revista errantio mors mundi

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MORS MUNDI e errantio 11

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Esta es la publicación #11, Mors Mundi, de la revista Errántio de los estudiantes de lenguajes y estudios socioculturales de la Universidad de los Andes

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Page 1: Revista Errantio Mors Mundi

M O R S M U N D I

eerrantio

11

Page 2: Revista Errantio Mors Mundi

Revi s ta de los e s tud iantes de

Lengua jes y Es tud ios

Soc iocu l tur a le s

Seres Errantes

Dirección:María Alejandra Solano Reyes

Alejandro Giraldo Gil

Equipo editorial:María Paula Alarcón

Pamela CrombieAlexandra Duarte

María Alejandra GómezClaudia Rondón Bohórquez

Marcela Villa

Dirección creativa:Natalie Pacheco

Equipo de Diseño:David Hernández

Paola LeónAndrea Mora

Agradecimientos especiales:Catalina GozálezDr. Daniel Suárez

John Bernal Nicolás Zuluaga

Polo Omaira (La Lleca)

Grupo de teatro la Lleca

E R R Á N T I O

Page 3: Revista Errantio Mors Mundi

Í N D I C E

Seis Pies Bajo Tierra

Habrá tiempo. Diana SánchezReflejos muertos. Juan Camilo Mantilla

Sin título. Leonard VargasRespiros y suspiros. Daniel Ruiz R.

Cuando llegue mi muerte. María VélezVeneno. Alejandro Giraldo Gil

Procesiones Lejanas

Mors Mundorum: Restos cotidianos. María Alejandra Solano

La anti-mujer es la mujer. María Alejandra Gómez

Aflicción e ira por un joven delincuente. Alejandro Ponce de León-Calero

La muerte impuesta. Alejandro Vesga y Santiago de Narváez

IlustracionesPortada. Paola León

Cementerio Central. María Paula RodríguezConcepción. Paola LeónSin título. Laura Herrera

Los artículos publicados en esta revista no dan cuenta del pensamiento ni de la opinión de la Departamento de Len-guajes y Estudios Socioculturales, ni de los de la Universidad de los Andes.

Los seres errantes se despiden de una de sus editoras más queridas: Marcela Villa. Gracias por tu compañía e in-genio ¡Te deseamos toda la felicidad errante y nos vemos en el camino!

Page 4: Revista Errantio Mors Mundi
Page 5: Revista Errantio Mors Mundi

‒ Buenas noches Errántio ¿Qué te trae por estos caminos?

‒ La muerte amigo, la muerte. Después del carnaval me cogió la muerte; de la que nadie se escapa, a

través de la que todo renace, en la que el mundo se resignifica.

‒ ¿Qué te has encontrado en tan inciertos parajes?

‒ Tantas cosas amigo. Cuando algo significa tantas cosas, deja de tener un significado. Por eso, éste ca-

mino es el sentido. Ven conmigo, déjame mostrarte. Vamos a Tebas y visitemos a Antígona, la tragedia

de ser mujer, la muerte de los cuerpos y su actualidad en la tierra cuando sólo queda el cadáver. Tam-

bién te presento a Medellín: espacio, lugar, camino lleno de flores. Ésta historia es también la historia de

flores marchitas, una historia de muchas muertes. Y a propósito, disculpa la basura, pero no podemos

hablar de la muerte sin pensar en los restos. Ellos, los restos de la vida, también son una muerte olvida-

da. Porque así como las flores de los Epitafios se marchitan, las muertes del mundo florecen con cada

palabra y cada narrativa. Sé que el camino es largo, pero no puedo dejar de invitarte. ¿Me acompañas?,

¿Prefieres esperar, detenernos un momento?

‒ No Errántio, ni la vida ni la muerte dan espera. Emprendamos el rumbo antes que siga oscureciendo.

‒ Pues prepárate, porque el mundo de los vivos intenta regular la muerte a través de sus leyes y sus

códigos. No sabemos qué hay de moral y de inmoral en la muerte. Sin embargo ellos insisten. Aquellos

que se sienten ajenos a la muerte regulan las muertes y a los muertos, no sólo en sus miembros inertes

sino en su memoria y en la dignidad sus rastros fugitivos.

‒ Te confieso Errántio; creía que los caminos de la muerte serían tristes y oscuros. Pero lo que me cuentas,

es más complejo que esto. Me has contagiado, quiero ir a explorar lo que hay de la muerte en la vida.

‒ Entonces sigamos amigo, los sentidos son infinitos, dejemos que los textos de la muerte nos lleven...

E D I T O R I A L

Page 6: Revista Errantio Mors Mundi

C e m e n t e r i o C e n t r a lFotos : María Paula Rodríguez

Page 7: Revista Errantio Mors Mundi

6 P I E Sb a j o t i e r r a

Page 8: Revista Errantio Mors Mundi

Un retazo de memoria y no me acuerdoun suspiro de recuerdo

unas manos blancas como las míasun sabor en la boca de palabra y melancolía

Un fantasma que va y viene y sólo trae ausenciasque no escapa del vacío de la indiferencia

que todas las noches se acuesta contigo y conmigo

que de viento y soledad ha forjado mi destino

y el agua fría corre cual cascada por tu espalday el fuego se apaga llorando

lentamente en tu miradase cierran tus pestañas, caes al suelo y

muere el mundocaes de nuevo al silencio eterno en un segundo

A mí el aire me envuelve en un azul pálido y tenue

como el humo azul que del llanto se desprendeen mi lecho un hoyo negro

sólo ha dejado la zozobrade una ex-vida ciega

que hacia la nada se transforma

yo te ruego: cuando llegue ese instante déjame verte querido

aparece en el espejo que nos ha acompañado en el caminoven con un ramo de rosas negras,

bésame con los ojos cerrados

toma mi libro aún sin letras y abrázalo contra tu corazón helado

y antes del último adiós mira este reflejo y llora y sangra recuerda que sin heridas tu existencia hubiera sido amargaque nos duela mucho si has dejado marca en esta vidaque valga la pena vivir una y mil veces esta historia prohibida

