revista tierra adentro 207

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CO N V E RSACI Ó N A B I E R TA

Al sur del cielo: arte y violencia en México 56

Por Israel Martínez y Gerardo Montes de Oca

CR ÍT I C A : L I B ROS

Sobre el Anti-Humboldt (o de las palabras) . . . . . . . . . . . . . 62

Por Javier Taboada

La modernidad errada 64

Por Francisco Serratos CR ÍT I C A : M E D I OS

Cuando el blanco y negro me salvó la vida 70

Por Ainamar Clariana Rodagut FO R M A S B R E V E S

Personajes precarios 72

Por Vanni Santoni

Consejo Nacional para la Cultura y las Artes

Rafael Tovar y de Teresa Presidente Saúl JuárezSecretario Cultural y Artístico Francisco Cornejo RodríguezSecretario Ejecutivo

Rodrigo CastilloDirector Editorial

Herson BaronaEditor

Joaquín Guillén MárquezJefe de redacción

Javier AlcarazDiseño editorial

Valentina GattiCorrección

Mitzi A GalvánRedacción web

Francisco Javier BecerrilDistribución y ventas

Marina Azahua, José Jiménez Ortiz, Fernanda del Monte, Carlos VelázquezConsejeros editoriales

fondo editorial tierra adentro

Idalia SauttoEditora

Claudia ZepedaDifusión y promoción

Adriana RevelesAdministración

Lourdes AmadorSecretaria de dirección

Director fundadorVíctor Sandoval †

Tierra Adentro es una publicación mensual de la Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cul-tura y las Artes. Los textos firmados son responsabilidad de sus autores. Los editores no comparten necesariamente el punto de vista de los autores. Los títulos de los textos son responsabilidad de los editores. Periodo de exhibición: sep-tiembre de 2015. Domicilio: Av. Paseo de la Reforma 175, piso 3, colonia Cuauhtémoc, México, Distrito Federal, CP 06500; teléfono: 41550200, ext. 9094; correo electrónico: [email protected]. Editor responsable: Rodrigo Castillo. Publicación registrada en la Dirección de Derechos de Autor de la Secretaría de Educación Pública, con Reserva de Derechos de Título núm. 04-2011-051212064200-102. Certificado de Licitud de Título, núm. 9776. Certificado de Licitud de Contenido, núm. 6837, expedido por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Se-cretaría de Gobernación, issn 0185-0938. Impresión: Offset Santiago. Río San Joaquín 436, col. Ampliación Granada, C.P. 11520, Distrito Federal, México. Distribución: Educal S.A. de C.V., Avenida Ceylán núm. 450, Colonia Euzkadi, Azcapotzalco, México, Distrito Federal, CP 02660.

Cada edición de Tierra Adentro propone una discusión actual y pertinente para nuestro contexto, validada en el diálogo abierto y transversal con sus lectores. Nos interesa discutir el presente inmediato desde las artes en todas sus dimensiones, tanto éticas como estéticas. «Septiembre negro» es un dossier que contiene diferentes reflexiones sobre la violencia y la muerte en nuestro país. ¿Qué significa vivir en México hoy? ¿Qué significa morir aquí? Reflexionamos acerca del valor del metro cuadrado de tierra en los panteones de distintas zonas nacionales, gracias a Paul Medrano, quien nos cuenta la historia de dos familias mexicanas que padecieron los altos costos funerarios, la burocracia y la corrupción al intentar realizar las exequias de sus seres queridos. Para ahondar en esta cuestión, varios creadores nos dieron su punto de vista sobre algunos de los problemas más graves a los que los jóvenes mexicanos se enfrentan día con día: la muerte por migración, por feminicidio, por desaparición forzada, o del periodismo como oficio, entre otros.

En entrevista, y a raíz de la aparición de su más reciente libro Campo de guerra, el ensayista Sergio González Rodríguez nos habla sobre el lúgubre panorama al que se asoma nuestro país en el contexto de violencia y corrupción en el cual está sumido. Esta edición especial de Tierra Adentro se suma al coro de voces que se multiplican para resistir ante una realidad apabullante que intenta silenciarnos.

D OSS I E R

15. Septiembre Negro La muerte no es la nada 16

Por Paul Medrano

Una breve historia con olor a muerte 24

Por Carolina Alba

Maíz, sin título 28

Por Eduardo Abaroa

Quebrantahuesos 30

Por Edgardo Aragón

Rancho Ciencias Naturales 32

Por Paulina Lasa

Morir en línea 36

Por José Jiménez Ortiz

N A R R AT I VA

Dijeron después 45

Por Marina Porcelli

La Devoravidas 48

Por Óscar David López

Lobo 50

Por Orfa Alarcón

Semillas de granada 52

Por Raúl Aníbal Sánchez

El asesinato del periodismo 54

Por Juan Pablo Proal

E N SAYO

El futuro incierto de un país enfermo 38

Por Tania Ruvalcaba Valdés

10. Sergio González Rodríguez Por Carlos Velázquez

4. Cadáveres en las callesPor Daniel Herrera

CRÓ N I C A E N PR I M E R A PE RSO N A

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5CRÓ N I C A

El escenario es el siguiente. Torreón, 1911, una ciudad que se había

desarrollado en menos de veinte años como casi ninguna. Crea-

ción y orgullo de Porfirio Díaz, representaba la multiculturalidad y

el apogeo económico de la modernidad que el dictador intentaba

introducir al país. Sobre lo primero, a pesar de los mitos lagune-

ros, apenas había un 5% de habitantes extranjeros en la ciudad;

respecto a lo segundo, a pesar de la afluencia de dinero, la ciudad

estaba inmersa en un polvo que parecía talco, tan ligera que se

levantaba con apenas el paso de los caballos.

Además de las cuatro tomas realizadas durante la Revolución,

tres de ellas protagonizadas por Francisco Villa y cada una más

violenta y sanguinaria que la anterior, en marzo de 1929 Torreón

posee el vergonzoso récord de ser la primera ciudad del país bom-

bardeada desde el aire.

También existe otro récord, más vergonzoso que el de 1929: en

1911, de forma sistemática y organizada, la boyante comunidad

china que vivía en Torreón fue exterminada. Es quizá, como dice

Julián Herbert, autor de La casa del dolor ajeno, libro que aborda

ampliamente el acontecimiento, la matanza «más cuantiosa y

cruel en la historia de todo el continente americano. Fue, en el

sentido cabal de la palabra, un genocidio».

La caída de Torreón es parte fundamental del triunfo de Made-

ro; aun así, el genocidio que sucedió ha sido casi ignorado tanto

por la historia nacional como por los laguneros. A excepción de

varios esfuerzos que consisten en múltiples textos, la curaduría

fotográfica que realizaron Adriana Gallegos y Carlos Castañón en

la exposición 303 La matanza de chinos en Torreón, y el libro más

completo sobre el tema, Entre el río Perla y el Nazas, de Juan Puig.

A principios del siglo xx, Torreón, la ciudad más importante de La Laguna, fue escenario de uno de los sucesos más vergonzosos del país: la matanza de chinos, un genocidio olvidado por la historia nacional y por los mismos laguneros El escritor Daniel Herrera indaga en archivos fotográficos, periodísticos y literarios para hablar del contexto social en que se dio este suceso y sobre los primeros indicios de sinofobia en México Una versión extendida de esta crónica puede leerse a partir de septiembre en el sitio web de Tierra Adentro . Por Daniel Herrera

Cadáveresen lascalles

Generalmente atribuida a Villa, y sin buscar quitarle al bando-

lero su gusto por el asesinato y el robo, este pequeño genocidio

tiene otros protagonistas y, además, demuestra una característi-

ca escondida dentro de la idiosincrasia lagunera que algunos to-

davía niegan.

TRES DÍAS DE MUERTE

Antes de 1911 ya existían expresiones antichinas tanto en La La-

guna como en el resto del país. Julián Herbert, por ejemplo, res-

cata el informe de la Comisión Romero creada por Porfirio Díaz

para investigar si la inmigración china afectaba de alguna manera

al país. Con un claro ánimo sinófobo, los resultados de la comi-

sión explicaron que esa inmigración no era conveniente para Mé-

xico. Ricardo Flores Magón llegó a la misma conclusión, cuando

en 1906, palabras más, palabras menos, se preocupó por la pér-

dida de empleos mexicanos a manos de los chinos. Durante los

festejos de los cien años de la Independencia en Torreón, casi

como presagio, algunos negocios chinos fueron apedreados. La

xenofobia se respiraba tanto en el aire que el representante de los

súbditos del imperio chino en la ciudad, Woo Lam Po, después de

reunirse con los dirigentes del área, mandó imprimir un volan-

te en chino donde les advertía a sus compatriotas no sólo de no

participar en las acciones militares, sino, incluso, de no oponer

resistencia en caso de saqueos.

Cuando los revolucionarios maderistas, por llamarles de alguna

manera, se encontraban a las puertas de la ciudad, los chinos se

habían encerrado a cal y canto con la esperanza de que la revo-

lución pasara sin tocarlos.

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6 7CRÓ N I C A CRÓ N I C A

que los líderes, Jesús Agustín Castro y Sixto Ugalde, no hubie-

ran escuchado sobre los asesinatos que ocurrían en El Pajonal, al

oriente de la ciudad.

Justo ese lugar fue el que vivió más intensamente el segundo

día. Los Amarillos intentaron retomar sus posiciones pero de nue-

vo retrocedieron a la Alameda. La batalla duró hasta la tarde. Por

la noche, más soldados que llegaron de Gómez Palacio decidieron

divertirse con los campesinos chinos que habían sobrevivido en-

cerrados desde la noche anterior. Los juntaron en un descampado

y, entre carcajadas, comenzaron a dispararles. Algunos cayeron

heridos, pero ninguno quedaría vivo. No sólo les dispararon en el

pecho o en la cabeza, también, ya muertos, los desmembraron.

A las tres de la mañana del 15, los soldados federales ya habían

dejado Torreón. Comenzaron a retirarse a partir de la mediano-

che; la falta de armamento y la cantidad abrumadora de rebeldes

maderistas que se encontraban en toda la ciudad hacían impo-

sible la defensa. La salida fue sigilosa al principio, pero en algún

momento, a las afueras, tuvieron que abrirse camino frente a las

fuerzas rebeldes. Habría que imaginar la tierra lodosa, irregular,

el enemigo disparando y, en medio de la oscuridad, correr al mis-

mo tiempo que se rechaza el fuego contrario. Pues bien, eso fue

nada frente al infierno que estaban a punto de vivir trescientos

tres chinos.

Al día siguiente, los primeros en enterarse de la retirada federal

fueron el expresidente municipal, Francisco A. Villanueva, quien

en ese momento era recaudador de renta, y el cónsul estadouni-

dense George C. Carothers. En lugar de negociar con los maderis-

tas, los dos decidieron encerrarse, algo comprensible para ellos,

quienes temían que los primeros rebeldes llegaran a la ciudad.

Eran las cuatro de la mañana.

Una hora después, algunos hombres a caballo entraban a toda

velocidad, disparando al aire y dando gritos, recorrían deprisa un

par de cuadras y salían lo más rápido posible. Esperaban una em-

boscada. Todavía no sabían que la plaza estaba indefensa.

Cuando descubrieron que lo único que recibían eran vivas de

los maderistas dentro de la ciudad, el grueso de los hombres que

estuvieron combatiendo los dos días anteriores se internó rumbo

a la plaza principal. Nadie los recibió a balazos, no había ya ene-

migos. Entre ellos seguro estaba Benjamín Argumedo.

Lo primero que hicieron los vencedores fue incendiar el Palacio

Municipal, liberar a los presos y emborracharse con vino adulte-

rado que estaba almacenado en el edificio gubernamental y que

esperaba una resolución: tirarlo o devolverlo a quien lo había en-

viado a la ciudad. Después, los soldados y los pobres se interna-

ron en todas las cantinas o bares que estaban a su disposición.

Apenas salía el sol y la turba ya estaba borracha. Los primeros

que bebieron el vino adulterado cayeron enfermos en la misma

calle. Las acusaciones brotaron: los chinos habían envenenado el

vino, el agua y la comida.

A las seis de la mañana se festejaba la victoria en la plaza prin-

cipal con el saqueo. Los maderistas habían prometido todas las

riquezas de la clase alta de Torreón a los rebeldes.

Herbert afirma que los primeros negocios en ser saqueados

fueron La Prueba, de Tomás Zertuche Treviño, y La Suiza, de Gui-

llermo Peters. Pero pronto los olvidaron para volcarse contra la

comunidad china: «no fueron asaltados “algunos de sus negocios”,

sino todos. Y no solamente sufrieron pérdidas materiales: la turba

y los maderistas asesinaron a sangre fría a todos y cada uno de

los cantoneses que encontraron».

Benjamín Argumedo se acercó a los pobres que estaban sa-

queando los negocios y les preguntó desde cuáles azoteas habían

estado disparando los federales. Todos los edificios a los que apun-

taron eran dirigidos o propiedad de chinos. Así, frente al Banco

Chino, Argumedo ordenó a sus hombres matar a todos los can-

toneses que encontraran.

Es claro que los chinos no dispararon, pero el rumor se espar-

ció rápidamente.

La turba arrasó con todo edificio que tuviera alguna caracte-

rística oriental: la Compañía Shanghai, ubicada en el primer piso

del banco, trece chinos asesinados con cuchillos y hachas en la

calle; tercer piso, muerte a balazos de todos los empleados, a dos

los cortaron en pedazos; Club Reformista Chino, todos los resi-

dentes del club, quince o dieciséis, asesinados; otros negocios pa-

saron por lo mismo, Herbert y Puig enumeran: las tiendas de Yee

Hop, la de Wing Hing Lung, la de Quong Shin, la de King Chaw,

El 2 de Abril, La Ciudad de Pekín, la Zaragoza, El Nuevo 5 de

Mayo, El Vencedor, El Quince Letras Chinas, el restaurante Park

Jan Long, El Puerto de Ho Nam, El Pabellón Mexicano, la lavan-

dería El Vapor Oriental y otros negocios ubicados en el mercado

local El Parián.

De casi todos ellos sacaron cadáveres u hombres vivos para

lincharlos en la calle. Morían con balazos en el corazón o en la

sien, con machetazos o sablazos en medio de la cabeza. Esto de-

muestra la falsedad de las acusaciones maderistas, ninguno de

ellos murió de forma distinta. La posición de las heridas señala

que estaban de pie y a poca distancia de sus verdugos. Si acaso

alguno de ellos disparó un tiro fue en defensa propia.

En medio de la matanza, unos niños patearon las cabezas de

dos cadáveres. A algunos muertos los amarraban a los caballos y

eran arrastrados por las calles. Cuando se descubrió que algunas

de las víctimas llevaban sus ahorros en los calcetines, cada vez

que algún cadáver era arrojado a la calle, la turba se amontonaba

desnudándolos en busca de la riqueza. El éxtasis asesino llegó

cuando, de pronto, desde una ventana del edificio Wah Yick un

hombre, probablemente un lagunero, aventó a la calle la cabeza

de un chino.

La matanza fue amainando porque ya no quedaban chinos por

matar ni negocios orientales por desvalijar. Los jefes maderistas,

Emilio Madero, Orestes Pereyra, Sixto Ugalde y Jesús Agustín Cas-

tro seguían sin aparecer. Es muy probable que alguno de ellos estu-

viera enterado de la matanza. No fue hasta las diez de la mañana,

más o menos, cuando Emilio Madero, junto a Orestes Pereyra y Je-

sús Agustín Castro, entraron a la ciudad y prohibieron la matanza.

Pero, como escribe, Puig: «Los últimos soldados revolucionarios

que entraron en la ciudad [...] empezaron entonces a tratar de

El 9 de mayo, Gómez Palacio y Lerdo, dos de las tres ciudades

más importantes de La Laguna, estaban tomadas por los maderis-

tas. La batalla por Torreón era irreversible y ambos bandos, federa-

les y revolucionarios, se prepararon para librarla hasta la derrota.

Las acciones comenzaron la mañana del sábado 13 de mayo.

Grupos de soldados mal organizados, la mayoría pobres sin nada

que perder, se apostaron alrededor de la ciudad. Entre los dirigen-

tes se puede nombrar a Benjamín Argumedo, un campesino de

Matamoros, Coahuila, quien atacaría por el oriente, por El Pajonal;

Sixto Ugalde y Orestes Pereyra, también laguneros, uno herrero y

el otro peluquero, entrarían por el suroeste, específicamente por el

río Nazas; Juan Ramírez atacaría por San Joaquín; finalmente, José

Agustín Castro, héroe de Gómez Palacio, herrero de profesión,

ingresaría por el panteón que se encontraba a las afueras de la

ciudad. Este último era el jefe militar de la región junto a Emilio

Madero, hermano de Francisco I. Madero y quien tenía la mayor

responsabilidad sobre las tropas que atacarían la ciudad y su re-

lación con los residentes.

Dentro de la ciudad, el general Emiliano Lojero organizaba a

sus soldados para defender la plaza. Zanjas, trincheras, análisis

de la zona, apostamiento de vigilantes y soldados en áreas es-

tratégicas fueron las órdenes del veterano general. En todos los

textos que se pueden encontrar sobre esta matanza se hace refe-

rencia a un grupo de soldados federales llamados Los Amarillos,

cuyo nombre oficial era los Voluntarios de Nuevo León. El apodo

proviene del color caqui de su uniforme y, por su desempeño du-

rante la batalla, se podría afirmar que estaban bien entrenados.

Estos hombres se desperdigaron por el oriente de la ciudad, a lo

largo del ferrocarril Coahuila-Pacífico y también sobre el techo de

la huerta Do Sing Yuen, propiedad de un rico inversionista chino

llamado Woon Foon-chuck. Cuando se retiraron de la zona esa

misma noche, dejaron indefensos a los hortelanos chinos y éstos

sufrieron la rabia sembrada en los rebeldes por las dificultades

para tomar El Pajonal.

El ataque inició a las diez de la mañana. Los primeros en caer,

al parecer, fueron civiles. Después los muertos comenzaron a con-

tarse por decenas en ambos bandos, pero mucho más nutrido del

lado rebelde.

Esa noche cayó una tormenta. Aunque la zona es desértica, a

veces llueve como si las nubes de todo el país llegaran a descar-

garse sobre la ciudad. Los chinos que corrieron buscando salvar

su vida quedaron ahí, entre las acequias, desangrándose en el

lodo. Varias decenas fueron asesinados y así comenzó la matanza.

El domingo 14 de mayo recomenzó la batalla temprano por

la mañana, aunque atenuada por la inmensa cantidad de muer-

tos en ambos bandos. También la noticia de los chinos asesinados

corrió por la tropa. Herbert afirma que es poco creíble suponer

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8 CRÓ N I C A

contener la matanza y el saqueo. [...] No empleaban otro método

que el de la persuasión, el cual por muy enérgica que la quisieran

hacer, tardaba mucho en surtir efecto entre sus interlocutores».

La matanza no terminó hasta las cuatro de la tarde, ya con eje-

cuciones aisladas. El saqueo consistió en cincuenta y nueve casas

y trescientos tres muertos. Se sospecha que el más chico de ellos

tenía doce años. Ninguno participó en la batalla.

TODOS CONTRA TODOS

Converso a la distancia con Julián Herbert. Él vive en Saltillo. In-

vestigó múltiples fuentes, platicó con distintos historiadores, se

zambulló en la historia local para escribir un libro sobre este ge-

nocidio. Afirma que puede entender la idiosincrasia lagunera de

forma crítica pero no alcanza a observar todas sus orillas.

Su libro tiene una perspectiva clara: demostrar que la clase diri-

gente de la ciudad intenta manipular la historia de Torreón. Ellos,

explica, son los primeros en sostener «la historia de bronce», esa

donde se dice que los asesinos no eran de aquí, sino un grupo de

salvajes que seguían a la tropa. Un fragmento de sus pruebas es

una entrevista que hizo a Silvia Castro, directora del Museo de la

Revolución de Torreón.

Tampoco deja atrás al resto de la población. Ellos también crea-

ron un mito: «La cultura popular se ha lavado las manos de otra

manera, concretamente, culpando a Francisco Villa, quien, como

sabes, no tuvo ninguna vela en ese entierro».

El asunto, desde mi perspectiva, se pierde por otros prejuicios.

Por un lado, si a la clase alta lagunera le interesa esconder ca-

dáveres en el clóset, dudo que sean de chinos. Algunos historia-

dores locales, como la directora del museo, tal vez expliquen la

matanza como una acción aislada perpetrada por una «troupe de

pícaros», como dice Silvia Castro a Herbert. Pero he visto que la

versión más aceptada es que los asesinos fueron laguneros po-

bres y algunos clasemedieros, mezclados con personas de otros

lugares. Es improbable pensar que la matanza y el saqueo, por

sus dimensiones y minuciosidad, provenga de personas ajenas

a la región.

Por otro lado, la versión popular apenas circula. Para la ma-

yoría de los laguneros, al igual que para el resto del país, este

genocidio jamás existió. Tal vez esta ignorancia viene de cierto

racismo velado.

Esta perspectiva también la comparte Herbert. Queda claro que

el pueblo mató a los cantoneses, pero no fue espontáneo, «sino

tras la construcción de un imaginario xenófobo que llevaba déca-

das de existir y cuya primera articulación documentada proviene

del gobierno de Porfirio Díaz y de los prejuicios raciales de la bur-

guesía mexicana en general y particularmente de la lagunera».

Y aunque los pobres podían tener sus razones, como seguir las

tesis magonistas citadas arriba, para Herbert esta visión no está

peleada con la ideología dominante, «tratarlas como si fuesen

dos entidades sin posibilidad alguna de mutua contaminación

es, por decir lo menos, una ilusión. Y, por decir lo más, una mani-

pulación de la historia».

Pero quizá lo más inquietante es que esta violencia de lagu-

neros contra laguneros, que viene a romper con el feliz mito de

que somos amables e incluyentes, tiene su punto más álgido y

terrible en eventos recientes. La Laguna vivió uno de sus peores

momentos por varios años gracias a la lucha del narco impul-

sada por Calderón. Las balaceras, ejecuciones y persecuciones

eran comunes de día y de noche. Durante el 2010 vimos con ho-

rror distintas masacres. Los muertos oficiales eran pocos, pero

los testigos siempre contaban más de los que aparecían en los

periódicos.

Meses después nos enteramos de que los sicarios eran presos

del Cereso de Gómez Palacio, quienes eran liberados por la noche

para perpetrar las matanzas y regresaban a la prisión al amane-

cer. Eran hombres de la región, como los sicarios del otro bando,

quienes vivían en los cerros del poniente, mudos testigos de las

distintas batallas que ha vivido Torreón. Aquí es donde, me pare-

ce, Herbert no descubre ningún hilo negro. Ya sabíamos que so-

mos autodestructivos, que entre nosotros nos hemos asesinado

desde hace tiempo. El autor logró leer de cerca a los laguneros,

pero no terminó de medirnos por completo.

Como epílogo a este genocidio existe una disculpa que tampo-

co terminó bien. Lo cuenta Herbert . En el 2011 el doctor Sergio

Corona Páez, cronista oficial de Torreón,

impulsó a través del ayuntamiento un acto de desagravio: redactó una

disculpa histórica que entregó públicamente a una misión diplomática

china invitada a la ciudad. En el mismo acto, una placa luctuosa fue co-

locada en un muro del edificio conocido como Banco Chino y la efigie

en bronce de un hortelano cantonés fue instalada en el bosque Venus-

tiano Carranza.

