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Otra de Libertad Parecería que el hombre nace esclavo y que la servidumbre es su condición propia. Y sin embargo nada en el mundo puede im- pedir al hombre sentirse nacido para la libertad. Jamás, sea como sea, puede aceptar la servi- dumbre, pues piensa. Jamás ha dejado de so- ñar una libertad sin límites, ya con una felicidad pasada de la que ha sido privado por un castigo, ya como una felicidad futura a la que tendría de- recho por una especie de pacto con una provi- dencia misteriosa. Este sueño siempre ha sido vano, como todos los sueños, y si pudo consolar, lo hizo como el opio. Es tiempo de renunciar a soñar con la libertad y decidirse a concebirla. Hay que esforzarse por concebir claramente la libertad perfecta, no con la esperanza de al- canzarla, sino con la esperanza de alcanzar una libertad menos imperfecta que nuestra condición actual, pues lo mejor no es concebible sino por lo perfecto. Sólo podemos dirigirnos hacia un ideal. El ideal es tan irrealizable como el sueño, pero, a diferencia del sueño, se relaciona con la rea- lidad. Permite, como límite, ordenar situaciones reales o realizables desde el menor al más alto valor. La libertad perfecta no puede concebirse como si consistiera simplemente en la desapa- rición de esta necesidad cuya presión sufrimos perpetuamente. (El cuerpo humano no puede en ningún caso dejar de depender del poderoso universo en el que está preso; aun cuando el hombre cesara de estar sometido a las cosas y a los otros hombres por las necesidades y los peligros). Si se debiera entender por libertad la simple ausencia de toda necesidad, esta palabra carecería de toda sig- nificación concreta, pero no representaría para nosotros aquello cuya privación quita valor a la vida. Se puede entender por libertad otra cosa que la posibilidad de obtener sin esfuerzo lo que place. La verdadera libertad no se define por una relación entre el deseo y la satisfacción sino por una relación entre el pensamiento y la acción. Sería totalmente libre el hombre cuyas acciones procedieran todas de un juicio previo sobre el fin propuesto y el encadenamiento de los medios propios para llevar a este fin. No se puede concebir nada más grande para el hombre que una suerte que lo pone di- rectamente en lucha con la necesidad desnuda, sin que pueda esperar nada sino de sí mismo, y tal que su vida sea una creación perpetua de sí mismo por sí mismo. Tal sería la verdadera libertad. Órgano de Difusión Anarquista no. 9, 25 de abril 2011 Publicación espontánea y atípica “Hoy, como mañana: Conciencia para ser Libre” “¡Privilegiados!, para los que han sembrado la esclavitud ha llegado la hora de cosechar la re- belión. No hay un solo explotado que, en el seno de su cerebro, no conciba secretamente algún pensamiento de destrucción. Ustedes tienen las armas y el código penal, la religión y la cárcel; nosotros tenemos la resistencia y la utopía, el sarcasmo y la rebeldía. Ustedes son la compre- sión, nosotros somos la mina: ¡una chispa puede hacerlos saltar!” Publicación de distribución y cooperación libre Sucesos de Haymarket, 1 de mayo de 1886

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Page 1: Órgano de Difusión Anarquistakcl.edicionesanarquistas.net/lavorto/lavortoN009.pdfsión, nosotros somos la mina: ¡una chispa puede ... Notas anarquistas...Pág. 15 La anarquía es

Otra de Libertad

Parecería que el hombre nace esclavo y que la servidumbre es su condición propia.

Y sin embargo nada en el mundo puede im-pedir al hombre sentirse nacido para la libertad. Jamás, sea como sea, puede aceptar la servi-dumbre, pues piensa. Jamás ha dejado de so-ñar una libertad sin límites, ya con una felicidad pasada de la que ha sido privado por un castigo, ya como una felicidad futura a la que tendría de-recho por una especie de pacto con una provi-dencia misteriosa. Este sueño siempre ha sido vano, como todos los sueños, y si pudo consolar, lo hizo como el opio. Es tiempo de renunciar a

soñar con la libertad y decidirse a concebirla.Hay que esforzarse por concebir claramente

la libertad perfecta, no con la esperanza de al-canzarla, sino con la esperanza de alcanzar una libertad menos imperfecta que nuestra condición actual, pues lo mejor no es concebible sino por lo perfecto. Sólo podemos dirigirnos hacia un ideal. El ideal es tan irrealizable como el sueño, pero, a diferencia del sueño, se relaciona con la rea-lidad. Permite, como límite, ordenar situaciones reales o realizables desde el menor al más alto valor. La libertad perfecta no puede concebirse como si consistiera simplemente en la desapa-rición de esta necesidad cuya presión sufrimos perpetuamente.

(El cuerpo humano no puede en ningún caso dejar de depender del poderoso universo en el que está preso; aun cuando el hombre cesara de estar sometido a las cosas y a los otros hombres por las necesidades y los peligros). Si se debiera entender por libertad la simple ausencia de toda

necesidad, esta palabra carecería de toda sig-nificación concreta, pero no representaría para nosotros aquello cuya privación quita valor a la vida.

Se puede entender por libertad otra cosa que la posibilidad de obtener sin esfuerzo lo que place. La verdadera libertad no se define por una relación entre el deseo y la satisfacción sino por una relación entre el pensamiento y la acción. Sería totalmente libre el hombre cuyas acciones procedieran todas de un juicio previo sobre el fin propuesto y el encadenamiento de los medios propios para llevar a este fin.

No se puede concebir nada más grande para el hombre que una suerte que lo pone di-rectamente en lucha con la necesidad desnuda, sin que pueda esperar nada sino de sí mismo, y tal que su vida sea una creación perpetua de sí mismo por sí mismo. Tal sería la verdadera libertad.

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“¡Privilegiados!, para los que han sembrado la esclavitud ha llegado la hora de cosechar la re-

belión. No hay un solo explotado que, en el seno de su cerebro, no conciba secretamente algún

pensamiento de destrucción. Ustedes tienen las armas y el código penal, la religión y la cárcel; nosotros tenemos la resistencia y la utopía, el

sarcasmo y la rebeldía. Ustedes son la compre-sión, nosotros somos la mina: ¡una chispa puede

hacerlos saltar!”

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... tiranos ni verdugos.

La Vorto

Casi todos los principios han sido ad-mitidos con iguales e idénticos mo-

tivos con que lo fueron los principios reli-giosos. Primero una concepción que pareció buena; más tarde una tesis que se estimó jus-ta. Y las humanidades que crecieron después que la doctrina la tuvieron por indiscutible: he ahí el dogma.

El principio de autoridad se formó así también; después los hombres creyeron que sin autoridad no podían vivir, ignorando que sus antepasados para nada la necesitaron. Hoy la anarquía es el caos, y aceptamos el principio sin admitir razones. El juicio nos lo dan hecho los siglos.

¿Y quién dice que la anarquía es el des-orden? Los sabios que escriben libros y pu-blican diccionarios. ¿Acaso son ellos anar-quistas? No; son enemigos de la anarquía. Pues tiene gracia la cosa. ¿Qué dice el cura del librepensamiento? Que es muy malo. ¿Qué dice el librepensador del catolicismo? Que es peor. ¿Qué dice el republicano de la monarquía? Que es una forma de gobierno reñida con la libertad. ¿Qué dice el monár-quico de la república? Que es la muerte de los santos principios. ¿Qué han de decir, pues los autoritarios de la anarquía? Que es el desenfreno, el latrocinio, el robo, el ase-sinato, etc.

La república debe ser lo que nos dicen los republicanos, y el librepensamiento lo que nos cuentan los librepensadores, y la monarquía lo que nos narran los monárqui-cos, y el catolicismo lo que nos enseña el católico. Nosotros, los anarquistas, encon-tramos malo el catolicismo, la monarquía y la república, por lo que dicen de ellos sus partidarios; nuestros enemigos encuentran hermoso en exceso lo que dicen de la anar-quía los anarquistas; pero después se forjan una anarquía particular y machacan contra el concepto que ellos, los enemigos de la li-bertad, se han formado de la acracia.

La anarquía no es lo que dicen los auto-ritarios; la anarquía es lo que dicen los anar-quistas, y por eso la defienden.

Razonemos.Toda necesidad sentida por la naturaleza

del hombre es justa; si no se satisface infiere un ataque a la vida, anteponiendo un concep-

to erróneo, impuesto por el fanatismo y la ignorancia, a una demanda, a un aviso de la naturaleza humana. Las manifestaciones de esta naturaleza, sean de la índole que sean, constituyen la regla mejor para la salud del hombre. Pensemos en el amor, que quiere ser libre, y que, siendo libre, es como da su mejor fruto. Pensemos en el pensamiento, que no admite trabas, y que, sin trabas, es como cumple su misión. Pensemos en el es-tómago, que quiere saciarse, y que saciado, es como alimenta al cerebro y como da fuer-za y calor a la sangre.

Eso pretende la anarquía; llevar al hom-bre a la plenitud de su poder, de su autono-mía, de sus necesidades. ¡Que todos gocen, que todos amen, que todos rían, que todos trabajen, que todos contribuyan a la produc-ción y al consumo, a la dicha y a la pena, al trabajo del cuerpo y al trabajo del cerebro!

¿Es eso el latrocinio, el desorden y el robo? No; eso es la justicia y el amor. Pues eso es la anarquía. Ya ningún lector dice que es mala; sólo algunos la tienen por imposi-ble. Si éstos piensan en el perro de la jaula, que al decir del domador, del verdugo, no podía ser libre porque enseñaba los dientes a la vista del hierro candente, que más de una vez le quemó el hocico, se convence-rán, como nosotros, de que la idea del Poder surge de un estado mental que ha ido for-mándose viendo los puños y los dientes del hombre hambriento, sucio, flaco, martiriza-do, azotado, perseguido, con toda clase de privaciones y de atentados, por los domado-res y verdugos de la humanidad.

La anarquía es la paz y el orden, porque es el amor y la justicia, porque no hay guerra ni desorden donde no hay tiranos ni verdu-gos.

Hacia la Anarquía

Casi siempre, al obrar el hombre a im-pulsos de una pasión, ha de rebelarse con-tra las leyes que lo condenan o contra las preocupaciones que lo persiguen. ¿Por qué? ¡Ah! Porque es preciso respetar una moral convencional y una propiedad injusta. Por manera que el castigo, la ley, el Poder se

justifican con la necesidad de respetar, o una injusticia, como la riqueza ajena, o una preocupación, como la moral, que no sólo está reñida por completo con la naturaleza humana, está reñida también con la moral de otros pueblos. He aquí la base, el estado mental que encuentra necesario el estableci-miento de la autoridad.

