rituales de lo ultras del fútbol

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Rituales de los ultras del fútbol Bernardo Bayona Aznar A menudo son noticia las actuacio- nes vandálicas de grupos de hin- chas jóvenes y radicales, que se autodenominan «ultras» en España desde 1985 y que exhiben una actitud guerrera y provoca- tiva en el campo de fútbol y en las calles. Las habituales explicaciones sociológicas de este fenómeno no dan cuenta de aspectos muy rele- vantes del mismo ni se pueden aplicar a todos los grupos ultras. Además, si fueran ciertas, habría muchas más agresiones y existirían fenómenos similares en otros ámbitos socia- les. 1 La actuación de estos grupos ultras puede interpretarse en referencia a su propio contex- to normativo. De acuerdo con dicho análisis, los grupos ultras constituyen una subcultura juvenil y sus actuaciones son rituales secula- res, 2 en los que la violencia exhibida cumple una función en gran medida simbólica. 1. El fútbol, marco de actuación de los ultras E l fútbol en nuestra sociedad es mucho más que un deporte. Se dice que el Barça es más que un club, o «tienes más moral que el Alcoyano», y muchas veces el fútbol sirve para expresar el orgullo de poblaciones pequeñas cuyo nombre se conoce gracias al equipo, catalizar la rivali- dad ancestral entre localidades vecinas, com- pensar la frustración de ciudades grandes que no son capitales de provincia y explicitar iden- tidades culturales o políticas reprimidas. «Ahora, toda nación y toda ciudad y todo pue- blo han comprendido que la máxima publici- dad para su nombre no provendrá de sus mer- cancías o sus logros artísticos sino de la capacidad de su club. A estas alturas, el fútbol no sólo es el deporte rey, sino el deporte mági- co por antonomasia». (Verdú, 1998a). Los equipos de una ciudad o de un país actúan como figuras totémicas de las comunidades respectivas y «cuando los aficionados se tra- ban con palabras y golpes en las gradas defen- diendo a un equipo ninguno pierde o gana per- sonalmente; se gana o se pierde a nivel de tribu» (Verdú, 1980, p. 19). El fútbol es un 155 Título del artículo Bernardo Bayona. Congreso de los Diputados. Madrid. Política y Sociedad, 34 (2000), Madrid (pp. 155-173)

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los grupos ultras constituyen una subculturajuvenil y sus actuaciones son rituales seculares,2 en los que la violencia exhibida cumpleuna función en gran medida simbólica

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Rituales de los ultrasdel fútbol

Bernardo Bayona Aznar

A menudo son noticia las actuacio-nes vandálicas de grupos de hin-chas jóvenes y radicales, que se

autodenominan «ultras» en España desde 1985y que exhiben una actitud guerrera y provoca-tiva en el campo de fútbol y en las calles. Lashabituales explicaciones sociológicas de estefenómeno no dan cuenta de aspectos muy rele-vantes del mismo ni se pueden aplicar a todoslos grupos ultras. Además, si fueran ciertas,habría muchas más agresiones y existiríanfenómenos similares en otros ámbitos socia-les. 1 La actuación de estos grupos ultras puedeinterpretarse en referencia a su propio contex-to normativo. De acuerdo con dicho análisis,los grupos ultras constituyen una subculturajuvenil y sus actuaciones son rituales secula-res, 2 en los que la violencia exhibida cumpleuna función en gran medida simbólica.

1. El fútbol, marco de actuación de los ultras

E l fútbol en nuestra sociedad esmucho más que un deporte. Se diceque el Barça es más que un club,

o «tienes más moral que el Alcoyano», ymuchas veces el fútbol sirve para expresar elorgullo de poblaciones pequeñas cuyo nombrese conoce gracias al equipo, catalizar la rivali-dad ancestral entre localidades vecinas, com-pensar la frustración de ciudades grandes queno son capitales de provincia y explicitar iden-tidades culturales o políticas reprimidas.«Ahora, toda nación y toda ciudad y todo pue-blo han comprendido que la máxima publici-dad para su nombre no provendrá de sus mer-cancías o sus logros artísticos sino de lacapacidad de su club. A estas alturas, el fútbolno sólo es el deporte rey, sino el deporte mági-co por antonomasia». (Verdú, 1998a). Losequipos de una ciudad o de un país actúancomo figuras totémicas de las comunidadesrespectivas y «cuando los aficionados se tra-ban con palabras y golpes en las gradas defen-diendo a un equipo ninguno pierde o gana per-sonalmente; se gana o se pierde a nivel detribu» (Verdú, 1980, p. 19). El fútbol es un

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Bernardo Bayona. Congreso de los Diputados. Madrid.Política y Sociedad, 34 (2000), Madrid (pp. 155-173)

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referente universal y, en tiempos de crisis deidentidades como el actual, un poderoso cata-lizador de identidades colectivas, que ofrece alpúblico, y a la sociedad en general, soporteexpresivo para simbolizar diferentes facetas(local, regional, nacional...) de su identidad. 3

El fútbol divide el mundo en amigos y ene-migos. No se puede ser aficionado de verdadsin ser de un equipo y sin utilizar el «nosotros»en la conversación (hemos ganado, nos hanpitado mal...). La pertenencia a un equipo con-fiere identidad. Identidad que hay que resta-blecer constantemente y externalizar con-frontándola con otra, porque es relativa a suscontrarios sin los cuales no tendría sentido. Serde un equipo te crea al mismo tiempo unosenemigos, hasta el punto de que los hinchasdel Atlético de Madrid o del Barcelona amenudo son más que eso, son primeramenteodiadores del Real Madrid, lo mismo que losdel Sevilla lo son del Betis (Marías, 1998). Losjugadores asumen la identidad del conjunto designificados que encierra simbólicamente elequipo, la representan, la ponen en juego y laarriesgan en cada confrontación. Pero no seenfrentan sólo los jugadores, también losespectadores se instalan en el «nosotros» yhacen suyos los lances del juego, la victoria yla derrota (Velasco, pp. 114-115). Y algunosde ellos, los ultras, no tienen otra identidad ytambién se la juegan en su actuación. 4

Desde el punto de vista de los efectos socia-les, el fútbol proyecta imágenes del mundo,reorganizando de manera estable y periódica elsignificado de una parte nada despreciable dela vida de muchas personas: los jugadores con-quistan el status de personajes públicos y hé-roes modernos que sirven de modelo para losniños y los jóvenes; los equipos se conviertenen objeto de deseo sobre el que descargan suspasiones y emociones un gran número de acto-res sociales. Mientras los más apasionados dis-ponen de un mito global, la opinión públicadispone de una fuente inagotable de vivenciase imágenes para consumir y reelaborar en susconversaciones. 5 Con su omnipresencia en losmedios de comunicación, el fútbol constituyeun marco ideal para hacer visible cualquieracción y ofrece una extraordinaria ocasiónpara darse a conocer y conquistar una cuotaimportante del poder social de las imágenes;por lo que el protagonista del espectáculo delfútbol se convierte en referente público, en

soporte publicitario o incluso en candidatopara saltar a la política. 6

Además de ser una magnífica plataformapara las necesidades de exhibición, para elreconocimiento social y para la construcciónde mundos simbólicos, el fútbol tiene «atribu-tos específicos que constituyen elementosmediadores, puntos de cruce entre el campodeportivo y los campos simbólico y ritual»(Bromberger et al., p. 16), en los que se inscri-be el fenómeno ultra: unidad dramática delugar, tiempo y acción, comunión entre juga-dores y espectadores, escenificación delesfuerzo solidario del grupo, incertidumbre delresultado, importancia de la suerte y el destino,división del mundo y del lenguaje en amigos yenemigos, una justicia incuestionable y, sinembargo, permanentemente en entredicho,abundantes elementos de identificación yritualización, «el fulgente estallido de la victo-ria» (Verdú, 1998a), una competición escalo-nada a lo largo de un ciclo anual en la que sealternan victorias y derrotas, momentos depromoción y de postergación, en resumen, unaauténtica «simbolización de los dramas de lavida» (Bromberger et al., p. 28).

2. Situación espacio-temporalde la actuación ultra

L os ultras «sólo tienen existencia en unespacio y un tiempo muy concreto yreducido: el que corresponde a un

partido de fútbol y a sus momentos previos yposteriores inmediatos» (Acosta y Rodríguez,1989). En la vida no se comportan perma-nentemente como ultras, no están siempreactuando. Hay unos tiempos y unos lugarespara hacerlo, de acuerdo a pautas impensablesfuera de ese marco situacional. Para el grupoque juega fuera de casa, el tiempo del comba-te se enmarca entre el viaje de ida y el deregreso. Un buen ultra acude a todos los viajesque se organizan 7. Los desplazamientos sirvenpara inventar cánticos, conocerse unos a otrosy demostrar qué grupo ultra es capaz de movi-lizar más.

Siempre se reúnen antes para entrar juntosal estadio. Si el partido es muy importante(«derby», «final», etc...), el grupo marcha des-

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pués de la concentración hacia el estadio,encauzado y escoltado por la policía, en formade desfile militar, invadiendo las calzadas ycaminando detrás de una pancarta que colo-carán en el estadio 8. Desde su acceso alcampo hasta el comienzo del partido tomannota de quién ha venido y quién falta, com-prueban si han conseguido meter en el campolas pancartas, banderas y otros objetos, inclu-so prohibidos (bengalas, botes, etc.), desplie-gan las pancartas, calculan los efectivos delgrupo rival observando sus intenciones, lan-zan los primeros gritos de guerra y comienzanlos intercambios de palmas, coreos y cantos.La intensidad de estos primeros choquessonoros depende de la importancia del equipovisitante, del número de seguidores que le hanacompañado y de las relaciones precedentesentre los dos equipos (de su tradicional ene-mistad o de lo sucedido en la última confron-tación entre ambos). En la lectura de las aline-aciones de los equipos por los altavoces cadanombre de jugador es mecánicamente acogidocon gritos corales por sus ultras y silbidos porlos contrarios, que se prolongan con insultos yaplausos recíprocos al salir los jugadores alcésped para calentar.

