revista europea - inicio - ateneo de...

32
REVISTA EUROPEA NÚM. 301. 30 DE NOVIEMBRE DE 1879. AÑO V I . BASES CIENTÍFICAS PARA LA EDUCACIÓN FÍSICA, INTELECTUAL Y SENTIMENTAL DE LOS NIÑOS. HI- LOS ALBORES DE LA EXISTENCIA. «Se habla mucho y se escribe mucho acer- ca de la educación, dice Goethe (1), y conozco á muy pocos individuos capaces de compren- der y aplicar la noción simple, pero grande, que contiene todo el sistema.» El gran poeta dice perfectamente; para llegar á establecer el sistema, conviene an- tes examinar, sin prevenciones de ninguna especie, los principios en que ha de basarse. He aquí lo que vamos á intentar en este momento. Se trata de educar al niño, pero antes ne- cesítase conocer muy á fondo su organiza- ción delicada, descendiendo á los más rudi- mentarios detalles de la fisiología del des- arrollo, tratando, en fin, la cuestión «6 ovo, examinar ese germen desde el momento vago é indefinible en que el histólogo no puede de- cir si de aquella masa viviente surgirá un insignificante anfioxus ó un hombre de genio, hasta los primeros albores de la vida cere- bral consciente, que revelan con elocuencia una misteriosa diferenciación, un Jiat mara- villosa y desconocido. Encierra una gran verdad ' el aforismo científico natura nonfaeit sal tus. Para com- prender el complicado desarrollo embriona- rio del hombre, conviene descender á los mi- croscópicos organismos y contemplar de cer- ca sus varias trasformaciones, pues sólo de este modo se sabrán las leyes generales de la evolución, tan amplias en el macrocosmo como reducidas y condensadas en el micro- cosmo. Así, por ejemplo, si nos limitamos al exa- men del desarrollo del cerebro en el hombre, (1) «Wilhelm Meister. AEosde aprendizaje.»—Lib. II, cap IX. TOMO XIV. veremos que en un embrión de seis semanas aquel importante órgano viene á estar for- mado por uña serie de vesículas, de las cua- les la más pequeña, anterior y doble, repre- sentará el cerebro, y la mayor, más poste- rior, el cerebelo. Antes de ésta, se encontrará la vesícula que ha de constituir los tubércu- los cuadrigóminos, y precediéndola, hallare- mos la vesícula correspondiente al tercer ventrículo, que conteniendo también los tá- lamos ópticos, estará cubierta más tarde, lo mismo que los tubérculos cuadrigóminos, por la expansión posterior de los hemisferios si- tuados delante de ella. ¿Qué nos dicen el volumen insignificante de éstos, comparados con las demás.partes del cráneo, la ausencia de las circunvolucio- nes, la imperfección de las comisuras, y en general la sencillez en la estructura? Nos re- cuerdan el cerebro embrionario de un pez (eraniota pisciforme, que dirían los embiólo- gos). Pero llega la duodécima semana, y ya los hemisferios han aumentado de volumen, abombándose hacia la parte posterior sobre los tálamos ópticos y los tubérculos cuadrigó- minos, época en que no hay todavía circunvo- luciones, ni están bien determinadas las co- misuras, y se nos ocurre inmediatamente compararle con el cerebro del ave, especial-, mente el pollo, con quien tiene entonces tan- ta semejanza. Por último, más tarde, al cuarto y quinto mes, los lóbulos medios se desarrollan, los posteriores aparecen como empujados por los medios, extendiéndose poco á poco hacia atrás hasta cubrir con creces el cerebelo, y entonces ya se adivina la presencia del homo sapiens en aquel cráneo elemental, propio de un sor antropoideo-inferior. ¡Qué diferencia entre tan imperfectos ce- rebros y la masa encefálica, abundosa en cé- lulas grises y rica en circunvoluciones, esos surcos profundos donde labora la inteligencia y brotan los pensamientos, como en campo cultivable y feraz surge la rubia y granada espiga junto á brillante y olorosa flor! Esta notable concordancia entre lo ! qué se llama ontogénesis humana y la animal' és útilísima, pues en virtud de ella, la moderna ciencia que se ocupa del desarrollo del hom- 83

Upload: doanmien

Post on 03-Oct-2018

216 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

REVISTA EUROPEANÚM. 301. 30 DE NOVIEMBRE DE 1879. AÑO VI.

BASES CIENTÍFICASPARA LA EDUCACIÓN FÍSICA, INTELECTUAL

Y SENTIMENTAL DE LOS NIÑOS.

HI-

LOS ALBORES DE LA EXISTENCIA.

«Se habla mucho y se escribe mucho acer-ca de la educación, dice Goethe (1), y conozcoá muy pocos individuos capaces de compren-der y aplicar la noción simple, pero grande,que contiene todo el sistema.»

El gran poeta dice perfectamente; parallegar á establecer el sistema, conviene an-tes examinar, sin prevenciones de ningunaespecie, los principios en que ha de basarse.

He aquí lo que vamos á intentar en estemomento.

Se trata de educar al niño, pero antes ne-cesítase conocer muy á fondo su organiza-ción delicada, descendiendo á los más rudi-mentarios detalles de la fisiología del des-arrollo, tratando, en fin, la cuestión «6 ovo,examinar ese germen desde el momento vagoé indefinible en que el histólogo no puede de-cir si de aquella masa viviente surgirá uninsignificante anfioxus ó un hombre de genio,hasta los primeros albores de la vida cere-bral consciente, que revelan con elocuenciauna misteriosa diferenciación, un Jiat mara-villosa y desconocido.

Encierra una gran verdad ' el aforismocientífico natura nonfaeit sal tus. Para com-prender el complicado desarrollo embriona-rio del hombre, conviene descender á los mi-croscópicos organismos y contemplar de cer-ca sus varias trasformaciones, pues sólo deeste modo se sabrán las leyes generales dela evolución, tan amplias en el macrocosmocomo reducidas y condensadas en el micro-cosmo.

Así, por ejemplo, si nos limitamos al exa-men del desarrollo del cerebro en el hombre,

(1) «Wilhelm Meister. AEosde aprendizaje.»—Lib. II,cap IX.

TOMO XIV.

veremos que en un embrión de seis semanasaquel importante órgano viene á estar for-mado por uña serie de vesículas, de las cua-les la más pequeña, anterior y doble, repre-sentará el cerebro, y la mayor, más poste-rior, el cerebelo. Antes de ésta, se encontrarála vesícula que ha de constituir los tubércu-los cuadrigóminos, y precediéndola, hallare-mos la vesícula correspondiente al tercerventrículo, que conteniendo también los tá-lamos ópticos, estará cubierta más tarde, lomismo que los tubérculos cuadrigóminos, porla expansión posterior de los hemisferios si-tuados delante de ella.

¿Qué nos dicen el volumen insignificantede éstos, comparados con las demás.partesdel cráneo, la ausencia de las circunvolucio-nes, la imperfección de las comisuras, y engeneral la sencillez en la estructura? Nos re-cuerdan el cerebro embrionario de un pez(eraniota pisciforme, que dirían los embiólo-gos). Pero llega la duodécima semana, y yalos hemisferios han aumentado de volumen,abombándose hacia la parte posterior sobrelos tálamos ópticos y los tubérculos cuadrigó-minos, época en que no hay todavía circunvo-luciones, ni están bien determinadas las co-misuras, y se nos ocurre inmediatamentecompararle con el cerebro del ave, especial-,mente el pollo, con quien tiene entonces tan-ta semejanza.

Por último, más tarde, al cuarto y quintomes, los lóbulos medios se desarrollan, losposteriores aparecen como empujados porlos medios, extendiéndose poco á poco haciaatrás hasta cubrir con creces el cerebelo, yentonces ya se adivina la presencia del homosapiens en aquel cráneo elemental, propio deun sor antropoideo-inferior.

¡Qué diferencia entre tan imperfectos ce-rebros y la masa encefálica, abundosa en cé-lulas grises y rica en circunvoluciones, esossurcos profundos donde labora la inteligenciay brotan los pensamientos, como en campocultivable y feraz surge la rubia y granadaespiga junto á brillante y olorosa flor!

Esta notable concordancia entre lo! qué sellama ontogénesis humana y la animal' ésútilísima, pues en virtud de ella, la modernaciencia que se ocupa del desarrollo del hom-

83

674 REVISTA EUROPEA.—30 DE NOVIEMBRE DE 1879. NÚM, 3Q1.

bre, \$ ÁntrSphgenia, nos revela "cuáles sonlas Variadas fases por que pasa el ser hu-mano desde el momento en que se verificael fenómeno admirable, por lo mismo que estan sencillo, de la fecundación, esa íntimafusión de la célula vibrátil macho con lacélula amibiforme hembra, hasta aquel enque el embrión, ya convertido en feto, saleal exterior, .en virtud del acto expulsivo lla-mado parto, cuyas leyes y fases importa co-nocer tanto.

No nos es posible seguir paso á paso lasfases sucesivas que recorre el embrión hastaconvertirse en un feto de forma y condicio-nes regulares, en armonía con las que susantecesores le han legado.

Semejante examen nos llevaría á terre-nos candentes y nos obligaría á examinartrabajos modernos de gran valor (1). Verdades que la embriogenia es relativamente decreación reciente, pues sólo en el siglo pasa-do, y en manos del notable fisiólogo GasparFederico Wolf, cobró carácter científico. Yaen las obras atribuidas á Hipócrates, halla-mos un libro científico sobre la Naturalezadel niño, en el cual se consignan observacio-nes diarias sobre el desarrollo del pollo, y enlas obras de Aristóteles hay nociones bas-tante exactas sobré el de los pájaros y peces.

Es preciso llegar al renacimiento de losestudios biológicos para encontrar á Fabri-cio de Aquapendente, maestro de Harvey,haciendo estudios embriológicos (2), ahoga-dos desgraciadamente por la errónea doctri-na de la preexistencia de los gérmenes.

Sin embargo, no debamos pecar de in-gratos, dejando sin mención hombres comoSwammerdan, que con sus investigacionesmicroscópicas y sus experimentos ante Ma-galotti, Thevenot y el gran duque de Tosca-na, levanta en 1668 una punta del misteriosovelo que cubría las metamorfosis de los in-sectos (3).

Tampoco debe olvidarse al célebre Har-vey, que en sus vivisecciones halló en la ca-vidad interna de las ciervas el embrión cu-bierto de membrana, lo cual le indicó que elanimal vivíparo procede de un huevo como elovíparo.

Sus ideas sufrieron apesar de todo modi-

(1) E. Hfeckel. «Antropogenie ou histoire da Aere-loppement de 1 homme<.—París, 1811.

(2) Fabricáis, «De formatione ovi pennatorum>. —1638.

(S) SwanMaerdain. «Katurbftet».

ficacíones trascendentales después de los es-tudios del danés Stenson, conocido én nues-tros días por Stenon, a quien sus experimen-tos en escualos, verificados en 1667 en Flo-rencia, demostraron que el huevo es ante-rior á la fecundación; y por más que esas ve-sículas, que injustamente se llaman de Graaf,siendo Stenon quien las descubrió, no eranlos huevos, como lo demostró Baer en 1827, áéstos y otros trabajos de Van Horne, Kerc-kring, Malpigio, etc., debemos los primerospasos en esta importante ciencia que tantasmaravillas nos revela.

A ellos se debe que descendieran los hom-bres de ciencia, desde las más altas regionesmetafísicas y teológicas, hasta el terrenopropio y exclusivamente fisiológico.

Sólo con hechos ha sido posible darsecuenta de la razón de ser de las anomalias ymonstruosidades.

La anomalía, es decir, la desviación de untipo específico, y la monstruosidad, ese con-junto de anomalías muy complexas, muy gra-ves, que hacen que sea imposible ó difícil elcumplimiento de ciertas funciones, y que pro-ducen en los individuos que se hallan afectosde ella una viciosa conformación muy dife-rente de la que presenta ordinariamente suespecie (1).

En la filosofía antigua, en las obras deAristóteles y Cicerón (2), se combaten lassupersticiones que reinaban en su tiempoacerca de los monstruos, los cuales, decia elelocuente orador, «no debían considerarsecomo prodigios».

Idénticos razonamientos encontramos enobras de la edad moderna, en donde se venlas antiguas ideas comentadas, expresándo-se Montaigne (3) y Fontenelle (4) en idén-tico sentido.

Actualmente, no tan sólo no se consideranestas cosas como sobrenaturales, sino quedesde la creación de la embriogenia animalpor "Wolff, la teratogenia, ó sea la embrióge-niavde los seres anormales, se ha constituidoá semejanza de éstas en el estudio dilecto delos sucesivos cambios que la evolución de-termina en el organismo.

Una nueva fase adquirió este examen, al

(1) Isidoro Geoffroy Saint-Hilaire. «Traite de Tera-tologie».—T. I .pág. 33.

(á) Cicerón, «De divinatione».—Lib. II. cap. XXIl.(S) Montaigne. «Essais».—Lib. II, cap. XXX.(4) Fontenelle, «Histeire de I* Acadamie des «eien-

cea» . -n03, pág. 28.

ífÚM. Mh M. TQLOSA,—•BASES PARA LA EDUCACIÓN DE LOS NIÑOS.

pensar un hombre de la inteligencia de Este-ban Geoffroy Saint-Hilaire en el estudio dela producción de los monstruos, fundando lateratogenia experimental, como se ha visto enlos manuscritos inéditos que ha dejado, don-de detalla las investigaciones que hizo enEgipto, durante la expedición del ejércitofrancés invasor mandado por Napoleón.

Posteriormente á este insigne naturalis-ta, algunos filósofos, como Prevost y Dumas,Alien Thomson y otros, intentaron repetirlos experimentos indicados, recayendo lagloria de haber emprendido unos valiososestudios al Dr. Camilo Dareste, profesor dela Facultad de Ciencias de Lille, el cual, enuna magnífica obra (1), no há mucho publica-da, refiere el resultado de sus trabajos, quedemuestran la posibilidad de modificar porcausas físicas exteriores la evolución de ungormen fecundado.

Fácilmente se concibe el interés que estotiene, no sólo en teratogenia, sino en biología.

Por este medio se ve que las anomalíasLO hacen más que desflorar ciertos órganosaislados, en tanto que las monstruosidadesafectan profunda y simultáneamente muchosórganos, considerándose ambas como des-viaciones del tipo específico. Ahora bien,siendo algunas variedades compatibles conlas funciones generadoras, la formación delas razas parece como que tiene una expli-cación, así como la herencia de todas esasmodificaciones más ó menos intensas quehallamos en un nuevo ser.

Asimismo, la individualidad nace de lacombinación desigual de las diferentes ten-dencias hereditarias procedentes de los an-tecesores del niño, cuyo influencia obra, ópor lo monos puede obrar sobre el germen,doblándose á cada generación, y habiéndosedicho que es igual á la suma de los términosde la progresión geométrica formada por laserie de potencias de 2. Las leyes que rigenesta combinación son completamente desco-nocidas , y deben sin duda alguna dar di.ferentes resultados, según cuales sean lasdiversas condiciones en que se presente.

Las mismas' individualidades de los pa-dres influyen en la que ha de tener el nuevoser, pues según sea la potencia trasmisorade uno de éstos sobre el otro, así predomina-rá también la respectiva herencia en dicha

(1) C. Dareste, «Recherches sur la production artifi-oielle des moastruositás, om essíis do Teratogenia expe.rimeatale».—Paris, 1811.

formación. Estas diferencias, apenas percegrtibies, se notan, hasta en la casi identidad delos gemelos. ' . , • : : i

El medio influye de un modo, directo en lasvariaciones mencionadas. ;

Si tuviéramos tiempo, inferiríamos,algu-nas curiosísimas observaciones de Dareste»que nos inclinarían cada vez más á medicarsóbrela inmensa importancia,de las condi-ciones que rodean á la mujer en el periodo dela gestación, época en que lleva un germenen su seno, el cual ha de estar rodeado d©favorables circunstancias para que desarro,- -lie con la normalidad apetecida.

Con efecto, la creación sucesiva de los ór-ganos ha de verificarse por una ordenada di-ferenciación de la sustancia epigénesis, diriaHarvey, homogénea que constituye la masaembrionaria; por lo tanto, una detención deldesarrollo producirá una anomalía, como ellabio leporino, por ejemplo, detención queinfluirá á veces, no sólo en el embrión mis-mo, sino en sus anejos.

De esta suerte, sin dificultades teóricasde ninguna especie, se explican.fenómenoscorno la acefalia, espina bífida, etc., así comose advierte la influencia de las detencionesen el desarrollo de anejos, como el amnios,cuya compresión determina efectos variadí-simos en los órganos cercanos.

Siguiendo esta senda de investigación, há-llanse las irregulares soldaduras de partesque normalmente deben hallarse separadas,como la del occipucio y el sacro, de un fetohumano que se conserva en el mus?o Du-puytren (1). En tales casos hay modificacio-ne^de la estructura.

Esto, y la unión de partes similares quese producen en el primer período de la vi-da embrionaria, constituyen los dos .hechosprincipales de teratología, de los cuales sededucen todos los demás.

No entramos de intento en la clasifica-ción teratológica de los monstruos, donde gra-taríamos antes de todo del interesante pro-blema del hermafroditismo, lo cual á nadanos conduciría. ,

Bástanos con lo expuesto para comprenderque esta ciencia se halla tan en, embrión conaoel objeto de su estudio'. De ella se han de. reco-ger opimos frutos para nuestro propósito,toda vez que los primeros preceptos que sedan á la mujer á fin de que el ser que < lleva

(1) Loe. cit., p. 159. V. Houel. • Catalogue (Uustrado)du Musee Dupuytren» (en publicación). • ,

676 REVISTA EUROPEA.—30 DE NOVIEMBRE DE 1879. NÜM. 301,

en sug entrañas no sufra contingencias deninguna especie son en su mayor parte em-píricos, siendo así que deben apoyarse en ba-ses verdaderamente ¡científicas.

Por lo pronto, tenemos que agradecer ádicha ciencia ün inmenso favor: el haber des-truido de raíz esas absurdas preocupacionesque hacian de lá infeliz monstruosidad, no unobjeto de repulsión, movimiento natural ha-cia todo lo que se aparta tanto de lo común yordinario, sino victimas inocentes de soresque, como la madre y el producto de la con-cepción, eran sacrificados inhumanamente.

Un gran poeta ha descrito con admirableverdad estas tendencias y estas supersticio-nes en una obra donde, 'con la sublime com-pasión del genio, ha sabido hacer bello unmonstruo. (1). ,

Dice Joulin que la higiene del embarazono puede formularse de un modo absoluto.Apesar de todo, hay que seguir indicacionespreciosas durante este período, siendo unade las más fundamentales la tranquilidad fí-sica y moral de la embarazada, lo cual se ex-plica por la tendencia al reposo de la natu-raleza cuando se trata de crear.

Espacio, tiempo y reposo exige una cris-talización; idénticas condiciones son indis-pensables para el desarrollo de un niño, porcuya causa nunca se recomendará bastanteel evitar los ejercicios violentos, las emocio-nes muy intensas, las relaciones sexua-les exageradas, y los trajes amplios y bienacondicionados, todo lo que, unido á un ré-gimen fortificante, á una vida activa y tran-quila á lá par, contribuirá al fin propuesto.

