismo ha sido defini-do como la obsesión del varón con el predominio y la virilidad […] El término fue usado originalmente para describir la representación de hombría del varón mexicano pero ha pasado a ser juzgado como el complejo que caracteriza a los varones latinoamericanos” (1998, 258). Véase también Roth Seneff (1995, 58-62).

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Por otra parte, estudios clásicos como el de Samuel Ramos (19�4), Rogelio Díaz-Guerrero (1967) y Santiago Ramírez (1977) partieron de perspectivas psicológicas para explicar las actitudes y el comportamien-to (inferiores, violentos, etcétera) de los varones mexicanos de clase tra-bajadora. Sin embargo, estas ideas han sido criticadas en la actualidad por algunos antropólogos como José Limón (1989) y Claudio Lomnitz (1995) y ensayistas como Carlos Monsiváis (1992), quienes afirman exis-ten diferencias históricas y culturales en torno a ser un hombre.

Recientemente en México, los estudios sobre los hombres y las mas-culinidades se han realizado en mayor medida en el centro del país (Prieur 1996; Escobar Latapí 1998; Figueroa 1998; Gutmann 2000; Mine-llo Martini 2001; Ramírez Solórzano 2002; Carrillo 200� y Brandes 2004), sin embargo, a la fecha contamos con investigaciones realizadas en el norte (Alonso 1992; Escobar Latapí 1998; Núñez Noriega 2000; French 2000 y Sánchez Rivas 2004), en el occidente (Arizpe 1989; Ramírez Ro-dríguez 200� y González Pérez 200�) y en el sur (López Moya 2001; Hig-gins y Cohen 2002 y Miano Borrusco 200�).

Estos autores han privilegiado una gama de ejes temáticos en los que cabe mencionar el ejercicio de la paternidad, las relaciones conyugales, el uso y consumo de alcohol, la violencia, la homosexualidad, la sexua-lidad y la salud reproductiva. Aunque los autores que han estudiado la construcción de masculinidades en el país no lo han resaltado, notamos claras diferencias culturales vinculadas con las regiones.

Por ejemplo, los hombres del sur del país que pertenecen a grupos étnicos aluden más a la tradición comunitaria y a “el costumbre” de ejercer poder y subordinar a las mujeres en la casa; son ellos quienes detentan la autoridad pública en asuntos relacionados con la comu-nidad, aunque en ocasiones las mujeres intervienen confrontando la hombría, la violencia y la autoridad de estos hombres ante otros (López Moya 2001).

En el centro del país, por otro lado, encontramos claras diferencias de clase y de género en la construcción de masculinidades. El estudio de Matthew C. Gutmann (2000) señala que tanto hombres como mujeres conciben el ejercicio de la paternidad no sólo como diferente, sino tam-bién como distinto del que ejercen hombres de clase alta, ya que éstos son un tipo de padres ausentes que emplean a sustitutas para que se

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encarguen de sus hijos y, cuando están en casa, no demuestran el mismo afecto que ellos con su progenie.

Por otro lado, Gutmann menciona el papel relevante que han tenido las mujeres en la negociación de las masculinidades, especialmente me-diante su participación en movimientos sociales y políticos, cuestionan-do las supuestas fronteras entre lo público –para los hombres– y lo pri-vado –para las mujeres–.

En el norte del país, por último, observamos que la dimensión eco-nómica juega un papel importante en la construcción de masculinida-des. Por ejemplo, Ana María Alonso (1992) notó en el pueblo de Nami-quipa, Chihuahua, que los varones concebían de forma diferenciada trabajar en México como campesinos y en Estados Unidos como inmi-grantes. Por un lado, plantean que en México es posible trabajar con gus-to, significando esta expresión una forma de recreación social en activi-dades laborales, pero también las mujeres conciben que trabajar con gusto es diferencial en ambos lados de la frontera: en “el otro lado” pue-den fungir como proveedoras y cuestionar la autoridad y violencia de los varones valiéndose de las leyes norteamericanas, no así en México.

Estas diferencias regionales nos permiten nuevamente hacer hinca-pié en el carácter histórico-contextual y cambiante de la construcción de masculinidades. Las diferencias regionales en cada país, relacionadas con procesos económicos, culturales y étnicos, conllevan a la formación de diferentes formas de ser y actuar como hombre y a un proceso dife-renciado de la construcción de masculinidades por parte de los hombres y las mujeres. En México, como en otros países de Latinoamérica, la construcción de masculinidades conlleva diferencias regionales dadas las constantes transformaciones socioeconómicas y culturales que emer-gen a través de la historia local y regional.

mAsculinidAdes y etiquetAs culturAles

El análisis de las etiquetas culturales o clasificaciones populares de las masculinidades ha sido otro de los objetivos de los autores latinoameri-canos para comprender las imágenes ideales de ser hombre (Viveros Vigoya 1997 y 1998; Fonseca 200�; Olavarría 2001). En el caso mexicano,

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Óscar Misael Hernández (2004) identificó y analizó las etiquetas de hom-bres cabrones y hombres responsables en una colonia popular de Ciudad Victoria, Tamaulipas.

Hernández describe que la etiqueta de cabrón se asocia a la capaci-dad sexual y de conquista femenina de los hombres, a la habilidad en el trabajo reconocida socialmente y al valor de hacer frente a conflictos in-terpersonales; mientras que ser responsable se asocia con el hombre pro-veedor y participativo en labores del hogar y la crianza de los hijos. Sin embargo, argumenta que no se trata de clasificaciones binarias de la construcción de masculinidades; dado que los significados son múlti-ples y pueden llegar a ser contradictorios, hombres cabrones y hombres responsables constituyen etiquetas populares entrecruzadas.

Comparativamente estos hallazgos difieren de los encontrados por antropólogos como Julian Pitt-Rivers (1971 y 1977), quien en los sesenta estudió el concepto de honor y la política de los sexos en Grazalema, España; así como de Stanley H. Brandes (1980), que durante los setenta analizó la sexualidad y el estatus social en Andalucía, España; y con el de Matthew C. Gutmann (2000), quien en los noventa hizo un análisis sobre los significados de macho en una colonia popular de la ciudad de México.

Estos autores mencionan el término cabrón usado por hombres y mu-jeres en sus contextos históricos y culturales de estudio, considerando que éste es el símbolo de la sexualidad masculina, específicamente una etiqueta para los hombres que son engañados por sus mujeres con otros hombres y que son denominados cornudos. Respecto al término respon-sable, Rubén Kaztman (1992) cuestionó la responsabilidad de los hombres latinoamericanos como proveedores económicos del hogar y, reciente-mente, Santiago Bastos (1998) comparó las relaciones y negociaciones conyugales en hogares mestizos e indígenas de Guatemala y concluyó que los hombres no son tan irresponsables como se supone, ni su autori-dad es absoluta.

Regresando a México, en el sur del país Martín de la Cruz López Moya (2001) captó las representaciones de la masculinidad entre indíge-nas tojolabales de Chiapas, o como también las denominó, las construc-ciones locales de género. Él dedujo que entre esta etnia hacerse un hom-bre cabal constituía “una práctica que es estructurada a partir de la

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producción de distinciones entre lo masculino y lo femenino y, a la vez, como una competencia social por la legitimación de una representación dominante de las construcciones genéricas” (2001, 2�2). Una aportación interesante en este trabajo es la distinción que López Moya hace al iden-tificar que hacerse hombre cabal entre los tojolabales incluye “tener ca-bal el cuerpo de hombre” y “tener cabal el pensamiento de hombre”.

Según López Moya, la primera distinción alude a la capacidad de fe-cundar y procrear (además de no ser homosexual), mientras que la se-gunda incluye pensar como un hombre, es decir, demostrar ser capaz de representar, proteger, mandar y mantener a su familia, además de ha-blar, caminar y vestir como un hombre. Estas dos distinciones que a mi parecer el autor usó como categorías analíticas, tienen la ventaja de mos-trar que hacerse un hombre entre los tojolabales es un proceso dialéctico vinculado con representaciones de género y relaciones entre hombres y mujeres en diferentes espacios de interacción social.

Hasta aquí, lo relevante de estos estudios sobre la construcción de masculinidades es observar cómo hombres y mujeres en su vida cotidia-na construyen etiquetas para clasificar los comportamientos culturales de los hombres. Sin embargo, hay que considerar a Andrea Cornwall y Nancy Lindisfarne (1994) quienes nos advierten de los riesgos de estu-diar etiquetas de género y verlas como categorías dicotómicas.

Ellas recomiendan hacer indagaciones comparativas que tomen en cuenta descripciones detalladas de interacciones sociales y cómo se usan las etiquetas en contextos sociales diferentes. Y para examinar las difi-cultades de traducir significados particulares de masculinidad –o femi-nidad– de un contexto social a otro, mencionan que los antropólogos deberían antes identificar sus propias concepciones culturales sobre la masculinidad o la feminidad. Podríamos agregar que también es nece-sario captar las reflexiones de hombres y mujeres sobre sus concepcio-nes de género en la vida cotidiana.

mAsculinidAdes y homosexuAlidAd mAsculinA

Otro eje de análisis a mi ver de suma importancia, es el estudio de las relaciones de poder y la construcción de masculinidades con referencia

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a la heterosexualidad y la homosexualidad masculina, así como la cues-tión de la actividad-pasividad en las relaciones homoeróticas (Núñez Noriega 2002 y Carrillo 200� y González Pérez 200�).

Lo autores que abordan estos temas han señalado que la homosexua-lidad masculina es una concepción cultural sobre ser hombre poco consi-derada o descartada, cayendo los estudios sobre la construcción de mas-culinidades en un tipo de homofobia al centrarse exclusivamente en los modelos y concepciones de ser hombre heterosexual (Jiménez 1998).

Por ejemplo, Guillermo Núñez Noriega (2000) ha dado prioridad al estudio de la homosexualidad masculina analizando relaciones sexuales entre hombres de Hermosillo, Sonora, y planteando que las nociones de masculinidad (hegemónica/heterosexual) son borrosas, ya que ser hom-bre para los hombres de su contexto radica en tener sexo tanto con muje-res como con hombres, y que las categorías dicotómicas de actividad/pa-sividad sexual son borrosas, al igual que lo señalan Roger Lancaster (1992 y 1998), Richard Parker (1998) y Rolando Jiménez (1998) para el caso de Nicaragua, Brasil y Chile, respectivamente.

Otros autores mexicanos que se han interesado en la homosexuali-dad masculina en México son César Octavio González Pérez (200�) y Héctor Carrillo (200�). Valiéndose de estudios etnográficos entre hom-bres homosexuales, travestis y heterosexuales, ellos plantean desmante-lar las dicotomías de actividad/pasividad sexual y mencionan que la homosexualidad masculina está más cerca de las imágenes de virilidad de lo que se piensa.

Al respecto, cabe señalar que Laura Cummings (1991), para el con-texto fronterizo de México y la población chicana en Estados Unidos, ha afirmado que las imágenes de feminidad son centrales en la mitigación de agresión y hostilidad intergrupal y en la creación de humor. Una cla-ra referencia a cómo entre varones heterosexuales, a través de juegos es-catológicos (aparentemente violentos), usan esquemas de homosexuali-dad masculina para demeritar la hombría posicionando a los otros como mujeres en los albures.

Visto así, las masculinidades y la homosexualidad masculina se en-cuentran traslapadas. Un ejemplo de ello es el dilema cultural que en-frentan hombres gay al plantearse hacer pública su preferencia y orienta-ción sexual ante la sociedad, pues de esta forma “trasgreden” ideologías

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de virilidad y heterosexualidad predominantes. Al respecto, Porfirio Mi-guel Hernández Cabrera señala que “la declaración liberacionista (de ser gay) se convierte en un instrumento de control social y el sistema hete-rosexista permanece incólume, sólo que más informado” (2001, 87).

