sebreli - el nacionalismo de lugones

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El nacionalismo de Lugones 1 [] Si la hidalguía, la literatura hermética y el ocultismo eran formas de integrarse a una elite en la que no se estaba muy seguro de ser admitido, aún le quedaba a Lugones un recurso más convencional: el de los blancos pobres que pueden identificarse con los blancos ricos frente a los no blancos: indios, negros, mestizos, mulatos. El descendiente orgulloso de conquistadores afirmaba la supuesta pureza de la raza hispánica: "Los hijos sin mezcla del conquistador blanco, dominaron como herederos de la superioridad de aquel, al indio y el mestizo, evitando mezclarse con ellos para conservar esa condición; y la independencia no modificó dicho estado social, sino en la letra de las leyes inaplicables puesto que contrariaban un hecho natural, indiferente a las declaraciones políticas" (Historia de Sarmiento). El racismo era una adecuada justificación ideológica de los regímenes antidemocráticos: "La igualdad política y aun social, puede declararse allí donde existe previamente la igualdad de razas" (Ibídem). El contenido clasista del racismo se evidenciaba hasta en el comentario de una ordenanza municipal: se congratuló por el desplazamiento de la estatua del negro Falucho desde la aristocrática Plaza San Martín, donde los Anchorena debían sufrir la afrenta de verlo desde los balcones de sus palacios, a la plebeya Plaza Italia: "Falucho, conmemorado en un barrio 'aristocrático' sí bien con excelentes razones históricas, acabó por salir expulsado al suburbio compatible con su clase. Es que hasta el heroísmo tiene color en los países habitados por razas diversas" (Ibídem). En las relaciones del gaucho con el caudillo es donde mejor parecen expresarse las diferencias raciales: "Por eso nunca ha habido un caudillo gaucho, Todos fueron hombres decentes agauchados. Y detalles significativos: regularmente eran rubios y de ojos celestes. El pelo rubio representa para el gaucho tal condición de nobleza, que equivale a la hermosura en la mujer" (Ibídem). En el mismo libro en que intenta la exaltación del gaucho El payadory en cuyo prólogo no escatima diatribas contra "mulatos" y "mestizos", se trataba en realidad de oponer un gaucho mítico, una idea platónica, un arquetipo, contra el gaucho real, afortunadamente ya muerto, pues la impureza de su sangre lo hacía indeseable: "Su desaparición es un bien para el país, porque contenía un elemento inferior en su parte de sangre indígena" (El payador). Estos párrafos del Sarmiento y El payador nos permiten, comprobar la falsa antinomia que nacionalistas de izquierda como Jorge Abelardo Ramos Crisis y resurrección de la literatura argentinaintentan establecer entre Lugones como defensor del gaucho y los denigradores del mismo, como Borges y Martínez Estrada, quienes por otra parte se manifestaron siempre discípulos de Lugones. Lugones no rompe de ningún modo con la línea clásica de la literatura burguesa del siglo XIX, impregnada de racismo contra los indios, los negros, los mestizos, los mulatos: Sarmiento, Conflictos y armonías de las razas en América; Carlos Octavio Bunge, Nuestra América; Agustín Álvarez, Las transformaciones de las razas en América, y aun el propio Ingenieros, La evolución de las ideas argentinas. Estos autores explicaban las causas de nuestro atraso por características biológicas y psicológicas del pueblo argentino, heredadas de las razas inferiores. El "mestizaje" adquiría la categoría de mito similar al "alma negra" o al "carácter judío". Se trataba de justificar la transformación inevitable, la necesidad del capitalismo de destruir las comunidades primitivas indígenas y la economía familiar de los gauchos que constituían un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas. La mala conciencia, por la forma sangrienta con que este proceso fue realizado, llevó a sus ejecutores a las teorías racistas: la superioridad racial hereditaria de las clases poseyentes mostraba que las clases desposeídas eran tales por ser razas inferiores. La desigualdad y la iniquidad social no serían de ese modo el producto de la historia, sino de un designio de la naturaleza contra el que, por lo tanto, era imposible oponerse. Pero acaecido ya el exterminio del indio y del gaucho, un nuevo peligro comenzó a cernirse sobre la burguesía argentina. Las mismas clases dirigentes que habían fomentado la inmigración europea en gran escala, comenzaron a advertir atemorizadas que ésta se revelaba inesperadamente como un dinámico elemento de agitación social, habían desencadenado fuerzas que amenazaban con arrollarla y que parecían difíciles de controlar. El mismo odio de clase que antes se sentía por el gaucho se trasladaba ahora al inmigrante europeo. Sarmiento que, como siempre, se adelantaba a su clase, vio el peligro antes que otros, y quien había sido el más grande propulsor de la inmigración la atacó duramente en una serie de artículos, La condición del extranjero en América, especialmente dirigidos contra los italianos, aunque no faltaba tampoco el antisemitismo. 1 Sebreli, Juan José. (1997). Escritos sobre escritos, ciudades bajo ciudades (1950-1997). Sudamericana. Bs As: Argentina. Pags 66-78