Desde que el balón se pone en juego yempieza a correr el reloj del árbitro los ultrasintensifican la batalla coral que acompaña y«comenta» a su modo la lucha deportiva. Deellos depende el ambiente y el impulso quereciben los jugadores (que a su vez se dirigen aellos para pedirles ánimo o para brindarles elgol); a ellos se les atribuyen remontadas demarcadores adversos que constituyen auténti-cas proezas; gracias a ellos el público no selimita a aplaudir o protestar esporádicamentelas jugadas sino que vive el enfrentamiento. Sinlos fondos los campos no tendrían el mismoatractivo. Los ultras, conscientes de esa fun-ción, se sienten intérpretes privilegiados de losintereses del club, portadores de la bandera enel sentido real y metafórico de la palabra, direc-tores de la masa de aficionados que si, no fuerapor ellos, haría demasiado poco por sostener alequipo en su combate contra el enemigo. Desiempre un buen hincha lo es por su capacidadde entrega y de animación al equipo, indepen-dientemente de los resultados, y sufre cuandoel equipo va mal pero no lo abandona. Sólomerecen ser reconocidos hinchas de verdad losque aguantan en los malos tiempos. Los ultras

lo son y, más aún, ejercen tal hegemonía sobreel resto del público y los jugadores que fuerzana los dirigentes de los clubes a contar con ellos.Más que espectadores que van al campo a verel partido, son protagonistas del acontecimien-to que se desarrolla en él.

La tensión aumenta después del descanso,cuando el paso de los minutos se hace más deci-sivo agotándose el tiempo para expresarse y parahumillar definitivamente a los ultras rivales.Conforme se acerca el final, se espera que algúnjugador tenga gestos de reconocimiento hacia elgrupo, también es más fácil encontrar pretextospara intentar la agresión y puede surgir alguna«hazaña» individual. El final del partido trae lacelebración del triunfo y la persecución de loscontrarios. Durante el desalojo de las gradas, losultras redescubren a los seguidores rivales, bus-can la aproximación a ellos y les provocan denuevo con insultos y amenazas. Ya fuera delcampo, hay escaramuzas, carreras en zig-zag yrobos de bufandas al rival; pero también autobu-ses apedreados, asaltos a coches y cabinas deteléfono, papeleras quemadas, etc. Son losmomentos escogidos para actuar por los «provo-cadores» y los elementos «incontrolados».

Si el tiempo es un factor decisivo para eldesarrollo del partido (todo lo que sucede estásiempre referido al número de minutos trans-curridos), los espacios también están llenos designificado. La colocación del público en unestadio de fútbol obedece a una estricta orga-nización, según la cual los diferentes tipos deespectadores ocupan zonas distintas (desde latribuna presidencial al fondo norte), se vistende maneras distintas (desde el traje y la corba-ta hasta la camiseta del club), se comportan demodo distinto (desde los que están circunspec-tos sin atreverse casi a aplaudir, hasta los queno cesan de cantar, bailar e insultar) y seencuentran a mayor o menor distancia del cés-ped según su vestimenta, formalidad, modera-ción y poder social. Los ultras más agresivosse ubican en los fondos de los campos, en laparte baja detrás de las porterías, cerca de losjugadores para incitarles e increparles, y estánmás pendientes de provocar al portero delequipo rival que de seguir las jugadas que ape-nas pueden ver desde allí; mientras que se handesplazado hacia los ángulos o hacia arriba losque se preocupan más de crear ambiente, com-petir con sus coreos, contagiar al conjunto delpúblico e influir en el partido.

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La distribución de los espectadores en elestadio tiene una función en el conjunto delacontecimiento, y los individuos que seencuentran dentro de cada zona ellas debenconformarse a su cumplimiento. No se puedenmezclar espectadores de distinto tipo. En los«territorios» de los ultras 9 rigen normas autó-nomas de comportamiento: se consideran nor-males las avalanchas, los golpes contra lasvallas publicitarias (si alguien les recriminapor ello le abuchean gritándole «si no te gusta,vete a otra parte, aquí se hace así»). Cuando nose respetan esas reglas de situación y se vulne-ra la «reserva del territorio» con infracciones eintrusiones descontroladas, aumenta el riesgode incidentes 10. Desde la tragedia de Heysel eldispositivo de seguridad separa totalmente alos hinchas de los dos equipos (canalización ala entrada del estadio, diferenciación de puer-tas, incomunicación de zonas) y el enfrenta-miento entre ellos tiene que producirse desdela distancia mediante guerra de banderas, co-reos o insultos, de modo que estas medidas deprevención de la violencia contribuyen apotenciar el carácter simbólico de la violenciaultra.

En el estadio conviven dos espacios super-puestos, el rectángulo verde del juego y las gra-das del público, simbólicamente separados porla línea blanca que delimita el terreno de juegoy hace de frontera reglamentaria infranqueablepara el público. Esta separación se ha ido refor-zando con fosos y vallas metálicas para evitarlas invasiones de campos (que eran práctica-mente la norma desde el Mundial de 1966 enInglaterra hasta el de 1982 en España) y prote-ger de agresiones a jugadores y árbitros, sacan-do definitivamente del terreno de juego deporti-vo al público, que tiene que jugar en su terreno,el graderío. La agresión y el combate cuerpo acuerpo dentro del campo dio paso al lanzamien-to de objetos utilizados como armas (piedras,botellas, etc.), cada vez más pequeños y suscep-tibles de pasar los filtros policiales (mecheros,monedas, pilas eléctricas, bolas de acero...); laagresión a distancia pasó a ser desde entonces eltipo de incidente más habitual por su carácterindividual, aislado e imprevisible, según el estu-dio de Castro Moral (Senado, p. 89). Esos obje-tos se han ido sustituyendo por otros que noimplican riesgo físico (rollos de papel higiéni-co, por ejemplo) y simbolizan la manera quetiene el público de «entrar» en el terreno que le

está vedado, de «invadirlo», cumpliendo eldeseo, constitutivo del fútbol (primero invadien-do el campo, luego arrojando objetos, ahoraintercambiando gestos), de transgredir la líneaseparadora actores deportivos/público, terrenode juego/graderío. Las violaciones indirectasdel campo tienen el mismo sentido que teníanantes las invasiones: meterse en la batalla y con-testar las injusticias cometidas por el árbitro.Los grupos radicales cumplen un papel vicarioexpresando la agresión y el insulto que le estánprohibidos al protagonista deportivo de unjuego cada vez más reglado y limpio.

Fuera del estadio la celebración de los triun-fos importantes del equipo es el momento conmayor fuerza significativa, aunque es menosfrecuente que la concentración previa al parti-do y el traslado hacia el campo. Para ella sue-len elegir plazas muy simbólicas de la ciu-dad 11, a las que llegan haciendo un recorridoprocesional. Tanto la conducción en formaciónescoltada hasta el estadio, como el desfiletriunfal hacia el lugar de la apoteosis, tienengran significado porque los ultras se mueven(marchan) hacia la meta, que es el espacio delacontecimiento principal: en el primer caso, elcampo de fútbol donde se desarrolla la batallaoriginaria; en el segundo, la plaza donde cele-bra el triunfo toda la ciudad. Los espaciosurbanos atravesados, casi siempre los mismos,se transforman y cobran una nueva vidasimbólica (Marín, p. 223). Son lugares céntri-cos, también utilizados para otro tipo de fiestasy festejos populares (Velasco et al., p. 156). Enel uso cotidiano son espacios de distribución yencuentro, pero durante las celebracionesestán provisionalmente vedados a quienes nointegran el cortejo, porque constituyen ámbi-tos cerrados de significado, en los que valenreglas que no valen fuera de ellos y en los queestá permitido transgredir algunas normas querigen en el exterior, convirtiendo en lícitasconductas prohibidas en la vida ordinaria.

3. Carácter ritual de laviolencia de los ultras

L os ultras llevan los colores y el emble-ma del club sobre el cuerpo y en losaditamentos a las prendas de vestir

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que los identifican (máscaras, gorros, bufan-das, cintas, brazaletes, pegatinas). Muchos sepintan la cara con los colores del club, a vecesen forma de tres rayas paralelas como los «pielroja» cuando van al combate con sus pinturasde guerra. Desde que se prohibió introducirpalos en los campos de fútbol, los portadoresde banderas se las enrollan al cuerpo comomástil. Al revestirse así no sólo se identificanpúblicamente con el club y expresan fidelidada sus colores, sino que representan ellos mis-mos una provocación. Su presencia es ya unaagresión. La propia forma de presentarse comola «encarnación» de algo cuya simple visión esofensiva para los contrarios tiene valor dearma ritual para los que están dentro de esemarco simbólico.

Muchos recurren además a ornamentos quedenotan radicalidad (calaveras, demonios, ana-gramas nazis o heavies), a símbolos guerreros(cintas del pelo y caras pintadas) y a comple-mentos que utilizan los comandos terroristas(gorros de lana, la cara tapada con bufandas opañuelos), rindiendo así un cierto culto estéticoa la violencia. La prenda más característica esla bufanda con los colores y el escudo del equi-po. Algunos llevan la bufanda de otro grupoultra. Lo más «auténtico» y valioso es llevaruna que sea fruto de un intercambio amistoso ohaya sido arrebatada en alguna hazaña. Lasbufandas que se venden en los tenderetes a lapuerta del estadio se consideran espúreas y seles llaman «cuneras». Existen ciertas normas,según las cuales no se pueden ostentar en elcampo bufandas del rival en ese partido (podríadar lugar a malentendidos), ni se permite llevarbufandas de los máximos enemigos durantecualquier otro partido, a menos que se llevesuperpuesta la propia.