Desde otro ángulo, en un estudio reciente sobre la subjetivación, el deseo y la corporalidad entre hombres presos en una cárcel del Distrito Federal, Rodrigo Parrini Roses exploró la masculinidad desde el erotis-mo y la sexualidad. Si bien, descubrió relaciones heterosexuales intrape-nitenciarias, también identificó dos formas de prostitución masculina: por un lado aquella que ejercen hombres jóvenes que necesitan dinero, pero que “son muchachos que no se identifican como homosexuales y que encuentran en la prostitución frecuente o esporádica una fuente de ingresos” (2007, 178), y por otro la prostitución que ejercen internos tra-vestis, quienes “destacan la feminidad como un rasgo central en su atrac-tivo sexual” (2007, 192).

Los estudios citados muestran la necesidad de explorar la construc-ción de masculinidades en la homosexualidad masculina, incluso a la inversa. Por ejemplo, Óscar Misael Hernández (2004) descubrió que para algunos hombres jóvenes y adultos de la capital de Tamaulipas, ser muy hombre significaba tener relaciones sexuales no sólo con mujeres, sino también con hombres, siempre y cuando se desempeñen el papel de activos y no de pasivos en la relación sexual: una referencia más a la dominación masculina incluso en vínculos homosexuales y homoeróti-cos entre varones.

A mAnerA de conclusiones

En general, éstos son algunos de los debates teóricos y aportes etnográfi-cos que se han realizado en México, y en otros países citados, sobre la construcción de masculinidades. Sin embargo, como señala Mara Viveros Vigoya (200�), aún falta matizar la relación de los hombres con el poder, tanto institucional como interpersonal, así como estudios sobre la cons-trucción y negociación de las masculinidades en distintos contextos.

Según esta autora, son necesarios análisis sobre cómo afecta a los hombres la feminización actual de muchas labores desempeñadas tradi-

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cionalmente por hombres; indagar los efectos de la reestructuración eco-nómica y social en los proyectos y experiencias de vida masculina; y so-bre todo, abordar la construcción de masculinidades no sólo como una construcción histórica y cultural, sino también como algo subjetivo: el cuerpo como un hecho cultural y psíquico y las implicaciones de la dife-rencia sexual.

En gran medida estos análisis se han empezado a desarrollar en Mé-xico. Un ejemplo de ello son los estudios sobre el tema publicados en dos libros. El primero titulado Debates sobre masculinidades, coordinado por Gloria Careaga y Salvador Cruz Sierra (2006). El segundo titulado Sucede que me canso de ser hombre…, coordinado por Ana Amuchástegui e Ivonne Szasz (2007). Ambos son obras por demás relevantes que explo-ran y profundizan en nuevas líneas de investigación.

Los temas abordados en tales libros son: identidad, sexualidad, glo-balización, políticas públicas, ciudadanía, subjetividades, reproducción, vida conyugal, migración, corporalidad, paternidad y violencia. Cla-ramente, una diversidad de dimensiones para explorar el proceso de construcción de masculinidades en diferentes ámbitos y contextos, pues como argumentan Amuchástegui y Szasz (2007, 16), “los “cuerpos [mas-culinos] encarnan prácticas de género presentes en el tejido social”.

En general, las aportaciones pasadas y recientes sobre el estudio de la construcción de masculinidades en México, así como los debates teóri-cos generados, en gran medida han hecho una contribución importante a este tema y objeto de investigación. Por supuesto, persisten problemas teórico-metodológicos debido a la diversidad de posturas y estrategias de investigación utilizadas, pero esto forma parte del proceso de análisis y desarrollo científico.

Finalmente, cabe destacar que la confluencia de investigadores ex-tranjeros y nacionales interesados en explorar la construcción de mascu-linidades en el país, ha propiciado debates teóricos y aportaciones etno-gráficas enriquecedoras sobre este tema. Ya sea desde la historia, la sociología, la psicología o la antropología, unos y otros investigadores han mostrado un panorama relevante de lo que significa ser y actuar como un hombre para los hombres y las mujeres en diferentes tiempos y contextos.

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reSEñaS

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El ocaso de las sociedades precapi-talistas implica, en realidad, no su des-vanecimiento, sino su transformación. Dos trabajos fundamentales en este campo son el Collapse of Complex Socie-ties de Joseph Tainter (1988) y The Co-llapse of Ancient States and Civilizations de George Cowgill y Norman Yoffee (1988). La obra reseñada aquí es en cierto modo la “continuación” de estos dos libros, ya que pretende indagar a fondo en los cambios transformativos que afectan a una sociedad precapita-lista después de su colapso. Con el tér-mino colapso nos referimos a la caída de un conjunto de instituciones politico-económicas que en algunos casos se restablecen al experimentar un proce-so de regeneración.

El comportamiento humano como se ve reflejado en la creación de las so-ciedades complejas ha sido ignorado en buena medida por distintas corrien- tes antropológicas como son el evolu-cionismo lineal y la arqueología tanto procesual como, desde luego, postpro-cesual. En la actualidad, existe un con-senso general de que las sociedades son mucho más complejas de lo que algu-na vez pensábamos y, por lo tanto, no pueden ser encajadas en tipos y/o cate-gorías simplistas. Además, está claro que la posición del individuo es relati-va a los procesos sociales y estructuras cambiantes, así como a las interaccio-nes con otros grupos. Otra debilidad de la disciplina –desde sus orígenes– ha sido su enfoque en las fases más sobresalientes, olvidándose sistemáti-camente de las “épocas obscuras” que innegablemente han existido para dis-tintas unidades culturales. El registro histórico presenta momentos de regene-ración a partir de ciertas “épocas obs-curas” –“ocasos”– de varias entidades políticas; por ejemplo, en los Andes, el Valle de Éufrates y China, entre otras. Con el colapso, ideologías propias, sis-temas urbanos e, incluso, estados, que-dan abandonados. Por ende, el proceso de regeneración precisa de la recons-trucción de algunos de estos elemen-tos. Los factores climáticos pueden ju-gar un papel igualmente importante al favorecer, por ejemplo, un aumento en

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Reseñas

la producción de excedentes agrícolas, como fue el caso de la regeneración de la sociedad griega (a partir de 800 a.n.e.) después del colapso micénico (ca. 1200-1100 a.n.e), donde las condiciones cli-máticas propiciaron la producción de cultivos y fortalecieron el comercio con el Oriente Cercano (cap. 5).

Reflexionar sobre estos procesos de regeneración nos permite plantear nuevos interrogantes de índole antro-pológica, de tal manera que la misma disciplina antropoarqueológica, tras haber atestiguado el colapso propio de muchas de sus preguntas ya rebasadas, se regenere en una forma más afortu-nada (Yoffee 227).

Este libro consta de 14 capítulos y es resultado de un simposio de arqueo-logía celebrado en Milwaukee (Reu-nión Anual de la Society for American Archaeology 200�). En el capítulo in-troductorio y los dos últimos se abor-dan aspectos teórico-metodológicos.

Según Yoffee (2006, 22�), la regene-ración se conceptualiza simplemente como un retorno a una condición. Sien-do un fenómeno altamente dinámico, la complejidad social tiende a adoptar varias formas en el transcurso de la his-toria cultural de un grupo específico de personas. Por ende, se crean esta-dos de segunda generación que nacen a partir de la desintegración de organi-zaciones políticas establecidas con an-terioridad.

Pero, ¿qué es una sociedad com-pleja? La definición utilizada en esta obra, según una nota a pie en la “Intro-ducción” (17, nota 1), establece que son: “sociedades con poblaciones ex-tensas, organizaciones políticas de gran escala y frecuentemente de múl-tiples niveles (estados), patrones de asentamiento (sistemas urbanos) am-plios y jerarquizados y (usualmente) poblaciones socialmente estratifi-cadas” Morris (cap. 5), amplía esta de-finición al incluir como elementos diagnósticos el tributo y la renta, los sistemas de registros de información, y el poder militar, entre otros. Estas diferencias sugieren que aún falta un consenso sobre la definición de la com-plejidad social. Además, las variables mencionadas demuestran más bien la postura teórica (¿sesgo?) del investiga-dor según su área de estudio. Además, la complejidad se evidencia también por la presencia de otros denominado-res igualmente importantes, como son la especialización artesanal y el inter-cambio a larga distancia, entre otros.

El término “colapso” también de-be reconsiderarse, ya que los cambios que tienden a propiciar el surgimiento de nuevas formas de organización no necesariamente implican sólo el in-volucramiento de los grupos domi-nantes. Como leemos en el capítulo 4, de Ellen Morris, durante el Primer Pe-riodo Intermedio del Egipto antiguo

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Reseñas

hubo una fuerte descentralización que empoderó a las estructuras locales an-teriormente reprimidas por el poder exclusivo del Imperio Viejo. Además, en el Imperio Medio se construyeron tumbas suntuosas de individuos no oficiales. Los mismos textos antiguos hablan de la competencia social y de cómo la ideología contribuyó a la re-generación del estado centralizado. Es mediante el análisis de los picos y valles que reflejan las distintas fases de la centralización y descentralización del poder que los arqueólogos estu-dian el desarrollo y la contracción de los estados.

Pese a los distintos enfoques espa-cio-temporales de los artículos inclui-dos en este libro, los autores pretenden responder a una pregunta central: ¿Cómo se regenera una sociedad com-pleja? Esta tarea los lleva a cuestionar los supuestos teóricos de la arqueolo-gía tradicional acerca del desarrollo y ocaso de una determinada sociedad. Analizan y tratan de interpretar fenó-menos culturales distintos que rebasan las fronteras culturales, como son el co-lapso de ideologías y sistemas econó-micos prevalecientes y los movimien-tos poblacionales, utilizando para este propósito un amplio corpus de herra-mientas analíticas que abarca la cultu-ra material y la etnohistoria, pero que ponen especial énfasis en los datos ar-queológicos “duros”; es decir, cambios

en algunos de los índices arqueológi-cos más significativos: la cerámica, la arquitectura y los patrones de asenta-miento, entre otros.

En su contribución, Bennet Bron-son (cap. 9), propone una tipología tri-partita de la regeneración: “falsa”, “es-timulo” y “template”. La “falsa”, que es difícil de percibir en el registro arqueo-lógico, incluye dos subtipos. El primero representa una nueva fase de comple-jidad que se manifiesta en el surgimien-to de otra sociedad compleja en el mis-mo sitio de una anterior, pero sin nexos históricos con ella. El segundo subtipo consiste de un mismo sistema de es-tructuras políticas regionales con no-dos complejos e intrínsecamente eva-nescentes que se traslada de un lugar a otro periódicamente, aunque la estruc-tura regional general permanece rela-tivamente constante. Ejemplo de ello es el sureste de Asia entre 600 y 1500 d.n.e., representado por Sumatra, el archipiélago Riau, Malaysia oriental y occidental, Kalimantan y el sur de Fili-pinas.

La regeneración “estímulo”, en contraste, constituye un tipo de cons-trucción del estado (statecraft). Aunque es real, se basa frecuentemente en he-chos falsos que aluden a un lejano y glorioso pasado con el fin de fortalecer el poder de los líderes locales. Total-mente opuesta a esta categoría es la de la regeneración “template”, en la cual el

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Reseñas

proceso de renacimiento adhiere estre-chamente a un modelo bien documen-tado y entendido, como ilustra el ejem-plo de China. Allí, la regeneración “template” se ha repetido durante los últimos 2,200 años con periodos de ocaso intercalados con épocas impe-riales complejas basadas en referencias claras al imperio anterior con todo y sus instituciones, idiomas, cultura ma-terial y organización política. Gracias a los archivos históricos disponibles, los historiadores de la época Han tar-día (206 a.n.e.-220 d.n.e.) han inven-tariado el ciclo dinástico chino que perpetuaba la idea de que las dinastías han existido allí desde tiempos in-memoriales. Por ejemplo, los estados Song (960-1279) y Ming (1�68-1644) fueron copias fieles del Tang y Song, respectivamente.

