revoluciÓn integral o decrecimiento

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  ¿REVOLUCIÓN INTEGRAL O DECRECIMIENTO? CONTROVERSIA CON SERGE LATOUCHE Félix Rodrigo Mora

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Con el título de “Causas y alternativas en la crisis actual”, en el Ateneo de Madrid, la FAL (Fundación Anselmo Lorenzo) organizó una conferencia-debate entre Serge Latouche, creador cualificado de la teoría del decrecimiento y Félix Rodrigo Mora, el pasado día 20 de octubre de 2011. Con ocasión de tal evento, Félix Rodrigo edita el presente texto titulado ¿REVOLUCIÓN INTEGRAL O DECRECIMIENTO? CONTROVERSIA CON SERGE LATOUCHE. Aprovechando tal fin, Félix pone por escrito lo sustancial de sus posiciones. Éstas, tal y como dice el propio Félix en el prólogo del texto, “no se dirigen tanto a evaluar, ya sea con espíritu coincidente o crítico, lo que aquél argumenta y formula como a investigar la situación real de los problemas considerados para enunciar las adecuadas soluciones, si es que existen y en la medida en que soy capaz de pensarlas”

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¿REVOLUCIÓN INTEGRAL ODECRECIMIENTO?

CONTROVERSIA CON SERGE LATOUCHE

Félix Rodrigo Mora

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Comunicación presentada en:

“Causas y alternativas

en la crisis actual” 

Conferencia/Debate

Serge Latouche-Félix Rodrigo Mora

ATENEO DE MADRID, C/ PRADO 21

Organiza: FAL (Fundación Anselmo Lorenzo)

20 de Octubre de 2011

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ÍNDICE

LOS FUNDAMENTOS DOCTRINALES DEL ATAQUE IZQUIERDISTA AL MEDIO AMBIENTE .............. 7

LOS GRANDES PROBLEMAS MEDIOAMBIENTALES HOY .............................................................. 13

¿HACIA UN APOCALIPSIS MEDIOAMBIENTAL? ............................................................................. 19

RELACIÓN DE AQUELLO QUE, POR FORTUNA, EL DECRECENTISMO SUPERA Y NIEGA

DEL IZQUIERDISMO ...................................................................................................................... 30

SÓLO UNA SOCIEDAD LIBRE PUEDE RESTAURAR EL MEDIOAMBIENTE ....................................... 36 

EL DECRECIMIENTO, UNA NUEVA TEORÍA OMNIEXPLICATIVA, REDUCCIONISTA,

TOTALIZANTE Y SALVACIONISTA .................................................................................................. 42 

LA CRISIS GENERAL ACTUAL Y LA TEORIA DEL DECRECIMIENTO ................................................. 49

PROPUESTAS Y PROGRAMA DE ACTUACIÓN ............................................................................... 52

NOTAS .......................................................................................................................................... 56

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“Quien se hace esclavo de los hombres se hace antes

esclavo de las cosas” 

 Epicteto

“El apego al cuerpo y a los bienes terrenales es la pérdida del hombre,

la venta de su libertad” 

 Epicteto

“El que es dado a la frivolidad y a los bienes terrenales

es incapaz de amar” 

 Epicteto

El debate público entre Serge Latouche, creador cualificado de la teoríadel decrecimiento, y yo, me invita a poner por escrito lo sustancial de mis

 posiciones. Éstas no se dirigen tanto a evaluar, ya sea con espíritu coincidente ocrítico, lo que aquél argumenta y formula como a investigar la situación real delos problemas considerados para enunciar las adecuadas soluciones, si es queexisten y en la medida en que soy capaz de pensarlas. Tal es el contenido de laconferencia-debate, expresado en su título, “Causas y alternativas en la crisisactual”.

Hasta el presente he prestado una atención reducida a la teoría deldecrecimiento, por parecerme escaso de objetividad planeada, penetraciónanalítica, adecuación al momento histórico, radicalidad sistémica, fuerza épica y

espíritu revolucionario. Pero una vez que se acordó realizar la controversia heestudiado bastantes materiales salidos de la pluma de Latouche.

De ahí se ha derivado un entramado de acuerdos y desacuerdos, siendoestos últimos de bastante peso sin que los primeros dejen de ocupar un lugar. En

 particular me siento solidario con el propósito de superar, aunque a menudo seasólo de manera parcial o incluso meramente verbal, los planteamientosdesarrollistas, consumistas, progresistas y tecnoentusiastas de la izquierda, parael caso de “España” constituida por PSOE, PCE-IU, extrema izquierda y gueto

 político, haciendo los dos últimos sobre todo de tontos útiles. Tal hace de esa laformación ecocida por antonomasia, aquí y en toda Europa, al continuar 

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 persiguiendo con su senil ideario y cansina práctica el reino de Jauja, colmadode megaabundancia material, cosismo maniático y plenitud del estómago, lo quees consustancial a su programa y sistema de disvalores.

La única idea que promueve en el presente la izquierda es la del consumo

máximo. Una vida de superconsumo, por lo tanto de devastación ambiental almayor nivel, bajo la dictadura del Estado y con sometimiento al poder delcapital, es todo lo que ofrece a las clases populares. Ahora, cuando la gran crisismúltiple de Occidente pone en entredicho la sociedad de consumo y sufundamento institucional, el Estado de bienestar, la ideología de la izquierda

  promueve rebeliones de consumidores frustrados y airados, los cuales deseanseguir destruyendo la naturaleza y despilfarrando recursos no renovables.Aquéllas son, por lo general, reaccionarias.

Es cierto que Latouche sueña con ganar a la izquierda, tanto como a laderecha, para su política de salvación interclasista e institucional del planeta,

 pero eso es una ingenuidad (además de un fundamental error). En “España” laizquierda ha hegemonizado la vida política desde el fin del franquismo y ha sidola fuerza principal en la elaboración del intolerable texto político-jurídico quenos oprime, la Constitución de 1978 (digna sucesora en su espíritu liberticida dela de 1812), plena de desvaríos productivistas y desarrollistas, la cual hainstaurado un orden de dictadura, político, económico, académico e ideológicoque ha llevado la destrucción medioambiental a cotas máximas y muyalarmantes, de tal manera que nuestros ecosistemas están hoy mucho peor que en

1978.

 No puede olvidarse que el sistema vigente, una dictadura constitucional, parlamentarista y partitocrática, es consecuencia en lo esencial del pacto suscritoentre el Estado franquista, representado por el falangista reconvertido AdolfoSuárez, y el Partido Comunista de España (hoy Izquierda Unida) en 1974-1978.

Desde el auto-final del franquismo, en 1978, el capitalismo español,  privado y estatal, ha tenido en la izquierda su principal fuerza política, por delante de la derecha. Ha sido la izquierda en el gobierno la que constituyó la

gran empresa multinacional española, que es la forma más aflictiva ydepredadora de capitalismo, en el periodo 1982-1996. Además, el Estado(ejército, aparatos represivos, poder judicial, régimen carcelario, cuerpos de altosfuncionarios, capitalismo estatal, sistema educativo y universitario, poder mediático institucional y sistema sanitario y asistencial), ha sido convertido por ella en “lo público”, o propio de las clases populares, fomentando así una fusiónejército-pueblo no sólo aberrante en lo político e intolerable en lo ético sinoademás dramática en lo medioambiental, dado que el ejército es la fuerza que, deforma directa e indirecta, más consume (al suyo se ha de calificar de consumo

institucional , que es el peor, muy por encima del consumo particular o personal),

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despilfarra y destruye el medio ambiente, como expongo en “Naturaleza,ruralidad y civilización” y como luego se dirá.

Ha sido la izquierda la que ha incluido de manera definitiva al país en laOTAN, ha enviado al ejército a más de una docena de intervenciones en el

exterior, ha incorporado a las mujeres al ejército para hacerlo más poderoso(asunto presentado sin pudor como “emancipador” por el feminismo, en todo alas órdenes del Ministerio de Defensa y del Ministerio del Interior) y la que sedispone a seguir dando pasos en la dirección de alcanzar la total militarización,que es una forma de fascistización, de la vida social. Para ello está obsesionada

 por crear la forma definitiva de Estado policial, subordinando a leyes la totalidadde la vida social, llenando las cárceles y convirtiendo la tortura en mera rutina.

En el periodo 2004-2011 el gobierno del PSOE ha destruido el país, nosólo en lo económico, al haber promovido un consumismo descomunal, basadoen el endeudamiento, la explotación del Tercer Mundo, la constitución de unaeconomía improductiva y parasitaria y la inmolación despiadada del medionatural, sino en todo. Por medio de las diversas religiones políticas y decontinuas operaciones de ingeniería social ha creado una sociedad embrutecida,encanallada, desmoralizada, volcada en el culto al tubo digestivo, la dieta hiper-calórica y la obesidad, envilecida y falta de civilidad, una sociedad que ya no eshumana.

Ha arrasado de raíz la vida intelectual y cultural, ha expandido en flecha

el alcoholismo y la drogadicción, ha enfrentado entre sí a los diversos sectores populares, ha llevado el hedonismo a sus niveles más patéticos, ha aculturado alas masas de manera casi absoluta. En suma ha dado un salto decisivo hacia ladestrucción de la esencia concreta humana y en pos de la constitución de unadictadura casi perfecta del Estado y del empresariado.

La izquierda y sus adláteres se han marcado como meta construir desdeel poder una infra-sociedad de la mentira, la ignorancia de masas, la barbarie y ladeshumanización, de la irresponsabilidad y la infantilización, de los estómagosllenos y las mentes vacías, una especie de gran horda inmoral, brutal y

depravada, volcada en el odio a sus semejantes y el culto por las cosas(mercancías), que sólo vive para producir y consumir, esto es, para destruir porpartida doble la naturaleza.

  No se puede olvidar que fue la extrema izquierda y el gueto políticoquienes dieron respaldo al PSOE en 2004 haciendo una substancial contribucióna que ganase las elecciones. Esa izquierda demagógica, que incluso cita a Marx

 para falsear su lado revolucionario, que está subvencionada por el PSOE y entodo a su servicio, es la que ahora pretende seguir consumiendo y consumiendo,haciendo de la conservación del Estado de bienestar, creado por el ministrofalangista de Franco Jesús Romeo Gorría en 1963 (Ley 193/1963, de 28 dediciembre, sobre Bases de la Seguridad Social), el centro de su línea política. Si

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fuera consecuente, esa izquierda, en particular PCE-IU que es quien con másarrobo vitorea ese engendro fascista, debería levantar un monumento a laFalange y otro a Franco, por ser los principales creadores del Estado de bienestar en “España”.

El PCE-IU, en tanto que partido de la burguesía de Estado, que medra y prospera a través de la explotación fiscal de los trabajadores sobre todo (ademásde por la explotación directa de los 2,5 millones de asalariados que trabajan enempresas de capitalismo de Estado) tiene uno de sus principales centros deconcentración y acumulación de capital sobre sí mismo en las cajas de ahorro,

  presentadas como banca “pública”, en cuyos consejos de administración está  presente conforme a la legislación vigente. Desde ellos ordena ejecutar losdesahucios de quienes habiendo solicitado una hipoteca para adquirir unavivienda no pueden pagarla al mismo tiempo que, sin pudor, agita en la calle la

consigna de “movilización de masas contra los desahucios”.

Por otro, en los años de prosperidad ha financiado desde las cajas muchosde los peores atentados medioambientales, desde la urbanización de casi todo ellitoral hasta los campos de golf, al mismo tiempo que se une en las eleccionescon grupos del más turbio ecologismo de Estado, Iniciativa Per Catalunya Verds,Els Verds País Valencià, Federación Los Verdes y varios otros. Esa es la políticade la izquierda: hacer una cosa en las instituciones y decir otra a sus votantes,siempre ansiosos de ser engañados. La mentira es su principal herramienta detrabajo.

La meta última del PCE-IU es convertirse en burguesía de Estado propietaria de la totalidad de la riqueza del país, como lo es en Cuba el PartidoComunista, pues no se contenta con poseer sólo una parte, que es su situaciónactual. De ahí que toda su política se dirija hacia la estatización completa de lavida social. Similarmente, para aquél el parlamentarismo es sólo un régimentransitorio impuesto por las circunstancias, dado que su objetivo es crear ladictadura de un solo partido, como en la Cuba propiedad de la familia Castro, ala que presenta como modélica. Eso hace del PCE-IU una formación política deextrema derecha, en la modalidad del fascismo de izquierda. Su apología delEstado, al que sin rubor tilda una y otra vez de “lo público”, indica lo que desea,una dictadura total del Estado con PCE-IU como “partido de vanguardia”, segúnel ejemplo de Corea del Norte.

En definitiva, el izquierdismo es estatolatría. Ahora bien, la estatolatría esmilitarismo y el militarismo es ecocidio.

Los fundamentos doctrinales del ataque izquierdista al medionatural

Hoy la izquierda suele presentarse con una envoltura verbal “verde”, parahacerse atractiva en lo electoral, en un intento de ocultar su esencia destructora,

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medioambientalmente nihilista, pues consumir es destruir. Incluso se presentacomo ecologista en algún asunto puntual, las nucleares por ejemplo, para mejor 

  poder continuar con su política de devastación en todos los demás. Talesfullerías son habituales en el izquierdismo que abomina de la moral y sigue aMaquiavelo y Nietzsche, ideólogos del totalitarismo estatal.

Esto exige recordar sus cimientos teoréticos.

Para aquél la índole última de la historia, de la vida social y de lacondición humana está en la economía. Lo determinante es la producción,distribución y consumo. Todo depende de esto y todo se realiza a través de esto1.La supuesta liberación de los oprimidos es consecuencia de la progresión de la

 base material de la sociedad, del desarrollo constante de las fuerzas productivas,es decir, del crecimiento ilimitado de los instrumentos de producción (sobretodo, en la forma de gran industria, tecnología y servicios), del transporte, latecnología, las ciudades y áreas industriales.

El bien más codiciado es, pues, el crecimiento cuantitativo y cualitativode la producción, y el ascenso en flecha del consumo. Crecer más y más paratener más y más abundancia material es el meollo de la concepción izquierdista,que coincide al completo con el proceso de acumulación capitalista. Las diversasetapas de la pretendida evolución de la humanidad, el socialismo y elcomunismo, son en lo principal fases de desarrollo ascendente de las fuerzas

  productivas, en particular, como se dijo, de la gran industria, la agricultura

tecnificada y quimizada, las infraestructuras y la tecnología en general. Esoequivale a decir que el comunismo, tal como lo entiende aquélla, es unaformación social de un productivismo máximo y un consumismo superlativo,

 por tanto de una devastación total de la naturaleza.

En “Crítica del Programa de Gotha”, 1875, Carlos Marx presenta como lameta histórica más deseable que “crezcan las fuerzas productivas y corran achorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva”. Ya Simone Weil adujo queno es posible pues el planeta como realidad física es finito. Cierto. Pero ademásno es deseable. El bien humano y la realización de nuestra esencia dependen de

lo contrario, de la pobreza decorosa y la escasez suficiente admitidas por convicción interior, de alcanzar la independencia respecto a las cosas y a lariqueza, del desarrollo continuado de las cualidades y atributos del espíritu conindiferencia frente a los bienes materiales, que sólo son imprescindibles a la vidahumana en pequeñas cantidades. Marx se limita a reproducir en esto laconcepción del mundo propia de la burguesía, que lleva al proletariado, al quedestruye así como fuerza potencialmente anti-burguesa.

Las desventuradas realizaciones de la distopía izquierdista, la UniónSoviética ayer y Cuba, Venezuela, China o Corea del Norte hoy, se caracterizan

 por sacrificar el medio ambiente a las exigencias del crecimiento económico. La burguesía de Estado de esas formaciones sociales trata a la naturaleza con mayor 

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desprecio y enseñamiento, si cabe, que la burguesía privada occidental. Lomismo en Brasil, desde hace años gobernada por el izquierdista PT (Partido delos Trabajadores); en el régimen pseudo-indigenista, estatolátrico y racista anti-

 blanco de Evo Morales en Bolivia, dedicado ahora a dar un uso devastador a laselva y a sus pobladores tras años de estomagante retórica supuestamente a favor de la Pachamama (Madre Tierra); en Venezuela con el gobierno del hiper-desarrollista, como buen militar, teniente coronel Chavez y en todos los paísesen los que la izquierda posee el poder del Estado o del gobierno.

En China, bajo la dirección totalitaria del Partido Comunista y sobre la base de la propiedad “colectiva” (estatal) de una parte decisiva de los medios de  producción, un industrialismo desenfrenado está creando problemasmedioambientales muy numerosos y en extremo graves. En el exterior, sobretodo en África y Latinoamérica, las empresas multinacionales chinas están

destruyendo bosques, arruinando cursos de agua, contaminado suelos, agotandolos recursos y, además, tratando a la mano de obra local como esclava,valiéndose incluso de castigos corporales. Cuando sólo cuenta el crecimientoeconómico se instaura la peor forma de tiranía y barbarie.

El capitalismo chino, impuesto por el Partido Comunista de China, es elmás brutal y salvaje de todos, un hiper-capitalismo que en apenas nadasustantivo se diferencia del promovido por el nazismo. Toda la izquierdacomparte esa ideología y la aplica en cuanto la correlación de fuerzas le esfavorable. La izquierda es la enemiga fundamental del medio ambiente, de la

revolución, de la libertad (de conciencia, política y civil), de la civilización y dela esencia concreta humana.

En su lunática devoción por el desarrollo y el consumo, el progresismo yel izquierdismo coinciden, como se ha dicho, con el fascismo. En efecto, fue elrégimen del general Franco quien industrializó “España”; hizo desaparecer lasociedad rural tradicional; concentró la población en las ciudades; liquidó a granescala el bosque ancestral para sustituirlo por hórridas plantaciones de pinos,chopos y eucaliptos, generalizó el uso de productos de síntesis química en loscultivos; expandió la aridificación, desertificación y sequía estival con laagricultura tecnificada; inició la destrucción de las áreas costeras, sacrificadas ala industria turística; motorizó la movilidad social; implantó la sociedad deconsumo de masas; fundó el Estado de bienestar y popularizó la tecnología,sobre todo por medio de la intervención estatal. Dicho de otro modo, fue elfascismo quien ha realizado lo axial del programa de la izquierda. Sus resultadosa la vista están.

Ello es así porque franquismo e izquierda, en esencia, tienen la mismaideología, como se manifiesta en los regímenes de extrema derecha hoy

existentes en Cuba (fue el burdel de EEUU con Batista y es el burdel de la UEcon Fidel), China, Corea del Norte y demás expresiones del “paraíso socialista”,

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los cuales en su ordenamiento jurídico-político sólo en la terminología sediferencian del franquismo.

  Nada más vergonzoso en el presente que la encendida apología delEstado de bienestar, estatuido por el régimen de Franco en 1963, que está

haciendo toda la izquierda. Como veterano de la lucha antifranquista y víctimadel terror fascista no puedo admitir esa rehabilitación de facto del franquismoque hace ahora toda la izquierda, al loar una de las más substancialesrealizaciones de Franco y Falange, el Estado de bienestar, al que se atreven a

  presentar, en el colmo de la desvergüenza, como una “conquista” de lostrabajadores cuando fue una imposición más del Estado franquista a las clasesasalariadas2. Es, además, uno de los instrumentos más activos para promover elconsumo y el despilfarro en beneficio de la industria química y farmacéutica,que acumula aceleradamente capital al mismo tiempo que contamina a

descomunal escala.

La ideología desarrollista propia de la izquierda lo sacrifica todo a la producción y a su correlato, el consumo: el ser humano en tanto que humano, elmedio ambiente, la voluntad de verdad, los valores, la sensibilidad estética, laidea de bien y virtud, la convivencia y, por supuesto, la libertad, que es el bien(inmaterial) más necesario. Pero por encima de todo fomenta la aniquilación dela esencia concreta humana y se opone a la revolución integral. De ella dimanael colapso de los ecosistemas, la dictadura total, la incivilidad de masas, laimposición del individuo-nada y la barbarie institucionalizada.

Un caso bien visible de lo expuesto es el actuar de los ayuntamientos en  poder del PCE-IU. Se caracterizan por cometer los peores excesos contra elmedio ambiente, desde la apertura de canteras a la destrucción de lo poquísimoque queda del bosque autóctono, desde el establecimiento de todo tipo deindustrias a la construcción de las infraestructuras más ominosas. Con tal de

  promover el desarrollismo y cobrar más impuestos hacen lo que sea. Al ser  burguesía de Estado el incremento del poder del Estado es su principal garantíade medro y prosperidad.

Latouche se equivoca al considerar que su programa de decrecimientoobliga a una alianza con la izquierda, dado que ésta nunca renunciará a ser loque es, el partido del estómago, de la negación de la libertad, de la más ciegaveneración por el Estado (por tanto, por el ejército y la policía) y de la agresiónal medioambiente. Es más razonable considerar al izquierdismo como adversariosustantivo, buscando su arrinconamiento por medio de la lucha política y lacrítica3.

Eso es hoy hacedero dado que la izquierda está en declive, falta de ideasy de discurso, desacreditada tras muchos años de enormidades y tropelías, conlos países a ella sometidos en grave crisis de una u otra naturaleza, falta decerebros, muy envejecida y repudiada por amplios sectores de las nuevas

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generaciones. Su único programa hoy es mantener hasta donde pueda, por mediodel crédito y el endeudamiento (esto es, por la sobreexplotación del Tercer Mundo y la profundización de la ruina medioambiental), la sociedad de consumoy el Estado de bienestar.

Ahora es posible liberar a Europa de esa ideología aciaga abriendo unaetapa de renovación intelectual, política, convivencial, moral, estética ymedioambiental, que podría desembocar en una gran revolución integral,iniciándose así una fase nueva y magnífica en nuestra historia, como sociedad,como axiología, como calidad de los seres humanos y como naturaleza.

La izquierda, toda ella, es la expresión más acabada de la derecha. Por eso: ni izquierda ni derecha, revolución integral. O lo que viene a ser lo mismo,ni Estado ni capitalismo, ni crecimiento ni decrecimiento: revolución integral.