Ahora soy cenizas, soy etéreo, soy sin tiempoes interminable este trasegar que vivo y pienso y sientoya no veo mis pies llenos de costras, sólo suena el silenciosuena mi cabeza explotando y es que ya lo entiendo

¡Yo morí contigo, reflejo, yo morí contigo! no hay aire ni eso que era yo, tampoco hay ego ni hay espejos

¡yo morí contigo, reflejo, yo morí contigo! …me siento flotar en el aire y el vacío

no hay aire ni eso que era yo, y no hay espejos¡me suicide! Me suicide y no era un sueñoera una vida, que ahora yace en la basuratendré que acostumbrarme a la levedad, la nada y la locura

Juan Camilo Mantilla

R e f l e j o s M U E R T O S

Page 9: Revista Errantio Mors Mundi

Es la posibilidad, que como una chispa que nace en las fuentes, recae en el alma y moja los dedos cuando la pureza se destruye Entonces la humedad nos persigue en el cuerpo,abriéndose entera, huye de nosotros y se eleva, tranquila.

El marino está adelante, mirando al sol nacer y caer. Él le hace eco al viento con las manos humedecidas, es el vacío entre el cabello, el viento compartiéndose en el rostro, un adormecimiento dentro. — al viento.

Hay puentes más allá de los barcos donde no caben nuestros mástiles llenos de luz, como un espejo que bri-lla… Detrás hay cordilleras, que más allá está el mar, el Gran Mar creándose (remolinos, curvas burbujeantes)

El mundo se cansa… Sigue cayendo el día en un vacío como caen las olas en mi navío.

¿Y qué tan irremediable es la caída? Supongo sentir un eco tras otro. Me quedo ahí por horas cuando mi navío se detiene en el viento y las velas se ensanchan engrandecidas en un gran suspiro este Todo que es nada bebe de mí.

S I N T Í T U L O

Los demás se crean, siempre… Este viento, viejo y triste, está detrás de la gran tormenta, después de la alegría primera que cae en cualquier gesto, quebrantada como una sonrisa que es jalada desde lo más hondo por la miseria humana. Así como los mástiles, miramos al cielo llenos de esperanza al igual que las aves miramos al fondo del mar, hacia abajo, llenos de esperanza pero con el alma triste.

¡Y todo esto, si es que el alma existe y el corazón es cierto!

Camino y temo, mido mis pasos, la madera cruje. Empiezo a alejarme del peligro de mi conciencia. Camino, ciertamente e inútil, hacia la ventana.

Pienso, y crece dentro del estómago, las ideas suben desde ahí mugrientasse levantan como gigantes adormecidos, entonces sentimos la vida pero con sangre, en la sangre, con pedazos de vidrio, ¡algún día las ideas serán marranos que gritan! ¡Que gritan la sangre! ¡La sangre negra!

I III

IV

Page 10: Revista Errantio Mors Mundi

“ Un respiro es vida, un respiro es muerte y el oxigeno no es más que el elemento ambivalente. Su acción per-mite la existencia pero a su vez con-cede la última sentencia; atribuyendo a todo ser vivo, un paradójico suspiro que se conoce como destino. ”

R E S P I R O SY S U S P I R O S

Cuando me siento caer en el sueño atravieso las cosas y bebo del Todo.

Ni una presencia, ¡El vacío! ¡Estar ahí! Quizás… la palabra, la piedra que lanzo al agua y que gira, lo que siento en este hundimiento de círculos mentales.

Cuando se encarna el vacío en este borde inaccesible de la curva que nos amarra, nos arroja en la esquina de este Gran río, vemos el oleaje en las praderas, lo que pasa, todo el cristal que se derrum-ba y se chorrea, las luces… más allá existen las montañas de nieve, la Gran Montaña, el reverbero sobre la hierba…

Cuando me entra ya este dolor de vivir, como un aguijón que viene desde los rayos, veo lejos el nacimiento de una aventura que jamás viviré, entonces me levanto de esta quietud y camino hacia la proa, una aventura, el Mar —El Gran Mar y el Vacío.

Es el dolor de estar aquí. La existencia que me destruye, el peligro de creer que existo…siempre… la sucesión de estos días azules. No sé si estamos o no, y quisiera que no.No, porque el aire, el aire, el aire, porque nos ahogamos en el mismo aire.

Y se acabarán los días cuando yo viva, aún, como un hombre caído. Desde aquí, miro la vida cuando ya todos duermen,al mar un poco más suave, despertando al universo. Veo también estas calles desiertas de mi barco, estas personas que pasan y se quedan en la sombra fumandocomo si pensaran en su vida nocturna, o como si no pensaran en nada, si su-pieran su terrible amargura, —la verdad.

Por entre las astillas negras hay una leve brisa alada, un canto que dirige al barco a islas que aún no conoce… veo las playas claras que nos suavizan el rostro, que nos permean el alma, ¡Yo, mirando allá el vacío! ¡La Gran muerte del mar! ¡El infinito!

II

Leonard Vargas

Daniel Ruiz R.

Page 11: Revista Errantio Mors Mundi

Que la muerte me llegue sin temor ni taquicardia.

Cuando haya superado el color gris del miedo.

