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REVISTA EUROPEA. 137 8 DE OCTUBRE DE 1876. AÑO III. UN PROYECTO ESTUPENDO. i. «A 4 de Junio=Reservada=Prometí á mi Amigo el correo pasado darle una idea de la Novela Afri- cana, y aunque será muy rápida allá va. «Llegó el Diablo á pisar un Pais tras del qual suspiraba 5 años hacia: fue tan atrevido como di- choso el primer paso, y no tardó su penetrante vista en observar que podían ocuparle con mas utilidad los hombres que las estrellas, los animales y plan- tas. Propuso un plan, fue preciso instruirse de todas sus circunstancias, rectificarle y ponerse de acuer- do en mil detalles. He aquf la misión secreta de Don Manuel Brabo. Volvió contento, pues tubo la sesión mas original, mas interesante y peligrosa que podia tenerse con el Diablo, á cuyo S. or sabido es que nadie se arrima sin riesgo. Ya iva la cosa viento en popa, ya estaba casi hecha, quando una de aquellas ocurrencias que suceden en el mundo y no se pue- den contar vino á desbarajustarla. Pues señor, como iva diciendo de mi cuento, volvióse el Dia- blo, que por la primera vez de su vida quedó fres- co, á mirar á las estrellas, y ya iva camino del De- sierto ó de los Infiernos, quando amigo de mi alma ha de saber Vm que vinieron unos Salteadores de caminos aquáticos, y se llevaron cuatro perlas, de- jándonos estupefactos. A esos picaros, á esos picaros grita todo el mundo, y hasta el mismo Demonio se incomodó de sus picardías, y dijo, pues Yo también les haré mal, sino en su corazón en el de un amigo suyo. Vuelve á las andadas, deja los telescopios, toma reglas y compases, traza nuevas líneas, pues las antiguas ya están borradas y perdidas, y prome- ten sus nuevos bosquejos que hará algo (aunque por distinto rumbo) que se parezca á lo anteceden- te, quando no en los medios en los resultados. No se puede ocultará la penetración de Vm lo agigan- tados que pueden ser, lo ventajosos y quanto intere- sarán á nuestro Xefe superior. Asi es que estamos en una impaciente expectación, y siempre que por efecto de estas convinaciones llegase á Vm algún aviso muy gordo desta que un extraordinario para acelerar la buena noticia. Tiene muchísimo de pro- bable esta empresa, aunque expuesta como todas las grandes á desgraciarse. El gran concepto que sabe Vm. tiene el Diablo en todas partes; la mise- TOMO VIH. rabie opinión del que gobierna aquel Pais; algunos recursos pecuniarios; los que se le suministrarán de la clase indicada; su valentía, su travesura, su resolución, su inteligencia en el arte de la guerra; sus relaciones con los Santos mas Santos, que por primera vez parece han visto les tiene cuenta aliar- se con Satanás, etc., etc. En fin hay mucho á su fa- vor; á lo que se agrega su fortuna, que debe entrar en la cuenta para tales fazañas. »A mi me gusta mezclar el buen humor aun en las cosas mas serias, y del mismo trabajo adolece Vm. Allá va esa nota para que nos valgamos de las fra- ses de substitución que indica, y rebosemos algo nuestros conceptos si en alguna caja de correos hay alguno ganado por los Ingleses como pudiera acon- tecer en adelante. A Dios Señor de las confusiones. Yá van siendo menor, aunque queda alguna.» La carta que acabamos de copiar, recibida por el general Castaños cuando mandaba el Campo de Gi- brallar, necesita, para ser comprendida, una clave y toda una historia. El logogrifo, de otro modo, quedaría indescifrable para todo el mundo. Esa clave existe, según lo hace presumir la epís- tola; pero aun con ella dudamos que haya quien dé razón del grandioso proyecto á que se refiere, sin la historia bastante circunstanciada de los procedi- mientos que, para ejecutarlo, se hacían necesarios, y de la trama diabólica y misteriosos hilos que se usaron para llevarlo á feliz término. No es, por cierto, ignorada esa historia en su parte más esencial, pues que el mismo aiitc del proyecto la ha legado á la posteridad como un tim- bre de gloria, y escritores de reputación envidiable la han recordado con encomio. Es verdad que lo han hecho por las seguridades que aquel ha dado respeto á los fudamontos en que apoyaba sus pe- regrinos cálculos, y por los datos que, en corto número, se había procurado un escritor francés, en- tusiasta, yes muy natural, del héroe de la empresa, y admirador, aunque por muy distintas causas, de ella. Mr. Bausset, puesto en el secreto por el empera- dor Napoleón, y dueño de una parte pequjyljísima_de la correspondencia á que vamos como nuestros compatriotas Romanos y Balaguer, de su potriotismo, han halla para un pensamiento que tan versiones de su iniciador y conjacíaq por íhs Bin ^fan pocas •J, ••:•:. ,¡

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Page 1: REVISTA EUROPEA. · mas original, mas interesante y peligrosa que podia tenerse con el Diablo, á cuyo S.or sabido es que nadie se arrima sin riesgo. Ya iva la cosa viento en popa,

REVISTA EUROPEA.137 8 DE OCTUBRE DE 1 8 7 6 . AÑO III.

UN PROYECTO ESTUPENDO.

i.

«A 4 de Junio=Reservada=Prometí á mi Amigoel correo pasado darle una idea de la Novela Afri-cana, y aunque será muy rápida allá va.

«Llegó el Diablo á pisar un Pais tras del qualsuspiraba 5 años hacia: fue tan atrevido como di-choso el primer paso, y no tardó su penetrante vistaen observar que podían ocuparle con mas utilidadlos hombres que las estrellas, los animales y plan-tas. Propuso un plan, fue preciso instruirse de todassus circunstancias, rectificarle y ponerse de acuer-do en mil detalles. He aquf la misión secreta de DonManuel Brabo. Volvió contento, pues tubo la sesiónmas original, mas interesante y peligrosa que podiatenerse con el Diablo, á cuyo S.or sabido es quenadie se arrima sin riesgo. Ya iva la cosa viento enpopa, ya estaba casi hecha, quando una de aquellasocurrencias que suceden en el mundo y no se pue-den contar vino á desbarajustarla. Pues señor,como iva diciendo de mi cuento, volvióse el Dia-blo, que por la primera vez de su vida quedó fres-co, á mirar á las estrellas, y ya iva camino del De-sierto ó de los Infiernos, quando amigo de mi almaha de saber Vm que vinieron unos Salteadores decaminos aquáticos, y se llevaron cuatro perlas, de-jándonos estupefactos. A esos picaros, á esos picarosgrita todo el mundo, y hasta el mismo Demonio seincomodó de sus picardías, y dijo, pues Yo tambiénles haré mal, sino en su corazón en el de un amigosuyo. Vuelve á las andadas, deja los telescopios,toma reglas y compases, traza nuevas líneas, pueslas antiguas ya están borradas y perdidas, y prome-ten sus nuevos bosquejos que hará algo (aunquepor distinto rumbo) que se parezca á lo anteceden-te, quando no en los medios en los resultados. Nose puede ocultará la penetración de Vm lo agigan-tados que pueden ser, lo ventajosos y quanto intere-sarán á nuestro Xefe superior. Asi es que estamosen una impaciente expectación, y siempre que porefecto de estas convinaciones llegase á Vm algúnaviso muy gordo desta que un extraordinario paraacelerar la buena noticia. Tiene muchísimo de pro-bable esta empresa, aunque expuesta como todaslas grandes á desgraciarse. El gran concepto quesabe Vm. tiene el Diablo en todas partes; la mise-

TOMO VIH.

rabie opinión del que gobierna aquel Pais; algunosrecursos pecuniarios; los que se le suministraránde la clase indicada; su valentía, su travesura, suresolución, su inteligencia en el arte de la guerra;sus relaciones con los Santos mas Santos, que porprimera vez parece han visto les tiene cuenta aliar-se con Satanás, etc., etc. En fin hay mucho á su fa-vor; á lo que se agrega su fortuna, que debe entraren la cuenta para tales fazañas.

»A mi me gusta mezclar el buen humor aun en lascosas mas serias, y del mismo trabajo adolece Vm.Allá va esa nota para que nos valgamos de las fra-ses de substitución que indica, y rebosemos algonuestros conceptos si en alguna caja de correos hayalguno ganado por los Ingleses como pudiera acon-tecer en adelante. A Dios Señor de las confusiones.Yá van siendo menor, aunque queda alguna.»

La carta que acabamos de copiar, recibida por elgeneral Castaños cuando mandaba el Campo de Gi-brallar, necesita, para ser comprendida, una clavey toda una historia. El logogrifo, de otro modo,quedaría indescifrable para todo el mundo.

Esa clave existe, según lo hace presumir la epís-tola; pero aun con ella dudamos que haya quien dérazón del grandioso proyecto á que se refiere, sinla historia bastante circunstanciada de los procedi-mientos que, para ejecutarlo, se hacían necesarios,y de la trama diabólica y misteriosos hilos que seusaron para llevarlo á feliz término.

No es, por cierto, ignorada esa historia en suparte más esencial, pues que el mismo aiitc delproyecto la ha legado á la posteridad como un tim-bre de gloria, y escritores de reputación envidiablela han recordado con encomio. Es verdad que lohan hecho por las seguridades que aquel ha dadorespeto á los fudamontos en que apoyaba sus pe-regrinos cálculos, y por los datos que, en cortonúmero, se había procurado un escritor francés, en-tusiasta, yes muy natural, del héroe de la empresa,y admirador, aunque por muy distintas causas,de ella.

Mr. Bausset, puesto en el secreto por el empera-dor Napoleón, y dueño de una parte pequjyljísima_dela correspondencia á que vamoscomo nuestros compatriotasRomanos y Balaguer,de su potriotismo, han hallapara un pensamiento que tanversiones de su iniciador y

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datos había conseguido descubrir respecto á él.Nosotros, armados de nuevos y más interesantes

documentos, y desde puntos de vista diferentes,muy de atrás elegidos y con recientes leccionesconfirmados, nos resistimos a aprobar ese pensa-miento y nos atrevemos á intentar la demostraciónde los errores en que se fundaba y de lo probabley lógico de su malogro.

No llegó á verse realizado, por fortuna, tan arti-ficioso plan por un rasgo, se dice, de honradez po-lítica de que hay pocos ejemplos, pero que, ennuestro concepto, y si fuese cierto, libertó á Españade los compromisos más graves á que pudo condu-cirla una política, tanto como torcida, irreflexiva ytorpe.

Hemos dicho que la clave no basta, por sí sola,a descifrar el enigma que encierra la carta anterior-mente trascrita, ni otras posteriores, obra de per-sonaje desconocido que trataremos de identificarmás adelante, ya que no por documentos irrecusa-bles, por conjeturas de alguna probabilidad; y,para demostrarlo, vamos también á estamparla, quees, además, curiosa é interesante.

Hela aqui.

VARIANTES.

Por. Diremos.

África, AnTérica.El Príncipe, El P. ó El G.Samper, Repmas ó S.Víagero, Demonio.Salmón, Pescado.Sánchez, El alto.Cañones, Plumas.Fusiles, Cañas.Bayonetas, Puntas.Cureñas, Carretas.Pólvora, Pimienta.Ingenieros, Tontos.Artilleros, Geringueros.Amorós, A ó Soroma.Solano, Brabo ó B.Castaños, Chirinola ó C.Soldados, Frayles.Buques de guerra,. . . Corchos.Falucho, : Paxaro.Muley Solimán, El Pobre.Marruecos, La pera.Mogador, Guayaquil.Tánger,. Tarma.Ceuta, , Tucea.El Cónsul de Francia,. El F.El de Inglaterra, Voltaire.Cádiz, .: Dicaz. •

NOTA.

Los nombres propios que se citen se escribirántodos al revés si se quiere.

A la carta y á la clave acompaña un volante quedice: «La adjunta con cautela ásu título, como todasquantas dirija por Vm, pues las que no exijan estecuidado irán por Tarifa.»

Copiamos el volante también por ser uno de losvarios que se encuentran unidos á los interesantí-simos despachos que forman la correspondenciaque vamos á ofrecer al público, seguros de que, sinopor la novedad del asunto, pues, como ya hemosindicado, no deja de ser conocido, llamará la aten-ción por lo largo é intrincado de su intriga y el des-cubrimiento de los agentes y medios puestos enjuego para llevarla adelante.

Nos es necesario, con todo, excitar aún más lacuriosidad de nuestros lectores, y no hallamos,para conseguirlo, recurso más propio que el de co-municarles otra carta de tenor semejante al de laya copiada.

Dice así:«A 14 de Junio=Reservada—Amigo mió, No te-

nia duda ni la tengo del carácter de Vm en quanto áque no mezcla lo personal con lo de oficio; pero notodos son así, y no lo digo sin motivo.»

«El Diablo no puede quajar todavía sus malignasintenciones, según las noticias frescas. Esperabaque viniesen á llevarle en volandas los de su par-tido y tropezaron con otro contrario, resultandodel choque 400 muertos. A pesar de esto él se man-tiene tieso, aunque solapado, y hace lo posible pararealizar sus miras. Puede venir de un momento áotro la noticia de su triunfo ó la de sus honras. Tales su situación. Por los auxilios pedidos inferiráVm que su plan está cimentado en un número sufl-ciente de sequaces, y que solo necesita algunas ca-bezas y algunos medios para hacerlos útiles. ¡Ojaláno se le hubiera cohartado la primera intentona!Las asentaderas de V. E. se hubieran visto libresdel terrible desaguisado que las amenazaba, y elpobre hubiera perdido la pera sin remisión, puestodos sus frayles mudaban con gusto de religión yde prior. Hay mucho que contar y sumamente gordopara la Historia, y mucho que callar y no flaco parala edad presente.»

«No indique Vm á Brabo que Yo le escribo estasnoticias y cuénteme Vm lo que le diga. Han ocur-rido ciertas cosas con su Tio en Sanlucar que de-ben serle desagradables; pero se ha personalizadoinjustamente conmigo. Es reo dicho Señor de algu-nos peeadillos político-gubernativos; quería su fa-milia sacarle libre, y Yo también; pero el Puebloha reclamado, se ha descubierto la caca, y hay unade mil diantres. Es largo de contar, y no para es-

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crito. Ahora comprenderá Vm mis indicaciones so-bre buena armonía, etc., y como haciendo justiciaá Solano se separar lo personal de lo de oficio. ADios.»

Antes, sin embargo, que esas cartas, debió lle-gar-á su destino otra que también vamos a trascri-bir; carta sin el aliño todavía de los misterios quedebería después revelar la clave copiada, pero conel suficiente aún para que quien la sorprendiesequedara poco menos que en tinieblas respecto alfin á que se dirigía.

«Reservada=(No tiene fecha.)=El correo pasadohabló á Vm de los artículos que había pedido elViagero, etc., etc., y pregunté si se habían Vmspuesto de acuerdo para tenerlos prontos. No estarádemás decirle á Vm la clase y número de ellos. Pi-dió que estubiesen pronto en Aigeciras ó Ceuta en 8de Mayo los objetos siguientes:

»Dos mil fusiles buenos con bayonetas.«Cuatro mil bayonetas más.«Mil pares de pistolas.«Ocho piezas de á quatro de campaña.«Dos id. de 12 con sus avantrenes.«Mil cartuchos á bala y quinientos á metralla para

cada pieza.«Treinta artilleros y tres oficiales.»l)os Ingenieros.«Un Sargento y veinte cabos de Granaderos es-

cogidos.«Tres Cirujanos.»Un botiquín.«Una banda de 40 músicos.«200 varas de tafetán doble encarnado.«200 id. verde para bandas y banderas.«Seis mil duros y triple cantidad de tafetanes pre-

parada para más adelante.«El Sr. Gmo autorizó por oficio de 27 de Marzo la

preparación y remesa de estos pedidos; y de un mo-mento á otro puede el Viagero reclamarlos. Poresto inferirá Vm que conviene estar de acuerdo, yme dirá con la reserva de la amistad que numerode estos objetos podría Vm dirigir al Diablo (asíllamaremos al Caballero andante) en caso de quelos pidiese precipitadamente, y que no los hubiesedirigido Solano. Con este no hay motivo algunopara dejar de proceder con muy buena armonía: 1."porque tiene conocimiento de la empresa; 2." por-que la aprecia, y 3." por su mérito y circunstanciaspersonales. Oficie Vm, pues, con él, según lo con-temple necesario, y vamos á salir bien, ya que tam-bién le ha entrado á Vm por el ojo derecho, sin de-jar que se meta á desbaratarnos la obra el espíritude ribalidad, emulación, etc. Otro correo daré áVm un resumen de la convinacion para que vea noes descabellada, y entre con mas gusto y nocionesá patrocinarla.»

«Diga Vm á Lafucnle que lea la obra adjunta, y ladevuelva después bajo pliego del Ministro ó delSe Generalísimo.»

«Ahora me acuerdo y me rio de lo que Vm medijo en la Posada. ¿Qué diablos de Duendes son es-tos? 4." Un mal cristiano vestido de buen Moro: 2.*Un Mayor Comisionado aparente y por último unCriado fingido y Secretario del Rey en realidad. Nolo entiendo Algún dia lo entenderás (decía Yo ámi capote) y este ha llegado. ¿No es verdad?... ADios.»

¿A qué se dirigía intriga tan tenebrosa? ¿A dóndese encaminaban preparativos que parecían revelaruna acción esencialmente militar?

Sin la cita anterior de los tan ilustrados cronistasseñores Mesonero y Balaguer, nuestros lectoresquedarían sorprendidos; más aún, estupefactos, aldecirles que á la conquista nada menos que del im-perio de Marruecos.

II.

Es verdaderamente admirable y duda uno á quéjuicios entregarse cuando se reflexiona con algúndetenimiento sobre la situación de nuestra patriaen aquellos dias y sobro los proyectos, á la vez, queacariciaba el que, sin freno alguno que moderasesus voluntades, la regía y gobernaba.

Habíase presentado en la corte allá por los pri-meros meses do 1802 nn joven catalán, de elevadaestatura y elegante porto, de facciones regulares ysemblante agraciado, aunque severo, y revelandoun carácter tan firme como emprendedor y tenaz.Había estudiado mucho desde sus primeros años, yá los treinta le eran familiares las matemáticas, laastronomía, la historia natural, la física y la quími-ca, el dibujo, y sobre todo las lenguas orientales,á que se dedicaba con un ardor extraordinario. Alos catorce años ora administrador de utensilios enla costa de Granada; á los diez y nueve, contadorcon honores de comisario de guerra, y á los veinti-séis administraba en Córdoba ia renta del tabaco.

Con el conocimiento de su persona y las noticiasque de él tenía, 1). Manuel Godoy, irritado de laconducta altanera y arbitraria que había usado paracon España el Sultán Muley Solimán, emperador deMarruecos, después de la guerra marítima á quepuso término el tratado de Amiens, creyó ver enI). Domingo Badía y Leblich y en su deseo de viajarpor África un instrumento el más útil para su ven-ganza y para la satisfacción de sus miras políticas.El disgusto general, cada dia más patente, por elfavor de que era objeto, le estimulaba á, con ven-tajas cuyo logro nadie pudiera negarle, ganarse lasvoluntades, tan encontradas, de los españoles y elrespeto, ya que no la estimación, de los gobiernosque por torpe é inofensivo le tuviesen. Y para que

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un Oia brillaran con fulgor que á todos deslumhrasesu habilidad y su poder, traía entre manos, ademásde las negociaciones entabladas por D. Eugenio Iz-quierdo en París para procurarse un principado in-dependiente, el proyecto de reconquista de Gibral-tar, tal como en otro artículo ya publicado revela-mos, y el inmenso y trascendental de la anexión de«na parte considerable, por lo menos, de Marrue-cos, proyecto que vamos a explicar inmediatamenteá nuestros lectores. En la serie de obstáculos quehallaba en su camino para acreditar el engrandeci-miento ya alcanzado, y los que iba descubriendo enla marcha tortuosa de su política, no hacía sino ex-tender la vista á todas partes, anhelante por en-contrar una prenda ó un trofeo con que engalanarsus ambiciones y justificarlas. La recuperación deGibraltar sorprendería á todo el mundo y haría sele perdonasen sus anteriores torpezas; la conquistade Marruecos dejaría atónitos á todos los Gobier-nos y formaría el orgullo de la nación españolarecordando las últimas voluntades de la Reina Ca-tólica, tan fácil y rápidamente así ejecutadas; yla corona que ya veía brillar en sus sienes no seríasino una recompensa merecida, justa y universal-mente alabada.

¡Ensueños de oro que sonreían á una ambicióndesacordada! ¡Castillos en el aire fundados sobre labase deleznable de un favor inmerecido y de un ta-lento y de un carácter algo menos que problemá-ticos!

La guerra declarada era imposible, pues que sal-drían á favor del Sultán los ingleses, los más calu-rosos defensores del Islamismo en derredor delMediterráneo. El paso de la primera expedición ar-mada á las costas de Berbería, habría de ser la se-ñal de otra guerra más encarnizada aún que la re-cientemente concluida, con la diferencia de que noera fácil que por tal causa se reanudasen las alian-zas antiguas entabladas con muy distinto objeto ypara fines bien diferentes.

Era, pues, necesario dar un golpe tan ejecutivocomo hábil é impensado, de manera que al sentirseen Europa fuese ya irremediable.

Una intriga sorda y encubierta que hiciera pasarla soberanía de Muley Solimán á las manos de unotro descendiente del Profeta, príncipe ilustrado ymagnánimo que hubiera sabido conquistarse loscorazones tan inflamables de los marroquíes, no eramuy difícil con agente tan diestro como Badla; y,una vez llevada á feliz término, nada más hacederoque la anexión á España. Y que estas eran las espe-ranzas de Godoy y estos los cálculos que se forjó alescuchar ios proyectos, en un principio muy otros,del aventurero catalán, lo demuestra la por demásingenua confesión que de ellos hace el Príncipe dela Paz en sus Memorias.

