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1 Ropa tendida al viento Mª Luisa de la Peña

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Poesía intimista

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Page 1: Ropa tendida al viento

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Ropa tendida al viento

Mª Luisa de la Peña

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©Mª Luisa de la Peña Fernández. 2009

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Índice

Ropa tendida al viento Cuanto sé de mí Aceptación Autorretrato Todos Derrota Idea Vilariño Ya no Hoy llegaste hasta mí Declaración Me he quedado Olvidar El eco de tu ausencia Despedida Amantes Instantes perdidos Nombres Busqué… No seremos nosotros Me pregunto Una canción… Volverás Siempre Tempus fugit

Canto de sirenas

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Ropa tendida al viento

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(I)

“Me callaré, me apartaré si puedo

con mi constante pena, instante, plena,

a donde ni has de oírme ni he de verte."

Miguel Hernández.

Hoy sé que sólo soy

ropa tendida al viento:

sola, deshabitada,

pendiendo de un hilo...

Mecida por la incertidumbre y por las dudas.

Apenas puedo escribir,

y busco las palabras

como un ciego perdido

en una urbe inhóspita,

sin perro lazarillo, sin bastón,

sin una voz amiga que me guíe

en esta oscuridad que ahora me cerca.

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Me queman los silencios,

me agotan las certezas,

la densidad del mundo que ahora habito.

Me dejaré llevar como la ropa al viento,

esperando que lleguen las palabras...

Pero si no llegaran,

si me vuelvo invisible y transparente,

si nadie se parara a distinguirme

en medio del gentío indiferente,

si mi voz se apagara entre otras voces

sin que nadie me escuche...

Si eso pasara al fin,

intentaré callar mis inútiles versos

y, agarrando la cuerda fuertemente,

ropa tendida al viento,

me dejaré secar.

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Cuanto sé de mí

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(II)

Aquí estoy, rodeada

de las pequeñas cosas

que me hacen ser quien soy:

mis libros,

mi desorden,

la luz de las ventanas,

el café del domingo,

el sofá,

los abrazos,

mis hijos,

el olor a tostadas,

el cansancio,

el no saber por qué,

las dudas,

los fracasos,

las palabras no dichas,

el miedo a equivocarme,

los silencios pactados.

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Estoy aquí, entre fobias y rutinas,

y momentos felices,

y tristezas,

y amigos que se van,

y otros que se quedaron,

encuentros, desencuentros,

desamparos,

amores, desamores,

desengaños...

Y conjugo los verbos en pretérito:

lo que fui,

lo que fue,

lo que no ha sido.

El ahora se impone en su certeza

y me obliga a seguir

con sus presentes:

porque soy,

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porque estoy,

porque te nombro.

Y tal vez el futuro me reciba

para darle un sentido a lo imposible:

y seré,

seguiré,

y te habré sentido.

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Aceptación

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(III)

Aceptar lo que el viento ha de llevarse,

la inevitable muerte de las hojas,

la triste despedida del ocaso

(cansado de fundirse

lentamente,

cada tarde, otra vez)

Alimentar el fuego de la vida

con leña de tristezas y de olvidos,

volver a despertarse cada día,

y sonreír, irremediablemente.

Sobrevivir a todos los naufragios,

no dejarse vencer por la pereza,

la complacencia, la monotonía...

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Asumir los errores y las dudas

y el lugar que ocupamos,

reconocernos en los que nos aman,

bebernos cada gota en cada vaso.

Y al fin,

quizá sea eso lo que importa:

asumir, aceptar, sobrevivir,

avanzar entre el polvo y las ruinas,

no dejarse arrastrar por el desánimo.

Y no temer la sombra ni la huella

que, al caminar, dibujan

-en el sendero de lo inevitable-

nuestros perdidos pasos.

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Autorretrato

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(IV) Nací en un año impar, en primavera, en los últimos estertores del franquismo. Tuve una buena infancia, aunque siempre habitaba en la tristeza. Crecí entre libros, mimos de mi abuela y solícitos cuidados paternales. Pero no fui feliz. No pude protegerme de la lluvia, ni del primer zarpazo de un amor de domingo, ni del oscuro perfume que deja la inocencia abandonada. Descubrí el egoísmo, la mentira, la oquedad en el fondo de un abrazo, la falsa risa resonando al fondo, y el profundo dolor de un paso en falso. No supe renunciar a la ternura, ni huir a tiempo de las tempestades, ni soportar callada la injusticia...