Un enunciado de la avidez ilimitada por el consumo de masas a granescala es el título, tanto como el contenido, del libro de Vicenç Navarro“Bienestar insuficiente, democracia incompleta”, 2002. A este autor, próximo alPSOE y al Partido Demócrata de EEUU, el terrorífico bienestar materialexistente sobre todo desde 1994 hasta 2008, pura barbarie de un populachoaferrado al “pan y circo” que renuncia a ser humano para poder consumir más ymás, ¡le parece “insuficiente”! Es imposible una perfidia mayor. Además, el

 parlamentarismo (que denomina “democracia”) le resulta “incompleto”, porqueno acaba de favorecer el consumir sin límites. En efecto, las reformas políticas

que propone el izquierdismo no tienen más meta que maximizar el contextoinstitucional del consumo de mercancías tanto como el de servicios, la mayoríaotorgados por el Estado de bienestar.

Parece que Navarro no se detiene a observar nuestros páramos yermos ysin árboles, que aterran por su aridez, desolación, sequedad y desnudez, loscampos devastados por los fitotóxicos, los ríos convertidos en cloacas, el aireenvenenado de las ciudades, las costas hormigonadas, la biodiversidaddesmoronada, el poco arbolado que sobrevive enfermo, la sequia estival cadaaño más grave, el afeamiento radical del paisaje, la omnipresente suciedad

(vómitos, escombros, vertederos), las nuevas generaciones trituradas por losdisruptores hormonales, los aditivos tóxicos, la comida basura e Internet. A esteautor, como buen izquierdista, sólo le interesa una cosa: consumir de manerareduplicada, o dicho de otro modo, desarrollar las fuerzas productivas. Tiene sudios particular y a él sacrifica el medio ambiente a la vez que a los sereshumanos, la libertad, la espiritualidad y los fundamentos mismos de lo humano.

Para Navarro la persona es una criatura que devora, un estómagoinsaciable, no un ser humano. Eso se pone de manifiesto en otro de sus libros ”ElEstado de bienestar en España”, 2004, un ejercicio de engaño y manipulación denaturaleza neo-franquista, dirigido a un objetivo, fomentar el consumo a travésde crear un hiper-Estado paternalista, ultradespótico y “protector” que reduzca al

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 pueblo a una mera y lastimosa nada ya de forma definitiva. Aquél, como todoslos jerarcas del izquierdismo, defiende sus intereses en tanto que sector integrante de la burguesía de Estado, que medra en proporción a la expansión yrobustecimiento del ente estatal, a costa del pueblo y del medio ambiente.

Para que las y los prebostes del izquierdismo tengan un poder crecienteen el Estado la naturaleza toda ha de ser destruida. Su idea del mundo surge deT. Hobbes, el gran estatólatra, para el cual la vida humana debe ser “casiexclusivamente… una perpetua pugna por conseguir honor, riqueza yautoridad”. En ese sistema de ideas los recursos naturales son elementos físicos

 para conseguir más poder político, militar, ideológico y económico, de ahí quese haga un uso devastador de ellos.

Más penoso es aún si cabe el libro de V. Navarro “El subdesarrollo socialde España. Causas y consecuencias”, 2006. Hay que tener cara dura para hablar ¡en 2006!, ¡en plena bacanal de ultra-consumo de masas!, de “subdesarrollosocial”. Dejando de lado toda racionalidad, Navarro se lanza a especular sobreque el Estado, en la forma de Estado de bienestar, ha de alcanzar un poder máximo sobre el pueblo a fin de que éste se haga populacho sobre-dominado.Para ello hace comparaciones arbitrarias entre “España” y los países con unEstado de bienestar más agresivo y totalitario ignorando las diferenciasestructurales. Aquél, vinculado al imperialismo norteamericano y a la alevosasocialdemocracia sueca, es un agente intelectual del Estado y del capitalismo de

 primera magnitud, lo que no impide que la extrema izquierda sin cerebro le cite

con unción en sus ramplones panfletos.

Una cuestión última. La ciega fe de Navarro en el Estado de bienestar  produce nauseas, lo que le impide fijarse en un dato estremecedor. Dado que el“sistema público de salud” es, entre otras cosas negativas, una institucióndirigida a maximizar el consumo de medicamentos y tratamientos, a costa de lasalud y el bolsillo del pueblo trabajador (éste, no los empresarios, no el Estado,es quien en definitiva financia el montaje, como demuestro en “El giroestatolátrico”), tenemos que las medicinas prescritas e ingeridas, al ser eliminadas por la orina y las heces, llegan a las aguas superficiales y lascontaminan gravemente, lo que se manifiesta en el declive de la flora y faunaacuáticas, fenómeno tremendo del cual es concausa. Esa es la medicina estatalen vigor desde que Franco la crease, un procedimiento para: 1) acumular capitalen la industria química y farmacéutica, 2) expoliar al pueblo, 3) envenenar a lasgentes con tratamientos en la mayoría de los casos innecesarios ycontraproducentes, 4) devastar aún más el medio natural, 5) reducir a las

  personas a estados todavía mayores de dependencia, pasividad,irresponsabilidad, insociabilidad, amoralidad y entontecimiento, 6) robustecer alEstado y, con ello, al capitalismo.

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Dado que Latouche da respaldo al Estado de bienestar la crítica anterior se hace extensiva a sus escritos.

El libro de Latouche “Sobrevivir al desarrollo” es una fábula para adultosinmaduros que falta al respeto a la inteligencia del lector o lectora por la

elementalidad con que expone “la construcción de una sociedad alternativa”. ¿Esnecesario explotar de ese modo el infantilismo de las multitudes manejadasdesde la cuna a la tumba por los poderes constituidos?, ¿es ético fabricar paraellas un cuento de hadas tan simplón, fácil, vacío y manipulativo? En él seofrece todo, literalmente todo, vale decir, el paraíso realizado en su versión

  progresista e izquierdista: bienestar, felicidad, justicia social, equidadintergeneracional, un mundo sano, bienes relacionales, salvar el planeta y, por supuesto, decrecimiento, gran paquete que ha de ser obtenido a precio de saldo,casi sin esfuerzo ni lucha, como si fuera un producto más de las rebajas de unos

grandes almacenes. Tal certifica que Latouche está dentro de la ideología de lasociedad de consumo y no fuera de ella. Y que es un político profesional más, unmercader de palabras que lo promete todo a la caza de votos.

Los grandes problemas medioambientales hoy

Lo que más llama la atención en los ideólogos del decrecimiento es lasimplificación y banalización, cuando no el escamoteo y la ocultación, a quesometen en sus textos a la situación del medioambiente. Ésta, sin duda, esmucho más grave y dramática, mucho más preocupante y llena de amplias zonas

de sombra e incertidumbre. Podría decirse que proporcionan una visión“amable” y “abreviada”, aceptable por el poder constituido, en definitiva, deesta cuestión. Basta con consultar, pongamos por caso, mi libro “Naturaleza,ruralidad y civilización”, o una obra ya clásica, “Algo nuevo bajo el sol”, de J.R.McNeill, para observarlo. Eso no impide a los decrecentistas entregarse de forma

  paralela a verbalizaciones catastrofistas e incluso apocalípticas, hoy tan demoda, las cuales no son de recibo pues la objetividad y la verdad han de estar 

 por encima de todo4.

Pero, si una catástrofe medioambiental está en puertas, ¿cómo es que

ofrecen remedios tan descoloridos y vacíos, tan insustanciales e institucionales?

Todo eso se desprende de la estrategia misma, conciliadora, tacticista,  pragmática, timorata, gris, institucionalista y no-revolucionaria, del programadecrecentista, como luego se dirá.

 No se encuentra en Latouche un estudio digno de tal nombre del declivede los suelos agrícolas en todo el mundo5, sobre todo en el sur de Europa, a

  pesar de que tiene cerca los trabajos de C. Bourguignon. Nada dice sobre unasunto inseparable del desarrollo de la gran industria metalúrgica y química, la

contaminación por metales pesados de las tierras agrícolas y no agrícolas,materia que trato con considerable extensión en mi libro antedicho. Los

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fenómenos, tan aterradores, de desestructuración de los suelos, erosión, pérdidade materia orgánica, decaimiento de los bosques autóctonos, perturbación delrégimen de lluvias, sequia estival en ascenso, cambio climático y desertificacióntampoco aparecen, salvo de pasada, a pesar de lo mucho que editan y disertanlos teoréticos del decrecimiento. Las ningunean porque tales nocividades no

  pueden resolverse en el marco de la sociedad actual, sin revolución integral pensada y realizada conforme a las exigencias histórico-concretas del siglo XXI.Tampoco se halla nada consistente en concreto, diferenciado del programainstitucional, sobre el cambio climático, fenómeno mucho más complejo de loque se suele admitir.

En los 8 principios de Latouche, o retahíla de las palabras mágicas quetodo lo remedian y que comienzan por “R”, “rehabilitar, reinventar, ralentizar,restituir, reponer, recomprar, reembolsar, renunciar”, falta, al menos, una,

“reforestar”. Y otra más, que no comienza por esa letra pero es decisiva,“verdad”. Verdad, por tanto, sentido de la realidad, es lo que no se encuentra enla obra de Latouche.

Tampoco hay formulaciones consistentes sobre la agricultura ecológica, ala que da respaldo. Hasta ahora es el “remedio” institucional, empresarial ysobre todo estatal, a los desastres provocados por la agricultura convencional. Escierto que, una vez que aquélla se ha convertido en un suculento negociovinculado a las grandes superficies de las megalópolis, su prestigio comosolución “radical” ha caído en picado6. En mis escritos explico lo que es con

voluntad de rigor, calificándola de agricultura neo-química, negando que sus productos estén libres de tóxicos, que proteja y conserve los suelos agrícolas,que favorezca la flora y fauna silvestre y que sea una forma actualizada de laagricultura tradicional, esto último una ofensa para quienes practicaron y aún

 practican ese tipo de agricultura.

Latouche advierte que “comprar productos biológicos está bien”, ¿en lasgrandes superficies, como cada día es más común en las ciudades? En unasociedad libre y restaurada en lo medioambiental, sin Estado ni claseempresarial, los alimentos básicos han de ser sobre todo auto-producidos enhuertos comunales y particulares, e intercambiados, pero no comprados. Laagricultura del futuro tiene que ser la popular, no la ecológica ni la convencional.Aquí se pone en evidencia.

Apenas he hallado referencias a la reducción de la capa de ozono, otroasunto de una gravedad enorme para cuyo tratamiento de nada han servido losacuerdos internacionales (entre Estados), tan apreciados por los decrecentistas,

  pues casi año tras año el porcentaje que de ella desaparece es mayor, por desgraciada. Estamos ante una manifestación bien expresiva de que la propuesta

decrecentista, cuyo meollo es la unidad entre opresores y oprimidos en el interior de cada país, y del conjunto de los Estados a nivel planetario, para “salvar el

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 planeta” como meta única y excluyente, es medioambientalmente inefectiva ynula, además de inasumible en lo político por quienes tenemos como meta unarevolución popular integral.

La contaminación del aire, las aguas y los suelos por sustancias de la

industria química, farmacéutica y médica con capacidad de provocar un impactonotable en los seres vivos, los denominados disruptores hormonales, tampocomerece la atención del decrecentismo militante, a pesar de su extrema

  peligrosidad. Me bastará con remitir al libro fundamental en esta materia“Nuestro futuro robado ¿Amenazan las sustancias químicas sintéticas nuestrafertilidad, inteligencia y supervivencia?”, T. Colborn et allii, para que el lector olectora tome conciencia de la gravedad de esta cuestión.

Quien dice industria química (y gran industria de los metales), enrealidad está diciendo ejército. La función del aparato militar es decisiva en ello,y a él se han de atribuir en última instancia los desarrollos continuados deaquéllas. Pero Latouche, siguiendo en esto al ecologismo de Estado (el únicoque existe hoy, dejando a un lado unas pocas pero muy honrosas excepciones, alas que mando mi apoyo y admiración), guarda al respecto un prudente silencio,que sólo se rompe para colocar alguna frase de rancio sabor pacifista, taninoperante como insincera.

Su propuesta es fundar una sociedad del decrecimiento con aparatomilitar (y policial) incluido, el actual, que seguiría entregado a lo que es una de

sus funciones inherentes, hacer crecer la gran industria y la tecnología paradotarse de medios de inteligencia, intervención y combate cada vez más letales,lo que equivale a devastar el medio de un modo progresivo e implacable.

El mundo contemporáneo, tal como ha salido de procesos de trituraciónde lo humano, liquidación de los factores de la civilización, progresión en flechade la dictadura político-económica existente y devastación del medio natural tannotables como la revolución francesa o la revolución liberal española (sustentadaen la criminal Constitución de 1812), se asienta en la competencia entre aparatosestatales, en el conflicto permanente, en ocasiones pacífico pero en otras

armado, entre Estados7. Esa competencia sólo conoce dos momentos, el de paz,que es preparación para la guerra, y el de conflicto abierto, que es guerraefectivamente realizada.

En el primero, el rearme y la militarización demandan una primacía delcrecimiento económico para que el Estado (que en definitiva es el ejército) logreel máximo de ingresos monetarios por vía tributaria, y tenga a su servicio unagran industria lo más desarrollada posible, estatal y privada, en lo tecnológico y

 productivo, capaz de proporcionar las armas y equipo imprescindibles a aquél.

Se ha de recordar que entre el 50% y el 70% de los científicos y técnicosdel mundo trabajan directa o indirectamente para los ejércitos y cuerpos de

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  policía, para los Estados pues, no para la empresa multinacional como suelecreerse. Por tanto la gran industria, la tecnología y sus devastadores efectossobre el medioambiente son en primer lugar un asunto relacionado con elaparato militar. Eso es hoy aún más verdadero, puesto que EEUU y China seestán rearmando para librar la que, de no ser evitada por la acción de los

 pueblos, será la IV Guerra Mundial.

El enfoque institucional, en consecuencia fácil, lúdico y simplificador,que ofrece Latouche tiene en su “olvido” de la cuestión militar (dentro de suestupefaciente “olvido” del Estado, ¡nada menos!, desmemoria propia de toda lasocialdemocracia), esto es, de la relación entre el aparato castrense y lo peor dela devastación medioambiental, uno de sus componentes definitorios. Tal esnegarse a ver una parte decisiva de la realidad, ceguera voluntariaimprescindible para que resulte creíble la blanda, fácil, conformista y descansada

estrategia decrecentista, un autoengaño como tantos en que ha incurrido lahumanidad a lo largo de su historia, por temer a la realidad y por no soportar laverdad, en definitiva, por falta de fuerza interior y reciedumbre psíquica.

 No querer ver lo que es, huir de lo que existe y está ahí, nos agrade o no,impide encontrar soluciones. El engaño a sí mismo está entre las peores formasde agresión a uno mismo. Podemos “soñar”, según nos exige Latouche, pero esono eliminará la siempre compleja y dura, tensa y difícil, realidad. Como dice elaforismo, “los caminos fáciles no llevan lejos”. Aplicado a la teoría deldecrecimiento nos indica cuál es su real utilidad: nada.

La lucha antidesarrollista en su meollo último es una brega paradenunciar los aparatos militares, con la perspectiva estratégica de su totaleliminación.

La tecnología, en su génesis, desarrollo y difusión, está en íntimarelación con los ejércitos. Ha sido así desde siempre y lo es mucho más ahora.La visión economicista de aquélla, que la hace sobre todo un medio de la claseempresarial para incrementar los rendimientos y mejorar los quehaceres

  productivos es errónea. Tres son las misiones sustantivas de la tecnología: 1)

servir al aparato militar, 2) ampliar la capacidad de los cuerpos policiales yfuncionariales para controlar y reprimir a las clases populares, 3) multiplicar el

 poder adoctrinador y manipulador de las mentes y las conductas que realizan laselites del poder, en particular a través del sistema educativo, académico ymediático. Sólo en cuarto lugar pueden situarse sus prestaciones económicas.

Ahora ello se está manifestando en los hechos, pues el declive económicode Occidente, ya irremediable, acontece a pesar de su incontestable dominio dela tecnología más vanguardista. Esto le hace, en efecto, hegemónico en lo militar 

 pero no le está preservando, más bien al contrario, de la decadencia económica yla desintegración como gran potencia planetaria.

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Que el decrecentismo apenas nada coherente, no demagógico y creíble,tenga que exponer sobre la tecnología, un factor de destrucción medioambientalcolosal (además de aniquilación de lo humano en lo somático y, más aún, en loespiritual, Internet sin ir más lejos), evidencia su verdadera naturaleza.

Otro gran vacío en los escritos de Latouche es la ausencia de crítica a laciudad, a la gran urbe, a la megalópolis. Lo cierto es que admiten y promuevenla existencia de la ciudad. Esto es bastante inquietante, además deincomprensible, dado que en ella habita en torno al 75%, e incluso más, de la

 población en los países desarrollados. La ciudad es incompatible con un medionatural restaurado. Emerge por causa de la existencia misma del Estado, que laconstruye como el espacio donde desplegarse físicamente para dominar al

  pueblo y saquear las áreas rurales. Es, por su propia naturaleza, super-contaminante, como es bien conocido, e hiper-despilfarradora de agua, energía,

alimentos, tiempo de trabajo, materias primas y otros bienes básicos.

Al provocar el abandono de los campos a la agricultura tecnificada y a laganadería industrial degrada los ecosistemas del pasado inmediato, incluidos los

 bosques, que necesitan de labores regulares, realizadas al modo tradicional, paramantenerse, lo que tiene como pre-condición una población rural numerosa.Enfermedades devastadoras de los quercus (¿qué será de Iberia sin encinas nirobles ni alcornoques ni quejigos ni coscojas?), como “la seca”, es probable quetenga una parte de su etiología en esta cuestión8.

El efecto depresor de la ciudad sobre la biodiversidad no puede ser dejado de lado. Finalmente, la agricultura mecanizada y quimizada existe paraalimentar a las megalópolis con lo cosechado en campos dañados por lostóxicos, los transgénicos, la maquinaria pesada, el monocultivo, el regadíoforzado, el productivismo, el mercantilismo, el intervencionismo estatal y elresto de las nocividades. Por tanto, admitir la existencia de las ciudades es dar elvisto bueno a ese tipo de agricultura, lo que equivale a negarse a todatransformación mejorante del medio natural.

Ya hace años definí mi posición al respecto en la declaración “Por una

sociedad desurbanizada y desindustrializada”, que es bastante detallada e incluyeun programa de once puntos. A ella remito a quien desee profundizar 9.

Pero no es solo que Latouche “olvide” la ciudad sino que la otorgalegitimidad y defiende su continuidad. Para ello se sirve de ciertas piruetasverbales demagógicas, con neologismos como “ecópolis” y “ecociudad”, propiosde la neolengua del Gran Hermano. En vano, por su naturaleza la ciudad esincompatible con la recuperación del medio natural. Tales vocablos,engañadores y fuleros, muestran que su autor se sitúa al lado del ordenconstituido, que hace suyo el programa estratégico del Estado y del capital parael medioambiente. Su apología de la ciudad y, en consecuencia, su condena defacto de lo rural, crea una contradicción antagónica entre mi ideario y la

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teorética del decrecimiento, una nueva forma de urbanofilia “verde”, mendaz,inicua y devastadora.

Mi criterio es que una significativa línea de avance hacia una nuevahumanidad está en las gentes, colectivos e individuos, que abandonan la ciudad

  para volver a poblar el medio rural, con recuperación actualizada de saberes, paisajes, relaciones y valores, tarea dura y sacrificada pero sustantiva.

Tampoco se muestra Latouche locuaz sobre la defensa de los bienescomunales aún existentes, los que han logrado escapar al proceso de

 privatización forzosa, puesto en marcha en los siglos XVIII-XIX por el Estadoilustrado y luego por su heredero, el liberal-constitucional. Al respecto haymucho que hacer, desde investigar y reflexionar a movilizarse. En mis libros esun tema bastante tratado, así como en artículos10 y otros materiales. En“Francia” fue la revolución francesa, creación de un ente estatal hiper-despótico,quien destruyó casi del todo el comunal, aplastando con métodos criminales ygenocidas las diversas resistencias campesinas a las que, además, se siguecalumniando, al etiquetarlas de “retrógradas”, “clericales” y “feudales”, mientrasa sus verdugos se les presenta como emancipadores del género humano, en lasescuelas estatales (“públicas” dicen los agentes del Estado), por los profesores-funcionarios.

La carnicería llevada a cabo por las tropas republicanas en la región deLa Vandée, a partir de 1793, es una de las peores atrocidades de que se tiene

memoria, con cerca de 200.000 personas del medio rural asesinadas, por negarsea obedecer las órdenes de la Urbe despótica, parasitaria, corrompida ydevastadora, París. Así se implantó la modernidad, el progreso y “los derechosdel hombre y el ciudadano”, por citar sólo los más bufos lugares comunes de quese vale la propaganda del Estado para, tras exterminarlas, demonizar a susvíctimas. No es necesario añadir que de ahí salió un orden de cosas letal para elmedioambiente.

Dado que el comunal es no sólo propiedad colectiva sino tambiénsistemas de ayuda mutua, formas asamblearias de autogobierno, sabiduría

ancestral de tipo experiencial, formas hermanadas de convivencia y relación,música y oralidad, cultura y arte, fiesta y regocijo, ausencia de sexismo de untipo u otro, relación no destructiva con la naturaleza, ahorro de recursos y formasde hacer el trabajo productivo no aniquiladoras del ser humano, en tanto quehumano (esto es, como realidad en primer lugar espiritual), su defensa seconvierte en un complemento necesario para la restauración del medio natural.

