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  • Salvadme Reina

    Nmero 67 Febrero 2009

    El gtico y el Cielo empreo

  • La oracin alimenta la esperanza, por-que nada expresa mejor la realidad de Dios en nuestra vida que orar con fe. Incluso en la soledad de la prueba ms dura, nada ni nadie pueden impedir que nos dirija-mos al Padre en lo secreto de nuestro cora-zn, donde slo l ve, como dice Jess en el Evangelio (cf. Mt 6, 4. 6. 18). Vienen a la mente dos momentos de la existencia terrena de Je-ss, que se sitan uno al inicio y otro casi al fi-nal de su vida pblica: los cuarenta das en el

    desierto, sobre los cuales est calcado el tiem-po cuaresmal, y la agona en Getseman. Am-bos son esencialmente momentos de oracin. Oracin en dilogo con el Padre, a solas, de t a t, en el desierto; oracin llena de angus-tia mortal en el Huerto de los Olivos. Pero en ambas circunstancias, orando, Cristo desen-mascara los engaos del tentador y lo derro-ta. As, la oracin se muestra como la primera y principal arma para afrontar victoriosa-mente el combate contra las fuerzas del mal

    (Benedicto XVI, homila del Mircoles de Ceniza de 2008)

    Vic

    tor

    Toni

    olo

    El Cardenal Odilo Scherer, Arzobispo de So Paulo, Brasil, reza en la Capilla de Adoracin perpetua al Santsimo Sacramento, en la Iglesia de Nuestra Seora del Rosario, de los Heraldos del Evangelio

  • Ao VII, nmero 67, Febrero 2009

    Peridico de la Asociacin Cultural Salvadme Reina de Ftima

    SumariO

    Salvadme Reina

    Director Responsable:Dic. Eduardo Caballero Baza, E.P.

    Consejo de Redaccin: Guy Gabriel de Ridder, Hna. Juliane

    Vasconcelos A. Campos, EP, Luis Alberto Blanco Corts, M. Mariana Morazzani

    Arriz, EP, Severiano Antonio de Oliveira

    Administracin:C/ Cinca, 17

    28002 Madrid R.N.A., N 164.671

    Dep. Legal: M-40.836- 1999Tel. sede operativa 902 199 044

    Fax: 902 199 046

    www.salvadmereina.org [email protected]

    Con la Colaboracin de la Asociacin Internacional Privada de Fieles de Derecho Pontificio

    Heraldos del evangeliowww.heraldos.org

    Montaje: Equipo de artes grficas

    de los Heraldos del Evangelio

    Imprime:Henargraf - Madrid

    Los artculos de esta revista podrn ser reproducidos, indicando su fuente y

    enviando una copia a la redaccin. El contenido de los artculos es responsabilidad

    de los respectivos autores.

    El arco iris Signo de la Alianza Divina

    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .50

    Los santos de cada da

    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .48

    Historia para nios... El monje y el escorpin

    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .46

    Sucedi en la Iglesia y en el mundo

    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .40

    Ejerced en Cristo la funcin de santificar

    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .29

    Cardenal Odilo Scherer ordena sacerdotes y diconos heraldos

    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .24

    VI Encuentro Mundial de las Familias

    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .34

    Heraldos en el mundo

    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .32

    El estilo gtico Un arte nacido de la fe

    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .18

    Comentario al Evangelio Cal es la peor lepra?

    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .10

    La voz del Papa Del pecado a la libertad

    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .6

    El gtico y el Cielo empreo (Editorial) . . . . . 5

    Escriben los lectores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4

  • 4 Heraldos del Evangelio Febrero 2009

    EscribEn los lEctorEs

    til para las homilasAcabo de renovar mi suscripcin

    por dos aos. La revista Heraldos es realmente maravillosa. Me encant desde el primer nmero y la he usa-do en las homilas, adems de reco-mendar a los fieles que se suscribie-sen. Deo gratias!

    Mons. Raimundo Jos FernandesFortaleza Brasil

    instrumento de formacinSaludos en Jess y Mara Santsi-

    ma. Cuando llega la revista, mi comu-nidad y yo la recibimos con alegra, pues es un instrumento para nuestra formacin en nuestra vida religiosa.

    Hermana Karina MolerLambayeque Per

    puso de manifiesto la santidad

    Doy las gracias a la direccin de la revista Heraldos del Evangelio por ha-cer llegar a mis manos, mensualmen-te, tan valiosa lectura. Son de gran ri-queza las enseanzas de contenidos religiosos y culturales abarcados en ella. Le el artculo La princesa africa-na y me agrad mucho la sensibilidad de los que detectaron en esta alma el don de servir. La mano de Dios, la Divina Providencia, conoce todo tra-bajo misericordioso y la santidad se-revela en cualquier lugar.

    Lahide Alves SilvaRio de Janeiro Brasil

    artculos llenos de sentido eclesial

    Los artculos de la revista mu-chos de los cuales reflejan el pensa-miento o contienen las propias pa-labras de Santo Toms de Aquino

    son muy interesantes, llenos de senti-do eclesial. He ledo todas las revis-tas con detalle y me gustan mucho! Cmo est haciendo bien este medio de difusin de la doctrina de la Igle-sia! Estoy admirada al ver la eficaz mi-sin que los Heraldos llevan a cabo en todas las partes del mundo, especial-mente la juventud, la cual hoy en da est tan necesitada de que alguien los lleve a Dios. nimo! La Iglesia os ne-cesita como un brazo derecho para la expansin de su Divino Reino por el mundo de los jvenes. Ofrezco mi humilde oracin, ante Nuestro Seor y Nuestra Seora, por vuestra admira-ble misin eclesial.

    Hermana Sarita Valcrcel MuizDominicas de la Anunciacin

    Oviedo Espaa

    lo mejor es la explicacin del evangelio

    Les escribo para decirles la alegra y la paz que siento por formar par-te de esta familia de los Heraldos y el gusto que me da recibir la revista, que viene siendo de mucho consuelo en mi vida diaria. Siempre leo la totalidad de su contenido, y esa lectura ha au-mentado mi fe, ayudndome a convi-vir en mi familia y con mis hermanos. Me gustan todas las secciones, pero la mejor es la explicacin del Evangelio. Tambin me encantan las historias pa-ra nios o adultos llenos de fe.

    Idalina Barros de BarrosBacurituba Brasil

    nuestra religin crece en santidad

    Qu bueno es ver que nuestra re-ligin crece en santidad y que los He-raldos del Evangelio contribuyen a ello. Sigan adelante con su misin, por el bien de la humanidad, llevan-do el mensaje de amor y bendiciones de la Santsima Virgen, y evangelizan-do con los corazones llenos de fe en el Evangelio de Jess. Recibir su revista

    tan maravillosa viene siendo un gran beneficio para nuestra familia.

    Yolanda de FloresMilagro Ecuador

    mensajes de esperanza y feAcompao desde hace tiempo

    las ediciones de esta maravillosa re-vista, que juzgo muy importante por traer mensajes de esperanza y fe a la comunidad que los lee. Aprecio las biografas de las personas que se han dedicado en cuerpo y alma a veces con el sacrificio propio por el bien de la humanidad, llegando a la gloria de la santificacin. Soy muy devoto de Nuestra Seora y he logrado mu-chas gracias por su intercesin, sobre todo en un problema muy serio que recientemente tuve. La propagacin de la devocin a Ella es uno de los obje-tivos de esta revista.

    Cel. Tomaz Alves CangeranaSo Paulo Brasil

    me siento con ms saludTengo en mis manos la revista He-

    raldos del Evangelio, que he recibido con gran alegra. Cuando me llega, mi corazn se llena de entusiasmo y, aun-que est enfermo, me siento con ms salud. Me gusta leerla de inmediato y plenamente, porque me da ms valor para seguir siempre adelante!

    Maria da Conceio Moura TorresCelorico de Basto Portugal

    signo positivo de vida y esperanza

    Les felicito por la revista que me enviaron, con sus ricos contenidos que promueven y fortalecen nues-tra fe en la palabra de Dios. Que es-ta maravillosa revista siga siendo una seal positiva de vida y esperanza en nuestras vidas, porque nos motiva an ms a ser misioneros y discpulos de Jesucristo en este mundo.

    Aparecido de FreitasIvaipor Brasil

  • Salvadme Reina

    Nmero 67

    Febrero 2009

    El gtico y el Cielo em

    preo

    E

    Febrero 2009 Heraldos del Evangelio 5

    Editorial

    s imposible, en esta tierra de exilio, imaginar las maravillas del Cielo emp-reo, reservadas por Dios como premio para los hombres. Porque como di-ce San Pablo: Cosas que los ojos no vieron, ni los odos oyeron, ni el corazn

    humano imagin, tales son los bienes que Dios tiene preparados para aquellos que lo aman (I Cor, 2, 9).

    Sin embargo, algunos santos tuvieron el privilegio de entrever sobrenaturalmente el lugar de felicidad donde se gozan todas las alegras, tanto espirituales como materiales.

    San Juan Evangelista, arrebatado por una visin proftica, describe en el Apo-calipsis esa Jerusaln celeste, con sus cimientos de zafiro y esmeralda, sus paredes y pavimentos de jade y topacio, las puertas de diamantes y perlas y sus columnas de cristal con incrustaciones en oro puro (cf. Ap, 21).

    San Juan Bosco, que visit el Cielo empreo en uno de sus msticos sueos, as lo presenta a sus jvenes adultos: Las columnas de aquellas casas parecan de oro, diamante y cristal, de modo que producan una agradable impresin, saciaban la vista e infundan un gozo extraordinario. Era un espectculo encantador.

    Llama la atencin el hecho de que en estas opiniones sea representado el Para-so Celeste como una hermosa ciudad constituida de esplndidos edificios. No es, sin embargo, una simple metfora.

    El hombre, en la eternidad, no necesita de viviendas para abrigarse de las incle-mencias del tiempo, pero an le son necesarias habitaciones adecuadas, en la que el cuerpo y el alma se sientan acogidos, y encontrar las condiciones idneas para la convivencia con sus semejantes. Para cumplir este deseo, Dios provee para los bienaventurados una mansin celestial inimaginable y magnfica, en consonancia con la visin beatfica de que gozan sus almas.

    Ahora, cuando en el Padre Nuestro rezamos venga a nosotros tu Reino, pedi-mos que todo en este mundo de la naturaleza al arte, de la tcnica al pensamiento, de la oracin a las formas de gobierno se aproxime lo mximo posible al patrn de sublimidad que existe en el cielo. En el campo de la arquitectura, esto significa pedir que esas celestiales moradas realizadas, sin duda, en un estilo sui generis e indito puedan ser de alguna manera reflejadas en los edificios de la Tierra.

    Resplandeciente de luz y orlada de piedras preciosas, la eterna Jerusaln fue el ideal esplndido hacia el cual tendieron los arquitectos medievales, en su afn de construir en este valle de lgrimas algo anlogo.

    Por lo tanto, el gtico, con sus ojivas y agujas apuntando hacia lo alto y, sobre to-do, con sus vidrieras multicolores y los variados juegos de luces y sombras, da a los hombres un mtico y sobrenatural ambiente, un punto de referencia para, a travs de la Fe, contemplar las bellezas que les esperan en la visin beatfica.

    En su Carta a los artistas, el siervo de Dios Juan Pablo II seala que la fuerza y la sencillez del romnico poco a poco dara paso a la esbeltez y el esplendor del gtico. Y a continuacin afirma: Donde el pensamiento teolgico realizaba la Summa de Santo Toms, el arte de las iglesias someta la materia a la adoracin del misterio.

    Si Dios diera la responsabilidad a los ngeles de levantar grandiosos templos en la Tierra, escogeran un estilo diferente?

