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Sal y Luz Domingo XIX Tiempo Ordinario (A)- 9 de agosto de 2020
Nº38 Parroquia San Carlos Borromeo
El Señor se inclinó y te tomó de la mano. Sólo con tus fuerzas no puedes levantarte.
Aprieta la mano de Aquel que desciende hasta ti (San Agustín, Enarr. in Ps. 95, 7: PL 36, 1233)
Mándame ir a ti sobre el agua Mt 14, 22-33
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COMENTARIO
Primera lectura: 1 R 19, 9ª.11-13a: Sal y permanece de pie en el monte ante el Señor
Salmo Resp. 84: Muéstranos tu misericordia y danos tu salvación
Segunda lectura: Rm 9, 1-5: Desearía ser un proscrito por el bien de mis hermanos
Evangelio: Mt 14, 22-33: Mándame ir a ti sobre el agua
¡JESÚS!
¡Señor o me echas tú una mano o yo de aquí no salgo!
1.- Primera lectura: La peregrinación de la vida en el profeta Elías
En la primera lectura de este Domingo, Elías inicia un largo camino que lo
conducirá al monte Horeb, es decir, al Monte Sinaí, lugar de la Teofanía de Dios y
lugar de la Alianza entre Dios y los hombres. En un inicio, Elías emprende este viaje
como una fuga (1 Re 19,3), pues teme por su vida ante las asechanzas de la Reina
Jezabel, quien no le perdona que haya derrotado a los sacerdotes de Baal (1 Re 18,
20-40). Más adelante, este viaje encuentra las dificultades del camino: el sol
inclemente, la sed, el desierto y se hace dramático. Elías se desea la muerte: "Basta,
Señor, toma mi vida, que yo no soy mejor que mis padres". Sin embargo, el Señor le
manda un ángel que lo reanima, le ofrece alimento y le dice: "Levántate y come
porque el camino es superior a tus fuerzas" (1 Re 19, 1-8).
Elías reemprende la marcha y camina cuarenta días con cuarenta noches hasta
llegar al monte Horeb, en donde tendrá lugar el encuentro misterioso con Yahveh. El
número de cuarenta es simbólico: cuarenta son los años que pasa el pueblo en el
desierto antes de ingresar a la tierra prometida, cuarenta son los días que permanece
Moisés en el Sinaí. En todo caso expresa un tiempo suficientemente largo cuya
duración exacta no se conoce, pero que sirve de preparación y de purificación para
la experiencia que se vivirá a continuación. Sin embargo, la teofanía que presenciará
Elías es muy distinta a la que tuvo lugar en el tiempo de Moisés. Esta vez no hay
truenos, relámpagos, fuego y nube. Esta vez Dios se manifiesta en el viento ligero, en
el silencio, en la soledad de la montaña.
Esta peregrinación de Elías puede darnos indicaciones muy válidas sobre el
peregrinar humano. Como a Elías, también al hombre le sucede que pasa por muy
diversos y difíciles momentos en su caminar. Momentos de desolación interior,
momentos de incertidumbre, momentos de intenso sufrimiento físico y moral. El
hombre se descorazona ante un mundo que parece superior a sus fuerzas de
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comprensión. El misterio del mal y de la muerte parecen atenazar su corazón y
reducirlo a la desconfianza, a la desesperanza, a la cancelación de cualquier
esperanza que no sea de carácter intramundano. En estas circunstancias, el
hombre, o se abandona al placer o se abandona a la desesperación. Desearía no
haber nacido, quisiera no encontrarse en esa situación dramática; desearía llegar
cuanto antes al final de sus días. Sin embargo, la providencia y el amor de Dios salen
a su encuentro de uno y mil modos para confortarlo y decirle: "Ánimo, levántate y
come porque el camino es superior a tus fuerzas". Ponte en camino, porque este
peregrinar por el desierto, esta "noche obscura del alma" te prepara, te purifica
para un encuentro más profundo y personal con Dios. Así como Elías en sus
momentos de desolación no podía prever los resultados de su encuentro con Dios,
así el hombre no llega ni siquiera a imaginar lo que el Señor le reserva en la revelación
de su Alianza y de su amor. Ni el ojo vio, ni el oído oyó lo que el Señor tiene reservado
para los que lo aman (1 Cor 2,9). Experimenta que su confianza en el Señor decrece
al pasar por todos esos momentos obscuros. Sin embargo, la experiencia profunda
de Dios supera todo cálculo y todo sufrimiento, el hombre purificado por el dolor,
se encuentra con el rostro de Dios misericordioso, con esa suave brisa que le explica
tantas horas de sed y le devuelve la ilusión de vivir, de sufrir y de donar su vida
como una misión particular. Job lo dice también de un modo elocuente: Yo antes
(de sufrir) te conocía sólo de oídas, pero ahora mis ojos te han visto (Job 42, 5) Ha
sido el sufrimiento quien ha proporcionado a Job una nueva experiencia de Dios. Y
son los místicos quienes nos pueden dar confirmación de ello. Dice San Juan de la
Cruz (poema Entréme donde no supe)
Yo no supe dónde entraba,
pero, cuando allí me vi,
sin saber dónde me estaba,
grandes cosas entendí;
que me quedé no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo
(....)