En particular, la ancestral institución del concejo abierto11, que con su propia existencia es una negación magnífica de toda forma de parlamentarismo,de dictadura constitucional, partitocrática y parlamentaria, monárquica orepublicana, de derechas o de izquierdas, es un legado maravilloso que nos dejala sociedad rural popular. En ella se une tradición y revolución, mostrando lo

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que ha sido aunque hoy no es pero mañana será, pues la revolución integral por realizar supone un orden político fundamentado exclusivamente en una red queabarque todo el cuerpo social de asambleas omnisoberanas, sin instituciones

  políticas (Estado) ni económicas (empresa capitalista), ambas ilegítimas por liberticidas y tiránicas, sólo con las gentes del común gobernando sus propiasvidas y ayudándose de forma desinteresada las unas a las otras.

Me pesa decir que mi posición ante esta cuestión difiere de maneraantagónica de la de Serge Latouche, que en esto se une a las muy poderosastendencias de la ultimísima modernidad que buscan aculturar a los puebloseuropeos, convirtiéndolos en un gran tropel de seres sin historia, avergonzadosde sí mismos, llenos de sentimientos de culpa y auto-odio, desconocedores, por desprecio inducido hacia sí, de su pasado12. No. Los pueblos sin memoria, sincultura propia, sin una historiografía centrada en lo positivo y sin autoestima son

grandes rebaños de esclavos.

El lado admisible, por civilizador y revolucionario, de la culturaoccidental es imprescindible para realizar una revolución integral, la única vía

 posible hacia la recuperación de la plenitud, sublimidad, grandeza y belleza de lanaturaleza.

Se podría seguir poniendo objeciones concretas al decrecimiento,mostrando los asuntos medioambientalmente sustantivos que no trata, maltrata oa apenas se refiere, que son muchísimos. Pero para no alargar el texto

terminaremos aquí.

¿Hacia un apocalipsis medioambiental?

En la obra de S. Latouche se da una ambigüedad e indefinición, al  parecer calculada, sobre cuál va a ser la evolución más probable de lasnocividades que sufre el medio natural. Entre líneas se encuentra en ella elconocido catastrofismo ecologista que lleva decenios anunciando el final

  próximo de la vida sobre el planeta por destrucción de sus principalesecosistemas. Pero es cierto que tales formulaciones no aparecen claramente

expuestas en su obra.

Lo que parece legítimo deducir, aunque tampoco lo expresa en suliteralidad, es que enuncia una política de “unión nacional” y “unión planetaria”

 para hacer frente al gran problema común a toda la humanidad, según su criterio,el colapso medioambiental, la única cuestión que, según él, debería

 preocuparnos.

Esto hace del decrecimiento un catastrofismo más, junto a las tesis sobreel inmediato fin del petróleo, que nos devolvería en un periquete a la sociedad

  preindustrial, asunto gravísimo al parecer, o acerca de una crisis económicainminente, definitiva e irreversible que, según se anuncia, hundirá a la

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humanidad en la pobreza más desolada. El sensacionalismo vende, elamarillismo atrae la atención de las multitudes apáticas y sin cerebro de lamodernidad, y el atractivo del dinero y fama que eso proporciona suele dejar 

 poco espacio a los análisis sobrios y objetivos.

Lo que se extrae de los enunciados de Latouche en el terreno de la política básica es: 1) ha de cesar el conflicto entre dominadores y dominados,entre patronos y asalariados, para, todos unidos, poner manos a la obra en lastareas de la redención medioambiental, 2) esa “Unión Sagrada” se tiene quehacer conforme a las estructuras vigentes, esto es, los sometidos han de admitir la jefatura de sus opresores, 3) hay que renunciar a todo lo que no sea cosamedioambiental, como hace él, lo que es un reduccionismo mutilador. Nada

 pues de luchas por la libertad, contra el Estado policial y el aparato militar, nadaque distraiga del único problema sustantivo que tiene la humanidad, el próximo

colapso de los ecosistemas.

Si se observa, en la estructura de sus formulaciones Latouche reproducelos esquemas de que se vale el nacionalismo burgués. Al declarar que “la patriaestá en peligro” a causa de un enemigo exterior preconiza la unión de todas lasclases y fuerzas contra la potencia agresora. Ahora el mal es medioambiental, el

 planeta agoniza, no hay tiempo para controversias ni para divisiones: debemosunirnos y abrazarnos por encima de cuestiones “menores”, como la opresión y lalibertad, para encarar el novísimo peligro, cada cual en su lugar “natural”: losque mandan arriba y los que obedecen abajo.

De ahí que utilice un “nosotros” de sorprendente sonoridad. Según él“todos” estamos contribuyendo al desastre entre líneas sugerido. Pero en lassociedades actuales, en las que no hay libertad política; en las que las eleccionesno son libres porque no existe libertad de conciencia; en que el parlamento no esel centro de poder sino la hoja de parra que malamente oculta a los verdaderos

 poderes; en que éstos no son elegidos sino que están ahí: el ejército, las policías,el poder judicial, el aparato académico, la casta intelectual y estetocrática, laoligarquía financiera, las viejas y nuevas religiones institucionalizadas; en la quelos partidos, lejos de ser el cauce para la participación política de las masas, sonsólo una forma de impedir ésta, no es legítimo porque no es realista, ese uso del“nosotros”.

Lo que acaece en todos los ámbitos de la vida social, e incluso personal,lo deciden las elites del poder, no las clases populares. Ellas son las responsablesde los problemas medioambientales. El pueblo es también responsable yculpable, pues hay que repudiar el devastador victimismo autocomplaciente ynarcisista de la izquierda. Culpable de no pensar y no luchar más, de no resistir más, de no negarse al consumo, de contentarse con el bienestar material, de

dejarse reducir a un aparato digestivo, de no apreciar la rectitud moral, deconfiar aún en la ideología izquierdista. De llevar una vida de esclavos “felices”,

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en definitiva de cerdos. Cierto. Pero a fin de cuentas la responsabilidad delEstado-capital y del pueblo en la crisis de los ecosistemas es diferente en locualitativo y cuantitativo. Aquél es el culpable fundamental, y debe hacersedesaparecer; éste es el responsable secundario, y debe auto-educarse.

La recuperación medioambiental no puede realizarse con las elites sinocontra las elites.

Ésta es una diferencia sustantiva entre lo que preconiza Latouche y loque cualquier persona sensata concluiría, a la vista de la realidad. Lo que

 propone no es realista, al estar mediatizado por el dogma medular de su autor, asaber, lograr una recuperación del medio natural sin transformación cualitativade la sociedad, de los seres humanos y del orden de los valores y la cosmovisión,esto es, sin una revolución integral, por medio de una estrategia de unión dedominadores y dominados, de la que saldría un bloque “salvador” del planeta, elformado por el terceto Estado-Pueblo-Capital.

Cuando Latouche proclama que “el decrecimiento… está forzosamentecontra el capitalismo” falta a la verdad. Es sólo una frase para quedar bien anteciertos sectores, los más radicales, dado que su estrategia es la de realizar latriple unión anunciada. No hay en sus obras ni la más mínima referencia a cuálsería esa sociedad sin capitalismo que preconiza a la vez que una y otra vez semanifiesta partidario del actual orden social tras haber realizado en él algunastransformaciones superficiales y cosméticas. Embaucar y hacer demagogia

 populista no es correcto. A la luz de todo ello parece cierto que el decrecimientoes una forma de populismo ambientalista.

Es más, sólo unas líneas más abajo explica un elemento medular de su programa, cargar con “fuertes imposiciones” al capitalismo, lo que significa, 1)que aún muy gravado permanece, 2) que quien ha de hacer tal en una sociedadcomo la actual no puede ser otro que el Estado, pero dado que éste es la matrizmisma del capitalismo, su apología es la del capital, 3) para llevarlo a efecto hayque robustecer el Estado, a fin de que sea capaz de “meter en cintura” al capital,lo que lleva a la sobreexplotación a través del sistema tributario, al Estado

  policial, al totalitarismo de Estado y, como consecuencia, al militarismo.Latouche es, pues militarista por comisión y por omisión.

Dado que el Estado busca nada más que su propio bien (en tanto quefundamental corporación dedicada a maximizar su ansia de poder), no el del

  pueblo, no el del medio ambiente, ha de promover el capitalismo, pues de él proviene una parte sustancial de sus ingresos, además de una parte colosal de loque necesita para abastecerse de armas y otros elementos físicos de poder 13.

  Nuestro autor ni siquiera comprende qué es la formación social

capitalista. En su trabajo más sintético, “Pequeño tratado de decrecimientosereno”, 2009, aduce que es una “sociedad absorbida por una economía sin otro

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fin que el crecimiento por el crecimiento”, formulación tomada de Marx, de unirracionalismo que chirría. El estudio ateórico y experiencial de los orígenes delcapitalismo, así como de su desenvolvimiento posterior, muestra que elcrecimiento económico no es ni un fin en sí mismo ni el todo del actual orden,

 pues resulta ser un medio para la realización de la voluntad de poder del Estado,en primer lugar, y de la voluntad de poder de los propios capitalistas en segundo.Es de la pugna permanente entre Estados, así como de la que enfrenta a cada unode éstos con “sus” clases populares, de donde ha salido y se ha desarrollado elcapitalismo, no del “crecimiento (económico) por el crecimiento”.

En consecuencia, aunque Latouche lo niega, su proyecto en nadasustantivo se diferencia del preconizado por el ecocapitalismo. Únicamente esmás cauteloso en lo verbal y más demagógico, más sutil, más decidido a“vender” su teoría en todos los ambientes. Por eso, el uso desenfadado que hace

de la expresión “revolución del decrecimiento” es meramente un exceso deverbosidad y una artimaña publicitaria.

Pero avancemos un paso más en la reflexión. ¿Vamos hacia un colapsomedioambiental, hacia el fin de la vida sobre el planeta?

 No hay duda de que los problemas que atenazan al medio ambiente sonmuchos y bastante agudos, con el agravante añadido de que sus efectos semultiplican al actuar aunadamente. Nuestro autor se refiere a “catástrofesecológicas” originadas por el “sobrecrecimiento económico”. Pero hay que

establecer qué se entiende por catástrofe, o gran crisis, medioambiental. Si coneso afirmamos que se han producido dramáticos cambios a peor en relación acómo era la situación hace 200 años, y que tales alteraciones seguirán dándose,entonces sí podemos hablar de calamidad.

La estrategia de las minorías mandantes es la reorganizaciónproductiva total de la naturaleza, para hacer de ella una fuente de recursosexplotables de donde extraer elementos físicos de poder para el Estado,adquiridos con el dinero proporcionado sobre todo por el sistema tributario, ymedios de acumular capital para el empresariado.

Eso requiere reducir las especies significativas a unas 20-30 en total,entre vegetales y animales, que son de las que se extrae el 99% de los recursos

 para los humanos y el ganado, de ahí el colapso de la biodiversidad. Conseguir la madera y derivados de los cultivos arbóreos en vez de los bosques. Obtener 

 pescado de la acuicultura más que de la pesca. Depurar las aguas residuales delas megalópolis para devolverlas a los sistemas acuáticos eliminando loscontaminantes más visibles y dejando lo más tóxicos (productos químicos desíntesis, residuos médicos y farmacéuticos, metales pesados, etc.). Paliar en loformal el horror de las metrópolis con zonas verdes, constituyendo las repulsivas“ecociudades” que Latouche preconiza. Poner por doquier medidores de lacontaminación del aire y adoptar algunas providencias puramente formales

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cuando se superen los límites máximos, cada vez más a menudo. Instituir larecogida selectiva de residuos y el reciclaje mientras la suciedad, lasescombreras y los desechos lo invade todo. Destruir a conciencia el paisaje perodejar unos pocos parques estatales para que los turistas de fin de semana “entrenen contacto con la naturaleza”. Financiar carísimos programas de protección deespecies en peligro de extinción para mantener a duras penas unas docenas deejemplares con vida. Arruinar los prados tradicionales pero poner campos degolf.

Usar motores cada vez más potentes para extraer agua de acuíferos cadavez más vacíos. Plantar cada año con especies autóctonas un número dehectáreas dos o tres veces inferior a las que se queman. Hacer que el 90% de la

 población no sepa distinguir una encina de un abedul, ni un tilo de un roble, niun álamo blanco de un tejo, ni un fresno de un haya, ni un pino silvestre de una

sabina, de manera que ni conozca ni entienda ni, por tanto, ame los árboles.Otorgar al paisaje agrario una fealdad tal que uno desearía viajar con los ojoscerrados, o de noche, siempre que no haya luna. No hacer nada contra la sequíaestival, excelente para el turismo de borrachera, aunque impida la regeneracióndel bosque autóctono. Sostener que el cambio climático se revierte conreuniones en la cumbre y pactos entre Estados. Hacer que todo sea gris en larealidad y “verde” en la publicidad política y comercial. Llevar a sus últimosextremos la ganadería industrial y convertir a las mascotas en los nuevos ídolosde una ¿humanidad? que “ama a los animales” sólo porque odia a los sereshumanos.

Establecer programas para la recuperación de unas pocas has de lossuelos muy erosionados o desertificados mientras se ignora al resto. Abandonar las tierras arruinadas por la agricultura intensiva y buscar nuevos espacios donderecomenzar el proceso. Edificar desalinizadoras donde la capa freática estéexhausta y vender desalinizadoras de parcela a los agricultores cuyos pozos sehayan degradado. Cambiar a cultivos que toleren mejor la alta salinidad en lasáreas en que el regadío continuado haya saturado el suelo de sales. Dañar, amenudo de manera irreversible, los ríos y arroyos encauzándolos a base de

maquinaria pesada y cemento. Usar herbicidas tan eficaces que eliminen lasranas de los pocos ríos que hoy llevan agua en verano. Fabricar cada día másmotores de explosión pero algo menos contaminantes. Sustituir parcialmente laenergía nuclear por las hiper-destructivas eólicas.

Vigilar la acumulación de metales pesados en los suelos agrícolas y nohacer nada más al respecto. Habituar a la población a alimentos cada vez másinsípidos, monótonos y manipulados, además de insanos y tóxicos. Pagar campañas mediáticas contra la obesidad pero promover su causa principal, elestilo de vida urbano. Construir centrales nucleares cada vez más “seguras”.

Eliminar las razas14 y variedades autóctonas para generalizar los transgénicos.Poner en marcha de facto numerosos tipos de medidas anti-natalistas para

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reducir la población por motivos “ecológicos”, con la impagable asistencia delfeminismo, siempre feminicida. Financiar miles y miles de caros e inútilesestudios medioambientales sobre esto y lo otro mientras en lo decisivo y urgenteno se hace nada. Continuar calumniando a la cultura campesina premoderna conlos epítetos para tal fin fabricados por los profesores-funcionarios, losintelectuales jacobinos y el feminismo: “atrasada”, “clerical”, “feudal”, cuandono acuden sin más a la injuria, “palurdos”, “paletos”, “catetos”, “patanes”,“machistas” y el resto de la letanía. Hacer creer que todo el pasado es espantoso,en especial la Edad Media, y que tenemos delante de nosotros, por necesidad, unradiante provenir (teoría del progreso). Sostener que la intervención del Estadoes la fórmula ideal para mejorarlo todo en el agro, de forma que la poblaciónrural sea sometida a un régimen de neo-servidumbre respecto de los altosfuncionarios del ente estatal y sus agentes de la izquierda y el ecologismo pues,como arguyen éstos, el Estado es Dios y todos estamos obligados a ser creyentes

de la nueva religión monoteísta. Y así similarmente en decenas, o cientos, decuestiones.

En consecuencia, para el poder constituido no estamos ante una situaciónque tiende a ser “catastrófica” en el sentido en que lo entienden losdecrecentistas, sino ante el tránsito a un medioambiente de nuevo tipo (y a lahegemonía de las ideologías que lo justifica, siempre “verdes”), adaptado entodo a sus intereses y necesidades, reorganizado y racionalizado. Es cierto,admite dicho poder, que en esa traslación se producen daños colaterales pero enlo sustantivo todo marcha bien. Las clases mandantes no manifiestan ningunainquietud observable por lo que está sucediendo en el terreno medioambiental15.Se sirven del movimiento ecologista como nueva fuerza política a las órdenesdel poder y financiada por él, en numerosos países y cada vez másdescaradamente, pero no creen en sus hipócritas jeremiadas e interesadossensacionalismos. Lo utilizan para gestionar las nocividades, aquellas que

 pueden ser tratadas, y para embrollar las mentes y controlar las conductas con sudemagogia “verde” y decrecentista en todo lo demás.

Por tanto, hay dos formas de comprender la crisis medioambiental en

curso. Una considera lo que está sucediendo como del todo inaceptable eintolerable, lo que desemboca en el propósito de restaurar a la naturaleza en su  prístina integridad a través de un proceso mega-complejo de cambiorevolucionario integral, que renueve y regenere la sociedad y el ser humano pararecuperar el medioambiente. La otra consiste en paliar los daños que afecten alos intereses fundamentales del poder constituido, maquillar las expresiones másvisibles de las nocividades y dar respaldo al programa estratégico de las elites de

 poder para lo medioambiental.

Los “verdes” preconizan la segunda vía, que se sustancia en un

interminable chalaneo con el poder constituido, para ir logrando, una tras otra,“conquistas” que en casi todos los casos son pseudo-soluciones que dejan todo

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lo sustantivo como está, cuando no empeorado, y que el ecologismo de Estado,tan generosamente subvencionado, se encarga de publicitar como lo que no son,grandes logros, fabulosas conquistas y portentosos remedios.

Su pragmatismo, del que se jactan, oculta lo que es obvio, que por cada

  problema “solucionado” al menos diez, o quizá el doble, empeoran. Lademagogia “verde” y ecologista es la cortina de humo tras la cual se perpetranhoy los mayores desastres medioambientales. El caso de las eólicas es una

 prueba indudable de ello. Mucho más cuando el calentamiento global no dimanani única ni quizá principalmente del incremento de los gases de efectoinvernadero sino de la deforestación a descomunal escala, que es lo que refuerzay promueve la deletérea generalización de los aerogeneradores en los espaciosrurales, una práctica de las más ecocidas.

El decrecimiento es una variante del ecologismo de Estado dirigido a dar respaldo al programa estratégico del capitalismo y el Estado para el medioambiente, manifestándose como ingenioso renovador de las expresiones verbalesde aquél.

La cuestión, siempre insinuada pero nunca puesta sobre la mesa para sudebate, es, ¿llevará la estrategia medioambiental de las elites del poder a uncolapso total de los ecosistemas?, ¿se alcanzará un momento en el quedesaparecerá, con degradación irreversible, la vida en general y la vida humanaen particular? La respuesta es que eso es una eventualidad, sin duda, pero que no

acontecerá a corto o medio plazo. Hay otras posibilidades, aunque no podamosdeterminar qué probabilidad de realización contiene cada una de ellas. Aquí nossituamos en el ámbito de la incertidumbre. Un ejemplo histórico es sugerente.En los años 70 y 80 del siglo pasado muchos creyeron que el conflicto USA-URSS llevaría inevitablemente a la guerra nuclear, pero la primera encontró unaestrategia para vencer a la segunda sin necesidad de acudir a ese tipo de letalconflagración, lo que no liberó al mundo de numerosas guerras locales y de unrearme frenético. Meterse a pronosticar el futuro es un ejercicio harto

 problemático.

Si para algunos, entre los que me sitúo, la reorganización hiper-  productiva del medio natural equivale a su total destrucción para las elitesmandantes garantiza el aporte de recursos, que es lo único que exigen a aquél.Quizá logren hacer exitosa y estable su estrategia lo que, por un lado, dejará a lanaturaleza convertida en una caricatura de sí misma pero, por otro, no llevaría acatástrofes alimenticias o sanitarias masivas, al menos por el momento.

Lo innegable es que todas las propuestas de “resolver” la crisismedioambiental en el marco del actual sistema de dominación están obligadas,

 por la propia lógica de lo real, a adherirse al programa medioambiental del poder constituido, antes esbozado. Eso puede hacerse de manera sobria o acudiendo aun gasto enorme de retórica, teorética y frases. En el segundo campo se sitúa la

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escuela que encabeza Latouche. En realidad sólo hay dos programas, sin tercerasvías, el del poder y el de quienes negamos al poder, aunque el primero está muydesarrollado y el segundo por el momento manifiesta enormes carencias, vacíosy debilidades, lo que ha de animarnos a dejar de lado el inoperante e inclusosuicida activismo y ponernos en serio a desarrollar el factor consciente a travésde la autogestión del saber y el conocimiento en estas materias.

Sobre estas perentorias cuestiones es inútil buscar respuestas en losescritos decrecentistas, notables por su capacidad de decir sin decir, escurrir el

 bulto y acudir a soniquetes vacíos, cuando no a narraciones infantilizantes. Sinembargo, cuando entran en la prédica de la fusión entre el poder y el pueblo ahísí son lo suficientemente claros. Y también lo son cuando hacen de su teoría un

 producto inmaterial de consumo con destino a los sectores más “enrollados” delas clases medias, deseosos de justificar su estilo de vida parasitario,

derrochador, conformista, frívolo e hiper-consumista (aunque de manera  peculiar) con algunas frases, poses, pintas y gestos “verdes”, ansiosos por autoengañarse y ser engañados, pues pocas cosas odian tanto como la percepciónobjetiva de la realidad, vale decir, como la verdad. Su ideal de vida es existir enla mentira.

Latouche sugiere en abstracto que el apocalipsis ambiental se aproxima, pero en concreto señala pocas nocividades, en cada una de ellas elude referirse alos aspectos más inquietantes y las soluciones que preconiza son las que lleva

 propagandizando el movimiento ecologista bajo la dirección del Estado y de las

grandes empresas desde hace decenios, a saber, buscar “remedios” compatiblescon la lógica inherente al statu quo, sean o no efectivas, y casi nunca lo son.