    El gtico y El ciElo EmprEo

    Interior de la Sainte-Chapelle Pars

    (Foto: Scala Archives)

  • Del pecado a la libertad

    E

    6 Heraldos del Evangelio Febrero 2009

    La Voz deL PaPa

    Si en la fe de la Iglesia madur la contienda del dogma del pecado original, fue porque est inseparablemente relacionado con otro dogma, el de la

    salvacin y de la libertad en Cristo.

    n la catequesis de hoy trataremos sobre las re-laciones entre Adn y Cristo, delineadas por San Pablo en la conoci-

    da pgina de la carta a los Romanos (Rm 5, 12-21), en la que entrega a la Iglesia las lneas esenciales de la doc-trina sobre el pecado original.

    Cristo y Adn: donde abund el pecado superabund la gracia

    En verdad, ya en la primera car-ta a los Corintios, tratando sobre la fe en la resurreccin, San Pablo ha-ba introducido la confrontacin en-tre el primer padre y Cristo: Pues del mismo modo que en Adn mue-ren todos, as tambin todos revivirn en Cristo. [...] Fue hecho el primer hombre, Adn, alma viviente; el lti-mo Adn, espritu que da vida (1 Co 15, 22.45). Con Rm 5, 12-21 la con-frontacin entre Cristo y Adn se ha-ce ms articulada e iluminadora: San Pablo recorre la historia de la salva-cin desde Adn hasta la Ley y des-de sta hasta Cristo. En el centro de la escena no se encuentra Adn, con las consecuencias del pecado sobre la humanidad, sino Jesucristo y la gra-

    cia que, mediante l, ha sido derra-mada abundantemente sobre la hu-manidad. La repeticin del mucho ms referido a Cristo subraya cmo el don recibido en l sobrepasa con mucho al pecado de Adn y sus con-secuencias sobre la humanidad, has-ta el punto de que San Pablo pue-

    cado de Adn: se podra decir que, si no hubiera sido para demostrar la centralidad de la gracia, l no se ha-bra entretenido en hablar del peca-do que a causa de un solo hombre entr en el mundo y, con el pecado, la muerte (Rm 5, 12). Por eso, si en la fe de la Iglesia ha madurado la conciencia del dogma del pecado ori-ginal, es porque este est insepara-blemente vinculado a otro dogma, el de la salvacin y la libertad en Cristo. Como consecuencia, nunca debera-mos tratar sobre el pecado de Adn y de la humanidad separndolos del contexto de la salvacin, es decir, sin situarlos en el horizonte de la justifi-cacin en Cristo.

    Existe o no el pecado original?

    Pero, como hombres de hoy, debe-mos preguntarnos: Qu es el peca-do original? Qu ensea San Pablo? Qu ensea la Iglesia? Es sosteni-ble tambin hoy esta doctrina? Mu-chos piensan que, a la luz de la histo-ria de la evolucin, no habra ya lugar para la doctrina de un primer peca-do, que despus se difundira en to-da la historia de la humanidad. Y, en consecuencia, tambin la cuestin de

    El don recibido en Cristo sobrepasa

    con mucho al pecado de Adn y sus consecuencias

    sobre la humanidad

    de llegar a la conclusin: Pero don-de abund el pecado sobreabund la gracia (Rm 5, 20). Por tanto, la con-frontacin que San Pablo traza entre Adn y Cristo pone de manifiesto la inferioridad del primer hombre res-pecto a la superioridad del segundo.

    Por otro lado, para poner de relie-ve el inconmensurable don de la gra-cia, en Cristo, San Pablo alude al pe-

  • Febrero 2009 Heraldos del Evangelio 7

    la Redencin y del Re-dentor perdera su fun-damento. Por tanto: existe el pecado origi-nal o no?

    Para poder respon-der debemos distinguir dos aspectos de la doc-trina sobre el pecado original. Existe un as-pecto emprico, es de-cir, una realidad con-creta, visible yo dira, tangible para todos; y un aspecto misterioso, que concierne al fun-damento ontolgico de este hecho.

    En nuestro ser existe una contradiccin interior

    El dato emprico es que existe una contra-diccin en nuestro ser. Por una par-te, todo hombre sabe que debe ha-cer el bien e ntimamente tambin lo quiere hacer. Pero, al mismo tiempo, siente otro impulso a hacer lo contra-rio, a seguir el camino del egosmo, de la violencia, a hacer slo lo que le agrada, aun sabiendo que as acta contra el bien, contra Dios y contra el prjimo.

    San Pablo en su carta a los Ro-manos expres esta contradiccin en nuestro ser con estas palabras: Que-rer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero (Rm 7, 18-19). Esta contradiccin interior de nues-tro ser no es una teora. Cada uno de nosotros la experimenta todos los das. Y sobre todo vemos siempre c-mo en torno a nosotros prevalece es-ta segunda voluntad. Basta pensar en las noticias diarias sobre injusticias, violencia, mentira, lujuria. Lo vemos cada da: es un hecho.

    Como consecuencia de este poder del mal en nuestra alma, se ha desa-rrollado en la historia un ro sucio,

    presenta el mal como algo normal para el hombre. As tambin la tpi-ca expresin esto es humano tie-ne un doble significado. Esto es hu-mano puede querer decir: este hom-bre es bueno, realmente acta como debera actuar un hombre. Pero es-to es humano puede tambin que-rer decir algo falso: el mal es normal, es humano. El mal parece haberse

    convertido en una segunda naturale-za. Esta contradiccin del ser huma-no, de nuestra historia, debe provo-car, y provoca tambin hoy, el deseo de redencin. En realidad, el deseo de que el mundo cambie y la promesa de que se crear un mundo de justi-cia, de paz y de bien, est presente en todas partes: por ejemplo, en la pol-tica todos hablan de la necesidad de cambiar el mundo, de crear un mun-do ms justo. Y precisamente esto es expresin del deseo de que haya una liberacin de la contradiccin que ex-perimentamos en nosotros mismos.

    Cmo se explica ese mal?

    Por tanto, el hecho del poder del mal en el corazn humano y en la his-toria humana es innegable. La cues-tin es: cmo se explica este mal? En la historia del pensamiento, pres-cindiendo de la fe cristiana, existe un modelo principal de explicacin, con algunas variaciones. Este modelo di-ce: el ser mismo es contradictorio, lleva en s tanto el bien como el mal. En la Antigedad esta idea implicaba la opinin de que existan dos princi-

    Audiencia general del mircoles, 3 de diciembre de 2008, en la sala Pablo VI

    LO

    sser

    vato

    re R

    oman

    o

    El poder del mal en el corazn

    humano y en la historia humana es innegable; Cmo

    se explica este mal?

    que envenena la geografa de la his-toria humana. El gran pensador fran-cs Blaise Pascal habl de una se-gunda naturaleza, que se superpone a nuestra naturaleza originaria, bue-na. Esta segunda naturaleza nos

  • 8 Heraldos del Evangelio Febrero 2009

    pios igualmente originarios: un prin-cipio bueno y un principio malo. Es-te dualismo sera insuperable: los dos principios estn al mismo nivel, y por ello existir siempre, desde el origen del ser, esta contradiccin. As pues, la contradiccin de nuestro ser refle-jara slo la contrariedad de los dos principios divinos, por decirlo as.

    En la versin evolucionista, atea, del mundo vuelve de un modo nuevo esa misma visin. Aunque, en esa con-cepcin, la visin del ser es monista, se supone que el ser como tal desde el principio lleva en s el bien y el mal. El ser mismo no es simplemente bueno, sino abierto al bien y al mal. El mal es tan originario como el bien. Y la his-toria humana desarrollara solamente el modelo ya presente en toda la evo-lucin precedente. Lo que los cristia-nos llaman pecado original slo sera en realidad el carcter mixto del ser, una mezcla de bien y de mal que, se-gn esta teora, pertenecera a la na-turaleza misma del ser. En el fondo, es una visin desesperada: si es as, el mal es invencible. Al final slo cuen-ta el propio inters. Y todo progre-so habra que pagarlo necesariamen-te con un ro de mal, y quien quisiera servir al progreso debera aceptar pa-gar este precio. La poltica, en el fon-do, est planteada sobre estas premi-sas, y vemos sus efectos. Este pensa-miento moderno, al final, slo puede crear tristeza y cinismo.

    El mal es resultado de una libertad de la cual se abus

    As, preguntamos de nuevo: Qu dice la fe, atestiguada por San Pablo? Como primer punto, la fe confirma el hecho de la competicin entre am-bas naturalezas, el hecho de este mal cuya sombra pesa sobre toda la crea-cin. Hemos escuchado el captulo 7 de la carta a los Romanos, pero po-dramos aadir el captulo 8. El mal existe, sencillamente. Como explica-cin, en contraste con los dualismos y los monismos que hemos considera-do brevemente y que nos han pareci-

    buena, el Creador. As pues, vivir es un bien; ser hombre, mujer, es algo bueno; la vida es un bien. Despus si-gue un misterio de oscuridad, de no-che. El mal no viene de la fuente del ser mismo, no es igualmente origina-rio. El mal viene de una libertad crea-da, de una libertad que abusa.

    Cmo ha sido posible, cmo ha sucedido? Esto permanece oscuro. El mal no es lgico. Slo Dios y el bien son lgicos, son luz. El mal permanece misterioso. Se lo representa con gran-des imgenes, como lo hace el captu-lo 3 del Gnesis, con la visin de los dos rboles, de la serpiente, del hom-bre pecador. Una gran imagen que nos hace adivinar, pero que no puede explicar lo que es en s mismo ilgico. Podemos adivinar, no explicar; ni si-quiera podemos narrarlo como un he-cho junto a otro, porque es una rea-lidad ms profunda. Sigue siendo un misterio de oscuridad, de noche.

    Pero se le aade inmediatamen-te un misterio de luz. El mal viene de

    una fuente subordinada. Dios con su luz es ms fuerte. Por eso, el mal pue-de ser superado. Por eso la criatura, el hombre, es curable. Las visiones dualistas, incluido el monismo del evolucionismo, no pueden decir que el hombre es curable; pero si el mal procede slo de una fuente subordi-nada, es cierto que el hombre puede curarse. Y el libro de la Sabidura di-ce: Las criaturas del mundo son sa-ludables (Sb 1, 14).

    Y finalmente, como ltimo punto, el hombre no slo se puede curar, de hecho est curado. Dios ha introduci-do la curacin. Ha entrado personal-mente en la Historia. A la permanente fuente del mal ha opuesto una fuente de puro bien. Cristo crucificado y re-sucitado, nuevo Adn, opone al ro su-cio del mal un ro de luz. Y este ro es-t presente en la Historia: son los san-tos, los grandes santos, pero tambin los santos humildes, los simples fieles. El ro de luz que procede de Cristo es-t presente, es poderoso.

    Hermanos y hermanas, es tiempo de Adviento. En el lenguaje de la Igle-sia la palabra Adviento tiene dos signi-ficados: presencia y espera. Presencia: la luz est presente, Cristo es el nue-vo Adn, est con nosotros y en medio de nosotros. Ya brilla la luz y debemos abrir los ojos del corazn para verla, para introducirnos en el ro de la luz. Sobre todo, debemos agradecer el he-cho de que Dios mismo ha entrado en la Historia como nueva fuente de bien. Pero Adviento quiere decir tam-bin espera. La noche oscura del mal es an fuerte. Por ello rezamos en Ad-viento con el antiguo pueblo de Dios: Rorate caeli desuper. Y oramos con insistencia: Ven Jess; ven, da fuerza a la luz y al bien; ven a donde domina la mentira, la ignorancia de Dios, la vio-lencia, la injusticia; ven, Seor Jess, da fuerza al bien en el mundo y ayda-nos a ser portadores de tu luz, agentes de paz, testigos de la verdad. Ven, Se-or Jess!

