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Revista de Historia Económica Año V Invierno 1987 N.° 1 ZAMAGNI: El desequilibrio regional en Italia - CARO: LOS precios del pan en Murcia - CAMPS: La ciudad de Sabadell - REGALSKY: Ban- cos franceses y finanzas argentinas - HERNÁNDEZ ANDREU: El sector triguero en las crisis de 1929 y 1973 NOTAS: JIMÉNEZ: La guerra civil DEBATES Y CONTROVERSIAS: HARRISON y HERNÁNDEZ ANDREU RECENSIONES Centro de Estudios Constitucionales

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Revista de Historia Económica

Año V Invierno 1987 N.° 1

ZAMAGNI: El desequilibrio regional en Italia - CARO: LOS precios del pan en Murcia - CAMPS: La ciudad de Sabadell - REGALSKY: Ban­

cos franceses y finanzas argentinas - HERNÁNDEZ ANDREU:

El sector triguero en las crisis de 1929 y 1973

NOTAS: JIMÉNEZ: La guerra civil

DEBATES Y CONTROVERSIAS: HARRISON y HERNÁNDEZ ANDREU

RECENSIONES

Centro de Estudios Constitucionales

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CONSEJO DE HONOR

Lucas Beltrán Rondo Cameron Antonio Domínguez Ortiz

Román Perpiñá Grau Manuel Tuñón de Lara Fierre Vilar

CONSEJO ASESOR

Rafael Anes Antonio-Miguel Bernal Albert Broder Francisco Bustelo Pedro Carvalho de Meló John Coatsworth Roberto Cortés Conde Josep Fontana José Luis García Delgado Ángel García Sanz Richard Herr Miquel Izard Enrique Llopis Carlos Marichal Carlos Martínez Shaw Manuel Moreno Fraginals

Jordi Nadal Marco Palacios Jordi Palafox Vicente Pérez Moreda Christopher Platt Jaime Reis Juan Rial David Ringrose Felipe Ruiz Martín Nicolás Sánchez-Albornoz Pedro Schwartz Ignacio Sotelo Caries Sudriá Pedro Tedde de Lorca Gianni Toniolo Jaume Torras

Director: Gabriel Tortella Casares

Secretario: Francisco Comín Comín

SECRETARIA DE REDACCIÓN

Mercedes Cabrera Sebastián Coll Martín Pablo Martín Aceña

José Morilla Critz Leandro Prados de la Escosura

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Revista de Historia Económica Año V Invierno 1987 N.° 1

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Centro de Estudios Constitudonales

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CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

La correspondencia con la REVISTA DE HISTORU ECONÓMICA debe dirigirse a la Secretaría de la misma:

SERRANO, 23 - 28001 MADRID - TELÉFONO 43514 80

Pedidos y suscripciones:

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PRECIOS 1987

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Los miembros de la Asociación de Historia Económica se beneficiarán de un descuento del 25 por 100 en las suscripciones de la REVISTA DE HISTORIA ECONÓMICA.

Depósito legal: M. 29.208-1983 I.S.S.N.: 0212-6109 N.I.P.O.: 005Í7.00^3

RUMAGRAF, S. A. - Nicolás Morales, 34 - 28019 MADRID

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NORMAS PARA EL ENVIÓ DE ORIGINALES

1. El original y dos copias de cada texto se enviarán a Revista de Historia Económica, c/ Serrano, 23, 28001 Madrid.

2. Los trabajos de investipación y demás textos irán mecanografiados a doble espacio y no pKxiran exceder de 30 páginas (10.000 palabras), inclui­dos cuadros, gráficos y mapas. Cada texto deberá ir precedido de una página que contenga el título del trabajo, el nombre del autor o autores, dirección completa, teléfono y número del D.N.I., así como un breve resumen del trabajo de aproximadamente 150 palabras.

3. El texto y símbolos que se desee aparezcan en cursiva deberán ir sub­rayados y los que se desee en negrilla, con subrayado doble.

4. Las referencias bibliográficas irán al final del trabajo bajo el epígrafe Bibliografía, ordenadas alfabéticamente por autores y siguiendo siempre el orden: apellido (en mayúsculas), nombre (en minúsculas) del autor, año de publicación (entre paréntesis, y distinguiendo a, b, c, en caso de que el mismo autor tenga más de una obra citada en el mismo año), título del artículo (entre comillas), o del libro (subrayado), título de la revista a que pertenece el artículo (subrayado), lugar de publicación (en caso de libro), editorial (en caso de libro), número de la revista y, finalmente, páginas (pp. xxx).

5. Las notas a pie de página irán numeradas correlativamente en caracteres árabes y voladas sobre el texto. Todas las notas se incluirán al final del texto e irán a espacio sencillo. Las referencias bibliográficas se harán citando el apellido del autor o autores (en minúsculas), y entre parén­tesis el año y, en su caso, letra que figure en la lista Bibliografía, y en su caso, las páginas de la referencia.

6. Se evitará en los trabajos un número excesivo de citas textuales que, en todo caso, si exceden de dos líneas irán a un solo espacio y con már­genes a ambos lados, distintos a los del texto principal. Por otra parte, en las citas textuales los intercalados que introduzca el autor del trabajo deberán ir entre corchetes, para distinguirlos claramente del texto citado.

7. Los cuadros, gráficos y mapas incluidos en el trabajo deberán ir nume­rados correlativamente y deberán ser originales, evitando reproducir in­formación que sea fácilmente accesible o publicada en obras fécientes. Cada cuadro, gráfico o mapa deberá tener un breve título que lo identi­fique y deberá indicar claramente sus fuentes. Los gráficos y mapas de­berán ir en papel vegetal.

8. La Secretaría de Redacción de la Revista de Historia Económica acu­sará recibo de los originales en el plazo de quince días hábiles desde su recepción, y el Consejo de Redacción resolverá sobre su publicación en un plazo no superior a cinco meses. Esta resolución podrá venir con­dicionada a la introducción de modificaciones en el texto original.

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NORMAS PARA EL ENVIÓ DE RECENSIONES DE LIBROS

1. Se enviarán dos copias de cada recensión a Revista de Historia Económica, c/ Serrano, 23, 28001 Madrid. Al final de la recensión, los autores incluirán su nombre y dirección completos, teléfono y número del D.N.I.

2. Las recensiones se remitirán mecanografiadas a doble espacio y no lle­varán notas a pié de página. Cuando se incluyan referencias bibliográ­ficas, éstas irán entre paréntesis en el texto de la recensión.

3. El encabezamiento de las recensiones seguirá el siguiente orden: nombre (en minúsculas) y apellido (en mayúsculas) del autor o autores del libro, título del libro (subrayado), lugar de publicación, editorial y año de pu­blicación. Se hará notar si el libro incluye bibliografía e índice (de auto­res o materias), así como el precio, si es jjosible.

4. La Secretaría de Redacción de la Revista de Historia Económica acusará recibo de la recensión y resolverá sobre su publicación a vuelta de correo.

5. En los demás extremos, se observarán las normas que rigen para el envío de artículos originales.

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COLABORAN EN ESTE NUMERO

VERA ZAMAGNI. Catedrática de la Universidad de Bolonia. Vicepresidenta de la Aso­ciación Italiana de Historia Económica. Autora de numerosos libros y estudios de Historia económica italiana sobre temas de crecimiento industrial, política económica, educación, desequilibrios regionales y economía laboral.

CEFERINO CARO LÓPEZ. Profesor de Enseñanza Media. Doctor en Historia. Ha sido investigador de la Universidad de Venecia, sobre temas de Historia moderna, so­cial y económica veneciana. Tiene pendiente un libró sobre Historia social de Murcia en el siglo xviii.

ENRIQUETA CAMPS CURA. ES becaria graduada en el European University Institute en Florencia. Licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad Autónoma de Barcelona.

ANDRÉS MARTÍN REGALSKY. Investigador del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de Buenos Aires. Autor de un libro sobre la inversión extranjera en la Historia argentina.

JUAN HERNÁNDEZ ANDREU. Profesor titular de Historia Económica y vicedecano en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Complutense. Ha sido Visiting Scholar en la Universidad de Texas. Autor de varios libros, entre los que desta­can Depresión económica en España, 1925-1934 y España y la crisis de 1929, ade­más de numerosos artículos.

JUAN CARLOS JIMÉNEZ JIMÉNEZ. Licenciado en Ciencias Económicas por la Universi­dad Complutense de Madrid. Profesor de Estructura Económica en la Universi­dad de Alcalá de Henares. Colaborador en la monografía La Hacienda Pública en la Dictadura, 1923-1930 (Madrid, Instituto de Estudios Fiscales, 1986). Coautor del libro Historia del Banco de Crédito Industrial (Madrid, Alianza, 1986).

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S U M A R I O

ARTÍCULOS

VERA ZAMAGNI: ¿Cuestión meridional o cuestión nacional? Algunas conside­raciones sobre el desequilibrio regional en Italia 11

CEFERINO CARO LÓPEZ: Los precios del pan en Murcia en el siglo XVIII ... 31

ENRIQUETA CAMPS CURA: Industrialización y crecimiento urbano: la forma­ción de la ciudad de Sabadell 49

ANDRÉS MARTIN REGALSKY: Exportaciones de capital hacia los países nue­vos: los bancos franceses y las finanzas públicas argentinas, 1881-1887 73

JUAN HERNÁNDEZ ANDREU: Una reinterpretación de las crisis económicas mundiales de 1929 y de 1973. Un análisis del sector triguero 99

NOTAS

JUAN CARLOS JIMÉNEZ JIMÉNEZ: Las consecuencias económicas de la guerra civil 121

DEBATES Y CONTROVERSIAS

JOSEPH HARRISON: Hernández Andreu y la crisis de 1929

JUAN HERNÁNDEZ ANDREU: Réplica a } . Harrison

133

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RECENSIONES

J. A. GARCÍA DE CORTAZAR, E . PÓRTELA, E . CA­BRERA, M. GONZÁLEZ JIMÉNEZ y J . E . LÓ­PEZ DE COCA: Organización social del es­pacio en la España medievd. La Corona de Castilla, siglos VIII-XV Por Miguel Santamaría Lancho

ALBERTO MARCOS MARTÍN: Economía, socie­dad y pobreza en Castilla: Falencia, ISOO-1814 Por Enrique Llopis

PEGERTO SAAVEDRA: Economía, Política y So­ciedad en Galicia: La provincia de Mondo-ñedo, 1480-1830 Por Anamaría Calavera Vaya

J O H N J. MCCUSKER y R. R. MENARD: The Eco-nomy of British America, 1607-1789. Por Agustín Guimerá Ravina

CARLOS D . MALAMUD RIKLES: Cádiz y Saint Malo en el comercio colonial peruano (1698-1725) Por Carlos Martínez Shaw

143

146

154

156

159

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ScARLETT O. GODOY: Rebellions and Revolts in Eighteenth Century Perú and Upper Perú Por Carlos Malamud Rikles 164

M. ORTEGA: La lucha por la tierra en la Co­rona de Castilla al final del Antiguo Régi­men. El expediente de la Ley Agraria. Por José Antonio Alvarez Vázquez 165

C. LIS y H. SOLY: Pobreza y capitalismo en la Europa preindustrid (13Í0-W0). Por Rafael Dobado 172

J. M. DELGADO, J . M. PRADERA, C. MARTÍNEZ SHAW et al.: El comer( entre Catalunya i América (segles XV111 y XIX) Por Pedro Pérez Herrero 176

MANUEL GONZALEZ PORTILLA: Estado, capita­lismo y desequilibrios regionales (184Í-1900) Por Sebastián CoU Martín 179

PETER HERTNER y GEOFFREY JONES (eds.):

Mulíinationals: Theory and History. Por Gabriel Tortella 182 GERMÁN OJEDA y JOSÉ LUIS SAN MIGUEL: Cam­

pesinos, emigrantes, indianos. Emigración y economía en Asturias, 1830-1930. Por David Reher 187

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ARTÍCULOS

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¿CUESTIÓN MERIDIONAL O CUESTIÓN NACIONAL? ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL DESEQUILIBRIO REGIONAL EN ITALIA Con especial referencia a los años 1861-1950

VERA ZAMAGNI Universidad de Florencia

La conciencia de que existen diferencias notables en el desarrollo socio­económico de las diversas zonas de Italia —y especialmente entre Norte y Sur— ha estado siempre presente en Italia desde su unificación, pero ello ha producido, por lo general, un tipo de análisis de causas y remedios plasmados principalmente en términos de lo que ha dado en llamarse la questione meri-dionale '. Como esta expresión sugiere, el problema se ha centrado en la zona atrasada, y, en consecuencia, ha arraigado profundamente la idea de que no afectaba al resto del país. Es este hecho el que ha justificado la adopción de medidas económicas del tipo de las «leyes especiales para el Sur».

El objeto de este trabajo es demostrar que los desequilibrios regionales de Italia no pueden analizarse debidamente en términos de «cuestión meri­dional», sino que más bien constituyen una auténtica «cuestión nacional» en que está implicado el desarrollo económico y social de todo el país. La pri­mera parte se inicia con un breve resumen de la tendencia que han exhibido los desequilibrios regionales desde la unificación; en la segunda parte se ofre­ce un análisis de las causas de dicha tendencia, y la tercera está dedicada a la enumeración de los efectos que en un moderno Estado nacional tiene la pre­sencia de zonas avanzadas y atrasadas de dimensiones considerables. Sostiene este análisis que este tipo de estructura dualista opera en el origen de ciertas diferencias observadas en el desarrollo de Italia con respecto al de otros países económica y socialmente más homogéneos. Algunas de las implicaciones que surgen de este último punto se examinan en la parte final.

Las obras sobre la «cuestión meridional» son innumerables. Un examen amplio, aunque parcial, de las mismas puede encontrarse en P. Bevilacqua (1976).

Revista de HUIoría Económica j j ASO V. N.° 1 - »»«'

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VERA ZAMAGNI

1. TENDENCIA DE LOS DESEQUILIBRIOS REGIONALES DESDE LA UNIFICACIÓN

Hay que observar en primer lugar que la división regional del país que generalmente se utiliza no es totalmente adecuada para el estudio de los des­equilibrios económicos, dado que existe diversidad de rendimiento económico dentro de cada región, así como de una región a otra. Pero dicha división puede emplearse aquí con propiedad dado que es indicio tanto de grandes di­ferencias en el medio económico como en la historia de las distintas zonas. Menos útil es, sin embargo, la tradicional separación de regiones en Norte, Centro y Sur, ya que no está plenamente justificada por razones económicas ni históricas. Por el contrario, una separación más operativa de las regiones italianas sería la división tripartita en Norte-Oeste, Norte-Este-Centro y Sur (véase, en el mapa 1, las regiones incluidas en cada parte).

El Norte-Oeste —el llamado triángulo industrial que comprende Turín, Milán y Genova— se industrializó en el período 1840-1950, con algunos efec­tos de difusión sobre la zona Norte-Este-Centro, que, sin embargo, se indus­trializó siguiendo una pauta bastante original ^ en el período posterior a la II Guerra Mundial. Por otra parte, el Sur, con la excepción del área en torno a Ñapóles, permaneció estancada hasta la II Guerra Mundial, iniciando a partir de entonces un lento proceso de desarrollo, y probablemente sólo ahora se halle en el umbral de la industrialización . En virtud de este desarrollo ca-

' racterístico hablan hoy sociólogos y economistas de «tres Italias» *.

Veamos ahora con más detalle lo ocurrido en el período 1860-1950. No existen indicadores cuantitativos de diferenciación interregional para el perío­do anterior a la unificación. Lo que puede deducirse de los trabajos realizados sobre los Estados italianos anteriores a la unificación es, no obstante, suficien­te para constatar que diferían mucho en política económica (véase sección 2 ) ' y que, por consiguiente, los desequilibrios regionales se conformaron antes de la unificación. Sobre la situación de dichos desequilibrios en el momento de la unificación (1861), sólo disponemos del cálculo cuantitativo elaborado

' Los protagonistas del desarrollo en esta zona fueron principalmente medianas y pe­queñas empresas estrechamente interconectadas dentro de los distritos industriales.

' La cuestión sigue siendo en gran medida polémica, pero no puede negarse el rendi­miento relativamente bueno del sector industrial meridional en los años 1970, revelado por el censo industrial de 1981. Véase E. PontaroUo (1983). El nuevo espíritu empresa­rial surgido en el Mezzogiorno ha sido analizado por E. Pontarollo (1981). De un estilo semejante son el libro de A. Salghetti Drioli (1985) y la colección de ensayos Italia: centri e periferie (1982).

' Esta afortunada expresión fue utilizada primeramente en A. Bagnasco (1977). ' El mejor resumen de las obras escritas hasta 1967 sobre los Estados italianos en la

preunificación es el de M. Romani (1968). Véase también un trabajo más reciente de A. Caracciolo (1973).

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¿CUESTIÓN MERIDIONAL O CUESTIÓN NACIONAL?

MAPA 1

Distribución regional de Italia

Población en 1984 (%)

26,6

18,2

19,1

36,1

Regiones

Val D'AosU. P¡«nonte, Norte-Oeste Lombatdía, Liguria Trentíno, Friuli. Véneto, Norte-Este Emilia-Romagna Toscana, Marche, Umbría, r-ntro Lazio Abruzzi, Gunpania, Pu-glia, Basilicata, Calabria, Sur Sicilia, Cerdefia

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VERA ZAMAGNI

por Eckaus hace más de veinte años'. Eckaus estimaba que la renta per capita del Norte (en el que incluía el Véneto y Emilia-Romagna según la antigua división tripartita) era alrededor de un 15-20 por 100 superior a la del Sur. Existen motivos suficientes para considerar que en este cálculo se subestimó el calibre de la diferencia, aunque Eckaus no se equivocaba, probablemente, al señalar que si bien el Norte contaba con una cantidad mucho mayor de infraestructuras, éstas no habían tenido aún la posibilidad de ser plenamente productivas (véase sección 2.1.2). Pero no existe hoy por hoy una estimación más ajustada.

El panorama cuantitativo es mucho más exacto a partir del año 1911 (véa­se cuadro 1). Cabe observar que:

a). Ha habido un agravamiento sostenido de las condiciones relativas del Sur hasta aproximadamente 1950. En 1911 la renta per capita del triángulo industrial era alrededor de un 80 por 100 superior al del Sur. La diferencia era, sin duda, menor en el momento de la unificación, incluso si incrementa-

CUADRO 1

Tendencia de los desequilibrios regionales 1911-1948. índice de renta «per capita» en el sector privado, Italia * = 100

1911 1928 1938 1948

Norte-Oeste Norte-Este-Centro Sur

ITALIA 100 100 100 100

* Excluidos Trentino-Alto Adige y Friuli-Venecia-Giulia. FUENTES: 1911, V. Zamagni (1978), p. 206; 1928-48, Svimez (1961), p. 770.

mos el cálculo de Eckaus; el agravamiento se aceleró a partir de 1911, de tal modo que hacia 1950 la renta per capita del triángulo industrial era más de 1,5 veces superior a la del Sur; la diferencia disminuyó más adelante, en especial en los años 1970 (véase gráfico 1).

b) El Norte-Este-Centro permanece más o menos próximo a la media nacional, considerando la totalidad del siglo, empeorando su posición relativa con respecto al triángulo industrial hasta aproximadamente 1950. Ello confir­ma la existencia de efectos de difusión procedentes del triángulo industrial,

136 100 75

147 95 69

152 95 67

161 100 59

' R. Eckaus (1961), parcialmente traducido al italiano en A. Gtfacciolo (ed.) (1969).

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¿CUESTIÓN MERIDIONAL O CUESTIÓN NACIONAL?

GRÁFICO 1

Tendencia de los desequilibrios económicos 1860-1983. índice de renta «per capita» total, Italia =100

160 +

t860 1880 1900 1920 1940 1960 1980

• Norte-Oeste

— - — — Norte-Este-Centro

— - . _ _ . Sur

PUENTES: 1861, cálculo de Eckaus (1961); 1911, cálculo de V. Zamagni (1978 a); 1951. cálculo de Svimez (1961); 1963 y 1970, UnionCamere (1972); 1983, UnlonCa-mere (1984).

así como de ciertas regiones (Emilia-Romagna y la llanura Véneta) con una agricultura muy avanzada y rica que abastecía un mercado de empresas locales. En el período posterior a la II Guerra Mundial, la situación de esta zona ha mejorado extraordinariamente como resultado de la mencionada segunda ola de industrialización (véase gráfico 1).

Esta sustancial intensificación de la diferencia entre el Norte-Oeste y el resto del país hasta fines de la década de 1940 —que puede apreciarse visual-mente en el gráfico 1— está respaldada por todas las obras de índole cuali­tativa. Se debe ello, sin duda, a los efectos de la aglomeración, escala y acumu­lación que han operado en el triángulo industrial, en gran medida asistidos por el hecho de que las dos guerras mundiales convirtieron a la industria del ' Norte-Oeste en cliente privilegiado del Estado. Pero la caracterización de las ) «causas» de esta intensificación de la diferencia merece un examen más de­tenido.

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VERA ZAMAGNI

2. LA INTERACCIÓN DE CAUSAS

r Existe una amplia variedad de trabajos sobre las causas del desarrollo dua-I lista de Italia que se utilizarán aquí. En esencia, las clases de causas aducidas son dos: las que atañen a las diferencias ya existentes al producirse la unifi­cación del país en una sola nación, y las que explican el agravamiento de las anteriores diferencias en años subsiguientes, hasta el período de reconstrucción posterior a la II Guerra Mundial.

2.1. Causas de las diferencias anteriores a la unificación

Se deben en gran medida a las distintas tradiciones culturales y distinta administración de los Estados italianos antes de la unificación, que dieron origen a profundas discrepancias en el cumplimiento de muchos de los «pre-requisitos» para la industrialización. Recordaré aquí los más importantes, esta­bleciendo una comparación —con el fin de simplificar la exposición— sola­mente entre el triángulo industrial y el Sur.

2.1.1. Agricultura: Las agriculturas piamontesa y lombarda eran intensi­vas, en gran medida capitalistas (o administradas por campesinos propieta­rios) ', de irrigación, con cultivos especializados (arroz, maíz, vid, remolacha) y una ganadería muy productiva (de la que se derivaba la seda, el queso de Parma y el jamón de Parma). Por el contrario, la agricultura meridional era extensiva, en gran parte basada en latifundios de monocultivo (trigo), con unos cuantos oasis de olivos y cítricos en las zonas costeras, y de viñedos. La única ganadería extendida era la ovina, mientras que la producción de capullos de seda había decaído de modo irreversible ya antes del siglo xx. La capacidad de acumulación y movilización de recursos, la creación de empleo para obreros especializados y no especializados y las oportunidades empresariales, así como los vínculos entre las industrias rurales de ambos tipos de agricultura, eran todos enormemente distintos'.

