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DOSSIER H ace trescientos años, el 1 de noviembre de 1700, fallecía Carlos II, el último monarca de la Casa de Austria en España. Con graves deficiencias físicas y en los límites de la normalidad mental, tuvo un reinado lamentable, no sólo debido a su evidente incapacidad, sino a la culminación lógica de un proceso histórico que abarca toda la trayectoria de la Dinastía. Carlos II, dentro de sus limitaciones, fue un hombre bueno y muy religioso, un marido atento y un monarca que trató de mantener la dignidad en un reino descoyuntado. Pero los pequeños logros experimentados en materia política, económica o intelectual no se deben a su actuación, sino a la vitalidad de una sociedad civil emergente. El triste ocaso de los Austrias C ARLOS II Dignidad de rey Marina Alfonso Mola Carlos Martínez Shaw Culminación lógica de la Dinastía Ricardo García Cárcel El triste reino del Hechizado José Calvo Poyato

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Page 1: Revista La Aventura de La Historia, Dossier 24 - Carlos II, El Triste Ocaso de Los Austria - Marina Alfonso Mola y Carlos Martínez Shaw

D O S S I E R

Hace trescientos años, el 1 denoviembre de 1700, fallecíaCarlos II, el último monarcade la Casa de Austria en

España. Con graves deficienciasfísicas y en los límites de lanormalidad mental, tuvo unreinado lamentable, no sólodebido a su evidenteincapacidad, sino a laculminación lógica de unproceso histórico que abarcatoda la trayectoria de laDinastía. Carlos II, dentro de suslimitaciones, fue un hombrebueno y muy religioso, un maridoatento y un monarca que trató demantener la dignidad en un reinodescoyuntado. Pero los pequeños logrosexperimentados en materia política, económica o intelectual no se debena su actuación, sino a la vitalidad de una sociedad civil emergente.

El triste ocaso de los AustriasCARLOS II

Dignidad de reyMarina Alfonso MolaCarlos Martínez Shaw

Culminación lógicade la Dinastía

Ricardo García Cárcel

El triste reino del HechizadoJosé Calvo Poyato

Page 2: Revista La Aventura de La Historia, Dossier 24 - Carlos II, El Triste Ocaso de Los Austria - Marina Alfonso Mola y Carlos Martínez Shaw

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D O S S I E R

Arriba, Carlos II a

los cuatro o cinco

años, retratado con

con perro y

arcabuz; al fondo

aparece la Fuente

de los Tritones, que

en aquella época

estaba en Aranjuez

(anónimo

castellano, Madrid,

Museo del Prado).

Derecha, Carlos II en

La adoración de laSagrada Forma,(Claudio Coello,

1648, Monasterio de

El Escorial). En la

portadilla del dossier,

Carlos II, con

armadura (Claudio

Coello, Madrid,

Museo del Prado).

El pase es el anverso

de un duro de 1700,

probablemente la

última moneda

acuñada bajo

Carlos II.

Marina Alfonso Mola y Carlos Martínez ShawProfesores de Historia ModernaUNED, Madrid

L A FIGURA DE CARLOS II HA SUSCITADOuna rara unanimidad entre los historiadores,que no ahorran los términos negativos paracalificarle. Así, en una de las últimas sínte-

sis sobre su reinado, el gran hispanista británicoJohn Lynch resumía con unas lacónicas palabras to-da una tradición valorativa: "Carlos II fue la última,la más degenerada y la más patética víctima de laendogamia de los Austrias". Sin embargo, la revisiónde la obra de su reinado constituye un precedente ala reinterpretación de los pocos datos que se tienenacerca de su biografía íntima a lo largo de una vidade casi treinta y nueve años.

Hay que partir del hecho incontestable de su de-ficiente constitución física. En este caso, apenas sise cuenta con un solo testimonio relativamente favo-rable, el que ofrece poco después de su nacimiento,el 6 de noviembre de 1661, la Gaceta de Madrid,que le describe como un niño "hermosísimode facciones, cabeza grande, pelo negroy algo abultado de carnes". A partir deahí, todos los datos coinciden en se-ñalar el retraso en su desarrollo, sudebilidad congénita y su pésimasalud, quebrantada por continuosaccesos de fiebre, desarreglos in-testinales y fuertes catarros. Prue-ba irrefutable de su raquitismo fueque comenzó a andar a la tardíaedad de cuatro años, del mismo mo-do, fue de caza por primera vez a los

ocho años (abril de 1670) y no montó a caballohasta los nueve (mayo de 1671). Sobre estas cir-cunstancias nació una primera sátira:

"El príncipe, al parecerpor lo endeble y patiblando

es hijo de contrabandopues no se puede tener".

No está tan claro, sin embargo, que la causa desus deficiencias fueran los frecuentes enlaces con-sanguíneos de los Austrias. En el caso de Carlos II,el historiador británico Henry Kamen, con una pun-ta de ironía, llega a calificarle como fruto incestuo-so, dado que Felipe IV se había casado con su so-brina, Mariana de Austria, prometida anteriormen-te a su hijo Baltasar Carlos. En términos generales,cabe pensar que esta repetida endogamia haya po-dido tener estos negativos efectos, pero con losmismos antecedentes nacieron príncipes y prince-sas sin ninguna tara física ni mental.

En cualquier caso, debe afirmarse que Carlos hu-bo de luchar toda su vida contra una indudable des-

ventaja de partida, que debió agravarse por el in-sensato régimen dietético imperante en la

Corte de los Austrias (excesivas proteí-nas y grasas animales, consumidas en

forma de asados y en cantidadespantagruélicas; poco pescado y es-casas verduras y frutas), que tam-poco fue una característica exclu-siva de su reinado. En sus últimosaños, cuando se encontraba enplena madurez, fue perceptible su

avanzada calvicie y su aspecto pre-maturamente caduco y envejecido.

En definitiva, el componente somático

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Dignidad de reyCarlos II, a pesar de susimportantes minusvalíasfísicas y de estar en el límitede la normalidad mental,siempre fue consciente de susdeberes como rey y trató decumplirlos hasta en susúltimos momentos

motivando una primera sátira:

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Mariana de

Neoburgo, segunda

esposa de Carlos II.

La boda tuvo lugar

en Valladolid, el 4

de mayo de 1690; el

rey contaba 28

años; ella, 22 y era

una mujer rubia,

esbelta y guapa

(Lucas Jordán, hacia

1694, Madrid,

Museo del Prado).

probable que una comprensible timi-dez indujese al monarca a inclinarsepor el celibato, a preferir los apaci-bles placeres de la soltería; peroaquí, por primera vez, su profundosentido de la realeza le empujó acumplir con sus deberes como so-berano –que incluían los de dar unheredero a la Corona– y a concertarsu boda con María Luisa de Orleáns,primogénita de Felipe de Orleáns, her-mano del Rey Sol.

Tras el compromiso matrimonial, firma-do mediante poderes el 30 de agosto de 1679, lareina se puso en marcha hacia la frontera españolay el rey acudió a su encuentro, pernoctando enAranda de Duero y en Burgos antes de reunirse consu prometida en la pequeña población de Quinta-napalla, donde se celebró la sencilla ceremonia deesponsales, tras lo cual la regia pareja pasó a laciudad de Burgos para consumar el matrimonio a lanoche siguiente (19 de noviembre de 1679). Cosaque debió producirse de manera natural y satisfac-toria, pues todas las fuentes coinciden con la opi-nión delicadamente expresada por Henry Kamen:"Cuanto sabemos es que Carlos parecía encantadoy que la reina no tuvo queja alguna". Aún más, lapareja se retiró para disfrutar de una prolongada lu-na de miel, que no concluyó hasta la entrada oficialen Madrid, el 13 de enero del año siguiente.

De hecho, el soberano se dejó conquistar por losindudables encantos de María Luisa, una mujerque los retratos pintan como atractiva y las cróni-cas describen llena de vitalidad y aficionada al bai-le, a la caza y a la equitación. En cualquier caso, lapareja debió vivir en armonía, si atendemos los co-mentarios de la marquesa de Villars, esposa delembajador francés, sobre la reina: "Seguramente noes posible gobernarse mejor, ni con más dulzura ycomplacencia para el rey. (...) A todas las gentes debuen sentido les parece que la reina joven no pue-de hacer cosa mejor que contribuir por su parte aatraerse la continuación de la amistad y del cariñoque ese príncipe le demuestra".

El 12 de febrero de 1689, la reina murió des-pués de sufrir una herida mientras montaba a ca-ballo en los alrededores del palacio de El Pardo.Sus temores de que pretendían envenenarla tuvie-ron eco en el rumor que circuló por la Corte tras suinesperado y prematuro fallecimiento, acerca deque le habían dado a beber "agua de la vida", unapócima ponzoñosa del curandero malagueño LuisAlderete. En cualquier caso, el rey viudo hubo deresignarse a contraer segundas nupcias, asumidascomo un deber regio, lo cual no fue obstáculo paraque se pasase una semana examinando en la inti-midad la lista de candidatas que le había sido pro-puesta por el Consejo de Estado.

Finalmente, el 15 de mayo se decidió por Ma-riana de Neoburgo, hija del elector palatino, FelipeGuillermo. Celebrados los esponsales por poderesen Neoburgo (28 de agosto de 1689), Carlos volvióa ponerse en marcha por tercera vez, ahora también

para acudir a recibir a la nueva reina,que había cruzado la frontera el 6de abril de 1690, produciéndoseel encuentro el 4 de mayo en Va-lladolid, de donde la real parejasalió para hacer su entrada ofi-cial en Madrid, el 20 del mismomes.

Los reyes pronto hubieron de presi-dir las solemnes honras fúnebres por

el elector palatino, padre de la sobe-rana, ceremonia que tuvo por escenario

El Escorial y que fue aprovechada al mismotiempo como acto de desagravio por la captura en elmonasterio del valido Fernando de Valenzuela y paraconsagrar la nueva sacristía, presidida por el famosocuadro de La Sagrada Forma, de Claudio Coello, unade las grandes obras maestras de la pintura cortesa-na del reinado. Poco sabemos de la vida íntima delos esposos, pues las crónicas se centran especial-mente en las desavenencias de Mariana de Neobur-go con la reina madre, Mariana de Austria, así comoen las intrigas de la soberana en favor de los intere-ses austríacos y en sus criticadas relaciones con sucamarilla de favoritos: el capuchino fray Gabriel de

D O S S I E R

Carlos II se casó a

los 18 años con

María Luisa de

Orleans, sobrina de

Luis XIV. Tras la

noche de bodas,

“cuanto sabemos es

que Carlos parecía

encantado y que la

reina no tuvo queja

alguna”. Arriba,

Carlos II hacia 1685,

en época de su

matrimonio con

María Luisa

(Carreño de

Miranda, Toledo,

Museo de El Greco).

Abajo, la

infortunada reina,

muerta a

consecuencia de un

accidente de

equitación en 1689,

a los 29 años de

edad (grabado

francés).

no ayudó en absoluto a Carlos para cumplir con susobligaciones como soberano de un Imperio.

Debilidad mentalCuestión más difícil de dilucidar es el grado exac-

to de su capacidad mental. Se sabe que su forma-ción, fundamentalmente a cargo del jurista Francis-co Ramos del Manzano, profesor de derecho de laUniversidad de Salamanca y miembro de los Conse-jos de Castilla y de Indias, constituyó un proceso la-borioso (ya que al parecer no aprendió a leer y escri-bir hasta la edad de nueve años), y de resultados de-cepcionantes, sobre todo si juzgamos su insegura ca-ligrafía y su pésima redacción, tal como se refleja enlos escasos documentos oficiales de su puño y letra(en la mayoría, su firma es un mero facsímil) o en lascartas que escribió a Luis XIV con motivo de su pri-mer compromiso matrimonial.

Fuera de ese dato irrefutable, hemos de conten-tarnos con los testimonios de los embajadores, espe-cialmente los venecianos, o del nuncio pontificio.Los primeros hablan de defectos de su voluntad, co-mo la inconstancia y la pereza, pero le reconocen no-bleza de carácter y un gusto muy cortesano por la ca-za, la pintura y la música; por el contrario, el mar-qués de Villars, embajador de Luis XIV en Madrid, loencontró sumamente ignorante en letras y ciencias.

El retrato más completo y conocido se le debe alnuncio: "El rey es más bien bajo que alto, no mal for-mado, feo de rostro; tiene el cuello largo, la cara lar-ga, la barbilla larga y como encorvada hacia arriba;el labio inferior típico de los Austrias; ojos no muygrandes, de color azul turquesa y cutis fino y delica-do. Mira con expresión melancólica y un poco asom-brada. El cabello es rubio y largo, y lo lleva peinadopara atrás, de modo que las orejas quedan al descu-bierto. No puede enderezar su cuerpo sino cuandocamina, a menos de arrimarse a una pared, una me-

sa u otra cosa. Su cuerpo es tan débil como su men-te. De vez en cuando da señales de inteligencia, dememoria y de cierta vivacidad, pero no ahora; por locomún tiene un aspecto lento e indiferente, torpe eindolente, pareciendo estupefacto. Se puede hacercon él lo que se desee, pues carece de voluntad pro-pia." Carlos II tenía entonces veinticinco años.

En suma, el soberano debió sufrir de serias limi-taciones en el aspecto intelectual, aunque no puedaconsiderarse como un absoluto deficiente o retrasa-do mental. El duque de Maura, su más concienzudobiógrafo, llegó a la conclusión de que Carlos tuvo unentendimiento mediocre, pero casi normal; esta opi-nión ha sido recogida por los estudiosos posteriores–como Antonio Domínguez Ortiz– que le reconocenuna cierta inteligencia lastrada por su distracción, sutimidez y su irresolución; también hay quienes creenque "pudo estar perfectamente dentro de los límitesde la normalidad", como Luis Ribot, en su excelentesíntesis sobre el reinado. Es decir, sin hablar de unairremediable anormalidad, todos coinciden en acep-tar una evidente insuficiencia en las facultades inte-lectuales del soberano.