«Pronto, no obstante, dice, se nos vino ala manola ocasión de una guerra, bajo todas luces justa.Muley Solimán, cuya moderación y cuya paz mien-tras duró la lucha con la nación inglesa, nos costóalgunas parias bajo el nombre de regalos, como hu-biese cesado había ya más de un año este tributoinicuo, se nos atrevió á pedirlo como un derecho yaadquirido, y del recuerdo pasó luego á la amenazade interrumpir nuestro comercio en sus estados.Negados los presentes se mostró su despecho ápoco tiempo impidiendo comprar granos en suspuertos y retirando enteramente su protección ánuestros buques. Tras de esto se siguieron los ama-gos contra nuestros presidios, y vejaciones y dure-zas ejercidas con los negociantes españoles, violan-do á cada paso los tratados y las costumbres reci-bidas. Sobraban los motivos para tomar satisfaccióná mano armada é invadir los estados de aquel prín-cipe; mas siguiendo mi pensamiento y mis deseostambién de que en el caso de una guerra se hicieseesta con acierto y con muy pocos sacrificios, con-cebí el raro medio de que Badía pasase á aquelimperio, no ya como español, más como árabe,como un ilustre peregrino y un gran príncipe des-cendiente del profeta, que habría viajado por la Eu-ropa y volvería á su patria dando la vuelta al Áfricay siguiendo á la Arabia á visitar la Meca. Su objetoprincipal sería ganar la confianza de Muley^ pre-sentada la ocasión, inspirarle la idea de pedirnosnuestra asistencia y alianza contra los rebeldes quecombatían su imperio y amenazaban su corona. Siesta idea ora acogida, debía ofrecerse él mismopara venir á negociar acerca de ella en nuestracorte con poderes amplios. Si no alcanzaba á per-suadirlo, debía explorar el reino con achaque deviajero, reconocer sus fuerzas, enterarse de la opi-nión de aquellos pueblos, y procurarse inteligenciascon los enemigos de Muley, por manera que entran-do en guerra pudiésemos contar con su asistenciay obrar de un mismo acuerdo en interés recíprocobajo las condicione? ya apuntadas, pero en mayorescala para poder hacernos dueños de una parte delimperio, la que mejor nos conviniese. Badía era elhombre para el caso. Valiente y arrojado como po-cos, disimulado, astuto, de carácter emprendedor,amigo de aventuras, hombre de fantasía, y verda-dero original de donde la poesía pudiera haber sa-cado muchos rasgos para sus héroes fabulosos, hastasus mismas faltas, la violencia de sus pasiones y lagenial intemperancia de su espíritu, le hacían aptopara aquel designio. Tales fueron las veras con queaceptó mi encargo, que sin consultar con nadie yde su solo acuerdo, osó circuncidarse, sola cosa quele faltaba para el papel difícil y arriesgado que de-bía hacer entre los mahometanos. Él debía partirsolo, que si bien Rojas pudiera haberle acompañado

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como amigo ó dependiente suyo, no le era necesa-rio, ni aquel tenía su atrevimiento, ni convenía ex-ponerlo, joven de grandes prendas y do ricas espe-ranzas. Quedó en España mientras tanto y le ocupécon buen suceso en recorrer las Alpujarras y for-mar su estadística.»

Hemos subrayado lo del tributo inicuo, porque noatribuyendo más que á Godoy cuanto se hizo en Es-paña desde la caida del conde de Aranda, sólo á élpodemos devolver un calificativo como el que da alprecio con que se compró en la guerra marítima laneutralidad del Sultán de Marruecos.

Ni puede, por lo demás, darse declaración mássincera de los proyectos de Godoy, ni confesar máspaladinamente sus torpezas políticas. Porque nopuede imaginarse mayor que la del pensamiento deconquistar el vasto imperio contrapuesto á nuestrascostas del Mediodía á raíz de un tratado que tantorebajaba nuestro nivel como el de Amiens, sino es lade intentar realizarlo por los medios que tan pro-pios y fáciles consideraba el presuntuoso valido deCarlos IV.

¡Y aún tiene valor de asegurar en esas mismasMemorias que la honradez de aquel sobe-ano fue elúnico estorbo á proyecto tan premeditado y madu-ro! No seria sólo la honradez de D. Cavíos la que, deser esto cierto, viniese á estorbarlo, sino su buensentido, que le haría observar, aun cuando parecieseque no veia por otros ojos que los de Godoy, lospeligros á que exponía la nación, el deshonor y elridículo que caerían sobre ella y sobre su gobiernode descubrirse manejos tan bochornosos.

Porque es necesario estar ciego para, con la In-glaterra ó sin la Inglaterra enfrente, no compren-der la temeridad de una empresa tan trascendentalen los momentos en que las naciones que se dispu-taban el dominio de los mares tenian puestos losojos en el Mediterráneo. La lucha no hacía mu-cho tiempo terminada de Egipto; la ocupación deMalta, no abandonada por los ingleses á pesar delas cláusulas terminantes del tratado de Amiens, yel ejercicio do las influencias que se cruzaban enConstantinopla, ¿no eran bastante significativas paraque nuestro gobierno dejaran de presumir el incen-dio que había de provocar en Europa nuevamente ylos peligros á que iba á exponerse?

Godoy no debió creerlo así, y formado su plan talcomo han visto nuestros lectores, sin dar conoci-miento de él más que á muy contados amigos óagentes, se dedicó con el entusiasmo de su ambi-ción, tan personal en eso como patriótica, y las es-peranzas de su buena fortuna, á una obra que habría de elevarle á la mayor altura como hombre deEstado, haciendo olvidar los motivos verdaderos desu favor en la corte de España.

«Hé aquí, pues, como él dice en sus Memorias,

Badia partir para Marruecos, su genealogía biencompuesta y bien completa, sus papeles en regla,hijo de Othman-Bey, príncipe Abasida, pariente delprofeta de la Arabia.» Y el 29 de Junio de 1803,esto es, el dia 9 del mes rabiulaonal del año 1218de la Hegira, se presentaba nuestro aventurero alkaid de Tánger, comenzando allí por representar supapel con la celebración de El Moiiioud, la fiestaque recuerda á los creyentes el nacimiento de Ma-homa.

III.

Quien siga al intrépido catalán en Marruecos consu libro de viajes por guía, no encontrará una solafrase que se refiera á su misión política, una alusiónsiquiera á los proyectos de que se había constituidoen auxiliar, en agente, por mejor decir, el más im-portante y de quien debía, después de todo, espe-rarse la mayor parto, si no el éxito completo, deaquella tenebrosa intriga.

Fuese por disimular sus miras, ó bien para con-naturalizarse, antes de penetrar en el interior, conel habla, las costumbres y el modo de ser de los ha-bitantes de Marruecos, país tan distante del queproclamaba como originario suyo, Badía se mantu-vo en Tánger hasta Octubre, en cuyos últimos diasemprendió su marcha á Mequinez y Fez. Mas paraentóneos ya la admiración de su sabiduría había tras-pasado el recinto de la ciudad tingitana y extendí-dose por toda la provincia y hasta lugares muy re-motos; había el sesudo á la vez que impertérrito ydisimulado viajero hecho el conocimiento y aunganádase la estimación del Emperador moghrebino;y, como el Sultán y su hermano, el ciego MuleyAbdsulem, los principales dignatarios, la corte toda,se disputaban el afecto, la consideración y los re-galos de nuestro compatriota.

Con recordar el obsequio que Badía hizo al Em-perador, se comprenderá que no iba desprovisto derecursos. Fusiles en gran número, mosquetes, pis-tolas, piedras de chispa, pólvora, proyectiles y ar-neses de cazador correspondían á la parte militar,allí tan estimada. Componían la de boato las muse-linas, las joyas y los dulces y esencias; y una y otrafueron ofrecidas á S. M. sherifeña en cajas y ban-dejas de lujo cubiertas de damascos y bordados demucho valor.

Y el Sultán, como sus subditos, cayó en el lazodiestramente tendido; recibiendo al impostor comoá un verdadero descendiente del Profeta, sabio as-trónomo, político profundo, creyente fervoroso, sinotro fanatismo que el de su lealtad mahometana niotra ambición que el honor y la mayor gloria de suantigua y veneranda raza.

Así es que cuando Muley Solimán se volvió á Me-quinez ya quiso llevarse consigo á Badia, quien

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hubo de declinar aquélla honra, necesitado detiempo para hacer en Tánger las últimas observa-ciones que se había propuesto y preparar su jor-nada.

Ya tenemos ú nuestro viajero, como le llamasiempre la correspondencia cuyo juicio forma el ob-jeto del presente escrito, engolfado en su arries-gada empresa, recorriendo ahora la costa en quedescubre las flotas que el editor de su obra con unsans-facon admirable dice ser las que riñeron elfunesto combate do Trafalgar que, como todos sa-ben, tuvo lugar dos años más tarde, y examinandoen ella y después hasta Mequinez cuanto digno fuerade observar en el objeto que le llevaba á aquel paíssemi-salvaje y casi desierto. Aquí un aduar le dabala idea de la miseria y de la índole de sus habitado-res, sumidos, á la par que en una crasísima igno-rancia, en la arrobadora suspensión de todos sussentidos, en el éxtasis que caracteriza á aquella razatan indolente por hábito como enérgica en ocasio-nes, más estúpida en ciertos lugares que poéticapor su origen y creencias y tradiciones. El paso deun rio; el espectáculo de aquellas márgenes cu-biertas de una vegetación exuberante, abandona-da, empero, y sin cultura; el tránsito por las pobla-ciones rarísimas, sucias y repugnantes que hallabaen su camino, casi borrado en aquel abrasado suelo;todo debía ponerle de manifiesto la dificultad insu-perable de introducir allí la actividad europea y desacar fruto alguno del con que á manos llenas pa-recía derramar la Providencia, inútil, sin embargo,y como despreciado hacía tantos siglos.

Pero, sobre todo, ¡á cuántas reflexiones no se en-tregaría al cruzar el campo de batalla

«en cuya seca arena«Murió el vencido reino lusitano,»Y se acabó su generosa gloria!»

No menciona Badía la fatal jornada de D. Sebas-tian al atravesar las calles de la que le pareciótriste y monótona ciudad de Alcázar-Kibir, ni alcruzar las ensangrentadas aguas del Lúceos; perode seguro que no hallaría su memoria de felizagüero. ¿Por qué, pues, no la recuerda en su libro?

Obsequiado regiamente en Mequinez, no pudo,con todo, permanecer allí más que los días 2, 3 y4 de Noviembre, teniendo el 8 que acompañar alSultán en su viaje á Fez, distante 55 kilómetrostan solo de aquella ciudad importante, morada ha-bitual de los sultanes y sitio destinado al depósitoy guarda de su tesoro.

Ya en Fez, tuvo que sostener una lucha verdade-ramente desigual con antiguos favoritos del Sultán,que se empeñaron en que no se arraigase la in-fluencia que veían escapárseles desde los primeros

dias en que fue presentado á la corte el sabio, elespléndido y valeroso Abasida. De todos venció, ysupo allanar cuantos obstáculos era natural se leopusiesen hasta fascinar por completo al de quiense había propuesto hacer su presa, apoderándosede su corazón.

No era el de Solimán lo duro que nos lo describeel Príncipe de la Paz: todo lo contrario, Ali-Beypinta al Emperador de Marruecos como el más mo-derado de cuantos scherifs habían ocupado el tronohasta entonces. Era hombro muy instruido en la cien-cia religiosa, sobrio y modesto hasta la exagera-ción do rechazar el uso de los placeres más inofen-sivos y de prohibir el comercio, por cuyo vehículotemía pudieran introducirse aquellos y aclimatarsecon el lujo y las comodidades. Astuto nuestro com-patriota, y halagando en un principio aquellas queen un musulmán es necesario llamar virtudes y ex-celencias, llegó muy pronto á abrirse ancho pasoen el favor del temible soberano. Así es que cuan-do, después de visitar á Rabat, Dar-el-Beida y Aza-mor en la costa del Océano, y dando, por consi-guiente, el inmenso rodeo del llamado camino im-perial para evitar el cansancio, las incomodidadesy los peligros del camino directo, senda asperísimainterceptada por las tribus más inquietas; cuando,tras un viaje de veinticuatro dias, esto es, desde el27 de Febrero al 21 de Marzo de 1804, llegó á Mar-ruecos, la rivalidad con el fingido Abasida era elmayor de los riesgos á que podía ofrecerse el sub-dito más leal y más entusiasta del Emperador.

No entra en el objeto ni en las proporciones deeste escrito el pormenor de las artes usadas porBadía para conseguir tamaño resultado, y el sacarde nuevo á luz las envidias que suscitó y los ma-nejos que contra él emplearon sus más que enco-nados sorprendidos émulos. Lo que importa saberes que si hombre alguno ha alcanzado el favor deun monarca, nadie con muestras más elocuentes ysinceras y dignas que las prodigadas por Muley So-liman á nuestro ilustre compatriota. La alegría quemanifestó al verle en Marruecos; la magnificenciade los presentes que le hizo durante el año de suestancia en aquella capital, entre los que los habíade vastas posesiones, quintas pintorescas y hastamujeres de su propio harem; y las confianzas quellegó á hacerle sobre el gobierno y porvenir de suimperio, lo demuestran á un punto que, sin datosauténticos, se tendría por destituido de fundamen-to y de verdad, por consiguiente.

Todo esto hace creer que Badía, llegando á sor-prender los pensamientos, para los demás reserva-dos, del Sultán, pudo calcular con no pocos datosy entero conocimiento el plan de operaciones quedebiera llevarle al cumplimiento de la ardua misiónen que tan atrevidamente se había comprometido.

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Pero de colocarse en esa situación, que tantodice en favor y elogio de Badía, á destronar á sufavorecedor, por más armas que le diera con supropia y ciega confianza en él, y á sacar fruto deya tan extraordinario resultado para, por sí mismoó por una dinastía nueva, producir la alianza másestrecha, sino la anexión, del Imperio á España, ha-bía una distancia inmensa.

Un hombre solo, si bien dueño de vastos conoci-mientos, en un país ignorante hasta la barbarie, yfingiendo origen y conexiones las más respetablespara el patriotismo y las creencias de los habitan-tes; solo, repetimos, y despertando á cada paso,donde no envidias y rencores, los recelos más fun-dados, ¿cómo había de manejarse para iniciar unarevolución tan trascendental? Su primera palabra,por encubierta que llegase á los oidos do un mar-roquí, lo comprometía seriamente; y á la sospecha,bien se le alcanzaba á Badía, como á la luz el rayoseguiría su desgracia. Y no ya la pérdida del favorobtenido con tanta maña y perseverancia ni el des-tierro siquiera y el desprecio general y la miseria,sino la muerte inmediata por muchos deseada ypor todos aplaudida, como impuesta á un extranje-ro, á un traidor, asesino y espía.

¿Llegó Badía á exponerse á tan verosímil, si noseguro, peligro?'

Si nos atenemos á sus Memorias; si apelamos álas consideraciones que acabamos de exponer, ase-quibles á los entendimientos monos despiertos, po-dríamos decir que nó rotundamente. Pero registre-mos la correspondencia secreta á que nos venimosrefiriendo, y habremos de creer que algo llegó Ba-día á conseguir de sus manejos en la conspiraciónque había emprendido, ó que, viéndolos frustrados,no quiso, sin embargo, darse por vencido ante elirreflexivo ministro de Carlos IV.

Éste, después de trasladar á sus Memorias la con-versación en que el monarca rechazó por contrarioá su rectitud el proyecto sugerídole tan impremedi-tadamente, dice: «Grande fue el compromiso deBadía, que se hallaba ya medio á medio del caminopeligroso donde se había lanzado más aprisa queconviniera, y el secreto partido ya entre muchos.Su admirable sagacidad halló manera de contentarlos conjurados con esperanzas y promesas hastaque le fue dable retirarse sin que ninguno le vendie-se. Muley, al fin, años después, desfalcado su imperioy dividido en bandos, se vio obligado á desceñirsela corona y abdicarla en favor de Abderramen, so-hrino suyo. Ninguno de sus hijos pudo haberla.Sydy-Hescham fundó un Estado independiente conlas conquistas que había hecho sobre Sus y otrasprovincias inmediatas. La ocasión malograda erasegura: yo no me había engañado.»

Estas palabras, que han extraviado la opinión á

punto de que se hayan creido fundadas en verdad yen cálculos prudentes, son, además de una termi-nante manifestación de ignorancia, muy rara en unhombre de Estado, una de tantas inexactitudestambién como padece el célebre favorito al since-rarse de sus innumerables errores políticos. Sólola falta absoluta de documentos podía alucinar ápersonas tan entendidas como las que han conside-rado exactas y ciertas esas palabras, para encon-trar, como algunos han encontrado, con buen ci-miento y de éxito más que probable el proyecto deGodoy.

Y si no, confrontemos las fechas.Alí-Bey debió salir de Marruecos en los primeros

días de Abril de 1803, según lo que de su libro sedesprende. La noticia de haber abandonado lacorte de España sus proyectos sobre aquel imperio,noticia que Godoy da como llegada ya al célebreviajero y produciendo los compromisos que se dicehaber eludido á fuerza de promesas engañosas, y susalida de la capital del Moghreb, debió por consi-guiente expedirse de Madrid al comenzar aquelaño, aun calculando una facilidad de comunicacio-nes casi imposible si había de guardarse el debidosecreto y no prescindir do las precauciones más in-dispensables. Es así que las cartas trascritas, querevelan y aun demuestran que se estaba muy lejosde echar al olvido planes que, por el contrario, ha-lagaban extraordinariamente, son del 4 y del 44 deJunio; luego hay en las Memorias del Príncipe de lala Paz ó error ó cálculo manifiesto que necesaria-mente habrían de extraviar la opinión en los que notuvieran á la vista datos que él consideraría quizásperdidos para siempre.

Aun suponiendo que la corte marroquí fuese Fezy no Marruecos, la equivocación es innegable, puesque el Abasida la abandonaba el 30 de Mayo.

Pero t^do esto demuestra que «en la ejecucióndel temerario proyecto de Godoy hubo dos perío-dos; uno el que menciona con orgullo el Principoen sus Memorias, como interrumpido por Carlos IV,y otro que no sabemos por qué no quiere recordar,y que se desprendo de los documentos cuya pu-blicación forma el objeto de nuestro escrito.

«¡Ojalá no se le hubiera coartado la primeraintentona!» se dice en una de las cartas que acaba-mos de trascribir; y esto y las notas do Godoy,. á larelación de M. Bausset, señalando la fecha de Ju-nio de 1804, como la en que se hicieron suspenderlas gestiones de Badía en Marruecos, vienen tam-bién á probar la interrupción y el término del pri-mer período.

Pero, ¿por qué Godoy no trae á la memoria esesegundo período? ¿Por qué da por acabado el asuntocon la orden del Rey, que parece obedecer ciega-mente?

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¿Por olvido? Imposible, existiendo corresponden-cia tan larga, y habiendo tenido lugar procedimien-tos como los que en ella se ponen do manifiesto.¿Por vengüenza del fracaso y con la esperanza deque no pareciesen unos documentos que habrían derevelar su desobediencia al mandato expreso delRey y lo torpe y arbitrario de su conducta ulterior?Quizás sea lo más probable.

Todo será objeto de observaciones posteriorescuando, enterados nuestros lectores del resto de lacorrespondencia, salvada, como tantas otras im-portantísimas, en el archivo de los duques de Bai-len, se encuentren provistos de los suficientes datospara apreciar el juicio y las consecuencias que deella se desprendan.

IV.

Son diez y ocho, y algunos con tripas, como vul-garmente se dice, los documentos conservados detan curioso expediente; y aun cuando no hay unoque se pueda considerar como de trámite tan sólo,ó falto de interés, habremos de ser parcos en supublicación para no fatigar y aburrir á nuestros lec-tores. Cuantos más presentáramos, más y más datostendríamos que aducir para ir desentrañando lascausas de las consultas en ellos reveladas, de lasórdenes que, en consecuencia, se dictaban y de losresultados que producían. Lo que siempre y en to-dos aparece evidente, es que por parte del Príncipede la Paz no hubo un momento de vacilación sobrela bondad del proyecto, que lo consideró cada diamás capaz de resultados prontos, seguros y glorio-sos, y que, por lo mismo, lo impulsó con toda laenergía de su carácter. Esto, si no favorece ala ideade sus talentos y de su previsión, dice mucho enfavor del patriotismo suyo, y, en último caso, deldeseo que le aguijoneaba de justificar su encum-bramiento.