2.1.2. Infraestructuras: Las carreteras, los ferrocarriles, el telégrafo y las instalaciones de regadío estaban muy extendidas en el triángulo industrial, pero eran escasos en el Sur, donde el único medio de transporte era —y siguió siéndolo durante mucho tiempo— la muía'.

' Aunque había también algunas zonas de aparcería. ' Sobre el proceso de diversificación de las dos agriculturas durante el siglo xvín,

véase M. Aymard (1973); sobre la agricultura lombarda, véase L. Cafagna (1959); sobre el círculo vicioso del latifundio, véase M. Rossi Doria (1981), pp. 50-53; véase, también, mi trabajo: Zamagni (1975), y M. Aymard (1978).

' Muy significativo es, en este contexto, el reciente ensayo de L. de Rosa (1982).

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¿CUESTIÓN MERIDIONAL O CUESTIÓN NACIONAL?

2.1.3. El crédito: Mientras que en el triángulo industrial había ya antes de la unificación 37 cajas de ahorros, unas cuantas sociedades anónimas de banca y un banco de emisión (que más tarde pasaría a ser el Banco de Italia), además de varios bancos privados muy conocidos, en el Sur sólo existían el Banco de Ñapóles y el Banco de Sicilia, con una sucursal cada uno —bancos que seguían operando sobre la base de certificados de crédito en lugar de billetes de banco—, más los Monti frumentarii («bancos» que prestaban trigo en género, una suerte de pósitos). La regla general seguía siendo la usura y el acaparamiento.

2.1.4. Desarrollo urbano: Las comunidades con desarrollo autónomo, des­de la Edad Media, y una larga tradición de artesanía especializada eran mu­cho más numerosas en el Norte y el Centro del país que en el Sur'".

2.1.5. Educación: La educación pública estaba completamente abando­nada en el Sur, de tal modo que, al producirse la unificación, el analfabetis­mo alcanzaba a un 90 por 100 de la población en Cerdeña, 89 por 100 en Sicilia y 86 por 100 en el Sur continental, mientras que en el triángulo in­dustrial era del 54 por 100. Las tasas de escolarización en la población con edades comprendidas entre los 5 y los 10 años era de 29, 9, 18 y 92 por 100, respectivamente ".

2.1.6. Actitudes ante el cambio: La apertura a los avances que se esta­ban produciendo en el extranjero era muy amplia en el Piamonte (piénsese en Cavour) y en Lombardía (Beccaria, Cattaneo, Confalonieri, Jacini y mu­chos otros), mientras que en el Sur, donde la mayor parte de los empresarios eran extranjeros ' , era una rara excepción ".

2.1.7. Recursos de agua: Entre los recursos naturales, que eran escasos en toda Italia, el agua era, sin duda, abundante en el Norte, mientras que el Sur estaba deficientemente provisto de la misma, tanto para la irrigación (compárense las importantes obras de irrigación construidas en Lombardía desde la Edad Media) como para fines industriales.

En la unificación, todo el sur continental tenía solamente la mitad de las carreteras de Lombardía y 99 kilómetros de ferrocarril, frente a los 819 kilómetros del Piamonte-Liguria.

"• Sobre esta cuestión, véase, entre otros, P. Sylos Labini (1970), pp. 110-111. " Véanse G. Vigo (1971), G. Bonetta (1981) y mi trabajo: Zamagni (191% b). " Véanse a este respecto los comentarios contenidos en las pp. 130-132 de mi traba­

jo: Zamagni (1980). " Véase el agudo trabajo de J. Davis (1975), donde el autor concluye que «de hecho,

los empresarios y capitalistas meridionales fueron los que más se interesaron, desde un punto de vista económico, social y político, en la existencia y mantenimiento del estado de atraso» (p. 426); véase también J. K. Siegenthaler (1973).

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2.2. Causas del agravamiento de las diferencias interregionales posteriormente a la unificación

" 2 ' ''•I p'-odr'-ir>: * '» upif'''ac'ón. el Norte no estaba aún industriali­zado sólo ontaba « n algunas industrias tfxriles—, y las diferencias en renta per capita con el resto del país no pudieron haber sido muy grandes. Pero el inicio subsiguiente de un proceso industrial en las zonas más avan­zadas identifica la inmovilidad del Sur como la causa más evidente del agra­vamiento de las diferencias regionales. A. del Monte y A. Giannola afirman con razón: «En conjunto, es debatible que el Mezzogiorno haya desempeñado un papel particularmente activo en el desarrollo económico italiano hasta la II Guerra Mundial. El Mezzogiorno anduvo a remolque de la economía ita­liana»'^ Lo dicho en el apartado 2.1 es más que suficiente para explicar por qué no se dio en el Sur un proceso interior de industrialización. Pese a ello, se precisa aún de alguna explicación que nos permita llegar a compren­der por qué el Norte se interesó en el Sur de modo sólo marginal, y lo man­tuvo en una especie de aislamiento económico y social durante tanto tiempo.

2.2.2. De lo que hay que hablar en este contexto es de la falta de com-plementariedad entre el Mezzogiorno y el triángulo industrial. El primer es­tudioso en destacar este punto fue L. Cafagna en un ensayo publicado en 1971 que abrió nuevas per?pectiv^s ". Yo misma he tratado esta cuestión reciente­mente en un artículo sobre el fracaso de las líneas ferroviarias inauguradas después de l.n unificación para unir el Norte y el Sur, lo cual yo explicaba pre-risamcntt; por la falta de complementariedad entre ambas zonas ". Dicha com-plemenlariednd no existía ni en las materias primas ni en las alimentarias. El mercado de trabajo sólo llegaría a ser complementario en los años 1950 y 1960. El Sur era demasiado pobre para convertirse en una importante fuente de capitales o, ante todo, en un gran mercado de salida para la producción industrial del Norte ' . Pero las pequeñas dimensiones del mercado meridional fueron causa de otra consecuencia que merece ser comentada aparte.

" A. del Monte y A. Giannola (1978), p. 100; no es, en efecto, hasta los años de postguerra que «la autonomía de los sistemas socioeconómicos del Sur [llega a quebran­tarse] como resultado de dos factores principales: la emigración y la intervención pública de la economía», como escribe P. Arlacchi (1980), p. 14.

" L. Cafagna (1971). " V. Zamagni (1983). Este punto ha sido recientemente aceptado por un estudioso

meridional que ha roto, por fin, con la secular tradición del Sur de buscar el principal responsable del subdesarroUo del Sur en la explotación del Norte. Me refiero a G. Ba-rone (1983).

" También en este caso ha cambiado la situación después de la reconstrucción, cuando las subvenciones del Estado y ciertos fenómenos locales han ampliado apreciablemente el mercado meridional.

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¿CUESTIÓN MERIDIONAL O CUESTIÓN NACIONAL?

2.2.3. La trágica miseria de la población meridional, además de atentar contra la dignidad humana y el espíritu de empresa de toda una generación, hacía que aquella región ofreciera escaso atractivo para potenciales inversores de fuera. Los empresarios del Norte ", así como los extranjeros ", tan sólo in­vertían en el Sur para explotar los limitados recursos locales qlie no podían transportarse con facilidad, o para proporcionar las escasas infraestructuras que el Gobierno nacional o local creía absolutamente indispensables (general­mente en los más populosos pueblos del sur de la zona). La única región que atrajo inversiones considerables fue la situada en torno a Ñápeles (pero el Gobierno nacional hubo de esforzarse en conservarlas con incentivos ya a co­mienzos del siglo XX).

Lo expuesto en los apartados 2.2.2 y 2.2.3 resta mucha fuerza «1 clásico arí'iimento meridion.)! de une el Norte trató al Sur ccmo "la colonia. Una actitud «colonial» piT pane del Norte quedaba imp'-dida m por motivos a'tr-iKtas íino por l.i falt;' de condiciones, favorables para una explotación no mdií del Sur ". Lus industrias del triángulo industrial se desarrollaron

por sí solas mediante un proceso de intensificación de capital y mostraron, en I sector avan7ado. una estructura de mercado df carácter en gran medida olinopólico (cuando m ¡lutcíiticamerte monopolista). Q'i^da planteada la cues­tión de si ello fue causa o efecto del aisl.imirnto del Sur. Habiendo sostenido en .mteriores trab.ijos que era causa, hov me inclino más a considerfrlo coi^o una consecuencia de l.i imposibilidad práctica experimentada p^r rl triángulo industrial, parn ar¡ip!i;'r s" base industrial hacia otros puntos del territorio nacional.

Dicho esto, no puedo sino estar de acuerdo con R. Villari cuando afirma que: «la consideración de los límites del pensamiento meridional clásico Vme-ridionalisMo] debiera llevar hacia una visión más amplia y más articulada de la unidad fundamental del sistema y de los vínculos contradictorios que hay entre sus partes, y no, por el contrario, a una eliminación del problema» '. La matización de esta coincidencia de ideas es lo que ocupará la siguiente sección.

" Véanse las observaciones sobre este punto en Zamagni (1978 a). " Véase el ensayo de P. Hertner (1984), cap. IV. " Esto ha sido ya tratado por la autora: Zamagni (1978 a), p. 212. El hecho mismo

de que la inversión extranjera en el Sur fuera tan escasa demuestra la falta de atractivo de la zona.

" R. Villari (1977), p. 20.

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VERA ZAMAGNI

3. EN BUSCA DE INTERACCIONES

Existe un área importante donde el aislamiento de zonas que pertenecen a una misma nación es prácticamente imposible; la intervención estatal. Ello es aún más aplicable a los sistemas político-administrativos de tipo centralista, como el que tuvo Italia hasta comienzos de los años 1970. El Gobierno pone

I en práctica medidas, económicas de carácter general, que inevitablemente tie-) nen diferente recepción en las diversas partes de un país con profundos des-

( equilibrios regionales. El «diferencial de contemporaneidad» de PoUard opera con fuerza en semejante contexto ^. Los ejemplos abundan.

Empezaré con un caso que yo considero paradójico: según todos los co-\ mentaristas, el libre comercio adoptado en Italia con la unificación fue par­

ticularmente perjudicial para las contadas industrias nacionales, acostumbradas a un alto nivel de proteccionismo bajo los Borbones. Cuando en 1887 Italia pasó al proteccionismo, surgieron protestas del Sur en el sentido de que ello había afectado severamente a la agricultura meridional. Al margen de una especificación más precisa de ambos fenómenos, y al margen de toda valora­ción de sus respectivos méritos y defectos, lo que aquí quiero apuntar es que ninguna de estas dos políticas opuestas pudo en modo alguno beneficiar a la parte más débil del país, mientras que la otra parte respondió más positiva­mente a ambas.

Siguiendo con la ilustración de este punto, consideremos brevemente el ferrocarril. Como Fenoaltea ha demostrado ampliamente, de las líneas cons­truidas en Italia, las únicas realmente rentables eran las del valle del Po ". Italia experimentó en su interior lo que PoUard ha descrito —nuevamente de modo muy eficaz— para Europa en general, es decir, el impacto económi­co enormemente diverso de los mismos medios de transporte en distintas zonas ^*. Hay que añadir, además, que la previsión de infraestructura de trans-

j porte en áreas no preparadas para el despegue industrial no solamente no pro-iduce dicho despegue, sino que puede tener efectos negativos cuando genera un abandono de la industria nacional, como probablemente ocurrió en la Italia

' meridional". A este respecto es útil el esclarecedor análisis realizado por Hansen ^, y recientemente empleado por Bracalente ", que subdivide las in-

" S. PoUard (1981). " S. Fenoaltea (1983). " S. Pollard (1981), cap. III. " Una observación interesante en este contexto ha sido la de C. Ródano (1954),

pp. 92 y ss.; según este autor, el libre mercado adoptado por los Gobiernos posteriores ' a la unificación desplazó la artesanía y la industria nacional en favor de productos ex­

tranjeros, mientras que la «industria italiana [es decir, del Norte] conquistó los mercados \ nacionales más tarde, cuando la mayor parte de los clientes habían roto sus antiguos ' vínculos con los artesanos y no era fácil establecerlos nuevamente».

» N. Hansen (1965). " B. Bracalente (1983).

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fraestructuras en económicas (carreteras, ferrocarriles, acueductos, electricidad) y sociales (escuelas, hospitales, etc.), y sostiene la mayor eficacia de las últimas en regiones atrasadas para mejorar el capital humano.

La polémica cuestión de las finanzas públicas —aspecto predilecto de Nitti— merece una breve mención en este contexto. Con una estructura fiscal ! que favorecía los impuestos indirectos, y en la que ni siquiera los directos ! eran realmente progresivos, no es extraño que el Sur acabara por pagar al Estado una contribución desproporcionada a su situación económica, mientras 1 que el gasto público era en los años de paz, como mucho, neutral, como afirmó i acertadamente Cafagna. Este estado de cosas mejoró parcialmente con las ya mencionadas «leyes especiales para el Sur» que entraron en vigor entre 1904 y 1911, pero los resultados previstos eran pobres: era evidente que el dualismo no podía resolverse con una mayor equidad fiscal solamente. '

Por último, un breve comentario sobre una medida típicamente fascista: la bonifica intégrale o reclamación integral de tierras. En este caso se trataba de una medida específicamente dirigida a la agricultura y que, en principio, debiera haber beneficiado en especial al Sur. Por el contrario, dado que su aplicación exigía la colaboración de los propietarios de tierras particulares y la coordinación de iniciativas, sin elemento alguno de obligación y expropia­ción, resultó en mayores beneficios para el Norte, y al hablar del Norte se hace esta vez referencia a la antigua tripartición que incluye Emilia-Romagna y el Véneto^.

El punto crítico de la cuestión es que, en términos generales, una nación formada por regiones con diferentes grados de desarrollo se ve forzada a apoyarse en su parte más avanzada, y en mayor proporción aún si el país aspira a competir, económica y/o militarmente, con naciones más avanzadas. Teniendo esto en cuenta, cabe sostener que, en el siglo escaso que aquí se examina, las dos guerras mundiales constituyen los hechos únicamente respon­sables, directa e indirectamente, de la mayor parte del agravamiento del des- ; equilibrio regional en Italia. En ambas guerras, la situación de emergencia j que sufría el país le llevó a apoyarse casi exclusivamente sobre la base pro- | ductiva de las zonas más desarrolladas, concentrando en ellas una gran pro- j porción del gasto público ". Las consecuencias de las dos guerras —inflación, ) reestructuración industrial y rescate de bancos— operaron claramente a favor del triángulo industrial.

De este modo, el «centro» de las decisiones económicas y políticas fue ] haciéndose cada vez más ajeno a las zonas débiles, y en él se concibieron po- j líticas económicas «generales» que eran cada vez más inadecuadas para el pro-

" Para otros ejemplos relacionados con este mismo tipo de argxunentación, véase P. Saraceno (1961).

" Véase sobre este punto el análisis ofrecido por G. Toniolo (1977).

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greso económico y social de aquéllas. Se realizaron escasas inversiones, en sí insuficientes para romper el estancamiento, y las protestas que surgían desde abajo simplemente se reprimieron. Esta última observación me lleva a refe­rirme brevemente a una cuestión que ha suscitado una prolongada polémica; esto es, la conocida cuestión gramsciana * de la «revolución agraria perdida».

Pese a la discrepancia de Rosario Romeo ', al parecer el «sacrificio» del Sur, al no permitírsele poner fin a los latifundios, no benefició al país. El hecho es que el Norte y el Sur necesitaban distintas políticas económicas, de lo que es claro indicio la división en el seno de la izquierda entre una línea reformista (Turati) y una línea revolucionaria (Gramsci). En el Norte, como acertadamente percibía Turati, el capitalismo podía desempeñar un papel po-

i sitivo en el ascenso del nivel de vida de las masas ^ . En el Sur, por el con-|trario, la élite económica local, como bien comprendió Gramsci, era sencilla­mente un obstáculo al progreso y debía ser eliminada. Pero se creyó imposible que un Estado liberal unificado pudiera permitir la caída de la élite de una de sus partes y, paradójicamente, extrajo de la zona más avanzada los medios para imponer la «ley y el orden» en todo el territorio, recurriendo a la ya mencionada política de leyes especiales para hacer frente a las más peligrosas protestas populares y a situaciones de emergencia. Ello estuvo motivado no, como sostenía Romeo, por la necesidad econóinica de canalizar todos los re­cursos del país hacia el triángulo industrial —cosa que ocurrió más bien, como ya dije, en épocas de guerra—, sino por la profunda convicción liberal de que la justicia significaba uniformidad de leyes, y por la evidente resistencia de la élite meridional a ser desbancada.

Sobre la combinación de todos estos hechos se basa la percepción del dis-tanciamiento que exhibía el Estado frente a las necesidades de la población meridional, percepción que está siendo reconocida cada vez más como una de las principales causas del arraigo de fenómenos tales como la mafia, la camorra y la 'ndrangheta. De hecho, sea cual sea su origen —que es con frecuencia

1 agrario—, todas estas organizaciones ilegales, su difusión y persistencia, han sido el resultado de dos movimientos convergentes. Por una parte, las per­sonas más privilegiadas decidieron «tomar la ley en sus manos», sustituyendo al Estado ineficiente, y, por la otra, la mayoría de las personas acogieron bien la protección tangible que ofrecían los poderosos locales, a los que conocían y en los que confiaban, en ausencia de un Estado que mostrara una preocu­pación concreta por su suerte. La distancia entre el Estado y el ciudadano ha quedado mediada en el Sur por organizaciones ilegales que en un principio

" A. Gramsci (1950), pp. 69-104, especialmente. " Véase R. Romeo (1963). " Sobre la visión de Turati de la «cuestión meridional», véanse las interesantes pá­

ginas de G. Cuomo (1983).

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controlaron las escasas rentas producidas localmente, y en época más reciente han intentado hacerse —mediante la venta de cigarrillos de contrabando, se­cuestros, la distribución de drogas y operaciones financieras ilegales— con una parte de la riqueza acumulada en las zonas más desarrolladas ".

Este último fenómeno constituye uno de los mejores ejemplos de cómo la distancia entre Norte y Sur ha producido consecuencias con un efecto nega­tivo en la totalidad del país. Pero no es éste el único ejemplo. En el nivel del Estado —caja de resonancia inevitable de todas las contradicciones de un desarrollo desigual— se registran otros tipos de interacciones que afectan ne­gativamente a todo el país.

En primer lugar, la gran diversidad de culturas, situaciones y necesidades de las distintas partes del país ha originado esa fragmentación política italiana que ha producido tres fenómenos típicos:

a) El «transformismo», es decir, mayorías parlamentarias variables cons­truidas en torno a una u otra medida, por la imposibilidad de constituir mayo­rías estables; en mi opinión, los actuales Gobiernos de coalición no son sino otra versión, algo más coherente, pero aún en gran medida inestable, del anti­guo transformismo.

b) La inexistencia de un gran partido burgués, que nunca ha obtenido suficiente apoyo.

c) La prolongada indecisión de la izquierda entre las alternativas refor­mista y revolucionaria.

Semejante sistema político le ha costado a este país veinte años de dicta-j dura fascista y un proceso decisorio, durante los períodos democráticos, que i es lento y penoso y recurre con excesiva frecuencia a tácticas dilatorias como' medio para mitigar los efectos de los grandes contrastes. Hay que subrayar, asimismo, que las considerables dimensiones demográficas del país, unidas du­rante un período prolongado de tiempo a una base económica mucho más reducida, han favorecido en el pasado una política exterior excesivamente , ambiciosa, que ha afectado de modo trágico al país, especialmente las aven­turas coloniales de Crispí y la guerra total de Mussolini ^.

En segundo lugar, los desequilibrios regionales han tenido un impacto especial sobre el mercado de trabajo. De los muchos efectos producidos, dos

" El papel intermediario de la mafia y su posterior y contradictorio paso a los nego­cios legales e ilegales han sido muy bien documentados por P. Arlacchi (1983).

" Considérense las trágicas «ocho millones de bayonetas» que Mussolini se jactaba de poder movilizar a fines de los años 1930, frente a los 1,3 millones de fusiles existentes, la mayoría no automáticos, que quedaban de la I Guerra Mundial, los 38.000 vehículos y los millón y medio de uniformes.

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se conformaron en el período anterior a la II Guerra Mundial: la llamada meridionalizzazione de la burocracia, y la pérdida de las generaciones más jóvenes y más emprendedoras de las zonas más atrasadas a causa de la emi­gración.

La meridionalizzazione de la burocracia es un fenómeno que se inicia «en­tre la primera y la segunda década del siglo» ^ , y que se explica fácilmente por la evidente preferencia de las personas más cultas del Norte por los em­pleos en el sector industrial privado, que era virtualmente desconocido en el Sur. Semejante fenómeno, que pudo haber tenido un efecto positivo, pues ofrecía oportunidades de trabajo a los desempleados del Sur, resultó ser ne­gativo para el país, porque produjo una burocracia que no era afín a las ne­cesidades de las zonas desarrolladas, impregnada como estaba del excesivo legalismo de la cultura meridional y de una ética de trabajo y del servicio público que no era funcional en un medio industrial. Esto ha contribuido a alienar también al Estado de la sociedad del Norte, produciéndose el resulta­do, más bien paradójico, de que el Estado italiano no sea considerado satis­factorio por ningún sector de la sociedad italiana.

La emigración no fue en un principio un fenómeno exclusivamente meri­dional; en efecto, antes de la década de 1880, la emigración sólo existía en las provincias del Norte, desde las que los emigrantes se dirigían, a menudo de modo temporal, hacia Europa central. Pero las crisis agrarias agravaron la situación de los campesinos en grado tal que impulsaron también a los me­ridionales a emigrar de forma masiva, especialmente a los varones jóvenes en edad productiva. Y la emigración del Sur se dirigió a lugares mucho más leja­nos —América, Australia— y fue en general permanente, produciéndose una extraordinaria pérdida de «capital humano» ^ y una profunda alteración en las estructuras del sexo de la población restante ".

Otros hechos de gran importancia se han producido en el mercado de trabajo tras la reconstrucción: migraciones internas con graves problemas de integración social; la vuelta de emigrantes a sus lugares de origen con nuevas pautas culturales. Estos no se tratarán en este trabajo, y tampoco los efectos de la intervención estatal en el Sur a partir de 1950 '*.

Aun sin tomar en consideración sucesos más recientes, queda claramente demostrado que el dualismo económico no es algo que afecte de modo exclu-

» S. Cassese (1977), p. 95. '* Capital humano que no habría sido, no obstante, muy productivo en el país, dado

el enorme paro existente. " Entre los muchos trabajos sobre la emigración italiana al extranjero, véanse F. Bar-

bagaUo (1973) y G. Rosoli (ed.) (1978). " Un examen sintético de la intervención estatal en el Sur tras la 11 Guerra Mundial

puede encontrarse en las secciones I1I.3 y 111.4 de Zamagni (1984).

