salud en el perú
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SALUD EN EL PERÚ
Cuando analizamos los factores que promueven u obstaculizan el desarrollo de
la salud, nos vemos enfrentados a grandes retos que nos exigen plantear
estrategias para realizar una acción intensificada y focalizada en los
determinantes que generan inequidades.
La educación es un factor esencial en la calidad de vida de las personas y en
su nivel de salud, y es uno de los pilares sobre los cuales se sostiene el
desarrollo humano.
Los estudios realizados demuestran que el estado de bienestar aumenta de
acuerdo con el nivel de educación, lo cual refleja el impacto positivo de éste en
el cuidado de la salud, en el cambio de comportamientos e, igualmente, en el
acceso y la utilización efectiva y oportuna de los servicios de salud.
El abordaje de la salud desde el marco conceptual de la promoción de la salud
implica emprender un proceso orientado a desarrollar habilidades y a generar
mecanismos políticos, organizativos y administrativos que permitan a las
personas y a sus comunidades tener un mayor control sobre su salud y
mejorarla. En tal sentido, la educación juega un rol fundamental. Actúa de
manera directa sobre la inteligencia y las habilidades cognoscitivas, y también
en el desarrollo de competencias y de estilos de vida saludables. Asimismo,
tiene un fuerte impacto en los niveles de ingreso y crecimiento económico, en
el desarrollo social, en la alimentación y la nutrición, así como en las
diferencias de género y posición social.
Al reconocer que la educación es uno de los determinantes sociales de la
salud nos vemos en la necesidad de analizar tanto la dimensión global de esta
relación como cada una de las interacciones que se producen con otras
variables del desarrollo humano. Esto implica una intervención política y social
que articule los esfuerzos del Estado y de la sociedad civil, y cuyos actores
compartan los objetivos de equidad, solidaridad y derechos.
Sólo así estaremos en condiciones de construir un país más saludable.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) definió, en 1948, que la salud es
“Un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la
ausencia de enfermedad o dolencia”. Se trata de un concepto positivo que
acentúa los recursos sociales y personales, así como las aptitudes físicas y
mentales. Así mismo, la salud es un proceso de desarrollo de capacidades
personales para lograr autosuficiencia y bienestar, de acuerdo con el sexo, la
edad y las necesidades sociales. Es mantenerse indemne de incomodidades
profundas, de insatisfacciones y de grandes frustraciones, libre de incapacidad
y malestar crónico, y comportarse de modo tal que se propicie la creatividad, el
aprendizaje, el desarrollo de las potencialidades y el disfrute pleno de la vida.
En ese sentido, la salud es un recurso para la vida diaria, no el objetivo de la
vida.
De acuerdo con el médico e historiador Henry Sigerist (1941), la salud se
promueve a través de un patrón decente de vida, buenas condiciones de
trabajo, educación, actividad física, descanso y recreación. Sigerist también
había dicho que la salud no era sólo la ausencia de enfermedad, sino además
una actitud positiva hacia la vida y la aceptación de las responsabilidades que
ésta nos brinda, siendo la creación de ambientes y entornos saludables un
aspecto fundamental.
La promoción de la salud, según la Carta de Ottawa (1986), consiste en
proporcionar a los pueblos los medios necesarios para mejorar su salud y
ejercer un mayor control sobre ésta. Para alcanzar un estado adecuado de
bienestar físico, mental y social, un individuo o un grupo debe ser capaz de
identificar y satisfacer sus necesidades, de cambiar y adaptarse al medio
ambiente. Es un proceso social y político que no solamente se dirige a
fortalecer las habilidades y el conocimiento de los individuos en el tema de la
salud, sino también a cambiar las condiciones sociales, ambientales y
económicas para aliviar su efecto en la sociedad y en la salud de cada
persona.
Desde una perspectiva integral, la salud es el resultado de una serie de
factores determinantes como la educación, los estilos de vida, el género, el
ingreso económico, la alimentación, el acceso a los servicios de salud, la
cultura, etcétera. Estos factores no actúan directamente como causa y efecto,
sino que interactúan en diferentes magnitudes
y sincronizada mente para lograr un particular estado de salud. Podemos
afirmar, en tal sentido, que la relación es multidireccional. Existen
determinantes que tienen una acción más directa sobre la salud, en tanto que
otros actúan a través de intermediaciones.
1.1 Determinantes sociales de la salud
La determinación de la situación de salud no es un proceso simple, mecánico,
con claras relaciones de causa efecto, sino más bien un proceso complejo,
dinámico, cambiante de una realidad a otra, en el que los factores
determinantes actúan como una red de interacciones y no en forma lineal.
La educación tiene repercusiones importantes en otras variables cuyos efectos
sobre la salud son determinantes, y de esta manera también actúa
indirectamente sobre ésta. Entre las más importantes variables con estas
características están:
- El tipo de ocupación, que está relacionado con los niveles de ingreso y, por
ende, con la capacidad adquisitiva de la población y sus posibilidades de
acceso a servicios y medios de subsistencia.