A la búsqueda de un herederoCon estas carencias, Carlos II viajó poco al mar-

gen del circuito característico de los Sitios Reales,que le llevaban de Madrid a El Escorial y de El Par-do a Aranjuez. La primera salida fuera de la Corte tu-vo lugar en 1677, cuando el monarca contaba dieci-séis años, y fue con motivo de la apertura de las Cor-tes en Zaragoza. La segunda gran jornada real tuvolugar con ocasión de su primer matrimonio. Es muy

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Page 4: Revista La Aventura de La Historia, Dossier 24 - Carlos II, El Triste Ocaso de Los Austria - Marina Alfonso Mola y Carlos Martínez Shaw

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Lucas Jordán aduló

a Carlos II en un

retrato ecuestre,

donde las

convenciones de la

pintura cortesana le

permitieron

presentar una

imagen de apostura

y de sentido de la

realeza. Si la

primera cualidad

parece poco

auténtica, la

segunda se

aproxima a la figura

del último Austria

español (boceto

pintado hacia 1694,

Madrid, Museo del

Prado).

sidor general, Baltasar de Mendoza, que ademásprocesó tanto a fray Mauro como al padre Díaz. Elreinado parecía acabar en tragicomedia, como re-coge una de las sátiras del momento:

"Las damas le hechizanlos frailes le pasmanlos lobos le aturdenlos cojos le baldan".

Un testamento acertadoPero todavía el monarca tuvo tiempo de realizar

el último acto decisivo de su vida. En efecto, ni ladebilidad física ni la limitación mental impidierona Carlos II ser consciente de sus obligaciones comorey, mantener su dignidad como monarca y conser-var su sentido de la majestad. Ya en su primer ac-to público, cuando a los cuatro años recibió el ju-ramento de fidelidad de sus súbditos, el 17 de sep-tiembre de 1665, supo estar a la altura de las cir-cunstancias.

También supo reconocer la labor, sin duda ar-dua, de su preceptor, al que elevó a la dignidad deconde de Francos en 1678. Aparte de cumplir susdeberes conyugales, como se esperaba de un prín-cipe cristiano, llegó en ocasiones a tomar la inicia-tiva de ocuparse también personalmente de susobligaciones políticas al frente de la Monarquía, almenos en dos ocasiones: tras el cese del duque deMedinaceli, en 1685, y tras el cese del conde de

Oropesa en el año 1691 (ver La Aventura de la His-toria, nº 11, septiembre de 1999, El Motín de losgatos, por José Calvo Poyato), aunque sus caren-cias le obligaron a renunciar a su propósito.

Y, finalmente, nadie niega su profundo conceptode la dignidad de la Monarquía Hispánica, cuando,en el difícil momento de decidir la sucesión, se pro-nuncia a favor de la opción que permitía preservarla unidad de todos los territorios (amenazada porlos pactos secretos de las grandes potencias) bajoun único soberano, firmando su testamento en fa-vor del duque de Anjou el 3 de octubre de 1700 ynombrando al cardenal Portocarrero como regentede la Monarquía el 29 del mismo mes. La integri-dad de la Monarquía parecía quedar garantizadacon la cláusula que nombraba al segundo hijo delGran Delfín heredero de "todos mis reinos y domi-nios, sin excepción de ninguna parte de ellos".

Fue sin duda una decisión solemne, justa y acer-tada, como reconocen incluso sus biógrafos menoscomplacientes. John Lynch no duda en calificarlacomo "el único momento de grandeza de toda su vi-da". Y un epitafio satírico, escrito en francés, salvatambién este solo acto: “Aquí yace Carlos Segundo,rey de las Españas/que nunca hizo campañas/niconquistas, ni hijos/Que así vivió durante treintaaños/en que se vio reinar a tan buen príncipe,/teníauna salud tan escasa/que, por decirlo francamen-te,/solamente hizo su testamento”.

Carlos II se extinguió el día 1 de noviembre de1700. Su salud, siempre precaria, se había resen-tido endémicamente de unas fiebres palúdicas con-traídas en 1696 a orillas del Tajo en una de sus vi-sitas a Aranjuez, lo que pudo ser quizás la causa fi-nal de su muerte.

Además de los documentos de su reinado y de lostestimonios de sus contemporáneos, nos han queda-do sus retratos. Nada de su congénita debilidad pa-rece percibirse en los dos cuadros (el de Sebastiánde Herrera Barnuevo y el de mano anónima conser-vado también en el Museo Lázaro Galdiano) que noslo presentan como un niño gordezuelo, inflado porlos ampulosos ropajes de adulto y acechado por lacorona real. Juan Carreño de Miranda le retrató co-mo un adolescente de expresión triste y tez lívida,vestido de negro contra el fondo oscuro de los pesa-dos cortinajes del viejo Alcázar de los Austrias. Sóloen el cuadro conservado en la Colección Harrach seresalta su postura mayestática realzada por el rasopúrpura del hábito del Toisón de Oro. Claudio Coelloprefirió representar su dignidad humana y de su sen-tida religiosidad en el cuadro de El Escorial.

Finalmente, Lucas Jordán le aduló en un retratoecuestre, donde las convenciones de la pintura cor-tesana permiten presentar también una imagen deapostura y de sentido de la realeza. Según se ha vis-to, si la primera cualidad parece poco auténtica, lasegunda se aproxima a esta revisión favorable de lafigura humana de Carlos II... Aunque nadie haya lle-gado tan lejos en esta estima como el austracista ca-talán Narcís Feliu de la Penya, que en 1709 definióal último de los Habsburgos como "el mejor Rey queha tenido España". n

D O S S I E R

Carlos II ante los

restos de su padre,

exhumados en el

curso de los

exorcismos que se

le hicieron al

Hechizado(litografía de J. M.

Mateu, siglo XIX).

la Chiusa, su secretario privado Enrique Javier Wiser,llamado El Cojo, y su dama de cámara, la condesaMaría de Berlepsch, cuyo nombre se castellanizabaa veces como Perlis y en las sátiras, como Perdiz.

En cualquier caso, existe alguna información deuna estancia feliz en el otoño de 1699 en El Esco-rial, donde los reyes parecieron revivir su luna demiel e incluso a concebir la esperanza de tener des-cendencia, así como de otra jornada en El Escorialy Aranjuez, en la primavera de 1700, en cuyotranscurso el rey vivió las últimas horas dichosas desu vida. En definitiva, tampoco parece que Carlosfuese indiferente a los encantos de su segunda es-posa, una mujer alta, de cabellos rubios y de buenporte, tal como aparece en el retrato ecuestre deLucas Jordán. La reina sobrevivió muchos añosal rey, pero su apuesta por el archiduqueCarlos le valió un largo destierro en Ba-yona (1706-1738), hasta que al fi-nal de sus días fue autorizada a re-gresar a España, para venir a mo-rir a Guadalajara (1740).

El problema sucesorio estuvosiempre planeando sobre la vidade Carlos II. Aunque algunos estu-diosos han llegado a pensar en laimpotencia del soberano, dada sudébil constitución, nada parece ava-lar semejante hipótesis. Al principio, in-

cluso la falta de heredero se cargó en la cuenta de lareina María Luisa, según rezaba la consabida e inge-niosa coplilla:

"Parid, bella flor de lisen aflicción extraña

si parís, parís a Españasi no parís, a París".

Sin embargo, pronto todo el mundo estuvo con-vencido de la esterilidad del rey, extremo que eltiempo no hizo sino confirmar. En este sentido, sonreveladoras las palabras del embajadador de Fran-cia, el marqués de Rébenac, que tras recibir lasconfidencias de María Luisa, pudo afirmar que "lareina no era virgen, pero tampoco sería madre".Ninguna credibilidad tiene por el contrario la malé-vola insinuación de uno de los pasquines que apa-recieron en la Corte:

"Tres vírgenes hay en Madridla librería del cardenal

la espada del duque de Medina Sidoniay la reina nuestra señora".

HechiceríasPrecisamente la falta de heredero daría lugar a

uno de los episodios más aireados del reinado, elde los exorcismos practicados para romper el su-puesto hechizo que condenaba al rey a la esterili-dad. Un episodio lamentable que, a pesar de su ca-rácter puntual y meramente anecdótico, ha pervivi-do en el propio sobrenombre, El Hechizado, otorga-do al soberano. Aunque la imagen del rey hechiza-do se había difundido ya en tiempos de Valenzuela(así como la del rey prisionero, en tiempos de JuanJosé de Austria), precisamente como argumentopara descalificar la política de aquellos ministros,la ilusión colectiva de la Corte se opera a partir dela actuación del imprudente dominico Froilán Díaz,nuevo confesor del rey, que aceptó como verídica lainformación comunicada por otro dominico, Anto-nio Álvarez de Argüelles, confesor del convento deCangas de Tineo, de que unas monjas exorcizadasle habían asegurado que el monarca había sido em-brujado a los catorce años.

La historia, en cualquier caso, sólo se entiendeen el ambiente de exagerada credulidad reinanteen la España contrarreformista. Pues, en efecto, elpadre Díaz no actuó solo, sino que hubo de contarcon la connivencia del inquisidor general, Juan To-más de Rocabertí, e incluso pudo recibir el respal-

do del embajador austríaco, el conde de Ha-rrach, que echó su cuarto a espadas di-

vulgando las revelaciones del demonioque martirizaba a un joven poseso de

Viena. Y, finalmente, el instrumen-to de los exorcismos practicadosal monarca hubo de ser un capu-chino saboyano, fray Mauro Ten-da, que vino a la Corte españolaavalado por la recomendación deotra endemoniada.

El desdichado experimento quedóinterrumpido a finales de 1699, gra-

cias a la intervención del nuevo inqui-

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Page 5: Revista La Aventura de La Historia, Dossier 24 - Carlos II, El Triste Ocaso de Los Austria - Marina Alfonso Mola y Carlos Martínez Shaw

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Arriba, Mariana de

Austria, una regente

sin experiencia

política, pero

orgullosa e imbuida

de su papel, trató de

ejercer el poder real

durante la minoría

de edad de su hijo y

aún después

(anónimo

madrileño, Madrid,

Museo del Prado).

Abajo, Carlos II en la

época de la regencia

de su madre

(atribuido a Juan

Martínez Mazo,

Madrid, Museo

Lázaro Galdiano).

ción y digestión de los alimentos, provocándoleproblemas gástricos.

Su falta de salud y las graves carencias señala-das condicionaron de forma negativa su educa-ción, pese a los esfuerzos que en este terreno rea-lizó su madre, Mariana de Austria, quien hubo dehacerse cargo de la responsabilidad que suponía lamisma, ya que el príncipe no había cumplido aunlos cuatro años cuando falleció su padre, en el mesde septiembre de 1665.

Dada la edad del heredero, se hacía obligadauna regencia que afrontase la minoría del mismo.Felipe IV había dejado en su testamento instruc-ciones muy precisas para que su viuda, a la quenombraba regente, afrontase en las mejores condi-ciones posibles el papel que le otorgaba la nuevasituación. Mariana de Austria era lega en materiapolítica, de la cual había estado alejada en vida desu marido, y la muerte de éste cargaba sobre susespaldas la responsabilidad de gobernar un in-menso Imperio, sacudido desde hacía muchas dé-cadas por una grave y profunda crisis, además deasumir una minoría de edad, siempre llena de di-

ficultades y más en este caso, por los graves pro-blemas físicos y mentales de su hijo.

La Junta de GobiernoEn sus funciones la auxilió una Junta de Gobier-

no, en la que estaban representados todos los pode-res del Estado: la Iglesia, la Aristocracia, la Milicia ylos Consejos que configuraban el aparato adminis-trativo. También formaba parte de la misma, comono podía ser de otro modo en aquella sociedad mar-cada por el providencialismo, un teólogo que salva-guardase la ortodoxia de las decisiones. Integrabanla Junta los condes de Castrillo, presidente del Con-sejo de Castilla, y de Peñaranda, miembro del Con-sejo de Estado; el marqués de Aytona, en represen-tación de la nobleza del Reino; don Cristóbal Crespíde Valldaura, por el Consejo de Aragón; el arzobispode Toledo don Baltasar de Moscoso y Sandoval y elinquisidor general, don Pascual Folch de Cardona yAragón, como representantes de la Iglesia.

Llamaron la atención de los cortesanos ciertas no-tables ausencias en la composición de la Junta. Noestaban en ella ni el conde de Medina de las Torres,compañero de correrías y alcahuete real en los últi-mos años de vida del monarca fallecido, ni don JuanJosé de Austria, el único de los hijos bastardos habi-dos por Felipe IV que fue reconocido por su padre.Solo los más avispados comprendieron la razón deellas: Doña Mariana de Austria se sintió siempreofendida en su dignidad por los amoríos sostenidospor su esposo y aborrecía a un individuo como Me-dina de las Torres, cuya función principal era el ce-lestinaje. Tampoco soportaba la presencia de un bas-tardo, que igualmente era símbolo de las correrías de

D O S S I E R

Así vio el

embajador francés

al último hijo de

Felipe IV (derecha),

cuando le presentó

en sociedad: “El

príncipe parece ser

extremadamente

débil. Tiene en las

dos mejillas una

erupción de

carácter herpético.

La cabeza está

completamente

cubierta de

costras... “

(Felipe IV, por

Velázquez, Londres,

National Gallery).

