revista diez, nÚmero 41

63
Revista catorcenal, hecha en la tierra de los cositías con la bendición de Tata Lampo. Editor responsable: Alejandro Benito Molinari Torres Contacto: [email protected] Fotografía de Carolina Ríos Robles PREMIO ESTATAL DE FOTOGRAFÍA ―Una reja de papel de china para Oscar Bonifaz‖

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La actualidad de la ciudad de Comitán de Domínguez, Chiapas.

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Revista catorcenal, hecha en la tierra de los cositías con la

bendición de Tata Lampo. Editor responsable: Alejandro Benito Molinari Torres

Contacto: [email protected]

Fotografía de Carolina Ríos Robles

PREMIO ESTATAL DE FOTOGRAFÍA

―Una reja de papel de china para Oscar Bonifaz‖

DIEZ - REVISTA DIGITAL– La revista que habla de vos.

CONTENIDO:

Majo

Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

3.– EDITORIAL

La construcción del edificio.

4.– ZAGUÁN. Arenilla: Instrucciones para

no caer en la tentación.

6.– PATIO. Las fotos de la quincena.

13.– DE DIEZ. MAJO.

14.– BALCONES.

DE VARIA INTENCIÓN.

Autor: Héctor Cortés Mandujano.

CRÓNICAS DEL CENICERO.

Autor: César Larios Núñez.

24.– CORREDORES.

LOS TACHILGÜILES.

30.– SITIO.

EL CENTRO DE COMITÁN.

Autores: Luis Felipe Gómez M. et al.

52.– ACTUALIDADES.

60.– TAPANCO. Convivencia.

62.– MOJOL. El Gigante.

63.– DE DIEZ. MAJO

DIEZ - REVISTA DIGITAL– La revista que habla de vos.

Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

EDITORIAL La construcción del edificio.

El Licenciado Mario Escobar

Gálvez, Director General de la esta-

c i ó n r a d i o f ó n i c a I M E R —

COMITÁN, creó el programa que se

llama ―Crónicas de Adobe‖.

¡Nombre maravilloso que da cuenta

de nuestra identidad!

Mientras en otros pueblos la

gente pone ―su grano de arena‖, en

Comitán construimos nuestro edifi-

cio con adobe. Material que nos es

tan cercano. ¡Mentira que sea un

material frágil! De adobe está hecho

nuestro espíritu.

Ahora que nuestra patria cele-

bra el Bicentenario de su Indepen-

dencia, los países de Centroamérica

recordaron la flama que inspiró, asi-

mismo, los movimientos de sus co-

rrespondientes Independencias. Y

con ello recordaron el nombre de Co-

mitán, nombre que representa el

máximo ideal del hombre: ¡la liber-

tad!

A veces los comitecos no nos da-

mos cuenta de la grandeza de nues-

tro pueblo y de la Nobleza de donde

procedemos. ¡Somos un pueblo gran-

de! El objetivo del programa ra-

diofónico ―Crónicas de Adobe‖ tiene

el objetivo supremo de reflexionar

acerca de la grandeza de nuestro

pueblo. A través de la participación

de nuestra gente, procura hallar los

rasgos de nuestra identidad.

De igual manera, nuestra revista

digital DIEZ pretende mostrar uno

de los muchos rostros que tiene nues-

tra sociedad. Un rostro luminoso que

se siente orgulloso de sus raíces. Esta

revista (con permiso de Mario Esco-

bar) también pretende aportar un

adobe para la construcción de nues-

tro edificio común.

DIEZ - REVISTA DIGITAL– La revista que habla de vos.

Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

ZAGUÁN ARENILLA

DIEZ - REVISTA DIGITAL– La revista que habla de vos.

Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

ARENILLA Instrucciones para no caer en la tentación

1.– Asistir a un concierto de rock, sólo

para entender cómo la hierba no es ca-

racterística única de las huertas.

2.– Hacer llamados a la cordura en los

patios de los manicomios. No existe ma-

yor privilegio en la vida que platicar un

instante con quien se cree Napoleón o

Josefina.

3.– Alimentar los mitos, pero cambiar

su dieta. A partir de hoy deberá hacer-

se con croquetas de atún y con tortitas

de frijol, aderezadas con crema y con

salsa de molcajete.

4.– Jugar a “Las escondidas” con todos

aquellos jóvenes que están sumidos en

la confusión.

5.– Inventar un nuevo tipo de plumo-

nes, unos en los que la tinta sea como

un río que riegue los terrenos donde

sólo crece la hierba mala.

6.– Amarrar los caballos de la pasión y

no caer en la trampa de aquellas mu-

chachas bonitas que prometen otorgar

el primer lugar al que participe en El

Derby.

7.– Construir edificios con elementos

de desecho, como galletas con caduci-

dad vencida, y con armadillos de aire.

8.– Contar cuentos a los niños a quie-

nes no les gusta acostarse temprano. Se

sugiere contar el cuento aquel donde

un monstruo había perdido su capaci-

dad de espantar y terminó trabajando

en un panteón donde enterraban a los

vivos del pueblo.

9.– Diseñar una mochila escolar con

compartimentos que lleven integrados

hamacas, catres y videojuegos a fin de

que los escolares puedan usarlos conve-

nientemente a la hora del receso.

10.– Preguntarse por qué la manzana

es la fruta favorita de los escritores de

mitos y leyendas. Ahí están Eva y

Adán, Guillermo Tell y el creador de la

teoría de la gravedad. ¿Es que Eva no

pudo usar un plátano para tentar a

Adán? ¿Guillermo Tell no pudo usar

una sandía para su ejercicio de arco?

¿A Newton no pudo caerle un durazno?

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PATIO

Fotos

de

la

quincena.

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FOTO DE LA QUINCENA

Es que ahora al águila le cuesta trabajo subir.

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FOTO DE LA QUINCENA

¡Tan grandota y se sigue orinando!

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FOTO DE LA QUINCENA

Son los nuevos techos con aire acondicionado integrado.

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FOTO DE LA QUINCENA

¿Territorio incógnito?

¿O territorio donde la gente se roba el pañuelito verde de la bandera

celebratoria?

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FOTO DE LA QUINCENA

¡Esta lámina ya dio de… zinc!

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DIEZ - REVISTA DIGITAL– La revista que habla de vos.

Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

Majo

En la DIEZ

no somos

genios, pero

cumplimos

todos los

deseos.

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BALCONES

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De varia intención

HÉCTOR CORTÉS MANDUJANO

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Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

Días

1

En una reunión coincido con Óscar Bonifaz, comiteco tocado por la gracia, contador infatigable

de historias divertidas. Nos cuenta una:

“El Presidente Municipal necesitaba algo de la policía y marca, enojado, una extensión:

―—Comuníqueme con el comandante.

―—Orita no te puede atender —le contesta una voz de borracho—, está bien pedo.

―—Ponlo en la línea inmediatamente.

―—¿No entendés? Ta bien riata, fuimo a echá trago y tamo llegando en la oficina. Yo tam-

bién ando medio pedo.

―—Él que no entiende sos vos. Ponme a ese cabrón en la línea.

―—Que no, güey, no voy a despertá a mi comandante sólo porque un pendejo le habla.

―—¿Sabés quién soy, idiota? ¿Sabés con quién estás hablando?

―—No.

―—Soy el Presidente Municipal.

―—Puta madre. Y usté, ¿sabesté quién habla?

―—No.

Se oyó un suspiro aliviado y, mientras colgaba la bocina, una última frase:

―—Bendito sea Dios.‖

El destacado escritor Héctor Cortés Mandujano nos envió es-te texto que publicó hace mu-cho. La lectura de nuestro núme-ro anterior le recordó que en su columna había citado a Oscar Bonifaz. Nosotros, aprovechados, pa-samos copia para nuestros lecto-res de DIEZ.

Oscar Bonifaz

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Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

2

Mi mujer se sorprende cuando le cuentan una vieja historia.