- La calidad del entorno o medio ambiente, que juega un papel crucial en la
salud por sus características protectoras y de provisión de insumos básicos
para una vida saludable.
- La alimentación y nutrición, que se constituye en el elemento esencial y de
soporte para una vida saludable, y cuyo déficit crea las condiciones para la
adquisición de diversas enfermedades.
- Las redes de apoyo social, que amplían las posibilidades de satisfacer las
necesidades individuales. Este apoyo social no sólo está relacionado con la
existencia de instituciones y organizaciones públicas y de la sociedad civil, sino
con la confianza que los ciudadanos tienen en ellas y que les permite
establecer un vínculo efectivo y aprovecharlas con eficacia.
- La equidad de género, que además de garantizar las mismas oportunidades
en el acceso a los servicios y a los medios de generación de recursos para
hombres y mujeres, permite una distribución equitativa de responsabilidades y
de disfrute de derechos entre géneros en la vida cotidiana, con repercusiones
también en el bienestar de los hijos, aspectos fundamentales para una vida
saludable.
La relación de los niveles educativos con cada una de las variables no es
unidireccional: todas ellas actúan a la vez sobre la educación e interactúan
entre sí.
Se ha demostrado que la educación es uno de los determinantes sociales con
mayor influencia en el bienestar físico, mental y social.
Su efecto determinante puede ser medido de manera directa, pues la
adquisición de conocimientos permite el desarrollo de competencias y
habilidades para resolver problemas cotidianos, tomar decisiones acertadas y
oportunas, cambiar actitudes impregnadas por creencias culturales represoras
por otras más autónomas, etcétera, todo lo cual redunda en el cuidado y la
preservación de la salud, así como en la búsqueda de la atención adecuada
cuando aparecen problemas que atentan contra ésta.
No obstante, el mayor peso que tiene la fuerza determinante de la educación
se percibe cuando ésta interactúa con otros determinantes sociales de la salud.
Así, la influencia de la educación es crucial en el acceso diferenciado al empleo
y, por ende, a los ingresos y a la capacidad adquisitiva, lo cual, a su vez,
permite un acceso segregado al hábitat y a la conformación de entornos
saludables. Hemos visto también cómo la educación tiene un poder
determinante en los cambios en las relaciones de género, que permite que las
mujeres puedan tomar decisiones en forma más autónoma respecto a diversos
aspectos que atañen a su salud y al control sobre su propio cuerpo, tales como
decidir cuándo acudir a los servicios de salud independientemente del permiso
del marido, negarse a tener relaciones sexuales cuando saben que su pareja
es portadora de una ETS, proveerse de anticonceptivos cuando deciden
controlar su fecundidad, o tener mejores condiciones para enfrentar la violencia
de su pareja contra ellas.
A mayor nivel de educación de los padres de familia, hay mejores indicadores
de salud. La educación tiene efectos diferenciados en diversos aspectos de la
salud.
Hemos podido comprobar cómo en todos los asuntos referidos a la salud del
niño, el nivel educativo de la madre tiene un peso muy fuerte. En diversos
aspectos del desarrollo infantil —tales como la nutrición, la prevención de
enfermedades, la atención adecuada y oportuna cuando se presenta algún
problema de salud—, a mayor nivel educativo de la madre, mayor garantía para
la vida y la salud del niño. En parte, esto se refleja en un indicador global como
la tasa de mortalidad infantil, cuyo nivel guarda una relación perfecta e inversa
con el grado de educación de la madre. Para los niños mayores de un año, la
influencia de la educación de su madre se refleja, entre otros, en el porcentaje
de desnutrición crónica, el cual se eleva enormemente a medida que el grado
de escolaridad disminuye.
Hemos podido comprobar que se produce un salto muy importante en el
cuidado de algunos aspectos de la salud cuando se pasa de la educación
primaria a la secundaria. Esta diferenciación notable se da en el descenso de la
mortalidad infantil, pues a pesar de que para el año 2000 su nivel se había
reducido considerablemente, el paso de la primaria a la secundaria de las
madres significa una caída de la tasa en 44%.
Hay aspectos que, al parecer, están asociados a este hecho, tales como el
acceso desigual a los medios de comunicación —y, por ende, a la información
—, pues es considerable el incremento en este acceso cuando las mujeres
tienen nivel educativo secundario respecto de las que tienen apenas primaria.
Este estudio también comprueba cómo esta situación se ve reflejada en una
diferencia ostensible en conocimientos elementales de salud entre las mujeres
con educación secundaria y las que tienen primaria, tales como el uso de sales
rehidratantes en caso de infecciones diarreicas agudas, o respecto a cuándo
llevar al niño a un establecimiento de salud en caso de evidentes signos de
emergencia. Todo esto juega un papel importante en determinar la vida o la
muerte de los niños.