José Calvo PoyatoCatedrático de HistoriaInstituto de Lucena, Córdoba

C ARLOS II NACIÓ EN EL ALCÁZAR REALde Madrid el 6 de noviembre de 1661, enmedio del ambiente de melancolía y tris-teza que había producido la muerte del

heredero de la Corona, el príncipe Felipe Próspero.Tras aquella muerte, el futuro de la Casa de Austriaen España quedaba pendiente de la salud del re-cién nacido. Una salud que dejaba mucho que de-sear. En tales circunstancias, la Corte cometió elpeor de los errores: cerrarse en un hermetismo ab-soluto y esconder al recién nacido de las miradasindiscretas. Aquella actitud dio más pábulo a losrumores, llegándose a afirmar que lo nacido no eravarón, sino hembra, con lo que la sucesión al tronode Felipe IV estaba gravemente complicada. El em-bajador francés en Madrid fracasó en su deseo de

ver al recién nacido, lo que exacerbó aún máslos ánimos.

Un nuevo intento, protagonizado por unenviado especial del rey de Francia pa-ra este fin, hizo comprender a FelipeIV que la situación creada era insos-tenible y que se hacía necesario pre-sentar en sociedad al pequeño Car-los. Así se hizo, según el informe queel embajador galo envió a su rey, y que

hizo un retrato bien distinto del ofreci-do por las fuentes oficiales: “El príncipe

parece ser extremadamente débil. Tiene

en las dos mejillas una erupción de carácter herpé-tico. La cabeza está completamente cubierta decostras. Desde hace dos o tres semanas se le haformado debajo del oído derecho una especie decanal o desagüe que supura. No pudimos ver esto,pero nos hemos enterado por otro conducto. El go-rrito, hábilmente dispuesto a tal fin, no dejaba veresta parte del rostro.”

El informe no podía ser más desgarrador y, aun-que en el mismo pudiese haber algún deseo deagradar a su regio destinatario, cargando las tin-tas en lo negativo, la realidad es que la débil yquebrantada salud que siempre acompañó a Car-los II a lo largo de su vida avala las impresionesque recibió el emisario francés. El que sería el úl-timo monarca de la rama española de la Casa deAustria mostró siempre un aspecto miserable: pa-deció raquitismo y tuvo graves problemas de sa-lud; el prognatismo típico de su familia –mandí-bula saliente, por lo que no encaja la dentadurainferior con la superior– le dificultaba la mastica-

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El tristereino delHechizadoUna regente inexperta, sola y conganas de mandar; un rey incapaz,juguete de su madre y sus esposas;una nobleza dividida y envidiosa;un país despoblado, en bancarrotay codiciado por sus vecinos...

Page 6: Revista La Aventura de La Historia, Dossier 24 - Carlos II, El Triste Ocaso de Los Austria - Marina Alfonso Mola y Carlos Martínez Shaw

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Arriba, Juan José de

Austria (anónimo

madrileño, Madrid,

Museo del Prado);

abajo, el duque de

Medina de las

Torres (grabado,

Madrid, Biblioteca

Nacional). La

ausencia de ambos

en la Junta de

Gobierno llamó

mucho la atención.

El primero era el

único de los hijos

bastardos habidos

por Felipe IV, que

fue reconocido por

su padre; el conde

había sido uno de

los nobles que gozó

hasta el final de la

confianza y amistad

del rey, no en vano

fue su alcahuete y

compañero de

correrías amorosas.

Se comprende, por

tanto, que la reina

regente no

soportara la

presencia del

bastardo, símbolo

de las infidelidades

de su marido, y que

aborreciera a un

individuo como

Medina de las

Torres, cuya

función principal

había sido el

celestinaje.

frecuencia a causa de una climatología especial-mente caprichosa y que trajeron hambrunas ymuerte por todas partes; la sangría que suponía lapermanente saca de hombres jóvenes para engrosarlas filas de los ejércitos de su Católica Majestad yla emigración a América.

La suma de todos estos factores hizo que la po-blación de los distintos reinos peninsulares pasase,entre 1580 y 1680, de ocho millones y medio a al-go menos de siete millones de habitantes. Nume-rosos testimonios de viajeros de la época presentanen sus memorias un panorama desolador: grandesextensiones desérticas y verdaderos páramos, don-de había que hacer muchas leguas para encontraruna miserable venta caminera o un villorrio apenaspoblado. España era, a comienzos del reinado deCarlos II, el país con más baja densidad de pobla-ción del Occidente europeo.

La voracidad fiscal de los gobiernos de Olivaresllevó a la continua alteración del valor de las mo-nedas. Unas alteraciones que se conocen con elnombre de baile del vellón, que arrasó lo poco quequedaba en pie de la maltrecha economía castella-na, sometida a una inflación galopante, y la com-petencia de productos de importación más baratosy de mejor calidad. El Estado ordenaba la acuña-ción de monedas en las que se sustituía parte de laplata por cobre, pero se mantenía el valor nominalde las mismas. Con el paso del tiempo se incre-mentó la cantidad de cobre utilizado, hasta llegar-se a la acuñación de monedas de este metal, sinmezcla alguna de plata.

Era la llamada mala moneda o moneda de vellónque en el reinado de Carlos II inundó los circuitosmonetarios. Dicha actuación, que suponía un ver-dadero fraude –un robo de Estado–, hizo que seperdiese la fe en la moneda y que en la práctica hu-biese un doble sistema de pagos y precios: las co-sas tenían diferente valor, según se pagase en mo-neda buena de plata o en vellones; ese fue el lla-mado premio de la plata que llegó a alcanzar bajoel reinado del último de los Aus-trias españoles el 275 por cientodel precio de monedas de vellónde similar valor teórico.

Ocurrió en diferentes ocasio-nes que, para hacer frente alproblema que el propio gobiernohabía creado, se decretaron de-flaciones; es decir, se redujo elvalor de las monedas de vellónpara acomodarlo al real que te-nían. Se ordenaba a los desdi-chados poseedores de dichasmonedas acudir a las cecas,donde eran reselladas, disminu-yéndolas de valor. Estas reduc-ciones, que no fueron una prác-tica excepcional, arruinaron amucha gente e hicieron que endiferentes lugares, ante el re-chazo a tomar unas monedascuyo valor podía esfumarse en

las manos de su propietario, apareciese una eco-nomía de trueque.

Don Juan José: triunfo y decepciónNithard, que en 1668 hubo de pechar con la im-

popularidad que significó la Paz de Lisboa, por laque oficialmente se declaraba la independencia dePortugal, ocupó su cargo de valido hasta febrero de1669, cuando su principal valedora ya no pudosostenerle. Sobre su persona se concentraron todosataques de una poderosa nobleza enemiga del en-cumbramiento de aquel sacerdote extranjero, y que

utilizó como ariete de sus pre-tensiones a Don Juan José deAustria.Éste, que había rechazado elnombramiento de gobernador delos Países Bajos, huyó de Con-suegra –capital de la Orden deSan Juan, de la que era prior– alser advertido de que la regentese disponía a apresarle,acusado de conspira-ción y desobediencia.Se trasladó a Cata-luña, donde habíadejado buen re-cuerdo de su eta-pa como virrey, ydesde allí, arropa-do por un ejércitopopular, marchó so-bre Madrid exigiendola salida de España de

D O S S I E R

De arriba abajo, tres

de los miembros de

la Junta de

Gobierno: Cristóbal

Crespí de Valldaura,

por el Consejo de

Aragón; el conde de

Peñaranda,

miembro del

Consejo de Estado,

y el marqués de

Aytona, en

representación de

la nobleza del Reino

(grabados, Madrid,

Biblioteca

Nacional).

su esposo, aunque la que dio lu-gar al nacimiento de don Juan Jo-sé perteneciese a la época de suprimer matrimonio. Para la paca-tería de la viuda de Felipe IV, lasola presencia de aquel hijo deladulterio era una ofensa. Además,la ambición del bastardo –que ha-bía insinuado a su padre, pocoantes de su muerte, su deseo decontraer matrimonio con una desus hermanastras, las infantas–ya había llevado a Felipe IV a ale-jar de la Corte a aquel insolente.

La Junta de Gobierno se reuni-ría a diario en el Alcázar Real yasesoraría a la regente en todoslos asuntos relacionados con elgobierno de la monarquía. Estabaintegrada por gentes cualificadasy competentes, pero distantes del

drama de unaviuda de treinta años que necesi-taba de unos afectos y apoyos per-sonales, que allí no encontró. Es-tos vinieron de la mano de su con-fesor, un jesuita de origen alemán,que había llegado con ella a Espa-ña. Se trataba del padre EverardoNithard, que asumió el papel devalido y a quien la regente, apro-vechando la muerte del arzobispode Toledo, introdujo en la Junta deGobierno, pese a las críticas quesurgieron ante su nombramiento,por ser extranjero. El problema seresolvió nacionalizándole español.Nithard hubo de hacer frente auna complicada situación, tantointerna como externa, agravadamuy pronto por los feroces ataquesque recibió deDon Juan José

de Austria, que no se conformabacon el destierro de la Corte en quese le mantenía, ni con el papelque la regente le asignó, al nom-brarle gobernador de los PaísesBajos. Un nombramiento envene-nado que tenía como objetivo úl-timo alejarle aún más de los ver-daderos centros de decisión delpoder.

Guerra, peste, hambreLa situación interna de la Mo-

narquía a comienzos del reinadode Carlos II era la consecuenciade una larga y profunda crisis, cu-yos orígenes hemos de buscar enel reinado de Felipe II. El rangode primera potencia mundial lehabía obligado a realizar grandes

esfuerzos humanos y económicos,en muchos casos superiores a lasposibilidades reales que se tení-an. Bajo el reinado del Prudente yde su hijo y sucesor, Felipe III, lasdificultades pudieron sortearse,porque la llegada de grandes can-tidades de oro y plata americanoshabía permitido, no sin dificulta-des, equilibrar el presupuesto y,cuando ello no fue posible, seacudió al empréstito e incluso a ladeclaración de bancarrota. Perocon la subida al trono de Felipe IVy la llegada al poder de un nuevoequipo de gobernantes, encabeza-dos por Gaspar de Guzmán, con-de-duque de Olivares, la situaciónllegó a niveles de extrema grave-dad. Olivares entendía que el prestigiode una monarquía, cuyos intere-

ses se extendían por todo el orbe conocido y con unaextensión en la que no se ponía el Sol, obligaba a lapresencia de España allí donde hubiese un conflic-to, aunque en el mismo no se dilucidaran interesesestrictamente españoles. La paz general que, con al-gunas excepciones, se impuso en Europa a comien-zos del siglo XVII y que permitió un respiro a los es-quilmados recursos humanos y materiales de la Mo-narquía tocó a su fin, cuando concluía la segundadécada de la centuria. En 1618, comenzó el mayory más demoledor conflicto de la época, la Guerra delos Treinta Años, en el que España participó activa-mente, lo que a la postre nos condujo al enfrenta-miento con la Francia de Luis XIII y de Richelieu.Tampoco se renovó la tregua de los Doce Años, fir-mada con los holandeses y que expiró en 1621,abriendo un nuevo frente de lucha que requería in-gentes cantidades de hombres y dinero.

Aquella nueva fase bélica coincidió con un dra-mático descenso en la llegada demetales preciosos procedentesde las Indias, con lo que la solu-ción a las dificultades financie-ras hubo de afrontarse de formadiferente. Subieron los impues-tos existentes y se aprobaronotros nuevos. Aquel incrementofiscal pesaba, además, sobre unapoblación en crisis económica ydemográfica. Los distintos reinospeninsulares habían visto dismi-nuir su población desde 1580, acausa de diferentes factores, ta-les como el contagio de variasepidemias de peste –entre lasque destaca la que asoló la Pe-nínsula de norte a sur, entre1597 y 1602 provocando un mi-llón de víctimas–; las continuaspérdidas de cosechas que hicie-ron su aparición con aterradora

10

Page 7: Revista La Aventura de La Historia, Dossier 24 - Carlos II, El Triste Ocaso de Los Austria - Marina Alfonso Mola y Carlos Martínez Shaw

El padre Everardo

Nithard asumió el

papel de valido y la

regente,

aprovechando la

muerte del

arzobispo de

Toledo, le introdujo

en la Junta de

Gobierno, pese a las

críticas que

surgieron ante su

nombramiento por

ser extranjero

(grabado, Madrid,

Biblioteca

Nacional). Abajo, el

Imperio en Europa

español a

comienzos del

reinado de Carlos II

(por Enrique

Ortega).

bró al bastardo vicario general deAragón, con el fin de alejarle deMadrid y sus alrededores. DonJuan José se resignó con su nuevodestino y se retiró a Zaragoza,donde había de fijar su residenciaa la espera de tiempos mejores.Sabía ya que, a causa de su origenespúreo, en ningún caso aquellaaltanera austríaca le llamaría a laCorte.