Luego, si no reconociéramos más moral que la salud, que la vida, que las leyes de la Naturaleza y declaráramos de propiedad común toda riqueza, la autoridad no tendría razón de ser y la anarquía sería un hecho sencillísimo, porque respondería al estado natural del hombre. Se dice: «hay quien roba por el placer de robar». ¿Y qué? ¿Dón-de colocaría el ladrón el producto de su robo si la propiedad individual estuviera abolida? Se escribe: «hay quien mata por maldad». No, el hombre mata hoy para vivir. Asegu-rémosle la vida, la vida múltiple del cere-bro, del estómago y del corazón, y ya verán cómo no mata. Y si el hombre matara hoy por malos instintos, ¿qué fuera la causa de ellos? La misma base social que uniendo al hombre y a la mujer con propósitos ruines e ideas bajas, engendran seres ruines y bajos. Y si ni la vida ni las creencias naturales apo-yan la existencia del Poder, la evolución lo destruye.

ÍNDICE

La anarquía es el orden...Pág. 2El único y su propiedad...Pág. 4 y 6Esperando a la muerte...Pág. 5Rehabilitación del trabajo...Pág. 6Mi anarquismo...Pág. 7Depredador...Pág. 8La igualdad ante la ley...Pág. 9Editorial... Pág. 11La ansiedad... Pág. 11Esperanto... Pág. 12Soliloquio... Pág. 12Contribución...Pág. 13Arcilla Negra...Pág. 14? Notas anarquistas...Pág. 15

La anarquía es el ordenFederico Urales

no. 9, 25 de abril 2011

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El naturalista que...

La Vorto

no. 9, 25 de abril 2011

A medida que el pueblo ha adquirido co-nocimiento de sus derechos en las concep-ciones de los bienhechores de la humanidad, el Estado ha perdido influencia.

Antiguamente la autoridad era de origen divino; el rey la representaba y la extendía con mano férrea por sus dominios. Después el Poder fue representado por varios hom-bres y ya llegaba más débil al pueblo. Ac-tualmente se ha exteriorizado tanto la auto-ridad que muchas corporaciones y muchos individuos se desenvuelven sin conocerla. Además, la autoridad está en razón inversa de la ilustración de los hombres, y allí don-de éstos son más instruidos, el Poder es me-nos necesario y más simplificada su acción. Nada puede negar semejante axioma, y si la autoridad pierde fuerza a medida que la civilización avanza y se debilita así que es representada por mayor número de hombres y pierde su razón de ser cuando el ser huma-no discierne por sí solo, y el mundo se diri-ge con paso acelerado hacia la civilización, camina al mismo tiempo a la abolición de la autoridad.

Actualmente mucha gente se pregunta si es posible que el hombre viva sin gobierno, habiendo muchos gobernantes que hubieran sido gobernados en los regímenes absolutos y hoy que aún no se le reconoce al indivi-duo los suficientes dotes para gobernarse a sí propio, se le ofrece, como una compensa-ción a sus mayores aspiraciones, el derecho de elegir a los que han de gobernarle.

Se transige con el principio de que el hombre puede gobernarse desde el momen-to en que se le otorga el derecho de elegir a sus gobernantes.

La autoridad se humaniza al ser repre-sentada por hombres nacidos como los de-más y las leyes se igualan al hombre al ser por el hombre escritas. ¿Son mejores y más sabios que los demás los individuos que es-criben la ley y los encargados de aplicarla? No; en general son peores. Por otra parte, se cambian continuamente. ¿Quiénes son, pues, los buenos para legislar, éstos o aqué-llos; los de ayer, los de hoy o los de mañana? Todos son igualmente malos. Pues ¿por qué el mundo ha de funcionar mejor con leyes y autoridad que sin ellas? Nadie lo sabe; se admite también el principio sin razonar, como una idea heredada, como se admite una ley fisiológica, la nariz en la cara, por ejemplo.

La Revolución Social es un producto científico

Ya lo hemos dicho, la revolución eco-nómica es un principio de mecánica social. No puede impedirse, no puede detenerse; contribuye a ella todo el mundo, incluso sus propios enemigos.

El naturalista que, estudiando las plantas y los animales, los fósiles y las petrificacio-nes, extiende la idea de la increabilidad del mundo, de que éste existía antes de que Dios tomara forma en la mentalidad humana, con-tribuye a la revolución futura. El astrónomo que, escudriñando el Universo, nota la exis-tencia de miles de mundos, cuya presencia no está consignada en libros que han preten-dido ser la fuente de la sabiduría, casi todos más antiguos que el que nosotros habitamos, a pesar de ser de una antigüedad que con-funde, concurre también al advenimiento de la nueva sociedad. El filósofo que, sacando consecuencias de las investigaciones cientí-ficas, del modo de ser del hombre y de la na-turaleza, defiende el predominio de la razón sobre la fe; el pensador que, utilizando los conocimientos del fisiólogo y del anatómi-co, dice que no hay inmortalidad del alma, puesto que no hay alma; el filósofo que se aprovecha de los descubrimientos del físico para negar la providencia y para decir que la materia toda, la que compone el hombre inclusive, obedece a unas mismas leyes, al modo de ser de cada sistema de mundo, de cada planeta, de cada hombre, de cada ani-mal, de cada planta, de cada cosa, contribu-ye también al advenimiento de la anarquía. Todo, en fin, concurre a la formación de la sociedad igualitaria y libertadora.

¿La fuerza organizada? ¿Los institutos armados? ¿La reunión de los poderosos? ¿La ignorancia de los pobres?... No deten-drán, no podrán impedir lo que ha de ser ne-cesariamente, y verán, si no impasibles, im-potentes cómo se derrumba su mundo, cómo caen hechos añicos la religión, el poder, la propiedad…

Las monarquías han de ver impotentes cómo en un Estado vecino se proclama la república, cómo en lugar del rey de la teo-cracia se pone el rey de la democracia, cómo donde antes estaba el noble se ha colocado el burgués, cómo la clase media ocupa el sitio que antes ocupaba la clase alta. Pues impotente también verá la burguesía, dueña hoy del poder en monarquías y repúblicas,

cómo van cayendo todos sus dominios y poderes para dejar el paso a la revolución jornalera que lleva en sus entrañas un nuevo sistema de arte, de ciencia y de sociología.

En el reino social hay clases y espe-cies, como en el reino intelectual y en el animal. Las clases representan sistemas de vida. Como en la naturaleza, cada grupo una clase, y en cada clase varias especies, y en cada especie un ser que apenas se distingue de las especies superiores en la evolución. Y lo mismo ocurre en política. La idea más liberal que pudo concebir el grupo de nobles más perfecto, sirvió de enlace con el grupo más conservador que formó la clase media, y la última concepción de esta clase fue la primera que concibió el primer grupo de las especies políticas del mundo que nace. Y si en cada grupo hay diferentes ideas, hay tam-bién diferentes sentimientos, diferente arte, diferente ciencia. La nobleza, con todas sus especies y derivaciones, sostenía el vasalla-je, la burguesía el salario: el obrero pretende abolir toda clase de esclavitud. La nobleza alimentaba el odio de pueblo a pueblo, de señor a señor; la burguesía mantiene el odio al extranjero; el proletariado proclama la fraternidad universal. Fueron la alquimia y la teología las dos ciencias más importantes de la ciencia de los nobles. Son la física y las matemáticas las ciencias más elevadas de los burgueses. Serán la química y la so-ciología la ciencia del mundo que reclama el obrero. La nobleza creyó en la extinción de las pasiones y se propuso ahogarlas; de ahí tantos iluminados y locos como produjo. La burguesía teme las pasiones y cree que educándolas logrará contenerlas, y sólo las

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La propiedad es...

La Vorto

no. 9, 25 de abril 2011

exaspera. Los anarquistas queremos la sa-tisfacción de las pasiones, considerándolas una necesidad del organismo, como la sed y el hambre. Una mujer, un honor y un amor para cada clase, para cada especie evolutiva. Y todos los conceptos van cayendo, así del cielo como de la tierra, venciendo distancias y elementos, venciendo constituciones y quemando códigos. La rebelión en pie siem-pre y siempre avanzando y siempre indoma-ble. ¿Cómo ha de ser vencido el espíritu de rebeldía, si a él se lo debemos todo: si mer-

ced a él el mundo marcha a la perfección, a la perfección ínfima?

¿Para qué narrar la revolución de los es-clavos contra sus dueños, la de los siervos contra sus señores, la de los obreros con-tra sus amos? ¡Arriba la mesnada! ¡Arriba la plebe! ¡Arriba el pueblo! Y el objeto de tanta lucha, ¿cuál es? La libertad. Historia humana, evolución, progreso: libertad, li-bertad, libertad.

¿Valdría la pena de que el hombre fue-ra el ser más perfecto de la naturaleza si no

pudiera ser libre, si hubiera de vivir siempre sujeto a trabas, prohibiciones y amenazas? ¿Para qué tendríamos entonces pensamien-to? ¿De qué nos serviría frente tan elevada y rostro tan noble?

Y en fin, lector, inclina un poco tu ca-beza hacia la tierra y verás cómo ésta ins-titución gubernativa que quizá crees indis-pensable a la buena marcha de la sociedad, no sirve más que para colocar amigos de los gobernantes y para exigirle contribuciones a fin de mantenerlos a cuerpo de rey.

El único ysu propiedad

“No hay nadie tan estúpido como para no quererse gobernar”. T. Hobbes

Sólo poseemos lo que somos y, única-mente bajo esta definición, somos lo que poseemos; de la primera definición obte-nemos la segunda y con la segunda reafir-mamos la primera. Para que no sea esto una falacia circular, supondré que el ser y la propiedad son uno a modo que los dos términos se justifiquen el uno al otro en la medida que este segundo es en ellos, no siendo ellos participantes del todo que in-tegran sino el uno definido de diversas ma-neras a fin de justificar el uno, siempre y cuando la propiedad se entienda como cua-lidad inmanente a la existencia, siendo así ser y propiedad un monomio.

La propiedad se me presenta como un imperativo lógico, una necesidad a la hora de conocer, una necesidad como puede ser-lo el principio de causalidad, debe haber un campo donde germine de forma justa la existencia, y ese erial es la propiedad. La propiedad es inherente a la existencia, es aquello que hace de la existencia algo, solo se es revestido de propiedad, a la existencia le falta ser contingente para con ella, la pro-piedad es aquello que surge cuando revisa-mos la contingencia del ser sin salir de este, cuando tomamos los parámetros que deli-mitan al ser y lo supeditamos a su origen… creo obtener la propiedad; pero solo un tipo de propiedad, solo uno creo intuirlo como requerimiento o necesidad lógica, una pro-piedad de naturaleza muy paradójica pues es límite a la vez que origen del ser, aquello que surge cuando vamos un paso atrás en la existencia. Ahora bien es igualmente lógi-co y necesaria la existencia para originar la propiedad. Por ello concluyo reafirmando el carácter orgánico, unitario, de la propiedad y la existencia.