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Y conocí el sabor del primer beso, la profunda verdad de una caricia la entrega sin reservas a la vida y el "adiós para siempre" necesario. He amado, he conocido, he fracasado, bailé con la alegría y con la pena un baile de frenéticas piruetas. Y he probado los tragos más amargos junto con el dulzor de una sonrisa. Y desde aquí contemplo lo que queda todavía por vivir, por llorar, y por llevar a cuestas.

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Todos…

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(V)

Todos callados, muertos...

Nada decimos, nada pretendemos,

nada expresamos, nada compartimos.

Sólo la soledad nos acompaña

rodeados cada día de silencios.

Todos parados, quietos.

Incapaces de cambiar el mundo,

incapaces de abrazar un sueño,

temerosos de sufrir los daños.

Cobardes, afligidos, escondidos

en nuestros propios miedos,

en nuestros propios lodos,

en nuestros propios llantos.

No queremos amar, ni ser amados,

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ni que nos saquen de nuestra indiferencia.

Y nuestro corazón , aletargado, duerme,

esperando un latido que no llega.

Pasamos como un sueño de humo y piedra,

como el aliento tenue de las flores,

como arena escurriéndose entre dedos...

Y el polvo va borrando nuestras huellas.

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Derrota

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(VI)

Si dijera de pronto que me rindo,

que ya no puedo más,

que estoy cansada,

alguien que no conozco

me gritará : ¡cobarde!

Y yo no escucharé,

me quedaré sentada, inmóvil, quieta.

Mi cuerpo será piedra indiferente,

y ya no sentiré.

Me habré salvado al fin.

No me estremecerán los fríos vientos.

No empapará la lluvia

los huesos de mi cuerpo, inexistentes.

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Resistiré los embates de las olas.

Y los gritos,

serán tan sólo ecos

contra mi dura roca.

No me conmoverán llantos ajenos

ni unas manos tendidas, suplicantes.

Seré inmune a la ajena indiferencia.

Y ya no seré yo:

seré sólo una rama,

hoja seca en un árbol aterido

sin resquicio de vida...

Seré sólo un ropaje,

una camisa al sol,

cuerpo deshabitado de mí misma.

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A Idea Vilariño

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(VII)

"(...)y siento como un eco del corazón del mundo

que penetra y conmueve mi propio corazón."

R. Darío

Su voz fue para mí la voz del viento...

Me trajo el eco triste,

la palabra sincera.

Conmovió mis cimientos,

removió mis tristezas,

mis viejas soledades,

mis ocultas heridas,

mis pequeñas verdades,

mis secretas mentiras.

Su voz fue para mí la voz del mar...

Me envolvió de nostalgia,

empapó mis silencios,

revolvió mis entrañas,

desveló mis secretos.

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Me llamó desde el fondo

de mi abismo profundo,

y sentí , en un instante,

el latido del mundo,

como si fuera, entonces,

mi propio corazón.

Su voz fue para mí la voz del barro...

Toman forma del suelo

sus rotundas palabras.

Me acurruco en sus versos

como en sábanas blancas,

como en abrazos mudos.

Y me siento en la tierra

exhausta, liberada,

intentando asumir tanta belleza

en la secreta voz de sus palabras.

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MARISA PEÑA

Ya no

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(VIII)

Ya no quedan vestigios de los últimos besos,

se apagaron las luces que llevan a tu puerta,

no hay carteles que indiquen el nombre de tu calle,

ni lluvia que nos moje bajo los soportales.

Ya no subiré nunca aquella vieja cuesta.

No marcaré tu número, ni escribiré tu nombre,

ni perderé autobuses, ni calmaré tu llanto,

ni abrazaré tu sombra en las noches insomnes.

Pero, a veces, la brisa me traerá tu recuerdo

y llevará mi voz hasta donde te halles,

y sentirás un roce de caricias antiguas,

y un sabor en los labios de una boca olvidada.

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Y entonces, sólo entonces, recordaremos todo:

los nombres,

los teléfonos,

la lluvia,

los abrazos...

Y entonces, sólo entonces, podremos olvidarnos.

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Ho Hoy llegaste hasta mí

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(X)

Hoy llegaste hasta mí con tus manos vacías,

y yo desenredé tus soledades,

me bebí tu dolor,

abracé tu desánimo,

y te dejé marchar...

Lamentaré quizás no haberte suplicado,

no haberte retenido

con lazos de palabras.