Cuando rayos y centellas hayan hecho conmoción

y la nube tensa de mi alma se haya condensado.

Que me llegue la muerte con mi vida rebosando.

Que me sobre tanto, tanto, tanto, que pueda untar

al mundo de lo que le falta. Que mi último aliento

sea alzar mi voz en un grito de alabanza, y en él toda

mi vida reviente por el aire como pólvora, y des-

pués de la explosión quedar tan silenciosa, quedar

tan tranquila, quedar tan inmóvil, que pueda morir

siendo un cerro al que se le envuelve la bruma.

Que me llegue la muerte y yo no quiera distraer-

la, ni sentir sus uñas largas que me arañan la car-

ne. Que me llegue sin ruidos ni tropiezos, sin pro-

longarse hasta desgastarme como suela y yo no

me sostenga de la tierra como la noche sostiene la

luna. No. Que me llegue la muerte y pueda sentir

sus dedos de viento, y sea tanto mi respeto que se

abran mis alas y se cierren mis ojos, llenos de lá-

grimas, gota a gota, pedazos del gran río. Que lle-

C U A N D O L L E G U E

M I M U E R T E

gue la muerte en su momento justo, que la parte

de mí que lo sabe todo brille, y le permita acceso

libre, volverme selva espesa a la que le cae lluvia.

Que salte en mi cuerpo el corazón alegre, y que

se vaya apagando tranquilo, como se va hundiendo

el sol en la tierra. Y que cuando llegue el día yo

elija el instante, y diga adiós al mundo, y el mundo

me despida sin piedad ni bendiciones, ni miradas

bondadosas, sino en plena fiesta empujándome a

lo etéreo, suavemente, como se empujan las olas

del lago a la orilla.

Que me llegue la muerte habiendo vivido mu-

cho. Que me queden sentimientos gratos, de gra-

cia y alegría, pero sobretodo, aunque haya sido un

instante, en carne viva haber vivido el dolor del

mundo, acordarme de los ojos suplicantes, de los

susurros de angustia, del sufrimiento y sus cade-

nas, de los corazones sin rumbo. Estar allí, con

tanta agonía, que no pueda olvidarlo y apriete mis

puños con fuerza, para hacerme más blanda, para

ir puliendo el brillo de mi alma que alza vuelo.

Page 12: Revista Errantio Mors Mundi

Que me llegue la muerte estando parada en el

centro de la rueda, viéndola girar pero sin girar

con ella. Que me llegue la muerte cuando vea la

cáscara del huevo que exhibe sus grietas, cuando

se esté desvaneciendo el velo y vea los colores

más allá de los colores, cuando mi lengua pruebe

los sabores más allá de los sabores, cuando haya

hecho contacto con esa punta de lo que es real.

Que me llegue la muerte cuando ya no me re-

conozca, cuando me haya difundido. Que me en-

cuentre cuándo adentro no me quede chispa de

pasión, ni ardor de una llama, ni cicatriz de triun-

fo ni huella de tristeza, cuando ya no espere nada

ni desee y sea tan mansa, tan mansa, que frente

al miedo no me nazcan olas que lo choquen sino

polvo que se levante por encima.

Que en mi corazón, el último pálpito sea im-

pulsar la sangre entendiéndolo todo, sintiendo lo

eterno, palpando ese encuentro de profundidad

de mar, y pueda soltar mis dedos de este trozo

de tierra con calma, y con calma entender que la

muerte no existe, que es sólo esa forma oculta en

que actúa la vida.

Por siempre.

Habrá tiempo,

el tiempo es un lugar eternamente disponible

un largo borde imaginario

sobre el que la vida y la memoria

apenas pueden sostenerse.

Habrá tiempo,

y lo usaremos como prueba de la existencia

o para aplazar existencias que no

han sido probadas.

Habrá tiempo,

Y se cuidará muy bien de no mirarnos de frente

se volverá de espaldas para suavizar el horizonte

no dirá que podríamos

haber caminado más lejos.

El tiempo nos dará tiempo

ese que se abre ante el abismo de la muerte

y aún, habrá tiempo,

el tiempo es un lugar eternamente disponible.

Diana Sánchez

H A B R Á t i e m p o

Page 13: Revista Errantio Mors Mundi

Se encontraba sola, sentada en el piso. Ojeaba vie-jas cartas, viejos papeles que habían estado arrin-conados desde hacía ya varios años. Había hojas de cuadernos, dibujos, cartas, recuerdos miles de su perdida juventud. Miraba cada cosa, cada hoja de papel con una vana esperanza de volver atrás.

Sus ojos se encontraban secos, sus sentimientos se encontraban apagados, su corazón se hallaba muer-to. Y sin embargo, no podía evitar sentir un dolor punzante en medio de su quien sabe qué. Senci-llamente algo le dolía. Sencillamente algo le dolía. Seguía, seguía recordando sin pausa, sin anestesia, abrazando el crudo dolor que sentía en el fondo de sí misma.

Entre las hojas apareció una pequeña foto en sepia. En ella se encontraba una mujer joven, hermosísi-ma, de finas facciones, de ojos profundos. Sus manos le temblaron descontroladamente al sostener la foto cerca de sus ojos. Así se sumergió en un recuerdo tan real, que en algún momento sintió que su condena-da juventud regresaba a ella y todo volvía a suceder.

La suavidad de la seda, la sutileza de sus carisias, el suave sonido de las olas del mar abajo en el risco. El reflejo rojizo, naranja, púrpura y dorado del atarde-cer que entraba por el ventanal de la habitación sus-pendida en el vacío. La calidez de su respiración, el negro de su ropa interior, la perfecta y harmoniosa curvatura de su cuerpo, la plenitud que daba el amor fundido con la pasión.