Una señora, en uno de los pueblos donde estudié la primaria, afirmaba algo raro sobre mí.

Ella era un poco extravagante en ese tiempo y la versión llegó hasta mis oídos y los de mis

papás, que de inmediato desmintieron el asunto. Nadie le dio mucha importancia, por otra

parte.

Era casada, tenía varios hijos y eso hacía aún más extraña su afirmación: decía que yo

también había nacido de sus entrañas, que era hijo suyo, que le había sido arrebatado de sus

brazos cuando bebé.

En la primaria algunos me lo dijeron, con un dejo de burla y misterio:

—Dice que eres su hijo, se lo dijo a mi mamá.

El asunto era curioso y, aunque metía ruido en algunas conversaciones, ella no hacía nada

más que decir eso (no pedía que yo le fuera devuelto, por ejemplo, ni explicaba quién era mi

papá ni por qué me le habían quitado) y se sonreía conmigo cuando coincidíamos en la calle,

sin buscar un mayor acercamiento. No mostraba, de hecho, más que una amabilidad distante

con su supuesto hijo. El señor, su esposo, en cambio, me saludaba como a cualquier otro niño;

sus hijos no me daban ningún trato especial.

Mi mujer:

—¿Pero tú nunca le preguntaste a ella por qué decía eso?

—No, claro que no.

—¿Y no crees que pueda tener razón?

—No.

En Tuxtla, una conocida le cuenta de nuevo la historia a mi mujer y le dice, además, que la se-

ñora, mi supuesta mamá, vive cerca de su casa, que sus hijos tienen una taquería.

Me insiste y, a regañadientes, la acompaño. Ella, me dice, quiere ver cómo reacciona la se-

ñora.

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Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

—Gorda, le digo, hace treinta y tantos años que no me ha visto. Aunque fuera mi mamá, de

veras, no me reconocería.

—Veremos cómo funciona la fuerza de la sangre, dice.

Llegamos y hay una anciana, blanca, delgada, viendo en el aire las babas del diablo (o los

hilos de la virgen), la saludamos y nos contesta sin vernos.

Comemos, pagamos. Nada pasa. Le decimos adiós.

—Me dijeron que la señora está mal de la cabeza, me dice.

—Pues sí, le digo, imagínate si no va a estar loca una mujer que durante años tuvo en la

mente que yo podía ser su hijo. Pobrecita.

3

—¿Quién me buscaba era un señor ciego?

—No, no ciego, me contestan: in-vi-den-te.

La sociedad ha buscado tantos subterfugios, tantos matices que ya no hay putas, sino sexo

servidoras; ni gays, sino sexo alternativos, sin hablar de las formas complejas con que se

mencionan a los negros, los cojos, los gordos, los flacos. Dice Emilio Carballido en

―Drenaje‖ (D. F. 52 obras en un acto, Fondo de Cultura Económica, 2006: 513) “Ay, sí, todo

hay que decirlo de otro modo. ‗Invidente‘ en vez de ciego, ‗minusválido‘ en vez de tullido,

‗minuslisto‘ en vez de pendejo‖.

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Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

4

Entre las rocas hay algunas serpientes dormidas. Mi mujer teme que al pasar la muerdan. Yo,

haciendo gala de valentía, le pido que se monte a mis espaldas y camino con el cuidado de no

despertarlas.

—No hables ni te muevas, le digo a mi carga.

En el décimo paso ya estoy sudando y me parece esto una convención de ofidios, pues doy

vuelta por el estrecho camino y se ve el lomo de otra, la cola de una más, el yagual de dos que no

se mueven.

Llegamos a la playa. Es de noche y nos han dicho, con toda la mala fe, que allí, en esa coba-

chita, espantan, que vive el fantasma de una señora a la que asesinaron. Mi mujer quiere irse.

—Súbete al carro, le digo, mientras yo levanto las cosas.

Oigo el ruido del motor y veo que las luces de los fanales ponen más claridad en esta noche

enlunada. Cuando abro la puerta siento una mano, por detrás, sobre mi hombro. No hay nadie

aquí, me digo, sólo estoy sugestionado.

Veo los ojos de terror de mi mujer, que ve detrás de mí lo que yo no he visto, y, también mi-

ro cómo el carro avanza y me deja allí, a merced de la dueña de esa mano, que siento firme y

huesuda. Decido volver el rostro y enfrentarme a lo que sea. Me han puesto ya las dos manos en

el hombro y me sacuden, me sacuden, me sacuden. Despierto. Mi mujer me ve, preocupada.

—¿Qué soñabas? Gemías y estabas empezando a gritar.

—Ah, pero aquí, le digo, en mi sueño estaba en mi papel de súper valiente, y tú te fuiste en

el coche; me dejaste solo, cabroncita.

Contactos: [email protected]

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CRÓNICAS DEL

CENICERO

César Larios Núñez

Creación literaria

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Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

Advertencia Importante:

El texto de abajo consta de 962 palabras, mismas que fueron contadas una a una

por el contador de palabras de Word 2003 de Microsoft Corporation. Debido a que

el texto fue extraído directamente de una regadera y se trata de un documento cien

por ciento electrónico, las normas contra los riesgos eléctricos demandan que nos

abstengamos de realizar cualquier conteo manual de las palabras relacionadas con

el sueño. Recomendamos que, con toda calma y prestando regia atención a las leyes

de derechos de autor, descargue e imprima el documento en su hogar y después, si le

place, haga usted el conteo de las antes mencionadas palabras. Como recomenda-

ción importante le reiteramos que lo mejor es no leer este documento hasta después

de algunas horas o días si es preciso, para asegurar la correcta deshumidificación

del mismo. De preferencia, jamás lea el escrito. Ya que su seguridad está primero

que nada.

En teoría, uno puede levantarse muchas ve-

ces sin siquiera despertarse. Es obvio, y por

eso y por favor, recordemos que las dos co-

sas no son lo mismo. Como siempre César se

levantó de la cama, en sueños claro está, no

se vistió y después de completar su rutina

social en el Messenger, sintió el cuerpo pega-

joso y decidió ir a darse un baño. Toalla y

calzoncillos en mano, dentro del sueño la

idea del baño estaba pronta a hacerse reali-

dad. La ducha, para todos los que no prefe-

rimos la tina, es un gozo barato, asequible y

reconfortante, ya sea esta vivida o simple-

mente soñada. Como César había estado

soñando desde hace tiempo que se estaba - -

quedando calvo del lado izquierdo de la ca-

beza, soñó que desde hace más de dos meses

había comprado un par de barras de jabón,

que soñó le habían recomendado como mi-

lagrosas. La primera era una barra de creo-

lina y la segunda un jabón estimulante de

puro chile. Al primer remojo César recuer-

da en sueños haberse lavado bien la cabeza

con jabón neutro, después, usó el de creoli-

na, es ese lapso, soñó perfectamente que

viró su enjabonada cabellera con todo lo

que soñaba le restaba de cabellos hacia el

techo.

Él no recuerda con precisión si lo soñó

para cerciorarse si la regadera estaba ahí -

DIEZ - REVISTA DIGITAL– La revista que habla de vos.

Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

-en caso de que el agua solo estuviese cayen-

do por arte de magia como si se tratase de

un sueño dentro del mismo que estaba so-

ñando. Efectivamente, la regadera seguía

ahí, soñada como tantas veces anteriormen-

te y como ya se dijo, el agua chisporroteaba

profusamente de ella, sólo que arriba de

ella, una vívida mancha café que se movía

con fugaz aleatoriedad. César intuyó, que

aún en sueños uno debe recordar no abrir

mucho los párpados cuando se encuentra

enjabonada la cabeza, ya que un poco de

jabón puede resultar muy incómodo en los

ojos y lo puede dejar a uno sin ver lo que se

está soñando por un buen rato. Como una

abertura invisible, los mantuvo así lo sufi-

ciente para seguir viendo la mancha que ya

había identificado en su angosta y soñada

visión como una cucaracha de mediano ta-

maño con aspecto de tigre en la parte supe-

rior del dorso. Como era su prioridad en

aquel sueño, siguió soñando que se enjuaga-

ba el jabón de creolina y procedía a tomar el

de puro chile. Así que en su sueño continuó

con lo suyo y le dejó de prestar atención al

rayado blátido.

