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Salvadme Reina Número 142 Mayo 2015 Esplendorosa victoria de la fe

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Heraldos del EvangelioRHE142_ES - RAE161_201505

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Salvadme Reina

Número 142 Mayo 2015

Esplendorosa victoria de la fe

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Colección

La colección “Lo inédito sobre los Evangelios” es una publicación de la Librería Editrice Vaticana

Reservas y pedidos en el teléfono 902 19 90 44 o por email en [email protected]

También disponibles en formato eBook: www.comentandolosevangelios.comEncuadernación en rústica (157 x 230 mm) con ilustraciones a todo color

“Lo inédito sobre los Evangelios”

E sta original obra de monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP, compuesta por siete volúmenes, tiene el mérito de poner la teología al alcance de todos, mediante comentarios a los Evangelios de los domingos y solemnidades

del año.Publicada en cuatro idiomas —español, inglés, italiano y portugués— con un total de 200.000 ejemplares vendidos, la colección ha encontrado una calurosa acogida por su notable utilidad exegética y pastoral.

Ciclo BVol. III: Domingos de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua – Solemnidades del Señor que tienen lugar durante el Tiempo Ordinario (448 páginas)Vol. IV: Domingos del Tiempo Ordinario (544 páginas)

Ciclo CVol. V: Domingos de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua – Solemnidades del Señor que tienen lugar durante el Tiempo Ordinario (446 páginas)Vol. VI: Domingos del Tiempo Ordinario (495 páginas)

Vol. VII: Solemnidades – Fiestas que pueden tener lugar en domingo – Miércoles de Ceniza – Triduo Pascual – Otras Fiestas y Memorias (431 páginas)

Ciclo AVol. I: Domingos de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua – Solemnidades del Señor que tienen lugar durante el Tiempo Ordinario (464 páginas)Vol. II: Domingos del Tiempo Ordinario (495 páginas)

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San Juan de Ávila – Arrebataba a las multitudes

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .32

Subió al monte para orar

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .36

La palabra de los Pastores – Salir, subir, contemplar y anunciar

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .38

Sucedió en la Iglesia y en el mundo

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .40

Historia para niños... La más bella corona de flores

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .46

Los santos de cada día

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .48

La gema que simboliza el azul del cielo

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .50

Heraldos en el mundo

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .26

Sacramentos de la Antigua y de la Nueva Ley

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .22

El santo francés que no era francés

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .21

La serena e irreversible victoria de la fe

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .16

Comentario al Evangelio – Subiremos al Cielo en virtud de la Ascensión

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .8

La voz del Papa – “Queremos ver a Jesús”

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .6

Fe en Dios, divina certeza (Editorial) . . . . . . . 5

Escriben los lectores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4

Año XIII, número 142, Mayo 2015

Periódico de la Asociación Cultural Salvadme Reina de Fátima

SumariO

Salvadme Reina

Director Responsable:D. Eduardo Caballero Baza, EP

Consejo de Redacción: Hno. Guy de Ridder, EP, Hna. Juliane

Campos, EP, Hno. Luis Alberto Blanco, EP, Hna. Mariana Morazzani, EP, Severiano

Antonio de Oliveira

Administración:C/ Cinca, 17

28002 – Madrid R.N.A., Nº 164.671

Dep. Legal: M-40.836- 1999Tel. sede operativa 902 199 044

Fax: 902 199 046

www.salvadmereina.org [email protected]

Con la Colaboración de la Asociación Internacional Privada de Fieles de Derecho Pontificio

Heraldos del evangelio

www.heraldos.org

Montaje: Equipo de artes gráficas

de los Heraldos del Evangelio

Imprime:Biblos Impresores, S.L. - Madrid

Los artículos de esta revista podrán ser reproducidos, indicando su fuente y

enviando una copia a la redacción. El contenido de los artículos es responsabilidad

de los respectivos autores.

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4      Heraldos del Evangelio · Mayo 2015

EscribEn los lEctorEs

Del obispo De Khunti, inDia

Estoy muy satisfecho por haber recibido la revista Heraldos del Evan-gelio y deseo expresarles mi más sin‑cero agradecimiento.

Es un placer leerla, me ha gusta‑do mucho. Su contenido es muy pro‑vechoso, por sus homilías y otras in‑formaciones útiles. Me encantaría seguir recibiéndola y, por tanto, les pido que tengan la amabilidad de enviármela todos los meses.

Mons. Binay Kandulna Obispo de Khunti – India

ComprenDer mejor la liturgia De la palabra

De la misa DominiCal

Mis agradecimientos muy since‑ros por el envío del volumen III de la obra de Mons. Clá Dias, Lo inédi-to sobre los Evangelios, con sus co‑mentarios a los Evangelios domini‑cales y festividades del Ciclo B del año litúrgico.

Por cierto, lo leo siempre los sá‑bados para comprender mejor lo que escucharemos en la Liturgia de la Palabra de la Misa dominical. Los comentarios son siempre muy bue‑nos y útiles para la meditación y pro‑vecho espiritual personal. Muchísi‑mas gracias por ello.

Que el Buen Dios les acompañe siempre en sus actividades.

Eduardo Soto Kloss Profesor de Derecho Administrativo

Pontif icia Universidad Católica Santiago – Chile

“el Dolor: ¿existe un sentiDo CatóliCo?”

Les escribo porque he sentido el sincero deseo de agradecerles de co‑

razón el editar esta maravillosa re‑vista, de contenido sólidamente es‑piritual y consolador.

Hace poco tiempo tuve contacto con ella en casa de un tío mío. Era la edición de febrero de este año, que traía en portada la imagen de Cristo crucificado y cuyo asunto principal era el sufrimiento. Empecé a hojear‑la y le pedí a la esposa de mi tío si me podía quedar con ese ejemplar, y estuvo conforme. Más tarde leí to‑do su contenido, especialmente el tema de la portada —El dolor: ¿exis-te un sentido católico?—, que me tra‑jo mucha paz. No imaginaba que el sufrimiento tenía la tarea de perfec‑cionarnos, porque siempre creemos que es un signo de reprobación o de castigo divino.

Me gustaría pedirles que me en‑víen todos los meses ese precioso te‑soro, para que pueda disfrutar de su sabiduría espiritual.

Alan Barros Picuí – Brasil

leCtura Diaria: haCe que el Día sea mejor

La revista Heraldos del Evangelio trae numerosos comentarios e his‑torias útiles para la vida cristiana, y también enseñanzas maravillosas, a través de las palabras de sacerdotes cualificados para ello.

Nuestro día a día es muy ajetrea‑do y toparse con la revista, ver sus escritos y su doctrina, enriquece el alma. Somos suscriptores, mi espo‑sa y yo, desde hace algún tiempo. Su lectura diaria nos ennoblece y hace que nuestro día sea mejor.

El Comentario al Evangelio, de Mons. João Scognamiglio Clá Dias, y La voz del Papa nos llevan a re‑flexionar cómo las enseñanzas de nuestra religión son accesibles a nuestro entendimiento y nos ins‑

truyen acerca de cómo debe ser un auténtico católico.

Marco Antonio Moreira López São Paulo – Brasil

leer, meDitar y unirnos a Dios

Esta es una revista que sabe com‑binar la teología con la humanidad, y por eso es comprensiva para tanta gente como la recibimos en el mun‑do. Es muy profunda en su conteni‑do, pero muy humana en calar en el corazón de los lectores. Yo la leo y la medito... tiene mucha materia para unirnos con Dios.

José Ruiz Olivares Godella – España

proClamar las verDaDes De nuestra fe

Nos da una enorme alegría cada vez que recibimos la revista. La im‑presión, las fotografías, los artículos, todo es hermoso y rebosa de carisma de los Heraldos del Evangelio. Mis artículos favoritos son: Comentarios al Evangelio, de Mons. João Scogna‑miglio Clá Dias, la vida de los santos e Historia para niños... ¿o adultos lle-nos de fe?

Sigan con este maravilloso medio del que la Divina Providencia se sir‑ve para hacer proclamar las verda‑des de nuestra fe.

Elisangela Somaville Martins Porto Alegre – Brasil

fortaleCienDo la fe

Me gustaría darles las gracias por todo lo que hacen por mí, por las cosas nuevas que estoy cono‑ciendo y porque, gracias a su revis‑ta y a los objetos de piedad que me envían, estoy fortaleciendo mucho mi fe.

María Scialo Casalnuovo di Napoli – Italia

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Salvadme Reina

Número 142

Mayo 2015

Esplendorosa

victoria de la fe

L

Mayo 2015 · Heraldos del Evangelio      5

Editorial

Fe en Dios, Divina certeza

La Ascensión del Señor a los Cielos Pro-catedral de Santa María, Hamilton (Canadá)

Foto: Timothy Ring

a insuperable Persona de Nuestro Señor Jesucristo está rodeada de misterio, empezando por que en Él existen, en toda su integridad, dos naturalezas: la divina y la humana.

Jesús, como hombre, posee el conocimiento experimental (cf. Lc 2, 52): el construido de forma progresiva, con base en la experiencia. Sin embargo, en Él ese conocimiento es incomparablemente mucho más rico y profundo por la altísima perfección de la inteligencia, de los sentidos y de los dones especialí‑simos de los que está dotada su naturaleza (cf. Col 2, 3). Ahora bien, a ese ex‑celente conocimiento se suma la ciencia infusa: el conocimiento de todas las cosas infundido en su alma humana desde el primer instante de su creación.

Ambos conocimientos son completados aún por la visión beatífica: el al‑ma de Jesús ya fue creada en la perfecta y definitiva visión de Dios, que nunca perdió, ni siquiera durante su Pasión. Por ella, Cristo hombre poseía un cono‑cimiento perfectísimo de todas las cosas —pasadas, presentes y futuras— en sus mínimos aspectos, como el propio Dios las ve y las conoce desde toda la eternidad.

Y estos tres altísimos conocimientos —concedidos a la naturaleza humana de Jesús— son coronados por la ciencia divina, incomparablemente superior a las demás y, no obstante, propia a su Persona, en virtud de su naturaleza divi‑na, hipostáticamente unida a la humana.

Por consiguiente, así como el vigía que, al divisar la tierra a lo lejos desde el mástil, no participa de la inseguridad de los que están en la cubierta a respecto del rumbo del barco, Cristo contempló en cuanto hombre, y desde el primer ins‑tante de la creación de su alma, no sólo el triunfo final y estruendoso del bien (cf. Ap 11, 15‑18), sino también la victoria de la Iglesia en cada era histórica, e in‑cluso en cada pequeño episodio de la lucha entre el bien y el mal (cf. Gn 3, 15). Luego en Él nunca pudo existir el mínimo trazo de inseguridad; en Él sólo había certeza, absoluta y total. Lo que para nosotros es fe, para Él es visión.

Nosotros los hombres sí que estamos sujetos a las incertidumbres de la vi‑da. Y por la fe —“fundamento de lo que se espera y garantía de lo que no se ve” (Hb 11, 1)—, en Jesús y en la Revelación, se nos da participar de aquella certeza desde siempre existente en Cristo, triunfo de los humildes y fuerza de los débiles (cf. Flp 4, 13), la única en la que se puede encontrar, en este mun‑do, la verdadera paz y seguridad.

El demonio, al rechazar a Dios, se volvió totalmente carente de fe y pasó de ser un ángel de luz a ser un ente —además de abyecto— sumamente insegu‑ro, incierto e inquieto.

A nosotros se nos ofrece el optar entre la seguridad que nos viene de la fe en el Señor y la seudoseguridad engañosa ofrecida por las ilusorias promesas del “príncipe de este mundo” (Jn 16, 11) que, de falsa victoria en verdadera ruina, es vencido por Dios una vez tras otra, hasta terminar finalmente como el eterno derrotado. ²

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E

“Queremos ver a Jesús”

6      Heraldos del Evangelio · Mayo 2015

La voz deL PaPa

A todos los que hoy “quieren ver a Jesús” podemos ofrecerles tres cosas: el Evangelio, el crucifijo y el testimonio de nuestra fe.

n este quinto domingo de Cuaresma, el evangelista Juan nos llama la atención con un particular curioso:

algunos “griegos”, de religión judía, llegados a Jerusalén para la fiesta de la Pascua, se dirigen al apóstol Feli‑pe y le dicen: “Queremos ver a Je‑sús” (Jn 12, 21).

En la Ciudad Santa, donde Jesús fue por última vez, hay mucha gente. Están los pequeños y los sencillos, que han acogido festivamente al profeta de Nazaret reconociendo en Él al Enviado del Señor. Están los sumos sacerdotes y los líderes del pueblo, que lo quieren eliminar por‑que lo consideran herético y peli‑groso. También hay personas, como esos “griegos”, que tienen curiosi‑dad por verlo y por saber más acer‑ca de su persona y de las obras reali‑zadas por Él, la última de las cuales —la resurrección de Lázaro— causó mucha sensación.

“Queremos ver a Jesús”: estas palabras, al igual que muchas otras en los Evangelios, van más allá del episodio particular y expresan al‑go universal; revelan un deseo que atraviesa épocas y culturas, un de‑seo presente en el corazón de mu‑chas personas que han oído hablar de Cristo, pero no lo han encontra‑do aún. “Yo deseo ver a Jesús”, así siente el corazón de esta gente.

¡Es la hora de la cruz!Respondiendo indirectamente, de

modo profético, a aquel pedido de poderlo ver, Jesús pronuncia una pro‑fecía que revela su identidad e indi‑ca el camino para conocerlo verdade‑ramente: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre” (Jn 12, 23).

¡Es la hora de la cruz! Es la ho‑ra de la derrota de Satanás, príncipe

del mal, y del triunfo definitivo del amor misericordioso de Dios. Cris‑to declara que será “levantado so‑bre la tierra” (v. 32), una expresión con doble significado: “levantado” en cuanto crucificado, y “levantado” porque fue exaltado por el Padre en la Resurrección, para atraer a todos hacia sí y reconciliar a los hombres con Dios y entre ellos. La hora de la cruz, la más oscura de la Historia, es también la fuente de salvación para todos los que creen en Él.

Continuando con la profecía so‑bre su Pascua ya inminente, Jesús usa una imagen sencilla y sugestiva, la del “grano de trigo” que, al caer en la tierra, muere para dar fruto (cf. v. 24). En esta imagen encontra‑mos otro aspecto de la cruz de Cris‑to: el de la fecundidad. La cruz de Cristo es fecunda.

La muerte de Jesús, de hecho, es una fuente inagotable de vida nue‑va, porque lleva en sí la fuerza rege‑neradora del amor de Dios. Inmer‑sos en este amor por el Bautismo, los cristianos pueden convertirse en “granos de trigo” y dar mucho fru‑to si, al igual que Jesús, “pierden la propia vida” por amor a Dios y a los hermanos (cf. v. 25).

Evangelio, crucifijo y testimonio

Por este motivo, a aquellos que también hoy “quieren ver a Jesús”,

Francisco durante el Ángelus del 22/3/2015

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E

El “látigo” de la misericordia

Mayo 2015 · Heraldos del Evangelio      7

Todos los derechos sobre los documentos pontificios quedan reservados a la Librería Editrice Vaticana. La versión original de los documentos reproducidos en esta sección se puede consultar en www.vatican.va

El “látigo” de Jesús para limpiar nuestras almas es la misericordia. Si abrimos la puerta de nuestra alma a su misericordia, Él la limpiará.

nas, pero también hay cosas no buenas. Jesús, ¿te fías de mí? Soy pecador...”. [...]

Podemos incluso continuar el diálogo con Jesús: “Jesús, ¿Tú te fías de mí? Yo quiero que Tú te fíes de mí. Entonces te abro la puerta y tú limpia mi alma”. Y pedir al Se‑ñor que así como limpió el Templo, venga a limpiar el alma. E imagina‑mos que Él viene con un látigo de cuerdas... No, con eso no limpia el alma.

¿Vosotros sabéis cuál es el láti‑go de Jesús para limpiar nuestra al‑ma? La misericordia. Abrid el co‑razón a la misericordia de Jesús. Decid: “Jesús, mira cuánta sucie‑dad. Ven, limpia. Limpia con tu misericordia, con tus palabras dul‑ces; limpia con tus caricias”. Y si abrimos nuestro corazón a la mise‑ricordia de Jesús, para que limpie nuestro corazón, nuestra alma, Je‑sús se fiará de nosotros. ²

Fragmentos de la homilía del 8/3/2015

se fiaba. Él, Jesús, no se fiaba. Y es‑ta puede ser una buena pregunta en la mitad de la Cuaresma: ¿Pue‑de fiarse Jesús de mí? ¿Puede fiarse Jesús de mí, o tengo una doble ca‑ra? ¿Me presento como católico, co‑mo uno cercano a la Iglesia, y luego vivo como un pagano? “Pero Jesús no lo sabe, nadie va a contárselo”. Él lo sabe. “Él no tenía necesidad de que alguien diese testimonio; Él, en efecto, conocía lo que había en el hombre”.

Jesús conoce todo lo que está dentro de nuestro corazón: no po‑demos engañar a Jesús. No pode‑mos, ante Él, aparentar ser santos, y cerrar los ojos, actuar así, y luego llevar una vida que no es la que Él quiere. Y Él lo sabe. Y todos sabe‑mos el nombre que Jesús daba a es‑tos con doble cara: hipócritas.

“Señor, ¿te fías de mí?”

Nos hará bien, hoy, entrar en nuestro corazón y mirar a Jesús. De‑cirle: “Señor, mira, hay cosas bue‑

n este pasaje del Evangelio que hemos escuchado, hay dos co‑

sas que me impresionan: una ima‑gen y una palabra.

La imagen es la de Jesús con el lá‑tigo en la mano que echa fuera a to‑dos los que aprovechaban el Templo para hacer negocios. Estos comer‑ciantes que vendían los animales para los sacrificios, cambiaban las monedas... Estaba lo sagrado —el templo, sagrado— y esto sucio, afue‑ra. Esta es la imagen. Y Jesús toma el látigo y procede, para limpiar un poco el Templo.

No podemos engañar a Jesús

Y la frase, la palabra, está ahí donde se dice que mucha gente creía en Él, una frase terrible: “Pero Jesús no se confiaba a ellos, porque los co‑nocía a todos, y no necesitaba el tes‑timonio de nadie sobre un hombre, porque Él sabía lo que hay dentro de cada hombre” (Jn 2, 24‑25).

Nosotros no podemos engañar a Jesús: Él nos conoce por dentro. No

a los que están en búsqueda del rostro de Dios; a quien recibió una catequesis cuando era pequeño y luego no la profundizó más y qui‑zá ha perdido la fe; a muchos que aún no han encontrado a Jesús per‑sonalmente...; a todas estas perso‑nas podemos ofrecerles tres cosas: el Evangelio; el crucifijo y el tes‑

timonio de nuestra fe, pobre pero sincera.

El Evangelio: ahí podemos en‑contrar a Jesús, escucharlo, cono‑cerlo. El crucifijo: signo del amor de Jesús que se entregó por noso‑tros. Y luego, una fe que se tradu‑ce en gestos sencillos de caridad fra‑terna. Pero principalmente en la

coherencia de vida: entre lo que de‑cimos y lo que vivimos, coherencia entre nuestra fe y nuestra vida, en‑tre nuestras palabras y nuestras ac‑ciones.

Evangelio, crucifijo y testimonio. Que la Virgen nos ayude a llevar es‑tas tres cosas.

Ángelus, 22/3/2015

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8      Heraldos del Evangelio · Mayo 2015

En aquel tiempo, Jesús se manifestó a los Once, 15 y les dijo: “Id al mundo ente‑ro y proclamad el Evangelio a toda la Creación. 16 El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea se‑rá condenado. 17 A los que crean, les acompañarán es‑

tos signos: echarán demo‑nios en mi nombre, habla‑rán lenguas nuevas, 18 coge‑rán serpientes en sus ma‑nos y, si beben un vene‑no mortal, no les hará da‑ño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos”. 19 Después de ha‑

blarles, el Señor Jesús fue llevado al Cielo y se sen‑tó a la derecha de Dios. 20 Ellos se fueron a predi‑car por todas partes, y el Señor cooperaba confir‑mando la palabra con las señales que los acompaña‑ban (Mc 16, 15‑20).

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La Ascensión del Señor a los Cielos - Iglesia de Santa María, Waltham (Estados Unidos)

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Subiremos al Cielo en virtud de la Ascensión

Mayo 2015 · Heraldos del Evangelio      9

Comentario al evangelio – Solemnidad de la aSCenSión del Señor

La Ascensión de Jesús nos da la certeza de que tendremos el mismo destino si seguimos el mandato que nos dio en aquel día.

I – La mIsIón de transmItIr Lo IntransmIsIbLe...

El Papa San Pío X, incluso en medio de las in‑numerables ocupaciones inherentes a su condi‑ción de Pastor universal de la Santa Iglesia, de‑dicaba un tiempo todas las semanas para dar clases de catecismo a los niños de las parroquias de Roma que se estaban preparando para hacer la Primera Comunión, en las cuales también par‑ticipaban incontables fieles.1 Y decía algo impre‑sionante: para catequizar una hora se necesitan dos de estudio. De forma análoga, un buen pre‑dicador, responsable de dirigir unos ejercicios es‑pirituales de cinco días, ha de emplear cerca de quince para organizarlos, seleccionar el material adecuado y adaptarse a la psicología del público, con el fin de obtener los frutos deseados. Idéntico proceso es aplicable a profesores, conferencistas y a todos los que tienen la misión de enseñar, da‑do que el principio general es invariable: siempre que nos corresponda formar a otros, deberemos aprender mucho más de lo que vayamos a trans‑mitir y empaparnos de su contenido.