Uno d.e esos despachos, acaso el más importantepor sor también el único que proceda de Badía enel período final de su arriesgada misión, es el si-guiente:

«Muy reservada. — Excmo. Sr.— Con fecha enUshdá de 29 de Junio próximo pasado me escribe elconsavido sujeto , encargándome que traslade áV. E. lo que, después de descifrado, literalmentecopio: «Hace 21 dias que estoy aquí; pero estas tri-bus se hacen la guerra mutuamente; ha habido dosmuertes casi delante de mí, y son unos diablos irre-conciliables.—Tengo por míos el Oheik Solimán ydemás principales de Ushdá, y el Cheik de Boanáni,que es el campo inmediato. Todos desean la nuevaConstitución para salir de la horrible miseria en queestán; pero sus fuerzas son cortísimas, y el Paísabsolutamente abierto para sostener un primer ata-que. Por esto, nada puedo hacer sin saltar á las

Montañas, lo que estoy negoeiando.=Tengo á lavista las Montañas de Benisnuz y de Benisnasan, ysi puedo conciliar á estos malditos (para lo qual haido alia el Boanáni), saltaré á ellas dentro de tres,ó quatro dias. En tal caso, si no soy atacado antesde un mes, la Campaña es mia; pero si me atacanantes, no sé cómo escaparé el pellejo.=Benisnasanestá inmediato al Mar, y lo conceptuó de 10 á 14leguas al E. de las islas Chafarinas. En virtud deesto, soy de dictamen que pasen inmediatamenteá Melilla todos los auxilios de armas, municiones,efectos, hombres, dinero, etc.; pues si rompo elfuego, quinze dias de tardanza en los auxilios puedecausar un mal inmenso; y si soy tan desgraciado,que, ni aquí, ni mas adelante puedo lograr nada,poco se pierde en dicha conduccion.=Por ahora nopensamos en hostilidad Española ninguna manifies-ta, pues, al nombre de Cristianos, se armaria todala Nación contra Ustedes y contra mí; y á mi nom-bre solo tengo la mejor parte del Imperio á mi fa-vor.=Muley Absulem acaba de escribirme con lamayor finura; pero su hermano envia acá mil caba-llos con el pretexto de observar las revoluciones deArgel, Oran, etc. que están con las armas en lamano; é yo no dudo que dichos mil hombres tvay-gan comisión secreta de observarme.=Los caminosestán llenos de bandidos, que abreu todas las cartaspor registrar si traen dinero.—Si puedo pasar á Be-nisnasan, al instante escribiré á Melilla; por lo qualserá bueno que Sánchez marche inmediatamenteallá para instruir á aquel Gobernador y cooperar-me. = Cuidado no intenten algo los Ingleses, deacuerdo con Solimán, contra Ceuta, que eso muchome lo temo.=No tengo limón (¿dinero acaso?)=Agregúese á las Señales que al acercarse el Barco,yo quitaré y pondré dos vezes mi banderola encar-nada.=Mientras no hay Artillería por aquí, los Bar-cos pueden acercarse con seguridad hasta tiro deEscopeta, si el fondo lo permite, A Dios.»=Cutnplocon lo prevenido con pasar á noticia de V. E. lo queantecede.=Dios guarde la vida de V. E. muchosaños.=Tanger 15 de Julio de 1805.=Excmo. Sr.=Antonio González Salmón.=Excmo. Sr. D. Fran-cisco Xabier de Castaños: Algeciras.»

Castaños debió manilestar al Generalísimo que áconsecuencia de la comunicación precedente habíaoficiado al Marqués de la Solana para que hiciese re-mitir á Melilla los efectos pedidos, los que fuesenmás urgentes, que á él le parecía serían armas, mu-niciones y dinero. Y para verificar el envío sin ruidoy con seguridad, indicaba Castaños á su colega deCádiz los medios más propios, que debieron seraprobados en Madrid por lo que aparece en la si-guiente orden firmada, como tantas otras de estacorrespondencia, por el Príncipe de la Paz.

«Reservada.=Quedo enterado de la carta de V. E.

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de 16 del corriente y una vez que ha escrito al Mar-qués de la Solana, sobre la pronta remesa de auxi-lios al Viagero, él habrá dicho ó dirá á V. E. si hande salir algunos de Algceiras para Melilla; en cuyocaso estoy muy seguro de la prontitud con que con-currirá V. E. á que se verifique. Haga V. E. que paseluego la adjunta al Cónsul de S. M., y esté á la miraahora más que nunca de lo que puede ocurrir enMarruecos.=Dios guarde á V. E. muchos años. Ma-drid 20 de Julio de 18O5.=E1 Príncipe de la Paz.=Sr. D. Xavier de Castaños.»

Al dia siguiente de recibida esta orden, esto es,el 2b, la contestaba el general Castaños con la no-ticia de llegarle una parto del material destinado aBadía, que cuando se halle todo reunido, prometeremitir á Melilla, pero con despachos y oficio paraZeutapara que si fuesen apresados los Barcos porlos Ingleses ignoren el verdadero destino.

Aquel mismo dia, el marqués de Medina, jefesin duda de la artillería en Cádiz, daba relacióndetallada de las piezas, municiones y demás per-trechos que debían dirigirse á Melilla, y el 2 deAgosto oficiaba el de la LSolana á Castaños que eldia anterior había todo salido por el rio de SanctiPetri, con oficiales y tropa del arma para el servi-cio de las piezas y los Profesores de la Armada y elbotiquín para las operaciones facultativas que pu-dieran ofrecérseles.

Y concluía el oficio del marqués do la Solana conestas palabras: «Sobre todo recomiendo la prontaremisión de dichos efectos á Melilla, pues sabe muybien V. E. lo que estrechan las órdenes de la Supe-rioridad para que así se execute.»

De manera que no sólo antes de salir de Fez,sino cuando ya Badía se encontraba en Vudxdah óOuschda, como la llama en su libro, ni Godoy cejabaen sus proyectos ni el Viajero parecía dejar de ayu-darle en ellos.

En vez de suspenderse las que después calificabaGodoy de combinaciones del Seudo-Abassida, lasprecipitaba en lo posible, á punto de producirse enMadrid un casi rompimiento con una autoridad que,en nuestro concepto, debió ser la que representabael marqués de la Solana.

La corte, como todas las en que influye un pri-vado, sin merecimientos sobre todo, hervía enchismes y en intrigas. Godoy tenía en su contra unpartido que le hostilizaba con tanta más ventaja,cuanto que realmente se componía de lo mejor con-ceptuado en el país, y del sinnúmero, además, deenvidiosos que pululan en derredor de todos lostronos y de todos los poderes. Cada providenciasuya encontraba, pues, inmediatamente críticos, ycada proyecto émulos ú opositores.

Que debió hallarlos, y en verdad que con justicia,en el de Marruecos, se ve inmediatamente en los

volantes á que, al principiar este escrito, nos refe-rimos.

No era grande ni difícil de preparar ei material,de guerra que debía remitirse á Melilla; y, sin em-bargo, todo eran obstáculos para su reunión yenvío. En Junio se había ordenado; y sólo en Agos-to, y gracias á la actividad de Castaños, se disponíasu embarque en Algeciras. Pero á cada dilatoriacuya noticia llegase á Madrid, podía observarse unaexplosión de disgusto y de ira en los que ayudabaná Godoy en su proyecto.

A Solana se conoce que no se le escaseaban losapremios, y de ello es prueba el párrafo última-mente trascrito de su oficio del 2 de Agosto. ACastíiños se le ponían de maniflesto el disgusto y laira en los volantes, no por vía de reprensión, queni la merecía ni se trataba de dirigírsele, sino comoun desahogo ó, á lo más, como una advertencia.

A una comunicación de Castaños incluyendo unpliego de nuestro cónsul en Tánger y manifestandoque «en la duda del partido que habría tomado elViajero después de su detención, le parecía nodeber remitirse á Melilla lo que había pedido haslarecibir noticias posteriores, bien que habría tiempoantes de que todo estuviese allí reunido,» se locontestaba el 6 de Agosto lo siguiente: «He recibi-do el pliego de D. Antonio González Salmón, queme remite V. E. en su oficio de SO del pasado, yespero el aviso de la salida de los pertrechos des-tinados á Melilla.—Dios, etc.—El Príncipe de laPaz.»

Con esta orden tan seca, llegó á manos de Casta-ños un volante que dice asi: «Reservado.=Ahí vauna puntada que da margen para que Vm. se pongaen buen lugar y explique sobre esa escandalosapérdida de tiempo. Yo ya tengo ajustada la cuentadel que podía haberse ganado, y si por él se pierdela ocasriíh me oirán los sordos. Nunca han tenidomás rabia que ahora los del partido contrario, por-que se acerca el tiempo de hacer justicia, y se hará.Ya uno de los enredadores saltó de San Lúcar. Álos demás les llegará á su tiempo su San Martin. SiLafuente no le habla á Vm. de que se haga alg¡:nempuge á su favor, saquele Vm. la conversación ypónganse de acuerdo en el modo y el tiempo. Loshonores de Medico de Cámara creo deberían pe-dirse para él.»

Esto se escribía, según acabamos de decir, el 6de Agosto, y el 9 se enviaba á Castaños esta otraorden con el estado á que se refiere y su corros-podiente volante:

«Reservada.=Como nada se aventura en que losauxilios pedidos por el Viagero se hallen en Melilla,y pudiera perderse mucho sino estubiesen prontosquando los reclamase, dispondrá V. E. que salganinmediatamente los que hubiese ahí y pudiese V. E.

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proporcionar, en caso de que no hubiesen ya llegadolodos de Cádiz. Por la nota adjunta verá V. E. loque debe dirigirse á la mencionada plaza, y debíahaber estado ya pronto en esa ó la de Ceuta, segúnmis anteriores prevenciones y el tiempo suficienteque ha mediado. Veo que no ha consistido la de-tención en V. E.; pero confío en que procurará consu actividad y zelo ganar el tiempo perdido, reser-vando esta especie, para no empeñarse en contex-taeiones inútiles y ocuparse sólo de los fines delservicio.=I)ios, etc.—El Príncipe de la Paz.»

El volante era así: «Amigo mió: Lo 1.° es lo i.°llaga Vm salir volando y escoltado lo que estápronto. Luego puede ir lo demás. En lugar de habermotivo de detención, exige el estado de las cosasmayor prontitud. No se empeñe Vm en camorrascon Pancho, y dígale Vm solo que el Generalísimole ha mandado salga inmediatamente lo que estáahí, y puede Vm remitir de la nota que se le ha en-viado á Vm: esto en caso de que se meta á recon-venir á Vm sobre sus operaciones. El anda malo yaquí somos buenos; esto le vale; pero ni tan calbosque se nos vean los sesos. El Gobernador de Málagaestá en el secreto. Si Sánchez no se hallase por ahíenvíe Vm la adjunta por el dicho Gobernador á Me-lilla después de leerla y cerrarla. A Dios.»

Por fin llegó de Cádiz la totalidad del materialpedido, con el inconveniente, empero, de que, noenviándose la cartuchería hecha, era necesario cons-truirla, y en Algeciras no existía más que un hoja-latero que pudiera hacerlo en las condiciones queexigía el Jefe de Estado Mayor de Artillería.

El Subinspector del arma en Cádiz tenía dadassus providencias para que fuesen de Sevilla los ho-jalateros que fuesen necesarios; pero hubo quemandarlos desde aquella misma plaza. Al manifes-tar Solana que ya había dictado esa providencia,liien tardía por cierto, aprobaba la consulta que ha-cia al Gobierno y le comunicaba Castaños sobre eldestino de aquellos efectos, consulta cuya minutaautógrafa dice lo siguiente:

«Por el adjunto oficio del Comandante General deArtillería de esta División, se enterará V. E. de losefectos que han llegado de Cádiz, los que ahora seaguardan de Sevilla, y de la indispensable demorapara arreglarlo todo, construir la cartuchería y em-pacarlo de modo que sin confusión ni mezcla puedallegar á su destino. No se perderá momento en laexecucion, zanjaré las dificultades que ocurran, yentre tanto podremos recibir noticias del Viajanteque determinen el paraje en que le acomode reci-bir este tren. También me ha remitido el Marquesde la Solana 100.000 reales vellón que deben en-tregarse quando se presente á D. Antonio RodríguezSánchez, Vicecónsul de Mogador = Dios, e te .=liuena Vista 5 de Agosto 1805=E. S, P. de la Paz.»

«Quedo enterado, se le contestaba el 13, de lacarta de V. E. de 5 del corriente y del oficio queincluye de ese Comandante de Artillería. Me pare-cen muy bien las disposiciones que toma V. E. paraactivar la salida de esos efectos destinados á Meli-lla, y ruego á Dios guarde su vida muchos años.=El Príncipe de la Paz.»

El volante era más apremiante todavía: «Amigomió, decía: Interesa mucho saber ahora pronta-mente lo que ocurra, y se atrasan las cartas bajopliego del Ministro cuando la Corte está e.n laGranja. Vengan, pues, en derechura á mí, con mispelos y señales y á Madrid siempre.»

La expedición del célebre viajero á Oudxdah, estoes, al extremo oriental del Imperio en Al-Gharb óAlgarbe, ¿no dice nada al iniciador y alma en Ma-drid de aquella conjuración contra sus proyectos yrespecto á la situación de su principal agente? Porel contrario, es cuando ve los resultados de su tra-ma próximos á manifestarse y con un éxito seguro.

¡Qué ceguedad!Se comprende, aunque difícilmente, á Badía alu-

cinado con la ilimitada confianza que en él llega ádepositar el Sultán, con la humillación de los cor-tesanos y el favor de que se ve objeto por partede un pueblo que le considera santo, además dedescendiente del Profeta, sabio y poderoso; secomprende á Badía orgulloso de triunfos que nisoñaría y con ánimo para acometer empresa tanarriesgada como la de destronar á lodo un Empe-rador.

Pero se comprende en Marruecos ó en Fez, dondeun golpe de mano de los conspiradores, aunque su-pongamos que llegara á reunir algunos, y, lo que esmás difícil, allí como en todas partes, á que se pre-sentasen á ayudarle en los momentos decisivos, sor-prendiendo á la corte ó impidiendo todo preparativode defensa, derribara el trono y acabase con la di-nastía de los Cherifes. Consumado hecho tan tras-cendental, los sublevados proclamarían á su jefe,y el Abassida sería entronizado, y, supongamos aúnmás, reconocido en el Moghreb por las tribus másrebeldes y en Europa por todas las naciones.

Marruecos ha visto en otros tiempos esas trasfor-maciones, y ejemplos de ello se presentan en Edrisdurante el siglo X, en el Alfaqui de Fez, cabeza delos Almorávides, en El Mehedí y otros varios que,como Mohammed-ben-Ackmet, con sus predicacio-nes ó sus hazañas, su ciencia ó sus inirigas, arras-traban en pos de sí una multitud, tan ignorante,ciertamente, hoy como ayer y siempre.

Eso cabe en lo posible, y lo hace la manera deser de los pueblos mahometanos; pero ese caminoparece abandonado en Agosto de 1805, desde queBadía toma el de la frontera con el pretexto de con-tinuarlo á Argel y ¡a Meca. ¿Qué va á hacer allí? ¿Su-

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blevar unas kábilas que han estado en constante re-belión casi desde que existen?

¿Influirá á su cabeza, caso de que se le unan ycon los auxilios que pueda recibir de nuestros pre-sidios, en la suerte del Imperio? ¡Qué locura!

Una vez puestos á descubierto sus planes, lospartidarios que haya dejado en la corte, viéndolelejos, y temblorosos ante un poder cuyo primer acto,se sabe de tiempo inmemorial, es el de coronar losmuros de las ciudades con las cabezas.de los quese supone descontentos ó conspiradores, se oculta-rán en vez de manifestarse, si es que, para disimu-lar su propio delito, no se presentan como los másindignados por la ingratitud y deslealtad del Insur-recto.

Los Rífenos y los Árabes con que decía contarnuestro compatriota, podrían dar al viento sus pen-dones proclamando al Santo y al Sabio, restauradorde la patria; pero aislados en aquel rincón del Im-perio, pasaría mucho tiempo antes de que el fuegode la insurrección, aun siendo intenso y voraz, sepropagase por todos los ámbitos de tan vasto terri-torio, con capitales de tan diversos y encontradosintereses. Para entóneos, y conocidos inmediata-mente en Europa los lazos de la sublevación connuestro Gobierno, las principales naciones, unaspor los que las unen al marroquí, otras por celos yotras por evitar todo motivo de nuevos conflictos,desaprobarían una conducta tan falaz en Badía ytan peligrosa en Godoy.

Pero, ¿por qué nos hemos de entregar á tantas ytantas consideraciones como se desprenden de pro-jecto tan temerario? Estamos muy seguros de queno hay uno de cuantos reflexionen sobre el asuntoen que nos ocupamos que no lo condene, haciéndo-selas mucho más lógicas y elocuentes.

JOSÉ G. DE ARTECIIE.(Concluirá).

NOTICIADI ALGUNOS TRABAJOS RELATIVOS i HETERODOXOS ES-

PAÑOLES, Y PLAN DE UNA OBRA CRÍTICO-BIBLIOGRÁFICA

SOBRE ESTA MATERIA ( 1 ) .

Al comenzae el presente siglo era casi general laignorancia en punto á la historia y vicisitudes delas doctrinas heterodoxas desarrolladas en nuestrosuelo. Teníase, sí, larga noticia de Prisciliano y desus secuaces los gnósticos, de Helipando y susopiniones adopcionislas: algún diligente escudriña-dor había tropezado con ciertas especies.relativas áArnaldo de Vilanova, á Pedro de Osma ó á los alum-

(1) Sirve de introducción á nuestra Historia <tc les heterodoxo* npa-

flfoiw desde Prisciliano twsta nuettrus dins.

bradosAe Extremadura y Sevilla; largas controversiashabía producido en los dos siglos anteriores la GuiaEspiritual, de Miguel de Molinos; pero en lo relativoá protestantes españoles conservábanse muy esca-sas y desparramadas indicaciones. Algo había tra-bajado en tal sentido el bibliotecario Pellicer en losartículos Francisco de Entinas, Casiodoro de Reina,Cyprian de Valera y algún otro de su comenzado yno concluido Ensayo de una biblioteca de traductoresque apareció en 1778. Pero en general, ni los librosde heterodoxos españoles, casi todos de peregrinarareza, habían caidoenmanosde nuestros eruditos,gracias á las bien motivadas persecuciones y rigo-res ejercidos al tiempo de su aparición por el Santo •Oficio, ni aun era bien conocida la historia externa,digámoslo así, de aquellos descaminados movi-mientos. Los índices expurgatorios habían conse-guido, si no el total exterminio, á lo menos la des-aparición súbita de nuestro suelo del mayor númerode tales volúmenes, que, por otra parte, ni en Es-paña ni en el extranjero despertaban grande inte-rés á fines del siglo XVIII. No porque algunos fervo-rosos protestantes alemanes y holandeses hubiesendejado de encarecer la conveniencia del estudio deestos libros y la necesidad de escribir una historiade semejantes doctrinas en España, sino porque áestas exhortaciones respondía la general indiferen-cia, ya entibiado el ardor con que eran miradas lascuestiones teológicas en el siglo XVI. Así queapenas se sabía en el extranjero de nuestros refor-mistas otra cosa que los escasísimos datos esparci-dos en el Dictionnaire historique et critique dePedro Bayle, en la Bibliotheca anti-lrinilariorumde Juan Christ. Sand, y en otras obras parecidas,en que por incidencia se les había dado entrada.

A pesar de tales contrariedades, habíase desper-tado en muchos, ora con buenas, ora con mal tra-zadas intenciones, segur, que los guiaba el celo dela verdad, la curiosidad erudita, el espíritu de sectaó el anhelo de perversas innovaciones, el deseo deprofundizar algún tanto en materia tan peregrina yapartada de la común noticia. De pronto juzgóse queiba á derramar copiosa luz sobre este y otros pun-tos no menos enmarañados y oscuros la publica-ción de una Historia del Santo Oficio, formada condocumentos de sus archivos por un secretario delcélebre Tribunal, digno en verdad dicho secretariode un buen capitulo en la futura historia de los he-terodoxos españoles. Y, en efecto, D. Juan AntonioLlórente, en su Historia crítica de la Inquisición,publicada en lengua francesa en 1818, y por pri-mera vez traducida al castellano en 1822, dio, aun-que en forma árida é indigesta, sin citar casi nunca,y esto de un modo parcial é incompleto, las fuen-tes, y escribiendo de memoria, con más frecuenciade lo que generalmente se cree, noticias curiosas

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de los procesos y prisiones de algunos heterodoxospenados por el Tribunal de la Fe. A ellas debenagregarse las que en 1811 había publicado en Cádizel erudito D. Antonio Puigblanch en su libro La In-quisición sin máscara, impreso coa el pseudónimode Natanael Jomtob, y traducido en 1816 al ingléspor Wiliam Walton. Pero ni Llórente ni Puigblanch,aparte de sus errores religiosos y de su fanatismopolítico, que les quitaron la imparcialidad en mu-chos casos, escribieron con la preparación conve-niente, ni respetaron bastante la fidelidad histórica,ni escogieron, cual tema principal de sus obras, ánuestros heterodoxos, ni trataron, sino por inci-dencia, de la parte bibliográfica y de crítica litera-ria, no poco importante en este asunto.

El entusiasmo protestante halló al fin eco en laprimera historia de la Reforma en España, no es-crita de cierto con la prolijidad y el esmero quedeseaba Lessing en la centuria antecedente, perocuriosa al cabo y digna de mención como primerensayo. Me refiero á la obra del presbiteriano esco-cés M'Crie, publicada en 1829 con el título de His-lory of the proffress and supression oftke reforma-tion in Spain in the sxiteenth century, que hacejuego con su History of the reformation in Italy,dos veces impresa. Es la obra de M'Crie una reco-pilación, en estilo no inelegante, de los datos en di-versas obras contenidos sobre protestantes españo-les, y en especial de los acopiados por Pellicer yLlórente, sin que se trasluzca en el autor gran co-secha de investigaciones propias, ni sea de alabarotra cosa que la intención hasta cierto punto, y lalabor no escasa. En tal libro, impregnado de espí-ritu de secta, como era de recelar, aprendieronlos ingleses la historia de nuestros reformistas, queantes ignoraban casi por entero. Largos años pasa-ron sin que nuevas indagaciones viniesen á allanartan áspero camino.