Recordaba como las finas manos de aquella mujer acariciaban su piel suavemente, mientras sus bocas se fusionaban en un eterno beso de dos minutos.

Recordaba aquel bellísimo cuadro, en el que entregó su pureza al amor prohibido, al amor desenfrenado, al límite de todo lo conocido.

Sintió cómo nuevamente sus sentidos eran ruboriza-dos por la suavidad de la seda, confundida con la piel de su amante. Sintió como su piel se erizaba, mientras su lengua sentía el sabor de la fruta sagrada; sus ojos contemplaban la belleza humana, y su nariz sentía el dulce olor del sudor que emanaba de ambos cuerpos. Recordaba como la fluidez de esa mujer la dejaba al aire, desnuda.

Así llego el momento de éxtasis, de amor puro, donde el orgasmo se vive entre mil sensaciones, sen-saciones que sólo ellas dos podían hacerse sentir. Así recordó ella lo que se siente ver el paraíso. Recordó lo que es tocar la gloria, recordó lo que es amar hasta el límite. Así vio la oscura sombra de aquel hombre una vez más.

Oyó de nuevo ese ruido fuerte y seco que había emergido de aquel arma cargada con celos; los de este hombre a quien ella acababa de jurar amor hasta que la muerte los separara. Ese dolor, ese único sentimien-to que desde entonces ella era capaz de vivir, se apo-deró de ella.

La sangre corrió nuevamente entre sus dedos, la vida de su amante quedó suspendida sobre sus brazos. Ella, entre el amor y el dolor, se bloqueaba a la realidad ante el asesinato de su corazón.

Una lágrima se derramó por su fría y arrugada me-jilla, y cayó sobre el vestido negro que traía puesto. Abrazó la fotografía en un último intento por llamar al amor perdido y, sintiendo los efectos del veneno pun-zándole el pecho, murió perdiendo el sentido.

V E N E N O Alejandro Giraldo Gil

Page 14: Revista Errantio Mors Mundi

P R O C E S I O N E S L E J A N A SE n s a y o s

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Estas fueron las palabras de Iris la amante de Ben, cuyo oficio profesional era ser escritor de discur-sos en entierros ajenos. Al igual que Ben, somos testigos y partícipes de entierros de mundos coti-dianos: el cartón reciclado en la basura, el edificio abandonado a las afueras de la ciudad, miles de archivos electrónicos guardados y olvidados en lo más profundo de cientos de computadores, basu-ra de todas las clases reciclada y convertida en los restos de todos los días. Pensar en estos mundos omnipresentes de la muerte será la preocupación principal de este ensayo. ¿Qué son los restos y cuál es su relación con la muerte? ¿Cómo se clasifican y qué categorías se usan para separar lo que sirve de lo que no?

Lo primero que puede afirmarse para tratar de contestar a la pregunta sobre la naturaleza de los restos es inscribirlos dentro un sistema de los obje-tos. Dice Baudrillard “Así, pues, no se trata de ob-jetos definidos según su función, o según las clases en las que podríamos subdividirlos para facilitar el análisis, sino de los procesos en virtud de los cua-les las personas entran en relación con ellos y de la sistemática de las conductas y de las relaciones

humanas que resultan de ello.” (Baudrillard, 2). Los objetos no operan en nuestra sociedad según su función pragmática, sino a través de contextos y sentidos otorgados por las relaciones humanas. Es decir, aquello que llamamos basura, resto o sobran-te no es necesariamente un objeto que haya dejado de servir, mas si un elemento del cotidiano dentro de una conducta humana diferente a la inicial. Esto nos resuelve la primera pregunta de forma conve-niente: los restos son parte del sistema de los ob-jetos y no pueden constituir basura en sí mismos, porque denotan una relación de las personas con las entidades físicas que lo rodean.

El elemento del cotidiano más inmediato para entender el desplazamiento de sentido de los ob-jetos es el cuerpo. Una ve cadáver, aquella relación personal con otro cuerpo se desplaza y se clasifica de una manera diferente. Deja de estar dentro de una categoría de objetos que cumplen una función (albergar otro ser humano, encarnar mujeres, hom-bres u otros órdenes) y su significado se desplaza:

M O R S M U N D O R U M :

“No, querido Ben, considero que tu tesis es falsa, dije con los buenos y antiguos modales de la discusión. En nuestra sociedad la muerte es omnipresente...” ( Uwe Timm, 132)1.

María Alejandra SolanoR E S T O S C O T I D I A N O S

1 Traducción propia, alemán - español.

Page 16: Revista Errantio Mors Mundi

las cenizas o el cadáver adquieren un sentido dife-rente y son restos de un sentido particular. Sin em-bargo el lector dirá que este ejemplo es demasiado obvio, tal vez esperado. El cuerpo es precisamente lo que encarna la muerte. Sin embargo es justa-mente la dimensión personalizada de los restos, la manera en que convertimos “aquello que queda” en algo más que basura. El cartón reciclado, no es comparable con el cuerpo cremado, sin embargo tampoco es desperdicio obsoleto. Las relaciones con los objetos a las que se les dan muerte coti-dianamente son lo que le da sentido a esta lectura. Especialmente porque el valor de los objetos pa-reciera engañarnos. Vivimos en la sociedad de los objetos consumibles, reciclables, intercambiables, comprables y plásticos. Esto no hace sin embargo, que no exista un sistema de clasificación que le da sentido a aquellas pequeñas muertes y restos omni-presentes en el cotidiano.