Infiero entonces que somos lo que con-trolamos(1) pues creo que “controlar” es aquello que define el ejercicio lógico que suponía subordinar el ser a su existencia, una definición que también parece ade-

cuarse para definir la propiedad, solo en los términos expuestos donde la propiedad es el imperativo surgido de la revisión de la existencia mediante ella. Y únicamente controlaremos aquello donde(2) todo posea-mos o todo podamos definir, porque si no controlamos algo no podemos poseerlo ni por ello serlo. No puedes ser sin controlar-te, el control del ser por parte de éste se presenta indiscutible, no puedes ser y sa-lirte de tu existencia a la vez, como salirte del uno es no ser aquello; es necesario el control en la propiedad y como ya hemos dicho la propiedad en el control. A su vez se presenta claro y distinto que únicamente se puede controlar desde la total libertad para ser entonces uno el controlador y no un ente subordinado. De ello deduzco que el hombre es libre siempre que sea, es decir, es libre y por ello poseedor y controlador de su ser, siendo estos atributos lo mismo, úni-camente jerarquizados cronológicamente u ordenados en mi “razonamiento”.

“El hombre, antes de que el destino lo convierta en tirano o en esclavo, es

tirano o esclavo por voluntad propia”. J. P. Proudhon

Todo aquel que no sea libre no será, puesto que el atributo, “no ser libre” impli-ca la negación de todos los demás que nos conducían a la libertad, donde el primero era la existencia; en ese caso a uno solo le queda “ser” parte de otro. La falta de liber-tad nos hace partes del controlador ya que el control nos aboca al ser, pero únicamente como una participación; la dependencia, la medida en que somos de algo, nos habla del carácter constitucional de nosotros y no del aspecto per se de nuestra existencia, “siendo” únicamente constituyentes de una substancia que no somos. Nuestra no exis-tencia es total ya que no por participar de un todo debemos suponernos que la parte del todo en que hemos participado es nuestra, la participación de nuestro ser nos aboca a la nada, la falta de libertad nos prohíbe la propiedad de nuestra existencia y la partici-pación hacia otro no es más que la plusvalía existencialista que nada es, puesto que el carácter de la substancia ser, nos prohíbe no serlo más que en su totalidad, siendo así

la participación, la existencia constitucional, y no la existencia total e inherente, nada. Por ello todo control sobre cualquier cosa la anulará como tal y pasará a ser parte de otro o, lo que es lo mismo, no ser.

Esto no implica que el hombre sea to-talmente libre en el sentido en que nuestra imaginación puede pensarlo, de hecho nues-tro entendimiento no plantea una libertad total; no es posible un status sin elección, ya que sin elección no hay libertad, sólo un camino que escoger, y con elección te ves obligado a escoger, siempre hay una prime-ra decisión que no podemos obviar, aquella marcada por la naturaleza del ente objeto de libertad; pensar la libertad en términos absolutos referida al hombre es un error. No hay que expresar la libertad en términos de posibilidad, no se trata de quién tiene más caminos a escoger. Creo que la libertad habría que pensarla en clave de voluntad. No es libre aquel que más puede sino aquel que realiza lo que quiere. Y es la naturaleza aquello que marca la voluntad. Solo que-remos poder hacer aquello que verdadera-mente necesitamos, la voluntad no es más que el afán por cumplir una necesidad. Re-duzco la libertad, la clásica posibilidad a las necesidades del ser. La libertad es la capaci-dad para ejecutar los imperativos naturales, capacidad para ser lo que eres.

Un pajarito no será infeliz al no poder hacer matemáticas, porque no quiere ni hacerlas ni poder hacerlas, puesto que no es parte del animal hacer matemáticas. Un hombre no será infeliz al no poder volar “libre” por el cielo, porque los hombres no han nacido para volar. Nacido para volar, pareciera que hablásemos de destino, nacer para; puede parecer contradictorio hablar de libertad pensando en conceptos cerca-nos al destino, pero no encuentro dispara-tado pensar la libertad como capacidad para realizarse. No aspiramos volar, sino el valor añadido que el volar conlleva, un valor aña-dido que el sujeto le impone a ese descono-cido vuelo, un valor que si verdaderamente

(1) Y soy consciente que este paso, este eslabón, es cuan menos turbio.(2) Y creo importante fijarse en que utilizo “don-de”, pues la propiedad es la tierra donde germina la identidad.

Sigue en la página 6...

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El general acepta...

La Vorto

no. 9, 25 de abril 2011

por S. G. Santacruz

Los pasos se hacían más cortos a cada

instante, el túnel que nos conducía hacia nuestro trá-gico fin era inmisericordio-so, de sus paredes mohosas escurría agua pestilente, de lado a lado se trasfiguraban rostros demacrados, tristes y sin esperanza a sabien-das de lo que les esperaba, pues en aquel túnel todos eran iguales, todos tenían el mismo sino ya marcado, sabíamos por qué estába-mos ahí y cuál era nuestro fin.

Nuestros pasos no po-dían dar celeridad al pro-ceso, se encontraban engri-llados, los pies descalzos y con un fuerte dolor, por estar siempre en contacto con el agua; pero ahí íbamos los tres, íbamos a nuestro encuentro con la his-toria, después de ese día nuestros nombres se enmarcarían en las páginas de cientos de periódicos en todo el mundo, los tres nom-bres serían recordados para siempre. Ese día nos volveríamos inmortales.

El túnel se hacía cada vez más angosto, entre más angosto nuestros latidos se hacían más y más rápidos, nuestra sangre quería sa-lirse hasta por los poros. Oí decir que duran-te la Revolución francesa los condenados a morir en la guillotina, morían mucho antes que su cabeza llegará a la cesta, el miedo los mataba antes de que su cuello se viera sin testa, pero nosotros no, nosotros estamos dispuestos a morir en sus manos; no éramos tan valientes como Ling, tal vez mucho más valiente que nadie, que decidió arrancarse la vida él mismo antes de permitirse que al-guien más se la arrebatara.

Ahí estábamos al final del túnel, a pun-to de que un rayo de sol nos diera, después de varios meses, en la cara blanca, en los ojos inadaptados, nuestros cuerpos endebles convertidos en huesos bajo las sombras, ya siendo unos desconocidos ante los rayos del impecable astro, y bajo él quedaría de-rramada la sangre de los hijos del pueblo, como titularía El Preso Social a la mañana siguiente.

La salida del túnel fue esperanzadora

para los tres, así dejaríamos este valle de lá-grimas dirían los cristianos, y muchos com-pañeros dirían mártires; yo no estaba nada tranquilo, pero la serenidad de aquél que es-taba a mi lado hacía recortable mi tragedia.

Nos acomodaron, él en medio, su temple sereno, su mirada perdida en el horizonte, sus manos puestas detrás suyo, su boca rese-ca, sus labios húmedos y su pelo desparpaja-do lo hacían ver imponente; los militares pa-rados frente a nosotros conocían las proezas del que no dejaba de mirar altanero al cielo, conocían su sangre fría, conocían sus actos contra policías, empresarios y militares, uno de ellos decía: ahora sí, me las vas a pagar.

Pero él inmutable, tan sereno como cuando puso su primera bomba, tan tranqui-lo como cuando expropió su primer banco o cometió el primer asesinato, así era él. Hasta su nombre llevaba el toque místico y mítico: Miguel Arcángel Rosigna, el expropiador, a su lado nosotros parecíamos casi no im-portar, no teníamos la fama, ni el valor ni la sangre fría que hizo de aquel italiano el hombre más perseguido por Yrigoyen y lue-go por Uriburu, era como Cristo con sus dos criminales de bajo rango a los lados.

Cuando se dio la orden de prepararse, un cura se acercó, y preguntó: cuál es su últi-ma voluntad, mi compañero Malvicini, con palabras ya esperadas por el sacerdote, de-cía: nada. El padre bajó la cabeza e hizo un ademán queriendo decir: pobre infeliz, pero cuando el cura se acercaba hacia mí, Malvi-

cini gritaba: mi única voluntad es ésta, muérase usted y los de ahí enfrente; su voz ni siquiera se entrecortó, no lanzó ni un ápice de arrepentimiento, nada, el escalofrío lo sintió el cura, la soldadesca, el verdugo, pero no nosotros, al contrario, al es-cuchar esas palabras nos sen-timos omnipotentes. Ya nada nos podían hacer.

Tocó mi turno, el cura dice confiésate y arrepiéntete de tus pecados y hoy estarás al lado del Señor, tu amigo estará en el purgatorio, tú no quieres ter-minar ahí o sí; yo permanecí mudo, no respiré, no hice nada, se me quedó mirando fijamente a los ojos, yo no esquive su mi-rada, la puse sobre él, lo vencí, aun cuando me sabía vencedor faltaba algo y estaba por ocu-rrir.

El general daba la orden, los soldados se ponen en fila justo frente a nosotros, el cura no ha terminado, va, se para frente a Miguel, él lo mira fijamente, retador, esperando las palabras que serán sordas a sus oídos, y sa-len, te arrepientes de lo que hiciste, un si-lencio inunda el campo, un aire frío recorre el ambiente, entra silbando por el túnel de donde salimos, no hay respuesta; las pala-bras huecas del cura salen de nuevo, cuál es tu última voluntad, el cura está pronto a re-tirarse, salen algunas palabras, justo cuando un soldado se acerca a vendar los ojos del sentenciado, mi voluntad: mirar de frente cuando disparen.

El soldado queda de pie frente a Miguel, esperando la decisión del general, el cura dice qué, y nuevamente salen las palabras haciendo que los soldados se queden petrifi-cados: quiero mirar de frente a mis asesinos, quiero mirarlos a los ojos cuando jalen ese gatillo; el general da la orden de atarle la venda, el preso se resiste, y vuelve a repe-tir: quiero ver de frente a la muerte, no soy cobarde, déjenme verlos cuando disparen, déjenme ver a la muerte.

El general acepta la petición y da la or-den: formen fila y prepárense, yo y el otro desgraciado apretamos los puños y decidi-mos seguir la voluntad, hasta el último mo-mento seguimos a Arcángel, así mirando de frente los tres recibiríamos a la muerte.

ESPERANDO A LA MUERTE...

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El trabajo ha de ser...

La Vorto

no. 9, 25 de abril 2011

Los delitos que nos imputaban eran cier-tos, asaltábamos bancos, poníamos bombas, enfrentábamos a la policía y al ejército, pero no se nos podía acusar de traidores como aquellos que estaban dispuestos a disparar. Así oímos las palabras del general, escalo-friantes pero sin sentido ya para nosotros: prepárense, formen fila, media vuelta, listos, carguen, apunten, disparen; cada una de esas palabras sonaban devastadoras. Nos mira-mos todos, verdugos y víctimas, nosotros atados de pies y manos pero con el pecho y la frente en lo más alto. Ellos… hincados frente a nosotros.