Acepté tu silencio sin darme a penas cuenta,

y busqué nuevos huecos

donde esconder mi olvido.

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Ahora ya nada queda,

excepto la tristeza,

y esa lejana sombra derrotada

que deja tu perfil en las aceras.

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Declaración

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(XI)

Te quiero en lo infinito, en todo lo que fuiste,

lo que pudiste ser, lo que nos fue vedado..

Te quiero amigo ahora, inabarcable,

piedra lanzada al aire, soledad imposible.

Te quiero en tus palabras borradas por el tiempo,

relámpagos fugaces sobre hojas amarillas.

Te quiero en el instante recuperado al vuelo,

en el recuerdo gris que habita en mi memoria.

Te quiero y nada pasa mientras pasa el momento.

Sólo tú y yo sabemos lo que es irreemplazable...

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Me he quedado

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(XII)

Me he quedado contigo

aunque tú no lo sepas.

Resguardada de ti descanso mi tristeza.

Me he quedado a tu lado,

aunque tú estés muy lejos,

descansando tu pena en otros brazos.

Me he quedado abrazada a tu recuerdo,

a la sombra de ti, mecida por la brisa

de tus viejos silencios.

Me he quedado callada, aguardando,

sabiendo que no hay nada más allá de tu amor,

más allá de tu abrazo, de tu abandono gris,

de tu ausencia infinita.

Me he quedado sin ti, sin mí, sin aire...

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Me he quedado detrás de las palabras,

de las puertas cerradas, de los muros.

Me he quedado contigo,

aunque tú no lo sepas.

Y escondo mi dolor entre gastadas rejas.

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Olvidar

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(XIII)

Te pensaré...

(y a caso tú me pienses)

Te sentiré...

( y tal vez tú me sientas)

Te lloraré...

( y puede que me llores)

Después me dispondré a olvidarte

( y, tal vez, tú ya me hayas olvidado...)

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El eco de tu ausencia

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(XIV)

El tiempo desdibuja

lo que esconde su velo

(no recuerdo tus ojos,

no recuerdo tu pelo...)

Se han borrado los bordes

de tu suave sonrisa,

el tacto de tus manos,

el roce de tu brisa.

Sólo quedan las huellas

doliendo en esa arena,

rescoldos de una hoguera,

retales de una pena.

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Las azucenas blancas

se tiñeron de olvido,

y el eco de tu ausencia

repite su sonido...

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Despedida

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(XV)

Las palabras murieron

al borde de los labios...

No se dijeron nada.

Siguieron caminando.

Y cayeron las hojas

del mudo calendario.

A veces aún se sueñan

en medio del naufragio.

Humo gris la memoria

y barro los abrazos.

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Amantes

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(XVI)

Fueron tan sólo un temblor de labios

en la penumbra de la noche gastada.

Besos errantes en ocultas esquinas.

Humo de tristeza en frías madrugadas.

Amantes fugitivos,

sepultados, heridos,

en la profunda oquedad de un adiós.

Ahora tan sólo son humo en la memoria.

Son flores muertas en el asfalto gris.

Rostros borrados de un olvidado otoño

que, sin quererlo, se nos vistió de abril...

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Instantes perdidos

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(XVII)

Hoy recorro los surcos

que dejaron tus versos.

¡Qué lejanas ahora

tus palabras de lluvia!

No quiero aquel instante,

porque ya está perdido.

Lo dejamos allí ,

en

un

largo

pasillo

de

silencios

gastados...

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Nada me lleva a ti,

pero todo lo ha hecho:

los versos,

el otoño,

el aleteo fugaz de tu sonrisa...

Ya nunca volverá

aquella luz de octubre.

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Nombres

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(XVIII)

Me gusta que me llames por mi nombre,

que pronuncies despacio,

que lo acunes,

que te llenes de él,

que así me invoques

por todo lo que soy y aún no te he dado.

Y aunque inventemos nombres

para poder amarnos,

me gusta que me llames por mi nombre

escucharte decirlo, suavemente,

y sentir que soy yo,

constante y plena,

la que me doy a ti cuando me nombras.

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Busqué…

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(XIX)

Busqué entre los rescoldos

de una cama deshecha,

de unos zapatos viejos,

de una camisa usada.

Busqué entre las palabras

que se tragó el silencio,

entre la luz herida de la aurora,

entre la soledad de mis mañanas.