Al parecer el encargado de la misión diplomática no sabía nada

sobre la matanza, pero recibió la disculpa de todas maneras. En

otoño del mismo año, la placa desapareció del edificio y la escul-

tura fue removida de su base. La explicación más clara es que

durante esa época, mientras las balaceras y ejecuciones arrecia-

ron en la región, los ladrones de placas, monumentos y tapas de

coladeras lograron robarse casi todo para venderlo «al kilo». Casi

todas las esculturas, bustos y placas eran de bronce, y pocas sa-

lieron indemnes. Una consecuencia más de enfrentar al narco.

Tal vez la escultura del campesino cantonés fue demasiado

pesada para sacarla del bosque; las puertas giratorias complica-

ron el hurto. Al parecer fue regalada por el alcalde de entonces,

Eduardo Olmos, al representante de la comunidad china local,

Manuel Lee Soriano.

Mientras la ciudad parecía derrumbarse y poco después, tam-

baleante, comenzó a resurgir de donde se había escondido, los

locales de comida china cuyos dueños son inmigrantes de aquel

país comienzan a multiplicarse, uno tras otro, lenta y silencio-

samente.

Daniel Herrera (Torreón, 1978) es escritor, profesor y periodista. Autor de Melamina y Quisiera ser John Fante.

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10 11E N PR I M E R A PE RSO N A S E RG I O G O N Z Á LE Z RO D R Í G U E Z

En Campo de Guerra (Premio Anagrama de En-

sayo 2014) Sergio González Rodríguez sostie-

ne que «en tiempos de guerra la ley guarda

silencio». Dicha aseveración describe de ma-

nera global la situación del México contem-

poráneo. Un país en el que el Estado ha sido

suplantado por el an-estado. Territorio donde

impera lo a-legal. Nación que padece una re-

saca estratosférica: ciento veinte mil muertos

y desaparecidos producto de la guerra con-

tra el narco. Cifra a la que diario se le suman

más dígitos.

Por obras como Huesos en el desierto (in-

vestigación sobre los feminicidios en Ciudad

Juárez) y El hombre sin cabeza (un análisis

sobre la decapitación por parte de grupos

criminales), no existe hoy figura con mayor

autoridad para develar el México actual que

González Rodríguez. Además, destaca como

uno de los críticos literarios más reputados

del país —responsable en gran medida de la

recepción crítica de la literatura norteña en

el centro—. Su conocimiento y su trabajo de

campo (su indagación en el estado de Chi-

huahua durante la investigación para Huesos

en el desierto) lo dotan de una credibilidad

irreprochable. Tanto en lo literario como en

lo periodístico. Pero su sensibilidad se ubica

más allá del tema de la violencia. Cada año

ofrece un puntual recuento de los mejores li-

bros publicados en variedad de géneros, en los

que no se ausenta la poesía. Lo que detenta

una voracidad indómita. González Rodríguez

reparte su tiempo entre lo bello y lo terrible

que conforman el paisaje mexicano.

¿Consideras la guerra contra el narco la peor

crisis en la historia del país?

La guerra contra el narcotráfico es una eta-

pa de la historia del país inserta en el des-

plome del pacto Estado-nación de México a

principios del siglo xxi. Su gravedad es enor-

me, ciento veinte mil muertos, ejecutados y

desaparecidos, pero hay que recordar que en

los últimos cien años pasaron la Revolución

de 1910-1921 (un millón de muertos), la gue-

rra cristera (1926-1929, con cerca de doscien-

tas cincuenta mil víctimas) y otros episodios

violentos, como la represión al movimiento

estudiantil de 1968 y el levantamiento za-

patista de 1994 en los Altos de Chiapas. La

firma del Tratado de Libre Comercio de Amé-

rica del Norte (tlcan, 1994) y el Acuerdo para

la Seguridad y la Prosperidad de América del

Norte (aspan, 2005) marcan una etapa dis-

tinta en la historia mexicana que a veces se

denomina como posnacionalista o posmexi-

cana, ya que la soberanía del país ha entrado

en una dinámica de absorción por parte de

Estados Unidos y Canadá.

Ante la ausencia de una soberanía nacional,

donde el concepto de patria es inasible, ¿cuáles

son las posibles mutaciones que experimenta-

rá el mexicano de la posnación?

El ataque a la soberanía nacional delata la

bandera de algunos políticos, empresarios, co-

munidades y personas pro-estadounidenses,

que repiten aquella doctrina tradicional de

«América para los americanos» (James Mon-

roe dixit), pero la soberanía está lejos de ser

un concepto inasible y objeto de compraventa

expedita: consta en las normas constituciona-

les de México (y de todos los países). El hecho

de que los gobernantes y sus socios rechacen

cumplir tal precepto implica otro asunto. Por

lo demás, resulta una falacia decir que los

Estados-nación son cosa del pasado porque

ahora se impone (o debe imponerse) el go-

bierno mundial dirigido por Estados Unidos.

El Estado-nación continúa como el punto de

ensamble necesario para el orden global. El

concepto de soberanía no sólo es un mensa-

je sobre la extensión y autonomía territorial,

sino que constituye el recipiente de la historia,

la cultura, la memoria, el lenguaje específico

de una nacionalidad. Si el nacionalismo ar-

caico está rebasado, la nacionalidad enten-

dida como cosmopolitismo de la diferencia

(Ulrich Beck dixit) determina los contenidos

posmexicanos o posnacionales. Las nuevas

generaciones que están al tanto de la cultura

En años recientes, Sergio González Rodríguez (Ciudad de México, 1950) se ha erigido como un autor de importancia capital, no sólo por sus ensayos, sino por sus prolíficas novelas que ya han evidenciado las preocupaciones centrales de su obra. Ante este panorama, el autor de Campo de guerra habla con Carlos Velázquez desde la distancia crítica, lejano a la vez de la resignación y la apatía, sobre la guerra contra el narcotráfico y la apabullante violencia que se vive en México. Una versión extendida de esta entrevista está disponible en la página web de Tierra Adentro.

Por Carlos Velázquez

FotograFías de Alejandra Carbajal

EN TIEMPOS DE GUERRALA LEY GUARDA SILENCIO

SergioGonzález Rodríguez

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Page 8: REVISTA TIERRA ADENTRO 207

12 13E N PR I M E R A PE RSO N A S E RG I O G O N Z Á LE Z RO D R Í G U E Z

global y que, a la vez, viven en su entorno y

bajo el legado familiar, local y comunitario.

Si la única solución para enderezar el rum-

bo es hacer que se cumpla el estado de dere-

cho, ¿cómo podría conseguirse esto desde el

an-Estado?

Restablecer el estado de derecho (rule of law)

es una tarea que atañe y debe encarar el pro-

pio Estado alegal o an-Estado que llegue a de-

sarrollar una voluntad autocorrectiva, y que

implica al poder ejecutivo, al poder legislativo

y al poder judicial, a los partidos políticos, a la

clase empresarial, a las iglesias y, sobre todo, a

la sociedad, que tiene que rechazar el an-Esta-

do: su funcionamiento anómalo de estar fuera

y contra de la legalidad y, al mismo tiempo,

simular el respeto por ella. Por ejemplo, ahí

está pendiente el combate total a la corrup-

ción institucional, la opacidad del gobierno,

el autoritarismo en acciones y medidas. Des-

de luego, esto implica crear y practicar otra

cultura política a nivel civil que sea capaz de

trascender el mito de que la democracia co-

mienza y termina con el voto y durante la jor-

nada electoral, y queda en uso exclusivo de

la clase política. La participación civil es una

práctica que debe realizarse todos los días.

En el pasado existía el temor de que nuestro

territorio se «colombianizara», ahora son otros

países los que temen «mexicanizarse». ¿Nos he-

mos convertido en el mejor modelo de corrup-

ción, de la falta de gobernabilidad y de crisis

de inseguridad?

El riesgo de «mexicanización» de otros países

por desgracia es real: se trataría de esa línea

espectral donde lo legal y lo ilegal se entre-

lazan bajo una legalidad formal. Es decir: la

simulación del estado de derecho y el incum-

plimiento de las normas constitucionales. Si

se pierde el estado de derecho sustancial, ma-

terial, concreto, los demás males vienen de

inmediato: corrupción, ingobernabilidad, in-

seguridad, ineficacia, etcétera. Cada vez más

las democracias contemporáneas, ha explica-

do Giorgio Agamben, recurren al estado de

excepción, en otra palabras, a la ruptura de la

legalidad constituida bajo el pretexto de im-

poner la ley. Sucedió en México, en Michoa-

cán, cuando el gobierno federal impuso a un

«comisionado» para «resolver» la inseguridad

y la violencia allá y éste pasó por encima del

orden constitucional al realizar, para colmo,

sólo un ejercicio de «control de riesgos» tem-

poral, cuyos efectos fueron fugaces, mínimos y

propagandísticos. Mientras tanto, persistieron

los problemas que lo convocaron.

México es muchos Méxicos. Pero primordial-

mente se advierten dos: el progresista y el

represor. Un día legalizamos el matrimonio en-

tre personas del mismo sexo y otro quemamos

pruebas de nuestra corrupción, como ocurre

con los documentos de la deuda de Coahui-

la. ¿Ontológicamente nos definen estos dos

opuestos? ¿La permisividad y la impunidad?

Estoy de acuerdo con la idea de que México es

muchos Méxicos, y también con la idea de un

amplio terreno (real e imaginario) que se abre

entre dos extremos, el progreso y el autoritaris-

mo. Ahí caben esos Méxicos y es donde, a mi

parecer, se encuentran las causas históricas,

culturales y sociopolíticas que determinan los

contrastes y diferencias que caracterizan la

sociedad mexicana en el presente. En lo perso-

nal, desconfío de las explicaciones metafísicas

cuando existen factores tan evidentes como la

pobreza, la desigualdad, la marginación, el des-

orden institucional, las carencias educativas,

la impunidad completa de los delitos. En tales

factores se origina la permisividad, el delito,

la violencia, etcétera. Lo peor es cuando se

generaliza la idea de fatalidad de lo mexicano,

es decir, se atribuye a un componente esencial,

racial, cultural o religioso una supuesta condi-

ción negativa, pues se niega la posibilidad de

enfrentar causas concretas y se estigmatiza

a un pueblo, o se forjan estereotipos de uno

u otro rango.

Si en México las instituciones son una entele-

quia, ¿la institucionalización de la violencia es

el máximo poder en el país?

La cultura mexicana está más viva que nunca,

basta observar la calidad y diversidad a nivel

internacional de los productos culturales en

nuestra literatura, el arte, el pensamiento, el

teatro, la música, el cine, el video, la fotografía,

el periodismo, etcétera. La narcocultura, que

prefiero llamar la subcultura del narcotráfico,

ha tenido un auge que comenzó alrededor de

tres décadas atrás y ya contempla su ocaso.

Tuvo una primera etapa con las películas sobre

el tráfico de drogas y el crimen de los años

ochenta del siglo xx, por ejemplo, La banda del

carro rojo de Rubén Galindo (1978), derivada

del corrido homónimo del grupo Los Tigres del

Norte, los cuales a lo largo de los años setenta

comenzaron a triunfar con este tipo de temas

de «Contrabando y traición». La potencia de

los grupos criminales en México, que hacia la

década de los noventa se explayara por comple-

to, haría que entre 1994 y 2012 la subcultura del

narcotráfico se volviera una corriente distintiva

en el derrumbe del Estado-nación a través de

relatos, canciones, películas y otras expresiones

artísticas de índole más o menos apologética.

Las instituciones en México son entelequias

porque, o son ineficaces e ineficientes o se

limitan a cumplir formas pero incumplen lo

sustancial: resultados tangibles. Todo Estado

constituye violencia permitida y ejercida por el

propio Estado, lo malo está cuando un Estado

(como el mexicano) carece del monopolio de

esa violencia (la delincuencia organizada se lo

forcejea) y es incapaz de garantizar derechos

o seguridad para los ciudadanos, y en cam-

bio pretende encarnarse cada vez más en un

Estado terrorista.

En CeroCeroCero Roberto Saviano declara de

manera un tanto tardía que la cocaína es la

principal responsable de la violencia en el mun-

do. Pero el crack sepultó a la cocaína en algu-

nas regiones de México. Lo podemos ver en

sitios como Tepito, por ejemplo. ¿Crees que la

coca sea todavía la protagonista del conflicto?

La principal causa de la violencia en el mundo

es la máquina de guerra implantada por Es-

tados Unidos con el pretexto del combate al

terrorismo, el cual subsume además el com-

bate al tráfico de drogas a nivel planetario. La

cocaína es uno de los protagonistas históricos,

por cierto, menor: un pretexto para la política

prohibicionista que encubre la maquinaria bé-

lica y persecutoria en todos sentidos.

Los cárteles se disputan una plaza a muerte, con

bajas de toda clase, incluidas civiles, sin embar-

go son capaces de pactar acuerdos para que en

determinada plaza la cocaína que se venda sea

de la peor calidad. ¿A qué obedece esta lógica?

El tráfico de drogas es una modalidad del ca-

pitalismo, y sus empresarios ilegales se des-

plazan bajo la lógica de éste: oferta-demanda,

bajos costos, máxima rentabilidad, acuerdos

o desacuerdos mercantiles con sus compe-

tidores, etcétera. Si en alguna plaza ofrecen

pésimo producto a sus consumidores es para

ganar más dinero a costa de éstos.

¿Agoniza la cultura mexicana? ¿Será suplanta-

da por la narcocultura? ¿Se convertirá el nar-

cotráfico en la cultura dominante?

Ahora que en 2015 el país vive una fuerte crisis

económica y su política sufre cambios ace-

lerados por la presión de Estados Unidos, se

puede apreciar que, como tendencia, aquella

va ya de salida. Por ejemplo, ya se registra el

descenso de las ventas de libros dedicados a los

antihéroes criminales y sus «hazañas» contra

la ley. Hay que recordar siempre aquello que

adelantó Susan Sontag: el gusto es el contexto

histórico y el contexto cambia.

La subcultura del narcotráfico jamás su-

plantará a la cultura mexicana (su historia,

memoria, vigencia). El tráfico de drogas, su

discurso y narrativas de autoafirmación, co-

mienzan a ser pasado concluso sin viabilidad

hacia el futuro: parodia de un tiempo perdi-

do. En cambio, las miradas críticas al respecto

mantienen su fuerza.

¿Es México un país de asesinos o de

asesinados?

México es un país de asesinados, de asesinos

y de una gran mayoría de personas que se nie-

gan a ser ejecutados o convertirse en asesi-

nos. Si no fuera por eso, desde hace mucho

tiempo este país sería inexistente.

¿Es México un país de sobrevivientes?

Sobrevivir no sólo es el lema de México, sino

que es el lema de la especie humana, por eso

fue la especie que triunfó en la creación. El

ser humano encarna la conciencia del mal-

bien que ha buscado el amor de la verdad

para salvarse.

Carlos Velázquez (Torreón, 1978) es autor de La Biblia Vaquera y La marrana negra de la literatura rosa, además del libro de crónicas El karma de vivir al norte.

Alejandra Carbajal (Ciudad de México, 1983) estudió en la Escuela Activa de Fotografía de Echegaray, donde actualmente es profesora de técnicas antiguas. Colabora en la revista Time Out México.

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En Tierra Adentro tenemos la convicción de no separar los

temas políticos de los estéticos, sino ponerlos en un punto

medio para hablar del contexto social y político a través del

arte. En esta ocasión, convocamos a escritores, sociólogos

y artistas visuales a que respondan qué queda del país ante

la ausencia, qué es vivir aquí y, quizá más importante, qué

significa morir en México. «Septiembre negro» es nuestro

dossier con el que celebramos y cuestionamos el mes patrio y,

también, nuestra manera de iniciar un diálogo contemporáneo

y necesario con nuestros lectores y colaboradores. Inicia

Paul Medrano con una crónica en la que nos presenta datos

duros sobre cuánto cuesta el metro cuadrado para entierros,

además de los distintos servicios funerarios que, muchas

veces, son un fraude. Un intermedio visual entabla un diálogo

político con la sociedad desde la que se crea, acompañado

de un ensayo de José Jiménez Ortiz en el que se reflexiona

sobre desaparecer en la era de la posnacionalidad, de los

no lugares, cuando se borran las fronteras de la identidad.

Además, cedimos el micrófono de nuestras secciones de

creación para continuar el debate: en ensayo, Tania Ruvalcaba

Valdés explora los pormenores de la alimentación escolar

y las consecuencias fatales que tiene en la vida de la nueva

promoción de mexicanos, y en narrativa pedimos a cinco

autores que escribieran cuentos sobre la muerte por censura,

por desaparición, narcotráfico, feminicidios y migración.

Para finalizar, extendimos la discusión a la Conversación

abierta, en donde Israel Martínez y Gerardo Montes de Oca

reflexionan en torno a la violencia desde el arte.

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16 17D OSS I E R S E P T I E M B R E N EG RO

selfie en un motel barato, en una cama detrás se ve un montón

de billetes de cien y cincuenta pesos; Junior en una motocicleta

Italika, quemando llanta; Junior con un traje camuflado en una

zona inhóspita, rodeado de cerros inmensos y árboles hasta el

infinito.

Cuando al profesor rural le informaron sobre los pasos en los

que andaba Junior, fue tajante en su sentencia: «si él escogió ese

camino, que lo ande. Pero andará solo. Ya está bastante grande-

cito para que yo lo cuide».

Nadie volvió a hacerle la observación. Nadie. Ni siquiera su es-

posa, cuando vio entrar el féretro de su hijo por la puerta de su

casa.

Desde que se enteró de la muerte de Junior, su padre fue a ver

a un amigo que incursionó en la política para que lo ayudara a

conseguir un lote en el panteón municipal. Cada espacio de tie-

rra en el camposanto, de 2 x 3 metros, cuesta novecientos pesos.

No es mucho, pero hay que mover influencias para que no te to-

que en una ladera, junto al basurero o encerrado entre mausoleos.

El profesor buscaba un espacio digno para enterrar algo más

que a su único varón; enterraría, también, su apellido, su estirpe. Y

en un lote de panteón no cabe tanto. Tuvo suerte; su amigo políti-

co no sólo le consiguió un buen lugar, sino que usó sus contactos

para que el lote de Junior no tuviera costo.

LA MUERTENO ES LA NADA

Por Paul Medrano

FotograFías de Pedro Pardo

La muerte no es el descanso eterno para los familiares de los finados. En esta crónica, Paul Medrano escribe sobre dos casos comunes en nuestro país, una muerte a causa de la diabetes y un asesinato por grupos del narcotráfico, donde muestra que morir es sólo el primer paso de un largo y costoso pesar para los deudos, quienes deambulan entre el dolor, coronas de flores, corrupción y falsas funerarias.

Quién, qué dios,

qué enloquecidas alas

podrán venir, amar

aquí.

Donde no hay nada.

Antonio Gamoneda

Junior murió hace un año, poco antes de sus dieciocho. Encon-

traron su cadáver arrumbado en un lote baldío de Guadalajara.

La policía relató en su informe que fue majado a golpes y luego

torturado durante mucho tiempo. Después le metieron catorce

balazos. Pasaron tres días para que su familia se enterara de la

ejecución y necesitaron casi dos horas para reconocerlo.

El ombligo de Junior estaba más allá de Zapopan. Mucho más

allá. Provenía de la región serrana de los límites entre Guerrero

y Michoacán. Hijo de un profesor rural y un ama de casa, Junior

creció en un ambiente hostil y violento que lo predispuso a tomar

el camino más común entre los adolescentes sierreños: el narco.

Sus primeros logros fueron presumidos en Facebook. Junior fu-

mando a través de un bong; Junior en un restaurante, rodeado de

botellas de whisky JB y dos jovencitas de su edad; Junior en una

↑ Velan cuerpos de policías asesinados en Xolapa, Guerrero. 6 de junio del 2015.

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18 19D OSS I E R S E P T I E M B R E N EG RO

Pero no todo iba a ser tan fácil: cuando llegó a Guadalajara a

reclamar el cadáver de su hijo, le informaron que para «entre-

garlo» debía aportar una cuota voluntariamente obligatoria al

Ministerio Público por los trámites que exigió el caso. El motivo:

las circunstancias de la muerte vinculadas a grupos delictivos.

La cooperación fue impuesta en veinticinco mil pesos y no hubo

poder humano que la redujera. De este trámite no queda prueba

alguna, pues es un movimiento que se realiza bajo el agua. Lo

mismo pasó en el Servicio Médico Forense (Semefo) y con el acta

de defunción. Además, tuvo que someterse a un interrogatorio de

rutina para responder algunas preguntas sobre el oficio de su hijo.

El padre de Junior creyó que por fin había acabado el viacru-

cis, pero faltaba lo mejor: el Semefo exige los servicios de una

funeraria para entregar el cadáver. Por ley, los deudos no pueden

llevarse el cadáver como si fuera un televisor de plasma. De modo

que tuvo que contratar una agencia funeraria que de inmediato

le informó que, para trasladarlo a su lugar de origen, los honora-

rios y trámites extras iban a duplicar el costo inicial: veintiocho

mil pesos.

A todo eso tuvo que sumarle los seiscientos del costo de la

misa, doscientos pesos para la rezadora que veló durante la no-

che, quinientos para elaboración del altar, dos mil quinientos a

cada uno por las flores y los músicos, setecientos de veladoras,

cuatro mil para alimentación de los dolientes, dos mil pesos para

bebidas frías y calientes, trescientos cincuenta en platos, vasos y

cucharas desechables; cien pesos de servilletas, cuatrocientos de

pan dulce, ciento cincuenta de tortillas, ochocientos para la ropa

fúnebre (sin zapatos), y casi cinco mil de bebidas alcohólicas.

Pero no todo fue negro. La novia de Junior está embarazada.

Aquí ni los muertos descansan.

Eso lo supo David cuando le avisaron que su madre había muer-

to y recordó que una de sus últimas voluntades era que cremaran

su cuerpo. Cuando terminó la llamada en su celular, se limpió las

manos del cemento aún fresco, se quitó la gorra en señal de luto

y miró al cielo unos instantes. La pesadilla apenas empezaba.

«Acaba de hablarme mi hermana para avisar que mi madre

ha muerto», le dijo al encargado de obra. Un entallado «lo sien-

to» salió de su estricto jefe. «Ve a hacer lo que tengas que hacer,

David». Eso significaba que tenía el día libre de trabajo, no de

congojas.

Bajó por la improvisada escalinata que servía para toda la peo-

nada de la obra. A su paso no apreció la sinfonía de sonidos que

emanan de una construcción. Su mente estaba en el último deseo

de su madre, pero también en el tercer parto de su mujer.

Al llegar a su casa, su esposa lo abrazó. Ya sabía la mala noticia.

Agotada por la diabetes, la madre de David pasó sus últimos

dos años entre hemodiálisis, coma diabético, breves etapas de

estabilidad y una férrea negativa al estricto régimen alimenticio.

La diabetes agotó primero la vista, luego los riñones. Era ne-

cesario cambiar de vida. Los siete hermanos organizaron un mi-

nucioso cronograma para repartirse el trabajo y los gastos. Como

la albañilería es un oficio eventual y absorbente, David aportaba

una cuota mensual para subsanar gastos y compensar su ausen-

cia. Además, su mujer iba cuatro días al mes a cuidar a la suegra,

ya fuera en el hospital o en la casa materna.