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Critica literaria y sociologia

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Page 1: Sebreli - El Nacionalismo de Lugones

El nacionalismo de Lugones1

[…]

Si la hidalguía, la literatura hermética y el ocultismo eran formas de integrarse a una elite en la que no se estaba

muy seguro de ser admitido, aún le quedaba a Lugones un recurso más convencional: el de los blancos pobres que pueden

identificarse con los blancos ricos frente a los no blancos: indios, negros, mestizos, mulatos.

El descendiente orgulloso de conquistadores afirmaba la supuesta pureza de la raza hispánica: "Los hijos sin

mezcla del conquistador blanco, dominaron como herederos de la superioridad de aquel, al indio y el mestizo, evitando

mezclarse con ellos para conservar esa condición; y la independencia no modificó dicho estado social, sino en la letra de

las leyes inaplicables puesto que contrariaban un hecho natural, indiferente a las declaraciones políticas" (Historia de

Sarmiento).

El racismo era una adecuada justificación ideológica de los regímenes antidemocráticos: "La igualdad política y

aun social, puede declararse allí donde existe previamente la igualdad de razas" (Ibídem). El contenido clasista del racismo

se evidenciaba hasta en el comentario de una ordenanza municipal: se congratuló por el desplazamiento de la estatua del

negro Falucho desde la aristocrática Plaza San Martín, donde los Anchorena debían sufrir la afrenta de verlo desde los

balcones de sus palacios, a la plebeya Plaza Italia: "Falucho, conmemorado en un barrio 'aristocrático' sí bien con

excelentes razones históricas, acabó por salir expulsado al suburbio compatible con su clase. Es que hasta el heroísmo

tiene color en los países habitados por razas diversas" (Ibídem).

En las relaciones del gaucho con el caudillo es donde mejor parecen expresarse las diferencias raciales: "Por eso

nunca ha habido un caudillo gaucho, Todos fueron hombres decentes agauchados. Y detalles significativos: regularmente

eran rubios y de ojos celestes. El pelo rubio representa para el gaucho tal condición de nobleza, que equivale a la

hermosura en la mujer" (Ibídem).

En el mismo libro en que intenta la exaltación del gaucho —El payador—y en cuyo prólogo no escatima diatribas

contra "mulatos" y "mestizos", se trataba en realidad de oponer un gaucho mítico, una idea platónica, un arquetipo, contra el

gaucho real, afortunadamente ya muerto, pues la impureza de su sangre lo hacía indeseable: "Su desaparición es un bien

para el país, porque contenía un elemento inferior en su parte de sangre indígena" (El payador).

Estos párrafos del Sarmiento y El payador nos permiten, comprobar la falsa antinomia que nacionalistas de

izquierda como Jorge Abelardo Ramos —Crisis y resurrección de la literatura argentina— intentan establecer entre Lugones

como defensor del gaucho y los denigradores del mismo, como Borges y Martínez Estrada, quienes por otra parte se

manifestaron siempre discípulos de Lugones. Lugones no rompe de ningún modo con la línea clásica de la literatura

burguesa del siglo XIX, impregnada de racismo contra los indios, los negros, los mestizos, los mulatos: Sarmiento,