Por otra parte, hay aspectos relacionados con la propia salud de la mujer que
sólo se ven impactados considerablemente por la educación cuando ella tiene
estudios superiores. Éste es el caso, por ejemplo, de la violencia física, puesto
que ocurre un cierto descenso —a pesar de que también en este nivel
educativo la prevalencia es alta— sólo cuando ellas tienen educación superior.
Lo mismo ocurre cuando se les pregunta si tienen la última palabra en
decisiones respecto a su propia salud. Así, estos resultados brindan indicios de
que las mejores condiciones para un mayor empoderamiento femenino y de
equidad de género empiezan a configurarse únicamente cuando las mujeres
alcanzan este nivel educativo.
También, en algunos casos, el incremento del nivel educativo trae aparejadas
situaciones adversas para la salud, con relación sobre todo a los estilos de vida
saludable. Hemos comprobado que a mayor nivel educativo, más ingesta de
alcohol y de tabaco, lo cual, probablemente, esté en relación con la mayor
capacidad adquisitiva de quienes tienen más escolaridad y con el estilo de vida
social, que conlleva la mayor frecuencia de eventos festivos y de reuniones
amicales. Creemos que se hace necesario indagar más sobre los cambios en
los estilos de vida saludable de acuerdo con el estatus socioeconómico, y
hacer la diferenciación entre los hábitos adquiridos socialmente en la educación
no formal.
Por la información obtenida, se evidencia también que, en el caso de las
mujeres, el paso de la primaria a la educación secundaria y/o superior les
significa un importante incremento porcentual en las afecciones de ETS. Habría
que considerar que las mujeres que no tienen educación y las que sólo tienen
primaria están concentradas fundamentalmente en las zonas rurales, mientras
que las demás habitan sobre todo en las urbes. La posibilidad de contagio en el
área rural es menor, por el más bajo nivel en el intercambio y la multiplicidad de
parejas sexuales respecto de lo que ocurre en la ciudad, lo cual podría ser una
explicación.
Por último, existen situaciones en las que la educación aún no tiene el peso
que se espera para mejorar el bienestar y la salud. Si bien hay alguna relación
positiva entre educación y cada uno de estos aspectos, los porcentajes para
todos los niveles educativos son muy bajos. Esto ocurre, por ejemplo, con el
lavado de manos con detergente o jabón luego del contacto con elementos
contaminantes o como precaución higiénica antes de la preparación de los
alimentos. Ciertamente, a mayor nivel educativo, mayor porcentaje de lavado
de manos, pero en el mejor de los casos esta costumbre resulta poco
frecuente. De la misma manera, hay poca conciencia acerca de la necesidad
de buscar ayuda especializada cuando se percibe algún problema vinculado a
la salud mental. Hay una relación positiva con el nivel educativo pero,
igualmente, en el mejor de los casos apenas se supera la cuarta parte de la
demanda sentida.
Durante los últimos 30 años, se han incrementado significativamente los
niveles de escolaridad la población peruana, que han llegado a extenderse a
todos los rincones del país. Esta realidad constituye un factor determinante en
el mejoramiento de la salud. Sin embargo, también hemos podido notar que, a
la par que la extensión educativa, la calidad de esta educación es muy baja,
teniendo en cuenta el escaso rendimiento de los escolares en los distintos
grados de educación, incluso comparándolos con los puntajes obtenidos por
los demás países de la región.
Si bien es cierto que, a pesar de estas características, la educación actúa
como un poderoso determinante de la salud, esto estaría señalándonos que si
la educación impartida fuera de mayor calidad, los resultados respecto al
bienestar y a la salud serían mucho mejores. Así, comprobamos que en varios
aspectos de la salud el impacto de la educación sólo es efectivo cuando se
pasa de la primaria a la secundaria, pero si se cumplieran los objetivos en la
adquisición de conocimientos, actitudes y competencias, así como en el
desarrollo de capacidades que se ha propuesto para la primaria, no tendría que
ser necesario pasar a la secundaria para que el impacto en la salud fuera más
notorio.
La educación escolarizada, aun si no brindara contenido alguno relacionado
directamente con la salud, otorga una serie de competencias que permite a las
personas acceder a otros servicios de información, los cuales serán asimilados
si se han adquirido las habilidades para hacerlo. De lo contrario, las personas
podrán contar con el medio físico —un aparato de radio o de televisión, o
información impresa— pero no serán capaces de procesar los datos. Al
parecer, estás competencias mínimas, con todas las deficiencias, se adquieren
recién con el nivel de educación secundaria, y de ahí el probable impacto de
ésta.
La educación es un componente fundamental para el desarrollo; por ende,
requiere toda la atención y priorización del Estado. Una educación de calidad y
con pertinencia se reflejará en una generación de seres humanos que
construya un desarrollo humano sostenible y saludable