Es lo que sucedió con los Apóstoles: Dios los escogió para que fueran testigos y difusores del Evangelio en el mundo entero, y para eso era indispensable que se volviesen profundos cono‑cedores de todo lo que habían sido llamados a comunicar. No obstante, lo que escribieron o di‑jeron fue un porcentaje ínfimo en comparación con lo que vieron y vivieron.

La fogosidad del Apóstol: fruto de una experiencia mística

La figura de San Pablo es un contundente ejemplo de ello. ¿De dónde sacó todo lo que re‑vela en sus densas cartas? En primer lugar, reci‑bió una gracia de conversión —la que produce los efectos para lo que ha sido creada (cf. Hch 9, 1‑19; 22, 4‑16; 26, 10‑18; Ga 1, 13‑17). Se dirigía ha‑cia Damasco a capturar cristianos cuando, toda‑vía de camino, el Señor le hizo “caer del caballo” y le preguntó: “ ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persi‑gues?’. Dijo él: ‘¿Quién eres, Señor?’. Respondió: ‘Soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que tienes

Siempre que nos corresponda formar a otros, deberemos aprender mucho más de lo que vayamos a transmitir

Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP

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10      Heraldos del Evangelio · Mayo 2015

que hacer’ ” (Hch 9, 4‑6). En ese momento le fue concedido el don de la fe para que creyera en la voz que le interpelaba; de lo contrario, se habría levantado arrogante, desafiando a Dios.

A partir de entonces, el divino Maestro fue trabajando su alma a fondo, prepararándo‑lo para ser el propagador del Evangelio por excelencia. Su retiro en el desierto de Arabia (cf. Ga 1, 17‑18) jugó un papel muy importan‑te en esa transformación, porque gozó a lo largo de ese período, según cuentan algunas revela‑ciones particulares, de la compañía del Hombre Dios en cuerpo glorioso.

Aunque quizá más digno de destaque sea el éxtasis en el que San Pablo, siendo llevado al ter‑cer Cielo, “oyó palabras inefables, que un hom‑bre no es capaz de repetir” (2 Co 12, 4). Tales pre‑rrogativas lo condujeron a emprender un anuncio de la Buena Nueva mucho más eficaz que el de los Doce (cf. 1 Co 15, 10). Podríamos comparar la predicación del Apóstol a la situación de una per‑sona que quisiera contarle a la gente de una hi‑potética civilización subterránea lo que ocurre a plena luz del sol. En este caso podría haber cier‑ta proporción entre un mundo y otro, pero lo que

a San Pablo le fue dado vislumbrar está tan por encima de todo aquello que conocemos, que só‑lo consiguió decir: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman” (1 Co 2, 9).

A una dificultad similar se enfrentan los que son favorecidos con gracias místicas que les hacen sentir en su interior quién es Dios y no encuentran palabras adecuadas en el vocabulario humano para explicar su experiencia: “La razón humana desfallece ante tan incomprensibles misterios; pe‑ro los corazones iluminados sienten y experimen-tan, desde esta misma vida, esa realidad inefable que no puede caber en palabras ni en conceptos ni menos en sistemas humanos. Lo que estas al‑mas logran balbucear desconcierta nuestras dé‑biles apreciaciones: ellas multiplican los términos que parecen más exagerados, sin quedar ni aun con eso satisfechas; pues siempre ven que se que‑dan muy cortas y que la realidad es incomparable‑mente mayor de cuanto pudiera decirse”.2

El secreto de la profundidad de los escritos paulinos

La Carta a los Efesios —de la que la liturgia recoge un fragmento para una de las opciones de la segunda lectura (Ef 1, 17‑23)— es muy ilustrativa en este sentido. Más que una misi‑va es casi un tratado en el que San Pablo se es‑fuerza por transmitir lo que le ha sido manifes‑tado a respecto del Señor y de la gloria eterna que nos está reservada. Sus afirmaciones de‑muestran sobradamente que vio más de lo que escribió: “el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabidu‑ría y de revelación para conocerlo” (Ef 1, 17). San Pablo desea instruir sobre algo, que a tal punto escapa a los intereses humanos, mate‑riales e inmediatos, que sin el espíritu de la sa‑biduría de Dios no puede ser asimilado. A fin de cuentas, ¿cómo es posible discurrir sobre lo que nadie ve? ¿De qué forma tratar una rea‑lidad que está por encima de toda y cualquier cogitación humana? ¿Cómo hablar de aque‑llo que depende de un fenómeno místico? Pa‑ra entender es necesario una revelación venida del Cielo, y es a esto a lo que él se refiere, co‑mo indica la construcción de su frase en grie‑go: “los dos genitivos ‘de sabiduría y de revela‑ción’ [...], dependientes del sustantivo ‘espíritu’, mutuamente se complementan, y están signifi‑cando un conocimiento íntimo y profundo de

Los corazones iluminados sienten y experimentan, desde esta misma vida, esa realidad inefable que no puede caber en palabras ni en conceptos

La conversión de San Pablo, por Vicente Macip Catedral de Valencia (España)

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Mayo 2015 · Heraldos del Evangelio      11

Dios y de sus planes de salud al que el hombre por solas sus propias fuerzas no puede llegar”.3 Por ese motivo, le insta al Señor que “ilumine los ojos de vuestro corazón para que compren‑dáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos” (Ef 1, 18).

Nuestra esperanza se fundamenta en el poder de Dios

¡La esperanza! Esta virtud teologal hace que poseamos, por anticipado, las maravillas inimaginables que recibiremos en plenitud al final del estado de prueba y a ellas se refiere el Apóstol en su carta.

Dios nos predestinó a la salvación desde toda la eternidad y ya había determinado, in‑cluso antes de ser creados, la vía de santifica‑ción de cada uno, gozando anticipadamente el momento en que naceríamos y comenza‑ríamos a recorrerlo. Alimentando nuestra esperanza en medio de los dolores de la vi‑da, actúa con nosotros como alguien que nos construye un palacio en un lugar de difícil ac‑ceso y nos conduce hacia él a través de ma‑torrales, por un sendero lleno de espinos y ba‑rrizales propios para causar aprensión. Y ansía llevarnos cuanto antes hasta un claro desde donde nos pueda mostrar, a distancia, el edifi‑cio, a fin de animarnos a continuar el camino.

Más adelante, San Pablo menciona “la ex‑traordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa” (Ef 1, 19). En efecto, si la sal‑vación estuviese sujeta a nuestros esfuerzos, no iríamos al Cielo, como muestra el episodio del joven rico que, al ser llamado por el Señor, se ne‑gó a dejarlo todo para seguirlo, lo cual llevó a Jesús a decir: “Más fácil le es a un camello pa‑sar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios” (Mc 10, 25). La afirmación sorprendió a los Apóstoles, que “se espantaron y comentaban: ‘Entonces, ¿quién puede salvar‑se?’. Jesús se les quedó mirando y les dijo: ‘Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo’ ” (Mc 10, 26‑27). Sí, gracias a su poder progresamos en las sendas de la perfec‑ción y, sobre todo, perseveramos hasta el final de nuestra peregrinación terrena. He aquí la princi‑pal razón que nos debe mover a depositar en Él toda nuestra esperanza. Sin embargo, ¿qué ga‑rantía hay de que ésta va a ser recompensada?

La Ascensión de Jesús es fuente de esperanza

San Pablo responde a esta cuestión en los ver‑sículos siguientes, aludiendo al grandioso acon‑tecimiento conmemorado en esta solemnidad: Dios manifestó “la eficacia de su fuerza pode‑rosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el Cielo, por encima de todo principado, poder, fuerza y dominación, y por encima de todo nom‑bre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro” (Ef 1, 19‑21).

Con la Ascensión, magnífico misterio de nuestra fe recordado en uno de los artículos del Credo —“subió a los Cielos y está senta‑do a la derecha de Dios, Padre Todopodero‑so”—, Jesucristo pasó a ocupar su lugar a la diestra del Padre como hombre, porque en cuanto Dios ya se encontraba junto a Él des‑de toda la eternidad.4 Habiéndose unido a la naturaleza humana por la Encarnación, de‑seaba que esta naturaleza, por Él representa‑da, fuese introducida en la gloria. Hasta ese momento nadie había transpuesto los umbra‑les del Cielo, inaccesible para los hombres como consecuencia del pecado original; só‑lo Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu San‑to y sus ángeles lo habitaban. Las almas de

Jesucristo pasó a ocupar su lugar a la diestra del Padre como hombre, porque en cuanto Dios ya se encontraba junto a Él desde toda la eternidad

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La Santísima Trinidad - Monasterio de Pedralbes, Barcelona (España)

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los justos permanecían en el Limbo a la espe‑ra de la Redención y allí mismo gozaron de la visión beatífica cuando fueron visitados por Jesucristo en el instante de su Muerte.5 Pero esos elegidos solamente entraron allí cuan‑do Jesús ascendió al Cielo,6 ocupando los lu‑gares vacíos dejados por Lucifer y sus secua‑ces. Precedida por el Señor, aquella pléyade de almas santas entró en la gloria, empezan‑do por San José, su padre adoptivo, seguido por Adán y Eva, por los profetas, patriarcas, mártires de la Antigua Ley y una milicia de hombres y mujeres, constituyendo “entre es‑ta raza justamente condenada un pueblo tan numeroso, que viene a ocupar la vacante que dejaron los ángeles [caídos]. Y así, esta Ciu‑dad amada y soberana, lejos de verse defrau‑dada en el número de ciudadanos, se regoci‑ja de reunir quizá un número más crecido”.7

Siendo Jesucristo la “Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo” (Ef 1, 22‑23) —como declara el Apóstol, con mucha claridad y sentido teoló‑gico—, y ya que el Cuerpo no puede subsistir se‑parado de la Cabeza, nosotros, en cuanto miem‑bros suyos, también ingresaremos en la Morada celestial.8 Su Ascensión es la garantía de que se‑guiremos el mismo camino: en el día del Juicio Final retomaremos nuestro cuerpo en estado glorioso y subiremos al Cielo, “al encuentro del Señor, por los aires” (1 Ts 4, 17). La realización de esta promesa es una cuestión de tiempo. Con todo, si el tiempo existe para nosotros en la vi‑da presente y nos hace sentir la tardanza, des‑aparece después de la muerte y, ante la eterni‑dad, dicho intervalo no significa ni siquiera un “abrir y cerrar de ojos”. Que ese destino sea pa‑ra nosotros un motivo de alegría y entusiasmo, conforme a la petición de la Oración Colecta: “Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y donde nos ha precedido Él, que es nuestra Cabeza, esperamos llegar tam‑bién nosotros como miembros de su Cuerpo”.9

II – La ascensIón IndIca nuestro fIn y Los medIos para aLcanzarLo

Muchos serían los aspectos dignos de análisis en la rica liturgia de esta solemnidad, pero fije‑mos la atención en algunos de los que no hemos comentado todavía.10

En el pasaje de los Hechos de los Apóstoles escogido como primera lectura (Hch 1, 1‑11), San Lucas, habiendo contado ya la vida públi‑ca de Jesús en su Evangelio, se dispone a narrar el desarrollo de la Iglesia naciente, comenzan‑do por algunos episodios ocurridos en el perío‑do de los cuarenta días que Jesús estuvo en la tierra después de su Resurrección. De sus apa‑riciones nos han quedado los relatos que los evangelistas hicieron, entre ellos los del propio San Lucas; si bien es cierto que no fueron las únicas, pues no sería razonable que resurgiendo con tamaña gloria sólo se manifestase las pocas veces registradas en las Escrituras.

Son conocidas las narraciones contenidas en revelaciones particulares —a las cuales, aun‑que no pertenecen al depósito de la fe, se les puede dar crédito, pues ilustran legítimamen‑te nuestra piedad—, como las de la Venerable Sor María de Jesús de Ágreda o las de la Bea‑ta Ana Catalina Emmerik.11 Según esta última, el divino Maestro se le apareció resplandecien‑te y silencioso a Simón de Cirene, como recom‑pensa por haberlo ayudado a llevar la cruz, y a diversas personas de Belén y Nazaret, con quie‑nes Él o su Madre Santísima tuvieron cierta fa‑miliaridad. Jesús también estuvo mucho tiem‑po con los Apóstoles, los discípulos y las Santas Mujeres —que se entristecían al darse cuenta de que estaba próximo el instante de la separa‑ción—, para transmitirles las últimas enseñan‑zas antes de partir.

De acuerdo con San Lucas, algunos apósto‑les preguntaron si había llegado la hora de la restauración del reino de Israel (cf. Hch 1, 6). Aunque eran testigos de un milagro tan porten‑toso como la Resurrección, persistían en su vi‑sión política y naturalista del Señor, y querían saber si, por fin, verían la conquista de la supre‑macía del pueblo judío sobre los demás. Enton‑ces, Jesús les respondió: “No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cam‑bio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros” (Hch 1, 7‑8). En se‑guida, se elevó a la vista de todos, probablemen‑te envuelto en una luz maravillosa.

¿Y después de la Ascensión?

Imaginemos la alegría en el Cielo, el gran homenaje de la Santísima Trinidad a Cristo Hombre y a todos los justos del Antiguo Tes‑

Aunque eran testigos de un portentoso milagro, los Apóstoles persistían en su visión política y naturalista del Señor

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tamento que, por los méri‑tos infinitos de la Pasión, entraban en la Patria ce‑lestial. Mientras las co‑hortes angélicas se llena‑ban de júbilo y cantaban, en la tierra los discípu‑los mantenían la mira‑da fija en aquel punto que iba desapareciendo, has‑ta que una nube le ocul‑tó a sus ojos (cf. Hch 1, 9). A continuación se les apa‑recieron dos ángeles, por‑tadores de un mensaje: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cie‑lo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al Cie‑lo, volverá como lo habéis visto marcharse al Cielo” (Hch 1, 11).

Es posible que esta pro‑mesa —“volverá”— les diera la idea de que el re‑torno sería al día siguiente o en una semana. Sin embargo, ya suman casi dos mil años desde que Jesús ascendió rodeado de gloria y todavía no ha regresado... San Agustín explica cómo sucede‑rá esto, el día del Juicio: “ ‘El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al Cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al Cielo’. ¿Qué significa que volverá como? Que será juez en la misma forma en que fue juzgado. Visible só‑lo a los justos, visible también para los malvados, vendrá para ser visto por justos y malvados. Los malvados podrán verlo, pero no podrán reinar con Él”.12 En esta perspectiva, hemos de mante‑ner la atención centrada en los últimos aconteci‑mientos de nuestra vida —muerte, juicio, infierno o Paraíso—, conforme el consejo del Eclesiástico: “En todas tus acciones ten presente tu final, y así jamás cometerás pecado” (7, 36).

Si nos dicen que de aquí a un mes vamos a viajar a algún país lejano, comenzaríamos a or‑ganizar la salida con antelación para tenerlo to‑do a punto: vestuario, medicinas, dinero, docu‑mentos... Sin embargo, ¡el viaje que haremos va a ser más largo y no volveremos! Por lo tan‑to, es indispensable que lo preparemos de ma‑nera adecuada. Actuamos como unos insensa‑tos cuando nos preocupamos únicamente de los

problemas concretos que se acaban en esta vida y no nos interesamos por conseguir un buen lu‑gar en la otra. Lo normal es que el que va a em‑prender un viaje quiera conocer el hotel don‑de se va a hospedar. Recordemos, no obstante, que existe un albergue eterno llamado infier‑no, mucho más incómodo que cualquier terri‑ble situación por la que podamos pasar en la tierra. Así, al contemplar la Ascensión de Je‑sús, tengamos amplitud de horizontes y busque‑mos merecer una eternidad feliz, como advier‑te el Papa Benedicto XVI: “Como actitud de fondo para el ‘tiempo intermediario’, a los cris‑tianos se les pide la vigilancia. Esta vigilancia significa, de un lado, que el hombre no se en‑cierre en el momento presente, abandonándose a las cosas tangibles, sino que levante la mirada más allá de lo momentáneo y sus urgencias”.13 En consecuencia, abramos el alma a las últimas enseñanzas del Hijo de Dios consignadas por San Marcos y recogidas en la liturgia de hoy.

¿Qué es evangelizar?15b “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la Creación”.

¿Qué entendemos por ‘proclamad el Evange‑lio’? Sabemos que Jesús no dejó nada escrito, ni

“Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al Cielo, volverá”

La Ascensión del Señor, por Giotto di Bondone Capilla Scrovegni, Padua (Italia)

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siquiera una nota, cuando podría haber redacta‑do textos de extraordinario valor. ¿Qué sería la obra de un Dante Alighieri, un Camões o un Cal‑derón de la Barca al lado de su divina literatura? En los Evangelios consta que sólo escribió una vez, y sobre la arena (cf. Jn 8, 6.8), pues uno de sus objetivos era constituir una obra y, más allá de cualquier libro, tener modelos, tipos humanos para realizar una acción directa, de persona a persona. Es lo que Él hizo: fundó la Iglesia, insti‑tución inmortal que se basa más en el apostolado personal y en la acción de presencia que en una producción intelectual. La doctrina es importan‑te, pero, por sí misma, no es suficiente para con‑vertir a las almas, porque “la letra mata, mien‑tras que el Espíritu da vida” (2 Co 3, 6). Luego es necesario que sea difundida por el “mundo ente‑ro”, mediante la envoltura del Evangelio, es de‑cir, los principios hechos vida.

Más aún, San Marcos es el único de los evan‑gelistas que afirma que el Señor dio el mandato de llevar la Buena Nueva “a toda la Creación”, lo que abarca no sólo a los hombres, sino tam‑bién a los minerales, vegetales, animales e in‑cluso a los ángeles. A primera vista, juzgaría‑mos que el Evangelio va destinado solamente a los seres humanos, pues ¿cómo predicarlo, por ejemplo, a una reja, a un paisaje o a una ban‑dada de aves? La universalidad del anuncio se vincula a que todo fue concebido en función del Hombre Dios. El Verbo es la causa eficien‑te, la causa ejemplar y la causa final de toda la Creación (cf. Col 1, 16‑17). De Él parte y pa‑ra Él tiene que volver su obra. De este modo, nuestra actuación, en cuanto bautizados, debe pretender el disponer de todas las cosas tenién‑dolo como centro. Entonces, predicar el Evan‑gelio a una reja implica hacerla bella y al mismo tiempo funcional, a fin de que dé gloria a Dios por el hecho de existir. La belleza es uno de los

Quien contempla algo esplendoroso fácilmente se eleva hasta Dios

reflejos más notables y penetrantes de la exis‑tencia de Dios y quien contempla algo esplen‑doroso fácilmente se eleva hasta Él. Para lle‑var el Evangelio a toda la Creación es necesario abrazar la via pulchritudinis, uno de los medios más eficaces para propagar las maravillas traí‑das al mundo por Cristo. Esto significa sacrali‑zar los gestos, el modo de comportarse o de eje‑cutar cualquier tarea, desde cultivar la tierra de manera que obtengamos los frutos de aspecto atrayente, hasta erigir edificios de acuerdo con padrones inspirados en el Evangelio. En una palabra, es querer que la tierra se transforme en un verdadero Paraíso.

Llamados a ser modelo para el prójimo

La Solemnidad de la Ascensión nos pone de‑lante de la responsabilidad recibida en el día del Bautismo: la de ser verdaderos apóstoles, pues no somos criaturas independientes del or‑den del universo, sino que hemos sido “dados en espectáculo público para ángeles y hombres” (1 Co 4, 9). Vivimos en sociedad, en continua relación con otras personas, con nuestra familia y amigos, en el ambiente de trabajo y en donde nos movemos. Por eso, tanto en el hogar como en una comunidad religiosa, nos acompaña la obligación serísima, sublime y grandiosa de ser modelo para los demás. Cada uno es llamado a representar algo de Dios que no le compete a ninguna otra criatura, sea ángel u hombre. Pre‑dicar el Evangelio no es sólo enseñar, también es dar buen ejemplo, más elocuente que cual‑quier palabra. En la vida religiosa o en el seno de la familia, todos deben tratar de vencer sus malas inclinaciones y edificar al prójimo, bus‑cando su santificación.

Así como San Pablo deseaba despertar en los efesios la esperanza de alcanzar un día la gloria, la Iglesia, a través de la liturgia, quiere que sin‑

1 Cf. DAL GAL, OFMCap, Giro‑lamo. Beato Pio X, Papa. Pado‑va: Il Messaggero di S. Antonio, 1951, p. 402.

2 GONZÁLEZ ARINTERO, OP, Juan. Evolución mística. Salaman‑ca: San Esteban, 1989, pp. 41‑42.

3 TURRADO, Lorenzo. Biblia Co-mentada. Hechos de los Apósto-les y Epístolas paulinas. Madrid: BAC, 1965, v. VI, p. 569.

4 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUI‑NO. Suma Teológica. III, q. 57, a. 2.