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sivo a la zona más atrasada —pese a que sea ésta la que más lo sufra—, sino que comprende a la totalidad del país, generando unas características de cre­cimiento que son notablemente distintas a las de países económica y social-mente más homogéneos.

4. GRANDEZA Y MISERIA DE UN PROCESO DE DESARROLLO REGIONALMENTE DESEQUILIBRADO

Los modelos históricos de crecimiento económico europeo han mejorado enormemente con la introducción de los factores sustituibles por parte de Gerschenkron, con la adopción de PoUard de la dimensión regional en el estudio del mecanismo de crecimiento, y la introducción del concepto de «di­ferencial de contemporaneidad», también por parte de PoUard. Quedan, en mi opinión, tres pasos que habría que tomar con objeto de obtener un mo­delo explicativo más adecuado del crecimiento económico de Europa. Por una parte, hay que admitir que los factores sustituibles de Gerschenkron producen una trayectoria de crecimiento que muestra evidentes desviaciones con respec­to al modelo británico. Por otra, hay que reconocer que una nación formada por regiones avanzadas al estilo PoUard, junto a otras atrasadas, experimenta un tipo de interacción que también afecta profundamente a su trayectoria de crecimiento. Finalmente, hay que considerar más ampliamente la interacción de los países con diferentes niveles de desarrollo.

La desviación de la trayectoria de crecimiento italiana con respecto al mo­delo británico ha sido aún más Uamativa debido a que es producto de la pre­sencia simultánea de todas las anteriores causas de diferenciación. Para limi­tarme a los desequilibrios regionales, objeto de este trabajo, ItaHa se halló en una situación no viable para «exteriorizar» el atraso en distintas entidades étnico-político-administrativas, y tuvo que dar cobertura a zonas avanzadas y atrasadas, haUándose bajo la continua presión de tener que idear medios para superar el subdesarroUo. La «grandeza» del modelo de desarrollo del tipo italiano estriba en haber tenido que «interiorizar» la confrontación Norte-Sur *". Su miseria reside en haber intentado huir obstinadamente de este de­safío. ¡Cuántas son las personas del Norte que han condenado a Garibaldi y su expedición al Sur sobre la base de que, de haber estado solo, el Norte podría haber sido otra Holanda u otra Suecia! Pero ¡cuántas son las perso­nas del Sur que insisten, aún hoy, en sostener que hay que hacer responsable de su subdesarroUo a una maquinación del Norte en contra suya, por la que

" El único autor que conozco que ha observado esto explícitamente es Saraceno (1961), p. 461.

2.J

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han de ser compensados! **. Yo, por mi parte, he especulado en otro lugar sobre la posibilidad de que hubiera beneficiado más al Sur al haberlo dejado como una entidad política aparte. Dada la debilidad de sus ineficaces gober­nantes, es indudable que su derrocamiento no habría sido imposible; pero ¿qué Gobierno podría haberlos sustituido, siendo cómo era la élite existente en el Sur? ¿Hasta qué punto podría haberse expresado constructivamente la protesta popular, dado el nivel de analfabetismo de la población? Al menos existen serias dudas de que un Sur independiente pudiera haber avanzado mucho más rápidamente hacia el progreso económico, y no hay que olvidar una inversión extranjera con características de explotación, y que el elemento nacionalista no podría haber operado tan fuertemente como en una Italia uni­ficada.

La identificación de la «cuestión meridional» ha formado parte de ese esfuerzo descaminado por escapar al desafío de una relación Norte-Sur más constructiva, fomentándose durante demasiado tiempo la peligrosa ilusión de que sólo el Sur se encontraba en malas condiciones, mientras que el resto del país quedaba inmune y podía actuar como si los problemas del Sur no sobre­pasaran sus límites.

Como justificación parcial de semejante postura hay que admitir que no es, sin duda, fácil para las zonas desarrolladas el convivir con las atrasadas, y es aún más difícil dar con las recetas milagrosas capaces de eliminar el atra­so en un período breve de tiempo. Pero será totalmente imposible conseguirlo si se adoptan de modo acrítico los modelos pensados para países con zonas insignificantes de subdesarrollo. En los países dualistas, y en todos, se nece­sita creatividad, y no simple imitación, para construir un taller viviente don­de se experimente en la lucha contra el subdesarrollo fundándose en la cola­boración entre las zonas avanzadas y las atrasadas de una misma nación. Pero ello implica elevar la «cuestión meridional» a la categoría de «cuestión na­cional».

De lo hasta aquí dicho puede deducirse un corolario sobre la historia eco­nómica italiana. Una historia económica falta de una dimensión regional no tiene sentido, no sólo en el aspecto más evidente de que es inevitablemente necesario para explicar por qué tuvo el país una región industrial que seguía el desarrollo de la Europa industrializada junto a un Sur estancado. Pero hay motivos de mayor peso. Dos de ellos son los siguientes. En primer lugar, las medias nacionales per capita de cualquier variable económica son inadecuadas para ilustrar el proceso de crecimiento «italiano», porque se determinan pro­mediando la parte que avanzaba junto a la que quedaba estancada, cuando no retrocedía. En segundo lugar, los sucesos políticos son un reflejo fiel de los

* Véanse, entre otros, E. Capecelatro y A. Cario (1973).

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desequilibrios regionales y no pueden entenderse sin tomar en consideración dichos desequilibrios.

Este hecho hace que todo argumento estadístico y conceptual sobre Italia sea inevitablemente complejo^', pero no hay otra vía si no se desea, mediante la simplificación, acabar por malinterpretar por completo el proceso de de­sarrollo italiano.

(Traducción de Eva RODRÍGUEZ HALFFTER.

" Como ha sido correctamente observado por G. Federico (1980). Para un esfuerzo en este sentido, véase F. Bonelli (1978).

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¿CUESTIÓN MERIDIONAL O CUESTIÓN NACIONAL?

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LOS PRECIOS DEL PAN EN MURCIA EN EL SIGLO XVIII

CEFERINO CARO LÓPEZ

La dinámica secular

Perfecta la concordancia entre las curvas de los precios del trigo y del pan '. No podía ser de otra manera: los dos asuntos están estrechamente reía cionados, y subidas de precios y bruscas depresiones se repiten al mismo com­pás, excepto en contadas fechas.

La tónica general es una tendencia más acusada que la de los precios del trigo al acercarse al valor central de la serie durante el período 1680-1755, lo que significa que las oscilaciones del precio del pan son menos violentas en el sentido de que las diferencias entre mínimos y máximos arrojan saldos inferiores en sus valores a los correspondientes entre los cereales. Estamos, pues, ante lo que se puede considerar como un éxito del Pósito: haber evi­tado los grandes desequilibrios cíclicos o coyunturales de los productos de primera necesidad.

Pero el análisis del gráfico de los valores ponderados indica que este re­sultado se ha conseguido paliando dentro de lo posible la escasez de trigo con ofertas masivas de los graneros públicos y que nunca se ha prevenido una subida de los precios con los excedentes de los años anteriores. Lo contrario, esto es, que la coyuntura encontrara al Pósito desprevenido, ha ocurrido en varias ocasiones. Entre 1704 y 1707 los precios del grano experimentan un descenso de 25,1 a 23,5 reales por fanega, pero el pan sube de 0,48 a 0,7 ma­ravedíes por onza, lo que atestigua de un fallo en la administración del pú­blico. Aunque no sean frecuentes, se pueden volver a encontrar otras ocasio­nes parecidas, como, de hecho, fue el caso entre 1714 y 1718.

Difícil hablar de los movimientos cíclicos de los precios del pan por el efecto amortiguador realizado por la política de abastos: hablemos mejor de períodos de duración bastante irregular, empezando por años de precios muy

' Véase el estudio de Caro (1985), del que este trabajo es continuación. Allí se encon­trarán indicadas la metodología seguida en la investigación, las fuentes del estudio y la bibliografía general.

Revista de Historia Económica J1 Año V. N.° 1 - 1987

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CEFERINO CARO LÓPEZ

elevados. Entre 1677 y 1679 la onza de pan llegó a costar un 76,44 por 100 más que la media de los dos años anteriores; durante los quince años siguien­tes el precio medio fue inferior en un 60 por 100 al de este trienio, particu­larmente desdichado, dramático en verdad, como es fácil suponer.

Una fase de precios cuyas oscilaciones se localizan en la banda de los 40-69 maravedíes/onza dura desde 1681 hasta 1708. La subida del año 1709 no se nota casi en los precios del pan: 0,7 maravedías/onza, por 0,6 en el año anterior y 0,51 en el siguiente. Perfecta en este caso la acción del Pósito, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de una fase alcista de los precios del trigo. La acción de los administradores se ha llevado a término mediante la compra masiva de granos: el empleo de 1709 fue de 22,di2 fanegas, con relación a las 17.410 del año anterior, mientras que en 1707 solamente se habían comprado 11.407: un crecimiento de los abastos que se cifra en un 56,62 por 100 en dos años, al que sigue otro entre 1708 y 1709, cifrado en un 30 por 100 más en las cantidades de trigo acopiadas. Los regidores fueron previsores para atajar las consecuencias de la crisis —no sólo económi­ca, sino también política— de 1709. Este momento marca un cambio de la tendencia en los gráficos de los valores del pan. A partir de entonces, las fluc­tuaciones de los valores nominales y ponderados van haciéndose cada vez más violentas en ambas direcciones.

Años de bajos precios entre 1718 y 1720, 1724 y 1726, pero desde 1728 hasta el año de 1737 el precio no hace prácticamente sino subir. Faltan los datos de 1739 a 1741, y, desde un valor bajo en 1742, la curva alcanza en 1750 una cifra superior en un 97,6 por 100. En el último tercio del siglo xviii no existen tendencias globalmentet definidas: entre 1769 y 1790, tres alzas impresionantes; otras tantas depresiones con variaciones porcentuales que al­canzan valores de —48,1 por 100 en el bienio 1769-1770, +116 por 100 entre 1781 y 1783, para bajar en un 47,42 por 100 al año siguientte... Es lamentable no poder tener datos sobre las cosechas de la última parte del siglo, pero es evidente que la dinámica violenta de los precios del pan está anclada a los estrangulamientos de producción generalizados a finales del Die­ciocho.

Las crisis y los hombres

La crisis del período 1677-1679 la viven los contemporáneos con plena conciencia de su gravedad. Ya en años anteriores habían sido prohibidas las sacas de granos a Valencia, pero ahora el Ayuntamiento, en marzo de 1677, debe recurrir al obispo para que venda su trigo al Pósito. El día 23 delega en una junta actividades y preocupaciones del abasto público, que se complica

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LOS PRECIOS DEL PAN EN MURCIA EN EL SIGLO XVIII

debido a «la muy corta cosecha» de ese año. Para agravar aún más la situa­ción estalla la peste y, a primeros de junio, el Cabildo debe también pensar en preparar hospitales para recoger a los afectados . El trigo en Lorca está carísimo por las muchas sacas que se han realizado; se encomienda al patrón del Almudí el empleo donde sea posible, y a duras penas se logra juntar 6.200 fanegas de Lorca, Totana y, en menor medida, del campo de la ciudad. De nuevo es preciso recurrir al obispo, en noviembre, y éste responde no dis­poner tampoco de nada de panizo. La libra de pan, que sólo pesa 13 onzas, se vende en 26 maravedíes. El día 4 de diciembre llegan a la ciudad 1.100 fa­negas de trigo mandadas desde Lorca por el obispo, pero ahora el pan cues­ta 18 maravedíes por 12 onzas de peso. Los administradores se centran desesperadamente en la búsqueda de suministros en Totana, en Chinchilla, pero el trigo no se halla a menos de 5 ducados por fanega en marzo de 1678. En abril es necesario reconocer públicamente que falta el grano, a la vez que los documentos oficiales atribuyen la responsabilidad a la Chancillería de Gra­nada, que permitía las sacas de Lorca a pesar de la escasez que se estaba pa­deciendo. Además, la cosecha de ese año es limitada: ya son dos temporadas seguidas de baja producción, y en octubre es menester buscar trigo en Oran, a condición de que los precios —recomienda el Cabildo— no excedan los 8 reales de plata por fanega: la media de los precios pagados en los empleos anteriores había rondado los 35 reales de vellón.

La situación se hace dramática, como refleja la sesión del Ayuntamiento de 31 de octubre. Los panaderos no tienen trigo; la ciudad tampoco. No se puede repartir ni una fanega, y lo más grave no es que no lo haya en el Pó­sito, sino que no se encuentra en ninguna parte. A partir del día siguiente, dicen los regidores, no habrá pan. El 22 de noviembre se ajusta una partida de grano —providencial— desde Cartagena, procedente de Sicilia, pero es una gota en el mar de las necesidades de la ciudad. El pan, con 11 onzas de peso, cuesta ahora 22 maravedíes, y el año de 1679 sigue la misma tónica. La medida exacta del desastre la puede dar la afirmación formulada en la reunión del Cabildo de 9 de enero: «consta que en el Almudí no hay un grano de venta». En ese año pudo hacerse empleo de trigo procedente de Oran, pero ya muy tarde, en julio-agosto, y las casi 14.000 fanegas traídas desaparecen a los pocos días: en octubre de nuevo están los panaderos sin harina, y no puede extrañar que en esta situación hasta febrero de 1680 el pan no baje de 16 maravedíes por 12 onzas de peso. El Pósito no puede comprar, cuando consigue dar con una partida en Cartagena, más que 1.000 fa­negas, debido a la escasez de su presupuesto. El quebranto económico no de­riva solamente de los esfuerzos de tres años sucesivos, sino también de la

Cfr. Hernández Franco (1983).

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CSFERINO CARO LÓPEZ

extraordinaria «escasez de moneda» de esos años de ajustes y maniobras mo­netarias en el Reino. En abril vuelve a faltar el pan; en el Pósito los granos sólo aseguran el consumo para veinte días, mientras que las necesidades de la población son apremiantes. Afortunadamente llega una buena cosecha y la pesadilla termina cuando el precio del pan alcanza los 10 maravedíes por libra cabal, esto es, con su peso efectivo de 16 onzas, un valor tres veces inferior al de pocos meses- antes. Dejemos la palabra a los protagonistas para explicar cómo han podido ser

remediados todos estos reinos con gran cantidad de trigos que an llegado en diferentes naos a los puertos de Gibraltar Cádiz y Má­laga y Almería y Alicante que dista doze leguas de aquí y todos los interesados en la venta del trigo tenían empleado en este géne­ro todos sus caudales con esperanza casi cierta de doblar tres veces sus empleos por la esterilidad del tiempo que se experimentava por el mes de noviembre y assido nuestro señor servido reme­diarla con su Divina providencia vajando los precios en la ciudad de Granada de cinquenta a quarenta y quatro, la de Lorca de treinta y dos a veinte y seis en el campo de Murcia que dista quatro leguas de esta ciudad desde treinta hasta veinte y seis y todos quantos tienen enzerrado el trigo y el panizo están rogando con estos géneros y no hallan compradores'.

La convulsión de 1708-1709 sigue la misma dinámica, pero en escala más reducida. En octubre de 1707 el Pósito empieza a repartir a los panade­ros 500 fanegas de trigo a 23 reales cada una, cuando el año anterior había visto valores de 18,6 reales/fanega. Es el primer aviso de que la tormenta se aproxima: en febrero de 1708 se reparten ya 40 fanegas diarias a 24 rea­les; en abril se prohibe la saca trigos; en mayo se habla abiertamente de que la cosecha peligra: se reparten diariamente 130 fanegas para suministro de las tahonas. En junio es posible comprar 1.400 fanegas en Lorca, pero esa cantidad es completamente inadecuada para las necesidades de la ciudad; el 18 de agosto la libra de pan, rebajada a 15 onzas de peso, y con precio de 8 maravedíes, pierde otra onza. En septiembre la esterilidad es general, y la libra sigue reduciéndose de peso, llegando a 13 onzas por el mismo precio. En veintidós días el pan ha subido en un 13,3 por 100. Entonces se manda ha­cer un registro de trigo en la ciudad, para comprobar los posibles acopios reali­zados por los particulares, mientras siguen las medidas reguladoras. El trigo pasa, entre el día 6 y el 16 de octubre, de 26 a 33 reales por fanega y el pan

' Archivo del Ayuntamiento de Murcia, Acuerdos Capitulares (en adelante, AA. CC), 22-1-1684.

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LOS PRECIOS DEL PAN EN MURCIA EN EL SIGLO XVIII

cuesta ya 12 maravedíes. Es preciso recurrir a los graneros eclesiásticos, que proporcionan 1.000 fanegas de panizo de Chinchilla, pero el invierno es du­rísimo. En enero siguiente se buscan mercaderes extranjeros que traigan trigo del mar, y a la vez la ciudad prohibe hacer pan blanco. La esperanza se en­ciende el día 4 de febrero, al contactar con un patrón de barcaza que ofrece trigo de Berbería por mediación de unos hombres de negocios de Cartagena, pero en condiciones leoninas: 3 pesos/fanega el precio, depósito o fianza de otros 3.000 y un seguro del 20 por 100 del valor. A pesar de lo oneroso, la ciudad aceptaría el trato, pero el día 6 todo se viene abajo por causas que no alcanzamos a conocer, y a partir de entonces la situación se mantiene «atribuiéndose a milagro la manutención hasta oy». Pero el milagro dura poco: el día 9 de marzo se avisa de que sólo queda trigo para tres días en el Almudí. Los administradores se han ido a buscarlo a Teruel, pero sólo dos semanas más tarde recibirán las primeras remesas al exorbitante precio de 62 reales/fanega. Nada más que una vez, durante los años terribles de 1678 y 1679, se había pagado por el trigo un precio semejante, y al asegurar el abasto en estas condiciones es preciso subir el precio del pan, esto es, bajar su peso. Ahora con 16 maravedíes se compran sólo 12 onzas de pan, y a pesar de lo prohibitivo de las condiciones tampoco queda asegurado el suministro; primero, el grano llega sin puntualidad y, luego, se agota. Otra vez, el 18 de abril, confiesan los regidores que «no queda trigo en la tierra más que para el día de mañana». El 29 llega el trigo de Aragón y se empieza a repartir a los panaderos inmediatamente. Se entregan 100 fanegas diarias para hacer un pan que se venderá al increíble precio de 20 maravedíes las 14 onzas. Tras la cosecha la baja del pan es sólo relativa: mismo precio para 16 onzas, pues -se ha cogido bien poco, y en julio ya los panaderos se quejan de la escasez del género. No queda otra alternativa que la de buscar «un crédito en los vezinos cosecheros», que no parece dar resultado. En pleno mes de julio no hay panizo en el Pósito y es preciso pedirlo a las autoridades religiosas. Sin embargo, el verdadero alivio sólo llegará cuando se permite que las tercias reales se empleen en el abasto público. Vuelve a bajar el peso del pan: 13 on­zas el día 3 de agosto, y 12 el 5 de octubre, siempre por el mismo precio. El 24 de ese mismo mes la ciudad decreta que los panaderos hagan panecillos especiales para los pobres al peso de 7 onzas y a poner en venta a 8 mara­vedíes. El precio real del pan es exactamente el mismo, pero influye el factor psicológico de poder disponer de una ración, aunque mínima, por 2 cuartillos. A partir de noviembre la onza de pan conservará su valor de 0,77 marave­díes hasta junio del año siguiente, y si el precio es elevado al menos es estable. El día 20 de junio por fin el Cabildo puede fijar el precio de la libra cabal en 8 maravedíes, o sea, un 23 por 100 más caro que el precio a que corría en 1706; pero la crisis se ha acabado.

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CEFERINO CARO LÓPEZ

En esta segunda fase de crisis los precios del pan no llegaron a los niveles de los años 1677-1678, y una de las posibles explicaciones es que el empleo de trigo fue de 22.627 fanegas, de las cuales 4.500 compradas de Aragón y todas a un precio muy elevado. Si a pesar de estas inyecciones en el mercado de la ciudad —y a precio político— llegó a haber momentos de verdadera escasez, es fácil imaginar lo que hubiera podido suceder de no haber existido un Pósito de trigo.

Afortunadamente para la población, tras esta sacudida se dan varios años de buenas cosechas en 1710, 1714, 1720, 1726 y 1727. Gracias a la de 1714 se llegó a vender el pan a 8 maravedíes por 18 onzas, 2 más del peso de la libra cabal, y en 1726 y 1727 a 6 maravedíes las 16 onzas. Los resultados de las malas cosechas de 1732 y 1733 hacen subir de pronto los precios, aun­que sin alcanzar ni los valores ni las medidas extremas de las grandes crisis anteriores. Además, todos los indicios apuntan a una tendencia a la baja desde el año de 1734 hasta el de 1742, que también experimentó buenas cosechas y en el que la libra de 14 onzas se vendía a 6 maravedíes. El trigo llega a las puertas del Almudí en abundancia y la ciudad se beneficia de una situación de precios no sólo bajos, sino también estables durante todo el año y hasta la cosecha del siguiente. Pero este período fue el último favorable desde el punto de vista de los precios. A partir de 1746 empieza una fase de cosechas «cortas» —cuatro consecutivas— que introducen una carestía endémica: los precios del trigo suben en los tres años en un 60 por 100, y los del pan en un 62 por 100. En agosto de 1748 la onza de pan cuesta 0,76 maravedíes y en febrero de 1749 se venden 14 onzas en 12 maravedíes; en abril, por el mismo precio, sólo se dan 13; en agosto, 12. Al año siguiente las cosechas son nulas por falta de lluvias, y lo que agrava la situación murciana, ya en el aspecto del abastecimiento, es la carestía «mayor que padecen los reinos de Andalucía y Mancha». La única esperanza de avituallamiento vuelve a ser el mar. En agosto el pan se vende a 10 maravedíes por 11 onzas. La ciudad se ve imposibilitada a paliar las necesidades de la población porque no se en­cuentran proveedores: en 1745 había comprado 15.955 fanegas para el Pó­sito, cantidad doblada al año siguiente en vista de las malas cosechas; pero cuando la escasez se generaliza es cada vez más difícil encontrar mercados de grano. Se compran 19.555 fanegas en 1748; menos en 1749, y en 1750, precisamente cuando la crisis toca su punto más elevado, sólo se pueden traer a Murcia 9.520. Hasta junio de 1752 no se encontrará pan a un precio ase­quible o razonable. El año de 1755 será el último relativamente bueno en que el pan de tahona se vende a 8 maravedíes por 15 onzas. A partir de en­tonces, las crisis se generalizan: poca cosecha en 1757; crisis de abasto en 1765, cuando la libra de pan llamado francés llegó a costar, en octubre, 24 maravedíes por 15 onzas de peso; otra grave crisis de producción y abasto

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LOS PRECIOS DEL PAN EN MURCIA EN EL SIGLO XVIII

en 1769, en la que la administración ciudadana queda completamente desbor­dada y el precio del pan alcanza el valor más alto de todo el período estu­diado... En 1773 hay otra carestía y otra grave crisis en 1785, año en que la onza de pan supera el valor de 1 maravedí, al vender en 12 la libra de 10 onzas. Vuelve la carestía en 1788-1789, y más acentuada en 1793, con los mismos precios que ocho años antes. El siglo se cierra con una nueva crisis —¿o no sería más apropiado considerar todo el bloque temporal 1793-1798 como un solo gran momento de altísimos precios?— sin que la Admi­nistración pública pueda siquiera atreverse a solucionar los problemas de abastecimiento y de política de precios. Las tentativas de la Ilustración se han revelado ineficaces, y la libertad de tráfico y comercio de granos no está en condiciones de mejorar una situación estructural que los contemporáneos no consiguen dominar.