Es la ideología que quizá juega el papel más fundamental en la regene-ración, por lo que los fenómenos obser-vados en el registro arqueológico inclu-yen la adopción y/o transformación de ciertos elementos de índole ideoló-gica y el rechazo u olvido de otros. Es-to sugiere que los individuos/agentes tomarán, según sus propios intereses, las decisiones que consideran mejor para reinstitucionalizar ciertos aspec-tos de la sociedad. Durante los siglos xi y xii, algunos sitios mayas en el norte de Yucatán (capítulos 11 y 12) lograron regenerarse, a diferencia de otras ciu-

dades ubicadas en el Petén. La clase dominante en los sitios de Caracol y Mayapan realizó un esfuerzo conscien-te de selección ideológica a través del cual promovió su asociación con el gran sitio de Chichén Itza y, al mismo tiempo, hacía referencias a elementos nuevos provenientes del México cen-tral. Por consiguiente, la ideología que había sustentando a las ciudades-esta-do del periodo clásico maya sufrió una transformación trascendental.

Los autores también impugnan ciertas ideas rígidamente tradiciona-les; por ejemplo, que una sociedad me-nos compleja es más estable. En la contribución de Lisa Cooper (cap. 2) por ejemplo, encontramos un debate sobre este postulado centrado en el ocaso y regeneración de los centros ur-banos de la Época del Bronce en el Va-lle norte del Éufrates en Siria. Esta autora sugiere que el cambio hacia po-blaciones más densas alrededor de 2000 a.n.e. fue interno, e investiga có-mo algunas estructuras sociales (co-mo, por ejemplo, la economía de sub-sistencia) demuestra continuidad, al igual que interacción con poblaciones externas. Durante un periodo de equi-librio de cerca de un siglo después del colapso de los asentamientos grandes, esta región se caracterizaba por un mo-do de vida agrario, un paisaje rurali-zado constituido por asentamientos pequeños y autónomos con un tipo de

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estructura organizacional heterárqui-ca. Logró regenerarse exitosamente al principio del segundo milenio a.n.e., lo que muestra que el urbanismo de la época anterior fue inestable, puesto que colapsó. Sin embargo, se regeneró de nuevo gracias a que los asenta-mientos tuvieron la capacidad (resis-tencia) de recuperarse. Es cierto que una sociedad compleja enfrenta algu-nos problemas de logística que incre-mentan al tiempo que va creciendo. Tal fue el caso de Teotihuacan que, en contraste con el anterior ejemplo, no logró recuperarse. Siendo la metrópo-lis más grande de Mesoamérica, Teoti-huacan tuvo que encarar varios pro-blemas externos, como la expansión del intercambio con áreas lejanas y el sostener una población de más de 150,000 habitantes. Quizá también ex-perimentó problemas internos que, con el tiempo, ocasionaron la implo-sión de ese estado. Lo anterior nos conduce a una pregunta fundamental: ¿Cuáles fueron los mecanismos que hicieron posible ese equilibrio durante el intervalo entre los dos estados? Es-tas consideraciones, además, ponde-ran la interrogante sobre la importan-cia del concepto de la complejidad como un elemento fundamental en los estudios antropológicos y su relación intrínseca con los procesos y mecanis-mos de reproducción social de cada unidad política.

Otra cuestión que permea la obra en un marco explícitamente compara-tivo, es si la regeneración implica una repetición de los procesos conducen-tes al desarrollo de los estados prima-rios, o si en su formación los estados de segunda y tercera generación adop-tan estrategias distintas. En ciertos ca-sos (véase cap. 7), los estados optan por desarrollar nuevas estrategias de acumulación del poder como pode-mos apreciar, por ejemplo, en el caso de la desintegración (colapso) del sis-tema político del imperio Wari en los Andes, considerado el primer imperio en esa región. Conlee (cap. 7) observa que los estudios de colapso que se en-focan en los estados tienden a dejar de lado las áreas periféricas que también forman parte del sistema, cuando en realidad el colapso de un estado oca-siona también la reestructuración de estas áreas periféricas y el desarrollo de nuevas formas de organización so-cial, de tal manera que tras el colapso se materializa una reconstrucción dra-mática de las fronteras sociales y polí-ticas del sistema. El colapso de los Wari se caracterizó por un largo perio-do de abandono de sitios, un despla-zamiento poblacional y un proceso de reubicación. El desarrollo local que tuvo lugar circa 1000 d.n.e. no logró restablecer un imperio, sino que dio a luz a una nueva sociedad que rechazó la ideología anterior y formó una red

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de elites con nuevas estructuras políti-cas y formas de autoridad propias.

Según McEwan (cap. 6), la forma-ción del imperio incaico se debió a un tipo de regeneración “template” que absorbió influencias y conocimientos (infraestructura) tecnológicos de los imperios Wari y Tiwanaku, dominan-tes algunos siglos antes. Las nuevas circunstancias, junto con la posición geográfica estratégica del Valle de Cuzco entre los dos imperios, permi-tieron a los incas conquistar la confe-deración de los chanca y combinar for-mas antiguas de gobernabilidad con tradiciones inventadas para acumular poder y legitimar su visión expansio-nista. En un plazo de tan solo 50 a 80 años lograron formar el imperio más grande en los Andes.

Este libro constituye una contribu-ción significativa a los estudios de la complejidad social y de los procesos de cambio al explorar las variables de la complejidad y su papel en la regenera-ción (o ab novo generación), incluyen-do la fragmentación de entidades polí-ticas, económicas e ideológicas, el abandono parcial o completo de cen-tros urbanos, la pérdida o el agota-miento de las funciones centralizado-ras, y el deterioro de los sistemas económicos regionales. Aporta nuevas perspectivas sobre las respuestas cul-turales al estrés social y suscitará el cuestionamiento de los enfoques tra-

dicionales no sólo de la investigación arqueológica, sino también de la antro-pológica y sociológica. Reta a los an-tropólogos, sociólogos y arqueólogos a cuestionar tanto sus metodologías como sus interrogantes.

Pese a la existencia de marcos teó-ricos generales que permitan compa-raciones intraculturales, “cada caso de regeneración social es impredecible, históricamente contingente, único, y por consiguiente analizable sólo en sus propios términos” (Kolata p. 208).

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Agapi FiliniEl Colegio de Michoacán

[email protected]

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Reseñas

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Hace ya casi diez años Bernd Haus-berger publicó un vívido ensayo

sobre los misioneros de la Compañía de Jesús en Sonora; en aquella oportu-nidad, el autor dejaba al descubierto los detalles menudos de la experiencia personal y cotidiana de los jesuitas en las más apartadas latitudes del territo-rio novohispano. Un mérito de aquella obra era situar los pormenores de la vida privada de los misioneros en un amplio marco analítico que confronta-ba las formas de percibir las realidades locales con los antecedentes persona-les, institucionales y temporales que coincidían en estas historias. Parte de la motivación de Hausberger para em-prender dicho estudio consistía en ex-plorar cómo era que los misioneros jesuitas percibían su entorno con sus propias palabras.

De alguna manera, una aspiración semejante está presente ahora en Ex-pulsados del infierno, obra en la que Sal-vador Bernabéu lleva al lector al caso de la Antigua California para enmar-car las vivencias de un grupo de jesui-tas a través de la emblemática salida de los ignacianos de sus territorios de misión en 1767.

Habrá que advertir que no se trata de un análisis del contexto de la expul-sión, como ya se ha ensayado en éste y otros frentes; por el contrario, son el contexto de la partida y los pormeno-res del viaje desde las misiones de la Antigua California hasta el puerto de Santa María lo que ocupa a Bernabéu en este trabajo. Es la idea del tránsito, y la forma de recordarlo, la que domi-na y articula esta narrativa.

De inicio, el autor declara que le animan dos objetivos en esta empresa: discurrir sobre el asunto que menos ha captado la atención de los estudiosos acerca de la expulsión de los jesuitas (el viaje hacia el destierro), y dar a co-nocer en español el único testimonio hasta ahora conocido acerca de la diás-pora de los jesuitas californios en pala-bras de uno de los propios sacerdotes expulsos: el diario de Benno Ducrue.1

Más allá de las intenciones decla-radas, el programa analítico y narrati-vo de Bernabéu propone al lector cua-

1 Las ediciones anteriores del diario de Benno Ducrue, según noticias del propio Salvador Bernabéu, son: la versión original en latín (1784); una traducción al alemán (1811); y la traducción al inglés, editada hace cuatro décadas y que constituía la re-ferencia más accesible hasta ahora: Ernest J. Burrus (ed.), Ducrue’s account of the expul-sion of the Jesuits from Lower California (1767-1768), Roma-St. Louis, Jesuit Historical Institute-St. Louis University, 1967.

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tro escenarios que invitan a la reflexión por distintos derroteros enlazados en el contexto de la expulsión de los je-suitas: en primer lugar, un balance his-toriográfico de los estudios sobre la Compañía de Jesús en la península ca-liforniana; en segundo término, una somera pero sugerente revisión de la construcción, los usos y los fines de las narrativas sobre abundancia y miseria de la California entre los siglos xvi y xviii; en un tercer momento, el tránsito de los jesuitas hacia su destierro euro-peo ocupa la atención de Bernabéu para ocuparse de los testimonios y las experiencias de los sacerdotes expul-sos durante su viaje forzoso; finalmen-te, el testimonio personal de Benno Ducrue ocupa el cuarto eje de esta obra. Así, los trece capítulos que anteceden a la trascripción en español del diario de Ducrue llevan la exposición desde el panorama general de la fundación de la Compañía y sus primeras etapas de expansión en la Nueva España has-ta el caso particular de los pormenores de la salida de los jesuitas de la penín-sula de California.

Los primeros capítulos proponen una bien documentada discusión his-toriográfica que ayuda a comprender el rumbo que han tomado los estudios sobre la Compañía de Jesús en años recientes tanto en Europa como en América. El lector interesado en los de-bates actuales sobre el papel de los

grupos indígenas en la evolución del sistema misional jesuítico no se verá recompensado en estas páginas, pues el objetivo del trabajo (como queda claro desde el título) es la diáspora ig-naciana. En vena similar, quizá alguien pudiera reprochar al autor no abundar con generosidad acerca de la expan-sión de la Compañía de Jesús en el sep-tentrión novohispano, pues Bernabéu ha preferido acotar esta información. En cambio, las páginas iniciales sirven para trazar la evolución de la historio-grafía americana y española sobre los contextos de la expulsión de los jesui-tas en las posesiones de la monarquía, ponderando el peso que en explicacio-nes tradicionales y nuevas han tenido procesos como el motín de Esquilache, la crisis económica y política de la Es-paña de mediados de siglo, así como el propio desempeño de los miembros de la Compañía en el nivel local.