Al oír disparen nuestros cuerpos se es-tremecieron, un escalofrío inundó mi cuer-po, pienso que el de mis compañeros igual, pues hasta los soldados que estaban frente a nosotros sintieron caerse cuando nuestros cuerpos se desvanecían, ya que nuestras mi-radas se cruzaban, nuestros seis ojos y sus miles de esperanzas se enfrentaban con la de los otros, excepto la del general, que daba su mirada hacia un árbol seco que se encontra-ba detrás de los soldados.

Las balas atravesaron rápidamente nues-tros cuerpos, pero ellos en cambio veían como cada una de esas balas nos despeda-zan, lentamente, inmisericordemente nos pasaban por medio del cuerpo, al fin nues-tros cuerpos descansaban, el de Malvicini caía primero, hincado cayó, su cuerpo se desvaneció entre el polvo, el de Rosigna se mantuvo en pie por unos instantes, luego cayó secamente al suelo, yo, José Manuel Paz sentía el ardor de las balas atravesar mi endeble cuerpo.

Al sentir ese dolor tan cálido que acari-ciaba mi cuerpo el viento se tornaba suave, en eso una fuerte sensación se apoderó de mi ser, levanté repentinamente mi brazo con una fuerza inusual, mi cuerpo se estremeció y se levantó como por inercia, mi respiración era rápida e inconsistente, la taquicardia me atacaba, volteé a un costado, el viento suave que sentía y oía era el reloj despertador que daban las 5:15 de la mañana, las órdenes del general sólo era el sonido de las bocinas de la T. V. que repetían incisivamente: …Chile y Haití presos del pillaje, los soldados salen a las calles a proteger…

Rafael Barrett

En nuestra sociedad el trabajo es una maldición. La sociedad, como el Dios del Génesis, castiga con el trabajo, ¿a quién? A los pobres, porque el único delito social es la miseria. La miseria se castiga con trabajos forzados. El taller es el presidio. Las máquinas son los instrumentos de tor-tura de la inquisición democrática.

Hemos envenenado el trabajo. Le he-mos hecho temer y odiar. Le hemos con-vertido en la peor de las lepras.

¡Y pensar que el trabajo será un día fe-licidad, bendición y orgullo, que quizá lo ha sido en sus orígenes! Mientras escribo estas líneas, mi hijo -de dos años y me-dio- juega. Juega con tierra y con piedras, imitando a los albañiles; juega a trabajar. La idea de ser útil germina en su tierno cerebro con alegría luminosa. ¿Por qué no trabajan los hombres, alegres y jugando,

como trabajan los ni-ños? El trabajo debe ser un divino juego; el trabajo es la caricia

que el genio hace a la materia, y si la ma-ternidad de la carne está llena de dicha, ¿no ha de estarlo también la del espíritu? Y he aquí que hemos prostituido el traba-jo; hemos hecho de la naturaleza una hem-bra de lupanar, servida por el vicio y no por el amor, hemos transformado al obre-ro en siervo de eunucos y de impotentes.

El trabajo ha de ser la bienaventurada expansión de las fuerzas sobrantes; el res-plandor de la juventud. Ha de ser hermano de las flores, del encendido plumaje que ostentan las aves enamoradas; hermano de todos los matices irisados de la primavera. Compañero de la belleza y de la verdad, fruto, como ellas, de la salud humana, del santo júbilo de vivir.

Entretanto, es compañero de la des-esperación y de la muerte, carga de los exhaustos, frío y hambre de los desfalle-cidos, abandono de los desarmados, des-precio de los inocentes, ignominia de los humildes, terror de los condenados a la ignorancia, angustia de los que no pueden más.

Pero lo absurdo no subsiste mucho tiempo. Libertaremos a los pobres de la esclavitud del trabajo, y a los ricos, de la esclavitud de su ociosidad.

LA REHABILITACION DEL TRABAJO

Viene de la página 4...

tuviese sería alcanzable para nosotros. Solo es alcanzable aquello que es totalmente y sinceramente deseable. El individuo desco-noce el vuelo y proyecta sus aspiraciones en ese vuelo, el carácter libre del vuelo lo desconoce, solo aspiramos a nosotros, ese nosotros puesto en el vuelo. El sujeto proyectará sus necesidades, y a eso yo le llamo valor añadido, por lo que muchas ve-ces nos movemos. Puede parecer pesimista esta reducción, pero creo coherente reducir el ser a lo que es. Nuestra naturaleza es el origen y el límite de nuestra existencia, propuesta que creo sólida, pero tal afirma-ción creo que nos lleva ineludiblemente a pensar la libertad en los términos expues-tos. La voluntad es la expresión de la pro-piedad, del ser, de uno. Para poder contro-lar nos hacía falta ser libres, pero solo en la medida que el control significa libertad y por ello propiedad, la libertad es tal y como la pienso. La capacidad para ser lo que somos. La fama, el dinero… todo son apa-riencias, proyecciones de un sujeto, pocas veces objetivo con sus deseos universales.

Solo seremos felices respondiendo a nues-tra naturaleza, una esencia que no creo que aspire a obtener continuos placeres que si pueden ser obtenidos por las maliciosas proyecciones, por los valores añadidos.

El valor añadido es un engaño de nues-tro ser para con él, en ese caso se podría argüir que si es uno quien se engaña, no hay engaño, qué le hace feliz a uno me-jor que uno mismo, quién conoce mejor la felicidad de uno que este. Ante tal argucia propia del liberalismo, del utilitarismo, me referiré al ejercicio lógico donde pedía revi-sar el ser mediante este. Desdoblar desde dentro al ser para verificarlo. Les diría que nadie sabe tan bien como uno mismo que es lo que quiere, pero solo cuando uno es sincero(3). La propiedad es la existencia de uno. Uno es libre cuando es, cuando se posee y cuando se conoce. En el ser, en la existencia la libertad es inmanente, pero era el ser hombre; como tales obtendremos la libertad de los hombres.

(3) Soy de nuevo consciente de cuan peligrosas son estas ideas.

El burlón

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¿Qué hacer?...

La Vorto

no. 9, 25 de abril 2011

Me basta el sentido etimológico: “ausencia de gobier-no”. Hay que destruir el espíritu de autoridad y el

prestigio de las leyes. Eso es todo.Será la obra del libre examen.Los ignorantes se figuran que anarquía es desorden y que

sin gobierno la sociedad se convertirá siempre en el caos. No conciben otro orden que el orden exteriormente impuesto por el terror de las armas.

Pero si se fijaran en la evolución de la ciencia, por ejemplo, verían de qué modo a medida que dismi-nuía el espíritu de autoridad, se extendieron y afianzaron nuestros conocimientos. Cuando Galileo, dejando caer de lo alto de una torre objetos de diferente densidad, mostró que la velocidad de caída no dependía de sus masas, puesto que llegaban a la vez al suelo, los testigos de tan conclu-yente experiencia se negaron a aceptarla, porque no estaba de acuerdo con lo que decía Aristóteles. Aristóteles era el gobierno cien-tífico; su libro era la ley. Había otros legisladores: San Agustín, Santo Tomás de Aquino, San Anselmo. ¿Y qué ha quedado de su dominación? El recuerdo de un estorbo. Sabemos muy bien que la verdad se funda solamente en los hechos. Ningún sabio, por ilus-tre que sea, presentará hoy su autoridad como un argumento; ninguno pretenderá imponer sus ideas por el terror. El que descubre se limita a describir su experiencia, para que todos repitan y verifiquen lo que él hizo. ¿Y esto qué es? El libre examen, base de nuestra prosperidad intelectual. La ciencia moderna es grande por ser esencialmente anárquica. ¿Y quién será el loco que la tache de desordenada y caótica?

La prosperidad social exige iguales condiciones.El anarquismo, tal como lo entiendo, se reduce al libre exa-

men político.Hace falta curarnos del respeto a la ley. La ley no es respe-

table. Es el obstáculo a todo progreso real. Es una noción que es preciso abolir.

Las leyes y las constituciones que por la violencia gobier-nan a los pueblos son falsas. No son hijas del estudio y del común asenso de los hombres. Son hijas de una minoría bár-bara, que se apoderó de la fuerza bruta para satisfacer su co-dicia y su crueldad.

Tal vez los fenómenos sociales obedezcan a leyes profun-das. Nuestra sociología está aún en la infancia, y no las co-noce. Es indudable que nos conviene investigarlas, y que si logramos esclarecerlas nos serán inmensamente útiles. Pero aunque las poseyéramos, jamás las erigiríamos en Código ni

en sistema de gobierno. ¿Para qué? Si en efecto son leyes na-turales, se cumplirán por sí solas, queramos o no. Los astró-nomos no ordenan a los astros. Nuestro único papel será el de testigos.

Es evidente que las leyes escritas no se parecen, ni por el forro, a las leyes naturales. ¡Valiente majestad la de esos per-gaminos viejos que cualquier revolución quema en la plaza pública aventando las cenizas para siempre! Una ley que ne-cesita del policía usurpa el nombre de ley. No es tal ley: es una mentira odiosa.

¡Y qué policías! Para comprender hasta qué punto son nuestras leyes contrarias a la índole de las cosas, al genio de la humanidad, es suficiente contemplar los armamentos colo-sales, mayores y mayores cada día, la mole de fuerza bruta que los gobiernos amontonan para poder existir, para poder

aguantar algunos minutos más el empuje invisible de las almas.

Las nueve décimas partes de la población terrestre, gracias a las leyes escritas, están degeneradas por

la miseria. No hay que echar mano de mucha sociología, cuando se piensa en las maravillo-

sas aptitudes asimiladoras y creadoras de los niños de las supuestas razas más in-

feriores, para apreciar la monstruosa locura de ese derroche de energía

humana. ¡La ley patea los vien-tres de las madres!

Estamos dentro de la ley como el pie chino den-tro del borceguí, corno el baobab dentro del tiesto

japonés. ¡Somos enanos vo-luntarios!

¡Y se teme el caos si nos desembarazamos del borceguí, si rompemos el tiesto y nos plantamos en plena tierra, con la inmensidad por delante! ¿Qué importan las formas futuras? La realidad las revelará. Estemos ciertos de que serán bellas y nobles, como las del árbol libre.

Que nuestro ideal sea el más alto. No seamos prácticos. No intentemos mejorar la ley, sustituir un borceguí por otro. Cuanto más inaccesible aparezca el ideal, tanto mejor. Las estrellas guían al navegante. Apuntemos enseguida al lejano término. Así señalaremos el camino más corto. Y antes ven-ceremos.

¿Qué hacer? Educarnos y educar. Todo se resume en el li-bre examen. ¡Que nuestros niños examinen la ley y la despre-cien!

Tanto Mi anarquismo como La rehabilitación del trabajo, ambos de Rafael Barrett, forman parte de la compilación de sus escritos de la edición titulada Obras Completas (Cuentos breves, Diálogos, Conversaciones, Epifonemas Mirando-Vivir Cartas inocentes), Tomo II, Americalee.

MI ANARQUISMORafael Barrett

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Concluyó satisfecho...