Por el contrario, la decisión de unificar la recuperación de la naturalezacon una transformación revolucionaria del orden vigente, del ser humano y delsistema de valores libera a la mente del funesto cálculo posibilista. Éste sefundamenta en un mandamiento todopoderoso: sólo nos hemos de marcar comometa aquello que sea compatible con el vigente orden militarizado, funcionarial,industrial, urbano, productivista, doctrinario, policiaco, tecnológico yempresarial. Lo que no alcance a ser resuelto con las ocho “R” decrecentistas no

 puede ser pensado y ni siquiera percibido, pues éstas actúan como una venda,una mordaza y una camisa de fuerza para el espíritu. Dado que la inmensamayoría de los problemas ambientales se sitúan más allá de tan simplista,manido, demagógico y limitado recetario, la teoría decrecentista no sólo noshace incapaces de actuar transformadoramente sino también de pensar. Y lo quees peor aún, de ver y percibir la realidad como es. Eso es lo más a deplorar deeste dogmatismo tan férreo que, como todos ellos, nos vuelve ciegos y sordos,irreflexivos, pasivos e impotentes.

Al romper los límites mentales establecidos por la adhesión apriorista alsistema de poder en curso, se alcanza un estadio mental de libertad suficiente

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que permite acceder a la comprensión más veraz posible de la cuestiónmedioambiental, que es la más alejada de autoengaños y demagogias.

En oposición a Latouche, que sacrifica la verdad a la política y sólo tiene  por nocividad aquello que admite “solución” en el marco del orden político,

axiológico y económico existente, se ha de considerar que la verdad es el mayor  bien, en sí y por sí, por lo que debe regir y gobernar la política. En tanto queverdad posible, esto es, finita, incompleta e impura, está por delante no sólo dela política institucional, o reaccionaria, sino también de la noción de revolucióncomo cambio meramente político, concepción que no es admisible. En efecto, alusar la categoría de revolución integral, estoy enunciando la idea antesexpuesta, que la verdad es la meta sustantiva, primera y principal del quehacer humano, y que la política, en todas sus manifestaciones, ha de someterse a laverdad16.

Esto, para el caso considerado, viene a significar que todareflexión posibilista, pragmática y utilitarista de la cuestión medioambientaldebe ser resistida, para adherirse a una única meta, la comprensión objetiva yveraz de la realidad en este terreno, yendo de lo particular a lo general. En unsegundo momento se han de articular soluciones, si es que existen, desde laverdad posible-finita así lograda, sin consideración hacia los límitesinstitucionales.

Pensar la verdad es lo decisivo y lo primario. Buscar remedios es lo

derivado y secundario. Eso es antagónico con lo que hacen los teóricos deldecrecimiento, para los cuales el engaño de sí y del otro por motivos “prácticos”es el centro mismo de su sistema. Dado que preconizan oponer al “pesimismo”el más fogoso autoengaño con el fin de no sufrir psíquicamente, no dejan deelaborar narcóticos espirituales.

Pero ni el pesimismo ni el optimismo, que son dos formas de  pensamiento apriorista, pueden anteponerse a la investigación imparcial de loreal. La teoría del decrecimiento, toda ella, es un narcótico espiritual que ser auto-administran quienes no desean ver la realidad tal cual es, en su terrible

mismidad, que, cierto es, da pavor. Pero quienes escogen el camino de ladrogadicción se niegan a sí mismos como seres humanos. Asumir el lacerantedolor del existir aquí y ahora es la única vía hacia nuestro reconstrucción comoseres humanos.

Quizá haya problemas que no tengan remedio, pero podemos pensarlosen toda su dificultad, cómo son en sí, más allá de nuestros temores o aprensionesy mucho más allá de nuestro deseo de goce, irresponsabilidad, comodidad,

 posesividad, dominio y felicidad. Tal vez la situación del medioambiente hayaalcanzado un punto en que ya no admita, para un cierto número de nocividadesdecisivas, ni una solución institucional ni una solución revolucionaria, pero entodos los casos podemos comprender cómo son las cosas si nos aferramos a la

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noción de que la verdad, en tanto que coincidencia entre lo pensado y larealidad, debe ser lo primero. Comprender no equivale siempre a transformar dado que a veces el cambio mejorante ya no es hacedero pero dejarse embaucar 

 por una teoría (y todas las teorías son embaucadoras y manipulativas, además de  paralizantes y aniquiladoras de las capacidades pensantes del sujeto que las padece) para hacer, en nuestra imaginación, fácil y cómodo lo que es difícil ysacrificado, nos degrada como seres humanos y nos cierra toda posibilidad dealcanzar transformaciones, si ello fuera posible.

Dicho de otro modo, hay que rechazar los remedios fáciles y las fórmulasinsustanciales. Todo tratamiento simple a un problema humano contiene unerror, una mentira, un engaño o un autoengaño. Hay que precaverse de losmercaderes de recetas y teorías cómodas y “emancipadoras”, de viejas y nuevasutopías de pacotilla, siempre distopías en realidad, que especulan con nuestra

comodonería, egotismo y cobardía. Es pueril pretender que algo de tan enormesignificación como es la preservación de la naturaleza va a solventarse con unrecetario simplón y milagrero, unas formulaciones vagas y unas propuestaselementales. Para reconstruirnos como seres humanos hay que acabar con lamentalidad utópica, hay que reconciliarse con la realidad, hay que poner fin a losrecetarios pueriles que nos destruyen como seres pensantes y como sujetosadultos. Tenemos que madurar como personas y eso no puede hacerse sin unaalta porción de sufrimiento.

La humanidad ha llegado a un momento trágico donde el mal, en

numerosas de sus expresiones más agresivas y estremecedoras, también en las detipo medioambiental, ha avanzado tanto y es tan poderoso que quizá ya no puedaser remediado. Tenemos que tener fortaleza de ánimo y coraje intelectual paraver y entender la realidad tal cual es, rechazando las engañosas fórmulas

 paliativas y sin acudir a la automentira como narcótico espiritual.

La revolución integral no tiene el marchamo de necesidad, puede acaecer o no, y desde luego es todo menos sencilla, placentera, inmediata y agradable.Quizá nunca acontezca (sobre todo si quienes podrían sumarse al proyecto decambio cualitativo lo evitan o rechazan) pero puede ser pensada y puede ser escogida como meta personal o colectiva. Como ente de la mejor especie derazón, es lúcida y rigurosa a la par que esforzada y generosa, siendo el marcointelectivo ideal para pensar los problemas de la naturaleza sin anteojeras

 pragmáticas, sin interdicciones institucionales, sin apriorismos utilitaristas, sinobsesiones con el aquí-y-ahora propio de la mentalidad del usuario desupermercado.

Mucho más cuando lo cierto es que el pragmatismo activista propio delecologismo, tras medio siglo de ir a “lo concreto”, apenas ha obtenido ningún

logro concreto que pueda mostrar a quienes no deseen seguir haciendo actos defe en una línea marcada por el utilitarismo, el no pensar, el activismo, la falta de

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estrategia, la chapuza como hábito y el pragmatismo que ha resultado ser unfiasco total. En el folleto “Los límites del ecologismo” me adentro en el análisisde este asunto con algún detenimiento, concluyendo que el menosprecio por laverdad propio del ecologismo ha proporcionado dos efectos a cual másnegativos, tras medio siglo de actuación, 1) ha habituado a muchas y muchos avivir en el autoengaño, en la mentira, 2) no ha conseguido prácticamenteninguno de los fines “concretos” y “prácticos” que se había marcado en susreivindicaciones, ni siquiera los más modestos.

Los últimos cincuenta años han sido estériles y catastróficos en el terrenodel pensamiento, la autoconstrucción del sujeto y la acción, pues en ninguno deesos tres aspectos han aportado nada. Eso tiene que ser remediado ahora.Tenemos que entrar en un periodo fértil, de creatividad, de innovación, deelaboración de lo nuevo, de renovación radical y revolución en las conciencias,

de emergencia de un reconstruido sujeto de capacidades y virtudes, de fijaciónde estrategias de combate que pongan al poder constituido y a sus peones de laizquierda y el ecologismo a la defensiva, por primera vez en siglos. Eso no esimposible, puede hacerse, siempre que nos lo pongamos como meta.

A la luz de esto la lucha medioambiental debe ser repensada yreformulada, reinventada en definitiva, para el siglo XXI. Su objetivo, como lacasi totalidad de las luchas en las sociedades actuales, no pueden ser los logrosconcretos y prácticos, que casi siempre son imposibles, sino elevar el grado deconciencia, combatividad y organización, en particular la primera.

Una reflexión añadida es que el actual orden es rígido del todo, al estar dominado por una complejísima lógica interna muy bien elaborada e implantadadurante siglos, de la que ha surgido una estructura social a la que no es posibleescapar. Por eso no admite apenas ninguna modificación que no le beneficie.Esperar introducir cambios en él lleva necesariamente a pasarse a su campo y

 ponerse a su servicio, pues sólo son posibles las reformas que le favorezcan. Nocomprender esto es la tragedia del ecologismo y de su último retoño, eldecrecentismo. Para lograr otro tipo de transformaciones hay que sustraerse a la

  perversa lógica de lo existente, situarse fuera de ella y pensar-planear suaniquilación cualitativa.

La experiencia de más de 200 años de reformismo es que losreformadores jamás han logrado cambiar el sistema ni en lo más pequeño einsignificativo, pero éste sí ha logrado en todas las ocasiones ponerlos a suservicio, hacer de ellos sus agentes y servidores. Por lo demás, sólo se deseareformar lo que se pretende mantener y perfeccionar.

Hoy la cosa es todavía peor pues el sistema, al estar tan regulado yestatizado, y al quedar sometido al poder de la gran corporación capitalistaorganizada de manera jerárquica y estricta, militar de facto, ya no admitereformas, salvo las que le favorecen de manera rotunda. Se ha vuelto rígido e

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irreformable. Eso explica que medio siglo de activismo ecologista no hayalogrado, hablando en puridad, nada. Lo mismo puede decirse de su continuador,el decrecimiento. Su futuro es la esterilidad total que proviene de la elección deuna vía que no lleva a ninguna parte.

En tales condiciones, el reformismo no consigue ni alcanza nada, enningún campo. La única vía hacia lograr algunas reformas es, paradójicamente,la acción revolucionaria, que al alarmar a las elites del poder las lleva a hacer concesiones parciales. En consecuencia, el activismo reformador ysocialdemócrata, además de reforzar el sistema de dominación, es al completoestéril e inefectivo. Sus petulantes muñidores, tan “prácticos” siempre, se ponencon ello en evidencia, lo que se manifiesta en el decreciente apoyo popular queconsiguen, fenómeno bien visible en los últimos decenios.

Relación de aquello que, por fortuna, el decrecentismo supera yniega al izquierdismo

El, con todo, mérito histórico del decrecentismo es que rompe con ladogmática desarrollista y ecocida de la izquierda en algunos puntos de bastantesignificación. Eso invita a mirarlo con simpatía, parcial y crítica pero sincera, ycon fastidio a las invectivas que recibe de cierto izquierdismo senil.

En primer lugar, proponer rebajar, limitar e incluso revertir elcrecimiento económico es una idea excelente, no sólo porque reduce ladegradación de los ecosistemas sino también (y principalmente) porque lariqueza material es negativa para el fomento de las facultades espirituales yfísicas del ser humano. Por su causa la persona declina en inteligencia, rectitudmoral, convivencia y fortaleza física. La abundancia material nos hace estúpidos,egotistas y malvados, además de enfermos del cuerpo, porque impide eldesarrollo de lo más deseable, los bienes inmateriales, espirituales.

Pero al mismo tiempo, tal formulación posee algunos desaciertos de

 bastante fuste. Uno, el primordial, es que mantiene nuestra atención, conducta ymetas dentro de la esfera de la economía, cuando de lo que se trata es deabandonarla. Decrecer es una finalidad tan económica como crecer, de maneraque seguimos dentro de la misma pesadilla, la de la primacía intelectual y

 práctica de lo económico. Hay que atreverse a dar un paso más y definir la futurasociedad en términos no económicos sino humanos y civilizatorios, consublimidad y trascendencia: libertad, verdad, convivencialidad, belleza,comunión con la naturaleza, preferencia por lo inmaterial, olvido de sí,conocimiento, cultura y moralidad.

Conviene repudiar las nociones de consumo y bienestar material, ellas ysus malévolas concreciones hodiernas, sociedad de consumo y Estado de

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 bienestar. Hay que sentar el criterio organizador de que la economía nunca esdeterminante y jamás es decisiva, pues lo importante es lo humano y suscapacidades. La actividad económica siempre sirve a metas no económicas, ytodo modo de producción se pone al servicio de fines inmateriales, en primer lugar los políticos, hoy la voluntad de poder de las elites mandantes y mañana,esperemos, la realización plena de la esencia concreta humana en una sociedadcon libertad, afecto de unos a otro, servicio mutuo y pluralidad.

Lo más urgente e importante es abandonar la obsesión enfermiza por laeconomía, en la forma de crecimiento tanto como en la de decrecimiento,rompiendo con el economicismo, que es una ideología propia de la burguesía,liberando con ello las conciencias para pensar, planear y realizar lo decisivo, lasmetas específicamente humanas, con la grandeza, épica y altura de miras quedebería ser inherente a todo lo humano, pero que hoy apenas existe por la

monomanía de lo económico, una cosmovisión creada por la burguesía y llevadaa las clases populares por la izquierda y la intelectualidad estatolátrica.

El aburguesamiento de los trabajadores, el encanallamiento del pueblo, seha producido porque se han dejado de preocupar por el todo finito de lacondición humana, incluido su componente como ser de la naturaleza, paraobsesionarse con lo económico: reivindicaciones salariales, pensiones, bienestar material, etc. Así el sujeto medio se ha deshumanizado para hacerse unmonstruo, eso que se ha venido en llamar “homo oeconomicus”.

Latouche arguye que lo ideal sería retornar al nivel de producción quehabía en “los años sesenta y setenta” del pasado siglo. Pero fue en 1962 cuandose publicó “Primavera silenciosa”, de Rachel Carson, libro emblemático quemuestra que ya entonces la devastación medioambiental era bastante fuerte. Por tanto esa formulación no vale. En esto aquel autor pone al descubierto una de susmuchas incoherencias. Advierte que el decrecimiento no es un mero retrocesoeconómico sino un pretendido nuevo orden social, la “sociedad deldecrecimiento”, a la que luego no alcanza a definir más que con balbuceos, peroen el citado aserto se desdice, poniendo en claro que está simplemente por unaregresión de la economía bajo el capitalismo y el Estado.

Es, además, irritante que formule tal meta, citando en positivo los años enque la sociedad rural popular tradicional fue destruida en “España” por elfranquismo, para crear la actual infra-sociedad totalitaria, urbana, consumista,militarizada, policial, despreciativa de la naturaleza, inmoral, hostil a la culturarural, monetizada, policiaca, centrada en el egotismo, de seres solitarioscondenados a la depresión, devota de la fealdad, entregada a un sinfín defanatismos laicos, o religiones políticas, y apasionada de la tecnología.

Al apuntar como deseable el retorno al estadio económico de hacedecenios, muestra que, aunque pretenda negarlo, su teoría postula una vulgar regresión de las cifras macroeconómicas y en realidad nada más, lo cual está

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sucediendo, o casi, en Europa y EEUU desde 2007-2008 sin que ello alivie la presión sobre el medio natural. No podía ser de otro modo cuando rechaza por  principio la transformación revolucionaria del orden existente, pues una vez quese establece éste sólo queda la esperanza de que, decreciendo, el sistema seamenos ecocida, lo que no tiene por qué suceder, ni mucho menos, más bien alcontrario como luego se expondrá. Así es, los años transcurridos de crisiseconómica prueban que el no crecimiento económico suele ir unido a formas

  peculiares, a veces más graves, de devastación medioambiental, al exigir eldeclive de los beneficios empresariales poner en práctica formas aún másagresivas y destructivas de relación con el medio ambiente.

Lo que cuenta en esto es lo cualitativo, no lo cuantitativo.

 Ni crecer ni decrecer son metas deseables pues de lo que se trata es de unorden político, económico y axiológico nuevo. Por eso en la práctica eldecrecimiento es sólo una variante de ecocapitalismo para los tiempos de crisiseconómica crónica en Europa, esto es, para el presente.

Es aterrador, repito, que Latouche presente como deseables, en realidadcomo modélicos, los años 60 del siglo pasado, cuando hubo una pérdidadescomunal de saberes rurales populares. Estos conocimientos y saberesancestrales, acumulados durante milenios, que eran benéficos para el medionatural, que proporcionaban autonomía al sujeto y permitían su desarrollo comoser humano de manera mejor y superior a la opresora, deshumanizante y

devastadora tecnología actual, han dejado paso al muestrario de horrores que eshoy la agricultura, selvicultura, ganadería y pesca fundamentadas en la ciencia yla tecnología. Quizá sea esto lo que en realidad defienda el decrecimiento.

En todo eso mi discrepancia es grande. No hay soluciones cuantitativas,no se trata de más o de menos en el marco del sistema actual, no es lo decisivocrecer, estancarse o decrecer bajo el orden vigente. Lo único que puede restaurar la magnificencia y esplendor de la naturaleza es un cambio cualitativo triple,de la sociedad, del ser humano y del sistema de valores . Al proponer merasvariaciones en la cantidad Latouche traiciona la causa por la que dice batirse.

Éste difícilmente va a abandonar el economicismo, ya que es licenciadoen ciencias económicas, profesor en varias universidades francesas y, además,durante mucho tiempo fue marxista, esto es, economicista compulsivo ymilitante, de todo lo cual es evidente que no ha hecho balance autocrítico. Elmarxismo es una ideología adictiva, que moldea la psique de manera totalitaria yla convierte en inhábil para captar lo humano tanto como para apreciar lo que es

 propio de la naturaleza. Su incapacidad para superar y trascender lo económico,su fe en que lo sustantivo de nuestra condición se expresa y realiza ahí evidenciaque sigue pensando como marxista, además de como profesor-funcionario delEstado francés17, estatuto que le priva de libertad de conciencia.

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En “La apuesta por el decrecimiento” exhorta a “salir de la economía yentrar en la sociedad”. Muy de acuerdo, pero ¿por qué no lo hace, por qué nodeja las formulaciones económicas para entrar en las humanas?, ¿por qué no re-humaniza de una vez su discurso? De nuevo se comprueba que predica lo que no

  practica, asunto que es una constante en sus textos, construidos según el principio de afirmar y a continuación negar lo afirmado para dar soporte, segúnconvenga, a una tercera o cuarta posición. Tan poco ética manera de exponer 

  proviene de su presuntuosa meta estratégica, unir a “todos” en torno a unvocablo polisémico en demasía, decrecimiento. Eso es lo que, más o menos,hacen los políticos profesionales, célebres por su oportunismo y facundia, cuyo

 propósito es “vender” sus productos a todos los públicos.

Cuando habla de “sociedad convivencial” y de “bienes relacionales”acierta. Una sociedad convivencial es, en efecto, una meta muy deseable.

Convivir con las y los iguales, ponerse a su servicio, superar la cárcel del yo,dotarse de una personalidad generosa ajena al barbárico principio del interés

  particular, con fusión interpersonal, es excelente. Además, dado que laconvivencia es un bien espiritual (el mayor junto con la verdad y la libertad), noconsume bienes materiales y no devasta el medioambiente, antes al contrario, lo

 protege, pues el sujeto amoroso de la sociedad convivencial por hábito ha demirar también con ojos llenos de afecto y amor al mundo natural.

Pero ¿cómo realizar esa sociedad convivencial? La observación mássimple muestra que es el Estado el adversario fundamental de lo relacional, de la

hermandad, el compañerismo, la amistad y el amor. En concreto, el Estado de  bienestar, al sustituir la ayuda mutua por la “ayuda” forzosa, vertical y jerárquica, organizada desde los Ministerios por altos funcionarios, tecnócratas,ingenieros, economistas y otros expertos en maldades y liberticidios, a todas ytodos del aparato estatal y desde él, arruina la convivencia, convirtiéndonos enseres pasivos, abúlicos, insociables, egocentrados, solipsistas, enemigos

 perpetuos del otro (también de nosotros mismos), que no saben convivir y que,  peor aún, ni siquiera lo desean. Derrocar en buena hora la dictadura de losMinisterios es uno de los componentes de la conquista de la libertad civil,

 política y de conciencia.Pretender crear una sociedad convivencial mientras el Estado siga

vomitando sus maldades sobre todas y todos es una ingenuidad que se eleva adislate colosal. El ente estatal nos hace insociables para mejor dominarnos

 porque aplica el apotegma “divide y vencerás”. Dividir es enfrentar y vencer essobre-dominar: así es ahora la realidad, bastante diferente a las almibaradasfrases de Latouche, que en unas pocas ocasiones propone lo que, siendomagnífico por sí, no es hacedero sin una revolución integral, con lo que susformulaciones quedan como simple parloteo.

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 No más favorable a una “sociedad convivencial” es el capitalismo. Laempresa, como estructura de poder, adoctrina y amaestra a sus empleados para lacompetencia y el conflicto entre los iguales, ya que sólo así puede mantenerse laautoridad del propietario o propietaria, como individuo o sociedad mercantil. Elfundamento del capitalismo, además, es la no-convivencialidad en estado puro, asaber, el dogma de la primacía absoluta del interés particular, hasta el punto deque es sólo la realización concreta de ese principio en la esfera de lo económico.Para poner fin a la hobbesiana “guerra de todos contra todos”, que se agrava y

  profundiza día a día, hay que realizar una gran transformación: no valen lasmezquindades y cicaterías de las ocho “R”.

Latouche ignora que la sociedad de consumo se implantó tras la II GuerraMundial para, entre otras metas, suplantar las funciones humanas primordiales:convivir, ayudarse, quererse, etc., que eran muy peligrosas para el poder 

constituido por una actividad sustitutiva de tipo obsesivo y monomaniaco,consumir y consumir. Dado que el consumidor es por su propia naturaleza un ser solitario, y que la acción revolucionaria, también por su propia naturaleza, es unquehacer colectivo, la sociedad de consumo es estática y conservadora demanera estructural, y el sujeto que de ella dimana es simplemente un monstruo.Pero en términos de eficacia política es formidable en pro del poder constituido.