    (Audiencia General, 3/12/2008)

    El hombre no slo se puede

    curar, de hecho est curado; Dios

    ha introducido la curacin

    do desoladores, la fe nos dice: existen dos misterios de luz y un misterio de noche, que sin embargo est rodea-do por los misterios de luz. El primer misterio de luz es este: la fe nos dice que no hay dos principios, uno bueno y uno malo, sino que hay un solo prin-cipio, el Dios creador, y este principio es bueno, slo bueno, sin sombra de mal. Por eso, tampoco el ser es una mezcla de bien y de mal; el ser como tal es bueno y por eso es un bien exis-tir, es un bien vivir. Este es el gozoso anuncio de la fe: slo hay una fuente

  • En Mara resplandece

    la victoria de Cristo

    L

    Febrero 2009 Heraldos del Evangelio 9

    Todos los derechos sobre los documentos pontificios quedan reservados a la Librera Editrice Vaticana. La versin ntegra de los mismos puede ser consultada en www.vatican.va

    El misterio de la Inmaculada Concepcin nos recuerda el pecado original y la victoria de la

    gracia de Cristo sobre l, victoria que resplandece de modo sublime en Mara Santsima.

    a existencia de lo que la Iglesia llama pecado original es de una eviden-cia aplastante: bas-

    ta mirar nuestro entorno y sobre todo dentro de nosotros mismos. En efec-to, la experiencia del mal es tan con-sistente, que se impone por s misma y suscita en nosotros la pregunta: de dnde procede? Especialmente pa-ra un creyente, el interrogante es an ms profundo: si Dios, que es Bon-dad absoluta, lo ha creado todo, de dnde viene el mal?

    La muerte entr en el mundo por la envidia del demonio

    Las primeras pginas de la Biblia (Gn 1-3) responden precisamente a esta pregunta fundamental, que inter-pela a cada generacin humana, con el relato de la creacin y de la cada de nuestros primeros padres: Dios cre todo para que exista; en particular, cre al hombre a su propia imagen;

    no cre la muerte, sino que sta en-tr en el mundo por envidia del diablo (cf. Sb 1, 13-14; 2, 23-24), el cual, rebe-lndose contra Dios, enga tambin a los hombres, inducindolos a la re-belin. Es el drama de la libertad, que Dios acepta hasta el fondo por amor, pero prometiendo que habr un hijo de mujer que aplastar la cabeza de la antigua serpiente (Gn 3, 15).

    Mara, mujer llena de gracia

    As pues, desde el principio, el eter-no consejo como dira Dante tie-ne un trmino fijo (Paraso, XXXIII, 3): la Mujer predestinada a ser ma-dre del Redentor, madre de Aquel que se humill hasta el extremo para devolvernos a nuestra dignidad origi-nal. Esta Mujer, a los ojos de Dios, tie-ne desde siempre un rostro y un nom-bre: Llena de gracia (Lc 1, 28), como la llam el ngel al visitarla en Naza-ret. Es la nueva Eva, esposa del nuevo Adn, destinada a ser madre de todos los redimidos. San Andrs de Creta

    Benedicto XVI al final del ngelus en la Plaza de San Pedro

    escribi: La Theotkos Mara, el re-fugio comn de todos los cristianos, fue la primera en ser liberada de la primi-tiva cada de nuestros primeros padres (Homila IV sobre la Navidad, PG 97, 880 A). Y la liturgia de hoy afirma que Dios prepar una digna morada pa-ra su Hijo y, en previsin de su muerte, la preserv de toda mancha de pecado (Oracin Colecta).

    Queridos hermanos, en Mara In-maculada contemplamos el reflejo de la Belleza que salva al mundo: la be-lleza de Dios que resplandece en el rostro de Cristo. En Mara esta be-lleza es totalmente pura, humilde, sin soberbia ni presuncin. As se mostr la Virgen a Santa Bernardita, hace 150 aos, en Lourdes, y as se la vene-ra en numerosos santuarios.

    (Extrado del ngelus 8/12/2008)

    Vic

    tor

    Toni

    olo

  • V

    10 Heraldos del Evangelio Febrero 2009

    a EvangElio Aino hacia l un leproso que, suplicando de rodillas, le deca: Si quieres, puedes limpiar-me. Enternecido, Jess extendi su mano, le toc y dijo: Quiero, queda limpio. Al ins-tante desapareci la lepra y qued limpio. Y amonestndole severamente, le despidi, di-

    cindole: Mira, no digas nada a nadie, sino vete, mustrate al sacerdote y ofrece por tu purificacin lo que mand Moiss, para que les sirvas de testimonio. Pero l, en cuanto se fue, comenz a pre-gonar a voces la noticia, de manera que Jess ya no poda entrar pblicamente en ninguna ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios. Y acudan a l de todas partes. (Mc 1, 40-45)

    Jess cura un leproso Duomo de Monreale,

    Sicilia (Italia)

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    ty Im

    age

  • Cul es la peor lepra?

    Mons. Joo Scognamiglio Cl Dias, EP

    Febrero 2009 Heraldos del Evangelio 11

    Comentario aL eVangeLio domingo Vi deL tiemPo ordinario

    La lepra del alma es ms contagiosa y terrible que el mal de Hansen, pues arranca la paz de conciencia, amarga la vida y prepara la muerte eterna. Si fuera tan visible como la lepra fsica, cunto ms repulsiva sera a nuestros ojos!

    to Jess dominaba cualquier enfer-medad (Mt 8,8), perdonaba los pe-cados (Mt 9,6; Mc 2, 9-11), expulsa-ba los demonios (Mc 3,15), etc. Por eso mismo, l pudo afirmar: Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra (Mt 28,18); y ms tarde, San Pablo insistira en este punto funda-mental de nuestra fe: Para nosotros es fuerza de Dios (1 Cor 1,18); Cristo es fuerza de Dios y sabidura de Dios (1 Cor 1,24); y ms adelante: nos re-sucitar tambin a nosotros por su po-der (1 Cor 6,14).

    La fe en esa omnipotencia de Dios nos permite admitir ms fcilmente las dems verdades, y de manera es-

    I OmnIpOtencIa del VerbOJesucristo dio a conocer su huma-

    nidad con su nacimiento en una gru-ta de Beln, con su hambre, sed o cansancio, e incluso cuando se dur-mi en la barca. Por otro lado, mani-fest su divinidad a travs de los in-numerables milagros realizados, por ejemplo cuando calm los vientos y el oleaje con el imperio de su Voz, o cuando resucit a Lzaro. Cris-to, como Ser infinito, es todopode-roso 1, y por eso, excluyendo lo con-tradictorio, todas las posibilidades son objeto de su poder. Omnipo-tente es el nombre propio de Dios (Gn 17,1), ya que basta su sola Pa-

    labra para producir a todas las cria-turas (Gn 1, 3-30).

    Los milagros de Jess prueban su divinidad

    Ahora bien, Santo Toms de Aqui-nos ensea que, como la naturaleza humana de Cristo est unida a la di-vina, l recibi como Hombre la mis-ma omnipotencia que el Hijo de Dios tiene desde la eternidad, ya que am-bas naturalezas poseen hipostti-camente una sola y nica Persona. 2 La propia alma adorable de Cristo, no por s misma sino como instru-mento del Verbo, tiene completo po-der. 3 Tal es la razn por la cual Cris-

  • 12 Heraldos del Evangelio Febrero 2009

    pecial las acciones que sobrepasan el orden natural. Las obras excelentes y admirables guardan proporcin con un Dios todopoderoso: Porque nada hay imposible para Dios (Lc 1,37).

    Santo Toms de Aquino nos dice: Dios concede al hombre el poder de hacer milagros por dos motivos. Pri-mero y principal, para confirmar la verdad que alguno ensea; porque las cosas que son de fe exceden a la razn humana y no pueden probarse por ra-zonamientos humanos, sino que es preciso se prueben por el argumento de la potencia divina, a fin de que, cuan-do alguno realiza obras que slo Dios puede hacer, crean todos que las cosas que se afirman proceden de Dios; co-mo, cuando alguno lleva cartas sella-das con el anillo del rey, se cree haber procedido de la voluntad real lo que en ellas se contiene. Segundo, para mani-festar la presencia de Dios en el hom-bre por la gracia del Espritu Santo; esto es, a fin de que, cuando el hom-bre hace las obras de Dios, se crea que Dios habita en l por la gracia, por lo cual se dice: El que os da el Espritu y obra milagros entre vosotros (Gl 3, 5).

    Pero fue menester que estas dos cosas se manifestasen a los hombres acerca de Cristo; esto es, que Dios esta-ba en l por la gracia, no de adopcin, sino de unin; y que su doctrina sobre-natural vena de Dios. Por lo tanto, fue muy conveniente que hiciese milagros. Por esta razn dice l mismo: Ya que no me creis a m, creed a las obras (Jn 10, 38); y Las obras que el Padre me encarg llevar a cabo dan testi-monio en favor mo (Jn 5, 36). 4

    Estos son los motivos que lleva-ron a los Apstoles a creer en Je-

    ss despus del milagro en las Bodas de Can de Galilea

    (Jn 2,11); y muchos otros ms se sintieron impulsa-dos a creer despus de la

    resurreccin de Lzaro (Jn 11,1-44).

    El mismo Cristo cita sus obras co-

    mo prueba de su divinidad: Id y con-tad a Juan lo que habis odo y visto: los ciegos ven, los cojos andan, los le-prosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados (Mt 11,4-5). Las obras que yo hago en nombre de mi Pa-dre dan testimonio de m Si no ha-go las obras de mi Padre, no me creis; pero si las hago, aunque no me creis a m, creed por las obras, para que sepis y conozcis que el Padre est en m y yo en el Padre (Jn 10,25.37-38).

    La Iglesia, un milagro permanentemente renovado

    S, Jesucristo es el Hijo de Dios vi-vo, tal como afirm Pedro en Cesarea de Filipo (Mt 16,16), y por tanto, om-nipotente al igual que el Padre. Entre la multitud de sus milagros, cul ha-

    br sido el ms extraordinario? Aun-que es difcil decirlo con toda seguri-dad, cierta conjetura ofrece una con-sistencia considerable y gran aparien-cia de ser la ms probable.

    La Santa Iglesia atraves innume-rables tragedias a lo largo de sus vein-te siglos de existencia; tragedias ca-paces de hacer desaparecer cualquier estado o gobierno. Ya en sus albores tuvo que enfrentarse al fijismo reli-gioso del pueblo judo.

    La Redencin se obr en el mbi-to de dicha nacin: las primeras ac-ciones, organizaciones y proselitismo fueron efectuados por judos el pro-pio Fundador, los Apstoles, etc. y exclusivamente sobre los israelitas. A pesar de todo, siendo una mentalidad

    blindada en sus propios conceptos, la Iglesia poda ser sofocada a poco de nacer. Quin habra podido anticipar las decisiones del primer concilio, el de Jerusaln, que se aparta del judas-mo y se abre a todos los pueblos? Si el Espritu Santo no hubiera inspirado a los Apstoles en este sentido, cun-tos aos de vida habran sido concedi-dos a la Iglesia?

    Pari passu, surgi la hereja de la Gnosis, que complaca las malas in-clinaciones de aquellos tiempos; sus adeptos decan haber recibido la mi-sin de explicar y resolver el pro-blema de la existencia del mal en el mundo. Fue un gran peligro para la Iglesia en aquella fase histrica.

    Si tratramos de enumerar todos los ataques sufridos por la Iglesia a lo largo de estos dos milenios, sera un cuento de nunca acabar. Bstenos recordar las persecuciones romanas, la invasin de los brbaros, el arria-nismo, los ctaros y albigenses, Avig-non, el Renacimiento, protestantismo y humanismo, la Revolucin France-sa, el comunismo O sea, la Santa Iglesia viene recibiendo los ataques ms violentos que haya conocido la Historia, ya sea externa como inter-namente.