Conflictos y armonías de las razas en América; Carlos Octavio Bunge, Nuestra América; Agustín Álvarez, Las

transformaciones de las razas en América, y aun el propio Ingenieros, La evolución de las ideas argentinas. Estos autores

explicaban las causas de nuestro atraso por características biológicas y psicológicas del pueblo argentino, heredadas de las

razas inferiores. El "mestizaje" adquiría la categoría de mito similar al "alma negra" o al "carácter judío". Se trataba de

justificar la transformación inevitable, la necesidad del capitalismo de destruir las comunidades primitivas indígenas y la

economía familiar de los gauchos que constituían un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas. La mala

conciencia, por la forma sangrienta con que este proceso fue realizado, llevó a sus ejecutores a las teorías racistas: la

superioridad racial hereditaria de las clases poseyentes mostraba que las clases desposeídas eran tales por ser razas

inferiores. La desigualdad y la iniquidad social no serían de ese modo el producto de la historia, sino de un designio de la

naturaleza contra el que, por lo tanto, era imposible oponerse.

Pero acaecido ya el exterminio del indio y del gaucho, un nuevo peligro comenzó a cernirse sobre la burguesía

argentina. Las mismas clases dirigentes que habían fomentado la inmigración europea en gran escala, comenzaron a advertir

atemorizadas que ésta se revelaba inesperadamente como un dinámico elemento de agitación social, habían desencadenado

fuerzas que amenazaban con arrollarla y que parecían difíciles de controlar. El mismo odio de clase que antes se sentía por

el gaucho se trasladaba ahora al inmigrante europeo. Sarmiento que, como siempre, se adelantaba a su clase, vio el peligro

antes que otros, y quien había sido el más grande propulsor de la inmigración la atacó duramente en una serie de artículos,

La condición del extranjero en América, especialmente dirigidos contra los italianos, aunque no faltaba tampoco el

antisemitismo.

1 Sebreli, Juan José. (1997). Escritos sobre escritos, ciudades bajo ciudades (1950-1997). Sudamericana. Bs As: Argentina. Pags 66-78

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Las condiciones estaban preparadas para comenzar ahora la reivindicación del gaucho, ya totalmente inofensivo,

pues estaba muerto y transfigurado en sumiso peón de estancia. Lugones la inició con El payador, idealización nostálgica

del noble primitivo en el seno de la naturaleza, donde contraponía un gaucho legendario a los inmigrantes extranjeros.

Tampoco faltó en Lugones, como en Güíraldes, la idealización del capataz de la estancia paterna, en la figura de Juan Rojas

de Poemas solariegos. El hombre de campo está determinado por la tierra, por la sangre, enraizado en la naturaleza, es por

lo tanto el sustento de la tradición. La glorificación del campesino ha sido una constante del pensamiento de derecha y sobre

todo del fascismo. Heidegger es su ejemplo más elevado. El campesino era contrapuesto a las masas inmigrantes urbanas,

del mismo modo que el campo, la tierra, la naturaleza pura e incontaminada eran contrapuestos a la ciudad antinatural,

cosmopolita y corrompida. En Romances del Río Seco, Lugones como tantos otros escritores de su época —Manuel Gálvez

en Senderos de humildad—emprende la vuelta al campo, el retorno simbólico a la provincia natal. El campo es lo estático,

todo sigue siendo siempre igual, sumido al ciclo repetido de la naturaleza. "La naturaleza es de derecha", decía Ramuz. La

ciudad, en cambio, producto del hombre, es dinámica, todo cambia en ella permanentemente. El campesinismo es, por lo

tanto, otro de los modos de oponerse al progreso, al cambio, a lo nuevo. Además la ciudad es detestable porque en ella se

concentran las masas obreras; las grandes ciudades —París, Petrogrado, Berlín, Barcelona, Buenos Aires— han sido los

escenarios más adecuados para los grandes movimientos de masas. La total incomprensión del proceso económico le hace

ver a Lugones la ciudad no como el producto típico de la burguesía, sino de la consecuencia inevitable de la burguesía, el

proletariado: "La legislación obrerista ha desarrollado filertemente el urbanismo: otra calamidad para una república

agraria como la nuestra" (La Grande Argentina). "El obrerismo artificial que desarrolla esa hipertrofia urbana por

notorios motivos de propaganda política y de sentimentalismo superficial y descaminado" (ibídem).