La Vorto

no. 9, 25 de abril 2011

– Tú, dime… ¿Cómo te llamas, qué ha-ces aquí?

El interrogado no contestó; el hombre que preguntaba vestía ropas oscuras tipo militar, se le acercó y mirándolo fijamente a la cara… volvió a cuestionarlo.

– ¿De dónde eres?Pero el hombre no dijo nada, se encon-

traba contrariado por la situación. De pronto una voz iracunda se escuchó desde el fondo de la habitación, otro hombre con la misma facha se acercó de golpe uniéndose al inte-rrogatorio.

– ¡¿Qué no escuchas pendejo?!… ¡Res-ponde! ¡¿Por qué carajos te quedas callado?!

El interrogado, que estaba sentado en una silla, giró la cabeza de derecha a iz-quierda como buscando la procedencia de la voz, pero al tiempo que miró al otro hombre parado frente a él, igual no dijo nada, sólo miró extraviado a su alrededor, la cabeza le dolía, los oídos le zumbaban, sangraba de la nariz y no recodaba los acontecimientos que lo llevaron a tal situación, casi al momento el hombre lo tomó por el cuello levantándo-lo bruscamente de la silla y volvió a cues-tionarlo.

– ¡Habla de quién eres el perro!Enseguida amartilló la mano con furia

y golpeó en repetidas ocasiones la cara del interrogado, pero él no dijo nada. Ante la ne-gativa de hablar, el iracundo sujeto lo arro-jó al piso y se abalanzó sobre él, asestando una ráfaga furtiva de golpes, su compañero presenciaba todo pero no habría osado inte-rrumpir para nada la lección; sus ojos brilla-ban como dos brazas de hierro fundido, una reflejo de la otra.

Cuando al fin se cansó de golpear el ani-mal, jadeante, hurgó entre sus ropas y sacó un paño con el que secó el sudor de su cara, y limpió la sangre de sus manos. El ambien-te se tornó aún más viciado: sudor, sangre y, aliento a gente muerta. -Qué asco daría a cualquier otra persona, pero a ellos no.

Después de su brutal acción, vociferó altanero.

– ¡Aquí hace un calor del infierno y apesta a muerto!… ¿Será acaso éste?

En seguida, se llevó el paño a su boca repulsiva, tosió y escupió su visceral amar-

gura, hizo una mueca de satisfacción y con-tinuó.

– ¡Esto que acabas de ver lo aprendí cuando estuve con las fuerzas especiales, ahí si se hacían las cosas como hombres, y como hombres valientes, no como sapos o renacuajos!

Qué valor y qué orgullo en el método de interrogatorio, esto, mínimo merecería un mérito: decía para sí el compañero que lo miraba embelesado, casi enamorado. En el piso del cuartucho maloliente, el hombre tendido por la brutal golpiza hacía el máxi-mo esfuerzo para que el aire entrara en sus pulmones. Desconectado de la realidad, conmocionado por los golpes, la lucha ya no era contra quien lo amenazaba antes.

Esto en nada conmovía al agresor, que apenas tomó un descanso y continuó con la tortura, lo tomó de un brazo y lo arrojó a la silla, el pobre apenas tocó el asiento se des-madejó como trapo viejo que cae al piso, el otro espurio se acercó al hombre nuevamen-te caído; se inclinó maldiciendo, lo tomó igual de un brazo y lo acomodó presionando su espalda contra el respaldo de la silla, sólo así pudo mantenerse sentado.

– Bueno y ¿qué hacemos?, parece que éste ya se quedó dormido -dijo levantándole la cabeza por los cabellos.

– ¡No lo sueltes, agárralo bien! -contes-tó el imbécil quien instantes antes lo había mandado al piso.

– ¡Yo le enseñaré a responder cuando se le habla!

Clavó su seño tosco y torcido en el pobre hombre, sacó su pistola que traía en el cinto y lo encañonó en la boca amenazando con presionar el gatillo.

– ¡Abre los ojos idiota, no te hagas el muertito, de esta ya no te salvas!… ¿o qué, quieres que te mate como al otro pendejo? -el hombre no contestó, estaba inconsciente.

Por un momento, el inquisidor bajó el tono de su voz, dejó el aspaviento y el ma-noteo agresivo, bajó el brazo con la pistola, jaló una bocanada profunda de aire y volvió a cuestionar.

– Dime… ¿Para quién es el paquete? Si me lo dices te soltamos para que te vayas a tu casa, y aquí… nada pasó.

Pero el hombre ya medio muerto, con la vista perdida, ni se movió. Ya no tenía caso, pero el embrutecido sujeto ni siquiera eso notó, en un arranque compulsivo de ira la bestia sedienta de sangre, levantó el brazo con que sostenía el arma y golpeó en la cabeza al in-defenso, un solo golpe bastó para que callera al piso conmocionado, fue como si un rayo lo impactara. Un torrente eléctrico recorrió su cuerpo, sus músculos se tensaron en un ataque convulsivo -movi-mientos violentos e involuntarios-, un gemido brotó de su garganta, el ruido se prolongó por un breve período, era el último intento combativo por la vida. Una herida en la sien, producto del golpe, san-graba profusamente, el flujo escurría por la frente del hombre hasta precipitar al piso, ya no había más que hacer, los verdugos logra-ron su misión. Se quedaron inmóviles como hipnotizados por la sangre que se expandía en el piso en un charco tétrico. Una interrup-ción sobrevino al momento.

– ¡Teniente; la mochila de éste tenía diez paquetes; todos con un peso aproximado de un kilo, su contenido es azúcar, ni un gramo de droga, creo que ahora sí la cagamos de a feo!

El subordinado mostraba un puñado de azúcar con la mano extendida, ellos no se sorprendieron, sus rostros no mostraron nin-gún arrepentimiento. Uno de ellos, el más violento, hizo una mueca de náusea y dio una orden al subordinado.

– ¡Ya, deja de hablar y sáquenlo de aquí… ayúdale Felipe, es lo menos que pue-des hacer por la lección gratis!

– Lo que me molesta de estos mugrosos es que entren por nuestra frontera como si fuera su casa, encima vienen a vender su ba-sura, nos ofenden con su presencia y todavía pretenden que les dejemos la puerta abierta para que lleguen con los gringos, pues qué se creen, además… lo hecho, hecho está, aquí nadie es inocente.

Concluyó satisfecho mientras lustraba la pistola con el mismo trapo con que minutos antes intentó limpiar su crimen.

D E P R E D A D O RC u e n t o

M. Peneda

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...jamás iguales ante...

La Vorto

no. 9, 25 de abril 2011

La ley no es, digan lo que quieran los que la definen favorablemen-

te por interés, «establecimiento hecho por legítima potestad en que se man-da o prohíbe alguna cosa», ni menos «regla en la que se pone término a los efectos del libre albedrío humano», como la define la Academia, y esto por estas razones: 1ª. Porque, para legitimar la potestad mandante, la ley necesita de la ley, y de ese modo se enreda en un mismo concepto causa y efecto, juez y parte, sujeto y objeto, es decir, lo absurdo; 2ª. Porque, si el adjetivo legítima aplicado a potestad ha de tomarse en el sentido de arreglo a justicia, según frase académica es manifiestamente injusto, como queda demostrado por la razón anterior; 3ª. Porque albedrío, entendido como «fa-cultad libre del alma», como dicen que es la Academia y aun la Universidad, institución esta última donde el Estado vende ciencia concordada con el dog-ma católico, es una palabra vacía de sentido, y el alma, una invención mís-tica negada por la ciencia concordada con la razón.

La ley no es tampoco la justicia, porque si ésta es «una virtud que con-siste en dar a cada uno lo suyo», por precepto de esa misma ley en el país, en el continente, en el mundo todo, lo mismo en la generación actual que en todas las precedentes a través de un número desconocido de siglos, los esclavos, los siervos, los proletarios, tan hombres, tan iguales en perfecto

concepto de derecho como los empe-radores, los reyes, los señores, los ca-pitalistas y los propietarios, han sido, son, somos despojados de lo nuestro; de hecho, por la fuerza, luego por la costumbre y después por la vil sumi-sión; de derecho, por esa misma ley, que vincula, es decir, autoriza, sancio-na, consagra y legaliza la usurpación que la parte mínima de la humanidad, la caterva de los privilegiados perpe-tró siempre, perpetra aún y perpetrará hasta el triunfo de la revolución social, y sólo acabará crimen tan nefasto y extenso con la proclamación y conjun-ta práctica de la anarquía.

Es más: ni el mismo concepto co-rriente de justicia es justo, porque for-mado por abstracción efectuada por inteligencias subyugadas por la pre-ocupación de los privilegios, se habla de dar a cada uno lo suyo, suponien-do la existencia de algún donante que puede dar, dejar de dar o aun quitar, sin tener en cuenta que el derecho en abstracto, como concepto de suprema justicia es intangible, inmanente, in-transmisible, inalienable, y por tanto, parte integrante de la persona huma-na, anterior a toda ley, superior a toda ley, opuesto a toda ley; tanto, que con el solo hecho de reconocerla se empa-ña su límpida pureza, y con el de im-ponerle cuando está desconocido, se comete ya un acto de negación, y esto por necesario, por indispensable que sea proceder a su implantación revo-lucionaria.

Por supuesto que por escrúpulos de conciencia no hemos de dejar los revo-lucionarios de serlo, ya que si injusto es violentar a los detentadores de la riqueza social a que suelten su presa, más injusto es tolerar un instante más la comisión de ese crimen de lesa hu-manidad que constituye la médula de la historia.

La ley es legal, y nada más, y si esto parece una tontería, no es culpa mía. Legisladores demócratas cometieron en casi todo el mundo civilizado duran-te el pasado siglo la insigne torpeza de subordinar el derecho natural al dere-cho escrito, y éste, por lo que respecta

a cada país, quedó supeditado en cir-cunstancias excepcionales a gobiernos tímidos, cobardes y tiránicos, que sa-ben hacer árbitros de la libertad y de la vida de los llamados ciudadanos a cualquier generalote poco escrupuloso, que, previa la suspensión de garantías constitucionales y declaración del esta-do de guerra, tiene facultad ilimitada para barbarizar a su antojo, y a eso no más quedan reducidas esas Constitu-ciones (como ha sucedido siempre), que consignan con cierta ampulosidad derechos y libertades que se suspen-den al menor asomo de alteración de ese orden que se pretende que sea vil sumisión y ciega obediencia, cohones-tando la suspensión con la fórmula del compromiso de dar cuenta los gobier-nos ante las Cortes del uso que hicie-ran de ella; fórmula vana, hipócrita re-curso, verdadero timo político, porque todo el que piensa y observa sabe lo falso y convencional que es el voto de una mayoría parlamentaria.