Busqué en las calles,

en los pasillos,

en los portales,

en la sonrisas,

en los relojes ,

y en la tristeza de los calendarios.

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Busqué en todos los adverbios...

y en algunas preposiciones.

Lo busqué donde no podía ser encontrado,

y lo perdí, definitivamente...

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No seremos nosotros

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(XX)

Yo ya no seré yo cuando te vayas.

No quedarán de mí sino despojos,

retales de mi amor por los rincones.

Tú ya no serás tú a partir de entonces,

serás un nunca más vestido de silencios,

una muda semblanza de ti mismo,

apartado de mí.

No seremos nosotros,

pronombres separados

para siempre.

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Me pregunto

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(XXI)

Me pregunto si alguna vez me escuchas

cuando el rumor del sueño te adormece,

o si intuyes acaso mi presencia

entre la multitud apresurada

que cruza las aceras.

Me pregunto si alguna vez me sientes

cuando el viento se cuela entre tus huesos

buscando el corazón que yo no encuentro...

Me pregunto si alguna vez me ves

cuando la niebla invade tus dominios,

o si crees haber visto mi perfil

en los pedazos rotos de un espejo.

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Me pregunto si alguna vez me lees,

si te enredaste entre mis torpes versos,

si te reconociste en mis palabras,

si lloraste mi pena en tus silencios.

Me pregunto si alguna vez recuerdas

la curva de mi espalda, o mi sonrisa,

o el sabor agridulce de mis labios,

o la textura suave de mi olvido.

Me pregunto si alguna vez, un día,

cuando nadie lo sepa,

ni siquiera tú mismo,

preguntarás por mí entre tus tristezas.

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Una canción…

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(XXII)

Es hermoso

"ese ruido de camino cansado"

que me ha dejado el eco de tu nombre.

Silvio suena,

y sus notas van y vienen

desde su voz de plata a mis tristezas.

Y te siento de nuevo en cada nota.

Por aquella ventana

abierta a lo que fue y no fue

- a lo que pudo haber sido-,

se me cuelan olores,

sensaciones, silencios...

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Como hojas caídas,

van abonando el suelo de mi melancolía

transportándome a paisajes

de un tiempo sin retorno.

"Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo

cuando caigan".

Y el eco que repite:

ojalá,

ojalá,

ojalá...

me devuelve tu nombre nuevamente.

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Volverás

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(XXIII)

Yo sé que volverás...

Vendrás cuando no queden calendarios,

ni relojes, ni días , ni minutos.

Y dejarás que pasen los momentos

- primavera, verano,

otoño, invierno, olvido…-

huyendo de la lluvia que te empapa.

Volverá la caricia de tu suave presencia,

y esa lluvia golpeando los cristales

golpeará cada letra,

cada sílaba exacta, cada nombre.

Y el recuerdo de aquello que vivimos,

se quedará esperando tu regreso

en esta esquina gris de mi tristeza.

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Siempre

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(XXIV)

Siempre quise perderme

en el eco invisible de tu risa.

Nunca quise creerme

los oscuros presagios...

El asombro de estar en tu alborada

anuló mis sentidos,

mi entereza,

desordenó las letras de mi nombre,

quebró mis juncos firmes,

me dejó a la deriva,

y me hizo presa fácil de tu olvido.

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Tempus fugit

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(XXV)

Hay un silencio gris,

y una blanca quietud,

y un mar en calma...

y una luz triste,

y un viento de invierno,

en tu oscura mirada

detenida.

Y todo puede ser

si asumimos que nada es para siempre,

y que nos pertenece esa osadía

de creernos, incluso, necesarios

cuando nada, en el fondo, permanece.

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Canto de sirenas

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(XXVI)

Desde el vértice oscuro en el que habito

conjuro los silencios de las nieblas

y me delato cuando, torpemente,

intento visitar tus soledades.

¡Qué inútil es buscar en lo perdido!

¡Qué inútil confesar lo inconfesable!

¡Qué absurda sucesión de incertidumbres

y qué lenta renuncia de uno mismo!

¡Qué triste esta tristeza de domingo,

y este dulce sabor de la derrota,

y esta cansada voz con que te llamo,

y el fatigado paso de las horas,

y las flores marchitas en el agua

aceptando impasibles su condena!

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Pero ya nada importa,

excepto lo importante…

Y me dejo llevar

hacia lo irresistible

resistiendo ese canto de sirenas

que me lleva hacia ti.

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