Al cabo, un insigne erudito gaditano, que pordicha vive, y por dicha ilustra aún á su patria connotable talento y laboriosidad ejemplar, dado desdesus juveniles años á todo linaje de investigacioneshistóricas, en especial de lo raro y peregrino, con-cibió el proyecto de escribir una historia de nues-Ires protestantes más completa y trabajada que lade M'Crie. D. Adolfo de Castro, á quien fácilmentese comprenderá que aludimos, tenía ya terminadaen 1847 una Historia del protestantismo en España,que refundió y acrecentó más tarde considerable-mente, viniendo á formar una nueva obra que, conel título de Historia de los protestantes españoles yde su persecución por Felipa II, vio la pública luzen Cádiz el año 183i. De las doctrinas no heterodo-xas, pero sí sobremanera avanzadas en punto á li-bertad religiosa, de las apreciaciones históricasinexactas ó extremadas, sobre todo en lo relativo á

la Inquisición y á Felipe II, de los lunares, en fin, deaquel libro inspirado por la fogosidad de la juven-tud, no me toca hablar en esta reseña. Pública ysolemnemente los ha reconocido su autor en diver-sas ocasiones, elevándose y realzándose de estasuerte á los ojos de su propia conciencia, á los detodos los hombres de corazón é inteligencia sanos,y á los de Dios, sin duda, á quien ha ofrecido, comoen expiación, sus brillantes producciones posterio-res. Yo sólo debo decir que en el libro de mi sabioy respetable amigo hay erudición inmensa, criticaen muchos puntos atinada, é investigaciones históri-cas curiosísimas, como lo reconoció, hablando delas relativas al Príncipe D. Carlos, el muy docto ar-chivero belga M. Gachard, en la excelente moao-grafía que dedicó á esta materia.

No es de admirar, sin embargo, que se adviertanen libro tan estimable y estimado no pocos vacíos,cierta falta de método, y escasez de noticias en al-gunos parajes. Los'libros de nuestros heterodoxossiempre han sido raros en España, y natural es quealgunos se escondiesen á la diligencia del Sr. Cas-tro. En una obra posterior y escrita con igual es-píritu que !a Historia de los protestantes, en el Exa-men filosófico de las principales causas de la deca-dencia de España (Cádiz, 1852), traducido al ingléspor Mr. Tomás Parker (que interpretó igualmente laobra anterior), con el título de History ofreligiousintolerance in Spain (Londres, 1853), añadió eldocto gaditano muy curiosas y estimables noticiasacerca de puntos enlazados con la historia de nues-tros reformistas del siglo XVI.

Pero ya entonces habían comenzado á exhumarlos monumentos de las agitaciones religiosas de Es-paña en aquella era dos hombres entusiastas é infa-tigables, cuyos nacimientos parecen haber obede-cido á misterioso sincronismo: tal fue la amistad ín-tima que los ligó siempre, y el mutuo auxilio que seprestaron en sus largas y penosísimas indagacionesbibliográficas. Vivía en Inglaterra un erudito cuá-kero, dado al estudio de las literaturas del Mediodíade Europa, en el cual le había iniciado un su her-mano, traductor delTasso y de Garcilaso de la Vega.Llamábase Benjamín Barron Wiffen, y por dicha suyay de las letras españolas encontró quien le secun-dase en sus proyectos y tareas. Fué-este (¿por quéno hemos de decir en castellano lo que se ha dichoen inglés tantas veces?) ü. Luis Usóz y Rio, que en-tró en relaciones con Wiffen durante su estancia enInglaterra en 1839. Animados entrambos por el fer-vor de secta, al cual se mezclaba un elemento másinocente, la manía bibliográfica, emprendieron uni-dos la publicación do los Reformistas Españoles.Desde 1847 á 1865 duró la impresión de los veintevolúmenes de esta obra, que, como escribióla sobri-na de Wiffen, contiene la historia de los protestantes

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españoles, de sus iglesias, de sus persecuciones y desus destierros. Poco divulgados han sido natural-mente talos volúmenes, impresos con esmero y enreducidísimo número de ejemplares, pero así enEspaña como en Inglaterra son bien conocidos, y ásu aparición se deben las copiosas noticias que hanvenido á disipar las tinieblas hasta hoy dominantesen la historia de nuestros pretensos reformadores.Con el Carrascon, de Fernando de Tejeda, abrió laserie Usóz y Rio, casi al mismo tiempo que Wiffenreimprimía la Epístola Consolatoria del doctor JuanPérez. A estos primeros tomos sucedieron en brevela Imagen del Antichristo y Carta á Felipe II; lasobras todas de Juan de Valdés; la mayor parte delas de Cipriano de Valera y Juan Pérez; las dos In-formaciones de Francisco de Enzinas; el tratado de

' la Inquisición, de Reinaldo González Montano; laautobiografía de Sacharles; los libros del doctorConstantino, y la Historia de la muerte de JuanDiai en Ralisbona. Con dos únicas excepciones, lade la Epístola Consolatoria y la del Alfabeto Cris-tiano, todos estos libros salieron de Madrid ex mdi-bus Lmtitice (imp. de D. Martin Alegría). Algunas deestas obras fueron traducidas por Usóz del latín,del italiano ó del inglés, en que primitivamente ha-bían sido compuestas ó publicadas por sus autores:de otras, cual aconteció con Inconsideraciones Di-Dinas, se hicieron hasta tres ediciones para acriso-lar más y más el texto, y en punto á ejecución ma-terial nada dejaron que apetecer los ReformistasEspañoles. Si de las copiosas notas ilustrativas quepreceden ó siguen á la mayor parte de los tomosseparamos las eternas declamaciones inspiradas porel fanatismo cuákero de los editores, que rayan áveces en lo ridículo y hacen sonreír de compasiónhacia aquellos honrados varones que con tales li-bros (hoy tan inocentes) esperaban do buena feevangelizar á España, encontraremos en ellas unarsenal riquísimo de noticias y de documentos, ysubirá de punto nuestra admiración á la inteligenciay laboriosidad de Wiffen y de Usóz, por más quecensuremos los propósitos descabellados más bienque peligrosos que les indujeron á tal empresa. Siem-pre merecen aplauso la erudición inmensa y leal, elentusiasmo, aunque errado, sincero. En verdad queno puede leerse sin admiración y respeto la narra-ción que hace Wiffen de los trabajos suyos y de suamigo, de las dificultades con que tropezaron parahaber á las manos ciertos ejemplares, de la incom-parable diligencia con que trascribieron manuscri-tos ó raros impresos existentes en públicas y priva-das bibliotecas, de todos los incidentes anejos, enfin, á la reimpresión y circulación de libros seme-jantes. Publicada ha sido esta narración curiosísima,capítulo sobre manera interesante de los analesbibliográficos, por la sobrina de Wiffen, Mary Isa-

lino, al fin de los apuntes biográficos de su tio.Según el orden natural de las cosas, y según el

esmero y diligencia con que procedían Usóz y Wi-ffen, la colección de Reformistas debía ser el pre-cedente necesario de la Bibliografía de protestantesespañoles. Do consuno se habían propuesto entram-bos amigos compilarla; pero la muerte de Usóz ocur-rida en 1865 vino á paralizar el curso de los traba-jos, dejando sólo al cuákero inglés cuando apenascomenzaba la ordenación y arreglo de sus papele-tas. Privado de su auxiliar y amigo, el autor de laVida y escritos de Juan de Valdés buscó en sus pos-treros años la colaboración y apoyo de otro eruditojoven y entusiasta, el doctor Eduardo Rohemer, ca-tedrático hoy de lenguas romances en la Universi-dad de Strasburgo. Muerto Wiffen, á Bohemer acu-dieron sus testamentarios, suplicándole se hiciesecargo de los papeles, libros y apuntamientos deldifunto. Aparecían entre ellos diferentes listas conlos nombres de autores que se proponía incluir ensu Biblioteca, considerable número de papeletas bi-bliográficas, y extendidos sólo los artículos de Te-jeda, autor del Carrascon, Juan Pérez y N. Sachar-les, breves los tres y el segundo incompleto. Áruegos de Mr. John Betts, traductor de las GX Con-sideraciones Divinas, de Valdés, y de la Confesióndel pecador del doctor Constantino, y ejecutor tes-tamentario de Wiffen, emprendió Bohemer la tareade formar una Biblioteca de reformistas españoles,ajustándose con leves modificaciones al plan delerudito cuákero y haciendo uso de los materialespor su laboriosidad allegados. Pero á ellos agregóel fruto de sus pesquisas en las bibliotecas de Fran-cia, Alemania, Inglaterra y los Países-Bajos, y sobreesta ancha y profunda base levanto el maravillosoedificio d.*su Bibliotheca Wiffeniana, cuyo primervolumen apareció en el año pasado de 1874, sin quehaya visto aún la luz pública el segundo, ó llegadopor lo menos á nuestras manos.

No era peregrino el ilustre catedrático de Stras-burgo en este terreno. Ya en 1860 había hecho enHalle de Sajonia esmerada reimpresión del textoitaliano de las Consideraciones valdesianas, po-niendo á su fin un muy curioso estudio intitulado:Cenni Uographici sui fratelh Giovanni ed Alphosode Valdesso; en 186"> había reimpreso en castellanola introducción del Diálogo de la lengua, y á suscuidados se debió la publicación del Lac Spiritua-les y de los cinco tratadillos evangélicos del famosoreformista conquense y dogmatizador en Ñapóles.Habíanle dado á conocer asimismo como docto yprofundo cultivador de esta rama de la Historia Li-teraria diversos artículos y memorias esparcidos enrevistas inglesas y alemanas.

Pero fuerza es confesar que el nuevo libro delcatedrático alsaciano excede en mucho á cuanto

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de su recóndita erudición esperaba la repúblicaliteraria. Encabézase el volumen publicado, comoera de justicia, con la biografía de Wiffen, debidaa la pluma de su sobrina, y con la narración delos incidentes enlazados con la reimpresión de losReformistas, escrito del mismo Wiffen que lo con-sideraba como preliminar á su proyectada biblioteca.El resto del tomo está formado con Jas noticias bio-bibliográficas de Juan y Alfonso de Valdés, de Fran-cisco y Jaime de Enzinas, y del Dr. Juan Diaz. Eltrabajo relativo a los hermanos Valdés es, encuanto pertenece al registro y descripción de lasediciones, verdaderamente admirable. Pocas vecesliemos visto reunidas tanta riqueza de datos, tantaexactitud y esmero, tan delicada atención á losmás minuciosos pormenores. El Dr. Bohemer notay señala las más ligeras diferencias, imperceptiblescasi para ojos menos escudriñadores y ejercitados;cuenta, no sólo las páginas, sino sus milímetros yel número de sus líneas; no desdeña las más levesvariantes en la escritura de algunas palabras, ysabe distinguir con precisión asombrosa las variasimpresiones primitivas de los diálogos valdesianos,tan semejantes algunas entre sí, que parecen ejem-plares de una sola. De 111 artículos consta la bi-bliografía de los hermanos conquenses ordenadapor el Dr. Bohemer, comprendiendo en ella deta-llada noticia de los documentos diplomáticos ex-tendidos por Alonso, de los escritos de Juan y desus reproducciones en todas lenguas, llegando á 57,si no hemos contado mal, el número de edicionesdescritas ó citadas en este Catálogo. Sólo hemosnotado una omisión, extraña ciertamente en un ale-mán, la de la traducción latina del Diálogo entreLactancia y un arcediano sobre el saco de Roma, he-cha por el renombrado humanista Gaspar Barthio, ypublicada en Francfort, 1623, al fin de su Pornodi-dascahs, versión del Ragionamento delle donne delAretino, trabajada no sobre el original italiano, sinovaliéndose de la traducción castellana que hizo Fer-nán Xuarez, de Sevilla, con el título de Coloquio delas damas. Las noticias biográficas de los dos Val-dés son apreoiables, si bien en este punto el librode Bohemer ha sido superado, como veremos ade-lante, por el muy reciente del Sr. D. Fermin Caba-llero. Conviene, no obstante, recorrerlas, porqueen ellas se aclaran muy curiosos particulares, cualacontece en lo relativo al Tratado utilíssimo del be-neficio de Jesuchristo, obra no de Valdés, sino deun monje de San Severino, llamado Dom Benedetto,natural de Mantua.

En cuanto á Francisco de Enzinas, había dadoramcha luz la publicación de sus Memorias por laSociedad de Historia de Bélgica en 1862; pero mu-cho más se ilustra su biografía con el caudal de no-ticias y documentos recogidos con exquisita dili-

gencia por el Dr. Bohomer, y en especial con elexamen de la voluminosa correspondencia dirigidaá Enzinas, que se custodia en el archivo del Semi-nario protestante de Strasburgo. Cumplidamentequeda expuesta la vida de aquel sabio burgalés,catedrático de griego en las aulas de Cambridge,amigo de Melaneton, de Cranmer y de Calvino, re-lacionado con todo el movimiento reformista deaquella era. Tampoco es susceptible de grandesadiciones ni enmiendas la parte bibliográfica» Senti-mos, no obstante, que el profesor de Strasburgohaya dejado de notar que no fueron traducidas porEnzinas, sino por Diego Gracian de Alderete, dosde las vidas de Plutarco, publicadas en Colonia Ar-gentina en 1831, las de Temístocles y Furio Camilo,cosa para mí evidente, y que ya sospechó el doctobibliófilo vallisoletano D. Manuel Acosta en carta áD. Bartolomé J. Gallardo. Sin duda por no haber te-nido ocasión de examinar personalmente los Diálo-gos de Luciano, impresos en León de Francia, 1550,y la Historia verdadera del mismo Luciano, que lofue en Argentina (Strasburgo), en 1551, no se haatrevido á afirmar resueltamente que sean de Enzi-nas tales versiones, ni ha notado que en la primerase incluye la traducción en verso castellano deun Idilio de Mosco. Pero su sagacidad crítica lehace adivinar lo cierto en cuanto á la Historia ver-dadera, y lo mismo puede y debe afirmarse de losdiálogos ó idilio, como fácilmente demuestra elexamen de las circunstancias tipográficas, y aunmás el del estilo de ambos libros.

Sobre la muerte de Juan Diaz recoge Bohemercon cuidadoso esmero todas las narraciones de loscontemporáneos, y si no apura, por lo menos ilustraconsiderablemente la historia de aquel triste y de-

-sastrado. acaecimiento. Acerca de Jaime de Enzinasy de Francisco de San Román, intercalados en labiografía del traductor de Plutarco y de Luciano,hay breves, pero muy peregrinas indicaciones.

Distingue al libro del doctor Bohemer, aparte dela erudición copiosa y de buena ley, el casi totalalejamiento del fanático espíritu de secta, que tan-tas veces afea los de Usóz y "Wiffen. Con variar po-quísimas palabras y suprimir algún concepto, pu-diera ser trasladado del inglés al castellano. El ca-tedrático de Strasburgo sabe y quiere ser sólo eru-dito y bibliógrafo; por eso su obra será consultadasiempre con provecho por amigos y enemigos delas doctrinas del autor, y ni católicos ni protestan-tes la mirarán como fuente sospechosa. Anhelamos,pues, la publicación del segundo volumen, y la delestudio sobre Miguel Servet, á quien no ha dadocabida Bohemer en la Biblioteca Wiffeniana, porconsiderar, y con razón, que se destacaba delgrupo general de los heterodoxos de aquella erala individualidad aislada y poderosa del anti-trini-

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tario aragonés, victima de los odios de Calvino.Aún queda que espigar en este campo, y buena

prueba es de ello el excelente libro que sobre Juany Alfonso de Valdés acaba de dar á la estampa unsabio español, á cuya erudición y diligencia debe-remos antes de mucho nuevas y extensas biogra-fías de Juan Diaz, del doctor Constantino y del an-tiguo heterodoxo Gonzalo de Cuenca. El excelentí-simo Sr. D. Fermín Caballero, que con noble ardorconsagra los años de su robusta y laboriosa ancia-nidad al enaltecimiento de las glorias de su provin-cia natal, el ilustre autor de las vidas de Hervás yPanduro, de Melchor Cano y del doctor Montalvo,ha levantado nuevo monumento á los dos hermanosconquenses que tanto debían ya á los trabajos deUsóz, Wiffen y Bohemer. El tomo IV de la Galeríade ilustres hijos de Cuenca, además de resumir ycondensar el fruto de los estudios anteriores, en-cierra muchos datos nuevos, y viene á decidir lascuestiones relativas á la patria, linaje y parentescode los Valdés, cortando todas las dudas manifesta-das por algunos eruditos. La vida de Alonso quedaen lo posible enteramente dilucidada, su posiciónteológica fuera de duda, puestas en claro sus rela-ciones con Erasmo, punto importante hasta hoy nobien atendido, auméntase en grado considerable elcatálogo de los documentos diplomáticos que sus-cribiera; y por lo que respecta á Juan, las aclara-ciones biográficas, las noticias de su doctrina, en-señanzas y discípulos... exceden en seguridad yexactitud á cuanto habían dicho los biógrafos prece-dentes, aunque entren en cuenta Wiffen y Bohemer.Esta obra, escrita con la elegante sencillez prop;ade su erudito autor y conveniente en este linaje detrabajos, va acompañada de un apéndice de 85 do-cumentos, entre ellos más de 30 cartas inéditas deAlfonso de Valdés ó á él dirigidas, que se guardanen la muy curiosa colección de Cartas de Erasmoy otros, existente en la biblioteca de la Real Acade-mia de la Historia. Enriquecen asimismo esta sec-ción desconocidos papeles procedentes del archivode Simancas y del de la ciudad de Cuenca, que na-turalmente se ocultaron á la diligencia de los in-vestigadores extranjeros. ¡Fortuna y gloria ha sidopara Juan de Valdés encontrar sucesivamente tannotables biógrafos y comentadores, premio, no obs-tante, bien merecido por aquel acrisolado escritor,modelo de prosa castellana, de quien cantó DavidRogers:

/ Valdessio Hispanus seriptore superbiat orbislNo mencionamos aquí, porque más adelante ten-

dremos ocasión de hacerlo, otros ensayos más bre-ves ó de menor importancia, relativos á nuestrosprotestantes del siglo XVI, y aun á algún otro denuestros heterodoxos. Baste decir que en el extran-jero son cultivados con interés cada dia creciente

tales estudios, pudiendo citarse á este propósito eltrabajo muy reciente del alemán Tolin sobre lasrelaciones entre Calvino y Miguel Servet.

De las breves indicaciones que preceden se de-duce en primer lugar que están reeogidos, si no to-dos, por lo menos gran parle de los materiales parauna historia de nuestros protestantes, y en se-gundo, que ha llegado el momento de escribir di-cha historia, cuya composición ha sido hasta hoyimposible. Pero esta narración sería casi infecundasi la considerásemos aislada y como independientedel cuadro general de nuestros heterodoxos. Nodebe constituir una obra aparte, sino un capítulo elmás extenso y quizá el más importante del libro enque se expongan el origen, los progresos y las vi-cisitudes de todas las doctrinas opuestas al catoli-cismo, aunque nacidas en su seno. Cuantos extra-vagaron en cualquier sentido do la ortodoxia, de-ben encontrar cabida en las páginas de esta obra.Desde Prisciliano hasta Servet, desde Elipando hastaJuan de Valdés, desde Arnaldo de Vilanova hastaMiguel de Molinos, desde Casiodoro de Reina hastaUsoz y Rio, desde Cipriano de Valora hasta donJuan Calderón, desde los herejes de la sierra doAmboto hasta los literatos volterianos del si-glo XVIII, desde los alumbrados del XVI hasta loskrausistas del presente... todos deben aparecer allícomo en tablilla de excomunión. De otra suerte, lahistoria carecería de la necesaria unidad de pensa-miento, y sería sólo una recopilación de hechos másó menos curiosos, exóticos y peregrinos.

Esta historia puede sor escrita de tres maneras:i." En sentido de indiferencia absoluta, sin apre-

ciar el valor de las doctrinas ó aplicándolas un cri-terio vacilante con visos de imparcial y despre-ocupado.

2.° Con criterio heterodoxo, protestante ó ra-cionalista"?

3.° Con el criterio de la católica ortodoxia.No debe ser escrita con esa indiferencia que pre-

sumo de imparcialidad, porque este criterio sólopuede aplicarse (y con hartas dificultades) á unanarración de hechos externos, materiales y tangi-bles, de batallas, de negociaciones diplomáticas óde conquistas, no á una historia de doctrinas y delibros, en que la crítica ha de decidirse necesaria-mente por el bien ó por el mal, por la luz ó por lastinieblas, por la verdad ó por el error, someterse áun principio y juzgar con arreglo á él cada uno delos casos particulares. Y desde el momento que estohace, pierde el escritor esa imparcialidad estricta deque blasonan muchos, y entra forzosamente en unode los términos del dilema: ó juzga con el criterioque llamo heterodoxo, y que puede ser protestante óracionalista, ó humilla su razón al yugo do la ver-dad católica, y de ella recibe luz y gula en sus in-

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vestigaciones y en sus juicios. Y si el historiadorse propone únicamente referir hechos y recopilarnoticias, sin valerse más que de la crítica externa,pierde la calidad de tal: hará una excelente biblio-grafía como la del doctor Bohemer, pero no unahistoria.