La soñada espuma, muy enchilosa eso

sí le sugirió indirectamente que no era reco-

mendable abrir para nada los ojos en ese

momento. De repente notó que los fabrican-

tes del jabón de puro chile habían procura-

do incluir también las semillitas del mismo,

tal vez -dedujo de su sueño- para dar algún

efecto exfoliante en el cuero cabelludo. A

César le pareció de lo más lógico y continuó

tallando vigorosamente su cabeza en busca

de los soñados nuevos folículos que habrían

de crecer pronto en su ahora enchilada ca-

beza gracias al milagroso, prometido y so-

ñado efecto de los jabones.

Después de algunas talladas más, se dio

cuenta de que los fabricantes del antes men-

cionado jabón de puro chile no sólo habían

incluido también algunos pellejillos del mis-

mo y hasta unos trozos de los cabitos. César

jamás se intranquilizó puesto que dichos

trocitos solamente reflejaban una prepara-

ción más artesanal del producto de limpieza

y crecimiento capilar. Se enjuagó bien por

temor a que cualquier residuo del jabón de

puro chile se colase en alguna parte no de-

seada del cuerpo que no fuese la cabeza. En

ese instante, siguió notando los pedacitos de

chile en sus manos, tomó algunos con sus

dedos, pero esta vez pudo abrir los ojos,

miró sus manos e hizo un esfuerzo dentro de

su sueño; miró unas patitas y unos pedaci-

tos cafés atigrados adheridos en sus dedos

índice-pulgar. Al recordar la visión que tu-

vo en sueños mientras se enjabonaba con la

barra de creolina, César soñó que era un

hecho rotundo que su baño acababa de co-

menzar en uno de esos sueños en los que las

pesadillas, por fuerza, se tienen que colar.

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CORREDORES

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Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

Los comitecos sabemos que el ―tachilgüil‖ es un re-

voltijo, una revoltura. Dicen que a los cuches les dan

de comer el revoltijo de las sobras de la comida; es

decir, un tachilgüil.

Pero, cuando aparece el plural y la palabra

―tachilgüiles‖ asoma, los comitecos sabemos que nos

estamos refiriendo a una colaboración escrita que Os-

car Bonifaz publicó en el Boletín IMAGINARTE y

que se volvió muy famosa.

El revoltijo de Bonifaz fue una serie de anécdotas

y chistoretes que apareció en la primera página del

Boletín y que fue celebrada con gran entusiasmo.

¿Qué son LOS TACHILGÜILES? Xavier Gonzá-

lez Alonso, Director Editorial del Boletín, los calificó

como ―la chispa de humor comiteco de la portada del

Boletín‖.

En literatura se comenta que ya todo está escrito,

lo único que hace la diferencia es la manera en que el

escritor cuenta la historia. De esta manera, muchos

―tachilgüiles‖ son adaptaciones de chistes que circu-

lan en el mundo entero, pero éstos tienen la particula-

ridad de la gracia con que Bonifaz los cuenta.

Para el acto ―Una reja de papel de china para

Oscar Bonifaz‖, Karina Alfaro y Lucy Flores, bajo la

dirección de Roberto Martín Guillén Abarca (los tres

maestros del Colegio Mariano N. Ruiz) tuvieron la fe-

liz ocurrencia de hacer una representación de los ta-

chilgüiles a través de ―enanitos bufos‖.

La presentación fue tan exitosa que cuando ter-

minaron su actuación en el escenario del Auditorio de

la Casa de la Cultura, todo el público lanzó un

―Aaaah‖ con tono de tristeza. Esto explica el éxito

que tuvo la columna de Oscar Bonifaz, quien siempre

se ha caracterizado por transmitir optimismo y una

carcajada plena, tanto de manera oral como de ma-

nera escrita.

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Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

Muchos comitecos le preguntan a Oscar

Bonifaz cuál es su secreto para mantenerse tan

bien –física e intelectualmente– a los ochenta y

cinco años. ¿Cuál es el pacto, con quién? Ante

la respuesta esquiva del escritor mucha gente

apuesta a que su excelente estado físico se de-

be, en buena parte, a su carácter siempre festi-

vo. Mandar la preocupación a tierras más lejos

de Cabo Catoche parece ser una buena forma

de vivir la vida. El humor lo define y el humor

también lo redime.

Por esto, cuando se pensó en el abrazo de

sus amigos, los organizadores dijeron que ―Los

tachilgüiles‖ tenían que estar presentes y la

carcajada íntima se hizo pública y todos los

asistentes disfrutaron la actuación de los bufos.

Un poco con pena, un tanto sonrojados porque

los tachilgüiles no son para mentes pudorosas

ni para espíritus solemnes. Los Tachilgüiles

son un canto a la vida, a esta vida que bien

puede ser un canto sin temor ante las palabras

y la malentendida ―decencia‖.

Para los lectores de DIEZ que no saben de qué estamos hablando, para quienes nun-

ca tuvieron entre sus manos el maravilloso Boletín IMAGINARTE o ya no alcanza-

ron a adquirir el libro que se publicó y que se vendió como pan caliente hasta agotar

la edición de mil ejemplares, publicamos dos o tres de esos tachilgüiles, sólo como un

ejemplo del humor sano e irreverente que el escritor mantiene. ¡Que lo disfruten!

* Los chistes siguientes fueron tomados del libro “Tachilgüil”, publicado en 2002,

en la editorial IMAGINARTE. Comitán de Domínguez, Chiapas.

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EL DISTRAÍDO DE SIEMPRE

Se llama Ely y es un mesero muy atento que trabaja en ese restau-

rante que tiene nombre de mujer y donde se come muy sabroso.

Bueno, pues él me dijo:

- Le voy a contar un cuento para que lo pongasté en su TA-

CHILGÜIL. Pues fijesesté que vino a comer un señor que de por sí

es muy ―destrampado‖ y cuando me acerqué para tomarle su orden

me dijo:

- Sírveme unas manos mientras me lavo los huevos.

ACLARACIÓN

Pasaba don Tavito por el barrio de los presidentes (La Esquina Blanca) y vio un

gran alboroto: policías, patrullas y mitoteros. Se acercó a su compadre Milo y le

preguntó:

- ¿Qué pasó ahí, compa?

- Una riña.

- ¿Una niña?

- No, una disputa.

- ¡Ah, entonces ya no era tan niña!

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DIÁLOGOS CON MAMÁ Y PAPÁ

- Mami, fijate que me acabo de ahorrar tres pesos; me vine corriendo

desde el bulevar, atrás del camión.

- ¡Cómo serás de pendejo, si te hubieras venido corriendo detrás de un

taxi, te hubieras ahorrado quince pesos!

*

- Papi, ¿por qué las cuchas tienen una ranurita por detrás?

- Porque si la tuvieran arriba, fueran alcancías, pendejo.

Fotografías: Cortesía de Roberto Martín Guillén A.

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SITIO

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El

Centro

de

Comitán

Tomado del libro: ―Barrios de Comitán‖,

publicado en 1998. Autores: Luis Felipe Gómez Mandujano,

Olga Alicia Montejo Baeza, Guadalupe García Gómez y

Alejandro Molinari Torres.

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Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

Colgada sobre mohosa pared puede verse una foto en donde se aprecia cómo era antes el centro de Comitán. El pedazo de papel con-serva la memoria. En él logra percibirse un tradicional día de mercado, con los improvisados puestos en donde se ofrece la mercancía. Uno puede imaginar esos puestos llenos de colores. Se escuchan los mur-mullos de los vendedores y compradores. Existe una mezcla de trajes: unos muy bien cortaditos, que son acompañados con finos sombreros; los otros son humildes vestimentas de manta, que son acompañadas con sombreros de sencilla palma. La mezcla social advierte que ese “tachilgüil” es la parte viva de Comitán. La foto es de principios de siglo.