Varios trastornos, cuya enumeración nonos corresponde, se presentan en este perío-do, y algunas absurdos remedios se siguenponiendo en práctica por tradición absurda.

No debemos ocuparnos de esta cuestión,que corresponde al terreno de la medicina;pero de todos modos, no se debe olvidar quecon la debilidad de las madres empieza la delhombre, tanto en lo físico como en lo intelec-tual.

Los detalles de la alimentación nutritivay privada de excitantes y alcohólicos son deimportancia en el embarazo. Raras son lasmujeres que no presentan rebeldes inapeten-cias, la mayoría de larga fecha y debidas alridículo deseo de no ser víctimas de una an-ti-poética obesidad y á aberraciones del gfus-to más ó monos verdaderas, llamadas por el

(1) Víctor Hugo, «Nuestra SeBor» de París», libro IV,capítulo I. <Laabuenas almaa>.

vulgo antojos, en cuya presentación influyeno poco, en nuestro humilde sentir, la imita-ción, así como también la falta de sentidocomún.

Esto nos conduce á pensar qué es lo quehay de cierto en el influjo de la imaginación dela madre sobre el feto, acerca de lo cual se haescrito mucho, quizá demasiado, sin más ba-se sólida que copiar y referir anécdotas demayor ó menor verosimilitud y veracidad.

No incurriremos en esta grave falta, li-mitándonos á recordar que se sabe muy pocode teratogénia. como hemos visto; pero aunasí está comprobado que el menor y más in-significante entorpecimiento puede ser cau-sa de anomalía y hasta de monstruosidad.

Los antojos] son perversiones nerviosasrelacionadas probablemente con estados dehisterismo, y al presentarse en los tres pri-meros meses, entran en ese período llama-do nervioso por algunos autores, que cons-tituye, con el sanguíneo y el de compresión, lostres en que se ha dividido la preñez. .

Estudiar los medios de combatir estostrastornos sería involucrar un vasto terre-no cultivado por la ginecología.

En cambio ha sido muy conveniente unapequeña excursión por la embriogenia, pueserror grave es creer que sólo nos debemosde ocupar del niño hasta su salida al exte-rior después de un período de nueve mesesEntonces es cuando empieza de una maneradirecta su educación física é intelectual, cu-yos principios se han de apoyar en las ba-ses que la fisiología y psicología nos propor-cionen.

Una indicación para terminar, y entre pa-réntesis, á fin de que solamente llegue con t'o-do sigilo hasta la madre joven que cree indis-pensable para serlo entregarse á rienda suel-ta á los caprichos de una imaginación exci-table, poniendo en graves compromisos ácuantos la rodean, tan ignorantes como ella.«El alimentarse con sustancias poco ó nadadigeribles la conducirá fatalmente á enfer-mar del estómago, y por lo tanto á sufrirmucho, teniendo el disgusto de no poder criarsu pobre niño, si- lo cria, convenientemente.No olvide, pues, la delicada ex-señorita (queha tenido á bien darse por aludida) que ni lahija humildísima de su planchadora, ni lamujer del que diariamente la pasea en ca-rretela por el Retiro, cuentan con tiempo, ner-vios y dinero suficientes para tener antojos».

Dispensen mis lectores la detención, y va-mos á ver al niño reciennacido.

, 301. M. TOLOSA.—BASES PARA LA EDUCACIÓN DÉ LOS NIÑOS. 677

IV

EL NIÑO EN LA CUNA

Acaba de nacer un niño perfectamentedesarrollado, y aun cuando sea su estado nor-mal, el cambio brusco de medio ambiente,que se revela por un descenso de tempera*tura del cuerpo, exige cuidados especialesmuy diversos de aquellos inherentes á faltasde desarrollo eh-los órganos.

Estos, por su parte, ó experimentan va-riaciones radicales en su funcionalidad, óempiezan á ejercer sus actos á beneficio deexcitaciones varias y movimientos instinti-vos, en extremo curiosos.

Así, por ejemplo, no sólo el aire provocalos movimientos respiratorios, acompañadosde una no interrumpida serie de sonoros va-gidos, sino que sus labios buscarán ávida-mente el pezón por donde ha de recibir aquelorganismo la blanca savia de la vida extra-uterina.

Es el período que inspira al filósofo gine-brino (1) las palabras siguientes: «¿Hay enel mundo un ser más débil, más miserable ymás á la merced de todo lo que le rodea, yque necesite más piedad, que un niño?»

En efecto, es un período corto, pero llenode accidentes, durante el cual se verificanimportantes modificaciones en la hematosifi-cacion y digestión, emancipándose por com-pletó el nuevo ser de la madre.

Es la época en que se necesita más vitali-dad para resistir al conjunto de causas queponen sus dias en inminente peligro. Enton-ces aparecerán las predisposiciones diversaspara variados padecimientos, sin contar lasenfermedades congénitas con que puede pre-sentarse al mundo, y los accidentes que pue-den sobrevenir en el momento del parto,constituyendo muertes aparentes, hemorra-gias, fracturas, luxaciones, etc.

Se ha llamado época de transición, pudien-do en ella haber enfermedades varias, depen-dientes de la imperfección y debilidad de losórganos del niño ó de otras causas. La atelec-tasia, hemorragias, peritonitis, enteritis, es-clorodérmia, gangrena de-las extremidades,oftalmías, etc., pertenecen á la paidopatía, yno corresponden á este lugar.

Los primeros cuidados deben dirigirseprincipalmente á evitar la mayor parte de

(1) J. J. Rousseau. El «Emilio 6 la educación»

esos y otros trastornos patológicos (1).Ya pasó, afortunadamente para no volver,

el tiempo ominoso en que se daban formasdiversas al cráneo de los recien-nacidos, pre-textando que se corregía su mala conforma-ción; asi como se empaquetaba á éstos, sinpermitirles el menor movimiento, á fin, de-cíase, de que se acostumbraran á ejercitarsus fuerzas desde pequeños. Los pañales nodeben impedir en manera alguna los movi-mientos, pudiendo dilatarse el pecho del niñocon facilidad, y encoger y extender éste á sugusto las piernas.

Rebatir semejantes errores sería ofenderla ilustración de los lectores; en la actuali-dad se trata, ante todo, de no ejercer perni-ciosas compresiones sobre ningún órgano,así como hacer agradable la permanenciadel niño en la cuna durante el sueño, evitan-do todo motivo de emanaciones miasmáticas,y rodeando las habitaciones de aquél de cuan-tos medios recomienda la higiene.

Sin detenernos en enumerar detalles, dire-mos, sin embargo, que la temperatura de lahabitación no deberá exceder de la nor-mal, que los vestidos no han de oprimir, ytan sólo preservar de los cambios bruscosque puedan sobrevenir en la alcoba, y la cu-na ha de ser objeto de una minuciosa lim-pieza, así como las partes del cuerpo delniño que por las secreciones y excrecionesse ensucian fácilmente.

La limpieza del niño es una inmensa ga-rantía para su salud.

La cabeza, sobre todo, debe ser objeto deun especial cuidado, no sólo lavándola comolas restantes partes del cuerpo, sino frotán-dola suavemente de vez en cuando con un ce-pillo suave, á fin de quitar esas asquerosascostras que muchas gentes consideran nece-sarias.

(1) Opinan prácticos, como Tarnier y Budín, que nodebe practicarse la ligadura y sección del cordón umbi-lical inmediatamente después del nacimiento, pues se im-pide que el niño recoja unos 92 gramos de sangre que lepertenecen, los cuales equivalen en el adulto i una san-gría da l'IOO. Parécenos, pues, oportuna 1* conclusiónadmitida por Finard, de no ligar y cortar el cordón S¡HOen el momento en que la vena umbilical esté comple-tamente aplastada y sin sangre.

Las observaciones de este práctico indican que estemétodo da muy buenos resultados, contrastando el esta-do general de los niños con quienes se.tíene esta.precau-ción, con los demás. Su color sonrosado intenso, la re-sistencia vital mayor, y el crecimiento más rápido, soncar »ct4r«s distintivo».

REVISTA EUROPEA. ~3Q DE NOVIEMBRE DE 1879. NÚM. 301.

No as oportuno cubrirla de un modo ex-cesivo.

Sin prescribir los útiles baños frios á quesujetan los habitantes del Norte de Europaá sus hijos, no cesaremos de recomendar lamás escrupulosa policía del cuerpo de losniños, á despecho de otras preocupacionesridiculas, siendo útilísimo un baño frecuente.

No hay que olvidar que los órganos enesta edad son débiles ó imperfectos, y quetanto mayor es la rapidez con que se verifi-can las funciones, cuanto más joven el ser.De la rapidez se deduoe lo incompleto é irre-gular de las mismas, así como la preponde-rancia voluntaria del síntoma nervioso quehade presidir el desarrollo de órganos, y sub-venir á las necesidades de la vida sensorial.

La dependencia' recíproca de las funcio-nes implica asimismo una unidad vital per-fectamente caracterizada, verificándose en-tonces un admirable trabajo de composicióny crecimiento que imprime en la infancia unsello especialísimo, pues aunque éste sea in-cesante, no es siempre regular, efectuándoseen cierto modo como á sacudidas.

Ademas, no tiene lugar de una manera si-multánea é igual en todos los órganos, pueslia de verificarse en un espacio de tiemporelativamente corto, y relacionado con laedad del niño.

La organización misma de éste ha de serquien indique la necesidad de que se cambiela alimentación láctea por la mixta, cambioque coincidirá con la aparición de los dien-tes, que son las avanzadas del aparato di-gestivo.

Dura la época de la dentición de diez yocho meses á dos años. Se ha dicho que pro-voca accidentes patológicos en los niños; es-to es un error muy grave; en este períodoabundan los accidentes morbosos, porque laactividad del trabajo sume al niño en una es.pecie de susceptibilidad enfermiza, presen-tándose con facilidad muchas enfermedades,relacionadas, en su mayoría, con el aparatodigestivo, como son: la estomatitis ó inflama-ción de la boca, diarrea, enteritis ó catarrosintestinales, invaginaciones, etc., lo cual in-dica Tiue hay que vigilar la alimentación quese da al niño, pues la mayor parte de las veceses la causa determinante de graves trastor-nús. Es necesario tener una gran prudenciaen la elección de las primeras sustancias ali-menticias qué se introducen en el débil estó-mago del niño. La inmensa mayoría de lasmadres se hacen inocentemente cómplices

de la producción de estos trastornos, fácilesde remediar á tiempo.

Hemos dicho que hay un predominio gran-de del sistema nervioso; es decir, una granimpresionabilidad, en virtud de la cual reac-ciona éste sobre varios órganos, en cuantouno de ellos cae en estado patológico.

De este modo nos explicamos que losafectos convulsivos ó simpáticos compliquenmucho el cuadro patológico de este período,bajo la forma de meningitis, eclampsia, etc.Los catarros, laríngeos y traqueales, bronco-pneumonía, sin contar el raquitismo, y algu-nos caso! de tuberculización, son bastantefrecuentes. Sobre todo esto hemos de insis-tir más tarde.

En una palabra, tales cuales sean lascondiciones orgánicas del niño, así han deser los cuidados que se le prodiguen, no olvi-dando nunca los antecedentes fisiológicosque dejamos apuntados.

Durante el segundo período de transiciónse presentan enfermedades, como la estoma-titis, úlcera, angina, laringitis espasmódica,croup, lombrices, tuberculización y fiebreseruptivas. Para prever la aparición de la vi-ruela, la más terrible de todas, está muy ex-tendida la vacunación, que, á despecho deVerdet de l'Isle, Angelot, Canot, y otrosdetractores de la vacuna, es de una impor-tancia y utilidad incontestables.

Sin entrar en discutir las ventajas de lavacuna animal y de la humanizada, citare-mos con elogio los Institutos módicos devacunación fundados en diferentes épocas ydiversos puntos de España, especialmente eldel doctor Letamendi, en Barcelona, así comola propaganda del Sr. D. Jerónimo Roure, enVitoria y Álava, y el Centro general, que á lainiciativa de un eminente periodista se de-be (1), el cual se estableció en Madrid conarreglo á los principios de M. Lanoix, poste-rior en sus investigaciones á Roure, que uti-lizó la ternera para la vacunación.

Existe una perturbación gravísima que,antes de terminar este párrafo,, es precisodenunciar, á fin de poner el correctivo con-veniente.

Nos referimos á las lesiones observadaspor el eminente práctico doctor Parrot en lescráneos de niños de corta edad.

Con efecto, la permanencia prolongada de

(1) Véase «Méndez Alvaro>, discurso acerca de lapreservación de las viruelas, leído en la Real Academiade Medicina, en 1811, y Memorias sobre él.

NÚM. 301. M. TOLOSA,—BASES PARA LA EDUCACIÓN DB LOS NIÑOS.

los péqueñuelos en la cuna, ocasiona, por elsolo hecho de la gravitación, compresionesen determinados sitios de su cerebro tierní) ydelicado, lo cual, como se concibe fácilmen-te, es de inmensa importancia bajo el punto \de vista intelectual. !

Añádase á esto la influencia hereditaria,que da mayor carácter de trascendente gra- j

•, vedad, sobre todo en los hijos de los que pa-decen ó han padecido aquella terrible y con- itagiosa enfermedad, cantada por Fracastor(que no quisimos llamar por su nombre deguerra cuando hablábamos del matrimonio, ycon mayor motivo ahora tampoco la nombra-remos junto á una cuna, donde debe ser todopureza), y se comprenderá hasta qué puntopueden complicarse aquellas lesiones, no sólodifíciles de conocer, sino difíciles da curar.

Se trata casi siempre de verdaderas per-foraciones de las paredes del cráneo, y porfortuna, la naturaleza, en su trabajo de ince-sante construcción, reconstituye estas pér-didas de sustancia.

El medio preventivo de más eficacia con-siste, como es natural, en mantener el niñoen la posición vertical siempre que sea posi'ble, evitando colocarle en la misma posturaen la cuna , donde debe acostumbrarse ádormir.

No hay cosa peor para el descanso quelos regazos de torpes niñeras, á las cuales seprohibirá ejercer ese tremendo cunear, queacrecienta las molestias que siente el niño, óque le trastorna sin provocar un sueño tran-quilo, como la dulce cantinela materna, oca-sionando en cambio un espantoso mareoprectrsor de trastornos de más cuantía.

Lo propio diremos de la colocación de lacuna en la alcoba, colocación que debe obe-decer á las indicaciones nías estrictas de lahigiene.

En primer lugar, no admitimos, en ma-nera alguna, que el niño permanezca en lamisma cama de la nodriza, y monos en la delos padres, costumbre perjudicial é improce-dente. Si esto es cómodo para los adultos,que nos parece que no lo debe ser, para elniño es altamente nocivo.

Ademas, circunscribiéndonos á la cuna,ésta es preferible que sea de hierro, sencillay fácil de limpiar, que de maderas primoro-sas ó sustancias qne la moda hace de lujo,las cuales, como todos los opulentos, vivensin rubor en compañía de enojosos parásitos,lo cual será permitido á los grandes, peroperjudica á los pequeños.

En el histórico castillo de Pau se conservala cuna de Enrique IV, aquel rey bearnes tanpopular en Francia, y está formada por unaconcha de tortuga, próximamente del tama-ño de las que sirvieron de coselete á SanchoPanza (1). Al verla no pudimos por «menos deaplaudir al que tuvo la idea de aplicar esteproducto natural al descanso del que habíade ser, más tarde, incansable batallador.

¡Lástima que los demás niños no tenganocasión de esperar la adolescenciacon cui-dados tan prolijos y fortificantes, como loaque dio Susana de Borbon al hijo de Juana deAlbret, y sobre todo no eludan los pernicio-sos mimos, entregándose tan sólo á crecer yvegetar, metidos en sus conchas respectivas 1

Los estrabismos, tan frecuentes en los ni-ños, dependen muchas veces de la mala colo-cación de la cuna respecto de la luz, así comotambién de las colgaduras que pretendenadornar el lecho de la inocencia, el cual sóloadmite dos adornos, la limpieza y la sencillez,

Compréndese fácilmente el estrabismo alpensar que el niño puede apenas mover 1»cabeza, envuelto como se halla con fajasopresoras, y que la luz es un excitante flsiolórgico, el cual busca con avidez todo lo que vjrve, desde la planta débil éinsignificantehaíi!-ta el infeliz que gime en una mazmorra pri-vado de libertad.

Aire, luz, besos y armonías han de rodearesos nidos de la infancia llamados cunas,pues como ha dicho (2) un inspirado poeta,

•Ellas las razas perpetúas; ellas

son la posteridad, lazo perene,

que por leyes de amor justas y bellas

une al mundo que fuá coa el que viene.»

MANUEL TOLÓSA LATOUR.

(Continuará.)

(1) Mide dicha concha lm70 de longitud por 0,80 déa n c h o . • • • • •"• '• ' • :: •¡ •

(2) VENTUBÍ Run AGUII.BBA. «Las enana»». '

680 REVISTA EUROPEA.-*30 DE NOVIEMBRE DE ,1879. NÚM. .301,

, EXTRANJEROS POR ESPAÑA Y PORTUGALEN LOS SIGLOS XV, XVI Y XVII

• (Continuación.)

Año 1584.El primero de Enero salieron de Xerez las

banderas de Arzt y de Priam, capitán, á Me-dina Sidonia, cinco millas distante.

El 3 y 4 de Enero tomó la bandera de aquísu alojamiento definitivo.

El 6 de Febrero, Hans de Loeben y yo nosfuimos á Medina Sidonia, y allí quedamoshasta el 11 del mismo mes.

Medina Sidonia es una gran villa, situadaen una alta montaña, de donde en dias cla-ros se puede ver hasta el África; es propie-dad del duque del mismo nombre, y pertene-ce a la jurisdicción de la diócesis de Cadis.En el portal de su catedral, y enfrente del al-tar mayor, hay dos columnas cerca de la to-rre con dos antiguas piedras: en una de ellasse encuentra la siguiente inscripción gra-bada:

«L. Fabio L. F. Gal.Capitoni

Amico OptumoL. Aelius

Roscianus.»La parte opuesta tiene:

«M. Antonio Migai Syriaco U. V. R.

Mun. Aug. Gad.D. D.»

El 11 de Febrero volví á Xerez.El 13 del mismo el cuerpo de guardia se

marchó con la bandera.El 24 de Marzo el conde Nicolás volvió de

Madrid.El 5 de Abril hicimos ejercicios militares

• cerca de la iglesia de San Francisco, dandoaviso anteriormente á los soldados de la de-claración del Rey, sobre el valor de los flori-nes, que hasta la revista se nos pagará porcada florín ocho medios reales con un cuarti-llo; pero después no se pagarán más por unflorín que ocho medios reales con dos mara-vedís.

El 18 de Mayo nuestro regimiento se mar-chó de Xerez á Porto Santa María, y acampóallí cerca del monasterio de Nuestra Señorade la Victoria.

El 21 de Mayo nos llevaron las galeras álas naves, que estaban estacionadas en elpuerto de Cadis. Nuestra bandera, el condeNicolás con su alférez, y ciento veinte solda-dos, y nuestro capitán general 'Argera, seembarcaron en una nave, llamada Vieenzode Pola, que servia antes de Capitana, y pro-cedía de Ragusa; la bandera del señor coro-nel, y algunos soldados de la bandera del ca-pitán Priam, tomaron la Juliana, nave ca-talana; el señor Carlos de Arzt se colocó enla nave Giovan di Sagra; los tenientes delconde Nicolás y de Priam, con el resto de latropa, ocuparon una nave, Mesinesa llama-da, y Antonio de Lodron, capitán, se puso enla nave N.