El sujeto asocial, egomaniaco, agresivo hacia sus iguales, mega-servilhacia sus superiores jerárquicos, disfuncional en el ámbito relacional, narcisistay por tanto incapaz de amar, ha sido creado por el sistema universitario, que

lleva décadas adoctrinando a la juventud en el principio del interés particular,  por la intelectualidad poli-subsidiada de la modernidad, por la pérfidaestetocracia, en particular desde las vanguardias artísticas hasta hoy, por losmedios de comunicación, por la escuela estatal, por el feminismo, por elmovimentismo especializado, deshumanizado y mutilador, el ecologismo en

 primer lugar, en suma, por todo el aparato de adoctrinamiento.

Juntos han creado un ser no humano, volcado en el odio y la agresividad,una criatura tan desgraciada por causa de esas compulsiones interiores que lellevan a enfrentarse a sus iguales, a los que debería servir y amar. Pero ese ser aberrante necesita una compensación. Ya que no logra convivir con las personastoda su actividad relacional ha de hacerla con las cosas, consumiéndolas,maltratándolas, poseyéndolas de manera absoluta y destruyéndolas en definitiva.Al estar cargada de odio (que se hace, según se ha dicho, envidia, veneración yciego servilismo hacia los poderosos) es tan destructiva que arrasa con lanaturaleza toda, como está sucediendo.

De ahí se infiere que liquidar el consumo, y con él sus escalofriantesefectos medioambientales, demanda dos medidas: a) poner fin a la dictadura

estatal y capitalista, b) promover una cosmovisión y un sistema de valores querecupere lo convivencial, lo inmaterial, lo espiritual, con la meta de vivir para

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ser y no para tener, no para consumir, devorar y destruir, no para contaminar,ensuciar, erosionar, desertizar y extinguir. Vivir con las y los otros, vivir en elamor y satisfacerse con él.

Empero, no se puede ignorar que la causa agente número uno de la

codicia, la fuerza social que ha impuesto un orden estructural que exige el productivismo y ha adoctrinado a las gentes en la devoción por el dinero y elconsumo es el Estado. Para ampliar su poder, para ingresar más por medio delsistema tributario, el ente estatal está vitalmente interesado en el fomento detodo lo que pueda ser cargado con impuestos, directos e indirectos. Por eso, enlos siglos XVI-XVIII, creó el capitalismo, de forma directa e impulsando lastendencias espontáneas que se dirigían en esa dirección. En consecuencia, elEstado es el elemento agente número uno en pro de la producción y del consumoilimitadamente ascendentes, lo que hace de la estatolatría de los decrecentistas

un esperpento repulsivo.

La concepción reduccionista y mutiladora del ser humano que tieneLatouche, centrada en lo económico, se pone de manifiesto, por citar un caso

 particular, en que explica el gran gasto actual de antidepresivos por el consumo,y sólo por él, en “Pequeño tratado de decrecimiento sereno”. Pero lo observablees que las causas de la depresión, enfermedad del alma en rápido ascenso, sonvarias, la mayoría no económicas: el colapso de las relaciones humanas, laobligatoriedad de vivir en la mentira, la pérdida de las referencias morales y loscriterios axiológicos, la pesadilla de ser permanente adoctrinado, el infierno del

trabajo asalariado, la ausencia total de libertad política, la aculturación, la faltade tratamiento de los principales problemas existenciales, los daños estéticos alentorno, la pérdida del sentido de la historia, el confinamiento en las ciudades, eltemor al futuro construido exclusivamente por las elites del poder, la ausencia decomunión con la naturaleza, la trituración de la esencia concreta humana yalgunos otras cuestiones. Reducirlo todo al consumo manifiesta una concepcióndel ser humano que excluye sus componentes más decisivos.

En esto Latouche manifiesta pensar como un economista, cuando de loque se trata es de superar la degradante y deshumanizadora especialización

 profesional en todas sus manifestaciones para desear ser y llegar a ser personasintegrales. Todo enfoque con mentalidad de expertos (peor aún de expertosacadémicos) de los grandes problemas de nuestro tiempo lleva al error y alfracaso. La vida humana es no-especializada y hemos de enfrentarnos a ellacomo lo que somos de manera sustantiva, seres no-especializados que deseanrealizar el todo finito de su esencia concreta y no perpetuarse como especialistasmutilados y mutiladores.

Un asunto en el que Latouche acierta es en su crítica y repudio del

neomaltusianismo, que se encuentra sobre todo en “Pequeño tratado dedecrecimiento sereno”. Excelente. Es sabido que los Estados más poderosos y

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las grandes compañías multinacionales, a través de Fundaciones de toda laya quereparten dinero a manos llenas, llevan decenios culpando al “exceso de

 población” de todos los males, también de los ambientales, y promoviendo ladesnatalidad. Para ello se han valido en especial del feminismo, lanzado ahora a

  prohibir a las mujeres ser madres, a perseguirlas y demonizarlas por ello. Lalibertad total, si bien ejercida con responsabilidad y sentido moral, de que han degozar las mujeres para ser madres, así como para cualquier actividad, está por encima de toda otra consideración. Que el feminismo, estatal y subsidiado por aquellas Fundaciones, se lo niegue evidencia su naturaleza neo-machista y neo-

 patriarcal.

Sólo una sociedad libre puede restaurar el medioambiente

Para recuperar la naturaleza la precondición primera y principal es la

existencia de libertad para hacerlo. Si no hay libertad, si no vivimos en unasociedad libre, si seguimos sometidos a los atroces dictados del ente estatal y laclase empresarial, si los aparatos de coerción y adoctrinamiento, cuyofundamento último es la fuerza (ejército-policía-poder judicial) y no el derecho,nos privan de las tres formas básicas de libertad, de conciencia, política y civil,¿cómo podremos llevar a efecto las numerosas, complejas y dilatadasintervenciones sociales, colectivas y personales imprescindibles para que elmedio natural recupere su primitiva grandeza, vitalidad y belleza?

Sin libertad nada es posible hacer. Este enunciado, de sentido común, no

se encuentra en la obra de Latouche. Para él vivimos en una sociedad libre, quizáimperfecta pero libre. En sus textos o bien falta toda referencia a la libertad, quees el mayor bien humano, como dice Cervantes, o peor aún se presenta la actualdictadura constitucional, parlamentarista y partitocrática como una“democracia”, por tanto, como una sociedad de libertades para el pueblo. En susescritos falta la crítica del parlamentarismo y la defensa de la única sociedaddotada de libertad política, la sustentada en una gran red social de asambleassoberanas en que se organice políticamente toda la población adulta. Sinasambleas no hay libertad, y sin libertad nada significativo (a pesar del

autoengaño activista y estatista) puede hacerse por el medioambiente.La libertad es lo determinante. La libertad, junto con la verdad, el

desinterés, la valentía y la sociabilidad, es el supremo bien.

Latouche cree en el parlamentarismo y en el régimen partitocrático.Sugiere que dentro de este sistema, con partidos que vayan asumiendo el credodecrecentista y, al parecer, un gobierno orientado por dicho ideario, todo serámaravilloso, lográndose avances cardinales en la recuperación de la naturaleza.

 Ni que decir tiene que esto es una fantasía funesta y un auto-engaño pueril. Lodecisivo del poder en las actuales sociedades no reside ni en el parlamento ni enlos partidos ni en el gobierno, las elecciones no son libres porque no existe

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libertad de conciencia y por otros motivos. El poder real está en el ejército, enlas policías, en los cuerpos de profesores, catedráticos y otros adoctrinadores, enlos poderes económicos del capitalismo privado y de la gran empresa estatal.Éstos, como se expuso, tienen un programa muy detallado, que se llevaaplicando desde hace decenios, para la reorganización productivista de lanaturaleza, el cual excluye la restauración del medio natural.

Si Latouche no respalda el parlamentarismo y la partitocracia, ¿dóndeestá su crítica sustantiva y no episódica, sistemática y no fraseológica, sentida yno demagógica, a ese sistema, al orden constitucional y a su gran sarta defúnebres y despiadadas mentiras que destrozan nuestras vidas?

Creer en el parlamentarismo, no decir nada coherente sobre un sistema degobierno por asambleas muestra la verdadera naturaleza del decrecimiento. Es,si cabe, más extraviado enaltecer demagógicamente “lo local” cuando los

 poderes del Estado cada día son menos locales, al hacerse más centralizados,más impositivos, más llenos de fuerza, maldad y furor. Lo local sin comillas sólo

  puede fundarse y desarrollarse en lucha contra lo central. Pero, dado que locentral, al menos en lo formal, es el gobierno del Estado, resulta engañador 

 pretender al mismo tiempo promover “lo local” y defender que el decrecimientoha de realizarse por una intervención partitocrática, parlamentarista ygubernamental.

En verdad, no hay más que dos opciones. O una revolución integral que

establezca la libertad política, junto con la civil y de conciencia, imprescindible  para que el pueblo restaure de forma autogestionada el medio natural, odepender del actual sistema para realizar supuestas transformaciones que, endefinitiva, se quedan sobremanera cortas y escasas, considerando la magnitud dela devastación.

Quienes desean operar con los medios del sistema de dominación y desdedentro de él, ya sea para la acción medioambiental o para cualquier otra, no sólono logran prácticamente nada sino que se convierten, por la lógica misma de lascosas, en agentes del sistema, como se ha dicho. Un ejemplo tristísimo de ello

son los partidos “verdes” de varios países de la UE, hoy fuerzas al servicio delimperialismo europeo, destinadas a defender la ley y el orden con unadesvergonzada retórica “verde” que encubre su participación cada día mayor enel militarismo, la construcción del Estado policial y la renovación delcapitalismo, por tanto, en el ecocidio institucional. En definitiva, son losinstrumentos de que se valen las elites dominantes para mejor realizar su

 programa de devastación medioambiental y tiranización del pueblo.

Poner fin al consumo institucional, que es el más decisivo y por ello el peor de todos, esto es, al consumo realizado por el Estado y por el capitalismo,es primera condición de una política medioambiental creíble. A esta cuestión S.Latouche ni se refiere, apostándolo todo a un sermoneo moralizante dirigido al

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sujeto común para que consuma menos, lo que ignora las causas estructurales delmal. Pero eso sólo será creíble una vez que el consumo institucional cese, de laúnica manera realista, con el fin de la existencia social de los dos tiranoscolectivos que, al alimón, hoy nos privan de libertad, el ente estatal y la claseempresarial.

En efecto, se admite que el consumo energético realizado por el ejércitode EEUU (1,5 millones de personas, mujeres y varones) es unas 25 vecessuperior a la media de consumo de una comunidad humana civil de igual númerode integrantes en los países desarrollados. Pero, en realidad, el cálculo estáinfravalorado pues esa cifra sólo mide el consumo directo y no el indirecto, no elde las industrias civiles, estatales y privadas, que aparentemente no trabajan parael ejército pero de facto sí lo hacen, que son muchísimas. Si se suma su gastodescomunal de acero, metales raros, productos químicos, elementos de

comunicaciones, etc., se concluye que los ejércitos son un elemento decisivo dela sociedad de consumo. Algo similar puede decirse de la policía, en realidad unapéndice de los ejércitos. Tampoco hay que olvidar el aparato estatal civil, por ejemplo, los 16 Ministerios en “España”, con su enorme concentración de altosfuncionarios dotados de un poder inmenso sobre la sociedad, que son un centrodescomunal de despilfarro de energía, agua, materias primas y otros, por sí ysobre todo por las medidas que imponen al conjunto de la sociedad, siempredirigidas a maximizar su poder y a debilitar, en todos los sentidos, a la gentecomún.

Latouche y los decrecentistas, al tener una actitud de veneración hacia elaparato estatal, se niegan toda posibilidad de dar una respuesta razonable alconsumo, por tanto al colapso del medio natural.

Cuando de manera vaga, ambigua y confusa, como casi en todo y casisiempre, trata de las experiencias de retorno al medio rural tras abandonar lasciudades, lo que destaca es que apenas sabe nada de este asunto, que no haanalizado proyectos particulares y que, en realidad, no tiene interés en elesperanzador movimiento de vuelta al campo para revivir una vida en comunióncon la naturaleza, colectivista, esforzada y plena de valores inmateriales:sustentada en la asamblea, convivencia, afecto, desinterés, reflexión persistente,anhelo de verdad, rectitud moral, pobreza voluntaria y superación delconsumismo. Desde su programa es lógico que sea así, pues si la meta esconstruir “ecociudades” (?) carece de significación la marcha al campo.

Según mi criterio las únicas ciudades buenas son las que no existen, demanera que la población ha de estar distribuida de manera homogénea por elterritorio, único modo de que pueda fundirse con la naturaleza, restaurar amorosamente ésta y ser una con ella, habitando pequeños núcleos de población.

Ello supone el abandono voluntario de las ciudades, lo que sólo tendrá lugar demanera masiva una vez que ésas dejen de ser lo que hoy son, espacios hiper-

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  privilegiados, después que desaparezcan los elementos agentes de tales  privilegios, el ente estatal sobre todo, que es el que ha creado, promovido ymega-expandido la ciudad. Declararse contra el Estado es hacerlo contra laciudad, y viceversa.

Sin duda, hay que fomentar el movimiento de retorno al mundo rural,como una vía entre otras encaminada a promover la revolución integralindispensable para restaurar los valores de la civilización, lo que sólo es posible,hablando en puridad, sin ciudades. Por eso tienen una importancia notable losnúcleos de nueva ruralidad ya en marcha: Lakabe, Rala, Aritzkuren, LeundaBerri, el proyecto Auzolan en Euskal Herria, Escanda, As Chozas, Sieso de Jaca,Artaso, Can Pasqual, Can Piella, Can Masdeu (éste de tipo rurbano), Amayuelasde Abajo, Los Apisquillos, Manzanares, Almoradú, El Manzano, los diversos¡B.A.H.! (¡Bajo el Asfalto está la Huerta!) y varios otros. Fuera de la península

Ibérica está la experiencia de Longo Maï 18

, de larga data, problemática ydiscutibles en varios aspectos determinantes pero imprescindible. Está además lared de ecoaldeas, deficientemente orientada desde el principio, pues lo que senecesita ante todo son aldeas convivenciales y revolucionarias de maneraintegral, siendo lo ecológico parte pero no todo, reduccionismo que milita encontra de la concepción integral de lo humano.

Dicha corriente tiene ante sí problemas y tareas urgentes, desde hacemucho postergadas, la más importante es, a mi entender, constituirse ante lasociedad como un movimiento social activo, por medio de un Manifiesto que dé

a conocer sus fines y propósitos, fije las líneas generales de su estrategia yarticule un régimen de organización autogestionaria. Ello haría posible que loque ahora es una elección de unos cientos de personas se hiciera opción demuchos miles.

En definitiva, la lucha por la libertad es al mismo tiempo precondición ymeollo de una nueva ruralidad. Así es pues sin una batalla de larga duración, ymuy dura, en pro de la libertad de conciencia, contra el aleccionamiento pro-megalópolis en curso, no se podrá liberar la mente de las gentes sometidas alestilo de vida urbano de la confusión, ignorancia y embrutecimiento que éstelleva aparejado. A ello la teoría del decrecimiento ni aporta nada ni sirve denada, salvo de dispersión, traba y estorbo. Su apología de la ciudad esinaceptable, la cual dimana de su elogio activo y por omisión al mismo tiempodel ente estatal, creador de la ciudad.

En los últimos años se han dado avances de significación en lacomprensión de los verdaderos problemas de las experiencias y proyectos de lanueva ruralidad, a partir de numerosas prácticas particulares. Se han aislado losque parecen ser más importantes, los convivenciales por un lado, y los éticos y

de comportamiento por otro. De los primeros ya se ha hablado algo, sobre lossegundos trata mi charla en la aldea ocupada de Rala (Navarra), el 22-6-2011, de

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significativo título, puesto por el colectivo que vive en ella, “La libertad yautonomía como trabajo y responsabilidad”, que en breve aparecerá como folletoo texto colgado en mi página.

Cuando Latouche, con su habitual incoherencia, escribe sobre

“democracia local revitalizada” ¿a qué se refiere? Teniendo en cuenta que apoyael sistema de partidos y el parlamentarismo, que sostiene que las elecciones bajola dictadura del Estado-capital son libres, que es un apasionado de la ciudad, quenada dice sobre un régimen de gobierno por asambleas omnisoberanas, que“olvida” la soberanía del municipio como elemento sustantivo de un orden

  político libre y que también “olvida” que la economía ha de ser comunal ycolectivista podemos concluir que estamos ante una de sus muchas incursionesen la demagogia.

Probablemente ha llegado la ocasión de exponer algunos criteriosorganizadores sobre la vida económica en una sociedad libre y en lomedioambiental restaurada. En el izquierdismo, lo mismo que bajo el régimen de“libre empresa”, la economía se hace un asunto harto complejo, que exige ungran número de expertos y ocasiona la publicación de una enorme masa de librosy otros escritos. Ante todo eso la persona común se suele dejar intimidar,declarándose inhábil para entender de ello y delegando en las autoridades, losentendidos, los profesores y la clase empresarial.

Las causas de tanta verborrea presuntuosa y tanta falsa sapiencia están en

que es una minoría la que toma todas las decisiones y, además, que en ellas se prima por encima de todo el incremento de la producción y del consumo, con elcorrespondiente aumento de los beneficios empresariales y estatales. Eliminadosesos dos factores la cuestión se hace mucho más asequible. En efecto, sólo unaeconomía natural, libre de artificios, alambicamiento, especializaciones yacademicismos puede ser gobernada por el pueblo. Esto no debe entendersecomo una loa del simplismo mental, pues todo lo humano, lo económicotambién, está marcado por su condición de realidad hiper-compleja.

Aquella antidemocrática creencia, fomentada desde arriba, es el primer 

 problema. Por consiguiente, una solución revolucionaria a los problemas de laeconomía ha de contener una pre-condición, que el nuevo ordenamiento sea detal modo que el sujeto común pueda participar en su dirección, eso sí, sobre la

 base de un estudio regular, personal y grupal, de lo más importante que atañe ala vida económica.

Lo decisivo es que el quehacer productivo ha de ser libre,constituyéndose como un ámbito en que el pueblo ejerce asimismo su soberanía,como en cualquier otro. Eso equivale a decir que la vida económica toda ha deregirse desde las asambleas omni-soberanas. El capitalismo es la dirección dela economía por una minoría muy reducida, la clase empresarial estatal, la

 privada y los altos funcionarios, del Estado y de la Unión Europea. Eliminar su

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actual capacidad para tomar todas las decisiones en este terreno es el primer  paso. Eso sólo puede hacerse expropiando a la clase propietaria, con lo que el pueblo se haría soberano, por tanto libre, en esta actividad.

La conquista de la libertad es el bien primero y principal también en el

ámbito de la economía.

En segundo lugar, la economía ha de tener una base municipal, de talmanera que la comunidad local sea el más sólido fundamento de la vidaeconómica. Ello hace de ésta una realidad de base y, al mismo tiempo, un

 procedimiento para recuperar las potencialidades productivas locales, que han de proporcionar una buena parte de lo necesario para una existencia sobria, frugal ysencilla en la que todo lo innecesario esté fuera de lugar y quede proscrito.

Esa economía, popular por natural y no especializada, ha de ser mínima

en todo, en el trabajo, en el consumo y en la intervención en el medio natural. Elconjunto de las actividades económicas se han de minimizar. También, como seha dicho, para disponer de energías y tiempo libre para maximizar la vida delespíritu y poder auto-construirnos como seres humanos integrales. Del mismomodo se ha minimizar paso a paso la influencia del mercado y el ámbito deacción del dinero, e incluso en un momento dado, cuando la conciencia popular sea suficientemente sólida y madura, suprimirlos del todo conforme al principiode las mayorías.

La ayuda mutua y la autogestión de los recursos, en el seno de unasociedad dedicada al ejercicio del desinterés, al repudio de la posesividad, laexclusión de toda forma de voluntad de poder y a la práctica de la frugalidad,

 por convicción interior, afecto al otro y pasión por la naturaleza, han de ser los procedimientos de actuación fundamentales. La completa exclusión del trabajoasalariado, monstruoso y contranatura, será una liberación formidable, unarecuperación descomunal de la esencia concreta humana y un salto adelante de

 proporciones históricas. Pasaremos con ello de la sub-humanidad a la humanidady de la barbarie a la civilización19.

Para ello lo primero y principal es poner fin a la existencia del Estado,que es sujeto agente número uno del desarrollismo y el consumismo, como seexpuso.

La tecnología ha de ser, primero, considerada con sobriedad,despojándola de su actual aureola redencionista, mágica y milagrera, lo que sólo

  puede hacerse sometiéndola a una severa crítica como totalidad y, además,subordinándola en sus concreciones a rigurosas normas de admisión o repudio.Cada sistema técnico ha de pasar un escrutinio popular, que determinaría si seelimina, transforma de modo sustantivo o admite. Anteriormente se citó un

 programa de once puntos pensado para cumplir tal finalidad. No hace falta decir que esto sólo es hacedero en una sociedad libre, sustentada en la asamblea.

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Lo más importante en el quehacer económico es fijar los fines a los queésta ha de servir. En efecto, lejos de ser el factor concluyente de la historiahumana, la observación de la experiencia del pasado y el presente indica que esun medio al servicio de fines no económicos. En vez de un factor determinantees un elemento determinado, pues todo modo de producción se limita a aportar recursos para realizar ciertas metas. A fin de cuentas siempre se producen bienes

 para vivir de una específica manera, para crear este o el otro tipo de sociedad, para alcanzar tales o cuales designios no económicos, para realizarse de un modou otro. Sólo la supersticiosa mentalidad de la izquierda, que todo lo distorsiona,cree que la economía es el principio de la vida humana y lo más decisivo.Precisamente, la conquista de la libertad interior y exterior exige negar eselúgubre postulado, que nos ata a la producción, convirtiendo nuestras vidas enalgo malogrado, en una pesadilla y una tortura, y haciendo de nosotros verdugosde la naturaleza.