La igualdad de los ciudadanos ante la ley, es, pues, una engañosa fórmula político-burguesa inventada para dar apariencia aceptable, evolucionista y de posibilidad y oportunidad emancipa-dora al despojo sistemático a que ve-nimos sometidos los trabajadores: es engañosa por los carácteres esenciales de la ley expuestos ya, y además, por-que, lejos de ser una norma general de derecho, no lo es siquiera nacional, y hasta para los individuos establece di-ferencias, y por esto afirmo que cuan-do los legisladores, legistas, legalistas o leguleyos hablan de jurisprudencia, y la definen pomposamente diciendo que «es la ciencia del derecho», olvidan que «ciencia es lo que sabe por princi-pios ciertos y positivos». En apoyo de mi afirmación, que es verdad perfec-tamente aquilatada y no declamación inútil y estéril, expongo:

Los hombres y las mujeres en ge-neral, no han sido, no pueden ser, no serán jamás iguales ante la ley:

La igualdad ante la leyAnselmo Lorenzo

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De modo que la...

La Vorto

no. 9, 25 de abril 2011

1º Porque lo impide la ley misma: la igualdad ante la ley, es ilegal por el hecho de haber diferencias entre igua-les, que en asuntos tan importantes como la legislación sobre el hombre, la mujer, el matrimonio, los hijos, la propiedad, la prescripción, la herencia, etc., han de atenerse, según la comar-ca donde han nacido o el concurso de determinadas circunstancias, al Código civil o a los fueros según lo especifica cada Estado, y aun dentro de los mis-mos fueros, hay privilegios especiales para localidades particulares, existien-do entre todos esos cuerpos legales disposiciones que afectan de modo diferente y aún contradictorio a los hombres, a las mujeres y a los hijos, dándose el caso de haber actos lícitos en el Código civil que son punibles en los privilegiados, o viceversa, o recí-procamente en los privilegiados entre sí, y cosas permitidas a los hombres que son criminales en las mujeres; eso aparte de que la ley implica esencial-mente la idea de desigualdad entre el que legisla y el que acata, el que juzga y el juzgado, el que manda y el que obedece.

2º Porque el hombre moderno y las instituciones sociales actuales es-tán en las leyes comprendidos tal como los entendían y juzgaban los legislado-res antiguos, toda vez que el Código civil, por más que sus compiladores modernos hayan hecho milagros de expurgo y concordancia en la multitud de leyes dispersas en infinitos e intrin-cados libros y en el derecho romano, muy anterior a nuestra era, es un ar-lequín compuesto de retazos en que se cierne como señor dominante el error de aquellos remotos tiempos con sus falsas y tras-nochadas ideas acerca de la autoridad, el hombre, la pro-piedad y la familia; y en que para ser aceptable el engaño político que se cobija bajo el nombre de democracia, y que pase el otro engaño llamado sufragio universal, se sustitu-yeron las palabras amo y es-clavo, señor y siervo, por estas otras más dulces y pasaderas: capitalista y obrero.

3º Porque el concepto hombre no cabe jamás en las concepciones de ningún hom-bre; lo que hace todo el que quiere juzgar a su semejante es medirle con la medida de sí mismo; es decir, de sus erro-

res, de sus preocupaciones y de sus intereses; a nada mejor que a este asunto puede aplicarse aquello de «ver las cosas del color del cristal con que se mira». Por eso el hombre de genio de edades remotas, por adelantado que fuera respecto de sus contempo-ráneos, no tiene comparación con el hombre término medio de nuestros días: les separan distancias inmensas en el espacio recorrido en la evolución progresiva, como son: nacimientos, desarrollo, apogeo, decadencia y rui-na de naciones; explosión, dominio y abandono de creencias místicas; sis-temas filosóficos que pasan todas las fases de la escala de la vida hasta hun-dirse en la muerte del olvido, aumento y metodización racional hasta un punto maravilloso de la ciencia; aplicación de la misma a la satisfacción de las ne-cesidades humanas, que supera en la realidad a las más bellas concepciones poéticas del milagro.

4º Porque si, como acabamos de ver, la antigua y la novísima legisla-ción, resulta, además de inaceptable, inaplicable por añeja y rancia, al cabo puede suponerse en el legislador anti-guo el prestigio del saber y de la buena fe, mientras que en los legisladores de nuestros días… ¿qué decir de ellos? Las Cortes, o sea el Senado y la Cámara de diputados, el primero se forma de cier-ta manera privilegiada para que resulte moderador, en que entra en gran parte la herencia de cierto número de fami-lias horriblemente decadentes llama-das la aristocracia; el alto clero con su intransigencia hacia todo lo que mira a lo porvenir, con su egoísmo de clase

y con esa soberbia propia de ignoran-tes sublimizados ante la adoración de los devotos, y los representantes de las corporaciones privilegiadas, no por más sabias, ni más virtuosas, ni más útiles que otras, ni cada uno de sus in-dividuos comparadas con los individuos vulgares, sino porque corporaciones e individuos han hecho condición de vida de su servidumbre al privilegio; y res-pecto de la Cámara, se ha convertido en el monopolio de los políticos de oficio, es decir, de los ambiciosos, de los charlatanes, de los inhábiles para toda otra profesión, y así se da el caso que, como dice Spencer, mientras que para ejercer una profesión cualquiera se necesita cuando menos un apren-dizaje y para las de carácter más ele-vado se exige un título que acredite la capacidad del profesor, para legislar no se necesita más que la sans-facón del candidato y el voto del elector o el mal conteo de votos del cacique, y ni por broma puede compararse a Moi-sés, Solón, Numa Pompilio o Alfonso el Sabio con los Pérez y los López de la mayoría, o con cualquier tribuno de la minoría que, por elocuente que sea, en punto a conocimientos, no excede gran cosa del arte de agradar al elector y aún al cacique dueño del encasillado sin que el elector se entere.

En resumen: la igualdad ante la ley es imposible por ilegal, por punible; la ley es insostenible por anacrónica; la grandeza del hombre no cabe en la pe-queñez de la ley, y por añadidura tene-mos la incapacidad profesional de los legisladores.

De modo que la igualdad ante la ley es un señuelo, una trampa de-mocrático-burguesa para cazar incautos, o lo que es lo mismo, electores, progresistas platóni-cos, sumisos a la explotación, y, sobre todo, para convertir en cómplices a las mismas vícti-mas de la iniquidad, que es lo más refinado en el arte del gran timo, del arte de engañar a la multitud.

Extractos del escrito Criterio Libertario (capítulo VI, La ley) de Anselmo Lorenzo, publicado en La Revista Blanca con el título Igual-dad ante la ley. Se ha adaptado para contextualizarlo a nosotros, aunque no se pierde el fondo ni el fin del ori-ginal, este es su valor.

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La relación entre...

La Vorto

no. 9, 25 de abril 2011

La ansiedadpor S. G. Santacruz

Van caminando sin ningún sentido por la vida, pasan de largo uno tras otro, se

amontonan, apretujan y golpean, se miran y huelen por los miles de caminos subterráneos entretejidos en la ciudad dentro de la bestia naranja. Ante ellos se elevan majestuosos monumentos que al mismo tiempo son gri-lletes que no los dejan escapar. Pero ahí van, apreciándolos. Muchos de esos edificios son lo que ellos llaman fuente de trabajo, ya sea dentro, encerrados en pequeños cuartuchos donde el aire pútrido de afuera los asfixia. Los de afuera se matan por querer entrar.

Es ahí, donde la fábrica o el taller se con-vierte en el mejor mecanismo de coerción, y la ansiedad hacia lo producido por otros en igual condición que ellos, en el deseo que los mantiene con vida. Ahí los vemos deambulan-do por la ciudad, mas parece un cementerio gigantesco, donde la ansiedad por conseguir lo que no podrán los mantiene en una carrera agonizante con sus semejantes y es entonces cuando se habla de individualización, pero quién la crea, y por qué hablan de eso.

Podemos decir que la individualización, palabra y concepto del que gustan hartarse cientos de personas, es causada por el capi-talismo con todas sus vertientes y remarcada por los políticos y empresarios que buscan ver en los individuos un ser apartado de sus de-más congéneres, pero no sólo eso, sino que en su hipocresía tratan de atacarla. El capi-talista genera la ansiedad por la creación de productos basura, y con su mejor arma, la publicidad y su retórica falas, engaña a cuan-tos la ven, creando necesidades sin que de por medio exista cubrir una, así los productos sean legales o no. El capitalismo crea y pro-

crea la ansiedad.Esa ansiedad es la que hoy día está lle-

vando al pueblo de esta región a un túnel sin salida, y la muerte violenta se hace presente en cualquier lugar, el sadismo con que las per-sonas se matan entre sí es ya insuperable. Si el capitalismo busca maneras de sobrevivir y sobreponerse, reinventarse ante el avance del tiempo, ha encontrado en el negocio de las drogas su máxima expresión; el sentimiento de ansiedad producido al no consumir sustan-cias alucinógenas hace que las personas vivan en constante ansiedad, y consumidas por una constante lucha por conseguir más, siempre en busca de lo que sintieron la primera vez. Al igual el capitalista que no está fuera de los marcos y parámetros legales del sistema de-mocrático representativo. La dictadura de la mayoría.

Así la relación y vínculo que existe entre unos y otros es la creación de una ansiedad, la ansiedad del nuevo producto, la ansiedad de la droga. Pero el consumo de ambos produc-tos, y la ansiedad que produce no hacerlo, lle-va a las personas a cometer actos en extremo violentos. De ahí viene la necesidad de esas personas de separarse de los demás, al querer la droga o... el producto para ellos mismos. Y ahí viene la focalización de la ansiedad, de que una persona la tenga para después esparcir-la. Se individualiza y concentra, la droga, el producto, tratando de superar a los demás y pasarles por encima; tanto en el mercado de la droga como en el de algún producto, eso los hace sentir así. No sólo con ello, sino también con el conocimiento, para quien lo tiene es como una droga o un producto o tal vez una combinación de los dos.

Así el conocimiento exclusivo forja a la persona y ésta se va creyendo superior, la ansiedad por tener más conocimiento los dopa, un producto novedoso, un libro, algo que alguien no conozca para poder demos-trárselo, para echarlo en cara, para saberse

mejor, es como si fuera el narco-intelectual. Monopoliza el conocimiento y luego, como el Estado que también monopoliza pero la vio-lencia, el intelectual cree que no debe hacer nada que no sea pensar o decir y que los de-más acaten. Así, hay otra forma de ansiedad, el conocimiento.

La relación entre la ansiedad conocimien-to-droga-producto es que se podría definir un efecto más creado por el capitalismo, sino es que es el principal, pues al crear esa ansiedad se busca pasar por encima de los demás a cualquier costo, uno lleva a otro o uno a otros. Y con ello el capitalismo se refuerza.