El 29 de Mayo, muy temprano, las galerassacaron del puerto nuestras cinco naves, quepor causa del viento contrario, flojo ó incons-tante, daban vueltas cerca de Cadis.

El 1." de Junio, temprano, desplegamosnuestras velas, y con buen viento en popa,pasamos por el Estrecho de Gibraltar (en la-tin Fretum Herculeum ó Atlanticum, tam-bién Gaditanum llamado), dejando á nuestraderecha de la entrada al Estrecho la ciudadde Tánger, en Berbería, que pertenece al rei-no de Portugal, y Tarifa, una ciudad de Es-paña, á la izquierda, casi enfrente del Estre-cho, donde está más reducido. Ademas, de-jamos á nuestra derecha en Berbería la ciu-dad de Alcacer, luego una montaña, llamada.por los italianos Monte Simio, por los espa-ñoles Sierra de Monas, y en latin Abila; éstaes la columna de Hércules, y no muy lejos deallí, también ala derecha, se muestra unaciudad fortificada, llamada Scotta, en Berbe-ría, que pertenece al Portugal. Enfrente, á laizquierda, y en otro ángulo de la parte espa-ñola del Estrecho," está la ciudad de Gibral-tar, situada al pié de la montaña Calpe, quees la segunda columna de Hércules. De pasopor el Estrecho, apercibimos ocho galerasnuestras, y dos carabelas detras, que se di-rigían á Scotta, para proveer de provisionesaquel fuerte. Por la noche pasamos á la vis-ta de Málaga. .

El 2 de Junio vimos de tras de nosotros unade las galeazas en que se embarcaron lositalianos unos dias antes, y quedaron en elpuerto de Gibraltar por. causa del tempo-ral, y una nave veneciana, que se apartó denosotros á la tarde, tomando su direcciónhacia tierra; por la noche pasamos ala vistade Almería y del cabo de Gata.

El 3 de Junio, penetrando de noche dema-

NÚM. 301. J. LISKE.—VIAJES DE EXTRANJEROS POR ESPAÑA Y PORTUGAL. 681

siadó lójos en la mar, no vimos más tierra.El 4 de Junio el viento se puso flojo; sin

embargo, íbamos siguiendo adelante.El 5 de Junio apercibimos las islas de

Ivica y Mallorca.El 6 del mismo atravesamos entre Ma-

llorca, situada á la izquierda, y Cabrera, unapequeña isla desierta, á nuestra derecha; ámediodía dábamos vueltas por falta de vien-to, cerca de Mallorca, y á cosa de las trespasó delante de nosotros una carabela deGenova, dando aviso de veinticuatro galerasturcas de Alger que debían estar en la mar.

El 7 de Junio muy temprano pasamos á lavista de Menorca, que dejamos á la izquier-da, y como la Juliana se fue por parte opues-ta de la isla, y no podíamos verla más, creí-mos que alguna avería habia sufrido, y poreso habia tomado tierra; sin embargo, por latarde, al quitar la isla, la encontramos otravez.

Al anochecer, justamente al ponerse elsol, estando ya á cuatro leguas de la isla, selevantó de repente una gran borrasca conviento tramontano que nos obligó á plegar to-das las velas, y pasar la noche bajo la tem-pestad, expuestos á todo su capricho.

El 8 de Junio, la nave Meeinesa, que su-frió averías durante la tempestad, y se llena-ba de agua, disparó un tiro de cañón de alar-ma, avisando á la Capitana de su peligro, yse fue á la isla; por este motivo la Capitanay las demás naves volvieron también á laisla y entraron en el puerto de Menorca, cer-ca de Mahon, y allí dieron fondo.

El 9 del mismo mes me fui á tierra, y pasóalgunos dias en el castillo de San Felipe, yen la ciudad de Mahon.

El 11 y 12 de Junio, Hans de Loeben, sile-siano, de la bandera del capitán Arzt, falle-ció, y le enterraron en la iglesia del castillode San Felipe.

La isla Menorca no es muy extensa, peromuy fértil, y bien cultivada; tiene tres prin-cipales villas, entre ellas la capital es Cita-della, en que reside el gobernador. La segun-da villa, bastante bonita y grande, se llamaMahon: no está mal guardada de un ataque;tiene un hermoso puerto, que llaman PortoMahon, y que penetra una milla dentro dela tierra. A la entrada de este puerto, por laizquierda, mandó el Rey de España edificarun sólido castillo, llamado San Felipe, paraasegurar la isla de alguna invasión de losturcos y moros. A distancia de una mediamilla de este castillo, está situada la ciudad

TOMO xnr.

de Mahon. La tercera villa se llama Laior.Esta misma isla tiene Una iglesia de Nues-

tra Señora del Toro, edificada en una altamontaña, adonde acuden numerosos devo-tos. Una tradición dice de este lugar que unbuey, al llegar á su pasto en la referida mon-taña, encontró una imagen de la SantísimaVirgen enmedio del prado, y cayó delante derodillas; en este estado le halló el pastor, yempeñándose en llevárselo, apercibió tam-bién la imagen; comprendió al instante elasunto, y desde luego dio noticia á las^ auto-ridades, las cuales, en memoria del milagro,mandaron edificar la iglesia en la montaña,en que hasta hoy dia se operan milagros to-dos los dias.

El 14 de Junio por la mañana volvimos ádejar el puerto, y con medio viento nos fui-mos á Italia, y junto con nosotros dos gran-des naves y una carabela, que encontramosfuera de la isla.

IV

JACOBO SOBIESKI

Viaje desde el mes de Marzo, hasta Juliode 1611.

(Traducción del polaco, de principiosdel siglo XVH.)

Los antiguos magnates de la Repúblicade Polonia tenían costumbre de viajar mu-cho. Una de las condiciones de buena educa- .cion les imponia la obligación de viajar porel extranjero para completarla. Después dehaber enriquecido sus conocimientos, vol-vían á la patria, para dedicarse únicamenteá su servicio. Las lenguas europeas les fue-ron muy familiares; ademas de su.idioma ma-terno, el latín, alemán, francés, italiano, yentre muchos el inglés y español, hablabancon mucha facilidad. Con tan importanteauxilio, se comprende que entre las nacionesextrañas á su origen, adquirían sin dificul-tad las noticias internacionales y tóao lo queles convenia. El primer punto y principal cen-tro de sus excursiones era siempre la Fran-cia con su Paris, que empezó á tomar su im-portancia en Polonia, en los tiempos de En-rique de Valois. Jacobo Sobieski, padre delrey Juan III, rindió también culto alas cos-tumbres de su época. En cuanto á su clasede nacimiento, pertenece á las eminencias ynotabilidades éntrelos suyos, á principios del

84

682 REVISTA EUROPEA.—30 DE NOVIEMBRE DE 1879. NÚM. 301.

siglo XVII; como patriota, senador, soldado,esposo y padre, figura siempre entre los pri-meros, y como orador y literato no cede sumás alta elevación á nadie. Versado en va-rios idiomas, emprende su viaje en el año de1607 á Francia, para completar allí su educa-ción; hace excursiones á varjas provinciasfrancesas, visita la Inglaterra y su corte, pa-sa luego á España y Portugal, y antes de vol-ver á su patria, en el año de 1613, atraviesala Italia, Después ya no le vemos salir de sutierra, su elemento natural, haciendo heroi-cos esfuerzos, tanto en el campo de batallacomo en las Dietas, Senado y tratados diplo-máticos con Suecia, objeto de sus preferentescuidados. Su patriotismo, inteligencia, probi-dad y sacrificios le llevaron, al sillón de se-nador, puesto que en Polonia se conseguíadespués de notabilísimos servicios presta-dos á la República, y terminó su carrera conla muerte en calidad de castellano de Cra-covia, de muy avanzada edad, en el añode 1646.

De esta rápida descripción biográfica re-sulta que un varón tan poderoso, ilustrado yactivo como Jacobo Sobieski dejó no pocosapuntes dignos de la posteridad y atencióndélos historiadores; mas, por desgracia, pe-recieron muchos para siempre. Sus viajes enel extranjero, desde el año 1607 hasta 1613, losconservó en su Diario, por separado, con el tí-tulo de: «Esta peregrinación, dice el mismo,anotó rápidamente y en breves palabras, tan-to en francés como en español, y luego enveinte y nueve años después de mi vuelta alpaís, fijé mi residencia en Zolkiew, en el añode 1642, donde, acordándome de los aconte-cimientos pasados, hice la descripción, en len-gua polaca, de mis viajes por varios paísescristianos, y con más detalles y extensión.

La descripción autógrafa y en polaco quedejó Jacobo se publicó en Posnania en el añode 1833, por el conde Eduardo Raczynski. Conreferencia á Francia ó Inglaterra, y especial-mente á la corte de Jacobo I, deja Sobieski unbosquejo curioso y característico.

Admitido en la corte de Enrique IV, rey deFrancia, en virtud de cartas de recomenda-ción que le concedió Sigismundo III de Polo-nia, presenta detalles de aquella corte, de noescasa importancia. Presenció el asesinatodel rey Enrique, encantrándose, por una ca-sualidad, á poca distancia del lugar en quecayó muerto. Describe con vivos colores elconsiguiente tumulto y confusión de la ciu-dad, instrucción criminal coi el regicida, fa-

llo del tribunal contra él, y muchas variascosas de interés.

Sin embargo, la descripción de sus viajespor España es algo pálida y con parcos deta-lles de la vida social. Jacobo pinta admirable-mente las cortes que visitó, mas la parte psi-cológica de la vida humana, caracteres y cos-tumbres de las naciones no le preocupan su-ficientemente, y no se puede atribuir á la fal-ta de sus conocimientos ó de su criterio estesensible descuido, porque la descripción de suviaje con el rey Ladislas IV, en el año de1638, á los baños de Badén, cerca de Viena, esuna obra maestra. No obstante este detalle,el ilustrado público de España no debe serprivado de lo que le interesa, y con esta inten-ción le presentamos estas «peregrinaciones»de Sobieski, que entra en España el primerode Marzo de 1611, y sale de Madrid en Juliodel mismo año.

EL REINO DE ESPAÑA.

Reinaba entonces en España el rey DonFelipe III, soberano muy piadoso y ardienteservidor de Dios; dedicaba su tiempo, pocomás ó monos, á la devoción, caza y paseos.Con más disposiciones para la vida privadaque para la pública, dejó el gobierno del paísal príncipe de Lerma, y éste dirigía como sifuera Rey. El cariño que el Rey le profesabay la confianza que tenía en él eran tan gran-des, que el referido príncipe, en un tiempo, fueabsoluto soberano de España: el Gobierno erasuyo, el Consejo suyo, y todas las promocio-nes suyas. Los que no estaban en su gracia,no lo estaban tampoco en la del Rey; la na-ción española entera le obedecía. El Rey lecolmó de honores y fortuna á él, á su casa yparientes, y él, por tantos beneficios recibi-dos, servia á su señor con lealtad en todo ypor todo.

Navarra.

Salimos de Bayona para Navarra: ésta,llena de montañas y árida, nos pareció toda-vía más triste de lo que es, después de verlas alegres provincias de Francia.

Pamplona.

Es la capital de Navarra, donde reside ac-tualmente un virey. Los navarros están ad-mitidos á tomar parte en ciertos asuntos degobierno, mas el poder nacional disfruta la

NÓM. 301. J. LISKE.—VIAJES DE EXTRANJEROS POR ESPAÑA Y PORTUGAL. 683

preponderancia en todo y le corresponde elnombramiento del virey. En el castillo, muyfuerte y hermoso, reside el Consejo navarro,la nobleza casi entera y el obispo. La cate-dral de la ciudad es muy bonita, el altar ma-yor de exquisito adorno, y la custodia de unariqueza y arte admirables: los canónigos vi-ven en comunidad, comen juntos como si fue-ran monjes y duermen claustrados. El edifi-cio que ocupan es bastante suntuoso. Aquíme ocurrió un accidente muy desagradable:la posadera y su hija me robaron todo micaudal de viaje. En el cuarto que ocupé habiaun armario, donde dejé mi dinero escondidocon otras preciosidades. El posadero me en-tregó la llave del dicho armario, mas su mu-jer tenía otra ocultamente, que su marido,militar de estado, ignoraba, y nos acompañóal castillo; nos fuimos todos, dejando el ar-mario cerrado, llevándonos la llave. Mien-tras estuvimos fuera, la mujer tuvo bastan-te tiempo para abrir el armario con otra lla-ve, y llevarse todo lo que le pareció conve-niente. En el momento de despedida, mi cria-do Piestrzycki abrió el armario para tomar di-nero, y no lo encontró: entóneos la posaderacon su hija empezaron á vociferar en vizcaí-no, que difiere tanto del español como del po-laco. Me dirigí al virey para contarle lo ocu-rrido y le encontré jugando á los naipes; merecibió con urbanidad y con más satisfacciónaún cuando le habló en español, que ante-riormente aprendí en Paris. Ademas le dijeque era polaco y de la patria de San Jacinto,que está en gran veneración entre los espa-ñoles. Me preguntó luego si venia de Craco-via, y yo, para despachar mi negocio máspronto, le dije que sí."

Mandó á un hombre de justicia que meacompañara, y este se fue conmigo á la po-sada para hacer sus diligencias; vino tam-bién á la posada un juez muy anciano. Echa-mos la responsabilidad al posadero, á su mu-jer y á su hija. Para justificarse el posadero,alegó su ausencia y acompañamiento connosotros al castillo, y su mujer pretendía queguardando nosotros la llave, no podía serabierto el armario sino por nosotros mis-mos. Si un ladrón, añadió, lo hubiera hecho,hubiera violado la cerradura y perdido elarmario. Mientras se estaba ventilando lacuestión, Dios quiso confundir á la culpable,porque en el momento de haberse descubier-to el robo, y su consiguiente clamoreo, asus-tada dejó su llave misma en un pequeño bul-to nuestro. Al hacer Piestrzycki la observa-

ción al juez de que acaso la posadera tuvie-ra otra llave que abriría el mismo armario, yal contestarle el juez «Preséntesela vuestramerced», Piestrzycki miró por una casualidadá nuestro bulto, y apercibiendo que algo bri-llaba encima, se acercó de repente y encontróuna llave que "presentó al juez; ensayada és-ta, abría nuestro armario. Entonces el juezdeclaró: «Veo una prueba grande y terminan-te Icontra esta mujer», y mandó desde luegoencarcelar al posadero, á su mujer ó hija, yvolviéndose á nosotros, dijo: «No sé, señores,si tendríais tanto dinero como pretendéis; espreciso que digáis bajo vuestras concienciascuánto es lo perdido». Yo lo hice sin demora.Luego me preguntó si podia probar mi enti-dad. Entonces le presentó mi pasaporte delrey Sigismundo III mi soberano, y ademasotro que tenía del rey de Francia. Después dehaberlos leido con mucha atención, observó:«¿Y quién puede saber si vuestra merced esel mismo que aquí está consignado? Aquí nose le conoce, y podría viajar con pasaportesajenos». A eso le presenté una carta que te-nia para Lisboa y Sevilla, en que un nego-ciante de Paris dio perfectamente mis señas;la leyó con atención, mirándome y verificandomis señas, y luego dándome abrazos, pidió nole tomara á mal estos procedimientos ni ladesconfianza que-observó conmigo, ni la es-crupulosidad en las indagaciones, porque,añadió, así convenia á un juez. Después medijo: «|No se aflija usted, mañana tendrá sujusticia irrevocablemente»; y dicho eso, sefue.

Por la noche, ya tarde, vino á mí un ma-yordomo del obispo de aquella ciudad y mesuplicó en su nombre para que no insistierayo en dar la muerte á la hija de la posade-ra... (1), y que por la mañana, el obispo medevolvería todo mi dinero robadp. Contestóen pocas palabras que no deseaba la sangrede nadie, pero sí la devolución de mi dinero.Por la madrugada, muy temprano, me entregó el mismo empleado de ayer mi propio cau-dal, sin faltar siquiera un solo óbolo, y yo demi parte mandé una atestación en que ma-nifestaba que no quería la sangre de aquellagente porque se me habia devuelto mi pérdi-da, y partí enseguida. Después de marchar,me, no só lo que pasó con la posadera y suhija; en cuanto al posadero, éste era inocen-te ó ignoraba todo; era un hombre honrado,un viejo militar; pero le cayó en suerte una

(1) Lo deatag está en blanco en el original.

684 REVISTA EUROPEA.—30 DE NOVIEMBRE DE 1879. NÚM. 301.

mujer de poca honradez, distinguida por sudemasiada vivacidad, y ella fue la que hizotoda la obra con su hija. Al salir de Pamplo-na, lo más pronto posible, ni miró siquieraatrás, dando gracias á Dios por habermepermitido reconquistar lo mió; pasó la nocheen una pequeña ciudad. •

Esíella.

Dista de la anterior tres millas, es unaciudad mediana con su rio pop medio (1).

Castilla la Vieja.•rf

Es el antiguo reino de Castilla, dividido enCastilla la Vieja y en Castilla la Nueva. A miprimera entrada en Castilla la Vieja encon-tró la ciudad de

Logroño, sobre el caudaloso rio Ebro,construida á lo español, porque en Españano hay edificios tan notables siempre comoen otros países, y sobre todo carecen de al-tura. Para evitar los calores del sol é impe-dir su invasión en el interior de las casas, seponen lienzos en las ventanas en lugar decristales. Esta costumbre no contribuye tan-to á la alegría de un palacio, como los crista-les en las ventanas. La ciudad de Logroñoparece antigua: tiene su inquisición; los in-quisidores viven en un ediflcio separado, queal mismo tiempo les sirve de tribunal. Hayotro ediflcio que sirve de penitencia hasta untiempo determinado para los convertidos, quellevan pequeñas cruces amarillas ó negraspara distinguirse entre ellos.