5 Cf. Ídem, q. 52, a. 4, ad 1; a. 5, ad 3.6 Cf. Ídem, q. 57, a. 6.7 SAN AGUSTÍIN. De Civitate Dei.

L. XXII, c. 1, n.º 2. In: Obras. Madrid: BAC, 1958, vols. XVI‑XVII, p. 1627.

8 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUI‑NO, op. cit., q. 57, a. 6.

9 SOLEMNIDAD DE LA ASCEN‑SIÓN DEL SEÑOR. Oración Colecta. In: MISAL ROMANO. Texto unificado en lengua espa‑ñola. Edición típica aprobada por la Conferencia Episcopal Espa‑ñola y confirmada por la Con‑gregación para el Culto Divi‑no. 17. ed. San Adrián del Besós (Barcelona): Coeditores Litúrgi‑cos, 2001, p. 347.

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El mandato de evangelizar nos invita a subir místicamente con Jesucristo a la Patria eterna

Los santos adoran a Cristo resucitado, por Fra Angélico Detalle de la Pedrela de Fiesole (copia), Museo de San Marcos, Florencia (Italia)

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tamos en el fondo del alma lo que Dios ha pre‑parado para nuestro deleite eterno, conquista‑do por Jesús el día de su Ascensión. ¿De qué sirven las aflicciones terrenas por cosas transi‑torias? ¿De qué sirve gozar de los placeres que el mundo puede ofrecer? ¿Acumular hono‑res, aplausos, beneficios para luego dejarlo to‑do cuando llegue el momento de marcharse y presentarnos con las manos vacías delante de Dios? Aprovechemos esta solemnidad para ha‑cer el firme propósito de renunciar totalmente a cualquier apego al pecado que nos aparte de ese objetivo y nos quite “la esperanza a la que os llama, [...] la riqueza de gloria que da en he‑rencia a los santos”. A ese respecto, cabe des‑tacar este consejo de San Agustín: “Piensa en Cristo sentado a la derecha del Padre; piensa en que ha de venir a juzgar a vivos y a muertos. Piénselo la fe; la fe radica en la mente, la fe está en los cimientos del corazón. Mira quién murió

por ti; míralo cuando asciende y ámalo cuando sufre; míralo ascender y aférralo en su muerte. Tienes una prenda de tan grande promesa, he‑cha por Cristo: lo que Él ha hecho hoy, su As‑censión, es una promesa para ti. Debemos te‑ner la esperanza de que nosotros resucitaremos y ascenderemos al Reino de Dios, y allí hemos de estar por siempre con Él, hemos de vivir sin fin, alegrarnos sin tristeza y permanecer sin mo‑lestia alguna”.14

Que la fe y la esperanza alimenten nuestra alma en el arduo camino del cristiano de nues‑tros días, y con esta llama siempre encendida enfrentaremos las adversidades. El mandato de evangelizar nos invita a subir místicamente con Jesucristo a la Patria eterna, a donde iremos en cuerpo y alma después de la resurrección. Pida‑mos por medio de Aquella que fue asunta a los Cielos, María Santísima, que seamos allí condu‑cidos, celebrando exultantes este misterio. ²

10 Para otros comentarios sobre es‑te tema, véase: CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. La Ascen‑sión del Señor. In: Heraldos del Evangelio. Madrid. N.º 46 (Ma‑yo, 2007); pp. 12‑19; Comentario al Evangelio de la Solemnidad de la Ascensión – Ciclo A y Ciclo C, en los volúmenes I y V, respecti‑vamente, de la colección Lo in-édito sobre los Evangelios.

11 Cf. MARÍA DE JESÚS DE ÁGREDA. Mística Ciudad de Dios. Vida de María. P. II, l. VI, c. 28, n.º 1496. Madrid: Fareso, 1992, p. 1088; BEATA ANA CA‑TALINA EMMERICK. Visiones y revelaciones completas. Visio-nes del Antiguo Testamento. Visio-nes de la vida de Jesucristo y de su Madre Santísima. Buenos Aires: Guadalupe, 1954, t. IV, p. 242.

12 SAN AGUSTÍN. Sermo CCLXV/F, n.º 3. In: Obras. Ma‑drid: BAC, 1983, v. XXIV, p. 720.

13 BENEDICTO XVI. Jesús de Na-zaret. Desde la Entrada en Jerusa-lén hasta la Resurrección. Madrid: Encuentro, 2011, p. 333.

14 SAN AGUSTÍN. Sermo CCLXV/C, n.º 2. In: Obras, op. cit., v. XXIV, p. 704.

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La serena e irreversible victo ria de la fe

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Después de perseguida y oprimida, la Iglesia sale de las catacumbas con una organización perfecta y acabada. ¿Cómo fue posible?

ocos son los que no ha‑brán oído hablar de las ca‑tacumbas de Roma y mu‑chos los que ya las han

recorrido. Visitadas diariamente por miles de personas esas galerías subte‑rráneas ejercen una misteriosa atrac‑ción y producen en los peregrinos una honda e inolvidable impresión.

En medio de la penumbra de aquellos estrechos laberintos, algu‑nos excavados a más de 20 metros de profundidad, el observador atento es sorprendido a cada paso por las cavi‑dades rectangulares abiertas a lo largo de las paredes, sobre las cuales a veces se encuentran inscripciones, nombres o dibujos: son las tumbas de los cris‑tianos, muchos de ellos mártires, que dan elocuente testimonio de un pasa‑do heroico, sellado con la sangre de los que nos han precedido en la fe.

En varios puntos los pasillos se di‑latan, dando lugar a exiguos aposen‑tos, decorados con rudimentarios frescos, y en cuyo centro se ve un al‑tar. Reina en el ambiente un impon‑derable de piedad y recogimiento, cortado sólo por la voz del guía: “Es‑ta sala servía de capilla y sobre ese altar los Papas celebraban la Misa”.

Un refugio seguro para celebrar los sagrados misterios

No es difícil imaginarnos las som‑bras furtivas de aquellos fervorosos cristianos deslizándose, al caer la no‑

che, a través de la entrada a la cata‑cumba, constituida exclusivamente por un agujero en el suelo. Y mien‑tras en la superficie de la capital de los césares la corrompida sociedad romana se entregaba a sus libertinos placeres, bajo los pies de los tiranos pequeñas comunidades se reunían para escuchar la Palabra de Dios y participar en la liturgia eucarística...

Las residencias de los nobles con‑vertidos servían habitualmente co‑mo lugar de encuentro de los pri‑mitivos cristianos; pero cuando la persecución se volvió más violenta y la policía imperial más ensañada, se vieron forzados a buscar un refugio seguro para realizar sus santas cere‑monias: lo encontraron, sin duda, en las catacumbas.

Dichos cobijos eran cedidos a la Iglesia por la generosidad de los fieles más acomodados, dueños de vastas necrópolis de la gen a la que pertenecían, que las ponían a dispo‑sición para celebrar en ellas los sa‑grados misterios y dar digna sepultu‑ra a los cuerpos de los que caían bajo los golpes de la crueldad pagana.

Así, en el primer siglo, Flavia Do‑mitila abrió una cámara mortuoria, conocida como el hipogeo de los Fla‑vios, destinada a los integrantes de su familia que habían abrazado la fe, y más tarde donó amplias gale‑rías funerarias a sus ex esclavos, con‑vertidos en hermanos suyos en el or‑den de la gracia. En ese mismo siglo, la dama Comodila ofreció una de sus fincas, situada en la Vía Ostien‑

Hna. Clara Isabel Morazzani Arráiz, EP

Uno de los pasillos de la catacumba de Santa Domitila, Roma

No es difícil imaginarnos las sombras furtivas de aquellos fervorosos cristianos deslizándose, al caer la noche

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La serena e irreversible victo ria de la fe

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se, para acoger los restos de los már‑tires, entre los que descansó durante mucho tiempo el cuerpo del apóstol Pablo. Algo más tarde, en el siglo II, Pretextato, de la estirpe de los Ceci‑lios, cedió un terreno donde existía una antigua tumba, para que sirvie‑ra de cementerio cristiano.

Una realidad nueva, de carismático poder

El núcleo de los fieles en la Ciu‑dad Eterna formaba una minoría que, sin embargo, no hacía más que crecer a lo largo de los años. La in‑vencible Roma, bajo cuyo despótico poderío se habían doblegado todos los pueblos circundantes, veía cómo iba surgiendo en su seno una reali‑dad nueva, dotada de carismático poder, que atraía a gente de todas las clases, edades y condiciones: niños inocentes, frágiles vírgenes, míseros esclavos, nobles matronas, valientes soldados, magistrados, intelectuales de fama... Todos ellos, movidos por la misma fe, no temieron enfrentar el paganismo dominante y llegaron a desafiar la idolatría a los pies de sus repugnantes altares.

Obligados a vivir en medio de aquella sociedad impregnada de in‑justicia e inmoralidad, pasaban por si‑tuaciones difíciles en las cuales eran objeto de desprecio, burlas y calum‑nias —cuando no de una denuncia formal a las autoridades, con el con‑

secuente martirio—, incluso de ami‑gos y parientes. Muchas profesiones, enumeradas por San Hipólito1 en una de sus obras, eran consideradas por entonces incompatibles con los prin‑cipios asumidos en el Bautismo: es‑cultor, pintor, actor de teatro, pro‑fesor, gladiador, guardián de ídolos, entre otras. Negarse a ejercerlas equi‑valía a exponerse al peligro...

A menudo el riesgo se presentaba en la intimidad del hogar. Por ejem‑plo, si algún miembro de una fami‑lia manifestaba su adhesión al cris‑tianismo, era desheredado o incluso traicionado por los suyos. Por lo tan‑to, hasta en las circunstancias más comunes de la vida se les exigía a los cristianos una ardua fidelidad.

Varones de profunda virtud y sabiduría

Aun siendo perseguida de todas las maneras posibles por los enemi‑gos de la fe, y teniendo que ocultarse muchas veces en la oscuridad de las catacumbas, la Iglesia de los prime‑ros tiempos florecía y daba esplendo‑rosos frutos en las costumbres, en las instituciones y en el arte. Sin embar‑go, no parece que este aspecto, quizá no suficientemente destacado toda‑vía por los estudiosos e historiado‑res, merezca menos atención que la heroica gesta de los mártires.

Inspirados por el Espíritu San‑to, los dignos pastores que goberna‑

ron la Iglesia de Roma —ya conside‑rada por entonces la madre de todas las iglesias— fortalecieron la discipli‑na eclesiástica y contribuyeron eficaz‑mente a enriquecer la liturgia. Eran varones de profunda virtud y sabidu‑ría, así como de pulso firme, capaces de conservar la serenidad necesaria para, en mitad de la tormenta que ru‑gía en el exterior, asentar las piedras del hermoso edificio espiritual funda‑do por Cristo en lo alto de la cruz.

De ese modo, en un remoto anti‑cipo de lo que serían las futuras pa‑rroquias, San Evaristo (c. 96–c. 105), cuarto sucesor de San Pedro, orga‑nizó las comunidades de la ciudad en más de veinte iglesias domésticas, confiando a los presbíteros la asisten‑cia sacramental de las mismas. Por otra parte, invistió a siete diáconos en

Hna. Clara Isabel Morazzani Arráiz, EP

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La invencible Roma veía cómo iba sur-giendo en su seno una realidad nueva, dotada de carismá-tico poder que atraía a gente de todas las edades y condiciones

La iglesia de San Lucas y San Martín, vista desde el Foro de César; en primer

plano, ruinas del templo de Venus

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la función de velar junto con el obispo por la conservación de la sana doctri‑na durante la predicación, dando ori‑gen a lo que más tarde vendría a ser el Colegio Cardenalicio.2

San Alejandro (c. 105–c. 115) in‑trodujo en la Misa la mención a la Pasión del Señor, con las palabras “Qui pridie quam pateretur” que pre‑ceden a la Consagración. A él se de‑be la costumbre de asperger con agua bendita las residencias de los cristianos.3 En una exhortación que se le atribuye, leemos: “Bendecimos agua mezclada con sal, a fin de que, por la aspersión de esa agua, todos sean santificados y purificados: lo cual ordenamos a todos los sacer‑dotes que igualmente lo hagan. [...] En efecto, si el contacto con las ves‑tiduras del Salvador bastaba, eso no podemos dudarlo, para curar enfer‑medades, ¡qué virtud más grande no sacan, de sus propias palabras, los elementos, para curar el cuerpo y el alma de la pobre humanidad!”.4

San Sixto (c. 115–c. 128), su suce‑sor, estableció ciertas reglas canóni‑cas como, por ejemplo, que los vasos sagrados sólo podían ser tocados por los clérigos. También a él se debe la institución del canto del Sanctus al principio del Canon de la Misa.5

San Telésforo (c. 128–c. 136), el si‑guiente en ocupar el solio pontificio,

aliaba a su vasta cultura una piedad tierna y profunda. De hecho, el Liber Pontificalis narra que antes de subir al Papado había sido anacoreta en Gre‑cia o en Palestina. Su especial devo‑ción al misterio de la Encarnación del Verbo lo llevó a instituir la celebración de la Misa en la noche de Navidad y a ordenar que en esa ocasión se can‑tase el himno Gloria in excelsis Deo. Asimismo instituyó a nivel litúrgico la costumbre heredada de los Apósto‑les de guardar ayuno y abstinencia du‑rante el período de Cuaresma.6

San Higinio (136–140) empleó los cuatro años de su breve pontifi‑cado en restaurar algunos puntos de la disciplina que habían caído en re‑lajamiento o desuso. Reorganizó las funciones en la jerarquía eclesiásti‑ca, instituyó las órdenes menores y estableció el orden de precedencia entre los miembros del clero.7

San Pío I (141–154) se preocupó en combatir el descuido en la cele‑bración del Santo Sacrificio, decre‑tando “severas sanciones a los sa‑cerdotes que tratasen con alguna negligencia el Cuerpo adorable y la Sangre preciosa de Jesucristo”.8 Su apostólico celo lo condujo a escri‑bir varias cartas de exhortación a los fieles, dos de las cuales se conservan todavía. Finalmente, fue quien seña‑ló el día en que debía celebrarse la

Pascua: el primer domingo después del plenilunio de marzo.

Al igual que sus antecesores, San Aniceto (154–166) y San Sotero (166–174) contribuyeron en la obra de edificación de la Iglesia, sea co‑rrigiendo aspectos de la liturgia o de las costumbres, sea con la humil‑dad, mansedumbre y caridad de las que dieron muestras. Sobre el segun‑do, merece especial mención el elogio que le dedicó Dionisio, entonces obis‑po de Corinto, en una carta dirigida a los fieles de Roma: “Desde el prin‑cipio tenéis esta costumbre, la de ha‑cer el bien de múltiples maneras a to‑dos los hermanos y enviar provisiones por cada ciudad a muchas iglesias; [...] costumbre que vuestro bienaventu‑rado obispo Sotero no solamente ha mantenido, sino que incluso la ha in‑crementado, suministrando, por una parte, socorros abundantes para en‑viar a los santos, y, por otra, como pa‑dre que ama tiernamente a los suyos, consolando con afortunadas palabras a los hermanos que llegan a él”.9

Una organización perfecta y acabada

Por todo ello, el Prof. Plinio Co‑rrêa de Oliveira comenta que cuan‑do en el 313 el emperador Constan‑tino proclamó el Edicto de Milán, que ponía fin a la persecución a los

Los Papas San Evaristo, San Alejandro, San Sixto, San Telésforo, San Higinio, San Pío I, San Aniceto y San Sotero - Basílica de San Pablo Extramuros, Roma

Aquellos Papas eran varones de profunda virtud y sabiduría capaces de asentar las piedras del hermoso edificio espiritual fundado por Cristo

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cristianos, “la Iglesia perseguida, pi‑soteada, oprimida, derramando san‑gre por todos los poros, sale de las catacumbas y comienza a vivir en li‑bertad, y ya con una organización perfecta y acabada: tiene una jerar‑quía, tiene un derecho propio, tiene todas las estructuras montadas, tie‑ne una liturgia definida y tiene un depósito de doctrina establecido”.10

La Iglesia Católica se consolida‑ba como la primera entidad de carác‑ter universal existente hasta enton‑ces, pues todas la religiones y todas las organizaciones se circunscribían a las fronteras de su propio Estado.

Pastores y vigías de la Casa de Dios

Con todo, además de las violentas persecuciones por parte de los empe‑radores, aquellos sabios pastores se enfrentaron a otro enemigo, tal vez más nocivo aún para su grey, preci‑samente por haber surgido en el seno mismo de la Iglesia: la herejía. En el período apostólico este terrible adver‑sario ya había empezado a infiltrarse a hurtadillas, mediante falsas doctrinas o desvíos ideológicos, como las de la gnosis o del nicolaísmo, combatidas, sobre todo, por San Juan Evangelis‑ta (cf. 1 Jn 2, 18‑20; 4, 1‑6; Ap 2, 6.15).

El verdadero padre de los herejes fue Simón el Mago, cuya acción re‑

unió las doctrinas más extravagantes a las teorías gnósticas, arrastrando por sus sortilegios a muchos secua‑ces que se denominaban simonianos, llevándolos a adorarlo como un se‑midiós. Ese pionero del gnosticismo encontró en el mismo apóstol Pedro a su principal contendiente, como es narrado en los Hechos de los Após‑toles (cf. Hch 8, 9‑13.18‑24).

Más tarde se levantó Cerinto, que empezó a difundir entre los fieles una ideología dualista, inspirada en la filosofía griega, según la cual Je‑sús, hombre verdadero, se unió, en el instante del Bautismo, al mediador entre Dios y el mundo, Cristo, que lo abandonaría en el momento de la Pasión. Poco tiempo después, Sa‑turnino y Cerdón, en Siria, llevarían más lejos las teorías gnósticas, al pre‑tender que Cristo era un eón divino que había venido para redimir a los hombres, enseñándoles el verdadero conocimiento y la abstención del ma‑trimonio y de la concepción de hijos.

Más peligrosos aún fueron los gnósticos provenientes de Alejan‑dría: Basílides y Valentín. Ambos, de modos algo diferentes, se basa‑ban en el panteísmo, en la existen‑cia del principio del bien y del mal, y defendían la tesis de que Jesús era un espíritu que había venido en for‑ma aparente para restablecer el or‑

den en el mundo de los eones y li‑brarlos del poder del mal. Mientras los basilidianos realizaban sesiones de magia y solían usar amuletos, los valentinianos se decían hombres es‑pirituales, que no necesitaban re‑dención y, por tanto, autorizados a llevar una conducta inmoral.

También otros grupos de menor importancia predicaban doctrinas similares y se entregaban a auténti‑cos escándalos morales, so pretexto de gozar de la libertad de los perfec‑tos. Eran los ofitas, los naasenos, los setitas, los peratas, los cainitas y los discípulos de Carpócrates.

Posteriormente llegó a Roma un cristiano oriundo de las regiones del Ponto, llamado Marción, trayendo una doctrina “reformadora”. Considera‑ba que la Iglesia se había desviado del verdadero espíritu de Cristo y creó su propia iglesia, con obispos y sacerdo‑tes, rebelándose contra la propia je‑rarquía. Su ideología se centraba en la oposición del Dios justiciero del Anti‑guo Testamento a Cristo, el Dios del amor del Nuevo Testamento que había venido para enseñar a los hombres la verdadera doctrina, pero que fue cru‑cificado por orden del Dios colérico.

Un nuevo enemigo, que acabaría causando grandes estragos y provo‑cando muchas divisiones entre los fie‑les, surgió de forma inesperada en la

Simón el Mago es derribado por San Pedro, por Benozzo Gozzoli – Museo Metropolitano de Arte, Nueva York

El verdadero padre de los herejes fue Simón el Mago, cuya acción reunió las doctrinas más extravagantes a las teorías gnósticas

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persona del neófito Montano. Empe‑zó este hombre a predicar un rigoris‑mo exagerado, por el que obligaba a sus seguidores a abstenerse del uso del matrimonio, a observar el más austero ayuno y a no sólo desear con ardor el martirio, sino a exponerse voluntaria‑mente a él. Además proclamaba que no había perdón para determinados pecados más graves como la aposta‑sía, el adulterio o el homicidio.

Contra tantos heresiarcas que re‑presentaban una amenaza para la or‑todoxia y la unidad de la joven Iglesia de los siglos I y II, supieron oponerse los Obispos de Roma, como verda‑deros vigías de la Casa de Dios, reba‑tiendo vigorosamente aquellas inter‑minables aberraciones doctrinarias y expulsando de la comunidad a los re‑calcitrantes.

Cerinto, por ejemplo, fue expul‑sado de la Iglesia por los propios Apóstoles; San Higinio excomulgó a Cerdón, que supuestamente había ad‑jurado de sus errores, pero que conti‑

El mensaje era claro, contundente, irrevo-cable: “En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33)

Cristo Rey - Fresco de la basílica de Nuestra Señora de la Consolación, Carey (EE. UU.)

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nuaba enseñándolos secretamente; y San Aniceto condenó a Montano.