El abasto

Ninguna generación de murcianos entre 1675 y finales del Dieciocho se vio libre de las crisis de subsistencia —punto descollante de lo que fue, du­rante toda la edad preindustrial, endémica situación de precariedad en las con­diciones de vida— *, y será interesante determinar los mecanismos y las fuen­tes de abastecimiento del Pósito de trigos.

El mecanismo es en sí poco complejo: llegando el momento de las cose­chas, cuando la oferta va a ser mayor y los precios más bajos, en una reunión del Cabildo se encomienda al patrón y al administrador de la institución la compra de trigo para el abasto del año siguiente, operación llamada empleo. Los responsables del Almudí despachan entonces con sus agentes de confianza o reciben directamente ofertas de particulares, y a unos y a otros, una vez realizado el empleo de los granos, se les paga su comisión. Todos estos por­menores están perfectamente documentados en las cuentas que guardan los legajos del Pósito en el Archivo del Ayuntamiento de Murcia.

Las cuentas indican también las cantidades compradas en cada ejercicio y sus precios respectivos, así como los lugares de procedencia de los trigos. La comparación de los precios del trigo y los abastos permite afirmar que el factor precio no es casi nunca determinante en la cantidad adquirida, en el sen­tido de que a cosechas abundantes —y, por tanto, a bajos precios— deban corresponder compras masivas de granos. De hecho, esto ocurre sólo durante un período de menos de veinte años, entre 1682 y 1701. Después los datos corren paralelos, lo que indica que la política de empleos se hace bajo las ne­cesidades de la coyuntura: es necesario comprar mucho trigo principalmente

' Como lo ha estableddo Pérez Moreda (1980).

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CEFERINO CARO LÓPEZ

porque la cosecha ha sido poca, y precisamente por ello los precios serán elevados. En época de bajos precios no merece la pena comprar porque la producción ha sido abundante y no se plantean problemas de abastecimiento. Indudablemente nos encontramos ante una situación y una mentalidad que son políticas, que no pueden buscar beneficio económico, sino que su eficacia se mide por la calidad de los servicios prestados. Todo ello resultará más patente aún si se comparan las cantidades de los empleos con los precios del trigo vendido para el Almudí. Sería de suponer que a mayor cantidad de trigo al­macenado más bajo fuera su precio de venta, y, sin embargo, es exactamente al contrario cómo las cosas se desarrollan: los empleos son cuantiosos porque hay carestía y los precios suben precisamente porque no hay trigo en la ciu­dad, que es la razón por la que se han realizado importantes empleos. Enton­tes, ante esta necesidad, las compras de panizo han de ser realizadas forzosa­mente, aunque los precios sean altísimos, que es lo que normalmente ocurre. Teóricamente, ante este modelo de comportamiento económico la principal incógnita sería saber cuánto tiempo iban a poder durar los caudales del Pó­sito; pero, sin embargo, se trata de un falso problema, pues las curvas pon­deradas de los precios del trigo comprado y vendido por el Almudí indican que las fluctuaciones de ambas variables son prácticamente iguales, o incluso, como ocurrió en 1708-1709, a favor de los precios de venta. La política de la administración ciudadana consiste, por tanto, en repercutir los precios de los empleos en el precio del pan: directamente, mediante el mecanismo de venta del panizo del Pósito a los panaderos; indirectamente, fijando los pre­cios oficiales de la onza de pan.

Es así como se explica que en muy contadas ocasiones, a pesar de todo, faltara literalmente el pan; pero, en cambio, sus precios fueron siempre muy elevados —en tiempos de crisis, se entiende—. Cabe plantearse entonces si la política de abasto realizada por el Cabildo ha sido eficaz: sí, se puede res­ponder, en relación con la cantidad, pero no, evidentemente, si se considera que varias capas de la población no podían acceder al pan debido no a que faltase, sino a su precio.

La expansión de la demanda

La dinámica violenta de la curva de los precios, tanto públicos —políti­cos— como de las cosechas, pone de manifiesto un crecimiento tendencial de los mismos a lo largo de todo el período estudiado. Determinar la causa de lo que es un fenómeno común en la economía del Antiguo Régimen no es glo-balmente posible; de tantas hipótesis puede adoptarse una, fácilmente demos­trable, la del aumento del consumo. La población del siglo xviii experimenta

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LOS PRECIOS DEL PAN EN MURCIA EN EL SIGLO XVIII

un auge incuestionable, y, si la productividad agrícola crece *, es evidente que la ley de la demanda y de la oferta tiene un papel considerable. El gráfico 1 recoge las cantidades de trigo compradas en los empleos del Pósito y sus fluc­tuaciones. Esta curva es la que muestra las oscilaciones más violentas, lo que no deja de ser desconcertante, pues el abasto es un servicio público que se realiza año tras año, y lo más lógico sería su estabilidad sobre la base de una cantidad media más o menos constante. Dos factores pueden haber influido en las variaciones: por un lado, los precios de los granos en el mercado, en relación con las necesidades de la población, y, por otro, la existencia de re­manentes en los graneros públicos.

Confrontando los gráficos de las cantidades con el de los precios pagados, se notan movimientos no siempre coincidentes, aunque ya se ha visto que tampoco son incongruentes. Hay coincidencia en la subida de la curva hasta los años de 1680; paralelismo en 1693-1696, y, en general, se nota una di­námica orientada en la misma dirección entre los años 1727 y 1752. Esto significa que en tales períodos creció el abastecimiento de granos del Pósito, a pesar de que los precios del trigo eran más elevados que en épocas anterio­res, o tendencialmente a la alta, y de ello se ha dado ya una explicación. En estas ocasiones el Almudí actúa de mediador pasivo entre el mercado y el consumo, y se limita a paliar los efectos de la escasez-carestía de pan mediante la compra masiva de trigos, pero se trata de una intervención sobre la crisis, a posteriori, como puede observarse comparando este gráfico con el de los precios del pan.

Las crisis de los años 1675-1680, 1685-1690, 1695, 1709-1712, el perío­do 1725-1740, la crisis de los años 1748-1750... El Pósito es, una vez más, indicador validísimo de la coyuntura económico-productiva, o, si se prefiere, la productividad en el sector agrícola determina la operatividad de este servicio.

Sin embargo, hay otros momentos en que el Almudí se adelanta a la co­yuntura y realiza una política de prevención, esto es, cuando los empleos coin­ciden con precios de compra bajos o tendentes a la baja. Estos casos se dan en 1683-1687, con grandes compras, a la vez que el valor del trigo es redu­cido; se hace acopio de género en un momento de baratura. Lo mismo ocurre, probablemente, en 1704-1705, entre 1715 y 1719, cuando los empleos de trigo alcanzan una cuantía superior en un 53,45 por 100 a la media de los tres años anteriores, mientras que en la misma fase los precios bajan en un 15,2 por 100; en el año de 1725 se compran 12.000 fanegas de trigo; al siguiente, sólo 3.407, y en 1727, 20.000, lo que representa un aumento en

' Una vez más hay que remitir a la obra básica sobre estos temas: Anes (1970), es­pecialmente cap. VI, pp. 165 y ss.

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un solo año, sobre la suma de los dos anteriores, de un 25 por 100. Por las mismas fechas, el precio del trigo de las cosechas pasa de 22 a 18,5 reales, y a 11,5 en 1727, precio mínimo del siglo. Naturalmente, el pan también ha bajado de 0,50 maravedí por onza a 0,36 en 1727; luego el trigo no se está comprando para hacer frente a necesidades actuales, sino que se aprovecha su abundancia para prevenir el futuro.

Las fuentes del suministro

£1 principal mercado donde la ciudad se surtía fue ttadicionalmente Lor-ca, no sólo como lugar de producción, sino también en cuanto etapa de recep­ción de los granos importados de Andalucía al Reino de Murcia. En cualquier caso, el trigo de la «ciudad de Lorca y sus términos donde de hordinario se acostumbra hacer el empleo del Pósito»', como dicen los regidores, es sinóni­mo de pan en Murcia.

En efecto, el 39,69 por 100 de todo el trigo comprado por el Almudí procede de Lorca'. Debe ser por eso que Espinalt decía que «si llueve a tiempo es prodigiosa su cosecha»'. Considerando el peso específico de las compras en esta villa durante varios lustros, se puede apreciar, sin embargo, que Lorca no es, ni mucho menos, un punto obligado del abasto: entre 1689-1690 su aportación a los empleos del Pósito representó el 70,75 por 100 del total, pero en 1736-1740 sólo fue el 3,79 por 100, y en 1751-1755 el 1,15 por 100. En cambio, en estos momentos crece vertiginosamente la compra del trigo de mar, traído de Cartagena, Alicante y, en una ocasión, de Valencia. El trigo de mar representa globalmente el 21,6 por 100 de los totales docu­mentados de los empleos, pero su presencia se concentra siempre en momen­tos cruciales, como son los intervalos de 1751 a 1755, cuando Cartagena aporta el 38,93 por 100 de todo el panizo del Almudí; en 1731-1735 y 1736-1740, Alicante vende, primero, el 30,49 por 100 y, después, el 48,28 por 100 del grano para Murcia. En la crisis de 1676-1680, Cartagena contribuyó en los empleos con el 40,47 por 100, y Valencia con un 11,66 por 100 del total, por lo que más de la mitad del trigo consumido en aquellos años fue de mar.

La relación entre los tres puertos de mar hacia los que Murcia, natural­mente, gravita se decanta en favor de Alicante desde principios del siglo xviii.

^ AA.CC, 13-VIII-1694. En este caso no tendría mucho sentido trabajar con números absolutos porque las

series no son continuas y faltan datos para varios años. Los porcentajes indicados se re­fieren al total de años para los que se han encontrado indicaciones en el Archivo del Ayun­tamiento de Murcia.

• Esta y la cita siguiente están tomadas de Espinalt (1778).

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Hasta 1680, Cartagena ha proporcionado el 23,73 por 100 de todo el trigo del Pósito, y Alicante solamente el 7,37 por 100. El caso de Valencia es episódico, centrado como está en una intervención particular y de acuciante necesidad en la crisis de 1676-1680. Después de entonces, Murcia no volverá a realizar operaciones masivas en la ciudad del Turia. Lo más significativo es que durante la crisis de 1708-1709 no se importa trigo de mar; se llega incluso a traer 4.500 fanegas de Aragón, pero no se puede recurrir ni a Alicante ni a Cartagena, y parece que es entonces cuando este puerto empieza a ser des­plazado por aquél. En 1730 llegan 3.000 fanegas de trigo de Alicante, que pasan a más de 19.000 en el quinquenio 1731-1735, y a 30.000 en el mismo período sucesivo. Solamente en el año de 1750, Cartagena vende a la ciu­dad 9.155 fanegas de trigo de Sicilia y Cerdeña, y en 1765 otras 5.700 fane­gas más. Pero ya no quedan más datos para cuantificar las aportaciones de trigo ultramarino de esta fecha en adelante. Globalmente, Cartagena aporta el 7,58 por 100 de las cantidades traídas al Almudí, principalmente en el siglo XVII, mientras que Alicante proporciona el 12,99 por 100, casi todo en el Dieciocho. Estos datos, sin embargo, sólo son significativos referidos a la primera mitad de la centuria por falta de documentación sobre los empleos posteriores. Cabe la posibilidad de que, encontrando los registros de cuentas de la segunda mitad del siglo, se pudiera hablar de una nueva importancia del trigo de mar, debido a las graves oscilaciones con que acaba el siglo, y tam­bién sería posible cuantificar con mayor exactitud el largo período; pero, por el momento, no hemos conseguido dar con más datos concretos.

Lo que es indudable es que la ciudad se vuelve principalmente hacia la tierra firme en busca de subsistencia; Lorca primero, aunque no todo el trigo allí comprado fuera cosecha autóctona '. Los otros grandes mercados de abaste­cimiento son Andalucía y, sobre todo. La Mancha, incluyendo en esta denomi­nación geográfica a Albacete y Chinchilla. De esta villa el Atlante Español dice que es tal su abundancia «que sus tercias ascienden todos los años a veinte y cinco mil fanegas de todos los granos». Globalmente, La Mancha proporciona el 20,13 por 100 del trigo importado, y Andalucía el 5,96 por 100. Las apor­taciones de esta zona, sin ser episódicas, han tenido mayor relieve en dos mo­mentos concretos: 1706-1710, cuando representan el 60,64 por 100 del total de los empleos, y en 1716-1720, sumando el 49,87 por 100. En este lustro todo el trigo del Pósito se compró prácticamente en Lorca y Andalucía, pero a partir de los años cuarenta del siglo xviii esta fuente de suministros pierde

' A pesar del panegírico de Moróte sobre el trigo; «las cosechas de éste en los tér­minos de esta ciudad son regularmente grandes aunque comúnmente las tienen por me­dianas cosechas; pues no se reputan por abundantes a las que no dan quarenta o cin-quenta por una fanega, o setenta o más las de trigo, como en los años de diez, catorce y diez y siete, de el siglo que corre». Moróte (1741), p. 264.

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importancia, a la vez que La Mancha se va perfilando como granero de Mur­cia. En 1751-1755 es el trigo manchego, en una proporción del 59,61 por 100 del total, el que salva la crisis, junto con Cartagena, que llega a incidir en un 38,83 por 100 en los empleos. Entre los años de 1725 y 1740 representa constantemente un promedio superior al 30 por 100 del adquirido para el Pósito.

Es clarísima la permanencia de las estructuras económicas y de los recur­sos agrícolas en la larga duración: merece la pena traer a la memoria las pa­labras de Chacón Jiménez, quien, hablando del siglo xvi, traza un cuadro perfectamente coincidente con el de los dos siglos sucesivos. En casos de ne­cesidad,

primeramente se pide ayuda a las villas y lugares del reino; Tota-na, Lorca, Cartagena, Muía, Jumilla, Yecla, Yeste, Alhama, Alba­cete, Chinchilla, pero cuando la situación es grave el problema suele afectar a todo el reino y, por lo tanto, los graneros de estas villas están tan vacíos como los de Murcia;

y entonces hay que recurrir a la producción cerealícola de La Mancha, siguien­do —en sentido inverso— la vía de exportación de la seda'".

Los demás lugares representan una aportación tan poco significativa que apenas inciden en el abastecimiento de la capital. Solamente el campo y huerta de Murcia aportan en conjunto el 6,97 por 100 de lo necesario para el avi­tuallamiento del Pósito, y ello en años contados. En 1771-1775, el 46,30 por 100 del trigo era del campo de Murcia, pero en los demás momentos a duras penas alcanza un 20 por 100 —de 1681 a 1685—, y superar el 10 por 100 de las cantidades totales aparece como un logro que sólo se consiguió tres años.

En su conjunto, se trata de una situación muy distinta de la de otra ciudad mediterránea. Valencia, según los datos de Pérez Aparicio ". El trigo viene a la ciudad del Segura, sobre todo, de Lorca y de La Mancha, y juntas repre­sentan estas importaciones casi el 60 por 100 del conjunto de todo el período estudiado; el trigo de mar apenas si es una quinta parte de los suministros, y la porción restante se consigue en el propio campo —limitadísimamente— y en zonas intermedias entre Andalucía y La Mancha, como límites extremos, y el centro de consumo; Totana, Yecla, Jumilla y Orihuela proporcionan parte de sus escasos recursos para paliar las necesidades del centro administrativo y económico del Reino, que adquiere, por otras razones y por ésta, en relación con su entorno geográfico, el carácter de dominación parasitaria.

" Chacón Jiménez (1978), pp. 15-16. " Pérez Aparicio (1975), p. 306.

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CUADRO I

Precios medios anuales de la onza de pan en Murcia. Años agrícolas, de 1 de agosto a 31 de julio. En reales de vellón

1675 0,76 1717 — 1759 — 1676 0,74 1718 0,73 1760 0,76 1677 1,22 1719 0,51 1761 0,67 1678 1,45 1720 0,50 1762 0,80 1679 1,30 1721 0,51 1763 0,77 1680 0,60 1722 0,65 1764 — 1681 0,48 1723 0,63 1765 0,92 1682 0,55 1724 0,64 1766 — 1683 — 1725 0,50 1767 — 1684 0,63 1726 0,37 1768 — 1685 0,66 1727 0,36 1769 1,60 1686 0,42 1728 0,48 1770 0,83 1687 0,50 1729 0,50 1771 0,91 1688 — 1730 0,62 1772 0,89 1689 0,61 1731 0,55 1773 1,24 1690 0,40 1732 0,55 1774 1,06 1691 0,43 1733 0,60 1775 0,98 1692 0,50 1734 0,78 1776 0,86 1693 0,60 1735 0,69 1777 0,79 1694 0,61 1736 0,74 17718 0,82 1695 0,47 1737 0,75 1779 ... 1,02 1696 0,50 1738 0,70 1780 — 1697 0,56 1739 — 1781 0,86 1698 0,50 1740 — 1782 0,81 1699 0,54 1741 — 1783 — 1700 0,55 1742 0,42 1784 1,02 1701 — 1743 0,48 1785 1,75 1702 _ 1744 0,54 1786 0,92 1703 — 1745 0,45 1787 0,98 1704 0,48 1746 0,50 1788 1,15 1705 0,42 1747 0,60 1789 1,17 1706 0,50 1748 0,81 1790 0,98 1707 _ 1749 0,82 1791 1.08 1708 0,69 1750 0,83 1792 1,18 1709 0,74 1751 0,81 1793 1,49 1710 0,51 1752 0,64 1794 1,42 1711 0,62 1753 — 1795 1,32 1712 _ 1754 0,54 1796 1,50 1713 _ 1755 0,59 1797 1,26 1714 0,40 1756 0,74 1798 1,46 1715 0,48 1757 0,82 1799 — 1716 0,49 1758 — 1800 —

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CUADRO II

Valores ponderados de los precios medios del trigo de los «empleos». En reales de vellón. Por quinquenio, base 1726-1750 = 100

1661-1665 128,12 1666-1670 117,69 1671-1675 117,65 1676-1680 197,92 1681-1685 93,24 1686-1690 69,06 1691-1695 81,71 1696-1700 78,28 1701-1705 85,19 1706-1710 103,12 1711-1715 97,37 1716-1720 83,59 1721-1725 103,00 1726-1730 68,75

1731-1735 115,62 1736-1740 105,97 1741-1745 83,20 1746-1750 125,78 1751-1755 150,00 1756-1760 111,00 1761-1765 116,87 1766-1770 — 1771-1775 184,72 1776-1780 194,15 1781-1785 — 1786-1790 205,07 1791-1795 229,88

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CEFERINO CARO LÓPEZ

CUADRO IV

Cuantía de los «empleos» del Pósito. En fanegas de trigo, por quinquenio

1661-1665 17.023 1666-1670 18.549 1671-1675 32.700 1676-1680 40.950 1681-1685 12.448 1686-1690 31.352 1691-1695 incom. 1696-1700 incom. 1701-1705 incom. 1706-1710 57.918

1711-1715 48.657 1716-1720 43.197 1721-1725 incom. 1726-1730 42.924 1731-1735 62.407 1736-1740 62.200 1741-1745 incom. 1746-1750 incom. 1751-1755 23.575

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INDUSTRIALIZACIÓN Y CRECIMIENTO URBANO: LA FORMACIÓN DE LA CIUDAD DE SABADELL *

ENRIQUETA CAMPS CURA European University Institute

1. INTRODUCCIÓN

La formación y crecimiento de las ciudades industríales en el siglo xix es un fenómeno característico de la transformación capitalista iniciada en al­gunos países de Europa. La transición al sistema fabril creaba en este período las condiciones que iban a impulsar el rápido desarrollo de las industrias urba­nas. La mayor capacidad de expansión de los sectores secundario y terciario déla economía había, a partir de entonces, de alterar las pautas reguladoras del tamaño de las poblaciones, así como la distribución de la actividad entre los distintos sectores productivos. Este es un proceso controvertido que, a largo plazo, sólo podía sustentarse por los aumentos de la productividad agra­ria que permitiesen alimentar las crecientes proporciones de población inte­gradas en los sectores urbanos. No obstante, desde algunas perspectivas, como la sostenida por el modelo de protoindustrialización, se ha argumentado que en el período de formación de las ciudades industriales no fueron tanto exce­dentes de población agraria los que integraron el crecimiento demográfico urbano, como la movilización del trabajo previamente ocupado en las manu­facturas rurales. A partir del grado de detalle que permite el estudio de un ejemplo concreto, se tratará, a continuación, de poner de relieve los orígenes de la transformación industrial en una ciudad catalana, Sabadell, así como las bases de su crecimiento demográfico.

* Para el desarrollo de esta investigación, que constituye parte de mi tesis de grado, debo agtadecet la supervisión de J. Maluquer de Motes, las sugerencias de los otros nuembros del área de Historia Económica de la UAB, asf como la amabilidad de los miem­bros del Archivo Histórico Municipal de Sabadell, que me permitieron consultar el fondo patrunonial de la familia TuruU. En todos los casos, la responsabilidad de los posibles errores es sólo mía.