En algún momento de la enfermedad, la madre de David co-

menzó a cocinar la idea de la cremación. «Quiero acabar de raíz

con este mal», justificaba. No hubo explicación que la convencie-

ra de que la diabetes no es causada por un virus o bacteria, sino

por una falla biológica. Con el tiempo, los hermanos se hicieron a

la idea de que había de ser cremada, pero veían lejos el momento.

Cuando murió, venía de un periodo de relativa mejoría. Por eso

el asunto de la cremación los tomó por sorpresa. En la cama de

Cada año mueren en México seiscientos mil personas en promedio. Ocho de cada diez finados son sometidos a la cremación. Existen servicios funerarios desde los cinco mil pesos y cremaciones desde los nueve mil. A partir de estas cantidades las cifras se van elevando según el bolsillo y las necesidades del cliente. En ciudades como la de México, Acapulco o Monterrey, es frecuente encontrar funerales de cien mil pesos.

→ Velorio de un joven futbolista en Chilpancingo. 27 de septiembre del 2014.

↓ Sepelio en la comunidad. Kilómetro 30 de Acapulco. 3 de junio del 2014.

↑ Sepelio en kilómetro 30. 3 de junio del 2014.

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20 21D OSS I E R S E P T I E M B R E N EG RO

hospital, ante el cadáver, repartieron responsabilidades para el

velorio y David fue el encargado de la cremación.

David no sabía nada de quemar carne. Su referente más cercano

era el de los cuarenta y tres estudiantes supuestamente calcinados

en el basurero de Cocula, entre el 26 y 27 de septiembre del 2014.

Para él, tal cosa no pudo ocurrir. Ahora, lo que sí debía ocurrir era

la de su madre, un último deseo que debía ser cumplido.

Antes de salir del hospital de Acapulco, preguntó a dos enfer-

meras sobre alguna empresa que se encargara de cremaciones.

Ninguna le dio razón, pero le sugirieron que se dirigiera al cubículo

de información, a la entrada del nosocomio. Cuando salió a la ca-

lle ya tenía los datos, tomó su teléfono celular y llamó al número

proporcionado. Casi se fue de espaldas cuando le informaron del

costo, veinticinco mil pesos. Era demasiado para un último de-

seo. Buscó otras opciones, hasta que la funeraria Manzanarez le

pidió doce mil. Accedió.

Dos días después, luego del velorio, los familiares acompañaron

a la vieja carroza fúnebre que trasladaba el cuerpo de la madre de

David. De la zona de hospitales, donde velaron el cuerpo, el cortejo

enfiló hacia La Cima. Luego de un prolongado descenso llegaron

a la zona de Las Cruces, en la entrada de Acapulco, y tomaron la

avenida hacia Puerto Marqués.

En unos minutos llegaron a Cremaciones del Pacífico. Cuando

bajó del taxi colectivo, David miró aquel lugar con cierto asom-

bro. Parecía una casa color beige, con techo a dos aguas y el vo-

lado pintado de verde. Un pequeño letrero rectangular blanco

con la razón social en letras negras y una silueta de lo que parece

ser un farol.

Por el frente sólo tenía una puerta blanca y una ventana, de la

cual salía el equipo de aire acondicionado. A un costado sobre-

salía una bodega con un pequeño portón. En su parte superior,

de nuevo la razón social en otro tipo de letra y un par de alas. A

un costado de ese negocio, la miscelánea Alina, y del otro, una

ferretería.

Una secretaria les dio la bienvenida. Los atendió de manera

amable y les dijo que por órdenes de la Secretaría de Salud no po-

dían presenciar el proceso crematorio. A David le pareció atinado

el comentario. Asimismo, le informaron que el proceso duraría

varias horas, por eso les recomendaron que fueran al día siguiente

a recoger la urna con cenizas.

Al día siguiente, como acordaron, fueron a recoger la urna y el

domingo, después de una misa, la familia se trasladó a Pie de la

Cuesta, donde esparcieron las cenizas. Fue un momento emotivo,

pues cada pariente tomó un puñado y lo lanzó al mar.

Dos meses después, las noticias revelaron un hecho espeluz-

nante: descubrieron sesenta cadáveres en un crematorio abando-

nado. El parte oficial afirmó que era muy probable que se tratara

de un fraude de servicios funerarios. El lugar era el mismo donde

David dejó los restos de su madre.

Poco después David recibió la llamada de una sus hermanas.

Aunque la sospecha los carcomía, confiaron en que no se tratara

de su madre. Sin embargo, por la noche, cuando se difundieron las

primeras imágenes del interior de ese lugar, David reconoció en

uno de los cuerpos una mantilla aperlada con la que envolvieron

a su madre durante el velorio, para ser trasladada al crematorio.

La duda lo abofeteó. ¿Serían de ella los restos putrefactos deba-

jo de aquella mantilla o simplemente alguien se la había quitado

antes de cremarla?

Al día siguiente acudió a la Fiscalía General del Estado, donde

un gran número de personas esperaban informes sobre los sesenta

cuerpos. Platicando entre ellos, descubrieron que habían llegado

de diferentes agencias funerarias. La exigencia de claridad calen-

tó los ánimos. Todos los posibles defraudados se plantaron en la

entrada de la Fiscalía en espera de datos fidedignos.

Horas después, la Fiscalía informó que, debido al estado de des-

composición de los cuerpos, la identificación ocular era imposi-

ble, por lo que era necesario realizar pruebas biológicas. Entonces

solicitó a los posibles afectados muestras para ser comparadas.

Asimismo, advirtió que los resultados tardarían algunos días por

el número de cuerpos.

Un mes después, David fue informado de que su madre sí estaba

entre los cadáveres. Pensó que la cremación no había sido buena

idea. Tampoco había sido buena idea ser el encargado familiar de

este proceso. Maldijo su oficio de albañil y se recriminó por no

haber terminado una carrera, como siempre le decía su madre.

Ahora ya todo estaba hecho.

David y su familia despidieron a su madre por segunda vez en

un panteón. David se encargó de elaborar la fosa, la gaveta y un

pequeño mausoleo. Cada domingo la visita.

Paul Medrano (Ciudad Victoria, 1977) es autor de Flor de Capomo y Vicio final.

El certificado médico de defunción es gratuito en todo el país. Este documento es imprescindible para tramitar el acta de defunción (o certificado de defunción). El costo del acta es de diez a setenta y cinco pesos. Los gastos pueden incrementar si la muerte fue violenta, ya que se requerirá la participación del Ministerio Público, donde subyace un mundo burocrático cuyos costos pueden elevarse por la corrupción.

↑ Aspecto del panteón de Iguala. 18 de octubre del 2014.

↓ Aplicación de pruebas de adn a cadáveres hallados en el crematorio abandonado en Acapulco. 8 de febrero del 2015.

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Cuernavaca

4 m

il 15

4 pe

sos

200 pesosde refrendos

55 milpesos por

traspaso de lote

Metlatónoc

Sin

cost

o

Inde

term

inad

o

Inde

term

inad

o

San JuanTepeuxilaMitontic

200

mil

peso

s

Santa Fe

200 mil pesos

Serviciotodo

incluido

15 m

il pe

sos

San PedroGarzaGarcía

15 milpesos por

lote (incluyetodos losservicios)

Hermosillo

8 m

il 34

5 pe

sos

8 mil 345pesos por

costo de lote(no hay

refrendo)

Acapulco

5 m

il pe

sos

400

peso

s 2 m

il 70

0 pe

sos

450 pesosde refrendo

Entre 40 y50 mil pesos

por lote

Oaxacade Juárez

350

peso

s

3 m

il 80

0 pe

sos

3 m

il pe

sos

532 pesos demantenimiento

Promedio de100 mil

pesos por lote

TuxtlaGutiérrez

400

peso

s

3 m

il 80

0 pe

sos

1 mil

800

peso

s

45 pesos demantenimiento

Promedio de75 mil

pesos por lote

Cananea

709

peso

s

761 p

esos

3 m

il 55

2 pe

sos

4 mil 300pesos porlote, 1 mil pesos másdespués delas dos p.m.

Galeana

18 p

esos

2 m

il 500

pes

os

Xochimilco

1 mil

450

peso

s

194

peso

s

750

peso

s (c

ada

siete

año

s)

150 pesosde refrendoscada 7 años

495pesos por

costo de lote

Campeche

600

peso

s (p

or a

ño)

350

peso

s

1 mil

650

peso

s

600 pesospor año (máximo

tres años)

Promedio de25 mil

pesos portraspaso de lote

Toluca

505

peso

s

450

peso

s

1 mil

600

peso

s

700 pesosde refrendos

505pesos por

costo de lote

400 pesospor espacio(incluye una

fosa)

Calakmul

1 mil

565

peso

s

400

peso

s

Tetela

1 mil

350

peso

s

158

peso

s

158 pesosde pago en elRegistro Civil

Villa deAllende

Sin

cost

o

1 mil

250

peso

s

300

peso

s

El costo de un espacio en el panteón no tiene costo.

Este derecho es exclusivo

de los oriundos o

residentes del municipio

En estos municipios, los panteones no tienen ningún costo, y no se

pudieron determinar los

demás factores de

costo

SIMBOLOGÍA:

Más alto de su estadoMás bajo de su estado

Índice económico por municipio

Sector de Índice económico por estadoBajo Medio Alto

Valores de costo del enterramientoFosa GavetaLote

MAPA DE MUNICIPIOS DIFERENCIA ENTRECOSTOS DE SEPELIOS

Acapulco Metlatónoc

Oaxaca Tuxtla GutiérrezSan Juan Tepeuxila

Mitontic

CampecheTetela

Calakmul

TolucaCuernavaca

Santa Fe

Xochimilco

Villa deAllende

Hermosillo

Cananea

San PedroGarza García

Galeana

TETALA(MORELOS)

158 pesos

SANTA FE(D.F.)

200 mil pesos

1 mil 267(veces más caro)

Incluye la tenencia del

lote en el panteón y una fosa.

Este derecho es exclusivo

de los oriundos o residentes

del municipio

22 23D OSS I E R S E P T I E M B R E N EG RO

COSTO DE LOTE

A partir de la investigación realizada por Paul Medrano, en la que preguntó autoridades municipales, ya sea del gobierno o empleados directos de panteones, presentamos a manera de infografía una muestra de cuánto cuesta el promedio de tierra para entierros en diferentes latitudes del país.

Y TRABAJO DEL PANTEÓN

INFO

GR

AFÍ

A: A

RTU

RO

FO

NSE

CA

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24 25D OSS I E R S E P T I E M B R E N EG RO

que dichos replicadores (genes, moldes) desarrollaran maneras

de autodefensa, también llamadas máquinas de supervivencia.

Dichos vehículos de subsistencia debieron irse perfeccionando

en técnicas y artificios, y henos aquí. Pero el objetivo principal

de Dawkins en su libro es examinar la biología del egoísmo y el

altruismo, y defiende que estas máquinas de supervivencia están

programadas para perpetuar las moléculas egoístas, también lla-

madas genes. De hecho, es irónico pensar que si fuera más fácil

aprender a ser altruistas sería debido a un condicionamiento ge-

nético. Pero lo que nos interesa al hablar de la muerte, presente

de diversas maneras a nuestro alrededor, son aquellas influencias

que se han ido aprendiendo y transmitiendo de una generación a

otra a través de la cultura.

Dawkins nos ofrece dos panoramas inmediatos, uno en donde

reina el altruismo, y otro el egoísmo. En el escenario del altruismo,

algunos deberán sacrificarse por el bienestar del grupo, también

llamado «selección de grupos»; por el contrario, en el escenario

de la «selección individual», algún rebelde no estará dispuesto

a tal sacrificio, y esto mismo le dará mayores posibilidades de

subsistir y reproducirse. Por consiguiente, la herencia serán estas

cualidades egoístas y, tras varias generaciones, finalmente los que

quedarán del grupo altruista se identificarán con el grupo egoísta.

UNA BREVE HISTORIA CON OLOR En una de sus publicaciones periódicas para la revista e-flux, Boris

Groys (2013) nos recuerda que la finitud de la existencia humana

previene a la humanidad de alcanzar la perfección e invita al artis-

ta a no volverse inmune ante el bacilo del cambio, la enfermedad

y la muerte, sino por el contrario, que se deje permear por estas

situaciones, que las explore y confronte. La escasez del tiempo y

la energía es lo que determina la finitud humana, pero no sólo eso:

estos mismos factores fueron lo que definieron en gran medida

las bases para la evolución de la naturaleza. El ideal de la copia

de una molécula dependió del tiempo que tuviera, ya fuera para

replicarse con gran velocidad o para hacerlo de manera más len-

ta pero con mayor precisión. El que para ambos casos los recur-

sos siempre fueran limitados, finitos, propició la competencia, y

por ende, la ya conocida lucha por la existencia, la supervivencia.

Sin embargo, hay todavía dos variables importantes por con-

siderar en este proceso evolutivo: la estabilidad (resistencia) de

la copia del molde, y la gran posibilidad del error en alguna de las

copias. El error se vuelve entonces un factor atractivo para reto-

mar, ya que sin poderlo clasificar como mejor o peor, propiciará

la evolución misma. De hecho Richard Dawkins, en su libro El

gen egoísta (1993), nos aclara que nada en realidad desea evolu-

cionar; por el contrario, la búsqueda por una estabilidad forzó a

Por Carolina Alba

¿Cómo podemos reflexionar sobre la muerte desde las artes visuales? Carolina Alba traza las inquietudes de un grupo de artistas que relacionan su trabajo con la muerte del campo (territorio), la muerte del discurso (política), la muerte del maíz (alimento) y la muerte de la ciudad (hábitat), para dar sentido a un conjunto de propuestas que cuestionan nuestra realidad inmediata.

A MUERTE

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Todo esto podría ser «aparente»; sin embargo, si se piensa en la

muerte del campo (territorio), la muerte del discurso (política,

bienestar común), la muerte del maíz (comida) o la muerte de la

ciudad (hábitat) en México, vemos que la teoría de aquel zoólogo

inglés heredero de Darwin cobra sentido.

Vivimos en el inicio de la era del info-capitalismo (Mason,

2015), donde la abundancia de la información del conocimiento

y la inmediatez de la imagen no nos permiten «fiarnos de lo vi-

sible», y hemos tenido que regresar a uno de nuestros sentidos

más básicos para distinguir el estado de las cosas: el olfato. En

efecto, algo huele mal, a podrido. Distinguimos el olor común/

tradicional de los elotes con mayonesa y chile de nuestras calles

llenas de comida pero tirados como basura en barrios extran-

jeros, herederos de una bio-cultura milenaria; el olor a muerte

de las tierras estériles repartidas y millones de muertos por una

revolución ficticia, el olor a pólvora de los trofeos de conflictos

de años que no permitían trabajar pero que se conmemoran; el

olor al dinero criminal normalizado como democracia que fluye

a través de los discursos sordos y sin sentido, pero nos cuesta

imaginarnos el olor de nuevos hábitos sustentables y una per-

macultura autosuficiente porque, quizá, hemos heredado el gen

egoísta y despiadado. Sin embargo, es relevante reflexionar so-

bre las condiciones y el contexto donde este ser ha sobrevivido

y prosperado.

Este dossier de arte invita a pensar, a través de una breve línea

histórica, en la relevancia urgente de políticas alimentarias que

reconozcan el pasado particular de una herencia milenaria de

la biodiversidad del maíz con el proyecto de Eduardo Abaroa y

Rubén Ortiz. Acto seguido, cuestionar la trascendencia del pasa-

do inmediato de la reforma agraria tras la Revolución con la obra

de Edgardo Aragón, para así reflexionar en el presente y la demo-

cracia que vivimos basados en la normalización del narcotráfico

y, finalmente, repensar el futuro de la cultura que queremos he-

redar entendiendo nuestra historia, considerando un contexto

urbano-rural en una era de la producción colaborativa que usa

la tecnología de redes para producir bienes y servicios con el

proyecto de Rancho Ciencias Naturales de Paulina Lasa. Porque

si pensamos que, como Mason cita a Karl Marx, el conocimiento

dentro de las máquinas debe ser social, el poder de la imagina-

ción, el diseño y la información basado en un sistema de redes

podría permitirnos, quizá, regresar a maneras más altruistas de

subsistir por un bienestar de las especies, a partir de reflexionar

sobre el riesgo de la estabilidad contra el error y de carecer de

una memoria histórica colectiva que nos haga caer en la trampa

de repetir patrones.

Carolina Alba (Ciudad de México, 1982) hizo una maestría en Historia del Arte y del Diseño en Kingston University London, es académica en la uia Santa Fe y genera proyectos independientes entre la investigación y la práctica artística. Fue miembro del colectivo Nerivela y coordinadora el proyecto educativo Estudio Abierto del Museo de Arte Carrillo Gil.

Porque si pensamos que, el conocimiento dentro de las máquinas debe ser social, el poder de la imaginación, el diseño y la información […] podría permitirnos, quizá, regresar a maneras más altruistas de subsistir.

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se han presentado para proteger la biodiversidad, la sustentabili-

dad y la soberanía alimentaria nacional. Una insistente campaña

internacional en medios masivos acompaña la elección de estas

tecnologías, como un artículo reciente en la revista National Geo-

graphic que incluyó el rechazo a los transgénicos en una lista de

quienes tienen una «guerra contra la ciencia», equiparando esta

toma de posición con la negación del cambio climático o el re-

chazo a las vacunas. El artículo menciona un consenso científico

amplio sobre la seguridad de estos cultivos para los consumido-

res. La defensa de la causa de los transgénicos tiene de su lado a

científicos célebres como Richard Dawkins, autor de El gen egoís-

ta, y Neil deGrasse Tyson, el astrofísico conductor del remake de

la serie Cosmos.

La historia es diferente en México, sobre todo porque la segu-

ridad del consumidor no es la única razón para tener precaución

con estas tecnologías. Hay una gran cantidad de científicos que

secundan las preocupaciones del doctor Emilio Chapela, uno de

los primeros en estudiar el tema. José Sarukhán, ex rector de la

unam y especialista en ecología, además de otros muchos, han

analizado a fondo la situación, concluyendo que en México la li-

beración de cultivos transgénicos sería catastrófica.

Queda claro, gracias al trabajo de grupos como la Unión de

Científicos Comprometidos con la Sociedad o la campaña Sin

MAÍZ, SIN TÍTULOUn día de 1999 o 2000, mientras caminaba en las cercanías de Echo

Park, área donde entonces vivían los mexicanos en Los Ángeles,

me llamó la atención que, junto a las cloacas, había olotes tirados

en las jardineras. Parte del paisaje urbano, como podrían serlo en

algún parque del Distrito Federal o en cualquier pueblo de México.

Nuestros compatriotas se habían llevado con ellos la costumbre

de comer maíz con crema y chile en parques y festejos. Me pare-

ció que esos olotes ensartados en un palo eran elocuentes mar-

cadores de la presencia mexicana en esa área. Por mi interés en

aquellos rastros de una cultura que no está codificada de un modo

tan evidente en otro contexto, pensé que debía hacer una escul-

tura con el tema. Le comenté esta idea a mi amigo Rubén Ortiz

y decidimos hacer réplicas realistas de olotes mordidos. Esta co-

secha sería un múltiple de edición ilimitada que se vendería por

kilo, incluso logramos posicionar varios en la entonces naciente

colección Jumex. Los olotes llegaron a ser parte de la controvertida

muestra sobre la Ciudad de México en el P.S.1. (Nueva York, 2002)

en donde se anunciaron como Elotes/Maíz transgénico.

Durante los últimos veinte años las compañías de biotecnología

y el gobierno de Estados Unidos han considerado que la adopción

de cultivos transgénicos es la mejor apuesta para el futuro de la

alimentación mundial. El presidente que hoy tenemos en México

también defiende su uso, incluso enfrentando las demandas que

Por Eduardo Abaroa

maíz no hay país, que el maíz transgénico vulnera las prácticas

agrícolas sustentables de los grupos de pequeños agricultores en

México, quienes todavía generan la mayoría de la producción del

grano en el país. La teoría más aceptada es que fueron los agricul-

tores antiguos en el territorio que ahora es México quienes criaron

la planta del maíz a partir del pequeño teocintle, hace aproxima-

damente ocho mil años. La gran variedad de razas de maíz en el

país es testimonio de esta herencia biocultural que estas técnicas

de agricultura industrial ponen en grave riesgo. La insistencia en

un monocultivo destruye los suelos y hace probable la contami-

nación de las plantas nativas con rasgos transgénicos. La siem-

bra de maíz transgénico es una actividad que pone en riesgo la

producción agrícola nacional y la seguridad alimentaria no sólo

de México, sino del mundo entero.

Eduardo Abaroa (Ciudad de México, 1968) es artista visual y escritor. Ha recibido varios reconocimientos. Entre sus exposiciones individuales más importantes se encuentran Stonehenge Sanitario y Bitácora Artística.

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QUEBRANTAHUESOS

con los perros de los ranchos cercanos, me rendí ante un su re-

novada estrategia diaria por robarme las putrefactas tripas del

señuelo; nunca vi a ningún animal regodearse con tanta gloria

mientras traga.

Y aunque fui obligado cuando niño a cantar el corrido 30-30,

enhuarachado, con bigote falso bajo el sol del mediodía, con una

vergüenza titánica, aún sigo en la búsqueda de la carabina que fue

lo único que mi familia obtuvo de entre un millón de muertos.

Edgardo Aragón (Oaxaca, 1985) es artista visual. Ha participado en la III Trienal de Port Izmir, la VI y la III Bienal de Arte Joven de Moscú, la XII Bienal de Estambul y la VIII Bienal de Mercosur.

¿Recuerdan que un exvillista le regaló al General Cárdenas su rifle

Winchester 30-30 como agradecimiento por la Reforma Agraria,

que repartía en su mayoría las porciones de tierra estériles a dife-

rencia de las que los generales tomaron al término de la matanza

iniciada en 1910? ¿Lo recuerdan?

De esas tierras pedregosas a mi abuelo no le tocó ni el cascajo.

Ha sido durante años un misterio para mí, ese no saber de qué

lado de la revolución estuvo mi abuelo. El Atlas de México de Po-

rrúa dice que por geografía fue zapatista; desgraciadamente, por

mis deducciones he de decir que finalmente quedó en el lado ofi-

cialista con los sonorenses, aunque después, para beneplácito de

mi lado socialista funcional, quedara del lado de Cárdenas por la

misma lógica de los acontecimientos.

Como es lógico, por mi edad nunca lo conocí. Murió el mismo

año en que fui concebido. Así que es muy difícil saber a ciencia

cierta muchas cosas; lo que sí tengo claro es que tuvo varias es-

posas y después de enviudar en distintas ocasiones, a la última,

mi abuela, le tocó enterrarlo.

Una de las múltiples anécdotas que escuché en torno a ese

fantasma que es mi abuelo es que en los años sesenta conserva-

ba consigo la única herencia defendida a punta de golpes en la

Revolución: su Winchester 30-30.

Según mi abuela, que aún vive (ella tenía quince años cuando se

casaron; él cincuenta), mi abuelo había completado una suma de

dinero para comprar terrenos de labranza, pero necesitaba un

poco más para poder adquirirlos, así que decidió venderlo por

una cantidad respetable para, por fin, hacerse campesino, ya que

nunca le dio por serlo plenamente —la revolución lo agarró a los

diecisiete y no lo soltó hasta bien entrado el siglo xx—. Semanas

después, el 30-30 cobraría su última víctima en un poblado veci-

no. Si compras un arma de fuego, seguramente es porque vas a

usarla. El nuevo dueño lo tenía claro.