Vestimenta ornamental, pinturas, banderas,nos advierten que estamos ante escenificacio-nes que tienen mucho de teatrales. En el teatrouno representa un papel de acuerdo con unguión, interpreta un personaje, hace lo quetiene que hacer y se espera que haga. La con-sideración de los símbolos y acciones ultrasdentro de una perspectiva dramatúrgica yritual nos sitúa ante un fenómeno cultural parael que no sirven las explicaciones biológicas oetológicas, basadas en los instintos o las emo-ciones 12. Los hinchas son conscientes de quehay unas reglas que gobiernan sus enfrenta-mientos, ya que pueden citarlas cuando se les

pregunta por ellas, cuando inician a los nova-tos y cuando critican a los que lo hacen mal,porque son preceptivas y vinculantes paraquienes se integran en el grupo. El carácterritual explicaría el consenso entre los miem-bros del grupo y entre grupos distintos sobrelas normas que deben regir sus encuentros 13.

COMPORTAMIENTOSESTEREOTIPADOS

Las acciones de los ultras siguen pautas fijasy comunes en todos los estadios, según unesquema que, una vez conocido, permite anti-ciparlas, porque son repertorios coordinados,estables y permanentes. Son manifestacionesconvencionales de hostilidad, que sirven prin-cipalmente para representar la enemistad conel rival, permitiéndoles identificarse con lospropios y provocar ritualmente al enemigo.Los mensajes ofensivos que profieren encie-rran insultos colectivos, que valen lo mismopara los ultras de un equipo que de otro ydependen más del significante que del signifi-cado. Estando las aficiones estrictamente sepa-radas y controladas por la policía, las amena-zas se expresan sobre todo en la competiciónsonora entre canciones, consignas e insultosque se lanzan como comportamientos obliga-dos que esperan invariables respuestas tam-bién obligadas. La batalla de coros, iniciadaantes del partido, es un tipo de comunicaciónprefijada entre grupos ultras, en la que cadabando, desde lados opuestos del campo, repli-ca e intenta superar al otro. La elección de loscantos y la intensidad con que se entonanlogran al fin acallar a uno de los grupos que yano puede replicar. Esta actuación sirve paraasegurar cohesión al grupo y para doblegar alos rivales, y se ejecuta bajo la dirección de uncabecilla, que tiene reconocimiento y statuspropio en el grupo.

Además del coreo, se dan otros comporta-mientos agresivos constreñidos a pautas fijasde las que nadie atreve a desmarcarse (cantanjuntos, gritan juntos, agitan las banderas alunísono, simulan riñas y golpes de puños) yescenificados de acuerdo a una distribucióntemporal precisa, respondiendo a un códigoelaborado. Incluso se toleran expresiones indi-viduales que, aunque puedan interpretarsecomo residuos instintivos, son en cierto modo

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iniciativas esperadas como rituales de exhibi-ción y pueden explicarse en el funcionamientointerno del grupo.

Inmediatamente después de cada gol, elfondo pierde el carácter de bloque compacto ysus ocupantes se abalanzan contra la valla, des-cendiendo por las gradas y empujando a los deabajo que se ven arrojados contra ella y succio-nados luego para volver a su sitio 14. En esosmomentos surgen también acciones individua-les espontáneas o previamente imaginadas paraesta ocasión (incipientes escaladas a la vallametálica, bengalas guardadas para ese momen-to), pero en seguida se recobra la normalidad yel orden prescrito. Los ultras consideran unaprovocación la celebración de los goles delequipo rival –es una de las cosas que más leshiere–, pues no la entienden como expresión dealegría, sino «para recochinearse de nosotros»,confesando así que sus propios gestos de cele-bración son ante todo un «recochineo» del ene-migo ridiculizado. Otra actuación típicamenteultra es meterse con el portero del equipo con-trario arrojándole objetos e insultándolo cuan-do va a sacar, porque su cercanía y su perma-nencia inmóvil ante la portería lo hacen unblanco fácil. Pero, sobre todo, porque su papelen el partido –impedir que el equipo propiometa goles– concentra en él la mayor parte delas iras y simboliza al enemigo por antonoma-sia: «está allí para fastidiarnos a nosotros ytodo el que trata de fastidiarnos merece morir».

Ocasionalmente algunos ultras se separandel grupo grande y se deslizan subrepticiamen-te hacia el centro de la masa enemiga sortean-do a vigilantes y policías. A veces se identifi-can al rato e intentan abrirse paso en elterritorio hostil para regresar a lugar seguro,contentándose con la fascinación que produceel mismo hecho de transgredir la separaciónimpuesta, pues el juego consiste sobre todo endemostrar valor. Otras veces, al final del parti-do, tratan de apoderarse de alguna bandera obufanda enemiga con el objetivo doblementesimbólico de entrar en territorio vedado y deapoderarse de los colores rivales. El trofeo, queindica la superioridad de quien lo obtiene yrecuerda para el futuro la victoria, ha sidodesde siempre en el fútbol la copa que se entre-ga al vencedor. Con los trofeos arrebatados losultras también muestran la superioridad dequien los consigue arrebatar y la humillaciónde quien los pierde. No siempre los conservan

sino que algunas veces los «trapos» (nombredado a las banderas enemigas) se queman en elestadio cuando vuelven a enfrentarse con elmismo equipo. Este tipo de invasión resultacada vez más difícil, al menos dentro del esta-dio, pero se sigue intentando (o haciendo comoque se intenta) como parte del guión del com-bate lúdico que asumen los protagonistas; y yasabemos con Huizinga o Bateson que el juegose realiza en la ejecución del mismo sin necesi-dad de alcanzar otra meta distinta.

La cita previa y el reto al duelo es otro com-portamiento típico. Unas veces se insultan yquedan «a la salida», individualmente o enpequeños grupos, otras veces se desafían contodos los efectivos del grupo en un lugar lejosdel estadio para evitar el estrecho marcaje de lapolicía. 15 Cuando se producen combates encampo abierto, los grupos se reúnen viéndosemutuamente a una cierta distancia. En el fragorde insultos y amenazas, es frecuente que unmiembro de cada grupo se adelante algún pasoy se quede en el espacio abierto que mediaentre las dos formaciones, sin llegar a posibili-tar el contacto físico, con la cabeza erguida,haciendo gestos amenazadores y agitando lospuños. Uno de los dos perderá terreno sintien-do la presión enemiga y regresará para incor-porarse al grupo, sobre todo si la formaciónrival hace gesto de avanzar contra él o de lan-zarle objetos. 16 El combate se queda en ade-manes agresivos y amenazas verbales hastaque un grupo pierde terreno o va perdiendoefectivos porque se van cansando, lo quedemostraría su inferior consistencia y firmeza.El éxito de semejante pelea es la retirada delenemigo y el aumento de la reputación delbando que ha forzado al otro a echarse atrás.En realidad se trata de combates de exhibiciónsiguiendo rituales de guerra.

Cuando no se ve al enemigo desciende latensión y cesa la agresividad amenazante, aun-que se sepa que está a poca distancia; en cam-bio, su aparición desencadena el rugido. Nece-sitan que el enemigo esté visible en elescenario para exacerbarlo, como si no pudie-ran actuar sin que el rival entre también enescena, al contrario de lo que sucede en la gue-rra de verdad, en la que es más fácil disparar ymatar si al enemigo no se le ve la cara y esalguien abstracto e impersonal. Esta violenciateatral tiene mucho de metáfora de la guerra,de puesta en escena, en la que la masacre y la

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destrucción del otro no es real sino ritual y laderrota consiste en contar después su humilla-ción. No se busca el exterminio del enemigo,cuya existencia es la razón de ser de la propiaautorrealización ultra y el pretexto necesariopara seguir, semana tras semana, la representa-ción, sirviendo cada encuentro para reafirmarritualmente la enemistad. Aunque el enemigoes uno distinto cada domingo, la fobia obsesi-va por algún rival en especial debe mantenerseviva en la memoria del club y los ultras ali-mentan esas furias y ojerizas en sus reunionespreparatorias y en sus publicaciones, recrean-do las humillaciones, desplantes y agravios,para que no se apague el fuego de la hostilidady esté justificado el despliegue de combate. 17

Los ultras utilizan símbolos políticos radica-les y totalitarios para resaltar la rivalidad propiadel conflicto amigo-enemigo. La militarizaciónorganizativa necesaria para sus objetivos leslleva a imitar la estética y los modelos de com-portamiento de los grupos más violentos, acopiar sus nombres y a hacer el saludo fascista;como ellos, exaltan la virilidad, exigen unaentrega incondicional al grupo, son intransi-gentes con los débiles. Pero «la mayoría de losmiembros de estos grupos se declaran pasotas ysin ideología» (De Antón et al., 1992) y no tie-nen una convicción ideológica ni una prácticapolítica fuera del contexto futbolístico conse-cuente con esos símbolos.

La politización de estos grupos nace, enparte, «de la voluntad de definición de sí mis-mos por la movilización de identidades colec-tivas» (Hourcade, p. 258). La simbologíaextremista actúa como elemento revulsivo yprovocador y les abastece a su vez de elemen-tos identificativos que favorecen la asimila-ción diferenciada del resto de la sociedad,siendo sólo un signo de inconformismo paradestacarse mejor del resto de la sociedad, por-que, como dice un hincha del Tottenham,«resultaría difícil ser tomado en serio comohooligan si me declarase liberal o socialdemó-crata» (Adán 1996, p. 61). Para facilitar suidentificación y favorecer el impulso exhibi-cionista echan mano del lenguaje políticoextremista y ultranacionalista, apropiándoselopara su estrategia de representación, más queponiéndolo al servicio de fines políticos. Perotambién hay conexiones entre estos gruposdesde su origen 18 y los movimientos extremis-tas y violentos se apropian de la capacidad de

reclutamiento, movilización y publicidad quegarantizan los grupos ultras, que están ya orga-nizados y cuentan con una envidiable fuerzasocial. Además constituyen un terreno abona-do para el proselitismo al integrar numerososjóvenes que expresan una hostilidad visceral yarticulan el mundo en torno al binomio amigo-enemigo 19.