El Duende de PalacioDoña Mariana pudo al fin respi-

rar y otra vez su soledad, que loscortesanos no entendieron, la llevóa confiar políticamente en un cu-rioso personaje que ha pasado ala Historia con el nombre de ElDuende de Palacio y cuyo verda-dero nombre era Fernando de Va-lenzuela. Había entrado en el Alcázar como caba-llerizo de la mano de su esposa, una de las damasde la regente, y en pocos meses, ante la sorpresageneral, se convirtió en su nuevo valido. El estuporde la alta nobleza era total. Si habían rechazado aNithard por extranjero, odiaban a aquel advenedizo

que no tenía mayores méritos quelos de ser un correveidile que sedaba maña para organizar fiestas ysaraos con los que distraer a la au-gusta madre del rey. Otra vez, como le había ocurridocon Nithard, su aislamiento antela responsabilidad del gobierno yla difícil educación de un niño pro-blemático, lanzaron políticamentea la regente en brazos de un per-sonaje que a los ojos de la ranciaaristocracia cortesana no era másque un mequetrefe. Los grandesse sintieron humillados y posterga-dos, por lo que se juramentaronpara acabar con aquella situación.En este ambiente se acercaba el finde la minoría de edad del rey. Laeducación recibida había sido muylimitada, por causa de las circuns-

tancias de su infancia y adolescencia. Mariana bus-có a los mejores preceptores y para su educación sepreparó un programa al uso para cualquier príncipede su época, aunque nada aprovechase, dadas las li-mitaciones del alumno. Otra cosa diferente era la re-lación de dependencia de aquel niño hacia ella, que

D O S S I E R

50°

40°

0° 10°

Budapest

Ragusa

Siracusa

Mesina

Cagliari

Palermo

Nápoles

Londres

Milán Venecia

Praga

Viena

Poitiers

Madrid

Ceuta

Cádiz

ValenciaCórdoba

Sevilla

Valladolid

Toledo

Utrecht

ColoniaBruselas

París

Zurich

Génova

Florencia

Bolonia

Roma

Tarento

Lyon

Marsella

Burdeos

Toulouse

La Coruña

Bilbao

LOS ESTADOS EUROPEOS DE CARLOS II

Zaragoza

Oporto

Lisboa

O C É A N O

A T L Á N T I C O

M A R

M E D I T E R R Á N E O

REINO

DE

FRANCIA

REINO DE

INGLATERRA

SACRO IMPERIO

ROMANO

GERMÁNICO

CORONA

DE

CASTILLA

CORONA

DE

ARAGÓN

REINO DE

POLONIA

IMPERIO

OTOMANOREINO

DE

PORTUGAL

REINO

DE

NÁPOLES

REINO DE SICILIA

CERDEÑA

Barcelona

13

La mala moneda o

moneda de vellón

(aleación de cobre

y plata) inundó los

circuitos

monetarios en el

reinado de Carlos

II. Eso hizo que se

perdiese la fe en la

moneda y que

hubiese un doble

sistema de pagos

y precios: las cosas

tenían diferente

valor según se

pagase en moneda

de plata o de vellón.

La plata llegó a

alcanzar el 275 por

ciento del precio de

monedas de vellón

de similar valor

teórico. A la derecha,

anverso

y reverso de

“cincuentín de

plata” (cincuenta

reales) de Carlos II.

Nithard, así como diversas reformas administrati-vas. Llegó a amenazar a Doña Mariana de Austriaindicando que “si el lunes no salía el padre jesuitapor la puerta iría en persona el martes a echarle porla ventana”.

En las mismísimas puertas del Real Alcázar apa-reció clavado un pasquín que decía:

Para la reina hay descalzasy para el rey hay tutor,

si no se muda de gobierno,desterrando al confesor.

El lunes en cuestión era el 25 de febrero de1669, fecha en que Nithard abandonó la Corte pa-ra dirigirse a Roma, en medio de la alegría de losmadrileños, que esperaban ansiosos la entrada delde Austria. Sin embargo, las expectativas desperta-das en torno a la figura del bastardo de Felipe IV nose materializaron. Los quecreían que con la caídade Nithard había so-nado la hora deDon Juan Joséquedaron defrau-dados. Es difícilconocer las cau-sas por las cua-les no aprovechóla coyuntura quese le brindaba.

A comienzos de1669, era un triunfador

y entre las clases populares gozaba de tal predica-mento que era necesario remontarse muy atrás pa-ra encontrar a alguien que le igualase en prestigio.En aquella sociedad donde el providencialismo eraguía para la mayoría de las gentes, fueron muchoslos que equiparaban su origen ilegítimo, y hasta supropio nombre con los de otro bastardo ilustre, ho-mónimo suyo: Don Juan de Austria, el vencedor delos turcos en Lepanto. Las masas populares le con-sideraban como un mesías que había de redimir ala Monarquía de las profundas simas en las que seencontraba sumida.

Comoquiera que la regente había cumplido pun-tualmente todas las exigencias planteadas por DonJuan José: destierro de su confesor, reformas admi-nistrativas y la creación de una denominada Juntade Alivios, también ella exigió contrapartidas, como

la disolución del ejércitoque le había acompaña-

do desde Aragón, queera donde radicabasu verdadera fuer-za. Los siguien-tes meses trans-currieron en me-dio de un hervi-dero de amena-

zas y rumores. Enjunio, Doña Maria-

na, que había fortale-cido su posición, nom-

12

CRONOLOGÍA

1661. Hijo de Felipe IV y de Ma-riana de Austria, nace en el Alcázarde Madrid el día 6 de noviembre. 1665. Muere el rey (17.IX). Ape-nas terminado un largo periodo delactancia, Carlos le sucede. La re-gencia es ejercida por su madre.Privanza de Everardo Nithard.1668. Paz de Aquisgrán (2.V).1669. Caída y destierro de Nit-hard. El real bastardo Don Juan Jo-sé de Austria marcha sobre Madridy lanza un ultimátum a la regente(25.II). Fernando Valenzuela, nue-vo valido.1671. Desastroso tratado comer-cial con Holanda.1674. Francia se apodera delFranco Condado.1675. Es declarado mayor deedad: inicio de su reinado (6.XI). 1676. Valenzuela, primer minis-tro (22.IX) y grande de España.Junta de Gobierno (23.XII). 1677. Don Juan José de Austriaactúa como primer ministro.1678. Paz de Nimega: tratados

entre Francia y Holanda (10.VIII) yEspaña y Francia (17.VIII).1679. Bodas por poder en Fontai-nebleau con María Luisa de Orleans,sobrina de Luis XIV (30.VIII). Mue-re Juan José de Austria (17.IX). Ra-tificación de las bodas, en Quintana-palla, Burgos (19.XI).1680. Desgobierno y profundacrisis económica. El duque de Me-dinaceli, Juan Francisco Tomás dela Cerda, se hace cargo del poder.Huelga del personal subalterno depalacio (VII).1681. Luis XIV invade Luxembur-go.1683. España declara la guerra(26.X). Courtrai pasa a Francia (XI).1684. Fracaso francés en la inva-sión de Navarra (III). Toma de Lu-xemburgo (4.VI). Tregua de Ratis-bona con Francia, por veinte años(15.VIII).1685. Caída y confinamiento delduque de Medinaceli (11.VI). Go-bierno de Manuel Joaquín Álvarezde Toledo, conde de Oropesa.

1686. Liga de Augsburgo: tratadoantifrancés (17.VII) de España, elImperio, Holanda, Suecia, Baviera,Suabia y Franconia. 1688. Adhesión de Inglaterra a laLiga de Augsburgo.1689. Muere la reina María Luisa(12.II). Se acuerda una nueva bo-da, con María Ana de Neoburgo(15.III). Guillermo de Orange, reyde Inglaterra, se adhiere a la Ligade Augsburgo.1690. Carlos y su esposa se en-cuentran en Valladolid (4.V). Espa-ña se adhiere a la alianza de Ingla-terra, Holanda y Austria contraFrancia. Reanudación de las hostili-dades en Cataluña, Flandes, el Me-diterráneo y las Antillas. Victoriafrancesa en Fleurus (1.VII).1691. Rendición de Mons (8.IV).Ocupación francesa de Camprodón(23.V-25.VIII). Destitución del vi-rrey de Cataluña, duque de Villaher-mosa. Ocupación de Seo de Urgel(12.VI). Caída y destierro de Oro-pesa (27.VI).

1692. Los franceses ocupan Na-mur (V). Victoria naval de Inglate-rra en la Hogue.1693. Ocupación francesa de Ro-sas, Palamós y Gerona (VI) y triun-fo en Neerwinden (29.VII). El du-que de Escalona, nuevo virrey deCataluña. 1695. Consolidación del frentecatalán con ayuda de las tropas aus-triacas del príncipe de Darmstadt.1696. Nuevas hostilidades conFrancia. El marqués de Gastañaga,nuevo virrey de Cataluña. Muerte dela reina madre (15.V).1697. Los franceses toman Barce-lona. Paz de Rijswick (20.IX).1698. Carlos II nombra herederoa José Fernando, hijo del elector deBaviera (14.IX).1699. Muere José Fernando(8.II). Motines en Madrid por lacarestía de la vida (25.IV y 24.V).1700. Carlos nombra heredero aFelipe de Anjou, nieto de Luis XIV(2.X) y muere, el día 1 de noviem-bre.

Page 8: Revista La Aventura de La Historia, Dossier 24 - Carlos II, El Triste Ocaso de Los Austria - Marina Alfonso Mola y Carlos Martínez Shaw

15

Arriba, mapa de

España en 1690

(Madrid, Biblioteca

Nacional). Abajo,

Mariana de Austria

entrega la corona a

su hijo; lo curioso

del grabajo es la

fecha, 1672, es

decir, tres años

antes de que el Rey

subiera al trono

(calcografía grabada

por Pedro

Villafranca, Madrid,

Biblioteca

Nacional).

drid. Doña Mariana, rebasada por lacompleja y grave situación, acabóaceptando la marcha de su protegido,que se refugió en el monasterio de ElEscorial, acogiéndose al asilo eclesiás-tico.

Pero los grandes, que se habían sen-tido engañados anteriormente, no seconformaron e indicaron al rey que lla-mase a su lado al bastardo para que leasistiese en la tareas de gobierno e, in-cluso, violaron el asilo al que se habíaacogido Valenzuela y le desterraron alas islas Filipinas, el último confín delImperio. Doña Mariana transigió conaquellas humillaciones, mientras espe-raba que amainase la tormenta y con-fiaba en el ascendiente que conserva-ba sobre su hijo. Pero en esta ocasiónsus planes fracasaron, porque la noble-za consiguió aislar al joven rey de la in-fluencia materna.

El retorno de Don Juan JoséUna noche, acompañado del duque

de Medinaceli, Carlos II abandonó elReal Alcázar y se trasladó al palaciodel Buen Retiro, donde se instaló la Corte y a don-de acudió su hermanastro para hacerse cargo de lasriendas del gobierno. Su primera medida fue des-terrar a Toledo a la madre del rey, para eliminar suinfluencia. Era a principios de 1677 cuando DonJuan José de Austria alcanzaba su deseo de hacer-se con las riendas de la monarquía en la que reina-ba tan débil titular.

Pocas veces en la Historia un gobernante ha des-

pertado tantas expectativas e ilusiones como elnuevo valido. El providencialismo de aquella socie-dad y el deseo de cambio, como fórmula para sacara la monarquía de la profunda crisis en la que sehallaba sumida, incrementaron esas expectativas.Don Juan José era aclamado por las muchedum-bres que se congregaban a su paso. Sin embargo,sus apoyos en la Corte eran menos sólidos. La gran-deza le había utilizado para acabar con Valenzuelay con la madre del rey, pero para sus miembros nopasaba de ser un bastardo, aunque su padre hu-biese sido Felipe IV.

Poco a poco, las ilusiones depositadas en su per-sona se fueron apagando. Las reformas prometidasllegaban con lentitud y el valido no tenía solucionesrápidas para poner fin a una situación que requeríatiempo para ser enderezada. Además, se preocupópor aislar a su hermano de cualquier influencia queno fuese la suya, así como por perseguir a sus ene-migos. Hubo numerosas detenciones y sonadosdestierros, mientras que asuntos graves de gobier-no se dilataban. Con todo, Don Juan José afrontóalgunos problemas con decisión y demostró tenermejores dotes de gobernante que sus predecesores.Legisló contra el lujo, regularizó el abastecimientode los productos de primera necesidad, impulsó lasJuntas de Comercio para reactivar la economía, et-cétera. Pero la ingente tarea que tenía por delanterequería el esfuerzo de todos y mucho tiempo. Y nocontó ni con lo uno ni con lo otro. Muy pronto, re-aparecieron los libelos y los papeles satíricos, queél había utilizado con maestría contra sus enemi-gos. Aquel terrible arma se volvía ahora contra él.

Por si no eran suficientes los problemas internos,un nuevo conflicto desatado por Francia llevó a laderrota de las armas españolas y a la firma de la Paz

D O S S I E R

Fernando

Valenzuela, que

sería conocido

como El Duende dePalacio, había

llegado a la corte

como caballerizo y

la regente lo

encumbró a valido,

suscitando la ira de

la nobleza, que le

consideraba un

advenedizo.

Políticamente era

un inútil,

limitándose sus

habilidades a la

organización de

fiestas (Carreño

de Miranda, Madrid,

Museo Lázaro

Galdiano).

la madre propició y estimuló como for-ma de mantener su control sobre él.

Según el testamento de FelipeIV, la mayoría de edad había dedeclararse cuando Carlos cum-pliese los catorce años, cosa queacaeció el 6 de noviembre de1675. Días antes de que llegasedicha fecha, la regente trató, sinéxito, de obtener de su hijo que semantuviesen la Junta de Gobierno ylas prerrogativas que ella tenía. Conaquella iniciativa trataba de prolongar dehecho la situación de minoría de edad. La vísperadel cumpleaños, la regente envió una carta al Con-sejo de Estado, señalando que al haber llegado lafecha de la proclamación de la mayoría de edad delrey, a partir de aquel momento los decretos habrí-an de hacerse en su nombre y a él sería a quien seelevarían las consultas.

Los manejos de Doña MarianaEl comienzo de la mayoría de edad de Carlos II

deparó un llamativo suceso que puso de manifies-to, una vez más, las enconadas luchas por el poderque se tejían en torno a su persona.