    No obstante, nunca se ha podi-do decir que lleg el final. Esto slo ocurrir cuando se cumpla la profe-ca de Jess: Este Evangelio del rei-no ser predicado en todo el mundo, en testimonio para todas las naciones. Y entonces vendr el fin (Mt 24,14). En orden a esta profeca, l envi a los Doce al mundo entero para que predicaran y bautizaran, incluso en medio de las persecuciones, siempre convencidos de que las puertas del infierno no prevalecern contra Ella (Mt 16,18).

    El Redentor afirm adems, tajan-temente: Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. [] Y sabed que yo estoy con vosotros todos los das hasta la consumacin de los siglos (Mt 28, 18 y 20). Estos dos versculos muestran cmo la Iglesia ha existido,

    La Iglesia, un milagro

    permanentemente renovado por su Fundador

  • Febrero 2009 Heraldos del Evangelio 13

    existe y existir siempre gracias a un milagro, renovado permanentemente por las divinas y adorables manos de su Fundador.

    La curacin del leproso relata-da por el Evangelio de este domingo VI del Tiempo Ordinario, ha de com-prenderse teniendo en consideracin la omnipotencia divina, tan clara-mente comprobada por los milagros del Hombre-Dios, Jesucristo, de ma-nera especial el de la inmortalidad de la Santa Iglesia.

    II cura del leprOsOVino hacia l un leproso que, suplicando de rodillas, le de-ca: Si quieres, puedes limpiar-me.

    La lepra fue siempre una enferme-dad dramtica, de indescriptible su-frimiento fsico y graves secuelas so-ciales. Adems, en esos tiempos era incurable la mayora de las veces.

    La ms temida de las enfermedades

    Pequeas manchas blancas, in-sensibles, en cualquier parte de la epidermis las que con el tiempo degeneran en lceras y se esparcen a travs del cuerpo pueden ser indi-cio de este mal. Cuando llega al au-ge, pies y manos se vuelven edema-tosos, se abren las carnes, se caen las uas y luego se desprenden los de-dos y tobillos. La cara toma rasgos monstruosos y se enronquece la voz. De las fosas nasales puesto que la nariz se ha cado ya escurre un l-quido purulento que se mezcla con la terrible fetidez del aliento. Estos efectos acaban causndole a la vc-tima, aparte de dolores fsicos, un abatimiento anmico tan formidable que lo conduce a la desesperacin y por fin a la muerte. Pero si en cam-bio obtiene la curacin, una blancu-ra asombrosa cubrir su cuerpo de alto abajo.

    Por todo esto, la lepra era la en-fermedad ms temida por los judos,

    y muchas veces la crean un castigo de Dios (2 Cron 26, 19-20); cuando se indignaban contra alguien, slo le desea-ban esta plaga en casos extremos (2 Sam 3,29 y 2 Re 5,27).

    Al ser declarado impuro por el sacerdote, el leproso era inmediata-mente excluido de las relaciones so-ciales. Deba irse al campo, pudien-do tomar contacto slo con otros le-prosos (Lc 17,12). No se trataba de vivir en presidio, puesto que en ciu-

    dades no rodeadas por murallas, po-da entrar a las sinagogas e inclu-so quedarse en un rincn, aislado del resto por un muro o una rejilla, siempre y cuando ingresara primero y saliera en ltimo lugar. Sin embar-go, el desplazamiento se le haca ca-da vez ms difcil porque el mal pe-netraba lentamente en todo el orga-nismo, alcanzando no slo las car-nes sino tambin los msculos y ten-dones, nervios y huesos. Para acen-tuar el tono trgico, con su voz gan-gosa cubierta por un pao de lino en la parte inferior del rostro, esta-ba obligado a gritarle a los transen-tes: Tam! Tam! (Impuro, im-puro!) para evitar que se le acerca-ran (Lev 13,45).

    Con el avance de la enfermedad, progresa tambin la fe

    El leproso del Evangelio de hoy deba tener un tanto de vida interior, hallndose habituado de cierto modo a la oracin. Por eso, al arrodillarse manifiesta en el fondo la misma fe y humildad del centurin cuando dijo a Jess: Seor, no soy digno (Mt 8,8). La escena recuerda tambin la ora-cin del publicano en contraste a la del fariseo que sube al Templo para rezar. En los tres casos se trata de hu-mildad autntica, venida del corazn, pues Dios no soporta la hipocresa. Cuntas oraciones habr rechazado Dios a lo largo de los siglos a causa del orgullo farisaico con que fueron realizadas!

    Con el avance de su ruina fsica, progresaba tambin la fe del leproso, al punto de creer en la omnipotencia divina y la infinita bondad de Jess, al encontrarlo. Estaba seguro de que una simple manifestacin de la vo-luntad del Salvador era suficiente pa-ra curarlo.

    San Beda comenta esa humildad hecha de fe:

    Y porque dice el Seor: No he venido a destruir la ley, sino a cumplirla, aquel, que como leproso estaba ex-cluido de la ley, juzgando haber sido curado por el poder de Dios, indic

    Cuntas oraciones habr rechazado Dios a causa del orgullo farisaico con que fueron

    realizadas!

    Ya que no me creis a m, creed a las

    obras (Jn 10, 38)

    Jess cura un ciego Iglesia de Saint-Germain-lAuxerrois, Pars

    Sergio Hollmann

  • 14 Heraldos del Evangelio Febrero 2009

    que la gracia, que puede lavar la man-cha del leproso, no estaba en la ley, si-no sobre ella. Y en verdad que, as co-mo se declara en el Seor la autoridad de la potestad, as tambin en aquel la constancia de la fe. E hincndose de rodillas, le dijo: Seor, si T quieres, puedes limpiarme. l se arrodilla ca-yendo sobre su faz, lo que es seal de humildad y vergenza, para que cada cual se avergence de las manchas de su vida; pero esta vergenza no impide su confesin: muestra la llaga, y pide el remedio, y la misma confesin est llena de religin y de fe. Si quieres, di-ce, puedes: esto es, puso la potestad en la voluntad del Seor. No dud de la voluntad de Dios como un impo, sino como el que sabe lo indigno que es de ella por las manchas que le afean. 5

    Si reconocemos nuestras miserias, como el Publicano, debemos recono-cer tambin que el pecado es la le-pra del alma. Si fuera tan visible co-mo la lepra fsica, cunto ms repul-siva sera a todos los ojos! Pero nada hay oculto para Dios, y as es como l ve las almas de quienes se encuen-tran en pecado.

    El leproso vino hacia l. Ha comprendido que, para su felicidad, le bastaba acercarse al Salvador. Es de desear que suceda lo mismo con nosotros, es decir, que jams desvie-mos nuestra mirada de Cristo.

    Ternura, bondad y compasin del Divino Mdico

    Enternecido, Jess extendi su mano, le toc y dijo: Quie-ro, queda limpio. Al instan-te desapareci la lepra y qued limpio.

    La reaccin de Jess no fue de extraeza, mucho menos de desprecio ni de horror, sino de com-

    pasin. As se manifies-ta su Sagrado Cora-

    zn cuando le presenta-

    mos, con hu-

    mildad y verdadero arrepentimiento, nuestras miserias.

    Y al tocar al leproso, hace an ms evidente su ternura hacia l. Por qu le toc el Seor, cuando la ley prohiba tocar a los leprosos? pre-gunta Orgenes, y responde Le to-c para mostrar que todas las cosas son limpias para el limpio (Tt 1, 15), ya que la suciedad de unos no se adhie-re a otros, ni la inmundicia ajena man-cha a los inmaculados. Adems le to-c para demostrar humildad, para en-searnos a no despreciar a nadie, pa-ra no odiar a nadie, para no despreciar a nadie en razn de las heridas o man-chas del cuerpo, que son una imita-cin del Seor y fue por lo que l mis-mo lo hizo Al extender la mano pa-

    ra tocarle, la lepra desapareci; la ma-no del Seor no encontr la lepra, sino que toc un cuerpo ya curado. Consi-deremos ahora nosotros, queridsimos hermanos, que no haya en nuestra al-ma la lepra de ningn pecado; que no retengamos en nuestro corazn ningu-na contaminacin de culpa, y si la tu-viramos, al instante adoremos al Se-or y digmosle: Seor, si quieres, pue-des limpiarme (Mc 1, 40). 6

    En el mismo sentido comenta San Juan Crisstomo: Y no se content el Seor con decir: Quiero, queda lim-pio, sino que, extendiendo su mano, toc al leproso. Lo cual es muy digno de consideracin. Por qu, en efecto, a la vez que limpia al leproso con su solo querer y palabra, aade tambin el contacto de su mano? A mi parecer,

    no por otra causa sino porque quiso mostrar tambin aqu que l no esta-ba bajo la ley, y que en adelante, para el limpio todo haba de ser limpio (Tt 1, 15) El Seor da a entender que l no cura como siervo, sino como Seor, y no tiene inconveniente en tocar al le-proso. Porque no fue la mano la que se manch la lepra, sino el cuerpo del le-proso el que qued limpio al contacto de la mano divina. 7

    El versculo deja en claro que de parte de Jess siempre est la omni-potencia divina ansiosa por salvarnos, con tal que no pongamos obstculos. Por eso, si le oponemos resistencia y no sacamos provecho de las libera-

    La omnipotencia divina est

    siempre ansiosa por salvarnos

    Las obras que el Padre me encarg llevar a cabo dan

    testimonio en favor mo (Jn 5, 36)

    Jess cura un paraltico - Mosaico italiano de la Iglesia

    Ortodoxa de la Sangre derramada San Petersburgo

    (Rusia)

  • Febrero 2009 Heraldos del Evangelio 15

    les disposiciones de nuestro Reden-tor para curarnos de nuestra lepra y santificarnos, los culpables seremos nosotros y nadie ms que nosotros.

    El carcter instantneo de la cu-racin demuestra el poder absolu-to de su voluntad y nos hace supo-ner que el ex leproso, en su aspec-to general, qued ms hermoso que antes de contraer la enfermedad. El acontecimiento nos llena de confian-za, porque tambin podemos obtener la cura de nuestro orgullo, y de tan-tos otros defectos, si con ardor, hu-mildad y perseverancia vamos al en-cuentro de Nuestro Seor Jesucristo,

    implorndole que se apiade de noso-tros.

    Por eso, jams debemos deses-perar de la cura para nuestras mise-rias espirituales. Por peores que stas puedan ser, nunca podrn superar el infinito poder de Dios, a quien le bas-tar siempre un mero acto de volun-tad. Mientras ms insolubles parez-can nuestras crisis, ms rutilante se-r la gloria del Divino Mdico. Si re-currimos a l encontraremos ternu-ra, bondad y compasin.

    Jess completa la obra enviando la prueba a los sacerdotes

    Y amonestndole severamen-te, le despidi, dicindole: Mi-ra, no digas nada a nadie, si-

    no vete, mustrate al sacerdo-te y ofrece por tu purificacin lo que mand Moiss, para que les sirvas de testimonio.

    La caridad tambin posee como un santo pudor, semejante al de la virtud de la castidad, y por eso bus-ca cubrirse de velos ante las miradas ajenas. A propsito de lo cual, co-menta San Juan Crisstomo: De es-te modo nos ensea a no buscar co-mo retribucin, por nuestras obras, la honra entre los hombres. [...] Le man-da el Salvador al sacerdote para prue-ba de la medicina, y para que no estu-viera fuera del templo, y pudiese orar en l con los dems. Le mand tam-bin para cumplir con lo prescrip-to por la ley, y para acallar la male-dicencia de los judos. As pues, com-

    plet la obra, mandndoles la prueba de ella. 8

    Estos versculos nos muestran el gran empeo de Jess en que se ob-servara la Ley. El beneficiario del mi-lagro quera seguir a Nuestro Seor y no abandonarlo ms, pero Cristo le habla en tono severo y amenazador, obligndolo antes que nada a pre-sentarse ante los sacerdotes. Obteni-da una curacin tan brillante de una enfermedad que lleva a la muerte, se comprende que el antiguo leproso no quisiera apartarse, aunque fuera pa-ra cumplir unos tantos preceptos le-gales; pero Jess no quera escanda-lizar a nadie, y por eso evitaba dar la impresin de que sus actos eran con-trarios a las determinaciones de Moi-ss.