CONFLICTO ENTRE JUSTICIAS

La justicia que imparte el árbitro en elcampo de fútbol es un tipo especial de justicia.Se puede estar de acuerdo o disentir de las sen-tencias de los jueces, de las órdenes de losguardias de tráfico, de las notas de los exáme-nes escolares pero, aunque se pueden recurrir,se acatan porque se reconoce la autoridad de laque emanan. En cambio, las decisiones delárbitro en los campos de fútbol no se puedenrecurrir, pero son contestadas por el públicoque cuestiona su autoridad y su pretendidaneutralidad hasta el punto de que la protestapor las decisiones arbitrales está incorporadaal ritual de cualquier público.

Los jugadores no pueden protestar y por esoincitan a veces a los hinchas a que lo hagan,pero la protesta de los espectadores se tolera yno conlleva sanciones de ningún tipo, porque loque sucede en el espacio del público no estáreglamentado por las reglas deportivas y sóloafecta a la labor del árbitro si el público se meteen el terreno de juego, bien directamente o bienlanzando objetos. El repudio de la autoridadarbitral por los espectadores es también simbó-lico pues la autoridad del árbitro no puede seroficialmente negada y sus decisiones son final-mente las que valen, porque para eso tiene todala autoridad legal. Las protestan porque el árbi-tro no tiene autoridad legítima a los ojos de loshinchas que participan en el partido identifica-dos con su equipo y niegan toda posibilidad deneutralidad. Como el público está metido en elpartido, pero no en el terreno de juego en el quereina la (in)justicia de árbitro, la pretensión delegitimidad de «su» justicia se integra en elpartido como conflicto con el árbitro.

En el fútbol coexisten en conflicto diferen-tes «esferas de justicias» (Dal Lago, p. 60) ycada partido escenifica ese conflicto ritualentre diferentes tipos de justicia: la deportiva yoficial (supuestamente neutral) frente a la pre-

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tensión de auténtica justicia por parte de losseguidores del equipo que la exigen para queno sea una farsa de justicia. Aunque nada cam-bie, con su protesta ha de quedar claro de quéparte está la razón y empieza un contenciosomás allá del partido, porque la injusticia mere-ce ser reparada y su memoria perdurará en par-tidos posteriores, nuevas ocasiones para vindi-car la afrenta padecida y exigir accionesreparadoras. Nace así un nuevo motivo para laagresividad ultra.

El árbitro es a menudo, por tanto, protago-nista –más incluso que los jugadores– de lainteracción entre el terreno de juego y el públi-co. Su figura, que tiene la función de garantizarel carácter reglado y no caótico, lúdico y noviolento, del juego, adquiere un papel metade-portivo y acaba asumiendo, a los ojos de losespectadores que no son (no pueden ser) impar-ciales, la justificación de este otro nivel de con-flicto que entra en juego; un conflicto en el queya puede echarse mano de todo tipo de expli-caciones e invocar diversos intereses económi-cos o políticos. El árbitro es una figura paradó-jica. Sin él no hay partido: es necesario queejerza su función de árbitro deportivo para quese pueda disputar la contienda. Pero sirve a suvez de pretexto para provocar, independiente-mente de su voluntad y aún de su conciencia, laexigencia de otra justicia. Actúa en el marcodeportivo como protagonista consciente de sutarea. Pero al mismo tiempo, protagonista tam-bién en el marco simbólico de los hinchas,soporta el peso del imaginario colectivo cuyossignificados le resultan ajenos. Garantiza a lavez el conflicto deportivo y el conflicto ritualdel público. Por eso corre el riesgo de salirse desu papel o ejercerlo inadecuadamente provo-cando entonces que la violencia ritual se trans-forme en violencia real.

El sentido de la justicia que tienen los gru-pos ultras funciona en las relaciones entre elloscomo una justicia propia, que no debe recurrira los agentes externos que simbolizan la justi-cia del resto de la sociedad. Los ultras impar-ten justicia por su cuenta y aplican la vengan-za del «ojo por ojo y diente por diente»: a unapintada se responde con otra pintada, a unainvasión de territorio con otra invasión y a unrobo de material emblemático con otro robo.Por eso cuando hay una agresión física, hayque responder atacando violentamente y losagredidos nunca denuncian el ataque a la poli-

cía, porque sería salirse de las reglas del com-bate. Los enemigos («falsos», «cobardes»,«mentirosos», «vendidos», «traidores», etc.),son siempre merecedores de una justicia puni-tiva, que no es la justicia que imparte el árbitroni la policía, sino la que debe imponer el tribu-nal del fondo ultra y se expresa en forma deamenazas de agresión.

Todos los miembros del grupo están obliga-dos a participar en esas acciones de venganza yestá muy mal visto que alguien se «escaquee»de un ajuste de cuentas, de una respuesta a unacarga policial o de un ataque preparado contraotro grupo. El que no colabora en esas actua-ciones y evita estar «cuando hay que dar lacara» es un «cobarde» y un «conejo», quepuede ser expulsado por no acatar las reglasque rigen para todos. En el comportamientoagresivo de los ultras no cabe la vergüenza (nohay situaciones embarazosas para ellos), ni elsentimiento de culpa (pues sólo pretendenhacer justicia). Participar en la hinchada ultraobliga a exhibir agresividad como testimoniode fidelidad y coraje, pero al mismo tiempogarantiza la despersonalización, la coberturadel grupo y la impunidad irresponsable. Unodebe cumplir el papel asumido y, como el actorde cine o de teatro, no es responsable personal-mente de las acciones que el guión le atribuye.Dentro de estos grupos la violencia es una cate-goría que no encierra la idea de comportamien-to sancionable o punible y la adhesión a valo-res como la fuerza o el desprecio a losadversarios son las reglas del juego pues, aun-que se corra algún riesgo, hay que ser agresivoen el desarrollo del ritual para ganar posicionesde prestigio. Los ultras saben en todo momen-to lo que está pasando, lo que se puede y no sepuede hacer, lo que está bien o mal de acuerdocon sus patrones de conducta.

Casi nunca los episodios de violencia sonarrebatos de improviso, ni consecuencia de unareacción súbita ante algo que ocurre en el terre-no de juego. La agresividad de los hinchas nonace del juego directamente, es previa, parale-la, y no se agota en la respuesta a lo que hacenlos jugadores. Sería erróneo explicar la violen-cia ultra basándose en la agresividad del juegoy de hecho cada vez son más raras las escenasde brutalidad dentro del terreno de juego. Otrosdeportes más permisivos con los choques físi-cos y mucho más violentos (como el boxeo o elrugby), apenas suscitan sin embargo problemas

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de violencia de los espectadores. Las eventua-les acciones de los futbolistas pueden aumentarla excitación de los hinchas si exacerban la ten-sión agravando el conflicto que desde el princi-pio se desarrolla en las gradas; lo que ocurre enel campo se incorpora e integra en las actuacio-nes de los ultras, pero no son el origen ni larazón principal de su comportamiento que obe-dece a una lógica autónoma 20.

4. Una subcultura juvenil

L a reiteración de las actuaciones ultrasy del conflicto entre justicias nopuede explicarse por causas socioeco-

nómicas, ni debe pensarse en ella como meroreflejo de la realidad social, sino como procesoscon capacidad de intervenir en ella. La cons-trucción de un mundo simbólico paralelo en elcruce excepcional de identificaciones que ofre-ce el fútbol como «teatralización de relacionessociales» es un fenómeno interclasista y no lafiel representación especular de un conflictosocial previo 21. La mayoría de los miembros deestos grupos no son reclutados en sectoressociales definidos por su nivel económico o susituación social (De Antón et al., 1992), sinoque, de modo similar a lo que sucede en el casode la música rock o pop, se incorporan a pautasde conducta y referentes de sentido por franjasde edad. Su participación desaparece con laedad y así la edad media de los jóvenes integra-dos en estos grupos en España se mantiene esta-ble en torno a los veinte años, siendo pocos losque superan los veinticuatro. Los grupos ultrastienen similitudes y conexiones con otras sub-culturas juveniles (tribus urbanas, universosmusicales, bandas callejeras, etc.) de las que senutren; y no son totalmente homogéneos, sinoque mezclan y reelaboran modas juvenilesimportadas del extranjero, pudiéndose encon-trar dentro de ellos subgrupos (unos dominantesy otros subordinados) definidos por referenciasno futbolísticas, por ejemplo, los heavies o losskins. Más que un fenómeno nuevo, es un des-plazamiento de las peleas rituales de una pales-tra a otra, de los mundos rockeros y callejeros almundo del fútbol y sus aledaños, una expresióndiferente dentro de un mismo modelo de com-portamientos juveniles organizados 22. Si la fun-

ción de todos estos estilos juveniles es afirmarla pertenencia a microculturas que los diferen-cian de la amorfa cultura unitaria de la sociedadadulta, las acciones de los ultras del fútbol res-ponden también en parte a esa necesidad de losjóvenes en la sociedad contemporánea de cons-truir un sociedad para sí mismos 23.

Los grupos ultras adoptan una forma devida, comparten una jerga especializada, gene-ran unas expectativas estables de conducta yrequieren un cierto entrenamiento o reiteraciónde conductas que transmiten los portadores dela cultura a los novatos. Son organizacionesracionales, con una jerarquía interna, una divi-sión de roles estable, unas normas de ingreso yun núcleo de reglas de conducta. Sus carac-terísticas coinciden con el estereotipo de lasbandas: fuerte sentimiento de pertenencia eidentificación, importancia de la defensa delterritorio, enfrentamiento con las otras bandas,división de los roles y estructuración jerárqui-ca del grupo con presencia de líderes recono-cidos (Roversi 1992, p. 42 y ss.). Constituyen,en definitiva, una subcultura juvenil 24. Lasdiferentes subculturas juveniles son universosen los que se generan procesos para satisfacerla necesidad de identificación que padecen losadolescentes 25. Pueden ser enemigas una de laotra, pero coinciden en tener un enemigo prin-cipal, el mundo de los padres y de los adultos,representado para los ultras del fútbol en elmundo adulto del estadio, la policía, los «tri-buneros» y en general los «viejos» 26.