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ENRIQUETA CAMPS CURA

2. LA FORMACIÓN DE LA CIUDAD DE SABADELL. EL PROCESO DE INDUSTRIALIZACIÓN

Aún un municipio manufacturero de poco más de 2.000 habitantes a fi­nales del siglo XVIII, la ciudad de Sabadell se formaba a lo largo del siglo pos­terior merced a los efectos que el proceso de industrialización tuvo sobre su crecimiento demográfico. Entre 1787 y 1887 se multiplicaba por diez el nú­mero de sus habitantes, llegando a los 20.000 en la última fecha. Este era un proceso originado por el crecimiento sostenido de la industria textil, que en 1849 ocupaba el 50 por 100 de la población masculina mayor de quince años y cerca del 70 por 100 de la femenina '. La rápida ampliación de las oportu­nidades de ocupación en este sector era una consecuencia de la creciente es-pecialización lanera de la ciudad y su comarca, que llegaron a concentrar buena parte de la oferta española de este tipo de textiles. En una fecha tan tem­prana como el 1861, el Valles occidental tenía instalados el 66 por 100 de los husos laneros catalanes y el 64 por 100 de los telares, representando el 60 por 100 de la ocupación en este sector . En la misma fecha se puede estimar que la industria de Sabadell y de la ciudad vecina de Tarrasa repre­sentaba el 28 por 100 de los husos laneros españoles y el 18 por 100 de los telares, proporciones notables si se tiene ein cuenta que un siglo antes alcan­zaban porcentajes ínfimos de la pañería de la Península \ La transformación de este sector, que conllevaron los procesos de mecanización y transición al sistema fabril, estuvo en el origen de la creciente penetración y predominio de las manufacturas laneras de esta comarca en el mercado español. El éxito de esta transición obedece a distintos tipos de causas que trataré de poner de relieve para el caso de Sabadell.

a) Los factores de localización y dotaciones de recursos energéticos

Un primer factor relevante para explicar la industrialización de Sabadell es su localización en el prelitoral cercano a Barcelona, principal puerto co­mercial del Principado. Este hecho sugiere que la ciudad estudiada mantuvo ventajas comparativas para la implantación de la industria en términos de los costes de transporte de las fibras textiles y el carbón importado, y del acceso a las principales redes comerciales. Sabadell, situada en la cuenca del

' E. Camps Cura (1985), p. 124. ' Calculado a partir de F. Giménez Guited (1862).

Los porcentajes sobre el total español en 1861 se han calculado teniendo en cuenta los datos señalados por J. M. Benaul Berenguer (1987). A mediados del siglo xvín, el número de telares instalados en ambas ciudades no superaba el centenar, sobre un total de 2.200 telares laneros catalanes y 34.000 telares de lana y lino en el resto de España; véanse J. Torras Elias (1984), R. Aracil y M. García Bonafé (1983).

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río Besos, contaba como único potencial hidráulico con el escaso caudal del afluente Ripoll. A pesar del aprovechamiento intensivo de las aguas de dicho río *, el empresariado de la ciudad pronto tuvo que optar por el recurso del carbón para mantener el proceso de mecanización. Las primeras iniciativas se remontan a los años 1838 y 1839, con la caldera de Magí Planes y el vapor de Josep Formosa, respectivamente. El primer vapor de cierta envergadura, «Cal Pissit», de J. Duran, aparecía en 1842, seguido, en 1847, del vapor «Sa-badellés», con participación de diversos fabricantes'. Durante la década de los años cincuenta el uso del vapor como fuerza motriz se generalizaba. La temprana conexión ferroviaria con Barcelona, en 1855, favoreció este proceso al agilizar el transporte del carbón importado y el comercio de lanas y del producto acabado.

b) La estructura social y el surgimiento de la burguesía industrial

A finales del siglo xviii, Sabadell era un municipio artesano especializado en la pañería, actividad que ocupaba una tercera parte de su población'. So­bre la base del trabajo doméstico', el municipio se benefició de las posibili­dades que ofrecía la ampliación del mercado interior catalán y, de forma más destacada, de la expansión en el período exportador. Entre 1764 y 1787, los niveles de producción de paños de calidades mediana y alta se triplicaron, pasando de las 14.000 a las 45.000 canas anuales'. En el contexto de im­portantes aumentos en la escala de producción, se ampliaba el grado de divi­sión social del trabajo y las relaciones corporativas gremiales se erosionaban. Los paraires o fabricantes-comerciantes locales, después de adquirir las lanas en el mercado español, se servían del trabajo campesino en la fase de la hila­tura y del trabajo artesanal del municipio en el tisaje', y realizaban el aca­bado en sus propios talleres. El proceso de diferenciación social, que se agu-

' J. M. Benaul Berenguer (1987). ' M. Carreras Costajussá (1967). ' Archivo Histórico Municipal de Sabadell, Estadística General de Sabadell, 1797. ' F. Zamora, al pasar por Sabadell, señala que «...hay fábricas de paños trabajando

cada uno en su casa...». F. Zamora (1973). ' E n la primera fecha se contabilizan 27 fabricantes que hacen trabajar 30 telares de

continuo y dan trabajo, entre todas las operaciones, a unas 640 personas, entre las cuales se incluyen, sin duda, las mujeres y los niños de las familias campesinas de la comarca. La producción es de 780 fajas de 18 canas de largo, de paños de calidades media y alta; véase Instituto Municipal de Historia de Barcelona, Fondo de la Junta de Comercio, vol.^81, fol. 148. Los datos de 1787 provienen de A. Bosch i Cardellach (1882), p. 55.

En 1793, «... aunque los operarios que se ocupan en los texidos de paños ordinarios de lana y fabricas de indianas son vecinos de esta villa, sin embargo los cardadores e hila­dores de entrambas manufacturas son comunmente de los lugares comarcanos». Archivo Histórico Municipal de Sabadell, «Listado de los frutos y manufacturas de la villa de 5>abadell, 1793», Libro de Resoluciones, 1793-1808.

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dizó en estas décadas, había de sentar las bases para la formación de la bur­guesía y del proletariado de la ciudad.

Posteriormente, al término de las guerras napoleónicas, en 1814, y a la pérdida de las colonias españolas, en 1824, la mayor competencia para la pro­ducción textil en el mercado español, así como los nuevos aumentos que se observan en la escala de producción '", impulsaron la mecanización de la hi­latura, dando lugar a las primeras formas de concentración fabril. Sin duda, la existencia previa del mencionado sector de fabricantes-comerciantes, con cier­to bagaje empresarial, formas de control del mercado y también capitales fami­liares, fue el principal factor que hizo posible esta transición inicial a la indus­tria mecanizada. Un ejemplo característico es el de Pere Turull, hijo de un paraire y pronto uno de los fabricantes más ricos de la ciudad. En 1819, este fabricante instalaba un almacén de lanas para proveer de materias primas la industria de la ciudad ". Durante la primera mitad del siglo xix, Turull ar­ticuló una red comercial amplia en el mercado español que iba a garantizar la llegada de sus tejidos a distintos puntos de la Península, así como la ad­quisición de primeras materias (véase cuadro 1). Esta red, articulada por agen­tes comerciales a comisión de distintos lugares de España, permitió la pe­netración en el mercado interior y la llegada de una oferta regular de lanas. La elección de centros estratégicos como Cádiz, además de permitir estar en contacto con la competencia extranjera, había de agilizar el transporte antes del despliegue de la red ferroviaria, al canalizar por vía marítima buena parte del comercio que provenía de la parte sur de la Península.

El mismo sector de fabricantes impulsó la adopción de nueva tecnología, introduciendo el vapor a partir de los años cuarenta y haciéndolo asequible a sectores amplios del empresariado mediante el arrendamiento de la fuerza motriz ". La iniciativa de esta burguesía local y la relativa independencia en la financiación de la industria habían de posibilitar el despegue de la activi­dad lanera en la década de los años cincuenta y el proceso sostenido de acu-

" Ya en 1828 se puede calcular que la producción lanera había aumentado en un 50 por 100 respecto de los niveles alcanzados en 1787, llegando a las 3.383 piezas anua­les. Esta tendencia se acentúa en los años posteriores, al llegar a doblarse en 1832 los niveles de producción de finales del setecientos. E. Camps Cura (1985), p. 32.

" A. RiBOT I SERRA, «Nuestros patricios: Pedro Turull», La Ilustración Sahadellense, 1884. 1.

El alquiler de la fuerza motriz fue el medio más usual de fraccionar los elevados costes fijos que suponía el paso al vapor. Las naves industriales con máquina de vapor eran, así, utilizadas por un número variable de fabricantes que, adicionalmente al pago del alquiler del local, pagaban una cuota por el uso de la fuerza motriz. Véase, por ejem­plo, Archivo Histórico Municipal de Sabadell, Censo industrial de 1858, en el que se es­pecifican los propietarios de los vapores y los fabricantes que arrendaban el local y la energía.

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INDUSTRIALIZACIÓN Y CRECIMIENTO URBANO

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mulación en el propio sector, que llevó a la consolidación de la industria fabril en las décadas posteriores ".

c) El proceso de especialización y la estructura de la industria

Por último, las características del proceso de especialización y la incorpo­ración continuada de innovaciones tienden a explicar los medios por los que la industria de la ciudad mantuvo su competitividad en el mercado español. A lo largo de la primera mitad del siglo xix, la creciente especialización en paños de calidades media y alta y la introducción de nuevas técnicas, que requerían modestas cantidades de capital fijo, es un proceso renovado en el sector lanero. De entre estas últimas cabe destacar la incorporación del telar jacquard, en 1838, que posibilitó la confección de tejidos de novedad. Este tipo de especialización permitió crear una oferta más diversificada, adap­table a distintos climas y más asequible para los sectores populares de la demanda, merced a los menores requerimientos de trabajo y, por tanto, a las posibilidades de reducir precios '•*. No obstante, la especialización en la con­fección de estambres no se introdujo hasta el último tercio del siglo '^ El retraso en este tipo de especialización se puede explicar por la falta de una oferta adecuada de lanas en el mercado español ". No fue hasta las últimas décadas del siglo cuando la reducción de los precios internacionales de la lana favoreció su importación desde los centros textiles catalanes. A partir de los años setenta, la importación de lanas largas y peinadas " impulsó la rápida especialización en la confección de tejidos de estambre en una fase ya de total mecanización de la industria.

Paralelamente a la creciente especialización lanera, cabe destacar, a partir de la década de 1850, la rápida disminución de la implantación del sector algodonero en términos de la ocupación, el número de empresas y el número de telares ". De hecho, la penetración de este sector en la ciudad comenzó ya en la última década del siglo xviii, y desde sus inicios obedecía a la ini­ciativa del capital comercial de Barcelona. A partir de las primeras décadas del siglo XIX, la actividad algodonera de la ciudad se concretaba sobre todo

" Distintas investigaciones han puesto de relieve las características del proceso de in­dustrialización en Sabadell. Véanse J. M. Benaul Berenguer (1987), G. Ranzatto (1982), J. E. Linares (1974), E. Camps (1985).

" E. Camps (1985), pp. 61-70. " J. Benaul Berenguer (1981). '* Grupo de Estudios de Historia Rural (1978). " A. Carreras Odriozola (1983 a).

Coincidiendo con el despegue de la industria lanera, la implantación del sector algo­donero disminuye con rapidez. Entre 1850 y 1861, el número de empresas pasa de 39 a 11; el número de telares, de 1.082 a 472, y la ocupación, de 1.800 trabajadores a 741. E. Camps (1985), pp. 40, 46.

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en la utilización del trabajo manual para tejer, organizado sobre la base de empresas de pequeñas dimensiones y manteniendo una relación con el em­presario barcelonés similar a la del putting-out-system ". Cuando, a partir de la década de los años 1850, tomó impulso la mecanización de la tejeduría de algodón, esta fase productiva se desplazó de zonas poco dotadas de recursos hidráulicos como Sabadell, y los capitales dirigieron sus inversiones al litoral barcelonés y hacia las cuencas de los principales ríos industriales, que tendie­ron a concentrar, al igual que en el caso de la hilatura, las mayores propor­ciones de la maquinaria y del trabajo para tejer ^.

En realidad se podría concluir que, en buena parte, la crisis de la tejeduría manual algodonera, a partir de mediados de siglo, impulsó la especialización lanera de los fabricantes de la ciudad. Mientras que en el sector algodonero el grado de concentración y las exigencias de mecanización, para las que Sa­badell no estaba especialmente bien dotada, pues no tenía ríos con caudal suficiente, constituían barreras para el rápido crecimiento del sector, la lana ofrecía una alternativa mejor para los pequeños fabricantes. Era en el sector lanero, en el que el proceso de concentración estaba menos desarrollado que en el algodonero, donde los fabricantes de la ciudad hallaron oportunidades de mantener su especialización textil e introducir nueva tecnología. El mayor grado de especialización lanera respecto a otros centros catalanes, y también españoles, permitió que la ciudad estudiada mantuviera ventajas comparativas para la producción de tejidos, ampliando sus mercados y llegando a concentrar buena parte de la industria lanera de la Península.

3. EL CRECIMIENTO DEMOGRÁFICO DE LA CIUDAD Y LOS ORÍGENES DE LA POBLACIÓN URBANA

Durante el siglo xix, Sabadell conoció un espectacular crecimiento demo­gráfico y se formó como ciudad. En todo el período las mayores tasas de cre­cimiento se alcanzaron entre 1824 y 1857 (véase cuadro 2), coincidiendo con la formación y despegue de la industria mecanizada. Las tasas de crecimiento

" En las primeras décadas del siglo, la proporción de producción algodonera que se quedaba en la ciudad era del 2,7 por 100, mientras que la parte restante se vendía a Barcelona para pintar. Véase Archivo Histórico Municipal de Sabadell, Interrogatorio de la Junta de Comercio, 1817. En los años cuarenta, P. Madoz vuelve a hacer notar cómo * • • • la mayor parte de los tejidos de algodón son dependientes de las grandes fábricas de Barcelona donde se conducen los géneros elaborados diariamente en unos 15 ó 16 carros destinados a este objeto». P. Madoz (184247). La estructura jerarquizada entre grandes, •nedianas y pequeñas empresas en el sector algodonero catalán ha sido puesta de relieve por J. Maluquer de Motes Bernet (1976).

Los cambios en la Idealización de la tejeduría en este período han sido estudiados en E. Camps (1986).

5.5

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CUADRO 2

Crecimiento demográfico de Sabadell

nn 1787 1824 1850 1857 1860 1877 1887 1900

Población

1.145 2.212 4.190

10.197 13.945 14.240 18.117 19.645 23.375

Tasa crecimiento

anual

0,9 1,7 3.4 4.5 0.7 1.4 0,8 1.3

FUENTES: El dato de 1717 proviene del catastro publicado por P. Vilar (1966). Los de 1787. 1857. 1860. 1877 y 1900, de los censos de población. Los de 1824 y 1850. de los padrones municipales de Sabadell.

que se observan ponen de relieve la importancia del proceso migratorio en el crecimiento demográfico de la ciudad. Mientras las tasas de crecimiento na­tural disminuían progresivamente a causa de una reducción de la fecundidad no compensada por una evolución paralela a la mortalidad^', la inmigración pasaba a ser el principal factor impulsor del dinamismo demográfico. Entre 1824 y 1850 las proporciones de población inmigrada crecieron rápidamente, pasando del 22,5 al 36 por 100 de la población total y representando el 47 por 100 de la población entre quince y cincuenta años. En 1889 estas proporciones alcanzaban el 41 por 100 de la población total y el 47 por 100 de la pobla­ción entre las edades mencionadas ^. El estudio de la procedencia de la po­blación en el ejemplo de Sabadell pone de relieve los móviles que impulsaron la emigración a la ciudad, así como los orígenes del proletariado urbano. Este tipo de análisis se ha basado en el estudio de tres padrones municipales, que se sitúan en el tiempo en tres momentos característicos: 1824, en la fase de recuperación de la industria posterior a las guerras napoleónicas; 1850, en el período inmediatamente anterior al despegue de la industria mecanizada, y 1889, en la fase de consolidación del sistema fabril.

" E. Camps (1985), p. 152. " E. Camps (1985). p. 57.

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a) Las características de la inmigración durante la primera mitad del siglo XIX

£1 estudio de los movimientos migratorios pone de relieve las oportuni­dades cambiantes de ocupación, tanto en las zonas con tendencia a atraer emigrantes como en las áreas con un proceso de expulsión de población. En este sentido, refleja cómo se formó la ventaja comparativa de la industria de la ciudad en relación con la evolución del ingreso y la ocupación en la propia y las restantes comarcas catalanas. G>nsiderando, en términos generales, la emigración como un indicador de niveles de vida inferiores, el grado relativo de bienestar se puede medir en buena parte por la intensidad del flujo mi­gratorio. Para elaborar una estimación de este indicador de intensidad, se ha calculado la proporción que representa la población inmigrada residente en la ciudad respecto de la población de las comarcas y municipios de origen ".

Los resultados en términos comarcales (véanse cuadro 3 y mapa 1) mues­tran cómo entre las zonas de procedencia destaca por su intensidad la emi­gración desde los municipios de la propia comarca, que llega a alcanzar una proporción del 55 por 1.000, 1 de cada 20 de los residentes, en 1830, en di­cha zona. En los siguientes niveles de intensidad establecidos se sitúan todas las comarcas de la cuenca del Llobregat; la Cerdanya, en la zona de montaña; el Valles oriental, en la cuenca del Besos, y las partes media y alta de la cuenca del Ter, abarcando toda la zona con anterior implantación de la pa­ñería. No se observa, en cambio, una tendencia a la emigración desde las comarcas agrarias de la parte occidental y el litoral. La emigración procede, sobre todo, de las comarcas industrializadas, sugiriendo las consecuencias que los cambios en la localización de la industria durante la fase de transición al sistema fabril tuvieron sobre los movimientos de la población ocupada en el sector textil.

El detalle de los municipios de procedencia tiende a confirmar los oríge­nes manufactureros de la emigración a Sabadell. Dentro de la propia comar­ca, la población inmigrante procede de los municipios industriales y agrarios roas próximos. El radio de atracción de la población agraria tiende, de hecho, a circunscribirse a esta zona. Los efectos de la fuerte disminución de los precios agrarios a lo largo de la década de los años veinte'*, así como la pérdida de las oportunidades de ocupación en la manufactura rural que hasta entonces había completado el ingreso campesino, sugieren las causas de la

" Los datos de referencia de la población de las comarcas y municipios de origen du­rante la primera mitad de siglo son escasos. Para ponderar la proporción que representa la emigración a Sabadell sobre los municipios y comarcas de origen se han utilizado los datos de 1830 publicados por J. Iglesies Fort (1967). Para ponderar los datos de 1889 se ha utilizado el censo de 1887.

" J. Torras EUas (1985), J. Fontana (1985).

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ENRIQUETA CAMPS CURA

CUADRO 3

Población según el lugar de nacimiento, 1824

Lugar de nacimiento Número

Sabadell Valles occidental Barcelonés Otros

3.444 364 122 263

82,1 8,6 2,9 6,4

TOTAL 4.193 100

FUENTE: Elaboración propia a partir del padrón municipal de 1824.

MAPA 1

Intensidad de la emigración a Sabadell en términos comarcales, 1850

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CUADRO 4

Población según el lugar de nacimiento, 1850

Lugar de nacimiento

(1)

Número

Sabadell Valles occidental Valles oriental Barcelonés Baix Llobregat Maresme Bages Anoia Osona Berguedá Garrotxa RipoUés Cerdanya Solsonés L'UrgeU Noguera Segriá Alt Empordá Alt Camp Otros

TOTAL 10.209

%

(2) Población comarcal

1830

(3) (1)1(2)

por mil

6.359 1.400 260 384 133 108 397 175 96 104 54 50 108 32 45 9 5 15 50 418

62 14 3 3,8 1,3 1,05 3,8 1,7 0,94 1,01 0,52 0,48 1,05 0,31 0,44 0,08 0,04 0,14 0,48 4,09

25.087 29.310 114.292 21.345 53.076 38.630 28.428 44,072 13.970 29.689 17.310 13.267 6.237 17.702 31.795 23.548 56.448 21.989

55,8 8,87 3,35 6,23 2,03 10,27 6,15 2.17 7,44 1,81 2,87 8,14 5,13 2,54 0,28 0,21 0,26 2,59

FUENTE: Elaboración a partir del padrón municipal de 1850.

emigración del campesinado a la ciudad, que se inicia en el mencionado período.

Fuera de la comarca, entre los municipios de origen de la población emi­grante, destacan centros con una importante tradición en la pañería, como Moiá, Castelltersol, Olesa, Monistrol, Capellades, entre otros, además de centros laneros de montaña, como Berga y Puigcerdá. A lo largo del si­glo XVIII, en todas estas áreas aumentaba el grado de dedicación a la pañería merced a los efectos que el desarrollo de una agricultura de exportación alta­mente lucrativa en otras zonas catalanas, y la creciente especialización terri­torial en las distintas actividades productivas, tuvieron de elevar la renta dis­ponible para el consumo de manufacturas en el mercado interior ". En la zona

P. Vilar (1966), J. Torras Elias (1984), J. Maluquer de Motes Bernet (1985).

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ENRIQUETA CAMPS CURA

MAPA 2

Intensidad de la emigración a Sabadell según el municipio de origen, 1850

FUENTE: Padrón municipal de SabadeU 1850.

de la depresión central se acentuaba la especialización en la producción de paños destinados al consumo popular, ampliándose el grado de división social del trabajo *. La producción textil llegaba a ramificarse por auténticas conste­laciones de hogares campesinos que realizaban la hilatura y las operaciones prelimi mares'

^ J. Torras Elias (1984). " Por ejeanplo, en Moiá, a finales del siglo xvni, «... se emplea mas de 300 familias

a mas de siete lugares circunvecinos unos dentro y otros fuera del Moianés...». Véase Pa­lacio Real de Madrid, F. Zamora, Respuesta al interrogatorio de Moiá. En ciudades como Manresa o Igualada, la hilatura se llevaba a cabo por las mujeres de las familias campe-

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Durante las primeras décadas del siglo xix, el impacto inicial de la crisis agraria había de repercutir en gran medida sobre estas áreas laneras depen­dientes de la evolución del consumo popular. A pesar del carácter transitorio de la crisis agraria, cabe tener en cuenta sus efectos encadenados sobre el empobrecimiento y descapitalización del artesanado, con una producción des­tinada a los sectores populares de la demanda. También son considerables sus consecuencias sobre el proceso de concentración, al hacer necesaria la re­novación tecnológica para subsistir en un contexto económico recesivo. El proceso de mecanización mismo imponía cambios sensibles en la localización de la industria al hacer necesaria la disponibilidad de recursos hidráulicos o la proximidad a los puertos de llegada del carbón importado. En la década de 1850 la actividad manufacturera había ya casi desaparecido en la zona de montaña. En los municipios de las comarcas industrializadas interiores, aleja­dos de los cauces de los ríos, la actividad textil quedó reducida al tejido ma­nual algodonero, que se dispersaba por las zonas rurales merced a los efectos multiplicadores que la mecanización de la hilatura tuvo sobre la demanda de trabajo manual para tejer '. No obstante, este tipo de especialización no podía ya compensar los efectos de la recesión de la pañería en aquellas zonas donde anteriormente este tipo de actividad había mantenido ocupados a elevados contingentes de población.