En mi afán por recuperar ese rifle, me aventuré en diversas

direcciones. Aquí una de las esotéricas: en los mismos terrenos

decidí colocar un señuelo para provocar la reiterada visita de un

quebrantahuesos, así tendría una señalización clara de cómo

puede existir un olor metafórico a muerto con los zopilotes ron-

dando de forma cotidiana los terrenos. Al quinto día, después

de convertirme en observador de aves de rapiña, dejé de luchar

Por Edgardo Aragón

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de lluvia que, aunque carece de servicios básicos, cuenta con las

condiciones necesarias para ser cultivada y habitada por medio

de la bio-construcción. Se tiene planeada la realización de espa-

cios para vivienda para un grupo limitado de personas, espacios

de producción e investigación de campo, que alojen encuentros

transdisciplinarios a manera de residencias, talleres y cursos, con-

ferencias que estén relacionadas con algún tema sobre sustenta-

bilidad y ecología, contemplando una proyección consciente y

responsable hacia el futuro del espacio y su entorno.

Paulina Lasa (Ciudad de México, 1980) estudió Arte y Diseño industrial en la unam Ha expuesto su trabajo en México, Estados Unidos y Europa

RANCHO CIENCIAS NATURALES

El Rancho Ciencias Naturales se gesta como una asociación de

personas con procesos afines y sinérgicos que buscan generar

proyectos colectivos a partir de su interés por adoptar estilos de

vida que tiendan hacia la autosuficiencia energética y material,

así como al uso integral del cuerpo humano como herramienta

de conocimiento y producción. Sin olvidar la identidad cultural

urbana de sus miembros, pone de manifiesto la experimentación

de lo rural como principio de investigación para explorar las po-

sibilidades de nuevas identidades híbridas. Para ello, y basado en

la filosofía del open-source, el proyecto será documentado desde

su inicio y se compartirá abiertamente la información generada

en forma de manuales, gacetas y artículos.

El espacio rural recientemente obtuvo el certificado parcela-

rio para arrancar esta iniciativa y está localizado en una zona

Por Paulina Lasa

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disímbola, diacrónica y segregada, entre los polarizados habitan-

tes multimillonarios, pobres y miserables. Las huellas, entonces,

son cosa exclusiva de aquellos que tienen acceso a la tecnología

que nos permite vivir y trascender la existencia terrenal en el pla-

no de las redes sociales. A pesar de la hiperpoblación de redes wifi,

de la aparición de smartphones de bajo costo y de los programas

académicos de la Secretaría de Educación Pública que incluyen

inglés e internet, en nuestro país sólo 44.4% de la población tiene

acceso a esta realidad.5 Son cuatro de cada diez mexicanos los que

pueden crear un perfil y ser alguien después de su muerte. En un

ambiente multidocumentado en el que los medios de comuni-

cación son parte de nuestra vida cotidiana, volvemos al tema de

lo real. ¿Acaso las fotografías que tomé y que miro después pue-

den reemplazar mi memoria actual sobre un lugar, una persona

o un hecho? De ser así, ¿quién controla mi pasado?, ¿quién lo que

existe en mi memoria o mis registros sobre ella? ¿El 66.6% de la

población no forma parte de la realidad? ¿A dónde van a dar sus

huellas? ¿A quién le importa su acta de nacimiento o certificado

de defunción?

Dentro del contexto hiperviolento en el cual vivimos los mexi-

canos, podríamos pensar un poco más en esas huellas de las que

habla Derrida. La muerte está a la vuelta de cada esquina y se-

ría bueno considerar cuál es nuestra última huella: ¿una marca-

da en la realidad concreta, o un estado de WhatsApp convertido

en epitafio? Mientras los cibernautas se exponen al tema del se-

cuestro de cuentas, la población desconectada se expone a un

secuestro real. Mientras el habitante de las redes sociales trasla-

da el problema filosófico de la existencia al terreno de la realidad

virtual, el ser humano sin acceso a la tecnología sigue enfrentan-

do la muerte en las mismas condiciones de miseria que lo hicie-

ron sus antepasados: como un personaje anónimo sin derecho a

escribir un epitafio, por no tener recursos para grabar una lápi-

da. Ni siquiera en Facebook.

José Jiménez Ortiz (Torreón, 1980) es artista visual y autor del libro Algorithms, Fear and Social Change. Ha expuesto en museos de México, Brasil, Finlandia, España y Holanda.

5 Encuesta sobre acceso a tecnología del año 2015 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (inegi).

Structural Transformation of the Public Sphere: An Inquiry into a

Category of Bourgeois Society,2 generando con su noción del espacio

público un apéndice gigante a la pregunta en cuestión: ¿de qué

manera se sitúa el ser humano en la realidad, tanto en el espacio

público como en el privado? Más complejo se ha puesto el asunto

cuando nos ponemos a pensar que el concepto desarrollado por

Habermas ha caducado en tiempos post social network.

Se trata de una ecuación sumamente compleja con variables

en distintos postulados teóricos enfocados a cómo interpretar los

conceptos de realidad, realidad virtual, espacio público, para con

ello despejar las incógnitas relativas en torno a la función huma-

na dentro de dichos lugares; llegamos a una pregunta que pertur-

ba al sujeto que forma parte del tejido social contemporáneo: ¿la

realidad virtual, esa que las personas integran dentro de redes so-

ciales, forma parte de la realidad misma? Si aún no decidimos si

el ser humano es, está, existe, habita o transita la realidad propia-

mente dicha, ¿cómo saber cuál es su rol dentro del complejo sis-

tema de redes en el cual interactúa con otros miles de usuarios?

Si aún no definimos aquello que nos empeñamos en llamar rea-

lidad, ¿cómo explicar lo que estamos presenciando en un mun-

do tomado por empresas que ofrecen una vida detrás de un user

name y una picture profile?

Pensemos en un escenario real, bello y siniestro: en el futuro,

cuando todos sus billones de usuarios estén muertos, Facebook,

WhatsApp, Instagram y Twitter serán cementerios. Es aquí don-

de no puedo dejar de pensar en Jaques Derrida y su obra Aporías,3

donde el francés afirma que «vivir significa dejar huellas». A él le

interesaba la idea de que vives al dejar una huella y luego la de-

jas atrás, por lo tanto vivir significa morir. Para él, cada trabajo

de escritura es una pequeña muerte. Si trasladamos esa idea a cada

tweet, cada post en Facebook, cada foto en Instagram o cada con-

versación en WhatsApp, se vuelven instantáneamente en huellas

de nuestra muerte. Derrida escribió: «La huella que dejo significa

simultáneamente mi muerte, mi muerte por venir y la esperan-

za de que me sobrevivirá. No es una ambición de inmortalidad;

es fundamental. Dejo aquí un pedazo de papel, lo dejo, muero; es

imposible salir de esta estructura; es la forma inmutable de mi

vida. Cada vez que dejo ir algo, vivo mi muerte en la escritura».4

Ahora, ¿qué pasa con todo esto en un lugar como México, na-

ción culturalmente diferente, desigual económicamente y des-

conectada tecnológicamente? La globalización en México es

2 Jürgen Habermas, The Structural Transformation of the Public Sphere: An Inquiry into a Category of Bourgeois Society, Cambridge, 1962 trans 1989.

3 Jacques Derrida, Aporías: Morir-esperarse (en) Los límites de la verdad, Ed. Paidós, 1998.

4 Idem.

  MORIR EN LÍNEA

En tiempos de la globalización, gracias a que internet borró la mayoría de las fronteras para conocer otras culturas, los cibernautas han decidido poner toda su vida en eso que Juan José Arreola predijo que podría convertirse en «el basurero de la humanidad». Así, José Jiménez Ortiz debate sobre lo que será de la humanidad una vez que sólo queden esos cementerios que ahora conocemos como Facebook y Twitter.

Lo relevante en la mentira no es nunca su contenido,

sino la intencionalidad del que miente. La mentira no

es algo que se oponga a la verdad, sino que se sitúa

en su finalidad: en el vector que separa lo que alguien

dice de lo que piensa en su acción discursiva referida

a los otros. Lo decisivo es, por tanto, el perjuicio que

ocasiona en el otro, sin el cual no existe la mentira.

Jacques Derrida

En el pasado, los símbolos y los rituales nos ayudaban a recordar;

en la actualidad son los documentos digitales los que nos ayudan a

hacerlo. Al introducir la estética de la información (info-aesthetics),

Lev Manovich aborda el flujo de información que los internautas

procesan y almacenan, ya sea en su vida laboral o bien en la per-

sonal.1 En un sistema de redes, los nodos se mantienen activos

1 Lev Manovich, The Language of New Media, Cambridge, MIT Press, 2001.

en la medida en que permitan el ir y venir de datos a través de

ellos, sin importar quién los opera. Pensemos en qué pasa con los

bots: a pesar de estar programados para decir lo mismo que miles

de cuentas similares, cumplen las funciones básicas de cualquier

otro internauta.

¿Qué pasa con esos «trazos digitales de nuestra existencia» de

los que habla Manovich cuando uno muere? Si el internet es un

protocolo para la transferencia de datos entre nodos, sale a flote

una serie de interrogantes en torno a cómo ocurre la muerte en un

sistema de redes. ¿Pasa cuando un nodo deja de procesar datos o

cuando el usuario que opera ese nodo pierde la vida?

Un usuario ¿es?, ¿está?, ¿existe?, ¿habita?, ¿transita? Ubican-

do nuestro objeto de reflexión en lo que podemos llamar gené-

ricamente «realidad», chocamos con una cuestión presente a lo

largo de la historia de la filosofía. Durante siglos, grandes pensa-

dores han tratado de darle sentido a la cuestión, más que formular

respuestas. Siempre ha sido un tema bastante trabado que peor

se puso cuando Jürgen Habermas publicó en 1962 su obra The

Por José Jiménez Ortiz

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39E N SAYO

Las imágenes para el fin del siglo, según los ecologistas en la te-

levisión regional durante mi infancia, apuntaban a un escenario

a treinta años donde todo era desolación y más desierto. El fin

parecía comenzar con una larga sequía donde la gente casi agoni-

zaba de sed, por lo que debía salir de las casas con maletas atibo-

rradas de ropa y colchones enlazados en los techos de los carros.

La vida en la ciudad terminaba con la última gota de agua que

negaba toda posibilidad de sobrevivencia.

Después de estas imágenes delirantes vino la violencia social,

la disgregación de lo que antes llamábamos comunidad. Siguió la

influenza aviar, la cual vino a transformar mi distopía. Ahora, virus

letales penetraban las paredes de las casas, avanzaban por todo el

territorio nacional atacando únicamente a nuestro desgraciado

país hasta las fronteras norte y sur. Era necesario prepararnos para

los últimos días de nuestra normalidad y el principio del caos: usar

cubrebocas, permanecer en casa evitando el contacto humano

  EL FUTURO INCIERTO DE UN PAÍS ENFERMO

y rezando para que los mexicanos no fuéramos a desaparecer

en masa de este planeta. Mientras, otras muertes avanzaban

silenciosamente en la vida nacional, lejos de los reflectores: las

narco mantas y todo experimento de biopoder. Así, por más de

una década, las nuevas causas de muerte se han llevado a millo-

nes de mexicanos, incluyendo a varios miembros de mi familia.

Hipertensión y diabetes.

Maestra: No llevar una alimentación adecuada, una consecuencia, ¿cuál

sería?

Karina: Las consecuencias pueden ser un infarto y … ah… y ah… los

de diabetes.

Jaime: Ah, ya sé. Se les para el… este… el intestino grueso.

Maestra: No, el delgado.

Francisco: Que se te para el abdomen, o sea que se les para y ¡ay!, no

funciona. A mi abuelita le pasó y la llevaron al hospital.

Estas enfermedades se han asociado a otra epidemia que no

suscita el cierre de negocios o escuelas, ni ningún otro tipo de pá-

nico mediático: el sobrepeso y la obesidad que afectan a uno de

cada tres estudiantes del nivel básico. Ambos padecimientos han

crecido sostenidamente desde los años ochenta y derivan de un

universo placentero fomentado por la industria alimentaria y la

típica dieta mexicana: excesivo hincapié en el azúcar, sal, harina

refinada y grasas. Lo último lo podemos observar tanto en nues-

tras alacenas y refrigeradores como en lo que llevamos de refri-

gerio a nuestros trabajos o escuelas. Sin embargo, muchas otras

personas decidieron hace años suplantar el recetario mexicano

por comida hecha en una fábrica y más cercana a lo que algunos

especialistas llaman la «dieta occidental». Para cocinarla, socie-

dades de científicos incansablemente desarrollan productos que

puedan sorprender y cautivar nuestros paladares mediante la crea-

ción de aromas y sensaciones que afecten a todos los sentidos. El

éxito de esta labor nos lleva a dejar como mera curiosidad algo

que había sido un hábito con profundas raíces culturales. Así, rá-

pidamente han ido cambiando nuestras percepciones de lo que

es sabroso, necesario, deseable y saludable en materia alimenticia.

Maestra: ¿Con qué hacemos la sopa?

Alumnos: ¡Tomate!, ¡Consomate!, ¡consomé!, ¡ jitomate!, ¡tortilla!

Maestra: Ya hicimos la sopa. ¿Sólo eso vamos a comer?

Alumnos. ¡Tortilla!, ¡refresco!

Maestra: ¿Vamos a cenar o no vamos a cenar?

Alumnos: ¡Leche!, ¡cereal!

Maestra: ¿Qué cereal? Hay de muchos tipos.

Osvaldo: De lo que sea pero que sea All Bran. (Risas).

Por Tania Ruvalcaba Valdés

ilustraciones de Jorge Caderón

México sufre de una enfermedad silenciosa que aqueja a gran parte de la población. La dificultad para costear alimentos saludables y las bondades del gobierno con la industria de la comida chatarra han hecho que nos acostumbremos al sobrepeso y la obesidad sin saber sobre los riesgos que corre nuestra salud. En este ensayo, Tania Ruvalcaba Valdés nos comparte los resultados de sus años de experiencia como trabajadora en una primaria, a la vez que expone las razones y motivos que empresarios y supervisores escolares tienen sobre la alimentación escolar de las nuevas promociones de mexicanos.

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40 41CR E ACI Ó N E N SAYO

Los miles de aditivos integrados a los nuevos alimentos han

transformado no sólo la composición química de nuestros cuer-

pos, sino también del medio ambiente y la noción que tenemos de

él. Por ello, la Secretaría de Educación Pública comenzó a interve-

nir en este tema. De esta manera, en 2006 hizo especial hincapié

en varios aspectos involucrados con la nutrición y en secundaria

buscó sentar las bases para que las nuevas generaciones fueran

más conocedoras de todas las dimensiones que conlleva.

Judith: Maestra, ¿la leche es de origen animal?

Maestra: Sí.

Judith: La azúcar, ¿a qué pertenece?

Maestra: El azúcar la sacan de la caña de azúcar, es fruta.

Se trató, entonces, de formar un criterio más analítico de lo

que es la alimentación, apelando a lograr una generación de con-

sumidores más consciente y saludable. Sin embargo, toda esta

reflexión se estaría dando en las escuelas, uno de los puntos de

venta más exitosos de la industria alimentaria. La razón es sim-

ple: en cada una de ellas hay centenares o miles de compradores

hambrientos y cautivos, que juntos suman 25’939,193 estudiantes y

1’201,517 docentes (inee) dispuestos a gastar de uno a setenta pe-

sos diarios en golosinas, frituras, refrescos, jugos, antojitos, panes,

pasteles, helados, elotes y cualquier otra cosa que la imaginación

de un vendedor pueda concebir. Haciendo un paréntesis, las ci-

fras mencionadas no incluyen al personal administrativo de las

228,205 escuelas preescolares, primarias y secundarias del terri-

torio nacional.

Maestra: Antes de venir, ¿comes en tu casa?

Alumnos: ¡Sí!

Brianda: Me traen en el recreo.

Maestra: ¿Compras aquí?

Alumnos: ¡Nomás papitas! ¡Y Coca!

Maestra: ¿Y por qué no lo hacen?, traer fruta.

Karina: Porque me da vergüenza.

Miriam: Es que vas a estar comiendo así.

Dulce: Porque te critican cómo comes.

Laura: No me gusta que me vean.

El tamaño potencial que representan los compradores de co-

mida chatarra es millonario y nos dice por qué el blanco de la

epidemia de la obesidad son los niños y las niñas de México. Ellos

enfrentan las condiciones de salud que tenían nuestros abuelos y

ahora nuestros padres: enfermedades cardiovasculares, diabetes

mellitus, diferentes tipos de cáncer. Para ellos queda la culpa, el

estigma de verse diferentes, de no caber en los pupitres y de no

ser los favoritos en educación física; también la baja calidad de

vida, la negación de una infancia y de una juventud plena. A cam-

bio, las escuelas les ofrecen nuevos productos, alimentos conve-

nientes, «más saludables», los cuales han cambiado de etiqueta

o a un envase más pequeño y además, han sido adicionados con

suplementos que los hacen parecer más benignos.

Supervisora escolar: Ya la misma refresquera está haciendo, aparte del

agua natural que les vende, agua con sabor a frutas. Están sustituyendo

una cosa por otra. Nada más es cuestión de que el alumno se acostum-

bre a consumirla, porque están acostumbrados a consumir lo negro. Sí,

aunque esté negro, negro.

Durante décadas, algunas voces denunciaron en la prensa el

visto bueno de las autoridades oficiales a la participación de la

industria alimentaria en las instituciones educativas. Sin embar-

go, fue en el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa cuando Pepsico,

Bimbo y Coca-Cola tuvieron el reconocimiento para ingresar a las

escuelas mediante el programa Vive Saludable, en el que las tras-

nacionales se ocuparían de enseñar lo que es la nutrición en los

planteles. Para 2010 los panistas, arrepentidos, anunciaron una

nueva política de Estado que pretendía paliar la iniciativa anterior.

Esto significó sentar nuevas reglas para exigir la reducción de ra-

ciones y de contenidos de grasa, azúcares y sales en los productos

industriales, pero ¿por qué seguir permitiendo la participación de

las multinacionales?, ¿qué no eran las culpables de la epidemia?

Supervisora escolar: Le dan una comisión en efectivo… Pero ahora con esto

de que quitaron el refresco pus esa comisión disminuyó al 50%. O sea que

le dan en la torre a la escuela otra vez en cuanto a beneficios económicos.

Antes de los lineamientos de 2000 era común que los grandes

consorcios alimentarios negociaran con las escuelas una «con-

cesión» o bien, un derecho de exclusividad para que no entrara la

competencia en el lugar. A cambio, las escuelas recibían botes de

basura, pintura, equipo deportivo y dinero en efectivo que finan-

ciaba la operación de la institución. En este sentido, la industria

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42 43CR E ACI Ó N E N SAYO

qué dimensiones abordarlas, a quién delegar el trabajo para girar

el destino de millones de mexicanos. Décadas atrás, discutimos

sobre la gula, la falta de amor propio, la percepción distorsiona-

da de la realidad, pero frente a una epidemia se debe ir a fondo y

en grande. Ante la falta de resultados, la Organización Mundial

de la Salud debió poner la discusión en la mesa y presionar para

ver cambios trascendentales en la acción gubernamental. De ahí

derivan decisiones sobre la venta de comida en las escuelas e im-

puestos elevados en lo que se considera chatarra, pero aún queda

más por hacer que pueda impactar a las familias y sus hábitos, a

las formas sedentarias de vivir en este mundo.

Supervisora escolar: La mamá, saliendo de la escuela, le compra al alum-

no productos chatarra. Entonces tenemos una lucha constante. Tenemos

niños de colonias de nivel medio y medio bajo donde madres y padres

trabajan pero no se ocupan de la alimentación del niño.

En este sentido, es necesario recalcar la relación escuela-comu-

nidad donde ambas se permean, en este caso en los patrones de

conducta alimentaria. Además del factor cultural, las familias im-

pactan en las escuelas mediante su situación económica, es decir,

su posibilidad de acceder a refrigerios perecederos o más sofisti-

cados, a distintas cantidades y calidades en la comida. Entonces,

tendríamos que voltear a ver la pobreza alimentaria, la cual tam-

bién tiene efectos en la salud de los menores y que se manifiesta

en la baja talla infantil que todavía afecta aproximadamente al

10% de los infantes y jóvenes en edad escolar (ensanut, 2006).1

Supervisora escolar: A lo mejor un alumno de la secundaria 33 sí te

puede consumir un yogur o una gelatina o un jugo natural, porque así

lo tienen acostumbrado en su casa, pero un alumno de la 22, un alum-

no de la 44 que apenas tiene para los frijolitos, ¿a poco crees que van a

preferir un jugo?

Esto complica aún más el tratamiento que se le pueda dar a

la epidemia del sobrepeso y la obesidad. Así, sumando a la cifra

anterior el 30% aproximado de los menores con sobrepeso y obe-

sidad, tenemos que el 40% de los estudiantes del país no tiene

las condiciones físicas necesarias para una vida plena. En esta

situación, dentro de poco tomarán las riendas de un país enfer-

mo. Hace cuarenta años nadie imaginó que estaríamos ante este

escenario. Además, gozábamos de seguridad alimentaria pues los

campesinos producían todo aquello que consumíamos, ¿a quién

1 En el caso del grupo de edad de 12 a 17 años sólo se tiene información de las mujeres para 2006.

podía preocuparle nuestro futuro? Ahora, en cambio, enfrenta-

mos grandes retos; las siguientes cuatro décadas son turbias y la

prosperidad pareciera negada.

Tania Ruvalcaba Valdés (Torreón, 1977) es socióloga y candidata a maestra en Educación por la Universidad Pedagógica Nacional. Inició su vida laboral en la enseñanza pública y desde 2007 ha documentado la alimentación escolar. Ha presentado sus investigaciones en congresos a nivel nacional e internacional y ha colaborado con el diario Milenio.

Jorge Caderón (Tlalnepantla, 1986) es diseñador gráfico e ilustrador. Actualmente realiza su servicio social en el Programa Cultural Tierra Adentro.

alimentaria se convirtió en un gran subsidiario de los centros edu-

cativos y, en ocasiones, el único.

Con Vicente Fox Quesada, se estableció en su momento que

las escuelas públicas debían de competir entre ellas para que las

ganadoras pudieran captar recursos económicos vía el programa

Escuelas de Calidad. Un sexenio y medio después podemos tomar

un paseo y confirmar que sin el patrocinio de las trasnacionales

se aceleró el declive de los centros educativos en cuanto a su in-

fraestructura, mobiliario y servicio. Ahora, si alguna escuela desea

comprar una escoba, trapeador o fotocopiar algún documento

tendrá que conseguir sus propios recursos para financiarlo. Aquí

comienza la nostalgia por la era de oro entre las escuelas y las

industrias de la comida chatarra.

Maestra: Ahora vamos a ver bulimia y anorexia, porque son enfermeda-

des que derivan de la obesidad. A ver, la mayoría coincidió en que eran

problemas ¿psicológicos o sociales?

Alumnos: ¡Psicológicos!, ¡sociales!

Óscar: Sociales porque pueden ir al Seguro Social.

Maestra: Son psicológicos.