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Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

Existe una hermosa confusión de len-guas: el tojolabal se alía con el castellano y produce un particularísimo dialecto que otorga personalidad a este pueblo, el cual, aún hoy, sigue mezclando esas hermosas joyas dialectales que nos heredaron los an-tiguos. En el corazón y en la memoria de cada uno de los habitantes de Comitán, po-demos percibir un sabor y un olor de dulce matiz, que hablan de vos.

El vos ha sufrido cambios. Como to-dos los signos del mundo, el voseo ha cam-biado; en ocasiones, estuvo trepado en las más altas categorías lingüísticas: era trato de príncipes, pues resulta de una degenera-ción del vois castizo.

Es de imaginarse a los primeros espa-ñoles que pisaron estas benditas tierras, allende el mar, hablando de las maravillas que se presentaban ante sus ojos: “¡¿Habéis visto cosa más fermosa en la vi-

da, Señor mío?!”, “¡No, vois tenéis razón!, ¡esto es como el Paraíso!”.

De ahí lo heredamos. Como los comitecos tenemos el gusto por con-servar nuestros principales afectos, continuamos usando el vos; a tal gra-do que, cuando en otras latitudes de América se ha sustituido por el tú, en Comitán seguimos tercos y empeci-nados en hablar de vos, hasta hacer de ese arcaísmo una esencia más vi-va que la propia sustancia.

En algún instante, no consigna-

do aún por la historia, el vos se volvió despectivo. Entonces, los caxlanes lo emplearon para dirigirse a los indios de las fincas. La frase “¡Limpiame los zapatos, vos!”, se ha de haber escu-chado en muchas casas de los comi-tecos ricos. El voseo bajó de su sitio de honor y se pegó un trancazo en el suelo, que lo lastimó en su orgullo; pero, con pomadas y ungüentos, logró sanar sus heridas y pervivir, gracias al aval que otorgan las cosas valiosas que se conservan en la clan-destinidad.

Hubo otro instante, tampoco consignado por la historia, en que el voseo volvió a subir de escalón y se volvió un vocablo amistoso, el cual era utilizado en el trato que se dispen-saba a los más íntimos.

Así, el muy apretadito vos del principio y el vilipendiado vos se con-

DIEZ - REVISTA DIGITAL– La revista que habla de vos.

Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

virtió en un afectuoso vocablo de verdadero pueblo. Entonces, por to-do Comitán, se oyeron los apreciadí-simos voseos que, al igual que los sonidos de las marimbas, llenaban de luz a este hermoso cielo que nos cobija: “¡Miralo, vos, qué cosa más chulita!”, “¡Vení, vos compa, vonós a meternos una nuestra macharnuda!” El vos se convirtió en símbolo de unión; se volvió un ritual, en donde los oficiantes eran miembros de una misma religión, la más importante del mundo, al menos para los comi-tecos: la de saberse parte fundamen-tal de este pedazo de cielo vuelto tie-rra.

Ahora, son tiempos de globali-zación y, por ende, de caos. Ante el bombardeo cultural que propugna por nuevos modelos de desarrollo, los comitecos hemos entrado a una etapa de crisis. No sabemos qué hacer con ese vos que ha permaneci-do en nuestros patios, durante tanto tiempo, luchando con todas las eventuales modificaciones que los tiempos le han querido imponer.

Dudamos, como en clásico chiste. Los viejos ya han olvidado para qué servía; por su parte, los jóvenes, cuando por casualidad o por milagro lo encuentran en la sopa de letras, no lo reconocen y, alarma-dos, piensan que es un gorgojo lin-güístico que afea la sopa.

Lo bueno es que algo tan fuerte no puede ser cancelado. Algún día, ojalá pron-to, nos será dada la ventana del reconoci-miento y podremos convertir a este voseo en algo tan digno, como, por ejemplo, los argentinos han logrado hacerlo.

Mientras tanto, seguimos en la búsqueda del hilito de Ariadna, que nos permita salir de este laberinto en que nos hemos metido.

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Comitán, un pueblo de 9 estrellas y gente de 10.

Para comenzar, preguntaríamos: ¿Cómo debemos nombrar al centro de la ciu-dad? ¿Es un barrio? ¿Hay que decirle Santo Domingo, El centro o Centro Histórico? Al corazón político, social, comercial y religioso de Comitán, de alguna manera hay que llamarlo. Pareciera contagiado de los innumerables cambios que el propio nombre de la ciudad ha tenido: Santa María de Comitán, Balún Canán, Chonab, Comitán de Domín-guez, Comitán de Las Flores... más los que se acumularon en tiempos de la Colonia y de la Independencia. Y si no decimos en estricto orden cronológico los nombres que ha ostentado Comitán, es porque, acá, el orden de los factores no altera el producto. Lo que importa decir es que Comitán ha sufrido una serie de transformaciones en su apelativo y que el centro de la propia ciudad no tiene una denominación específica.

¿Quién otro podrá confundir el nombre del barrio de San Sebastián? ¿Se atreverá

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alguien a llamarlo con otra denomi-nación? Nadie. ¿Cómo se oiría que alguien dijera: “¡Vonós al barrio de está cuajado el ‘chulul’!”. “¡Nos ve-mos en el barrio del parque de la Corregidora!”? Cualquiera tendría el derecho de poner la cara de: “¡¿Te sentís bien?!” Sin embargo, muchos nombres se usan para referirse al lugar en donde está asentado el Teatro de la ciudad Junchavín, la Casa de la cultura (con su auditorio Roberto Cordero Citalán) y el templo de Santo Domingo (con su salón ad-junto Lino Morales); para referirse

al sitio en donde están las esculturas en bronce del comiteco Luis Aguilar, premio internacional Rodin (esculturas que ya el ingenio comiteco bautizó como “Las dos Lolas”, en una primera lectura muy aldea-na, pero lectura, al fin). En fin, para nom-brar al sitio en donde la mayoría de Presi-dentes ha encontrado lugar propicio para realizar perversiones menores y cambiar (quién sabe cuántas veces), el kiosco del parque; para nombrar al espacio en el que muchas parejitas, que hoy son matrimo-nios logrados, se citaron para darse un beso, escondiéndose de la mirada inquisi-dora de esta inquisidora sociedad comite-ca.

“¡Nos miramos en Santo Domingo!”; “¡Al Caralampio lo encontré en El cen-tro!”; “¡Mi restaurante está instalado en el Centro Histórico de la ciudad!”. No hay problema, todos sabemos que nos referi-mos al mismo lugar; y como “al lugar que fueres haz lo que vieres”, no hay necesi-dad de proponer que eso se norme y que exista un nombre oficial, porque seguro que la fuerza de la costumbre obligaría a cancelar un decreto de tal naturaleza, para emitir uno nuevo que dijera: “¡Las autori-dades hacen saber a los ciudadanos que, a partir de esta fecha, todos podrán utili-zar los nombres que han seguido em-pleando para referirse al espacio en don-de está asentado el Pasaje Morales!”.

Así que, sin más argüendes, hace-

mos mención del lugar privilegiado en donde, en algún tiempo, se erigió la que después fue conocida como La manzana de la discordia y en donde, sobre sus rui-

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nas, se construyó la actual plaza, con su fuentecita y toda la cosa. Los miembros de la Generación del cambio, la generación del cincuenta, de cuan-do se inauguró la carretera panamericana (hecho que obligó a Comitán a suspender su imagen de cándida provinciana y a adoptar un modelo híbrido de dudoso desarro-llo), recuerdan que, en donde actualmente está la plaza, había un pequeño parque que

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tenía el piso de mosaicos pintados de amarillo y rojo. En un extremo del par-que estaba un hemiciclo que recogía el agua que expelía las fauces de un león, mismo que, ahora, puede verse en El tanque de los caballos, con unos lentes azules, agregados por un anónimo ar-tista comiteco de la pintura en “spray”.