Los ataques a la ciudad, al mercantilismo, a la clase obrera y a la democracia son todo uno: las instituciones

democráticas —entre ellas las organizaciones obreras— están, indisolublemente ligadas a la historia del capitalismo

comercial e industrial, y se desarrollan a través de la ciudadpuerto, tan denigrada por los nacionalistas, que le oponen el

tradicionalismo retrógrado de las provincias atrasadas.

Lugones soñaba con la utopía reaccionaria de una sociedad agraria seudofeudal, donde la gente con prosapia pero

sin dinero, como él, pudieran seguir siendo lo principal. La burguesía era para él, más que una clase económica, un

estamento moral, el filisteísmo, el materialismo egoísta y grosero, culpable por su codicia de la crisis del noventa que

arruinó a su familia. Los verdaderos valores —la sangre, la tierra, el heroísmo— eran menoscabados por la sociedad

moderna, por la ciudad, por el progreso, por la educación de las masas. "De esta suerte concluiremos que la enseñanza

laica, la inmigración y la prosperidad económica (...) fueron también causas del materialismo egoísta, que es efectiva

inmoralidad como ahora se ve" (Roca), dicho con palabras del hombre común, más vale la pobreza con honradez. Su

antimodemismo se confunde con los vagos recuerdos de su Córdoba natal, la sociedad más cerrada de la época y

seguramente no la hubiera reconocido en la ciudad de las chimeneas, de las huelgas de masas, de los cordobazos, uno de los

cuales tuvo por objetivo derribar a un descendiente de su ídolo, Uriburu.

Lugones, que junto a Roca, se entretenía en París en ir a ver cómo la policía francesa disolvía brutalmente los

mítines obreros en Place de la République, se convirtió a partir del Centenario en el portavoz más exacerbado de las

inquietudes de la clase dirigente frente a las masas populares. No escatimaba diatribas contra ellas; "Masa extranjera

disconforme y hostil", "plebe descontenta y equívoca", "plebe gringa", "plebe ultramarina", "ralea mayoritaria'',

"extranjeros estériles e inaceptables". Alertaba sobre el peligro de la perturbación social que traían los inmigrantes: "Todo

extranjero disconforme con el país es un enemigo" (La Grande Argentina) "La instalación privilegiada del extranjero va

resultándonos una ocupación colonial, pues a ella equivale efectivamente" (Ibídem).

Lugones, que trató de resolver sus problemas de identidad mediante la integración a diversas élites, terminó

finalmente por integrarse a lo que Sartre —Reflexiones sobre la cuestión judía— llama "la elite de los mediocres". El

nacionalismo sirve para que un individuo mediocre en tanto poseedor de valores inefables inherentes al ser nacional, se

sienta superior al más inteligente y culto de los extranjeros, más aún llega a reivindicar las propias carencias de su nación

frente a la superioridad del extranjero. Tal la actitud de Lugones cuando proclamaba: "Por el mero hecho de ser argentino,

soy mejor que cualquier extranjero en la República Argentina" (La patria fuerte).

Será uno de los primeros en recurrir al expediente — luego muy usado por los dictadores militares y sobre todo por

Perón— de confundir la lucha de fraude practicado por los gobiernos oligárquicos no merecía sino la justificación de

Lugones: "Prácticamente hablando, el delito electoral no existe" porque los que lo denunciaban invocaban "la pureza de

una doctrina impracticable" (Roca).

Refiriéndose a las elecciones de 1931, donde fue derrotada la dictadura de Uriburu, reflexionaba escépticamente:

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"Las elecciones de Buenos Aires enseñan una vez más que el sistema vigente no tiene cura. Aplíquela quien lo aplique, el

resultado es que entrega la suerte de la Nación al instinto de sus turbas inorgánicas".

Es obvio señalar que se oponía decididamente a la participación política de la mujer: "Las mujeres no han pedido

acá nunca derechos políticos" (La Grande Argentina).