Impulsado por los condes de Medellín y Talhara,además de por su preceptor, Ramos del Manzano,Carlos II aceptó que su hermanastro entrase en la

Corte y se entrevistase con él. Conclui-da la entrevista, Don Juan José se re-

tiró al palacio del Buen Retiro,donde debía esperar instruccio-nes. El objeto de esta casi clan-destina reunión era elevarle alpuesto de primer ministro. Cuan-do la reina madre se enteró, man-tuvo una reunión con aquel pobre

niño de catorce años elevado al tro-no por causa del destino. Nadie sabe

lo que ocurrió durante la misma, peroresulta fácil imaginarlo: Carlos II salió con

los ojos enrojecidos por el llanto y ordenó que suhermanastro se retirase de inmediato a Zaragoza.

Se vivieron momentos de tensión, porque DonJuan José convocó a sus parciales y planteó la po-sibilidad de dar un golpe de Estado, ya que conta-ba con el apoyo de las clases populares madrileñas,que, conocedoras de su presencia, le aclamaron yvitorearon por las calles. Pero se rechazó la pro-puesta, porque el golpe no iba dirigido contra la re-gente, que ya había dejado de serlo, sino contra elpropio rey. Don Juan José aceptó retirarse a Aragón,pero las consecuencias de aquel revuelo no queda-ron ahí.

El rey aceptó una consulta en virtud de la cualfirmaría los decretos, pero no se disolvía la Junta deGobierno. Eso significaba que era monarca nomi-nal, pero que las riendas del poder continuarían enmanos de su madre. En aquellos momentos, DoñaMariana pudo contar con el apoyo de un importan-te sector de la nobleza, que a cambio le exigió eldestierro de Valenzuela, cuya presencia en la Cortese le hacía insoportable. La viuda de Felipe IV cum-plió su palabra de forma parcial, al enviar al validoa Granada, donde le nombró capitán general deaquel reino, permitiéndosele de nuevo el regreso ala Corte, una vez que volvió a ver fortalecida su pro-pia posición.

De nuevo en la Corte, Valenzuela se dedicó a laorganización de celebraciones y festejos, si bien escierto que impulsó las obras públicas y se preocu-pó del abastecimiento a Madrid de los artículos deprimera necesidad a precios razonables. Sus servi-cios fueron premiados con el título de marqués deVillasierra, al que se le concedió la grandeza de Es-paña. Aquello fue una bofetada para la rancia aris-tocracia, que vio cómo aquel advenedizo era equi-parado a ellas. Manifestaron su descontento conuna huelga: dejaron de asistir a la Corte y de reali-zar las funciones que en la misma tenían enco-mendadas. Para hacer frente a aquella situaciónllamaron otra vez a Don Juan José.

El clima político de la capital se enrareció y sellenó de tensión. Como en la época de Nithard, lospasquines y las hojas volanderas circularon por to-das partes, satirizando con dureza a Doña Mariana,a su valido y al mismísimo Carlos II. Incluso sopla-ron vientos de guerra civil. Los Consejos de Estadoy de Castilla elevaron consultas pidiendo al rey quealejase a Valenzuela de la Corte y que se conmina-se a Don Juan José para que no avanzase sobre Ma-

14

Page 9: Revista La Aventura de La Historia, Dossier 24 - Carlos II, El Triste Ocaso de Los Austria - Marina Alfonso Mola y Carlos Martínez Shaw

17

Arriba, Carlos II y

Marí Ana de

Neoburgo (grabado

conmemorativo de

los esponsorios

reales, en 1690,

Madrid, Biblioteca

Nacional). Abajo,

Carlos II cede sucarroza a unviático; el rey, de

rodillas, ofrece su

carruaje a un

sacerdote de la

iglesia de San

Martín que se

dirigía a pie con el

viático para un

enfermo (grabado

de Romeyn de

Hooghe, coloreado

posteriormente).

vástagos. A finales de agosto de 1689, se celebró enDüsseldorf el matrimonio por poderes, pero los no-vios no se encontraron hasta el 3 de mayo del año si-guiente, como consecuencia del largo y complicadoviaje que trajo hasta España a la nueva reina. ConMaría Ana de Neoburgo llegó un numeroso séquitode alemanes, parte de los cuales constituía una ca-terva de ambiciosos que colaboraron, en no poca me-dida, a la pésima impresión que causó a los madri-leños su nueva soberana.

A diferencia de la primera esposa del soberano, lanueva reina se entrometió cuanto pudo en la vida po-lítica de la Corte, lo que le llevó a nu-merosos enfrentamientos con su sue-gra, que había retornado a la corte trasla muerte de Don Juan José de Austria.Aunque Doña Mariana mantenía unaactitud muy diferente a la de su épocade regente, nunca dejó de ejercer cier-ta influencia. El alejamiento de la polí-tica de María Luisa de Orleans habíahecho que las relaciones de suegra ynuera fuesen aceptables, pero ahora laactitud de María Ana de Neoburgoplanteaba esa relación en términosmuy diferentes.

La ansiada sucesión tampoco llegócon el nuevo matrimonio. La de Neo-burgo, que sabía bien que era lo queen España se esperaba de ella, hizotodo lo que estuvo en su mano paraproporcionar un heredero a la monar-quía. Se prestó a tratamientos espe-ciales, invocó la ayuda de las imáge-nes más veneradas por los madrileñosy se sometió a períodos de reposo con-yugal para retomar las relaciones ma-trimoniales con mayor vigor. Todo fue

inútil, con lo que el rechazo que su conducta y lade sus allegados producía, se convirtió en animad-versión. Algunos de los alemanes que trajo en suséquito, como El Cojo o La Perdiz, hubieron inclu-so de abandonar España acusados de graves abu-sos. La falta de descendencia hizo que desde me-diados de la última década del siglo se planteaseen términos testamentarios la sucesión de Carlos II.

Esfuerzos normalizadoresTras la muerte de Don Juan José de Austria, el

gobierno fue entregado al duque de Medinaceli,quien demostró competencia para hacer frente a lasituación. Continuó algunas de las líneas trazadaspor el hermanastro del rey y decidió devolver el cré-dito al sistema monetario. Pocas semanas antes deasumir su mandato se había decretado una terribledeflación de la moneda de vellón que alcanzó un400 por ciento. Para paliar los efectos de la misma,se ordenó una reducción de precios en igual pro-porción, que no resultó eficaz. Las consecuenciasde aquellas decisiones fueron desastrosas, pero erael comienzo de la recuperación. Los atribuladossúbditos de Carlos II pudieron a partir de entoncescomprobar atónitos cómo pasaban los años sin quese alterase el valor de las monedas, ni se realizasenacuñaciones fraudulentas por parte del Estado. Seentró así en una senda de estabilidad imprescindi-ble para avanzar en la superación de la crisis.

Por otra parte, la paz exterior permitió a Medi-naceli dedicarse con mayor energía a los asuntosinternos. Se racionalizó el gasto y se buscó el equi-librio presupuestario. Se redujeron las fiestas y losdispendios que habían caracterizado la vida en laCorte en tiempos de Felipe IV y en la época de laprivanza de Valenzuela. Se creó un organismo es-pecífico para los asuntos económicos, la llamada

D O S S I E R

Arriba, grabado

alegórico de 1678,

en el que Juan José

de Austria sostiene

a la monarquía de

Carlos II

(calcografía grabada

por Pedro

Villafranca, Madrid,

Biblioteca

Nacional). Abajo,

alegoría de la vida y

muerte de María

Luisa de Orleans,

primera esposa de

Carlos II (grabado

de Gregorio Fosman

y Medina, 1690,

Madrid, Biblioteca

Nacional).

de Nimega, que se saldaría con la dolorosa pérdidadel Franco Condado. El apoyo de las clases popula-res se enfrió a la par que crecía el número de susenemigos. En la primavera de 1679 el clima erafrancamente hostil hacia su persona. Sólo la muer-te, que le sobrevino el 17 de septiembre tras unacorta enfermedad, le salvó de una caída que todosconsideraban inminente. El rey apenas se preocupópor su entierro, interesado como estaba en los asun-tos de su próximo matrimonio.

Matrimonios realesSi durante los años de infancia y adolescencia, la

mayor preocupación de los que rodeaban a Carlos IIfue su salud, una vez subió al trono, la prioridad fuebuscar sucesión a la corona. En el terreno matrimo-nial no había mucho donde elegir, dado el endiosa-miento de la Casa de Austria, que no considerabaadecuada a su rango a la mayor parte de las prince-sas casaderas. Si a ello unimos la imposibilidad decontraer matrimonio con las que eran de religión

protestante, el número de las candidatas que-daba dramáticamente reducido: princesas

francesas o parientes de la rama imperialde la familia. Esta segunda opción sehabía impuesto reiteradamente, dandolugar a una endogamia y a enlacesconsanguíneos cuyo resultado era elpropio Carlos II, hijo del matrimoniode un tío con su sobrina. Se aprovechó un paréntesis de paz con

Francia para plantear el enlace con unaprincesa de esta nacionalidad. Tras largas

negociaciones se ajustó el matrimonio con

María Luisa de Orleans, sobrina de Luis XIV. El ReySol hizo pública la boda el 30 de junio de 1679 y elmatrimonio por poderes se celebró en Fontainebleauel 31 de agosto, pero hasta noviembre no se encon-traron los esposos. Parece ser que la novia retrasó elencuentro todo lo posible, mientras que Carlos II es-peraba ansiosamente el encuentro.

Todo apunta a que las expectativas de Luis XIV, enel sentido de convertir a su sobrina en la valedora delos intereses de Francia en Madrid, se vieron defrau-dadas. María Luisa de Orleans nunca se adaptó a lascostumbres de la Corte española y no se entrometióen la vida política de su país de adopción. En tornoa su figura se centró la cuestión de la sucesión al tro-no, de dar un heredero a la corona, que nunca llegó,provocando una general desilusión. No fue una reinapopular y en la Corte se sentía insegura; temía in-cluso que la matasen. Cuando murió, en febrero de1689, como consecuencia del golpe recibido al caerde un caballo, corrió el rumor, nunca confirmado, deque había sido envenenada.

Ante la falta de descendencia, el Consejo de Es-tado planteó de forma inmediata la necesidad de unnuevo matrimonio real. Con una rapidez desacos-tumbrada, se estudiaron diferentes posibilidades yse decidió el enlace con María Ana de Neoburgo, hi-ja del elector del Palatinado. La razón de dicha elec-ción se fundamentó en la proverbial fertilidad de lasmujeres de esta familia. La madre de la futura reinahabía quedado embarazada en veinticuatro ocasio-nes y de tal cúmulo de preñeces sobrevivían catorce

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Page 10: Revista La Aventura de La Historia, Dossier 24 - Carlos II, El Triste Ocaso de Los Austria - Marina Alfonso Mola y Carlos Martínez Shaw

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Luis XIV (Claude

Lefebvre, Museo de

Versalles). El ReySol fue el monarca

más poderoso de su

época y su país,

Francia, dominó la

política europea

durante todo su

reinado. Combinó

las acciones

militares, las

concesiones

políticas y las

presiones

diplomáticas, a fin

de hacer valer los

derechos

borbónicos al trono

de España; no en

vano era nieto de

Felipe III, yerno de

Felipe IV y cuñado

de Carlos II.

casi toda Europa en un campo de batalla. Por lo querespecta a la Península Ibérica, la lucha afectó, so-bre todo, a Cataluña donde las tropas españolas, eninferioridad de condiciones, trataron de sostener losembates del duque de Noailles, que ocupó Campro-dón, Rosas, Palamós y Gerona, contando con la co-laboración de algunos sectores de la población. Sinembargo, esa colaboración cesó cuando los france-ses bombardearon Barcelona en julio de 1691.

En 1697, la Paz de Rijswick puso fin a esta con-tienda en la que, pese a la superioridad militar fran-cesa –sus tropas, dirigidas por Vendôme, se habíanapoderado de Barcelona– Luis XIV se mostró genero-so con España. No solo devolvió todas las conquistasefectuadas durante la guerra, sino que incluso en-tregó las plazas conquistadas por Francia con ante-rioridad. Así retornaron a dominio español Luxem-burgo, Ath, Charleroi, Chimay, Courtrai, Mons... Elzorro de Versalles tenía ya puesta la vista en la suce-sión española y deseaba congraciarse con Madrid.

Desde 1696, en las cancillerías europeas se da-ba como segura la falta de descendencia de CarlosII, por lo que su sucesión se convirtió en el asuntode mayor relieve de las relaciones internacionales.La diplomacia europea consideraba a España comouna potencia que había perdido el esplendor deotras épocas, pero que conservaba unos extensosdominios coloniales que, administrados convenien-temente, podían hacer reverdecer pasadas glorias.Para Versalles, el asunto revestía tal importanciaque todos sus recursos se pusieron al servicio delcandidato elegido por Luis XIV para suceder a Car-los II: su nieto, el duque Felipe de Anjou. Conse-guir la herencia española suponía para Franciaconstituir un bloque político y militar dotado de unpoder como no había existido hasta entonces. Parael emperador Leopoldo, la herencia española era unasunto de familia y la deseaba para el segundo desus hijos, el archiduque Carlos.

