rum 113. oficio de maría antonia mora

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RESEÑAS Y NOTAS | 91 El éxito editorial y el escándalo provocado por Óscar Lewis cuando se publicó en 1964 Los hijos de Sánchez demostraron sin duda la vigencia de la literatura testimonial. Una investigación antropológica convertida en novela. Entre los apasionados por la obra se en contraba Margaret Shedd, directora del Cen tro Mexicano de Escritores. —Por eso lo llamé —dijo, aunque yo no entendía bien a bien las razones de la urgencia porque nunca fui de sus becarios predilectos. Me lo explicó. Una joven desconoci- da aca baba de entregarle los borradores caó ticos de una historia que consideraba sen sacional. —Puede ser un libro como Los hijos de Sánchez —aseguró—: descarnado, sobre- cogedor, de muchísimo éxito. La joven desconocida había salido re - cien temente de la cárcel y trataba de es- cribir la historia de su vida como hija mal- tratada de una prostituta callejera. Ella se convirtió también en prostituta a los ca tor- ce años y terminó en la cárcel por su com- plicidad con una banda de maleantes. —Lo cuenta todo con una franqueza absoluta —me explicó la señora Shedd—. Detalles sórdidos, episodios terribles, de- gra daciones que ni se imagina. Es conmo- vedora su confesión. —¿Y yo qué? —Usted puede ayudarla a trabajar ese libro. Ella no es escritora. Me interesé. Intercambiamos puntos de vista. La señora Shedd sería algo así como su agente literaria y yo su escritor fantasma. No me habló de dinero pero todos ga naría mos toneladas de billetes como Óscar Lewis. Quedé en conocer a la prostituta y, si nos entendíamos, trabajar con ella semanalmen- te en las oficinas del centro. Se llamaba María Antonia Mora; An- tonia a secas. Era una muchacha de busto alzado, ojos hermosos, brillantes, ya sin fa- cha alguna de sexoservidora. Vivía en pare j a con el abogado que la liberó de Santa Marta Acatitla: un trajeado de aire gruñón. Empezamos a reunirnos los jueves por la tarde en las oficinas del centro de escri- tores; luego en su casa bajo la esporádica vigilancia del abogado gruñón. María An- tonia nunca se presentaba sola sino en com- pañía de un joven cabeza de cepillo y facha de intelectual, muy listo, muy afable, que trabajaba en la sección de cine de la revis- ta Tiempo. Se llamaba Sergio; Sergio Bel- trán, si mal no recuerdo. En lo que se convirtió en un taller de redacción y composición narrativa, María Antonia me traía cada jueves los textos que iba escribiendo o que yo le dejaba de tarea en obediencia al orden cronológico de su vida desde los cuatro años. Todas las anéc- dotas eran terribles, humillantes, reflejos del bajo mundo, y me parecía evidente que era su amigo Sergio el verdadero escritor fan- tasma de esos textos. A él me dirigía con mis sugerencias de tono y de sintaxis para con- seguir un relato escueto, directo, con abun- dantes diálogos, sin lamentos ni reflexiones culpígenas o moralistas. Ella se mostraba satisfecha con los avan- ces del libro hasta que su abogado gruñón suspendió bruscamente la tarea. Descon- fiaba de mí y de la señora Shedd. Se imagi- naba que la estábamos explotando como tantas veces lo habían hecho otros. No sé. Para acabar pronto: no veía el dinero pro- metido por ninguna parte. El caso es que mi trabajo terminó. A la mitad. Sin explicaciones suficientes. Dejé de ver y de saber de María Antonia durante años. Ignoro si fue Sergio o algunos otros quienes la ayudaron en la escritura, o fue ella misma quien terminó el trabajo. En fin, en junio de 1972, con un buen título, Del oficio, y firmado por Antonia Mo- ra, apareció el libro en formato pequeño y con 163 páginas. Mal editado, modestísi- mo. Lo publicó aquella editorial Samo de Sara Moirón. Se tiraron 3,000 ejemplares con un prólogo de La China Mendoza (con- tar desde la raíz del grito el caminar por ba- rrios y callejones, banquetas y cabarets, para terminar en la cárcel ) y elogiosos comenta- rios de Salvador Elizondo (este libro está es- crito con sangre) y José de la Colina (un li- bro sin precedentes en la literatura mexicana por su crueldad y ternura casi viscerales, por su sinceridad deslumbradora, por su ácido lirismo y su radical enfrentamiento instinti- vo a la suma de complicidades… que llama- mos sociedad). María Antonia me lo envió con una de- dicatoria de letra temblorosa que me pagó con creces mi tarea inconclusa: Casi puedo decir que tú fuiste el único que se ocupó de mí como un ser humano. Lo que sea de cada quien Del oficio de María Antonia Mora Vicente Leñero

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Vicente Leñero

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Page 1: RUM 113.  Oficio de María Antonia Mora

RESEÑASY NOTAS | 91

El éxito editorial y el escándalo provocadopor Óscar Lewis cuando se publicó en 1964Los hijos de Sánchez demostraron sin dudala vigencia de la literatura testimonial. Unainvestigación antropológica convertida ennovela.