El aspecto más reaccionaria de Lugones no está en la imaginación que deliraba con el peligro "comunista" sino en

confundir ese fantasma con la realidad de la democracia burguesa. "El liberalismo racionalista cuya realización existencial

es el comunismo soviético" (El escritor ante la verdad, junio de 1937). En La Grande Argentina llega a afirmar que el

módico radicalismo yrigoyenista era ya un socialismo obrerista, ese obrerismo que "es en realidad corrupción, iniquidad,

desorden". Para Lugones la "revolución social" consistía en modestas reformas aceptadas por las burguesías de las

sociedades capitalistas más avanzadas: libertad de los obreros paró sindicarse, derecho a la huelga, fijación de salarios

mínimos, disminución de las horas de trabajo, jubilaciones. "La fijación del salario mínimo, y la limitación de la jornada de

trabajo, suprime, pues, la libertad primordial del hombre" (La Grande Argentina). "O sea lo que hace la huelga al

interrumpir servicios públicos, sacrificando el bienestar común al interés y la voluntad de un grupo o de un gremio. Este

sistema de reclamar mejoras debe quedar, pues, prohibido. Toda interrupción de servicios públicos en nombre de intereses

particulares, es atentado antisocial." (Ibídem).

La legislación laboral de los cañeros de Tucumán y Sama Fe, limitada a la fijación de salarios mínimos y jornadas

de ocho horas, realizada bajo el gobierno radical, le provocó la siguiente visión apocalíptica: "Conforme a los intereses de

Moscú, defendidos aquí por agentes de ruidosa notoriedad, el corruptor sectario aprovechó la falsa situación creada por el

obrerismo urbano, que es el fundamento de la dictadura proletaria, para trasladarse a las colonias con el objeto de

malograr las cosechas mediante pretensiones inaceptables, creando así el estado de miseria y desorden en que prospera el

socialismo". (Ibídem).

Todo intento de mejorar la situación de las clases trabajadoras era calificado por Lugones, paradójicamente, de

injusticia social y defensa de privilegios: "Toda legislación de clase comportará un privilegio violatorio la equidad

republicana. La legislación de carácter socialista que protege por medio de salarios fijos, indemnizaciones y jubilaciones

propias a los trabajadores manuales, por el solo hecho de serlo, es violatoria de la igualdad, reconoce las clases que la

niegan y violan, y crea un privilegio social a favor de los mismos" (La patria fuerte). La desigualdad entre los hombres es la

base de la sociedad, lo que hace imposible todo intento de justicia social: "Jerarquía, disciplina y mando, son las

condiciones fundamentales del orden social que no puede así subsistir sin privilegios individuales, empeaindo por la

propiedad, célula de la patria: lo cual supone cierta dosis de iniquidad en el sistema, o sea su imperfección inevitable, y

con ello la necesidad de mantenerlo a la fuerza. Siempre habrá individuos predestinados a trabajar para otros y a padecer

por ellos" (La patria fuerte). Por ese camino Lugones llegará a justificar la esclavitud con citas de Aristóteles.

La sociedad según Lugones no se dividía en clases sociales sino, como en los maquiavelistas, en elites

aurodesignadas por su propio mérito, y masas informes incapaces de gobernarse a sí mismas. Pero el elitismo se basa en

algunas falacias, si como el mismo Lugones reconoció la elite por el hecho de serlo tiene el derecho a gozar de privilegios

materiales, de los que está despojada la masa, ¿cómo saber si no es el privilegio material el que hace que una elite sea tal?

¿No es la necesidad de defender un privilegio lo que otorga a éste un signo de distinción que lo autojustifica? Lugones, por

supuesto, no se planteó nunca estos interrogantes. Tampoco consideró que la masa que él describía como "siempre

ignorante, anárquica, concupiscente" (La Grande Argentina) no es así por ninguna predestinación étnica o biológica, sino

porque las elites están interesadas en mantenerlas sumidas en un estado de miseria y de ignorancia.

La teoría de las elites fue pensada por Lugones en un momento especial de la vida argentina —entre 1916 y

1930—, es decir en el breve lapso en que se intentó una experiencia, por cierto tímida y vacilante, de democracia política.