Estaba tan embebido,
tan absorto y ajenado
que se quedó mi sentido
de todo sentir privado
de un entender no entendiendo
toda ciencia trascendiendo.
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2. Evangelio: O me sacas tú, o nadie podrá ser mi Salvador
El Evangelio de hoy nos presenta el episodio de Jesús que camina sobre las
aguas del lago (cf. Mt 14, 22-33). Después de la multiplicación de los panes y los
peces, que contemplábamos el domingo pasado, Jesús invitó a los discípulos a subir
a la barca e ir a la otra orilla, mientras Él despedía a la multitud, y luego se retiró
completamente solo a rezar en el monte hasta avanzada la noche. Mientras tanto en
el lago se levantó una fuerte tempestad, y precisamente en medio de la tempestad
Jesús fue hacia la barca de los discípulos, caminando sobre las aguas del lago. Cuando
lo vieron, los discípulos se asustaron, pensando que fuese un fantasma, pero Él los
tranquilizó: “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo” (v. 27). Pedro, con su típico impulso,
le pidió casi una prueba: “Señor, si eres Tú, mándame ir a ti sobre el agua”; y Jesús le
dijo: “Ven” (vv. 28-29). Pedro bajó de la barca y empezó a caminar sobre las aguas;
pero el viento fuerte lo arrolló y comenzó a hundirse. Entonces gritó: “Señor,
sálvame” (v. 30), y Jesús extendió la mano y lo agarró.
En esta época del año quien más y quien menos busca la proximidad del
agua, o bien en el mar, o bien en los lagos, o en los ríos para descansar, divertirse
o hacer distintos deportes. En el Evangelio descubrimos que el lago nos sugiere
también otras cosas. Sirve para comparar el apostolado con una pesca, nos ayuda
a descubrir quién es Jesucristo, es el escenario de la transformación de los
discípulos y es un momento oportuno y extraordinario para aprender a orar.
A.- Mirando al Señor:
Primero miramos al Señor y vemos que se esconde para orar, a veces invitará
a algunos discípulos en determinados momentos a que estén cerca, en su
presencia, pero lo que más le gustaba al Señor es retirarse en silencio y en soledad
a orar ¿por qué? Porque el silencio y la soledad no es aislarse, es recogerse para
estar totalmente vuelto y atento al Padre.
Nosotros también tenemos que aprender a hacer esto, porque para poder
orar de verdad tenemos que recogernos. Si nuestro corazón no hace más que ir de
aquí para allá, sacudidos por los ruidos, por las noticias o por whtasapp o por lo
que ocurre, ¿qué sucede? Que uno tiene voluntad de orar pero al final lo que hace
es dar vueltas a lo que uno piensa, mientras que lo fundamental en la oración es
mirar a otra Persona, de aquí que sea importante aprender a buscar sitios,
momentos, lugares en nuestra vida donde se pueda estar a solas con el Señor.
la oración está enmarcada en el camino de la vida. La oración es el lugar
donde llevamos la realidad de lo que vivimos, la oración no es un refugio sino que
es vivir con Dios para que él ilumine y nos fortalezca en las circunstancias o
acontecimientos que tengamos que vivir.