En un segundo momento Ber-nabéu hace una amplia y bien docu-mentada lectura crítica de las distintas representaciones sobre la península californiana, construidas “desde la mi-rada occidental”, explicando las con-tradicciones entre aquellas fuentes que hablaban de riquezas y grandes reinos por una parte, y aquellas que presen-taban una tierra “estéril y salvaje”. El problema aquí, dice Bernabéu, es la existencia de “imágenes contrapues-tas” sobre California, pues tanto el pe-

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simismo como la visión esperanzado-ra coincidían en el tiempo. Cada partido tenía sus razones para pensar sobre California en sus propios términos. Así, la toma de posesión de Cortés pro-metía una rica pesquería de perlas, la cual para la década de 1540 era negada por sus detractores hablando de la es-terilidad de aquella tierra. Las amplias expectativas de conquista y riqueza del siglo xvi, insiste el autor, motivaron que los mitos se impusieran, aunque también hubo lugar para los fines aca-démicos, estratégicos y defensivos. Finalmente, los frecuentes reveses lle-varon al gradual abandono de la em-presa californiana hasta que los jesui-tas se lanzaron a su ocupación desde el litoral sinaloense. La llegada de los ignacianos marcó un nuevo hito en la construcción retórica de la península, pues los padres se las ingeniarían pa- ra trabajar sobre su California a través del “monopolio del discurso literario y propagandístico”, combatiendo las murmuraciones que pescadores de per-las, soldados y conquistadores frus-trados vertían sobre las exorbitantes riquezas y los “fines ocultos” de los ig-nacianos en la ocupación de aquellas tierras. Con todo, muestra Bernabéu, no hubo un único discurso jesuita, pues conforme cambiaban los tiempos se al-ternaba el énfasis en el hecho de con-quista, en la pacificación de los pobla-dores locales, en la pobreza de la tierra,

o en los trabajos de los religiosos según demandaban las acusaciones contra la Compañía o la voluntad de los desti-natarios. A final de cuentas, esta mecá-nica discursiva obró a favor de los crí-ticos de los religiosos, encontrando el autor que “los rumores californianos se fueron convirtiendo en cargos for-males […], los jesuitas fueron acusa-dos de enriquecimiento, de estar de-trás de algunas revueltas indígenas y de entorpecer la colonización civil […] [además de que] se autoproclamaban, frente a los indios, como los únicos so-beranos”.

Una breve, pero bien documenta-da exposición sobre el contexto en que se gestó y ejecutó el decreto de expul-sión de los jesuitas en los dominios es-pañoles cierra el marco general en que Bernabéu sitúa el destierro de los reli-giosos de la península californiana. El autor ha puesto especial interés en ex-plicar el papel desempeñado por el gobernador de California, Gaspar de Portolá, en este episodio, al tiempo que hace un balance de la situación de la supuesta riqueza y el precario po-blamiento de la península en aquel mo-mento. Destaca en esta parte la lectura crítica que hace el autor sobre una con-signa que la literatura especializada ha repetido por varios años; esto es, que acaso la expulsión de los jesuitas haya sido la medida administrativa y polí-tica mejor planeada y ejecutada por la

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corona española. A esta idea el autor replica, nuevamente con sobrados fun-damentos, que en realidad dicha ma-niobra tuvo un alto costo político y humano; en el momento de su puesta en práctica se tradujo en la muerte de varios de los religiosos expulsos, en tanto que a la larga se sumó a la lista de catalizadores del malestar social que llevarían a las revoluciones de principios del siglo xix en las posesio-nes americanas.

A partir del capítulo nueve esta obra se ocupa de la idea del tránsito de los religiosos expulsos. Las fuentes a que recurre el autor son los testimo-nios de varios jesuitas, aunque queda la duda al lector acerca de las razones que llevaron a Bernabéu a seguir utili-zando para estos fines la versión nor-teamericana del diario de Ducrue. Hay aquí una visión intimista del trayecto de los religiosos; no solamente se re-construye la ruta de salida, como ya se había realizado en estudios previos, sino que el lector puede recrear las “penurias del viaje” y las condiciones en que la orden de expulsión fue eje-cutada. El lenguaje no es apologético ni la intención de Bernabéu es celebrar a los miembros de la Compañía, sino simplemente ocuparse de esta emble-mática jornada como objeto de estu-dio. Así, captan la atención del autor y del lector las impresiones de los viaje-ros sobre su situación, destino y tra-

yecto; se detallan también las condi-ciones en que se efectuaba el viaje, las privaciones y los pequeños placeres que experimentaron los jesuitas. Una breve reseña biográfica de cada uno de los misioneros de la península califor-niana sirve de corolario para esta parte del texto, ofreciendo noticias de los destinos de cada religioso después de su llegada a España en 1769.

Finalmente, la edición crítica del diario de Benno Ducrue, agregada como apéndice del libro, constituye una importante adición para el estudio del septentrión novohispano, para la historia de la Compañía de Jesús en México, y para el público interesado en la historia de la lectura y los usos de los materiales escritos (entre quienes debe contarse al propio Bernabéu). Ex-pulsados del infierno pone en conversa-ción esta fuente con otros testimonios contemporáneos a lo largo de los dife-rentes capítulos que dan cuerpo a la obra, de modo que al llegar a la propia versión en español el lector ya está fa-miliarizado con dicha narrativa. Se han incluido algunas notas explicativas que sin complicar la lectura ayudan a hacer más comprensible el texto.

En definitiva, Expulsados del infier-no cumple con sus cometidos al presen-tar un equilibrado balance historio-gráfico de la producción reciente sobre la California jesuítica, al proponer un marco analítico preciso y al poner a

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disposición de un amplio auditorio una fuente documental largamente espe-rada. Es en esta capacidad que el texto debe ser evaluado; dentro de estos pa-rámetros el libro gozará, sin duda, de una entusiasta acogida y un lugar es-pecial entre las obras de referencia so-bre el septentrión novohispano.

José Refugio de la Torre Curiel Universidad de Guadalajara

[email protected]

meritXell touS mata, de protaGoniStaS a

deSaparecidoS: laS SociedadeS indíGe-

naS de la Gran nicoya, SiGlo Xiv a Xvii,

manaGua, editorial lea, 2008, 608 p.

Siempre es de interés encontrar en las librerías una publicación nue-

va sobre el pasado americano, pero si además ésta corresponde a un área po-co conocida y difundida aún para los investigadores y público especializado como es la Baja América Central, el in-terés se convierte en delicia. Añada-mos a esto que la autora es una de las especialistas en esta zona del conti-nente americano y que este libro corres-ponde a la plasmación en libro de su tesis doctoral defendida brillantemen-te en 2002: “De la Gran Nicoya preco-lombina a la Provincia de Nicaragua, siglos xv y xvi. Un estudio de la subárea

arqueológico-cultural de la Gran Ni-coya y de sus transformaciones deri-vadas de la conquista española”, diri-gida por la Dra. Pilar García Jordán de la Universitat de Barcelona.

El libro es sin duda alguna, una re-flexión más madura de las problemá-ticas que analizó la autora en su tesis doctoral y que en un formato más ama-ble nos introduce en la complejidad del cambio cultural que supuso la lle-gada de los españoles a este territorio. Desde un perspectiva multidisciplinar y combinando datos procedentes de la arqueología, la lingüística, la genética, la etnohistoria y la historia se concibe un panorama lo más completo posible de las sociedades de la Gran Nicoya durante los siglos xv-xvii. Ello le per-mite a la autora manejar todas las bon-dades de estas disciplinas aplicando la metodología más apropiada para lo que es el objeto de su estudio: el área geográfica cultural de la Gran Nicoya en los cruciales siglos del xvi al xvii.

El libro se constituye en dos gran-des bloques: el estudio de las socie-dades prehispánicas inmediatamente anteriores a la Conquista y la sociedad colonial con los procesos de cambio co-mo de asimilación y sincretismo sobre todo en el ámbito de lo social y lo reli-gioso. Sin embargo, la autora no se que-da en un mero análisis de contraposi-ción entre lo indígena y lo español, sino que explora los fenómenos más

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sutiles de asimilación y reinvención por los indígenas que darán como ori-gen el Güegüence, un baile de conte-nido satírico que implementaron las poblaciones locales en contra de los conquistadores.

Como ya hemos mencionado el primer bloque del libro consta de tres capítulos que nos acercan al escenario ecológico y cultural de las sociedades de la Gran Nicoya durante el siglo xv. La autora nos ofrece un panorama muy detallado de las características medioambientales y de las poblacio-nes que ocupaban este espacio ecoló-gico-cultural. En este primer capítulo, la Dra. Tous hace una revisión comen-tada de las principales investigaciones realizadas en esta zona. Asimismo, nos ofrece una detallada descripción de la geografía de la zona acompañada de citas de los primeros cronistas que rea-lizaron lo que nos permite alborear la impresión que tuvo en éstos la exube-rancia de la Gran Nicoya. Aunque pu-diera parecer que la autora se explaya con demasiado detalle, el escenario geo-gráfico y ecológico de esta área cultu-ral, pronto se observa la utilidad de este capítulo ya que constantemente prestamos atención a la relación exis-tente entre el medio ambiente y las poblaciones prehispánicas y su explo-tación y uso de los recursos naturales por parte de estos grupos humanos. De esta manera, observamos el diálo-

go constante entre las diferentes disci-plinas que usa la Dra. Tous para poder entender el espacio cultural y natural de la Gran Nicoya.

Una de las grandes cuestiones de estas poblaciones prehispánicas es el propio origen de las mismas. El origen mesoamericano de los Chorotega y Nicarao se discute estableciendo un diálogo entre las fuentes escritas de los españoles y los datos procedentes de la arqueología. Como bien dice su au-tora: “Por ello, para realizar una re-construcción etnográfica e histórica lo más precisa posible, es imprescindible el conocimiento del medio donde se si-tuaron estos pueblos. La clave para es-te conocimiento se halla en las descrip-ciones de los cronistas y adelantados del siglo xvi, y también en los resul-tados de la arqueología contemporá-nea, puesto que la actividad antrópica, debido a la explotación intensiva de recursos, alteró drásticamente el me-dio original” (14).

En el segundo capítulo, se anali-zan las estructuras sociopolíticas de las sociedades de la Gran Nicoya. A la llegada de los españoles, este territorio no se encontraba centralizado ni orga-nizado bajo un poder centralizado, si-no que lo definieron como provincias por ser éste un término más compren-sible dentro de los parámetros euro-peos. La autora reflexiona sobre es- ta situación comentando lo siguiente:

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“Este aspecto nos induce a reflexionar acerca el impacto real que tuvieron aquellas migraciones sobre la po-blación local, ya que, ciertamente, no se produjeron cambios substanciales res pecto a los modelos cacicales an-teriores, observándose en cambio la persistencia de algunas tradiciones. Posiblemente, el propio modelo mi-gratorio y la falta de grandes concen-traciones de materias primas atracti-vas a otros pueblos provocaron un relativo aislamiento, que comportó tanto el desarrollo de una economía au-tosuficiente a nivel regional, como la resistencia a influencias externas” (105). Seguidamente, nos ofrece un es-tudio detallado de los sistemas de or-ganización política y de las distintas clases sociales a través de las descrip-ciones de los españoles que nos permi-ten tener un panorama muy claro de la organización sociopolítica de estos gru-pos, desde las elites a los esclavos, así como de sus sistemas de relaciones y creencias. El tercer capítulo profundi-za sobre las cuestiones alrededor del intercambio y los modelos de comer-cio del área de la Gran Nicoya. El con-flicto y la guerra forman parte de las relaciones sociales, así como parte de la expansión territorial de estos gru-pos. Aquí la autora contrasta las dos tendencias principales en las investi-gaciones de la bAc. Una que propugna una visión estática y aislada de estos

pueblos y otras que los hace depen-dientes de las otras dos grandes áreas culturales americanas: la mesoameri-cana o la andina.

El capítulo cuarto trata el fenó-meno de la conquista del territorio la Gran Nicoya y su transformación bajo el dominio español. Aquí de nuevo la autora reúne el trabajo de los capítulos anteriores vinculando la estructura política y socioeconómica de las pobla-ciones de la Gran Nicoya con la dra-mática caída de población a causa de la agresión microbiológica, la agresión armada y la agresión socioeconómica que se determinan con la pérdida de la población de 92%. Los conquistadores, después de una exploración sistemáti-ca del área, no encontraron las rique-zas que esperaban en este territorio, pero por eso mismo debieron de bus-car nuevas fuentes de enriquecimien-to. La esclavitud de la población indí-gena fue la mano de obra necesaria y la fuente de riqueza principal de esta zona. Las consecuencias de ambos fac-tores fueron una profunda despobla-ción de la zona y la consideración de ésta como zona marginal.