LA CARRERA MORAL DEL ULTRA

Harré ha llamado «carrera moral» de la per-sona la historia social de una persona en cuantohistoria de las relaciones con los demás y de lasactitudes de respeto y aceptación o de desprecioy rechazo, que se representan en formas socialesinstitucionalizadas y ritualizadas. Los procesosy momentos de iniciación e integración, que tra-dicionalmente sirvieron de ritos de paso (etapasescolares, servicio militar, sacramento de la con-firmación...), perduran oficialmente instituciona-lizados, pero tienen cada vez menos fuerza. Enlas actuales sociedades abiertas se construyenmicrosociedades diferentes que institucionalizansus propias carreras morales alternativas 27.

La vivencia del fútbol como un hecho socialtotal favorece el paso del yo al nosotros y con-

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tribuye a satisfacer la necesidad de disponer enla adolescencia de procesos de socializaciónpropios. Los jóvenes ultras no sólo experimen-tan una intensa comunión emocional 28, sinoque el grupo les proporciona la síntesis de losmecanismos de identificación que encierra elfútbol con las necesidades de agregación típi-cas de la adolescencia. En el grupo encuentranritos de paso para dejar de ser «críos» y esta-blecen procesos de entrada mediante ritualesde despersonalización y de identificación,tales como adoptar una vestimenta común,renunciar a la utilización del propio nombrepor un alias o pintarse la cara para encarnarmejor ese nuevo ser social 29. Lo que realmen-te cuenta para un joven que entra en un grupoultra es tener una identidad y hacerla visible.

El grupo, además de generar vínculos depertenencia y tejer redes de relación social,satisface la búsqueda de prestigio por parte delos jóvenes que se integran en él, les confiereuna aureola de heroicidad y valentía, y afianzala propia autoestima. El prestigio del ultra nodepende de los triunfos del equipo ni de laposición que éste ocupe en la clasificación,sino de acatar las reglas a través de las cualesel individuo gana reputación y va construyen-do su carrera moral. Integrarse en el grupoultra supone adoptar pautas de comportamien-to que subrayan valores distintos de los esta-blecidos en la sociedad y exige entrega a latarea de representar hostilidad agresiva, ya quelas reglas cuya observancia permite alcanzarstatus consisten en expresiones estereotipadasde agresividad. El joven supera el ansia de sta-tus social y los sentimientos de minusvalora-ción personal que sufre en la sociedad adultapor la sobrevaloración alternativa ganada den-tro del grupo. Su propia autoestima dependeahora de las relaciones que el joven establececon las personas que considera más importan-tes, por ejemplo, los líderes del grupo ultra.Por eso la pertenencia al grupo no se oculta alos coetáneos, aunque al principio sí a lospadres.

Para ascender en esta escala social autónomahay que respetar reglas nunca formalizadas,pero bien conocidas y reconocidas por losmiembros del grupo, como participar en unainvasión, enarbolar los propios emblemas ycolores dentro de la masa rival, arrebatar unabufanda o una bandera enemiga, cantar deter-minadas letras ofensivas, etc. Las incursiones

en el territorio enemigo, por ejemplo, preten-den (como los ritos de caza y los códigos dehonor) el reconocimiento por los demás delgrupo y el ascenso en la jerarquía interna. Losacontecimientos deportivos o paradeportivosofrecen la ocasión de superar esas pruebas parademostrar destreza y valor o, por el contrario,delatar cobardía y falta de sintonía con elgrupo. El éxito aumenta la reputación revali-dando la pertenencia al grupo, mientras que siuno falla, la reputación se desvanece y se con-vierte en sospechoso. Por consiguiente, losenfrentamientos entre ultras no son casualessino pautados, con símbolos cuya sola exhibi-ción se interpreta como un desafío que legitimala agresión y con unas reglas definidas para ins-tigar a la pelea (invadir el territorio del otro,insultar, mirar mal, etc.). Y las actuacionesagresivas no persiguen eliminar o dañar física-mente al contrario, sino que forman parte de unsistema de gestos para adquirir honor y forjaruna imagen de sí mismo como fiel a los coloresy temible para los rivales. Son rituales paraconstruir la carrera moral de sus miembros.

La estructura interna de los grupos (papelesy jerarquías tácitamente aceptados por todossus miembros) se define por los diversos gra-dos de implicación o pertenencia al mismo.Los más jóvenes se acercan a los ultras atraí-dos por el aspecto alegre y bullicioso quemuestran ante el resto del estadio. Primeropululan por allí, sentándose en zonas próximasa ellos, observando con cierta envidia y admi-ración sus gestos y acciones 30. Luego van imi-tando sus cantos y gritos, más tarde también eluniforme (bufandas, escarapelas, calzados,etc.). Poco a poco se van metiendo dentro delfondo ultra, que los va a observar a su vez yreconocer como «críos» 31. La mayoría pasaránunos años en el grupo y lo abandonarán casisin darse cuenta, biológicamente, cuando seintegren en la afición normal con los «viejos».Sólo algunos llegarán al grado de «veteranos»,cuya función principal es velar por el cumpli-miento de las reglas, garantizar la superviven-cia y el crecimiento del grupo sin que se des-virtúe. En los viajes estos veteranos danconsejos a los más jóvenes recordándoles lasnormas de obligado cumplimiento (no formarpequeños grupos que serían fácilmente ataca-bles, seguir las instrucciones de la policía encaso de que les escolte, no exhibir símbolosdel grupo ni del equipo si uno decide pasear

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solo, proteger el material propio como priori-dad sobre el robar el de los otros, no atribuir algrupo las fechorías individuales que a uno sele ocurra perpetrar, etc.). A veces deben corre-gir a los «críos» por medio de amonestacionesy broncas, sin excluir tomar drásticas decisio-nes 32. Los veteranos son la cumbre de laestructura interna en la que la movilidad estádeterminada por el comportamiento en losencuentros rituales.

Las diferencias en la manera de vestir sirvenpara reconocer el status de los miembros den-tro del grupo. La mayoría, los que dan color eidentifican al grupo como conjunto, se ponenel «uniforme» completo desde el gorro hastalas botas, pasando por las bufandas (a vecesdos, una de ellas enrollada al puño), además delas escarapelas. Los duros o peleones suelenllevar cazadora. Los miembros más jóvenesllevan sólo algunos de estos elementos y vancompletándolos poco a poco según su grado deintegración y el éxito de sus aciones. Pero losveteranos no suelen vestir atuendo diferencia-do del resto de los espectadores (no necesitanir de uniforme porque son suficientementeconocidos); tampoco son los que más gritan(eso queda para otros que deben reforzar sustatus), ni los más activistas en el estadio,donde controlan con altanería y prestancia; enla calle, sin embargo, son los que proponen lasacciones y deciden dónde ir o qué hacer; y,como deben dirigir las actuaciones del grupo,no ingieren alcohol para mantener la cabezalúcida y ganar en eficacia y combatividad(Senado, p. 102). Además de la estructura ver-tical hay otros puestos desempeñados pormiembros cualificados, que responden a tareasu «oficios» diferentes, por ejemplo, los exper-tos en el coreo y los que se encargan de orga-nizar los viajes. Harré (1987, p. 68) destacados muy especiales, los gamberros y losexcéntricos 33.

NARCISISMO Y RETÓRICA

Cuando cuentan lo sucedido, los ultras mag-nifican la victoria sobre los rivales, que apare-cen siempre arrugados, cobardes, gusanos(«no les dimos tregua», «contra nosotros nohay quien pueda», «eran tres contra uno peropude con todos»); y describen el encuentrocomo si hubiera habido contacto físico y les

hubieran infligido daños reales («les dimosuna paliza descomunal», «les rompimos lacara», «fuimos a muerte», «no quedó ni unovivo»). Se multiplican las conversaciones lle-nas de inverosímiles mentiras, de batallas queno se han producido, de autoengaños que aca-ban siendo compartidos porque todos quierencreérselos. Los relatos crecen como un capa-razón sobre la verdad, la involucra y desvirtúa,incorporando a la leyenda del grupo ultra epi-sodios poco memorables, pero revestidos conuna pátina que los exagera y confunde. ¿Cómopueden relatar semejantes proezas cuandosaben que realmente sólo ha habido amenazasy gestos simbólicos? Este tipo de alardes retó-ricos les hace sentirse más importantes y esfrecuente entre los adolescentes y en la culturamachista. La respuesta es que necesitan contarhazañas para ser reconocidos, acumular honory aumentar su reputación 34. Esa necesidad deganar reputación explica que, no habiendorealmente apenas luchas ni heridos, los mensa-jes sean tan brutales y las publicaciones ultrasexalten la violencia hasta el extremo.

El fenómeno social del fútbol se presta a laretórica. Todos los hinchas hablan del partidoen términos cargados de épica y subjetividad,pero las crónicas deportivas no desmerecen dela retórica de los hinchas y se alejan bastantede lo que sería una descripción precisa de loshechos, los presidentes y entrenadores acudena los medios de comunicación para caldear elambiente antes del partido, las informacionessobre los enfrentamientos entre ultras exage-ran a veces la gravedad de los mismos. Mediosde comunicación e hinchas, directivos y ultrasparticipan al unísono en la producción de tex-tos retóricos a partir de la estructura narrativaque rige el espectáculo. Los acontecimientosdeportivos y las agresiones de los ultras secuentan según categorías previas (maniqueas yde combate), en las que se organizan los datosy se envuelve a los lectores o a los oyentes 35.