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Lo que nos pasa lo llevamos al Señor y lo que nos puede venir lo hablamos también
con Dios ¿Por qué nuestra vida cristiana cambia poco y crece poco? Porque lo que
vivimos no lo presentamos al Señor para que nos dé luz, porque los planes o
proyectos que deseamos hacer no los oramos antes para saber si es voluntad y
preguntarle “¿Señor, esto o aquello, o esta situación, o esta persona …¿tú qué
crees, cuál es tu voluntad? ¡Dame luz!”.
Por eso el caminar sobre las aguas no es que de repente al Señor le ha dado
por hacer eso, sino que es algo que primero lo ha hablado con el Padre. Y El Señor
sorprende a los discípulos que en ese momento lo están pasando mal a causa de
la tempestead. Y cuando aparece el Señor ¿qué les infunde? –Confianza. “Ánimo
no tengáis miedo, yo soy”. Al decir “yo soy” está pronunciando el nombre de Dios,
los discípulos reconocen el nombre de Yahveh. Los judíos evitaban decir el Nombre
de Yahveh… y decían “Yo soy”. Todos sabían que era lo mismo que decir “Dios”.
Jesús caminando sobre las aguas y calmando la tempestad ¿qué está
demostrando? Que es Dios, que es el Creador, que tiene poder sobre la naturaleza
con lo cual está indicando algo importante ¿por qué ha multiplicado los panes y
los peces? Porque es el Señor de la naturaleza, por eso camina sobre las aguas y
por eso calma la tempestad.
Y Pedro al ver a Jesús reza, ¡sí, sí reza! Le dice “Señor, mándame ir a ti” Es
decir, Pedro ¡le dice a Jesús que le mande a él lo que tiene que hacer! Esta es una
manera de orar en la que, a veces, lo que hacemos es mandarle a Dios que haga lo
que queremos; y ¿qué suele pasar cuando rezamos así? Que no suele salir bien,
como le pasó a Pedro, que se bajó de la barca, empezó a caminar y aquello no le
salió bien, ¡porque no tenía costumbre de caminar sobre las aguas!
Pues a veces también a nosotros nos pasa eso, pensamos que la mejor
oración consiste en decirle a Dios lo que tiene que hacer. ¡Qué bueno fue el Señor
que le hizo caso! Pero le hizo caso para su bien, para enseñarle que, lo mejor para
él no es “según su parecer”, sino que lo mejor para él “es según Dios”. Y eso que
le enseñó a Pedro también nos lo enseña a nosotros. El Señor le concede la gracia
única a Pedro de poder caminar sobre las aguas, pero Pedro que no había rezado
bien, -porque la verdadera oración, no es decirle a Dios lo que tiene que hacer-,
experimento que su corazón empezó a caer; y ¡atención! Al notar que se hundía
Pedro aprendió a orar bien y dijo: «¡Señor sálvame!» ¡la mejor oración!
Quien no ha vivido esto, quien no ha gritado alguna vez ¡Señor sálvame!
Todavía no ha aprendido a rezar. Ciertamente orar es hablar con Dios, escucharle
y contarle lo que llevamos en el corazón, pero la verdadera oración solo nace
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cuando tú reconoces en tu corazón y clamas la verdad de Jesucristo “Tú eres mi
salvador, por favor, Señor sálvame”. Su especialidad es SALVAR, por eso le
llamamos El Salvador. Y ha venido a mi vida para eso para Salvar y Salvando
comunicarme su vida.
Y para decir esto hay que ser consciente de que yo no puedo salir de esta
situación, ¡Señor o me echas tú una mano o yo de aquí no salgo! No hay oración
mas importante en la vida que haber pasado por esto, porque quien no ha pasado
por clamar al Señor ¡Sálvame! Todavía no conoce a Jesucristo.
Y el Señor claro que le echa una mano, le saca del agua y le lleva consigo a
la barca, que siempre en el evangelio es signo de la Iglesia. La Iglesia es esa barca
que camina sobre las aguas, sostenida y guiada por el Señor y al viento del
Espíritu Santo.
Al entrar Jesús en la barca viene la calma de la tempestad y todos los
discípulos, incluido Pedro, -seguro que el primero-, oran de otra manera ¿cómo?
Postrados, se postran, y dicen: “Realmente tú eres el Hijo de Dios”.