Para concluir podemos decir que la mono-polización crea la ansiedad y viceversa, pero ella, la ansiedad, sea a la droga, al producto o al conocimiento, va encaminada a desensibili-zar al pueblo, a mancillarlo o sobajarlo y man-tenerlo en una constante ansiedad para evitar su despertar. Es un círculo vicioso, la droga adormece, el producto embelesa y el conoci-miento transforma a los individuos en tiranos y todo se conjuga para someter al pueblo; el único camino es que el pueblo se concientice así mismo, que tenga respeto por él, sus se-mejantes, y que su sentir común sea por bien individual y colectivo. ¿Has olfateado alguna vez la tierra mojada?

Editorial

A partir del número 8 de La Vorto, hemos incluido un nombre diferente en el encabezado de presentación de ésta. Con esto no pretendemos cambiar el nombre, además de que siempre será este nombre diferente en cada número, simplemente es para describir lo que en el momento nos llega a la mente para designar la edición.

Así, como es característico en nues-tra propaganda no somos estáticos, y siempre estamos modificando tal o cual cosa o forma de La Vorto, por el simple

hecho de dar dinamismo a la propagan-da. O, mejor dicho hacerla vistosa para que las personas se interesen, no sólo compañeros y simpatizantes, que ya co-nocen nuestras ideas, a veces a fondo; sino también gente que nunca haya oído lo que es el pensamiento anarquista.

Bueno, esto es todo lo importante, según nosotros, estaremos intermitente-mente haciendo nuestra publicación, es-peramos sinceramente, que este peque-ño esfuerzo sirva para que por lo menos, si al exponer no se incite a solidarizarse por lo menos se haga conciencia, y se beneficie cada cual.

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El aire canta...

La Vorto

no. 9, 25 de abril 2011

Estaré entre estas paredes poco tiempo, pero no por cobarde;

no es ningún misterio, nos enfren-tamos con puño levantado, con voz retumbante gritamos, nos revelamos contra la maquinaria imperfecta del sistema que pretende absorbernos, para extraer todo atisbo de impulso individual en sus laboratorios científi-cos; a todos, a los rudos y los ama-bles, a los melenudos y los rapados.

Nos calumnian y resistimos, no desistimos, mantenemos en nuestra mano la antorcha ardiendo copiosa-mente, en nuestros ojos la chispa, en la pupila la furia incandescente del momento, por necesidad somos el eco mismo del grito que libera al ave de su jaula, somos la turba en multitud que marcha por la calle pintando con-signas en paredes y demás, rompien-do cristales de ventanas y aparadores de boutiques, de bancos, de casas de cambio y de antigüedades.

Sin importarnos nada, avanzamos, incluso le damos a un policía hasta por debajo de la lengua, enfurecidos sus compañeros se nos echan encima, los avasallamos, no son para dar batalla, lo presentimos en sus ojos que se mi-ran a través de sus escudos de poli-carbonato, se nota el miedo aunque lo tratan de ocultar bajo una pose de robot autómata… Vaya disfraz, da lo mismo, es demasiada la ira conteni-da, demasiado el tiempo que pasamos pegados a una maquina ordenadora de ideas o de productos industriali-zados, demasiado atrofiándonos el cerebro, entumeciendo los músculos; ocho horas parados y otras ocho sen-tados, con los pies hinchados y los brazos agotados.

Maldita rutina, maldita fórmula matemática inventada por algún cien-tífico loco, poca importancia dio a la biología, olvidó que él era uno de los nuestros, que su biología orgáni-ca echó a andar a la máquina que lo volvió insensible a cada teoría que se aplicaba. La máquina se rebeló y se lo tragó.

Ya no confiamos en nada ni nadie, todos somos sospechosos de traición; los otros, ellos, viven en un mundo de cosas: de ropas, de lavadoras, de se-cadoras, de aparatos de ventilación, de televisores de plasma, de celulares y de casas de interés social.

Les somos antipáticos en muchos aspectos, aunque quisiéramos frater-nizar no podemos porque nos creen renegados, hostiles, malversados, ra-dicales, socialistas, comunistas.

También existe el mundo del neu-tral; el que se mira en el espejo y lo asusta su reflejo, o que contrariamen-

te su imagen misma lo trans-forma en la flor mística del oriente -el narciso-.

De qué condición me que-jo, no de la natural al ser hu-mano, la de respirar, comer, beber, defecar, orinar o hacer el amor, tener hijos, todo esto en cierto modo es un trabajo, trabajo biológico: química, físi-ca, o sea el trabajo sano, no el que ofrece como producto el capitalismo. El materialismo ha hecho presa al hombre de su propia visión ordenadora.

Levanto la mirada para ver la posición del sol, ¿en dónde están los otros?, me pregunto, la existen-cia rebelde se arma en los actos del corazón hasta la garganta. Levanto la mirada para ver la posición del sol, nubes y más nubes, bajo la mirada al piso para recoger los pedazos que no puedo armar, una manifa en la tempo-rada basta.

El aire canta en las ramas de los árboles, la lluvia en el adoquín, la ale-gría que estalló en jubilo me conduce en un auto azul y blanco con torreta de luces bicolor, interiores en gris, en-rejado al frente, huele a pino, des-canso al fin, después, cada quien a sus cosas: al trabajo, a la escuela, a la casa, en transporte público.

Soliloquio: oportunidad de desfogue

amiko - amigofilo - hijofrato - hermano,knabo - muchachofloro - florpatro - padreinstruisto - profesorkafo - cafékuko - pastellakto - lechesukero - azúcarteo - tébiskvito - galletabela - bellogranda - grandenova - nuevobona - buenoseka - secoblanka - blancovarma - calientesana - sano

ami - amarĉio - todo, cadaie - en algún lugarĥoro - coro alto - elevaciónĵurnalo - diario, periódicoago - accióneskalo - escalera de manoĝene - incomodidadscii - saberroko - rocatio - eso, aquellojen - he aquíakvo - aguaĉielo - cielovento - vientofajro - fuegotero - tierraaero - aire

Zidronio Melo

De kiu lando vi estas? - ¿De qué país eres?Eble. - Tal vez.Kie vi loĝas? - ¿Dónde vives?Kiam vi venos? - ¿Cuándo vendrás?Kiel vi? - ¿Cómo estás?Kio estas via nomo? - ¿Cuál es tu nombre?Kio okazas? - ¿Qué pasa?Kioma horo estas? - ¿Qué hora es?Konsentite! - De acuerdoKion vi faras? - ¿Qué haces?Kompatinda! - ¡Pobre!Konsentite! - De acuerdoMi estas laca. - Estoy cansado.Mi estas malsata. - Tengo hambre.Mi fartas bone. - Estoy bien.Mi ne volas. - No quiero.Mia nomo estas... - Mi nombre es...Nedankinde. - No hay de que.Povas esti. - Puede ser.

ESPERANTO.. .

Sano kaj Anarĥio:

Recordamos: las palabras tienen una ter-minación específica; -o sustantivos, -i ver-bos, -a adjetivos.

A continiación mostramos dos tablas di-ferentes, en la primera hay algo de vocabu-lario, y la segunda son frases que se pueden utilizar en preguntas, respuestas y más.

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Dios celestial...

La Vorto

no. 9, 25 de abril 2011

El inicio de la conmemoración del primero de Mayo en este país fue en

1913. Ya se había dejado atrás las aún san-grantes heridas de Cananea y Río Blanco, algunos años después del estallido de la lu-cha armada contra la dictadura de Díaz. En comienzo libertaria, nace la Casa del Obrero Mundial como un recordatorio de los Márti-res de Chicago, y claro, de la reivindicación de los trabajadores de la ciudad al campo, del arado a las fábricas, en la obtención de beneficios por sus productos y esfuerzo, su-dor y cansancio.

Quien gritara, a la plutocracia: “¡Qué mejor para ustedes, usurpadores, dictadores, clericales y demás opresores del hombre, que escindir la Revolución, exhibirla como “anarquía”, y utilizar el beso de Judas por enésima vez!”, debió de haberlo hecho en grito estentóreo y universal, el gritador, ha-blándose, protestando consigo mismo, pro-clamando la Libertad. Quién se dice anar-quista, y protesta en sus actos contra ella, ¿quién?

Ya al manifiesto de Magón que procla-ma la completa igualdad de individuos, se le ve abandonado, empolvado, acabado, muerto; y no se vislumbra más esa brillantes que compartía con los ojos de los luchado-res de convicción incorruptible. Tomando como última verdad las falacias redentoras de los nuevos tiranos expoliadores. “La di-vina providencia ha creado ricos y pobres, no entraba en su intención que los pobres se hicieran ricos”, y si lo hacen, después de ricos, déspotas; el nuevo Régimen ha naci-do de la fragua abrasada por el fuego de la lucha encarnizada. ¡La Revolución no ha muerto! Sólo tomó su verdadero aspecto. La reforma, el servilismo.

Cansado el pueblo de caudillos, sin más intenciones que las de sus antecesores, vuel-ve a caer en el remolino político del círculo viciado de la legalidad, muerte al caudillo antiguo, vida al nuevo estandarte de la su-misión. Enalteciendo la nación, se esfuerza la camarilla intelectual en dar estructura a lo que será el nuevo folclore patriotero. Se han puesto en escena los sindicatos y grupos de trabajadores, obreros y campesinos, dejan de ser esclavos, para tristemente convertirse en sirvientes. La explotación se haya a flor de piel, pero no se siente igual, porque los derechos de los obreros y campesinos están

establecidos. ¡La Revolución ha cumplido! Los viejos ideales de los rebeldes han sido sepultados, están locos, son fanáticos, son pocos, sin importancia; olvidémoslos ya. ¡Adelante! ¡Adelante! Con la explotación aceptada: la legal, la consentida.

La Constitución se ha constituido, pros-tituido en su gestación, olvidando la sangre derramada, a cuántos, convidado su chillan-te color, beneficiado con su origen deshere-dado, heredando dolor y opresión a los hijos de las víctimas, privilegios y comodidades a los hijos de los verdugos, permaneciendo los primeros en mendrugos e ignominiosa pobreza, insatisfecha la necesidad de vivir en plenitud intelectual y física. Los obreros son otros, los explotadores otros, la misma fórmula. Mayo, primero, día del trabajo, no del trabajador. Celebración aquí, en la que sólo se sepulta a los ideales… muertos.

Pasan los Primeros terminan los Mayos, año tras año, esta conmemoración, celebra-ción disfrazada de homenaje, feria y circo, payasos y patiños, por convicción o por coerción, todos acuden a la manifestación a gritar vivas al usurpador, porque la lucha ya se ha vuelto un folclore. Son llamados partícipes del progreso, del desarrollo eco-nómico, los que han sido siempre los crea-dores de riqueza, los trabajadores; no saben reconocer su fortaleza, su capacidad en su fuerza.