En torno a estas dos opciones se crearon en Ma-drid sendos partidos para apoyar la candidatura

francesa y austríaca. Sin embargo, en 1696 CarlosII otorgó testamento a favor de José Fernando deBaviera que era a quien le unían lazos de sangremás estrechos. La reacción de Luis XIV fue promo-ver un reparto de los territorios de la Monarquía es-pañola, lo que suponía un alevoso atentado a los de-rechos de un Estado soberano. El asunto del repar-to no era nuevo; desde 1668 había un precedente,

D O S S I E R

JOSÉ FERNANDO DE BAVIERA

J osé Fernando de Baviera nació en Viena en1692 y murió en Munich en 1699, cuando aúnno había cumplido los siete años de edad. Era

hijo del elector de Baviera, Maximiliano Manuel, yde la archiduquesa María Antonia, nieta de FelipeIV, la cual murió de sobreparto pocas semanasdespués de dar a luz. Esta archiduquesa austríacahabía sido considerada en Madrid durante mu-chos años como la novia oficial de Carlos II.

En 1696, poco antes de morir, Doña Marianade Austria logró que su hijo hiciese testamento afavor de Fernando José, en quien tenía deposita-das grandes esperanzas y que era la única des-cendencia directa que en aquel momento tenía lamadre de Carlos II.

Cuando en La Haya se firmó el tratado de par-tición de la Monarquía española, impulsado por

Luis XIV de Francia, a Fernando José se le adju-dicaron los reinos peninsulares, salvo Guipúz-coa, los colonias americanas, los Países Bajos yCerdeña. Los demás territorios de la Monarquíapasaban al archiduque Carlos de Austria o al Del-fín de Francia. Pese a la amputación de sus dere-chos que aquel bochornoso reparto significaba,Maximiliano Manuel, a quien la totalidad de laherencia española parecía venirle larga, aceptóla propuesta. Cuando en Madrid se tuvo conoci-miento del caso, la indignación fue general y Car-los II anunció en el Consejo de Estado que habíaredactado testamento, señalando como herederouniversal de todos sus Reinos, Estados y Señorí-os a José Fernando sin permitirle renuncia algu-na a ninguno de ellos.

Sin embargo, la Parca frustraría todos los pro-

yectos. A primeros de 1699, José Fernando de Ba-viera cayó repentinamente enfermo. Los médicos,aunque no había unanimidad en el dictamen,diagnosticaron unas viruelas locas. El tratamientoprescrito no dio resultados y el 5 de febrero su sa-lud se agravó de forma alarmante. Su padre le vi-sitó aquel día y le llevó unos juguetes; para no pre-ocuparle, el chiquillo aparentó una mejoría queno era real, provocando una enternecedora esce-na que obligó a Maximiliano Manuel a abandonarla estancia para no llorar ante su hijo.

En la madrugada del 6 de febrero, moría elheredero de la Monarquía hispánica. Su muerteiba a cambiar el curso de la historia. Por muchascortes europeas circuló el rumor de que aquelniño había sido envenenado y que las instruccio-nes para ello procedían de Versalles.

Arriba, el cardenal

Luis Fernández de

Portocarrero. Su

intervención fue

decisiva en la

redacción del

testamento de

Carlos II en favor

de Felipe de Anjou

(Madrid, Biblioteca

Nacional). Abajo,

Ana de Austria y

María Teresa de

Austria, infantas

españolas y reinas

de Francia; la

primera, hija de

Felipe III, se casó

con Luis XIII y fue

la madre de Luis

XIV; la segunda, hija

de Felipe IV, fue la

esposa de Luis XIV y

abuela de Felipe de

Anjou (Simon

Bernard, Museo de

Versalles).

Junta Magna. Eran los primeros pasos de unlargo y difícil camino. Una prueba de las

dificultades existentes estribaba en elhecho de que tres de los integrantes dela mencionada Junta eran teólogos,claro indicio de la fuerza que mante-nía el providencialismo frente al prag-matismo que trataban de imponerMedinaceli y su equipo. También se

dedicó especial atención al comerciocon América, abandonado durante déca-

das en manos de mercaderes y compañíasextranjeras. No fue ajeno a esta decisión el

hecho de que Medinaceli hubiese sido anterior-mente presidente del Consejo de Indias.

Pero la mayoría de edad del monarca y la desapa-rición de Don Juan José de Austria no habían pues-to fin a las luchas políticas en la Corte. Es cierto queno alcanzaron la tensión ni la virulencia de épocasanteriores, pero Medinaceli hubo de hacer frente anumerosas intrigas y a las rivalidades ancestrales delas más linajudas familias asentadas en los consejos.Cansado y agobiado por las dificultades económicas,ya que las medidas puestas en marcha no podían darfrutos inmediatos, solicitó el relevo, que le fue acep-tado en la primavera de 1685. Para sustituirle, fuenombrado el conde de Oropesa.

Por primera vez en muchos años, se produjo uncambio de gobierno manteniendo la línea políticade la etapa anterior. Oropesa continuó con el sane-amiento económico, con el equilibrio presupuesta-rio y la estabilidad monetaria como pilares básicosde la recuperación. La muestra más palpable deello fue una decisión revolucionaria: se creó unaSuperintendencia de Hacienda, que anulaba alConsejo de dicho nombre e inauguraba el desman-telamiento del aparato administrativo que, basadoen un sistema de consejos, había presidido la vidaespañola durante doscientos años. Junto a las re-formas económicas, Oropesa trató de introducircambios en aquella anquilosada sociedad. Planteó

el final de los privilegios que exoneraban a la no-bleza de pagar impuestos, para que también con-tribuyese al sostenimiento del Estado. Asimismodecretó una reducción de la cifra de clérigos y delas fundaciones religiosas, cuyo número era exorbi-tante. Ni que decir tiene que atrajo sobre su perso-na las iras y los odios de los tres poderes mayoresde la monarquía: la Iglesia, la nobleza y el aparatoburocrático.

A pesar de los ataques que recibió y de los obs-táculos puestos en su camino, Oropesa, hombre decapacidad, talento y recursos, resistió bien los em-bates de sus enemigos. Sin embargo, esa situacióncambió con la llegada a Madrid de la nueva reina,con la que el ministro chocó frontalmente al in-miscuirse ésta en sus decisiones. Sus adversariospolíticos encontraron en María Ana de Neoburgo lapalanca de la que hasta entonces habían carecido.En junio de 1691, Oropesa era cesado en sus fun-ciones, porque la débil voluntad de Carlos II no ha-bía resistido las presiones de su mujer. Las coplaspopulares no se lo perdonarían:

“Rey inocenteReina traidora

Pueblo cobardeGrandes sin honra.

La batalla sucesoriaComenzó entonces un periodo de inestabilidad y

desgobierno que coincidió con los manejos interna-cionales relacionados con la sucesión de Carlos II.Desde 1688, una gran coalición europea formadapor el Imperio, Holanda, Suecia y España sosteníauna enconada lucha contra las ambiciones imperia-listas de Francia. La guerra, larga y dura, convirtió a

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Page 11: Revista La Aventura de La Historia, Dossier 24 - Carlos II, El Triste Ocaso de Los Austria - Marina Alfonso Mola y Carlos Martínez Shaw

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Arriba, Felipe V,

retratado a finales

de 1700, semanas

antes de salir hacia

España (Rigaud,

Museo de Versalles).

Bisnieto de Felipe

IV, sus lazos

familiares con

Carlos II eran igual

de distantes que los

del pretendiente

austriaco; lo

determinante en su

designación fue la

actividad

desarrollada por la

diplomacia francesa

y la actitud del

cardenal

Portocarrero, en el

otoño de 1700.

Abajo, el embajador

español, rodilla en

tierra, reconoce a

Felipe de Anjou

como rey de

España, en

presencia de la

Corte francesa, el 16

de noviembre de

1700 (París,

Biblioteca

Nacional).

venían de la oposición del conde de Oropesa, que ha-bía vuelto al gobierno en 1696 para poner orden enel desbarajuste existente y los manejos de Luis XIVen torno al reparto de la monarquía.

Los franceses lograron eliminar uno de esos obs-táculos al conseguir la caída de Oropesa a media-dos de 1699, aprovechando un motín producidopor el encarecimiento del trigo y otros productos deprimera necesidad por causa de movimientos espe-culativos en los que estaba implicada su mujer. Sinembargo, la difusión en Madrid, en la primavera de1700, de un nuevo tratado de reparto descubiertopor el embajador de España en La Haya, Bernaldode Quirós, volvió a restarles posibilidades.

A estas alturas de su vida, la salud de Carlos IIestaba muy quebrantada. Descartada por todos laposibilidad de sucesión, salvo por María Ana deNeoburgo, las presiones sobre el decrépito monar-ca se intensificaron, instándole a que otorgasetestamento. Todas las bazas estaban a favor deFrancia, pero el rey se negaba a designar sucesora un familiar de Luis XIV, su mortal enemigo, cu-ya desvergonzada actitud le repugnaba. A prime-ros de octubre de 1700, presionado por quien sehabía hecho cargo de las riendas del gobierno trasla caída de Oropesa, el arzobispo de Toledo, car-denal Portocarrero, que le planteó la cuestión delnombramiento de sucesor como un grave asuntode conciencia, otorgó testamento.

El 1 de noviembre Carlos II fallecía en el Alcá-zar madrileño. Abierto el testamento, se hizo pú-blica la voluntad del difunto. Su sucesor sería elduque de Anjou y reinaría con el nombre de Feli-pe V. Pero a aquella decisión produjo una verda-dera convulsión en media Europa y varias poten-cias se aprestaron a la guerra, ante la posibilidadde la creación de un bloque borbónico que unieselas monarquías que se asentaban a ambos ladosde los Pirineos, porque si bien el testamento de-jaba clara la imposibilidad de dicha unión, LuisXIV no se pronunció en contra de la misma. Esaactitud fue interpretada como un pronunciamien-to a favor de una única monarquía. Felipe V ten-dría que conquistar con las armas en la mano eltrono que le legaba el testamento del último delos austrias españoles. Sería tras un largo y san-griento conflicto conocido como la Guerra de Su-cesión española. n

D O S S I E R

FELIPE, DUQUE DE ANJOU

F elipe de Anjou nació en Versalles en 1683y murió en Madrid en 1746. Era nieto deLuis XIV y de María Teresa de Austria, hi-

ja de Felipe IV de España, por quien le veníanlos derechos sucesorios al trono de España. Erafrancés de nacimiento y Borbón de corazón.

A lo largo del reinado de Carlos II, las rela-ciones hispanofrancesas estuvieron marcadaspor la hostilidad y el enfrentamiento. Esta situa-ción colocaba en muy mala posición sus expec-tativas como candidato al trono de España, unavez que quedaron descartadas las posibilidadesde descendencia del monarca español. A pesarde los obstáculos, Luis XIV decidió apostar fuer-te por su nieto para convertirle en rey. En Madridse creó un partido francés impulsado por losembajadores Harcourt y Blécourt, el dinero y lainusitada generosidad de Luis XIV en la Paz deRijswick. Muy pronto este partido contó con elapoyo de Portocarrero, que consideraba a Fran-cia como la mejor garantía para mantener la in-tegridad territorial de la Monarquía hispánica.Poco a poco, esta opción sucesoria ganó influen-cia en los círculos cortesanos madrileños.

Portocarrero logró vencer la resistencia delangustiado y moribundo Carlos II, quien otorgótestamento a favor de Felipe de Anjou el 11 de oc-tubre de 1700. Cuando el 1 de noviembre deaquel año fallecía el desdichado monarca, se supoque el próximo rey de España se llamaría Felipe Vy sería un Borbón. Pocos días después llegaba aVersalles la noticia del testamento y el duque deAnjou fue presentado por su abuelo a la Cortefrancesa como rey de España.

Felipe V era un joven de 17 años a quien Fe-nelón, su preceptor, le había inculcado severoscriterios de conducta, rayanos en la rigidez moralque caracterizarían su vida. Al primer Borbón es-pañol no se le conocen amantes, pero era un lu-jurioso que calmaba su rijosidad en el tálamonupcial, acudiendo al confesionario con la mismafrecuencia con que yacía con su esposa. Su edu-cación, no pudo lograr que se sobrepusiese a lahipocondría y melancolía que dominaban su espí-ritu. Con el paso del tiempo esa melancolía seconvirtió en una depresión próxima a la locura.Irónicamente, en algunos documentos históricosse le motejó con el sobrenombre de El Animoso.

Archiduque Carlos

de Austria

(anónimo de

escuela alemana,

siglo XVIII, Madrid,

Palacio Real). Los

derechos del

archiduque al trono

de España eran,

fundamentalmente,

dinásticos, pues los

lazos de sangre con

los Austrias

españoles –bisnieto

de Felipe III–

resultaban ya muy

lejanos.

al plantearle Luis XIV al emperador deAlemania una fórmula sobre ello,que no prosperó.

Dada la falta de descendenciadel monarca español y la aquies-cencia de Londres y de La Haya,la posibilidad del reparto cobrabavisos de posibilidad en los últi-mos años de Carlos II. Luis XIV in-vitó al emperador a sumarse a lapropuesta, según la cual José Fer-nando de Baviera recibiría los reinospeninsulares, las colonias americanas, losPaíses Bajos y Cerdeña. Para el archiduque Carlossería el ducado de Milán. Y para el delfín de Fran-cia, los restantes territorios italianos y Guipúzcoa,que se segregaba de la parte asignada al príncipebávaro. El elector de Baviera, pese a la asignaciónde toda la herencia de Carlos II en favor de su hijo,aceptó aquel inicuo reparto.

Las únicas reticencias eran las del emperadorLeopoldo. En España, la situación se vivía con dra-matismo. Sólo en este entorno de crispación es ex-plicable el lamentable caso de los hechizos del rey,promovido por el confesor real fray Froilán Díaz yun exorcista asturiano. Según el planteamiento deestos clérigos, la falta de descendencia regia eradebida a un hechizamiento que se había hecho almonarca y, en consecuencia, la forma de librarledel mismo era exorcizarle.