En La manzana de la discordia hubo grandes negocios que están ins-talados en la memoria de muchísima gente.

En primer lugar, habría que men-cionar a la dulcería “ARA” que, como sus iniciales indicaban, pertenecía al señor Arturo Rivera Alfaro. Esta nego-ciación tenía la particularidad de abrir sus puertas a las nueve de la mañana y de cerrarlas a la una de la mañana del día siguiente. Cuando todos los nego-cios ya habían concluido sus activida-des, la dulcería y tabaquería “ARA” se-guía, como una luciérnaga, iluminando los portales que daban al frente del par-que.

Otro lugar muy famoso, sobre to-

do entre los aficionados a la hora del amigo, era el bar “El rincón brujo”, que era atendido por don Higinio Torija, quien luego se olvidó de todo embrujo y abrió una negociación a la que bau-tizó como “Can-cún”. Esto lo hizo, pro-bablemente, por cuestiones de merca-dotecnia, ya que sus clientes se sentían más importantes al mencionar que su borrachera del día anterior la habían agarrado en Can-cún.

Ya que estamos hablando de los famosos centros espirituosos, que tan-ta y tan bien ganada fama han dado a Comitán, no podemos dejar de mencio-nar la cantina de Tío Tavo, el creador mundial de las famosas macharnudas, mismas que, en su laboratorio del Dios Baco, preparaba con puntualidad de cronómetro inglés; de tal suerte que el bebedor sentía la patada del efecto del trago, en el momento justo en que lle-gaba a la cantidad de cuadras que ha-bía indicado. Al momento en que el cliente solicitaba una macharnuda, Tío Tavo (menos conocido como Octavio Penagos), preguntaba: “¡¿De cuántas cuadras, mi hermano?!”, y, de acuerdo con lo solicitado, dosificaba las canti-

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dades de la bebida emboladora. De igual manera, era famosa la botana que prepara-ba, porque era todo un ritual que los comensales llevaban a efecto en pequeñas me-sas de madera; luego de consumir los brevísimos pedazos de chicharrón y las pe-queñas rodajas de butifarra (mismas que eran cortadas con una hojita de rasurar y que, de tan delgadas, se volvían translúcidas), los compas tenían que irse pasando el platito, de donde sorbían el caldito sobrante. Don Tavo fue protagonista principal

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de la Época de oro de la cantina comi-teca. Probablemente, las butifarras que utilizaba para su botana las ad-quiría en la tienda de doña Vito, seño-ra que también por ahí tenía su nego-ciación y que preparaba unas butifa-rras de antología. Acá está otra prue-ba de sincretismo, porque las butifa-rras no son más que herencia de la cocina española.

Uno podría ir dando vuelta a to-da esa manzana y, con ello, completar un hermoso catálogo de parte de nuestra historia, porque el centro de la ciudad se convirtió, desde los pri-meros tiempos, en la zona comercial por excelencia; además, vivir en las

proximidades del parque hablaba de que uno era gente de la mejor estirpe social. Ahí se concentraba la mayoría de los nombres y apellidos ilustres de la ciu-dad. Los grandes finqueros tenían resi-dencias en el centro de Comitán.

No era difícil encontrar, en El cen-tro, casas tradicionales, aunque éstas eran de las linajudas: verdaderas joyas arquitectónicas que hablaban de la rique-za de sus moradores. Una casa de rico tenía grandes balcones en la fachada; en uno de sus extremos, una hermosa puer-ta de madera, la cual era el dintel para el zaguán que se abría al patio central, mis-mo que, generalmente, estaba lleno de plantas y era circundado por cuatro co-rredores, los cuales alojaban las habita-ciones. Poseer una casa de cuatro corre-dores significaba que se era dueño de una gran fortuna. Uno se instalaba en el centro del patio, abría los brazos y, en los cuatro puntos cardinales, extendía la mi-rada a través de bellísimas arcadas de madera de cedro, orladas con frescas co-las de quetzal y uno que otro tanate con orquídeas.

Y para corroborar que en El centro

vivía la gente de caché, la peluquería de mayor abolengo estaba instalada en sus inmediaciones y era atendida por don Pe-pe Meza, quien, como famoso torero, cortó las más dignas monteras de los po-bladores ricos de este pueblo. Un poqui-to más allá de la peluquería de don Pepe Meza, estaba la peluquería del señor -Coello, pero ésta era para gente de me-nor alcurnia; ahí, alguno que otro piojo debió haberse colado.

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Como los ricos no sólo tenían nece-sidad de un buen corte de pelo, sino, también, de lucir un finísimo traje, en El centro estaba instalada la sastrería de más fama. El Pierre Cardain de Comitán era don César Solís, quien se encargaba de vestir a los potentados de Comitán, utilizando las más finas telas inglesas.

Ya con el traje bien probado, los ri-cos visitaban la sombrerería Siliceo, en donde les arreglaban sus finos sombre-ros de lana; finalmente, iban al taller de don Adolfo Macal a que les revisaran sus relojes de leontina.

Había de todo. Una negociación im-

portante que adornó La manzana de la discordia fue la Proveedora cultural, que era atendida por un amabilísimo perso-naje: don Ramiro Ruiz, quien tenía el don del buen trato y quien, a veces, se moles-taba tantito, cuando veía que los mucha-chitos le andaban birlando un Memín Pin-guín o una revistilla tres equis. Ahí, en esa negociación, la gente encontraba las cosas más esenciales, en cuanto a pape-lería se refiere; aunque no faltaba aquél que se quejaba de que sólo cosas de pa-pel vendían.

¿Y para cenar...? ¡Ah!, no había pro-blema, puesto que varios negocios se dedicaban a ello. Uno podía disfrutar las ya mencionadas butifarras de doña Vito, además de chalupas, tacos, panes com-puestos, tamales y un interminable y ri-quísimo etcétera de antojitos tan propios de Comitán.

Claro que, con tanta compra, el di-nero se agotaba, por lo que a don Fran-klin Aguilar se le ocurrió convertirse en judío y dar dinero al premio, ya se sabe, con módicos intereses y mediante una prenda que podía ser (no se enojaba), al-guna joya de oro. Como nuestro pueblo se ha distinguido por su ingenio, se cuenta que, cuando don Franklin estaba postrado en su lecho de muerte, algún familiar acudió a llamar al cura para que le impusiera los Santos Óleos. De inme-diato, el cura se puso sus aditamentos celestiales y tomó un crucifijo entre sus manos. Al ver al cura, don Franklin se in-corporó tantito sobre su cama y, señalan-do el crucifijo, gritó: “¡Lo más que doy son diez pesos!”.

¡Ah, Comitán!, por algo se dice que cuando un visitante llega a estas tierras debe dejar su honra escondida bajo algu-na piedrecita de la entrada. Claro que cuando uno llega a conocer la idiosincra-cia del pueblo comiteco, el enamora-miento se da de una forma natural. Además, el bendito clima de este lugar atempera a todos; incluso, a los corazo-nes más engreídos.

Los comitecos estamos hechos a semejanza de nuestro pueblo. No somos más que nuestras paredes de bajareque; no más que los encalados con baba de nopal; no más que las callecitas empe-dradas, con sus subidas y bajadas; no más que el fresco viento que trae los ru-mores de la selva; no más que un zaguán oscuro y húmedo, que se abre a un in-tensísimo patio paridor de luz y de flores; no más que el eco del trote de los burri-

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tos que van cargando leña, gaseositas verdes o barrilitos con agua; no más que nuestro pícaro, chismosillo y cantarino voseo; no más que las rejas de papel de china; no más que las serenatas con ma-rimba; no más que un cómplice balcón. Sólo eso... no más, no menos.

Muchos científicos han hurgado en los misterios del pasado, con el fin de le-garnos la historia de nuestros orígenes. Así, la leyenda cuenta que, cuando los españoles llegaron a conquistar estas tierras, el lugar ya estaba poblado por nativos de la región. Los nombres de Balún-Canán y Chonab sonaban aún.