Tampoco debe escribirse en sentido heterodoxoso pena de cerrar los ojos á la luz y condenarseanticipadamente á no hallar la razón de nada niver salida en tan enmarañado laberinto. Y la razónes clara: ¿cómo el escritor que juzga con preven-ciones hostiles al catolicismo ha de comprender laliistoria de las doctrinas heréticas, impías ó su-persticiosas desarrolladas en nuestro suelo, cuandoestas herejías, impiedades y supersticiones sonentre nosotros fenómenos aislados, eslabones des-prendidos de la cadena de nuestra cultura, plan-tas que, destituidas de jugo nutritivo, muy prontose agostan y mueren, verdaderas aberraciones inte-lectuales, que sólo se explican refiriéndolas al prin-cipio de que aberran? ¿Cómo ha de explicar el quecon tal espíritu escriba, por qué no arraiga en Es-paña durante el sigloXVl el protestantismo soste-nido por escritores eminentes como Juan de Valdés,sabios helenistas como Francisco de Enzinas, doc-tos hebraizantes como Casiodoro de Reina, insignespredicadores y teólogos como Cazalla y el doctorConstantino, literatos llenos de amenidad y de ta-lento como el ignorado autor de El Crotalon, é in-fatigables propagandistas como Julián Hernández,Antonio del Corro y Cipriano de Valera? ¿Cómo unadoctrina que tuvo eco en los palacios do los mag-nates, en los campamentos, en las aulas de las Uni-versidades y en los monasterios; que tenía ciertasraíces en el estado social de aquella era; que llegóá constituir secretas congregaciones é iglesias enValladolid y en Sevilla, desaparece en el trascursode pocos años sin dejar más huella de su paso quealgunos fugitivos en tierras extrañas, que desde allípublican libros no leídos ó despreciados en España?Porque hablar del fanatismo, de la intolerancia reli-giosa, de los rigores de la Inquisición y de Felipe II,es recurrir á lugares comunes que no bastan cier-tamente para resolver la dificultad. Pues qué, ¿hu-biera podido existir la Inquisición si el principio quela dio vida no hubiese encarnado desde antiguo enel pensamiento y en la conciencia del pueblo espa-ñol? Si el protestantismo de Alemania ó el de Gine-bra no hubiese repugnado al sentimiento religioso "de nuestros padres, ¿hubieran bastado los rigores dela Inquisición ni los de Felipe II, ni los de poder al-guno en la tierra, para impedir que cundiesen lasdoctrinas heréticas, que se formasen iglesias y con-gregaciones en cada pueblo, que en cada pueblo seimprimiese pública ó secretamente una Biblia en ro-mance y sin notas, y que los Catecismos, los diálo-

gos y las confesiones reformistas penetrasen triun-fantes en nuestro suelo, burlando la más exquisitavigilancia del Santo Oficio, como la burló Julián Her-nández introduciendo tales libros en odres ó en to-neles por Jaca y el Pirineo de Aragón? ¿Por qué su-cumbieron los reformados españoles sin protesta ysin lucha? ¿Por qué no se reprodujeron entre nos-otros las guerras religiosas que ensangrentaron áAlemania y á la vecina Francia? ¿Bastaron unas go-tas de sangre derramadas en los autos de Vallado-lid y de Sevilla para ahogar en su nacimiento aque-lla secta? Pues de igual suerte hubieran bastado enFrancia la tremenda jornada de Saint Barthelemy ylos furores de la liga: lo mismo hubieran aprove-chado en Flandes los cadalsos que levantó el duquede Alba. ¿No vemos, por otra parte, que casi toda laPenínsula permaneció libre del contagio, y que fuerade dos ó tres ciudades apenas encontramos vesti-gios de protestantismo?

El pensamiento ibérico es esencialmente hostil áesos términos medios, y cuando se aparta de la ver-dad católica, lo hace para llevar el error á sus últi-mas consecuencias: no se detiene en Lulero ni enCalvino, y suele lanzarse en el anti-trinitarismo, enel ateísmo ó en el más crudo panteísmo. Tal acon-teció á Juan de Valdés, que decía no saber de Diosotra cosa sino que hay un sólo Dios altísimo, padrede Cristo, uno y espíritu de entrambos; tal á MiguelScrvet, para quien era Dios su espíritu, el de losotros hombres y hasta la tierra que pisaba; tai áMarchena, que abrió en Paris cátedra de ateísmo, yá Blanco (White), que del catolicismo pasó á la in-credulidad más absoluta, y después de divagar portodas las sectas protestantes, paró en la increduli-dad de nuevo. Y adviértase que esto fenómeno sereproduce siempre que se trata de hombres de le-vantado espíritu como los citados, y no de sectariosde reata como los Pérez de Pineda y los Ciprianosde Valera, que donde quiera abundan, y son, contodo, escasos entre nuestros heterodoxos.

Tampoco hacen fortuna en España los trampanto-jos y deslumbramientos de ciertas escuelas metafí-sicas: por eso aparecen un momento para hundirseen el olvido el gnosticismo de los priscilianistas ga-llegos, los errores de Arnaldo de Viianova, la theo-philantropía de Santa Cruz, la Unidad Simbólica deAlvarez Guerra, y de igual suerte pasará (y de ellohay clarísimos indicios) el racionalismo, armónicode los krausistas, y su panentheismo hipócrita, suslaberínticas definiciones de la sustancia, sus círcu-los concéntricos, su visión de Dios en vista real, suconcepto del hombre que es en, bajo, mediante Dios,divino (según se dice en la lengua franca de la Ana.Utico) y su unión de la naturaleza y del espírituque tiene en el schema del ser lajigura de una len-teja. Ni tampoco logran partidarios entre nosotros

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N.° 4 37 MENENDEZ PELAYO. HETERODOXOS ESPAÑOLES. 465aquellas individualidades caprichosas que pretendennaturalizar lo más estrafalario de los países extran-jeros, y por esta razón se perdieron en el vacío losesfuerzos de Usoz en pro del cuakerismo y los deD. Juan Calderón que levantó en El Catolicismoneto y en El Eximen Libre la bandera del cristia-nismo naturalista, á la manera de Strauss ó de laescuela de Tubinga. Ni lee nadie el Proyecto deconstitución religiosade Llórente, monstruosa amal-gama de doctrinas jansenistas, protestantes y vol-terianas, última expresión del torcido espíritu delsiglo XVIII. Ni aun aquellas doctrinas que como eljansenismo francés fueron apoyadas y sostenidaspor los poderes civiles, lograron sustraerse á lainevitable muerte que en España amenaza á todadoctrina repugnante al principio de nuestra cultura,á la mica salis que yace en el fondo de todas nues-tras instituciones y creencias.

Hubo en el siglo XVII un panteísmo no sin raícesen el anterior, y que á primera vista pudiera creerseherejía propia de nuestro carácter y exageración ódesquiciamiento de la doctrina mística. Elquietismode Miguel de Molinos, que, como su precedente his-tórico, la seda de los alumbrados de Extremadura ySevilla, quedó torpemente manchada con el estigmade las pasiones humanas, no tiene raíces en Espa-ña, no es hijo del sublime misticismo de nuestrosclásicos, es sólo una resurrección del yoguismo in-dostánico, resurrección hecha por los iluminadosde Italia, doctrina que de allí vino á nuestro suelo,que en Italia misma contagió á Molinos, que fueacérrimamente combatida entre nosotros, y quesi dio por resultado algunos procesos de monjas yde beatas desde la de Lisboa hasta la de Cuenca,jamás hizo el ruido ni produjo el escándalo que enla Francia de Luis XIV, ni contó sectarios tan vene-rados como Francisco Le Combe y Juana Guyon, niencontró un Fenelon que, aunque de buena fe, sa-liese á su defensa, porque en España fueron valla-dar incontrastable el misticismo sano y la escasaafición de nuestro pueblo á sutiles y tenebrosas no-vedades.

Por igual razón el culto diabólico, la brujería, ex-presión vulgar del maniqueismo, residuo de la ado-ración pagana á las divinidades infernales, aunquevive y se mantiene oculto en la Península como enel resto de Europa, del modo que lo testifican losherejes de Amboto, las narraciones del autor de ElCrotalón , el Auto de fe de Logroño, los libros de-monológicos del P. Martin del Rio, la Reprobaciónde hechicerías de Pedro Ciruelo, el Discurso de Pe-dro de Valencia sobre las brujas y cosas tocantes ámagia, el Coloquio de los perros de Cervantes... ymil autoridades más que pudieran citarse, ni llegaá tomar el incremento que en otros países, ni esrefrenado con tan horrendos castigos, ni tomado tan

TOMO VIH.

en serio por sus impugnadores, que muchas vecesle consideran, más bien que práctica supersticiosa,capa para ocultar torpezas y maleficios de la gentede mal vivir que concurría á tales conciliábulos. Yes cierto asimismo que el carácter de brujas y he-chiceras aparece en nuestros novelistas como inse-parable del de zurcidoras de voluntades ó celestinas.

Ahora bien; ¿cabe en lo posible que el escritorheterodoxo comprenda la razón por qué todas lasherejías, todas las supersticiones, todas las impie-dades vienen á estrellarse en nuestro suelo, 6 vivencorta, oscura y trabajosa vida? Paréceme que no:pienso que la historia de nuestros heterodoxos sólodebe ser escrita en sentido católico; sólo en el ca-tolicismo puede encontrar ol principio de unidadque ha de presidir á toda obra humana. Precisa-mente porque el dogma católico es el eje de nues-tra cultura, y católicos son nuestra filosofía, nues-tro arte y todas las manifestaciones del principiocivilizador en suma, no han prevalecido las cor-rientes de erradas doctrinas, y ninguna herejía hanacido en nuestro suelo, aunque todas han pasadopor él, porque escrito está que conviene que hayaherejías: Oportel htereses esse.

Y si conviene que las haya, también es conve-niente estudiarlas, para que, conocida su filiación éhistoria, no puedan deslumhrar á los incautos cuan-do aparezcan remozadas en rico traje y juvenil ar-reo. Por tres conceptos será útilísima la historiade los heterodoxos:

Primero, como recopilación de hechos curiososy dados al olvido, hechos harto más importantesque los combates y los tratados diplcmáticos.

Segundo, como recuerdo de glorias literariasperdidas ú olvidadas por nuestra incuria y negli-gencia.

Tercero, porque, como toda historia de aberra-ciones hunSinas, encierra grandes y provechosísi-mas enseñanzas. Sirve para abatir el orgullo de losproceres del saber y de la inteligencia, mostrándo-les que también caen los cedros empinados á parde los humildes arbustos, y que si sucumbieron losArnaldos, los Pedro de Osma, los Valdés, los Ser-vet, los Encinas, los Marchenas y los Blancos, ¿quécabeza puede creerse segura de errores y desva-necimientos? *

Por todas estas razones es conveniente y necesa-ria la publicación de una Historia completa y deta-llada de los heterodoxos españoles. Esta obra tienesus límites claramente señalados; debe comenzaren Prisciliano y acabar en los krausistas ya difun-tos. Cortesía literaria fue siempre respetar á losvivos, y más en asunto de suyo delicado y expuestoá complicaciones, como que llega y toca al sagrariode la conciencia. Así que para nada deben sonaren tal libro el representante español de las teorías

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lie la extrema izquierda hegeliana, expuestas enlibros como La reacción, y la revolución ó los Estu-dios sobre la Edad Media, ni el melifluo y atildadoorador parlamentario que profesa ó profesaba no hámuchos años las de la derecha, ni los numerososdiscípulos de Sanz del Rio, entre quienes surgieron,muerto el maestro, profundas divisiones que rom-pen la unidad de su credo religioso-filosófico, ni elautor de los tratados de la razón y de la libertadhumana, empírico (por no decir otra cosa) hasta lamédula de los huesos, ni los neo-kantistas, sche-llingianos, acosmistas y positivistas, que, si bienen reducido número, han aparecido en estos últimosaños,. ni los protestantes y fundadores de nuevasIglesias, que tampoco dejaron de propagar susdoctrinas durante la era revolucionaria. Tarea re-servada al futuro historiador será el juzgarlos yquilatar la novedad ó importancia relativas de susdogmas y enseñanzas.

El libro, cuyo plan vamos á trazar sumariamente,debe escribirse con caridad hacia las personas, sinindulgencia para los errores. Reconociendo y la-mentando el historiador los desvarios religiosos,debe inclinarse ante el saber y la virtud en dondequiera que los halle, y no empeñarse en rebajar yempequeñecer lo que de suyo es levantado ygrande.

Las fuentes de esta historia son muchas y varia-das, pero pueden reducirse á las siguientes:

1." Las obras mismas de los heterodoxos, cuan-do éstas han llegado á nuestros dias, cual acontececon algunas de Elipando, Arnaldo de Vilanova yPedro de Osma, y con las de casi todos los herejes6 impíos posteriores á la invención de la imprenta.

2." Las obras de sus impugnadores, por ejem-plo, las de Beato y Heterio para Elipando, el Apolo-gético del abad Sansón para Hostegesis.

3." Las obras anteriores sobre el asunto, cualesson las de M'Crie, Adolfo de Castro, Usóz, Wiffen,Bohemer, etc.; las biografías de cada uno de losheterodoxos, y los principales diccionarios y catá-logos bibliográficos antiguos y modernos, naciona-les y extranjeros.

4.* Los índices expurgatorios del Santo Oficio.S.° Casi todus las obras y papeles '.'elativos á la

historia de la Inquisición, cuales son las obras deReinaldo González Montano, Llórente, Puig-blanch, etc., etc; las relaciones, así manuscritascomo impresas, de autos de fe; muchos procesos, yel Directoriwm inquisitorum de Eymerich, con adi-ciones de La Peña, en que hay muy curiosas noti-cias de las doctrinas reprobadas de Arnaldo de Vi-lanova, Gonzalo de Cuenca y otros heresiarcas.

6." Los tratados de demonologla y hechicería, enespecial las DisqvÁsitiones Mágicas del Padre Mar-tin del Rio, obra clásica en la materia.

7.* Las historias eclesiásticas de España, y di-versas colecciones de concilios. A este grupo pode-mos referir la Summa conciliorttm del arzobispoCarranza, en que hay larga noticia de Pedro deOsma, y otros libros semejantes.

8.a Ciertas obras en que ni por asomo pudieraesperarse hallar nada relativo á esta materia. Talsucede con la traducción del Dante hecha por elarcediano Fernandez de Villegas, en cuyas notashay larga mención de los herejes de la sierra deAmboto. Incluyese virtualmente en esta seccióntodo libro que no lo estuviese en ninguna de lassiete anteriores.

Ocupóme actualmente en esta obra, despropor-cionada en verdad á mis fuerzas, no iguales á misdeseos por desgracia. El plan que en ella sigo yseguiré se parece mucho al siguiente, que publicopara que, en el caso de frustrarse mi empresa, que-de á lo menos esta memoria, y pueda servir deguía á investigaciones ulteriores. Allá va, pues, elSpecimen, como se decía antiguamente, el croquisque se ha dicho después, el concepto, plan, métodoy fuentes de conocimiento, hablando á la manera delos krausistas.

M. MENENDEZ Y PELAYO.Santander 9 de Setiembre de 1876

(Continuará.)

INFLUENCIA DEL PRINCIPIO DEMOCRÁTICOSOBRE EL DERECHO PRIVADO,

EXCMO. SEÑOR: (1)

Pocos dias hace que la justicia, con la severidadpropia de sus funciones, anunciaba á la Nación laapertura de los Tribunales. La ciencia respondo hoyá su voz, y en otra solemnidad no menos augustaabre sus escuelas á la juventud estudiosa. Una vezen el año tiene lugar esta ceremonia, y cada dia esnueva y siempre es imponente. En estos momentos,cuando tras amargos dias de luto aparecen casi cer-radas las puertas del templo de Jano, presenta ensu esplendor las pacíficas conquistas de la inteli-gencia. Los padres alborozados conducen aquí porla mano á sus hijos; las madres, sin inquietud y sinalarma, se desprenden de esos pedazos de su cora-zón, y nosotros recibimos con cariñosa sonrisa losjóvenes neófitos, joyas ofrecidas en el altar de laciencia, como precioso tesoro que hemos de devol-ver puro é intacto á la sociedad y á la familia. Laciencia es una vocación: el Profesorado que la cul-tiva es un sacerdocio.

(1) Discurso leído en la apertura del curto da 1876 4 1877 en laUniversidad da Madrid.

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Terminado este acto, único de la existencia esco-lar en que la Universidad vive vida exterior, se poneen contacto con la sociedad y participa de sus emo-ciones, vuelve á recogerse en el silencio de susclaustros, donde sólo deja oir la voz del catedráticoque razona y que discute, silencio á intervalos in-terrumpido por el bullicio de ios alumnos que pasande una á otra cátedra para sumirse de nuevo, guia-dos por la palabra de su maestro, en las soledadesdel pensamiento. Así cumple el Profesorado su mi-sión: tal es nuestro destino.

Pero las Universidades son foco de luz y puedenser también hornos encendidos en que se forje elrayo. Nunca con más verdad ha podido decirse queDios ha entregado el mundo á las disputas de loshombres. Esta necesidad de la época constituye sumayor peligro. El espíritu de discusión lo arrollatodo: no hay doctrina que no se controvierta: larazón, erigida en juez supremo, somete á residen-cia los siglos, las creencias, las instituciones; y enese debate en que las pasiones estallan y los siste-mas chocan, el error oscurece los caminos de laverdad, el entendimiento se lanza impávido en laregión de las quimeras, las hipótesis ocupan el lu-gar de los principios, la realidad se desconoce yhasta el ideal se confunde con la utopia.

Todas las Facultades que comparten los dominiosdéla ciencia caminan hacia lo desconocido, llevan-do por divisa la tradicional leyenda plus ultra. Elentendimiento humano se agita hoy en un mar dedudas y esperanzas, como si creyese llegado elmomento de ver realizada la falaz promesa que in-dujo á los primeros padres á comer del árbol de lavida. El conocimiento exterior del hombre no lesatisface, y pretende sorprender el secreto de lavida oculto á la acción del escalpelo, descifrar elenigma de un ser que, formado á imagen y seme-janza de su Hacedor, no tiene en la creación tipoconocido. El orbe le parece estrecho, y sin dete-nerle la majestad de los cielos se lanza en el espa-cio buscando nuevos mundos en que fijar su planta.No llena su curiosidad el limitado cuadro de la his-toria, y quiere salvar la medida del tiempo en alasde la razón; antorcha que encendió el Creador, perocuyos resplandores clan escasa luz para sondear lastenebrosidades del caos. Siglos do existencia en losque han resistido las sociedades á terribles cataclis-mos nojustifican la bondad de su organización; y lafilosofía, creyendo mezquinos los antiguos moldes,abre otros nuevos para fundar sobre bases no ensa-yadas ni conocidas la familia y la sociedad, el indi-viduo y el Estado.

Graves, trascendentales son los sistemas que con-mueven el mundo de las inteligencias, mas no todosimportan la misma gravedad: mientras unos apenastraspasan la esfera de las ideas, otros determinan

crisis capaces de conmover los pueblos. Los pro-blemas sociales tienen sobre todos este privilegio.Los que bajo cualquiera de sus formas cultivamosestas ciencias, que tan gran desarrollo alcanzan enlos tiempos modernos, no podemos rehusarles nues-tra atención, estamos singularmente obligados á ha-cer su estudio. Tal es mi objeto.

En los diversos órdenes del derecho que experi-menta la acción de encontrados sistemas, dominacon imperio casi exclusivo el principio democrático:la democracia es la palabra que condensa como enuna grande síntesis las relaciones jurídicas. Puesbien; me propongo bosquejar, con imparcialidad es-tricta ycon el posible acierto, la influencia del prin-cipio democrático sobre el derecho privado.

Ardua empresa es desenvolver tan delicado temaante concurrencia tan distinguida. Pero la pequenezdel individuo desaparece aquí ante la exigencia re-glamentaria que me demanda este servicio. Si fuerahonor, yo no ocuparía este lugar, porque no le habríamerecido; es simplemente un deber, y aunque losdeberes no se renuncian, por más que sea honroso,habría eludido el que hoy tengo de dirigiros la pa-labra si hubiera podido excusarlo. Me recomiendoá la vez á vuestra atención y á vuestra benevo-lencia.

Los grandes principios siguen un largo períodode elaboración antes de su aparición en la historia.Siendo la democracia consecuencia de las trasfor-maciones que en las diversas épocas ha sufrido lavida del derecho, convendrá dar á conocer lascausas que la preparan para juzgar de su necesidady apreciar su tendencia. En un siglo que no se sa-tisface con las instituciones si no sorprende su orí-gen en la noche de los tiempos, debiera conside-rarme «Migado á trazar el bosquejo de las antiguasdemocracias, pero me distraería esto demasiadosin utilidad para mi objeto: examino el derecho pri-vado, y creo que puedo principiar este examen porel pueblo rey.

i.

El estado de las personas debe ser estudiado ensus relaciones con la familia y con la sociedad. Estasdos entidades jurídicas que han marchado parale-las, definen al individuo y dan la clave para expli-car su condición civil. Roma cumple esta ley quefue común á todos los pueblos de la antigüedad.

Según se infiere de ciertos monumentos depura-dos de las ficciones de la fábula con el auxilio dela crítica por el esmero de pacientes investigado-res (1), la familia fue en tiempos remotos, tiemposcasi primitivos, una asociación religiosa ¿nás quenatural: el lazo que unía á sus individuos, más po-

Fustal de Coulanges. La cité antiqut.

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deroso que el sentimiento y que la fuerza física, erala religión del hogar y de los antepasados. La pri-mera institución doméstica fue probablemente elmatrimonio, cuyo principal efecto, del cual surgíanotras consecuencias, consistía en romper los anti-guos lazos religiosos que unían á la mujer con sufamilia y hacerla partícipe del culto de su esposo.

La familia, compuesta de cuatro elementos, el pa-dre, la madre, los hijos y los esclavos, formaba uncuerpo organizado con su régimen y gobierno. Lareligión, estableciendo la disciplina del hogar, se-ñalaba su puesto á cada uno de los individuos.

El principio superior, al qué todos debían acata-miento, era el larfamiliaris. El padre era el sacer-dote, el encargado de perpetuar su culto; la mujer,iniciada en él por el matrimonio religioso, y loshijos como auxiliares, tomaban parte en las cere-monias.

No sirviendo de base á la familia la generaciónni el afecto natural, los historiadores le dan porfundamento el poder paterno ó marital, poder querepresenta la superioridad del padre y del esposo;pero la constitución doméstica demuestra que esaautoridad era efecto de la religión y no una prime-ra causa.

La palabra manus, que los jurisconsultos romanoshan conservado como expresión del poder del ma-rido sobre la mujer, no denota fuerza material: de-riva, como todo el derecho privado, de las creenciasque asignaron al hombre un rango superior: pruebade ello que ia mujer que se casaba sin ajustarse álos ritos religiosos, no estaba asociada al culto, vi-vía fuera de la autoridad marital. El matrimonioproducía la subordinación y al mismo tiempo ladignidad de la mujer.