Las características de una emigración mayoritariamente textil pueden veri­ficarse de nuevo al comprobar las profesiones en las que se integró la pobla­ción llegada a la ciudad (véase cuadro 5). Los inmigrantes se ocupaban sobre todo en los trabajos cualificados del textil, y, en los casos de la población que provenía del Valles, el Bages y el Barcelonés, se observa también la llega­da de los comerciantes-fabricantes que habían articulado el proceso produc­tivo. La inmigración de trabajadores de origen agrícola es minoritaria desde todas las comarcas, exceptuando el Valles occidental y el oriental, donde se pone de relieve la llegada de la población de los municipios agrarios en re­cesión vinculados parcialmente a la producción manufacturera. De otro lado, la recesión de la actividad textil en el resto de las comarcas mencionadas tuvo efectos encadenados sobre las otras ocupaciones urbanas, como los artesanos de la madera y del metal, los trabajadores de la construcción, transporte y comercio, que dependían estrechamente de la actividad industrial.

Tal como se ha puesto de relieve, las características de la emigración a Sabadell se pueden considerar como un contraejemplo que permite matizar la difundida idea de que la transición a la industria fabril urbana fue un pro­ceso que había de generar importantes movimientos migratorios de la pobla-

sinas a un radio de distancia de tres a cuatro horas de ambas ciudades, respectivamente. Véanse V. Ferrer Alós (1985), J. M. Torras i Ribé (1974).

" E. Camps (1986).

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INDUSTRIALIZACIÓN Y CRECIMIENTO URBANO

ción agraria a la ciudad industrial ^. Probablemente en este período, desde la perspectiva de la población rural, no hubo cambios importantes en la inten­sidad de la emigración, teniendo en cuenta que ya en el siglo xviii la pobla­ción era muy móvil ^. Los cambios más notables se observan en el destino de la emigración de la población antes ocupada en la manufactura rural. La crisis de la pañería tradicional y la pérdida de las oportunidades de ocupación en este sector fueron el principal factor que impulsó la emigración a la ciudad industrial.

A pesar de las diferencias entre el modelo de protoindustrialización y las pautas de crecimiento de la economía catalana en el siglo xviii ', cabe, no obstante, destacar que las características de los movimientos migratorios en el ejemplo estudiado tienden a confirmar las hipótesis sostenidas en el primer modelo a este respecto ". La expansión de las manufacturas rurales en el si­glo xviii generó los excedentes de población, que posteriormente se integraron en la ciudad industrial. La existencia de un desarrollo industrial previo tien­de, pues, a explicar los orígenes de la población que se integró en la industria de fábrica, así como la capacitación técnica sobre la que se sostuvieron las progresivas transformaciones del sistema productivo.

b) Las migraciones durante la segunda mitad del siglo XIX

En el contexto catalán, el despoblamiento de las zonas rurales agrarias, a partir de la década de 1860, era una tendencia simultánea al retroceso en las tasas de crecimiento de las ciudades de tamaño medio formadas en la pri­mera mitad de siglo ". La creación de excedentes de población agraria era, así, un proceso paralelo a la formación de excedentes de trabajo en el propio sector industrial. Algunas ciudades y zonas industriales perdían población, a causa de la dinámica del proceso de mecanización y también de las alternan­cias que éste generó en la localización de la industria ^.

A pesar de la tendencia señalada al retroceso demográfico de las zonas rurales agrarias, puede observarse cómo las zonas de origen de la población inmigrada de Sabadell en 1889 son, al igual que en la primera mitad de siglo, áreas industriales. Los mapas 3 y 4 y el cuadro 6 ponen de relieve cómo la procedencia de la inmigración se extiende con mayor intensidad por los mu-

" W. Zelinsky (1971). » P. Vilar (1966). " En el caso catalán, el papel del cambio agrario, del mercado interior y del capital

comercial en el crecimiento y desarrollo de las manufacturas rurales ponen en duda la aplicabilidad de dicho modelo. Véanse P. Vilar (1966), J. Nadal (1975), J. Torras (1984).

" F. F. Mendels (1972), J. de Vries (1984). " E. Camps (1986). " J. Nadal (1975), A. Carreras (1983*).

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ENRIQUETA CAMPS CURA

MAPA 3

Intensidad de la emigración a Sabadell en términos comarcales, 1889

>15%«||lD¡j5-7%.

9-15 % o ^ ^ 2-5%.

[ID7-9%. r 1<2%.

FUENTE: Padrón municipal de Sabadell de 1889.

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INDUSTRIALIZACIÓN Y CRECIMIENTO URBANO

MAPA 4

Intensidad de la emigración a Sabadell según el municipio de origen, 1889

• >35%o • 15-35 %o • 5-14 %o

FUENTE: Padrón municipal de Sabadell de 1889.

nicipios de la ptopia comatca, ampliándose el radio de influencia por los pue­blos de las comarcas industrializadas limítrofes en las cuencas del Besos y el Llobregat. Con menores intensidades, la inmigración procede también de las zonas algodoneras de el Berguedá, l'Osona y la Garrotxa, cubriendo toda la cuenca del Llobregat y las partes media y alta del Ter. Adicionalmente se observa también una emigración de poca intensidad desde la zona del litoral barcelonés y el Maresme. Fuera del Principado, los movimientos migratorios a Sabadell alcanzan una intensidad notable desde la comarca lanera de Alcoy.

Dentro de la propia comarca, cabe destacar el impacto del proceso de me-

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ENRIQUETA CAMPS CURA

CUADRO 6

Lugar de nacimiento de la población, 1889

Lugar de nacimiento

(1)

Número %

SabadeU 11.329 57,4 Valles occidental 2.550 12,9 Valles oriental 413 2,09 Barcelonés 784 3,6 Baix Llobregat 379 1,9 Maresme 202 1,02 Bages 556 2,8 Anoia 307 1,5 Osona 195 0,9 Berguedá 124 0,6 Gartotxa 75 0,3 Ripollés 66 0,3 Cerdanya 61 0,3 Solsonés 139 0,7 Urgell 119 0 6 Segria 78 0,3 Noguera 100 0,5 Alt Empordá 81 0,4 Alt Camp 177 0 8 País Valenciano 654 3 3 Otros 1.331 6 J

TOTAL 19.720

FUENTE: Elaboración a partir del padrón municipal de 1889.

(2) Población comarcal

1887

66.397 41.882

432.084 44.067 69.845 67.795 40.332 55.856 22.406 39.938 24.791 12.724 12.259 32.775 62.691 44.772 71.990 38.695

(3) (l)/(2)

por mil

35,5 9,8 1.8 8,6 2,9 8,2 7,6 3,4 5,5 1,8 2,6 4,7

11.3 3,6 1,3 2,2 1,1 4,5

canización y la adopción del vapor sobre la recesión de las pequeñas empresas de trabajo manual y algunas hilaturas vigentes hasta la década de los años 1850. Los efectos del proceso de mecanización habían de ser paralelos a los que el despliegue de la red ferroviaria tuvo sobre la crisis de los mercados locales y comarcales, en los que se había basado en parte el pequeño campesinado. Los municipios de origen de la inmigración son agrarios, y también manufactureros, sugiriendo el influjo de ambos tipos de causa sobre la emigración a la ciudad.

En el resto de las comarcas industrializadas los municipios de origen su­gieren distintos tipos de factores explicativos de los desplazamientos de la población. Las pequeñas empresas de tejido manual algodonero que se habían extendido por algunas áreas poco dotadas de recursos hidráulicos —^Valles oriental, pueblos de la parte sur de la comarca de Osona y la parte sureste

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del Bages, el Solsonés— desembocaron en una crisis irreversible a partir de las décadas 1850-60 en que se acelera la mecanización de la tejeduría. Dichas zonas entraron en una fase de desindustrialización definitiva por la falta de los recursos naturales necesarios para impulsar la mecanización ^.

Con mayor intensidad, los cambios en la localización de la industria afec­taron la comarca del Anoia y su capital, Igualada. En 1850, Igualada era la segunda ciudad del Principado por la importancia de su industria algodonera, inmediatamente después de Barcelona. No obstante, la falta de recursos hi­dráulicos, y también la ausencia de conexiones ferroviarias con el litoral, im­pulsaron la profunda recesión industrial de esta ciudad y su comarca a partir de la década de 1850 ^. De forma parecida, los pueblos del interior del Baix Llobregat —Olesa, Esparraguera— acusaron los efectos del proceso de me­canización sobre la dirección de los capitales hacia el litoral o hacia las zonas media y alta del Ter y el Llobregat.

Sin embargo, se pueden también observar las características de una emi­gración distinta que procede de las ciudades industriales donde tomó impulso el proceso de mecanización —Barcelona, Mataró, Manresa o Sallent—. En estos casos, la cronología de la llegada a la ciudad " sugiere los efectos de las crisis puntuales en el sector algodonero (crisis de demanda por malas cose­chas en 1856-57; crisis de la fam del coto en los años sesenta, seguida de la crisis financiera del 1866 y la crisis de demanda de los años ochenta) sobre el cierre simultáneo de empresas, que había de impulsar la emigración forzosa.

En las comarcas de la Garrotxa y el Berguedá las características de la emigración son también diversas. Tienden a concentrarse en el tiempo en las décadas de los años 1850-60, para disminuir sensiblemente durante los años setenta y volver a aumentar a partir de la crisis de los años ochenta. Los efectos sobre la emigración del desplazamiento de la industria hacia la zona litoral y central, hasta los años sesenta, cesaron de operar en los años setenta en que la conexión ferroviaria con el litoral y la adopción de la turbina vol­vieron a atraer capitales hacia las zonas de montaña '*. No obstante, la crisis agraria de los años ochenta, crisis de demanda para el sector textil, parece de nuevo tener influencia sobre la emigración desde esta zona.

Por último, se ha puesto también de relieve la emigración desde la co­marca de Alcoy, en el País Valenciano, que llega a representar el 8 por 1.000 de la población registrada en 1877. La emigración de la población valenciana

. ' Los cambios en la localización de la industria en la comarca de Osona han sido re-"ejados en J. Albareda Salvado (1981). El proceso de crisis de la tejeduría manual y los cambios en la localización de los telares que originó han sido estudiados en E. Camps \ i"o6).

I J. Nadal (1975), J. M. Torras i Ribé (1974). E. Camps (1985), pp. 240-241. A. Carreras (1983 ¿).

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ENRIQUETA CAMPS CURA

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a Sabadell coincide, de hecho, con un período de recesión de la industria lanera y el estancamiento demográfico de la región de Alcoy entre 1877 y 1887 ^. A diferencia de la industria lanera del Valles, que en los años setenta conocía la especialización en estambres y la mecanización de la tejeduría, los telares mecánicos no se introdujeron en Alcoy hasta 1885. Este hecho sugiere que en este período los tejidos alcoyanos perdieron competitividad en el mer­cado español, generando el retroceso y desocupación en el sector lanero.

La competencia industrial, los efectos de las crisis puntuales en el sector algodonero y, sobre todo, la falta de recursos naturales para impulsar el pro­ceso de mecanización sugieren las principales causas que originaron la emigra­ción de la población industrial a Sabadell. Las ocupaciones de la población llegada a la ciudad (véase cuadro 7) permiten de nuevo verificar las bases industriales de la emigración que contribuyó al rápido crecimiento demográ­fico urbano.

CONCLUSIONES

La formación de la ciudad de Sabadell es un ejemplo claro que permite poner de relieve los efectos que el proceso de concentración industrial catalán del siglo XIX tuvo sobre el crecimiento urbano. Refleja también con nitidez cómo el desarrollo de la manufactura a lo largo del siglo xvii i sentó las bases para la formación de la burguesía y el proletariado de la ciudad. La existencia previa de un sector del artesanado, con bagaje empresarial y formas de control del mercado, sugiere cuál fue la procedencia de la burguesía que impulsó la transición a la industria mecanizada. Aprovechando la situación favorable de la ciudad en el prelitoral cercano a Barcelona, la iniciativa comercial de este incipiente empresariado, el impulso al proceso de renovación tecnológica, así como el mayor grado de especialización lanera alcanzado respecto de otros centros catalanes y españoles, permitieron que Sabadell mantuviese ventajas comparativas para la producción textil, ampliando sus mercados y llegando a concentrar buena parte de la industria lanera española.

En segundo lugar, los orígenes de la inmigración, que contribuyó al rápido crecimiento demográfico de Sabadell, ponen de relieve cómo el desarrollo previo de las manufacturas rurales creó los excedentes demográficos a partir de los cuales se formaba el proletariado de la ciudad. Durante la primera mitad de siglo, los municipios de origen de la población inmigrada se circuns­criben a toda la zona con anterior implantación de la pañería. La crisis de la manufactura textil doméstica en algunas zonas, que siguió a la transición

R. Aracil y M. García Bonafé (1974).

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ENRIQUETA CAMPS CURA

a la industria mecanizada en otras, muestra cuáles fueron las principales cau­sas que impulsaron la emigración a la ciudad. Este hecho viene a modificar la extendida idea de que el crecimiento demográfico de las ciudades indus­triales fue un proceso que había de requerir de importantes trasvases de po­blación del sector agrario a los sectores urbanos. En el contexto de un im­portante crecimiento de la población en las zonas rurales agrarias, la recesión, y en muchos casos desindustrialización de las zonas donde se había extendido la pañería doméstica, generó los movimientos migratorios hacia la ciudad in­dustrial, donde la ocupación textil se ampliaba sobre la base de las primeras formas de concentración fabril.

En la segunda mitad de siglo, a pesar de los importantes excedentes de población generados en el sector agrario, la procedencia de la inmigración siguió siendo sobre todo industrial. En este período, las características de la emigración a la ciudad ponen de relieve una gran movilidad del proletariado textil, como consecuencia de las crisis puntuales en el sector algodonero y de los cambios en la localización de la industria que el mismo proceso de me­canización impulsó. No obstante, el hecho de que Sabadell no fuera receptora de la emigración generada en el sector agrario sugiere que la cualificación y aprendizaje previos condicionaron el acceso a las ocupaciones textiles de la ciudad industrial. Sin duda, el conocimiento de las técnicas de producción permitía a los trabajadores textiles inmigrantes mantener una posición ven­tajosa en el mercado de trabajo respecto de los trabajadores de procedencia agraria. Alternativamente, la emigración de origen agrario había de dirigirse a una ciudad como Barcelona, con mayor desarrollo de los servicios urbanos y ocupaciones poco cualificadas.

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EXPORTACIONES DE CAPITAL HACIA LOS PAÍSES NUEVOS: LOS BANCOS FRANCESES Y LAS FINANZAS PUBLICAS ARGENTINAS, 1881-1887

ANDRÉS MARTIN REGALSKY Buenos Aires

Uno de los fenómenos más característicos de la economía mundial en la segunda mitad del siglo xix fue, sin duda, la masiva exportación de capitales desde los países más avanzados de Europa hacia los denominados «países nuevos». Este flujo de capitales estuvo estrechamente relacionado con la fuerte expansión del comercio internacional, y especialmente con la creciente demanda de bienes primarios de las mismas naciones receptoras'.

Como parte de este proceso, la Argentina fue uno de los países que recibió un mayor volumen de capital, particularmente en el curso de la década de 1880. Desde hacía muchos años que venía llamando la atención de los inver­sores: sus enormes extensiones de tierras fértiles de clima templado aún sin explotar parecían augurar un desarrollo agrario similar al de los Estados Uni­dos y un provechoso rendimiento para los capitales invertidos en actividades conexas. Estas condiciones se potenciaron al comenzar la década de 1880 en virtud de una serie de factores: la conclusión de la guerra de fronteras con los indígenas, que duplicaba la superficie susceptible de explotación; la con­tinua baja de los fletes marítimos, que aumentaba la variedad de productos que podían colocarse en los lejanos mercados europeos, y la federalización de Buenos Aires, que abría un período de estabilidad y fortalecía al Estado nacional, principal garante de las inversiones extranjeras. Por eso no puede extrañar que el volumen de estas inversiones aumentara, de unos 100 millones de pesos/oro al final del ciclo 1862-75, a unos 900 millones hacia 1890

Al igual que en otros países nuevos, los inversores británicos tuvieron una presencia dominante en los principales sectores, e incluso fueron por largo tiempo los únicos operadores extranjeros . Probablemente por esta causa, no

' Sobre este tema pueden consultarse Fcis (1930), Hall (1968), Adler (1967) y, como obras de divulgación, Woodruff (1977) y Ashworth (1978).

' A efectos comparativos deben tenerse en cuenta las siguientes equivalencias: 1 peso ($)/oro=5 francos, y 5,04 pesos/oro=l libra. El estudio general más importante sobre las inversiones extranjeras del período es el de» Williams (1920). Sobre el papel de estas inversiones en el crecimiento argentino puede consultarse Gallo y G)rt& Conde (1967).

' Véase al respecto el clásico trabajo de Ferns (1966), especialmente los caps. XI-XIII.

üevista de Historia Económica 7? Año V. N.° 1 - 1987

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ANDRÉS MARTIN REGALSKY

suele valorarse debidamente la importancia alcanzada por los grupos inver­sores de otros orígenes, que a partir de 1880 comenzaron a desplegar una intensa actividad en diversos campos, especialmente en el de los empréstitos públicos *.

Este rubro había constituido, desde los primeros tiempos de la indepen­dencia, una esfera de acción privativa de los bancos de Londres . Sin em­bargo, a principios de la década de 1880, precisamente cuando se verificaron los mayores empréstitos del período, los banqueros británicos resultaron des­plazados por un nuevo tipo de competidores: los grandes establecimientos de crédito de París. Alentados por la expansión que se venía registrando en esa plaza financiera, los banqueros franceses intentaron desarrollar un mercado alternativo al de Londres para los valores argentinos. Entre 1881 y 1885 lo­graron contratar la totalidad de los empréstitos externos del Gobierno argen­tino, que, vinculados a un vasto programa de obras públicas y saneamiento monetario, sumaron unos 67 millones de pesos/oro, sobre un total de inver­siones extranjeras de 177 millones'.

Este caso, que ha sido considerado de manera general en algunos artícu­los recientes, presenta diversos puntos de interés insuficientemente esclare­cidos, que serán objeto de análisis en el presente trabajo'. Por una parte, procuraremos establecer los factores que posibilitaron el predominio de los grupos franceses en este campo de inversiones, la incidencia de sus peculia­res modalidades operativas y el grado en que lograron cumplir su objetivo de constituir en París un centro financiero alternativo. Por otra parte, eva­luaremos algunas repercusiones de estos negocios: la rentabilidad que repor­taron a los grupos inversores; su influencia sobre la situación financiera local, particularmente en la crisis de 1884-85, y su eventual utilización como herra­mienta para favorecer las exportaciones francesas de mercancías.

* La presencia de estas nuevas inversiones, como resultado de la creciente internaciona-lización de las relaciones financieras, ha sido considerada por Marichal (1984), p. 48.

' Para las inversiones extranjeras en empréstitos públicos, véase Peters (1934). Para los empréstitos anteriores a 1880, Platt (1983) y Amaral (1984).

' En ambos casos hemos tomado los montos nominales. Para los empréstitos franceses nos hemos basado en Agote (1881), p. 62; (1883), pp. 13-14; (1884), pp. 9-10 y 145-147; (1883), pp. 8-10, y (1887), p. 30. Para las inversiones extranjeras de 1881-85 nos basamos en Williams (1920), p. 43, cuyas cifras hemos corregido.

' Se trata de dos excelentes trabajos de Jones (1972) y Marichal (1984). Como se verá más adelante, diferimos con Jones en la valoración de los resultados que, desde la pers­pectiva del Gobierno argentino, arrojó esta diversificación de las fuentes de financiación externas, y con Marichal, en cuanto a sus apreciaciones sobre la relación de estas opera­ciones con las exportaciones francesas de mercancías.

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EXPORTACIONES DE CAPITAL HACIA LOS PAÍSES NUEVOS

El mercado de Parts y la conformación de los grupos inversores franceses

La introducción de los grupos franceses en la Argentina puede explicarse en gran medida atendiendo a los importantes cambios ocurridos entonces en el mercado de París. Dichos cambios tuvieron su origen en las grandes opera­ciones financieras de 1870-73, destinadas al pago de indemnizaciones a Prusia. Por su elevado monto e interés, estas operaciones posibilitaron una amplia­ción del mercado, atrayendo a la masa de los pequeños ahorristas. Simultá­neamente, condujeron a un fortalecimiento de los grandes establecimientos bancarios, que fueron los que estuvieron a cargo de las mismas. Bajo la pre­sión de sus crecientes recursos y en respuesta a la demanda de un público ávido de nuevas colocaciones, estos bancos emprendieron la búsqueda de ne­gocios de gran escala en un radio geográfico más amplio'.

Hasta entonces las inversiones francesas se habían canalizado principal­mente hacia el continente europeo (en especial a España e Italia) y hacia negocios más o menos especulativos en el Oriente Medio y en algunos países latinoamericanos (México, Perú y Honduras)'. La reorientación se impuso durante el auge financiero de 1879-81, que se caracterizó por un alza general de las cotizaciones y resultó, por ende, propicio para la colocación de nuevas clases de títulos. Fue entonces cuando los banqueros franceses comenzaron a interesarse en los «países nuevos», de acuerdo con una tendencia que ya se había impuesto en el caso de las exportaciones británicas de capital. En tal sentido, los empréstitos argentinos constituyeron las primeras operaciones francesas de este tipo en el área sudamericana, que luego se extenderían a Brasil y Venezuela, y que engrosarían un novedoso rubro de los listados bur­sátiles: el de los «valores exóticos».

Un rasgo saliente en el accionar de los bancos franceses, que les permitió competir exitosamente por los empréstitos argentinos, fue su asociación en sindicatos y consorcios. El principal estuvo constituido por Paribas (Banque de Paris et des Pays Bas), Comptoir (Comptoir d'Escompte) y Caben (L. et R. Cahen d'Anvers), que participaron conjuntamente en los empréstitos de Ferrocarriles, Billetes de Tesorería, Banco Nacional, Obras de Salubridad y Obras Públicas IL El otro estuvo conformado por Genérale e Industriel (Société Genérale y Crédit Industriel e Commercial, respectivamente), que intervinieron en los empréstitos de Obras Públicas I y I (véase cuadro 1).

Esta modalidad de agrupamiento contrastaba notablemente con las prác­ticas adoptadas por la banca británica, que había actuado individualmente en los empréstitos argentinos anteriores. Dado el sistema de contratación en fir-

• Bouvier (1968), pp. 93-134; Vidal (1910); Feis (1930), pp. 3343. ' Cameron (1971), p. 96.