Puesto que Lugones repudiaba a la democracia burguesa que confundía, como ya vimos, con un cuasisocialismo, se

planteaba un nuevo problema: las antiguas elites dirigentes —las del tiempo de su amigo Roca o de Quintana, cuya

candidatura apoyara— parecían demasiado débiles y decadentes, pues se habían dejado arrebatar por las masas el derecho

de mandar. Era preciso, por lo tanto, que surgiera una nueva elite o para emplear el término de Pareto, que se produjera una

"circulación de elites". A Lugones le cabe el triste mérito de descubrir —o inventar— al nuevo sujeto histórico destinado a

reemplazar tanto a la oligarquía liberal ilustrada como a las masas electorales: el Ejército.

Ya en 1915, cuando pronunció una conferencia en el Círculo Militar sobre "El ejército de La Illiada", su intención

era elevar a los militares argentinos a la categoría de héroes homéricos vistos a través de Nietzsche. La teoría del Ejército

corno nueva elite será lanzada en las famosas conferencias del teatro Coliseo, en 1922, auspiciadas por el Círculo

Tradicional Argentino y por la antisemita Liga Patriótica Argentina de Manuel Carlés. "Estamos ya en la situación que

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impone a todos los ciudadanos una actitud militante, parecida a la militar" "necesidad de una enérgica adhesión a las

instituciones militares"... "Y desde 1914 debemos otra vez a la espada esta viril confrontación con la realidad... El sistema

constitucional del siglo XIX está caduco. El ejército es la última aristocracia."

En la conferencia de Lima de 1924, proclamó: "Ha sonado otra vez la hora de la espada", identificando

nuevamente al Ejército con la aristocracia: "El Ejército es la última aristocracia, vale decir la última posibilidad de

organización jerárquica que nos resta entre la disolución demagógica. Sólo la virtud militar realiza en este momento

histórico la vida superior que es belleza, esperanza, fuerza".

En La patria fuerte, libro publicado por el Circulo Militar, reconocía "que por muy manchada que se halle la

espada, conserva, al menos, la limpieza de su valor". En su obra póstuma, Roca, trataba de mostrar que "la personalidad de

Roca definese, y se explica por su condición militar", y a toda la historia argentina como indisolublemente ligada a su

historia militar: "La índole profundamente militar del país". "El carácter militar de todo cuanto es definitivo en nuestra

historia".., de acuerdo, pues, con su historia, el pueblo argentino, predestinado a la espada, como se verá, no obstante las

apariencias y errores de un falso liberalismo, debe tener por constructores a individuos de formación cristiana y militar".

En esta obra formulaba también la teoría de la insubordinación del Ejército al poder civil, es decir la apología del golpe de

Estado destinado a tener una influencia nefasta en los años siguientes: "Así aquella acción decisiva del Ejército moderaba

por sí sola el exotismo, mantenía un elemento fundamental de nuestra formación histórica, y contenía la perversión

doctrinaria que pretende reducirlo a instrumento de poder civil cuando es también un poder político" (Roca).

Pocos meses antes del golpe militar de 1930, publicó La Grande Argentina, en cuyo último capítulo

significativamente llamado "La hora del destino" anunciaba lo que se venía y trataba de mostrar su positividad, señalando

las virtudes de los militares para gobernar el país: "Creo inútil recordar que debido a su preparación científica y

administrativa, a su espíritu de sacrificio, su vida ordenada, su punto de honor y su disciplina, la oficialidad moderna

forma de suyo el mejor cuerpo gubernativo que puede concebirse; resumiéndose además en ella, el doble concepto de

gobierno y de mando, cuya desintegración ideológica es, por cierto, una de las principales fuentes de desorden actual" (La

Grande Argentina). No es posible releer esta página a la distancia, sin una melancólica sonrisa.

El militarismo que asolaría el país durante medio siglo no fue tina creación de los militares sino de prestigiosos

intelectuales civiles como Lugones, Carlos Ibarguren o Ernesto Palacio, o de periodistas que redactaban los periódicos

nacionalistas de los años treinta y cuarenta que leían pero no escribían los militares. La idea del Ejército quitando el mando

a una sociedad civil supuestamente incapaz de gobernar, no es de ninguna manera una creación ideológica do los militares,

éstos eran demasiado poco intelectuales, por emplear un término suave, como para formular esa idea, o ninguna idea.