Santo Domingo de la Calzada. En esta ciu-dad hay una iglesia á cuya entrada se criangallinas, ó mejor dicho capones blancos, quetienen en un rincón su criadero hecho dealambre. Los viajeros supersticiosos, espe-cialmente los franceses y nuestros compa-triotas polacos, se apresuran á ver estasaves, creyendo que si de la punta de sus ca-yados de peregrinos ponen las migajas de supan en la jaula y las gallinas las recogen ycomen, llegarán sin novedad á Compostella(de Santiago), y en caso contrario se imagi-nan que morirán en su camino. En mi pre-sencia ensayaron algunos los mismos presa-gios, pero yo ni siquiera quise mirar seme-

(1) El rio Ega.

jante credulidad. La tradición sobre aquellasgallinas la' cuentan del siguiente modo:pasó una vez pop allí una madre francesacon su hijo, que iba á visitar el túmulo deSantiago (en Compostella); en el momentode su despedida por la mañana, en la posadadonde se hospedó, la acusaron, ó mejor dicho,acusaron á su hijo del robo de una copa quehabia robado la cocinera de la casa. El jovenfrancés, temiendo sufrir los tormentos, con-fesó un delito que no habia cometido; se lejuzgó, condenó y ahorcó. La pobre madre,desolada, siguió sin embargo su peregrina-ción, y cumpliendo con su voto en Composte-lla, á su vuelta quiso saber si su hijo recibióalgún entierro; se fue al lugar de su suplicio,apercibió que su hijo, colgado en la horca, to-davía vivia bien conservado, y que, saludán-dola con cariño, le dijo: «Yo vivo, y estoymuy bien; un hombre vestido de peregrino,con una aureola brillante alrededor de su ca-beza, anda siempre en mi custodia; es pareci-do á Santiago como suelen pintarle». La ma-dre, sorprendida de este milagro y penetradade alegría, acudió al jefe de la ciudad, comosi se dijera hoy á un alcalde, que estaba co-miendo en aquel instante, y que tenía delan-te de la mesa un pollo asado. Al entrar ex-clamó la madre: «¡Hombre infortunadol Malhabéis juzgado á mi hijo, condenándole á mo-rir; á un inocente mandasteis ahorcar, hicis-teis una inquisición precipitada, y yo le. en-cuentro ahora vivo aunque colgado en la hor-ca, y cuidado, gracias á Dios, por Santiago».A eso el alcalde se puso á reír, diciendo: «Tuhijo estará tan vivo como este pollo en el pla-to sin poder salir de él». Apenas pronuncióestas palabras, el gallo saltó del plato, y es-capándose de la mesa, voló por la ventana.El alcalde, asustado, reunió al instante la co-munidad, y con toda la gente de la ciudad sedirigió al lugar del patíbulo, en que halló aljoven francés vivo, hablándole y sano. Man-dó quitarle de la horca y conducir á la ciu-dad; luego hizo otro fallo con sus correspon-dientes investigaciones; la copa robada sedescubrió entre las manos de la cocinera,convicta y confesa; la ahorcaron, y el fran-cés volvió á su casa, dando gracias á Diospor haberle librado de la muerte. Esta es latradición, añadiendo que el gallo asado yvuelto á su vida, en recuerdo de un milagrotan grande, mereció su colocación en la igle-sia, y las gallinas que existen hasta el diason sus descendientes; Así se pretende y afir-ma, pero la autenticidad del suceso y el origen

NÓM, 301 . J. LISKE.—VIAJES DE EXTRANJEROS POR ESPAÑA Y PORTUGAL.

de las aves se queden con sus autores. (1)Guardan en la iglesia las gallinas, que he

visto yo mismo, y que mantiene la comuni-dad. El milagro ocurrido con un francés lorelata una historieta entre los milagros deSantiago (Ínter alia miracula).

Burgos, capital de Castilla la Vieja, ciu-dad antigua con varios edificios viejos, céle-bre por el Crucifijo milagroso (2), que tienenlos Padres Agustinos en su convento. EsteCrucifijo suda, le crecen las uñas y el cabello,y no cabe duda que es una obra muy antigua-Según dice la tradición, es obra de San Nico-demo mismo. Imponderable riqueza hay allíen dinero, votos, cabezas, brazos y lámparasde plata, y existen colgadas ofrendas de estemetal tan enormes como calderas; confiesono haber visto cosas parecidas en todos misviajes de los Países Bajos, de Francia y Ale-mania.

La catedral es grande y majestuosa, conuna cúpula exterior é interior preciosísima,y el altar mayor excede á toda ponderaciónposible. La puerta de la ciudad es magnífica,y el puente una gran obra. Considerable no-bleza castellana reside en esta ciudad.

Valladolid, á seis millas de Burgos, ciu-dad principal y célebre en todo el reino deEspaña. Tiene una plaza muy hermosa ylas calles alegres: muchos palacios de princi-pales señores; muy poblada de nobleza deambos sexos, donde viven con todas sus fa-milias; numerosas y magníficas iglesias, y

(1) La historia se refiere á la época de fines del si-glo xrv, en que un matrimonio «de la Villa de Santos,cerca de Wesel y Res, en el arzobispado de Colonia», fue-ron objeto, en au romería á Santiago, de un milagro consu hijo. <No fue un solo gallo asado, como el viajero lorelata, sino también una gallina: ambos resucitaron conplumas blaneas»: lleváronse en procesión á nuestra ca-tedral, dice la Historia de Santo Domingo de la Calzada ..por D. Joseph González Texada, Madrid. J702, in fol., pá-ginas 236-241, y haciendo un rico nicho con su rexa, fren-te del sepulcro del santo (se atribuye el milagro á SantoDomingo de la Calzada, y no á Santiago), que hoy se en-cuentra sobre la puerta de la Torre Mayor, en cuyo frentese pintó el gallo y gallina, los pusieron en él; y como nopodían conservarse así mucho, se ha observado despuésacá tener , este nicho un gallo y una gallina blancos, quese mudan á sus tiempos en memoria del milagro. Deelios llevan plumas los que Misitan al Santo, con quienesha obrad#Dios muchos prodigios.—Acaso el origen deestos dos pájaros toca á los tiempos de los augurios pa-ganos.

(2) Dice la tradición que encontré un mercader den-tro de un cajón, en las aguas del mar, el famoso Cris-to de Bargos.

especialmente el convento de San Pablo de laOrden de Dominicos, cuyo gran bienhechorfue el duque de Lerma: su esposa tienei allísu túmulo; mandó hacer también allí el mo*numento sepulcral para sí mismo y toda sufamilia con lápidas de mérito notable. Lasacristía, ornamentos, monasterio é iglesia,todo en fin, demuestra la generosidad del fa-vorito del rey D. Felipe III, para aquel edifi-cio tan artístico como suntuoso.

León. Entre los otros reinos de Españafigura también el de León, segundo de Cas-tilla, país extraordinariamente árido é im-productivo, cubierto de montañas y rocas, ymuy triste para los que atraviesan eus des-poblados parajes.

La ciudad de León, capital, es antigua; suprincipal iglesia es bastante hermosa; á cua-tro millas de distancia empieza Asturias. Yeste reino de España es tan fastidioso paraun viajero, como aquel de León, y acaso líiásaún; hasta se tiene ganas de escupir atrave-sando sus montañas, rocas y desiertos; loúnico que distrae algo es el mar, que siem-pre está á la vista de aquéllas y éstos, quees menester pasar en las costas.

Oviedo, capital de Asturias, es ciudad anti-gua. Los españoles, como los peregrinos ex-traños, la tienen en mucha veneración, poruna cruz de grandes milagros, que hicie-ron los ángeles, según se dice; muchas reli-quias hay allí, y éstos son los motivos detanto respeto para aquel lugar.

En la costa del mar hay una pequeña ciu-dad (1), pero las enormes rocas cercanas nopermiten que las naves se la acerquen.

Galicia es también un reino de España,pero^obre, desierto, montuoso y agreste¿

Ribadeo es una pequeña ciudad, adondese pasa por un estrecho de mar; está situadaenmedio de inmensas rocas.

Compostela, á cuatro millas de camino,ciudad célebre por el sepulcro de Santiago,Desde una legua de distancia antes de llegará esta ciudad, íbamos á pié. Su iglesia esgrande y hermosa, particularmente el COTO.Santiago Apóstol está bajo de un altar. Estearzobispado es muy rico, y tiene numerosoclero. Los canónigos se visten como carde-nales, de color encarnado, y son en númerode siete. Hay penitenciarios para confesar;peregrinos acuden muchos de todas partes, yde todas las naciones, tanto en Verano comoen Invierno. El hospital, fundación de los

(1) Acaso Gijon.

686 REVISTA EUROPEA.—30 DE NOVIEMBRE DE 1879. NÚM. 301.

Reyes de Castilla, D. Fernando y Doña Isabel,merece admiración: es una obra magnífica ysuntuosa, hecha de piedra, dotada de gran-des recursos y fondos, que tiene siempre á sudisposición. Tiene propia y muy costosa boti-ca, médicos, cirujanos, y puede, indudable-mente, rivalizar con los más primorosos hos-pitales del Cristianismo.

J. LISKE.Traducción de F. R.

(Continuará.)

ESTUDIOS SOBRE ECONOMÍA POLÍTICA

DE LA PROSPERIDAD

(Conclusión.)

La buena distribución délas poblaciones esuna condición esencial de la prosperidad ge-neral, bien que no sea la única; puesto quesea de necesidad la mayor extensión de todoslos progresos que trae en pos de sí la másavanzada civilización, para que puedan utili-zarse todos los elementos que constituyen lariqueza, y para que los siniestros, que proce-den de las eventualidades de la producción, yque no es posible prever, se repartan entremayor número de asociados, á ñn de que lascomarcas por ellos afectadas utilicen, en lamayor medida posible, los recursos de lasque no han padecido; en una palabra, paraque el seguro mutuo del comercio contra se •mejantes siniestros sea más cierto y eficaz.Excusado nos parece añadir que no vemosrepartida la población en ninguna parte en elequilibrio que demanda la mayor prosperidadá que aspiran las sociedades.

En el paralelo que acabamos de hacer en-tre poblaciones densas'y las que contienenpocos pobladores, apenas nos hemos ocupa-do sino de la vida animal; pero es aplicable átodo lo que hace relación á la seguridad y ála existencia moral. No puede haber buenapolicía, ni autoridad bien y equitativamentedesempeñada, ni educación esmerada, dondela población es escasa, porque todas esas co-sas son caras, y es preciso que concurranmuchos á costearlas. Esto explica el por quélas sociedades del Sud-América, cuya pobla-ción es extremadamente rara, no ofrecen tanbuenas condiciones para todo eso como laseuropeas; y de ahí que su anarquía sea per-manente.

LA PROSPERIDAD DE LAS SOCIEDADES DEMANDACIERTA IGUALDAD ECONÓMICA.

Sin embargo de que para nosotros sea in-cuestionable la necesidad de cierta igualdadeconómica, si se ha de aspirar á toda la pros-peridad posible general, prevemos desdeluego que semejante aserto ha de perturbarmuchas convicciones adquiridas en sentidocontrario; para nosotros ese aserto tienetanta fuerza como un teorema matemático.¿No es verdad que, si existiera la igualdadeconómica perfecta, todos habríamos de tra-bajar; qué, por consiguiente, todas las fuer-zas sociales serian empleadas en la produc-ción, y que ésta sería la más abundante po-sible? Cuando las desigualdades son conside-rables, se encuentra la sociedad exactamen-te en el mismo caso que una familia cuyaeconomía particular se halle mal llevada,cuyo lujo exceda proporcionalmente á sus in-gresos, y que, para ser \estida y ocupar ha-bitación elegante, por ejemplo, se priva delalimento necesario. Es indudable que todo loque una sociedad consagra en fuerzas pro-ductivas al lujo, lo sustrae de las que debieraconsagrar á la producción de las cosas deprimera necesidad. A no ser, pues, por eselujo, la producción de esas cosas de primeranecesidad sería mayor; y como el lujo es unefecto ó una consecuencia de la desigualdadde fortunas, es de necesidad, para que la pro-ducción más necesaria sea mayor, es decir,para que el bienestar general ó la prosperi-dad sea mayor, que desaparezcan las des-igualdades que engendran el lujo, ó que seatenúen por lo menos. Eso es lo que dicenuestra proposición, la cual se deduce tam-bién de lo que hemos dicho poco há respectoá la densidad de población.

La igualdad económica se ha presentadocasi siempre ante la opinión pública bajo aus-picios muy desfavorables; cuando no comobandera de partido* acompañada de manifes-taciones amenazadoras, se la ha presentadoenvuelta en consideraciones anubarradas ómísticas, que la comprometían á los ojos delas personas, á las cuales repugna instinti-vamente todo lo que aparezca como utopia.Tal es el destino de todo lo ideal cuando laciencia no ha podido desembarazarle metó-dicamente de la oscuridad que oculta su na-turaleza esencial, de asociarse en el espírituhumano al error y á las pasiones que engen-dran el error.

NÚM. 301. B. ESCUDERO.—ESTUDIOS SOBRE ECONOMÍA POLÍTICA. 687

A poco que se reflexione, se reconoce 'pronto que lo que vamos diciendo de la nece-sidad de cierta igualdad de potencia produc-tiva y de riqueza entre todos los miembrosactivos de una sociedad para la prosperidadgeneral, no es más que una verdad evidenteen sí misma, un truismo, como dice Bastiat,puesto que eso sólo significa que una socie-dad no es rica sino cuando sus miembros loson, y que, cuantos más ricos contenga, másrica será ella. Añadiremos todavía que laproposición siguiente, ridicula en apariencia,es una verdad del mismo género; la miseriano desaparecerá sino cuando los pobres ad-quieran su bienestar. ¿Qué significan, pues,esas proposiciones, si no quiere decirse conellas que la riqueza y la prosperidad de todasociedad son inseparables de cierta igualdadeconómica en todos sus miembros? Dia ven-drá, no lo dudamos, en que el espíritu huma-no no podrá comprender que haya sido preci-so, no ya demostrar, sino solamente enun-ciar tales proposiciones.

La pobreza es necesaria, según la opiniónde muchos; la Escritura dice: habrá siemprepobres; pero aún se va más lejos, puesto quese pretende que la pobreza es necesaria parala salvación de los ricos, á quienes propor-ciona, por medio de la limosna, la ocasión deponerse bien con Dios; á no ser por ella, se-ría más difícil que un rico entrara en el rei-no de los cielo», que un camello por el aguje"ro de una aguja. Nosotros nos permitiremosla libertad de separar del dominio de la cien-cia, así esas opiniones como las autoridadesen que se apoyan. La pobreza es necesariapara los espíritus prevenidos, como la escla-vitud lo era para un Aristóteles ó un Platón,como parece serlo en general, para cualquie-ra que no eleva su espíritu por encima deconsideraciones ajenas á la verdadera cien-cia, todo lo que ha visto siempre. Nosotrosno podemos poner en duda que la igualdadsea, no sólo un ideal racional, sino tambiénun fin práctico, al cual los hombres se apro-ximan cada dia más; y será, según nosotros,la mayor gloria de la ciencia mostrar de an-temano y científicamente su necesidad im-prescindible para la verdadera y sólida pros-peridad social.

Para que una sociedad prospere y se en-riquezca, es preciso, como hemos dicho, quesea suntuosa y densa; sin embargo, si, comoIrlanda antes de 1848, se compone casi ex-clusivamente de agricultores, y consume lamayor parte de sus productos, aunque sean

abundantes siempre (lo que no se ha vistoamas), no por eso dejarán de ser muy limi-tadas sus satisfacciones, y la civilización nose desarrollaría sino en pequeñísima escala.En semejantes condiciones no puede existirotro ideal que el de los cerdos, dado que los;erdos fueran capaces de tener un ideal, esto:s, el de una abundante alimentación. En

honra del espíritu humano, rechazamos se-mejante ideal.

Para que una sociedad sea rica y prospe-re, como hemos dicho también, es preciso quesu población se reparta convenientemente •en agricultores, manufactureros y comer-ciantes; sin embargo, si, así repartida y den-sa cuanto se quiera, no llegare á cambiarcada productor sino lo estrictamente necesa-rio para atender á la subsistencia, la condi-ción de todos sus miembros será mejor sinduda que la de una sociedad compuesta ex-clusivamente de agricultores, pero muy pre-caria y miserable todavía. ¿No vemos todoslos dias que cada industria limita su produc-ción por la impotencia de sus consumidores?¿No vemos que todos los productores son re-cíprocamente consumidores los unos de losotros, y que por ello, potencia de producir ypotencia de consumir es una misma cosa,así para ellos como para la sociedad? Cuáles, pues, lo necesario para que se desarrollola riqueza? Que todos produzcamos y consu-mamos mucho; en otros términos, y perdó-nennos aquellos á quienes hará sonreírnuestra simplicidad, es preciso que todosseamos ricos por medio del trabajo; es pre-ciso, en fin, como lo quiere nuestra proposi-ción^ que la sociedad no presente entre losmiembros que la componen desigualdadeseconómicas muy sensibles.

Sabido es que, comunmente, toda riquezaprocede del trabajo; pero lo es igualmenteque el trabajo no puede desarrollarse en granescala sino cuando cuenta con un consumoabundante; y como en todas partes los tra-bajadores son los consumidores más nume-rosos, es preciso que los trabajadores seanlo más ricos posible para que las sociedadeslo sean. Conocidas son algunas naciones in-dustriales, cuya mayor preocupación es lade buscar mercados, que llevan su fantasía,dispendiosa siempre, cruel muchas veces, áproporcionárselos por la conquista en paíseslejanos, ó por la colonización de desiertos;sin embargo, esas mismas naciones abri-gan en su seno innumerables habitantes queanhelan consumir, y hartos terrenos que po-

ftUVtSTA EUROPEA.—30 DE NOVIKMBKE DE 1879. NÜM. *301.

drian fertilizar. Por lo que á nosotros hace,detestamos toda empresa cuando no la pre-side la libertad, y desconfiamos mucho de losgobiernos en materias económicas; pero silos insensatos gastos que se han hecho enlejanas conquistas y en colonizaciones nomenos insensatas, se hubieran empleado enuna mejora juiciosa délas condiciones en quese encuentran nuestras sociedades, debemoscreer que su prosperidad se hallaría á muchamayor altura.

Se nos dirá quizas: ¿Es indispensable, porventura, la igualdad, ó casi igualdad econó-mica, para que los po"bres consigan Un buenestar y la sociedad se enriquezca? ¿No podriageneralizarse la riqueza sin que desaparecie-ra la desigualdad, adquiriendo un bienestarlos pobres, quedando los ricos como están, óaumentando también su riqueza ? No haycomo forjarse ilusiones á ese respecto; yahemos dicho que el lujo, consecuencia de ladesigualdad de fortunas, es un gran obstácu-lo para que se distribuyan convenientemen-te las fuerzas productivas, y que por consi-guiente se disminuye; es, pues, un obstáculoal desarrollo de la fortuna general. En cuan-to á la hipótesis de que las fuerzas de la pro-ducción, reducidas por el lujo, podrían dar ála vez bienestar al mayor número y opulen-cia al resto, basta para comprender lo quetiene de candidez ver en qué consiste la opu-lencia y cómo se adquiere. La opulenciaconsiste principalmente, en efecto, en la fa-cultad de vivir sobre el trabajo ajeno; porconsiguiente, disminuye la parte de otro enla producción-y pone obstáculo al bienestargeneral. Verdad que el opulento concurre altrabajo de otro por su capital, pero no se re-clama de él ese concurso sino porque faltacapital al que trabaja; si éste tuviera sufi-ciente, no le reclamaría; por lo mismo, nodaria una parte de su producción al que se lopresta, y la opulencia no tendría razón deser á este respecto; y de ahí que el bienestargeneral fuera un obstáculo á la opulencia,como ésta lo es al bienestar general; son,pues, incompatibles. Considerando la mane-ra de llegar á la opulencia, obtenemos elmismo resultado; au origen es debido comun-mente & circunstancias excepcionales que no

' se pueden presentar sino al amparo de ladesigualdad, y que ademas dan ocasión másbien á la traslación que á la producción dela riqueza. El bienestar general haria des-aparecer esas circunstancias, y al mismotiempo desaparecería, por consiguiente, ese

origen de la opulencia; no pueden coexistir,pues, la opulencia y el bienestar general.