    Ahora bien, en este caso la Ley dispona que el beneficiado con el milagro ofreciera tres sacrificios: uno de culpabilidad, otro de expiacin y un tercero de holocausto (Lev 14, 10-13). Los ricos ofrendaban corderos y los pobres, aves. Estas medidas de-ban cumplirse con urgencia. Ade-ms, para quienes servan en el Tem-plo era apostlico el hecho de tomar conocimiento rpido del milagro. Una vez que lo hubieran comproba-do, le daran oficialidad reintrodu-ciendo al ex-leproso en la sociedad, y si los acometa su acostumbrada envi-dia, no podran acusar de nada al ver-dadero Mesas. Eso explica mejor la firmeza con que el Divino Maestro se dirige al recin curado: Y amones-tndole severamente, le despidi.

    Con respecto a la necesidad le-gal de presentarse ante el sacerdo-te, podemos ver tambin cierta cer-cana con la obligacin de buscar la Confesin cuando alguien cae vcti-ma de la lepra del pecado; sin em-bargo, hay que enfatizar la enorme superioridad del sacramento de la Recon-ciliacin comparado al antiguo rito, ya que res-tablece la amistad del alma con Dios y con-

    Tambin podemos obtener la cura

    de nuestros defectos

    si vamos al encuentro de Jess

    Gus

    tavo

    Kra

    lj

  • 16 Heraldos del Evangelio Febrero 2009

    sigo misma, obliga la restitucin de los bienes mal habidos, impone al hombre un mejor conocimiento de s mismo, etc. Asimismo, existen abul-tadas diferencias entre ambos sa-cerdocios. En la Antigua Ley, el sa-cerdote se limitaba a constatar y re-gistrar la cura corporal; en el Nue-vo Testamento el sacerdote no slo constata la cura, sino que presta su laringe a Jess para que l la realice verdaderamente.

    El Divino Maestro se quedaba en los lugares desiertos

    Pero l, en cuanto se fue, co-menz a pregonar a voces la noticia, de manera que Jess ya no poda entrar pblicamente en ninguna ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares soli-tarios. Y acudan a l de todas partes.

    Por ms que el conmovido ex le-proso hubiera comprobado la severi-dad del Divino Maestro, sta no pu-do frenar la exuberancia de su ale-gra. Parti a proclamar por todas partes la maravilla de la que haba si-do objeto por parte del Salvador.

    Por eso, ya no fue posible que Je-ss se mostrara en las ciudades. Se vio obligado a retirarse a los campos desiertos, lejos del gento que lo acla-maba apenas lo encontraba. De esta forma, tuvo que abandonar durante cierto tiempo su intenso apostolado, pero dedicndose a la pura contem-placin que tanto amaba. Esa con-templacin, como sabemos, es causa de los buenos frutos de la accin, tal como comenta San Beda: Despus

    de hecho el milagro en la ciudad, se retira el Seor al desierto,

    para manifestar que prefie-re la vida tranquila y sepa-rada de los cuidados del si-

    glo, y que por esta prefe-rencia se con-sagra al cui-dado de sanar los cuerpos. 9

    III cOnsIderacIOnes fInales

    Hemos sido concebidos y naci-mos bajo los estigmas del pecado original; por el pecado nos transfor-mamos en enemigos de Dios. 10 Y si la lepra fsica afea el cuerpo, la del alma el pecado la vuelve horro-rosa a los ojos de Dios, de los n-geles y de los Bienaventurados. Esta lepra acarrea consecuencias has-ta para el cuerpo, pues, como dijo Nuestro Seor, el pecador se hace esclavo del pecado (Jn 8,34), perju-dicando con ello su propia salud f-sica.

    estn libres de la enfermedad, no acrecientan su desgracia. Pero con la lepra del pecado no sucede lo mis-mo: al causar contagio aumentamos nuestra culpa.

    Por ms que la lepra precipite en condiciones miserables que, de no ser tratadas, slo desembocan en la muerte, el pecado es mucho peor, puesto que le arrebata al alma su paz de conciencia, la amarga y le prepara la muerte eterna.

    Consideremos la gran superiori-dad del alma sobre el cuerpo. Ha sido creada como imagen de la Santsima Trinidad, y como obra maestra de las manos de Dios, lleva consigo adems el precio infinito de la Preciosa San-gre de Nuestro Seor Jesucristo. Por esto mismo, los males del alma siem-pre son ms graves que los del cuer-po.

    Los estigmas del mal de Hansen, siendo fsicos, son fciles de recono-cer para la vctima; en cambio el pe-cador, mientras ms avanza en las tortuosas vas del pecado, se perca-ta cada vez menos del abismo al que va rodando. As, cmo podr obte-ner la cura?

    Es terrible pensar tambin que los sufrimientos de un leproso aban-donado a su propia suerte se acaban al fallecer; y si los acept con resig-nacin y amor a Dios, abrir sus ojos a la eternidad feliz. Los del pecador no slo se perpetan en la eterni-dad, sino que se vuelven incompara-blemente ms atroces despus de la muerte.

    No dejemos pasar un solo da sin recibir a Jess Eucarstico

    Cmo curar la lepra del peca-do?

    Muchos son los caminos que lle-van a la curacin total, es decir, la santidad plena. Sin embargo, existe uno que sobresale entre todos, y nos lo indica el Evangelio de hoy cuando afirma que el leproso vino hacia l, o sea, fue en busca de Jess.

    Por ms que la lepra precipite en condiciones

    miserables, el pecado es mucho peor

    Efectos de la lepra del cuerpo y la lepra del alma

    Si el leproso se vuelve un paria de la sociedad, condenado al aislamien-to y el abandono, el pecado, a su vez, no slo hace perder la inhabitacin de la Santsima Trinidad en el alma del pecador, sino tambin lo exclu-ye de la sociedad de los elegidos y los santos.

    Adems, la lepra del alma es ms contagiosa que la fsica, pues puede propagarse incluso a distan-cia mediante palabras, conversacio-nes, pensamientos, escndalos, ma-los ejemplos, influencia, maledicen-cia, etc., y muchas veces de manera tal que no se logran reparar los males oriundos de su difusin.

    Tampoco debemos olvidar que cuando los enfermos de este mal se comunican entre s, no ya con los que

  • Febrero 2009 Heraldos del Evangelio 17

    No se trata de esperar que Jess

    vaya hacia el pecador; es ste quien debe ir en busca del Seor

    No se trata de esperar que Jess vaya hacia el pecador; es ste quien debe ir en busca del Seor. Y mien-tras ms avanzado sea el estado de su lepra, ms confianza debe te-ner en que ser bien recibido. No de-be permitirse jams el mnimo asomo de desaliento, o peor todava, de des-confianza.

    Y dnde encontrar a Cristo?l no est de paso entre nosotros,

    como sucedi en la vida del leproso del Evangelio, sino de manera per-manente: Yo estoy con vosotros to-dos los das hasta la consumacin de los siglos (Mt 28,20). S! Cristo se encuentra continuamente en la Eu-carista en Cuerpo, Sangre, Alma y

    Divinidad, y la Comunin frecuente mejor an, diaria ser el medio

    ra hacerlos as cada vez ms semejan-tes a su santidad.

    Aquellas divinas y sagradas ma-nos, cuyas caricias encantaban a

    los pequeos, y curaban a todos los enfermos a quienes se acer-

    caban; esas mismas manos to-dopoderosas que calmaban los vientos y los mares, de-volvan la vida a los cadve-res y perdonaban los peca-dos, estarn en lo ntimo de quien reciba a Jess en la Comunin Eucarstica, pa-ra santificarlo.

    Es conveniente en grado sumo aceptar la invitacin hecha por la Iglesia a todos

    los bautizados, en el sentido de no dejar pasar un solo da

    sin recibir al Seor Eucarsti-co; pero la accin de Jess se-

    r todava ms eficaz en las almas que lo hagan por medio de Aque-

    lla que lo trajo a la Encarnacin: su Madre que tambin es nuestra, Ma-ra Santsima.

    1 AQUINO, Santo Toms de Suma Teolgica, I q. 25 a. 2c.

    2 AQUINO, Santo Toms de Suma Teolgica, I q. 25 a. 3c.

    3 AQUINO, Santo Toms de Suma Teolgica, III q. 13 a. 1 ad 1.

    4 AQUINO, Santo Toms de Suma Teolgica, III q. 43 a. 1c

    5 AQUINO, Santo Toms de Catena Aurea in Mc.

    6 ORIGENES Homilas sobre el Ev. de Mateo, 2, 2-3.

    7 CRISSTOMO, San Juan Homi-las sobre el Ev. de Mateo, 25, 2 Pg 57, 329.

    8 AQUINO, Santo Toms de Catena Aurea in Mc.

    9 AQUINO, Santo Toms de Catena Aurea in Mc.

    10 Denzinger-Hner-mann, 1528.

    Victo

    r Ton

    iolo

    No dejar pasar un solo da sin recibir al Seor Eucarstico por medio de Aquella que lo trajo a la Encarnacin: Mara Santsima.

    Nuestra Seora del Santsimo Sacramento Sacrista Papal de la Baslica de Santa Mara la Mayor, Roma

    en que ir asumiendo interiormente a quienes lo reciben en su gracia, pa-

  • Un arte nacido de la fe

    Jos Manuel Jimnez

    18 Heraldos del Evangelio Febrero 2009

    eL estiLo gtiCo

    La arquitectura medieval, que disemin obras monumentales por toda la Europa cristiana, no es fruto de ningn genio de

    clculo estructural; es un arte nacido de la fe. Y esta virtud es un

    don de Dios, no un producto del esfuerzo humano.

    Catedral de Amiens (Francia)

    Leo

    pold

    o W

    erne

    r

  • DFebrero 2009 Heraldos del Evangelio 19

    ejamos la autopis-ta y continuamos por una sinuosa carrete-ra provincial hasta un monasterio benedic-

    tino. Estbamos viajando por Fran-cia, y la persona que me acompaaba deseaba confesarse.

    La alameda recubierta de piedras nos invitaba a poner de lado la vertigi-nosa velocidad del mundo moderno y adoptar otra ms adecuada al intelec-to humano. O sea, una velocidad en la que el hombre es capaz de asimilar la informacin que el ambiente coloca a disposicin de su inteligencia.

    Cuando el coche se detuvo, pudi-mos or algo que haca mucho tiempo no resonaba en nuestros odos: el can-to alborozado de los pajarillos. El sol de otoo, filtrado por el ramaje de los rboles, realzaba el dorado de las ho-jas que cubran el suelo y nos servan de suave alfombra en el corto trayec-to hasta el gran portn de madera. En vez de timbre elctrico, encontramos una argolla de hierro en el extremo de una cadena, con la cual tocamos una campana cuyo sonido era armnico con el gorjeo de las avecillas.

    No tard en aparecer el hermano portero. Mi amigo le explic el moti-vo de nuestra visita y ste nos invit a esperar en la iglesia monacal la llega-da de un monje confesor.