Los encargados de la conquista es-piritual fueron los dominicos, quienes construyeron el templo y convento de Santo Domingo. Ahora, el edificio que fue convento alberga las instalaciones de la Casa de la cultura (construcción que también ha tenido su historia, pues fue cuartel y, luego, centro educativo). Mu-chos comitecos de valía recordarán que ahí estudiaron, en la gloriosa Escuela se-cundaria de Comitán.

En la fachada del templo de Santo Domingo existe una placa de metal que da cuenta de los primeros sacerdotes que llegaron a estas tierras allá por el le-jano siglo dieciséis. La labor evangélica de aquellos pioneros fue continuada por muchísimos sacerdotes que vinieron a este pueblo. Como en cualquier botica, hubo de todo.

De los más recientes, el pueblo co-miteco recuerda al Padre Carlos J. Man-dujano, un sacerdote originario de estas tierras (del barrio de San Sebastián, para mayor exactitud), que llegó muy joven, casi recién ordenado, y trató de poner or-den en ese templo.

Ya luego, se recuerda, en los años setentas, al padre Mejía y al padre Joel Padrón (el mismo que, ahora, anda por Simojovel y que no tiene buenas relacio-nes con el Estado porque no oculta sus preferencias hacia el grupo rebelde alza-do en los Altos de Chiapas). El padre -Joel Padrón también llegó muy joven a estas tierras y fue muy apreciado por los jóvenes comitecos de ese entonces, por sus ideas renovadoras (algo tenía ya de la Teología de la Liberación). Él formó un grupo juvenil que fue de gran impacto entre la juventud comiteca; un grupo en donde, cada viernes, en un salón anexo al templo del Calvario, los chavos psi-codélicos de aquel tiempo llegaban a to-mar café, a fumarse un cigarrito, a jugar un partido de ping-pong, a integrarse al grupo musical juvenil y, de pasada, a par-ticipar en charlas acerca de temas impor-tantes relacionados con el mejoramiento de su cuerpo y su espíritu. El padre Joel sembraba semillitas y ¡vaya que éstas fructificaron, décadas más tarde!

Para las tradicionales beatas, todo

lo anterior significó un terremoto. ¡Cómo no! Imaginemos la cara de los fieles reac-cionarios, aquel domingo en que, correc-tamente sentaditos en las bancas del templo de Santo Domingo, esperaban el

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inicio de la misa de doce... y, de pronto, comenzaron a escuchar una música mo-derna (calificada de infernal en esas épo-cas, misma que, hoy, causa discreto e inocente intercambio de miradas). Los cánticos religiosos estaban trasladados a la partitura de los tamborazos y guita-rrazos electrónicos, los cuales sonaban muy bien en las manos de aquellos cha-vos de pantalón acampanado, camisa flo-reada y larga cabellera de hippie.

“¡El anticristo!”, dijeron las beatas.

No, no era para tanto, eran los signos del cambio revolucionario. A partir de enton-ces, los sacerdotes que han llegado a ese templo no han sido tan conservado-res; y es que ellos son parte del equipo de Samuel Ruiz García, quien nunca ha ocultado su inclinación hacia la Teología de la liberación.

La mayoría de la población es cató-

lica. Sin embargo, de un tiempo cercano a la fecha, han aparecido muchas religio-nes, que, poco a poco, van haciendo su labor de hormiguita y van ganando fieles para su verdad. No es más que la reafir-mación de una verdad: “Nadie posee la verdad verdadera”. Además, mientras las religiones sirvan para el perfecciona-miento integral del hombre, que cada cual escoja la que más le plazca.

Pero no sólo el poder religioso se

concentra en El centro. A unos pasos del templo de Santo Domingo, el poder políti-co erige un palacio municipal, no hace mucho tiempo remodelado. Por ahí han pasado brillantes y otros no tan brillan-

tes comitecos que se han sacrificado por el honor de servir a su pueblo desde la más alta tribuna que un comiteco puede ambicionar en su propia tierra. La lista de Presidentes municipales es extensa y va-riada. Hemos tenido de todo. Cada uno, en su momento, ha cumplido; y el juicio popular los ha puesto en el lugar que les corresponde dentro de las páginas de nuestra historia local.

Por cierto que el Gimnasio munici-pal, que durante algún tiempo se llamó Rosario Castellanos (y cuyo nombre se cambió ante el reclamo de muchos comi-tecos, encabezados por la Cronista, que afirmaban que la eminente escritora no tenía ninguna relación con el deporte), ahora lleva el nombre de un gran promo-tor del basquetbol y ex presidente muni-cipal, el profesor Roberto Bonifaz Caba-llero.

La gente ya está más contenta, aun-

que no faltan los detractores que dicen que se debió haber llamado zutano o fu-lano de tal; pero, bueno, no a todos se les va a dar gusto. Así se llama, y en bue-na hora.

Pero, antes de que estuviera nues-

tro flamante Gimnasio municipal Roberto Bonifaz Caballero, ahí existió una senci-lla cancha, que era patio de juegos de la escuela primaria federal que se encontra-ba en donde ahora está el Centro cultural que alberga a la Biblioteca Pública Muni-cipal Rosario Castellanos Figueroa (y acá nadie dice nada, porque está más que

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bien puesto el nombre. ¡Claro!, a un re-cinto para la lectura sí le queda el nom-bre de la escritora que falleció en Tel-Aviv en 1974). También, en dicho Centro cultural se localiza un museo en donde se da a conocer una interesante muestra arqueológica de los vestigios que los an-tiguos moradores de esta región nos de-jaron de herencia.

Otra parte importante del centro de la ciudad es el mercado Primero de ma-yo, el cual fue construido en 1900. Ahora, le dieron una manita de gato y lo dejaron más decente, aunque todavía tiene una manchita, por la cantidad brutal de basu-ra que ahí se concentra y que, de pronto, hace que el mercado no sea muy bien visto. Ese mercado bien podría ser moti-vo de legítimo orgullo y decorosa puerta para que los visitantes fueran percibien-do, a través de nuestra rica gastronomía, las particularidades de nuestro pueblo.

Octavio Paz, nuestro Nobel de lite-

ratura, afirmaba que en la comida se con-centra la cultura de un pueblo. Sí, en un mercado podemos darnos cuenta exacta de las particularidades de la cultura de un pueblo, la sustancia del ser diferente.

¿Qué pasa en nuestro mercado Pri-mero de mayo? Algo habría qué hacer para que no sólo se encontraran los ri-quísimos atoles que acá se preparan y que son un deleite para el paladar y para el espíritu. El atole de granillo y el atole agrio (mejor conocido en el alto mundo como jocoatol) son bebidas que bien pueden equipararse a la mejor infusión

que alimenta al corazón.

Otro recinto de gran aprecio, que los comitecos cuidamos no sólo para no-sotros, sino para todo el mundo en gene-ral, porque somos depositarios de una herencia de gran valor civil mundial, es la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez... Un bellísimo lugar, muy bien conservado, en donde se muestra, en sus diferentes Salas, momentos fundamentales de la Historia de México, en el lapso en que la actuación de Belisario Domínguez dejó impresa una nota de valor civil en la his-toria del hombre.

Varios quieren restarle importancia al acto en donde Belisario Domínguez se atrevió a decirle sus verdades al Presi-dente en turno, Victoriano Huerta, y afir-man que más que un acto de valor fue un acto impetuoso... Lo cierto es que nadie más se atrevió a ello; los demás Senado-res andaban agachones. La conciencia de Belisario Domínguez habló por todos los mexicanos de buena cepa.

¡Hermosísimo gesto que logró le-garnos el mensaje de que los hombres debemos alzar nuestra voz ante cual-quier injusticia! Por eso, Belisario Domínguez es el orgullo civil de nuestro pueblo y sólo podremos honrar cabal-mente su memoria si somos dignos discípulos de su acto de valor.