A comienzos de febrero de 1699, se produjo unacontecimiento que cambió el panorama: José Fer-nando de Baviera falleció repentinamente, con loque la sucesión por vía testamentaria quedaba otra

vez abierta. Los partidos francés y aus-tríaco redoblaron sus esfuerzos por

atraerse partidarios con influenciaa sus respectivas candidaturas.La capital de España se convirtióen un nido de intrigas.A favor de los franceses estaba elpoderío militar de su rey, que pa-recía ser la única garantía capaz

de asegurar la integridad de los do-minios de la monarquía y era una de

las obsesiones de Carlos II en estos úl-timos años de su vida. En contra pesaban

las continuas agresiones perpetradas por Luis XIVa lo largo del reinado y los vergonzosos manejos delreparto que había promovido.

A favor de Leopoldo I estaba la tradición familiar:eran la otra rama de la casa de Austria. También sevaloraban sus reticencias al reparto impulsado por elmonarca galo. Pero la potencialidad militar del Im-perio no podía garantizar la integridad de la Monar-quía en caso de un conflicto con Francia.

Los errores de los representantes diplomáticos im-periales en Madrid, donde actuaban con exigenciasimpropias de su posición y la actitud de María Anade Neoburgo –una de las bazas principales con quecontaban los imperiales– más preocupada por supropio futuro como reina viuda que por apoyar al ar-chiduque Carlos, debilitaron las opciones austriacas.Por el contrario, la labor de los embajadores france-ses Harcourt y Blécourt, sumando voluntades a sucausa, hizo que la sucesión francesa se afianzase ca-da vez más. Los mayores obstáculos para que CarlosII hiciese testamento en favor del nieto de Luis XIV

20

ARCHIDUQUE CARLOS DE AUSTRIA

E l archiduque Carlos era hijo del empera-dor Leopoldo I de Austria y de su segundaesposa, Leonor de Neoburgo. Había naci-

do en Viena en 1685; en esta ciudad moriría,siendo emperador, en 1740.

Era el segundogénito del emperador y su pa-dre pretendió para él el trono de España ante lafalta de descendencia de Carlos II, invocando la-zos de familia y dinásticos de la Casa de Austriaen él. Realmente los posibles derechos al tronodel archiduque iban poco más allá de los dinás-ticos señalados por su padre, habida cuenta deque su consanguineidad con Carlos II era más le-jana que la que podían ofrecer los otros dos can-didatos, ya que en ambos casos se trataba de bis-nietos de Felipe IV.

En la Corte de Madrid se creó un partido aus-tríaco, impulsado por los embajadores imperia-les, el conde de Lobkowitz primero y el de Ha-rrach después. A este partido se sumaron los con-des de Aguilar y Frigiliana, miembros del Consejode Estado, y también una figura clave de los últi-mos años del reinado de Carlos II, el conde deOropesa.. La reina María Ana de Neoburgo, que

siempre puso por delante sus propios intereses,sólo impulsó la candidatura del Archiduque comomal menor, cuando ya era demasiado tarde paralos de la rama imperial de la Casa de Austria.

La mayor oposición a las pretensiones de Le-opoldo I de convertir a su hijo Carlos en rey deEspaña llegaron de la mano del poderoso arzo-bispo de Toledo, el cardenal Portocarrero, quepropugnaba la sucesión borbónica al trono deCarlos II.

Los austríacos no aceptaron el testamento delúltimo de los Austrias españoles. Por Viena, in-cluso, circuló el rumor de que dicho testamentono respondía a la verdadera voluntad del monar-ca difunto. Con el apoyo de Inglaterra y de Ho-landa, los imperiales, que contaban con impor-tantes apoyos en la Península, sobre todo en laCorona de Aragón, se aprestaron a la lucha parareclamar por vía de guerra lo que considerabanun atropello a sus derechos. El archiduque Car-los de Austria vino a España en el transcurso dela contienda desencadenada –la Guerra de Suce-sión española– y organizó una corte en Barcelo-na, ciudad que le apoyó sin reservas. En 1710llegó a entrar en Madrid, donde fue recibido confrialdad y hostilidad. En 1711, a la muerte de suhermano José, recibió la corona del Sacro Impe-rio Romano Germánico.

Page 12: Revista La Aventura de La Historia, Dossier 24 - Carlos II, El Triste Ocaso de Los Austria - Marina Alfonso Mola y Carlos Martínez Shaw

Retrato ecuestre de

Carlos II (Carreño

de Miranda,

Bruselas, Museo de

Arte Antiguo). El

rey aprendió a

montar tarde; ni fue

buen jinete, ni tuvo

salud para disfrutar

de los paseos o las

galopadas a caballo

y ni siquiera parece

que le gustaban... en

eso, la dinastía se

había degradado

mucho.

caso, siempre primó más el juicio negativo que lasvaloraciones positivas de la periferia. Toda la histo-riografía española ha sido contundente contra CarlosII. Sólo desde los años setenta de nuestro siglo pa-recen emerger los puntos de vista de la España peri-férica, redimensionando la imagen del reinado deCarlos II. La biografía de Kamen (1980) y un con-junto de trabajos, tanto en el ámbito socioeconómi-co como en el cultural, parecen revalorizar el reina-do inscribiéndolo en un nuevo marco: el del debateentre centro y periferia, entre modelos enfrentadosde política económica –proteccionista y librecambis-ta–, entre planteamientos políticos absolutistas yconstitucionalistas. Lo que siempre se había juzgadocomo la sima más profunda del viejo Imperio espa-ñol, se observa como la apertura de posibilidadeseconómicas ilusionantes; lo que se había considera-do el fin, se contempla ahora como la transición enla esperanza. Frente a la contemplación fatalista delreinado de Carlos II, se ha confrontado una miradaque ha planteado el reinado desde la óptica de la hi-pótesis contrafactual: la España que podría haber si-do. En el reinado de Carlos II se producirían cambiospositivos que favorecían a la periferia en contra delcentro castellano; unos cambios que serían aborta-dos por la Guerra de Sucesión y sus derivaciones.

Esta imagen se ha dado, sobre todo, desde la his-toriografía catalana. Como la figura personal de Car-los II era poco defendible, se glosó a Don Juan Joséde Austria como “la hora de la periferia”. Cuando es-te personaje fue situado en sus justos y no muy glo-riosos límites, se apeló al neoforalismo: el supuestocambio de Carlos II respecto a Felipe IV, en funciónde una nueva sensibilidad foral del rey Carlos II con-trapesada por un rearme de la fidelidad catalana a laMonarquía. Una fidelidad, eso sí, de transición; unaconcesión estratégica que se fundamenta en la per-cepción de que un rey débil siempre puede ser ren-table. Carlos II representaría, en definitiva, para es-ta historiografía, la gran ocasión de la periferiade intervenir en los núcleos de decisión po-lítica y económica a caballo de una Mo-narquía que, por primera vez, dejabahacer. Este proyecto intervencionista,que representarían los austracistasdurante la Guerra de Sucesión, sefrustraría definitivamente en 1714.

Valoraciones interesadas¿Qué podemos hoy decir ante las dos

posiciones historiográficas que hemos de-lineado? ¿Qué representa el reinado de Car-

D O S S I E R

23

Marí Ana de

Neoburgo, hacia

1707. La reina viuda

residió primero en

Toledo y, desde

1706 a 1738, en

Bayona, donde se

pintó este retrato.

Luego regresó a

España, falleciendo

en Guadalajara en

1740 (Jacome

Coustillart,

colección

particular).

Ricardo García CárcelCatedrático de Historia ModernaUniversidad Autónoma de Barcelona

H ENRY KAMEN AFIRMA, CON RAZÓN,que ningún reinado en toda la historiade España goza de peor fama que el deCarlos II. Los juicios de los observadores

coetáneos franceses, italianos o ingleses son impla-cables en su valoración del rey. La persona de Car-los, el último rey de la dinastía Austria, la verdad esque difícilmente puede merecer otras valoracionesque la piedad o conmiseración hacia unas deficien-cias o limitaciones ciertamente patéticas. DesdeGarcía Argüelles a Alonso Fernández, han puesto derelieve su perfil patológico: proceso prematuro deenvejecimiento con alopecia incluida (calvo a los 32años), delgadez extrema, postración, crisis epilépti-cas, impotencia sexual, síndrome de Klinefalter, ra-quitismo... El consenso respecto a las connotacionesde la persona de Carlos II es absoluto. Pero ese con-senso se rompe cuando se trata de valorar su reina-do, la gestión política de sus años como rey. La ima-gen cambia radicalmente según el mirador de las ob-servaciones: centro o periferia.

La imagen más penosa del reinado de Carlos IIemana ciertamente de Castilla. El marqués de Ville-na en 1700 hablaba muy dolido de “la justicia aban-donada, la policía descuidada, los recursos agota-dos, los fondos vendidos, la religión disfrazada, lanobleza confundida, el pueblo oprimido, las fuerzasmermadas y el amor y el respeto al soberano perdi-dos”. De similares descalificaciones está llena la do-cumentación de la época. Si se ha hablado de la“generación de 1598”, marcada por la muerte deFelipe II, también podemos hablar del “98 del siglo

XVII”, marcado por la larga agonía de Carlos II, conla amenaza de desintegración del territorio españolque representaron los tratados de reparto del Impe-rio hispánico que se firman a lo largo del reinado.

El síndrome de riesgo o amenaza de que Españapudiera sufrir lo que unos años más tarde viviría Po-lonia estaba muy presente en la sociedad española.Y ese síndrome que recibiría una triste confirmaciónen Utrecht en 1713, no se superaría, por lo menoshasta el Tratado de Viena de 1725, tras el que pare-ce asumirse la nueva normalidad territorial de la Mo-narquía española. Lo que Hazard denominó “crisisde la conciencia europea mirando el espejo francés”,en España fue auténtica crisis de la propia identidadterritorial española. Esta “generación de 1698” fueinfinitamente más pobre intelectualmente que la del“98” anterior. Sólo los novatores rompen las lanzasracionalistas en una atmósfera terriblemente medio-cre. Los presuntos hechizos del rey manipulado porsu confesor, los constantes bandazos políticos de laCorte, la vulgaridad del entorno... ni dejaron florecerel proyectismo alternativo de los arbitristas, sino quesólo propiciaron el desarrollo de la sátira cortesana y,desde luego, generaron algún que otro sueño utópi-co, como el de la Sinapia.

Una visión menos pesimistaLos observadores coetáneos desde la periferia

vieron el reinado de distinta manera, en especialdesde Cataluña. Durante la Guerra de Sucesión hu-bo algunos pronunciamientos catalanes favorablesal significado de Carlos II; Narcís Feliu de la Peñaen sus Anales de Cataluña (1709) llegó a decir:“Fue, en fin, el mejor rey que ha tenido España”.Ciertamente, el empeño de defender la candidatu-ra austracista del archiduque Carlos frente a FelipeV llevaba a envolver a Carlos II en un aura de reco-nocimiento, atribuyéndole méritos por encima desus propias cualidades.

En la memoria histórica española, en cualquier

22

El reinado del desdichado Carlos IIes susceptible de algunasvaloraciones positivas, que sedeben a la fuerza de una sociedadcivil emergente

Culminaciónlógica de laDinastía

Page 13: Revista La Aventura de La Historia, Dossier 24 - Carlos II, El Triste Ocaso de Los Austria - Marina Alfonso Mola y Carlos Martínez Shaw

25

Arriba, Juan José de

Austria (E. Cuevas,

Madrid, Convento

de las Descalzas

Reales). Hijo

ilegítimo de Felipe

IV y la comedianta

María Calderón, La

Calderona, fue el

personaje más

espectacular del

reinado de su

hermanastro; lo

tuvo todo: apoyo

popular y

oportunidades para

lograr la gloria

militar y la fama

como ministro de

Estado, pero, quizá

por falta de

constancia o de

decisión, se quedó a

medias en todo...

incluso en la vida,

que no fue muy

larga, pues falleció

a los 49 años de

edad. Abajo, Carlos II

retratado hacia los

25 años de edad;

ésta es la imagen

más conocida del

rey: feo de rostro y

apariencia tanto de

enfermo como de

infeliz. Pero él, pese

a su manifiesta

incapacidad, no

constituyó un

problema de

incoherencia con

las esencias de la

Casa de Austria,

sino que fue,

justamente, una

perfecta

culminación de su

lógica histórica

(Carreño de

Miranda, Madrid,

Museo del Prado).

de Carande, demostraron cuánta miseria había bajode las alfombras imperiales.

Ha sido la historiografía europea contemporánea(franceses como Chaunu, Bennassar, Pérez y Vin-cent, entre otros; anglosajones como Elliott, Kamen,Parker y Kagan) la que ha redimido definitivamentea los Austrias de los infiernos historiográficos. Sóloen los últimos años, la más reciente historiografía es-pañola, a caballo de los centenarios de Felipe II yCarlos V, parece haber revisado la imagen de los Aus-trias mayores desde una óptica mucho más positiva.En conclusión, pues, la figura de Carlos II queda di-luida en una imagen global de los Austrias que ma-yoritariamente no ha sido positiva.

Y es que el reinado de Carlos II sufrió las limita-ciones estructurales de la propia monarquía de losAustrias: aquella ingobernabilidad de la extensiónincontrolable de sus territorios, aquella permanenteconciencia del rey-ausente entre los súbditos, aque-llos límites del monarca-juez respecto al monarca-le-gislador del modelo bodiniano (Jean Bodin, filósofofrancés del siglo XVI), aquella invertebración federa-lista que nunca supo gestionarse, aquellas legitima-ciones funcionalistas de carácter religioso siempremal articulado con los intereses del Papado, aquellasociedad estamental y jerarquizada bajo el imperiodel honor esterilizante, aquella obsesión reputacio-nista y vacua, aquellos costos económicos de unapolítica internacional imperialista, aquel desaprove-chamiento del metal precioso que llegaba de Améri-ca, aquel fracaso propagandístico que se escondedetrás de la Leyenda Negra...