En consecuencia, lo más importante es determinar los fines concretos dela sociedad libre que se desea construir, en sus componentes no económicos, yen un segundo momento, establecer qué tipo de economía, qué modo de

 producción diríamos acudiendo a la terminología decimonónica, se ha de poner al servicio de las altas metas y designios inmateriales escogidos. Si el régimenestatal-capitalista subordina la economía a la única finalidad que admite, larealización óptima de la voluntad de poder, el pueblo sólo puede alcanzar laliberta duradera y segura si se fija fines inmateriales magníficos por sugrandiosidad.

Éstos no pueden ser otros que reconstruirnos y construirnos comoseres humanos en una sociedad libre y autogobernada desde la asamblea,con libertad de conciencia, política y civil.

El decrecimiento, una nueva teoría omniexplicativa,reduccionista, totalizante y salvacionista

La noción de teoría misma es repudiable, como queda dicho en “Lademocracia y el triunfo del Estado”, pues sustituye el saber experiencial por unafastidiosa construcción verbalista y especulativa, que se desentiende de lascategorías epistemológicamente decisivas, a saber, realidad, experiencia y

verdad . Toda teoría es, con muy escasas excepciones, una huida de la realidad,un aborrecimiento de la experiencia y un atentado a la verdad. Por ello, es uninstrumento para el control de las conciencias, el aniquilamiento del

 pensamiento creador y la dominación ideológica.

Las teorías las elabora el poder y las sufre el pueblo.

En oposición al “saber” teórico está el saber experiencial, o ateórico. No

es omniexplicativo porque se construye a lo largo de un proceso sin fin deacción y reflexión. No es reduccionista porque en su esencia está la voluntad de

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ir acogiendo e integrando lo mejor de todas las elaboraciones cavilativas sobre latotalidad de lo humano, vengan de donde vengan. Finalmente, no es totalizantedebido a que define la verdad posible como finita, imperfecta, siemprecontaminada por el error y necesitada de continuos ajustes y modificaciones,vale decir, como verdad dinámica y cambiante al mismo tiempo que estable yobjetiva.

Serge Latouche no sólo ha construido una teoría sino que la ha hecho,como suele ser habitual, omniexplicativa. Al acudir a sus escritos esto resalta deinmediato: el decrecimiento lo explica todo y tiene respuestas para todo. Dadoque verbosear es fácil, pues sólo exige ingenio verbal y desparpajo, en sus textosva desgranando un largo rosario de explicaciones, argumentos y soluciones queno están extraídas de la experiencia, que carecen de la voluntad de ser verdaderas, que están faltas de complejidad y que se articulan por los mismos

 principios que la publicidad comercial y la política institucional. No hace faltaser muy entendido en técnicas de mercadotecnia para caer en la cuenta que eldecrecimiento es una marca comercial encaminada a “vender” un productoideológico a las clases medias de los países ricos, devastadas por el hedonismo,la hipocresía, el colapso del pensamiento, el ansia de remedios fáciles (demilagros en definitiva) y el culto al Estado.

Al ser omniexplicativa es totalizante y no deja sitio, como se ha dicho, aotras argumentaciones. Se expande desde sí misma, sin referencias

 profundizadas a la realidad ni análisis riguroso de experiencias particulares, a

  base de especulaciones, juegos de palabras, superficialidades clamorosas ydeducciones sin anclaje en lo real.

El reduccionismo quizá sea uno de los rasgos más a deplorar, por sucapacidad para ofuscar las mentes y destruir la psique del sujeto común.Latouche limita y rebaja al ser humano a su componente fisiológico, lo concibenada más que como un ente zoológico con necesidades materiales: supervivenciacomo especie en un planeta viable biológicamente, un medioambiente sano yalimentos saludables. Niega casi en su totalidad el mundo del espíritu y lasnecesidades inmateriales: libertad, autogobierno político, autonomía, verdad,conocimiento, convivencia (ésta aparece, sí, pero reducida a su caricatura),eticidad, virtud, adhesión al bien, belleza, magnanimidad, superación de la cárceldel yo, sentido, disciplina interior, transcendencia, cultura, autodominio, corajeintegral, deseo de encarar los grandes problemas existenciales de la condiciónhumana (soledad ontológica, finitud, muerte), disposición para afrontar el dolor y el sufrimiento, sublimidad, autoexigencia, rectitud de propósitos y amor alamor.

Latouche, como buen izquierdista no regenerado, es incapaz de entender 

la definición de ser humano que ofrece, por ejemplo, Husserl, del cual dice que“se da fines y normas, crea valores y pretende conocer la verdad”. En particular,

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los valores y la verdad le traen sin cuidado, una vez que ha concluido, igual quehace el marxismo y todo el izquierdismo socialdemócrata, que el ser humano esmera fisiología, una criatura sin entendimiento, sin alma, con sólo manos para

 producir y estómago para digerir, sin cerebro y sin corazón, sin vida del espíritu, justamente el tipo de ente sub-humano que necesita la burguesía.

Propone salvar nuestro soma sólo para dejar morir nuestro espíritu.

En su “olvido” del espíritu Latouche incurre en contradicción. En susociedad del decrecimiento, además de no consumir ¿qué harán las gentes? Se hade notar que su propuesta es sólo negativa, un no hacer. Esto lo pretende llenar con banalidades, algunas bienintencionadas (convivencialidad puramente verbal)y otras mucho menos (juego, goce, y algunas más de tipo lúdico, esto es,infantilizantes y degradatorias). Lo cierto es que la renuncia al consumo,imprescindible para salvar el medio natural, sólo es sólida, creíble y hacederasobre la base de un programa que proponga un doble actuar paralelo, restaurar lanaturaleza y al mismo tiempo restaurar la vida espiritual del ser humano.

Es de sentido común que lo primero es imposible sin lo segundo, de ahíla necesidad de una revolución integral que no sólo cambie la sociedad sino alser humano en tanto que humano, como conciencia y como cuerpo, y al sistematotal de valores que articula y ordena la existencia.

Al poner como meta los requerimientos del espíritu, sobre la base delfomento social, grupal y personal de sus funciones sustantivas: pensar,experimentar, sentir, querer, elevarse, autovigilarse, trascender y recordar, por citar los más importantes, se está asentando el golpe definitivo a la ideologíaconsumista, que queda sin fundamento. Pero eso es lo que justamente NO haceLatouche, porque para él la persona es, lo diré de nuevo, una mera realidadfisiológica, el autómata biológico de Descartes, ese gran majadero de lamodernidad.

Los ideólogos del decrecimiento no comprenden que la vida humana, para ser viable, no puede ser mero crecimiento o decrecimiento económico, pues

ello mutila al sujeto y hace inviable la existencia en sociedad, al reducirle a unepifenómeno de lo económico, en un caso de su versión “más” y en el otro de lavariante “menos”. La condición humana exige una vida cognoscitiva, unacreación de cultura, unas prácticas colectivas en pos de la transcendencia, unaespiritualidad (en mi caso, sin religión, dado que no soy creyente, para los que sílo son con ella) que nos reconcilien con lo que somos, seres con conciencia, connecesidades inmateriales que el medio ambiente más impoluto y verde no puedesatisfacer por sí mismo, porque se necesita algo más, mucho más, la auto-organización para construir lo humano como cualitativamente superior a lo

 biológico y zoológico, esto es, a lo medioambiental y ecológico.

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Como consecuencia de todo ello es, además, excluyente. En efecto, sólola teoría del decrecimiento está en condiciones de dirigirnos al nuevo paraísocelestial somático connatural a una naturaleza “restaurada”. Al convertirse ensistema se hace más rotundamente salvacionista, ya que sólo ella aportaredención del medio natural. Todos estos rasgos la hacen no sólo enfadosa sinotambién ridícula. Esto último se hace clamoroso cuando llega a ofrecer inclusoun “Glosario del decrecimiento” (aparece en “La apuesta por el decrecimiento”),algo que ni el mismísimo Marx, y ni siquiera el ególatra por excelencia,Voltaire, se atrevieron a hacer, lo que convierte a Letouche, por obra de símismo, en el creador no sólo de una nueva fe sino de un nuevo lenguaje.

Pero no necesitamos maestros del pensar, ni mesías “verdes”. Lo que nosurge es realizar la autogestión del saber y el conocimiento desde el ideal deservicio desinteresado de unos a otros, sin mercenarios ni funcionarios. Al

  parecer Latouche no ha oído ese dicho, constituido en el corazón mismo delmagnífico mundo concejil y comunal castellano de antaño, hoy por desgraciaextinguido, el cual advierte que “nadie es más que nadie”.

Latouche ha construido la teoría del decrecimiento a partir de lasmetaideas sustantivas del izquierdismo, dado que antaño se adhirió a estaideología y nunca la ha superado. Las principales son: 1) El Estado no existe, ysi existe se le ignora, modo óptimo de protegerlo 2) la revolución integral es“imposible” (indeseable quiere decir) debido a que el entusiasmo por el ordenvigente le ofusca, 3) sus exigencias y perspectivas son escasas, no pretende ser 

un sujeto integral y los procesos anímicos le son indiferentes, 4) el capitalismose reduce a un palabro invocado de manera agobiante sólo para cazar a losincautos con un “anticapitalismo” de pacotilla, la vieja treta socialdemócrata,siempre de mucho éxito.

A partir de esas cuatro premisas constituye su sistema de creencias, que“vende” algo muy viejo, la idea misma de milagro, tan demandada por quienesno desean construirse como seres humanos maduros a través del esfuerzo, elservicio, el olvido de sí y el sufrimiento. Por eso, como es lógico, cuando seenfrentan a los problemas decisivos e inesquivables de la existencia, demandanlo fabricado por gurús que les ofrezcan eso, portentos y milagros, además deartificios y mendacidades, para poder llegar a creer que lo imposible es posible,lo difícil fácil, lo complejo elemental, lo intranscendente sublime, la nada el todoy lo institucional revolucionario. Unos anhelan engañar y los otros ser engañados, ambos se encuentran en el mercado de las ideas, unos comovendedores y otros como compradores. Y todos contentos, al parecer.

Latouche y sus educandos (no olvidemos que, ante todo es profesor-funcionario del Estado francés a su servicio) no han comprendido lo que quizá

sea la primera lección del fracaso práctico del marxismo en los regímenes del“socialismo real” pasados y presentes, que la condición humana no puede

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reducirse a la producción y a lo económico, ni tampoco a lo medioambiental yfisiológico, que no puede limitarse a empujar para arriba, o para abajo, losíndices macroeconómicos, pues necesita imperiosamente ofrecer y organizar respuestas, razonables o no eso es otra cuestión, a los grandes problemas de lacondición y el destino humano.

Es trágico tener que recordarlo tantas veces, y el que sea imprescindiblehacerlo mide hasta qué punto ha llegado la destrucción de la esencia concretahumana en las sociedades contemporáneas. Las personas, si es que aún lo son,necesitan trascendencia, verdad, libertad, colectivismo con respeto por elindividuo, afectuosidad y valores, por causa de que poseen necesidadesespirituales que han de ser atendidas.

El “olvido” de eso es lo que hace del marxismo, del izquierdismo y deldecrecimiento meras expresiones particulares de algo horripilante, el proyectototalitario del Estado surgido de la revolución francesa y de las revolucionesliberales (en nuestro caso la miserable Constitución de 1812) para aniquilar laesencia concreta humana, a la par que alterar de manera drástica el medionatural, al tener necesidad de allegar recursos físicos formidables para ejecutar su proyecto de hiper-dominación. Ante estos programas de deshumanizacióntotal no hay más que una estrategia, la defensa y promoción creadora de lohumano, por tanto, la defensa de una revolución integral, que emancipe y rescatelo humano, contra las fuerzas tenebrosas que desean ahogarlo para siempre, elEstado, la clase empresarial y sus apologetas vergonzantes del izquierdismo y el

ecologismo.

Finalizando diré que sólo los seres humanos reconstruidos como tales,que se sienten espíritu a la vez que cuerpo, pueden abordar con garantías deéxito estratégico, generación tras generación durante varios siglos (otro

 planteamiento es autoengaño), una vez que ha sido establecida una sociedadlibre por medio de una revolución adecuada a las condiciones del siglo XXI,la ciclópea tarea de devolver el medio natural a su prístina condición. Primero,

 porque no hay espiritualidad sin algún grado, por pequeño que sea, de ascetismo,y, segundo, porque sin él no puede darse una vida acorde con la naturaleza yrespetuoso de ella. Pero Latouche dice cosas un tanto mentecatas contra elascetismo en sus textos, porque sigue siendo un izquierdista que vive para loar laideología del hedonismo zoológico, el goce del estómago y las viles monsergasautoritarias que hace obligatoria y forzosa la busca de la felicidad, concepcióncien por cien burguesa, falsa, atrabiliaria y destructiva del ser humano.

  Naturalmente la ascesis es un asunto moral que cada individuo ha derechazar o admitir en condiciones de completa libertad e igualdad para lo uno olo otro, y que en ninguna situación puede imponerse a nadie ni prohibirse a

nadie. Pero lo cierto es que todas las sociedades menos la actual han tenido unaidea positiva de la ascesis, la autolimitación y la autonegación, razonable pero

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heroica dentro de su cotidianidad, de lo corporal para fomentar lo no-corporal, lotranscendente, lo espiritual. También porque sin espiritualidad no puede haber inmersión en la naturaleza ni fusión con ella.

Ésta se ama y respeta cuando se entiende como fuerza telúrica, belleza

  primigenia y existencia palpitante realizada, como expresión magnífica de lafortaleza y excelsitud de lo viviente y sólo de manera secundaria como fuente derecursos. Todo acercamiento pragmático y utilitarista a la naturaleza ha de ser cuestionado, pues lo sustantivo en esto como en todo es renunciar al egoísmo y

 ponernos a su servicio en vez de servirnos de ella.

Servir y no ser servidos, ser los primeros en el esfuerzo y el sacrificio, esel estado de ánimo necesario para abordar los tremendos problemas de nuestrotiempo, los medioambientales entre ellos, primero para evitar el autoengaño,segundo para ejecutar con éxito su resolución. Frente a esto, que es de sentidocomún, Latouche se encasquilla en las viejas cantinelas hedonistas, mega-destructivas de lo humano, elaboradas con segundas intenciones por los“filósofos” e ilustrados dieciochescos, serviles instrumentos intelectuales de lastestas coronadas de Europa, reelaboradas por la economía política, el marxismoy los utopistas sociales del siglo XIX, que en esto como en tantas cosasmanifestaron una penosa incapacidad para innovar y ser creativos, hechas suyas

  por el progresismo, la contracultura, el sesentayochismo y los movimientosmarxistas del siglo XX. Todo ello es ya casi solamente quincalla verbal, que lasnuevas generaciones han de repudiar por convicción.

El hedonismo, que es el cimiento más firme del consumismo, ha deextinguirse en el interior del ser humano para que la naturaleza pueda sobrevivir y para que la persona se re-humanice y reconcilie con el otro y la otra. Lainconsecuencia de Latouche reside en que propone lo segundo excluyendo lo

 primero, lo que es una muestra más de su incapacidad para ser coherente y dejar de lado los juegos de palabras, las tretas politiqueras y la sofistería con que sueleabordar los problemas20.

Opuestos al hedonismo y al epicureísmo fueron los filósofos cínicos de la

Antigüedad, de los que mucho se ha de aprender. Diógenes de Sínope teníacomo ideal llevar “una vida frugal y parca”, rechazando el placer y laabundancia de bienes materiales al mismo tiempo, a fin de “vivir según lavirtud”. Luciano de Samósata concentra el ideario cínico en “despreciar lamuerte y ser fuertes en los sufrimientos”, para lo cual sus seguidores seabstenían de las riquezas, el dinero y de los placeres. Creían que la fortaleza

 personal consiste en prescindir lo más posible de las cosas para desarrollar almáximo las cualidades de la persona. Esto es una verdad indudable que lamodernidad, lerdamente cosista, se niega a admitir.

El uso de las cosas, si no es mínimo, si va más allá de lo indispensable,nos degrada y destruye. Si no limitamos la calefacción no dejamos a nuestro

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cuerpo fortalecerse contrarrestando al frío. Cuando nos valemos del automóvilestamos haciendo raquítico el propio sistema muscular, circulatorio y óseo. Sicomemos demasiado nos hacemos dependientes de la comida. Si acudimos a lasanidad “pública” con cualquier malestar y allí nos dejamos atiborrar defármacos y tratamientos, perderemos la capacidad psíquica-física paramantenernos sanos por nosotros mismos, a la vez que contaminamos el medio.Si nos damos al goce nos volvemos flojos y el Estado nos atrapará a través de larepresión, o de la mera amenaza de ejercerla. Nuestra fortaleza, inteligencia ylibertad exige reducir el uso y consumo de las cosas al mínimo para reforzar hasta el máximo las capacidades propias: así entendían los filósofos cínicos lanoción de virtud, o elevación de la propia calidad en tanto que designio o meta.

Los cínicos practicaron una filosofía eminentemente moral que ponía lavirtud muy por delante de la sabiduría verbalista y académica a fin de regenerar 

al individuo. Esas enseñanzas son de enorme significación hoy, si se deseaconstituir una cosmovisión que armonice al ser humano con la naturaleza, alapartarle del consumo y concentrarle en la prosecución de bienes espirituales. Suformulación “los dioses no necesitan nada y los que se asemejan a los diosesnecesitan lo menos posible” establece, con una carga notable de ironía (una

 buena parte de ellos eran ateos), que es en el abstenerse de las cosas donde estáuna parte sustantiva del ideario de la vida buena por sabia, esforzada, valerosa,arriesgada, desentendida de lo material y, en suma, virtuosa. Heracles, el héroemítico al que los cínicos admiraban, guiaba sus actos por tres principios, noenfurecerse, no buscar las riquezas y no amar el placer.

Sabían que la plétora de las cosas nos arrebata la fortaleza del ánimo, elejercicio del entendimiento y el vigor corpóreo por lo que deben ser usadas lomenos posible21. Hoy, cuando las cosas son además mercancías, el mal es aúnmayor. Tuvo que venir el marxismo, el sindicalismo y el izquierdismo engeneral a reconciliarnos con las cosas, esto es, con las mercancías, para hacernosgozadores, flojos, ininteligentes, necios, sin imaginación ni creatividad y ademásdependientes de los amos de las cosas, la burguesía. Ésa ha sido su obra. Estasideologías han llevado la concepción burguesa del mundo a las clases

trabajadoras y populares, que han sido de ese modo corrompidas e integradas enel sistema de dominación.

Las fundamentales aportaciones de la filosofía cínica, que son tambiénlas de una parte del estoicismo y las del cristianismo revolucionario y de suexpresión altomedieval, el monacato, prueban que la cultura occidental, encontra de lo que Latouche sostiene, posee soluciones para los grandes problemasde nuestro tiempo, soluciones magníficas además.

Corresponde a las y los europeos revolucionarios sentirse orgullosos de

lo positivo de su cultura.

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Se ha de añadir que el anticlericalismo burgués, esa zafia concepción queen muy poco se diferencia de la del nazi-fascismo (Nietzsche, el anticlericalanticristiano por excelencia es el principal ideólogo del nazismo), ataca confuror la idea de auto-restricción de lo material y placentero achacándose alcristianismo, cuando en realidad fue creado por la filosofía cínica, pasando deésta al cristianismo, que en sus orígenes, antes de ser tergiversada por la Iglesia,era una cosmovisión muy revolucionaria, excelente y admirable. Elanticlericalismo burgués es otra de las ideologías hiper-consumistas, chabacanas,reaccionarias y ecocidas de la modernidad.

Cambiando de materia se insistirá en que una sociedad libre, civilizada yre-humanizada no se puede construir sobre la base de la economía, ni de sucrecimiento ni de su decrecimiento. No se puede construir tampoco tomandocomo único fundamento la recuperación del medio natural, con olvido de la

libertad política, de la libertad económica, de la libertad social y de la libertad deconciencia. Es la totalidad de lo humano y la totalidad de lo medioambiental loque debe ser puesto como cimientos. Lo otro es aberrante y al mismo tiempoimposible. Y esa doble tara, la de la imposibilidad y la de la aberración, es la quese manifiesta en la doctrina decrecentista.

Latouche no puede llamarse anticapitalista sin comillas también porque“olvida” (así, con comillas) la denuncia del trabajo asalariado, esamonstruosidad sin cuya erradicación no puede recuperarse la actual sociedad desus peores vicios y lacras. El trabajo asalariado, como expresión del capitalismo,

es compañero inseparable de la devastación medioambiental. Al renunciar a la primera tarea, Latouche manifiesta que, de facto, renuncia también a la segunda,como ya sabíamos.

La crisis general actual y la teoría del decrecimiento

Las formulaciones decrecentistas, fraguadas a finales del siglo pasado,corresponden a un periodo de prosperidad y estabilidad en la UE (UniónEuropea), que la gran crisis iniciada en 2007-2008 está trastocando de manerarotunda y, lo que es más importante, probablemente irreversible.

La situación, con gran probabilidad, ya nunca volverá a ser como antes.La crisis en curso es muy peculiar y, por supuesto, es mucho más que un simpledesajuste económico que tarde o temprano será superado. Significa el declive deOccidente, la descomposición del orden mundial establecido tras la II GuerraMundial, la constitución de un poder planetario multipolar en que EEUU-UE yano poseen la hegemonía económica, aunque sí, todavía, la militar y política. Esel inicio de un nuevo ciclo de rearme y militarización para, si llega el caso,redistribuir el mundo entre las superpotencias por medio de la guerra.

El ecologismo, como movimiento destinado a mantener el actual régimende dictadura so pretexto de “salvar” el medio ambiente es propio del largo

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 periodo de prosperidad que han conocido los países ricos desde los años 50 delsiglo pasado hasta 2008. En ese tiempo se consideraba que, gracias al Estado de

 bienestar y a la sociedad de consumo, con parlamentarismo y libertades formales(falsas) para el pueblo, se había conseguido la sociedad ideal, quedando comomácula el arrasamiento de la naturaleza, único problema existente y, por tanto, elúnico que debía ser afrontado, ignorando los específicamente humanos.