Mientras tanto, los científicos de la salud debaten sobre cuá-

les son las causas profundas de la obesidad y del sobrepeso, en

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Narrar las formas en las que

los mexicanos podemos morir es parte de esta propuesta narrativa en la que cinco escritores abordan la

estadística fúnebre nacional. La muerte del periodismo recrea en el cuento de Juan Pablo

Proal esa delgada línea que divide lo que puede hacerse y decirse en los diarios. Marina Porcelli

relata un feminicidio como una de las muertes más constantes en México. Óscar David López cuenta la historia de los migrantes que suben a La Bestia en un viaje de retorno a Honduras. Orfa Alarcón nos

ofrece un cuento basado en una historia de corrupción emocional y Raúl Aníbal Sánchez

se monta en los zapatos de una madre a la que le desaparecen a su hijo,

como tantos casos hay a lo largo del país.

45N A R R AT I VA

Basura.g. cabezón cámara

Y después (en la colonia, en la iglesia, en el artículo minúsculo del pe-

riódico sobre lo que ocurrió en esa zona en la temporada de lluvia),

dijeron que fue Rosaura la que tomó el camino equivocado cuando

ese miércoles salió a las cinco y media de la mañana, a cumplir el

turno en la panadería del centro (el camino aislado, dijeron, que

nadie toma excepto que esté acompañado o sea muy de día y haya

gente saliendo a trabajar, el que está luego luego del bloque de edi-

ficios en forma de ele, ese descampado como en desnivel, cerca de

las vías viejas, que se cargaba de charcos y árboles pudriéndose en la

temporada de lluvia, el que nadie toma, dijeron, excepto que esté

buscando algo), pero por el apuro de devolver el dinero y meterlo en

la caja sin que nadie se entere, y porque habían clausurado la subida

del puente, con las inundaciones. Rosaura lo pensó un momento y

se decidió: pasó por la oscuridad de debajo del puente y cruzó en

diagonal a la hilera de edificios, y se metió en el descampado. Iba

pegada a las vías cuando, bastante antes de llegar a la callecita que

la sacaba a la avenida para tomar el camión, distinguió o creyó

ver el auto blanco que rondaba el sitio con lentitud. Con mucha

lentitud, pensó Rosaura, con los vidrios subidos y tres tipos dentro,

y creyó ver (aunque no estaba segura) a ese tipo sin barba que a

veces aparecía por la colonia (y fue ese domingo cuando ella estuvo

todo el día en la puerta, tomando el agua de jamaica que le había

preparado a Maribel, después de pasar la noche sin dormir y atenta

a la fiebre de su hermana, hasta que Rosaura se cansó de estar en

la puerta, y decidió dar una vuelta por el centro, y fue justamente

en el paradero donde apareció otra vez el tipo sin barba, que se

adelantó y pagó el boleto de ella, a pesar de que Rosaura insistió

en que no hacía falta, y que de veras hubiera preferido que el tipo

no se adelantara y le diera las monedas al chofer, porque después

él se sentó a su lado, y no dejó de conversar, y de preguntarle cosas,

y ella respondió como pudo, ese domingo en que no tenía ninguna

gana de conversar ni de escuchar a nadie ni de soportar a nadie,

en realidad, en que quería que la dejaran en paz, pero el tipo son-

rió y dijo que había que ser cortés con una dama tan joven, y se

adelantó y sin preguntarle pagó el boleto, y eso, de alguna forma

rara, lo autorizaba a hablarle todo el camino, y la obligaba a ella a

escuchar, hasta que por fin ella se bajó del camión, aliviada de no

tener que soportar más esa conversación, con la mirada de él que

Por Marina Porcelli

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de tan pesada podía sentirla fija a su espalda, sentir cómo le medía

las caderas, y las piernas desnudas debajo del short). Entonces ese

miércoles a las cinco y media de la mañana Rosaura creyó que

era él quien estaba sentado en el asiento trasero del auto blanco,

y pensó que el auto estaba avanzando con demasiada lentitud.

La muchacha siguió adelante. Sin tiempo, había que atravesar la

callecita y llegar a Municipio, y devolver los pinches doscientos

pesos que el sábado sacó de la caja. Fue tan fácil sacarlos después

del corte, que hasta ella se sorprendió. Como si los pasara de una

mano a otra, en realidad, se los dio esa tarde a Maribel, y esa misma

tarde las dos se metieron en el cuarto que apestaba a cloro donde

la señora hacía el raspaje, y ella (Rosaura) se quedó esperando en la

salita de entrada, hasta que la llamaron para que se llevara a Ma-

ribel, y después a su hermana le dio fiebre todo el fin de semana,

y ahora por fin estaba mejor. Por fin. Y todo se acabaría de una

pinche vez hoy, pensó Rosaura, dentro de un rato, no bien metiera

el dinero en la caja. Por eso se sobresaltó cuando el auto blanco se

estacionó junto a ella. La ventanilla se abrió con lentitud y una voz

muy clara preguntó dónde estaba Municipio. Rosaura se detuvo, y

le sucedieron dos cosas: primero, se sorprendió al no ver al tipo sin

barba del domingo (y esto, un poco, la tranquilizó) y, casi enseguida,

instintivamente, se arrinconó contra unos pastos altos antes de

alzar el brazo y responder. Giró la cabeza y señaló hacia adelante.

Y quizá por esto, porque se tardó unos segundos en la respuesta,

dijeron después que ella sabía quién iba adentro. Que los conocía,

si se había detenido a conversar con ellos, cuando ella andaba por

ahí. A los tres hombres. O por lo menos, a los dos que se bajaron no

bien Rosaura se giró apenas, y uno la sujetó de los brazos, y otro la

golpeó en plena cara, y así la tironearon hasta subirla al coche. No

la insultaron. La metieron en el asiento de atrás, y uno le seguía

sujetando los brazos a la espalda, mientras el otro la golpeaba y

la golpeaba. Los dedos gruesos cayeron sobre el pómulo y esto

casi la desmayó. Antes, Rosaura alcanzó a librarse una mano, y

buscó arañar la cara del tipo. Dio un tirón, y la carne húmeda se

le metió bajo las uñas. Ahora sí le gritaron (se lo estaba buscando,

dijeron) y le ataron las manos atrás, y le anudaron una especie de

venda que le tapó los ojos. Y sin embargo, por debajo, pudo ver

(y fue lo último que vio, mientras le arrancaban la blusa, y uno la

empujaba sobre el otro, y le entraba así, mientras ella gritaba, y le

aplastaban la boca, y el auto seguía a la misma velocidad), pudo

ver los brazos del que ya estaba sobre ella. Con mucho pelo. Hasta

que la mano de él (áspera también) subió por el pecho y la tomó del

cuello. Después, fue el chico que cumplía con el turno de reparto

de periódicos, el viernes de la semana siguiente, el que dijo (el que

avisó) que había un cuerpo de mujer revoleado entre la basura.

Abandonado, revoleado ahí como si fuera lo mismo que los cartones

viejos pudriéndose con tanta lluvia, y los desechos, un cuerpo de

mujer boca abajo, con las piernas abiertas, el pelo enredado, la

cara deformada por los golpes, dijeron, cuando la policía llegó y

dio vuelta el cadáver de Rosaura, de ella, que a juzgar por la ropa

y por estar sola tan temprano en ese sitio quizá era medio pu-

ta, o quizá era una chica que (eso dijeron) se escapó con el novio y

a último momento todo fue mal, y se pelearon, hasta que el forense

le dijo a Maribel (que seguía con fiebre, y había preguntado en

todos lados, y había buscado en todos lados, y no, nadie le decía

nada, decía Maribel) que les quiebran la mandíbula así cuando la

chica grita demasiado (entonces Maribel se apoyó contra la pared

de la morgue, y retiró los ojos del pecho tajeado de Rosaura), y era

extraño, porque las putas están medio acostumbradas a gritar,

dijeron después, y que seguro había sido un tipo aislado (un caso

aislado), o a lo sumo dos, y que Rosaura los conocía, sino cómo

se explicaba que ella (Rosaura) se hubiera detenido a conversar,

y en la panadería se sorprendieron con la noticia, pero faltaban

doscientos pesos en caja, y quién sabe si eso no indicaba que algo

andaba mal (y Maribel, entonces, qué chillaba tanto ahora) porque,

francamente, mucho no se puede esperar de una chica que se pasa

todo el domingo en la calle, muy bien no le puede ir a una chica

a la que veían irse con cualquiera en cualquier camión, si al final

fue Rosaura la que decidió andar sola esa mañana, y fue ella la que

tomó el camino equivocado, y la que se quedó conversando con

los del auto, y después todos dijeron que más le hubiera convenido

no salir, y no vestirse de esa manera, si de verdad la chica quería

que estas cosas no pasaran, si de verdad quería que esto nunca le

hubiera sucedido.

Marina Porcelli (Buenos Aires, Argentina, 1978) fue becaria del Programa de Residencias Artísticas para Iberoamérica y Haití del Fonca/Conaculta y de la Residencia otorgada por la Secretaría de Cultura Argentina, en convenio con México. En 2009 apareció su primer volumen de relatos, De la noche rota, y en 2014 obtuvo el Premio de Cuento Edmundo Valadés.

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49N A R R AT I VA

Era la temporada en que a la Petra y a mí nos amanecía en aque-

lla alcantarilla-bar, hablando de lo divertido que sería borrar del

mapa a una culera que odiábamos, cuando un chiflido en el silen-

cio entre canciones nos hizo mirar de reojo un rinconcito detrás

de la rocola. Ojo rasgado, pelo negro azulado, flaca y descosida

cual gata que amamantó pirañas como crías. Era la travesti más

triste del mundo. Sentada con una pierna cruzada encima de la

otra, hablándonos con el acento distorsionado de quien ha atra-

vesado fronteras siniestramente con el afán de lograr el futuro, el

avant-garde mental, la pesadilla de los leggins everywhere, con voz

interracial e intersexual aunque un poquito tarada.

—Pero que salga bonita, mija. Como soy —dijo estirando a la

Petra su teléfono celular.

En un acto de contorsionista psicótica pasó de ser la travesti

más triste a una feliz edecán de embutidos y queso plasticoso que

en los pasillos de la vida guiña el ojo o mueve el culo a los padres

de familia que no les queda más que comerse de un mordisco

el trocito de lo que será un cáncer gástrico. Cáncer gástrico con

metástasis era esta vestida insolente que nos había agarrado de

sus fotógrafas. A nosotras que sólo pensábamos en las mejores

maneras de borrar alimañas de nuestro territorio. Más yo que

la Petra, que se juntaba conmigo sólo para verse travolta mala.

Improvisando esa sesión de cantina nos preguntamos para qué

querría fotos mostrándose feliz esta vieja travesti. Tan fea, tan

sureña, tan mezclada. ¿Imágenes de sí misma en el glamour de

la soledad? Qué nefasta. ¿No conocía las selfies? ¿Por qué no se

autorretrataba fingiendo no darse cuenta, como hacen las cule-

ras a las que tanto odiábamos? Simulacros de diversión y exce-

sos: mala muerte, cerveza tamaño caguama, ambientes festivos

en medio de columnas de humo, y ella en plan jovial, en huerca

chiflada, en el nada extraño caso de la doctora Jackie y Misery

trans. Se metamorfoseó apenas el ojo de su cámara la apuntó. A

cada flash, una nueva pose. Se reía a carcajada suelta estirando

su mano que al instante era besada por pretendientes invisibles.

Loca de atar. Fingida felicidad en formato 1:1 para que las de su

pueblo la envidiaran. Eso pensábamos cuando de repente dijo:

—Yo les hago el trabajito.

Nos quedamos pendejas la Petra y yo. A pesar de la edad, la tra-

vesti tuvo oído para escuchar nuestra sarta de deseos de asesinas

seriales. Ella acabaría con cualquier antropomórfica infestación

de garrapatas que obstruyera nuestro camino. Ahora nos debía

un favor. Era un intercambio de guante blanco, en frío, sin ligue

emocional. Ni ella diría quién le tomó las fotos ni nosotras quién

acabó con la culera que aborrecíamos. Sólo una culera, precisó.

No hago exterminio de plagas. ¿Tomar fotos a cambio de que se

deshagan de tu peor enemiga? No lo hubiéramos imaginado nun-

ca. ¡Magnífico! Le guiñé un ojo.

—¿Pero cómo? —cuestionó la Petra.

—Mi nombre se lo debo a La Bestia. Soy la Devoravidas.

No sabíamos que aquella pregunta costaría que nos echara en la

jeta su monólogo. Se había subido por primera vez a La Bestia en

sentido contrario. Por imbécil. De México a Honduras. Enculada

de un cabrón que le daba piedra y su anaconda personal. Conoció

primero el sur vecinal que el norte soñado. Cuando el cabrón dijo

estar harto y quiso regresarse, ella lo siguió y con un arañazo lo

echó a las vías. Luego los Mara Salvatrucha la adoptaron usán-

dola de guachimán en los vagones del tren. Cientos de viajes en

tramos cortos. Vivía empedrada, envuelta en humo, nostálgica.

Su función en el tren de la muerte era la de guadaña. Cortar ca-

bezas. Decir quién tenía y dónde su dinero. Extorsionar, asaltar,

incluso sodomizar. ¿Sodomizar? ¡Hasta el fondo! Aprendió a darle

de comer a La Bestia arrojando a los majes que se negaban a en-

tregar sus pertenencias. Mentando la madre por pisto. Se volvió

una catrina. Débora, la Devoravidas.

—Eres toda una asesina —dijo la Petra que se sentía identi-

ficada con su historia pues también ella era migrante e incluso

mató para sobrevivir.

—No más que tus leggins, mija —señaló aquellas carnes apretu-

jadas bajo la lycra. Y aquello era cierto porque a la Petra le habían

dejado en la entrepierna más bien el antes que el después de un

labio leporino con paladar hendido. Pero todo junto y mal engra-

pado, con sonrisa de nervios y con harta hambre.

—¿Y para qué son las fotos? —pregunté para evitar el roce en-

tre ellas.

—Para un deudo.

—¿Pariente del que estabas enculada? —siguió de insolente

la Petra.

—No, niña, es para uno que va a dejar el odio de tu amiga.

—Estás loca, nosotras estamos borrachas.

—No queremos matar a nadie —terció la Petra—. Mejor

vámonos.

—Esperen, yo tampoco quiero matar a ninguna culera. Hable-

mos claro. No vine huyendo de la migra para que se acabe la di-

versión. Si me quedaba en Honduras me mataban por trans. Si

me subía a La Bestia me mataban por ir en transmigración ilegal.

Que la maten a una es muy trans. Quiero que lo entiendan. Cuan-

do una es migrante y encima trans es la doble de sí misma. O dos

veces una pero entera por fin. Una está dividida por lo que dejó y

por lo que encontrará. Pero cuando una mata por fin completa el

ciclo de víctima y asesina.

—Pensábamos que eras travesti. ¿Desde cuándo eres trans?

—Desde que soy jarocha.

—¿Entonces migrar cuesta la vida?

—Así es, niña. Por eso vengo a que me tomen fotos en las que

simulo ser una mujer feliz. Feliz y de fiesta. Estoy atrapada en lo

que llaman fuga disociativa.

—O sea que, encima de serlo, ¿estás loca?

— Ten cuidado, culera, porque yo vencí a la mismísima Bestia.

—¿Entonces para ti esto es una fiesta? ¡Qué raras son las fies-

tas allá en el sur!

La Devoravidas sacó de su bolso de mano una botellita oscura y

se puso unas gotas detrás de las orejas, en el cuello y en el interior

de los codos. Enseguida arrastró a la Petra a la pista de baile. Se

abrazaron tan fuertemente que no se entendía si se restregaban

de alegría o peleaban por separarse.

—¡Son poppers! —gritó la Petra cayendo desinflada al piso—.

¡Tu maldito perfume son poppers! ¡Ay, mi corazón!

En ese momento vi mentalmente la fotografía de una travesti

vieja pero feliz. Petra agonizaba en el piso. Me acerqué sigilosa

agarrándome del brazo de la Devoravidas que todavía hedía a

poppers. La señora guadaña había pasado encima de la Petra. Y

el tren de la muerte. La Bestia y la Devoravidas también. Cubrí

su cara de muerta con las faldas que llevaba puestas, dejándole

el sexo trans al aire.

—Ay, ni que le hubiera quedado tan bonita la jarocha —dijo la

Devoravidas. Y nos fuimos con los brazos entrelazados buscando

el cuarto oscuro antes de que amaneciera.

Óscar David López (Monterrey, 1982) es autor de Mapping (Premio Regional de Poesía Carmen Alardín) y Farmacotopía (Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen). Es columnista en Vice.

Por Óscar David López

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50 51CR E ACI Ó N N A R R AT I VA

Si me despierto en la noche aún siento que él respira en la habi-

tación de al lado. Desde mi cama veo la luz de la lámpara que cae

dulce sobre su cuna.

Ya no vives aquí, ya nunca están cerradas las puertas de la casa.

Ya no temo que Gabriel, gateando, llegue a la cocina y tome

algo que pueda lastimarlo. Ya no temo al oír el motor de la Lobo al

estacionarse enfrente.

Ya ni tú ni él viven en esta mierdera colonia de Infonavit.

¿Qué se siente haberse llevado a un hijo que ni era tuyo?

Me lo quitaste por joder. La única temporada en la que tuvimos

una relación cordial y pacífica fue la del divorcio. Pensaste que re-

accionaría, que pelearía como madre leona, que usaría todo lo que

no me habías matado del carácter. Reclamaste a Gabriel pensando

que no lo obtendrías. Sólo pedí la Lobo. La casa no es más que un

contrato de renta. Me quedé con la camioneta, también, por joder.

Ya no corras, Gabriel.

¿Quién nombra a un hijo como propio, sin estar seguro de que

lo sea? Sólo aquellos que buscan algo de qué asirse en el mundo.

Tú andabas sobre la tierra en tu camioneta que parecía volar so-

bre las dunas.

Ya no corras, Gabriel.

Y girabas en tu desierto, sobrevolabas tu situación de clase me-

dia pobre, aparentabas ser otro en esa camioneta que valía más de

lo que teníamos o hubiéramos llegado a tener nunca.

Nunca, Gabriel.

Si me despierto en la noche ya no temo tu rabia.

No es seguro ni para un pelado andar en esa troca. Andabas

por la noche como quien no teme al despojo, a la tortura, a las

desapariciones, al frío del metal sobre los ojos, al ruido de las ba-

las, a ser uno contra doce, a las sospechas, a la policía, a las falsas

acusaciones, al rumor de ser de «los otros», al ejército, a la sangre

que chorrea de las cajuelas de otros vehículos, a la envidia hacia

tu camioneta negra.

Andabas por la noche como quien busca la muerte.

Ya no corras, Gabriel.

Y yo te esperaba angustiada para encerrarme en cuanto te oía

llegar. Al niño lo dejaba en su cuarto, en la cuna, porque él te tran-

quilizaba, te recordaba que sí, la vida es frágil, la vida es mierda,

pero también puede ser bella. Y yo en la recámara sabía que no

debía abrir la puerta hasta saber que no venías de madrearte con

cuanto se te hubiera puesto delante.

Ya no corras, mi amor.

Te enfrentabas a la existencia como quien la odia. Sólo la ino-

cencia del niño te tranquilizaba.

Ya no llores, Gabriel, no hagas enojar a tu papá.

Pero tú y yo sabíamos que el niño no era tuyo.

A veces venías de buen humor.

Por la camioneta, unos clientes creyeron que yo era el

contratista.

Quitarle a un albañil su Lobo es tan cruel como quitarle el hijo

a una madre. ¿Cuántos años trabajaste por ella, cabrón?, ¿cuánto

tiempo no hubo para ti descanso, no hubo familia que te impor-

tara? Yo me encargué del hambre del niño. Estabas empelotado

con esa troca porque siempre te gustó aparentar, lucir como quien

no serías nunca. Por eso ahora tienes un hijo a quien no recono-

ces como ajeno.

Me lo contaste desde la primera vez que me invitaste a salir:

habías comenzado a trabajar para tener la camioneta desde los

once años. Fue cuando supiste de las resolanas de esta tierra seca,

del viento hielo que en invierno corta como navajas. Apenas eras

un niño cuando ya estabas solo. Un niño que quería jugar a los

carritos.

Ya no temo a la oscuridad ni a la dureza de tus puños. Ya no

temo la fiereza de la noche. Me pierdo en ella protegida por el

metal de tu Lobo. Yo también he tomado una vida que no me

pertenece. Tus amigos ya son los míos. Al Flaco es al que veo

más seguido.

Ya no corras, Gabriel.

Ahora entiendo que tenías prisa por destruirte.

¿Cómo se continúa viviendo después de destruir las fotos de

boda? ¿Cómo se sigue habitando una casa con una cuna vacía?

Ya no corra, ¿para dónde va?

Ya van dos veces que me detienen en la noche. La primera vez

fueron «los malos». La segunda fueron «los buenos». Quien vive

en una casa vacía no teme ni a unos ni a otros.

Salía de la casa del Flaco a las cuatro de la mañana. No sé cómo

un hombre tan hosco y recio puede tener un ronquido tan delica-

do, como de gatita, apenas perceptible. El Flaco duerme junto a

mí como quien se aferra a su madre. Yo ya no lo soy. Hice madre

a tu nueva mujer cuando le cedí a mi hijo.

Dicen que la tercera es la vencida. La primera vez «los malos»

me dijeron que andaba de suerte, que nada más no querían volver

a verme por ahí. Era la noche de Apodaca y sus silencios.

Aunque es de mi edad, en el Flaco no puedo ver a un hombre

porque duerme junto a mí como si le tuviera miedo a la oscuri-

dad. Quiero al Flaco como quien quiere a un hermano porque así

lo querías tú.

Lo dejo en medio de la noche porque debe aprender a no te-

merle a nada.

¿Sí sabe que por aquí están matando mujeres?

También están matando hombres, oficial.

La segunda vez me detuvieron «los buenos», y yo no llevaba

dinero conmigo.

Me pidieron los papeles, me preguntaron de quién era la ca-

mioneta. Llevaban dos kilómetros parándome y dejándome ir.

Hacían que me orillara y luego se iban. Después de jugar un rato

uno de ellos se bajó a hablarme. Yo no olía ni a alcohol ni a mota.

El cuerpo del Flaco era mi único aroma.

¿Sí sabe que no son horas para andar por aquí?, ¿viene de la

fiesta, o qué?, me dijo acercándose para olerme el aliento.

Fue otra vez sentir la fragilidad de mi cuerpo, esa certeza de

que tu puño ya no se retraería.

Me sube la ventanilla, y ya no corra.

Del ejército uno puede librarse sólo por lástima. O misericordia.

No subo las ventanillas porque me gusta que entre a la Lobo

toda la oscuridad y toda la noche.

Nunca lastimarías a Gabriel, lo vi en tu mirada cuando te lo

entregué. Cuando ni titubeaste al entregarme las llaves de la

camioneta.

Eres una perra.

¿Quién cambia un hijo por una troca? Ni siquiera me sentí

insultada.

Ya no temo a la noche, ni a la casa ni a los caminos vacíos.

La tercera es la vencida.

Hay una casa de un piso con dos recámaras diminutas donde

ya no viven mis hombres.

¿Gabriel llora todavía si despierta y ve que está completamen-

te a oscuras?

Debe aprender que en la oscuridad es donde está el descanso.

Enséñale eso cuando crezca.

¿Me extraña?

La tercera es la vencida, pero si ni buenos ni malos se encargan

de mí, la noche es una Lobo que sabrá devorarme, meterme en

su boca, engullirme.