Como se ha apuntado recientemente, Carlos II te-nía la misma mandíbula y los mismos problemas di-gestivos que Carlos I. Su reinado no puede desvin-cularse ni biológica ni políticamente de sus ances-tros. Más que la dialéctica expansión-decadencia ala que tanto se ha recurrido, habría que apelar sim-plemente a los criterios relativistas respecto al tiem-

po histórico de los tacitistas o de Saavedra Fajardo:las monarquías tienen su “principio, argumento, es-tado, declinación y fin”. Carlos II es el crepúsculo fi-nal de un imperativo casi biológico que afecta a to-das las dinastías. Contrariamente a lo que opinaba lahistoriografía “imperial” de los años cuarenta, en elocaso de los Austrias no hubo un problema de inco-herencia con las esencias, sino justamente una per-fecta culminación de la lógica histórica.

EscepticismoEn segundo lugar, la percepción mayoritaria de los

súbditos castellanos de Carlos II acerca de la agoníafinal de un régimen es evidente, pero no hemos vis-to en los estudios de la publicística de la época tes-timonios de una opinión entusiasta ante el cambiode dinastía. El escepticismo relativista es la tónicadominante.

La escasa trascendencia de la dinastía del rey esbien patente. En el folleto anónimo publicado du-rante la Guerra de Sucesión y titulado Clara demos-tración, se escribe: “Y cuando esto no fuera así, lascosas vienen a los vasallos con las herencias, y na-turalmente se quieren las casas de los Príncipes Do-minantes. La Casa Castellana se acabó con DoñaUrraca, y entró en Don Ramón: esta era una Baroníaque ni aún noticia de ella tenían los Pueblos Espa-ñoles. Esta fue querida, hasta que vino otra. Entró enDon Fernando el Católico la Aragonesa, que anteshabía sido castellana en Don Fernando de Anteque-ra; y hubiera sido muy estimada si Dios la hubieraconservado, porque es la mejor Casta de Reyes, quetenía el mundo. Entró la Austriaca en Felipe I. Casatan retirada del conocimiento Español, que muchosaun no la habían oído nombrar. Al principio costómucho el quererla, después todos la veneraron. Lue-go ha entrado la de Borbón, pues por qué ha de ser

D O S S I E R

Con el duque de

Medinaceli como

ministro de Estado,

llegó el reinado de

Carlos II a sus horas

más bajas; a tono

con el monarca, el

duque fue un

político débil, cuya

máxima parece que

era: “Gobernar es

transigir y transigir

es ceder” (grabado,

Madrid, Biblioteca

Nacional).

los II: el hundimiento final o la posibilidadde un regeneracionismo abortado en1714? Yo señalaría al respecto tresprecisiones.Primero, el tópico de la dialéctica ex-pansión-decadencia. Los esfuerzosrevisionistas de algunos historiadorespor glosar en términos optimistas la

coyuntura del reinado de Carlos II hanobligado a plantearse en su conjunto la

trayectoria de los siglos XVI y XVII, los rei-nados de los Austrias y la valoración global

de esta dinastía. ¿Puede hablarse de decadenciacuando las limitaciones de la expansión de los Aus-trias mayores son una realidad hoy incuestionable?Quizá ha llegado la hora de superar las interpreta-ciones coyunturales de los reinados de los Austriaspara analizar el balance global de las mismas en tér-minos más estructurales que coyunturales. Hay queempezar por reconocer que, si Carlos II tuvo malaprensa, tampoco Carlos V y Felipe II han gozado deexcesivos halagos por la historiografía española, sal-vo en momentos muy determinados.

La Leyenda Negra se cebó con Felipe II y la his-toriografía española no reaccionó hasta fines del si-glo XIX, siendo los epígonos de la Generación del 98y la generación de la postguerra española y del pri-mer franquismo los únicos que combatieron contrala mala imagen de la historiografía europea sobre Fe-lipe II. Pero, ¿y Carlos V? Tras unos pocos años deglosas y exaltaciones (desde su muerte hasta 1580,aproximadamente) su figura cae en un pozo historio-gráfico notable a lo largo de todo el siglo XVII. La pu-blicística de la Guerra de Sucesión, en la que se en-frentan un candidato Austria (el archiduque Carlos) yun candidato Borbón (Felipe V), puso sobre la mesa

la confrontación de dos memorias históricas diferen-tes: una favorable, contraria la otra..

Pero el austracismo de esos años fue barrido en1714 y en la memoria de los vencedores no hubo es-pacio para la nostalgia de los Austrias. Sólo en Cata-luña quedó la memoria añoradora que heredaría elnacionalismo catalán del siglo XIX, una memoriacentrada en la vinculación de los Austrias a los fue-ros y constituciones propias; una memoria, en cual-quier caso, selectiva, porque al evocar a los Austriastenía que hacerse abstracción de la amarga expe-riencia que supusieron Felipe IV y Olivares.

La historiografía borbónica del siglo XVIII se des-pachó duramente contra los Austrias. En primer lu-gar contra Felipe II, pero también contra Carlos V.Campomanes es el mejor referente. Curiosamente,fue mucho más favorable a Carlos V la historiografíailustrada francesa (particularmente, Voltaire) que laespañola.

El romanticismo liberal exaltaría a comuneros yagermanados y tendría muy pocas simpatías hacialos Austrias. Los Quintana, Martínez de la Rosa, Fe-rrer del Río, Lafuente... denostaron el Imperio y loque éste, a su juicio, significaba, convirtiendo a co-muneros y agermanados en mártires de las libertadespatrias frente al tirano o déspota Carlos V.

Sólo la historiografía de la Restauración, a la som-bra del consolidado Estado-nación, se permitió evo-car con cariño a los Austrias, eso sí, marcando bienla cesura entre los Austrias mayores y los Austriasmenores. El canovismo historiográfico fue muy críti-co con estos últimos, pero salvó de la quema a losAustrias mayores. Danvila y Quadrado dieron por pri-mera vez la razón a Carlos V frente a comuneros yagermanados.

La gran restauración de la imagen de los Aus-trias se producirá ya en nuestro siglo. Fue desde lahistoriografía imperial de la posguerra españoladesde donde, en un marco socioeconómico y políti-co de aislamiento y precariedad, se lanzó la miradaconsolatoria hacia el siglo XVI, buscando la subli-mación de tanta precariedad en aquel Imperio es-pañol de los Austrias con toda la épica que la si-tuación exigía. Resulta evidente la obsesión de es-ta historiografía por depurar la condición extranjerade la dinastía y demostrar su españolismo, ya des-de el inicio de la idea imperial de Carlos V. La con-frontación de los comuneros y de Carlos V se acabóresolviendo con el progresivo redescubrimiento mu-tuo de Carlos V con los españoles, hasta el idilio fi-nal de Yuste. La fascinación de esta historiografíapor Carlos V y Felipe II fue paralela a su repudio dela decadencia entendida como producto de la inco-herencia con las esencias características de la me-jor época de los Austrias.

La reacción de la historiografía liberal española delos años sesenta demolió toda esta visión épica y re-planteó desde una nueva óptica más tecnocrática ymenos ideologizada el estudio de los Austrias. Mara-vall expuso la realidad de una oposición política im-portante más allá de las Comunidades. Jover prolon-gó la herencia comunera dentro de la propia corte.Domínguez Ortiz y Ruiz Martín, siguiendo las pautas

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Page 14: Revista La Aventura de La Historia, Dossier 24 - Carlos II, El Triste Ocaso de Los Austria - Marina Alfonso Mola y Carlos Martínez Shaw

Alegoría de la feliz

alianza de Francia y

España bajo la

dinastía borbónica:

Mercurio

cabalgando a

Pegaso; bajo el

vientre del caballo,

entre los trofeos

militares, que

representan los

triunfos de ambos

países, hay una

placa en la que

España ofrece a

Francia una corona,

que ésta acepta en

nombre del duque

de Anjou (escultura

modelada a partir

de un grabado de

Simon Thomassin,

París, Museo de l’Ile

de France).

más desgraciada quelas otras?”.La memoria históricaes poco invocada.Cuando se apela aella es para recordarque también los espa-ñoles se habían rebe-lado contra la dinas-tía de los Austrias ensus comienzos, con lamisma inutilidad conque lo hacen en1705 los catalanesfrente a los Borbones:“Pues vamos paran-gonando aquí que na-die nos oye, ¿qué ra-zón tuvieron los espa-ñoles para quejarseen los principios de laCasa de Austria y cuales la que les mueve,

para no estar gustosos con la de Borbón? En aque-lla ocasión se quejaban de Carlos V porque trajo aEspaña por Ministros de su Gabinete a Monsieur deCroy, flamenco, a quien hizo arzobispo de Toledo,en perjuicio de hombres más beneméritos y natura-les. [...] Lamentábanse de que con tanta iniquidady simonía se vendiesen los puestos y gobiernos, asíeclesiásticos, como seculares [...] y los demás ex-tranjeros, a quienes así mismo daban títulos de di-ferentes puestos y gobiernos y nadie lo duda, comotampoco los perniciosos efectos que resultaron dellevantamiento y Comunidades de Castilla”.

La generación que vive la agonía final del rey Car-los II no parece inicialmente estar entusiasmada conel cambio dinástico ni ilusionada con la candidaturaalternativa del archiduque Carlos. La apuesta austra-cista catalana será más tardía. Pienso que tiene ra-zón Kamen cuando subraya el papel motor que enlos alineamientos en la Guerra de Sucesión tuvo lapresión internacional exterior. No se apostó en Cata-luña tanto por la continuidad de una dinastía comopor qué bloque podría ganar la guerra y qué rentabi-lidad podría tener la victoria.

Escasa sintonía Y, finalmente y en tercer lugar, la interpretación

estructuralista de la dinastía de los Austrias nodebe llevarnos a creer en la existencia de un su-puesto sistema o régimen orgánico de la Monar-quía. La organicidad que describió Maravall conaquel concepto que tanto le gustaba de régimenmonárquico-señorial pienso que es muy discuti-ble. Ni el Estado estaba bien sincronizado con laIglesia ni sociológicamente puede identificárselecon una sola clase social. La imagen de la monar-quía no es la de un Titanic que se hunde, sino lade múltiples fragmentos de poder que no marchanal mismo ritmo. No sólo hay que tener en cuentael plural al hablar del territorio “España”, sino,también, la existencia de múltiples poderes cen-

trales, intermedios y locales que funcionabandentro de la supuestamente singular monarquía yla pluralidad de elementos mal sincronizados quela componían. Una de las razones de la fragilidadestructural de la Corona, factor fundamental de sufracaso, fue esa escasa sintonía entre sus ele-mentos.

Por otra parte, es necesario superar la tendenciaa atribuir la responsabilidad de todo lo bueno y lomalo a la Monarquía, olvidandose de la sociedad.La clásica lista de agravios que tantas veces se hanproyectado sobre la monarquía exige importantesmatices exculpatorios. La Inquisición, ¿fue un pro-ducto de la monarquía? Si la censura estuvo tancontrolada, ¿cómo se explica el que Las Casas pu-diera publicar en Sevilla su Brevísima relación sinproblemas, en 1552, y Ginés de Sepúlveda, el “ofi-cialista”, tuviera que publicar su obra en Roma ycon retraso? ¿Por qué la segunda parte de la obrade Cabrera de Córdoba sobre Felipe II fue censura-da por los aragoneses y no se pudo publicar hastael siglo XIX? Si la castellanización fue una imposi-ción de la Monarquía, ¿cómo se justifica la publi-cación de la mayor parte de las obras representati-vas del pensamiento nacionalista catalán del sigloXVII y en castellano?

Creo que convendría dar mayor beligerancia a laimportancia del mercado o, lo que es lo mismo, dela sociedad con respecto al Estado. Quizá desde es-ta perspectiva, pueda comprender mejor las contra-dicciones de la monarquía de Carlos II: un rey reco-nocidamente inútil y un reinado susceptible de valo-raciones positivas, que se deben más a la fuerza deuna sociedad civil emergente que a los valores polí-ticos del gobierno del monarca hechizado. n

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Para saber másCALVO POYATO, J., La vida y la época de Carlos II elHechizado, Barcelona, Planeta, 1996.DOMÍNGUEZ ORTIZ, A., Crisis y decadencia en la Es-paña de los Austrias, Barcelona, Ariel, 1969.DOMÍNGUEZ ORTIZ. A. (ed.), Testamento de CarlosII, Madrid, 1982. ELLIOTT, J. H., Poder y Sociedad en la España delos Austrias, Barcelona, 1982.GRAF VON KALNEIN, A., Carlos II (1665-1700), enLos Reyes de España, Madrid, 1999. KAMEN, H., La España de Carlos II, Barcelona, Crí-tica. 1981.LYNCH, J., Los Austrias (1598-1600), Barcelona,1993.MAURA Y GAMAZO, G., Vida y reinado de Carlos II,Madrid, Aguilar, 1990.PFANDL, L., Carlos II, Madrid, 1947.RIBOT, L. A., La España de Carlos II, en Historiade España de Ramón Menéndez Pidal, tomo XX-VIII, Madrid, Espasa Calpe, 1993.TOMÁS Y VALIENTE, F., Los validos en la Monarquíaespañola del siglo XVII, Madrid, 1981.TUERO, F., Carlos II y el proceso de los hechizos,Gijón, 1998.