A quien Comitán le debe otro reco-nocimiento es a Rosario Castellanos, quien también vivió en el centro de la ciudad y cuya casa, recién remodelada,

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no tiene siquiera una plaquita que indi-que que ahí vivió tal escritora.

La importancia que, en el ámbito

mundial, se le concede a Rosario Caste-llanos está fuera de toda duda. Si bien es cierto que acá, en su pueblo, no todos la leemos, sí es cierto que muchos estudio-sos e investigadores de otros lados tie-nen un amplio conocimiento de su obra. Muchos especialistas se acercan, de vez en vez, a estas orillas del mundo, con el afán de conocer la cultura y el pueblo que tan bien tipificados están en los li-bros de ella. ¿Qué encuentra el experto? Encuentra toda la vida y cultura de este hermoso sitio, pero cuando pregunta: “¿En dónde vivió Rosario?”, la mayoría se mete en un berenjenal, porque lo cier-to es que ni los propios comitecos tene-mos una ubicación exacta del lugar.

Falta, entonces, una placa en el lu-

gar en donde vivió Rosario Castellanos, para que propios y extraños tengamos ese hilito de memoria que nos vaya ja-lando hacia el conocimiento pleno de su obra literaria; para que los jóvenes se-pan un poco más de esa escritora; para que los nuevos valores literarios reco-nozcan sus antecedentes y, antes de tra-tar de repetir lo ya dicho, le den una tor-cedura, para beneficio de la cultura mun-dial; para que los artistas incipientes conviertan esta hermosísima aldea local en toda una explosiva y revolucionaria aldea global.

Nota: Las autoridades actuales ya, cuando menos, colocaron ―la plaquita‖.

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Uno de los ideales del hombre es encontrar el centro de los objetos, el centro del universo. Comitán puede ufa-narse de que su centro ha poseído las cosas más valiosas para que el propio comiteco encuentre su particular punto nodal.

Ahí, en el mero corazón del pueblo, estaba concentrada toda la infraestruc-tura de diversión. Así, los jovencitos se iban de pinta de las escuelas de educa-ción media superior, para, a la vez, per-der y ganar su tiempo en los billares que estaban concentrados en los alrededo-res del parque central. Dichos billares eran propiedad de Don Ramiro Rojas y estaban en la parte posterior de lo que, en el frente, era el restaurante Nevelan-dia, mismo que aún sigue dando batalla en un extremo de nuestra plaza actual.

Pero la Nevelandia era más... En los altos del edificio estuvieron, durante algún tiempo, los estudios de la primera estación radiofónica de Comitán: la XEUI. Locutores pioneros de la radio co-miteca fueron José Luis Cancino, Jorge Gordillo Mandujano, Hermilo Vives Wer-ner, Roberto Gordillo, Jorge Ricardo Sa-borio, Romeo Torres Ventura y el fa-mosísimo Piquingles, entre otros.

Un aliento refresca la memoria. Ve-mos, entonces, que una gran cantidad de personas está reunida en el parque, frente al portal, en donde, como en gran verbena popular, la emisora promueve el programa La hora de los aficionados. Desde el balcón, los participantes se

presentan nerviosos, previendo la rechi-fla del respetable y avientan, al cielo co-miteco, sus gorgoritos, con la ilusión de que, algún día, puedan obtener fama co-mo la que logró Pedro Infante, quien, años atrás, en la XEW, también había pa-sado esa prueba máxima de valor musi-cal.

Pero, además, ese segundo piso

de Nevelandia funcionaba como salón de baile y, los fines de semana, se llena-ba de alborotadores jóvenes que le da-ban sabroso al lustroso piso; por eso, la tradicional picardía comiteca modificó el nombre original del restaurante y, en lu-gar de llamarlo Nevelandia, se referían a él como “Gatolandia”.

Así, los jovencitos y los no tan jo-vencitos tenían una amplia variedad de cafeterías, en donde se podían dedicar, sin mayor problema, a una de las activi-dades favoritas de los comitecos sin quehacer: tijeretear honras ajenas.

En la década del setenta, hubo un café que se llamó La pantera rosa y otro, en los altos de un edificio de dos pisos que se la daba de muy moderno, que se llamó Intermezzo; en este último, una banda musical de chavos jóvenes, veni-dos de la ciudad de México, amenizaba los domingos por la tarde.

Además de billares y cafeterías de

moda, podía disfrutarse, en el centro, del máximo espectáculo inventado por el hombre a fines del siglo pasado: el ci-ne.

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Dos eran las salas que heredaron la tradición de aquellos viejos cines de que da cuenta la historia. En los años sesentas, el Cine Comitán y el Cine Montebello eran los lugares de preferencia de los cinéfilos de la ciudad; es que ya no había más. Ahí se generaron grandes anécdotas.

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Los domingos, muchísima gente asistía a la misa de las siete de la maña-na que se celebraba en el templo de San-to Domingo; a la salida, un simpático panzoncillo, empleado de don Rafa Pas-cacio (dueño de los cines), repartía los programas donde se anunciaba las fun-ciones del día. En unos papelitos tamaño media carta y de color amarillo o, a ve-ces, de color rosa o azul, venía la progra-mación de los cines Comitán y Montebe-llo. Dos películas por sólo cinco pesos. Muchos niños y jóvenes aprovecha-ban su domingo para ir a la matiné. Por dos conseguibles pesos, recibían, a cam-bio, las imágenes de tres películas en glorioso blanco y negro.

Ya más tarde, había que volver a la función vespertina. En el cine Montebe-llo, regularmente, exhibían películas ex-tranjeras. Los nombres de James Dean, Brigitte Bardot, Silvana Mangano, Charl-ton Heston, Gary Cooper, Marilyn Mon-roe, Sofía Loren y Marcello Mastroiani, eran como el pan nuestro de cada día. En el cine Comitán exhibían películas mexi-canas y ahí, aparte de los riquísimos ta-cos que preparaba la encargada de la ca-fetería, doña Lola Gordillo, el espectador se codeaba con las aventuras de Santo, el enmascarado de plata, Julio Alemán, Pedro Armendáriz, el Indio Fernández, Al-berto Vázquez, César Costa; así como con las bellezas de esos dorados tiem-pos: María Félix, Angélica María, Dolores del Río, Andrea Palma, Silvia Pinal y, por supuesto, el erotismo de Meche Carreño, Julissa y, en primerísimo lugar, Isela Ve-ga.

Como no había Teatro de la Ciudad, las escuelas utilizaban el foro del cine Comitán para hacer las clausuras de cur-sos. Así, muchísimos niños y jóvenes de esos tiempos pudieron presumir que ellos se habían graduado en el cine, y cualquier despistado pudo pensar que esos chavos eran directores o actores de cine.

Los tiempos han cambiado. Las lar-gas filas que se hacían a la entrada de los cines han desaparecido.

En la época de los sesentas, en Se-

mana Santa, era una religiosa costumbre acudir al cine a ver las películas que, ex profeso, se exhibían. No faltó ocasión en que la representación de la Pasión se es-cenificó a las afueras, pues era tal la can-tidad de gente que deseaba entrar al ci-ne, que, en la calle, muchas personas se moqueteaban y quebraban las vidrieras en donde se veía el rostro sangrante de Cristo promocionando la película que na-rraba cómo Pilatos se había lavado las manos y había dejado a Jesucristo a merced de sus verdugos.

Los cines, ahora, ya no están en el Centro; andan bulevareando y luciendo un nombre diferente: Cinemas Galaxia 2000, en una alusión clara a los avatares de la modernidad. Pero, esos nombres ya no dicen mucho de nuestra cultura. Aho-ra que andamos en tiempos eufóricos y atinados de remodelación, en un intento de rascar nuestra identidad, y que anda-mos tirando al basurero todos aquellos insoportables letreros de neón y plástico que tanto afean la imagen urbana de

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nuestra casa común, sería muy bueno que don Rafa Pascacio se aventara el puntacho de volver a los nombres origi-nales o, en su defecto, de ponerles a sus cines nombres más nuestros. ¿Qué de malo tendría ir a la sala Tenam o a la sala Montebello de los cinemas Comitán Siglo XXI? Parece que nada, ¿verdad?