Hay muros y hay barrancos.

Un desierto que arde.

Un desierto de estrellas ciegas.

Ya no corras, Gabriel.

Me arrastras, Gabriel.

Orfa Alarcón (Linares, 1979) es escritora y editora, autora de las novelas Perra brava y Bitch Doll.

Por Orfa Alarcón

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53N A R R AT I VA

Por Raúl Aníbal Sánchez

My head is filled with

Fallen statuesdeath in june

Como cada primavera, regresaron las pesadillas. Habían pasado

tres años desde que se lo llevaron y, puntualmente, como un re-

loj, Ulises regresaba en sueños a visitar a su madre acongojada:

Mamá, en el viento hace un calor de peces dorados.

Los mensajes nocturnos que recibía Rosa María de boca de su

hijo desaparecido no tenían sentido:

Mamá, Dios es un juguete de la necesidad.

Eran apenas diálogos parecidos a esto, tenebrosos por poseer

algún tipo de lógica torcida, pero lógica al fin. Inaprensibles, sim-

bólicos, no tenían un significado exacto y eso la atormentaba.

Durante mucho tiempo ella se esmeró en buscar una señal,

una pista en estas frases desperdigadas que iba anotando en una

libreta, al despertar. Alguien le había dicho que una madre y su

hijo comparten un lazo inquebrantable, telepático, que incluso

trasciende a la muerte.

¿Muerte? No. Ulises estaba en algún lado que no era la muer-

te, un reino o limbo entre ambos mundos. Incluso en los sueños

de Rosa María el rostro de su hijo era diferente, había cambiado

y una sombra le empañaba los ojos. Vestía la misma ropa que lle-

vaba la última vez que lo vio, una camisa azul de trabajo y unos

pantalones de mezclilla. Los gestos de sus manos de dedos largos,

nerviosas y ágiles, la postura de sus hombros adolescentes, el bozo

sobre el labio. Todo era idéntico a como lo había visto por última

vez, todo excepto esa sombra, ese velo sobre la mirada.

Como en el mito de Perséfone, raptada por un dios infernal, Uli-

ses había comido de los frutos del Hades: seis semillas de granada

que lo encadenaban a la tierra. Ahora aparecía cada primavera en

el sueño de su madre, con esta vida incompleta y extraña, tan sólo

para volver al abismo.

2

Mamá, es el dragón del invierno quien devora nuestra casa. Lo he

visto caminar tranquilo por el desierto y las ciudades. Lo he visto

llamar a los niños por su nombre. Tiene una casa en lo profundo

del mar.

Y el problema de Rosa María es que no sabía dónde buscar pues

nunca supo quién se lo había llevado o si él mismo se escondía de

algún destino fatal. Tres años atrás, Rosa María cruzó la fronte-

ra para cuidar a un anciano enfermo en Laredo. Los gringos vie-

jos preferían una enfermera mexicana, eficiente y barata, y ella

era la mejor. Gracias a ese tipo de trabajos que hacía cada tan-

to, la familia había sobrevivido durante años y sus tres hijos te-

nían educación, comida, techo. Tenía que dejar a los niños solos

varios días, pero valía la pena a la hora de cobrar en dólares. Sin

embargo, esa última vez, cuando regresó a Tamaulipas, Ulises, el

hijo mayor, ya no estaba.

Uno de los días de esa semana llegaron los Zetas y se llevaron

a muchos adolescentes de entre quince y veinte años. El segundo

día llegó el ejército y se llevó a los que quedaban. Tiempo después,

cuando encontraron las fosas comunes, la misma Policía Federal

la amenazó para que no se presentara a identificar los cuerpos.

Sus otros dos hijos no supieron decirle nada, ni siquiera descri-

bir a los hombres que habían sacado a rastras a Ulises de la casa.

Rosa María no abrigaba ninguna esperanza concreta, pero no

podía completar el duelo sin la certeza absoluta de la muerte de su

hijo mayor. Mientras siguió trabajando. Se especializó en pacientes

con cáncer, consiguió una plaza en un hospital y aún atraviesa de

vez en cuando la frontera. Ahora gana más dinero que antes, pero

siempre llega la primavera.

3

Mamá, no llores.

Rosa María despertó sobresaltada, por instinto cogió la libre-

ta donde apuntaba las frases de sus sueños, pero no anotó nada.

Era la primera vez que algo de lo dicho por la aparición de Ulises

tenía pleno sentido.

Eran tal vez las dos de la madrugada cuando llamaron a la

puerta. Golpeaban con fuerza con la mano abierta, con lo que

parecía ser desesperación, como quien viene a cobrar una deuda

de mucho tiempo atrás.

En un principio tuvo miedo, luego pensó que si vinieran por

ella, a secuestrarla o asaltarla, ya hubieran roto la puerta. Se puso

el batín y se dirigió a la entrada de la casa. En el portal se en-

contraba un muchacho de edad indeterminada. Tenía el rostro

ensangrentado, se veía desnutrido y enfermo, con los ojos hundi-

dos. Recordaba su mirada a la de su hijo en sus sueños, una mirada

de alguien que habita entre el mundo de los vivos y los muertos:

—Señora, vengo por Ulises, no tengo mucho tiempo.

—¿Está bien mi hijo?

—A Ulises lo mataron al tercer día que nos llevaron, junto con

otros cinco. No sufrieron, les dispararon y ya. A otros les fue mu-

cho peor. Escuché que habían deshecho todos los cuerpos con

ácido. A mí me llevaron a San Carlos a empaquetar marihuana y

hielo. Pero me acabo de escapar y Ulises era mi amigo y no podía

dejar esto así, no podía no decirle y vine hasta acá. Vine a decirle

que ya no lo busque más.

Rosa María sintió la noticia como algo leve o poco profundo,

como si aún estuviera soñando. Pensó que el impacto iba a ser

mayor, pero el tiempo había erosionado lentamente las superfi-

cies de su corazón. Miró al muchacho y algún instinto antiguo se

despertó en ella:

—Pero pásale, mira cómo vienes. De seguro no has comido

en días.

El muchacho se arrodilló en el umbral y comenzó a llorar, ara-

ñándose las mejillas de la desesperación. Estuvo así un rato y

después se incorporó y entró. Ya en la cocina, se sentaron a la

mesa sin hablar, mientras él comía un plato de frijoles granea-

dos con pan.

—Me tengo que ir, no puedo estar aquí más tiempo.

El muchacho se incorporó y salió a la noche, un poco recom-

puesto al parecer, alimentado por la comida del mundo de los

vivos. Rosa María quedó un momento en el umbral mientras lo

miraba alejarse por la calle sin pavimentar. Regresó a la cama y

durmió. Durmió sin soñar absolutamente nada, sin visiones ni

profecías: sólo la negrura de una noche interior y la vaga bruma

gris del futuro.

Raúl Aníbal Sánchez (Chihuahua, 1984) ha publicado poesía, ensayo y cuento para jóvenes. Es autor de El genio de la familia.

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55N A R R AT I VA

Por Juan Pablo Proal

La alarma le recuerda iniciar el rito automático: enciende la ra-

dio, cambia de posición, continúa dormitando. Hoy, el ruido es

un poco más desagradable que de costumbre. La cabeza de Luis

Garmilla está pesada, adolorida por las copas de hace unas ho-

ras. El autómata de las noticias en que se ha convertido lo obliga

a prestar atención. «Repito para quienes no nos han escuchado:

explota ducto de Pemex en San Macario, cinco muertos, número

indeterminado de heridos». De mala gana, Luis abre su computa-

dora y empieza a transcribir declaraciones, datos y testimonios

vertidos en el noticiero. Le echa un telefonazo al jefe de prensa

de Protección Civil para pedirle «datitos». Consulta los portales

informativos. Pega y recorta información de aquí y de allá. Man-

da su nota a la sección de Estados de El Veraz, «el gran diario na-

cional de información objetiva». Se mete a la cama. Programa la

alarma de su celular a las 8:45.

En un alto, Luis observa que su nota publicada en El Veraz ape-

nas tiene dieciséis likes en Facebook. Llega al restaurante Santa

Mónica veinte minutos después de iniciada la rueda de pren-

sa del panista Jorge Verdugo. Una reportera lo pone al tanto de

lo ocurrido: el político presentará una queja por irregularidades

en el proceso de sucesión de la dirigencia local del pan. Luis es-

cucha con desgano, está más interesado en pedirle al mesero

unos chilaquiles. Suena su teléfono celular. Es el jefe de Esta-

dos de El Veraz.

—¿Qué pasó, jefe?

—Está cabrón lo de San Macario, ¿ya vas para allá?

—Sí, voy en camino, ya tomé carretera —miente Luis.

—Apúrate para que mandes en chinga. Y acuérdate, nada

de jugar al escritor con tus entraditas literarias. Aquí hacemos

periodismo.

—Disculpe, jefe, ¿me podrían depositar algo de viáticos?

—¡Pensando en los viáticos! ¡La noticia no espera, carajo!

Su otro jefe, Alejandro García, subdirector de El vocero regional,

le encargó cubrir cuatro ruedas de prensa y la sesión de Cabildo.

El tanque de gasolina de su Chevy tiene poco más de un cuarto

de combustible. Apenas cuenta con cuatrocientos pesos para ter-

minar la quincena. Pagan en seis días.

Al inicio de la sesión de preguntas y respuestas de la rueda de

prensa, suena nuevamente el teléfono de Luis. Le llama García.

—Buenos días, jefe.

—No has dictado la nota de Verdugo para el portal.

—Todavía no termina la rueda de prensa.

—Apúrate, chingá. Por cierto, el sábado vas a tener que traba-

jar. Te irás al pueblo del dueño, su tío será nombrado ciudadano

distinguido y quiere que lo cubramos. No la cagues.

—Pero el sábado tengo la entrevista con Juan Villoro, la pacté

desde hace tres semanas para nuestro suplemento cultural. ¿No

recuerda?

—Pues la cancelas. Apúrate con la nota de Verdugo. Estás des-

cuidando mucho el periódico desde que tienes esa pinche corres-

ponsalía. Deja de jugar a ser periodista famoso.

Luis se queda petrificado de rabia. Abandona los chilaquiles y

la rueda de prensa. «Yo nací para ser periodista, ya basta de estas

pendejadas».

Se dirige a la carretera interserrana que comunica con San Ma-

cario. Hará la mejor cobertura de su historia, se promete. Aviva su

ánimo con imágenes mentales de García Márquez y Kapuscinski,

con su máxima: «Los cínicos no sirven para este oficio». Repro-

duce en el estéreo de su coche «La maza», de Silvio Rodríguez.

Se siente orgulloso de haber elegido «la mejor profesión del mun-

do». Pisa más fuerte el acelerador. Apaga su teléfono celular, no

quiere interrupciones de nadie, menos de García. Está ansioso

por llegar al municipio, entrevistar a las víctimas, investigar las

verdaderas razones de la explosión. «Me empezarán a tomar en

serio en El Veraz».

Una imponente mancha fungiforme acapara el cielo de San Ma-

cario. Luis deja su coche en una acera. A lo lejos, una marabunta

de reporteros entrevista al secretario de Protección Civil. Luis

trota en dirección al amontonamiento. Carga una mochila con

una libreta, una pluma y una grabadora. De repente, su tobillo de-

recho se dobla. Grita de dolor mientras cae en un charco fangoso.

Cojeando y escurriendo lodo, Luis llega a la entrevista banque-

tera. Estira su mano derecha para que su grabadora registre la voz

del funcionario, pero pocos segundos después los reporteros ba-

jan sus brazos. El político se da la media vuelta y camina rumbo

a la zona resguardada.

Un compañero lo pone al tanto de lo declarado y le indica dón-

de viven los familiares de las víctimas. Maltrecho, Luis se dirige a

una de las casas de los damnificados. Al llegar, pobladores con los

rostros humedecidos por el llanto le relatan que desde hace me-

ses un grupo criminal roba combustible del ducto; le entregan fo-

tografías que documentan su aseveración. También le facilitan

copias de la queja que presentaron en la presidencia municipal.

Después de pasar casi dos horas con los pobladores, prende su

teléfono y llama al jefe de Estados.

—Jefe, traigo información buenísima de San Macario. Conseguí

unos documentos…

—Olvida lo de San Macario, nadie peló la nota, se compartió

poco.

—Pero tengo documentado que el crimen organizado está

involucr…

—¡Claro que está involucrado, eso no es nota! Regrésate en

chinga a la ciudad. El gobernador fue exhibido en un videoes-

cándalo cabrón: lo grabaron pedísimo amenazando al dueño de

un table.

Devastado, Luis camina a la tiendita de enfrente para com-

prar cerveza. Le llega un mensaje de texto de García: «A mí na-

die me apaga el teléfono. Estás suspendido una semana sin goce

de sueldo».

En la miscelánea, una estampa alivia su estado de ánimo: un

gatito corretea juguetonamente a un loro. La señora que atiende

le cuenta que el ave y el gato, sus mascotas, se han hecho gran-

des amigos. Luis los graba en un video de cinco segundos que de

inmediato publica en su muro de Facebook.

Entra a su automóvil, abre una cerveza y arranca rumbo a la

ciudad. Su teléfono celular le manda una ametralladora de no-

tificaciones. Sus contactos comparten masivamente el video en

las redes sociales. En menos de diez minutos, el gato y el loro

se vuelven tendencia en el país. Los operadores de redes sociales

de El Veraz se percatan del fenómeno y en un par de clics distin-

guen que la fuente original es Luis. Le informan al jefe de Estados,

quien, descompuesto de ira, llama al corresponsal.

—¿Eres pendejo o qué?

—¿Qué pasó, jefe?

—¿Por qué no enviaste el video del gato y el loro para la sec-

ción de Curiosidades del portal? Cómo se ve que tú no quieres

crecer en El Veraz.

Juan Pablo Proal (Puebla, 1983) es coeditor de la página web de la revista Proceso y articulista en la misma publicación. Autor de Vivir en el cuerpo equivocado y Voy a morir.

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56 57CO N V E R SAC I Ó N A B I E R TA CO N V E R SAC I Ó N A B I E R TA

AL SURDEL CIELO:

ISRAEL MARTÍNEZ

Ejercías como psicólogo en Guadalajara, pero siempre estabas alerta de manifestaciones artísticas; incursionaste en la foto-grafía cuando te conocí. Después me enteré de que estabas haciendo una maestría en arte en Finlandia, y la terminaste en Viena. Han pasado tres años desde que dejaste Guadalajara; yo también la dejé como mi base principal. Hace aproxima-damente cinco años arremetió radicalmente la delincuencia organizada en nuestra ciudad y ésta comenzó a modificar-se. Ahora recibes noticias cada día sobre asesinatos, violacio-nes, asaltos, corrupción, modificación de leyes a favor de unos cuantos, impunidad. Si bien tu ritmo de vida ha sido acelerado los últimos años para poder vivir y estudiar en Europa, tam-bién es vertiginosa la información que recibes desde México. ¿Qué pasa por tu mente y tus emociones? ¿Qué piensas sobre tu familia, tus amigos? ¿Cómo se vive esto desde Viena?

GERARDO MONTES DE OCA

Sí, hace tres años me fui a estudiar la maestría en cultura visual a Finlandia, ciertamente muy experimental tanto teó-rica como prácticamente. Esto me trajo a Viena, que curio-samente era una de las pocas opciones que contemplé antes de elegir Finlandia para entrarle más de lleno a mi formación en artes.

Finlandia, fría, pero honesta y equitativa, es una democra-cia que —si bien el concepto es debatible— se encuentra a otros niveles. La confianza social e institucional es increíble, los índices de corrupción son los más bajos del mundo. Y créeme, siempre mantengo una actitud abierta y crítica, no idealizo Escandinavia.

Una amiga finlandesa me hizo «la pregunta» necesaria, clave, evidente a los ojos de esa otra cultura: «¿Por qué en México no valoran la vida?»

Después de lo ocurrido con los normalistas en Guerrero, las noticias me han venido lastimando mucho. Pienso que es el evento que penosamente nos ha levantado y comenza-do a articular de otras maneras. Y no parece que esto se vaya a detener. He llorado muchas veces, la mayoría de ellas fren-te a la pantalla (al informarme en línea), pero también en la ducha, o en mi habitación. En la segunda manifestación que organizamos los mexicanos con apoyo internacional (que ha sido sólido por parte de los latinoamericanos) me tuve que contener durante casi todo el recorrido. Y ocurre con los de-más. Nos afecta mucho, nos desespera, nos deprime. Afortu-nadamente la historia está cambiando. La movilización ha sido enorme y constante, dentro y fuera de México. Ha ha-

bido muestras de una creciente solidaridad y una manera diferente de confrontar al poder criminal y represor. Tal soli-daridad y empoderamiento fortalece la esperanza y nos per-mite afrontar el miedo juntos. Esto me ha ido levantando los ánimos. Al mismo tiempo, he notado que la forma y conteni-do de las noticias de medios alternativos también está cam-biando. Cada día salen más y más cosas a la luz.

Fue un placer enorme tenerte por acá en tu residencia y en el MuseumsQuartier. La pieza que exhibiste era totalmente necesaria, pertinente. Los trágicos eventos lo corroboraron inmediatamente, si es que no era evidente ya. ¿Qué me pue-des decir de esta pieza, así como de la investigación detrás de la obra? ¿Por qué elegiste ese formato tan peculiar para la ex-hibición Post-Colonial Flagship Store?

ISRAEL MARTÍNEZ

Georg Klein y Sven Kalden, curadores de la exposición y tam-bién artistas, me invitaron a este proyecto que, desde un pun-to de vista muy irónico, se interna en el poscolonialismo; el formato es el de una tienda de lujo. El título de la obra (en colaboración con mi hermano Diego) es South of Heaven, tan cerca de la potencia neocolonizadora y las ilusiones que esto representa para muchos (incluyendo al Estado que cada vez entrega más al país), y tan lejos de una mínima salud social y política.

Hicimos un puesto de venta similar a los de los tianguis en México, que, por cierto, ofrecen en su mayoría artículos piratas, que conforman una parte importante de la economía del país. El «producto» que ofrecimos fue un cd-r titulado Sounds of Mexican Drug War, que incluye una pieza auditi-va de casi sesenta minutos con sonidos extraídos de videos publicados en internet durante el sexenio de Calderón: sus discursos de lanzamiento o defensa de su proyecto, balace-ras grabadas por los mismos sicarios, decapitaciones, mani-festaciones, llanto, interferencia de charlas por radio entre miembros de cárteles; en fin, sonidos de terror, de vergüen-za, de tristeza y barbarie. Estos sonidos no se reproducen en bocinas, hay que colocarse audífonos para escucharlos. El sonido que sí es audible a través de dos bocinas se confor-ma del registro de inhalaciones de cocaína, como si fuera la música que acompaña a este puesto de venta, su «música de ambientación» es el consumo de una droga vital para Mé-xico como exportador —como señala el periodista italiano Roberto Saviano, quien incluso se atreve a decir que México es el centro de una nueva configuración del mundo en torno al negocio de la cocaína.

En este diálogo, Israel Martínez y Gerardo Montes de Oca observan, con distancia geográfica y crítica, el oscuro panorama en el que está sumido México y reflexionan en torno a la violencia desde el mundo del arte

ARTE Y VIOLENCIA EN MÉXICOPor Israel Martínez y Gerardo Montes de Oca

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58 59CO N V E R SAC I Ó N A B I E R TA CO N V E R SAC I Ó N A B I E R TA

En el mismo puesto hay un monitor en el que se muestra una transcripción textual de experiencias personales en tor-no a la droga y el narcotráfico, como un testimonio —entre millones que hay en el país— de cómo nos relacionamos con estos temas de forma natural, muchas veces sin decidirlo; por ejemplo, al tener un vecino inmiscuido en dicho nego-cio. También usamos una lona, pero en lugar de promocionar nuestro «producto», en ella explicamos ciertos puntos que nos parecen importantes para entender una parte de la rela-ción político-económica entre México y Estados Unidos. Este flujo de información está basado en el libro de Sergio Gonzá-lez Rodríguez, Campo de guerra, en el que señala el poder que ejerce Estados Unidos sobre México a partir del negocio de

la droga, y las políticas de una supuesta asistencia en torno a la seguridad.

Inauguramos el 2 de octubre, fecha importante para México, y tan sólo un poco después de la desaparición de los cuarenta y tres estudiantes. Empezó un proceso doloroso para todos. En mi caso, no pasó un solo día durante la residencia en el Muse-umsQuartier, y cada vez que visitaba la exposición, en el que no platicara con personas sobre la incomprensible situación de México. Como mencionas, la pregunta recurrente es por qué la vida vale tan poco en nuestro país. ¿Por qué se mata, se viola, se roba, se violenta tan fácilmente en México? Mu-cha gente no tiene idea de las gigantescas dimensiones del narcotráfico, su única relación con el tema son los dealers

de cualquier posible conexión con la sociedad en general. Ya que tu interés principal es un arte más frontal en torno a lo político —además de que Viena es un punto interesante don-de política y arte confluyen totalmente—, ¿cuál es tu visión sobre esto?

GERARDO MONTES DE OCA

Me parece que tu pieza articula múltiples elementos involu-crados en el tema del narcotráfico (cuyas relaciones se com-plican al momento de su análisis), al mismo tiempo que hace comentarios interesantes sobre un neocolonialismo en el inte-rior del mundo del arte. Es interesante que coloques el sonido como eje e intersección de procesos de producción y consu-mo cultural: sus industrias, el mercado informal en México y formas de comercio fuera de la ley. Con el formato de puesto callejero se crea una relación mercantil entre el espectador, la obra y el artista. La instalación vuelve al espectador un consu-midor y a la obra un producto de consumo, pero un producto al margen de la ley: pirata. El mercado informal cuestiona y confronta al Estado y a la ley. Y no sólo simbólicamente. Es decir, utilizas sonidos y discursos producidos por otros agentes o «autores» para apropiarte de ellos y reconfigurar sus relaciones y sentidos. He aquí su clandestinidad. Coque-teas incluso con una acción delictiva. La definición que da la unesco de la piratería me parece muy pertinente para lo que percibo en la pieza:

El término «piratería» abarca la reproducción y distribu-ción de copias de obras protegidas por el derecho de autor, así como su transmisión al público o su puesta a disposi-ción en redes de comunicación en línea, sin la autorización de los propietarios legítimos, cuando ésta resulte necesaria legalmente.

Considerando que tomas y alteras material sonoro en lí-nea de agentes/autores como el Estado (en los discursos pre-sidenciales), los criminales o testigos que documentan actos criminales o confrontaciones armadas y suben los videos a internet, emergen nuevas preguntas sobre el narcotráfico: ¿Quién o quiénes son los autores? ¿Cuáles son los derechos de esos «autores»? ¿Cómo se protegen sus productos? ¿Quién autoriza la disposición de tales producciones y por qué moti-vos? ¿Qué y quiénes definen y autorizan a un agente como su propietario legítimo?

Con tales preguntas se dirige de manera directa a las formas de dominio neocolonial intrínsecas en las relaciones entre Es-tado, crimen y ciudadanía en México, así como en la relación entre nuestro país y Estados Unidos. De esta manera se señala, cuestiona y confronta al Estado mismo y a los discursos insti-

Es fundamental sentirnos en comunidad,sentir al vecino, sentir al transeúnte, sentirnos todos, respetarnos, buscar las coincidencias más que acentuar nuestras diferencias.