    Un templo acogedor en su grandeza

    Hacia all nos dirigimos. Una cier-ta intimidad llena de penumbra nos detuvo en el umbral de la puerta: fue necesario dejar pasar unos instantes para que nuestros ojos, an ofusca-dos por la agresiva luminosidad de la carretera, estuviesen en condiciones de apreciar las maravillas contenidas en el interior de la iglesia.

    sta se mostraba acogedora en su grandeza. El granito del suelo y de las paredes era acariciado por los multi-colores rayos de luz de las vidrieras. Las columnas rectilneas se alzaban hacia las bvedas ojivales, donde los arcos se cruzaban formando estrellas,

    en cuyo centro destacaban grandes esculturas.

    Tras un breve acto de adoracin al Santsimo Sacramento, caminamos por la nave central, dejndonos en-volver, tambin nosotros, por las lu-minosas policromas de las vividrie-ras. El silencio sonoro del templo va-co responda al eco de nuestros pa-sos, invitndonos a avanzar.

    En las naves laterales, se enfila-ban sencillos altares, monacales, don-de, despus de la solemne Misa con-ventual celebrada en el altar ma-yor, con nubes de incienso elevndo-se por los aires y melismas gregoria-nos acentuando las palabras de la Li-turgia cada monje sacerdote reza-ba una misa particular por las ms va-riadas intenciones: el bien de la Igle-sia, la paz en el mundo, la conversin de los pecadores, la santificacin de las familias, la perfeccin de las per-sonas de vida consagrada, el heros-mo de los mrtires...

    Cada uno de estos altares reme-moraba la gloria de un asceta, o una virgen, un soldado de Cristo, un alma caritativa, un gobernante cristiano, una madre de familia... Jernimo pe-nitente, Ins cndidamente virginal, Sebastin impvido guerrero, Luis el rey bondadoso, Mnica la madre ca-riosa... Y, claro est, varios santos benedictinos que siguieron, en la tie-rra, la va espiritual de su fundador, San Benito: Plcido, Mauro, Odiln, Beda, Alberto, Escolstica, Hildegar-da, Mechtilde, Adelaida...

    Catecismos estampados en las vidrieras

    Llegamos al centro de la iglesia. Al igual que tantos otros edificios gticos, su nave principal superaba ampliamen-te los veinte metros de altura. Osadas que los arquitectos medievales realiza-ban con el desprendimiento del artista annimo y sin ambiciones, cuya obra slo tena una meta: la gloria de Dios y la santificacin de las almas.

    Delimitando por ambos lados a la nave central, tres planos se superpo-

    Catedral de Rouen (Francia)

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  • 20 Heraldos del Evangelio Febrero 2009

    nan. En la parte inferior, una secuen-cia de columnas, un tanto desalinea-das, abra espacio para las naves latera-les. Encima de stas, un piso interme-dio miraba para la nave central a tra-vs de las ventanas del triforio. En esa estrecha galera el fiel poda rezar sin ser importunado o asistir a las grandes ceremonias cuando el pueblo cristiano abarrotaba el templo hasta el punto de no caber nadie ms. Y tambin por qu no? serva de alojamiento para los peregrinos que recorran kilme-tros y kilmetros a pie, camino a Tierra Santa o algn famoso santuario.

    Y sobre el triforio, brillantes vi-drieras narraban el paso de Jesucris-to por esta tierra, las grandezas de Mara, las epopeyas de los santos, y hasta la vida cotidiana del monaste-rio y de la aldea adyacente. Verdade-ros catecismos estampados en vidrio, cuyo simbolismo el hombre medieval captaba en toda su profundidad.

    Una escultura que toma vida

    Los pasos tranquilos de un monje que se nos aproximaba interrumpie-ron nuestra contemplacin. Vestido con una amplia tnica de lana, pare-ca ser una figura salida de alguno de las vidrieras, o una de aquellas escul-turas que hubiese tomado vida. Las ondulaciones de su tnica parecan reflejar algo de sus pensamientos y meditaciones, decurrentes de una vi-da de total entrega al Seor.

    Su rostro hospitalario nos salud con una sonrisa franca, muy diferente de los saludos estereotipados, tan comunes en nuestros das. Sus ojos claros, profun-dos, irradiaban la luz interior propia del hombre habituado a considerar el mun-do en funcin de la eternidad.

    Uno de ustedes quiere confe-sarse?

    Me pareci ver en l el amor con que Dios acoge nuestro pedido de perdn, y la limpieza de su mirada re-flejaba la albura del alma que no fue manchada por el pecado.

    Cada detalle tiene su simbolismo

    Mientras ambos se dirigan al con-fesionario, continu deambulando; me senta en casa, o tal vez, mejor que en casa.

    Me hallaba en el centro de la nave principal, en el punto donde se abre el crucero. Record los detalles topo-grficos que los medievales seguan en sus construcciones. En aquella poca, las iglesias se volvan a Orien-te, es decir, el altar estaba en el lado del sol naciente, mientras que la en-trada se encontraba hacia occiden-te. Las razones simblicas son varias. Desde la visin de Ezequiel: La glo-ria del Dios de Israel llegaba de Orien-te (43, 2), hasta el significado de Je-ss Sol de Justicia (Mal 3, 20), el cual dice de S mismo: Yo soy la luz del mundo, quien Me sigue no andar en tinieblas sino que tendr la luz de la

    Monasterio de Batalla (Portugal)

    Vidriera de la Catedral de

    Rouen (Francia)

    Vidriera de la Catedral de Notre-Dame, Pars

    Sergio Hollmann

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  • Febrero 2009 Heraldos del Evangelio 21

    vida(Jn 8, 12). As, la oracin vuelta hacia Oriente quera indicar que to-do nos viene del Divino Redentor.

    Construidas de esta manera, en las catedrales del hemisferio norte la ilu-minacin poda acompaar las distin-tas etapas de la oracin cristiana a lo largo del da. Al amanecer, cuando los clrigos cantaban Laudes, refulgan las vidrieras del bside, detrs del al-tar mayor, sobre el que, en breve, el propio Jesucristo se hara presente en la Misa conventual. Durante el da, las ventanas laterales iluminaban la na-ve. Y al atardecer, en tanto los mon-jes cantaban las Vsperas, el sol de po-niente iluminaba la fachada principal y se deslizaba por ltima vez a travs de los vidrios, sobre el altar.

    La disposicin de las vidrieras no est hecha al azar, sino bajo criterios simblicos. Por ejemplo, la roscea norte, nunca es baada por el sol; por eso, en sus vidrieras son representa-das personas y escenas del Antiguo Testamento, que no conocieron a Je-sucristo, el Sol de Justicia. En la ro-scea sur, al contrario, iluminada du-rante todo el da, vemos escenas del Nuevo Testamento, donde la Luz de Cristo resplandeci sobre el mundo.

    Las piedras se convierten en instrumentos musicales

    Desde el punto donde me encon-traba, poda ver que la nave central

    no era completamente recta. Segn me haba explicado en cierta oca-sin un erudito sacerdote benedicti-no, esto era dispuesto as para indi-car la posicin de la cabeza de Nues-tro Seor en lo alto de la Cruz cuan-do, de su costado abierto por la lan-za de Longinos, salieron las ltimas gotas de sangre y linfa. l ya estaba muerto, y su cabeza penda ligera-mente hacia un lado. Por eso, la na-ve del presbiterio que correspon-da a la cabeza no est totalmente alineada con el conjunto de la Iglesia, que correspondera al cuerpo inerte, suspendido en el madero.

    Los arquitectos medievales no eran simples constructores de paredes, sino artistas completos que saban conju-gar espacio y sonido. En algunas igle-sias gticas, las columnas y paredes son interrumpidas, de vez en cuando, por capiteles o cornisas que estudio-sos modernos descubrieron estar en armoniosas proporciones musicales. As, el sonido del canto divino resuena y repercute en las paredes y columnas, amplindose en tercias, quintas y oc-tavas, creando una sensacin musical excepcional. Parece la voz de los hom-bres que, elevada por la gracia, se une a las de los ngeles, eternos cantores de la gloria de Dios en los Cielos.

    En las manos de los artistas gti-cos, las piedras se convierten en ins-trumentos musicales, que elevan a

    Imagen de Nuestro Seor en el prtico de la Sainte-Chapelle, Pars

    Abada de Saint-Denis (Francia)

    Prtico de la Catedral de Colonia (Alemania)

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  • 22 Heraldos del Evangelio Febrero 2009

    Dios en meldica consonancia, las oraciones de los hombres.

    Un arte nacido de la fe

    Segn los historiadores, fue el abad Suger, de Saint-Denis (1080-1151), el primer constructor que abandonando las pesadas estructu-ras romnicas, heredadas de las edi-ficaciones paganas romanas desta-c los arcos de medio punto que so-portaban el peso de las bvedas re-dondas y les dio el caracterstico con-torno ojival, cruzndolos en formas adaptadas a cualquier base rectangu-lar o poligonal. Y as pudo distanciar la cpula de sus bases rocosas, ele-vndola al firmamento, y alzando ha-cia las hermosuras celestiales a las al-mas que la contemplan.

    La Abada de Saint-Denis, donde el Abad Suger aplic su inspiracin, conserva esas primeras expresiones de una arquitectura en cuya elegan-cia y esplendor como bien obser-v el Siervo de Dios Juan Pablo II en su Carta a los Artistas no exis-te slo el genio de un artista, sino el al-ma de un pueblo. En el juego de luces y sombras, en las formas ahora macizas ahora ojivales, ciertamente intervienen consideraciones de tcnica estructural, pero tambin tensiones propias de la experiencia de Dios, misterio tremen-do y fascinante.1

    No podemos tener la ingenuidad de pensar que el estilo comenzado en Saint-Denis es fruto de la genialidad de un monje. Debemos ir ms all, sin limitarnos al horizonte estrecho de las primeras impresiones recogidas de una lectura apresurada de la Historia. La fe impone al cristiano, tanto en el mbito de la vida y del pensamiento co-mo en el arte, un discernimiento 2, que no le permite la recepcin automtica de aquello que el mundo ms o menos paganizado ofrece.

    La arquitectura medieval, que di-semin obras monumentales por to-da la Europa cristiana, no es fruto de ningn genio de clculo estructural; es un arte nacido de la fe. Y esta vir-

    tud es un don de Dios, no un produc-to del esfuerzo humano.

    Buscando reflejar el anhelo de eternidad

    En los tiempos apostlicos, explica Juan Pablo II en la mencionada Car-ta a los Artistas, el arte de inspiracin cristiana comenz en susurros, dictado por la necesidad que los creyentes te-nan de elaborar signos para expresar, sobre la base de la Escritura, los miste-rios de la fe y simultneamente de con-seguir un cdigo simblico para reco-nocerse e identificarse, especialmente en los tiempos difciles de las persecu-ciones.3

    Cuando la Iglesia, finalmente, sa-li de las catacumbas oscuras en la ptica de los incrdulos, mas reful-gentes por la sangre de los innume-rables mrtires sepultados en ellas, comenzaron a despuntar majestuo-sas baslicas, donde los cnones arqui-tectnicos del antiguo paganismo fue-ron asumidos, s, pero reajustados a las exigencias del nuevo culto.4

    Sin embargo, la fe que haba ilumi-nado las almas de los romanos y de los brbaros todava no consegua reflejar en la piedra, en la madera, en el vidrio o en el hierro el profundo anhelo de eternidad del corazn cristiano. El ve-nerable arte romnico da un primer pa-so hacia los grandes edificios de culto, donde la funcionalidad siempre se une al genio artstico, y ste ltimo se deja inspi-rar por el sentido de la belleza y por la in-tuicin del misterio.5 Narra la tradicin que Clovis, rey de los francos, al entrar en la catedral de Reims para ser bauti-zado, pregunt a San Remigio:

    Padre, esto ya es el Cielo?A lo que el santo obispo respondi: No, pero es el camino que hacia

    l conduce.Mal podemos imaginar cmo se-

    ra esa iglesia en el cual San Remigio bautiz al monarca brbaro, a fina-les del siglo V. Construida sobre an-tiguas termas romanas, se compona segn las excavaciones arqueolgi-cas de una simple nave rectangular

    de 50 metros de longitud, culminada en una de sus extremidades por el b-side del altar. Tal vez estuviese deco-rada con frescos rudimentarios, algu-nos tejidos preciosos, flores y, cierta-mente, muchos ramajes recogidos en los bosques cercanos. Era la pobreza de los tiempos vista, no obstante, con ojos de creyente por un nefito inun-dado de la fe inicial.