¿Siglo XXI? Sí, ya estamos a la

vuelta de la esquina y los comitecos, mientras otras ciudades andan carre-reando para integrarse, de lleno, al estilo contemporáneo, andamos bien encami-nados por rascar un tantito nuestras pa-redes y volver a maravillarnos con la ar-quitectura tradicional. Si bien es cierto que algunos nos robaron hermosas fa-chadas de casas, también es cierto que nadie nos podrá quitar esa topografía particularísima que tiene nuestro pueblo, ese disfrute de sus bajadas y subidas, que permite al caminante maravillarse y sorprenderse, en cualquier instante, ante el asombro que significa recorrerlas.

Muchos aventurados y maravillosos

hombres y mujeres realizan la hazaña de subir al Éverest, únicamente con el afán de tener esa perspectiva maravillosa de sentirse sobre la cima más alta del mun-do. Acá, en Comitán, el esfuerzo no es tan grande; sin correr tantos peligros, apenas con un poco de taquicardia y con el aliento agitado, puede tenerse la dicha sin igual de admirar bellísimos paisajes, gratis y sin tantos piolets y cuerdas co-mo los que utilizan los montañistas. Atre-verse o, más bien, decidirse a realizar un recorrido a pie por las calles de Comitán es uno de los más disfrutables deleites

que a algún mortal le puede ser dado.

Si el caminante tiene la sensibilidad a flor de piel, encontrará, en la plaza del centro, ciertos murmullos que le recor-darán que frente al templo de Santo Do-mingo, apenas hace unos ayeres, estaba La manzana de la discordia y que en el pórtico del templo se erigían unos her-mosísimos truenos que daban sombra y consuelo a los chamulas, los cuales, en temporadas de feria, venían a bendecir a sus muletos. Con sus hermosísimos tra-jes, llegaban en silencio y con la mirada baja; ante la fachada del templo, hinca-ban a los muletos y los persignaban. Esos muletos ya tenían la bendición de Santo Domingo; por lo tanto, el demonio de las bestias de cuatro patas había sido expulsado de sus trotadores cuerpos.

El atrio del templo fue testigo de

muchísimos momentos gratos. Baste mencionar que, en la temporada de Navi-dad, las catequistas del templo acostum-braban organizar bellísimas kermeses, en donde, a cambio de boletitos hechos en cartoncillo amarillo o rojo, uno podía adquirir antojables antojitos o pequeños juguetes de plástico o de madera; claro que, para poseer esos boletitos, era me-nester haber asistido a la doctrina, que, por las tardes, se impartía en los sagra-dos interiores del templo. A la salida, do-ña Esthercita Cancino daba boletos a to-dos los niños, quienes, con todo cuida-do, los iban guardando en una cajita que tenían escondida, regularmente, bajo su cama.

Eran tiempos de tranquilidad; de

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cuando todo el mundo de acá se conocía; de cuando, por las noches, se podía salir, tranquilamente, a recorrer las calles del pueblo y se podía escuchar el taconeo de las mujeres que, con chales negros, se dirigían a la misa; de cuando inseguridad era una palabra desconocida y de cuando los zaguanes de las casas permanecían abiertos, de par en par, en espera de los visitantes; eran tiempos en que los estanquillos, en donde vendían chimbos, turuletes, africanos y caramelitos de Zapaluta, no tenían más que una pequeña barandita de madera para evitar que los chuchos se metieran; eran tiempos en que la palabra confianza tenía todo el valor semántico que poseyó originalmente, cuan-do esa palabra simbolizaba la mano afectuosa que se ofrece a todo ser humano; eran tiempos en que sucedían cosas que, ahora, se nos hacen inexplicables, como de otro mundo, y es que Comitán era eso: un mundo fantástico injertado dentro de este caótico mundo real.

Comitán no hace más que reafirmar la teoría de Einstein respecto a la relatividad

del tiempo. Mientras todos los mundos de afuera están trepados en veloces trenes, los comitecos permanecemos en una bellísima estación que trastoca el tiempo. La sucursal del tiempo no tiene horarios, tampoco la certeza del rumbo hacia donde dirige su desti-no. “No importa -dicen los tradicionales-, probablemente no tenemos que ir a parte al-guna porque ya nacimos en el lugar buscado, en el espacio anhelado: El Paraíso”.

Con esa misma alteridad, los recuerdos han brotado. Sin un orden lógico, la mente ha engañado al orden y se ha impuesto la idea de los fractales. De igual suerte, no todo lo acá dicho es comprobable. Tal vez, algunos torcidos inventos se han colado y han vuelto realidad simples sueños; pero es que Comitán siempre ha sido un lugar que per-manece en esa etapa dulce que se sitúa entre la vigilia y el sueño; como si dijéramos, junto con el poeta, que “los sueños, sueños son” y que Comitán no es más que un eter-no y plácido sueño.

Al frente del parque central, en donde están los portales, estuvo, durante un tiem-po, la famosa cenaduría de Tío Jul, que vendía excelentes tamales de azafrán, tamales únicos en Comitán. Sin embargo, uno de los platillos más buscados, inclusive ahora que dicha cenaduría está instalada junto al Club de Leones, son los huesos. “¡San Ca-ralampio, bendito! -diría cualquier extraño-, ¿huesos?”. Sí, sabrosísimos huesos; ¡ah!, pero no cualquier hueso, sino huesos de Tío Jul. Los comitecos, muy orondos, con gran gusto en el paladar del espíritu, comemos esos inigualables huesos, los cuales son servidos por el eterno mesero de Tio Jul, Tavito, quien –es el principal promotor de las compañías cigarreras del país porque todo el día está, muy campante, con el cigarri-to entre las manos.

Como campante se pone nuestro corazón cuando escuchamos el nombre de Co-mitán. Las campanas del templo no tienen otra misión que convocar a los fieles a misa y, puntualmente, cantar, con voz de bronce, el nombre del pueblo al que nos debemos y del que somos parte esencial: Comitán, tan, tan, tan...

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ACTUALIDADES

PROGRAMA RADIOFÓNICO: ―CRÓNICAS DE ADOBE‖

El martes 21 de septiembre participó María Antonia Carboney de Zebadúa,

integrante del Consejo de la Crónica, quien comentó dos temas muy

interesantes: ―Los tres Centenarios que celebró Comitán‖ y ―Personajes de

Comitán‖. En el primer tema abordó El Centenario de la Nomenclatura

Floral de la Ciudad; la Colocación de la primera piedra del Templo de San

José; y La Inauguración del Busto de Doña Josefa Ortiz de Domínguez.

En el segundo tema abordó las personalidades del dueño de la famosa tienda

―La Popular‖ y la personalidad de Don Hermilo Vives.

En la foto: Tony y Enrique Guzmán Monzón, productor del programa.

El programa se trasmite los martes de 3 a 4 de la tarde.

Se puede escuchar a través de www.imer.com.mx

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En este número compartimos algunas fotos

que quedaron pendientes en la carpeta

―Una reja de papel de china para

Oscar Bonifaz‖.

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Lic. Martha Xóchitl Aguirre López, Delegada del DIF Regional,

representante del Gobernador del Estado de Chiapas, para el acto.

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TAPANCO

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Convivencia

La foto que encontramos en el tapanco es reciente.

Nos muestra cómo los tiempos se mezclan. El maravilloso tejido de barrotes de

madera del siglo XX tiene que ―convivir‖ con espantosos grafitis de este siglo.

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MOJOL El Gigante

Si le echamos un poquito de imaginación vemos cómo los ojos del gigante

aparecen por encima del tejado.

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Majo

¡Somos un balcón

inteligente y moderno!

Nos vemos en el

42.