La Adoración es la cima de la oración, sólo oramos de verdad cuando nos
ponemos ante Dios con el corazón “Tú eres Dios y yo soy tu pobre criatura, gracias
Señor porque estás tan cerca de mí, porque me quieres, porque me amas, porque
me salvas, porque quieres ser mi amigo, porque me cuidas, Tú eres mi Dios y mi
salvador”
B. Una enseñanza de Fe
La fe y la duda van a menudo de la mano. No son incompatibles. Creemos
en Dios y en el poder de su palabra, pero nos amenaza la duda cuando sentimos
su ausencia o su silencio. Dudamos ante los misterios de la fe, pero se acrecienta
la fe cuando nos fiamos de quién los ha revelado. La fe aniquila la duda, y la duda
nos remite a la fe.
No es difícil aprender la enseñanza de la fe. Y lo hacemos con dos
expresiones del profeta Isaías: “Si no creéis, no tendréis estabilidad” (Is 7,9);
“quien cree, no vacilará” (Is 28,16). Creer supone poner la estabilidad en Dios que
nunca defrauda aunque a veces no entendamos sus caminos. Las crisis de fe se
producen normalmente cuando sucede algo que no esperamos, como el viento
repentino que zarandea la barca o a Pedro que ha comenzado a andar sobre las
aguas. Nos paraliza el miedo, vacilamos, desconfiamos. El reproche de Jesús, en
esta y en otras ocasiones, es la falta de fe en él, en su providencia, en su presencia
oculta y eficaz entre nosotros. Miramos la historia de la Iglesia y de la humanidad
con nuestras estrechas entendederas y pensamos que Dios nos ha dejado de la
mano. En realidad, creemos que somos dueños de nuestra historia y que podemos
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dirigirla sabiamente. Esto no es creer; a lo sumo, es creer según nuestra
conveniencia.
Dios nos supera y nos trasciende. Sus caminos y pensamientos no son los
nuestros. Creer es ajustarse a los caminos de Dios, tratar de conocer sus
pensamientos y vivir en la docilidad a sus planes, lo que significa renunciar a los
nuestros. La confianza en Dios se alcanza cuando hemos perdido la confianza en
nosotros mismos. A eso se refiere Jesús cuando dice: “sin mí, no podéis hacer
nada” (Jn 15,8). Esto no significa que el cristiano no deba confiar en sus
posibilidades, o cruzarse de brazos esperando que Dios venga en su ayuda, como
si todo dependiera de Dios. Significa que la fe es un trabajo arduo, exigente,
perseverante. Es el trabajo de quien actúa como si todo dependiera de él, y confía
como si todo dependiera de Dios. No es un estar pasivamente aceptando la
Voluntad de Dios, sino aceptarla trabajando en la misma dirección que Dios está
mostrando.
Esta escena del evangelio se ha convertido en una imagen perfecta de la
vida cristiana. La fe no es sólo la aceptación de las verdades que Dios nos revela
con su autoridad; es también una confianza creciente en el Señor que nos agarra
con fuerza en las tempestades de la vida. La fe cristiana significa “creer algo a
alguien”: es confianza en quien habla y revela la verdad y conlleva la aceptación
de lo que dice.
La duda amenazará cualquiera de estos dos polos de la fe:
-minará la confianza en la persona que se revela, es decir, Dios;
-o salpicará de escepticismo las afirmaciones de fe.
Por tanto, para creer no basta confesar el Credo, sino reconocer quién está
detrás de los artículos de la fe. Tampoco cree plenamente quien se adhiere a Cristo
pero rechaza alguna de sus proposiciones, pasándolas por el filtro de su razón
aislada de la fe. La fe verdadera despeja toda duda. La duda siempre puede
amenazarnos, pero la autoridad de Cristo y la experiencia de su salvación es el
mejor antídoto contra la duda. Por eso, aunque se den juntas, la duda se
desvanece ante el acto de fe y entramos con Cristo en su barca. Creemos porque
amamos: Creer tiene que ver con el amor, porque es DAR-LE el corazón a alguien.
Y ese alguien es Jesucristo.
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EL COMENTARIO DE LOS PADRES
San Agustín, Enarr. in Ps. 95, 7: PL 36, 1233
7. [v.6]. Confesión y belleza están en su presencia. ¿Amas la belleza?
¿Quieres ser bello? ¡Confiésate! No dijo "belleza y confesión", sino confesión y
belleza. Eres feo; confiésate y serás bello. Eras pecador; confiésate y serás justo.