La teoría de las elites lleva a otro de los temas lugonianos: el culto carlyniano del Grande Hombre; ambos están

íntimamente unidos, ya que la cohesión interna de una elite se da frecuentemente por la figura del Jefe. El mito del salvador

supremo, del predestinado, del libertador de pueblos, del líder carismático, había sido revivido en la década del veinte por

Mussolini y sus reminiscencias del cesarismo clásico y de los condottieros renacentistas. Lugones, admirador de Mussolini,

consideraba que la Argentina necesitaba dioses tutelares, padres míticos, héroes legendarios y reales, que sirvieran de

ejemplo. Trató de hacer de Martín Fierro el héroe de la epopeya nacional, que supuestamente todo gran pueblo debiera

tener; idealizó a personajes históricos —Güemes, Sarmiento, Ameghino, Roca— al mismo tiempo que Ricardo Rojas

consagraba a San Martín "el santo de la espada". Finalmente se postuló a sí mismo como héroe literario, mito viviente.

Estaba preparando sin saberlo el terreno para el surgimiento del culto a Perón y Evita, y la sustitución del mítico cantor

Martín Fierro por —lo que habría horrorizado a Lugones— otro cantor: Carlos Gardel.

En su conferencia de Lima expondrá una concepción ya netamente totalitaria —coincidente con el "decisionismo"

de Carl Schniitt— según la cual la autoridad del líder, por encarnar la voluntad de la Nación, está por encima de la ley, y no

puede ser puesta en tela de juicio por razones de índole moral, social o jurídica. "Pacifismo, colectivismo, democracia, son

sinónimos de la misma vacante que el destino ofrece al jefe predestinado, es decir al hombre que manda por su derecho de

ser mejor, con o sin la ley, porque ésta, corno expresión de potencia, confúndese con su voluntad".

En una nota periodística aclamaba "la gloriosa tiranía en el individuo considerablemente superior" (El Hogar, 10

de abril de 1925). En Roca afirmaba: "Unos nacen jefes y otros no, sin mengua, pues, del común destino", y admitía la

superstición de que los latinos, no sabemos por qué misterioso mandato de la sangre, estamos destinados a las dictaduras:

"Lo causa está en que, conforme o la índole latina, el gobierno representativo es para nosotros encarnación individual y

ejecutiva, no principalmente parlamentaria como lo prescribe la Constitución, copiándolo de un país anglosajón y

protestante" (Roca).

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[…]

Resulta llamativo y debe destacarse que un explícito despreciador de las masas, que negó hasta las más mínimas

reivindicaciones sociales, haya podido merecer el elogio de los ideólogos del peronismo de izquierda como Hernández

Arregui —Imperialismo y cultura y La formación de la conciencia nacional— y, aunque con salvedades, de Jorge Abelardo

Ramos, quien en Crisis y resurrección de la literatura argentina le adjudicó el dudoso mérito de haber "fundado una

literatura nacional". Sería conveniente que sus jóvenes acólitos, demasiado agitados corno para desempolvar un libro de

Lugones en alguna biblioteca, se enteraran alguna vez de quién era el maestro de sus maestros.

Por otra parte, también resulta llamativo que Lugones sea igualmente reivindicado por la intelligentzia liberal:

Martínez Estrada, Borges o los miembros de la Sociedad Argentina de Escritores presidida por Borges y Mujica Lainez,

quienes declararon Día del Escritor al de su nacimiento, haciéndonos sentir profundamente avergonzados a todos los

escritores que vincularnos el destino de la literatura a la libertad de la persona y a la democracia política.

La transformación del liberalismo burgués en autoritarismo ya ha sido analizada por Marcuse —La lucha contra el

liberalismo en la concepción totalitaria del Estado— y en la sociedad argentina comienza a darse, como ya hemos

señalado, en el momento en que la posibilidad de una democracia de masas se volvía un peligro para las clases dirigentes.

[…] El punto clave de esta transición inacabada entre liberalismo y autoritarismo en la sociedad argentina, que mejor que

nadie representa Lugones con sus contradicciones, es el secreto de por qué un escritor tan poco leído en su época y

absolutamente nada leído hoy sigue, sin embargo, dando que hablar.