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me que se aplicó en los nuevos empréstitos, por el cual los banqueros debían comprar anticipadamente los títulos para emitirlos luego bajo su propia res­ponsabilidad, la modalidad francesa resultó más conveniente, al permitir una mayor distribución de estos riesgos. También resultó necesaria para facilitar la colocación de los títulos, pues en el mercado de París esa tarea la realiza­ban los propios bancos, a diferencia de lo que sucedía en Londres, donde corría a cargo de los agentes bursátiles '".

Dentro de cada grupo hubo una cierta división de tareas, que reflejaba en distinto grado la situación imperante en el sistema financiero francés. Los bancos de depósitos, así llamados por trabajar principalmente con recursos de corto plazo de su vasta clientela, comenzaban a especializarse en las opera­ciones de menor riesgo y duración. Los negocios más riesgosos y que implica­ban una inmovilización de fondos más prolongada iban quedando a cargo de los denominados hanques d'affaires, «bancos de negocios», que operaban en base a un importante capital propio y a los aportes de grandes clientes ".

Estas líneas de especialización se verificaron particularmente en la con­formación del primer grupo. El banco de negocios Paribas fue el que asumió la conducción y el que tomó una mayor participación en la contratación (el 57,1 por 100 en el empréstito de Obras Públicas I I ) " . Las tareas de emisión quedaron principalmente a cargo de Comptoir, uno de los mayores bancos de depósitos, que disponía de una amplia red de sucursales a través de las cuales podía canalizar los títulos hacia el público. El banco privado Caben, que tomó una pequeña participación en la contratación y no intervino en la emisión, no dejó por ello de desempeñar un papel crucial. Fue el que proveyó los contactos locales indispensables para captar los negocios, a través de sus influyentes agentes en Buenos Aires, Bemberg, Heimendahl y Com­pañía.

En el otro grupo, en cambio, las diversas funciones fueron desempeñadas por un mismo establecimiento. Su conducción estuvo a cargo de Genérale, otro importante banco de depósitos que no se había plegado todavía a la línea adoptada por la mayoría de las entidades de este tipo y que seguía participando en operaciones de alto riesgo en competencia con la banca de inversión. Este banco tomó una participación mayoritaria, tanto en la emisión como en la contratación (el 62,5 por 100 de la parte firme del empréstito de Obras I ) " . Industriel, que era de hecho una filial del anterior establecimien­to, respondió por los saldos restantes. Los contactos locales fueron provis­tos, igualmente, por Genérale, que desde 1882 contó como representante a

'• Tchernoff (1922), pp. 32-34 y 92-94, y Bagehot (1922), pp. 265-275. " Baldy (1922), pp. 20-25. " ADP, carpeta 2000, telegrama de Paribas, 29-1-1886. " ADP, carpeta 2111, contrato del empréstito ley del 25-10-83.

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Mallmann y Compañía. Al igual que Bemberg, era una de las firmas más importantes de Buenos Aires dedicadas a operaciones de comercio exterior.

E>ebido a las dificultades para colocar los títulos exclusivamente en el mercado de París, los grupos franceses se asociaron siempre con bancos bri­tánicos, por cuyo intermedio buscaron asegurarse el acceso a Londres. Así, pues, el grupo Paribas recurrió sucesivamente a Murrieta, Morton Rose y Baring para los empréstitos de Ferrocarriles, Tesorería y Banco Nacional, mientras que el de Genérale se unió con Morgan para el de Obras I. En todos los casos los bancos ingleses se limitaron a intervenir como agentes de emisión, excepto en el último empréstito (Obras II) en que Baring y Morgan integraron también el sindicato contratista, como preludio del desplazamiento de los grupos franceses que sobrevendría después.

El empréstito de Ferrocarriles y la entrada de los grupos franceses

El empréstito de Ferrocarriles constituyó el punto de partida de la inver­sión de los capitales franceses en la Argentina. Tomado por el grupo Paribas en marzo de 1881, su negociación marcó un viraje en la política de endeuda­miento externo del Gobierno argentino. A diferencia de lo ocurrido hasta entonces, en que el Gobierno había dirigido sus requerimientos de fondos exclusivamente al mercado británico, en esta oportunidad procuró ampliar el espectro de alternativas de financiación. A tal efecto implemento por primera vez un sistema de licitación para la adjudicación del empréstito, que posibilitó la participación de nuevas firmas procedentes de otras plazas.

Este cambio de política fue estimulado por la propia actitud de los ban­queros franceses, que, a través de sus continuas propuestas de los años pre­cedentes, habían puesto de manifiesto su interés por participar en esta esfera de negocios. Al proponer este empréstito, el senador Civit informaba:

El Poder Ejecutivo no se verá obligado a contratar solamente en Inglaterra este empréstito, puesto que tiene la Francia que em­pieza a hacer competencia, lo que es un gran beneficio para este país que tantas obras tiene que hacer... El año pasado un repre­sentante de una casa fuerte de Francia se presentó al gobierno ofreciéndole 300 millones de francos para liquidar las diferentes series de nuestra deuda interna y esterna [sic] Conferencié una vez con el agente [¿Heimendahl?] y este señor me decía: «la Re­pública Argentina necesita ferrocarriles y si no se hace la negocia­ción en la suma que proponemos, podrá el capital francés venir a hacer competencia al inglés, y entonces prestaremos, en muy

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buenas condiciones, 15 ó 20 millones de [pesos] fuertes para que se complete la construcción de Ferrocarriles... '*.

En la negociación del empréstito compitieron principalmente dos firmas británicas, Baring y Stern, y dos grupos franceses, conducidos por Paribas y Genérale ". La situación se planteó en términos favorables a los banqueros franceses por la decisión del Gobierno de exigir la contratación en firme, más adecuada a su modalidad operativa que a la de los bancos ingleses. Esto mo­tivó la retirada del principal proponente de ese origen, Baring, mientras que el otro, Stern, no pudo equiparar los términos de las ofertas francesas. La disputa final quedó entonces circunscripta a los dos grupos franceses, y se resolvió, en un desenlace confuso, a favor de Paribas ".

El grupo de Paribas logró obtener el empréstito a un precio bastante bajo, equivalente al 82 por 100 del valor nominal, en momentos en que otros títu­los similares se cotizaron en Londres a un 92-93 por 100. Este bajo precio motivó severas críticas de los medios de prensa locales, que lo atribuyeron al sistema de contratación en firme adoptado por el Gobierno. Sin embargo, la propuesta de Baring para emitir por cuenta y riesgo del Gobierno no había sido mucho más alta: apenas representaba el 85 por 100 del valor nominal. En realidad, la misma circunstancia que parece haber impulsado al Gobierno a optar por este sistema (la incertidumbre prevaleciente en la situación polí­tica externa) sirve para explicar el amplio margen que los banqueros se reser­varon sobre las cotizaciones ". De cualquier manera, el grupo francés se vio favorecido por este sistema, ya que pudo realizar la emisión, dos meses des­pués, al 91 por 100. Descontando los gastos de emisión y sellado, que co­rrían a su cargo (aproximadamente un 1 por 100), obtuvo un beneficio del 8 por 100.

" El testimonio adquiere relevancia, además, por las vinculaciones de ese personaje con la Administración entrante del general Roca (DSCS, 28-9-1880, p. 262). En la misma sesión, el ministro del Interior informaba sobre otra propuesta de un grupo industrial francés, Schneider, para financiar los ferrocarriles mediante el mecanismo del crédito de proveedores (DSCS, 28-9-80, pp. 266-267). Asimismo, encontramos testimonios de pro­puestas anteriores en AVP, 4-7-14 (1878) y 5-1-1 (1879), y una referencia retrospectiva en L'Economiste Frangais, 22-9-1888, p. 353.

" Jones (1972), p. 3, cita referencias a la intervención de otras firmas, que considera­mos que tuvieron una participación marginal o bien fueron incluidas erróneamente: Mu-rrieta (agente de emisión de Paribas), Heine (socio habitual de Caben), Erlanget (de Lon­dres) e Ibáñez Vega (de París).

'* El represenwnte de Genérale, Carlos Pellegrinl, protestó públicamente porque no se le concedió oportunidad para mejorar su propuesta, como, en cambio, se hizo con Hei-mendahl, el agente del grupo Paribas (La Nación, 25-3-1881). Diversos medios insinuaron la existencia de compromisos previos con este último (La Prensa y La Tribuna Argentina, 29-3-1881).

" La Tribuna Argentina, 30-3-1881: «...se dice que tal vez exigencias de la política exterior han obligado al Gobierno a proceder como lo ha hecho... La noticia no puede

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La modalidad implementada para la entrega de los fondos, tanto en este como en los siguientes empréstitos, implicó una fuente adicional de benefi­cios. Como los fondos se ponían a disposición del Gobierno bajo la forma de letras pagaderas a los noventa días de su aceptación, transcurrían por lo menos cuatro meses hasta que los banqueros debían abonarlas (el transporte de Buenos Aires a París demandaba unos treinta días), lapso en el cual per­cibían los intereses. Además, cobraban una comisión de 1-3 por 100 por la aceptación de los giros.

Con el fin de minimizar los riesgos que implicaba la colocación de los títulos en un nuevo mercado, los contratistas realizaron la emisión simultánea­mente en París y en Londres. Para ello se asociaron con Murrieta, que contaba con una importante clientela en esa plaza por haber emitido el último em­préstito argentino («Obras Públicas» de 1871). La publicidad hizo hincapié en este aspecto, así como también en el hecho de que el nuevo empréstito era una continuación del de 1871.

El interés del sindicato por colocar una parte de la emisión en Londres se reflejó también en una cláusula del contrato por la que condicionaba toda la operación a que se lograra la admisión de los títulos en el Stock Exchange. Para su cumplimiento, el Gobierno debió ceder posiciones en un conflicto que sostenía con una compañía ferroviaria británica por el pago de intereses garantizados ". El incidente puso tempranamente de manifiesto las limitacio­nes de este intento de recurrir a la banca francesa como una fuente de finan­ciación alternativa del mercado de Londres.

Los resultados de la emisión fueron muy favorables. En París los pedidos superaron dieciocho veces la cantidad de títulos ofrecidos, y en Londres unas veinte veces ". De acuerdo a estas magnitudes podemos evaluar que un 47,5 por 100 se colocó en la primera plaza y un 52,5 por 100 en la segunda. Estas cifras son, sin embargo, provisorias. Según la práctica habitual, los títulos eran tomados en gran parte por los propios banqueros y otros intermediarios, y recién llegaban a sus destinatarios finales (el público ahorrista) al cabo de unos meses " .

hacer muy buen efecto a los negociadores del empréstito, porque sí lo lanzan como un empréstito de guerra muy pocos tomadores tendrá». Las condiciones de contratación y emisión figuran en ADP, carpeta 2088, Bases propuestas el 18-3-81 y prospectus de emi­sión del 27-5-81. Las cotizaciones de los títulos argentinos en Londres han sido extraídas de The Statist. 26-3 y 2-4-81, pp. 328 y 356.

" ADP, carpeu 2088, telegrama de Balcarce a Cortínez, 19-5-81. La compañía en cues­tión era el Ferrocarril Argentino del Este, que ya había logrado obstruir la cotización en Londres de otros títulos del Gobierno (The Statist, 25-3-81, p. 328).

" ADP, carpeta 2088, telegrama de Balcarce a Cortínez, 4-6-81, y The Statist, 4-6-81, p. 612.

" Diversos comentarios periodísticos aludían a esta práctica: The Economist, 18-2-82, anexo, pp. 5-7, y L'Economiste Frarifais, 16-4-87, p. 488.

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Precisamente en el período en que esta colocación definitiva debía tener lugar, la situación del mercado francés comenzó a deteriorarse. El proceso de alza general de las cotizaciones iniciado en 1879 se interrumpió hacia media­dos de 1881, y dio paso a una tendencia descendente. Como resultado de esto, un gran número de valores internacionales (cotizados en varias plazas) comenzó a ser transferido hacia Londres '. Es razonable suponer que una porción apreciable de los títulos de Ferrocarriles se incorporó a este flujo, por lo que estimamos que la parte retenida en el mercado francés no debió superar la mitad del porcentaje original. En consecuencia, el intento de los banqueros franceses de crear un mercado de valores argentinos en París sólo se pudo cumplir parcialmente con esta operación.

Los empréstitos posteriores y las limitaciones de la inversión francesa

Luego del empréstito de Ferrocarriles, el grupo francés de Paribas con­tinuó siendo el interlocutor preferencial del Gobierno argentino. Hasta 1884 ese grupo, y luego Genérale, tomaron a su cargo las sucesivas operaciones que el Gobierno debió realizar para proseguir su programa de obras públicas y atender otros objetos diversos. Esta posición predominante se ejerció en con­diciones muy peculiares. El agravamiento de la situación del mercado francés, que en enero de 1882 experimentó una profunda crisis, prolongada hasta 1886, agudizó la dependencia de los banqueros franceses respecto del merca­do británico para la colocación de los empréstitos. Cuando la situación de Londres comenzó también a deteriorarse, resultó evidente que su intervención no aportaba ninguna nueva alternativa y sólo redundaba en mayores costos para el Gobierno:

En este sentido puede decirse que volvemos al negocio «del tío Bartolo» pues en lugar de ir a Londres directamente a negociar los títulos, vamos a París para que los franceses nos cobren una buena comisión y los lleven a los ingleses que son siempre los que tienen capitales disponibles para esta clase de operaciones y que a su turno cobren otra comisión, todo lo que se traduce en menos precio que obtenemos por aceptar estas intervenciones estrañas ^.

En un principio, Paribas pudo mejorar sensiblemente las condiciones que había ofrecido por el empréstito de Ferrocarriles. Así, pues, en octubre de 1882 tomó el pequeño empréstito de «Billetes de Tesorería» al 90,5 por 100

" The Economist, 18-6, 9-7, 16-7 y 29-10-1881, pp. 761, 861, 891 y 1341. " Ezequiel Paz, en DSCD, 9-6-1884, p. 226.

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de SU valor nominal, con un costo financiero para el Gobierno del 6,6 por 100 anual, en vez del 7,3 por 100 de la operación anterior. No obstante, ape­nas logró obtener por la emisión un 92,5 por 100, es decir, lo mínimo indis­pensable para cubrir sus gastos y remunerar a los intermediarios. Para la co­locación de los títulos recurrió a la firma británica Morton Rose, que acababa de emitir un empréstito de la provincia de Buenos Aires. Debido a la catas­trófica situación-del mercado de París, la operación se realizó exclusivamente sobre Londres, pero los resultados en esta plaza, igualmente, fueron muy pobres, y una importante cantidad de títulos quedó transitoriamente en la cartera de los banqueros franceses '.

A comienzos de 1883 el mismo grupo tomó un tercer empréstito, deno­minado «Banco Nacional», que el Gobierno había entregado a dicha entidad semioficial para solventar el aumento de su capital. La operación fue inicial-mente disputada por Genérale, cuyo nuevo agente Mallmann integraba el directorio de la institución. Este empréstito presentó la peculiaridad de ser el primero con un rendimiento nominal del 5 por 100, frente al 6 por 100 de los empréstitos anteriores. Probablemente por esta circunstancia, y por los magros resultados obtenidos últimamente, los contratistas evitaron asumir el mismo grado de compromiso que en los casos previos. En vez de contratar inmediatamente en firme otorgaron un adelanto equivalente a dos tercios del producto neto, y tomaron una opción de un año por el empréstito que les permitía retirarse si la situación de los mercados no resultaba propicia.

Otro aspecto peculiar de esta operación fue la forma engorrosa en que se definió el precio de los títulos para el caso en que los contratistas levantaran la opción. Diversos autores han considerado que éste fue el empréstito menos oneroso negociado en el período, basándose en el tipo de 85 por 100 estipu­lado en el contrato. Sin embargo, han omitido considerar los plazos legales contemplados para la entrega de los fondos (12 cuotas trimestrales), que los banqueros descontaron a razón del 5 por 100 anual al vencimiento de la op­ción. De esta manera, el producto neto se redujo a un 79,6 por 100 del valor nominal del empréstito ".

En septiembre de 1883 los banqueros aceptaron levantar la opción a su vencimiento, y obtuvieron la contratación de un nuevo empréstito de 5 por 100, «Obras de Salubridad y Puerto de Riachuelo». Nuevamente eludieron asumir una completa responsabilidad, esta vez mediante el procedimiento de

" Agote (1884), pp. 9 y 10, y The Economist, 16-12-82, p. 1565. Sobre los magros resultados. Jones (1972), p. 6.

" Las condiciones completas figuran en la memoria del Banco Nacional inserta en Mi­nisterio de Hacienda (1884), tomo II, pp. 19-22. La opinión optimista fue expresada por De Guerrico (1886), p. 23. En cambio, en los debates parlamentarios, el diputado Paz se opuso a la negociación por considerar que las condiciones eran leoninas {DSCD, 18-6-83, p. 335)

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tomar en firme sólo un tercio del empréstito. Como tenían el propósito de emitirlo conjuntamente con el del Banco Nacional, estipularon un precio si­milar al de este último. En cuanto al saldo no tomado en firme, quedaron en libertad para emitirlo por cuenta y riesgo del Gobierno, con una emisión de 2,5 por 100 más la mitad de lo que obtuvieran por encima del precio mí­nimo de 82,5 por 100.

Fue éste el momento de mayor auge de las actividades de Paribas en la Argentina, pues casi simultáneamente dicho grupo obtuvo un importante em­préstito de la provincia de Buenos Aires, por más de 11 millones de pesos/ oro ". Poco después comenzaría a afrontar dificultades, al abordar la etapa de la colocación de los títulos. En noviembre logró emitir el empréstito pro­vincial, nuevamente por intermedio de Morlón Rose, pero no pudo hacer lo mismo con los empréstitos nacionales a raíz de un conflicto con la firma Stern. Esta última cuestionó las garantías de «Salubridad y Riachuelo», por entender que afectaban las de un empréstito que había contratado anterior­mente con la provincia de Buenos Aires. Ambas operaciones incluían una hi­poteca sobre el puerto del Riachuelo, que en el ínterin había pasado de la jurisdicción provincial a la nacional ^.

Mientras este conflicto se dilucidaba, Paribas encaró la colocación del empréstito del Banco Nacional en forma separada. Como la situación en Lon­dres se había vuelto poco propicia para las nuevas emisiones, debió recurrir a Baring, que, por disponer de la principal clientela de títulos argentinos, era el que se hallaba en mejores condiciones para preparar el mercado. La emisión se concretó a fines de marzo de 1884 al precio de 84,5 por 100, y, descon­tados los gastos, dejó un 4,9 por 100 a los banqueros participantes. Si bien se efectuó solamente en Londres, los banqueros franceses se reservaron una fracción de títulos para colocar en París cuando la situación se restableciera, que hemos estimado en alrededor de un 20 por 100 ".

Entre tanto, el Gobierno, cada vez más acuciado por la necesidad de fon­dos para proseguir las obras públicas, había creado un nuevo empréstito (Obras I) por un monto muy superior a los anteriores (30 millones de pesos/ oro). Ante las limitaciones que evidenciaba el grupo francés de Paribas inten­tó negociarlo directamente con la banca británica, pero sus primeras gestiones

" Arena de Tejedor (1984), pp. 882-883. " Ministerio de Hacienda (1883), pp. 69-71; AVP, 5-6-5, fol. 205; Agote (1885).

pp. 8 y ss. " Hemos calculado este porcentaje en base a los resultados de la primera serie de

Obras II, emitida en enero de 1886, cuando todavía no se habían superado los efectos depresivos de la crisis de 1882. La cotización en París fue conseguida el 27 de agosto (Revue Sud-Américaine, 15-9-1884, p. 112). Sobre la emisión en Londres, véanse The Economist, 29-3 y 5-4-1884, pp. 383 y 423, y The Statist, 29-3-1884, p. 370. La realización de una larga tarea preparatoria del mercado fue revelada por el ministro Plaza (DSCD, 6-6-1884, p. 222).

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ante Bering resultaron infructuosas. Esto posibilitó la entrada en el negocio del otro grupo francés, el de Genérale, que se asoció con la prestigiosa firma británica / . S. Morgan y ofreció realizar toda la emisión por intermedio de la misma.

Al igual que Paribas en su último empréstito, este nuevo grupo sólo ac­cedió a tomar en firme un tercio de los títulos. En cuanto al precio, si bien se fijó en un 81,5 por 100, por la forma de entrega de los fondos (12 cuotas mensuales) quedó reducido a un 78,3 por 100, inferior a las operaciones an­teriores. Esta parte firme se emitió en septiembre de 1884 al 84 por 100, lo que dejaba a los contratistas un margen de ganancias del 4,9 por 100. Sin embargo, la coyuntura para la colocación de títulos argentinos había seguido desmejorando y la banca Morgan no disponía de una fuerte clientela en ese sector del mercado como para poder revertir la situación. En consecuencia, la emisión fue un fracaso y casi todos los títulos quedaron sin vender " .

Hacia finales de 1884, la emisión de los saldos de los empréstitos de Salubridad y de Obras I había entrado en una vía muerta. Además de la situa­ción del mercado, también influía la rivalidad entre ambos grupos, agudizada por haber tomado los empréstitos a precios distintos, y el hecho de no ha­berse comprometido a emitir en un plazo determinado. Como expresaba Car­los Pellegrini:

Ninguno de los dos sindicatos ha de permitir que el otro emita primero, teniendo ambos fuerza para ello. Lo que conviene a los dos es dejar las cosas como están, esperar un año o dos, entre­tanto van gozando el interés de nuestros fondos, hasta que llegue el buen momento y puedan realizar los ventajosos contratos que tienen ^.

La crisis de 1885 y la renegociación de los empréstitos: ¿un triunfo del Gobierno o de los banqueros?

La suspensión indefinida de la emisión de los saldos de Salubridad y de Obras I puede considerarse como una de las causas de la severa crisis de cambios que sobrevino en la plaza porteña hacia fines de 1884 y que obligó al Gobierno a decretar la inconversión del papel moneda en enero de 1885.

En el desencadenamiento de esta crisis se han señalado diversos factores. Algunos autores han destacado el desproporcionado aumento de importaciones

" Sobre las condiciones de contratación y emisión, ADP, carpeta 2111, contrato del empréstito, y The Statist, 6 y 13-9-84, pp. 258 y 308. Sobre el fracaso de la emisión y sus causas, véase el informe de Pellegrini, en DSCD, 20-10-85, pp. 666-670. También, De Guerrico (1886). pp. 61-62, y Jones (1972), p. 9.

" C. PeUegrini a W. Pacheco, 4-5-1885, en ADP. carpeta 2096.

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del segundo semestre de 1884, atribuido, a su vez, al anuncio anticipado de las nuevas tarifas aduaneras de 1885. Otros, como Williams, señalaron la in­cidencia del elevado servicio de los capitales extranjeros invertidos en el país. También se ha mencionado el creciente déficit fiscal, ocasionado, según Terry, por los grandes gastos extraordinarios que se autorizaban sin ninguna previ­sión de recursos *.