El poder paterno obedece al mismo principio. Lapalabra padre no expresaba la idea de paternidad,idea que tenía nombre especial (genitor). Padre, enlenguaje religioso se aplicaba á los Dioses, y en eljurídico al hombre que tenía su culto y su dominio.Padre no es solamente la persona que protege ytiene el derecho de hacerse obedecer; es el sacer-dote, el heredero del hogar, continuador de los an-tepasados, depositario de los ritos misteriosos delcuito y de las fórmulas secretas de la oración.

Sus derechos, realmente considerables, se refe-rían á sus tres categorías de sacerdote, propietarioy juez. Como jefe religioso, ordenaba las ceremoniasdel culto y respondía de su conservación: de aquísu derecho de reconocer ó rechazar al hijo, de re-pudiar á su mujer en caso de esterilidad, de casaruna hija, emancipar un hijo ó adoptar el ajeno y denombrar tutor. Como dueño de toda propiedad (con-sagrada también por la religión al modo que la fa-milia), ni el hijo ni la mujer podían poseer bienes: lapropiedad era indivisible, familiar, y el padre usu-

fructuario absoluto. Todo cuanto aquellos adquirían,pasaba á sus manos: la dote de la mujer, la dona-ción hecha á ella ó á sus hijos, los productos de sutrabajo y los beneficios del comercio: formando elhijo parte de su dominio, le estaba permitido ven-derle. Como juez, juzgaba á la mujer y á sus hijospara los cuales la ciudad no había establecido jus-ticia pública. El padre tenía derecho de vida ymuerte, en el sentido de que podía juzgarlos y lle-var hasta aquel límite su justicia si merecían estapena; pero su autoridad no era arbitraria, porquela moderaba el respeto debido á las creencias y á lamoral.

La unión conyugal era casi indisoluble. Aunquetuviese lugar el divorcio, principalmente por causade esterilidad, se empleaba rara vez, y era una ce-remonia religiosa como el matrimonio.

La perpetuidad de la familia se reflejaba en elprincipio seguido para la trasmisión de bienes. Enlas leyes como en las costumbres, dos ideas secorresponden: el culto de la familia y su propiedad.El hijo era heredero suyo: la sucesión intestada, yse defería, no á las hembras, sino á los agnados, álos gentiles y á los parientes capaces de continuarel culto.

El derecho de familia, íntimamente unido ai de laciudad, participó de sus vicisitudes. Con las docetablas, primer Código escrito, eran incompatiblesmuchos de los antiguos principios. Las bases fun-damentales permanecieron inalterables: la autori-dad del padre continuó siendo perpetua: podía juz-garle, condenarle, venderle: el hijo nunca eramayor. En las sucesiones prevaleció el principioagnaticio, y la emancipación y la adopción fueronreconocidas. Pero aquel Código fue una transacción,preludio de más graves reformas que debía expe-rimentar el derecho privado.

Causas diversas, entre las cuales ocupan señala-do lugar el cambio en las costumbres, nacido delcontacto con otros pueblos y de las facciones queen el interior devoraban la república, alejaron cadadia más á la familia de sus primitivos orígenes yprepararon sucesivas trasformaciones y mudanzas.Las justas nuptias perdieron su carácter religioso,quedando abandonadas al derecho, privado. Al ladode la confarreacion, matrimonio de los patricios, secreó el matrimonio por coencion y por el uso, á sumanera solemnes, para los plebeyos. El divorcio,antes imposible ó muy raro, los destruía por livia-nas causas. La mujer fundó sobre la dote un princi-pio de independencia y obtuvo leyes que la asegu-rasen su restitución: el padre conservó sobre elhijo sólo una facultad corre'ctiva y escasos derechossobre sus bienes, que quedaron sustraídos á su po-der por la introducción de los peculios. El patrimo-nio dejó de ser indivisible; introdujoseel testamento

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y se facilitó su ejecución para hacerle asequible átodos. La cognación, parentesco natural, disputósus títulos á la agnación, parentesco establecidopor la religión doméstica: la madre adquirió dere-chos hereditarios y cambió de base la sucesión,pues aunque Justiniano consigna en la Instituía elprincipio agnaticio, no es como derecho vigente,sino como institución relegada á la historia. De laantigua familia que tan grandes caudillos habíaproducido y que tantos dias de gloría había dado ásu patria, únicamente respetó la perpetuidad delhogar, haciendo trasmisible el poder paterno á todala descendencia, excluyendo de él á la madre, ydeclarándole subsistente mientras el hijo no obtu-viera la emancipación.

El aspecto doméstico y el civil se relacionan:son ideas difíciles de separar el hombre y el ciuda-dano: este doble aspecto debe darnos como resul-tado natural la condición privada del individuo.

Omitiendo cuanto concierne al origen de la ciu-dad, me limitaré á exponer ligeras noticias sobre suorganización. Como toda sociedad humana, la ciu-dad ofrece rasgos, distinciones y desigualdades:había diferencia entre los hijos, porque las hem-bras no podían compararse á los varones: entre loshermanos, siquiera no se guardase el orden de pri-mogenitura, porque los primeros, como continua-dores del culto, tenían preferencia sobre los segun-dos; la había entre los individuos de una familia ysus servidores, porque los clientes se distinguíande los patronos, y aquellos no podían compararsecon los esclavos. Pero la distinción característicade la ciudad era la que existía entre los patricios yla plebe, dos clases opuestas, cuya rivalidad formacomo la urdimbre de la historia de ese pueblo,constituye su grande, su magnífica epopeya.

El patriciado formó la aristocracia de la sangre,fundada á la vez sobre el nacimiento y la religión.A esta aristocracia nacida del sacerdocio heredita-rio (d) sucedió la del dinero (2), aristocracia origi-nada en las reformas de Servio Tulio,que usurpó á laantigua sus derechos y conservó su poder, si no conigual prestigio, por mayor tiempo. En el períodoque siguió á la expulsión de los reye3, el poder dela aristocracia fue absoluto: sólo su clase podíaejercer funciones judiciales, desempeñar las magis-traturas, administrar justicia; sola ella conocía lasfórmulas de la ley.

Los hombres de inferior condición, no compren-didos entre las gentes, formaban la clase plebeya,cuyo distintivo y especial carácter consistía en per-manecer extraña á la organización religiosa de laciudad y aun de la familia. Era de peor condición

ID íac¡lé,pág. 296.(3) ídem, p4g. 389.

que la clientela: el cliente participaba al menos delculto de su patrono y hacía parte de una familia,de una gens; el plebeyo de todo estaba privado.Para él no existían religión, ni derechos civiles nipolíticos. No tenía hogar, porque no habiendo te-nido ascendientes carecía de culto; ni matrimonioreligioso, porque desconocía sus ritos; ni propie-dad, porque no era ciudadano, y sólo el que lo fue-ra podía ejercer este derecho: el ager romanus sedistribuyó á las tribus, las curias y las gentes; ycomo ni aun formaba parte del pueblo, no entró enel reparto. Para él no había ley ni justicia, porquela ley era un decreto de la religión, y el procedi-miento un conjunto de ritos: no había derechos po-líticos, porque estaban reservados al ciudadano; nireligión de la ciudad, porque ninguno podía ser in-vestido del sacerdocio. Entre el patricio y el plebe-yo , dice Fustel de Coulanges, media la distanciaque la religión puede establecer entredós hombres.La plebe era una población despreciada, abyecta,fuera de la religión, de la ley, de la sociedad y dela familia... Pero ninguna forma social de las queel hombre imagina es inmutable, y ésta no podíaexistir, porque llevaba en su misma desigualdad ungermen de enfermedad y de muerte (1).

El desarrollo de la industria y de la agriculturay la organización dada al ejército obraron una tras-formacion social y decidieron del porvenir de estaclase. Obligados por su engrandecimiento, los pa-tricios hubieran deseado darle entrada en la ciudad,haciéndola pasar por la clientela; pero los plebeyos,que miraban con horror esta clase, rechazaron elproyecto; naciendo de su actitud independiente yaltiva la perdurable lucha que caracteriza esta civi-lización, lucha en la cual, caminando de conquistaen conquistaba plebe arrebata su poder al patricia-do y adquiere todos los derechos déla ciudad. Con-sigue la inviolabilidad por el tribunado; legisla enlos plebiscitos; por la ley Hortensia, que los decla-ra obligatorios, confirma su autoridad legislativa;hace adoptar la ley canuleya que, autorizando elmatrimonio entre personas de ambas clases, borrala separación de las familias, y émulo de las gloriasdel patriciado, aanque no superior, casi ni igual enmerecimientos, le disputa las magistraturas, el sa-cerdocio, el mando délos ejércitos y el gobierno dela república.

Otro elemento había en la familia que por el lazocomún que las unía al entrar en la ciudad desem-peñó importante aunque triste papel en Roma: laesclavitud. La necesidad que el hombre tiene delos servicios ajenos por no bastarse a sí mismo, ymenos en el aislamiento en que vivían las familias,trajo á la sociedad este estado, produjo entre los

(i) La cite, p*gi. Í80 y 281.

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individuos esta desigualdad injustificable, pero au-torizada por las leyes y por las costumbres.

Roma acogió en su seno ese grupo de hombresllamados esclavos, privados de libertad y de cuan-tos derechos constituyen la personalidad humana,reducidos á la miserable condición de cosas. El se-ñor podía devolverles la libertad; y al acto en quelo verificaba, que debía ser público y solemne, lla-mó el derecho manumisión. Los manumitidos, salvosu origen, estigma que llevaban siempre en laTrente, eran igualados á los ciudadanos. Leyes pos-teriores establecieron entre ellos diferencias; peroJusliniano, en esto como en otras cosas, acreditósu política, declarándoles, puesto que eran libres,los derechos inherentes á la libertad.

La población de la ciudad ha hecho olvidar comode menos interés la de los campos: el ciudadano haoscurecido al colono. Sin embargo, las trasforma-(iiones causadas en la propiedad y que se reflejanen el estado de las personas por la relación queexistía entonces entre las dos ideas, produjo el co-lonato romano, de grande porvenir en la historia.Los colonos han sido conocidos en" el derecho porlos nombres de coloni, rustid, originan, adscrip-titii, inquilini, tributarii, censiti. Entrábase enesta clase por nacimiento, por prescripción y porcontrato. Entre los colonos y los esclavos habíaesenciales diferencias que hacían del colonato unestado aparte en la sociedad. Pero la libertad deque disfrutaban, reducida á estrechos límites y so-metida á condiciones onerosísimas, los hacía de ín-fima condición. Vivían apegados al terreno: servíterree gleba inherentes: sujetos á castigos corpora-les, si no tantos como los esclavos, mayores quelos de los hombres libres, como aquellos estabanprivados de todo derecho de queja, de toda accióncontra su patrono y contra el dueño del terreno; yaunque capaces de adquirir, su propiedad no eracompleta ni verdaderamente independiente (1).

La familia no recibe sus leyes de la ciudad: elderecho privado no se confunde con el público; sinembargo, ambos derechos se hermanan para" cons-tituir al individuo, para modelar su personalidadabsorbida, confundida entonces en la personalidaddel ciudadano. Esta palabra lo dice todo: la ciuda-danía romana 5e descompone en dos términos ácual más importantes: el derecho de los quirites yel derecho de ciudad: al primero correspondían elcenso, la milicia, los tributos y demás impuestos,la votación, los honores, el culto sagrado; compo-nían el segundo la libertad, la jerarquía, el matri-monio, la patria potestad, el dominio legítimo, laherencia y la usucapión (2).

(1) Guízot.—Hhíolre de la civilitation, tome troisiéme, lee. 7.

(2) Hemecio.—ÁnUgiieáade .

La relación del hombre con la patria fue en Romatan poderosa que el individuo desaparece para ha-cer plaza al ciudadano. Nadie ha puesto más alta supersonalidad que el romano, identificando sus des-tinos con los de la patria: si eso fuera el individua-lismo, ninguno había sido más individualista queeste pueblo. La religión le hace sagrado, la ley ledeclara inviolable, el triunfo le diviniza, y dondequiera que se presenta honrado con el laurel de lavictoria, el mundo, rendido á su grandeza, saluda alhombre rey.

Roma contrajo por la corrupción de costumbresun cáncer que minaba sordamente su existencia;pero tenía dos grandes cualidades que afirmaron elcetro en sus manos y retardaron su ruina: el amor bla tradición y una poderosa fuerza asimiladora. Fielá su destino, no desmintió, no rompió su historia;en los campos de batalla, peleando bajo diversa en-seña, inflamó siempre su ardor guerrero el santofuego de la patria. La sociedad en tanto iba sufrien-do una trasformacion por el doble influjo de la filo-sofía y el cristianismo, y los jurisconsultos per-feccionaban el derecho, alejados del ruido de lasarmas que los Emperadores, algunos realmente in-dignos, paseaban triunfantes por todo el orbe. Elpoder del imperio concluyó, pero no sus institucio-nes, no su influencia. Al desplomarse este coloso,rendido al peso de su gloria, dejó Códigos inmorta-les como testimonio de su cultura, y una organiza-ción social indestructible, símbolo acabado del prin-cipio de unidad.

Roma, como el fénix de la fábula, renace de suspropias cenizas: testigos de su virilidad que losdesastres habían enervado, pero no habían podidodestruir, son las corrientes que sigue la civilizacióndesde la época del Renacimiento: las repúblicas lepiden sus formas políticas, el orden de sus magis-traturas: la monarquía recibe de él sus funciones ylos atributos del poder real: la historia registra susanales: el arte estudia sus monumentos: la cienciahabla su lengua, y los pueblos obedecen sus leyes.

II.

La humanidad marcha, pero Dios la mueve. Em-pujados por la mano de la Providencia para cumplirsus inescrutables designios, pueblos aguerridos, deincierta procedencia, abandonan las selvas y tomanposesión de Europa. Misteriosa es la historia de losgermanos ó de los bárbaros. Se ignora su origen,las circunstancias que precedieron ásu irrupción,y fueron tantos los invasores sin verdaderos lazosde parentesco, aunque aproximados por cierto gé-nero de afinidad, que cuesta trabajo definirlos yclasificarlos. En medio de esta oscuridad que hacela desesperación de la historia y de la crítica, hayun dato, un hecho conocido: sus costumbres. Este

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debe ser nuestro punto de partida. Las costumbresde dichas tribus, tales como los historiadores lasdescriben y la tradición las conserva, dan idea desu condición individual y social, privada y pública,y permiten determinar el elemento que debían traeral derecho.

Los germanos hicieron la distinción que consti-tuía el fondo de las antiguas civilizaciones. Loshombres eran libres y esclavos, estado quimérico,absurdo, pero de resultados desgraciadamente prác-ticos. Bosquejemos este cuadro.

El hombre libre era rey de su familia y de los quele estaban unidos de grado ó por fuerza, sacerdotedel hogar y único juez de su casa (1). La forma delmatrimonio, su rito especial eran los esponsales, elconvenio con los padres de la futura, no limitado álas personas sino extensivo á los intereses: la ben-dición del sacerdote ante los altares era la consa-gración del acto; pero ceremonia accesoria, no prin-cipal.

La mujer constituida en el dominio de su padrepasaba por venta al de su esposo, y esta era la mu-jer emptitia: si bien el acto se redujo luego á unasimple compra del mwndiwm, y acabó por ser unrito simbólico. No estaba igualada al marido. Paratenerla en dependencia vivia en el interior, del do-micilio, y era casi inaccesible al extranjero: raravez salía de casa, y si saliendo le ocurría cualquiercontratiempo, no tenía derecho para quejarse.

La dote era el precio de la fermosa doncella. Lasmujeres recibían de los esposos dotes cuantiosas,antes que la ley fijase su cantidad, y el morgengabeó don de la mañana; y de los parientes, como dona-ción graciosa, algunos regalos. Consocias de losmaridos, cuyo valor inflamaban y cuya sangre res-tañaban en los combates, sacaban su parte en elbotín, tenían gananciales ó conquistas. Fundado so-bre la convención, que es por sí sola frágil lazo, elmatrimonio no era establo, el divorcio le disolvía:merced al cristianismo que, dándole por base la re-ligión, consagró su perpetuidad, el divorcio vino ásor raro y por causas limitadas, la principal el adul-terio. La autoridad paterna era, como la marital, re-sultado del dominio, y revestía sus caracteres. Jus-tiniano estuvo inexacto al afirmar en la Instituíaque los romanos usaban de tal potestad sobre loshijos, como no la habían conocido otros hombres.Basada sobre la idea del poder, esta institución pre-senta rasgos análogos, casi identidad en los anti-guos pueblos, aunque como los septentrionales, porsituación y por cultura, tan apartados estén de losromanos: las diferencias son más bien de. forma queesenciales. No se la debe juzgar por el criterio de

(i) Davoud Oghlou. Histoire de la legitlalion (íes ancient ger-mttint, —Ititroduclion.

los Códigos, los cuales se habían trasformado conla idea cristiana, y menos por el Fuero Juzgo, pro-ducto de dos civilizaciones, malamente llamado leyprimitiva de los visigodos. La patria potestad no te-nía límites: el padre era en su casa dueño absoluto;rey, sacerdote y juez no solamente de sus esclavos,sino de todos los individuos de la familia.

Al ensancharse los lazos de la sociedad, de la co-muna y del gobierno, fue cuando el Tribunal pú-blico se aventuró alguna vez á penetrar en esteasilo é intervenir la acción de los padres de familia.

La mayor edad variaba entre diez y quince años.Los visigodos declaraban al hijo mayor cumplidoslos quince, mas no salían completamente de la tu-tela hasta los veinte; puede decirse que la hijasiempre permanecía en ella. Para el desempeño deeste cargo eran preferidos los parientes, y entreellos la madre.

El testamento no estaba en uso: copiáronle estospueblos del romano; pero aun después de introdu-cido, rara vez el heredero legítimo, y sobre todolos descendientes, fueron desposeídos de sus de-rechos.

La sucesión experimentó cambios en la parle re-lativa á la mujer, á los hijos y al haber hereditario.Mientras las mujeres fueron un objeto poseído, de-bían naturalmente ser inhábiles para la sucesión.Principios equitativos reconocieron después, bajoesto aspecto, su individualidad, y las modernaslegislaciones, mus favorables que las antiguas, lesotorgaron derechos.

Entonces que el marido podía tener una ó mu-chas mujeres, el hijo natural concurría á la heren-cia con el legítimo; pero la igualdad no estaba jus-tificada á los ojos del derecho, y los tiempos dieronla preferencia á la legitimidad. Entre los legítimoscada legislación profesaba reglas especiales; si bientratándose de un pueblo educado para vivir en etfragor de las batallas, y que fiaba sus destinos á lapujanza de su brazo, era comunmente preferido elsexo.

Formaba el tercer elemento de la sucesión elobjeto de ía herencia. Los bienes podían ser pro-pios ó adquiridos: los primeros no debían salir dela familia; los segundos quedaban sujetos á parti-ción: las armas, en todo caso, eran patrimonio delos varones.

El derecho había autorizado la desigualdad civil:en un Estado naciente, casi embrionario, se cono-cían clases y categorías. Los hombres eran privile-giados, ingenuos ú hombres libres, manumitidos yesclavos.

Realmente no puede decirse que existiese allíuna aristocracia, una nobleza. El padre de familiaque era jefe de su casa, llamado a ejercer funcio-nes públicas, á tener autoridad sobre determinado

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número de familias, se hacía noble; es decir, veníaá ser un funcionario que reunía en sí las funcionesde oficial civil, juez, oficial militar y sacerdote. Elpropietario de grandes bienes raíces sobresalía en-tre sus iguales y tenía preferencia sobre el ingenuomenos rico para ser jefe. La autoridad era un pri-vilegio inherente á la posesión de grandes terri-torios.

Ingenuo era el hombre acomodado, el simplepropietario del suelo sin autoridad ni jurisdicción.

Liberto, el esclavo que había obtenido su liber-Lad. El esclavo luchaba con grandes obstáculospara llegar á la libertad completa y adquirir losderechos de hombre libre. El precio de redenciónera el mismo que hubiera debido pagar el amo paraeximirle de un castigo; pero vino á quedar reducidoá una formalidad simbólica. La manumisión consis-tía en la entrega hecha al esclavo de las armasde un hombre libre. La condición del liberto conti-nuó siendo precaria: su matrimonio con la familiadel señor era un acto reprobado, y motivos verda-deramente fútiles daban á éste pretexto para tor-narle á servidumbre.

Los esclavos, que podían serlo por varias causas,no estaban clasificados como en Roma por los em-pleos. Cada cual tenía su casa y sus penates queregía á su manera. El señor le imponía cierto tri-buto ó le exigía una renta en trigo, ganados ó pie-les, y á esto se reducía su servidumbre. El serviciodoméstico correspondía á la mujer y á los hijos.

Esta trasformacion social, una de las mayores queregistra la historia, no podía verificarse sin traernuevos gérmenes al derecho.

Como Roma había infiltrado en él la omnipotenciadel Estado, la idea del poder, los germanos le pres-taron su espíritu de libertad, su individualismo: laautonomía personal, á falta de un poder público,suplía entre ellos la acción del Estado. Para re-girse en familia, se valían de sus costumbres, rela-tivamente puras y que conservaban el sello de suausteridad. Para tomar satisfacción de los delitos,que eran á sus ojos una ofensa privada, no teníanotra ley que su venganza, sustituida luego por unsistema arbitrario de composiciones. Para ventilarlos asuntos de interés general, improvisaban unanación, reuniéndose en asambleas. Para proveer ásu seguridad, buscaban entre los más esfozados uncaudillo. Tácito dice: «Los godos no tratan ningúnnegocio público ó privado sin estar armados; peronadie puede llevar las armas sin que la ciudad ledeclare capaz de manejarlas. Llegado este caso, unode los jefes decora al joven con el escudo y la kz-mca: esta es su toga viril; este es el primer honordecretado á su juventud: era individuo de una fa-milia y desde entonces se hace miembro del Esta-do. El alto nacimiento ó señalados servicios de los

antepasados dan el rango de jefes aun á los adoles-centes. Los demás se someten al servicio de anti-guos guerreros que tienen hechas ya sus pruebas,y no causa rubor contarse entre sus compañe-ros...;) (i).