“La primera medida fue excluir de la comunidad de los fieles a los jefes gnósticos y sus principales seguidores. [...] La segunda tenía un carácter posi‑tivo. Se tomaron disposiciones radica‑les para la instrucción sólida y comple‑ta. [...] El tercer medio fue señalar de una manera definitiva los libros inspi‑rados por Dios, lo que comenzó a lla‑marse canon de la Sagrada Escritura”.11

“Yo he vencido al mundo”

Ante el espectáculo de aquellos va‑rones que —incluso con riesgo de caer en cualquier momento en las manos de los verdugos o en las garras de las fieras— continuaban estructurando la doctrina y organizando la vida inter‑na de la Iglesia, se hace evidente có‑mo, más allá de los elementos huma‑nos, la acción del Espíritu Santo se sentía fuerte, vigorosa, y se diría casi avasalladora, sobre la Iglesia naciente, soplando en las almas de los fieles, y

sobre todo de sus guías, la inquebran‑table confianza en el triunfo final.

Aquel mismo Consolador que ha‑bía inspirado a San Pablo a excla‑mar: “Doy gracias a Dios, que siem‑pre nos asocia a la victoria de Cristo” (2 Co 2, 14), y dirigía la pluma del dis‑cípulo amado para escribir: “Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe” (1 Jn 5, 4), lle‑vaba a los primeros cristianos a atra‑vesar impertérritos todos los aprietos y tempestades que sobre ellos se aba‑tieron, seguros de ser miembros de un Cuerpo Místico cuya Cabeza, poco antes de ser coronada de espinas, ha‑bía declarado ante la autoridad públi‑ca: “Tú lo dices: soy rey” (Jn 18, 37).

Para ellos —y también hoy para no‑sotros, dos mil años después, así como para todos los que aún han de creer en Jesús por la palabra de los discípu‑los— el mensaje era claro, contunden‑te, irrevocable: “En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). ²

1 Cf. SAN HIPÓLITO DE RO‑MA. Tradición Apostólica, n.º 16.

2 Cf. LOOMIS, Louise Ropes (Ed.). Liber Pontificalis, n.º 6. New York: Columbia Univer‑sity Press, 1916, v. I, pp. 9‑10.

3 Cf. Ídem, n.º 7, pp. 10‑11.

4 SAN ALEJANDRO I. Epist. I, c. V, apud GAUME. A Água Benta. Requião: Boa Nova, 2002, pp. 89‑90.

5 Cf. LOOMIS, op. cit., n.º 8, pp. 11‑12.

6 Cf. Ídem, n.º 9, pp. 12‑13.7 Cf. Ídem, n.º 10, pp. 13‑14.

8 GUÉRIN, Paul. Les petits Bo-llandistes. Vies des Saints. París: Bloud et Barral, 1876, t. VIII, p. 242.

9 VELASCO DELGADO, OP, Argimiro. Eusebio de Cesa-rea. Historia Eclesiástica. Ma‑drid: BAC, 1973, v. I, p. 249.

10 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 10/7/1967.

11 LLORCA, SJ, Bernardino. Historia de la Iglesia Católica. Edad Antigua. Madrid: BAC, 1950, t. I, p. 219.

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El santo francés que no era francés

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San Martín de Tours, por el Maestro de Fonollosa - Museo

Episcopal de Vic (España)

Aunque nació en la actual Hungría, sus devotos consideran a San Martín de Tours el santo francés por excelencia. ¿A qué se debe eso?

de opinión en la batalla de Tolbiac al ver a su ejército a punto de ser derro‑tado por los alamanes. Tras invocar en vano el auxilio de todos los dioses paganos de la guerra, se acordó del Dios de su esposa e hizo esta prome‑sa: “Dios de Clotilde, si me concedes la victoria, me haré bautizar”. Logró la victoria y recibió el Bautismo junto con tres mil guerreros francos.

Once años después, en esta oca‑sión en guerra contra Alarico II, rey arriano de los visigodos, peregrinó hasta la tumba del santo obispo pa‑ra pedirle su auxilio en la lucha con‑tra los herejes. Habiendo sido amplia‑mente atendido, regresó a Tours para ofrecer un acto de acción de gracias.

En resumen, San Martín se san‑tificó en tierras francesas y en ellas surgió y se difundió, a lo largo de los siglos, su fama de santidad.

Por lo tanto, aunque nació en una ciudad de la actual Hungría, sus devo‑tos lo consideran el santo francés por excelencia. Con mayor razón se pue‑de hablar de su nacionalidad lo que se dice de la de los soldados de la Legión Extranjera: “Français, non pas par le sang reçu, mais par le sang versé” —Francés, no por la sangre recibida, si‑no por la sangre derramada”. ²

Hno. Sebastián Correa Velásquez, EP

ijo de un oficial del ejérci‑to romano, San Martín de Tours nació en el año 316

en Savaria, en la actual Hungría. Aun‑que sus padres eran paganos, conoció el cristianismo a los 10 años de edad y deseaba recibir el Bautismo. Pero a eso se oponía su padre, que se lo lle‑vaba con él en sus misiones milita‑res. Obligado por éste, se alistó a los 15 años en una unidad de la caballería imperial al servicio de la cual pisó por primera vez el suelo de la Galia.

Soldado, monje y obispo

En tierras francesas fue donde ocurrió el episodio decisivo de su vi‑da. Tenía 18 años y era aún catecú‑meno cuando, mientras cabalgaba, se topó con un mendigo que tiritaba de frío. Cogió su espada, cortó en dos su capa de legionario y le dio una mi‑tad al pobre necesitado. Por la noche se le apareció en sueños Jesucristo cu‑bierto con aquel trozo del manto y le agradeció haberle calentado ese día. Revigorizado con esa insigne gracia se apresuró a recibir el Bautismo.

Bajo la protección de San Hila‑rio, obispo de Poitiers, fundó en las proximidades de esta ciudad la pri‑mera comunidad monástica de Fran‑

cia, en la cual estuvo cerca de quince años estudiando la Sagrada Escritu‑ra y haciendo incansable apostolado en la región circunvecina.

De ése su amado recogimiento fueron a sacarlo los fieles de la Civi-tas Turonorum (actual Tours): contra su voluntad, fue elegido obispo de esa diócesis en el 371, a los 55 años de edad. A partir de Tours irradió la doctrina cristiana por toda la Galia hasta el año 397, cuando marchó al Cielo, a los 81 años.

Monje, obispo y misionero, San Martín es el primer santo no mártir de la historia de la Iglesia. No lo llamó Dios a dar la vida en‑tre las garras y los dientes de las fie‑ras, ni bajo el golpe de la espada o del hacha, sino a derramar la sangre del alma, sin escatimar esfuerzos al servicio del prójimo. En esto reveló ser un auténtico héroe de la fe y una de las figuras más destacadas de la religiosidad y de la cultura francesa.

“Me haré bautizar...”

Hasta alrededor del 496, Clodo‑veo, rey de los francos, se mostró rea‑cio en instruirse en la doctrina cristia‑na, a pesar de las suaves insistencias de su esposa, Santa Clotilde. Cambió

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Sacramentos de la Antigua y de la Nueva Ley

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¿Existieron los sacramentos antes de la venida de Cristo? ¿Cuáles eran? ¿Qué efectos producían? Adentrémonos, de la mano de Santo Tomás de Aquino, en el apasionante tema de la Historia de la salvación.

or un acto de misericordia y bondad, Dios creó el uni‑verso y, como obra maes‑tra entre las criaturas vi‑

sibles, hizo al hombre a su imagen y semejanza, destinado a participar de su vida divina.

Pero nuestros primeros padres, por el pecado de desobediencia, rompieron trágicamente la alianza establecida con Dios y, a partir de ese momento, todo el género huma‑no quedó privado de la gracia y con‑denado a no participar más del fin al cual Dios lo había creado.

Por su infidelidad, el hombre per‑dió el más grande de los tesoros a él confiados: la gracia. No sólo le fue ce‑rrada la puerta del Paraíso terrenal, sino también la del Cielo. Sin embar‑go, “tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito” (Jn 3, 16) y a todos los que creyeran en su nombre, les concedería el poder de convertirse en hijos de Dios (cf. Jn 1, 12).

La Santa Iglesia continúa la misión de Cristo

Si duro fue el castigo infligido por la justicia divina a causa del pecado cometido, dulce y suave fue la solu‑ción hallada por la misericordia infi‑

nita del Creador para el condenado, así descrita por San Anselmo: “Dios Padre le dice: ‘Recibe a mi Hijo uni‑génito y ofrécele por ti’. Y el Hijo a su vez le dice: ‘Tómame y redímete”.1

Con la venida de Jesucristo a la tierra, “la revelación de Dios se in‑serta, pues, en el tiempo y la Histo‑ria”, y ésta se convierte en “el lugar donde podemos constatar la acción de Dios en favor de la humanidad”.2

A través de su ofrecimiento al Pa‑dre Eterno a favor de los hombres, Jesucristo reparó el pecado y restau‑ró la amistad entre las criaturas y el Creador. Por sus merecimientos, la humanidad ahora podía experimen‑tar una nueva relación con Dios, siendo nuevamente partícipe de su propia vida y naturaleza: “de su ple‑nitud todos hemos recibido, gracia tras gracia” (Jn 1, 16).

Dios podría distribuir directa‑mente sus gracias a todo el géne‑ro humano. Quiso, no obstante, por un misterioso y admirable designio, “hacerlo por medio de una Iglesia visible en que se reunieran los hom‑bres, para que todos cooperasen, con Él y por medio de aquella, a co‑municarse mutuamente los divinos frutos de la Redención”.3 La Iglesia

es, de este modo, la continuadora de la obra empezada por el Salvador.

Gracias que amparan al hombre desde la cuna

La vida y las enseñanzas de Cris‑to arrojan luz sobre la existencia del hombre y le trazan una meta que pa‑recería una exageración si no fuera propuesta por el mismo Hijo de Dios: “sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48). ¿Có‑mo puede el hombre, tan frágil y volu‑ble, lograr tan alto objetivo?

Seguramente que sería difícil imaginarse a unos padres que le dije‑ran a su hijo todavía pequeño: “Ade‑más de darte la vida, hemos cuida‑do de ti hasta hoy. Pero de ahora en adelante no cuentes más con noso‑tros. Arréglatelas como puedas para comprar alimentos, ropa y medica‑mentos, si enfermas. No nos moles‑tes más con tus necesidades”. Si no hay corazón paterno o materno que trate de esa manera a un hijo, Dios tampoco actúa así (cf. Lc 11, 13).

Así como el Creador dotó al cuer‑po humano de energías especiales para mantenerse, crecer y desarro‑llarse, “el Salvador del género hu‑mano, por su infinita bondad, pro‑

P. Anderson Fernandes Pereira, EP

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veyó maravillosamente a su Cuerpo Místico, enriqueciéndole con los sa‑cramentos, por los que los miem‑bros, como gradualmente y sin inte‑rrupción, fueran sustentados desde la cuna hasta el último suspiro”.4

“Son los sacramentos sobre los que se edifica la Iglesia”

Los sacramentos están presentes en toda la vida de la Iglesia, existen por medio de ella y para ella, y, se‑gún afirma San Agustín “son los sa‑cramentos sobre los que se edifica la Iglesia”.5

Cristo instituyó los sacramentos del Bautismo, Confirmación, Euca‑ristía, Penitencia y Unción de los En‑fermos para que el hombre pudie‑ra alcanzar, recuperar y aumentar la gracia de Dios a lo largo de su vida.

Así, a los que nacieron a esta vi‑da mortal, les es infundida la vida de la gracia a través del Bautismo, por el cual se convierten en miembros de la Iglesia, aptos para recibir todos los demás dones sagrados. Con la Con-firmación, el cristiano pasa a ser un miles Christi, soldado de Cristo, y re‑cibe las fuerzas necesarias para pro‑clamar y defender su fe. Por la Peni-tencia o Reconciliación, la iglesia ofrece a sus hi‑jos el perdón de los pe‑cados y nuevo vigor en su caminar hacia el Cielo. Por la Eucaristía, “fuen‑te y cumbre de toda la vi‑da cristiana”,6 los fieles no solamente son alimen‑tados y fortificados, sino que manifiestan la uni‑dad de todos entre sí, y constituyen un solo Cuer‑po unido a Cristo, su Ca‑beza. Y por la Unción de los Enfermos la Santa Iglesia ampara y consuela a las personas dolientes, y concede a las almas he‑ridas la medicina sobre‑natural que les abrirá la

puerta del Cielo, donde podrán gozar de la eterna bienaventuranza.7

Además, a fin de atender “al or‑denado y exterior aumento de la co‑munidad cristiana”,8 Cristo institu‑yó el Matrimonio, y constituyó a la familia como una iglesia domésti‑ca, para que mediante la palabra y el buen ejemplo los padres puedan ser verdaderos y dignos reflejos de Dios para sus propios hijos.9

Finalmente, por el sacramento del Orden, Cristo proveyó de pasto‑res a la Iglesia para que cuiden del rebaño, lo nutran con el Pan de los Ángeles y con el manjar de la doc‑trina, lo dirijan con los consejos y lo fortalezcan de todas las formas po‑sibles con los demás dones celestia‑les, especialmente a través de la dis‑tribución de los sacramentos.10

¿Había sacramentos en el Antiguo Testamento?

¡Cuánta misericordia y sabiduría encierran los sacramentos! ¡Cuánta alegría y seguridad nos da el hecho de tener a nuestra disposición tantos auxilios sobrenaturales!

Estas consideraciones, no obstan‑te, nos plantean una cuestión: ¿có‑

mo obtenía o readquiría la gracia de Dios la humanidad en los milenios anteriores a la venida de Jesucris‑to? ¿Cómo podían salvarse los hom‑bres antes de la Redención? ¿Había sacramentos en el período del Anti‑guo Testamento?

Santo Tomás de Aquino afirma que “era necesario que antes de la venida de Cristo hubiera algunos signos sensibles mediante los cua‑les el hombre testimoniase su fe en el salvador futuro. Y a estos signos se les llama sacramentos”.11

De hecho, parece contrario a la misericordia de Dios —“que quie‑re que todos los hombres se salven” (1 Tm 2, 4)— que se dejara sin nin‑gún medio de salvación, antes de la venida del Redentor, tanto a los ni‑ños que murieran antes del uso de razón, como a las personas que ne‑cesitaran obtener el perdón de sus pecados actuales.

Se puede hablar, por tanto, de la existencia de ciertos sacramentos en el período anterior a la venida del Mesías. No podía causar la gracia por fuerza propia, como ocurre con los sacramentos actuales al ser ins‑trumentos de Cristo, sino que eran

signos de sus futuros mé‑ritos.12

Veamos cuáles eran esos sacramentos y, pa‑ra ello, dividamos el An‑tiguo Testamento en dos períodos: el de la ley na‑tural, anterior a la entre‑ga de los Diez Manda‑mientos a Moisés, y el de la ley escrita, que fi‑naliza con la Redención.

Período de la ley natural

Según Santo Tomás de Aquino, “antes de la ley escrita existían cier‑tos sacramentos de ne‑cesidad, tales como el sacramento de la fe, que

“Pasado un tiempo, Caín ofreció al Señor dones de los frutos del suelo” (Gn 4, 3)

Los sacrificios de Caín y de Abel, por Jacob Bouttats Museo de Navarra, Pamplona (España)

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se ordenaba a quitar el pecado origi‑nal, y el de la penitencia, que se or‑denaba a quitar el pecado actual”.13

Entre esos sacramentos de la fe se suele enumerar en primer lugar el re-medium naturæ (el remedio de la na‑turaleza). “No se sabe en qué con‑sistía —explica Royo Marín—, pero parece que se trataba de alguna ma‑nifestación externa de la fe en el futu‑ro Mesías, realizada por el propio in‑teresado o por sus padres, que habría sido ordenada por Dios para remedio del pecado original”.14 En cierto sen‑tido, era equivalente al primero de nuestros actuales sacramentos, por‑que, como explica San Gregorio, “lo que el agua del Bautismo puede para nosotros, entre los antiguos los niños solo lo obtenía a través de la fe”.15

También se suele mencionar en‑tre los sacramentos de la fe la circun‑cisión prescrita por Dios a Abrahán (cf. Gn 17, 10‑14), la cual purificaba del pecado original a los hijos varo‑nes. “Desde que fue instituida la cir‑cuncisión en el pueblo de Dios, que era entonces la señal de la justifica‑ción por la fe, tenía valor para sig‑nificar la purificación del pecado original antiguo también para los párvulos”,16 explica San Agustín.

Igualmente habría, conforme se‑ñala el padre Royo Marín basándose en Santo Tomás, una especie de sa‑cramento de penitencia, cuyo efecto sería la remisión de los pecados ac‑tuales. “Tuvieran el carácter de tal —dice el mismo teólogo— los lla‑mados sacrificios por el pecado y por el delito, promulgados poste‑riormente en forma más determina‑da por la ley de Moisés”.17 En esta categoría se pueden incluir también los diezmos y las oblaciones.

Ejemplos de esa forma de peni‑tencia aparecen en las primeras pá‑ginas de la Sagrada Escritura: “Pasa‑do un tiempo, Caín ofreció al Señor dones de los frutos del suelo; tam‑bién Abel ofreció las primicias y la grasa de sus ovejas” (Gn 4, 3‑4).

Los sacramentos de la Antigua Ley

Si en el período de la ley natural podemos afirmar, con Santo Tomás, que existieron ciertos sacramentos de necesidad, es teológicamente se‑gura, según Royo Marín,18 la existen‑cia, después de Moisés, de lo que se podría llamar sacramentos de la An-tigua Ley.

En ese período, la circuncisión es reafirmada por Dios: “El Señor ha‑

bló así a Moisés: [...] ‘El octavo día se‑rá circuncidado el niño’ ” (Lv 12, 1.3); y permaneció obligatoria para los israe‑litas como una figura del futuro Bau‑tismo. Habéis sido circuncidados, en‑seña el Apóstol “con una circuncisión no hecha por manos humanas median‑te el despojo del cuerpo de carne, con la circuncisión de Cristo. Por el bautis‑mo fuisteis sepultados con Cristo y ha‑béis resucitado con Él” (Col 2, 11‑12).

Por otra parte, la inmolación del cordero pascual, preceptuada a los judíos antes de la salida de Egipto (cf. Ex 12, 3‑11), es una figura de la Eucaristía, como nos dice San Pablo: “ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo” (1 Co 5, 7). Figuras de la Eucaristía también lo fueron los panes de la proposición, reser‑vados únicamente a los sacerdotes (cf. Mt 12, 4), mientras que el corde‑ro pascual era para todo el pueblo.

En la consagración por la cual Aarón y sus hijos recibieron el sacer‑docio levítico, se puede entrever una figura del futuro sacramento del Or‑den, como se expresa en la plegaria del ritual de ordenación presbiteral: “Ya en la primera Alianza aumenta‑ron los oficios, instituidos como sig‑nos sagrados. [...] Así, también, hicis‑te participar a los hijos de Aarón de la abundante plenitud otorgada a su padre para que un número suficiente de sacerdotes ofreciera según la Ley los sacrificios, sombra de los bienes futuros”.

El sacramento de la Penitencia es prefigurado por las purificaciones y por los sacrificios, principalmen‑te los ofrecidos en expiación por los pecados y delitos.

Signos que producen la gracia santificante

Por consiguiente, no hay duda so‑bre la existencia antes de Cristo de ciertos sacramentos, en cuanto se‑ñales sensibles que significan la gra‑cia santificante. Sin embargo, no te‑nían la capacidad de producirla. No

La inmolación del cordero pascual, preceptuada a los judíos antes de la salida de Egipto, es una figura de la Eucaristía

Moisés celebra la Pascua - Iglesia de la Santísima Trinidad, Cracovia (Polonia)

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eran instrumentos de Cristo, sino solamente daban ocasión para que, en atención a los méritos del divino Redentor, Dios justificase a quien los practicaba.19

En cambio, los siete sacra‑mentos instituidos por Jesu‑cristo son signos sagrados que producen necesariamen‑te la gracia santificante en quien los recibe. Basta ad‑ministrarlos en las condicio‑nes establecidas por la Igle‑sia para que actúen ex opere operato, es decir, por el me‑ro hecho de haber sido ejecu‑tados.20

Pensemos, por ejemplo, en el sacramento del Bautismo. Basta que alguien derrame agua sobre la cabeza de un ser humano, pronunciando la fórmula estableci‑da por la Iglesia y con la intención de hacer lo que la Iglesia hace, pa‑ra que esa persona sea automática‑mente transformada en hijo adop‑tivo de Dios y todos sus pecados le sean perdonados.

Con todo, en la Antigua Ley, para ser justificado del pecado original era requerido un acto de fe, que Dios no estaba obligado a aceptar. Y lo mismo se puede decir de las oblaciones y sacrificios.

¿Quién podía garantizar, por ejemplo, que el chivo expiatorio efec‑tivamente arrojó al desierto todas las culpas y pecados depositados sobre él por el sacerdote? ¡Qué diferencia con la era cristiana, en la cual nos basta

declinar con fe los pecados ante el mi‑nistro consagrado y recibir la absolu‑ción para tener la certeza absoluta de que de hecho han sido perdonados!