Te puedes afear, pero no puedes hermosearte. ¿Cuál es nuestro esposo, que se
enamoró de una fea, para hacerla hermosa? ¿Cómo —dirá alguno— pudo amar a
la fea? Dice él: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores15. A los que
llamas, siendo pecadores, ¿los llamas para que permanezcan como pecadores? No.
¿Por qué no seguirán siendo pecadores? La confesión y la hermosura están en su
presencia. Confiesen sus pecados; arrojen los males que con avidez devoraron; no
vuelvan al vómito como aquel perro asqueroso16, y entonces tendrá lugar la
confesión y vendrá la hermosura. Amamos la hermosura; optemos por la
confesión, y sobrevendrá la hermosura. También hay quien ama el poder, y quien
ama la fama; quiere ser excelso como los ángeles; En los ángeles hay cierta
magnificencia y tan gran poder, que, si hicieran cuanto pueden, no se los podría
soportar. Pero todo hombre desea el poder de los ángeles, pero no desea así su
justicia. Ama primero la justicia, y te sobrevendrá el poder. ¿Cómo continúa el
salmo? Santidad y majestad están en su presencia. Tú tratas de conseguir la
majestad; ama en premier término la santidad, y cuando te hayas santificado, serás
poderoso. Si, posponiendo la justicia, quieres ser primeramente poderoso, caerás
antes de alzarte, pues no te levantarás, sino que te engreirás. Mejor te levantas si
te apoya el que no cae. El que no cae, descendió hasta ti. Tú caíste; él bajó y te
alargó la mano. Como tú, por ti mismo no puedes levantarte, estrecha la mano del
que vino a ti; te levantará el fuerte.
San Agustín, Sermón 76,5-9
Mt 14,22-33: Presumió del Señor y pudo por el Señor
Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas. Si eres tú, mándame (Mt
14,28): porque no puedo hacerlo por mí, sino por ti. Reconoció lo que era de por
sí y lo que era por aquel por cuya voluntad creía poder lo que no podría ninguna
debilidad humana. Por eso, si eres tú, mándame, pues nada más mandarlo, se hará;
lo que no puedo yo presumiendo, lo puedes tú mandando. Y el Señor le dijo: Ven.
Y bajo la palabra del que le mandaba, bajo la presencia de quien le sostenía, bajo
la presencia de quien disponía, Pedro sin vacilar y sin demora, saltó al agua y
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comenzó a caminar. Pudo lo mismo que el Señor, no por sí, sino por el Señor.
Porque en otro tiempo, fuisteis tinieblas, mas ahora sois luz, pero en el Señor (Ef
5,8). Lo que nadie puede hacer en Pablo o en Pedro, o en cualquier otro de los
apóstoles, puede hacerlo en el Señor. Por eso Pablo, rebajándose útilmente, exalta
al Señor diciendo muy bien: ¿Acaso ha sido crucificado Pablo por vosotros ¿O
fuisteis bautizados en el nombre de Pablo? (1 Cor 1,13). No, pues, en mí, sino
conmigo; no bajo mi poder, sino bajo el suyo.
Pedro caminó sobre las aguas por mandato del Señor, sabiendo que por sí
mismo no podía hacerlo. Por la fe pudo lo que la debilidad humana no hubiera
podido. Éstos son los fuertes en la Iglesia. Atended, escuchad, entended, obrad.
Porque no hay que tratar aquí con los fuertes para que sean débiles, sino con los,
débiles para que sean fuertes. A muchos les impide ser firmes su presunción de
firmeza. Nadie logra la firmeza de manos de Dios, sino quien reconoce en sí mismo
la flaqueza: El Señor derrama lluvia voluntaria en su heredad. ¿Por qué os
adelantáis los que sabéis lo que voy a decir? Templad la velocidad para que nos
sigan los más lentos. Esto dije y esto digo: Nadie logra de Dios la firmeza, si no
reconoce en sí mismo la flaqueza...