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Israel Martínez.

Gente

comportándose

como verdaderos

animales, 2011.

Video, audio.

Israel Martínez, en

colaboración con

Diego Martínez.

South of Heaven,

2014. Stand, lona,

texto en video,

audio en dos canales

estéreo, 100 cd-r.

locales, que venden bajas cantidades. No saben que los grupos delincuenciales mexicanos están en gran parte del mundo, que la droga es un soporte económico ilegal muy importan-te, incluso en la Unión Europea, y mucho menos que algunos gobernantes de nuestro país son cómplices del proceso y, por supuesto, de los dividendos económicos.

Ahora que estoy de vuelta en México es inspirador ver a tanta gente movilizándose en todo el país, pues en muchos lugares tardó muchísimo tiempo para que se valorara la im-portancia de manifestarse, de marchar, de las acciones políti-cas. Es fundamental sentirnos en comunidad, sentir al vecino, sentir al transeúnte, sentirnos todos, respetarnos, buscar las coincidencias más que acentuar nuestras diferencias.

En este sentido, como mencionas, ha sido también inspi-rador sentir la unión fuera de México. En el caso de Viena, va creciendo, y hay estudiantes, artistas y activistas como tú trabajando fuerte en ello, estableciendo lazos con cualquier ciudadano interesado en el tema, difundiendo información. Es curioso porque a veces tengo la impresión de que parte de la escena artística contemporánea en México se avergüenza de su práctica en momentos como éste, asumen que el cir-cuito del arte es banal. Para mí, por el contrario, es uno de los espacios que incitan a la conciencia sociopolítica, aun-que en momentos tan radicales también muestra algunos puntos absurdos, autocomplacientes o, simplemente, fuera

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tucionales. La lona traduce esto de manera visual y el texto en la pantalla inserta la experiencia personal a la compleja trama. Mientras tanto, el espectador es invitado a consumir (o «ad-quirir») tal producto, por medio de uno de los tantos sonidos del mundo del crimen, corrupción e impunidad en México.

Muchas veces me preguntan por qué dejé la psicología para estudiar y hacer arte. Lo que pasa es que en el arte encuentro otras formas de reflexionar, investigar, experimentar e incidir en múltiples realidades. Creo que todos debemos preguntar-nos qué podemos hacer ante tal realidad en México. Esto me lleva a decir que el arte contemporáneo tiene una relación directa con la experiencia humana. Al trabajar con el arte, trabajamos directamente con múltiples subjetividades, lo cual nos permite probar y confrontar límites establecidos, formas de relaciones sociales y subjetividades dominantes. El arte tra-baja tanto con los terrenos simbólicos y culturales como mate-riales y relacionales, y por eso es imprescindible que se asuma una posición política. Al mismo tiempo, las artes producen nuevos espacios de enunciación, relación y acción. Claro que es un terreno limitado, no puede cambiar la realidad de tajo.

Pero nada lo puede hacer de ese modo, así es que entre más espacios subversivos creemos, más posibilidades de cambio e inclusión tendremos.

El arte, como la psicología y las ciencias sociales, requiere un alto grado de reflexividad. Digo esto porque pienso que es de extrema importancia mantener un constante grado de au-tocrítica al momento de reflexionar, cuestionar, organizarnos y actuar. Necesitamos cambiar el orden dominante cuidando de no hacerlo en formas de organización jerárquicas. Es cru-cial poder distinguir las más sutiles formas de exclusión y vio-lencia en nuestra vida cotidiana y organización ciudadana.

ISRAEL MARTÍNEZ

Los mexicanos estamos en un gran momento para detonar todo aquello que por años hemos pretendido transformar. Cuauhtémoc Medina comentaba en la charla que dio Bifo en el muac que éste será un proceso largo y no exento de incon-gruencias. Este punto me parece muy importante, porque de esas incongruencias suelen producirse escisiones; es decir, ataques ante cualquier posible diferencia entre nosotros en lugar de fortalecer nuestra comunidad.

Nuestros problemas son tan similares como las mismas lí-neas de cocaína que se inhalan alrededor del planeta.

GERARDO MONTES DE OCA

Sin duda la historia no es un continuum estable y coherente. Cuando las personas me preguntan aspectos sociales, cultu-rales o políticos de México siempre digo que es un espacio donde convergen muchas capas históricas y culturales de ma-neras muy complejas. Sin embargo, nos cuesta asumir tales diferencias, ¿acaso tenemos un ideal colectivo identitario que nos duele confrontar?

No me queda duda de que encuentros como el que hemos teni-do desde tu visita a Viena y el diálogo, que aún continúa, son for- mas de relación que necesitamos buscar, provocar y sostener. Dentro y fuera de México.

Israel Martínez (Guadalajara, 1979) ha creado videoinstalaciones, acciones, intervenciones y obra gráfica, además de composiciones electroacústicas. Es cofundador de la plataforma de difusión multimedia Suplex y del sello Abolipop Records. Su trabajo reflexiona sobre temas sociales a través del sonido, la música y su vinculación con la imagen.

Gerardo Montes de Oca (Guadalajara, 1978) es psicólogo clínico y social, activista y artista transdisciplinario. Actualmente realiza estudios doctorales en la Academia de Bellas Artes de Viena, donde investiga las políticas estéticas de la afectividad colectiva en contextos de violencia, dominación, resistencia y emancipación.

Gerardo Montes

de Oca. Diver, 2013.

Still de video.

Gerardo Montes

de Oca. Crime

Scene, 2014.

Expedición a la Isla

Kylmäpihlaja.

Gerardo Montes

de Oca. Sin título

(negociando el

espacio público),

2010. Impresión

digital.

[…] Las artes producen nuevos espacios de enunciación, relación y acción.Claro que es un terreno limitado, no puede cambiar la realidad de tajo.

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63CR Í T I C A : LI B R O S62

Crítica: li

bros

lo acusa de intento de violación. El marido de Antea, el rey Preto,

para no faltar a las normas de hospitalidad al asesinar a Belerofon-

te en sus palacios, le encomienda llevar una carta a un rey lejano.

El héroe, por supuesto, ignora que en esas letras lleva su propia

condena. Las palabras escritas, dice Homero, son sémata lygra,

signos terribles, funestos.

EL TLC: EL MUNDO ESCRITO

Anti-Humboldt participa de esta idea clásica. Aquí, las sémata ly-

gra, las palabras funestas, conforman el cuerpo del Tratado de

Libre Comercio que ha regido nuestra vida —y la de otros dos

países— durante más de veinte años. En el Tratado está nuestro

calendario, los años venideros, el futuro. El Tratado es la Ley que

está por encima de toda ley. Es el mundo. Encima del Estado, de

la familia, del individuo.

En Anti-Humboldt, el tlc funciona como una cosmogonía neo-

liberal. Como todo texto cosmogónico, el Tratado clasifica, divide,

establece formas de consecución y origen, y exhibe su autoridad.

Bajo premisas comerciales, define e instaura el orden de todo lo

vivo y lo inerte. Decodifica y traduce, en sus términos, a plantas,

animales y personas. El Tratado es un Libro de la vida, cruel y de-

vastador. Es la funesta palabra escrita.

EL SISTEMA OCULTO EN LA ESCRITURA

Sin embargo, en Anti-Humboldt, una lectura del Tratado de Libre

Comercio de América del Norte, no leemos el tlc. García Manrí-

quez ha borrado el texto. ¿Qué esconden esas palabras, enton-

ces? Como el mismo Belerofonte, lo ignoramos.

Lo que leemos en Anti-Humboldt son palabras resaltadas, aque-

llas que se han salvado de la fantasmagoría, de ser meras som-

bras de la realidad.1 Descubrimos, a partir de

ellas, que se esconde un Sistema Armonizado.

Un sistema que busca resignificar todo cuan-

to existe, objetivamente. Convertir todo en una

mercancía, sin contradicciones ni divergencias,

que transite de una frontera a otra. Este Siste-

ma dentro del tlc es el punto clave de la lec-

tura de Manríquez.

VOZ POÉTICA Y RESISTENCIA

En Anti-Humboldt las palabras que leemos (las

resaltadas) no son sino fragmentos, resquicios

por donde emerge la voz poética. Seleccio-

nadas, producto de la mutilación o creadas,

revelan la postura de la voz ante el tlc y, parti-

cularmente, frente al Sistema Armonizado. La

voz poética intenta resistirlo. Ante la brutalidad

de la Ley, de su frialdad, de su resolución en cifras, de la imposi-

ción de la manufactura y la maquinaria sobre los individuos y su

búsqueda de la felicidad, surge el yo (de mayoritario).

La voz se erige como un desastre natural que no puede ser cata-

logado ni medido. Una fuerza que está fuera del control del Tratado.

Esta resistencia —paradójicamente— nace de las palabras de un

1 Demócrito de Abdera, B145 D-K.

PREÁMBULO: PALABRA DICHA Y PALABRA ESCRITA

Las culturas antiguas estaban cimentadas en la oralidad. En ellas,

la palabra dicha y sistemáticamente repetida por sacerdotes, go-

bernantes o cualquier otro jerarca, era equivalente a la verdad. La

palabra de la autoridad era ley. Con la aparición y el auge de la es-

critura, según se ha dicho, este sistema comenzó a tambalearse. Al

parecer, en la soledad de la lectura, el individuo conseguía estable-

cer un diálogo silente con el autor. Así, el lector podía —en teoría—

refutar, comprobar o corregir lo escrito. La lectura, entonces, se

convertiría en la fuente de la divergencia y el pensamiento crítico.

BELEROFONTE Y LOS SIGNOS FUNESTOS

Pero la palabra escrita, a diferencia de la oral, no era (ni es) ac-

cesible para todos. Una inmensa mayoría de ciudadanos, escla-

vos, niños y mujeres, veía (ve) inscripciones, tallas en las paredes,

rocas con signos: todos ininteligibles. Su carácter hermético los

conduce al temor, a la sospecha. ¿Qué son esos garabatos?, ¿qué

esconden? La literatura ha proporcionado distintas respuestas.

Quisiera abordar sólo una, por considerarla esencial en mi lectu-

ra del Anti-Humboldt de Hugo García Manríquez. En la Ilíada VI

(145 y ss.), Homero resume la historia de Belerofonte: Antea, rei-

na de Tirinto, quiso seducir al héroe, que permanecía en su corte

como huésped. Belerofonte rechazó su oferta. Ofendida, la reina

texto que intenta homologar y convertir en recursos utilizables

al mundo. Brota de él, como esperanza. La esperanza (¿don o

castigo?) de escapar al dominio del capital,

esa zona común que ya no conoce límites ni

fronteras (p. 72):

(a) cada filial financiera extranjera tendrá un capital

autorizado determinado por México, y el capital pa-

gado de dicha institución no deberá ser menor […].

Una vez establecida, México podrá permitir que el

capital autorizado exceda al capital pagado. El capi-

tal autorizado no se reducirá, por ninguna medida de

México (salvo por medidas prudenciales), por debajo

del capital pagado. El importe máximo de las opera-

ciones de cada filial financiera extranjera se deter-

minará […] el efecto de evadir los límites de capital

señalados en esta lista. Este inciso no se aplica a las

transferencias de fondos de buena fe para constituir

depósitos de una noche. […]

Javier Taboada (Ciudad de México, 1982) es maestro en Letras Clásicas por la unam. Ha sido traductor de poemas, profesor de latín y griego, y locutor de radio. Es autor de Poemas de botica.

Anti-HumboldtHugo García ManríquezAldusMéxico, 2015

Práctica de caza

Rosa Gaytán

Textofilia / unam

México, 2015

Por DaviD Ruano González

Los poemas que conforman Práctica de caza,

segundo libro de Rosa Gaytán, abordan temas de

corte hogareño y familiar como los quehaceres, la

maternidad, incluso la escritura Con un lenguaje que

pretende la sencillez, lo cotidiano y lo conversacional,

con mínimos giros en la adjetivación y en la sintaxis,

los poemas se desarrollan desde un yo que intenta

revelar aspectos de dichas acciones a través de una

fórmula repetitiva: se describe la situación dentro de

la misma simplicidad de un objeto o un acto y, al final,

uno o dos versos que dan la vuelta de tuerca poética,

pero que suelen derivar en una resolución manifiesta

en la naturalidad del acto o el objeto mismos

A pesar de que Fabio Morábito hace una intere-

sante defensa de estos poemas en el prólogo del

libro, resulta un ejercicio de generosidad para es-

tas estampas que se quedan en descubrimientos

un tanto obvios no sólo para un lector común de

poesía, sino para la gente que se ve envuelta en

estas tareas

La espera, los ojos abiertos

Adolfo Echeverría

Ediciones Simiente

México, 2015

Por zel CabReRa

Estamos ante un libro de poemas, o quizá un solo

poema que se extiende a lo largo de ciento vein-

tiún páginas, a través de una sola línea La espera,

los ojos abiertos, de Adolfo Echeverría (Ciudad de

México, 1964), nos cuenta un deseo, un pensamiento

y, en ocasiones, se vuelve sólo una concatenación

de algo que nunca se devela, una constante que

no queda clara

La intención del autor parece ser una búsqueda a

través del lenguaje; sin embargo, tiende a la disper-

sión y a la reiteración En La espera, los ojos abier-

tos se mezclan sin distinción prosa y verso, pero

se alcanza a notar la intermitencia de una historia

amorosa o del deseo de éste y su enumeración en

imágenes y metáforas El libro presenta una lectu-

ra horizontal, en la que el cuerpo y las sensacio-

nes tienen un papel primordial y un inquebrantable

experimento

SOBRE EL ANTI-HUMBOLDT (O DE LAS PALABRAS)Por Javier Taboada

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Page 34: REVISTA TIERRA ADENTRO 207

65CR Í T I C A : LI B R O S64 CR ÍT I C A : LI B R O S

Narcoamérica

Colectivo Dromómanos

Tusquets

México, 2015

Por Thania aGuilaR

Una línea de cocaína que abarca por cuarenta y sie-

te ciudades Tres periodistas en un Pointer 2003

Un fenómeno que atraviesa América Latina con

las rutas de una cartografía propia Libro, escrito a

tres manos, recorre la topografía de la que, en al-

gún momento, fue considerada la «droga maravilla»

La investigación periodística realizada por Alejandra

Inzunza, José Luis Pardo y Pablo Ferri se preocupa

por registrar los distintos niveles del tráfico de co-

caína: lo abraza a nivel económico, político y social

A lo largo de sus páginas, con ayuda de testimo-

nios, documentación e investigación de campo, se

dibujan las diversas aristas de una realidad innega-

ble: un sistema de corrupción que ha echado raíces

y una dinámica en la que la miseria se ha conver-

tido en la carne de cañón predilecta Narcoaméri-

ca es la crónica fragmentada de un negocio que

mueve al año más de trescientos veinte mil millo-

nes de dólares, el relato de la empresa más redi-

tuable del mundo

Basta cerrar los ojos

Darío Jaramillo Agudelo

Era

México, 2014

Por CaRlos aTzin

La antología más reciente del poeta y narrador co-

lombiano Darío Jaramillo Agudelo da muestra de

una evolución poética notable Digamos que los pri-

meros poemas de alguien siempre resultan peligro-

sos por una exaltación inmadura pero necesaria; en

el caso de este autor resulta un acto honesto añadir

las primeras inquietudes (poco efectivas) y darle al

lector una línea evolutiva acerca de la vida de los

propios poemas

Compuesto por la selección de ocho libros de

poesía, el lector notará las obsesiones por hallar

en lo que nos rodea (las piedras, el cuerpo amado,

la memoria, la nostalgia, la soledad, los gatos) algo

que no habíamos visto antes Con un lenguaje su-

mamente puro y sin adornos, el poeta descubre y

convoca otros estados de las cosas, pues «basta

cerrar los ojos para que lluevan estrellas»

Los libros de Gallo se sitúan en ese debate precisamente, en el

intercambio y recepción de las ideas modernas entre europeos/

norteamericanos y mexicanos. Su libro sobre Freud y México,

la relación de Proust y los escritores latinoamericanos, las van-

guardias mexicanas y su correspondencia con las europeas son

el principal foco de atención en estudios como Freud’s Mexico:

Into the Wilds of Psychoanalysis, Heterodoxos mexicanos, Marcel

Proust’s Latin Americans y Máquinas de vanguardia, publicado en

2005 primero en inglés, como la mayor parte del trabajo de Gallo,

y recientemente traducido por Valeria Luiselli para Sexto Piso.

En Máquinas de vanguardia, como el título sugiere, Gallo abor-

da la tecnología y su influencia en las vanguardias artísticas a

principios de siglo xx. Un tema muy estudiado en inglés, fran-

cés y alemán, pero que había sido descuidado por la academia

mexicana posmoderna, tan embelesada con la novedad y la sub-

alternidad. El libro abarca las décadas de los veinte y treinta, el

fin de la Revolución y el inicio de la fiebre de modernización que

el país sufrió durante los gobiernos de Álvaro Obregón y Plutar-

co Elías Calles. Es la época dorada de Diego Rivera, Frida Kahlo,

Tina Modotti, José Vasconcelos, los Estridentistas y los Contem-

poráneos. Gallo relaciona los métodos y herramientas de trabajo

de cada uno de esos artistas con los principales aparatos tecno-

lógicos que revolucionaron la cultura y la política: la industria

automotriz, la cámara fotográfica, la radio, la máquina de escribir

y el cemento (desgraciadamente, no dedica un capítulo al cine o

la música).

Es un libro acucioso, lleno de simpáticas anécdotas de cómo

los artistas mexicanos confrontaron la realidad mediada por esos

inventos tecnológicos —por ejemplo, cuando narra la residencia

del hermano de Apollinaire en la Ciudad de México o las aven-

turas de Tina Modotti y Edward Weston en el país—. Algunos,

como Mariano Azuela y Martín Luis Guzmán, desconfiaban de la

modernidad porque, según Gallo, adolecían de una visión todavía

muy modernista y de finales del xix: preferían el clasicismo por-

firiano y humanista que ya no coincidía con el proyecto de país

posrevolucionario. Mientras que otros, como Rivera y Maples

Arce, recibieron con entusiasmo las nuevas tecnologías, aunque

con resultados poco convincentes porque no supieron incorpo-

rarlas en la construcción de sus obras. Un punto crucial en este

sentido es el optimismo y esperanza que la tecnología inyectó en

los artistas e intelectuales de izquierda; la recibieron, al igual que

Walter Benjamin, como una posibilidad de propagar el mensaje

revolucionario y como el medio ideal para construir una nueva

sociedad. Gallo narra los encuentros y descalabros de toda una

generación que se vio trastocada y obligada a repensar su oficio

y, en esa experiencia, revolucionar o fracasar.

LA MODERNIDAD ERRADAPor Francisco Serratos

En la academia contemporánea de las humanidades existen dos

tipos de investigadores: los que escarban en archivos para ofre-

cer nuevas lecturas sobre distintos documentos culturales, como

la literatura, el arte o la historia, y los posmodernos que agotan

el presente, la novedad de la teoría y las nuevas perspectivas so-

bre productos híbridos, sexualidades indefinidas o documentos

no artísticos leídos con la misma metodología que un poema clá-

sico. No vale la pena discutir cuál es mejor porque ambos, desde

su particular forma de abordar los objetos de estudio, pueden

producir textos tan mediocres como brillantes.

Dentro de la primera categoría de académicos, un tanto reduc-

cionista si gustan, me parece que está el trabajo de Rubén Ga-

llo. El tópico de Gallo ha sido constante dentro de su producción

académica: la modernidad de principios del siglo xx en México,

principalmente en las décadas posrevolucionarias, cuando el país

figuró en el mundo como una utopía cultural. Los temas que se

discutían en París o Nueva York eran los mismos de los que se ha-

blaba en la capital, no porque nuestros artistas hayan participado

de esos debates directamente (aunque algunos sí lo hicieron), sino

porque los artistas que debatían la modernidad, es decir los que

representaban las vanguardias, en su mayoría, vivían o visitaron

México e hicieron de este país la casa de la vanguardia. La lista es

larga: fotógrafos, pintores, poetas, novelistas, editores, etcétera.

Máquinas de vanguardiaRubén GalloSexto PisoMéxico, 2015

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66 67CR ÍT I C A : LI B R O S CR Í T I C A : LI B R O S

Aquí es donde tengo un problema con la lectura de Gallo. Su

concepto de modernidad resulta ambivalente: para él, los artistas

que mejor se adaptaron a la nueva tecnología

son los que merecen llamarse «modernos»,

mientras que quienes la rechazaron, por pre-

juicios o ceguera técnica, son conservadores.

El primer ejemplo es la máquina de escribir.

En este capítulo Gallo compara la postura de

dos narradores con dos poetas (primer error):

Azuela y Guzmán con Maples Arce y el brasi-

leño Mário de Andrade. Además de pertenecer

a generaciones distintas y momentos históri-

cos, aunque no muy distantes, casi ajenos, Ga-

llo califica a los primeros como conservadores

porque, a pesar de que utilizaron máquinas de

escribir, su actitud no fue tan abierta y entu-

siasta como la de los jóvenes poetas. En pocas palabras, no re-

novaron su estilo ni exploraron nuevas posibilidades con esta

máquina.

En el caso de Azuela, quien terminó de escribir Los de abajo en

una Oliver, las máquinas de escribir eran vulgares porque estaban

«asociadas a un episodio amargo de la política mexicana: el Por-

firiato y su ideología». Además, Azuela representa la máquina de

escribir en su obra como un objeto presuntuoso, pesado, atracti-

vo visualmente, «pero inútil en lo más fundamental». Tuvo que

usar la máquina por necesidad, no por gusto, cuando se encon-

traba exiliado en El Paso, Texas, y el editor de un diario local se

no haya creado un poema memorable: su modernidad estriba en

su actitud, no en su obra, parece argumentar el académico. «La

literatura estridentista de “las máquinas de

escribir y los avisos económicos” debía ser

ruidosa, irreverente, y estar firmemente arrai-

gada en la época moderna —una literatura,

dicho en pocas palabras, que era la antípoda

de la prosa lánguida de Guzmán». Difícil no

fruncir el ceño ante tal aseveración.

Gallo aquí parece perder el hilo de la van-

guardia y la historia de la literatura. Es injusto

comparar a Guzmán con Maples Arce y, en-

cima, con un poeta como Mário de Andrade,

porque, como reza cualquier tomo de histo-

ria de la literatura mexicana o latinoamerica-

na, la novela no dio el giro vanguardista sino

muy tardíamente en el siglo xx, mientras que

la poesía —el género que encabeza cualquier vanguardia— fue

prematura y mejor afianzada. A más de ello, Gallo coloca la mo-

dernidad en el lugar equivocado: que el Ulises de Joyce se haya

escrito a máquina o a mano no la hace más ni menos moderna

porque su modernidad estriba y está contenida en otras carac-

terísticas; que un autor escriba a máquina o en computadora, en

Word o en Scrivener —la app en la que estoy escribiendo esto—,

no lo hace más moderno ni quiere decir que entienda mejor la

realidad porque se mantenga atento a las modas tecnológicas.

La modernidad está fundada en la actitud crítica de la realidad,

no en su aceptación, y esta actitud implica una crítica de la mo-

dernidad misma.