El capítulo quinto, “Nuevo siste-ma de poder y de creencias”, nos per-mite introducirnos al sistema político-religioso. En la segunda mitad del siglo xvi, se observa un cambio en las estrategias que desarrollan los españo-les en el área. Mientras está dando el

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debacle poblacional, los españoles em-piezan a establecer la estructura políti-ca, jurídica y económica más allá de la mera explotación del territorio. La constitución de la audiencia de los confines en Santiago de Guatemala (1548), dotó a los indígenas de algunas posibilidades para integrarse al nuevo orden colonial y encontrar su lugar (aunque fuera en situación de desven-taja), dentro de la emergente sociedad virreinal. La autora menciona que éste fue un período de relativa estabilidad en el cual a pesar de la desestructura-ción radical de la sociedad indígena, ésta pudo mantener y reinventar algu-nas de los elementos de su cultura au-tóctona tradicional. El sincretismo de lo viejo con lo nuevo no es un fenóme-no extraño en toda América, más aún, se potencia desde las principales auto-ridades coloniales que se sirvieron de esas “cosas de indios” para establecer la diferencia entre los grupos, y por-que al interesar (según ellos) al go-bierno y desarrollo de la colonia fue-ron poco considerados. La autora cita a Henry Nicholson (197�, 498) y al con-cepto “universo sociocultural indo-his-pánico de Centroamérica”. El papel de las elites locales será substancial. Con base en el estudio exhaustivo de la do-cumentación colonial de este periodo y área, podemos ver todos los elemen-tos concernientes a cuestiones territo-riales y tributos (encomiendas, las ac-

ciones de pueblos, los reservados de tributo...). Gracias este trabajo, la auto-ra pudo observar el mantenimiento de cierta deferencia a los descendientes de los antiguos linajes cacicales ya que suponían el vínculo entre los españo-les y los indígenas desposeídos, así co-mo sirvieron para canalizar la prime- ra fuente de riqueza de la provincia de Nicaragua: la mano de obra indígena.

Siguiendo esta línea de investiga-ción, la autora sigue profundizando en estas cuestiones llegando a la determi-nación de una problemática doble que podríamos resumir en los conceptos de continuidad y cambio en dos ele-mentos esenciales. El espacio sufrirá cambios y continuidades. Si bien, la población es “invitada” a trasladarse a otras unidades mayores, estas manten-drán parcialmente la jerarquía espacial preexistente. Estos grupos articulaban dentro del nuevo orden colonial, pero manteniendo internamente algo en su propia jerarquización social y espacial. Ellos debían favorecer la continuidad de los grupos sociales como grupos co-herentes dentro de ellos mismos y por lo tanto la pervivencia de ciertas tradi-ciones y aspectos culturales de los an-tiguos habitantes de la Gran Nicoya. La utilización del hispano-náhuatl hasta el siglo xviii y la importancia de la figura de los señores naturales son elementos que son analizados por la investigadora. El otro eje de investiga-

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ción se refiere a los cambios en la es-tructura económica y de subsistencia de los grupos indígenas que se tratará en el capítulo sexto bajo el epígrafe de “Un nuevo orden económico”. Desde la introducción de nuevos tipos de cul-tivo y actividades tradicionales como la aparición de nuevas técnicas intro-ducidas por los colonos. El estudio de los censos de tributos muestra cam-bios radicales en los patrones de subsis-tencia de los grupos indígenas deriva-dos de la primacía de ciertos vegetales y animales. El tributo se pagaba a me-nudo en especias, pero aquellas que eran de interés de los españoles no ne-cesariamente de los indígenas. La apa-rición de los animales domésticos eu-ropeos alteró el ecosistema y también la relación del hombre con estos nue-vos animales que fueron también su-jetos del tributo con las desventajas que supusieron para los indígenas. Una atención especial recibe el cacao, a pesar de ser moneda de intercambio pierde su función como bebida ritual y pasa al circuito económico exclusiva-mente.

En este nuevo sistema de relacio-nes económicas también se deter-minan una serie de reacciones al orden cambiante que se van a determinar bajo fenómenos de creación, reelabo-ración y sincretismo que son presenta-dos gracias de nuevo a la visión inter-disciplinaria de la investigadora.

En las conclusiones, la autora reto-ma el hilo conductor de todo el libro: las características sociopolíticas de las sociedades de la Gran Nicoya y su me-dio ambiente coadyuvaron en la ca-suística del modelo de conquista en esa zona y de las decisiones que tuvie-ron que tomar las sociedades colonia-les. La aparente pasividad de las co-munidades indígenas se manifiesta de manera distinta si observamos los fe-nómenos de creación, elaboración y sincretismo que se van a dar del siglo xvi al xviii. El cambio en las dinámicas económicas de toda la región también fueron determinantes con las conse-cuencias de despoblación continuada de toda la región. Finalmente, el últi-mo capítulo está dedicado a las fuen-tes bibliográficas y documentales.

En definitiva, esta publicación nos permite adentrarnos a un área cultural menos conocida del continente ame-ricano. Nos muestra también las posi-bilidades que se nos da en la inves-tigación de un periodo histórico si el acercamiento al problema se hace con una perspectiva interdisciplinaria. Ello implica un dominio en el manejo de las distintas disciplinas que la autora cubre con sobrada capacidad y expe-riencia. Los resultados son comproba-bles en este libro. Su lectura es ágil, con contenido, acompañado de imágenes pertinentes al texto y de un buen uso de las fuentes bibliográficas y docu-

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mentales, lo que resulta de gran inte-rés y un recurso para la docencia y la investigación tanto para los investiga-dores como para los alumnos de las carreras de historia.

Natalia Moragas Segura Universidad Autónoma

del Estado de [email protected]

micHel antocHiw, viajeS a amÉrica de

nicoláS cardona, 1613-1623, monte-

rrey, centro de eStudioS HiStóricoS,

univerSidad de monterrey, 2007, 176 p.

esta opus primum del Centro de Es-tudios Históricos de la Universi-

dad de Monterrey resulta ser un texto rico en su contenido y bello en su for-ma, de amplio formato, que incluye mapas, gráficas, dibujos y fotografías en blanco y negro, al igual que a color, lo que convierte la obra en doblemente atractiva para el potencial lector. Por otra parte, por la manera en que están agrupados los textos de Cardona y por los comentarios y acotaciones del au-tor, al libro puede acceder no sólo el especialista sino el neófito

Paso a la reseña de la obra, no sin antes mencionar que Michel Antochiw tiene larga experiencia en lo que se refie-re a factura y edición de textos geográ-ficos, históricos y culturales. Haber

sido coordinador ejecutivo de la enci-clopedia alfabética Yucatán en el tiempo (1998-2000) y haber publicado, entre otros, los libros Ensayo bibliográfico yucatanense (Mérida, Universidad Au-tónoma de Yucatán, 1990), Historia de Cozumel (México, conAcultA, 1992) y Artillería y fortificaciones en la Península de Yucatán (Campeche, 2004), hablan de esta dedicación y oficio.

Anteceden al texto de Antochiw una presentación del rector de la Uni-versidad de Monterrey, Francisco Az-cúnaga Guerra, quien menciona por qué resulta importante “rescatar, pre-servar y difundir documentos históri-cos relevantes concernientes a México” (p. 7). Y viene luego el proemio, a car-go de Oscar Flores Torres, director del Centro de Estudios de la udem, quien destaca que “el documento elaborado por Cardona, hombre vigoroso y há-bil, no había salido a la luz pública has-ta ahora” (p. 9).

El autor divide su obra en una in-troducción y cuatro grandes capítulos, rematados con un facsímil, lo que in-cluye el primer viaje, de 161� a 1619; y el segundo, de 1620 a 162�. En la in-troducción explica lo que tiene que ver con los viajes de España al Nuevo Mundo, brindando un panorama de la situación económica y política del momento. Antochiw hace notar que a los manuscritos relacionados con Ni-colás Cardona los llamará: Códice (C),

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correspondiente a las Descripciones geográficas e hidrográficas de muchas tie-rras y mares del Norte […], documento de 1628-16�2 resguardado en la Biblio-teca Nacional de Madrid; Memorial (M), documento un poco posterior a es-ta fecha, conservado en el mismo sitio; y Testimonio (T), redactado por Juan Díez de la Calle, documento localiza-do en el Archivo Histórico Nacional de Madrid.

En el primer capítulo, “Hombres y hechos” (1�-26), el lector encontrará información sobre el apellido Cardo-na; la capitulación del tío de Nicolás Cardona, Tomás, recibida por éste del rey Felipe III, con la autorización para capturar perlas en América; y lo que sucede en El Caribe, donde se incluye el incidente de la flota perdida de Luis Fernández de Córdova.

II. “Del Caribe al Golfo de México” (27-61) es el segundo capítulo del libro y de la aventura que incluye El Caribe (Antillas Mayores y Menores), Centro-américa (México, Honduras, Nicara-gua, Panamá, Guatemala y Belice) y Venezuela, para luego regresar a Cam-peche y Veracruz, todo ello en la Amé-rica Hispana. Los dos grandes temas de Antochiw, en la lectura revisada de Cardona, son: la esclavitud y el comer-cio de los negros; y la guerra católi-coprotestante, en donde los países del Norte de Europa terminan arrebatan-do a España y a Portugal su primacía.

Escribe Antochiw que “la visión que Cardona tiene de los caribes es la que los españoles le transmitieron en-tonces” (4�), una visión esclavista y co-lonialista, que se acentuaba con el mal gobierno del conde-duque de Oliva-res, “lo que desencadenó la guerra con-tra los demás países europeos” (52-5�), apreciación que coincide con la de Car-los Fuentes en El espejo enterrado, cuan-do éste describe “el gobierno de Felipe III, inmerso en una profunda crisis eco-nómica al iniciarse el siglo…” (fce, Mé-xico, 1994, 146).

III. “De Veracruz a California” (6�-96) es el siguiente capítulo. Cardona y su tripulación suben a la ciudad de Mé- xico, para después encaminarse a Aca-pulco, donde se fabricaron apresura-damente tres nuevos navíos. Existe la amenaza de un nuevo ataque por los múltiples corsarios que asolaban estas aguas continentales, por lo que Cardo-na y su gente cavan trincheras y levan-tan cercas a fin de prevenirse del su-puesto ataque. Conjurado el peligro, se embarcan hacia la California, que era el objetivo del viaje, “isla” mítica poblada por amazonas negras cuya reina era Calafia.

El cabotaje de Cardona es por Zi-huatanejo, Puerto de Navidad, Bahía de Banderas, Mazatlán, La Paz, Cabo San Lucas…, con algunas entradas a Te- pic, Culiacán, Ahome (Los Mochis) y otros puntos. Explica Antochiw: “Des-

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pués de contornar el cabo de Corrien-tes y el puerto de Manzanillo, pasó frente a los cerros de los Motines…” (p. 80). Por fin llegan a Puerto Marqués, que dice Cardona “es de muy buen abrigo, tiene agua y algunas estancias de ganado y poblaciones la tierra aden-tro. Solía antiguamente haber pesque-rías de perlas y yo hallé algunas ostras con granillos de perlas pero no cosa de consideración…” (84).