Así dice Pedro: Mándame ir a ti sobre las aguas (Mt 14,28). Me atrevo, a
pesar de ser hombre, pero no lo suplico a un hombre. Mándelo el Dios hombre,
para que pueda lo que no puede el hombre. Dijo: Ven. Descendió y comenzó a
caminar sobre las aguas. Pedro lo pudo, porque lo mandaba la Piedra. Eso es lo
que podía Pedro en el Señor. ¿Qué podía en sí mismo? Sintiendo un viento fuerte,
temió y comenzó a hundirse y exclamó: Señor, líbrame, ¡que perezco! (Mc 14,30).
Presumió del Señor y pudo por el Señor; pero titubeó como hombre y se volvió al
Señor. Si decía: «Se ha movido mi pie» ... ¿Por qué se ha movido, sino porque es
mío? ¿Y qué sigue? Tú misericordia, Señor, me ayudaba (Sal 93,18). No mi poder,
sino tu misericordia. ¿Acaso el Señor abandonó al que titubeaba, si le oyó cuando
llamaba? ¿Dónde queda aquello: ¿Quién invocó al Señor, y fue abandonado por
él? Y aquello: Todo el que invocare el nombre del Señor será salvo (JI 2,32).
Concediendo al momento el auxilio de su diestra, alzó al que se hundía y reprendió
al que desconfiaba: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? (Mt 14;31). Presumiste
de mí y dudaste de mí.
¡Ea, hermanos!, acabemos el sermón. Contemplad el siglo como un mar; el
viento es fuerte y la tempestad violenta. La concupiscencia es como una tempestad
para cada uno. Amas a Dios: caminas sobre el mar, la hinchazón del siglo cae bajo
tus pies. Amas al siglo: te engullirá. Sabe devorar a sus amadores, no soportarlos.
Pero cuando tu corazón fluctúe, invoca la divinidad de Cristo. ¿Pensáis que el
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viento contrario es la adversidad de este siglo? Cuando hay guerras, tumultos,
hambre, peste; cuando aun a cada hombre privado le sobreviene una calamidad,
se piensa que el viento es adverso y se estima que entonces hay que invocar a Dios.
En cambio, cuando el mundo sonríe con la felicidad temporal, se estima que el
viento no es contrario. Pero tú no has de mirar a la tranquilidad temporal; mira a
tu concupiscencia. Mira si reina en ti la tranquilidad; mira si no te dobla un viento
interior; eso has de mirar. Gran virtud es luchar con la felicidad para que no te
domine, para que no te corrompa, para que no te sumerja. Gran virtud es, repito,
luchar con la felicidad. Gran felicidad es dejarse vencer por la felicidad. Aprende a
conculcar el siglo; acuérdate de confiar en Cristo. Y si tu pie se mueve, si vacila, si
no logras superar algo, si comienzas a hundirte di: ¡Señor, perezco; sálvame! Di:
Perezco, para no perecer. Sólo te libera de la muerte de la carne quien murió por
ti en la carne.
San Hilario de Poitiers, Comentario al evangelio de san Mateo, 14, 15: SC
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El hecho de que, de todos los pasajeros de la barca, Pedro se atreva a
responder y pida al Señor que le mande ir hacia Él sobre las aguas, indica la
disposición de su corazón en el momento de la Pasión. Entonces, él sólo, andando
sobre las huellas del Señor, despreciando las agitaciones del mundo, comparables
a las del mar, le ha acompañado con el mismo valor para despreciar la muerte.
Pero su falta de seguridad revela su debilidad en la tentación que le esperaba;
pues, aunque ha osado avanzar, se ha hundido. La debilidad de la carne y el temor
de la muerte han obligado a llegar hasta la fatalidad del repudio. Sin embargo, grita
y pide al Señor la salvación. Este grito es el gemido de su arrepentimiento…
Hay una cosa a considerar acerca de Pedro: él ha superado a todos los demás
por la fe, pues mientras estaban en la ignorancia, fue el primero en responder: «Tú
eres el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Fue el primero en rechazar la Pasión,
pensando que era una desgracia (Mt 16,22), fue el primer en prometer que moriría
y no renegaría nunca (Mt 26,35), fue el primero en negarse a que se le lavaran los
pies (Jn 13,8) ; ha sacado también su espada contra quienes prendían del Señor (Jn
18,10). La calma que conocieron el viento y el mar cuando el Señor se subió a la
barca representa la paz y la tranquilidad de la Iglesia eterna cuando regrese
gloriosamente. Porque entonces vendrá y se manifestará, causando un gran
asombro a todos: «realmente, Tú eres el Hijo de Dios». Todos los hombres harán
entonces la confesión clara y pública de que el Hijo de Dios ha traído la paz a la
Iglesia, no sólo en la humildad de la carne, sino en la gloria del cielo.