No hay que simplificar esta cuestión a un plano de supervivencia. No se trata solamente de pro-longar nuestra existencia a partir de los restos de nuestros cuerpos o los objetos a través de los cua-les codificamos el mundo que nos rodea. Más allá de esto, se trata de un desplazamiento de sentido de los objetos que hace que la vida lleve un cierto ritmo en el cotidiano. La basura por la mañana, el depósito lleno de objetos sin mayor significado y las tres canecas del reciclaje son contextos que ha-blan de pequeñas muertes que mantienen el ritmo

de la vida. Dice Baudrillard: Hagamos a un lado la mitología espontánea que pretende que el hom-bre se prolongue o sobreviva en sus objetos…es un juego complejo de “reciclaje” del nacimiento y de la muerte en un sistema de objetos. Lo que el hombre encuentra en los objetos no es la seguri-dad de sobrevivir, sino la de vivir en lo sucesivo, continua- mente, conforme a un modo cíclico y controlado, el proceso de su existencia y rebasar así, simbólicamente, esta existencia real en la que el acontecimiento irreversible se le escapa.” (Bau-drillard, 110). Entonces, la relación que se establece entre los restos y la muerte, no es sólo el desplaza-miento de sentido en los objetos sino también la posibilidad de llevar un ritmo e ir dentro del orden del mundo sensible.

Al hablar de ritmo, me refiero entonces a ciertas prácticas culturales cotidianas. Vivimos reciclando quehaceres y relaciones con objetos: el vaso del icopor en la cafetería que botamos, el pedazo de cartón que depositamos en la caja de reciclaje, la manera en que se relacionan los restos de la vida con lo que hacemos y la manera como la basura se convierte en parte esencial para mantener el ritmo. Todo lo anterior es evidencia del papel fundamen-tal que juegan estas pequeñas muertes cotidianas, mors mundorum, en la organización del espacio y de las prácticas.

Dentro de estas muertes hay muchos procesos que despiertan asociaciones merecedoras de un

Page 17: Revista Errantio Mors Mundi

análisis más juiciosos y rigurosos. ¿Qué significa re-ciclar? ¿Podemos hablar de compostaje en referen-cia a ciertos objetos? ¿Existen diferentes formas re re-significación (desplazamiento del sentido) de los objetos al volverse restos? La conclusión razonable que puede enunciarse a partir de este pequeño aná-lisis es que la muerte dentro en las prácticas coti-dianas, de los restos y la basura, es parte del ritmo de la vida y contribuye a partir de su omnipresente a posibilidad de la vida. Seguirán surgiendo nuevos mundos y nuevas muertes con los ritmos de la vida que exijan los diferentes contextos y las nuevas con-diciones de la existencia humana.

Bibliograf ía

-Baudrillard, Jean. El sistema de los objetos. Siglo XXI Editores: México, 1969. Impreso

-Timm, Uwe. Rot. Deutscher Taschenbuch Verlag,2003. Impreso

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CO N C E P C I Ó N

C O N C E P C I Ó N

Page 19: Revista Errantio Mors Mundi

Antígona narra la historia de una mujer griega que muere por violar un edicto impuesto por el rey que prohibía sepultar el cuerpo de su hermano. Su protagonista, Antígona, es el ejemplo de cómo la subjetividad se construye y está determinada a partir de una autenticidad dinámica que cambia se-gún el consenso popular que está por encima del concepto de la ley humana dictada por el sobera-no. Es así como en Antígona lo inauténtico es un factor productor de poder inverso al detentado por el superior jerárquico. Para demostrar el dinamis-mo de lo auténtico seguiré el orden cronológico de la vida de Antígona tomando como marco teó-rico las ideas pertinentes y expuestas en el texto Reflecciones sobre la cuestión judía de Jean Paul Sartre. Primero, analizaré a Antígona como una mujer griega inauténtica, tal como es mostrada al principio de la obra. En segundo lugar, examinaré las repercusiones de la muerte de Antígona y su mutación de inauténtica a auténtica. En suma, se develará la función de la muerte en la obra, en la tragedia griega.

Antígona y su hermana Ismena se encuentran en la calle a altas horas de la noche, lo cual es inconce-bible para le época. Nietzsche, en su libro La Mujer

Griega toma apartes de las obras de Platón donde se describe a esta mujer como cómoda con su posi-ción de madre reproductora que debe permanecer en su casa en cierto estado vegetativo porque ello es lo dictado por el Estado. Como lo sostiene el tex-to: “La mujer se sentía en su puesto con relación al Estado; por eso mostraba una dignidad que no ha vuelto a sentir” (Nietzsche 11). Antígona rompe con este orden al parecer verdadero, lógico y na-tural. Ella primero no es madre, segundo no está en su casa y tercero - y más grave aún - desafía a la autoridad dándole un digno sepulcro a su her-mano. Además, este desafío va acompañado de un lenguaje cargado de orgullo que en la época era eminentemente masculino. Antígona representa la reencarnación absoluta de lo inauténtico en opo-sición a lo auténtico que según Sartre “consiste en elegirse como…, es decir en realizar su condición”... (Sartre 128). Así es como Antígona actúa no como mujer griega sino como mujer que defiende con su vida la honra de su familia. Para la época esta era la mujer inauténtica, determinada y/o construida a partir de disposiciones estatales jerárquicamente posicionadas en la cúspide social. La autenticidad consistía así en la asimilación de ser una mujer grie-

L A A N T I - M U J E R

María Alejandra Gomeze s l a m u j e r

Page 20: Revista Errantio Mors Mundi

ga que realizara los quehaceres domésticos y no una mujer con excesos de orgullo que revolucionara la opinión pública. Es decir, existía un estereotipo de mujer griega en el cual Antígona no encajaba, lo que la convierte en la mujer griega inauténtica.