¿Quién, dirán todos esos á quienes espan-ta toda novedad, qaión desempeñaría las fun-ciones domésticas, y aun otras más penosas,si todos pudiéramos vivir regularmente pormedio del trabajo? Nada nos preocuparíaesa manifestación de angustia; y añadiremosque, si estuviéramos reducidos ya á vernosrodeados de una familia laboriosa, activa,cariñosa, dividiendo entre sus individuos, sinvergüenza pueril ó tonta, todas las funcionesdomésticas, alejando, por ese medio, del in-terior de nuestro hogar la curiosidad extra-ña y el ejemplo funesto de servilismo contodas sus inmoralidades, repudiando la ocio-sidad, siempre fecunda ea vicios, caprichosy disgustos incurables, en necesidades inmo-deradas y en lastimosos extravíos, bendeci-ríamos la igualdad; y aunque no fuera sinoporque de ese modo se obligaría á trabajar átodos, siempre la bendeciríamos. El trabajo,no nos cansamos de repetirlo, es, necesarioá todos, ricos ó pobres, poderosos ó no. Nosólo es el origen de toda riqueza, sino queagranda la esfera de la inteligencia, alimen-ta la razón, procura los hábitos más precio-sos de orden y de método, y al mismo tiempomoraliza. Cuando no produce directamentela dicha, lo hace indirectamente, ocupandoun puesto en nuestra existencia, que no pue-den ocupar sin él sino pasiones inútiles y pe-ligrosas; ademas, fortifica la salud y propor-ciona al reposo encanto. En fin, conserva ensanta medida el delicioso y sencillo apetitode placeres, que degenera con mucha fre-cuencia, en la ociosidad, en excesos ó en sa-ciedad. Si el trabajo no produce siempre esosresultados, sólo él puede producirlos, y esobasta para ensalzarle y glorificarle.

Malthus, uno de los pensadores á quienesha conmovido más el espectáculo de la mise-ria, y que se ha ocupado de ella con el mayorardor y sinceridad para buscar su causa ysu remedio, se expresa, con motivo de lasdesigualdades económicas, de las teorías deéstas, y de si son ó no necesarias ó prove-chosas, en los términos siguientes:

«El doctor Paley, en el capítulo de su Phi-losophice morale, donde trata dé la poblacióny de las subsistencias, dice que la condiciónmás favorable á la población de un país, y almismo tiempo á su mayor felicidad, es queun pueblo frugal y laborioso emplee su acti-vidad en satisfacer las demandas de una na-ción rica apasionada al lujo. Tal estado de

NÓ*i; 301: B. ESCUDERO, —ESTUDIOS SOBRK ECONOMÍA 689

sociedad, es preciso convenir en ello, no tie-ne nada de atractivo. Sólo la necesidad abso-luta de semejante orden de cosas sería ca-paz de hacérnosle adoptar. Diez millones deindividuo» condenados á un trabajo sin des-canso, con privación de todos los goces queno Sean los precisos, á fin de proporcionar áun millón todas las superfluidades del lujo,sería en verdad un punto de vista muy tristede la perfección á que debe aspirar la socie-dad humana. Pero, felizmente, no es ésa lafóf ma que se le tiene asignada. No es nece-sario que el rico ostente un lujo fuera de me-dida para alimentar las manufacturas, nique el pobre se prive de toda especie de lujoá fin de mantener la población. Las manufac-turas más útiles, ¿>ajo todos aspectos, son lasque usa la masa del pueblo. Las que gastansólo los ricos, no sólo .son monos importan-tes por la cantidad mucho más limitada de sudemanda, sino que tienen el inconveniente deocasionar con frecuencia una gran miseria,por el capricho de la moda á que están su-jetas. Es un lujo moderado y esparcido en to-das las clases del pueblo, y no un lujo exce-sivo en Una, lo útil. Lo que el doctor Paleyvislumbraba como el verdadero mal produ-cido por el lujo, y como el peligro real á queexpone, es precisamente lo que yo vislumbrocomo el verdadero bien que de él puede re-sultáis y come una ventaja particular que áél va unida. Si se conviene en que en toda so-ciedad (que no se halla ¡al estado de colonianueva) e» absolutamente necesario oponeralgún obstáculo al aumento innecesario délapoblación; si la observación nos dice que elgoce del bienestar y el de las comodidadessustrae á muchos de contraer los compromi-sos anexos al matrimonio por el temor deverse privados de esos bienes, se debe con-venir en que no hay ningún obstáculo parael matrimonio, monos perjudicial á la dicha yá la virtud, que ese goce cuando se halla queés general; por consiguiente, es de desear queel lujo, cual acabo: dé interpretarlo, Se esparzaá tóttos. Se observa, generalmente, que el es-tado medio en la sociedad es el mas favora-ble á la industria y á los talentos de todo gé-nero; perO es evidente que todos los hombreslío pueden formar en la clase media. Las su-periores y las inferiores son inevitables, yademas útiles. Si se quitara á las clases laesperanza de elevarse y el temor de descen-der; si el trabajo no llevara en si la recom-pensa, y la indolencia su castigo, desapare-cería la áctividadi deaapareeeJíia el ardo» 6©n

TOMO XIV.

que trabaja cada uno para mejorar su esta-do, que es el principal instrumento'de la pros-peridad pública; pero echando una miradasobre los diversos Estados de Europa, se ob-serva una diferencia considerable en las pro-porciones relativas entre las clases superio-res, las medias y las inferiores que los com-ponen; y, si hemos de juzgar por los efectosque esas diferencias producen, debemos creerque, aumentándose la clase media, se aumen-taría el mejor estar.» Essai sur le príncipe depopulation, lib. IV, ch. 13.

En la última parte de la anterior trascri-cion, parece que Malthus cree en la; necesi-dad y conveniencia de la desigualdad econó-mica, á lin de conservar en todos, ó la espe-ranza de mejorar, de estado, ó el temor deempeorarlo; sin embargo, admite la conve-niencia de aumentar la clase media. O louno, ó lo otro, según nosotros: si es necesa-ria la desigualdad, la clase media no lo es;son incompatibles esas dos necesidades. Pa-ra.conservar el deseo de disfrutar buena sa-lud, ¿son, por ventura, necesarias clases" deexcesiva robustez, y clases débiles, enfermi-zas ó raquíticas? Sabiendo que todo excedoes contrario á la salud, y que lleva tras síun padecimiento, una pena, ¿no basta esopara que, cualquiera que no sea un insen-sato ó pervertido se abstenga de íepetir ex-cesos? Pues lo mismo debe suceder con losexcesos que perturban el bienestar.; El há-bito del bienestar es, paes, el más poderosopreservativo contra lá decadencia? pero elhábito de bienestar moderada y conquistadopor el trabajo, tiene sólo esa saludable^ in-fluen^ia, siü mezcla de vicios eoatrarios.

La desigualdad y la miseria son siempreinseparables; la historia nos lo dice. En laantigüedad, las castas y la esclavitud cons^tituian las más odiosas desigualdades, y,apesar de algunas preocupaciones clásicasá este respecto, la miseria era el patrimoniodélas sociedades antiguas. Hasta el Olimpola coloca en la mitología, . - • , ;<

Para nosotros no hay duda algunaien quela igualdad sea el ideal del espíritu humano^y que todas las fuerzas espontáneas del hom-bre tienden á realizarla. La prueba es que lahallamos en el principio de toda legislación;la igualdad de todos ante la ley, ó Jaoéjorj se-gún nosotros, la igualdad de ¡la ley para to-dos. Hasta en los países que reconocian lascastas se ha observado ése principio, puestoque para cada casta se había establecido unasola ley, ¿Y qu& signiftegi ese principio^ sino

85

690 REVISTA EUROPEA.—30 BE NOVIEMBRE DE, 1879. 301¡,

la necesidad absoluta (para que reine la jus-ticia entre los hombres) de suponerlos á to-dos iguales, bien que no lo sean en realidad?Si se prescinde de esa necesidad, la ley esodiosa: tratar dé aplicarla á la desigualdad,equivaldría á suprimirla, puesto que seríapreciso una para cada individuo, lo cual se-ría absurdo.

Otra prueba: no hay moral posible sin lahipótesis-de la igualdad absoluta entre todos.Tal nos lo demuestra el único precepto demoral verdaderamente universal, que reco-noce: no hagas á otro, etc. Este principio su-pone la homogeneidad más completa de todala especie humana; es decir, la igualdad ab-soluta de todos los hombres; en otro caso, nopodria mandarnos que nos pusiéramos en ellugar de aquel sobre el cual va á recaer nues-tra acción para saber si debemos ó no pro-ceder.

Si la igualdad es tan necesaria que seapreciso suponer su existencia para ser justosy morales en principio, ¿no es natural con-cluir que la humanidad debe esforzarse enrealizarla para ser justa y moral en principioy de hecho? No puede ponerse en duda quetodos en general hagan los mayores esfuer-zos en ese sentido; pero, al mismo tiempo,tampoco puede ponerse en duda la ineficaciade esos esfuerzos, sobre todo, cuando el aná-lisis más severo no ha podido encontrar en-tre los hombres una tendencia contraria tancaracterizada, tan constante, tan necesaria.Muchas veces, es verdad, vemos que la indi-ferencia y la pereza acompañan á la miseria;pero ¿ no acompañan más frecuentementeaún á la opulencia, que es más disipada? Lahumanidad no obedece en su conjunto sinoá fuerzas generales y permanentes, que nopueden proceder sino de necesidades gene-rales y permanentes también; y como la ne-cesidad más general y permanente es sinduda alguna la de su bienestar, y como, porotra parte, esta necesidad es generalmentetanto más imperiosa, cuanto más lejos secree su satisfacción, y tanto menos, cuantose cree más próxima, es de pensar que lasfuerzas que engendra tienden á la igualdaíl yá sus efectos. La historia nos hace ver á lavez esa necesidad enérgica y permanente dela igualdad, y la progresión siempre crecien-te con que se va adquiriendo por el hombre.

«Dos espíritus contrarios, dice M. Re-nouend, se vienen disputando desde tiemposmuy remotos la dirección del mundo: el unohaciendo esfuerzos para conservar, y aun

profundizar, las diferencias que dividen algénero humano; el otro, combatiendo poratenuarlas, y aun destruirlas. La lucha hasufrido fortuna varia; sin embargo, ha sidosostenida con gran tesón, apesar de las vici-situdes y complicaciones que se le han pre-sentado siempre. Se ha. desplegado por am-bas partes gran acción, elevada y baja, he-roica y cobarde, y mucha abnegación y egoís-mo,, y sabiduría y locura, y construcciones yruinas, virtudes y crímenes. Ha habido detodo: honor y vergüenza para unos y otros,para todos; pero la victoria se ha declaradopor la buena causa, por la igualdad.» Du droitindustriel, partie I, chap. 6.°

«Si, á partir del siglo xi, dice Alexis deTocqueville, se examina lo gue ha pasado enFrancia cada cincuenta años, es fácil obser-var que se ha verificado una doble revoluciónen el estado de la sociedad: que muchos no-bles han bajado en la escala social, y quemuchos plebeyos, por el contrario, se hanelevado á la de nobles. Cada medio siglo seaproximan más las dos clases, y bien prontose confundirán. Y esto no es sólo en Franciadonde sucede; á cualquiera parte que dirija-mos la mirada, se percibe la misma revolu-ción, y que continúa en toda la cristiandad-En todas partes han sido favorables á la de-mocracia los diversos incidentes de la vidade los pueblos; todos los hombres han con-tribuido á ello con sus esfuerzos; unos teníanen mira concurrir á que se lograra ese ob-jeto, otros que concurrían sin pensar en ello,éstos que combatían en su favor, aquéllosque se declaraban sus enemigos, todos hanseguido, en confusión hacia el mismo fin, ytodos han trabajado en común: los unos debuena voluntad, los otros á su pesar, cualciegos instrumentos en manos del Creador

El desarrollo gradual de la igualdad de lascondiciones humanas es un hecho providen-cial, puesto que tiene sus principales carac-teres: universalidad, durabilidad, sin quehaya poder humano capaz de evitarlo. Todoslos acontecimientos, como todos los hombres(contribuyen á ese desarrollo.» (De iadémo-cratie en Amerique, Introduetion.)

Mejor que la historia quizas, puede de-mostrarse por la ciencia económica el des-arrollo gradual de la igualdad de condiciones,y, sobre todo, la tendencia de las fuerzas so-ciales á producirlo; no es posible poner esoen duda cuando se reflexionaron algún dete-nimiento en el conjunto de los fenómenosque nos presenta la distribución de la rique-

NÚM; 301. D. ALCALDE PRIETO.^—LA FELtCÍDAD HUMANA. 691

za. Como el principio de la moral y el de lalegislación, con el cual se confunde, pues-to que el fundamento de la justicia econó-mica, el de la distribución, supone la igual-dad de los trabajadores; y si presenta defec-tos en su aplicación, consiste del mismomodo en que los trabajadores no son en rea-lidad iguales. Sin embargo, como remuneramenos á los trabajadores cuya potencia pro-ductiva es menor, sin tener en cuenta susnecesidades, los estimula enérgicamente ála igualdad.

Creo, dice Bastiat, que la invencible ten-dencia social es la de aproximarse constan-temente los hombres hacia un nivel comúnfísico, intelectual y moral, al mismo tiempoque hacia una elevación progresiva ó indefi-nida de ese nivel. Y añade en el cap. 3." delas armonías: suponiendo que haya existidoese estado llamado estado de naturaleza,¿por qué serie de ideas Rousseau y sus adep-tos han llegado á colocar en él la igualdad?

Más tarde veremqs que es, como la ri-queza, la libertad, la fraternidad y la utilidad,no el punto de partida, sino el fin, que surgedel desarrollo natural de las sociedades. Lasociedad no se aleja, tiende hacia él.

Así, pues, es una necesidad que los hom-bres se igualen en condiciones para que lamoral y la justicia se perfeccionen, comolo es para que lleguen en común á una verda-dera prosperidad, y sobre todo para que nopueda alcanzarles la más horrorosa miseria.¡Podrá creerse que semejante 'necesidad nosea sino una ilusión! ¡Jamas ha podido soñarél espíritu humano cofi un ideal que se im-ponga á la razón con tan poderosos motivos!

B. ESCUDERO.

LA FELICIDAD HUMANA

CUADRO DE COSTUMBRES

(Continuación.)

»Se habia educado en un convento, des-pués habia viajado con sus padres, conclu-yendo, haría unos seis meses, por establecer-se en el castillo patrimonial, restaurado yreformado en residencia definitiva. La se-ñora, ociosa, y por consiguiente ávida dedistracciones, hubiera deseado llevar á sucasa á todos los habitantes de la poblaciónvecina; pero su marido se negó constante-

menté á ello, con lo cual se libraba de la in-quisición vecinal; pero, como en todo los sis-temas absolutos son los más intolerantes, lareserva del señor Laflor produjo á su familiamás enemistades que el vicio ó el crimen enotras. Los habitantes se ocuparon de ellosmás de lo regular, comentaron y criticaronsus hechos, y aun sus gustos, y les sometie-ron á un espionaje tan continuo é ingenioso,que de ello debían deducir lo que no existiani jamas habia existido.

»Mi padre seguía una conducta completa-mente opuesta; sin aceptar ciertas costum-bres que encontraba despreciables, sin-to-mar parte en el común botin de anécdotasmás ó menos exactas, de hechos más ó me-nos desnaturalizados que se recogían eñ to-das direcciones, habia obseryado la conductade no combatir inútilmente ninguna vanidadó pretensión, y de sostener con sus vecinosbuenas relaciones, sin, ser visitero, ni con-currir á reuniones, ni aceptar, sobre todd,ninguna de esas quejas microscópicas, peroenvenenadas, que podían dividir á los habi-tantes del país.

»La similitud en la educación es lo quemás aproxima á los hombres, mucho másque la conformidad de opiniones, de origen,posición ó fortuna. Mi padre, más instruidoy mejor educado que el señor Laflor, era másconocido y apreciado en el país. Sin embargo,la simpatía fue mutua, y se proyectaron fre-cuentes relaciones. '

«Aquel dia insistimos por que realizasensu proyectado paseo, y, efectivamente, mon- _taron á caballo y nos acompañaron granpartííkde nuestro camino.

»A muy corta distancia del castillo, nossaludó un hombre vestido modestamente décazador. Llevaba á la espalda su-escopeta, yen las manos un libro. El cultivo de las letrasse ha considerado siempre contrarío al gustóde la caza, Nemrod pasó por un estúpido, éHipólito, ese feroz éazador, era, á creer latradición, un personaje inculto. El. cazadordescubrió al saludarnos una cabeza gris yuna fisonomía cuya expresión era agradableé inteligente. Le contestamos afectuosa-mente.

—¿Conocéis á ese cazador tan amableí—preguntó mi padre á Laflor.

—Le encuentro algunas veces, y sólo séque se llama Martin.

—Me parece que es el nuevo juez. Al llegarme hizo una visita, que le devolví; despuéspartí á buscar a mi hija, y no he vuelto á sa-

692 RBV!»TA< EUROPEA.-—30 DE NOVIEMBRE DE 1$79 .

bér de él. Está easadOj y pues continúa, pre-sentaré mi hija á su esposa.

—¡Ahí—dijo Laflor con cierto desprecio.—Mirad lo que hacéis; ese señor está bien edu-cado, y su presencia le abona, pero su mu-jer... ¿Conocéis á su mujer?

—No.—Pues no puedo menos de decir todo lo

contrario de ella. Representa la absoluta yamarilla envidia; tiene mala cara,y peoreshechos. He renunciado á tratar al maridopor no ver á la mujer.

—No llevo intención alguna al visitarles,—respondió mi padre;—no provocaré relacionesíntimas, pero no las rechazaré. Acaso la opi-nión de usted sea injusta, puesto que no lafunda más que en que esa señora tiene lacara amarilla.

—Mis primeras impresiones no me enga-ñan jamas,—dijo Laflor sonriendo,—y desdela primera vez que la vi he procurado evitar-la. No puede usted figurarse las veces queme he arrepentido de haber escuchado esavoz que el hombre llama razón, despreciando'las misteriosas advertencias del instinto, queno es sino la conciencia de un peligro, lapresencia del mal que nos puede acaecer.Ahí tiene usted por qué me hallo dispuestoesta vez á seguir su dictamen. Dicha señorame parece muy vulgar, y aun creo que pasasu vida ocupándose del prójimo más de lodebido.

^Magdalena y yo no nos ocupábamos denada; me prometió ser mi cicerone desde elmomento que supiera montar, y llevarme ácontemplar sus paisajes favoritos. Por finnos separamos.

»Las visitas al castillo se reprodujeroncon frecuencia, y como esperaba, nuestrasrelaciones se hicieron íntimas. El Sr. Laflorse ocupaba poco de su hija; le daba una granlibertad que Magdalena empleaba en mi ob-sequio. En nuestras excursiones encontrá-bamos muchas veces al señor Martin. Sucompañía era agradable y sencilla; apesarde su edad, se entregaba fácilmente á exce-sos románticos; era muy solícito; si nos re-tardábamos algo, al momento se presentabapara servirnos de escolta; si manifestábamosdeseos de leer un libro, enseguida nos le re-mitia á casa; pero lo que puso el sello dé sussimpatías por nosotras fue su conformidadcon nuestros" gustos musicales.

»En esto Magdalena, apesar de toda suinstrucción, no tenía ningún talento; yo ha-biia tenido buenos profesores, y cuando el

señor Martin^ tan apasionado á la música,descubrió el culto que yo profesaba á su artefavorito, dirigió á mi padre indirectas tales,que hubiera sido sucio ó imperdonable recha-zarle. Mi padre me presentó un dia en casade la señora de Martin.