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CARTA A TEODORO
Querido Teodoro:
¡Que el Señor, nuestro salvador, encuentre en ti un corazón dócil para
dejarle hacer su obra!
¿Qué tal estás? Me cuentas que andas un poco preocupado por los últimos
sucesos y que temes un recrudecimiento Covid19. Espero que las lecturas de este
domingo traigan un poco de sosiego a tu corazón. Una vez más hay que recordar
aquello que decía San Agustín: Siendo supremamente bueno, Dios nunca permitiría
que existiera ningún mal en sus obras, si no fuera lo suficientemente poderoso y
bueno, para sacar el bien del mal mismo (Enchir., 11, 3).
Si te has acercado a las lecturas de este domingo habrás podido comprobar
que el agua es con frecuencia un lugar escogido no solo por nosotros en verano
para disfrutar, sino también por Dios para mostrarnos su amor y para enseñarnos
a vivir. Jesús orando… sus discípulos en la barca… la tempestad… Jesús que se
acerca, Pedro que duda… Jesús que salva… y ya en la barca, la tempestad cede y la
adoración emerge
Creo que conoces bien el pasaje, ¿verdad? esta escena del evangelio se ha
convertido en una imagen de la vida cristiana. Y es que la fe no es sólo la aceptación
de las verdades que Dios nos revela con su autoridad; es también una confianza
creciente en el Señor que nos agarra con fuerza en las tempestades de la vida. las
que sean, las nuestras. Pedro se fía de Cristo y comienza su andadura sobre el
agua… pero por un instante deja de mirarle a Jesús.. se hunde.. Y, al gritar que le
salve, experimenta que le agarra y evita que se hunda. La fe cristiana significa creer
algo a alguien: es confianza en quien habla y revela la verdad y conlleva la
aceptación de lo que dice. La duda amenazará cualquiera de estos dos polos de la
fe: minará la confianza en la persona que se revela, es decir, Dios y Cristo; o
salpicará de escepticismo las afirmaciones de fe. Por tanto, para creer no basta
confesar el Credo, sino reconocer quién está detrás de los artículos de la fe.
Tampoco cree plenamente quien se adhiere a Cristo pero rechaza alguna de sus
proposiciones, pasándolas por el filtro de su razón aislada de la fe. La fe verdadera
despeja toda duda. La duda siempre puede amenazarnos, pero la autoridad de
Cristo que nace de su amor y la experiencia de su salvación es el mejor antídoto
contra la duda. Por eso, aunque se den juntas, la duda se desvanece ante el acto
de fe y entramos con Cristo en su barca.
Decía San John Henry Newman: Si alguno dice: Sí, ahora, en este momento,
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yo creo…; pero no puedo prometer que mañana también creeré, entonces es que
tampoco ahora cree. La fe es por lo tanto seguridad. Ahora bien, ¿de dónde le viene
esa seguridad? Viene porque el testigo es fidedigno, digno de fe, confiable, creíble.
Es Dios. Creemos porque amamos, porque creer tiene que ver con el amor, es dar-
le el corazón a alguien. Y lo que el testigo afirma es creíble, no un absurdo. Para el
que cree, mil dificultades no hacen una duda. Para el que no cree o no quiere
creer, mil pruebas no hacen una certeza. Viene a mi corazón aquello que decía
San Juan Bautista: el que de arriba viene está por encima de todos; el que es de la
tierra, de la tierra es y de la tierra habla. El que viene del cielo está por encima de
todos, testifica lo que ve y oye, pero su testimonio nadie lo acepta. El que acepta
su testimonio verifica que Dios es Veraz, porque Aquel a quien Dios envió pronuncia
las palabras de Dios y no da el Espíritu con medida. ¡Somos tan afortunados
Teodoro! ¡Que Dios tenemos! ¿verdad? Jesús no da el Espíritu con medida, sino
sin medida, generoso, colmado, rebosante…
¡Ahí va! Que tarde! Perdona pero debo dejarte. Da recuerdos a tus padres.
Un abrazo de tu amigo “incrédulo” pero Creyente
Doroteo.