El ecologismo es una forma radical de antihumanismo, de ninguneo,olvido y desprecio por lo humano y por el ser humano, igual que todas lasideologías segregadas por el poder de la modernidad.

De aquel análisis, simplista, erróneo y reaccionario, surge el movimientoecologista. Éste, al comprometerse muy pronto con el poder constituido yhacerse ecologismo de Estado, sufre un rápido proceso de descrédito entre las

 personas más conscientes, lo que no le impide convertirse en aparato electoral  partidista en varios países. De su desenmascaramiento surge la teoría deldecrecimiento, que renueva y actualiza el discurso ecologista para evitar ser el

 blanco de las cada vez más numerosas críticas dirigidas al mismo.

Apenas nada hay en la dogmática decrecentista que no esté en elecologismo institucional, o de Estado, y en el ecocapitalismo. Sólo se diferenciaen la terminología, en su carácter sistemático o doctrinario y, también, en ser creación de Serge Latouche.

Ahora la situación ha cambiado. Ya no estamos, por suerte, en los prósperos decenios anteriores, en los que al socaire del consumo un ambiente detorpor, apatía y embrutecimiento se impuso en los países ricos. Occidente se va

  paso a paso desmoronando en lo económico, comenzando por sus partes másdébiles, “España” entre ellos. En tales condiciones el decrecentismo o bien notiene nada significativo que aportar o bien se ha de convertir en un doctrinarismomás para hacer aceptable a las clases populares las nuevas condiciones dedeclive económico y pobreza, o dicho con el término acuñado, de decrecimiento.Al estar atrapado entre la nada y un uso instrumental toscamente institucional, sufuturo es poco brillante, dejando a un lado el culto que seguirá recibiendo en

reducidos círculos de devotos.

Esto será todavía más negativo para el sistema doctrinal sostenido por Latouche por cuanto no hay motivos para considerar que el decrecimientoeconómico bajo el capitalismo y el poder del Estado vaya a mejorar la situaciónmedioambiental. En efecto, la decrepitud de la economía hará que, en bastantesocasiones, se haga aún más vandálica y despiadada la relación con la naturaleza,

  para abaratar costos, frenar la tendencia al declive de los beneficios de lasempresas, lograr tales o cuales metas estratégicas, favorecer en esto o en lo otroel nuevo militarismo y así sucesivamente.

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Ya se ha anunciado desde medios para-institucionales que la crisiseconómica “se come la lucha (institucional) contra el cambio climático”, por falta de recursos, lo que pone a los decrecentistas en una delicada tesitura, odicho más crudamente, cuestiona su doctrina22. La constatación de que laregresión económica no tiene por qué beneficiar al medio natural impugnará lateoría decrecentista. Ésta queda, por ello, condenada a ser negada más o menosrápidamente por la experiencia.

Como expongo en “Crisis y utopía en el siglo XXI”, la situación actualestá definida por otros elementos mucho más importantes que las alteracionesde la vida económica y sus secuelas (y que la crisis medioambiental y sushorrores), paro, declive de los salarios, contracción de las prestaciones delEstado de bienestar, retroceso del consumo, etc., por llamativas que puedan ser éstas.

Estamos ante una crisis total y general en la que se están desmoronandono sólo los fundamentos de la sociedad y los cimientos de la vida civilizada sinoque lo humano en su esencia está siendo destruido conforme a un planimplacablemente ejecutado por los poderes de facto en las sociedades de lamodernidad, el Estado y la clase empresarial. Para crear las multitudes hiper-dóciles que necesitan para realizar hasta el fin su insaciable voluntad de poder,las elites mandantes han casi culminado su programa estratégico de crear entessubhumanos con apariencia humana, los cuales odian la libertad, se mofan de laverdad, idolatran la ignorancia, se ciscan en la virtud, adoran la fealdad, la

suciedad y la contaminación, son incapaces de amar a sus iguales y resultaninhábiles para todo lo colectivo, criaturas posthumanas que nada más aprecian eldinero (en esto han sido adoctrinados y amaestrados por la izquierda), los

 placeres más pedestres y el tener mando sobre sus semejantes, sádicos con losinferiores y masoquistas con los superiores.

Es de sentido común que este tipo de seres ni quieren ni pueden ni sabenhacer nada a favor del medioambiente.

Lo peculiar de nuestra época es que todo está siendo destruido, todo, no

sólo la naturaleza. Esa inmensa bacanal de destructividad, que se concentrasobre todo en el ser humano y en lo humano, en la cultura y en la civilización,es lo que el ecologismo y su hermano gemelo el decrecentismo no desean ver.Ante un asunto de tal calibre no valen los paños caliente los remedios blandos yflojos, escasos y pueriles, institucionales e inofensivos, que Latouche preconiza.Hace falta una gran revolución integral. Que aquél no se ocupe de laaniquilación de lo humano en tanto que humano, como forma de existencia en

 primer lugar espiritual, manifiesta que es una ideología para sujetos sin cultura ysin conciencia, para los seres-nada de la modernidad, en buena medida

moldeados por la división del trabajo y la especialización.

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Ésa es la catástrofe civilizacional en curso, que no es de ahora pero quecasi nadie desea ver. Lo humano desaparece y el izquierdismo, siempre“práctico”, nos conmina a que nos ocupemos de las pensiones, los salarios, lasanidad y el consumo, y sólo de eso. De manera similar Latouche y sus acólitosnos reducen a considerar nada más que la destrucción medioambiental, cuandoésta: 1) va unida a la trituración de lo humano, 2) no puede ser resuelta si no seaborda con decisión e inteligencia la tarea de restaurar la esencia concretahumana, 3) carece de soluciones bajo el actual sistema y requiere de unarevolución integral.

Es deplorable que no comprendan cuál es el meollo de los problemashumanos de nuestro tiempo, que se dan junto a los medioambientales y losdeterminan, dado que entre los primeros y los segundos hay una relación decausa a efecto. Lo expone Dominique Belpomme en “Avant qu’il ne soit trop

tard” del modo que sigue, “una megalomanía individualista, un rechazo de lamoral, un gusto por la comodidad, un egotismo”. Ésos, y otros varios como esos,son los que han de ser resueltos en el marco de un programa de revoluciónintegral suficiente. En ese contexto, y sólo en ese, pueden ser tratados converdad, seriedad, radicalidad, coraje y eficacia los asuntos medioambientales.

Diríamos que los decrecentistas operan con una visión muy parcial ynotablemente reducida de los problemas de nuestro tiempo: la gran mayoría deellos no alcanzan ni siquiera a percibirlos, debido a sus fortísimas anteojerasdogmáticas, y a los que sí logran vislumbrar otorgan un tratamiento miope,

conformista, timorato y reaccionario, con alguna excepción. Esto se agrava porque es un sistema doctrinario elaborado para los años de prosperidad que nose adecua, sin aplicaciones que lo están ya poniendo en evidencia, a los actualesde crisis, declive y regresión hacia una sociedad de la escasez y la pobreza.

El decrecentismo concita el apoyo interesado de quienes desean medrar  profesionalmente a su costa, al demandar que las instituciones estatales, sobretodo la universidad, constituyan una “industria del decrecimiento” en la querealizar exitosas carreras, con becas, premios, empleos, cátedras y otras

 prebendas y sinecuras similares, como sucede con el ecologismo. En un ordensocial tan corrompido, en el que nadie cree en nada salvo en realizar el propiointerés en lo monetario y profesional, el análisis objetivo de las formulaciones yteorías ha de colocar en un lugar destacado eso precisamente, el peso ysignificación de los intereses particulares.

Propuestas y programa de actuación

El decrecimiento, como ultimísima teoría redencionista, no esimportante, como ya se dijo. Lo determinante es analizar con acierto suficientela gran crisis general en curso, que sólo en apariencia es principalmente

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económica, pues la desintegración de la libertad, de la civilización y de lohumano forma su meollo último.

La tareas que la situación nos demanda son, expuestas en sus rasgosgenerales, la que siguen.

Investigar la realidad actual, que es hiper-compleja por nueva ycambiante. Sin comprenderla medianamente bien no se puede avanzar. Para ellola constitución de equipos de trabajo para tal fin es imprescindible, pues sería laforma organizativa concreta de realizar la autogestión del saber y el 

conocimiento mediante la reflexión y el duro e ingrato esfuerzo de pensar.

El proceso indagador tendría que fijar una estrategia y plan de acción  para el conjunto y para cada una de las partes que resultase adecuado a lasnuevas condiciones creadas con la gran crisis económica, política, educativa, de

hegemonía ideológica, de cambio de escenario global y de supremacíaimperialista que se está dando, la cual se irá profundizando en los próximos añosy decenios. En efecto, la fase de estabilidad y paz social que ha conocidoOccidente desde el final de la II Guerra Mundial está terminando, lo que viene asignificar que nos adentramos en un escenario político sustantivamente nuevo ydistinto, para bien o para mal.

 No es posible estar más tiempo sin abordar la decisiva tarea de diseñar una estrategia.

El plan de actuación ha de ser general y parcial, para el conjunto y paracada una de sus partes. En este epígrafe habría que destinar una atenciónespecífica a definir los contenidos, línea de actuación y programa para los

  problemas medioambientales, a fin de acabar con la preponderancia delecologismo de Estado, el ecocapitalismo y la teorética decrecentista en estefundamental terreno.

A mi juicio ha llegado el momento de librar una batalla de liquidacióncontra el izquierdismo en todas sus manifestaciones, poniendo al descubierto quees la política e ideología del Estado-capital para las clases populares. Ahora está

debilitado y maduran las condiciones para convertirlo en fuerza marginal, lo que podría desembocar en un triunfo a medio plazo del ideario y programa de unarevolución integral que las circunstancias demandan. El izquierdismo es eladversario político principal en las actuales condiciones. Con él activo ningúnmovimiento popular genuino puede prosperar pues su meta es controlarlos ydestruirlos.

 Necesitamos un análisis detallado de lo sucedido en el último periodo dela fase histórica precedente, el que se abre con la transición del franquismo al

 parlamentarismo, 1974-1978, y termina con la crisis de 2007-2008, alcanzandoconclusiones lo bastante objetivas sobre ese tiempo aciago y terrible, para la

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naturaleza al igual que para los seres humanos y los factores de la civilización,que ha durado 30 años, y sobre sus principales actores, para adentrarnos en unanueva fase con claridad de ideas y seguridad.

A fin de afrontar el futuro con ciertas garantías de éxito se necesita una

línea para la autoconstrucción del sujeto, con rigor y autoexigencia, con olvidode sí, generosidad, espíritu épico y grandeza de ánimo, porque la persona, entanto que tal, con su doble naturaleza social/individual, es siempre elementodecisivo, más en lo que se avecina. En efecto, de la calidad del sujeto dependecasi todo, y dicha calidad puede elegirse y autoconstruirse.

Sin esperar más hay que emprender un camino de perfeccionamientoespiritual y físico que haga de cada una de nosotras y nosotros un combatientede primera por la libertad, el bien y la virtud, vale decir, por la revoluciónintegral.

Hay que aferrarse a la lucha política y aprender el arte de la lucha política, para oponer a la acción partidista, mediática, académica e institucionaluna sólida trama de formulaciones y propuestas, de denuncias masivas,argumentaciones contundentes y acciones en la calle. Dado que el combate

 político es, en esencia, una pugna de ideas, construir y dar forma a tales ideas esla precondición de dicha lucha23.

Una cuestión determinante, tal como están las cosas, es la denuncia delejército y del militarismo, asunto siempre “olvidado”. Los adoradores del Estadoson afectos al militarismo, pues el ejército es la columna vertebral de aquél, demanera que quienes se desgañitan a favor del Estado de bienestar, Latoucheentre ellos, forman la plana mayor del nuevo militarismo.

Tenemos 3-4 años para realizar, o comenzar a realizar, tales tareas, antesque la situación se haga bastante tensa, escenario al que hay que llegar conclaridad de ideas, una estrategia, planes de actuación, ideas y programasrazonablemente bien elaborados, además de con criterios firmes sobre el sujetoautoconstruido, renovado y regenerado, como fuerza agente decisiva de la

transformación social. No hace falta decir que todo lo expuesto sobra para quienes sólo desean,

en el nuevo escenario estratégico e histórico que se está constituyendo por lamudanza de las condiciones objetivas, verter lágrimas por sus pensiones,implorar la continuidad del Estado de bienestar, gimotear porque se reduce lasociedad de consumo o agitar demagógicamente consignas “verdes” mientras elmedio natural es triturado. Dada su sandia veneración por los palos de ciego y

 por actuar a tontas y a locas, desde una mentalidad activista que hace de ellos yellas el peonaje de la socialdemocracia, no hace falta fijar ninguna estrategia ni

  pensar y planear nada, pues vale con seguir como hasta ahora, yendo de loridículo a lo sempiternamente fracasado, de lo chapucero a lo grotesco, de lo

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 penoso a lo esperpéntico, de lo sectario a lo liliputiense y de lo vil a lo servil,siempre con el PSOE como gran y dadivoso patrón entre bastidores.

En las circunstancias que con celeridad se van constituyendo los malesdel activismo, el economicismo, la incomprensión del momento histórico en que

estamos y el espíritu socialdemócrata son los obstáculos a superar por la crítica.También las propuestas sectoriales, parceladas y especializadas, que se olvidandel conjunto y únicamente atienden a una porción de lo real sin ninguna

  perspectiva estratégica ni aferramiento a las condiciones concretas ni pasiónrevolucionaria, como hace el decrecentismo. Al respecto de esto último hastaLatouche admite en alguno de sus escritos que son los grandes medios decomunicación del Estado-capital los que más han hecho por popularizar y

 promover su teoría, aunque se abstiene de preguntarse por qué.

Ahora, y mucho más en el futuro inmediato, el conflicto entre las fuerzas  políticas que sólo desean vivir “mejor”, o superar unas pocas nocividadesmedioambientales de escasa significación, mientras transigen con las másdemoledoras, bajo el actual régimen de dictadura política y económica, yaquellos que preconizamos un cambio cualitativo, esto es, una revolución, se iráagudizando más y más.

Los cambios que están teniendo lugar en el escenario político eideológico mundial, y particularmente en los países periféricos de Occidente,tienden a ser favorables para un obrar ofensivo en pos de una acción

transformadora de la sociedad, recuperadora de lo humano y restauradora de lanaturaleza. Es una oportunidad que no debemos perder por falta de perspectivas,ausencia de reflexión, aferramiento a ideas y métodos de la fase histórica

 precedente o mera estupidez.

La clave es el desarrollo del factor consciente. Dado que somos sereshumanos -o deberíamos serlo- no “masas” que corren enardecidas tras la pitanzaconforme al criterio de “Yo primero”, y considerando que lo específico de losseres humanos, su principal rasgo distintivo, es la facultad de pensar,comprender y apreciar la verdad por su valía intrínseca y después por su

capacidad de orientar el actuar, estamos obligados a poner el acento en eldesarrollo de la conciencia. Reflexionar, de manera individual y grupal, es lomás importante. Aportar lo así logrado al conjunto del cuerpo social esdeterminante.

Conciencia es conocimiento, y conocimiento es revolución.

Félix Rodrigo Mora

http://felixrodrigomora.net/

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NOTAS

1La exposición concentrada de tal concepción se encuentra en el prólogo a “Crítica de la economía

política” de C. Marx, en la cual se asevera que el desarrollo de “las fuerzas productoras de la sociedad…trastorna más o menos lenta o rápidamente toda la colosal superestructura”, lo que “abre una era derevolución social”. Es decir, las fuerzas productivas son el factor primero y principal del cambio histórico,el creador de nuevas formas de existencia social e individual, el elemento revolucionarizador porexcelencia. Eso equivale a dotarlas de una naturaleza cuasi divina, un nuevo ídolo ante el que todas ytodos hemos de arrodillarnos. El texto, de 1859, tiene como fundamento la más frívola arbitrariedadgnoseológica, pues Marx inventa e imagina lo que expone, dado que ni lo prueba ni puede probarlo y nisiquiera se molesta en intentarlo, de modo que ha de ser creído por fe. Lo cierto es que somete a lahistoria humana, sobre la que tiene un desconocimiento descomunal, a una simplificacióninfundamentada, a un tratamiento especulativo y verbalista. Es comprensible que cuando ese colosaldislate ha sido aplicado en la práctica, en la URSS por ejemplo (y en China, aunque de otro modo), hayafracasado miserablemente. En realidad, lo que hace es convertir la concepción por excelencia de laburguesía, el economicismo, en ideología obligatoria para el proletariado, de donde ha resultado elenvilecimiento y liquidación política, mental y existencial de éste. Otro efecto de esa concepción es ladevastación medioambiental a gran escala. Pretender que la izquierda renuncie a su creencia básica, eldesarrollo de las fuerzas productivas y el hiper-consumo como supremo bien, es tan ilusorio comoesperar que la Iglesia se pase al ateísmo. De ahí que cierto izquierdismo esté haciendo un usooportunista y manipulador de la idea y vocablo de decrecimiento.

2Este asunto se trata con la extensión y profundidad que se merece en “El giro estatolátrico. Repudio

experiencial del Estado de bienestar”, Félix Rodrigo Mora. Al mostrar las fundamentales coincidenciasexistentes entre la izquierda y el franquismo (ambos, por citar un importantísimo asunto más, sondevotos del capitalismo de Estado, al que califican de “público”) está recibiendo muchos ataques ydescalificaciones, por lo general más llenos de improperios que de argumentos. Pero hasta el momento

nadie ha refutado sus formulaciones centrales.

3 La crítica izquierdista al decrecimiento es inasumible. Basta leer “La miseria del decrecimiento. Decómo salvar el planeta con el capitalismo dentro”, José Iglesias Fernández, para cerciorarse de ello. Laobra, una concentración singular de errores, estuticia y disparates propia del izquierdismo residual denuestro tiempo, se centra en defender la sociedad de consumo actual, acudiendo a la teoría delsubconsumo, elaborada por el populismo y obrerismo decimonónicos, refutada por Marx y sus epígonos(Lenin, etc.) y revivida por la socialdemocracia y Keynes posteriormente. El autor, con un desparpajopropio de otros tiempos, cita una y otra vez a “K. Marx” como autoridad, sin comprender gran cosa desu obra y sin diferenciar en ella lo erróneo (que es muchísimo) de lo acertado (que existe). Lo queIglesias hace es falsear el marxismo, eliminando su espíritu revolucionario y haciendo de él un credoreformador del capitalismo. Causa estupor su apología del consumo, indiferencia ante los problemas

medioambientales, majadero entusiasmo por la tecnología, propensión a considerar al ser humanocomo un animal de granja entre otros, con sólo necesidades fisiológicas, economicismo fantástico-dogmático, afección al parlamentarismo y apología del Estado de bienestar (en lo que se identifica conel régimen franquista, instaurador en 1963 de dicha forma de aparato estatal), un componentesustantivo de la actual sociedad de consumo, esto es, de la trituración del medio natural. Pero quizá lomás negativo del libro sea su proyecto de “destruir el capitalismo” apoyándose en el Estado (al queMarx denomina “Estado capitalista”, enfatizando que su destrucción por la revolución es necesaria,como expongo en el capítulo XXI de “El giro estatolátrico”, titulado “El marxismo no es una forma deestatolatría”), ante el cual el citado autor se arrodilla, como hacen todos los socialdemócratas. Su líneaes sólo una versión demagógica de la del PSOE, como pone de manifiesto, entre otros muchos asuntos,sus citas apologéticas del diario “Público”, órgano de expresión del partido gubernamental en elmomento de escribir estas líneas, en el que se ha integrado la extrema izquierda. El “anticapitalismo”

que preconiza es una mascarada y una parodia para justificar la loa que el autor hace del capitalismo, dequien le mantiene, el Estado, y del programa del partido que más ha hecho en pro de aquél en losúltimos 40 años, el PSOE y su patético escudero, PCE-IU. Iglesias Fernández ni una sola vez usa el

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vocablo revolución, lo que se le ha de agradecer pues lo desprestigiaría. Pero ¿qué se puede pensar deun “anticapitalismo” que “olvida” la revolución, además del Estado, y que todo lo apuesta a superar elpretendido subconsumo, esto es, a consumir aún más? Dentro de lo esperpéntico de este libro, que esmucho, podemos quedarnos con una cuestión, su juicio sobre Platón, en el que se manifiesta laincultura y el espíritu reaccionario de la obra. Diga lo que diga un panfletista tan desinformado como

Iglesias, el 80% del proletariado consume más, e incluso mucho más, de lo que debería, en los paísesricos, y una revolución integral ha de devolver las cosas a su racionalidad, apartando a la clase obreradel pesebre y recuperándola para una vida verdaderamente humana, cuyo fundamento material ha deser consumir, pongamos por caso, el 10% de lo actual. Por lo demás, dicho proletariado hoy reduce suobrar a sacar todo lo que pueda del capital, cooperando con él en el consumo, en el respaldo alparlamentarismo y en la devastación del medio natural. Son los izquierdistas como Iglesias quienes hanhecho reaccionaria y ecocida al grueso de la clase obrera, al persuadirla que su meta ha de ser lucharpor dinero para consumir en vez de por ideales. En el libro que citamos se pone de manifiesto que hoytoda la extrema izquierda es sólo un apéndice del PSOE, el partido del capitalismo por excelencia, al quesigue y sirve en todo lo importante. Lo cierto es que quien “olvide“ la idea de revolución se condena aser una marioneta del actual principal partido del capital y del Estado, el fundado por Pablo Iglesias yhasta 1979 programáticamente marxista. Por lo demás, las críticas de tal izquierdismo al decrecimiento

y a S. Latouche lo que hacen es prestigiar a ambos.