El tercer capítulo de Máquinas está dedica-

do a la radio y aquí Gallo comienza comen-

tando una tierna fotografía de 1920 de un niño

escuchando la radio con unos audífonos que

le cubren la mitad de la cabeza. El niño apa-

rece en la imagen en un estado de trance, con

un gesto de ensueño y abstracción, conecta-

do totalmente con el aparato: «pareciera ser

un sujeto moderno arquetípico, atrapado en-

tre tecnologías acústicas y visuales: su oído

ha sido electrificado; su mirada, fotografia-

da». Con esta descripción, Gallo da a enten-

der que el sujeto moderno debe abandonarse a

las innovaciones tecnológicas y el artista debe

integrarlas en su procedimiento creativo para

transformar la forma y el contenido de su trabajo artístico. No se

equivoca en algunos casos si se toma en cuenta, por mencionar

uno, Altazor de Huidobro, un poema que incorpora el paracaídas

y otras máquinas en sus metáforas. El problema de Gallo es que

la modernidad que les exige a los artistas que estudia se puede

aplicar a él mismo, porque en lugar de criticar esa modernidad y

tomarla como un discurso agrietado, se resigna a observarlo como

monolito incuestionable.

Parece que para Gallo el artista debe convertirse en vocero de

la novedad cuando lo compara con los publicistas de compañías

¿Acaso esta atrocidad es el centro de todo?

Aleida Belem Salazar (comp.)

Stillness & Blood Press

México, 2015

Por YTzel maYa

Podemos construir puentes para ver a los suicidas

volar, o para tratar de hilar y crear diferentes atmós-

feras que convivan con las voces femeninas que nos

ofrece el texto Belem Salazar, en el prólogo a ¿Aca-

so esta atrocidad es el centro de todo?, dice que allá

afuera está pasando algo que todavía no se puede

definir Tal vez, a partir de la premisa de lo inefa-

ble, las autoras encontraron lo potente, lo desga-

La soledad del mal

Horacio Convertini

Universidad Veracruzana

Veracruz, 2015

Por DieGo salas

Con una estructura sólida, Horacio Convertini se

da el lujo de explorar un lenguaje poético poco

usual en la narrativa contemporánea latinoameri-

cana, cuya deuda estilística apunta a Rodolfo Walsh

y Truman Capote, en su primera novela que llega

a México, La soledad del mal . Aunque en Argenti-

na la han señalado como «novela negra» o «no-

vela policiaca», me parece que tiene aún más de

rrador, lo incómodo —fuera, muchas veces, de la

noción de verso

La ilustración en un libro no debería pretender es-

tablecer un valor pedagógico y didáctico a la obra

En esta antología de poesía, las ilustradoras tratan

de crear paradigmas de significado en las palabras de

las autoras; no hay espacios en blanco, todo queda

fuera de la imaginación La creación gráfica gene-

ra nuevas lecturas, así el discurso queda abierto La

interacción de las ilustraciones con el texto es un

juego de silencios: ¿qué se dice y qué no se dice?

¿Dónde está el lenguaje preciso de la carne?, ¿hay

un lenguaje que habla a través de lo que palpita?

shakesperiana, pues la muerte sirve de marco para

perfilar una serie de conductas capaces de apunta-

lar los cimientos sobre la conciencia ética y moral

de un lector poco habituado a establecer matices

en el valor de la gente que lo rodea La soledad del

mal es una de las últimas publicaciones de la colec-

ción Ficción de la Universidad Veracruzana, lograda

gracias a un convenio con la Editorial de la Univer-

sidad de Villa María (Argentina), la cual fue la casa

editorial original de este título Aunque tardío, es

tal vez uno de los lanzamientos de narrativa más

afortunados de la actual administración editorial de

esa casa de estudios

la ofreció para que terminara su gran novela. En suma, Azuela, a

diferencia de otros escritores como Blaise Cendrars y T. S. Eliot,

«era un tradicionalista que ridiculizaba todo

intento de llevar la escritura a las filas de la

modernidad tecnológica».

Martín Luis Guzmán, tal vez el primer no-

velista mexicano moderno, tampoco sale bien

librado del juicio de Gallo: Guzmán simple-

mente no puede entender la máquina de es-

cribir y la confunde con una cajita musical

cuyo único propósito es arrullar a su hijo. «El

autor», dice Gallo, «se consideraba, por su-

puesto, como un miembro de la comunidad de

espíritus cultivados, que se oponían al progre-

so y a todas sus manifestaciones —la indus-

tria, las máquinas, y los nuevos medios como

la máquina de escribir o el fonógrafo—, en aras de la alta cultu-

ra». Es decir, tenía una visión elitista de la cultura que contrasta-

ba con las ambiciones modernistas del gobierno; tanto así que

prefería la Remington a la Underwood, una máquina mucho más

sofisticada: «eligió una máquina políticamente conservadora, in-

cluso reaccionaria».

Al lado de estos dos novelistas, la obra de Maples Arce es

mucho más moderna porque este poeta, uno de los menos ta-

lentosos de la época si se le compara con cualquiera del grupo

Contemporáneos, acepta y recibe la tecnología con un entusias-

mo desfogado al igual que los futuristas italianos. No importa que

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Page 36: REVISTA TIERRA ADENTRO 207

68 69CR ÍT I C A : LI B R O S CR Í T I C A : LI B R O S

de radio y construcción que intentaban vender sus productos.

Dedica decenas de páginas al esfuerzo que las empresas de ce-

mento y radiodifusoras hicieron para

captar la atención de los mexicanos y acep-

taran consumir sus productos. Entre ellos,

Federico Sánchez Fogarty, un publicista-

poeta que organizó campañas culturales

para que el cemento fuera aceptado como

un material moderno y más diverso, fundó

revistas literarias y convocó a artistas para

que cantaran o representaran al cemento

con la dignidad que merecía. Fogarty fue

una especie de visionario que enseñó a los

artistas mexicanos a apreciar la modernidad, según Gallo, porque

con él y la ayuda de otros políticos entusiastas del cemento, «una

ideología protecnológica había reemplazado a las viejas fobias y

ansiedades que despertó el inicio de la modernidad».

Los mexicanos somos refractarios a la modernidad, dice el autor

en el último capítulo de Máquinas —un capítulo que por lo demás

le debe mucho a Octavio Paz y a Gabriel Zaid sin agregar nada

nuevo, y que por tanto se antoja excesivo—. Las ambiciones de

ideólogos como Vasconcelos y políticos como Obregón, Calles y

Heriberto Jara —gobernador de Veracruz que mandó a edificar

el estadio de Xalapa— no concordaban con la verdadera reali-

dad social y económica de la población. Gallo lo resume así: «La

modernidad había llegado a México pero no reemplazó el pasado

premoderno: coexistía con él, y la vida de la capital se convirtió

en una yuxtaposición paradójica de artefactos ultramodernos y

rituales conservadores, de ambiciones cosmopolitas y tendencias

nacionalistas». Una dicotomía que Gallo prefigura en el actual mer-

cado de Tepito porque ahí, dice, los dispositi-

vos tecnológicos son exhibidos como meras

mercancías de consumo que han perdido su

carácter revolucionario tal y como lo ima-

ginaron los artistas y pensadores marxistas

de principios de siglo pasado.

Por esta razón, Gallo coloca a los artistas

extranjeros como los verdaderos lectores

de la modernidad: los fotógrafos mexica-

nos son incapaces de sacudirse el picto-

rialismo decimonónico, mientras que Tina

Modotti, afianzada en México y bajo la tutela de Weston, renue-

va el discurso fotográfico con sus imágenes de cables, postes de

luz y estadios deportivos; Maples Arce, un poeta que Gallo reco-

noce como poco talentoso, no logra cuajar sus metáforas futuris-

tas con una verdadera experiencia de la radio ni la máquina de

escribir, a diferencia de Mário de Andrade y Apollinaire, quienes

trastocan sus métodos de escritura gracias a esos aparatos. Los

artistas mexicanos, al menos los que Gallo estudia, están dividi-

dos en dos realidades polares que les impiden crear una obra a

la altura de la modernidad. Los artistas contemporáneos tampo-

co se salvan de este juicio, porque para Gallo hay una gran falta

de «interés por el potencial de la tecnología para producir nue-

vas posibilidades de representación», no hay novelas que «explo-

ren el impacto de esta red universal de la escritura [internet]» y

los fotógrafos no han medido el impacto de la digitalización. Por

supuesto, esta es una gran mentira: basta asomarse al medio ar-

tístico mexicano de los últimos diez años para encontrar cientos

de ejemplos de artistas que utilizan el internet (blogs, ebooks, vi-

deo, redes sociales) y otras tecnologías para crear sus obras.

Me parece que esa carencia que menciona el autor es, por el

contrario, una ganancia, y por antonomasia la característica de la

modernidad intelectual que nos distingue —idea de Alfonso Re-

yes—. Habitar la frontera de dos mundos no vuelve a nadie afási-

co, pero sí tal vez más crítico. Gallo, sospecho, sigue demasiado a

Walter Benjamin, un filósofo entusiasta de la tecnología, curioso

de las posibilidades de la fotografía, que incluso escribió guiones

radiofónicos y que murió tempranamente como para ver el caos

que más tarde colegas suyos, como Adorno y Horkheimer, teori-

zaron —no necesariamente contradiciéndolo— cuando, durante

su exilio en Estados Unidos, atestiguaron la modernidad tecnoló-

gica y, lejos de inyectarles entusiasmo, la criticaron duramente: el

uso de la tecnología en la guerra, la radio como la «trivialización»

del arte y principal instrumento de proselitismo fascista, y el con-

sumismo como una falsa categoría de la existencia. El debate de

la modernidad que caldeó la amistad de Benjamin y Adorno, in-

cluyendo a otros pensadores como Lukács y Brecht, es el mismo

que Gallo intenta transportar al caso mexicano: mientras allá se

opuso el naturalismo al expresionismo y el realismo a la vanguar-

dia, aquí fue la ideología porfirista y el nacionalismo contra la

modernidad y la vanguardia que promulgaba el nuevo régimen.

El verdadero arte —lo que sea que esto signifique— nos lo de-

muestran las obras; más que zambullirse en el río de la realidad

para dejarse arrastrar, coloca un dique que obstruye ese dejarse

llevar. Si incorpora en su composición elementos y discursos de

otras disciplinas o campos del conocimiento no los trata como

modelos para construir una mejor sociedad, sino como meros

objetos en la experiencia humana. Esa ha sido la gran respuesta

de los artistas modernos: Pound, Artaud y Cuesta respondieron

con la locura, Orwell y Huxley con la distopía, Celan con el sui-

cidio, Novo y Gide con la homosexualidad, Guzmán con el thrill-

er político, Azuela con la crítica del proyecto revolucionario y

Proust y Kafka con el encierro; y si escribieron a máquina, se de-

jaron fotografiar o viajaban en auto no agrega ni quita nada a la

calidad de sus obras.

Francisco Serratos (Veracruz, 1982) ha publicado en revistas como Crítica, Lado B, Picnic y Gaceta Frontal. Es autor de Bordeños (Feta, 2014).

Los disfraces del fuego

Manuel Iris

Atrasalante

México, 2015

Por JoRGe oRTeGa

Ante la denodada pretensión de la poesía mexicana

de sonar menos introspectiva y más desenfadada,

fundida con los compases de la calle, el ruido, las

efusiones del relajo, el coloquialismo, los referentes

a los medios masivos, la agitación y la obsesión por

vocalizar la circunstancia, toparse con Los disfraces

del fuego (Atrasalante, 2015), que mira a mi parecer

hacia el lado contrario, significa una grata excepción

Facsímil

Alejandro Zambra

Sexto Piso

México, 2015

Con la estructura de la Prueba de Aptitud Verbal,

que se aplicó en Chile hasta el 2002 para entrar a la

universidad (es decir, la misma que tomó Alejandro

Zambra; es decir, con una serie de ejercicios de op-

ción múltiple), el autor de Mis documentos escribió

este libro originalísimo cuyo tema central es la edu-

cación —en el colegio, pero también en la familia, en

la iglesia y hasta en la televisión—, la cual funciona

como punto de entrada para realizar una crítica, no

a la regla y una garantía de resistencia del tempera-

mento poético a la dictadura de la moda en curso

Lo anticipa ya la música de Arvo Pärt que desde el

pórtico de cada una de las cuatro secciones del li-

bro se recomienda escuchar, un repertorio propicio

a la sosegada exploración de la interioridad y bajo

cuya advocación transcurre esta reciente entrega

de Manuel Iris Los disfraces del fuego rinde tributo

a los misterios de un orden que cambia sin que lo

notemos, como el milagro cotidiano de lo que da-

mos por sentado o pasamos por alto sin registrarlo

sin un humor crudo y por momentos nostálgico, de

la sociedad chilena

Zambra sigue el camino recorrido en su obra al

adentrarse en la vida cotidiana de la clase media

chilena, pero en esta ocasión el tratamiento es más

radical, tanto en la forma como en el contenido Al

tratarse de ejercicios con distintas posibles respues-

tas, Facsímil es en realidad muchos libros, tantos,

podríamos decir, como lectores tenga: al final hay

una hoja de respuestas —o facsímil— que cada uno

deberá ir llenando a medida que avance en la lec-

tura, como en un examen Pero en este libro el ver-

dadero examinado es ese país del sur con poetas y

dictadores, un país que quizá no pasó la prueba —hb

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71CR Í T I C A : M E D I O S70

Crítica: m

edios

de ambientes nublados, grises y lúgubres, baste citar Stalker, de

Tarkovsky, y Días de eclipse, de Sokurov—, su tema no ha perdido

vigencia. Si los escritores aludían con pocos tapujos a la persecu-

ción intelectual propia del totalitarismo soviético, Aleksei Ger-

man, el director, quiere decirnos que, en un régimen como el de

Vladímir Putin, aún tiene sentido hablar de lo mismo.

A pesar de los diálogos sin sentido y la experiencia asquerosa,

como nos recuerda el protagonista constantemente, la ironía y la

habilidad técnica destacan a tal punto que convierten a Qué di-

fícil es ser un dios en una joya. Y no podía ser menos, después de

los catorce años que su creador tardó en casi acabarla —su hijo y

esposa tuvieron que dar los últimos retoques, después de que el

artista ruso muriera sin leer las críticas a su opus vitae.

La ambientación, así como el sonido —postsincronizado— son

impecables; están tan logrados que dudo que muchos aguanten

más de media hora, de las casi tres que dura, entre plumas, mocos,

flatulencias, suciedad y mal olor. Solamente el blanco y negro dul-

cifica esta experiencia. Una estética de lo abyecto y de lo siniestro

representada en la construcción de escenarios, en la caracteriza-

ción de cada uno de los personajes y objetos que aparecen. La cru-

deza se pasea ante nuestros ojos en forma de animales disecados,

otros que vuelan, revolotean y se posan frente a la cámara, pero

también como cadáveres mutilados y caracteres estrambóticos

y deformes. Como escribió Eugenio Trías, el arte contemporá-

neo se avecina a lo bello y a lo siniestro. Y qué mejor descripción

para esta película de planos secuencia perfectos y movimientos de

cámara calculados al milímetro, que se

enfrenta a la claustrofobia de espacios

cerrados con muchedumbres repulsivas

y hacinadas entre lodo y carroña, a la

presencia constante de lo escatológico.

Pese a la precisa coreografía orques-

tada por German, sería lícito decir que

en este retrato reina lo estático, pro-

bablemente reforzado por el expresio-

nismo actoral. Aun contando con los

numerosos movimientos de cámara, y

siguiendo la propuesta de Gilles Deleuze, las tomas de este mundo

originario mantienen la pulsión de muerte en su propia quietud,

en su descomposición. La diferencia con la tesis deleuziana es que

aquí las bajas pasiones, el primitivismo, la agresividad, lo innom-

brable en nuestra sociedad civilizada, ya no están contenidos en

un plano, en un espacio para ello, sino que se han desparramado

más allá de las fronteras que los habían comprendido hasta este

momento. Y lo único que queda es una musiquita diegética, con

ritmos de jazz, tocada por un extrañamente artístico maestro de

ceremonias que anuncia, al que haya aguantado, que el espectá-

culo llega a su fin.

En largos primeros planos, en planos detalle, en otros cortados

y otros en segundos, suceden todo tipo de acciones inimagina-

bles y expresiones que no dejan ni un segundo de descanso y apun-

tan a un novedoso desplome de la cuarta pared. Pero dos horas,

Nos encontramos frente a un cuento, o mejor, una fábula. Pues

solamente en un contexto inventado como éste podría el espec-

tador enfrentar un ataque a sus sentidos como el de la cinta Qué

difícil es ser un dios. Y lo digo porque, como relata el narrador, la

acción se sitúa en un planeta cercano a la tierra; uno en el que el

Renacimiento nunca fue y que se ha quedado anclado en una es-

pecie de Alta Edad Media. Sólo gracias a este aislamiento, donde

las leyes se conforman al paso de la mirada del público, y bajo esta

condición, podemos nosotros, humanos terrícolas, digerir es-

ta película.

Entre podredumbre, fetidez y muerte viven los habitantes de

Arkanar, el planeta al que se ha desplazado nuestro protagonista,

junto a otros historiadores y antropólogos, para estudiar, y quizá

contribuir, a la evolución de estos humanos. Pero ni Don Rumata,

siendo un dios, ni ninguno de sus colegas, haciéndose pasar por

aristócratas, están autorizados a intervenir directamente en el

proceso histórico de esta civilización, y aunque lo hicieran acaba-

rían viéndose forzados a aceptar la triste realidad: la miseria y la

ignorancia seguirán dominando el devenir de esa cultura.

Quizá por ello se ha comparado el filme con la obra de Brueg-

hel y El Bosco. Detrás de su propuesta parece haber cierta canti-

nela moralista. Sin olvidar, claro está, la crítica social que, como

bien sabemos, predomina en el género de la ciencia ficción. Aun-

que se trata de una adaptación de la novela homónima, publica-

da en 1964, de Arkady y Boris Strugatsky —quienes parece que

con sus textos han incitado a los directores rusos a crear ese tipo

tres o cuarenta minutos serían lo mismo; la idea del cineasta queda

expresada de sobra. Lo que nos induce a pensar que, aparte de un

reto personal, su intención fue la de sobrepasar al espectador y,

en una especie de pulso entre intelectual y posmoderno, obligarlo

a levantarse de su butaca.

Ainamar Clariana Rodagut (Palma de Mallorca, España, 1988) es autora de El ojo surreal. La representación de la visión en el cine de los autores afines a la estética surrealista.

The Flash

The CW, 2014-

Vivimos en la era en que la televisión y el cine no bus-

can historias originales, sino narraciones que den

para hacer una saga, o incluso una franquicia Esta

forma de presentar productos no es nueva, ya los

comics lo han hecho desde hace varias décadas y

quizá por eso es imposible no ver en los catálogos

de cine o televisión muchas adaptaciones audiovi-

suales de superhéroes (ahí está Marvel, que encontró

la fórmula secreta para este modelo) En la pantalla

chica destaca el caso de The Flash, la única serie de

televisión de superhéroes que ha abrazado por com-

pleto sus raíces y lo ha hecho funcionar Esta historia

de Barry Allen, que en sí misma fue un spin-off de

Arrow, resulta prodigiosa para alejarse del ambiente

realista, oscuro y denso que tanto ha seguido a la

mayoría de las películas y series de superhéroes, un

aspecto que resultó para la trilogía que hizo Christo-

pher Nolan de Batman pero nada más Así, en The

Flash el espectador ve la realización máxima de las

series de televisión, las historias de superhéroes y,

por supuesto, los géneros populares —JGm

Club de cuervos

Netflix, 2015

La historia de Chava (Luis Gerardo Méndez) e Isa-

bel Iglesias (Mariana Treviño), herederos directos

del imperio de futbol construido por su recién fa-

llecido padre, comienza con el típico primer conflic-

to de las familias adineradas Sin embargo, lo que

pareciera dirigirse hacia el molde telenovelesco, la

pelea por ver quién se queda con el pez más gordo

de la herencia —en este caso la presidencia de los

Cuervos—, es únicamente la patada de inicio que

abre un partido más interesante

El relato, aderezado con humor bobo —que al

final sí termina dando risa—, presenta en pantalla

la dinámica que se genera en todos los niveles de la

industria del balompié: de la directiva del equipo a

los vestidores, de la prensa a la afición Aun con ello,

Club de cuervos no es, totalmente, una historia que

habla de futbol Si bien la primera producción de

Netflix para el público mexicano presenta al equipo

representativo de la ficticia y pequeña población de

Nuevo Toledo, la serie dirigida por el ya conocido

Gary Alazraki (Nosotros los nobles, 2013) da un

puntapié distinto al de cualquier otra producción

en la televisión nacional transmitida actualmente —Ta

CUANDO EL BLANCO Y NEGRO ME SALVÓ LA VIDAPor Ainamar Clariana Rodagut

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PERSONAJES PRECARIOSPor Vanni Santoni

Traducción de Kurt Hackbarth

VALERIO

Terribles para Valerio los tiempos en que en las noches de verano

todos gritaban «Valerio».

IOLE

Después de una vida dedicada a timar a la gente por medio de la

magia, terminó creyendo también en ella.

SIRIO

Sirio escribió «Te amo» en docenas de tarjetas. Cada día coloca un

par de ellas en el parabrisas de algún coche estacionado, esperando

arrojar un poco de luz sobre una existencia tétrica, o bien, desen-

cadenar espantosos dramas de celos.

LORENZO

Una chamarra a veces hace milagros.

ROBERTA

Se incorporó a una secta que le exprime el dinero y la pone en con-

tra de sus familiares. Nunca ha sido tan feliz.

EDOARDO

Seduce a una mujer colosal esperando en su corazón generar un

hijo enorme que, al llegar a la adolescencia, lo estrangule.

AMETISTA

Ese constante subrayar lo evidente.

ELMO

—¿Hacemos el amor como cuando teníamos veinte años?

—Esto es imposible, querida, no sólo porque tenemos cincuenta y

ocho, sino también porque en la época de nuestro primer ayunta-

miento teníamos veintidós años y no veinte. Lo recuerdo bien, ya

que a los veinte años salía con una preciosa chica de Lucca.

ELISA

La práctica constante de la gimnasia; el problema del significado.

MARIA

F O R M A S B R E V E S

«… Pero esta gente, será honesta o no?».

(no)

JACOB

Estuvo con los poetas: con los poetas.

NERINA

Jamás explicar el gesto.

FRANCESCO

Cenotaph88: hey

Cenotaph88: tas?

x3ngar: sip

Cenotaph88: cm vas?

x3ngar: los ojos serenos / y las estrelladas pestañas / la bella boca,

angélica, de perlas / llena de rosas y de dulces palabras / que hacen

a los demás temblar de asombro

Cenotaph88: …

Cenotaph88: vs a estar ms tarde?

x3ngar: sip

Cenotaph88: va nos vemos

x3ngar: va

GIUSEPPE

Piensa que sería bello tener unos recuerdos tipo viaje de pesca en

Yugoslavia.

Vanni Santoni (Montevarchi, Italia, 1978) es autor de las novelas Gli interessi in comune, Se fossi fuoco arderei Firenze y Muro di casse. Personaggi precari, colección a la que pertenecen estos textos, nació como un proyecto literario en internet que ya ha tenido dos ediciones impresas por las editoriales RGB y Voland en 2007 y 2013, respectivamente.

Kurt Hackbarth (Connecticut, Estados Unidos, 1974) es narrador, traductor, dramaturgo y periodista cultural. Es autor del libro de cuentos Interrumpimos este programa. Desde 1999 vive en la ciudad de Oaxaca.

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