»Este señor hacía treinta años $e habiacasado con una linda joven, perteneciente áá la clase media, y que por lo mismo no tuvomuchas ocasiones de brillar y dominar. Va-nidosa y falta de inteligencia, las decepcionesacumularon en ella un descontento y amar-gura tal, que degeneró en una envidia insi-diosa. Joven, envidió y á,un detestó á las quedisponían de una fortuna ó de una posiciónsuperior á la suya; cuando la juventud des-apareció, llevándose su belleza, llegó á abo-rrecer, no sólo á las mujeres ricas ó de másposición, sino á las más jóvenes y más her-mosas, número que, como era natural, au-mentaba diariamente. En vez de hacer agra-dable la existencia á su marido, que aunquemodesta superaba por encima de las espe-ranzas que debia abrigar, se ocupaba única-mente en gastar y desplegar un lujo que ha-cian su mayor acusación. Midiendo su ambi-ción, no por su mérito, sino por sus preten-siones, se consideraba burlada. Las inclina-ciones sencillas y elevadas de su marido lamartirizaban.

»Este era feliz con sus libros y procesos,y ella no se lo perdonaba; impotente paracomprender, dada su vulgar, inteligencia éinferioridad de carácter, ya que no partici-paba de los pasatiempos favoritos del marjrdo, los creia¡ despreciables; y no pa,só muchosin considerarse víctima expiatoria de laspueriles inclinaciones de aquél.

»Hubiera preferido que las horas que em-pleaba con Cervantes, Mariana, Lope, Calde-rón, Garcilaso, Balmes y otros, las aprove-chase en hacer antesalas y arrastrarse cer-ca de los que pudieran elevarle y protegerle;pero el señor Martin, satisfecho con su me-dianía y sin hijos... hubiese vivido tranquilosi la ambición y envidia que corrompía elalma de su mujer no hubieran alterado ácada paso la paz doméstica... ¿Qué importaná la mujer esas cualidades cuando se halladispuesta á preferir la brutalidad á la edu-cación, á renegar de la inteligencia si no pro-duce dinero, y á despreciar al marido por lasbellas y eruditas inclinaciones que tanto de-bieran realzarle á sus ojos?

»Verdad es que la elevación de miras nopuede sostenerse sin la fuerza que la acom-

NÓM. 301. D. ALCALDE PRIETO.-rLA FELICIDAD HUMAN*.

paña, y desgraciadamente el señor Martintenía un carácter débil. A fin de lograr suconstante objeto, es decir, la paz doméstica,hizo todo género de concesiones; para evitardegradantes violencias y grosero lenguaje,para economizar su oido... y su vajilla, víc-timas frecuentes de aquella mujer, cometióalgunas bajezas inútiles; pero á cada nuevaconcesión nuevas exigencias y más despre-cio del que aspiraba obtener la paz por estemedio, ignorando ú olvidando que la fuerzaunida á la equidad y bondad son las únicasque pueden alcanzar esa paz, que es el biensupremo.

»La señora de Martin no aparecía en elprimer momento tal como era. Los observa-dores superficiales le concedían voluntaria-mente los efectos de la apariencia, la creían,por ejemplo, dulce y pacífica, y era todo locontrario; así como los que no se dejabandominar por el exterior examinaban condesconfianza los biliosos rasgos de su fisono-mía, el estado metálico de su dura y febrilmirada, las abonadas nubes de una lucidacabellera, y... desconfiaban.

»A falta de experiencia, el instinto revela-dor de que hablaba el señor Laflor me pusoen guardia, y debo confesar que por más que.hice no pude extender á aquella mujer lasimpatía que el marido me inspiraba. Aqué-lla nos recibió con cierta frialdad, y éste concariño. La casa que habitaban se hallaba enla extremidad de uno de los barrios del pue-blo, que se hallaba á una hora de distanciadel nuestro.

«Apesar de su edad, Martin tenía el almaardiente y sencilla de un niño. La experien-cia nada le enseñaba, y desde nuestra primervisita formó mil prpyectos y se hizo mil ilu-siones. Tocaba bien el violin, y entreveía unaserie sucesiva de dúos y aun de trios, puestoque uno de los amigos del pueblo tocaba elvioloncellp. Si las reuniones agradables sonpasibles, no contaba con la inevitable in-tervención de ciertos caracteres, que las ha-cen quiméricas ó imposibles las más de lasveces.

»E1 señor Martin empleaba sus ratos des-ocupados en el campo; feliz con un dia her-moso, gozando con un efecto de sol que seperdía en el horizonte, admiraba al mismotiempo las ñores, los árboles y las aves quecantaban sin cesar. La caza era un motivoinocente, un pretexto para sus solitarios pa-seos. La noche la empleaba en recibir á algu-nas personas que iban á pasar el rato; la se-

ñora se atribuía este honor, cuando sólo lasllevábala amable conversación del marido.

«Viudo mi padre, y niña todavía yo, ad-quirimos la costumbre de asistir mucha»noches á sus reuniones. La amistad de laseñora no era atractiva, pero no había fltirqueta; se hablaba libremente, y padre apre-ciaba á muchos de los concurrentes por sudistinguida conversación.

«Más: defendía á aquella señora, supornióndola una mujer de obtusa inteligencia,pero inofensiva. Sin embargo, todos sus es-fuerzos eran inútiles. Los señores Laflor. pa-garon con dos tarjetas la visita que los deMartin les hicieron. Es verdad que este* pro-ceder no era j usto, pero, como todos los dasu índole, no tenía más. importancia que laque se le quería dar. Las almas elevadastienen la dignidad necesaria para no sufrirpor semejantes pequeneces, puesto que áellas no alcanzan las heridas que atañenúnicamente á la caridad.

»Laflor encontró al señor Martin, y le ma-nifestó que la delicada salud de su señora léimpedia toda clase de relaciones en B\ mun-do; excusa que éste aceptó, pero no su seño-ra. El proceder de los señores de Laflor que-dó grabado profundamente en su insidiospy envenenado corazón.

«Esta época de mi existencia forma un re-cuerdo de imperecedera memoria. La amis-tad de Magdalena epa suficiente por sí sol»para satisfacer mi alma. Tierna, ingeniosa óinfatigable en sus delicadas manifestaciones,si el heroísmo hubiese sido compatible connuestro modo de vivir, hubiera formado elverdadero elemento de su apasionado co-razón.

»Mi padre estaba satisfecho de nuestrasrelaciones, y los dias pasaban dulcemente»,sin siquiera sospechar en la animosidad ymalquerencia que se dejaba notar en aque-lla inolvidable señora.

»Su marido trataba íntimameote á Mag-dalena, pues que era mi compañera de ex-cursiones y paseos. Aquella naturaleza poé-tica y privilegiada conquistó laa simpatíasde Martin, y á las dos nos sepvia de caballe-ro andante.

»Pocos dias después de mi Uegadft, padrerecibió la visita del hijo de uno de sus ami-gos, el joven Villena.»

—¿El padre de Enrique?—preguntó Eduar-do, g.1 mismo tiempo <|ue Cecilia levantabavivamente la cabeza.

—Sí, ©1 padre de vuestro amigo; el suyo

REVISTA EUROPEA — 30 DE NOVIEMBRE DÉ 1879. NÚM. 301.

fue diputado y acababa de morir en Madrid;Villena habia viajado y hecho brillantes es-tudios; pero habia resuelto, contando gozarcon la influencia de su familia en la provin-cia, establecerse en ella y fundar una nuevafabricación. Aunque rico, no se creia autori-zado para vivir ocioso.

»Fue presentado en casa del señor Mar-tin y acogido por la señera con mucho gusto.¡Hijo de un diputado! Al pronunciar estaspalabras, el aire parecía conmoverse. jOhlEra una felicidad recibir en su casa á aquelrico personaje, centro de todas las miradasmaternales en muchas leguas á la redonda.¡Qué* elogios tan constantes prodigaba á lainteligencia, al juicio, capacidad y buenasmaneras de tan apuesto doncel!... Y aquelloselogios la servían de proyectiles para ator-mentar á su marido. ]Qué hábil fue aquel di-putado! ¡Nunca se empequeñeció leyendo li-bros viejos y carcomidos, ni perdió el tiempocon desvarios y extravagancias pueriles, nidejó de cultivar poderosas relaciones en cam-bio de las de advenedizos miserables!

«Aquellas piedras lanzadas contra el se-ñor Martin solían de rechazo alcanzarnos átodos. Las alusiones eran á veces tan tras-parentes que no dejaban duda de ningún gé-nero; pero amábamos sinceramente al señorMartin, y conocíamos demasiado á su mujerpara contentarnos con hacer el sacrificio derecibir los tiros de este genio díscolo y pen-denciero.

•Cuando Villena iba á su casa, era objetode los más solícitos cuidados y de las aten-ciones más aduladoras; vulgar y conocidoes ese tipo de ama de casa, falto de inteli-gencia y carácter y sobrado de malicia é hi-pocresía, que, cual si obedeciese á un casti-go, gira alrededor de todo lo que reluce, y seaparta de aquéllos que supone no despidentanto brillo.

»Ya habíamos experimentado más de unavez los efectos de su hostilidad, pero cuandoestábamos á punto de cambiar una miradade inteligencia mi padre y yo, encontrábamoslos suplicantes ojos del marido que nos des-armaban, como pidiendo paciencia é indul-gencia, y aun alguna vez hizo vagas alusio-nes á síntomas de una especie de enferme-dad, que le causaban serios disgustos.

»E1 señor Martin quería á mi padre conextremo, lo cual no agradaba á su mujer. Vi-llena me pareció un joven instruido, inteli-gente, un joven completo. Su presencia meagradaba tanto que no me cuidaba de la có-

lera de aquella señora; los dardos que melanzaba caían destrozados é impotentes lejosde mí. No conocía aún de lo que es capaz elodio de Una mujer perversa. A costa mia de-bia aprenderlo.

»E1 resto de aquel verano lo pasamos enuna alternativa de calma y sordas tempes-tades que no llegaron á estallar. Como casiconocíamos á la citada señora, no era fácilcomprender los verdaderos móviles que laimpulsaban, y aceptamos las semi-explica •ciones del marido; en una palabra, la juzga-mos, si no loca, expuesta á ello por las con-trariedades de su bastardo genio; y la amis-tad y aun la conciencia nos decidió á despre-ciar lo que en otro concepto hubiese sido cau-sa de graves y borrascosas luchas.

«Notabilísimo es el hecho de que en elmundo se domine más por los defectos quepor las buenas cualidades. Aquella mujer, deinnobles inclinaciones, de talento escaso yde conciencia muda, ejercía sobre los que larodeaban una especie de terrorismo. Peroeste ejemplo, como otros muchos que pudie-ran citarse, debe servir á los que por sus in-clinaciones pretendieran imitarle; pues aundado que impunemente gozase con sus abo-minables sentimientos y hechos en contradel prójimo, es segurísimo que no existiamujer más desgraciada. Todo la hería y tor-turaba; la posición de éste, la prosperidad deaquél, y... sobre todo la belleza de las muje-res más jóvenes que ella. Y como no es posi-ble suprimir de un golpe todas las ventajasque en los demás encontramos, sufría en el'ataque tormentos, que son el justo castigode la envidia, y en las consecuencias el máscompleto desprecio aun de los que creia afec-tos y sujetos por el terror á ella.

«Alguna vez intentamos sostener en nues-tra propia casa las relaciones que nos había-mos creado, pero las súplicas de Martin nosdesarmaron. «Mi mujer está acostumbrada ápresidir, decía, y si nos trasladamos, lo va átomar como una usurpación... y su imagina-ción es tan horrible... No, se lo suplico; esta-mos bien aquí. No cambiemos en nada... ten-gan ustedes alguna indulgencia para ese ca-rácter no siempre amable... Les aseguro quees buena en el fondo... y que les aprecia.»

«Padre accedió á sus deseos á medias,pues no renunció á la idea de reunir en sucasa algunos amigos... y el Sr. Villena, aña-dió Marta con melancólico acento, concurrióá casa poco más ó menos cómo su hijo lo ha-ce en la actualidad.»

NÚMU 3 0 1 . O. ALCALDE PRIETO.—LA FELICIDAD HUMANA. 695;;

A este recuerdo Cecilia volvió la cabezapor algunos momentos.

«Villena no tenía los mismos motivos quenosotros para juzgar y apreciar aquella se-ñora; por una parte, los nombres no son tanobservadores ni tan minuciosos como nos-otras; por otra, juraría que no le disgustabanlos cumplidos y deferencias que con él guar-daba apesar de todas sus condiciones y" ca-rácter.

«Permitidme descansar un momento.»

X

«Yo montaba perfectamente á caballo ydaba frecuentes paseos con mi querida ami-ga Magdalena. Un dia convinimos en ir máslejos que de costumbre para explorar partedel país que aún no habíamos visto. El tiem-po era hermoso y el paseo nos agradó. íba-mos acompañadas de un antiguo criado deMagdalena, á quien mandamos descansarmientras nos alejábamos un poco; él rehusócuanto pudo, pero accediendo á nuestras ins-tancias se apeó, ató la brida á un árbol y seextendió sobre el césped á esperar nuestravuelta, que, como convinimos, sería por elmismo camino.

«Varias veces llamó la atención de Mag-dalena para no prolongar más el paseo, peroel hermoso campo que atravesábamos, elmagnífico prado, la naturaleza con toda sulozanía, todo parecía embriagarla, contes-tando á mis consejos corriendo siempre á ga-lope; yo la seguía, y cuando no tuvimos otroremedio que volver, Magdalena me confesóque ignoraba el camino que debíamos tomar.Aquella situación de princesas errantes mecontrariaba. De repente, Magdalena, que ibade exploradora, se volvió y me dijo sonriendo:

—Nos hemos salvado... anda aprisa y ve-rás un lindo cuadro... Y se lanzó en la direc-ción tomada.

«Cuando yo llegué estaba contemplandouna preciosa casita situada sobre una de lasvertientes del bosquecillo inmediato; delantede la puerta se hallaba sentado un viejo consu blusa del campo, arreglando varios ins-trumentos de jardinería; á su lado se hallabauna mujer de cabello gris, hilando y sonrien-do con su compañero.

— Allí tienes á Filemon y Baucis resuci-tados y vestidos de aldeanos modernos,—medijo Magdalena.

—Siempre que nos indiquen el camino...— | Cuan pobre y pequeña es la previsión

humanal—exclamó Magdalena.—Ella; emponrzona los goces, paralízalas visiones más poé-ticas, turba la alegría déla vida, sustituye eltemor y la aprensión á la seguridad y con-,fianza! Y si nó, vé lo que pasa; yo admiro esegrupo y tú no puedes por la inquietud que tedevora... ¡Ah, utilitarial—añadió dirigiéndo-me una mirada de compasión.

—Bien,—le respondí;—pero si esa previsiónque desprecias es exagerada, tuya es la res-ponsabilidad; ademas, preciso es que tengaalgo de lo que á tí te falta, si ha de haber:compensación... Y obligué á mi caballo á que,descendiendo por una pendiente bastante es-carpada, llegásemos al rústico cerro qué de-lante de la casa habia.

»Filemon, como llamó mi compañera alviejo, levantó la cabeza, y al vernos se ade-lantó con la gorra en la mano.

— ¿Cómo por aquí, mis bellas señoritas?—nos preguntó sonriendo.—¿Se han perdido us-tedes?

—Sí, señor,—le contestó admirada al en-contrar al pió de aquella choza un hombre detan buenas maneras.—Me llamo Marta Gil;mi casa está cerca del inmediato pueblo: uncriado nos espera en un sitio que se llama...

—El coto de la Encina,—dijo Magdalena. ,—Y no sabemos qué camino tomar para

reunimos con ese criado, que ya estará im-,paciente. ¿Nos hará usted el favor de indicarel camino que deberemos seguir?

—¡Oh! Sí; pero antes entrad, señoritas.—Yabrió las puertas de su casa.

—Guacias. ¡Qué bueno es usted! . ;—Un momento, señoritas,—dijo Ana ade-

lantándose para apoyar la invitación de sumarido.—Les proporcionaremos un guía queponga á ustedes en cinco minutos en el cerrode la Encina; pero, entretanto, las ruegoacepten nuestra invitación.

—Entremos,—me dijo Magdalena.»Era imposible la resistencia; en un "mo-

mento nos encontrábamos sentadas en elcancel de la puerta y alredador de una mesi-:ta de madera cubierta con un mantel muy:blanco, y dos vasos de leche exquisita. "

»En tanto el viejo, con una especie de trom-pa, parecida á la que usan los pastores sui-=zos, tocó de una manera original, y, contes-tado desde lejos, se vino á sentar á nuestralado, diciendo: ;

—Ya viene el hijo, y dentro de algunosinstantes podrá acompañarlas al sitio dondeespera el criado.

s>Con el apetito propio de la edad,

ÉtíftdKÁ.—30 ÉfE ÑÓVlfikBRE DÉ 1879. 301.

mos aquel frugal pera delicado obsequio. Lasatisfacción de aquellos esposos se revelabaen Sus fisonomías; ambos parecían destina-dos el uno para el otro; notamos, sin embar-go, cierta tristeza que desaparecía pronto,como desaparecen en un bello lago los movi-mientos que accidentalmente turban su ordi-naria tranquilidad; á la señal que su maridola hizo, procuró explicarnos lo que habíamosnotado, dicióndonos con natural orgullo:

-—¡Es mi hijo... el único que me queda de sie-te qntó Dios nos dio!—Y bajó la voz al pronun-ciar estas últimas palabras, oomo para reco-mendarnos el silencio ante la presencia de sumarido; á seguida, y dominada por la impa-ciencia maternal, fue con su esposo á mirarpor el lado que su hijo debia venir.

«Quedamos solas, y aproveché este mo-mento para decir á Magdalena que sería me-jor no esperar á aquel joven. Esta se encogióde hombros, y me dijo:

—¿Quién te ha dicho que sea joven con unospadres tan viejos? Y aunque lo sea, ¿es cen-surable qme un aldeano nos enseñe y acom-pañe?

—¿Estás segura de que son aldeanos? Meparece que tienen maneras muy distingui-das para sencillos aldeanos.

—Pues no lo comprendo,—respondió Mag-dalena.—A la verdad que esto me interesa yentusiasma^ ¡Qué choza tan poética! ¡cuántodeben amarse! [qué felices deben ser!

»Una alegre exclamación nos reveló quenuestros huéspedes habían divisado á suhijo, y así era; an joven vestido como su pa-dre exclamaba desde lejos: «¡Allá voy! ¿Quéocurre?»

«Llegó y nos encontramos con un guía degraciosa apostara, regular fisonomía, bue-nas maneras, y que muy cortesmente se pu-so á nuestras órdenes. Al tiempo de partir,mi amiga se dirigió á los ancianos:

^-Ya conocéis á ésta,—les dijo;—yo me lla-mo Magdalena Laflor; ¿nos harán ustedes elfavor de decirnos sus nombres y ser nues-tros amigos?

»La mujer dirigió una singular mirada almarido, pero éste, afectando no entenderla,contestó sin alterarse:

—Me llamó Piñón, simple labrador; soy unpoco más feliz que otros, porque nuestros bie-nes son un tanto mayores. Mi hijo es militar,y se halla entre nosotros eon licencia.