    Con el gtico, la fuerza y la senci-llez del romnico, expresada en las cate-drales o en las abadas, se va desarrollan-do gradualmente. En este estilo arqui-tectnico, como hemos visto, no existe slo el genio de un artista, sino el alma de un pueblo. Una cultura entera, aun-que con las limitaciones humanas siem-pre presentes, est impregnada del Evan-gelio, y donde el pensamiento teolgico realizado en la Summa de Santo Toms, el arte de las iglesias someta la materia a la adoracin del misterio.6

    La materia sometida y, al mismo tiempo, elevada sobre s misma Eso es lo que sentimos en la arquitectura gtica. La spera roca que hiere el pie del caminante, la inestable arena que nada refleja, se convierten en floreci-miento de columnas altaneras y capi-teles esbeltos, o de vidrieras arreba-tadoras, a travs de los cuales se ma-nifiesta de modo sensible el invisible trascendente que nos circunda.

    Necesitamos hombres que tengan la mirada vuelta hacia Dios

    Mis reflexiones fueron interrumpi-das, una vez ms, por el sonido de los pasos. La confesin de mi amigo haba terminado. Dimos las gracias al monje y salimos, para volver al coche, a la auto-pista... al mundo de hoy.

    Quera conservar un recuerdo ma-terial de aquella visita. Me hubiese gustado tener una de esas piedras ba-adas por las luces multicolores de las vidrieras, mas tuve que contentar-me con una hermosa medalla de San Benito dada por el hermano portero. La conservo hasta hoy.

    Cuando la contemplo, me acuer-do adems de San Benito, natural-

  • Febrero 2009 Heraldos del Evangelio 23

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    mente de aquellos hombres, los ar-tistas gticos, que por medio de una Fe iluminada y vivida, tornan a Dios creble en este mundo. Y me vienen a la memoria las reflexiones realizadas por el Cardenal Ratzinger en Subia-co, poco antes de ser elegido Papa: Necesitamos hombres que tengan la mirada vuelta hacia Dios, aprendiendo ah la verdadera humanidad. Necesita-mos hombres cuya inteligencia sea ilu-minada por la luz de Dios y a los cua-les l abra su corazn, de modo que su intelecto pueda hablar al intelecto de los dems y su corazn pueda abrir el corazn de los dems. Slo a travs de hombres tocados por Dios, puede Dios volver junto a los hombres.7

    Por tanto, como seal el propio Benedicto XVI, dando continuidad a la Carta a los Artistas, de su venera-do predecesor, debemos nutrir nues-tro apostolado de la belleza procla-mada por el Evangelio: Nuestra pro-clamacin del Evangelio debe ser per-cibida en su belleza y novedad, y por eso es necesario saber comunicarse con el lenguaje de las imgenes y de los smbolos; nuestra misin cotidiana de-be convertirse en elocuente transparen-cia de la belleza del amor de Dios, para alcanzar eficazmente a nuestros con-temporneos, muchas veces distrados y absorbidos por un clima cultural no siempre propenso a acoger una belle-za en plena armona con la verdad y la bondad, pero siempre deseosos y nos-tlgicos de una autntica belleza, no superficial y efmera.8

    1 Juan Pablo II, Carta a los Artistas, 23/4/1999, n. 8.

    2 Idem ibidem, n. 7.3 Idem ibidem, n. 7.4 Idem ibidem, n. 7.5 Idem ibidem, n. 8.6 Idem ibidem, n. 8.7 RatzingeR, Card. Joseph, LEuropa

    nella crise delle culture, conferencia, 1/4/2005; en LEuropa di Benedetto, Cantagalli, Bologna, 2005.

    8 Mensaje al Presidente del Pontificio Consejo para la Cultura, 24/11/2008.

    Catedral de Strasbourg (Francia)

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    24 Heraldos del Evangelio Febrero 2009

  • Cardenal Odilo Scherer ordena sacerdotes y diconos heraldos

    ND. Caio Newton de Assis Fonseca, EP

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    El 20 de diciembre de 2008 varios obispos y decenas de sacerdotes se reunieron en la Iglesia de Nuestra Seora del Rosario para la ordenacin presbiteral y diaconal de 22 heraldos.

    osotros os pedi-mos, Padre Todo-poderoso, cons-tituid estos sier-vos vuestros en

    la dignidad de Presbteros. Estas pa-labras del rito de ordenacin sacer-dotal, pronunciadas por el Eminent-simo Cardenal Odilo Pedro Scherer, resonaron nuevamente en el interior de la Iglesia de Nuestra Seora del Rosario, en el Seminario de los He-raldos del Evangelio, elevando a seis de sus miembros a la condicin de Presbteros. En la misma ceremonia, otros diecisis religiosos de la asocia-cin fueron ordenados diconos.

    Por deferencia de Mons. Jos Ma-ria Pinheiro, Obispo de Bragana Paulista, dicesis en la cual se en-cuentra la Iglesia, la celebracin fue presidida por el Arzobispo de So Paulo. Varios obispos, adems de monseores, cannigos y presbteros, especialmente cercanos a los Heral-dos, quisieron acompaarlos en di-cha celebracin.

    Transmisin directa para 150 pases

    El canal EWTN, por cable, satli-te e internet (www.ewtn.com), y la TV Heraldos (www.tv.arautos.com.br) transmitieron simultneamente la or-

    denacin en portugus, espaol e in-gls, permitiendo que millones de ca-tlicos, de ms de 150 pases, pudie-sen asistir el evento.

    Centenares de familiares, com-patriotas y colegas de los candida-tos participaron de los ritos de or-denacin. Estos se inician con la presentacin y eleccin de los can-didatos, momento en que el jbilo de todos se estampa en las fisiono-mas. La celebracin concluye con otro momento de gran emocin: el abrazo de la paz, dado a los re-cin ordenados por todos los obis-pos, sacerdotes y diconos presen-tes.

  • 26 Heraldos del Evangelio Febrero 2009

    El celebrante reza la oracin de la ordenacin diaconal e impone, en seguida, las manos sobre cada uno de los candidatos.

    Al inicio de la ceremonia, los candidatos se vuelven hacia el pueblo, manifestando su

    propsito de aceptar el encargo.

    Con el cntico de la Letana de todos los Santos, la asamblea pide la celeste intercesin para los ordenandos,

    mientras ellos permanecen postrados.

    Varios obispos concelebraron la Misa de Ordenacin (arriba a la izquierda). Los candidatos se preparan para el momento de la ordenacin (arriba, a la derecha).

  • Febrero 2009 Heraldos del Evangelio 27

    Al final de la cerimonia el Cardenal Scherer regal a los obispos, al Superior General de los Heraldos y a todos los nuevos sacerdotes una

    edicin especial de la Biblia conmemorativa del Centenario de la Archidicesis de So Paulo.

    Al final de la ordenacin, el Cardenal Scherer da el abrazo de la paz a todos los ordenados.

    Los nuevos presbteros ofrecen sus manos, recin ungidas, para ser besadas.

    Despus de la Celebracin, se formaron largas filas con aquellos que deseaban saludar a los nuevos sacerdotes y recibir su bendicin. En la foto, el P. Joshua Sequeira, EP,

    bendice a su padre, que vino desde la India para la ceremonia.

    El Cardenal Scherer, como principal ordenante, impone las manos sobre los neo-presbteros. Inmediatamente despus, los otros sacerdotes tambin las imponen.

  • Los nuevos presbteros y diconos

    L

    28 Heraldos del Evangelio Febrero 2009

    os 22 Heraldos que re-cibieron el Sacramento del Orden en esta cere-

    monia proceden de nueve pa-ses, de Europa, Asia y Amrica.

    Los nuevos sacerdotes

    Como presbteros, fueron or-denados los brasileos Katsumas-sa Sakurata, Mrio Srgio Sper-che y Walmir Bertoletti, el esta-dounidense David Edward Rit-

    chie, el indiano Joshua Alexan-der Sequeira y el colombiano Juan Antonio Vargas Martnez.

    Los nuevos diconos

    Recibieron el orden diaconal los espaoles Daniel Alberto Mi-rasierras Tarodo, Francisco Javier Marn San Martn, Gonzalo Ray-mundo Esteban, Leopoldo Wer-ner Benjumea, Ramn ngel Pe-reira Veiga y Santiago Canals Co-

    ma; los brasileos Antonio Car-los Coluo, Erick Bernardes Mar-chel y Ricardo Jos Basso; los ar-gentinos Jorge Gustavo Antonini Castellanos y Jorge Mara Stor-ni; los ecuatorianos Jos Mauri-cio Galarza Silva y Marlon Efrn Jimnez Caldern; el colombia-no Juan Pablo Merizalde Esca-lln; el estadounidense Michael Joseph Carlson y el costarricense Rodrigo Alonso Solera Lacayo.

    Los concelebrantes y los nuevos ordenados posan delante del altar principal al final de la Misa. En el centro vemos al Cardenal Odilo Pedro Scherer, a su izquierda, Mons. Jos Maria Pinheiro, y

    a su derecha Mons. Joo Scognamiglio Cl Dias, EP.

  • Ejerced en Cristo la funcin de santificar

    QCardenal Odilo Pedro Scherer

    Arzobispo de So Paulo (Brasil)

    Febrero 2009 Heraldos del Evangelio 29

    Manifestad el brillo de la santidad. Trasmitid a todos la palabra de Dios. Esforzaos por creer en lo que leis, ensead lo que creis, practicad lo que enseis. En una elocuente homila en la Misa de ordenacin, el Cardenal Odilo Scherer recuerda a los nuevos diconos y presbteros lo que de ellos espera la Santa Iglesia.

    ueridos hermanos y hermanas:

    Este es un hermo-so momento para la Iglesia, que acoge a

    los candidatos a las rdenes Sagra-das. Despus de haber sido adecua-damente preparados, analizados, pu-dieron ser presentados hoy ante el Ministro Ordenante, con la peticin de su ordenacin. Y por la palabra tranquila y firme de su superior, fue-ron declarados dignos de este minis-terio, en la medida en que la condi-cin humana puede ser considerada digna de tan gran don de Dios.

    Yo pongo mis palabras en tu boca

    De hecho, la primera lectura, del profeta Jeremas, pone en evidencia el gran don de Dios, en la fragilidad hu-mana: Yo te consagr y te hice profe-ta de las naciones. Jeremas, todava

    joven, se siente totalmente inadecua-do: Ah! Seor Dios, no s hablar, soy muy joven. Pero el Todopodero-so le responde: No temas, porque yo estoy contigo. Yo pongo mis palabras en tu boca, y a todos aquellos a quie-nes te enve, t irs. Y las palabras que Yo te mande decir, t dirs. Y Jere-mas desempea su misin proftica, apoyado enteramente en la gracia de Dios, a pesar de su flaqueza, que con-tinuar presente en su vida y que de vez en cuando le cobrar su tributo. Jeremas sufre, pero cumple su misin proftica, dejando claro que ella no es obra del hombre sino de Dios, que ac-ta en nuestra debilidad y lleva a cabo su designio.