Tal era, descrito á grandes rasgos, el pueblo quevenía á reemplazar al romano y a hundir en elpolvo su civilización. No cabe negar el valor de losgermanos ni poner en duda su independencia: suamor á la libertad era tan grande, que convocados ála asamblea, no acudían todos á la vez (nec utjussijpara alejar toda idea de mandato. Pero no teníanotro vínculo de unión que la adhesión de sus jefesy el compañerismo. «En el combate, continúa aquelhistoriador, es vergonzoso para el jefe ser supe-rado en valor, vergonzoso para los compañeros noigualar á su jefe. Es una acción infame, y por siem-pre deshonrosa, haber sobrevivido al jefe abando-nando el campo de batalla. Defenderle, cubrirlecon su cuerpo, convertir en su honor las propiashazañas, es el juramento más sagrado. Los jefescombaten por la victoria, los compañeros por sujefe...» (2). Un pueblo tan amante de su libertad yque tanto estimaba su honor, llevaba en estas vir-tudes el germen de su futura grandeza. Pero la ins-titución de una sociedad pasajera, formada volun-tariamente y descansando sobre el juramento defidelidad mutua, tenía frágil base, y era la cuna enque se mecía el feudalismo.

III.

El feudalismo no constituye un accidente pasa-jero en la vida de la humanidad; es un aconteci-miento que forma época en la historia. La acumu-lación en pocas manos de inmensos territorios átítulo ó como resultado del derecho do conquista;la fusión de la soberanía y de la riqueza que hizoprevalecer las relaciones de la propiedad sobre lasrelaciones personales, y la asociación general delos poseedores de feudos entre sí, explican su orí-gen y pueden descubrir su carácter. Sucesivas in-vasiones que producen la inseguridad personal enotros pueblos, y la irrupción agarena que rompe enel nuestro la unidad nacional y fracciona en mil pe-dazos el poder público, determinan su momentohistórico. Acontecimiento tan importante debía cau-sar honda huella en el derecho privado, y, conefecto, el feudalismo ha dejado sentir su influjo enel estado de la familia y en la condición de las per-sonas.

En el período á que este examen se contrae,existían en España tres clases de matrimonios to-lerados por costumbre: el solemne, celebrado con

(1) GermaniaXIII.(2) Geruunia XIV.

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todos los requisitos de derecho y santificado por lareligión; el á yuras, matrimonio legítimo, perooculto, especio de matrimonio de conciencia; y labarraganía, enlace vago, indeterminado, cuyas prin-cipales condiciones eran la permanencia y la fideli-dad. No sería justo atribuir al feudalismo una nove-dad general en Castilla y de la que usaban sindistinción todas las clases; sin embargo, los bastar-dos que por desgracia abundaron en otras familias,representaron papel muy principal en las aristocrá-ticas.

Hijos de los godos, con la vista fija en sus glorio-sos ascendientes y regidos por las tradiciones delfamoso Fuero Juzgo que, si no era su ley, ordenabasu disciplina, los señores feudales fueron igual-mente respetuosos hacia sus esposas, si ya no lessuperaron en galantería. Señalábanles por arras, nocomo precio, sino como remuneración de sus pren-das personales, la tercera parte de sus bienes, ha-ciéndoles además otros obsequios: muías ensilla-das,paños é cinteras y unapiel de abortones, la cualquiere la ley que sea muy grande é muy larga édebe tener tres sane/as de oro é que pueda un caba-llero armado entrar por la una manga é salir por laotra... (1).

La mujer recibida con tanta ostentación en lafamilia ocupaba en ella el rango proporcionado á'su clase. Reina y señora de! castillo en las forzadasy frecuentes ausencias del marido, recibía sus ho-nores, se hacía obedecer de sus hijos y vasallos, yregentaba el hogar. Encantan, por su ternura, lasdescripciones que hacen los historiadores de lamadre castellana. En estado de viudez, desgraciaá que de continuo la exponían los azares de laguerra, resumía toda la autorjdad, ejerciéndola porderecho propio.

Los Códigos, sobrios en cuanto concierne á laautoridad marital, no son más completos cuandotratan del poder paterno. Infiérese que no seríagrande y menos despótico el poder de los padressobre sus hijos, que desde los veinte años, en que elservicio de las armas era obligatorio, compartían,como auxiliares y compañeros, el riesgo y el honorde los combates.

En un sistema de organización basado sobre lapropiedad y que convertía en instrumento de poderel suelo, era término obligado el deseo de su con-servación, y esto explica el cambio en el derechode sucesiones. En la aspiración pretenciosa, peronoble, de perpetuar á través de las edades el lustrede un apellido, debía tenor origen el principio deprimogenitura. Hijos son del feudalismo, modos deser de la propiedad, nutrida con su savia, el mayo-razgo, la troncalidad y el retracto, instituciones

(1) Fuero Viejo. Lib. V, tlt. I, ley 2.

nacidas al calor de la familia y á propósito para es-timular la reconquista.

El feudalismo no limitó su acción á la esfera delhogar. Como todas las grandes instituciones, debíamodificar el estado social. La condición de las per-sonas arranca de la diferencia, en mal hora estable-cida, entre la servidumbre y la libertad. La servi-dumbre era personal y real. La personal tenía algode lujo, y era más propia de los pueblos entregadosá la comodidad y al fausto, como el romano. La se-gunda adhiere el esclavo al fundo; fue la que usaronlos germanos y á su imitación los señores feudales.Las palabras servus, homo, criatio, familia, plebs,usadas en antiguos documentos, comprenden á lasfamilias del mismo origen, á los adscriptos, á lagleba y aun á los hombres libres sujetos á algúngénero de vasallaje.

De la servidumbre podía hacerse tránsito á la li-bertad por medio de la manumisión, que, afortu-nadamente en esta época, tenía lugar por variascausas.

La libertad, una y esencialmente invariable, ad-mitía también grados. Los hombres libres formabancuatro categorías: los nobles, que se distinguíanpor su riquuza y jurisdicción; los de condición sim-plemente ingenuos, ya fuesen ó no propietarios; losque se encomendaban á la benefactoría de varonespoderosos é iglesias; los colonos, cuya adscripciónal terreno era voluntaria.

Era el primer grado en la escala de la gerarquíasocial el de los hombres del privilegio. Los proce-res, magnates y ricos homes participaban del go-bierno en lo antiguo por su asistencia á los conci-lios , y después á las asambleas nacionales. Sushijos eran los llamados infanzones ya en el siglo XI,y unos y otros gozaban de exenciones é inmunida-des. Desdes venían los ingenuos. Pero la insegu-ridad de los tiempos era tan grande que, no creyén-dose los pueblos bastante fuertes para defendersecontra la invasión extranjera y la absorción feudal,se sometían á la encomienda ó benefactoría de laspersonas poderosas mediante condiciones, la prin-cipal el servicio de las armas. En colonato volunta-rio vivían las personas ingenuas que recibían ter-renos para su cultivo á virtud de estipulacionesexpresadas en las cartas de aforamiento, y los quepor emancipación pasaban de la adscripción forzosaá la voluntaria. Los individuos de esta clase son losconocidos en la historia por los nombres de sola-riegos, collazos, forelos, tributarios y vasallos; algodiferentes entre sí, pero que en general gozaban deínfima condición.

Tal es, en resumen, el aspecto jurídico del feu-dalismo. Apenas se concibe una institución más sin-gular y que mejor se preste á las parcialidades dela critica. Cuando se recuerda que los señores feu-

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dales son los héroes legendarios de esa magníficaepopeya conocida entre nosotros por la reconquis-ta; cuando se considera que en sus costumbres y ensus hechos tuvo origen el antiguo caballero que nopor haberse exagerado dejó de ser en su tiempo eltipo del honor, de la lealtad y de la galantería;cuando se contemplan esas familias seculares, árbolfrondoso á cuya sombra se desenvolvían los pue-blos educados en las máximas de la religión, amoral trabajo, respeto á la autoridad, sumisión y obe-diencia á la ley, el ánimo se eleva, y está propensoá enaltecer las glorias del castillo. Pero hablo deun hecho pasado, y no debo repetir el fallo que hapronunciado la historia. El feudalismo, blanco denuestras iras, ha existido como forma política éinstitución de derecho: su base fue la propiedad, sufórmula el poder, su ley el privilegio.

IV.

En la deshecha borrasca que destruyó un vastoimperio y sumió en el abismo toda una civilización,noche de tinieblas que los historiadores llaman pe-ríodo de barbarie, una luz no se apagó, una insti-tución salió incólume, un poder nada más conservósu vigor: la Iglesia. Y esto se comprende: la pro-tege el brazo de Aquel que detiene el ímpetu de losmares con un grano de arena, suspende sobre nues-tras cabezas infinidad de mundos, manda que la luzse haga y la luz se hace. Toda doctrina, para serfecunda, ha de convertirse en una institución. Jesu-cristo hizo á la Iglesia depositaría de las divinasenseñanzas que recomendó por su ejemplo y sellócon su sangre. Su fundación fue tan prodigiosacomo es admirable su destino. Doce apóstoles ele-gidos de la más ínfima clase forman su Senado y suCorte: por trofeo de victoria ó como señal de com-bate les da la cruz: perseguida y pobre, va á pre-sentar la batalla á los poderes más despóticos delmundo, y lleva un ejército de mártires.

La Iglesia ha sido y es una institución universaly no una asociación política. No puedo oirsin penaque se pretenda desconocer su virtud, hablando entérminos inju"iosos de sociedad teocrática y depoder teocrático. Los que tal frase profieren, ó noconocen su sentido, ó padecen una alucinación, ó laemplean de propósito para extraviar al pueblo.

La Iglesia no se cubrió con el manto de los Cé-sares, ni recogió el cetro y la corona flotantes enaquel nuevo diluvio en que se había sumergido sucalculado y frió despotismo. Hubiera podido dispu-tar su conquista á los pueblos septentrionales, hor-das salvajes que si algún principio tenían, si algo enel mundo respetaban, era el sentimiento religioso;pero sin temor y con dignidad retrocede, y les per-mite tomar posesión de la Europa. Por algo, si no,expresó su divino fundador que su reino no era de

este mundo, y estableció la línea divisoria que laIglesia no ha traspasado jamás entre el Sacerdocioy el Imperio.

No discute la forma de gobierno de los pueblos,y acata su aristocracia, como antes había respetadoel imperio, como hubiera vivido en paz con la re-pública. Arca Santa que encierra en su seno losdestinos de la humanidad, sobrenada en todas lascrisis y revoluciones, sin que altere su marcha latrasformacion de los poderes públicos, porque noviene á turbar la paz, sino á consolidarla, ense-ñando á pueblos é individuos los caminos del cielo.

No hallaría término de comparación si quisieraapreciar su fuerza civilizadora, medida por las cir-cunstancias de lugar y tiempo. Fiel al mandato desu fundador, le cumple en todos los siglos y contodos los pueblos, sea cualquiera su procedencia yel grado de su civilización. Con reyes y con subdi-tos usa el mismo lenguaje, inspirado siempre por elespíritu de igualdad y justicia. Para legitimar laobediencia, ella, que formada por el modelo de sudivino maestro pone por base de todas esta virtud,procura santificar el poder, fijar el justo límite quela religión establece entre el señor y su vasallo. Yá este deber, que cumple en ínteres de la paz y delgobierno, no ha faltado nunca. Por la voz de unObispo detiene á las puertas del templo un orgullo-so conquistador que oculta entre los laureles de lavictoria una mancha de sangre. No la arredran lashachas ni las teas incendiarias, y fuerte con la ideade su derecho, que es el de la humanidad, detieneal guerrero en su camino de devastación y hacehumillar la frente al fiero Sicambro. Sin su presti-gio, realmente prodigioso; sin su virtud divina, quetantas veces ha salvado la causa de los pueblos,triste y dolorosa habría sido, en la época feudal, lasituación de Europa, falta de un poder fuerte, con-movida por sucesivas invasiones, entregada al fér-reo brazo de los señores que tenían por norte el ca-pricho y llevaban escritos sus derechos en la punta•de la espada. La Iglesia fue en aquella terrible cri-sis el amparo del pueblo, el mediador que, interpo-niéndose entre poderes rivales, terminó pacífica-mente sus querellas, el escudo de bronce que pro-tegió las libertades públicas.

Acaso no he sido exacto al señalar el lugar quele corresponde en la serie de las grandes trasforma-ciones; pero no parece mal escogido este momentoen que la total ignorancia exigía más sus servicios,y su intervención debía ser más fecunda. Sacandotoda la fuerza d* su doctrina eminentemente social,fáltame examinar, examen que puede ser breve, elinflujo que ha ejercido sobre el derecho privado.

No he dicho bien influjo: el cristianismo operó unacompleta, felicísima revolución. Triste por demásera el estado del mundo al advenimiento de Jesu-

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cristo, que tuvo lugar, llegada la plenitud de, lostiempos, en la época anunciada por los Profetas. Elpaganismo, sofocando en el corazón los gérmenesde la virtud y divinizando los vicios, había disueltola familia y corrompido las costumbres. Hablo engeneral: en los períodos de mayor corrupción hayindividuos que se salvan del común naufragio. Elmatrimonio inspirado por la religión del hogar, alcabo religioso, ya no existía: la voluntad, solicita-da por la impaciencia del deleite, desdeñaba las ri-tualidades del culto, procurando la satisfacción deuna necesidad material en la facilidad del contrato,siendo motivo de controversia, agitada hasta nues-tros dias por los jurisconsultos, si era contrato con-sensual ó debía perfeccionarse por la entrega de lamujer trasmitida como un objeto de lujo. En unacto que tenía por base la voluntad, y por único re-sorte el placer, la perpetuidad no era posible, y eldivorcio vino á ser, resultado natural, una conse-cuencia.

Los esposos, disputándose el honor de su disolu-ción, rivalizaban en veleidad y amor al desorden: silas mujeres repudiaban por vicio á los maridos, porvicio y por lujo los maridos abandonaban á las mu-jeres. La familia languidecía por incertidumbre, yla suerte de los hijos era desgraciada: los infantici-dios fueron repetidos y las exposiciones frecuentes.Al desorden acompañaba la miseria, y ésta se dabala mano con la esclavitud. ¡La esclavitud! Condiciónabyecta, infamante: los esclavos no eran precisa-mente aquella población dedicada al trabajo y á laindustria para aliviar de esta carga al ciudadanoque desdeñaba las profesiones mecánicas corno in-dignas de su alto rango: el lujo y la corrupción loshabía empujado hasta el últimp grado del envileci-miento, y si no servían de pasto á las murenas, por-que una aberraccion no hace regla, ingresaban enlas filas de los gladiadores condenados á alimentarlos sangrientos espectáculos del circo.

El pueblo germano estaba en condiciones bas-tante parecidas: las costumbres ofrecían la mismadeformidad, monos el refinamiento del lujo. El ma-trimonio era cas.to, lo cual no impedía que los cau-dillos, y en esas tribus abundaban, tuviesen, siquie-ra fuese por orgullo, muchas mujeres: no eran éstasobjeto de placer; poro en cambio servían á los ma-ridos como instrumentos de labor y de fatiga. Lalegitimidad de los hijos realmente no existía, por-que los ilegítimos compartían sus privilegios, y lasuerte de todos debía ser desgraciada teniendo porbase un derecho de propiedad. Cuanto á las cos-tumbres, Tácito que las pondera, contraponiéndolasá las del Imperio, afirma, no obstante, que si no es-taban ocupados en la guerra, pasaban el tiempo enla caza ó en la ociosidad entregados al sueño y á laintemperancia. «Entonces, dice, se ve á los hombres

más bravos y belicosos permanecer en inaccióncompleta, entregar el cuidado de la familia, de lacasa, de las tierras, á las mujeres, á los ancianos óá las personas más débiles.» Esto demuestra que ála barbarie se llega lo mismo por el camino de la ci-vilización que por el de la ignorancia, si una luz demás brillo que la razón, si una fuerza superior ánuestras fuerzas, no enfrena las "malas pasiones ydirige nuestros pasos.

Lo que hizo el cristianismo para remediar tama-ños males no es menester explicarlo; atestíguanlodiez y nueve siglos que hace que el mundo gira so-bre las máximas del Evangelio, ejes de diamanteque no han desgastado los sucesos, ni las más gran-des crisis, ni las predicaciones <más insensatas. Res-tituyó al matrimonio su pureza, elevándole á la gra-cia del sacramento; proclamó al pié de los altaresy á la faz de una sociedad que en tan poco tenía á lamujer, que no era sierva del marido, que era suigual, una compañera; fundó para siempre su santi-dad rodeando á la esposa de una aureola de purezaque se empaña con una mirada, y á quien se ofendehasta de pensamiento; le asignó como fin el mu-tuo auxilio y la generación y conservación de laprole, hijos de Dios y herederos del cielo, y anate-matizó el divorcio, á no ser por causa de adulterio,doble sanción de los deberes conyugales. La per-petuidad, sí, es consecuencia de eso lazo que Diosata en el cielo para que los hombres no le desatenen la tierra; lazo que tiene una misteriosa repro-ducción en la persona del hijo, y tan duradero, queal quebrarse en el borde del sepulcro deja á losbuenos esposos la esperanza de quo volverán á en-contrarse en las insondables regiones de la eter-nidad.

En otro orden de ideas hizo iguales prodigios,realizó 18s mismos milagros. El individuo en Romavalía poco: absorbido por la patria, de la que másque persona independiente era una parte, un ele-mento, si le prestaba su gloria le exigía en cambiosacrificios á veces costosos á su personalidad. Losgermanos gozaban de mayor independencia, peroindependencia hija de la rudeza comprada á preciode su sangre, que prodigaban en una vida de guerray de aventuras.

El individuo, tal como el cristianismo le concibe,saca de su misma condición el principio de su gran-deza y de su dignidad personal; la tiene como hom-bre, sin pedirla prestada á la ciudad, de que es unaentidad jurídica y no un instrumento, y lo mismoque sea fuerte ó débil, sin pedirla á brazo niconquistarla por la fuerza. Para detener la vara dellictor, un romano exclamaba: soy ciudadano; ungermano habría dicho: soy guerrero; á un cristianole basta decir: soy hombre. «Para llegar á la invio-labilidad de la persona humana se necesita saber

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que entre los seres terrestres solo el hombre hasido hecho á imagen y semejanza de Dios, ó, comoenseñaron Jesucristo y sus apóstoles, desenvol-viendo esta idea del Antiguo Testamento, que esinmortal por su espíritu, que resucitará su carne, yque esta carne, convertida en sustancia incorrupti-ble y gloriosa, continúa viviendo idéntica y eterna-mente en un mundo superior (i).»

No autorizó la esclavitud: con la doctrina evan-gélica que proclama á los hombres hijos de Dios yredimidos por su sangre, no cabe esta distinción,es incompatible ese estado. Si dentro de la ley degracia y á pesar de sus saludables máximas la es-clavitud continuó durante algunos siglos, fue por-que ofrecía dificultades trasformar súbitamente elmodo de ser de la sociedad; y aun siendo fácil, laIglesia no lo habría hallado conveniente; pues á suprudencia, de todos reconocida, no podía ocultarseel peligro de semejante trasformacion: triunfó deese vicio heredado de cien generaciones como lo-gró dominar otros, por la persuasión, por el ejem-plo, por la paciencia. Obra fue de sus máximas hu-manitarias, producto de sus incesantes predicacio-nes, la emancipación de los esclavos; y después deobtenida, á ellas deben los libertos la posesión pa-cífica de su nuevo estado, los derechos inherentesá la libertad.

Tampoco abatió el feudalismo; pero templandopor la mansedumbre el ardor guerrero de los seño-res feudales, dulcificó sus costumbres, amparó álos vasallos y creó esa atmósfera de paz y tranqui-lidad que se respiraba en sus alcázares poblados dedeudos y servidores.

En presencia del cristianismo que santifica la po-breza y erige altares al sacrificio, los hombres sedistinguen sólo por sus virtudes, y esta es la únicadesigualdad. No hay en la Iglesia, como en las so-ciedades paganas, patricios y plebeyos. Inmensavocación de las gentes, en ella caben todos, gran-des y pequeños, sin distinción de sexos ni edad, decolores ni razas; ha sido y es el único Estado enque se entra y se asciende sin hacer pruebas de no-bleza; el hijo del artesano y del labrador, clases enel orden civil antes tan deprimidas, sale del tallerpara ceñir á sus sienes la tiara de San Pedro.

Esto ha hecho el cristianismo: después de estebosquejo, trazado con imparcialidad, si no conacierto, sería pueril preguntar qué elemento hatraído al derecho: lo ha traído todo; yo no encuen-tro virtud; no encuentro principio digno de talnombre; no encuentro fuerza alguna social; no en-cuentro religión ni moral pública ó privada que noesté contenida en el principio cristiano.

(1) Csrpenlier, Le droit payen , III, pág. 95.

V.