El designio estatal de castigar a Antígona por en-terrar a su hermano demuestra que lo inauténtico, al no ser legible, debe ser extirpado de la sociedad. Antígona no decidió (ser) como mujer griega, por lo tanto no es descrifrable y para su sociedad sim-plemente no debe existir razón para aprisionarla en una caverna. Allí, ella misma resuelve ahorcarse pues no había más remedio contra su aislamiento y su soledad. La muerte de Antígona desata varios acontecimientos desafortunados, desencadena la tragedia. Su prometido, que además es hijo del rey, al enterarse de su deceso comete suicidio. A con-tinuación, la madre del pretendiente al advertir el destino de su hijo también decide quitarse la vida con su propia mano. Finalmente, Creonte el mo-narca acepta su error, admite su culpa y que su cas-tigo fue excesivamente estricto y termina deseando su propia muerte. En este punto termina la obra con una Antígona apreciada como la nueva mujer auténtica y por consiguiente elevada a la categoría del héroe de la tragedia.

Del análisis anterior, observamos que esta muerte viola la ley y la deslegitima. La muerte no conoce de posiciones sociales, de géneros, existe por sí mis-ma y constituye la liberación de aquello que consi-deramos bueno y/o malo. Al existir por sí misma, se debe dejar de pensar que ella es un medio para algo según la creencia o ideología en la que se crea. La muerte rompe binarios, los desconoce por com-pleto y permite que por fin seamos libres. La muer-te es ser libre del mundo.

Page 21: Revista Errantio Mors Mundi

Si le preguntas al ‘hombre’ más joven de la comu-na 13 de Medellín, “¿por qué hace tiros al aire en un velorio?”, su respuesta será breve y ningún antropó-logo podría explicarla con tal prontitud: dice que la ira, nacida de la aflicción, lo impulsa a “echar” tiros. Afirma que necesita un lugar “a donde llevar su ra-bia”. El acto de disparar un tiro tras otro, escuchar rancheras y beber aguardiente, le permite ventilar y desechar la ira de su pena, explica.

Varios reconocerán el párrafo anterior como una ligera modificación de “Aflicción e ira de un caza-dor de cabezas”, un importante ensayo escrito por Ronato Rosaldo luego de la inesperada muerte de su esposa Shelly. En él, Rosaldo afirma que aquello que llamamos ‘sentido’ está compuesto de múltiples voces, múltiples sentidos y significados que nunca son ni serán estables. Algo muy parecido sentí tras el homicidio de Carlos. La verdad no lo conocí y es probable que nunca lo hubiese visto, pero su partida cambió mi forma darle sentido a la muerte.

En esta corta intervención quisiera plantear una reflexión sobre la producción de sentidos en/sobre la muerte a partir de dos narrativas que contextuali-zan los eventos ocurridos tras la muerte de un joven delincuente de un barrio popular de Medellín. La es-

tructura del documento es fragmentada –limitada y angustiosa– además de no contar con conclusión o un cierre, pues es mi apuesta para comprender un homicidio. Quisiera aproximarme desde la multipli-cidad, y sugerir una comprensión de los ritos mor-tuorios como escenarios políticos donde se constru-yen sentidos y representaciones del difunto. Ante la muerte solo queda el devenir, y en muchos casos, esto implica un eterno retorno.***

Narrativa 1. La muerte se desea en singular.

Un homicidio comienza cuando la víctima deja de respirar. De allí en adelante se inicia un proceso de registro, tratamiento y eliminación de los restos según los patrones previamente establecidos. Para quienes habían construido una vida junto a Carlos, el proceso significó un dolor profundo. Para la fami-lia fue más que todo un gran disgusto. Por un lado, medicina legal retuvo el cadáver por más tiempo de lo esperado. Por el otro, los medios de comunicación hostigaron a Eduardo, el hermano menor de la fami-lia, pidiéndole información relacionada con la muer-te. Para el lunes, el periódico local había presentado a Carlos como un sanguinario guerrillero abatido, y ya el martes la noticia fue olvidada. Solo el miércoles de la siguiente semana, once días después del asesi-

A F L I C C I Ó N E I R A

Alejandro Ponce de León-CaleroP O R U N J O V E N D E L I N C U E N T E

Page 22: Revista Errantio Mors Mundi

nato, se pudo llorar al difunto. El cuerpo es primero un archivo oficial.

Desde la madrugada del domingo fueron informa-das las autoridades de la muerte de Carlos, e inmedia-tamente el cuerpo fue reducido a un elemento en el accionar estatal. Si la historiografía ha señalado que el poder del Estado se manifiesta sobre los cuerpos y las vidas de los sujetos, considero que las tecnolo-gías post-mortem también son una forma de inscri-bir órganos y residuos corporales dentro de aparatos productores del orden económico de la mortandad: rebeldes, niños, soldados, víctimas, civiles inocentes, o simplemente masacrados. La familia dice que los policías que vinieron a recoger el cadáver lo trataron con brusquedad, y que cuando la madre les pidió un poco más de delicadeza, contestaron que los muer-tos ya no podían sentir. Su morfología ya se había inscrito en el registro de generalidad indiferenciada: corporalidades vacías y sin identidad.