    Tambin hoy, quiere l actuar en la Iglesia a travs de personas humanas, que an en el camino de la santifica-cin, siempre instadas a expresar en sus vidas el resplandor de la santidad, evidentemente continan siendo hu-

    manos. Por lo tanto, Jesucristo conce-de su don a la gente que l elige, con-findoles la difusin del Evangelio, el encargo del pastoreo, la misin de ce-lebrar los Santos Misterios para la san-tificacin del pueblo de Dios como sa-cerdotes, como mediadores de la gra-cia de Dios entre los hombres.

    Jess quiere actuar a travs de nosotros

    En la segunda lectura, San Pablo advierte que quien es llamado a tan grande gracia debe vivir un proce-so constante de conversin, precisa practicar personalmente aquello que predica: el Evangelio de la alegra, de la paz, de la reconciliacin, el Evan-gelio del perdn. Y, por eso mismo, colocarse tambin en la actitud del penitente, de quien necesita del per-dn de Dios, para poder servir mejor a la misericordia de Dios a los her-manos, en el ministerio sacerdotal.

  • 30 Heraldos del Evangelio Febrero 2009

    Jess nos confor-ta en el Evangelio. En la ltima Cena, reuni-do con los suyos, en un momento de despedi-da, l, con mucho afec-to, se dirige a los doce y dice: Vosotros sois mis amigos. Jess nos ha-ce sus amigos, y es por eso que siempre pode-mos contar con l. Po-demos tener certeza de que l quiere actuar en nosotros y a travs de nosotros, para ejer-cer el Ministerio Sagra-do de manera menos in-digna, y sobre todo, con eficacia, apoyndonos en el Espritu del Padre y del Hijo que acta por nuestro intermedio.

    Por eso, queridos candidatos al diacona-do y al presbiterado, que la palabra de Dios, antes proclamada en el contexto de esta cele-bracin y del Adviento, en la expectativa de la Navidad que se aproxi-ma, que esa Palabra de Dios os pueda servir de luz, de orientacin y de consuelo, y que a ella volvis con frecuencia.

    Importancia del sagrado ministerio

    Y ahora deseo presentaros la exhor-tacin que la Iglesia propone para el Rito de Ordenacin, no slo por ser muy bella, sino tambin porque, en palabras concisas, explica lo que sig-nifica el sagrado ministerio y la mi-sin conferida a quien lo recibe:

    Queridos hermanos y hermanas, ya que estos nuestros hermanos van a ser ahora ordenados diconos y presb-teros, considerad con atencin el servi-cio que van a prestar. Servirn a Cristo, supremo maestro, sacerdote y pastor, edificando permanentemente la Iglesia

    como pueblo de Dios, Cuerpo de Cris-to y templo del Espritu Santo. Unidos al sacerdocio de los obispos, los presb-teros y diconos se dedicarn a anun-ciar el Evangelio, a santificar y apacen-tar al pueblo de Dios, a celebrar el cul-to divino, especialmente en el sacrificio del Seor. Por eso, en todas las cosas, de tal modo procedan, con la gracia de Dios, que puedan ser reconocidos co-mo seguidores de Aquel que no vino a ser servido, sino para servir.

    Diconos: mostrad en vuestros actos la palabra que proclamis

    En cuanto a vosotros, hijos querid-simos, que seris ordenados diconos, el Seor os dio el ejemplo para que, as como l lo hiciera, hagis tambin vo-

    sotros. En vuestra con-dicin de diconos, es decir, de ministros de Je-sucristo que Se manifes-t servidor de sus disc-pulos, cumplid genero-samente su voluntad. Y en la caridad, servid con alegra, tanto a Dios co-mo a la humanidad. Siendo imposible servir a dos seores, recordad que toda la impureza o avaricia es sujecin a los dolos.

    Como procuris li-bremente la orden del diaconado, a semejan-za de los que fueron es-cogidos por los Apsto-les para el servicio de la caridad, debis ser hom-bres de bien, llenos del Espritu Santo y de sa-bidura. Ejerceris vues-tro ministerio en el esta-do del celibato. De he-cho, l es un signo, y al mismo tiempo, un in-centivo de la caridad pastoral. Es incompara-ble fuente de fecundidad en el mundo. Impelidos por un sincero amor por

    Cristo y viviendo con total dedicacin en este estado, os consagraris ms f-cilmente a Cristo, con un corazn sin particiones, podris dedicaros ms li-bremente al servicio de Dios y de la hu-manidad y trabajar con mayor solici-tud en la obra de la salvacin eterna.

    Enraizados y cimentados en la fe, presentaos con el corazn puro, irre-prensibles ante Dios y ante la humani-dad, como corresponde a los ministros de Cristo y dispensadores de los mis-terios de Dios. No os dejis sacudir en vuestra confianza en el Evangelio, del cual no slo sois oyentes, sino servido-res. Guardando el misterio de la fe con la conciencia pura, mostrad en vuestros actos la palabra que proclamis, con el fin de que el pueblo cristiano, vivifica-

    En la segunda lectura, San Pablo advierte que quien es llamado a tan grande gracia debe vivir un proceso

    constante de conversin.

  • Febrero 2009 Heraldos del Evangelio 31

    No temas, porque yo estoy contigo. Yo pongo mis palabras en tu boca, y a todos aquellos a quienes te enve, t irs. Y las palabras que Yo te mande decir, t dirs.

    Felip

    e E

    chev

    erria

    do por el Espritu Santo, se convierta en una donacin pura, agradable a Dios.

    De esta forma, tambin vosotros, en el ltimo da, podris ir al encuen-tro del Seor y escuchar de l estas pa-labras: Siervo bueno y fiel, entra en la alegra de tu Seor.

    Presbteros: ejerced en Cristo la funcin de santificar

    En cuanto a vosotros, queridsi-mos hijos que seris ordenados presb-teros, debis cumplir en Cristo Maestro vuestra funcin de ensear. Transmitid a todos la palabra de Dios, que recibis-teis con alegra. Meditando en la ley del Seor, procurad creed lo que leis, ense-ad lo que creis, practicad lo que ense-is. Sea, por lo tanto, vuestra predica-cin, alimento para el pueblo de Dios, y vuestra vida, estmulo para los fieles, de modo a edificar la casa de Dios, es de-cir, la Iglesia, por la palabra y el ejem-plo. Ejerced tambin en Cristo la fun-

    cin de santificar. Por vuestro ministerio el sacrificio espiritual de los fieles alcan-za la plenitud, unindose al sacrificio de Cristo que, por vuestras manos, es ofre-cido sobre el altar al celebrar los Sagra-dos Misterios.

    Tomad conciencia de lo que ha-cis y poned en prctica lo que cele-bris. As que al celebrar el misterio de la muerte y resurreccin del Seor, os esforcis por mortificar vuestro cuerpo, huyendo de los vicios para vivir una vi-da nueva. Incorporando a los seres hu-manos al pueblo de Dios, por el Bau-tismo, perdonando los pecados en el nombre de Cristo y la Iglesia, por el sa-cramento de la Penitencia, confortan-do a los enfermos con la Santa Uncin, celebrando los ritos sagrados, ofrecien-do en las diversas horas del da alaban-zas y oraciones y acciones de gracias a Dios, no slo por el pueblo de Dios, si-no tambin por el mundo entero, re-cordad que fuisteis escogidos de entre

    los hombres y colocados al servicio de ellos en las cosas de Dios.

    Tened siempre presente el ejemplo del Buen Pastor

    Desempead, por tanto, con ver-dadera caridad y continua alegra la misin del Cristo Sacerdote, buscando no lo que es vuestro, sino lo que es de Cristo.

    Por ltimo, queridsimos hijos, par-ticipando de la misin de Cristo, Pas-tor y Jefe, buscad, unidos y sumisos al obispo, reunir a los fieles en una sola familia con el fin de conducirles a Dios Padre, por Cristo, en el Espritu Santo. Tened siempre presentes el ejemplo del Buen Pastor, que no vino para ser servi-do, sino para servir y para buscar y sal-var lo que estaba perdido.

    (Homila en la Misa de ordenacin diaconal y presbiteral, celebrada en la

    iglesia del seminario de los Heraldos del Evangelio, el 20/12/2008).

  • E32 Heraldos del Evangelio Febrero 2009

    Estados Unidos En Houston, los heraldos participaron en la solemnidad de la Inmaculada Concepcin celebrada por el Arzobispo, Cardenal Daniel Di Nardo, en la concatedral, as como en la procesin de Nuestra Seora de

    Guadalupe presidida por el Obispo Auxiliar, Mons. Joseph S. Vsquez en la parroquia del Santsimo Sacramento.

    Sudfrica Los heraldos promovieron una procesin por las calles de Evander (foto de la izquierda). En la ciudad de Springs, los alumnos del Colegio Jamelson acogieron con alegra la visita de la imagen

    peregrina del Inmaculado Corazn de Mara (foto de la derecha).

    Costa Rica El coro y banda sinfnica costarricense ofrecieron una presentacin de villancicos a los funcionarios de la Corte Suprema de Justicia.

    Italia Mons. Angelo Di Pasquale presidi la ceremonia de admisin de los nuevos cooperadores de los Heraldos, en

    la Iglesia de San Bendetto in Piscinula, Roma.

  • Visita a la Fundacin Madrina

    E

    Concierto de Villancicos Como ya es habitual desde hace varios aos, el Coro y la Banda musical de los Heraldos del Evangelio realizaron una gira durante el mes de diciembre en varias ciudades espaolas para

    dar conciertos de villancicos en diversas iglesias. En la fotos, vemos el Coro y la Banda de los Heraldos en la parroquia de San Miguel, en Madrid y en Mntrida, Toledo.

    Granada El pasado mes de diciembre los Heraldos del Evangelio realizaron una Misin Mariana en Exfiliana (Granada). La Misa de clausura la presidi el prroco de

    la localidad, D. Juan Navarrete Vela.

    Misiones Marianas Durante los meses de noviembre y diciembre, los Heraldos realizaron misiones marianas en diversas regiones de Madrid. En la foto, clausura de una

    de ellas, en la parroquia del Bautismo del Seor.

    l pasado da 10 de enero, los Heraldos del Evangelio llevaron la imagen peregrina del Inmaculado Corazn de Mara a la Fun-dacin Madrina, en Madrid. Numerosas madres pudieron elevar

    sus preces ante la Virgen para pedir por sus necesidades y las de sus hijos y mostrar, al mismo tiempo, su agradecimiento por haberlas ayudado a lle-var adelante su embarazo. El P. Jos Flix Medina, LC. celebr una Misa por las intenciones de la Fundacin Madrina y las de los asistentes.

    La Fundacin Madrina es una entidad social de carcter benfico asis-tencial, sin nimo de lucro, dedicada a la asistencia integral de jvenes y adolescentes embarazadas, sin recursos y en riesgo de exclusin social, vio-lencia o abuso. Desde el comienzo de la Fundacin Madrina, en 2001, mi-les de mujeres se han beneficiado a travs de los diversos proyectos que esta institucin realiza, desde la primera atencin hasta su reinsercin laboral.

  • VI Encuentro Mundial de las Familias

    LGuillermo Asurmendi

    Desde Mxico

    34 Heraldos del Evangelio Febrero 2009

    Familias de todos los pases, unidas en el amor a Cristo, se reunieron durante cinco das en la ciudad de Mxico mostrando el ardor de sus corazones y la pujanza de su fe.

    os Encuentros Mun-diales de las Familias, que se celebran cada tres aos, fueron ini-ciativa del Siervo de

    Dios Juan Pablo II, cuya principal preocupacin era apoyar y reforzar esta importante institucin.

    Benedicto XVI, dando conti-nuidad a esta iniciativa de su pre-decesor presidi personalmente la quinta edicin, en Valencia, en julio de 2006. Y, aunque no pu-do viajar a Mxico por recomen-dacin mdica, acom