Los rayos de luz de la misericordia divina

Son tantos los percances y esco‑llos que al hombre se le presentan

en las vías de la santificación que muchas veces tiene la extraña sen‑sación de que son inútiles sus es‑

fuerzos, insuficiente su oración, dudosa su virtud... Entonces

llama a la puerta de su alma la tentación del desánimo, con el consiguiente deseo de de‑sistir de ese arduo y glo‑rioso camino hacia el Cie‑lo y entregarse al egoísmo, despreocupándose de su perfeccionamiento y de su mayor unión con Dios.

No hay nada más de per‑judicial que tal sentimiento.

Si enormes son las dificulta‑des para librar las mil y una

batallas de la vida espiritual, más grande debe ser nuestra

confianza al ver brillar los rayos de luz que salen de la misericor‑dia divina, la cual nos asiste con los sacramentos de la Santa Igle‑sia.

En la consideración del em‑peño que Dios ha puesto en pro‑porcionarnos tantos medios pa‑ra nuestra salvación —ya desde el Antiguo Testamento, como hemos visto más arriba—, debe‑

mos robustecer nuestra resolución de combatir los propios defectos y progresar en la práctica de la virtud. Siempre por intercesión de la Bien‑aventurada Virgen María, acerqué‑monos cada vez más a los sacramen‑tos, verdaderas maravillas puestas a disposición de todos los que desean la salvación. ²

Los siete sacramentos instituidos por Jesucristo producen

necesariamente la gracia santificante en quien los recibe

La Última Cena - Iglesia de Nuestra Señora de la Consolación, Coney Island (EE. UU.)

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1 SAN ANSELMO. Cur Deus homo. L. II, c. 21: ML 158, 430.

2 SAN JUAN PABLO II. Fides et ratio, n.os 11‑12.

3 PÍO XII. Mystici Corporis, n.º 6

4 Ídem, n.º 9.5 SAN AGUSTÍN. De Civitate

Dei. L. XXII, c. 17: ML 41, 779.

6 CONCILIO VATICANO II. Lumen gentium, n.º 11.

7 Cf. PÍO XII, op. cit., n.º 9.8 Ídem, ibídem.9 Cf. CONCILIO VATICANO

II, op. cit., n.º 11.10 Cf. PÍO XII, op. cit., n.º 9.11 SANTO TOMÁS DE AQUI‑

NO. Suma Teológica. III, q. 61, a. 3.

12 Cf. ROYO MARÍN, OP, An‑tonio. Teología moral pa-ra seglares. 5.ª ed. Madrid: BAC, 1993, v. II, p. 11.

13 SANTO TOMÁS DE AQUI‑NO. Scriptum super Sen-tentiis. L. IV, d. 1, q. 1, a. 2, qc. 3, ad 2.

14 ROYO MARÍN, op. cit., p. 11.

15 SAN GREGORIO MAG‑NO. Moralium. L. IV, c. 3: ML 75, 635.

16 SAN AGUSTÍN. De nuptiis et concupiscentia. L. II, c. 11, n. 24: ML 44, 450.

17 ROYO MARÍN, op. cit., p. 12.18 Cf. Ídem, ibídem.19 Cf. Ídem, pp. 10‑11; 21.20 Cf. Ídem, p. 21.

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Unidos por la misma liturgia

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Preparación cuaresmal – En varias casas de los Heraldos son organizados ejercicios espirituales durante la Cuaresma. Así, por ejemplo, el P. Ryan Murphy, EP, dirigió las meditaciones para un grupo de catequesis de la parroquia Cristo Resucitado, de Curitiba, Brasil. En Mozambique un sacerdote heraldo dio un retiro para jóvenes en la casa de los Heraldos de Maputo e hizo las predicaciones cuaresmales en la comunidad vecina (foto de la derecha).

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s hermoso ver cómo la misma liturgia une a to‑dos los miembros de la Iglesia peregrina, por

muy diversas que sean su índole o culturas. Ese sig‑no de unidad se vuelve especialmente visible durante las celebraciones de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo en lugares muy distantes. Tanto en las procesiones multiseculares de Europa co‑

mo en las pujantes ceremonias realizadas en los países latinoamericanos, o incluso en las vivas manifestacio‑nes de fe de los pueblos de África, la bellísima litur‑gia desde el Domingo de Ramos hasta el Triduo Pas‑cual hace que todos se sientan elementos integrantes de una misma Iglesia que camina hacia la morada ce‑lestial, cuyas puertas fueron abiertas por Cristo.

Semana Santa

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Mayo 2015 · Heraldos del Evangelio      27

Colombia

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Vigilia Pascual – En la penumbra y en el silencio de la noche del sábado se desarrolla la ceremonia más solemne del año litúrgico. Comienza con la entrada del Cirio pascual, encendido fuera del templo en un fuego nuevo simbolizando la Muerte y Resurrección de Cristo. A la izquierda, procesión de entrada en la Casa San José Pinula, Guatemala; a la derecha, el P. Carlos Tejedor, EP, enciende el Cirio en la ceremonia realizada en la iglesia de los Heraldos en Tocancipá, Colombia.

Domingo de Ramos – Un joven sacerdote brasileño, el P. Lucas Alves Gramiscelli, EP, viajó de São Paulo a Mozambique a fin de asistir espiritualmente a los heraldos de la provincia de Maputo durante la Semana Santa y predicar un retiro para los fieles de la región. El Domingo de Ramos presidió la procesión y la Misa celebradas en la Comunidad San Pedro y San Pablo, en Matola, capital de esa provincia.

Adoración de la cruz – La Santa Cruz es el centro de todas las devociones del Viernes Santo. En las fotos: 60 empleados de la Asociación Católica Nuestra Señora de Fátima rezando el Vía Crucis en Caieiras, Brasil; los heraldos de Madrid portando al célebre Cristo yacente, de Gaspar Becerra, en la tradicional procesión del monasterio de las Descalzas Reales; y los heraldos de Montevideo participando en el Vía Crucis organizado por la parroquia de Nuestra Señora de Lourdes.

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Campo Grande – La Asociación Pablo Apóstol confió a los Heraldos 46 personas, provenientes de varias parroquias, a fin de que les impartieran un curso preparatorio para consagrarse a la Virgen. La ceremonia se realizó

el 25 de marzo durante la Celebración Eucarística presidida por el P. Max Adriano, EP.

Campos – El 2 de febrero, Mons. Roberto Francisco Ferrería Paz, obispo diocesano de Campos, presidió la Celebración Eucarística previa al solemne acto de inauguración del Colegio Heraldos de esa ciudad. El prelado

también descorrió la cortinilla que cubría la placa conmemorativa y bendijo las instalaciones.

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São Paulo – El 28 de febrero, la Hna. Clarissa Ribeiro de Sena, EP, impartía una clase más del curso de Teología para laicos promovido por el Apostolado del Oratorio en São Paulo (a la izquierda). Y el 8 de marzo, miembros de ese mismo

apostolado de la diócesis de Nova Friburgo peregrinaron a la basílica de Nuestra Señora del Rosario, en Caieiras.

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Una “Tarde con María” en Guararema

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São Benedito do Sul – Invitados por el P. Iván Matías de Melo, heraldos y cooperadores hicieron una misión mariana en la parroquia de São Benedito do Sul. Aparte de las visitas a las casas, se realizaron encuentros de

formación y oración en las comunidades. También se constituyeron nuevos grupos del Apostolado del Oratorio.

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os feligreses de la parroquia de Nuestra Señora de la Escalera y San Benito, de la localidad de Guara‑

rema, en el estado de São Paulo, acogieron a la imagen del Inmaculado Corazón de María para llevar a cabo un conjunto de actos piadosos denominado Tarde de Ala-banza con María, promovida en este caso por el Apos‑tolado del Oratorio. El párroco, el P. Valdenilson Pedro de Barros, recibió a la imagen a las puertas de la ciu‑dad y la acompañó en procesión hasta el templo. Algu‑

nos coordinadores de dicho apostolado participaron en el cortejo de entrada de la Misa, presidida por el P. Dar‑tagnan de Oliveira, EP, (foto 1), y en la solemne corona‑ción de la imagen (foto 2). Por la noche hubo una pro‑cesión de antorchas rezando el Santo Rosario (foto 3), concluyendo frente a la iglesia parroquial, donde fue da‑da la bendición de despedida (foto 4). Durante todo el evento cuatro sacerdotes heraldos estuvieron a disposi‑ción de los fieles para confesar.

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Misiones en dos parroquias madrileñas

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Paraguay – El 12 de marzo fue llevado a cabo el “Proyecto Futuro y Vida” en la Escuela Héroes de la Patria, de la ciudad de Luque. Los alumnos siguieron con gran atención la catequesis y explicaciones del P. Manuel Rodríguez

Sancho, EP, y participaron con mucho interés y alegría en todas las actividades propuestas.

a parroquia de Santa María de Nazaret, situada en el Ensanche de Vallecas, acogió a la imagen pere‑

grina del Inmaculado Corazón de María del 15 al 22 de marzo. A la procesión del rezo del Rosario por las calles (foto 1) acudieron más de 300 personas. En la Misa de despedida el párroco, el P. Fulgencio Espa Feced, consa‑gró su feligresía a la Madre de Dios (foto 2).

Del 1 y al 8 del mismo mes, la imagen había estado en la parroquia Virgen del Cortijo. En esta ocasión visitó el Hospital Universitario Madrid Sanchinarro. Tras la Eu‑caristía conclusiva de la misión, en la que el párroco, el P. Óscar Alba Peinado, también rezó la consagración a la Virgen (foto 3), los fieles acompañaron a la augusta visi‑tante hasta el exterior (foto 4).

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Mayo 2015 · Heraldos del Evangelio      31

Ruanda – Sesenta nuevos miembros del Apostolado del Oratorio de la parroquia de Muhondo, archidiócesis de Kigali-Ruanda, recibieron sus respectivos distintivos de la Virgen en una ceremonia organizada por el coordinador de dicho

apostolado en aquel país, Emmanuel Batagata, y presidida por el vicario parroquial, el P. Mpawenayo Gaudiose.

Canadá – El pasado 7 de marzo, en el Centro de Convenciones Metro Toronto, tuvo lugar el encuentro “Lift Jesus Higher”, en el que participaron cerca de 6.000 personas. Los Heraldos del Evangelio eran los encargados del rezo del Rosario. El arzobispo de Toronto, el cardenal Thomas Christopher Collins, presidió la Santa Misa conclusiva.

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Uruguay – Tras dos meses de preparación, 23 personas se consagraron solemnemente a María Santísima en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, de Montevideo. El compromiso fue hecho durante la ceremonia del Primer Sábado, en marzo,

ante la presencia de centenares de fieles, quienes al finalizar el acto se acercaron a venerar a la imagen peregrina.

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Arrebataba a las multitudes

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San Juan de Ávila

A la predicación se ordenaba principalmente su estudio, su oración era el fuego en el que templaba su espíritu para el púlpito y sus cartas no eran otra cosa sino sermones escritos.

n torno a las dos de la ma‑drugada una multitud cre‑ciente empieza a despla‑zarse hacia la iglesia para

conseguir un sitio antes del amane‑cer. ¿Qué es lo que iba a ocurrir? ¿Por qué tanto alboroto en un ho‑rario tan raro? Algunos habitantes menos informados salen a la ven‑tana tratando de averiguar la cau‑sa de tanto movimiento. Y obtienen la misma respuesta de los apresados transeúntes:

—¡El padre Ávila va a predicar! ¡El padre Ávila va a predicar!

Pero si el sermón va a ser por la mañana...

¿Quién sería ese padre Ávila, a cuyo paso se llenan, desde muy tem‑prano, las catedrales, los templos e incluso las calles, hasta el punto de que muchos llegan a subirse a los te‑jados para verlo y escucharlo?

Una infancia penitente

Juan de Ávila era hijo de Alon‑so de Ávila y de Catalina Gijón, ma‑

to de la casa que estuviera retirado, para llevar allí una vida solitaria, en un ambiente apropiado para sus ora‑ciones y sacrificios, dejando “muy edificados así los clérigos como la gente del lugar”.1 Este sitio es cono‑cido como la cueva de las penitencias.

Se revela su vocación de predicador

Al cumplir 14 años, se fue a Sala‑manca a cursar Leyes en su famosa universidad. Tras cuatro años de es‑tudio, la Providencia quiso llamarlo para sí de una forma sui géneris: du‑rante unas fiestas de toros y cañas en esa ciudad, el Señor le hizo sen‑tir vivamente el vacío de las cosas terrenales y la necesidad de preo‑cuparse con su salvación eterna. To‑mado por la gracia, se retiró de di‑cho festejo dispuesto a entregarse a Dios por completo.

Abandonó los estudios y regre‑só a la cueva de su infancia en 1517, con el objetivo de reanudar su an‑tigua vida de recogimiento, de‑

Hna. Clotilde Thaliane Neuburger, EP

trimonio honrado y rico de Almodó‑var del Campo (Ciudad Real). Antes de su nacimiento, su madre había em‑prendido una penosa romería, des‑calza y con un cilicio, a la ermita de Santa Brígida, situada en una sierra agreste algo alejada de la ciudad, a fin de implorar el don de la materni‑dad. Tan devota plegaria fue escucha‑da y en la fiesta de la Epifanía del año 1499 vino a la luz ese niño, que mar‑caría época y sería elevado a la hon‑ra de los altares y al doctorado de la Iglesia.

En su más tierna infancia, Juan inició una precoz vía de ascesis y pe‑nitencia. Cuando tenía 4 años, sus padres marcharon de peregrinación al santuario de Guadalupe (Cáce‑res) y lo dejaron con unos vecinos amigos. ¡Cuál no fue la admiración de los anfitriones al encontrarlo, en mitad de la noche, acostado en el suelo sobre una gavilla de sarmien‑tos que había recogido él mismo!

Con tan sólo 10 años le pidió a sus padres que le preparasen un aposen‑

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San Juan de Ávila - Santuario de San Juan de Ávila, Montilla (España)

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dicándose durante tres años a la contemplación. Era notable su mor‑tificación y penitencia, además de la asidua frecuencia a los sacramentos y muchas horas de adoración a Jesús Sacramentado.

En tales circunstancias, un fran‑ciscano amigo de la familia, con re‑celo de que la gran vocación que se vislumbraba en Juan no llegara a de‑sarrollarse, le aconsejó que estudiara en la Universidad de Alcalá de He‑nares, para que “con sus letras pu‑diese servir mejor a nuestro Señor en su Iglesia”.2 El joven aceptó la invita‑ción y cursó primero Artes y Lógica, y después Ciencia Sagrada, ascen‑diendo al presbiterato en 1526.

Había recibido una considerable herencia de sus padres, fallecidos an‑tes de su ordenación sacerdotal. Asu‑mido por el ardiente deseo de ser mi‑sionero en el entonces poco conocido continente americano, vendió todos sus bienes, distribuyó el dinero entre los pobres y se ofreció acompañar al recién nombrado obispo de Tlaxcala, en México, Mons. Julián Garcéz. Co‑mo el prelado saldría desde el puer‑to de Sevilla rumbo al Nuevo Mundo, hacia allí se dirigió Juan, dispuesto a lanzarse en la osada misión.

Mientras esperaba, se dedicó a predicar en la ciudad y sus alrede‑dores. Aquí se reencontró con el Ve‑nerable Fernando de Contreras, su antiguo compañero de estudios en Alcalá. Admirado con el fervor y la oratoria del joven clérigo, le pidió al arzobispo, Mons. Alonso Manrique, que hiciera lo posible para que Juan de Ávila se quedase en España para predicar el Evangelio en tierras ibéri‑cas, tan necesitadas de almas apostó‑licas como aquella.

El eclesiástico acogió la sugeren‑cia y, en nombre de la santa obedien‑cia, le mandó que permaneciera allí. Renunciando a su sueño, atendió en‑seguida la orden recibida, porque en ella reconoció los designios de Dios a su respecto.

gios de clérigos. Estaban al servicio del arzobispado y su objetivo era la formación de la juventud, principal‑mente de los que se preparaban pa‑ra el sacerdocio. Entre esos colegios —que después del Concilio de Tren‑to se transformarían en seminarios conciliares— se hicieron famosos el de Santa Catalina, el de los Abades y el de San Miguel, en Granada.

En los colegios avilinos “se apren‑día no tanto a gastar los ojos en el es‑tudio cuanto a encallecer las rodillas en la oración”.5 En una carta a uno de sus discípulos, le recomendaba leer los escritos de San Juan, de San Pablo y de Isaías y, si fuera necesario, recu‑rrir a “algún intérprete santo” de esas obras, especialmente San Agustín. Y añadía: “Tome un crucifijo delante, y Aquel entienda en todo, porque Él es el todo y todo predica a éste; ore, me‑dite y estudie”.6

A sus discípulos también les acon‑sejaba “robustecer su vida interior: frecuencia de Confesión y Comu‑nión, y no dejar nunca, a ser posible, las dos horas de oración, a la maña‑na y a la noche, sobre la Pasión y los novísimos”.7 De esta forma, el darse al prójimo sería un desbordamien‑to de la vida interior. Les recomen‑daba que tuvieran más aprecio a la oración que al estudio, porque así aprenderían el verdadero arte de la predicación y lograrían mejores fru‑tos apostólicos. Les enseñaba que no era suficiente subir al púlpito con piedad: debían tener hambre y sed de conquistar almas para el Señor.

Su influencia trascendió el ám‑bito de los colegios. La universi‑dad y el Real Colegio de Granada, por ejemplo, fundados por el empe‑rador Carlos V, deben parte de “su lustre, si no de su erección, a la soli‑citud y consejos del venerable maes‑tro Juan de Ávila”, en quien se apoyó Mons. Gaspar Ávalos de la Cueva, arzobispo metropolitano, incumbido por el soberano para “que fuese pa‑trón, que hiciese estatutos y señala‑

Atrayendo a las multitudes

El primer sermón que hizo por orden del arzobispo fue en ese mis‑mo año de 1526, en la iglesia del Sal‑vador, en Sevilla, con ocasión de la fiesta de Santa María Magdalena, ante las autoridades religiosas y civi‑les. Subió al púlpito temblando y, sin embargo, ésa fue una de sus mejo‑res prédicas. Empezaba para Juan de Ávila una labor misionera en la que fue incansable.

De sus predicaciones no había na‑die que saliera indiferente. Las ho‑milías duraban cerca de dos horas y ninguna persona se cansaba o se que‑jaba, tal era la atracción que ejercía sobre los fieles. Ricos y pobres, jóve‑nes y ancianos, justos y pecadores, to‑dos acudían a oírlo. Sus exhortaciones parecían hacerse eco de la Imitación de Cristo: “Atiende mis palabras, que encienden los corazones, iluminan las almas, provocan el dolor de los peca‑dos y llenan de consuelo”.3

¿Por qué atraía tanto? Una de las razones de la fecundidad de sus prácticas venía del hecho de que las preparaba ante un crucifijo, arrodi‑llado, en oración.

Es muy significativo el testimo‑nio de uno de sus principales biógra‑fos sobre ese apostolado: “Cuando él predica, se pueblan las iglesias; ha‑ce también sus sermones en las plazas públicas; la gente se compone y se mo‑dera con sólo verle; vive pobremente, no acepta estipendios ni limosnas de sermones, y, si algo quieren darle, les ruega lo entreguen a los pobres; es hu‑milde, paciente, muy celoso del bien de los prójimos; organiza colectas pa‑ra ayudar a los necesitados y mantener a los clérigos estudiantes”.4

Instituciones de enseñanza, discípulos y seguidores

San Juan de Ávila reunió a su al‑rededor a un grupo de sacerdotes que, admirados por sus virtudes y ejemplo, se pusieron bajo su influen‑cia y con él fundaron varios cole‑

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se maestros”8 de esas dos institucio‑nes educativas.

Juan de Ávila fundó también la Universidad de Baeza (Jaén), que fue “destacado referente durante si‑glos para la cualificada formación de clérigos y seglares”.9

Gran probación

Movidos por la envidia y apro‑vechándose de ciertas afirmaciones suyas susceptibles de una mala in‑terpretación, en 1531 algunos ecle‑siásticos lo denunciaron ante el Tri‑bunal de la Inquisición, de Sevilla. El ardoroso predicador fue encarce‑lado y sometido a sucesivos interro‑gatorios durante varios meses.

Incluso estando en la cárcel su celo apostólico no le permitía que‑darse inactivo: además de escribir numerosas cartas a sus hijos espiri‑tuales y a varias personas que le pe‑dían unas palabras, reformuló la an‑tigua traducción española de la obra Imitación de Cristo.10

En este período de prueba —le confiaría después a fray Luis de Gra‑nada— el Señor le concedió, de modo muy íntimo, la penetración y el cono‑cimiento de los misterios de la Re‑dención, del amor de Dios a los hom‑bres, y pudo comprobar cuán grande es la recompensa reservada a los jus‑tos después de haber soportado con

alegría las dificultades de esta vida. Tan eminente gracia lo llevó a consi‑derar dichosa aquella prisión, “pues por ella aprendió en pocos días más que en todos los años de su estudio”.11 Bajo semejante impulso fue cuando empezó a escribir su obra magna de espiritualidad, el Audi, filia: “síntesis maravillosa de la vida cristiana, con‑cebida por Ávila como una participa‑ción del alma en el gran misterio de Cristo”.12

A mediados de 1533, el Tribu‑nal de la Inquisición lo absolvió, a la vista de la perfecta ortodoxia de sus enseñamientos y la falta de fun‑damentos para todas las acusaciones levantadas contra él. Su salida de la cárcel estuvo marcada por una Misa solemne en la iglesia del Salvador. Cuando subió al púlpito, empezaron a sonar las trompetas y los fieles lo aclamaron con enorme entusiasmo.