»La señora Piñón posó dulcemente sumano sobre el hombro de Magdalena, y le

—Procure usted nO dar un disgusto á sufamilia contándole la hospitalidad que leshemos dado.

«Magdalena experimentó una viva sor-presa, pero temiendo ser imprudentes, nonos atrevimos á preguntar.

—Si ustedes gustan volvetf,—añadió Piñónayudándonos á montar,—nos dispensaránun singular favor honrando esta pobre casa.

«Escoltadas por Pablo Piñón, vimos queprocedía como una persona bien nacida yeducada; algunos rasgos de la conversaciónentrecortada que sostuvimos , confirmaronlos antecedentes que ya habíamos adqui-rido.

»E1 criado de Magdalena tuvo la pacienciade esperar, y no bien nos reunimos á él, Pa-blo se despidió políticamente. A corta dis-tancia oimos las primeras notas del aria queBasilio canta en el Barbero, la calumnia é unventieello. Jamas he olvidado esa Singularcoincidencia, esa melodía escogida al acaso,y que el eco del bosque nos enviaba cpmo unconsejo, desgraciadamente inútil.

«Desde que nos vimos solas galopando endirección de nuestra casa, Magdalena seentregó á suposiciones románticas sobreaquellos tres personajes; sobre el contrasteentre su apariencia y su educación y el mis-terioso lazo que les unia al señor' Laflor, ysobre el por qué de su recomendado silencio,silencio que, á la verdad, á mí me hacía daño.

«Siempre he creido que la oscuridad es unenemigo peligroso, que la luz es la protecto-ra, el poderoso aliadlo de todos los corazonesrectos, de aquellos genios que de nadie ni pornada se tienen que ocultar. Y si, desgracia-damente, no siempre puede decirse flat lux...si las tinieblas que la maledicencia amontonaá veces sobre tal fase de nuestra existenciano siempre las podemos disipar, al menosdebemos hacer resaltar nuestras aceionesá la clara luz del sol. Yo no tenia interés encallar, y por consiguiente corttaria á mi pa-dre lo acaecido^ y aconsejaba á Magdalenahiciese lo mismo, pero no era el juicio unade sus facultades más distinguidas; mirabacon exageración cuanto se referia á unacuestión de delicadeza; hubiera sido para ellauna indiscreción imperdonable faltar á la sú-plica de la señora Piñón, y me aseguró guar-daría silencio.

«Villena comia con nosotros aquel dia.Llegué algo tarde, me apresuré á arreglar-me, y no tuve tiempo de dar á mi padrecuenta de nuestro paseo. Estedia-^continuó

301. O.: ALCALDE PRIETO.—*LA FELICIDAD HpMANA. 697

Marta después de una pausa á fin de afirmarsu voz algo balbuciente—es de eterno re-cuerdo para mí; después de la comida, Villenapidió mi mano, y después de una seria y lar-ga sesión, quedó convenido todo para pasa-dos tres meses. Yo me creia feliz y olvida-ba... ¡ah!... la familia Piñón, y mi resoluciónde contar á padre tal aventura.

»La señora Martin tuvo noticia de mi ca-samiento por el mismo Villena, y me dirigióirónicos plácemes. La mujer sufría los tor-mentos que causa la triste pasión de la envi-dia; pero por aceradas que sus flechas fue-ran, no me tocaban; mi felicidad me hacia in-vulnerable.

»Por otra parte, las jóvenes son intransi-gentes con las que no lo son. Aquella mujergruesa, vieja y amarilla por la envidia, meparecía más grotesca que peligrosa; creia quetodos opinaban lo mismo, y cuando quise ha-blar con mi prometido de ella, me rogó no ad-quiriese el hábito de murmurar.

«Este lenguaje nada me hubiese reveladoá no ser por otras alusiones que indicabanBU verdadera significación.

»La señora de Martin habia adulado mu-cho á Villena, que en apariencia era de ca-rácter firme, y en realidad débil y ligero; ha-bia obtenido su confianza y podia manifes-tarle sus temores, como lo hizo, por la amis-tad que me unía á una joven loca, cuya vidala pasaba leyendo comedias y corriendo solapor los campos.

»Así describía á mi pobre amiga. Su opi-nión era que la mujer que gustaba de la lec-tura tenía necesariamente un cerebro des-encuadernado, una imaginación volcánica ytendencias nada buenas. La señora Martintenía el instinto y la práctica de la calumnia;procuró no acumular de golpe todas sus acu-saciones sobre Magdalena; sabía bien que elespíritu soporta sólo cierta dosis de calum-nia, pero que desde el momento que se acep-ta puede irse aumentando gradualmente, yprocedía así por el vivo interés que la inspi-raba; yo á mi vez candidamente procurabapresentarla á mi prometido bajo aspectosdesfavorables.

«¡Juzgad del efecto que esa coincidenciadebía producirl ¡No tuve valor para insistir,y lo pagué demasiado caro! ¡Creí inoportunoluchar contra las buenas ó malas prevencio-nes de mi futuro, y eso que tenía tiempo decombatirlas!... No sabía que toda debilidad seexpía... y toleré la prevención de Villena con-tra mi amiga.

TOMO XIV.

»No habían pasado quince días, cuandouna noche contó Martin que habia tenido unsingular encuentro. Vagando por el bosque,—dijo,—oí á lo lejos una hermosa voz de bajoque cantaba la gran aria de las bodas del Fí-garo Non piu andrai; echo á correr, atravie-so el arroyo, me dirijo vía recta como unabala de cañón á mi objeto, á fin de conoceraquella voz que tan bien modulaba, y me .en-cuentro por fin con un individuo vestido dealdeano; entablo conversación, y descubroen él un joven encantador, instruido, bieneducado, un héroe de novela bajo una pobreblusa.

«Aquella narración, me atormentaba, meponia colorada, y no resistía la mirada deVillena, que parecía querer penetrar'en mialma. No tuve valor para intervenir en laconversación y referir nuestro paseo. Creíque ese recuerdo confirmaría las sospechasdespertadas en Villena, y me calló.

—No he acabado,—continuó Martin;—sim-patizamos, y el joven me llevó á su casa, quees una choza encantadora. Su interior es sen-cillo, pero los objetos que contiene demues-tran un gusto delicado y fino; libros, herba-rios, colecciones de insectos... Aquellas gen-tes me conquistaron, y creo que me quedocon ellas, á no reclamarme mí mujer. ¿Quié-nes son, señor Gil?

—¿Cómo se llama el dueño de esa casa?—preguntó mi padre riendo.

—Piñón.—No me es completamente desconocido ese

apellido... Me parece qué un tal Piñón, de es-casa fortuna, se casó hace mucho tiempocon una parienta de nuestro vecino él señorLafloi\"» ! ,

—Eso debe ser,—exclamó yo muy aturdida.—¿La conoces?—me preguntó Villena, que

no habia cesado de mirarme.—No; el señor Martin ha dicho que esa»

personas eran muy finas, — respondí, balbu-ceando y como avergonzada.

—Ya caigo,—exclamó mi padre como ha-ciendo un esfuerzo mnemotécnico;—e§a se-ñora de Piñón es paríénta de Laflqr, y eratan hermosa como,pobre. Laflor quiso ca-sarse con ella, pero ella prefirió á Piñón. Élno se lo ha perdonado jamas, pues según de-talles repetidos por todos, pero cuya exacti-tud ó probabilidad no es posible determinar,median también algunos papeles que Laflorquería poseer y que no poseerá ya. Piñón esun sor muy singular, misántropo; y servicial.Separados de la sociedad, nadie se ocupa de

86

REVISTA EUROPEA.—30 DE NOVIEMBRE BE 1879. NÚM. 3Qt.

ellos, y aun yo mismo habia olvidado esa an-tigua historia.

»A1 siguiente dia fui á ver á mi amiga, yla conversación recayó naturalmente sobreeste asunto. Le contó mi turbación y mi sen-timiento de no haber contado á padre nues-tro encuentro con aquella gente. Magdalenano hacía más que reir y preguntarme cuan-tos detalles habia oido á mi padre. Ignorabacuan útil es saber callar á tiempo, y cometíuna gravísima indiscreción contándola cuan-to habia dicho mi padre sobre Piñón y Laflor.Magdalena se mostró taciturna y escuchócon distracción la parte de necedades que sereferiari á mi casamiento.

«Entretenida con los preparativos de boda,y arrastrada por las circunstancias que ro-dean á las jóvenes en semejantes casos y enun período en que cambian ó se suspendennuestros hábitos y sentimientos, habia vistopocas veces á Magdalena en el mes siguien-te. Por su parte, ésta *me evitaba algo. Laamistad descansa, en efecto, sobre el mutuodeseo de comunicarse; pero cuando éste sedebilita por una parte, cualquiera que sea elmotivó, no tarda en enfriarse por la otra;los esfuerzos aislados no son bastante paraalimentarla y sostenerla. Tal era la razón depor qué la amistad de Laflor y mi padre erasimpática, pero no íntima. Aquél no habiaquerido unirse al pequeño círculo que nos ro-deaba.

»Una mañana llegó Magdalena á mi casa,y cerrando tras sí la puerta de mi cuarto,me anunció que tenía muchas cosas que con-tarme.

—Habla;—le dije.—¿Vas á casarte también?—¡Oh! No,—me contestó encogiéndose de

hombros;—otros son mis proyectos. Has desaber que he vuelto á visitar á la familiaPiñón.

—¿Y has vuelto sola?—¿Pues quién me habia de acompañar?

Cuanto me contaste me atormentaba dema-siado; veia una especie de misterio, en fin,quería saber por qué la señora Piñón mehizo aquella recomendación.

—Magdalena, eso me parece imprudente...¿No has pensado en esa aventura... no hasreflexionado que te exponías á disgustar átus padres, quizá á afligirles?

—Pues sí, sólo el ardiente deseo de ser útilá mis padres me decidió, y cuando así seobra, ni hay miedo ni puede haber extravío.

—Perdóname si no me conformo con tuerrónea opinión. Es muy laudable exponerse

cuando la abnegación es útil, cuando clara-mente se ven los resultados. Pero ¿qué ries-go ha de correr tu padre? Y en tal caso, ¿áquién corresponde evitarlo? Pero en tu faltade experiencia, ya que ignoras los hechos,¿tratas de sostener relaciones que tienes quenegar? Permíteme que te diga que tu con-ducta me aflige.

—Suponía lo que me habías de decir,—res-pondió Magdalena con mucha calma;—peromi padre hace tiempo que no es dichoso; ydesde que me referiste aquel fragmento deuna antigua historia, no pude menos de pen-sar en el disgusto que le domina; me propu-se, pues, destruir esa espina que pareceatormentarle constantemente; por eso hevuelto á ver á Piñón.

—Pero, por Dios,—exclamó con impacien-cia,—¿á qué construir toda una novela, aproxi-mando datos que nada tienen de común? ¿Tupadre no pudo verse humillado, y conservaralgún disgusto desde el dia que fuó poster-gado á un infeliz obrero? Y el carácter, ¿tie-ne nada que ver con antiguas historias?

—Posible es,—respondió Magdalena;—peroyo me digo: «en la duda, no te abstengas».

—¿Y estás segura de que tu mismo padreapruebe lo hecho?... Y por fin, ¿qué es lo quehas logrado?

—Hasta el presente poco ó nada, lo confie-so. En las visitas que he hecho he sido bienrecibida por la familia Piñón, y nada más.El hijo me acompaña hasta el cercado de laEncina, en donde me espera el criado.

—Muy expuesto me parece todo eso, Mag-dalena. Y el criado ¿qué juzga de tan miste-riosos paseos?

—¿Quién, Juan? No le conoces aún. Es ro-mo de inteligencia, incapaz de todo. Le he di-cho que voy á ensayarme en botánica paraayudar á mi padre en una obra que escribesobre esta ciencia.

— ¡Mentir... desfigurar tus propias ac-ciones!

—Penoso es, pero algo debe hacerse al pro-curar un bien.

—No, Magdalena; partes de un principiofalso. Tú no tienes necesidad de mezclarteen esa clase de asuntos, y ni tú ni yo posee-mos la experiencia necesaria para obrar sinconsentimiento paterno.

»La hermosa fisonomía de mi amiga tomócierto tinte melancólico y frió; sus mejillasme decían claramente que su melancolía eraocasionada por mi decepción; veia su sufri-miento, comprendía que su alma rechazaba,

301. D. ALCALDE PRIETO.—LA FELICIDAD HUMANA. 699

no soló el mal, sino los cálculos prudentes ypersonales... y la quería tanto, que empecéá dejarme ganar por su generosa impru-dencia.

—¿Y no has obtenido nada de Piñón?—En mi última visita estuve sola con su

mujer más de una hora, y la supliqué me di-jese con franqueza el motivo de recomendar-me el silencio, y el resultado fuó negativo.Pero yo no me he dado por vencida,—añadíacon tono altanero;—he hablado á Pablo du-rante el camino, le he manifestado mis pre-ocupaciones; incidentalmente toqué la cues-tión de los papeles... en una palabra, he con-quistado un poderoso aliado; él domina y go-bierna la plaza enemiga, y obtendrá cuantasnoticias necesito. Así me lo ha prometido so-lemnemente. Dentro de un rato daré un pa-seo por el bosque, en él encontraré á PabloPiñón, y sabré lo que su madre se obstina enocultar.

—iTodavía paseos misteriosos!... ¿Qué di-rán si se descubren?

—¿Qué han de decir, Marta? — contestóMagdalena levantando la cabeza y lanzandopor sus ojos rayos de indignación.—En ver-dad que no te conocía; ¡siempre con cálculos!No es amistad la que no está pronta á todogénero de sacrificios y no sabe despreciarjuicios aventurados, propios de comadres yde mujeres callejeras.

—Pues yo me temo te perjudiques inútil-mente.

—Pues sea,—dijo Magdalena levantándo-se;—siempre perferiró el papel de Don Qui-jote al de Sancho Panza, aunque éste repre-sente la razón... Sí tuviera necesidad de tí,dudaría en dirigirme á la amiga.

—¡Magdalenal—Perdón, Margarita; ni sé lo que he dicho.

Tengo necesidad de tu amistad, y te la su-plico, aun á riesgo de alguna necia interpre-tación.

«Así terminamos aquel dia, sin podermedar cuenta de mis impresiones. Temia instin-tivamente los misterios que Magdalena sehabía empeñado descubrir, y al mismo tiem-po era víctima de una vaga inquietud.

»La señora Martin seguía desempeñandola misión para que la naturaleza la habiaformado tan visiblemente. Yo la temia, pormás que no tuviera por qué temerla. Sin po-der hacer ninguna afirmación precisa en apo-yo de mis apreciaciones, creía firmísimamen-te que prevenía á mi futuro; la ternura queéste me manifestaba era constante y formal;

pero se eubria, si así puedo expresarme, conun tinte severo y pedagógico, al paso que suconfianza con aquella mujer aumentaba dia-riamente. ,

«Muchas veces he reflexionado sobre elpoderoso imperio que los corazones malva-dos, aun unidos á espíritus vulgares y pe-queños, ejercen en inteligencias y caracteresinfinitamente superiores. La experiencia meha enseñado algo de lo que antes me parecíainexplicable. Cuando los malvados tienen in-tereses y aspiraciones que realizar, ponen enejecución recursos y tocan resortes desco-nocidos y despreciados por los caracteresfrancos y leales. Estos descansan siempre ensus rectas intenciones, al paso que aquéllostrabajan sin cesar, llamando en su ayuda laadulación, que es el medio más poderoso yeficaz. Si llegamos á conocer su obra, es cuan-do no hay tiempo, porque el mal está yahecho.

»La adulación y las insinuaciones calum-niosas marchan á un fin común; casi siem-pre aseguran el éxito, porque para resistirlese necesita un carácter sencillo y un juiciorecto y firme, y si es raro encontrar esascualidades separadas, es mucho más raro to-davía encontrarlas reunidas. Villena carecíade ellas.

»Lo que aún tengo que deciros lo pruebaevidentemente.

XI»Mi padre tuvo que hacer un viaje, y te-

miendo pudiera prolongarse algunos días, yconviniendo en que no era prudente recibiera .durante su ausencia á Villena, convinimosen qül nos veríamos dos ó tres veces por se-mana en casa de Martin, cuyq señor meacompañaría.

»Dos días después .de marcharse padre,fui á ver á Magdalena, para lo que tenía per-miso, y al verme entrar exclamo alegre-mente: ' .:

—Iba á ir á tu casa, mi querida Marta, miúnica confidenta.

—Confidenta, muchas gracias,—respondíriendo...:—¿Qué, se trata de alguna nueva ni-ñería? :

—No tanto como crees. He hablado con. Pa-blo; va á partir, pues ha recibido la orden deunirse á su regimiento dentro de algunosdías. . . .,

—¡Mejor!... —exclamó involuntariamente.—¿Y por qué? ¿Te importa algo que Pablo

Piñón esté aquí ó en África?

700 EUROPEA.—30 DE NOVIEMBRE DE 1879. NÚM. 301<

—Ya nó sé cómo explicarme:.. Mira, Mag-dalena, me es muy triste verte empeñadaen negocios misteriosos, y más ver de pormedio la figura de un joven.

»La honestidad tiene necesidades que leson exclusivas, y mi pobre amiga, que nuncahabia cometido un acto de coquetería, aco-gió mi observación con sorpresa ó indigna-ción.

D. ALCALDE PRIETO.(Continuará.)

WILHELM MEISTER

PRIMERA PARTS

AÑOS DE APRENDIZAJE

Libro cuarto.

(Continuación.)

La contemplaba hacía bastante tiempocon atención, cuando ella empezó á desper-tarse. Cerró él suavemente los ojos, pero nopudo monos de entornarlos y mirarla denuevo, cuando ella se arregló y salió á pedirel almuerzo.

Todos los comediantes se habían presen-tado sucesivamente en casa de Guillermo, lehabían pedido con más ó monos groseríacartas de recomendación y dinero, que ha»-bian obtenido, con gran descontento de Fili-na. En vano hacía presente á su amigo queel guarda habia dejado igualmente una sumaconsiderable á aquella gente, y que entoncesno hacian más que burlarse de él. A estepropósito tuvieron ambos una acaloradadisputa, y Guillermo declaró de una vez portodas que era preciso que ella se uniera alresto de la compañía y fuera á buscar fortu-na al lado de Serlo.

Por momentos perdía ella la paciencia;luego, súbitamente calmada, exclamó:

—Si encontrara siquiera & mi rübito, enverdad que no me inquietara por vó's.

Aludía á Federico, que habia desaparecidodel campo de batalla, y á quien después nohabia vuelto á ver.

Al dia siguiente por la mañana, Linda sellegó al lecho del enfermo, y le anunció quéFilina se habia marchado por la noche; ha-bía dejado y ordenado en el aposento próxi-mo cuanto era propiedad de Guillermo.Pronto éste notó su ausencia. Perdía en ella

una guardiana fiel, una compañera alegre;ya no estaba acostumbrado á. verse solo.IJero Linda llenó pronto este vacio.

Desde que la ligera joven rodeaba'al he-rido de amistosos cuidados, la pequeña sehabia retirado poco á poco, y habia perma-necido silenciosa; pero ahora que el campovolvía á estar libre, reapareció con su vigi-lancia y su amor; mostróse diligente en ser-virle, y alegre para distraerle.

CAPÍTULO XI.