IV. “El último viaje a América” (97-12�) relata la historia del segundo viaje (1620-162�). Antochiw escribe: “Con el fracaso a cuestas, Cardona lle-gó a España para rendir cuentas a su tío, el capitán Tomás Cardona, de su des-graciada primera aventura americana, así como del rompimiento con su socio Juan de Iturbe” (p. 99). Pero el recla-mo, como bien comenta el investiga-dor francomexicano, no se da; y sí, en cambio, el tío cree aún en el sobrino, volviendo a otorgarle nuevas órdenes de navegación. Colombia, Panamá, Honduras lo hacen buscar una comuni-cación marina entre los océanos. Por fin, “vencido y arruinado” llega a Cá-diz en 162�. “Habían ocurrido cambios en España mientras Cardona estuvo en América. Felipe III falleció en 1621 y su hijo Felipe, el cuarto, ocupó el tro-

no […] Las arbitrariedades de Olivares ocasionaron motines y sublevaciones en varias provincias de España”, escri-be Antochiw (p. 119).

Así concluye la historia el autor de Viajes a América...: “Cardona desapare-ce sin dejar más huellas que su Códice que, testigo de su terca y aventurera juventud, aporta sin embargo una ima-gen de lo que fueron, en este primer cuarto del siglo xvii, los principales es-cenarios de la presencia española en esta parte de América” (122).

Cierro la reseña al citado libro con una cita de Fernand Braudel: “La bio-grafía es el género más difícil de la his-toria: el personaje escapa a cada ins-tante de los historiadores, nos provoca con insolencia o, cuando se abandona, no deja entre nuestras manos más que una piel que no siempre es la suya” (En torno al Mediterráneo, Paidós, Bar-celona, 1997, �52-�5�). Braudel se refie-re al conde-duque de Olivares, pero nosotros podríamos extenderlo a Ni-colás de Cardona, éste personaje que, gracias a Michel Antochiw, ha cobrado vida en el referido libro.

José Roberto MendirichagaUniversidad de Monterrey

[email protected]

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preSentation

Herón pérez martínez

The articles in the Thematic Section of issue 116 of Relaciones approach the topic of fluvial basins from a comparative perspective on the basis of three case studies: the Verde River basin in The Altos of

Jalisco and the Pasión River in Michoacán, the Júcar River basin in Valen-cia, Spain, and the Provenza canal in France. In their article, José de Jesús Hernández López and Miguel Ángel Casillas Báez show how the pro-posed construction of a reservoir in San Nicolás, Jalisco –part of a go-vernment project designed to assure water supplies for large urban po-pulation centers– actually undertaken several decades ago, became increasingly frustrated due, primarily, to poor planning by the govern-ment, as problems, projects, solutions and concepts were shifted from one sphere to another through a constantly changing group of short-term officials who never seemed to know exactly where they stood in this re-gard. In their analysis of such projects, the authors start out from such assumptions as the importance of constructing mega-basins in areas where, on the one hand, the waters of one sub-basin or basin are insuffi-cient to satisfy the consumption demands of the populations and indus-tries located around it and, on the other, where water is included in nego-tiations that sail upon seas of interests and multiple, varied difficulties.

The research on which this article is based leads to the conclusion that the case of the San Nicolás dam can be attributed to the pAn govern-ment’s poor negotiating capacity and the revelation of the involvement of diverse interests, which may well constitute a real area of concern in terms of achieving effective and efficient hydraulic policies that actually resolve concrete problems related to hydric resources in Mexico, includ-ing those of access, distribution, management and consumption. By the same token, through this case the authors are able to show how grass-roots organizational structures may prove capable of confronting and impeding government projects. For this reason, in the past, such state

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planning and the implementation and realization of large-scale public works were undertaken only by despotic states through the use of force and the disarticulation of social movements. A distinct approach would involve taking into account social and ecological impacts from the very beginning or, at least, at some juncture along the way. As long as govern-ment projects lack seriousness and detailed planning, kowtow to private interests and are presented in a deceitful manner, informed and articu-lated opposition movements will continue to appear to defy state poli-cies. This article identifies and foresees other possibilities for different approaches: for example, a new proposal called El Zapotillo that has been better studied and documented and has been approved by all parties involved, though it was proposed by Jalisco’s private sector and the ceAs. According to those concerned, the El Zapotillo project would have lower political and economic costs because it would displace only a few inhab-itants and is closer to the metropolitan area of Guadalajara, which would mean cost reductions. Regional reactions to this proposal will soon be heard and analyzed.

The second article, “Water Conflicts and the Limits on Participation by Irrigators on the Júcar River, Valencia, Spain,” by José Luis Pimentel Equihua and Martha A. Velázquez Machuca, describes the conflicts that irrigators on the Júcar River have faced as a result of the nature of the government’s hydraulic policies: first, the legal defense of their historical rights to exploit the waters of that river (in terms of diversions and vol-umes); second, their right to use water stored in a reservoir that was co-financed by the users themselves and the private sector; third, preserv-ing their agricultural lands and nearby wetlands from other forms of exploitation of space (urbanization, golf courses, reservoirs); fourth, po-litical issues such as the inclusion/exclusion of water users; and finally, though no less important, access to true quantitative information con-cerning the Alarcón reservoir that was built on the Júcar. The article cen-ters on such conflicts and the limits on the participation of water-users who belong to the “Júcar Users’ Union” (Unidad Sindical de Usuarios) in Valencia, Spain, in a context that includes both activities in the basin itself and questions of hydraulic macro-planning. This situation is analyzed from the perspective of the requirements of sustainable organizations that are responsible for the management of shared resources, and in the

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scenario of scarce rainfall and water shortages that propitiate the emer-gence of social movements that identify the problems involved in secur-ing sufficient supplies of water to satisfy urban, agricultural and ecologi-cal demands.

The complexity of the situation uncovered by the authors’ research reveals, first, that the Spanish state fully recognizes the rights of tradi-tional communities of irrigators and their right to organize themselves. However, in addition to those formal, organized users with legally de-fined rights there is also an indeterminate number of other users on the Júcar River, some of whom are involved in the clandestine exploitation of water from the Mancha Oriental spring, a situation that makes it neces-sary to evaluate the question of organizational design in the area of study. A second important element that the authors capture is that the co-mana-gement of the waters of the Júcar River is complicated by the fact that in-formation on volumes of water and water reserves comes from one sole source –in this case the Hydrographic Confederation (Confederación Hi-drográfica)– thus users are unsure that water is being distributed fairly and just what the final destinations of the waters from the Júcar River are. In this situation, irrigators have no direct control over information, feeds from the rivers, water levels in the reservoirs, or the reservoirs themselves, as all of these issues are managed by a bureaucratic organ of the State. This leads to problems such as monitoring the bureaucracy, ac-cessing accurate information, supervision, and elaborating regulations on water use for all users. The case of the reservoirs is the same, as they are also beyond the sphere of participation of local water-users and, in-deed, of those in the entire Júcar basin, while decision-making concern-ing them is the responsibility of the European Union and Spain’s central government. Clearly, this is a situation that restricts participation and the democratic character of the co-management of the Júcar’s waters and, in turn, makes it difficult to reach collective agreements due to the lack of participation by users in such areas as design and modification.

The starting point of Michel Marié’s article is the premise that al-though large-scale hydraulic projects in France have been sponsored, planned and carried out by the State, neither the projects themselves nor the conflicts they trigger with those opposed to State plans have received much attention in the sociological literature. On the basis of the case of

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the Provenza canal, Marié’s essay analyzes the transition from a ma-naged economy –i.e., one planned and designed by the State that fails to take into account regional dynamics– to incremental hydraulics, an approach based on local interests and resistances. Using this general framework the essay examines the role of conflict, seen not as a failure of social relations but, rather, as a normal, ever-present element that ca-talyzes modifications of the State’s original projects and is, therefore, necessary.

As part of his argumentation, the author discusses the intromission of the French state in the region of Provenza and its efforts to divert water towards cities to the detriment of agriculture. The waters of any particular area are contained in basins, but in this case the concept of basin must be understood in the context of the government s development policies and their priority on generating electricity, regulating and controlling floods and, now, prioritizing urban supplies above other uses. Achieving this has meant introducing an economic rationality that involves water, main-tenance, real estate, institutions and sociability; an ideology of planning that transforms regional hydraulics and leaves its mark on the landscape. The author affirms that approaches from the direction of the “water pol-emology” lead people to consider the conflicts that emerge among differ-ent users and interests in relation to water as dysfunctional to the system, but he argues that disputes are inherent in the production of social rela-tions and, indeed, to the structuring of local power. A system without conflict is one that is no longer alive, with all the social and political impli-cations that entails. Marié’s final conclusion, illustrated with four exam-ples, is that when analyzed from this angle conflict allows researchers to bring into the open that which is often left in the shadows: the situations of tension that characterize relations among people and groups. Tell me what your water conflicts are and I will tell you who you are!

In the Documents Section, María del Socorro Guzmán Muñoz presents for the first time four important documents on the multifaceted figure of a notable Panamanian personage who settled in Jalisco: Sotero Prieto Olasagarre, “a 19th-century visionary,” as the title of the timely biogra-phical sketch with which the author begins suggests. Whether on the educational, industrial, political, literary or, more generally, cultural stage of 19th-century Jalisco, Prieto Olasagarre (1805-1869) was, indeed,

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one of the brilliant pioneer builders who laid the foundations, in different ways and distinct milieus, of his time and place. In fact, at about the same time as he appears as a promoter of industrial development in the state –as a founding partner of “La Escoba” (1841) and “La Experiencia” (1852), the first textile factories on Jalisco soil– we also see him introducing and promoting the ideas of utopian socialism in Mexico. Prieto Olasagarre was an active politician who experienced firsthand the upheavals of the intense political activity that marked the 19th century in Mexico and, in fact, was among the group of liberals that emigrated from Mexico at the time of the French invasion. Of course, the Documents Section also high-lights this extraordinary figure’s influence on Mexican literary history as the devoted father of Isabel Ángela Prieto (18��-1876), the most widely recognized writer of her time; the attentive, principal designer of the in-tellectual formation of his first-born daughter.

In 19th-century Mexico, education for women was still burdened by many of the absurd manacles that had shackled it for centuries in the in-terests of a misguided misogynist morality. It was Alfonso El Sabio’s book, Las Siete Partidas, that established the principles that would guide women’s education in future centuries, stipulating that they were to re-ceive instruction only in the domestic arts, and that exclusively from their parents, that they would be taught to read only enough to peruse letters and Psalters, and were to be trained in the labors of the good housewife. In this same tenor, the Valencian humanist Luis Vives, in his Institutio Foeminae Christianae, had proposed a practical pedagogy for women: “[who should] be trained practically for life,” or, more concretely still, for matrimony. According to Vives, “women’s only virtue” was chastity. In-deed, in the 19th century, education for women still held that the measure of femininity was the “saintly ignorance” that the Jesuit Antonio Núñez de Miranda had wished to impose upon Sor Juana Inés of the Cruz some two centuries earlier. This rupture with such traditional thought is what makes Sotero Prieto stand out in the area of education: his attitude and desire to educate his daughters in the same way as his sons, and his stri-ving to assure that his firstborn daughter received a first-class education. A cultured man with the bearing of a leader like Sotero Prieto, so active in the cultural, political and industrial life of the Jalisco of his time, could not resist the duty and temptation of managing Isabel’s brilliant literary

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career from his corner. This section presents these never before published documents to delineate some of Prieto Olasagarre’s characteristics and illuminate certain facets of his life.

Born in Panamá on April 21 1805 (his Baptismal Certificate is the first of the four documents reproduced here), Sotero and his father were mem-bers of a group of “enlightened, hard-working” merchants established in Guadalajara. At the age of 17, he was a brilliant student in the Seminario de Minería in Mexico City (the second document dates from that period of his life), but in the late 1820s we find the Prieto family living in Spain, where Sotero decided to look for a wife. In the summer of 18�0, he asked for his father’s approval to wed Isabel González Bango (his letter to this effect is the third document). This letter is of particular interest as it con-tains Sotero’s description of himself and his family. By the late 18�0s, the Prieto González family was back in México where, in the 1840s and 50s, Sotero Prieto was active in several businesses, companies and activities, and even held the position of President of the Guadalajara city govern-ment (ayuntamiento) in 1862. The fourth and final document alludes to the figure of Prieto Olasagarre as a businessman. It is a letter he sent to Man-uel Escandón, dated in Mexico City on December 29 1848. He died on May 4 1869.