La notoriedad pública que proporciona estaren un grupo de ultras aumenta con las fotos ylos vídeos donde se habla de ellos (Senado, p.203); y la popularidad que da la publicidad desus acciones refuerza la motivación identifi-cante. Hay que hacer lo posible para significar-se y aparecer, hay que dejarse ver y para ellohay que repetir hazañas y agresiones («unosultras que no salgan en la tele ni son ultras nison nada» decía un supporter bético). Así crece

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el orgullo de ser alguien importante en quien sefijan los periodistas y los fotógrafos, alguienque merece casi tanta atención como los futbo-listas más idolatrados, alguien que tiene a lapolicía y a los medios de comunicación pen-dientes de él porque da miedo y aterroriza a lasciudades a las que se desplaza 36. El status sealcanza a través de la notoriedad y ésta por laviolencia. Ser ultra y actuar como tal es antetodo una lucha por ser centro de atención, unaestrategia para mostrarse y ser actor de la pro-pia vida más que espectador de la vida ajena.Estos jóvenes han elaborado en torno al fútbolun sistema de conversión de sí mismos enespectáculo que, además, invita a la emulacióny favorece el proselitismo.

TRANSFORMACIÓN DE LA REALIDAD

De todo ritual se espera que se cumpla (quese repita la ceremonia, siempre igual a símisma, inmutable) y que cumpla: que la lluviacaiga y que las cosechas sean buenas, que cesela epidemia y los dioses nos sean favorables.El ritual repite y a la vez inaugura, inicia laespera. «En el ritual deportivo, la espera sellena con la celebración misma: al final deltiempo reglamentado los juegos se habrán rea-lizado, pero el futuro habrá existido, porciónde tiempo puro» (Augé, p. 66). Por otra parte,los ultras hacen un uso intensivo de imágenescelebrantes del triunfo presentido, anuncian«profecías autocumplidas» del tipo «vamos aganar» o atacan provocadoramente al contra-rio para asustarlo y debilitarlo. Como en losmítines políticos (Cruces y Díaz de Rada,1995, p. 172), al tiempo que se reitera la inca-pacidad del rival, se trata de anticipar lo quese desea y se quiere conseguir, la victoria, por-que es la manera de animar, cohesionar yorientar el comportamiento de los seguidoreshasta lograr el triunfo. La proclamación anti-cipada de la victoria y la humillación del con-trario funcionan en el universo ultra como«profecías autocumplidas», igual que sucedeen el lenguaje del fútbol en general y en ellenguaje político.

No sólo el lenguaje, también los comporta-mientos presentan diferentes niveles de efica-cia operativa. Por ejemplo, el objetivo delcoreo en los momentos iniciales del partido essuperar y acallar los cantos contrarios para

demostrar así la superioridad sonora y organi-zativa, como si dejar clara la superioridadsobre la hinchada visitante y obtener esa victo-ria coral fuera mérito suficiente y anticipaciónirrefutable de la consecuente victoria deporti-va. Pero, independientemente de que luego sevea acompañada por el éxito deportivo, estavictoria coral de unos ultras sobre otros tienesentido por sí misma. Más allá de la influenciasobre el público y sobre el desarrollo deporti-vo del partido (incluido el resultado), los ritua-les desplegados tienen una eficacia operativaautónoma porque transforman el status de losmiembros del grupo y construyen su carreramoral y su imagen pública.

La virtualidad transformadora de la persona-lidad del combatiente que tiene la guerra puedeatribuirse también a las batallas de los ultras. Sipor un lado la guerra tiende a disolver al indivi-duo por la puesta en juego negativa del valor desu propia vida, por otro convierte en héroe glo-rioso al superviviente ganador de esa puesta enjuego y con el ídolo introduce el orden divino 37.La agresividad ultra es una vivencia alternativaa la monotonía y al aburrimiento, una experien-cia excitante de autoinmolación en el grupo y deglorificación por la victoria heroica 38.

Como en cualquier religión, la divinidad nosólo irrumpe excepcionalmente en forma deexperiencia mística o de sangre derramada, sinoque lo hace habitualmente en forma de sacrifi-cio ritual repetido en actos sacramentales que sedistribuyen a lo largo de un calendario litúrgico(Bromberger et al., pp. 35-40). El calendariofutbolístico marca el paso de los años y las esta-ciones, con momentos «pascuales» culminantes(las eliminatorias coperas, las finales, los ascen-sos o descensos y las promociones son auténti-cos momentos de muerte y resurrección). Deahí que la unidad de medida del tiempo de unhincha radical sea el calendario futbolístico que,como el religioso, no coincide con el calendariocivil 39. El verdadero día de fiesta de la semanapara un ultra es el día del partido, al que es obli-gatorio asistir como a la misa del domingo (quese puede adelantar al sábado) y de las festivida-des que caen entre semana.

Hay muchas más similitudes entre la celebra-ción religiosa del sacrificio y el ritual del fút-bol 40. Sin embargo, la dimensión operativa delos rituales ultras no se da en un nivel autocons-ciente como en el ritual religioso o en cualquierceremonia curativa. Los comportamientos repe-

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titivos y codificados de los ultras no son vividospor los autores como rituales de salvación o desanación, a pesar de su carácter sacramental, desu espesor simbólico y de que suponen la rup-tura con lo cotidiano. A diferencia de laconciencia que tienen los sacerdotes o loshechiceros de ser portadores de salvación o desalud, los ultras carecen de la dimensión exegé-tica de sus actuaciones, no obstante las transfor-maciones funcionales y personales que produ-cen. Quizá precisamente por eso tanto elloscomo el resto de la sociedad las interpretancomo profundamente antisociales e inciviles.

Hemos reconocido en las relaciones infor-males de estos grupos acciones rituales com-pensatorias y contestatarias (ritos de paso yritos de rebelión) que desafían al mundo adul-to y oficial. Podría decirse que son formas deidentificación y pertenencia al margen delorden social, cuya principal función es «afir-mar la pertenencia significativa a microcultu-ras que los diferencian de la amorfa culturaunitaria de la sociedad» (Adán, 1996, p. 54) yque juegan en la estructura social un papelsimilar a las novatadas, las manifestacionesantiautoritarias, las escapadas colectivas oca-sionales, etc. Estas formas rituales de la «com-munitas» (Turner) producen un mundo de rela-ciones sociales alternativas y son un modo deoperatividad social «no sólo tolerado sinoalentado por quienes ostentan el poder (…)pues vienen a ser formas controladas de expre-sión y resolución de conflictos y a veces for-man en los miembros vinculaciones más fir-mes y profundas (en realidad, mediatizadas)que las que se suponen generadas por la iden-tidad investida por la institución» (Velasco,1996, p. 119).

5. Violencia ritual y violencia real

S i la fascinación que ejerce el fútbolradica posiblemente en conteneresencialmente (es decir, desde

siempre) la posibilidad ritual de la violencia 41,los ultras han construido un sistema de símbo-los específicos, capaces de promover y orien-tar comportamientos agresivos establecidossegún códigos, que son fundamentalmente

representaciones de violencia ritual. Se tratade una violencia expresada, celebrada, simbó-lica, no necesariamente materializada en agre-sión física. El número de agresiones realesresulta escaso en comparación con el númerode partidos de fútbol que se juegan cada sema-na y los cientos de miles de espectadores quelos ven. La agresividad ultra no excluye laposibilidad de la agresión física y provoca gra-ves riesgos, como los provocan los jóvenes enotros momentos de fiesta propios de la socie-dad urbana (la «ruta del bacalao» el fin desemana, las «zonas» de copas de las ciudades,los conciertos de rock, etc.). Mientras los jóve-nes rurales se divierten en las fiestas tradicio-nales, a veces crueles o peligrosas (desde losencierros de toros a los fuegos artificiales), losultras del fútbol encarnan la excitación desen-frenada y el exceso de participación en lasociedad moderna 42.

El informe policial más reciente sobre losgrupos ultras en España subraya que el gruesode estos grupos está compuesto «por gente queno es partidaria de la violencia» y que elescuadrón de los violentos tiene como objetivouna «violencia colectiva... con comportamien-tos vandálicos amparados en el anonimato dela masa».

Hoy se dan menos casos de violencia origi-nada directamente por el desarrollo del juegoque nunca. La violencia futbolística, confinadaen otro tiempo en los campos de fútbol, hadesaparecido prácticamente de ellos, debido ala separación de los hinchas y a las restriccio-nes de los movimientos en masa, principalcausa de las grandes tragedias. Aunque la acu-mulación de factores de riesgo (Rimé, 1988)convierte al estadio y sus aledaños en un pol-vorín que ciertos errores o individuos interesa-dos pueden hacer saltar en cualquier momento,las agresiones físicas directas, con heridos eincluso muertos, se producen ya fuera de loscampos (salvo el lanzamiento de pequeñosobjetos contra los jugadores) y no las provocanespectadores apasionados por el desarrollo delpartido. Casi siempre hay otro elemento añadi-do que permite explicarlas. Sin duda el fútbol yla presencia de grupos organizados dentro de élatrae a personalidades psicopáticas y a sujetosimbuidos de ideología nazi y racista, cuyasagresiones y violencia callejera se revisten aveces con colores futbolísticos, sin minusvalo-rar la apropiación, e incluso en alguno casos la

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dirección, de estos grupos por movimientospolíticos violentos, como hemos visto más arri-ba. También el alcohol desinhibe y facilita sal-tarse las reglas de actuación colectiva, inclusolas propias del grupo, desencadenando los inci-dentes y desórdenes públicos más graves.