Relaciones con otros santos

Numerosas fueron las conversio‑nes obradas a través de los sermones llenos de unción de ese varón apos‑tólico, incluso de almas que la Igle‑sia más tarde inscribiría en el catálo‑go de los santos.

Célebre fue el episodio ocurrido en Granada el 20 de enero de 1537, fiesta de San Sebastián. Hablaba Juan de Ávila sobre la felicidad de su‑

frir por Jesucristo en esta tierra, para participar de su gloria en el Cielo. Hi‑zo una descripción tan atrayente de las castas delicias de la virtud y de la desgracia reservada a los pecadores, que sus palabras calaron a fondo en el corazón de otro Juan, el cual, pe‑netrado de compunción, se convirtió y vino a ser el gran San Juan de Dios, fundador de la Orden de los Herma‑nos Hospitalarios. Se hizo discípulo del maestro Ávila, a él acudía en to‑das sus pruebas y dificultades, y por él fue animado en su vocación desde el primer encuentro: “Te aseguro que la misericordia del Señor no te abando‑nará jamás”.13

Nuestro santo predicador gozaba de la profunda estima de San Ignacio de Loyola, con quien intercambió al‑gunas cartas. Se relacionó con otros destacados miembros de la Compa‑ñía de Jesús y hacia ésta encaminó a unos treinta de sus mejores discípu‑los. Desempeñó un papel importante en la conversión del duque de Gan‑día, futuro San Francisco de Borja: tras haber comprobado —en el en‑tierro de la emperatriz Isabel, espo‑sa de Carlos V, en Granada— cuán efímera es la belleza humana, buscó al maestro Ávila y, después de escu‑charle, abandonó la corte y se hizo je‑suita, llegando a ser el tercer superior general de la Compañía.

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Innumerables fueron las almas que lo tomaron como modelo o que se beneficiaron de su celo y sabiduría

San Ignacio de Loyola - Parroquia del Sagrado Corazón, San Sebastián (España); Santa Teresa de Jesús - Monasterio de San José, Ávila (España); San Pedro de Alcántara, por Salvador Carmona - Convento de San Pedro de Alcántara, Arenas de San Pedro (España); San Juan de Rivera, por Luis de Morales - Museo del Prado (España)

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Mayo 2015 · Heraldos del Evangelio      35

Entre los que se beneficiaron del celo y de la ciencia del Apóstol de Andalucía podemos destacar a San‑to Tomás de Villanueva y a San Pe‑dro de Alcántara; San Juan de Ribe‑ra le pidió predicadores para renovar su diócesis, en Badajoz, y poseía en su biblioteca 82 de sus sermones manus‑critos; Santa Teresa de Jesús —tam‑bién doctora de la Iglesia— tenía al maestro Ávila por conseje‑ro espiritual y con él mantuvo asidua correspondencia, inclu‑so llegando a enviarle, tras mu‑chas dificultades, uno de los pri‑meros manuscritos de su Libro de la Vida; San Juan de la Cruz, con la ayuda de dos discípulos de nues‑tro santo, logró reformar el Carmelo masculino de Baeza.

Además de éstas, innumerables fueron las almas que lo tomaron co‑mo modelo. Benedicto XVI, cuan‑do lo proclamó doctor de la Iglesia, en 2012, también menciona al Bea‑to Bartolomé de los Mártires, a fray Luis de Granada —su más reputado biógrafo— y al Venerable Fernando de Contreras, responsable de su per‑manencia en España, entre “algunos más que reconocieron la autoridad moral y espiritual del maestro”.14

Plenitud de su vocación

Pese a que se encontraba ya muy debilitado por la enfermedad que lo llevaría a la muerte, el arzobispo de

Granada quería llevarlo como teólo‑go asesor a las dos últimas sesiones del Concilio de Trento. Ante la im‑posibilidad de comparecer, redactó sus Memoriales, que ejercieron enor‑me influencia en el magno evento eclesial. En ellos señalaba la necesi‑dad que la Iglesia de su tiempo tenía de dos clases de sacerdotes: los con‑fesores y los predicadores. Éstos úl‑timos, subrayaba, debían ser el bra‑zo derecho de los obispos “con los cuales, ‘como capitán con caballeros, sean terrible contra los demonios’ ”.15

Al sentir que se acercaba el final de su vida, decidió legar a la Compa‑ñía de Jesús la herencia de sus dis‑cípulos y colegios, un deseo que no llegó a concretarse a causa de ines‑perados obstáculos. Vencidas otras muchas pruebas y dificultades, se retiró a la ciudad de Montilla (Cór‑doba), donde murió santamente el

10 de mayo de 1569. Sus últimas palabras, que repetía muchas ve‑ces, fueron: “Jesús, María”.16

No hay duda de que San Juan de Ávila realizó su vocación en plenitud. Predicar era para él

“algo consustancial a su tempe‑ramento de apóstol: a la predica‑ción se ordenaba principalmente su estudio; su oración era el fuego en que templaba su espíritu para el púlpito; sus mismas cartas, ¿qué otra cosa eran sino sermones escri‑tos?; y aun de su escuela y sus discí‑pulos bien se pudiera decir que eran el eco vibrante y ungido de su voz difundiéndose por los ámbitos to‑dos de España”.17

La autenticidad de sus palabras estuvo marcada por su vida piado‑sa e inmaculada, como corresponde a todo sacerdote, que debe ser san‑to “para poder arrastrar, para po‑der convencer y para poder arreba‑tar”.18 No nos queda sino decir, con toda propiedad, que ese insigne pre‑dicador arrastró, convenció y arre‑bató. ²

1 GRANADA, Luis de. Vida, apud SALA BALUST, Luis. Introducción biográfica. In: SAN JUAN DE ÁVILA. Obras Completas. Madrid: BAC, 1952, v. I, p. 48.

2 Ídem, p. 54.3 KEMPIS, OSA, Thomas de.

Imitación de Cristo. L .III, c. 43. 4.ª ed. Buenos Aires: Bonum, 2008, p. 227.

4 SALA BALUST, op. cit., pp. 65‑66.

5 SALA BALUST, Luis. San Juan de Ávila. In: ECHEVE‑

RRÍA, Lamberto de; LLOR‑CA, SJ, Bernardino; RE‑PETTO BETES, José Luis (Org.). Año Cristiano. Ma‑drid: BAC, 2004, v. V, p. 221.

6 SAN JUAN DE ÁVILA. Car-ta al P. Fr. Alonso de Vergara, apud SALA BALUST, Intro‑ducción biográfica, op. cit., p. 144.

7 SALA BALUST, San Juan de Ávila, op. cit., p. 220.

8 SANTIVÁÑEZ. Historia Prov. Andalucía S. I., apud SALA BALUST, Introducción bio‑gráfica, op. cit., p. 105.

9 BENEDICTO XVI. Carta Apostólica. San Juan de Ávi-la, sacerdote diocesano, pro-clamado Doctor de la Iglesia universal, n.º 2.

10 Cf. SALA BALUST, Introduc‑ción biográfica, op. cit., p. 96, nota 11.

11 GRANADA, op. cit., p. 81.12 SALA BALUST, San Juan de

Ávila, op. cit., p. 219.13 MAGNIN, Ignacio María. Vida

popular de São João de Deus. Porto: Fonseca, 1925, p. 51.

14 BENEDICTO XVI, op. cit., n.º 3.

15 SALA BALUST, San Juan de Ávila, op. cit., p. 220.

16 Ídem, p. 223.17 SALA BALUST, Luis. Intro‑

ducción a los sermones. In: SAN JUAN DE ÁVILA. Obras Completas. Madrid: BAC, 1953, v. II, p. 3.

18 CLÁ DIAS, EP, João Scogna‑miglio. La santidad sacerdo-tal: Homilía del viernes de la III Semana de Adviento. Caieiras, 19/12/2008.

Los predicadores deben ser el brazo derecho de los obispos,

con los cuales, “como capitán con caballeros, sean terribles contra los

demonios”

San Juan de Ávila - Santuario de San Juan de Ávila, Montilla (España)

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Subió al monte para orar

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36      Heraldos del Evangelio · Mayo 2015

En los altos de las montañas podemos elevar nuestros corazones y pensamientos por encima de las preocupaciones de este mundo y así entregarnos más fácilmente a la meditación de las verdades eternas.

n la lectura de los relatos evangélicos, nunca encon‑tramos a Jesús bajando a un abismo para rezar o entran‑

do en una gruta para hablar con el Pa‑dre. Por el contrario, siempre sube a lo alto de un monte o a una eleva‑ción para apartarse del ruido de la vi‑da activa y pasar la noche en contem‑plación.

“Al ver Jesús el gentío, subió al monte” (Mt 5, 1). “Y después de des‑pedirse de ellos, se retiró al monte a orar” (Mc 6, 46). “Salió y se encami‑nó, como de costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípu‑los” (Lc 22, 39).

Recordemos, no obstante, que en su condición humana Jesús tenía la visión beatífica desde el primer ins‑tante de su concepción en el seno de María, como nos lo enseña Pío XII.1 Siendo así, su alma veía constante‑mente a Dios cara a cara, no tenía ne‑cesidad de retirarse a orar al Padre.

“Subió con ellos... a un monte alto”

Consideremos desde esa perspec‑tiva el episodio de la Transfiguración.

Sobre ello comenta Benedic‑to XVI: “De nuevo nos encontra‑

mos —como en el Sermón de la Montaña y en las noches que Jesús pasaba en oración— con el mon‑te como lugar de máxima cercanía de Dios; de nuevo tenemos que pen‑sar en los diversos montes de la vi‑da de Jesús como en un todo único: el monte de la tentación, el mon‑te de su gran predicación, el monte de la oración, el monte de la trans‑figuración, el monte de la angustia, el monte de la cruz y, por último, el monte de la ascensión, en el que el Señor —en contraposición a la ofer‑ta de dominio sobre el mundo en virtud del poder del demonio— di‑ce: ‘Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra’ (Mt 28, 18)”.2

Cuando San Mateo describe di‑cho episodio dice: “Seis días más tar‑de, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y su‑bió con ellos aparte a un monte alto” (17, 1). ¿Qué monte sería éste?

La tradición cristiana, sellada por una hermosa basílica situada en lo alto de la montaña, cuyos orígenes se remontan a principios de la Edad Media, afirma que era el monte Ta‑bor. Y el padre Juan de Maldonado,3 que escribió a finales del siglo XVI, identifica esta opinión como la más

común entre los comentaristas de su época.

Sin embargo, algunos biblistas re‑cientes han querido identificar a “ese monte alto” con el monte Hermon, más cercano a Cesarea, pero al pa‑recer no hay razones para ello, pues, como explica el padre Luis Jiménez Font, “la tradición del Tabor es muy antigua; es también el Tabor, por su aislamiento, muy conforme a la des‑cripción del texto, bastante alto y no tan lejos de Cesarea que en seis u ocho días no se pueda salvar la dis‑tancia que separa ambos parajes”.4

Pedro, Santiago y Juan fueron incluidos en la oración de Jesús

Dejando a un lado considera‑ciones históricas, prestemos aten‑ción al comentario teológico que hizo el Papa emérito en la Cuares‑ma de 2007: “Lucas subraya que Jesús subió a un monte ‘para orar’ (Lc 9, 28) juntamente con los após‑toles Pedro, Santiago y Juan y, ‘mientras oraba’ (Lc 9, 29), se ve‑rificó el luminoso misterio de su transfiguración”.5

Hna. Teresita Morazzani Arráiz, EP

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Para los tres apóstoles, aclara Be‑nedicto XVI, “subir al monte signifi‑có participar en la oración de Jesús, que se retiraba a menudo a orar, espe‑cialmente al alba y después del ocaso, y a veces durante toda la noche. Pe‑ro sólo aquella vez, en el monte, quiso manifestar a sus amigos la luz interior que lo colmaba cuando oraba”.6

Porque “el amor, como cima de virtudes, —enseña San Juan Damas‑ceno en una de sus homilías—, está simbolizado en la montaña sobre la cual Jesús condujo a sus apóstoles, porque quien llega a la cumbre de la caridad, saliendo de alguna manera de sí mismo, puede comprender al Invisible”.7

Más distante de la tierra y más próximo al Cielo

¿Por qué esa predilección del Maestro por los sitios elevados?

En primer lugar, la cima de una elevación está más cerca del Cielo, como observa Maldonado: “La ma‑yor parte de las veces se hace paten‑te la gloria de Dios en los montes, que están más cerca del Cielo y más alejados de la tierra, y no en los va‑lles”.8 Por lo tanto, se podría conje‑turar que Jesús prefería estar con su cuerpo lo más próximo al Padre, aun estando su alma en la visión directa de Dios —como hemos dicho más arriba— y ser Él mismo la segunda Persona de la Santísima Trinidad.

Vista aérea del monte Tabor, con la basílica de la Transfiguración en primer plano. Arriba, mosaico de la catedral de la Transfiguración, Toronto (Canadá)

Segundo, es posible que esco‑giera los montes para simbolizar la necesidad de elevar nuestros co‑razones y pensamientos por enci‑ma de las preocupaciones de este mundo y así entregarnos más fácil‑mente a la meditación de las ver‑dades eternas.

Alejarse del ruido y del tumulto

Además, los altos de las mon‑tañas son generalmente solitarios y alejados de los ruidos del mun‑do. Apartarse de las criaturas es una condición indispensable para entrar en contacto con Dios y, más aún, pa‑ra verlo.

En ese sentido, explica San Ju‑an Crisóstomo que el divino Ma‑estro oraba en los montes “para enseñarnos a descansar en todo momento del alboroto y del ba‑rullo, pues, efectivamente, la so‑ledad es conveniente para la me‑ditación. A menudo sube solo al monte y pasa allí la noche y reza, enseñándonos que quien se acerca a Dios necesita alejarse del ruido y buscar tiempo y lugar apartado del tumulto”.9

En resumen, el monte simboliza el “lugar de la subida, no sólo ex‑terna, sino sobre todo interior; el monte como liberación del peso de la vida cotidiana, como un respi‑rar en el aire puro de la Creación; el monte que permite contemplar la inmensidad de la Creación y su belleza; el monte que me da altu‑ra interior y me hace intuir al Cre‑ador”.10 ²

1 Cf. PÍO XII. Mystici Corpo-ris, n. 34.

2 BENEDICTO XVI. Jesús de Nazaret. Del Bautismo en el Jordán a la Transfigura-ción. Bogotá: Planeta, 2007, p. 360.

3 Cf. MALDONADO, SJ, Juan de. Comentarios a los Cuatro Evangelios. Evangelio de San

Mateo. Madrid: BAC, 1950, v. I, p. 607.

4 JIMÉNEZ FONT, SJ, Luis María. Notas. In: MALDO‑NADO, op. cit., p. 607, no‑ta 1.

5 BENEDICTO XVI. Ángelus, 4/3/2007.

6 Ídem, ibídem.

7 SAN JUAN DAMASCENO, apud PÉREZ SUÁREZ, OSB, Luis M. Transfigura‑ción del Señor. In: ECHE‑VERRÍA, Lamberto de; LLORCA, SJ, Bernardino; REPETTO BETES, José Luis (Org.). Año Cristiano. Madrid: BAC, 2005, v. VIII, pp. 138‑139.

8 MALDONADO, op. cit., p. 608.

9 SAN JUAN CRISÓSTOMO. Homilía XLII, n.º 1. In: Ho-milías sobre el Evangelio de San Juan (30-60). Madrid: Ciudad Nueva, 2001, v. II, p. 137.

10 BENEDICTO XVI. Jesús de Nazaret, op. cit., p. 360.

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Salir, subir, contemplar y anunciar

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La paLabra de Los pastores

Mons. Carlos Osoro SierraArzobispo de Madrid

El anuncio del Evangelio es de tal necesidad y urgencia que todos los cristianos tenemos que sentir estas cuatro llamadas que nos hace Jesucristo: salir, subir, contemplar y anunciar.

esús, en la escena del Tabor, muestra con su vida una mani‑festación que prefigura el Rei‑no que anuncia. Y la Iglesia

tiene la misión de testimoniar la ver‑dad de Jesucristo.

No basta anunciar la fe sólo con palabras: “la fe si no tiene obras, es‑tá realmente muerta” (St 2, 17), si‑no que es necesario que el anuncio del Evangelio vaya acompañado con el testimonio concreto de la caridad, que para la Iglesia no es una espe‑cie de asistencia social. Pertenece a su naturaleza, es irrenunciable a su propia esencia.

Invadir este mundo con el amor de Dios

Por ello se hace necesario en‑trar en la escuela de Cristo, verda‑dero Maestro. El Señor nos atrae y nos llama a conformarnos con Él, con sus sentimientos, con su for‑ma de vida, con su modo de pen‑sar y obrar, con su modo de ser y de amar. Entremos en esa escuela de Cristo que tan bellamente se nos presenta en el texto de la Transfi‑guración del Señor.

¿Cómo entrar en la escuela de Nuestro Señor Jesucristo? Dejemos que a través de esa página del Evan‑gelio de San Marcos (cf. Mc 9, 2‑8) el Señor nos enseñe a descubrir lo más necesario para el ser humano: conformar nuestra vida, identificar nuestra existencia y entrar en comu‑nión con este Dios que se hizo Hom‑bre por amor a los hombres.

Es ahí, en Jesucristo, donde no‑sotros descubrimos lo que hemos de ser y de vivir. Descubrimiento muy necesario en estos momentos de la historia que estamos viviendo. Inva‑dir este mundo con el amor de Dios, globalizar este amor, llevarlo a to‑dos los rincones de la tierra y hacer posible que los hombres y las muje‑res de nuestro tiempo tengan un co‑razón con las mismas medidas de Je‑sucristo. Eliminar así todo descarte, todo aislamiento de este mundo.

Sentir esas cuatro llamadas de Jesucristo

Por eso, el anuncio del Evange‑lio es de tal necesidad y urgencia que todos los cristianos tenemos que sentir estas cuatro llamadas que nos

hace Jesucristo: salir, subir, contem‑plar y anunciar.

Salir. Lo que se espera del testigo del Señor es que sea fiel a la misión que le ha sido confiada. Ello supo‑ne siempre una experiencia personal y profunda de Dios. Esto es lo que le llevó al Señor a invitar a Pedro, San‑tiago y Juan y, en ellos, a todos noso‑tros, a salir, a marchar, a descubrir que su vida era para ir al mundo y no para encerrarse en sí mismos. Ir al mundo con los mismos sentimientos y la misma pasión por el hombre que Él mismo. Pues va a ser “en su nombre” como los discípulos de Jesús vamos a entrar en el mundo para realizar una tarea tan singular, que no se puede reducir a un conocimiento intelectual o a una doctrina. Se trata fundamen‑talmente de salir y de ser rostros vivos de un Dios que ama a los hombres.

Subir. A Pedro, Santiago y Juan les hizo subir a una montaña. Allí, Jesús quiere que vivan una expe‑riencia inolvidable que marque toda su vida. Les hace ver cómo en Él es‑tá la presencia misma del Reino de Dios. Les invita y nos invita a todos sus discípulos a que lo hagamos pre‑

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sente con nuestras vidas en medio del mundo, para que todos los hom‑bres puedan experimentar la necesi‑dad de acoger a Jesucristo, de acoger la verdad, la justicia, la paz, la fideli‑dad, el amor, la bondad, el ver en el otro una imagen viva de Dios mis‑mo, el considerarlo más importante que a uno mismo. Subir es necesario, es una etapa importante de la escue‑la de Cristo. Acoger al Señor tiene unas consecuencias personales y so‑ciales de tales dimensiones que las podemos ver a través del testimonio de los santos. Ellos, con sus vidas, contribuyen a hacer creíble y atracti‑va la persona de Jesucristo [...].

Contemplar. En el monte Tabor “se transfiguró delante de ellos y sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador”. Toda la humanidad está llamada a la transfiguración, a llegar a la plenitud de la vida, a con‑templar ese color blanco que des‑lumbra y que es el color de la gloria y de la vida, de la verdad y la fraterni‑dad, de la reconciliación y la paz, de la justicia y la bondad. Contemplar a Jesús es descubrir que el ser humano necesita esta experiencia de luz y de gozo, de esperanza y amor, porque si no ¿qué luz irradiamos con nuestra

vida? Contemplar a Jesucristo Nues‑tro Señor, llenarnos de su vida, por‑que Él quiere entrar en los lugares existenciales y geográficos donde ha‑bitan los hombres y donde el Reino de Dios no se ve. Contemplar al Se‑ñor nos invita a hacer verdad aque‑lla expresión de Jesús que nos rela‑ta la parábola del buen samaritano: “Ve y haz tú lo mismo” (Lc 10, 37). Contemplar, para hacer vida lo que vemos, para que la gloria de Dios y la belleza que da al ser humano esa contemplación se haga presente en la historia. El buen samaritano es Je‑sús mismo; y Él quiere que todos sus discípulos seamos samaritanos. Y es que el amor es el corazón de la vida cristiana, el que nos convierte en tes‑tigos de Jesucristo. Ese amor es el que hizo decir a Pedro: “Maestro, qué hermoso es quedarnos aquí”. Pero hay que bajar y salir, regalar y entregar ese amor a los hombres.