The General Section opens with an article by Salvador Álvarez entitled “Conquest and the Encomienda in Nueva Galicia in the First Half of the 16th Century: ‘Barbarians’ and ‘Civilized Folk’ on America’s Frontiers,” which narrates how, after the fall of the Aztec capital, Indian opposition was quickly extinguished and in just a few short years the Spanish be-came lords of all the populations that inhabited the rich lands of the high river basins and valleys in so-called “nuclear Mesoamerica” while con-fronting almost no armed resistance. In contrast, however, as they approa-ched the high-culture regions of Mesoamerica where demographic den-sity was less, the conquerors found themselves involved in a series of interminable, extremely bloody wars. There, the Spaniards had to resort to recruiting large contingents of Indians from the civilized regions of nuclear Mesoamerica, who often served as “comrades-in-arms” of the conquerors as they proceeded with their campaigns to subjugate ever wider areas of New Spain. Later, this same process was repeated in Nue-va Galicia, where the presence of contingents of tens of thousands of In-

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dians from the high-civilization areas of Mesoamerica shoulder-to-shoul-der with Spanish soldiers not only condemned the aboriginal populations to a long and bloody conquest that they were incapable of resisting, but ended with the total destructuring and disruption of their ancient ways of life.

The author concludes that attributing all the blame for that sad state of affairs to the Spanish conquerors, though possible, is insufficient. In Nueva Galicia, as in all areas of America, the conquest was not carried out entirely through direct warfare between “Europeans” and “Indians,” but also involved the mobilization of uncontrollable, blind forces that would finally devastate an entire system of civilization, one of which was the impact of the microbial shock. In this case, the sheer weight of num-bers or, perhaps better, the irresistible avalanche of civilized Mesoameri-can Indians on the warpath in neighboring lands, turned out to be just as destructive –and, at times, even moreso– than the epidemics. Thus, one can only conclude that without the participation of those “non-Spanish civilized [elements]” the conquest of areas like Nueva Galicia would surely have taken a very different path. In any case, the fact is that this resulted in sudden, definitive changes, such that by the late 16th century very few remnants of the aboriginal societies that once inhabited the territories of the nascent Nueva Galicia were left. So thorough was the process, that the memory of those –now mystical– groups has been al-most entirely lost.

In the second article in the General Section, “In Search of Better Wages and Family Union: Crab-processors from Sinaloa with H2B Visas in North Carolina: A Found Solution or One of Desperation?,” Erika Mon-toya Zavala analyzes the working conditions of women from the town of Gabriel Leyva Solano, Sinaloa, with H2B visas who migrate to Pamlico and Beaufort, North Carolina, to work in crab-processing plants. The au-thor shows that this kind of temporary documented migration, while clearly resolving the problems of the employers who require such work-ers and providing potential migrants with a legal means of crossing the border, generates serious issues –both personal and family-related– and is characterized by a scant respect for workers’ rights.

The first conclusion of this article is that female migration from the town of Gabriel Leyva Solano (in western Mexico) is now a highly visible

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phenomenon at the level of family, community and local and interna-tional labor markets. These women migrants adopt distinct strategies to assure their safety and their ability to fulfill their objective in accepting such work: to earn money to send home or to accumulate savings. This is the case of female crab-processors who migrate with the security of a contract, work visa, fixed wages and guaranteed housing. The author argues, however, that it is imperative that we humanize migration stud-ies, as the abuse that these women suffer in the workplace, their sacrific-es, their feelings for the children they leave behind in their town of ori-gin, and their desire for economic advancement, all deserve to be investigated profoundly in order to achieve a multidisciplinary interpre-tation capable of explaining to politicians and other scholars the lived reality of those migrants so that they will take action to assure more hu-manitarian treatment.

The author’s second finding is that the town of Gabriel Leyva Solano has developed a functioning institutionally-based social network that provides support to local women who wish to migrate. The crab-process-ing companies offer them a no-risk opportunity to migrate temporarily to the U.S., but after arriving many of the women soon perceive the ad-vantages of staying on illegally: mainly the income and comforts that the U.S. market offers. The main factor that dissuades most of them from tak-ing up more permanent residence in the U.S. is, of course, the children they leave behind, though some have succeeded in reuniting their fami-lies in the U.S. Most women, however, prefer this kind of temporary mi-gration as it allows them to return home and see their children for a cer-tain period every year. But now those who have stayed on are forming a migrant organization with deep social ties to the town that is devoted to helping new and future migrants. It is in these ways that the documented migration of women to work in crab-processing plants has propitiated the illegal migration of men and women from Gabriel Leyva Solano to different states in the U.S. that are not among the traditional Mexican migrant destinations, such as North Carolina.

This issue of Relaciones closes with the article “Debates and Contribu-tions: Studies of Masculinities in Mexico,” by Óscar Misael Hernández, which reviews research on male identity, masculinity and masculinities from the perspective of the different theoretical-methodological currents

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or focuses such studies have adopted. The author’s reasoning is that as a result of feminist literature, gender studies, and the so-called field of men s studies, the decade of 1980 witnessed the emergence of analyses of men as men in Latin America that sought to explore the identity and crisis of masculinity. Mexico was not an exception, as research on such topics and objects of study has increased markedly since that time. Based on a review and evaluation of studies of masculinities in Mexico, the essay examines a theoretical-methodological problem related, on the one hand, to the shift in power relations and male domination due to the crisis of identity among men and, on the other, to the conceptual confusions that arise because scholars tend to be indiscriminate in their use of terms like male identity, masculinity and masculinities. Hernández also cites im-portant ethnographic contributions to the study of masculinities whose approaches take into account such concepts as gender, power and class, regional analyses, inquiries into cultural labeling and the overlapping of masculinities with male homosexuality. Finally, he outlines important areas for future research that will probe more deeply into the construc-tion of masculinities.

Paul C. Kersey JohnsonTraductor

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abStractS

the dAm thAt filled With deceit: the cAse of sAn nicolás, jAlisco. A regionAl response to stAte-sponsored WAter diversion projects

José de Jesús Hernández LópezCUAltos-UdeG

Miguel Ángel Casillas BáezEl Colegio de Jalisco

This document describes and analyzes state plans for the construction of reservoirs to assure water supplies for the urban areas of Guadalajara and León, through water diversion projects. The first section describes the regional geography of the area known as the Altos de Jalisco (Jalisco Highlands) and government-sponsored studies and projects since the mid-20th century on the Verde River. The second part analyzes the emergence of a successful regional response to one of those projects: the case of the San Nicolás Dam. There, the local people succeeded in defying government policy by revealing the absence of concrete plans regarding the objectives, benefits and regional development that the construction of the aforementioned reservoir would supposedly generate.

Keywords: diversion projects, mega-basins, Altos de Jalisco, state projects, regional response

WAter conflicts And the limits on pArticipAtion by irrigAtors on the júcAr river, vAlenciA, spAin

José Luis Pimentel EquihuaColegio de Postgraduados, Montecillo Campus

Martha A. Velázquez Machucaciidir-ipn-u-mich

The present study focuses on the conflicts and limits on the participation of irrigation users from the Unidad Sindical de Usuarios de Júcar (Júcar Irrigators’

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Union) in Valencia, Spain, in the context of activities in that river basin and hydraulic macro-planning, a situation that is analyzed on the basis of a consideration of Ostrom’s (1998) work on the requirements for sustainable organizations that manage shared resources. In addition, under conditions of scarce pluvial precipitation and water shortages, social manifestations emerge that identify problems in such areas as the water supplies required to satisfy urban, agricultural and ecological needs.

Keywords: management, participation, water, basin, Jucar River

from the coloniAl model of the mAnAged economy to the leArning of incrementAl hydrAulics: the cAse of the provenzA cAnAl

Michel MariéCentre National de Recherche Scientifique, Francia

As is well known, large-scale hydraulic projects have been promoted, planned and carried out by the State. However, regional responses to such projects and the conflicts involving those who defy State plans have been given very little space in the sociological literature. The present article takes up the case of the Provenza Canal as the basis of an analysis of the transformation from a managed economy –i.e., one planned and designed by the State with no consideration for regional dynamics– to a focus on incremental hydraulics, which is based on local interests and resistances. In this tenor, it also examines the role of conflict, seen not as a failure of social relationships but, rather, as a normal, ever-present element that makes it possible to carry out necessary modifications in the State’s original projects.

Keywords: incremental hydraulics, managed economy, accountable economics, water conflicts

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conquest And the EncomiEnda in nuevA gAliciA in the first hAlf of the 16th century: “bArbAriAns” And “civilized folk” on AmericA’s frontiers

Salvador ÁlvarezEl Colegio de Michoacán

After the destruction of the Aztec capital, Indian resistance was extinguished very rapidly. Thus, in a very few years, and after confronting almost no armed resistance, the Spanish became lords of all the populations that inhabited the rich lands of the high basins and valleys of the so-called “nuclear Mesoamerica.” In contrast, when the Spaniards reached those high-culture regions of Mesoamerica where population density was reduced, the conquerors found themselves involved in a series of interminable, bloody wars. There, the Spanish had to resort to recruiting enormous contingents of Indians from the high civilization regions of nuclear Mesoamerica, who time and again served as their “comrades in arms” during the rest of their conquests in New Spain. This process also occurred in Nueva Galicia, where the presence of Spanish forces accompanied by contingents made up of tens of thousands of Indians from the high civilization areas of Mesoamerica not only condemned the aboriginal populations to a long and bloody conquest that they were incapable of resisting, but also ended up completely destructuring and disrupting their ancient ways of life.

Keywords: conquest, civilizations, Indians, Nueva Galicia, territorial expansion

in seArch of better WAges And fAmily union. crAb-processors from sinAloA With h2b visAs in north cArolinA: A found solution or one of desperAtion?

Erika Montoya ZavalaUniversidad Autónoma de Sinaloa

This study analyzes the working conditions of female crab-processors who migrate to North Carolina with H2B visas. The purpose is to show that this kind of temporary, documented migration only resolves the problems of the employers who require this type of laborer, while offering migrants only the

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opportunity to cross the border safely. However, this type of temporary permit generates problems, both family-related and personal, and the non-recognition of workers’ rights.

Keywords: H2B visas, crab-processors, working conditions, temporary work

debAtes And contributions: studies of mAsculinities in mexico

Óscar Misael HernándezUniversidad Autónoma de Tamaulipas

As a result of feminist and gender studies, and research in the area known as Men´s Studies, in the 1980s Latin America began to produce works on men as men, centered on exploring the identity and crisis of masculinity. Mexico was not the exception, as the number of projects on this topic and object of inquiry has increased markedly. After reviewing and reflecting upon some of the literature related produced on masculinities in Mexico, this essay examines a theoretical-methodological problem, on the one hand, to the shift from a focus on power relations and male domination to the question of the male identity crisis; and, on the other, to the conceptual inconsistencies that arise when commentators fail to differentiate clearly among male identity, masculinity and masculinities. In addition, the article identifies important ethnographic contributions to the study of masculinities thanks to the inclusion of such concepts as gender, power and class, regional analyses, explorations of cultural labeling, and the overlapping of masculinities and male homosexuality. Finally, it indicates certain research areas that will allow us to deepen our understanding of the construction of masculinities.