No es fácil establecer la frontera donde ter-mina la provocación ritual y empieza la vio-lencia física. Entre los esquemas de la violenciaexpresada simbólicamente y las agresiones físi-cas hay una franja estrecha y fluctuante. Delmismo modo que en las batallas reales hay aveces muchos componentes rituales, las batallasfingidas pueden contener elementos de violen-cia no ritual o transformarse en violencia real.El juego implica siempre llegar hasta el límite.Saber quedarse en él o traspasarlo depende deotros factores: del contexto, de los malentendi-dos de interpretación, de las interferencias deterceros (la policía, por ejemplo), de la manipu-lación por otros intereses (ideológicos o políti-cos). El aggro, la actuación dramática de losultras, la ejecución de la amenaza, genera unaescalada simbólica de violencia que se controlapor la lógica simétrica del ritual, que pretendevencer al rival y no matarlo pues si lo destruyese acaba el juego. Si alguien pierde el control dela representación y el personaje se ve desborda-do cuando el dispositivo ritual está en marcha yya no tiene vuelta atrás, se puede transgredir elpropio ritual, desritualizarse el aggro y surgir laviolencia física. La tragedia de Heysel, ocurridaantes de comenzar el partido, fue consecuenciade la puesta en escena de las carreras e invasio-nes del territorio contrario, típicas de la culturaritual de los hooligans, en un lugar fuera delcontexto inglés en el que no se comprendía.Aquella fatal agresión pertenecía de forma claraal continuum de acciones amenazantes que loshinchas británicos más radicales llevaban añosrealizando sin consecuencias. La cuestión no esdilucidar si la violencia ejercida por los ultrasconstituye una desviación o una continuaciónde sus rituales. Es a un tiempo desviación ycontinuación. No hay propiamente una disyun-tiva, sino una conjunción.

La representación de la guerra tiene másriesgos fuera del campo, no sólo porque laseparación física no está ya asegurada, sinoporque los espacios de escenificación delenfrentamiento se mezclan entonces con losespacios de la vida real que no participan en eljuego (otros ciudadanos, el tráfico, los comer-

cios...). Ahora el territorio no pertenece pro-piamente a un grupo u otro de los carapintadas,sino a la sociedad en general, que no participaen la exhibición lúdica, que puede no entenderel carácter simbólico de la violencia y que haconfiado en las fuerzas de orden público laprotección del espacio común y serio. Enton-ces la violencia puede perder sus connota-ciones lúdico-rituales y desencadenar una vio-lencia real. Los ultras para demostrar su propiafuerza, para infundir temor en los rivales y enla sociedad, o para vengar un sentimiento dejusticia ofendida, pueden descargar su violen-cia contra objetos neutros (autobuses, mampa-ras de paradas de autobús, papeleras públicas,vitrinas, farolas...), atacándolos en algunoscasos como substitutivos de las personas cau-santes de la ofensa o merecedoras del castigosegún ellos.

Si se quieren prevenir los riesgos queentraña esta nueva violencia juvenil y evitarlos casos de violencia real y vandalismo, no sepuede ignorar el carácter pautado y simbólicodel comportamiento de estos grupos, que tie-nen todas las características generalmentereconocidas como propias de los rituales 43:formalidad, replicabilidad, intencionalidad(que implica organización secuencial) y efica-cia simbólica (expresividad y conectividad), yse debe prestar la debida atención a sus actua-ciones, que tienen la virtud de investir (orevestir) a los individuos de una identidadsuperpuesta y de construir una realidad socialde normas y procesos de identificación.

NOTAS

1 Roversi (1994) hace una síntesis de los autores–anglosajones e italianos principalmente– que han estu-diado este fenómeno. Hay dos principales líneas deinvestigación, la de la Escuela de Leicester (E.Dunning,P. Murphy, J. Williams), que analiza el fenómeno ultracon categorías del orden social externo al mismo, y la deOxford (Marsh, Rosser, Harré), que lo hace desde dentro,entendiéndola como violencia predominantementesimbólica y ritual. En España, cuando el Senado aprobóen 1990 el Dictamen de la Comisión Especial de Investi-gación sobre la Violencia en los Espectáculos Deportivosque presidí, no había trabajos de campo, salvo el estudiode Acosta y Rodríguez (1989) sobre los grupos sevilla-nos y la exhaustiva documentación policial recopiladapor Julio de Antón. Desde entonces destacan las publica-ciones de Javier Durán y de Teresa Adán. Recientemen-te, dos inspectores del Cuerpo Nacional de Policía,Damián Sedano y José María Seara han sistematizado en

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un informe financiado por la UEFA el mundo de estosgrupos del fútbol en España. Su estudio contabiliza10.000 miembros, distribuidos en 16 hinchadas diferen-tes, de los que 970 pueden considerarse violentos

2 Utilizo el concepto de ritual en las sociedadesmodernas de Velasco (1996 pp. 104-107). En las socie-dades modernas los ritos, en cuanto actos tradicionalesque versan sobre las cosas sagradas (Mauss), ceden elpaso a rituales seculares (Moore y Myerhoff) que no serefieren a grandes ceremonias, sino a pequeños actos dela interacción cotidiana múltiplemente ejecutados(Goffman), en los que pueden ocurrir incidentes impre-vistos (Handelman) que no sólo consolidan la estabili-dad de la sociedad, sino que incluyen conflictos (Kert-zer). Estas modalidades de rituales (como el teatro o eljuego) dependen más de la «actuación» que de la «com-petencia».

3 Patxo Unzueta (1998) escribe un interesante artícu-lo sobre la función del fútbol como factor de cohesiónnacional citando a Hobsbawn, Gellner y Vázquez Mon-talbán.

4 Los hooligans descritos por Bufford (1991) yHornby (1996), defienden a su equipo contra viento ymarea, gastan mucho dinero para sus posibilidadeseconómicas y relegan su vida familiar y laboral. Sonunos adictos y sufren síntomas de abstinencia, según eldoctor Mark Griffiths, de la Nottingham Trent Univer-sity, que anunció en mayo de 1998 que iba a dedicar dosaños a una investigación sobre este tipo de adicción.

5 «Pero no se trata tan sólo de fútbol. Si fuera así, anadie interesaría de verdad esto. Rebozado de fútbol seexpenden croquetas sobre la psicopatología de la vidacotidiana, canapés de sentimientos religiosos, tragos denacionalismos, desviaciones y frustraciones de caladopolítico o cultural» (Verdú, 1998 b). «La infancia, lapatria, la estética, la épica, se juntan en una fórmula queno deja de hacer crecer el número y la pasión de sus con-sumidores» (Verdú, 1998 a).

6 Jugadores famosos, como Pelé o Rivera, se handedicado luego a la política; empresarios aventureros,como Berlusconi, Jesús Gil o Bernard Tapie, han utilizadoel fútbol para hacerse famosos y saltar a la escena política.

7 Los ultras zaragozanos del Ligallo, bajo el título«En Pamplona no hay excusa», decían en su fanzine:«Invasión aldea Pamplona... El que no vaya no es dignode mirarnos a los pies... No quiero mierdas en el grupo»(Fondo Norte, núm. 33).

8 Para un análisis semiótico de eventos que se desa-rrollan en forma de procesión o desfile, cfr. Marín (1987).

9 Los ultras consideran las zonas que ocupan «susterritorios» en el sentido reivindicativo y estructuranteque da a esta expresión Goffman (p. 41-77).

10 El «santuario» (algunos ultras se refieren a su terri-torio con ese término) debe mantenerse «limpio» deseguidores de otros equipos, pues «para nosotros uno quesea de fuera de Madrid es una provocación, o sólo conser de otros colores que no sean los del Real Madrid» (unmiembro Ultra Sur).

11 «La forma más sencilla de entender la centralidadsimbólica, y dónde se sitúa en cada ciudad, es observarel lugar al que los hinchas de fútbol acuden cuando suequipo celebra alguna victoria notoria o bastante excep-cional (La Cibeles o Neptuno en Madrid, las Ramblas y

la Plaza Sant Jaume en Barcelona, la Plaza del Pilar enZaragoza, la Plaza del Castillo en Pamplona). No hayque interpretar la centralidad simbólica únicamentecomo un reflejo de las centralidad religiosa o político-administrativa. Ni la Catedral, ni el Ayuntamiento, bas-tan para dar un carácter simbólico de centralidad a unespacio ubano» (Gaviria, 1996, p. 193).

12 Salvini mantiene la tesis etológica y considera quelos comportamientos de los ultras son expresionessimbólicas de vinculación masculina y de dominancia(1988, p. 83), a pesar de que en sus encuestas (pp. 178-179) los mismos ultras contestan que sus comportamien-tos agresivos no se deben a causas ligadas a la naturale-za humana tales como pérdida del control emotivo,irracionalidad o psicosis.

13 Rom Harré habla de «reglas del desorden» (1987,p. 76), basándose en las investigaciones de Marsh y Eli-sabeth Rosser (1978).

14 Este modo de celebrar los goles será imposiblecuando todos los estadios de fútbol profesional tengansólo localidades de asiento, que es una eficaz medida deprevención ya decidida.

15 La cita puede ser incluso por Internet. En marzo de1997 seguidores del Ajax y del Feyernoord, sin quehubiera partido entre estos dos equipos, después de des-pistar con pistas falsas a la policía (que vigila sus citas enInternet para acudir a los escenarios de las peleas), seenfrentaron en una autopista causando un muerto y doce-nas de heridos.

16 De modo similar al guerrero maring (M. Harris, p.62) que sale del escudo protector para insultar más decerca y regresa cuando empieza la lluvia de flechas.

17 Las tribus primitivas declaran la guerra para vengaractos violentos y ofensas anteriores, como robar uncerdo, violar mujeres o ser víctima de un hechizo de bru-jería (Harris, p. 61), los ultras calientan el clima previo alpartido recordando el robo de un partido, la entrada a unjugador lesionado o la prima a un tercero.

18 En Italia fueron reminiscencias de grupos violentosde los años setenta; en Inglaterra los hooligans de algu-nos clubes han llegado a estar dirigidos por el FrenteNacional; en España se ha generalizado el nombre a par-tir de los Ultra Sur madrileños de tendencia ultradere-chista, y también hay nacionalistas radicales.