La curación avanzaba rápida. Él esperabaque dentro de algunos dias podría empren-der de nuevo un viaje. No quería continuarsin objeto, por así decirlo, una vida indolen-te; en adelante, una marcha razonada debiamarcar su camino. Qúeria primeramentevolver á hallar á sus nobles bienhechores,para expresarles su reconocimiento; despuésunirse de nuevo á su amigo el director, á finde cuidar lo mejor que pudiera por los inte-reses de la infortunada compañía, y al mis-mo tiempo ir á visitar á los corresponsales áquienes estaba anunciado y arreglar losasuntos cuyo encargo tenía. Esperaba que ladicha le acompañara en lo porvenir comohasta el presente habia hecho, y le adminis-trara ocasión de reparar su pérdida por me-dio de un buen negocio, y colmara el vacíode su caja.

El deseo de volver á ver á su libertadoracrecía de dia en dia. Para arreglar su itine-rario, consultó con el pastor, que poseía co-nocimientos geográficos y estadísticos bas-tante extensos, y tenía una buena colecciónde.libros y de mapas. Buscaron el lugar quela noble familia habia elegido para moradadurante la guerra; procuráronse datos acer-ca de la misma; pero el lugar no estaba engeografía alguna, y nada decían los manua-les genealógicos de una familia de aquel ape-llido.

Guillermo se puso muy inquieto; y comosu disgusto se hiciera visible, el arpista ledeclaró que tenía sus razones para creer queel guarda, por una ú otra causa, le habia ca-llado el verdadero nombre de sus señores.

Guillermo, que creia hallarse cerca de ladama, esperó recoger algunas noticias en-viando al arpista á hacer indagaciones; perosu esperanza salióle fallida también. Apesarde las averiguaciones del anciano, no se pudoencontrar huella alguna. Por esta época, nu-merosos movimientos y marchas imprevis-

NÜM.301. GOETHE.—'WILHELM MEISTER.

tas se habían sucedido en la comarca; nadiehabía reparado especialmente en los viaje-ros; de modo que él mensajero, pa ra que no

le tomaran por espía judío, habia tenido quevolverse y presentarse á su amo y amigo sintraerle el ramo de olivo. Dióle cuenta exactade la forma en que habia procurado desem-peñar su misión, y se esforzó en descartartoda sospecha de negligencia. Procuraba portodos los medios posibles calmar la melanco-lía de Guillermo; reunia todo aquello que ha-bia sabido por el guarda, y formaba mil con-jeturas, entre las cuales por fin se presentóuna circunstancia que permitió á Guillermoexplicar las pocas palabras enigmáticas pro-nunciadas por la bella desaparecida.

Los bandidos habían acechado probable-mente, no á la compañía de comediantes,sino á aquella noble comitiva, en la que conrazón esperaban hallar mucho dinero y obje-tos preciosos, y cuya marcha debian conocerperfectamente. No se sabía si era de atribuiraquel ataque á un cuerpo franco, ó bien ámerodeadores ó á bandidos. En el fondo, yfelizmente para la rica y noble caravana, lospequeños y los pobres habían llegado los pri-meros y sufrido la suerte qne esperaba áaquéllos. A esto se referían las palabras de ladama, las cuales recordaba perfectamenteGuillermo. Si se reconocía dichoso porque ungenio previsor lo hubiera designado comovíctima destinada á salvar á aquella mortaltan perfecta, por otra parte casi tocaba á ladesesperación al sentir que se le escapabaal menos por el momento, la esperanza devolverla a hallar y ver.

Aumentaba esta su singular agitación lasimilitud que creia haber descubierto entrela condesa y la bella desconocida. Parecían -se cuanto parecerse pudieran dos hermanas,á ninguna de las cuales pudiera llamarse lamayor ó la menor, porque parecían dos ge-melas.

El recuerdo de la amable condesa órale in-finitamente dulce. Su imagen se le presenta-ba á la memoria demasiado; pero al mismotiempo venía á interponerse la figura de lanoble amazona. Estas apariciones se confun-dian, sin que el se hallara en estado de fijaruna ú otra.

|Cuál, pues, le sorprendería la semejanzade su letra, porque él conservaba en su pupi-tre un lied escrito de mano de la condesa, yhabía encontrado en la capa un billete en elcual se informaban con cierta solicitud de lasalud de un tío!

Guillermo estaba persuadido de (Jue su li-bertadora era laque habia escrito este'• bi-llete; que durante él viaje lo habia enviado enuna posada de un aposento á otros, y que e\tio lo habia metido en el bolsillo. Comparabalas dos letras, y si los delicados caracterestrazados por la condesa le habían gustadotanto hasta entonces, hallaba una armoníainexpresable y fluida en el trazado análogo,pero más franco, de la desconocida. Nadaexistía en este billete, y ya la letra parecíaexaltarle tanto como la presencia de la her*mosa. ;

Cayó en una languidez soñadora, y searmonizaba con sus sensaciones el lied,,que cantaban en este momento Linda y el ar-pista, como un dúo vago:

¡Sólo aquel que conoce la languidezSabe lo que yo sufro!Aislada y privada da toda, alegría.Miro al firmamento ;Por esta parte allá abajo.

¡Oh! Aquel que me ama y me conoceSe encuentra á lo lejos.La cabeza me da vueltas, esto me ardeEn las entrañas.¡Sólo aquel que conoce la languidezSabe lo que yo sufro! (1)

CAPÍTULO XII.

Las dulces seducciones del querido ángelguardián, en vez de dirigir á nuestro amigohacia una determinación cualquiera, nó ha>-cían más que alimentar y aumentar el de-sasosiego que hasta entonces sintiera. Unallama^secreta se deslizaba por sus venas; ob-jetos^ ya preciosos^ ya vagos, se sucedían-ensu alma, y en ella despertaban un deseo inrfinito. Desaba, ya un corcel, ya alas, y mien-tras que le parecía imposible estarse quieto,aún se preguntaba hacia qué parte debiadirigirse.

El hilo de su destino se habia enredadosingularmente; deseaba ver desenredados 6cortados sus nudos extraños. Frecuentemen-te, cuando oia el trote de un caballo 'ó el ro-dar de un coche, dirigíase rápidamente á laventana, con la esperanza de que fuese algu-no que venía á buscarle, y aunque tan sólopor casualidad fuera, le trajese noticias, lacertidumbre ó la alegría. Se referia á sí mis-

il) Beethoven na compuesto sobreesté «liecU cuatroaires diferente!, reunidos bajo este título: «Sehnsucht»(languidez) sin número de obra. (Píg< 141 del catálogode Breitkopf y Hiertel.)

m REVISTA EUROPEA.—30 DE NOVIEMBRE DE 1879. tfM. 301.

mo cuencos', su amigo podiá venir á sorpren- ¡derle en aquella comarca; Mariana, tal vez,podia aparecérsele. El sonido del cuerno decada postillón le ponía en movimiento. Me-lina le daba noticias suyas; más aún, el guar<da volvia y le incitaba á ir al lado de la bel-dad adorada.

Nada de esto sucedía, desgraciadamente;al fin del cuento volvia á hallarse solo, y entanto pensaba en el pasado, una circunstan-cia le era siempre más penosa y más inso-portable, á medida que la examinaba y laprofundizaba más: era su desgraciado empleode jefe de Compañía, en el que no podia pen-sar sin amargura. En efecto, aunque se jus-tificó perfectamente delante de la compañíala noche de aquella triste jornada, no podia,sin embargo, disimularse á sí propio su falta;y en sus momentos de hipocondría, á sí sóloachacaba todo el accidente.

El amor propio» presta á nuestras cualida-des, como á nuestros defectos, una importan-cia que no tienen; él habia conquistado suconfianza, dirigido su opinión, y habia segui-do adelante llevado de la inexperiencia y dela temeridad; habia encontrado un obstácu-lo que no podia vencer. El remordimiento,ya ruidoso, ya sordo, le perseguía; y cuando,después de este sensible daño, habia prome-tido á la compañía, por ól extraviada, que nola abandonaría hasta tanto de haber repara-do con usura sus pérdidas, tenía que repro-charse un nuevo acto de temeridad, queechaba sobre sus hombros el daño distribui-do en toda la compañía. Cuando se reprocha-ba por haber hecho semejante promesa en laexaltación y la presión del momento; cuandocornprendia que aquella mano benéfica quehabia alargado, y que nadie se habia dignadoaceptar, sólo era una ligera formalidad fren-te al voto que su corazón habia formado, re-flexionaba acerca de los medios de serlesútil, y encontraba que tenía mil razones paraapresurar su visita á Serlo. Hizo sus prepa-rativos de viaje, y partió sin esperar su com-pleta curación, sin oir los consejos del pastory del cirujano, acompañado de sus extrañoscamaradas, Linda y el viejo arpista, huyendodel ocio en que su destino por demasiadotiempo le habia retenido.

GCETHE.(Continuará.)

MISCELÁNEA

TEATROS DE MADRID

El alma y el euerpo, drama del estimableautor dramático D. Juan' José Herranz, re-presentado en el teatro Español, no ha lo-grado la fortuna que era de esperar, conoci-das las excelentes dotes de poeta del Sr. He-rranz, y las pruebas que como autor dramá-tico llevaba hechas, y que le habían propor*cionado honra y provecho.

El título parecía indicar que el Sr. Herranzse habia propuesto ofrecer al observador uncontraste entre el grosero sensualismo y elfebril idealismo, y la dificultad que la empre-sa llevaba en sí, y el deseo de conocer cómohabia sido vencida, llevaron al teatro Espa-ñol numerosa y exigente concurrencia, queno perdonó al autor el chasco, pues en ver-dad que la obra nada tiene que ver con el tí-tulo. Un banquero entrado en años, casadoen segundas nupcias y con dos hijos de suprimera esposa, viene entregado á especula-ciones mercantiles. Adora su mujer á unpintor afamado, que mantuvo con ella rela-ciones antes de su boda con el banquero, yque entra en la casa bajo el pretexto de ha-cer el retrato de su adorada. Trata un her-mano del esposo de evitar estos amores, peroafligido éste por una quiebra horrorosa, acu-de á la liberalidad del pintor para que salvesu honra comprometida.

Sabedora la familia del hecho, opónese ásu realización. Duda el esposo de la fidelidadde su mujer, y sobreviene la catástrofe y severifica con la muerte del pintor á manosdel banquero, y el suicidio de éste. El, actoprimero se oyó con menos interés del querealmente inspiraba, y la actitud del públi-co, reservado con exceso durante la exposi-ción de la obra, hizo temer un fin desastrosoá cuantos deseaban un triunfo.

Una bellísima décima rompió el hielo en elacto segundo, que fue muy aplaudido,, y quecontiene pensamientos levantados, frasesoportunas y situaciones de efecto. A} termi-nar fue llamado el Sr. Herranz al palco escé-nico, donde se presentó acompañado de losactores.

En el acto tercero el público adoptó denuevo la reserva con que oyera el primerq,hasta el momento en que se escuchó la se-gunda detonación, nuncio de otra desgracia-

NÚM. 301 . MISCELÁNEA.—TEATROS DE MADRID. 703

Las protestas se confundieron con los aplau- jsos, y algunos espectadores exigieron que se ¡presentara el autor en escena. No accedióéste á tales deseos, é hizo bien. Un autorque vale lo que el Sr. Herranz, no puede en-gañarse á sí mismo, y nadie como él pudoapreciar la verdad del éxito. Por fortuna lacaída no es tan grande para temer que el se-ñor Herranz no se levante pronto. Nosotrosasí lo esperamos de su talento y de su in-genio.

** * .El azote de Dios, drama trágico en cuatro

actos, del Sr. Gómez de Cádiz (D. José), repre-sentado en el teatro de Apolo, no figuraráseguramente en los carteles del mismo cuando este número llegue á poder de nuestroslectores, apesar del éxito aparente obtenidola noche del estreno.

La obra está fuera del gusto moderno, querechaza la fria tragedia clásica, y aparte deesto, carece de condiciones para interesar alpúblico. Tres mil y quinientos versos ende-casílabos (por lo menos) son muchos versospara dichos de un tirón y de la manera quelos dicen los actores del teatro de Apolo. Elseñor Morales, que en su larga carrera ar-tística ha dado repetidas pruebas de buengusto y discreción, se ha olvidado por estavez de uno y otra. No'de otro modo se expli-ca el empeño que ha demostrado por llevará la escena obra de tal género, sin los ele-mentos bastantes para salir airoso de la em-presa.

El Sr. Gómez de Cádiz ha demostrado quees poeta, y si pasa del siglo v al xix, se haráaplaudir con más justicia que en la primerarepresentación de El azote de Dios.

El jueves se estrenó'en este teatro una co-media titulada Salirse de su esfera. Es un títu-lo que tiene algo de epigrama después deldesengaño recibido.

Martin ha ofrecido á sus constantes abo-nados un drama en un acto, titulado La rei-na loca, original del Sr. Alvarez Sierra. La. obra está versificada cpn facilidad, y los ca-racteres bien sostenidos. El éxito ha sidomuy lisonjero.

La noche del estreno, juguete cómico delSr. Jakson Veyan, entretiene.

Variedades, sin variedades.Eslava, sin Castilla.

Una representación de Un bailo in masehe-ra, otra de Hugonotes, y otra de Fao&ritd, hansido los trabajos del teatro Real en la sema-na pasada." Nada entre dos platos. Las dosprimeras han tenido interpretaciones comolas anteriores de que hemos dado cuenta, yla última ha experimentado alguna variaciónen perjuicio del público. La señora Scalehi-Lolli, que se encargó de la parte de Leonora,por indisposición de la señora Pasqua, nopuede con la Favorita, porque no posee lasnotas agudas de una mezzo soprano, y si laapreciable contralto repite una vez más, si-quiera, semejante tour de /oree, es seguroque perderá mucho en el concepto público.

Síguense los preparativos para Fausto yAfrieana, y no sabemos cuándo se termina-

rán. Los de Le roí de Lahore parece. que sehan abandonado por completo..

Dícese que ha habido notables alteracio-nes en la empresa del teatro Real, entrandoen la misma, en concepto de refuerzo, cua-tro apreciables capitalistas. ¡

El teatro de la Zarzuela no ha ofrecido alpúblico más que una quisicosa en un acto,que valiera más no hubiese admitido. Libroy música eran de lo peor que puede hacerse,y sus autores han perdido el tiempo lastimo-samente. Llamábase Un tenor jubilado, y elpúblico jubiló en el acto la obra, aplaudiendocon los piós; pero no pidió los nombres delos autores, por no tener que jubilarlos tam-bién para siempre.

Con esto, con El pañuelo de yerbas, que si-gue gustando á ciertas gentes,: como vatici-namoáj y con alguna que otra representa-ción de La guerra santa, en cuya obra seña-la cada día más su completa de cadencia ar-tística la señora Franco de Salas, ha pasadola semana el teatro de la Zarzuela.

Prepáranse una zarzuela nueva, de Larray Caballero, y otra de Caballero y Larra.

¡Ah! También dicen que se prepara unazarzuela nueva de Barbieri. :

En el teatro de la Comedia se ha verifléa-do un concierto á beneficio de las provinciasinundadas, organizado por los pianistas pri-meros premios del Conservatorio, Di EnriqueRavanaque y D. Vicente Mañas, y con lacooperación de varios aficionados, entre elloslas señoritas de Mozoncillo y los señoresFernandez Ortiz y Mozun, la escritora seño-

704 REVISTA EUROPEA.—30 DE NOVIEMBRE DE 1879. NÚM. 301.

rita Valmaseda, las artistas señoras Maffei,Pérez Munilla, Rosell y García Cabrero, lospoetas Zorrilla, Grilo y García Rodríguez, ylos señores Sarmiento, Banquer, Tarraga,Dañas y Monge. El concierto fue muy largo,cada parte se componía de diez números; pe-ro el público salió muy complacido de la bri-llantísima ejecución de todas las obras delprograma, tributando merecidos aplausos átodos los artistas y aficionados cuyos nom-bres dejamos consignados.

* *INSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZA

Las clases superiores y especiales acor-dadas para el presente curso, y que ha deinaugurar á la mayor brevedad la Instituciónlibre de enseñanza, son las siguientes:

Las matemáticas elementales según Balt-xer, profesor, Sr.,Lledó (D. José).

Química general, profesor, Sr. Vera (donVicente).

Modelos notables de la oratoria forense,profesor, D. Enrique Ucelay.

Legislación notarial comparada, profesor,don J. Gonzalo de las Casas.

Historia y literatura de los pueblos, profe-sor, D. José Leonard.

Derecho internacional público, profesor,don Rafael María de Labra.

Historia del derecho de la propiedad, pro-fesor, D. Gumersindo de Azcárate.

BIBLIOGRAFÍA

Ensayo sobre el derecho de gentes, por DoñaConcepción Arenal, con una introducción deD. Gumersindo de Azcárate. Un volumenen 4* de más de 300* páginas.—Madrid, 1879.ímp. de la Revista de legislación.

Este nuevo libro constituye el IV tomo dela Biblioteca jurídica de autores españoles,pero no se dirige exclusivamente á los letra-dos, que saben las leyes patrias y las ex-tranjeras, para enseñarles algo que ignoran,sino también á las personas que con algunacultura carecen de conocimientos respectoal derecho internacional, y pueden formaridea de él hallándole condensado en una obrapoco "voluminosa, cuyo plan es, en resumen,el siguiente: Dar idea de lo que es el Derecho

de Gentes positwo, tanto en tiempo de pazcomo en tiempo de guerra; exponer lo esen-cial respecto á las relaciones mutuas de lospueblos, anunciando simplemente los puntosque no ofrezcan duda, y citando en cuanto álos dudosos la opinión de reputados autores;considerar el Derecho de Gentes en la histo-ria, para saber si permanece estacionario óha progresado; ver lo que se ha hecho y sehace para definir el Derecho de Gentes, yrealizarle; investigar por qué no progresatan rápidamente como el nacional; apreciarla importancia de ciertas relaciones interna-cionales, y analizar las semejanzas y dife-rencias que hay entre el individuo y la nación.

***

La filosofía científica. Ciencia, arte y filo-sofía. Matemáticas, ciencias físicas y natu-rales, ciencias sociales, arte de la guerra,por H. Girard, capitán de ingenieros, profe-sor de la Escuela militar de Bruselas. Un vo-lumen en 4o de más de 400 páginas.—París,librería de J. Baudry, editor. Bruselas, libre-ría de C. Muquardt, editor.

El libro de cuya aparición damos cuentaes una nueva obra del ilustrado publicistafrancés M. H. Girard, que si hasta ahorasólo era conocido en España por los que sededican á estudios militares, y especialmen-te de fortificaciones, sobre cuya materia seha adoptado de texto una de sus produccio-nes en la Academia de ingenieros de Guada-lajara, estamos seguros de que no tardaráen alcanzar un nombre respetable para cuan-tos siguen en nuestro país el curso de los al-tos estudios.

En la nueva obra del Sr. Girard, escrita ensu idioma patrio, se tratan cuestiones muydiversas. La filosofía encuentra en ella opi-niones nuevas sobre varios principios impor-tantes, sin que por esto aparezca descuida-da la ciencia pura. Las soluciones que el au-tor presenta en muchas cuestiones científi-cas fundamentales merecen una profundacrítica. Sin perjuicio de hacer en otra oca-sión un detenido examen de la Obra, desdeluego la consideramos digna de serio estu-dio, y como tal la recomendamos á nuestroslectores.