Anunciar. No anunciamos una teo‑ría o una doctrina, anunciamos a Je‑sucristo que ha muerto y resucitado. Para anunciar hay que entrar en la escuela de Cristo Maestro. Escuche‑mos con atención aquellas palabras del Tabor: “este es mi Hijo amado, es‑cuchadle”. No es cualquier escucha,

es una escucha que va al corazón. No son solamente unas palabras, es un modo de ser, de vivir, de actuar, de sentir, de pensar. ¿Cómo va a anun‑ciar a Dios quien no lo ha escucha‑do? Es necesario escuchar su Palabra, dejar que ésta dé sus frutos, que co‑mo nos dice la Carta a los Hebreos: “penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimien‑tos y pensamientos del corazón” (Hb 4, 12). Para tener un corazón que entienda y convierta nuestra vida en palabras y obras que anuncien al Se‑ñor el secreto está en formarnos un corazón capaz de escuchar. Los pa‑dres de la Iglesia consideraban que el mayor pecado del mundo pagano era su insensibilidad, su dureza de cora‑zón y por eso repetían muchas veces las palabras del profeta Ezequiel: “os quitaré el corazón de piedra y os da‑ré un corazón de carne” (Ez 36, 26). Convertirse a Cristo, decían, quiere decir: recibir un corazón de carne, un corazón que es sensible a todas las si‑tuaciones de todos los hombres que nos encontremos por el camino. ²

Fragmentos de la Carta pastoral del 4/3/2015 – Texto completo

en http://archimadrid.org

En estos momentos de la Historia que estamos viviendo es necesario invadir este mundo con el amor de Dios, globalizar este amor, llevarlo a todos los rincones de la tierra

Monseñor Osoro Sierra saluda a los fieles antes y después de la ceremonia de toma de posesión en la catedral de Madrid, el 18/10/2014

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40      Heraldos del Evangelio · Mayo 2015

Consagrada la primera iglesia católica en el Sinaí

Tras diez años de trabajos, ha si‑do concluida la construcción de la primera iglesia católica levantada en los últimos tiempos en la penín‑sula del Sinaí. La consagración del templo, dedicado a Nuestra Seño‑ra de la Paz, fue realizada por el Pa‑triarca copto católico de Alejandría, Mons. Ibrahim Isaac Sidrak.

La nueva iglesia, situada en la ciu‑dad de Sharm el‑Sheij, se encuentra bajo la jurisdicción de Mons. Maka‑rios Tewfik, obispo de la eparquía de Ismailia, que afirmó: “éste es un gran día para los católicos en Egipto”.

La elección del lugar fue motiva‑da por la estratégica ubicación de la localidad, de 35.000 habitantes, en el corazón de una zona turística junto al mar Rojo. Según informa el párro‑co, el padre Bolos Gara, que traba‑ja en la región desde 2010, la nueva iglesia no sólo beneficiará a la comu‑nidad de católicos filipinos que resi‑den en el lugar, sino al gran número de turistas que pasan por allí. Pa‑ra adaptarse mejor a ellos, el P. Ga‑ra celebrará la Eucaristía también en el rito latino, en inglés y en italiano.

España: el número de seminaristas continúa en aumento

La Conferencia Episcopal Espa‑ñola dio a conocer el pasado 5 de marzo que ha aumentado, por cuar‑to año consecutivo, el número de se‑minaristas en el país. En el período de 2014‑2015 los seminarios españo‑les suman un total de 1.357 candida‑

tos al sacerdocio, lo que representa un crecimiento del 2,7% con respec‑to al año anterior. En 2011 solamen‑te había 1.278 seminaristas, 1.302 en 2012 y 1.321 en 2013.

ción en la irracionalidad de la fuerza de las armas”.

Subastada una carta en que Einstein habla sobre Dios

“Estoy de acuerdo con su opinión [sobre el movimiento de un éter]. Dios creó el mundo con más inteligencia y elegancia”. He aquí las palabras con las que el famoso científico Albert Einstein comienza una carta dirigida a su colega Giovanni Giorgi, profesor de la Universidad Sapienza de Roma y especialista en electromagnetismo, el 12 de julio de 1925.

La misiva fue subastada el 19 de febrero por la casa RR Auction, al‑canzando la puja final de 75.000 dó‑lares. Estaba en manos de un colec‑cionista francés que, a su vez, había recibido el manuscrito junto con un lote de artículos científicos. Einstein dominaba el italiano porque había vi‑vido algunos meses en Pavía, al sur de Milán, cuando tenía 15 años.

El cardenal Parolin explica los objetivos de la diplomacia vaticana

El día 11 de marzo el cardenal Pietro Parolim, Secretario de Esta‑do de la Santa Sede, impartió en la Universidad Gregoriana de Roma una lectio magistralis titulada La ac-tividad diplomática de la Santa Se-de al servicio de la paz, en el marco de una jornada de estudios sobre La paz: don de Dios, responsabilidad hu-mana, compromiso cristiano.

En su presentación el purpura‑do explicó que “la acción diplomá‑tica de la Santa Sede no se contenta con observar los acontecimientos o evaluar su repercusión, ni puede ser solamente una voz crítica. Está lla‑mada a actuar para facilitar la coe‑xistencia y la convivencia entre las diversas naciones, para promover la fraternidad entre los pueblos, allí donde el término fraternidad es si‑nónimo de colaboración fáctica, de cooperación verdadera, concorde y ordenada, de una solidaridad estruc‑turada en ventaja del bien común y del bien individual”.

El cardenal finalizaba sus pala‑bras diciendo que “a la diplomacia pontificia compete la tarea de tra‑bajar en pro de la paz siguiendo los modos y las reglas que son propios de los sujetos de derecho internacio‑nal, esto es, elaborando respuestas concretas en términos jurídicos pa‑ra prevenir, resolver o regular con‑flictos y evitar su posible degenera‑

Chilenos y argentinos se unen para celebrar la Eucaristía

El domingo 1 de marzo chilenos y argentinos se congregaron en el pa‑so fronterizo de Mamuil Malal, si‑tuado en la cordillera de los Andes, para asistir a la Celebración Euca‑rística, presidida por el obispo de Vi‑llarica (Chile), Mons. Francisco Ja‑vier Stegmeier, y concelebrada por el obispo de Neuquén (Argentina), Mons. Virginio Bressanelli, SCJ.

“Es hermoso saber que en distin‑tas partes de esta cordillera segui‑mos celebrando nuestra hermandad”, afirmaba Mons. Bressanelli ante más de 2.000 personas. “Esto quiere de‑

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Los padres de Santa Teresa de Lisieux serán canonizados en octubre

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Mayo 2015 · Heraldos del Evangelio      41

a curación inexplicable de una niña nacida pre‑maturamente en Valencia, España, con graves

problemas de salud que amenazaban su vida, fue re‑conocida oficialmente por la Santa Sede como un milagro. El decreto, cuya publicación fue aprobada por el Santo Padre el 18 de marzo, abre el camino a la canonización de los Beatos Luis y Celia Martin, padres de Santa Teresa del Niño Jesús, que tendrá lugar el próximo mes de octubre, coincidiendo con el Sínodo de la Familia.

La noticia anticipada de la inminente canoniza‑ción, que será anunciada en el próximo consistorio, había sido dada en febrero por el cardenal Ángelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, en Roma. En esa ocasión, el purpu‑rado destacó la importancia de ese matrimonio co‑mo modelo para las familias, porque demuestra que “entre los santos no sólo hay sacerdotes y religiosas, sino también laicos”.

Luis y Celia Martin tuvieron nueve hijos, de los cuales cuatro murieron siendo pequeños. Santa Te‑resa y sus hermanas se hicieron religiosas. Todas, menos una, fueron carmelitas en Lisieux. La Beata Celia Martin murió a los 45 años de edad, con cán‑cer, y su esposo a los 70.

cir que realmente las fronteras no las hizo Dios, sino la humanidad. Somos una sola familia, la familia de Dios. Celebremos siempre ser hermanos entre nosotros para que no haya cor‑dilleras que nos dividan”.

La Misa fue celebrada a los pies del Cristo del Tromén, monumental cru‑cifijo situado en el límite de ambos te‑rritorios. En ese mismo lugar, fieles de las dos naciones se reúnen desde ha‑ce sesenta y cinco años para rezar. El primer encuentro se remonta a la ini‑ciativa del P. Francisco Subercaseaux, capuchino y misionero de la región chilena de La Araucanía, párroco de Pucón, localidad próxima a la fronte‑

ra argentina. El Cristo de Tromén fue bendecido el 26 de febrero de 1950. Desde entonces, el único año que no se pudo realizar fue el 2010, debido al terremoto que devastó la zona.

Comunión y Liberación reúne a más de 80.000 miembros en Roma

Conmemorando diez años del fa‑llecimiento de Mons. Luigi Giussa‑ni, fundador de Comunión y Libe‑ración, más de 80.000 miembros de este movimiento se reunieron en Roma, el 7 de marzo, para participar en una audiencia con el Santo Padre en la Plaza de San Pedro. Entre ellos había representantes de 47 países.

En los momentos que precedieron el encuentro, se rezó la Hora Laudes y se proyectaron y leyeron palabras de Mons. Guiussani. La audiencia empezó con unas breves palabras del presidente de la fraternidad, el sa‑cerdote español Julián Carrión, que fueron respondidas por el Santo Pa‑dre agradeciendo el caluroso afecto de los que se encontraban reunidos allí. Sobre Mons. Guissani el Papa destacó que “su pensamiento es pro‑fundamente humano y llega hasta lo más íntimo del anhelo del hombre. [...] Después de sesenta años el caris‑ma originario no ha perdido su loza‑nía y vitalidad”.

“Les Buissonnets”, la casa donde Santa Teresa pasó su infancia; arriba, el matrimonio Martin,

padres de la santa

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El Colegio Heraldos del Evangelio se destaca en Medellín

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ras la reciente presentación por parte de la Alcal‑día de Medellín de un informe sobre los colegios

más representativos de esa ciudad, de 2,8 millones de habitantes, la Secretaría de Educación ha publicado Caminos de Excelencia, una revista que, aparte de ex‑plicar el método utilizado para la medición de la ca‑lidad, incluye “un extenso relato de las experiencias

vividas en las instituciones edu‑cativas protagonistas”. Entre las 15 mejores figura el Colegio He‑raldos del Evangelio, “conocidos en Colombia como los Caballe‑ros de la Virgen, una orden reli‑

giosa fundada por monseñor João Scognamiglio Clá Dias, pensador católico de Brasil”.

Las generaciones que han egresado en el Colegio Heraldos del Evangelio “lograron muy buenas califica‑ciones en las pruebas del Estado”, refiere el documen‑to, y destaca, entre las peculiaridades de la institución, que los estudiantes “asisten a Misa dos veces por día. [...] hacen peregrinaciones a distintos municipios, don‑de pueden demostrar lo aprendido en las lecciones de música animando las celebraciones litúrgicas en las pa‑rroquias”. Igualmente señala que para los Heraldos “la vida de piedad, oración y contemplación también es muy importante, y por eso se esfuerzan por enseñarles

a sus estudiantes prácticas como la meditación para que encuentren a Dios dentro de sí mismos. Eso ha ayudado mucho al proceso [educativo]”.

En la introducción de la publicación se expone la preocupación por la búsqueda de criterios pedagógi‑cos: “Esta es la calidad educativa que adopta la Secre‑taría de Educación para trabajar con sus instituciones educativas, asumiendo qué calidad debe transitar los caminos hacia la excelencia, y así poder pensar pro‑cesos pedagógicos más humanos, más democráticos y más pertinentes para los niños, las niñas y los jóvenes que habitan el mundo de la vida escolar”.

El cabildo de la catedral de Viena festeja 650 años de existencia

Los canónigos de la catedral de Viena conmemoraron el 16 de marzo los 650 años de existencia del cabildo de la iglesia de San Esteban, funda‑do por el archiduque Rodolfo IV en 1365, más de un siglo antes de que se erigiera la propia diócesis de Viena.

Los festejos incluyeron el rezo de Vísperas solemnes y un simpo‑sio sobre los orígenes del cabildo en el palacio arzobispal. En ellos parti‑ciparon, además del arzobispo me‑tropolitano, el cardenal Christoph Schönborn, el Nuncio Apostólico, Mons. Peter Stephan Zurbriggen, y el obispo de Linz, Mons. Ludwig Schwarz.

Aniversario de “Cristianos Escondidos” en Japón

En 1614 el shogunato Tokugawa prohibió la religión católica en Ja‑pón, lo que dio lugar a una encar‑nizada persecución que casi acabó con la Iglesia en aquel archipiélago. Los pocos fieles dispersos se queda‑ron sin sacramentos y sin sacerdo‑tes, siendo los propios padres de fa‑

milia los que transmitían la fe a sus hijos. Esto duró más de dos siglos y medio.

Esos católicos empezaron a ser conocidos como Kakure Kirishitan, es decir, cristianos escondidos. Ha‑cían que sus hijos aprendieran de memoria pasajes de la Biblia, ora‑ciones y frases catequéticas. Cuan‑do por fin nuevos misioneros pudie‑ron regresar al Japón, tuvieron la enorme sorpresa de encontrarse con los descendientes de esos primeros Kakure Kirishitan.

Del 14 al 16 de marzo los católicos de Nagasaki conmemoraron con di‑versos festejos el 150 aniversario de ese feliz reencuentro. El cardenal fi‑lipino Mons. Orlando Beltran Que‑

Algunos de los rectores de los colegios premiados, reunidos en la Alcaldía de Medellín; en el destaque

portada de la revista publicada por la Secretaría de Educación

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El Museo del Prado expone una famosa

custodia colombiana

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Mayo 2015 · Heraldos del Evangelio      43

esde el 1 de marzo hasta finales de mayo, el Museo del Prado, de Madrid, exhibe una de las piezas litúrgicas más famosas del mun‑

do: la custodia confeccionada para exponer el Santísimo Sacramento en la iglesia de San Ignacio de Bogotá, que por estar adornada con 1.485 es‑meraldas de altísima pureza se ganó el apodo popular de “La Lechuga”.

Una obra maestra de la orfebrería colombiana del siglo XVIII que fue realizada por el artista español José Galaz, y cuyo trabajo tardó siete años. Además de las esme‑raldas, la pieza posee 215 dia‑mantes, junto con perlas, ama‑tistas, rubíes, un zafiro y un topacio.

Efraín Triaño, director de la Unidad de Arte y otras Colec‑ciones del Banco de la Repúbli‑ca, que guarda la joya, explicó que su elaboración “se empezó a ha‑cer en 1700 por encargo de los je‑suitas, que fueron expulsados tres veces de la antigua Nueva Grana‑da. Por eso se perdió su rastro du‑rante un tiempo” y sólo a finales del siglo XIX, cuando fueron de‑vueltos los bienes confiscados a la Compañía, la custodia regresó a la iglesia de San Ignacio de Bogotá.

El director del Museo del Pra‑do, Miguel Zugaza, declaró a la agencia EFE que era “un sueño” poder contar con esa obra tan excepcional “que permite viajar a ese Dorado que fue América”.

Casi mil quinientas esmeraldas adornan

la famosa custodia

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vedo, OMI, arzobispo de Cotabato, representó a la Santa Sede en las ce‑lebraciones. Entre los fieles que me‑recieron una mención especial fi‑guraba el Beato Peter Kasui Kibe, jesuita de origen japonés martiriza‑do en 1639 junto con otros 187 com‑pañeros en la ciudad de Nagasaki.

Escritor católico norteamericano realza el poder de la Misa diaria

La Editorial Ave María Press acaba de lanzar en Estados Unidos el libro El poder de la Misa diaria. Cómo la participación frecuente en la Eucaristía puede transformar tu vida. El autor, Bert Ghezzi, es un escritor ampliamente reconocido en los me‑dios católicos norteamericanos que ha publicado varios best seller.

El libro pretende demostrar que participar diariamente en la Misa proporciona ánimo y esperanza pa‑ra enfrentar las dificultades de la vi‑da, desarrollando, bajo diferentes aspectos, las ventajas que dicha par‑ticipación aporta a cada uno de no‑sotros.

“Usted obtendrá beneficios in‑conmensurables al recibir el Cuer‑po y la Sangre de Jesús cada día: un alimento para el alma, una unión más íntima con Jesús, una transfor‑mación en Cristo, un remedio para los pecados, la experiencia de la co‑munidad y, lo mejor de todo, la vida eterna”, afirma el autor.

Los Salesianos fundan una universidad en Argentina

El 26 de marzo fue inaugurada ofi‑cialmente en Bahía Blanca la Universi‑dad Salesiana Argentina (Unisal), con la participación del arzobispo metro‑politano, Mons. Guillermo Garlatti, y de diversas autoridades civiles.

El vicerrector de la institución edu‑cativa, el padre Vicente Tirabasso, SDB, manifestó su alegría por el “sueño que hemos podido concre‑tar después de muchísimo esfuerzo cuando comenzamos [...]. La casa se

pobló de jóvenes, que son los verda‑deros protagonistas”. También ex‑plicó que los estudios se realizarán “en un clima de acompañamiento y promoción de las capacidades de los jóvenes, con espíritu de familia, típi‑co de Don Bosco”, y que habrá un sistema de becas para los alumnos con dificultades económicas.

La universidad, que no cuen‑ta con ninguna subvención estatal, ofrece actualmente las carreras de Psicología, Abogacía, Comunica‑ción y Educación. Otras disciplinas se irán agregando paulatinamen‑te en los próximos años, en función de las necesidades concretas de la región.

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La Semana Santa puede ser declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad

Bécassine festeja su 110 aniversario

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44      Heraldos del Evangelio · Mayo 2015

odos los grupos políticos del Senado español aprobaron por unanimidad, en sesión plenaria,

una propuesta del grupo parlamentario popular pa‑ra que la Semana Santa sea considerada Patrimonio de la Humanidad.

En el texto aprobado por la Cámara Alta, se le pide al Gobierno español que “apoye y defienda en las instancias internacionales oportunas la inscrip‑ción de la candidatura de la cultura de la Semana Santa en la lista representativa del Patrimonio Cul‑

tural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO”. Dicha petición se justifica porque la Semana Santa y sus manifes‑taciones culturales, religiosas y popula‑res poseen “una infinidad de objetos de especial valor artístico, obra escultóri‑ca y otros bienes materiales [...] que de‑ben ser en igual medida protegidos por los poderes públicos con una acción po‑sitiva”.

El portavoz de Cultura y senador por Valladolid, Alberto Gutiérrez, encargado de defender el texto, subrayaba que “lo que se intenta proteger con esta moción es ese patrimonio que se ha ido sucedien‑do de generación en generación”.

ngenua, siempre enre‑dada y muy bondadosa,

la figura de la campesina bretona Bécassine Labor‑nez conmemora 110 años de existencia, desde que el dibujante Joseph Pinchon y la guionista Jacqueline Rivière la crearan para la revista infantil La Semaine de Suzette, el 2 de febrero de 1905.

A partir de entonces, el personaje de la joven bre‑tona nacida en Clocher‑les‑Bécasses, aldea imaginaria situada en algún lugar de la Picardía francesa, ha sido protagonista de una fa‑mosa historieta, que ya cuenta con casi tres decenas

de volúmenes publicados. Aunque han sido pensadas para distraer a los niños, las aventuras de la campe‑sina bretona han impresio‑nado a adultos y al mundo intelectual, despertando el interés de los especialis‑tas por la genial manera co‑mo la sociedad francesa de principios del siglo XX es retratada en ellas.

Bécassine todavía conti‑núa teniendo éxito en la ac‑tualidad porque —según

explica Le Figaro en su edición del 31 de marzo— sus historias están ambientadas en una “época que igno‑raba la vulgaridad”.

Procesión de Nuestro Padre Jesús del Rescate por las calles de Málaga (España), el Martes Santo de 2012

Páginas del álbum “L’enfance de Bécassine”, cuya primera edición data de 1913

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Una ciudad con cinco basílicas

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esde el 20 de febrero, Manizales, ciudad co‑lombiana de algo más de 400.000 habitantes,

cuenta ya con cinco basílicas menores. Aquel día el párroco de La Inmaculada Concepción, el padre Si‑gifredo Ortiz, recibió de la Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacra‑mentos la repuesta favorable a la petición hecha ha‑ce dos años solicitando la elevación del templo pa‑rroquial a la categoría de basílica.

El documento, que será oficialmente presentado a la diócesis el 13 de junio, reconoce el valor históri‑co y artístico de la iglesia matriz, construida en 1909,

y su importancia en el ámbito religioso. La ceremo‑nia será presidida por el Nuncio Apostólico en Co‑lombia, monseñor Ettore Balestrero.

El diario El Colombiano refiere que el largo proceso incluyó “un cuestionario de 15 páginas en latín” envia‑do desde el Vaticano para que fuera respondido en la misma lengua. Por su parte, el P. Ortiz explicaba al pe‑riódico La Patria que la parroquia cumplía desde hace mucho con los requisitos exigidos por la Santa Sede y decía: “Es un honor muy grande para el templo que lo hayan distinguido con ese título, y es también un pre‑mio a los valores espirituales y religioso de Manizales”.