19 La constante e intensa carga de contenidos racistasy étnicos es el aspecto más grave (Durán, 1996 a, pp.77-90). Como hipérbole del amigo-enemigo se pasa al insul-to racista y a la dialéctica identificación-exclusión.Según la encuesta policial (De Antón et al., 1990), sonminoría los que inicialmente tienen comportamientosxenófobos y racistas, pero tales insultos repetidos se con-vierten en tópicos contagiando a capas más amplias delpúblico que tiende a absorber acríticamente los nuevoseslogans (Dal Lago, p. 114).

20 Para denominar este tipo de violencia autónomaMarsh (1878) adoptó el término aggro, utilizado inicial-mente por los hooligans ingleses como abreviatura fami-liar para designar su comportamiento provocador yritual, diferenciándolo de la verdadera agresión violenta.El término aparece luego en Harré (1987), Salvini(1988), Dal Lago (1990) y Adán (1996).

21 La escuela de Leicester cae en un reduccionismoexagerado cuando denomina el fenómeno del hooliga-

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nismo «violencia de la clase obrera» (Dunning, Murphyy Williams, 1986 pp. 291 y 304).

22 Según el Dictamen del Senado, «estos gruposconstituyen un fenómeno bastante autónomo respecto dela estructura social general y se desarrollan en la inter-sección entre dos subculturas, que constituyen dos mun-dos sociales propios, la juvenil del rock y la futbolística»(Senado, p. 202).

23 Según Thrasher «la pandilla representa un esfuerzoespontáneo de los muchachos por crear una sociedadpara sí mismos, donde no exista una sociedad adecuadaa sus necesidades» (cit. por Adán, 1996, p. 24).

24 Entiendo por subcultura «una forma de vida» típi-ca de un subgrupo de individuos que se distingue, dentrode la sociedad que comparte una cultura común, por unajerga especializada y unas expectativas de conducta desus miembros.

25 Cagigal ya se refirió a este papel de las subculturasjuveniles en Deporte y Agresión» (1976, p. 112). Hour-cade insiste en el carácter de «experiencia juvenil» delfenómeno (p. 256).

26 «Los del palco, los de la calva, esos ni animan nihacen nada (...) esos viejos de mierda que nos insultandesde sus butacas llamándonos gamberros»; «cuandomás disfrutamos es cuando los «viejos» nos rechistan poralguna de nuestras gamberradas, entonces levantamosnuestras bufandas y cantamos «Heysel, Heysel» (Unmiembro del Frente Atlético).

27 Este análisis de Thrasher sobre las pandillas juve-niles de Chicago puede aplicarse a los teddy boys britá-nicos de finales de los años 50, los punks o los skin heads(Adán, 1996, p. 24).

28 Buford describe la experiencia de «vivir el presen-te con una intensidad tremenda, con una intensidad talque, aunque muy brevemente, el individuo deja de exis-tir en tanto que ser individualizado para desaparecerengullido por la emoción de ser uno más» (p. 223).

29 Igual que el tatuaje confiere dignidad y un sersocial en los pueblos primitivos (Lévi-Strauss, p. 234).

30 «Yo me sacaba la entrada de tercer anfiteatro, yveía que abajo es donde estaba la movida, donde real-mente se animaba, donde estaban las banderas y todo esoy empecé a colocarme en el fondo sur y a partir de ahícomenzamos a conocernos los unos a los otros» (Unmiembro Ultra Sur).

Durán describe detalladamente la mezcla de admira-ción y miedo en los niños: «Una de las cuestiones quemás impacto me produjo fue ver a un grupo de niños deLogroño de unos 10 ó 12 años aproximadamente, obser-vando con ojos desorbitados la realmente «espectacularentrada» al estadio del grupo Ultras Sur. Espectacular nosólo por sus vestimentas, simbología y peinados, sinotambién por todo el dispositivo policial que generan a sualrededor. Si bien todos eran cacheados al entrar, y obli-gados a descubrirse la cara (algunos la ocultaban),muchos de ellos en el tramo de acceso al fondo que teníanreservado de apenas 20 metros con policías vigilándolesestrechamente, volvían a cubrírsela con sus bufandas ygorros como si fueran auténticos terroristas. Me resultaimposible conocer la sensación, el efecto que aquelespectáculo producía en aquellos niños, pero yo diría, porsus rostros, que estaba entre el miedo y la admiración»(Durán, 1992 a).

31 Hornby recuerda su «día de graduación», cuandocumplió quince años y decidió que había llegado elmomento, «planeado con todo esmero», de abandonarpara siempre a los «escolares» para integrarse en elnúcleo del grupo de hooligans (pp. 89-92). Fue para él su«único rito de paso».

32 En un «fanzine» de Brigadas Azules se dice: «Unaadvertencia a los dos borregos que estaban encima de lavalla. Cuando decimos a alguien que se quite porqueestamos colocando el «tifo», se quita y se calla. Por lopronto, estos dos imbéciles están fuera de la peña, poridiotas, aparte del ligero intercambio de opiniones quevamos a tener con ellos cuando los veamos» (Adán,1995, p. 57).

33 El gamberro realiza actos descarados, atrevidos eincluso graciosos de seudoviolencia (burlarse de señorasmayores sacándoles la lengua, simular asaltos a tiendas),escogiendo víctimas indefensas para ironizar sobre la vio-lencia que fingen ejecutar. El excéntrico rompe aparente-mente las reglas del desorden y aparece como capaz deatacar realmente, teniendo los demás que sujetarlo (ohacer como que le sujetan) para que no desencadene eldesastre. No habiendo reglas sin excepciones, gamberrosy excéntricos contribuyen a resaltar la existencia de reglasprecisamente cuando dan la impresión de saltárselas.

34 Según Harré (1987, p. 65) hay una retórica similaren las peleas rituales en las Islas Tory, en las que es muyraro que alguien muera: es frecuente oír relatar supuestasacciones violentas de los cabecillas que no son ciertas ycuando se cuenta la pelea en la aldea se gana o se pierdereputación casi igual que en los pubs ingleses o en losbares madrileños al recordar las agresiones del fin desemana.

35 Patxo Unzueta (1998) afirma que «desde el gol deZarra a Williams aquí ya se sabía que la afirmación deuna tradición nacional depende menos de los goles quede los locutores que los narran» y recuerda, siguiendo aGellner, «el papel de los medio en la difusión de la lógi-ca inclusión-exclusión que funda todo nacionalismo».

36 Estos jóvenes reconocen que se sienten importan-tes y se pavonean de ser escoltados por la policía comolos personajes famosos. Un hooligan le decía a Buford(1992, p. 48) que la policía sólo escolta cuando van aotros países al Papa, a los Presidentes de Gobierno y alos hinchas de un equipo. Otro hooligan confesaba, des-pués de unos graves incidentes, que probablemente per-dería el trabajo, pero que no le importaba pues no duda-ba que se habría convertido en una celebridad por haberestado en Italia cuando se armó la que se armó. «Norecuerdo haberme topado nunca con nadie que tuviese laconciencia tan exacerbada respecto de su propio status,nadie con tal grado de interés por saber cómo le veríanlos demás», añade Buford (p. 132).

37 Después de esta observación, Bataille añade: «Laguerra determina el desarrollo del individuo más allá delindividuo-cosa en la individualidad gloriosa del guerre-ro» (p. 61).

38 Es, según Buford, «una de esas experiencias exal-tadas que por su propia intensidad, por el riesgo queentraña, por la amenaza implícita de autoinmolación (...)incineran la conciencia del yo y trascienden nuestra con-cepción de lo personal, de la individualidad. ¿Qué expe-riencias son éstas? Son poquísimas; son además intolera-

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bles. El éxtasis religioso. El exceso sexual (insistente,incesante). El dolor (ya sea causarlo o padecerlo) (...) Lapiromanía. Algunas drogas. La violencia, el crimen. For-mar parte de una muchedumbre y –mejor aún– formarparte de una muchedumbre en pleno acto de violencia»(p. 226).

39 «Nuestras unidades de tiempo van de agosto amayo, ya que junio y julio no cuentan cuando no hayMundiales ni Copa de Europa de selecciones. Si se nospregunta cuál ha sido el mejor año de nuestra vida, casisiempre contestaremos con cuatro cifras: 66-67 para loshinchas del Manchester United, el 67-68 para los delManchester City, 69-70 para los del Everton, etc. Esesilencio entre una cifra y otra es la única concesión alcalendario que sigue el resto de la civilización occiden-tal» (Hornby, p. 140).

40 Hay un espacio sagrado, el césped, que puedenpisar los oficiantes pero no los comulgantes; los fieles,para estar unidos más estrechamente, no se sientan enasientos individuales sino en gradas como los bancoscorridos de las iglesias; los complementos del vestuariode los hinchas tienen una función identificadora y expre-san ante sí mismos y ante los demás el grado de fidelidady compromiso del portador, del mismo modo que lasmantillas, cruces, rosarios y misales; los desfiles de reco-rridos fijos, acompañados de cánticos y pancartas separecen a las procesiones con sus estandartes y sus ple-garias.

41 Nicholas Hourcade (p. 246) diferencia ultras y hoo-ligans por su diferente consideración de la violencia. Enambos casos se trata de violencia premeditada, sin embar-go, en el caso de los ultras se utiliza como un medio deanimación entra otros, mientras que para los hooliganssería el principal modo de actuación, siguiendo.

42 Baudrillard escribió (p. 161) a raíz de la tragedia deHeysel: «Paradójicamente, es en acontecimientos salva-jes como éste en los que se encuentra materializada demanera terrible la idea de una hipersociabilidad modernade tipo participativo. Se la deplora, y hay mucho quedeplorar: doscientas sillas destruidas en un concierto derock son una señal objetiva de éxito. ¿Dónde termina laparticipación y dónde empieza el exceso de participa-ción? Incluso aquí hay una lógica, convertida quizá enlocura, pero es la misma lógica».

43 Velasco (1996, p. 117), Moore y Myerhoff (p. 161).

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