De desfile en desfile pasan los podero-sos por las sillas y sus instituciones, no hay diferencia de unos a otros, más que en la cantidad que han podido sustraer a la fuer-za de trabajo. Dónde están los tiempos en que se decía: “La Confederación General de Trabajadores no es organización polí-tica: es rebelde, antiestatal y libertaria. No predica la paz y la armonía entre lobos y ovejas; esto es, entre verdugos y explotados, entre capitalistas y obreros. No se engaña a sí misma, ni miente ante nadie. Comprende el momento histórico por que atraviesa el proletario, y no puede ni quiere arrodillarse ante los hombres poderosos que sostienen el presente sistema desnaturalizado. Sigue su marcha borrascosa por el triunfo de la justi-cia, de la igualdad y de la abolición de todas las formas de explotación del hombre por el hombre. No llora, cobardemente, a sus centinelas que caen; éstos son los pelotones del progreso y los recuerda para el día de la

Revolución Social, que ya se asoma en el horizonte”. Es penoso que se hable así, y ni el mismo hablante crea lo que sus palabras expresan. No hay continuadores, máximo que se expone: nos llaman soñadores.

Qué razón tiene la frase: “la palabra inte-gración es siempre señal de peligro, porque siempre se supone que la labor de la inte-gración la realiza alguien que está encima del proceso y de los individuos que han de ser integrados”. Pues estos, siempre con avaricia, ven sólo por sus propios intereses. Acaban con cualquier fulgor de rebeldía. Dónde quedo Magón -o por lo menos la farsa de Lombardo Toledano-. Sus ideales, sus luchas, sus sentimientos, sus metas y convicciones. Ahora ya no existen más que prisiones, pues los triunfadores hicieron de las conquistas sociales las cadenas despre-ciables de los modernos trabajadores.

En Los primeros de mayo en México (Contribución a la historia de la Revolu-ción), Rosendo Salazar narra la historia de las luchas de los trabajadores en este país. Luchas que se sostuvieron para lograr mejo-ras económicas y poder así gozar del esfuer-zo excesivo, que se les imponía al trabajar sin una remuneración suficiente para cubrir por completo las necesidades humanas prin-cipales. En estas páginas vemos cómo al transcurrir el tiempo, no sólo el movimiento obrero y campesino se alejan de los ideales que les dieron vida y soporte, sino también el mismo autor. Lo que termina en dema-gogia y democracia, plato fuerte del capi-talismo, el manjar que los dioses usureros disfrutan más.

“Los grandes trabajos públicos rigen los destinos políticos”. Lo mismo es: hay que dar migajas a los que no las tienen, y con-sideraran dios al benefactor. Dios celestial de color metal. ¡Ay, que romántico es recor-dar!…

La nigraj vizaĝoj

Contribución: crítica al Día del Trabajo

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No importa qué...

La Vorto

no. 9, 25 de abril 2011

VITA-MORTIS

Vivir…Sin un algo mejor

que el simple hecho de vivir.

Vagar…Como un Zombi errante

sobre caminos trazados ya.

Luchar…Con tan sólo la mezquina ilusión

de ver llegar un día más.

Con la infantily absurda pretensión

de, permaneciendo de erectos,vencer el llamado de la gravedad.

Con la alegría fingidade saber que se ha ganado

una vez más la comida,pero nada más.

Vivir…Sin un algo mejor

que el simple hecho de vivir…¡Eso es tan sólo morir!

LOS PERROS DEL SILENCIO I

La ciudad donde vivenes el espacio etéreo

que parte de entre muela y tacóny termina sobre el cuello.

Las calles son estrechos suspiros,sin el detalle siquiera

de un farol de esperanza postrera.

Las sombrasson dueñas y señoras.Jerarcas milenarias

de las almas estrechas.

Almas que deambulanentre un collar trapero.

Ostentando número de serie,fechas de nacimiento y de muerte.

Ahí no nace la risa,ni tampoco el llanto,

ni el placer ni el dolor…¡Todo se les fabrica!

¡Todo lo fabrica el amoa rito de tacón!

¡La sonrisa y el llanto!¡La supervivencia y la muerte!

Y los perros,mueven el rabo

mientras lamen el tacón…Tacón que les permite vida.

Tacón que les regala muerte.Y sus gargantas son silencio… Y sus dientes son silencio…

Y sus vidas… También son silencio.

LOS PERROS DEL SILENCIO II

Llevan las orejas gachas…Cuelgan hasta el piso.

Pesa demasiado el miedo,para tan frágiles orejas.

Se arrastran,más que caminan,

por no molestar al amo,en alzar demasiado la bota.

Tiene los ojos cansadosde tanto mirar hacia arriba

en espera de un castigo,al que sonríen si no mata.

Cuando de la cría recién nacida,el Amo dictamina muerte a varios,“Por ser posibles los ladrones…”,

ellos menean la cola.

Cuando jalan del trineo,ellos menean la cola…

Cuando por alimento, les dan mierda,Ellos menean la cola…

Cuando el Amo, por aquello de las razas,consigue semental para su compañero…

Mientras fornica el elegido,ellos menean la cola…

No importa qué suceda.Nada motivará un ladrido.

Son los perros del silencio…¡El amo les dijo que no tenían voz!

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Hay muchos...

La Vorto

no. 9, 25 de abril 2011

Dos cosas empiezan a desplomarse en el mundo por inicuas: el privile-

gio de la clase que fundó la civilización del parasitismo, de donde nació el monstruo de la guerra, y el privilegio del sexo macho que convirtió a la mitad del género humano en seres autónomos y a la otra mitad en seres esclavos, creando un tipo de civilización uni-sexual: la civilización masculina, que es la civilización de la fuerza y que ha producido el fracaso moral a través de los siglos.

Varías veces había tenido ocasión de dialogar con un compañero que parecía bastante sensato y siempre le había oído encarecer la necesidad que se hacía sen-tir en nuestro movimiento del concurso de la mujer. Un día, que se daba una confe-rencia, le pregunté: -Y tu compañera, ¿por qué no ha venido a oír la conferencia?- La respuesta me dejó helada: -Mi compañera tiene bastante que hacer con cuidarme a mí y a mis hijos-. Otro día fue en los pasillos del auditorio. Me hallaba en compañía de un camarada que ostentaba un cargo represen-

tativo. Salía de una de las salas una ponen-te, defensora de la causa del proletario. Mi acompañante la miró de soslayo y murmuró mientras esbozaba una sonrisa rencorosa: -A fregar las mandaba yo a éstas-.

La mujer es un ser libre e inteligente, y, como tal, responsable de sus actos lo mis-mo que el hombre; pues si esto es así, lo necesario es que se ponga en condiciones de libertad para que se desenvuelva según sus facultades. Ahora bien; si se relega a la mujer exclusivamente a las faenas domés-ticas, es someterla, como hasta aquí, a la dependencia de un hombre, y, por tanto, qui-tarle su libertad. ¿Qué medio hay para que se ponga la mujer en condiciones de liber-tad? No hay otro más que la acción.

Se trata de que todas las mujeres sal-gan de su dependencia, de su “hogar”, de su propia vida. De que todas las mujeres sientan el instante responsable y creador, de que todas las mujeres formen la unidad femenina de conquista y progreso.

No comprendemos cómo un obrero, que es explotado tan inicuamente se convierte en su hogar en un tirano y en jefe de unos principios autoritarios que están en contra-dicción con la libertad de su pensamiento… ¿Con qué conducta y con qué personalidad moral protestan estos camaradas? ¿No es el patrón que explota a “su mujer” y le arre-bata sus libertades? ¿No es el carcelero que convierte su hogar en una fortaleza?

Cuando vamos a un mitin o conferencia, nos sobresalta la presencia de una doce-na de compañeras; cuando nos preguntan

nuestras compañeras algo relacionado con las ideas nos encogemos de hombros, no dándole importancia; cuando una mujer ex-presa su opinión en una tertulia, asamblea o en el hogar, nos decimos con misterio: ¿será una loca?

El hombre revolucionario que hoy lucha por su libertad, solo, combate contra el mun-do exterior. Contra un mundo que se opone a sus anhelos de libertad, igualdad y justicia social. La mujer revolucionaria, en cambio, ha de luchar en dos terrenos: primero por su libertad exterior, en cuya lucha tiene al hombre de aliado por los mismos ideales, por idéntica causa; pero, además, la mujer ha de luchar por la propia libertad interior, de la que el hombre disfruta ya. Y en esta lucha, la mujer está sola.

¿No les sorprende, verdad, que un bur-gués no quiera abandonar su posición, ni siquiera igualarse con sus trabajadores? No, lo consideramos justo. Sabemos que es más agradable dar órdenes que obede-cer… Entre un hombre y una mujer ocurre lo mismo. El varón se siente más satisfecho te-niendo una sirviente que le haga la comida, le lave la ropa… Esta es la realidad. Y a la vista de esto, pedir que los hombres cedan sus privilegios es como soñar.

Hay muchos compañeros que desean sinceramente el concurso de la mujer en el movimiento; pero este deseo no responde a una modificación de su concepto de mujer; sin que ello les haga pensar ni por un instan-te en la autonomía femenina, sin que dejen de considerarse a ellos mismos el ombligo del mundo.

Extractos del libro Rojas: las mujeres republicanas en la Guerra Civil, Mary Nash.

? NOTAS ANARQUISTAS . . .

Muje r . . .

SÍMBOLOS

Todas las letras han sido sustituidas por signos encriptados. sólo de unos cuantos se dan las equivalencias, pero de ninguna de las vocales, sólo consonates. ¿Puedes descubrir la frase completa...

Esperamos que se diviertan o entretengan

por lo menos un rato, y olvidar por un momento las preocupaciones...

VERSO

Yo soy antiteista, soy un libertario,y el capitalista no me quita la vista.

El Estado me tiene, checado y vigilado,soy insubordinado y me quiere de soldado.Me dicen fascista, me toman de marxista,no tienen ni pista, pues soy un anarquista.

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Poco, nada, vale un hombre pero, ¿sa-bemos el destino de la humanidad? De que hasta hoy no hayamos resuelto el problema de la vida, ¿se deduce que no lo resolvere-mos algún día? Viendo de qué lugar salimos y dónde nos encontramos, comparando lo que fuimos y lo que somos, puede calcularse a donde llegaremos y lo que seremos maña-na. Habitábamos en la caverna, y ya vivimos en el palacio; rastreábamos en las tinieblas de la bestialidad, y ya sentimos la sacudida

vigorosa de alas interiores que nos levantan a regiones de serenidad y luz.

El animal batallador y carnicero, produce hoy abnegados tipos que defienden al débil, se hacen paladines de la justicia y se inocu-lan enfermedades para encontrar el medio de combatirlas: el salvaje, feliz antes con dormir, comer y procrear, escribe la Ilíada, erige el Partenón y mide el curso de los as-tros.

Ninguna luz sobre humana nos alumbró

en nuestra noche, ninguna voz amiga nos animó en nuestros desfallecimientos, nin-gún brazo invisible combatió por nosotros en la guerra secular con los elementos y las fieras: lo que fuimos, lo que somos, nos lo debemos a nosotros mismos. Lo que poda-mos ser nos lo deberemos también. ¡Para marchar no necesitamos ver arriba, sino adelante!

González Prada

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