El paso a seguir fue la necropsia con el fin de esta-blecer ciertos elementos que posibilitaran esclarecer las circunstancias del homicidio. Pero en tiempos violentos, las investigaciones se vuelven mecánicas y no se investiga más que algunos aspectos obvios. No habría otra forma de trabajar ya que es muy di-fícil realizar treinta o cuarenta necropsias por fin de semana en las 17 mesas disponibles en el Instituto de

Medicina Legal. Jonathan, antiguo empleado del an-fiteatro cuenta que “a pesar de que son muertos, uno los empieza a ver como trabajo” y aunque se esfuer-cen por investigar, saben que el cuerpo va a termi-nar archivado en alguna comisaría. Para que alguien sea considerado ‘difunto’ luego de un homicidio, su muerte debe ser definida a partir de las narrativas de gobierno y ubicarse dentro de un conjunto de fron-teras conceptuales a fin de producir una clara ‘defun-ción’. A veces eso implica quitarle cualquier tipo de sentido y rasgo, darle una identidad desde el olvido al sujeto. Para el Estado, Carlos pasó a ser un archivo más, un pendiente clausurado. ***

Narrativa 2. El luto se conjuga en plural.

El velorio es un evento doloroso del que pocas per-sonas están a salvo. A medida que se anuncia, lo fa-miliares, amigos y vecinos se empiezan a reunir y a expresar su luto; lloran, gritan, cantan, se golpean el pecho, o simplemente hacen un cambio en su vestuario. Pero no es ‘otro’ evento cotidiano, es la manifestación de una serie infinita e ininteligible de conexiones entre los seres humanos –conjugados en pasado, presente y futuro–. Cuando el difunto ha sido preparado para su disposición final, se renuevan viejas relaciones. Usualmente ocurre una vigilia de dos días antes de la sepultura en la cual los dolientes hacen un esfuerzo para “re-humanizar” o “re-mora-

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lizar” individualmente a la persona en cuestión. En el velorio de Carlos era frecuente escuchar frases como “él ya no está en vida pero seguro nos está vi-gilando desde arriba” o “tal vez no fue lo que siem-pre quisimos, pero siempre estaba cuando lo necesi-tábamos”. Era un tiempo para la reminiscencia, para contar el pasado de lágrimas y de dolor. Horas más tarde, las cosas tomaron otro rumbo. ‘El Conejo’ me relata los eventos en que no pude estar presente:

Ya al final de la noche los parceros nos fuimos a farriar. Lo que al parcero le hubiera gustado es que nos hubiéramos ‘rumbeado’, que nos hubiéramos ‘huelido’ en el parche. Donde él estuviera aquí y se hubiera muerto otro del parche, estaría ‘hueliendo’. Armamos una fiesta para que a ninguno se le olvida-ra la cara de Carlos. Es que era muy triste verlo ahí en ese cajón, entonces lo sacamos e hicimos una fies-ta con el parcero, inclusive alguien le hecho chorro, le pusieron el bareto en la boca. La mamá solo gri-taba “no hagan eso”, pero no faltaba el que calmaba todo con tiros al aire. Fueron poquitos porque el ar-mamento ya es muy caro, las balas están muy caras.

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L a u r a H e r r e r a

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La película canadiense Las Invasiones Bárbaras plantea por lo menos una pregunta clara: ¿por qué no podemos decidir la manera en que queremos morir? Es acaso tan inmoral hacer propia nuestra muerte, preguntarnos aunque sea por la posibilidad de escoger no sólo el momento en el que queramos morir, sino también la manera como queramos ha-cerlo. En la película, Rémy, un profesor jubilado que gozó de una juventud libertina y exuberante, debe morir a causa de un cáncer terminal. Aquel hombre que considera que la vida sebe ser tomada y apro-vechada ahora debe terminar como un enfermo más, reducido a su cama a la espera de su inminen-te muerte. Sin embargo, gracias al patrocinio de su hijo –con el cual no hablaba desde hacía tiempo– le es posible retar su situación, retar una muerte lenta y patética, y morir a su manera: apropiándose de su muerte.

Morir parece algo tan natural y obvio, tan propio de la naturaleza humana, que en pocas ocasiones nos detenemos a examinar todos los pensamientos que tenemos acerca de este hecho y todo lo que aso-ciamos con ese momento en el que la vida termina. Creemos –tal vez de manera ingenua- que morir, y las actitudes con las que asumimos el momento de la muerte, son naturales y propias de cada ser hu-mano. Pero, ¿qué hace que hoy en día la manera de morir y las concepciones que nos hacemos sobre la muerte sean como son? ¿Por qué en las sociedades contemporáneas se le tiene tanto miedo a la muer-

te y por qué se pretende ahora alargar tanto como sea posible ese momento final? ¿Por qué se muere –hoy en día- en hospitales, y ya no en las casas, en la comodidad de nuestro hogar? Existe un vínculo estrechísimo entre estas nociones contemporáneas de muerte y unas estructuras de poder muy parti-culares, que hacen que se piense la muerte de cierta manera. Esta es, por lo menos, la concepción que tiene Michel Foucault sobre la idea de morir en las sociedades del siglo XX.

L A M U E R T E I M P U E S T A

Alejandro VesgaSantiago de Narváez

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Resulta raro pensar que hay una relación muy cercana entre la política y mi muerte. Sin embargo, Foucault argumenta que las formas y estructuras de la sociedad nos han llevado a vivir y morir de cier-ta forma, hemos sido moldeados por el poder que fluye entre los hombres. Ni vivir ni morir son actos espontáneos o carentes de influencia. La decisión, el poder, sobre nuestra muerte recae en una serie de estructuras de poder que se encargan de “invadir la vida enteramente” (Foucault 169). El Estado se atribuye la responsabilidad de administrar la vida de su población: “por un lado, depende de las dis-ciplinas del cuerpo: adiestramiento, intensificación y distribución de las fuerzas, ajuste y economía de las energías. Por el otro, participa de la regulación de las poblaciones” (Foucault 176). En ese sentido, y puesto que el Estado se encarga ahora de la admi-nistración total de la vida de los individuos, el poder sobre la muerte –o por lo menos sobre las concep-ciones y las ideas que nos hacemos de ella- recaerá necesariamente en estas estructuras de poder.