4Una de las fórmulas más utilizadas por el inofensivo catastrofismo populista en curso es “la quiebra del

capitalismo global”, expresión de la inmadurez intelectual y emocional de cierta “radicalidad”, quesueña con que el capitalismo desaparezca por sí mismo y sin más, solución bastante cómoda, lo que lelibera de la tarea, para ella tremenda e indeseable, de realizar la revolución. Tales letanías no sonnuevas, recordemos el libro de H. Grossmann, “La ley de la acumulación y el derrumbe del sistemacapitalista”, 1929, o el no menos insensato “La bancarrota del sistema económico y político delcapitalismo”, D. Abad de Santillán, 1932. Cuando han transcurrido tantos años desde que esos textosfueron escritos, sin que el sistema ni se derrumbe ni parezca que vaya a desintegrarse en un futurocercano, podemos decir que tales autores y corrientes sufren una patología mental muy vieja, a saber, lacreencia en milagros. Lo cierto es que el capitalismo nunca se desmoronará por sí mismo, sobre todo

porque está sostenido por el Estado, que es un poder con capacidad probada para persistir durantesiglos y milenios. Sólo la revolución puede poner fin a la existencia del capitalismo, por ello todas lasteorías apocalípticas son pro-capitalistas en la medida que se oponen a la revolución, o que la “olvidan”siempre, lo que viene a ser lo mismo, como hace el decrecentismo. A la vez, aquéllas parten de unapercepción errada de lo que es el capitalismo, al que comprenden como una estructura, en vez de comouna suma hiper-compleja de relaciones sociales, mecanismos de poder, estados de la conciencia yconductas individuales-colectivas con el aparato estatal en el centro.

5 En mis libros sostengo que la agricultura es una alteración indeseable de los ecosistemas, lo quedemanda reducir la superficie cultivada al mínimo. Para ello preconizo eliminar el 50% de ella en“España”, destinando unos 10 millones de has hoy en uso agrícola a la forestación con especiesautóctonas (lo que llevaría a plantar, calculando por lo bajo, 2.000 millones de árboles propios del país,

épica tarea en la que deberían implicarse varias generaciones), medida imprescindible del todo para quea finales del siglo XXI las 4/5 partes de la península Ibérica no se hayan convertido de maneraprobablemente irreversible en un desierto. Una reflexión añadida es que esa gran recuperación de lacubierta arbórea no puede hacerse en las actuales condiciones, pues ni es un negocio, por lo que nointeresa a la clase empresarial, ni forma parte de los designios estratégicos del Estado, lo que excluye aéste como agente. Preconizo, en relación con ello, obtener hasta un 1/3 de la alimentación humana enhierbas y frutos silvestres, ajenos a la agricultura, volviendo al pan de bellota, castaña, etc., de nuestrosantepasados. Otro elemento necesario es poner fin al derroche nihilista de alimentos, pues la idea deabundancia material como “bien” le eleva a estadios asombrosos. Según expone T. Stuart en el libro“Despilfarro, el escándalo global de la comida”, el 25%-50% de los productos alimenticios adquiridos porlos particulares se desperdician y tiran hoy en los países ricos. Si se aprovecharan, la superficie cultivable(y la importación de alimentos) podría reducirse en una cantidad proporcional, devolviendo la porción

así ganada al bosque, pero para ello hace falta una revolución al mismo tiempo, política, económica,axiológica, convivencial y ética, que supera en mucho, y va mucho más allá de la pequeña gavilla detransformaciones inesenciales e insignificativas que el decrecimiento preconiza.

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6 En 2009 el valor de mercado de los productos ecológicos, a nivel mundial, fue de 40.000 millones deeuros, con un incremento del 5% respecto al año precedente, según “La Fertilidad de la Tierra” nº 44,2011. Tales datos indican que la agricultura ecológica es ante todo un procedimiento para desarrollar elcapitalismo, el mercado y el uso del dinero en una nueva actividad productiva. Por eso no pueden ser

tomados en serio los que se dicen “anticapitalistas” y la otorgan su apoyo. En “España” no sería casinada sin el descomunal respaldo monetario y legislativo que la otorga el Estado. La pregunta es, ¿porqué el aparato estatal desea de forma tan vehemente su desarrollo? Lo expuesto no debe entendersecomo un alegato contra los pequeños agricultores que, por motivos de supervivencia, se acogen a esamodalidad de agricultura, loa cuales tiene toda mi consideración.

7 Tenemos que agradecer a M. Bakunin que, en “Dios y el Estado”, haya tenido la penetración intelectualy la majeza, o valentía personal, de exponer lo obvio en la historia contemporánea (también en buenaparte de la anterior), que los Estados sólo pueden existir en lucha permanente entre ellos, de maneraque Estado, militarismo, rearme y guerra vienen a ser sinónimos. Así pues, remito a la lectora o lector alcapítulo de esa obra titulado “El principio del Estado”. Esto es una verdad fundamental que han deadmitir todos los seres humanos que rechazan el autoengaño, que desean ser dueños de sus propios

pensamientos y que tienen la presencia de ánimo y el coraje personal suficientes para hacer frente acualquier realidad, por dura y dramática que sea. No hace falta decirse anarquista para valorar estetexto de Bakunin: no tengo definición ideológica y lo recomiendo encarecidamente. Bakunin hace locontrario que Marx, mientras éste prima lo económico, conforme a la cosmovisión burguesa, Bakuninpone el acento en lo político, el Estado, y su opuesto, la libertad, que es el bien mayor para los sereshumanos. Siglo y medio después los hechos han quitado la razón al primero y se la han dado al segundo.Sin tener en cuenta estas sencillas verdades no se puede abordar con rigor y responsabilidad la cuestiónmedioambiental. Pero Latouche “olvida” el Estado -nada menos- en sus textos, según la tradiciónsocialdemócrata en curso.

8 La relación de destrucción, expolio y dominio que mantiene la gran ciudad con el campo se estudia en“El impacto de la ciudad en el mundo rural” (de próxima publicación), Félix Rodrigo Mora. Incluye, como

anexo nº 1, “La alimentación humana con bellota, un posible remedio a la crisis agraria ymedioambiental”, y como anexo nº 2, un pequeño trabajo laudatorio de la ganadería tradicionalcaprina, “La transformación histórica del medio rural español”.

9 Está publicado en “Antología de textos de Los Amigos de Ludd”, VVAA, y en “Naturaleza, ruralidad ycivilización”, Félix Rodrigo Mora.

10 La cuestión se presenta actualizada en “Defender el comunal frente a un nuevo procesodesamortizador”, Félix Rodrigo Mora, en “Soberanía alimentaria, biodiversidad y culturas” nº 4, enero2011.

11Sobre el concejo abierto, “Procesos asamblearios en nuestra historia” (Acampada del 15-M, Sol,

Madrid), video y audio, y “Del batzarre (concejo abierto) y su complejidad” (Lakabe, Navarra), audio.También, “La otra historia del mundo rural” (Amayuelas de Abajo, Palencia), video, todos enhttp://felixrodrigomora.net/. Para el caso de Galicia, tan magnífico, el libro “O atraso político donacionalismo autonomista galego”, Félix Rodrigo Mora.

12 El libro de S. Latouche “La otra África”, 1989, (también “El planeta de los naúfragos”), es unaconcentración de todos los tópicos paternalistas (por tanto racistas de nuevo tipo) y neocolonialistassobre África en curso en los ambientes de las ONGs y otras instituciones estatales para la destrucción delTercer Mundo por medio de la “ayuda” y la “cooperación”. Pero hay más. Cuando preconiza repudiar latotalidad de la cultura europea para asumir la de los pueblos africanos, sin hacer distinciones entre lopositivo y negativo de una y otra, se sitúa en el centro mismo de las corriente actuales que estánllevando adelante una de las operaciones políticas más útiles a las elites del poder, la aculturación

completa de los pueblos de Europa, a los que desde las instituciones, desde la universidad en primerlugar, se desea degradar a infrahumanos sin cultura, sin historia y avergonzados de sí mismos paramejor dominarlos. Además, y sobre todo, el libro citado ofrece una imagen falsa, por unilateral, de

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África al sur del Sahara, a la que presenta como una sociedad ideal, como el nuevo paraíso terrenal queel necio y prepotente (neo-racista) europeo practicante del “turismo revolucionario” ha de visitarcuanto antes. La verdad desnuda es que entre los pueblos negros africanos se está dando un altonúmero de guerras, formas atroces de opresión de la mujer, violencia indiscriminada y actos degenocidio, en las que hombres y mujeres negros llegan a asesinar a un gran número de hombres y

mujeres negros. El caso más conocido, pero no el único ni mucho menos por desgracia, es el genocidiocometido por los hutu contra los tutsi en los años 90 del siglo pasado, en el que fueron muertas de laforma más cruel unas 900.000 personas. En segundo lugar, culpar sólo a Occidente de actos dedevastación medioambiental a gran escala no es objetivo dado que olvida numerosos casos en quepueblos no europeos han realizado descomunales catástrofes medioambientales, algunas de ellasestudiadas con detalle por Jared Diamond en el libro “Colapso” y en otros, entre los que destaca ladeforestación completa de la isla de Pascua por los indígenas que la habitaban, sin olvidar el ecocidiorealizado por los indios anasazi, los mayas y algunos otros. Es significativo que en los casos que Diamondcon tanto rigor como penetración examina el factor causal del ecocidio es el ansia y avidez de poder delas elites mandantes, y no el capitalismo (inexistente) ni la tecnología (rudimentaria). Dicho de otromodo, cuando se constituyen minorías mandantes y emerge el Estado, adopte éste la forma y grado dedesarrollo que adopte, el medioambiente tiende a ser triturado, con independencia de la raza de

quienes lo ejecuten. Pero los decrecentistas, una facción más de los estatólatras, esperan del Estadomaravillas en la gestión “positiva” del medio natural… Para alcanzar una imagen realista de Áfricasubsahariana un libro interesante es “Peor que la guerra. Genocidio, eliminacionismo y continuaagresión contra la humanidad”, D.J. Goldhagen. Una reflexión final es que quienes con tanto furoratacan la cultura occidental sin admitir que en ella hay un componente muy valioso por popular, rural,revolucionario, se hacen culpables de perpetrar un genocidio cultural, cuando no de practicar el racismoanti-blanco. No hace falta decir que Latouche, como todos los intelectuales actuales, ignora a la culturaclásica occidental, a la que jamás cita positivamente. Una reflexión final para decrecentistas: losoccidentales no deben ir a África a “salvar” a los africanos, éstos pueden hacerlo por sí mismos. Laideología salvacionista y paternalista, que rebosa en las obras de Latouche, es la última expresión delracismo blanco y occidental propio de la política neocolonial, que tiene en el Estado francés uno de susmás importantes agentes en África.

13Dejando a un lado la escolar retórica sobre las ocho “R”, donde S. Latouche expone con más claridad,

que tampoco es mucha, el programa decrecentista completo es en los 9 puntos contenidos en las págs.240-241 de “La apuesta por el decrecimiento”. En ninguno de ellos hay nada que sea incompatible conel capitalismo, antes al contrario. En suma, nada que sea útil a la regeneración del medio natural. Lo quepropone es una reorganización moderada y prudente del capitalismo en un sentido vagamenteecologista, del todo compatible con el programa estratégico de aquél para las cuestionesmedioambientales. Pero además, varios de los puntos son puramente demagógicos pues proponen loque es imposible bajo el poder del capital, por ejemplo, el número 5, una afirmación de piadososdeseos. El 6, “impulsar la “producción” de bienes relacionales”, sólo puede hacer reír, ¿no ha leídoLatouche a Maquiavelo y a Hobbes? Pues ¿qué sociedad nueva vamos a construir cuando partimos detextos como éste, fundamentado en el autoengaño y el engaño, comenzando por el ocultamiento del

Estado, cuestión tremenda? La honradez, en primer lugar intelectual, el rigor, la verdad y el respeto alotro son los fundamentos de una sociedad renovada. Verbigracia, y para terminar, cuando exige“decretar una moratoria sobre la innovación tecnológica” ¿ha pensado en qué va a decir sobre esto elejército?

14 Un caso particular que manifiesta la destructividad y barbarie de la sociedad actual, que está centradaen aniquilarlo y triturarlo todo, comenzando por lo humano y el ser humano, es la del caballo losino, así llamado por tener sus últimos ejemplares en el valle del Losa (Burgos), en estado semi-salvaje, comohan vivido siempre. Esta singular y bien diferenciada raza equina, a la que se atribuye una existencia de40.000 años, aparece representada en el arte rupestre (complejo cárstico de Ojo Guareña),probablemente con una antigüedad de 10.000 años, así como en la decoración escultórica de algunasiglesias románicas de la zona, siglos XII y XIII, fue llevada a su extinción de facto en los años del

desarrollismo, los 60 y 70 del siglo pasado, periodo visto con admiración por Latouche. El beneméritoentusiasmo de unas cuantas personas pudo reunir las pocas yeguas y sementales sobrevivientes en losprimeros años 80, de manera que hoy se cuenta con unos cientos de ejemplares, lo que es, con todo,

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una situación inestable que, a mi juicio, no garantiza la supervivencia de esta variedad equina a largoplazo. Aterra que una especie que ha existido desde milenios conviviendo con el ser humano haya sidocasi extinguida en el espacio de 20 años (1960-1980), lo que es prueba de la descomunal capacidad delactual sistema para devastar de manera ilimitada lo viviente. Consultar “La raza losina. El caballo de LasMerindades”, Eduardo Ruiz Sainz-Amor. Este caso concreto muestra que el decrecimiento, con su

política de paños calientes y servilismo respecto a lo institucional, no puede resolver los problemasmedioambientales.

15En “La apuesta por el decrecimiento”, 2008, Latouche se refiere a una pretendida “unanimidad para

salvar el planeta”, fantasiosa aserción que justifica con unos pocos ejemplos parciales que nadasignifican. Al negarse a admitir que las elites del poder, políticas, militares, académicas, intelectuales,mediáticas, religiosas y económicas, tienen su propia estrategia para las cuestiones medioambientales yque en ésta nada hay de un proyecto para “salvar el planeta”, aquél manifiesta un rasgo propio delizquierdismo y utopismo, su asombrosa capacidad para el autoengaño, para ver lo que no hay yregocijarse con lo que no existe más allá de su propia cabeza. Mirar de frente, con coraje y valentía, larealidad, regirse por el principio de que la verdad ha de ser lo primero y principal, sin amilanarse por elsufrimiento psíquico que ello crea, debería ser un principio inexcusable de higiene mental. Pero cuando

se perora una y otra vez a favor de “la felicidad” y se promete más felicidad en la sociedad deldecrecimiento que en la del crecimiento, entrando en una competencia repulsiva, específicamentepolitiquera, se nos niega la necesaria reciedumbre anímica para encarar con rigor y esfuerzo una etapahistórica tremenda por su complejidad tanto como por los sacrificios que a no tardar demandará a todasy todos. Así las cosas sólo me queda recomendar mi trabajo “Crítica de la noción de felicidad y repudiodel hedonismo. Elogio del esfuerzo”, contenido en el libro “Seis estudios”. Pero ¿qué puede esperarsede quien, como Latouche, cita de forma positiva a un atorrante del calibre de Woody Allen?

16En “Agenda Viva”, verano 2011, nº 24, contesto del modo que sigue a la pregunta “¿Cuáles son las

lecturas que podemos sacar de lo ocurrido en Japón?”, en relación con el desastre nuclear deFukushima, “deploramos lo que afecta a nuestro cuerpo pero nos mostramos mucho más tolerantes conlos daños que padece nuestro espíritu… no hay masas en la calle protestando contra la mentira

institucional, pero sí las hay, aunque cada vez menos, contra los desastres medioambientales… estamosacomodados a la inespiritualidad y la verdad no es apreciada… deseamos vivir… como seres puramentefisiológicos”.

17 Al respecto, debe consultarse su libro “Le projet marxiste. Analyse économique et matérialismehistórique”, 1975, (hay traducción al castellano). Se trata de un tratado de escolástica marxista, comohabía miles y miles en esos años, que carece de originalidad y que en sus VI capítulos se limita a glosar laparte más tediosamente economicista, por tanto extraviada y reaccionaria, de la obra de Marx. Hoy esuna pieza de museo, sí, pero de sus contenidos ha sobrevivido, por desgracia, lo peor del marxismo, eldogma de la centralidad y causalidad de lo económico. Mientras no ponga fin a esta concepción,errónea, burguesa y perversa, destructiva y auto-destructiva, Latouche no podrá encarar con objetividady verdad los problemas medioambientales. El economicismo de este autor es tan férreo que le lleva a

afirmar, por ejemplo, que “la manipulación de la publicidad comercial es infinitamente (sic) másinsidiosa que la de la propaganda política”, cuando el meollo de la primera es que afirma por medio deladoctrinamiento el vigente orden político, sin el cual no habría capitalismo ni, por tanto, publicidadcomercial. El economicismo ciega a quienes lo padecen, les hace inhábiles para aprehender, conocer ycomprender lo humano en sus infinitas expresiones no económicas. Ello es una gran tragedia, una de lasmás grandes de nuestro tiempo.

18 Dos trabajos sobre este ensayo de sociedad rural reconstruida son “Longo Maï. Vingt ans d’utopiecommunautaire”, Luc Willette, y “Longo Maï. Révolta et utopie après 68”, Beatriz Graf. El balance deeste proyecto está por hacer, señalando sus aspectos positivos y negativos tanto como su adecuación ala situación en el siglo XXI.

19

De nuevo he de recomendar, como lectura y meditación, “Trabajo y capital monopolista. Ladegradación del trabajo en el siglo XX”, Harry Braverman, 1987. Una interpretación no económica sinosobre todo existencial, axiológica, política, cultural, histórica y moral de este decisivo texto enseña

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muchísimo sobre qué es el capitalismo, frente a quienes lo reducen a un mecanismo económico, a merapropiedad privada de los medios de producción, a una acumulación de dinero en particulares, asubconsumo para las clases laborantes, a una determinación de la tecnología, a nada más queexplotación de los asalariados o a cualquiera de las muchas simplificaciones-falsificaciones en uso entrelos ideólogos de la izquierda, siempre e inevitablemente pro-capitalistas. Admitido que es una relación

social de subordinación de naturaleza total e hiper-compleja establecida entre personas reales nossituamos en un enfoque excelente para poder poner fin a su existencia, lo que no han conseguido, antesal contrario, quienes siguen atrapados por una versión economicista de su naturaleza y condición,numerosas veces refutada por la experiencia de los últimos cien años.

20Una crítica sustantiva del decrecimiento, en sí y sus concreciones, se encuentra en “Perspectivas

antidesarrollistas”, Miguel Amorós, así como en otros trabajos de este autor. Un aspecto de aquellateoría, a no olvidar, es su escasa originalidad. Sigue los Informes del Club de Roma de los años 70 delsiglo pasado, de los ideólogos del llamado “crecimiento cero” y los textos de autores como E.J. Mishan,por ejemplo, su libro “Growth: the price we pay”, 1969.

21 La fuente principal para el estudio de la filosofía cínica sigue siendo la obra de Diógenes Laercio

“Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres”, aunque se duda de la imparcialidad de suautor, dado que era seguidor de Epicuro, al parecer, y por tanto enemigo de los cínicos. Por lo demás, esescandalosa la manera como los profesores-funcionarios al servicio del Estado (ahora llamado debienestar) y de la sociedad de consumo falsifican la filosofía cínica, reduciéndola a un compendio dechocarrerías y extravagancias. Dado que la gran mayoría de esos virulentos agentes del Estado sonhedonistas compulsivos no pueden sino contemplar con horror al cinismo griego. Otra innoble artimañaque usan es reducir el ascetismo a un componente del cristianismo, cuando en realidad éste lo toma delos cínicos, que influyeron en la génesis del ideario cristiano original, lo que dotó a éste de un atractivo yfuerza descomunales. Lo mismo hace una buena parte del estoicismo, por ejemplo Epicteto. Sería deuna gran significación para la realización de una revolución integral, por tanto emancipadora ycivilizante, que lo mejor de la juventud, ellas y ellos, leyeran a los autores de la cultura clásicaoccidental, en la que encontrarán orientaciones, aunque no recetas, muy valiosas y acertadas para

encarar positivamente muchos de los grandes problemas de nuestro tiempo, sociales e individuales.Hoy, cuando las elites del poder en Occidente repudian aquella cultura corresponde a las y losrevolucionarios apreciarla, estudiarla, transmitirla y, sobre todo, vivirla. A su lado lo que en el presentese produce es poco más que quincalla y basura, con algunas excepciones muy a celebrar. Sin leer yreflexionar a los clásicos no hay cultura ni saber ni verdad.

22Una exposición sintética de este asunto en “La crisis se come la lucha contra el cambio climático”, El

País 35º Aniversario, 30-6-2011. Aduce que “llegó la crisis económica y la prima de riesgo, el paro y lostipos de interés dejaron a un lado la necesidad de reducir el anhídrido carbónico”. Apunta que en 2010en plena caída de la actividad productiva, con estancamiento e incluso decrecimiento económico, lasemisiones de gases de efecto invernadero aumentaron un 5% sobre las de 2008, año en que,desafortunadamente, fueron toda una marca. Hechos como éstos no se reducen a tal asunto sino que

están dándose en casi todo lo relacionado con el medioambiente. Por ejemplo, las ayudas estatales y deFundaciones para programas de preservación, recuperación y regeneración conocen ya recortes ymuchas de ellas serán eliminadas. La verdad desnuda es que el crecimiento devasta el medio ambientede un modo y el estancamiento o decrecimiento económico de otro, de modo que no existen solucionesen el marco del actual sistema. Lo que no están disminuyendo, ni van a disminuir en ningún caso, son lassubvenciones estatales y empresariales a los colectivos y partidos “verdes” y decrecentistas,absolutamente necesarios al poder para manejar la crisis medioambiental.

23Sobre esta fundamental cuestión, “De la intervención política”, Félix Rodrigo Mora, “Estudios” nº 1.

Aprender a hacer intervenciones políticas, dotándose de la voluntad de hacerlas, es decisivo en el actualpanorama político. Sólo dominando el arte de la lucha política podremos ganar una posición de ofensivaestratégica en el ámbito de las ideas y las convicciones, que es el paso fundamental en la tarea de

preparar la revolución integral.