El elemento germano, la vitalidad de ese princi-pio que unido al cristianismo ha sido la base de lacivilización moderna, encarnó en una idea, en unainstitución: la autoridad real. De las costumbres deaquel pueblo, más aguerrido que culto, deriva estacreación jurídica que, informe y todo como debióser al principio, simboliza la reunión de los esfuer-zos individuales, la concentración del poder. Tácitoescribe: «Los germanos escogen sus reyes por lanobleza, sus jefes por el valor. El poder de los re-yes no es indefinido ni absoluto. Los jefes mandanmás por el ejemplo que por las órdenes: á la cabezadel ejército" se distinguen por su autoridad y por suprevisión; se impenen haciéndose admirar (1).» Loscaudillos reciben gustosos las órdenes del másbravo de todos, el primero entre iguales, alzándolesobre el pavés en señal de vasallaje. Esta sumisiónespontánea produjo la institución real, pasajera alprincipio, pevo que vino á ser estable cuando laconquista les sometió una población vencida, paracuyo gobierno necesitaron conservar la organiza-ción del ejército (2). La monarquía fue la estrellaque siguió la marcha de los pueblos invasores; elcurso de las expediciones militares revela siempreel nombre de un guerrero que con el título de reyconduce su nación á la conquista. No era, no podíaser un poder fuerte, pues contenía en su mismoorigen el germen de la debilidad. Recibida de laelección y apoyada únicamente en el valor perso-nal, la corona que daba sombra á un pueblo no pro-tegía la persona de los monarcas: era, como dice unescritor, un cerco de hierro que valía más ó menossegún la cabeza del que le llevaba. Posesionada deEuropa, fió su salvación á los consejos de una polí-tica firme y previsora. Monarcas que han trasmi-tido á la posteridad un nombre glorioso, despuésde afianzar sus dominios con victoriosa espada, sus-tituyeron al principio electivo, causa de todas lasrevueltas, el principio hereditario; doblaron la ro-dilla al cristianismo, hicieron paz con la Iglesia; ybajo sus inspiraciones, siempre admirables por suespíritu de moderación y prudencia, redujeron áescrito las costumbres y promulgaron Códigos.

Al lado de la monarquía levantaba su frente elcompañerismo germano con pretensiones de un po-der rival. El brillo del solio, enaltecido por las fun-ciones palatinas, comprometía la institución y ame-nazaba su existencia. No hubo nación que interior-mente no fuese conmovida, ni cetro que no fuesedisputado, ni soberanía que incesantemente com-batida no abandonase parte de sus atributos á la

(1) GerauniaVH.(3) Davoud Oghlou. Introi., cap. XVI.

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N.M37 GUTIÉRREZ. INFLUENCIA DEL PRINCIPIO DEMOCRÁTICO. 477

ambición de los señores feudales. En España tuvoel trágico fin que con mengua recuerda la historia;pero no era menester que la honestidad ofendida deotra hermosa Cava hundiese traidoramente el pu-ñal en el corazón de la monarquía; la instituciónmonárquica debía hallar un segundo Guadalete enel feudalismo.

En el seno del régimen feudal la monarquía noera más que un título de Sucerania. El rey, dueñoen sus dominios, no ejercía poder alguno de admi-nistración sobre los de los grandes vasallos depen-dientes de su autoridad: tenía únicamente en es-pectativa la vuelta de sus feudos á la corona, orapor confiscación en caso de felonía juzgada por lacorte de los pares ó barones, ora por herencia, orapor matrimonio con una heredera en títulos, duca-dos ó grandes posesiones; ora por desheredación,á falta de heredero varón, si se trataba de una pro-vincia dada en arrendamiento (1).

Contra tan terrible enemigo no faltaron á la mo-narquía poderosos auxiliares. El desarrollo del co-mercio y de la industria, y en España, juntamentecon esta causa, la reconquista, habían producidouna clase numerosa, inteligente, activa, cuya ge-nuina expresión fueron los municipios, los conce-jos. En ese elemento, desdeñado por el feudalismo,hallaron los monarcas el secreto de su fuerza: con-cediendo á los pueblos exenciones y privilegios queasegurasen su libertad, crearon su autonomía, lospredispusieron para la vida del Estado; y cuando áfavor de esta política emprendida con previsión ysostenida con perseverancia lograron crear un po-der robusto, le arrojaron como poderoso arietecontra los baluartes de la aristocracia.

La Iglesia vio con agrado y contribuyó con sulegítima influencia á una evolución capaz de asegu-rar el orden, y que emancipando algunas clases vol-vía por los fueros de la dignidad humana.

El movimiento jurídico perfeccionó la obra. Hastaallí consistía la legislación en fueros y cartas pue-blas, verdaderos privilegios faltos de sistema quepresentaban reducido á girones el principio de uni-dad. En aquel momento crítico el derecho romano,sepultado entre el polvo que los pueblos invasoreshabían levantado en su triunfal carrera, abandonósu sudario, y en forma gigantesca avanzó para con-quistar el mundo de las inteligencias, como las ar-mas del imperio habían en otro tiempo sojuzgado elmundo de la fuerza. Su voz, repetida por los claus-tros y las Universidades, halló eco en escritos cien-tíficos y en inmortales Códigos, como lo será siem-pre el insigne Código de las Partidas. Algunos lecensuran suponiéndole propicio al despotismo; pero

(1} Laferriire. Euai sur t'hisliñre du droií franpati, tome premier,liv. «inquiera*.

me sería imposible participar de esta opinión, des-pués de recorrer sus leyes llenas de sabiduría quedescriben las obligaciones del monarca y explicanla diferencia que existe entre un rey y un déspota.

Este derecho, modificado en su último períodopor los principios filosóficos, y algo también porlas divinas máximas del Evangelio, fundó la institu-ción real, porque siendo eminentemente centralíza-dor, contenía gérmenes de unidad favorables á lamonarquía.

En suma: la institución real á los primeros res-plandores de la civilización sintió la necesidad y elderecho de hacerse conocer como poder central dela sociedad. En su penosa marcha experimentó di-ficultades que detuvieron su progreso, que la hicie-ron padecer eclipse; mas en el siglo XVI había porfin arribado al apogeo de su poder.

El principio dominante en el orden político, na-turalmente se imponía á las instituciones civiles,por lo que es llegado el momento de apreciar suinflujo sobre el derecho privado. Al tocar este puntono puedo pasar en silencio un acontecimiento queha ejercido en todos los órdenes de la vida decisivainfluencia, por más que desde el fondo de mi cora-zón la deplore con la conciencia de hombre hon-rado y de escritor católico. Me refiero á la Refor-ma. El protestantismo trajo una legislación especialpara los protestantes entre sí y en sus relacionescon los católicos, legislación que, principiando poria familia y acabando por el Estado, llevó la anar-quía á las esferas todas del Derecho. Por dicha paranuestro país, aquel elemento, sofocado en sus gér-menes, no penetró en las costumbres ni tuvo en-trada en la legislación. Debo, pues, examinarla á laluz do la unidad religiosa que se desarrolla en elcurso de su historia, principio venturoso que hastael dia ha pfesídido en sus determinaciones.

La familia continuó sin alteración cual la habíandefinido los Códigos y consagrado los siglos: subase fue el matrimonio canónico. Elevado á la ca-tegoría de sacramento, la potestad civil, que veíafielmente reproducidas por la Iglesia sus leyes, nopensó, no debía pensar en disputarle la facultadque, por institución divina, le competía para legis-lar sobre él: aceptó su ritualidad y dejó á su encar-go señalar y dispensar los impedimentos que obs-tan á su celebración. Fulminó severas penas contralos que celebrasen matrimonios clandestinos, sinseñalar sus notas, reservando á la Iglesia el definirla clandestinidad. Puso fuera de controversia laperpetuidad del matrimonio, estatuyendo, de acuer-do con ella, las causas de su nulidad y del divorció,y le reservó el conocimiento de tan delicadas cues-tiones. Si exigió el consentimiento paterno, no de-claró, eomo alguna vez ha sucedido, que la falta deeste requisito produjese nulidad.

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478 REVISTA EUROPEA. 8 DE OCTUBRE DE 4 8 7 6 . N.° 4 37

La igualdad personal de la mujer, su dignidadmoral, quedó asegurada por la ley evangélica que laequipara al marido. Faltaba definir su capacidadjurídica, pues ni la ley gótica ni la de Partida con-tienen reglas precisas, y las Cortes de Toro suplie-ron su silencio, fijando, por varias leyes que hanmerecido elogio de los sabios, el lugar que ocupaen la familia.

No omitió la legislación visigoda la parte relativaa los hijos, pero las leyes del Fuero Juzgo, con sertan acabadas, pecaban de insuficiencia: concedíaná la madre derechos sin declarar su naturaleza, sindecidir de ur. modo categórico si se los conferíacomo madre ó como tutora. Habló de las adquisi-ciones de los hijos con igual oscuridad, aludiendode una manera incompleta á su procedencia y des-tino. Acaso por esto mismo, por la superioridad quesobre tan deformes precedentes tenía el Código dePartida, su sistema prevaleció, verdaderamente enalgunas cosas sin bastante motivo: cambió la patriapotestad en un patriarcado, extendiéndola á todauna descendencia: privó de ella á la madre, prefirien-do á los fueros de paternidad los oficios de la tute-la, y restableció la añeja y privilegiada división delos peculios.

Copió con servil espíritu las causas por las que seextingue ó suspendo la patria potestad; causas álas que la ley de Toro aumentó la emancipación porel matrimonio, honor dispensado á esta institucióny á la inauguración de una nueva familia.

Si en otras naciones hubo diferencias entre lasprovincias de derecho escrito y el consuetudinario,aquí hubo contienda entre precedentes: la lucha seempeñó entre dos legislaciones: lucha respecto alestado de las personas y el patrimonio de las fami-lias. La legislación goda introdujo las arras y losgananciales: la de Partidas la dote romana: dos ins-tituciones aparentemente incompatibles, pero ar-monizadas por la ley, que han continuado hastanuestros dias, sin cunfundirse ni rozarse, cumplien-do su respectivo fin en la familia.

Ninguno de los dos precedentes admite la libretestamentificacion, pues aunque el gótico la tuvo ensus principios, como antiguamente la había profe-sado el romano, los dos la abandonaron por un sis-tema obligatorio de herencia. En punto á legítimas,la legislación romana, que dio la pauta, no consti-tuye regla: la legítima española es la del FueroJuzgo, legítima forzosa, allí modificada, en interésde los padres, con el sistema de mejoras. A com-pletar la materia vinieron las leyes de Toro dic-tando nuevas disposiciones sobre sucesiones here-ditarias á favor de los ascendientes y de los hijosilegítimos.

La troncalidad desapareció como principio dederecho, si bien se respeta en las provincias, donde

rige por fuero y costumbre, como un homenajeá la tradición y al sentimiento de familia. El mayo-razgo, regido antes por costumbre, recibió forma-legislativa y con ella un desarrollo acaso inconve-niente.

A la agnación reemplazó otro principio más con-forme con las máximas de la razón y la sana filoso-fía. Imitando á Justiniano, que procuró amoldar lasinstituciones al cambio verificado en las costum-bres, la sucesión consulta las inspiraciones del co-razón y defiere la herencia por el orden que pre-sume que habría guardado el testador, si hubiesepodido expresar su voluntad.

No renunció á las teorías romanas en su partemás técnica, la materia de obligaciones, últimasvoluntades y procedimientos; pero el derecho, esen-cialmente progresivo, usó de cierta libertad pru-dente, y merced á una reforma que en la historia denuestros ordenamientos ha llegado á ser célebre,simplificó su ritualidad, dictó reglas más sencillassobre contratos, testamentos y juicios.

La condición de las personas, gradualmente me-jorada, presentaba, no obstante, algunos lunares.Los Códigos consagran el principio de la desigual-dad civil. Los nobiliarios, el Fuero Viejo, por ejem-plo, en que más campea el privilegio, estableceentre los hombres libres desigualdades irritantes.En vano la autoridad real reivindicando sus dere-chos declara que al rey pertenecen cuatro cosas:justicia, fonsadera, moneda é los suos yantares: unotras otro deja arrebatarse estos florones de su co-rona, y como si perderlos fuera poco, ratifica laabdicación de derechos inenajenables, autorizandocon distinciones sofísticas las regias mercedes, ydeclarando prescriptible la jurisdicción. Algo sehizo en diferentes reinados por contener este abu-so, publicando leyes que pusieran coto á las dona-ciones y reintegraran á la soberanía en sus perdi-dos derechos; pero el remedio no fue del todoeficaz. Odiosos privilegios que recordaban la hu-milde condición de los siervos de la gleba, de lospobres solariegos, han subsistido hasta principiosdel siglo, que las leyes sobre señorío, aboliendociertas prestaciones, borraron el último vestigio delrégimen feudal.

En resumen: á la monarquía se debo, como ele-mento jurídico, el principio de unidad, principio re-presentado en otras partes por las Ordenanzas; queen España, país de las grandes tradiciones y de lossoberbios arranques de genio, está representadopor Códigos, monumento de gloria de aquellaedad.

BENITO GUTIÉRREZ.(Concluirá.)

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N.° 1 37 UNA CARTA DE ALABCON. 479

UNA CARTA DE ALARCON.

La obra que acaba de publicar D. José Navarreto,titulada De Vad-Rás á Sevilla, lleva á su frente unaespecie de prólogo en que el autor se disculpa decoger la pluma para referir algunos episodios dela Guerra de Marruecos, creyendo que había en ellotemeridad después de estar relatada toda la historiade aquella inmortal campaña por un literato taneminente como D. Pedro Antonio de Alarcon, áquien tributa con tal motivo los mayores elogios.

Este modesto y galante proceder de parte del se-ñor Navarrete, ha dado origen á la siguiente-cartadel Sr. Alarcon, que, aunque escrita particular-mente y no para la prensa, hemos deseado nosotrosadquirir y dar á luz, venciendo la resistencia deambos señores, por ser á nuestro juicio un docu-mento interesante bajo varios conceptos, y muy es-pecialmente en cuanto revela el gran entusiasmocon que hombres de diferentes partidos políticosrecuerdan la Guerra de África, y cómo se buscan yhermanan á la luz de aquella gloria imperece-dera los-que militaron á las órdenes del inmortalO'Donnell.

Dice así el autor de El Escándalo: *

Sr. D. José Navarrete.

Mi estimado amigo y dueño: Hace tiempo que leíen un número de El Cronista las generosas pala-bras que me dedicó usted al comenzar su obra titu-lada De Vad-Rás á Sevilla, así como la lisonjeramención que allí hizo de mi Diario de un testigo dela Guerca de África. Además, nuestro gran poetaAntonio Grilo (cariñoso negociador de esta especiede amistad que ya nos une á usted y á mí, cuandotodavía no nos conocemos de vista), me ha leido al-gunas cartas en que, habiéndole de mi persona yescritos, da usted nuevas pruebas de la indulgentesimpatía con que me honra.

Reconocido á tantas mercedes, aguardaba conansia su regreso de usted á Madrid para expresarlemi agradecimiento; pero, publicada en tomo la yacitada obra de usted De Vad-Rás á Sevilla, y habién-domela leido hoy de un tirón (pues empezada sulectura, fuerza es proseguirla hasta terminar), nopuedo diferir ni un solo instante el significarle áusted las vivas emociones que ha producido en miánimo, así como la alegría que siento al considerarque.pronto, muy pronto, estrecharé la noble manoque ha escrito unas páginas tan ricas de amor pa-trio, tan tiernas y sentidas unas veces, otras tanenérgicas y marciales, y siempre llenas de fuego,de gracia, de originalidad y de puro genio cas-tellano... con sus ribetes y hasta sus alamares an-daluces.

Leyéndolo á usted, he visto de nuevo á Tetuan; hetornado á recorrer los bosques de naranjos de sushuertas, salpicados de sangre cristiana y mora enaquella histórica tarde del 4 de Febrero, cuya luzno se extinguirá nunca; he oido otra vez, al cabode tantos años, la diana de campaña, que me des-pertó durante los cien dias más grandes y bellos demi vida; he sentido nostalgia de la tienda, hambredel rancho, sed del aguardiente de la cantinera; hepensado si mi pobre caballo acabaría su honrosahistoria en una plaza de toros, entre los silbidos dela muchedumbre; he divisado á lo lejos, en los ho-rizontes de mi pasada juventud, ojos negros de mo-ras y judías como las que usted describe en su obra;he vuelto á tener veinticinco años; he vuelto á sersoldado de la patria; he vuelto á cantar las gloriasde aquel gran Ejército que luchaba y vencía, no encontienda civil,sino en guerra extranjera-, he vueltoáver á O'Donnell, al gran repúblico, al gran Cau-dillo, al Oran Cristiano, como le llamaban los mo-ros; y á Prim, y á D. Diego do los Rios, y á Turón, yáD. Félix Alcalá Galiano, y al General García, todosmuertos hoy, pero todos inolvidables por sus hazañasde África; y dicho se está que también me ha pare-cido volver á ver, entre las gentes y las cosas queaún existen, aquella Batería de cohetes de que us-ted formaba parte y que, si ya no hubiese de pasará la posteridad por sus proezas contra los mar-roquíes, pasaría de todos modos por haber dadoasunto á un libro tan interesante como De Vad-Rási Sevilla.

Tal es, en resumen, el efecto que me han causadolas que usted llama acuarelas y que son muchas ve-ces grandiosas pinturas murales en que palpita laepopeya que tuvimos la fortuna de presenciar hacediez y siete, años.—Venga usted pronto, mi queridoNavarrete, para que sigamos hablando de aquelloshermosos dias; venga usted, y echaremos al airealgunas de estas canas que no teníamos entonces,pero cuya nieve, según veo, no ha enfriado todavíasu corazón de usted, como tampoco ha enfriado elmió; venga usted á que departamos, no solamentede cosas de espada y cosas de pluma, sino tambiénde otro arte en que. según dice Grilo, es usted todoun capitán general, y en que yo no me creo ningúnrecluta; venga usted, en fin, para que tenga elgusto de abrazarlo de una vez para siempre suantiguo camarada de armas, actual camarada deletras y futuro camarada de las fatigas de la vejez

P. A. DE ALARCON.

Madrid, 1." de Setiembre de 1876.

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CRÓNICA CIENTÍFICA.

INVESTIGACIONES SOBRE EL PODER LUMINOSO

DE LAS LLAMAS.

Las llamas más calientes no son siempre las quedan mayor claridad. ¿Por qué? Desde los experi-mentos de Humphry Davy se admite que una llamano alumbra sino á condición de contener partículassólidas, y esta es la causa del brillo luminoso delgas del alumbrado, que sólo encierra una cantidadinsuficiente de carbono. Se cita también, en apoyodel mismo principio, el hidrógeno puro, que ardedesprendiendo mucho calor, pero" que da una llamacasi invisible. La luz Drummond, suministrada porla combustión de la mezcla tonante de hidrógeno yde oxígeno, alumbra poco, pero si se introduce enel interior de esta llama un pequeño fragmento decal ó de magnesia, en el mismo instante la llama sehace deslumbradora.

Estos ejemplos y otros que podríamos recordar,establecen sin duda la verdad de la teoría de la in-tensidad luminosa de las llamas. Sin embargo, estateoría deja todavía que desear. De vez en cuandoalgunoshechos obligan á modificarla.

Es preciso clasificar en esta categoría los nuevosexperimentos hechos por M. Wibel, que ha queridoestudiar las verdaderas causas del brillo de las lla-mas. Kuapp ha observado que la llama de una lám-para de Bunsen no alumbra si en vez de aire purose introduce por los agujeros de aspiración ázoe,ácido clorhídrico ó bióxido de carbono. El gas hi-drógeno y el vapor de agua producen una acciónanáloga. Pero si se calienta á una temperatura altala mezcla de esos gases, su llama se hace lu-minosa.

Se demuestra este hecho reemplazando un tubode platino á la parte superior de una lámpara y ca-lentándolo con dos mecheros de gas horizontales.El platino puede ser reemplazado por un tubo dehierro, á condición do calentar más, á causa delmayor calor específico de eso metal. Una llama lu-minosa de forma cónica se ve entre el cono interioroscuro y el cono interior azulado. Este efecto no esdebido al gan de la combustión de los dos meche-ros que rodean la llama colorada y que interceptanel oxígeno, porque el brillo luminoso se observaigualmente cuando se toman las precauciones nece-sarias para separar esos gases de la lámpara.

Resulta de este hecho que la falta de brillo lu-minoso de una llama proviene únicamente de la dé-bil temperatura del interior de la llama.

Luis FIGUIER.

AL TRABAJO.

Un tiempo fue en que inerme y abatidoCruzaba yo por la desierta víaDe los necios placeres y la holganza;Un tiempo fue en que mi alma seducida,No por la luz del esplendente faroQue al alto templo de la ciencia guía,No por el sol radiante que del arteBrilla en el cielo, nó; pero mi vistaOfuscada quedó á los resplandores,A los fuegos fugaces de la orgía;Fuego engañoso que jamás calienta,Dejando ¡ay triste! el alma consumida...Ya del trabajo la virtud me llama.¿Quién á su voz tan llena de armoníaSordo será? ¿Quién se resiste?... Nó;Tuya es mi bendición, tuya es mi vida.

LEOPOLDO PAREJO.

Puente Genil 27 Setiembre de 1876.

MISCELÁNEA.

El aceite de madera.

En Suecia se ha establecido con gran éxito laindustria del aceite de madera, industria que uti-liza las raíces que quedan en la tierra después delas cortas de árboles, especialmente de los queproducen la resina. Estas primeras materias se so-meten á una destilación seca, es decir, se calientanen retortas sin acceso del aire, y se obtiene en estaoperación cierta cantidad de productos que tienenempleo fácil en la vida diaria y en diferentes ramosde la industria. Además del aceite de madera, estasmaterias suministran trementina, creosota, brea,ácido acético, carbón vegetal, aceites de brea, etc.El aceite de madera para el alumbrado, tal como seproduce actualmente en las fábricas suecas, no espropio para ser empleado en lámparas ordinariasde fotógeno. La gran cantidad de carbono que esteaceite contiene hace mucho humo y exige lámparasespeciales que difieren poco de las lámparas ordi-narias de fotógeno, las cuales se reforman fácil-mente para hacerlas propias para el nuevo aceite.

En su estado natural y sin mezcla alguna, elaceite de madera constituye el alumorado más ba-rato que se conoce: su precio es de dos reales pró-ximamente el litro, no es susceptible de explosióny dura el consumo 35 por 100 más que el fotógeno.Los árboles que en su destilación dan aceite de ma-dera para el alumbrado son por lo general el pinoy el abeto.