Foucault insiste en que el tipo de poder que se ejerce sobre nuestra sociedad industrializada y tec-nificada es un poder sobre la vida. Esto, en contra-posición al poder de dar muerte que tenía el rey en las monarquías de hace unos siglos. A diferencia del poder monárquico, las estructuras de poder se

encargan de moldear la vida de los individuos de una sociedad. El objetivo es ahora procurar la vida, mantenerla y guardarla, regular la población y sus hábitos. Como dice Foucault, ahora el poder con-siste en dar vida.

Si es la vida desde donde valoramos la muerte, el poder sobre la vida implica una revaluación de la muerte. Todos los dispositivos ejercidos sobre la vida terminan forjando lo que es para nosotros la muerte.

En la película, el personaje se ve ante la tensión de escoger una vida extendida por los grandes avan-ces de la tecnología o morir más rápidamente pero como él desea. Sin embargo, Rémy es un hombre afortunado, pues su hijo es un exitoso negociante de la bolsa internacional y tiene los medios para alterar y doblar los procedimientos básicos del co-nocido sistema de salud canadiense. De no ser así, terminaría muerto en una sala de cuidados intensi-vos rodeado de muchos otros enfermos esperando su muerte. Una muerte normal, en un hospital que quiere prolongar sus vidas hasta donde sea técnica-mente posible. Una muerte de la cual Rémy tiene que huir por medios anormales.

Así, Rémy se ve ante un sistema en el cual el va-lor esperado y normal es el de la vida como mero dato biológico. La vida entendida así se reduce al

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funcionamiento mínimo de los órganos vitales. En efecto, los grandes desarrollos en pro de la vida son avances médicos que permiten prolongarla; así mis-mo, los buenos hábitos y el “buen vivir” consisten en mesurar la vida, de tal manera que dure por más tiempo. Cómo vivimos pasa a ser una pregunta de segunda categoría. En una sociedad cuyo poder se expresa en el intento de preservar la vida mediante controles, calificaciones y mediciones, la posibili-dad técnica y biológica de preservar la vida se hace un factor fundamental. La ‘modernidad biológica’ como la llama Foucault, “se sitúa en el momento en el que la especie [su salud y longevidad] entra como apuesta del juego en sus propias estrategias políticas” (Foucault 173). El bienestar biológico de la especie humana se genera en pro de los benefi-cios políticos que esta actitud tiene. Asegurar la lon-gevidad de los sujetos es una estrategia de poder.

De esta forma, convertir la vida sana y larga en el máximo de los valores moldea las valoraciones de los sujetos, su bien y su mal. Así, el poder encuentra la vía para normalizar a sus sujetos y establecer me-canismos de control y homogenización. Los sujetos están dispuestos a dejarse llevar pues se les asegura que vivirán; están dispuestos a sacrificar su auto-nomía a cambio de la vida. El control del deseo de vivir es esencial. Tanto así, que este sacrificio de la

individualidad no es leído como tal, sino como un estado normal de la realidad. Morir tarde y cuan-do la última posibilidad médica ha sido agotada se convirtió en la manera normal y estandarizada de morir en las sociedades post industriales.

Tal valoración y trato hacia de la vida implica, como ya se sugirió antes, una relación especifica ha-cia la muerte. La muerte es uno de los más grandes miedos de las sociedades contemporáneas. Recurri-mos a una gran cantidad de artilugios y argumen-tos para postergarla o, aunque sea, hacerla lo me-nos evidente posible. No es de extrañarse. Foucault señala que en efecto la muerte es el último límite del control sobre la vida. La muerte “es su límite, el momento que no puede apresar; se torna en el punto más secreto de la existencia, el más ‘privado’” (Foucault 173). La muerte ciertamente podría ser considerada como la liberación de los controles so-bre la vida. Sin embargo, como se ha señalado, hasta el lecho de muerte ha sido invadido por este poder. Las leyes, los procedimientos, mandamientos y principios encierran el hecho de morir, lo moldean y lo convierten en función de la vida biológica. Sólo una vez que ésta ha terminado, una vez que esta no tiene posibilidades, al sujeto le es permitido morir.

Por lo tanto, a la pregunta ‘¿desde Foucault, quién controla la muerte hoy en día?’ no hay un nombre

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propio como respuesta. No es el Estado, ni la fami-lia, sino los mecanismos de poder entre los distin-tos individuos que se entrecruzan en todos los esta-mentos sociales. Si puede decirse algo, hoy en día (y no es más que una conjetura) la muerte está al servicio de la industria de la vida. Es su mayor ene-migo y en muchos casos ha sido domado. Es el final del control, de la normalización, es la negación de un sistema que quiere individuos vivos y que fun-cionen de acuerdo a tal hecho.

Sin embargo, la película muestra un caso en el que la muerte ha salido del marco de la manutención vital. Muestra la historia de un hombre para el cual vivir excede las definiciones otorgadas por el status quo. Rémy logra morir de tal manera que puede realmente vivir (más allá de las funciones biológicas mínimas) ante la inminencia de su muerte. Es cierto que la vida de Remy, en términos técnicos, fue más corta. Sin embargo Remy no sólo puso la muerte en sus propios términos, sino que gracias a ello, tam-bién se apropió de su vida.

Bibliograf ía

Foucault, M. (2007). “Derecho de muerte y poder sobre la vida”. Historia de la sexualidad 1. Mexico: Siglo Veintiuno Editores, 2007.

pp. 163-194.

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