Entre los apasionados por la obra seen contraba Margaret Shedd, directora delCen tro Mexicano de Escritores.

—Por eso lo llamé —dijo, aunque yono entendía bien a bien las razones de laurgencia porque nunca fui de sus becariospredilectos.

Me lo explicó. Una joven desconoci-da aca baba de entregarle los borradorescaó ticos de una historia que considerabasen sacional.

—Puede ser un libro como Los hijos deSánchez —aseguró—: descarnado, sobre-cogedor, de muchísimo éxito.

La joven desconocida había salido re -cien temente de la cárcel y trataba de es -cribir la historia de su vida como hija mal-tratada de una prostituta callejera. Ella seconvirtió también en prostituta a los ca tor -ce años y terminó en la cárcel por su com-plicidad con una banda de maleantes.

—Lo cuenta todo con una franquezaabsoluta —me explicó la señora Shedd—.Detalles sórdidos, episodios terribles, de -gra daciones que ni se imagina. Es conmo-vedora su confesión.

—¿Y yo qué?—Usted puede ayudarla a trabajar ese

libro. Ella no es escritora.Me interesé. Intercambiamos puntos de

vista. La señora Shedd sería algo así como suagente literaria y yo su escritor fantasma. Nome habló de dinero pero todos ga naría mostoneladas de billetes como Óscar Lewis.

Quedé en conocer a la prostituta y, si nosentendíamos, trabajar con ella semanalmen -te en las oficinas del centro.

Se llamaba María Antonia Mora; An -tonia a secas. Era una muchacha de bustoalzado, ojos hermosos, brillantes, ya sin fa -cha alguna de sexoservidora. Vivía en pare jacon el abogado que la liberó de Santa MartaAcatitla: un trajeado de aire gruñón.

Empezamos a reunirnos los jueves porla tarde en las oficinas del centro de escri-tores; luego en su casa bajo la esporádicavigilancia del abogado gruñón. María An -tonia nunca se presentaba sola sino en com -pañía de un joven cabeza de cepillo y fachade intelectual, muy listo, muy afable, quetrabajaba en la sección de cine de la revis-ta Tiempo. Se llamaba Sergio; Sergio Bel-trán, si mal no recuerdo.

En lo que se convirtió en un taller deredacción y composición narrativa, MaríaAntonia me traía cada jueves los textos queiba escribiendo o que yo le dejaba de tareaen obediencia al orden cronológico de suvida desde los cuatro años. Todas las anéc-dotas eran terribles, humillantes, reflejos delbajo mundo, y me parecía evidente que era

su amigo Sergio el verdadero escritor fan-tasma de esos textos. A él me dirigía con missugerencias de tono y de sintaxis para con-seguir un relato escueto, directo, con abun -dantes diálogos, sin lamentos ni reflexionesculpígenas o moralistas.

Ella se mostraba satisfecha con los avan -ces del libro hasta que su abogado gruñónsuspendió bruscamente la tarea. Descon-fiaba de mí y de la señora Shedd. Se imagi-naba que la estábamos explotando comotantas veces lo habían hecho otros. No sé.Para acabar pronto: no veía el dinero pro-metido por ninguna parte.

El caso es que mi trabajo terminó. A lamitad. Sin explicaciones suficientes.

Dejé de ver y de saber de María Antoniadurante años. Ignoro si fue Sergio o algunosotros quienes la ayudaron en la escritura, ofue ella misma quien terminó el trabajo.

En fin, en junio de 1972, con un buentítulo, Del oficio, y firmado por Antonia Mo -ra, apareció el libro en formato pequeño ycon 163 páginas. Mal editado, modestísi-mo. Lo publicó aquella editorial Samo deSara Moirón. Se tiraron 3,000 ejemplarescon un prólogo de La China Mendoza (con -tar desde la raíz del grito el caminar por ba -rrios y callejones, banquetas y cabarets, paraterminar en la cárcel ) y elogiosos comenta-rios de Salvador Elizondo (este libro está es -crito con sangre) y José de la Colina (un li -bro sin precedentes en la literatura mexicanapor su crueldad y ternura casi viscerales, porsu sinceridad deslumbradora, por su ácidolirismo y su radical enfrentamiento instinti-vo a la suma de complicidades… que llama-mos sociedad).

María Antonia me lo envió con una de -dicatoria de letra temblorosa que me pagócon creces mi tarea inconclusa: Casi puedodecir que tú fuiste el único que se ocupó de mícomo un ser humano.

Lo que sea de cada quienDel oficio de María Antonia Mora

Vicente Leñero