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aspectos de la nueva basílica de La Inmaculada Concepción, construida en 1909, en estilo neogótico

¡Súmese a María, Reina de los Corazones, para que su hogar participe en este apostolado junto con más de 30.000 familias

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La más bella corona de flores

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HiStoria para niñoS... ¿o adultoS llenoS de fe?

deliberación. A pesar de ser hija úni‑ca, ambos se quedaron muy conten‑tos. Ciertamente que Dios se había re‑servado para Él a esa joven nacida en circunstancias tan especiales.

Al ingresar en el convento recibió el nombre de sor María del Inmacu‑lado Corazón. Siguiendo con su an‑tigua costumbre, por las tardes reco‑gía flores del jardín y las llevaba a su celda, para que la graciosa imagen

de la Madre del Divino Amor, que se había traído de casa de sus padres, nunca se quedara sin su corona de capullos fres‑cos, coloridos y perfumados. A la superiora le pareció bellísi‑mo ese propósito que había he‑cho en su infancia y le autorizó a que continuara haciéndolo en el seno de la vida comunitaria.

Unos meses más tarde, la Madre la llamó para comuni‑carle que debía ir a la ciudad sin falta, en compañía de sor Ana de San José, para buscar algunas donaciones. Mal había oído la orden, sor María se es‑tremeció en su interior: el via‑je iba a durar varios días, y no podría cumplir el trato que ha‑bía hecho a la Reina del Cielo...

La bondadosa superiora enseguida se dio cuenta de la aflicción de la novicia e inten‑

mida por una gracia y decidió entre‑garse por entero en las manos de su divino Hijo: tan pronto como la edad lo permitiera, entraría en una orden religiosa. En prenda de dicha resolu‑ción, hizo el firme propósito de, has‑ta el final de su vida, tejer diariamen‑te una corona de flores y ofrecérsela a Aquella a quien se había confiado.

Cuando ya era una muchachita, Mariana les comunicó a sus padres su

os duques Catalina y Ro‑drigo vivían desconsola‑dos, pues no tenían he‑rederos. Aunque nunca

dejaron de invocar a la Reina de la Misericordia, suplicándole un des‑cendiente. Y tanta perseverancia, fi‑nalmente, obtuvo su recompensa: en atención a las oraciones, promesas, penitencias e incluso ayunos, la Vir‑gen les concedió una niña muy linda, a la que le pusieron el nombre de Mariana.

Enorme fue la alegría de la corte y del pueblo cuando la pe‑queña salió a la luz, pero sobre todo cinco días después, cuan‑do se realizó su bautizo con gran pompa en la catedral. Era la fiesta de la Asunción de Ma‑ría y los duques también la con‑sagraron a la Madre de Dios.

El tiempo iba pasando y Mariana crecía en edad y de‑voción a la Santísima Virgen. Se convirtió en una niña llena de gracia y encanto, obedien‑te a sus padres, inteligente y muy responsable.

Al atardecer solía pasear por el jardín del castillo, donde había una imagen de la Virgen de tamaño natural. Una tarde, mientras rezaba allí en profun‑do recogimiento, se sintió asu‑

La joven novicia se sometió, aunque interiormente un poco disconforme. Dudaba de que tan breves oraciones pudieran agradar tanto a la Santísima Virgen...

María Teresa dos Santos Lubián, EP

Mientras rezaba en profundo recogimiento, se sintió asumida por una gracia

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tó tranquilizarla recordándole que, para una religiosa, la obe‑diencia es más importante que cualquier otro acto de devo‑ción. Y le ordenó que durante el tiempo que estuviera fuera del convento, le ofreciera a la Santí‑sima Virgen, cada día, diez ave‑marías y cinco padrenuestros, garantizándole que esas oracio‑nes agradarían a la Virgen mu‑cho más que las flores.

La joven se sometió, aun‑que interiormente un poco disconforme. Dudaba de que tan breves oraciones pudieran agradar tanto a la Santísima Virgen como la sencilla coro‑na que siempre preparaba con tanto cariño y esmero.

A la mañana siguiente, las dos novicias se acomodaron en el carruaje que la hermana ecónoma había contratado y se marcharon. Caía la tarde cuan‑do llegaron a la residencia de un matrimonio de bienhecho‑res donde se iban a hospedar. Nada más entrar en sus aposentos, sor Ma‑ría se arrodilló y rezó las oraciones que había determinado la superiora. Por primera vez dormiría sin haber podido cumplir su promesa...

Una vez terminada su misión, lle‑gó la hora de regresar. Una fuerte tor‑menta había dejado las carreteras in‑transitables y se vieron obligados a seguir por un camino secundario, que pasaba por un bosque solitario. En determinado momento del recorrido una de las ruedas del carruaje empe‑zó a chirriar de un modo alarmante y los cocheros tuvieron que detener‑se para repararla. Mientras tanto las religiosas aprovecharon ese tiempo para pasear un poco por la floresta. “Quién sabe si encontrarían por allí algunas flores para ofrecérselas a la Virgen”, pensaba sor María...

Pero no se imaginaban lo que les aguardaba... Dos bandidos, famosos por su crueldad, permanecían ocul‑

tos en medio de los arbustos espe‑rando una víctima.

Las religiosas iban andando tran‑quilas, sin sospechar nada, charlan‑do sobre los asuntos más variados. Al acordarse de que no había rezado todavía las oraciones de su obedien‑cia, sor María del Inmaculado Cora‑zón le propuso a su compañera que lo hicieran en conjunto.

Se acercaban sin percibirlo a los malhechores, que seguían escondi‑dos... Pero en el instante en que se disponían a asaltarlas, una visión ce‑lestial los detuvo: al lado de las reli‑giosas había una hermosa Señora, llena de luz, que hacía brotar de los labios de sor María una rosa roja o blanca a cada Padre Nuestro y Ave María que rezaba, y las iba recogien‑do con sus albísimas manos. Termi‑nadas las oraciones, la regia Dama tejió con esas flores una magnífi‑ca corona y desapareció subiendo al Cielo.

Espantados con lo que ha‑bían visto y temblando, los la‑drones se acercaron a las reli‑giosas y les preguntaron:

—¿Quién era esa Señora más brillante que el sol?

Ninguna de las dos entendió nada... ¿De dónde habían sali‑do esos hombres? ¿De qué esta‑ban hablando? Todavía un poco asustada, sor Ana de San Jo‑sé les respondió que, aparte de ellas y los dos cocheros, no ha‑bía nadie más en el bosque.

Los bandidos insistían en que habían visto a una radiante Señora al lado de ellas. Enton‑ces, señalando a sor María, ex‑plicaron que la Dama retiraba rosas rojas y blancas de su boca, con las que tejió una reluciente corona de flores.

La hermana María com‑prendió que la Santísima Vir‑gen se había servido de ese medio tan singular para re‑prender su incredulidad. Con‑

tó a los asombrados ladrones la pro‑mesa que había hecho, las oraciones que le impuso su superiora y la des‑confianza interior con la que acató su orden. La escena a la que ellos ha‑bían asistido mostraba que aquellos padrenuestros y avemarías eran aco‑gidos por Ella con más agrado aún que la más bella de las coronas de flores.

Arrepentidos, los bandidos se marcharon rogando a las religiosas que rezasen por ellos, e hicieron el propósito de enmendar su vida.

Al llegar al convento, las dos no‑vicias contaron a las demás herma‑nas lo que había ocurrido; y enton‑ces decidieron rezar en conjunto, a partir de ese momento, no sólo diez avemarías y cinco padrenuestros, si‑no el Santo Rosario completo en ho‑nor de María Santísima. Así, todos los días, la comunidad ofrecería a la Virgen una corona de flores de ini‑gualable valor. ²

A cada Padre Nuestro y Ave María que rezaba, aquella hermosa Señora hacía

brotar una rosa roja o blanca

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Los santos de cada día ____________________________ Mayo1. San José Obrero.

San Ricardo Pampuri, reli‑gioso (†1930). Tras haber ejerci‑do la medicina en la vida seglar con gran generosidad, ingresó en la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Al cabo de casi dos años, descansó piadosamente en el Se‑ñor en Milán, Italia.

2. San Atanasio, obispo y doctor de la Iglesia (†373 Alejandría ‑ Egipto).

Santa Viborada, virgen y már‑tir (†926). Vivió recogida en una pequeña celda junto a la iglesia de San Magno, en Sankt Gallen, Sui‑za. Fue asesinada por los invaso‑res húngaros a causa de su fe y vo‑to religioso.

3. V Domingo de Pascua.Santos Felipe y Santiago,

Apóstoles.Beata María Leonia Para-

dis, virgen (†1912). Funda‑dora de la Congregación de las Pequeñas Hermanas de la Sagrada Familia, en Sher‑brooke, Canadá.

4. San Silvano de Gaza, obispo, y treinta y nueve compañe-ros, mártires (†c. 304). Con‑denados a trabajos forzados en las minas de Feno, Pales‑tina, fueron decapitados por orden del emperador Maxi‑mino Daya.

5. Beato Gregorio Frackowiak, religioso y mártir (†1943). Religioso de la Sociedad del Verbo Divino, preso y dego‑llado en Dresden, Alemania.

6. Beata María Catalina Troia-ni, virgen (†1887). Religiosa franciscana nacida en Italia, que fundó en El Cairo, Egip‑to, las Hermanas Francisca‑nas Misioneras.

7. San Agustín Roscelli, presbítero (†1902). Fundó en Génova, Italia, la Congregación de las Hermanas de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María.

8. San Wiro, misionero (†c. 700). Jun‑to con sus compañeros Plechel‑mo y Odgero, desarrolló, según la tradición, un gran trabajo apostó‑lico para evangelizar la región de Roermond, Países Bajos.

9. Beata María Teresa de Jesús, vir‑gen (†1879). Fundó la Congrega‑ción de las Pobres Hermanas Es‑colásticas de Nuestra Señora, en Múnich, Alemania.

10. VI Domingo de Pascua.

San Juan de Ávila, presbítero y doctor de la Iglesia (†1569 Monti‑lla ‑ España).

Beato Enrique Rebuschini, presbítero (†1938). Sacerdote de

la Orden de los Clérigos Regu‑lares Ministros de los Enfermos, que prestó servicio a los enfermos en hospitales de Verona y Cremo‑na, Italia.

11. San Mateo Lê Van Gâm, már‑tir (†1847). Fue decapitado en Sai‑gón, Vietnam, tras un año de cár‑cel, por haber llevado en su em‑barcación a los misioneros euro‑peos que evangelizaron la región.

12. Santos Nereo y Aquileo, mártires (†s. III Roma).

San Pancracio, mártir (†s. IV Roma).

San Modoaldo, obispo (†c. 647). En la diócesis de Tréveris, Alemania, construyó y favoreció iglesias y monasterios e instituyó varias comunidades de vírgenes, siendo sepultado junto a su herma‑na Severa.

13. Nuestra Señora de Fátima.Santa Inés de Poitiers, aba‑

desa (†588). Consagrada por la bendición de San Germán de París, gobernó con espíritu de caridad el monasterio de Santa Cruz de Poitiers, Francia.

14. San Matías, Apóstol.Beato Gil de Vouzela, pres‑

bítero (†1265). De noble fami‑lia portuguesa, tras ejercer la medicina en París, ingresó en la Orden de Predicadores, falle‑ciendo en Santarém, Portugal.

15. San Isidro, labrador (†c. 1130 Madrid).

San Reticio, obispo (†s. IV). Gobernó la diócesis de Autun, Francia, destacándose por sus dones de predicador y su sabi‑duría.

16. San Posidio, obispo (†c. 437). Discípulo y amigo de San Agustín, a quien asistió en

San Agustín de Canterbury siendo enviado a Inglaterra por San Gregorio Magno - Basílica de

San Patricio, Montreal (Canadá)

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Los santos de cada día ____________________________ Mayosu muerte y escribió su biografía. Fue obispo de Calama, Argelia, y combatió la herejía donatista.

17. Solemnidad de la Ascensión del Señor.

San Pascual Bailón, religioso (†1592 Villareal ‑ España).

San Pedro Liu Wenyuan, már‑tir (†1834). Catequista estrangula‑do en Guiyang, China, a causa de su fe en Cristo.

18. San Juan I, Papa y mártir (†526 Ravena ‑ Italia).

Beato Estanislao Kubski, pres‑bítero y mártir (†1942). Murió en una cámara de gas del campo de concentración de Dachau, Ale‑mania.

19. San Urbano I, Papa (†230). Go‑bernó fielmente durante ocho años la Iglesia, tras el martirio de San Calixto.

20. San Bernardino de Siena, presbí‑tero (†1444 L’Aquila ‑ Italia).

Beata María Crescencia Pé-rez, virgen (†1932). Religiosa de la Congregación de las Hijas de Ma‑ría Santísima del Huerto, en Ar‑gentina. Por problemas de salud fue transferida a Vallenar, Chile, donde falleció a los 35 años.

21. San Cristóbal Magallanes, pres‑bítero, y compañeros, mártires (†1927 México).

San Hemming, obispo (†1366). En la diócesis de Abo, Finlandia, renovó la disciplina eclesiástica, favoreció los estudios de los cléri‑gos, dignificó el culto divino y pro‑movió la paz entre los pueblos.

22. Santa Joaquina Vedruna, religio‑sa (†c. 1854 Barcelona ‑ España).

Santa Rita de Casia, religiosa (†c. 1457 Cascia ‑ Italia).

Beata María Dominica Brun Barbantini, religiosa (†1868). Tras

haber enviudado, fundó en Lucca, Italia, la Congregación de las Her‑manas Ministras de los Enfermos de San Camilo.

23. Beatos José Kurzawa y Vicente Matuszewski, presbíteros y márti‑res (†1940). Asesinados en la ciu‑dad de Witowo durante la ocupa‑ción de Polonia.

24. Solemnidad de Pentecostés.María Auxiliadora.Beato Juan de Prado, presbítero

y mártir (†1631). Franciscano espa‑ñol enviado para al norte de Áfri‑ca a fin de prestar auxilio espiritual a los cristianos reducidos a la escla‑vitud. Habiendo sido apresado con‑fesó valientemente su fe ante el ti‑rano Mulay al‑Walid, quien lo man‑dó quemar en la hoguera.

25. San Beda, el Venerable, presbíte‑ro y doctor de la Iglesia (†735 Ja‑rrow ‑ Inglaterra).

San Gregorio VII, Papa (†1085 Salerno ‑ Italia).

Santa María Magdalena de Pazzi, virgen (†1607 Florencia ‑ Italia).

Beato Gerardo Mecatti, eremi‑ta (†c. 1245). Distribuyó sus bienes entre los pobres y se retiró a la so‑ledad en Villamagna, Italia.

26. San Felipe Neri, presbítero (†1595 Roma).

Santa Mariana de Jesús de Pa-redes, virgen (†1645). Terciaria franciscana de Quito, Ecuador, que llevó vida de religiosa en su propia casa, asistiendo a indios y negros.

27. San Agustín de Canterbury, obis‑po (†604/605 Canterbury ‑ Ingla‑terra).

San Eutropio, obispo (†c. 475). Tras haber enviudado, decidió en‑tregarse totalmente a Dios. Fue ordenado diácono y más tarde ele‑gido obispo de Orange, Francia.

28. San Germán, obispo (†576). Sien‑do abad del monasterio benedic‑tino de San Sinforiano, en Au‑tún, Francia, fue llamado a la se‑de episcopal de París. Cuidó de las almas con gran celo apostólico.

29. Beata Gerardesca, viuda (†c. 1269). Pasó su vida en una cel‑da cerca del monasterio camaldu‑lense de San Sabino, en Pisa, Ita‑lia, dedicada a las alabanzas de Dios.

30. San Fernando III, rey (†1252). Rey de Castilla y León, fue pru‑dente en el gobierno del reino, protector de las artes y las cien‑cias, y diligente en propagar la fe.

31. Solemnidad de la Santísima Tri-nidad.

La Visitación de la Virgen María.

San Noé Mawaggali, mártir (†1886). Asesinado por los emi‑sarios del rey, de quien era cria‑do doméstico, mientras impartía una clase de catecismo en Mitya‑na, Uganda.

Santa Rita de Casia - Basílica de Santa María del Popolo, Roma

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La gema que simboliza el azul del cielo

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50      Heraldos del Evangelio · Mayo 2015

Si el firmamento pudiera concentrar su color en una piedra, ésta se llamaría zafiro. Suave o intenso, el azul de esta noble gema es el más hermoso de todo el orden de la Creación.

n los últimos capítulos del Apocalipsis, San Juan nos invita a que imaginemos la Jerusalén celestial, “la mora‑

da de Dios entre los hombres” (21, 3), edificada sobre un conjunto de colum‑nas traslúcidas y coloridas, cuyo brillo se deriva de la gloria divina. Cuando más adelante describe los muros que la rodean, el evangelista señala que “los cimientos de la muralla de la ciu‑dad están adornados con toda clase de piedras preciosas” (21, 19).

Teniendo en cuenta que en la Sa‑grada Escritura ningún detalle es superfluo, podríamos fijar nuestra atención en cualquiera de los precio‑sos minerales sobre los que se sostie‑ne esa construcción de ensueño y, re‑flexionando acerca de su significado más trascendente, llegar a elevadas conclusiones. Sin embargo, ningu‑no de ellos parece estar tan cargado de simbolismo como el zafiro, que San Juan lo menciona como segundo fundamento de la nueva Jerusalén.

Aunque esta gema presenta varia‑ciones rosáceas, moradas, verdes e in‑cluso doradas, su color característico es el azul. Un azul lindísimo, a ve‑ces suave, a veces más profundo, co‑

mo si se concentrase en cada una de esas piedras la vasta gama de tonali‑dades que se puede admirar en el cie‑lo. Se diría, sin lugar a dudas, que se trata del azul más hermoso que existe en todo el orden de la Creación.

Contemplar un zafiro serena los ánimos agitados, despierta senti‑mientos de pureza, armonía y tem‑planza, y ahuyenta el mal. Santa Hil‑degarda de Bingen atribuye a esa piedra la virtud de favorecer la inte‑ligencia y no falta quien le otorgue el poder de conceder la sabiduría.

El azul del zafiro lo relaciona también, de modo singular, con la idea de nobleza. Figuraba en las in‑signias de altos cargos eclesiásticos y era empleado habitualmente en la confección de ornamentos reales. La corona del Imperio Austríaco, por ejemplo, conservada en la Cámara del Tesoro del Palacio de Hofburg, en Viena, está rematada con un zafi‑ro de considerable tamaño, que sim‑boliza “el nexo entre el Sacro Impe‑rio y el Cielo”.1

No obstante, nada supera el he‑cho de que esa gema sea la que me‑jor representa ciertos aspectos del alma de María Santísima, Reina del Cielo y de la Tierra, a la cual la Igle‑sia llama “Cælica Sapphiri”,2 Zafiro celestial. Si la esmeralda es la ima‑gen de la esperanza y el rubí, del amor a Dios, el zafiro nos recuer‑da la suavidad y la compasión de la Virgen Serena, que “está dis‑puesta a obtenernos el perdón de su divino Hijo, incluso para nuestras peores faltas; nos alcan‑za las gracias necesarias para nues‑tra enmienda, nuestra salvación y, así, brillar ante Ella por toda la eter‑nidad”.3 ²

Zafiro azul de 423 quilates, procedente de Sri Lanka - Museo de Historia Natural, Washington

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Hna. Isabel Cristina Lins Brandão Veas, EP

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La gema que simboliza el azul del cielo

Mayo 2015 · Heraldos del Evangelio      51

La corona imperial de Austria, rematada con un zafiro en cabujón

1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. A mais bela coroa do mundo. In: Dr. Pli-nio. São Paulo. Año XV. N.º 176 (No‑viembre, 2012); p. 32.

2 COMISIÓN DE ESTUDIOS DE CAN‑TO GREGORIANO DE LOS HE‑RALDOS DEL EVANGELIO. Liber Cantualis. São Paulo: Salesiana, 2011, p. 135.

3 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Ra‑zão de nossa serenidade. In: Dr. Plinio. São Paulo. Ano VIII. N.º 91 (Octubre, 2005); p. 44.

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Auxilio de los Cristianos

l simbolismo que tiene esa imagen es muy bonito. La Virgen coge

al Niño Jesús en uno de sus brazos y con la otra mano sujeta un cetro. Esto

nos indica que a causa del poder que Ella tenía sobre el Niño Jesús, y que

conservó durante toda la vida, tiene la omnipotencia sobre el mundo, sobre el universo entero.

Y como Señora omnipotente del universo, tiene el poder

de auxiliarnos en todo lo que queramos. Es una auxiliadora omnipotente. Por otra parte,

su risueño semblante, su amable semblante, nos habla de su misericordia. Así pues, existen dos factores para que confiemos en su auxilio. Ella quiere inagotablemente socorrernos, Ella puede socorrernos en todo. De modo que si se lo pedimos, nos socorrerá.

Plinio Corrêa de Oliveira

María Auxiliadora Casa Monte Carmelo, Caieiras (Brasil)

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