Keywords: masculinities, gender, power, class, male homosexuality

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loS autoreS

josé de jesús hernández lópez. Doctor en Antropología Social por El Co-legio de Michoacán. Profesor Investigador del departamento de Ciencias Sociales y de la Cultura. Centro Universitario de Los Altos, Universidad de Guadalajara. Realiza una estancia posdoctoral en CIESAS Occidente, 2008-2009.

miguel ángel cAsillAs báez. Maestro en Estudios Regionales por el Cole-gio de Jalisco. Profesor del Centro Universitario de Los Lagos de la Uni-versidad de Guadalajara. Especialista en temas de antropología del agua y la región de Los Altos. Entre sus publicaciones: La tercera revolución del agua. Es periodista en la región alteña y actualmente director edito-rial del Diario de Los Altos. Correo: [email protected]

josé luis pimentel equihuA. Ingeniero Agrónomo por la Universidad Mi-choacana de San Nicolás de Hidalgo, Maestro en Ciencias en Desarrollo Rural por el Colegio de Postgraduados y Doctor en Ciencias por la Uni-versidad de Córdoba España. Profesor Investigador del Colegio de Post-graduados en la Especialidad de Desarrollo Rural, su línea de investiga-ción está relacionada con la organización social para el manejo y gestión de recursos naturales, la sustentabilidad y el desarrollo rural. Ha publi-cado diversos artículos en relación con la gestión del agua, participado en congresos nacionales e internacionales y es miembro del Sistema Na-cional de Investigadores nivel I.

mArthA A. velázquez mAchucA, Ingeniera Agrónoma por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Maestra en Ciencias en Edafolo-gía y Doctorado en Ciencias en Hidrociencias por el Colegio de Postgra-duados, realizó estudios postdoctorales en la Unidad de Edafología, Uni-versidad de Córdoba, España. Es Profesora Investigadora por el CIIDIR-IPN-U-Mich. Los trabajos de investigación los ha enfocado en los aspectos físico-químicos del suelo y el agua como indicadores del dete-rioro de los recursos naturales. Las líneas de investigación que trabaja son: a) Calidad del agua para uso agrícola y urbano, b) Salinidad de los suelos agrícolas bajo riego, c) Sistemas integrados de tratamiento y uso

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de aguas residuales. Ha publicado diversos artículos en sus líneas de in-vestigación y participado en congresos nacionales e internacionales.

michel mArié. Director emérito de investigaciones en el Centro Nacional de Investigación Científica de Francia (CNRS). Nació el � de enero de 19�1. Estudió filosofía, geografía y sociología de 1949 a 1955. De 1956 a 1970 se dedicó al urbanismo en Francia, Argelia, Venezuela y Chile. Desde 1971 está consagrado a la investigación. Obtuvo el grado de doctor en sociolo-gía por La Sorbona en 1974. En 1976 se integró al CNRS como director de investigación. Desde entonces ha sido miembro o director en más de 70 tesis doctorales en sociología, economía, geografía o ciencias del desarro-llo. Impartió clases en La Sorbona entre 1971 y 1972, en la Universidad de Grenoble de 1978 a 1980, en el Instituto del Desarrollo de la Universidad de Montreal (1991) y en El Colegio de San Luis en México.

sAlvAdor Alfredo álvArez suárez. Antropólogo por la Escuela Nacional de Antropología e Historia, Doctor en Historia y Civilizaciones por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, París Francia. Se ha dedi-cado a investigar los procesos de expansión territorial en el Norte novo-hispano y mexicano, sus vínculos con la actividad agrícola y minera y las relaciones entre los españoles y los aborígenes norteños. Otro tema de interés es el de las relaciones entre la Geografía Histórica y la Historia Económica. Actualmente es investigador del Centro de Estudios Rurales de El Colegio de Michoacán en donde lleva adelante un proyecto de in-vestigación acerca del latifundio norteño de los siglos XVI al XX.

erikA ceciliA montoyA zAvAlA. Profesora-Investigadora de la Universi-dad Autónoma de Sinaloa. Doctora en Ciencias Sociales por la Univer-sidad de Guadalajara. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Coordinadora de la Maestría en Estudios de América del Norte de la Fa-cultad de Estudios Internacionales y Políticas Públicas (FEIyPP) de la UAS (noviembre 2007/diciembre 2008). Miembro del Cuerpo Académico Con-solidado “Internacionales”. Publicaciones Recientes: Remesas, Género e In-versión Productiva, 2008, El Colegio de Sinaloa. “Negocios remeseros en Gabriel Leyva Solano, una localidad Sinaloense de reciente migración”, 2007, en Migraciones Internacionales, “Experiencias Internacionales en el

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Uso Productivo de las Remesas”, en Migración y Desarrollo, 2006. Expor-tando trabajo. Importando Progreso. Migración mexicana a EU y remesas en Gabriel Leyva Solano, 2004, DIFOCUR y UAS.

óscAr misAel hernández es sociólogo y doctor en Antropología Social por El Colegio de Michoacán. Es miembro de la Academia Mexicana de Estudios de Género de los Hombres, de la Red Nacional de Investigación Urbana y, recientemente, de la Red de Estudios de Género del Norte de México. Actualmente es profesor en la Universidad Autónoma de Ta-maulipas, Unidad Académica Multidisciplinaria de Ciencias, Educación y Humanidades, adscrito como investigador al Centro Multidisciplina-rio de Investigaciones Regionales.

iluStracioneS de eSte número

páGina 3: Pescando, foto de Carlos Blanco.páGinaS 6, 7 y 8, recuadroS, detalles de mapas hidraúlicos de Guanajuato, en: Martín Sánchez Rodríguez, Herbert H. Eling Jr., Cartografía hidráulica de Guanajuato, Zamora, El Colegio de Michoacán, Conacyt, 2007.páGina 9: Cuenca del Cupatitzio, detalle, foto de Carlos Blanco.páGina 21: El Zapotillo, foto de José de Jesús Hernández.páGina 115: Placa de fábrica “La experiencia”, foto de María del Socorro Guzmán Muñoz.páGina 133: Nuño de Guzmán rumbo a la Nueva Galicia, detalle, códice Telleriano-Remensis.páGina 255: Vasija de prehispánica, Nayarit.

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Normas dE prEsENTacióN dE colaboracioNEs

relaciones es una publicación editada trimestral-mente por el colegio de michoacán, con el fin de di-fundir trabajos de investigación de alta calidad aca-démica y originalidad en su análisis, acordes al perfil indicado en la página legal de la revista. en todos los casos, deben ajustarse a las siguientes normas de presentación de originales.

1. los documentos deberán ser inéditos. el envío o entrega de un trabajo a esta revista compromete a su autor a no someterlo simultáneamente a la consideración de otras publicaciones. los traba-jos entregados serán versiones definitivas.

2. los trabajos se entregarán en disquette o cd, en formato microsoft® word, acompañados por una copia impresa, o enviados por correo electrónico a relació[email protected]. las colaboraciones enviadas por correo postal se dirigirán a: revista relaciones. el colegio de michoacán, calle martí-nez de navarrete #505, fraccionamiento las fuen-tes, c.p. 59690, zamora, michoacán. méxico

3. deberá indicarse, en hoja aparte, los siguientes datos del autor: nombre completo, grado universi-tario máximo, institución donde labora, cargo ac-tual que desempeña, número telefónico, dirección postal, dirección electrónica. en el caso de coau-torías deberán indicarse los datos de todos los co-laboradores.

4. los autores podrán sugerir los nombres de tres dictaminadores, indicando sus datos de adscrip-ción institucional, especialidades académicas y direcciones electrónicas, para tener referencia de la posible audiencia del trabajo.

5. los artículos publicados en relaciones serán difun-didos y distribuidos por todos los medios impresos y/o electrónicos que la dirección de la revista juzgue convenientes.

artículos

1. las colaboraciones para las secciones temática y general de relaciones serán evaluadas por la direc-ción de la revista para verificar que se ajusten a las presentes normas. de ser así, serán enviadas a dos dictaminadores anónimos cuyo arbitraje favorable es requisito indispensable para la publicación del tra-bajo.

2. los artículos completos no excederán el número de 35 cuartillas (10 500 palabras máximo), en fuentes times new roman o arial, interlineado de 1.5, texto corrido, 12 puntos para todo el material incluyendo notas, sin macros ni viñetas de adorno, sin hacer én-fasis con fuentes tipográficas, y utilización de cursivas sólo para voces extrajeras y publicaciones.

3. las notas deben ir a pie de página con la refer-encia completa del material citado.

4. los cuadros, mapas, imágenes y fotos se aceptarán en originales o copias digitales de alta resolución, y se concentrarán en archivo aparte. Se incluirán los títulos, pie de foto, créditos y permisos correspondi-entes (si fuera el caso). en el texto principal se men-cionará su ubicación.

5. los artículos iniciarán con un resumen de 70 a 75 palabras e incluirán 4 o 5 palabras clave.

6. la bibliografía irá al final del artículo en este orden: autor (apellidos, nombre), obra (en cursiva), lugar de edición, editorial, año. ejemplos: a) taussig, mi-chael, Shamanism, Colonialism, and the Wild Man. A Study in Terror and Healing, chicago, the univer-sity of chicago press, 1987. b) alarcón, rafael, “la formación de una diáspora: migrantes de chavinda en california” en Gustavo lópez c., coord., diás-pora michoacana, zamora, el colegio de micho-acán, Gobierno del estado de michoacán, unidos michoacán, 2003, pp. 289-306.

7. una vez emitidas las evaluaciones de los árbitros con-sultados, será del conocimiento de los autores el acta de dictamen, y tendrán un plazo no mayor de dos meses para entregar la versión final del artículo con las correcciones pertinentes. la dirección de la revista verificara la versión final con base en los dictámenes y comunicará a los autores la información del número de la revista en el que será publicado su trabajo.

documentos

las colaboraciones para la sección de documen-tos serán trabajos de transcripción, paleografía, traducción y restauración de fuentes primarias o secundarias, relevantes para el estudio de pro-cesos de historia y sociedad relacionados con Hispanoamérica. los trabajos tendrán una intro-ducción con aparato crítico del presentador del documento, e incluido éste no excederá de 12 cu-artillas. los trabajos serán seleccionadas por la di-rección y el comité de redacción de la revista en función de su calidad, contribución y pertinencia temática.

reseñas

las reseñas serán revisiones críticas de libros recientes (últimos cinco años), relacionados con investigacio-nes de las ciencias sociales y humanas. deberán se-ñalar las aportaciones y limitaciones de la obra rese-ñada, así como su vinculación con la literatura previamente publicada sobre el tema que se aborda. la extensión máxima es de cinco cuartillas.

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Agua y tierra en México, siglos XIX y XX (2 vols.) ESCOBAR OHMSTEDE, AntonioSÁNCHEZ RODRÍGUEZ, Martíny GUTIÉRREZ RIVAS, Ana Ma. (coords.) 687 p.: il.; 23 cm. (2 vols.) ISBN 978-970-679-260-0 Obra completa

El agua en la historia de México. Balance y perspectiva DURÁN, Juan ManuelSÁNCHEZ RODRÍGUEZ, Martíny ESCOBAR, Antonio (eds.) 451 p. 16.5 x 22.5 cm ISBN 970-27-0798-6

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Poblar la frontera.La provincia de Santa Bárbara en Nueva Vizcaya durante los siglos XVI y XVII CRAMAUSSEL, Chantal 479 p. 28 cm ISBN 970-679-192-2

Cartografía hidráulica de Michoacán SÁNCHEZ RODRÍGUEZ, Martíny BOEHM SCHOENDUBE, Brigitte 473 p. 27 cm ISBN 970-679-169-8

Cartografía hidráulica de Guanajuato SÁNCHEZ RODRÍGUEZ, Martín y ELING, Herbert H.(coords.) 427 p. 27 cm. ISBN 970-679-220-4

Clérigos, encomenderos, mercaderes y arrieros en Colima de la Nueva España (1523-1600)ROMERO DE SOLÍS, José Miguel 369 p. 16 x 23 cm ISBN 968-7412-79-8

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Cuencas fluviales, una perspectiva comparativa

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