Por nuestra parte, hemos encontrado que una porción considerable del déficit fiscal provino de la ejecución de obras públicas, cuya financiación de­pendía de los empréstitos a que hemos aludido. En el cuadro 3 podemos ob­servar que los gastos con cargo a estos empréstitos ya habían tomado impor­tancia en 1882, cuando todavía no se habían negociado los títulos de Salu­bridad y de Obras I. Al cerrar el ejercicio de 1884 se había efectuado el 81 por 100 de los gastos, pero sólo había ingresado el 37 por 100 de los fondos (para el movimiento de los ingresos, véase el cuadro 2). Esta precaria

CUADRO 2

Empréstitos contratados por bancos franceses. Disposición de fondos, 1881-1887

L I B R A M I E N T O S

Empréstitos

Ferrocarriles ...

Tesorería Banco Nacional

Salubridad ...

Obras 1

Obras II

Fecha

22-3-81 28-5-81

11-10-82 14-3-83 28-6-83 30-4-84 21-9-83/ 21-11-83 1-6/1-7-84 24-7-84 1-8-84/ 1-2-85

Dic. 85 Enero 86 21-1-86 8-2-87/ 27-3-87

Monto (pesos/oro)

1.008.000 9.095.028 3.712.968 2.000.000 2.800.000 1.954.623

3.206.000 2.053.800 2.016.000

3.939.375 4.536.000 4.536.000 3.528.000

6.390.000

Interés (%)

6 6 6 6-1-1 6-t-l 5

5 5 6+2

5 6+1 6+1 5

5

Concepto

Anticipo Saldo Total Adelanto Adelanto Saldo

Parte firme Cuotas parte firme Adelanto

Cuotas parte firme Adelanto Adelanto Saldo emisión 1.* serie

Emisión 2.' serie

FUENTES: ídem cuadro 1.

* Jones (1972), p. 9; The Economist, 17-1-85, pp. 66-67; Williams (1920), pp. 44-52; Terry (1893), p. 63.

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AÑORES MARTIN REGALSKY

CUADRO 3

Movimiento de ingresos y gastos correspondientes a los empréstitos destinados a obras públicas, 1881-1887

(En miles de pesos/oro)

Años

FERROCARRILES

Ingresos Gastos

SALUBRIDAD, OBRAS I Y OBRAS II

Ingresos Gastos

Saldos totales

acumulados

1881 1882 1883 1884 1885 1886 1887

10.175

10.175

2.442 6.207 1.526

10.175

3.206 8.009 4.536 8.054 6.390

30.195

8.905 10.131 12.081 5.215 2.154

38.486

7.733 — 7.373 —15.830 —19.902 —20.581 —14.681 — 8.291

— 8.291

FUENTES: ídem cuadro 1.

situación de las finanzas públicas nos permite entender la débil posición del Gobierno en la negociación de los empréstitos, y las condiciones aún más des­favorables en que tuvo que renegociar la emisión de los saldos pendientes.

Uno de los recursos con los que el Gobierno afrontó inicialmente la de­mora en las emisiones fue el crédito de corto plazo de los bancos europeos. En el cuadro 4 se puede advertir que su magnitud fue aumentando en direc­ta relación con el defasaje entre gastos e ingresos. Entre los diversos présta­mos podemos diferenciar los adelantos sobre empréstitos, de significación sólo ocasional, y los créditos en cuenta corriente y giros, que entre 1883 y 1885 ayudaron a compensar las demoras en el ingreso de fondos de los emprés­titos^'.

Sin embargo, hacia fines de 1884 y comienzos de 1885, estas fuentes de financiación no alcanzaron a cubrir los defasajes y el Gobierno debió apelar, en una escala sin precedentes, a los créditos del Banco Nacional. Esto generó una intensa presión sobre el mercado local, cuyos recursos eran de por sí li-

" Cabe destacar que la mitad de los créditos de cuenta corriente fueron otorgados por Comptoir, uno de los miembros del grupo Parihas, a través de una cuenta que abrió en 1882. Hasta su cierre, en 1889, canalizó el 40 por 100 del movimiento de las cuentas de pagos del Gobierno argentino. Esta cuestión ha sido analizada en nuestro trabajo, inédito, «Los bancos franceses y los créditos al Gobierno argentino».

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EXPORTACIONES DE CAPITAL HACIA LOS PAÍSES NUEVOS

1882

865

865

1883

6.100

6.100

1.540

1884

6.825 2.790 9.615

5.372

188S

8.104

8.104

17.195

1886

3.858 2.520 6.378

8.171

1887

6.899

6.899

2.893

CUADRO 4

Créditos de corto plazo otorgados al Gobierno nacional por los bancos europeos y el Banco Nacional^ 1882-1887

(En miles de pesos/oro)

Saldos anuales acumulados

a) Bancos europeos: Créditos en cuenta corriente y por

giros Adelantos sobre empréstitos Total crédito externo

b) Banco Nacional: Créditos por giros y cuenta corriente.

c) TOTAL GENERAL 865 7.640 14.987 25.299 14.549 9.679

FUENTES: Datos extraídos del Estado de Recursos y Erogaciones y del Estado de las cuen­tas corrientes en Europa, en Ministerio de Hacienda (1882-87).

mitades, y contribuyó de tal manera al estallido de la crisis financiera y de cambios.

La gravedad de la situación llevó al Gobierno a intentar a todo trance desbloquear las negociaciones. Más aún, lo ayudó a decidirse por el restable­cimiento de sus antiguas relaciones con los banqueros británicos, tendencia ya insinuada en ocasión del empréstito de Obras I. Con tales propósitos, en marzo de 1885 fue comisionado a Europa el influyente ex ministro Pellegrini. Su objetivo inmediato era obtener un adelanto de Baring que permitiera sor­tear la crisis fiscal, pero como éste exigía un arreglo previo con los anteriores contratistas y con Morgan, se arribó finalmente a la formación de un nuevo sindicato que incluyó a todas esas firmas '^.

Los banqueros, aprovechando la acuciante necesidad de fondos del Go­bierno, impusieron nuevas exigencias. No sólo evitaron asumir nuevos com­promisos, sino que, además, se desligaron de los que ya habían tomado por las partes firmes de Salubridad y Obras L Dichas partes quedaban convertidas

" El Gobierno necesitaba unos 12 millones de pesos/oro: la mitad para las obras pú­blicas y el resto para reembolsar los créditos europeos y del Banco Nacional (Pacheco a PeUegrini, 18-4-1885, en ADF, carpeta 2096).

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ANDRÉS MARTIN REGALSKY

en adelantos reembolsables con un nuevo empréstito (Obras II) o, en caso de fracasar la emisión, con las propias rentas oficiales.

La exigencia más discutida fue la de una garantía especial sobre los ingre­sos de aduana. Esto daba al empréstito un derecho de preferencia sobre las demás deudas del Estado, puesto que esos ingresos representaban entre un 80 y un 90 por 100 de las rentas generales. Los banqueros buscaban así faci­litar su colocación entre el público, comprometida por el fracaso de la última emisión, y, asimismo, evitar que fuera perturbada en caso de que el Gobierno contratara nuevos empréstitos a menor precio (como había sucedido con Obras I).

El ministro de Hacienda, Wenceslao Pacheco, encabezó la oposición a esta cláusula:

... si ahora se diese esa garantía quedarían primero perjudicados los títulos de deuda en circulación y coartada la libertad del Go­bierno para deudas futuras. Hasta hoy nadie ha pedido esa garan­tía especial y por eso el Gobierno la juzga indecorosa y difícil de ser aceptada por el Gingreso''.

En contraposición, Pellegrini consideraba que sería exigida por cualquier banquero al que se llevara el negocio y que, además, ello insumiría demasiado tiempo. Mientras tanto podría reagravarse la crisis:

Los que presumen más conveniente no hacer nada ni sospechan la situación en que será colocado el país aquí y allá ^.

En efecto, luego de haber rechazado un primer contrato en agosto, el Go­bierno debió reabrir las negociaciones y firmar un nuevo contrato en diciem­bre de 1885, ambos con dicha cláusula. El segundo contrato ha dado lugar a algunas confusiones. Evidenciando no haber cotejado los textos. Jones ha sostenido que sus condiciones eran mucho más benignas para el Gobierno. Sin embargo, un somero examen permite advertir que los contenidos eran sustancialmente idénticos. Precisamente las severas condiciones impuestas per­mitieron a los banqueros retomar los elevados rendimientos de sus primeras operaciones ".

" Pacheco a Pellegrini, 18-5-85, en ADP, carpeta 2096. " Pellegrini a Pacheco, 10-7-85, en ADP, carpeta 2096. " Las apreciaciones de Jones (1972), p. 12, lo llevan a concluir que el Gobierno man­

tuvo una posición negociadora más sólida que los banqueros, contrariamente a lo que hemos podido observar. Además, aunque la ejecución de la garantía quedaba a cargo del Banco Nacional, es discutible que esto bastara para desligar al Gobierno del compromiso, como llegó a sostener el ministro Hansen tras la liquidación de ese banco: Ministerio de Hacienda (1891), tomo I, p. 216. Otra cláusula onerosa era la que fijaba las comisiones

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EXPORTACIONES DE CAPITAL HACIA LOS PAÍSES NUEVOS

El empréstito se emitió simultáneamente en Londres y en París, en dos series sucesivas. La primera se colocó en enero de 1886 al 80 por 100, y re­portó a los contratistas una comisión del 5 por 100. Al cabo de un año se emitió la segunda, esta vez al precio de 85,5 por 100, como resultado de la mejoría de la situación de los mercados financieros y del crédito argentino en particular. La comisión de los banqueros se elevó entonces al 7,75 por 100, cifra similar a la del empréstito de Ferrocarriles, que había sido hasta el mo­mento la operación más rentable.

El Gobierno sólo recibió por este empréstito el 76 por 100 del monto nominal. De esos fondos, la mayor parte fue retenida por los contratistas para reembolsar adelantos que habían otorgado al Gobierno con anteriori­dad. Tal es así que las sumas, efectivamente, entregadas ascendieron a unos 7.285.000 pesos/oro, frente a un producto neto de unos 31.800.000'*. Ese fue el precio que el Gobierno debió pagar para recobrar el acceso a las fuen­tes de financiación externa.

La parte suscrita en Francia ascendió en la primera serie a un 20 por 100, y en la segunda a un 40 por 100. De tal manera, esta operación permitió a los banqueros completar el proceso iniciado en 1881, de conformación de un mercado de valores argentinos en París. Sin embargo, también marcó el final de su predominio en el campo de los empréstitos públicos nacionales. Al dejar nuevamente en libertad de acción al Gobierno argentino pudo éste concretar su reaproximación a los banqueros británicos, como así también ini­ciar tratos con un nuevo grupo, integrado por los grandes bancos alemanes. Ambos compartirían en lo sucesivo la preponderancia en esta esfera de nego­cios, en la que los franceses no tendrían ocasión de reingresar.

El destino de los capitales invertidos: exportación de capitales y exportación de mercancías

Si bien nuestro objeto de estudio es la actividad de los grupos inversores franceses, resulta interesante examinar el destino que el Gobierno argentino dio a los fondos, pues ello nos permite indagar sobre las posibles conexiones de estas operaciones con otros negocios emprendidos por los grupos franceses.

de los banqueros, que consistían en el 2,5 por 100 del valor nominal del empréstito, más la mitad del excedente que obtuvieran en la emisión por encima del 75 por 100, precio muy inferior al de los empréstitos anteriores (AD?, carpetas 2096 y 2097). Ferns (1966), p. 403, ha comentado: «El acuerdo tenía el carácter de un Tratado. Las cláusulas de in­troducción estaban redactadas en el estilo del derecho internacional.» Sin embargo, la re­dacción era similar a la de cualquier empréstito anterior.

" Según la liquidación oficial que aparece en Ministerio de Hacienda (1886), tomo I, pp. LIII-LIV.

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Particularmente nos interesa verificar si en el caso de los empréstitos de obras públicas se cumplió la controvertida tesis de que las inversiones externas cons­tituyeron una herramienta para favorecer las exportaciones de mercancías por parte de empresas del mismo país inversor. Sobre esta cuestión, a fines de 1880, el periódico londinense The South American Journal comentaba:

Los franceses están tomando ahora una gran participación en los negocios de ferrocarriles que primitivamente se derivaban hacia los mercados ingleses, y encuentran una salida más rentable para sus capitales excedentes compitiendo exitosamente con nuestros fabricantes en la exportación de rieles y materiales para la cons­trucción de ferrocarriles''.

Este comentario aludía indirectamente al nuevo empréstito argentino de Fe­rrocarriles que se acababa de autorizar, y se basaba en una nota del diario británico de Buenos Aires The Standard, que anunciaba:

Los bonos ferroviarios propuestos probablemente no lleguen al mercado de Londres, desde que hay firmas francesas ansiosas por contratar las obras y recibir los bonos en pago ^.

En esa misma línea la memoria de 1881 del Ministerio del Interior, al refe­rirse a las obras financiadas con el empréstito, informaba sobre una impor­tante cantidad de rieles y material ferroviario provistos por la empresa Schnei-der. Basándose en dicha información, Carlos Marichal ha sostenido en un artículo reciente que los banqueros franceses supieron aprovechar los emprés­titos para promover la exportación de una cantidad nada despreciable de bie­nes de capital al Río de la Plata, particularmente para las obras del ferrocarril «Central Norte», y que varias fuertes empresas industriales francesas estuvie­ron interesadas en el negocio ' '.

Afortunadamente, hemos podido localizar una detallada rendición de cuen­tas de los gastos de construcción ferroviaria imputados a los empréstitos de obras públicas, así como también algunos de los más importantes contratos celebrados para la provisión de materiales en ese período *. Es así como he­mos podido determinar que la importante operación mencionada en la memoria de Interior (de 700.559 pesos/oro) fue obtenida por Schneider en marzo de

" The South American Journal, 25-11-1880, p. 12. " The Standard, 14-9-188, p. 2, col. 4. " Marichal (1984), pp. 61-62; Ministerio del Interior (1881), pp. XXIV-XXV. * Departamento de Obras Públicas (1884), pp. 64 y ss.; Registro Nacional (1880),

pp. 114-118; (1881), p. 95; (1883-1), p. 44; (1883-11), pp. 145, 149 y 210; (1884-1). pp. 472, 577 y 580; (1884-11), p. 46.

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EXPORTACIONES DE CAPITAL HACIA LOS PAÍSES NUEVOS

1880, es decir, un año antes de la contratación del empréstito de Ferrocarriles por los banqueros franceses. En ese entonces, el grupo Schneider todavía man­tenía negociaciones para tomar a su cargo la financiación de las construcciones ferroviarias a cambio de la adjudicación de los materiales, aunque ya se había frustrado un primer acuerdo y por eso la operación se hizo al contado. Más tarde, sin embargo, sus posibilidades se vieron cortadas por la política del nuevo Gobierno de separar los aspectos financieros y comerciales de estas operaciones, y por la escasa competitividad de sus precios frente a las firma* británicas^'. En un principio, tampoco los banqueros que tomaron los em­préstitos pudieron sacar provecho del flujo de fondos destinado a los mate­riales, pues el Gobierno los hizo depositar en una cuenta de Baring, contra la cual libró los pagos. Asimismo, encargó casi todos los pedidos a las firmas británicas, más conocidas en el mercado argentino.

Esta situación favorable a las firmas británicas se revirtió a partir de 1883, cuando el Gobierno modificó el sistema de adjudicación y comenzó a practicar licitaciones locales, a la vez que encauzó la mayor parte de los fondos a través de los banqueros franceses. El sistema de licitación de los materiales, en cam­bio, no favoreció a los franceses, sino, principalmente, a empresas belgas y norteamericanas, hasta entonces poco conocidas en el mercado argentino. Schneider sólo obtuvo pedidos por 307.647 pesos/oro, casi todos en el rubro de estructuras metálicas, que tenía escasa significación en el conjunto de los materiales. Aun en ese campo, desde mediados de 1884, se vio superada por otras firmas, entre ellas la francesa Fives Lille.

Hacia mediados de 1885 los materiales recibidos del exterior sumaban unos 8.300.000 pesos/oro, equivalentes a un 38,5 por 100 del total de gas­tos imputados (el resto correspondía a gastos dentro del país). La participa­ción francesa apenas alcanzaba el 12,3 por 100, mientras que las firmas bri­tánicas habían obtenido el 65,5 por 100, las norteamericanas el 14,5 por 100 y las belgas el 7,7 por 100 * Evidentemente, el papel de la industria fran­cesa fue muy inferior al de la banca del mismo origen en la contratación de los respectivos empréstitos, y aun al del mercado de París, que absorbió alre­dedor de un 30 por 100 de las emisiones *\ Por otra parte, los pedidos fran-

*' El precio de los rieles provistos por Schneider en 1880 fue de 61 pesos/oro por to­nelada, frente a los 48 y 40,5 cobrados por las firmas británicas Cammell y Botkow en 1881 y 1883, respectivamente, y a los 32 pesos de la belga Cockerill en 1884.

" A su vez, los gastos ferroviarios insumieron un 51,2 por 100 del producto de los empréstitos de obras públicas. Otro rubro importante fue el de las obras de salubridad de la ciudad de Buenos Aires, que absorbió el 26,2 por 100 de dichos fondos. En este caso no disponemos de una rendición detallada, pero sabemos que, por decisión de la comisión administradora, los materiales fueron encargados en Inglaterra por intermedio de Baring.

" Resulta interesante observar que la participación industrial británica coincidió bas­tante bien con la proporción de los títulos colocados en Londres (un 70 por 100). Esto

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ceses correspondieron casi totalmente a una sola firma, Schneider, y en su mayor parte a una sola operación, la de 1880. Por sus elevados costos, esta industria sólo podía haber aumentado su participación si hubiera conseguido condicionar de alguna manera la provisión de fondos a la de los materiales, pero los bancos franceses no tenían mayor interés en presionar en esa direc­ción. Tales procedimientos suponían, en general, un grado de interpenetración entre la banca y la gran industria que no se verificaba en el caso de Francia.

Esto no implicaba que quedara descartada una asociación ad hoc, como la que años más tarde llevaron a cabo el banco Paribas y la metalúrgica Fives Lille para la fundación de compañías ferroviarias en la Argentina. Semejante experiencia se pudo desarrollar en una peculiar coyuntura de auge financiero y estancamiento interno de la economía francesa, que llevó a ambas empresas a interesarse en dicha esfera de negocios como un medio para expandir sus respectivas actividades **. En este sentido, la exportación de capital sirvió, efectivamente, de herramienta para asegurar la exportación de mercancías. No obstante, hay que tener en cuenta que se trató de una inversión directa, mien­tras que las operaciones que hemos analizado fueron inversiones indirectas, en la que los grupos encargados de proveer los capitales carecieron de control sobre su inversión.

Para el análisis que acabamos de efectuar nos hemos basado, como quedó dicho, en las rendiciones oficiales de los gastos imputados a los empréstitos. Dichas rendiciones, sin embargo, no se correspondieron necesariamente con el uso real de los fondos. En algunos casos esos gastos ya se habían cubierto provisoriamente antes de la contratación de los empréstitos, mientras que en otros, inversamente, se trataba de gastos por efectuar en un lapso muy pro­longado, durante el cual resultaba oneroso mantener inactivas sumas tan ele­vadas. Además, como el Gobierno recibía estos fondos bajo la forma de giros sobre el exterior, era lógico que los usara para cancelar compromisos extemos y que luego transfiriera a la cuenta del empréstito las sumas equivalentes en moneda nacional. De tal manera evitaba recurrir al mercado local de cambios, donde una presión excesiva podía originar un alza en la cotización del oro y las divisas.

A pesar de estas consideraciones, el conocimiento de los rubros en que

parece ratificar las observaciones de Ford (1966), pp. 120-122, sobre el marcado paralelis­mo entre las exportaciones de capital y de bienes de inversión británicos hacia k Argen­tina. En el caso de los empréstitos estudiados, esta correspondencia puede explicarse sen» ciUamente: tanto el mercado británico de capitales como la industria británica de material ferroviario mantuvieron una posición de liderazgo por su mayor capacidad operativa y sus menores costos. Pero también debemos señalar que esa correspondencia no se mantuvo a nivel de cifras anuales: la participación industrial alcanzó su grado más alto después del empréstito de Ferrocarriles y disminuyó en los años siguientes, precisamente cuando el papel de la plaza londinense se tornó más relevante.

" Hemos analizado esta experiencia en Regalsky (1985).

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EXPORTACIONES DE CAPITAL HACIA LOS PAÍSES NUEVOS

se gastaron, efectivamente, los fondos no deja de tener utilidad, puesto que permitte apreciar algunos de los factores subyacentes en el origen de los em­préstitos estudiados. Hemos podido realizar este análisis sobre una porción sustancial de los fondos, aquellos que el Gobierno no depositó en sus cuen­tas corrientes ante diversos bancos europeos entre 1881 y 1883 (el 63,9 por 100 de los empréstitos de Ferrocarriles, Billetes de Tesorería y parte firme de Salubridad). Del mismo se desprende que las compras de material ferro­viario y de obras públicas, pese a su fuerte expansión en esta etapa, sólo absorbieron un 18,6 por 100 de los fondos, en tanto otro 9,6 por 100 se destinó a importaciones de metálico, y nada menos que el 63,6 por 100 se utilizó para pagar los servicios de la deuda externa.

Esta elevada proporción insumida por los servicios de la deuda nos mues­tra que ese rubro constituía, por su gran magnitud y carácter inelástico, la principal fuente de restricciones externas que afrontaba el Gobierno. Su inci­dencia se tornaba más crítica en una coyuntura como la que nos ocupa, en la que el sostenimiento de una política expansiva de obras públicas impedía recurrir a las fórmulas clásicas de ajuste. En tales circunstancias, al Gobierno sólo le quedaba la alternativa de recurrir masivamente a los empréstitos ex­ternos, de manera de asegurarse un flujo de fondos que operase como contra­partida del creciente drenaje que implicaban los servicios. En este sentido, este enfoque resulta convergente con las observaciones de Williams sobre la importancia de los desequilibrios entre el servicio de la deuda y la entrada de nuevos capitales como fuentes de las crisis argentinas de 1885 y 1890 *'.

Consideraciones finales

Podemos apreciar en el estudio realizado la particular incidencia de las cambiantes condiciones de los mercados financieros sobre el curso de las in­versiones francesas. La introducción de los grupos franceses correspondió a una etapa de auge financiero en París, que generaba condiciones apropiadas para que los banqueros intentaran conformar un mercado de valores argenti­nos en esa plaza. Esto coincidió con el interés del Gobierno argentino por diversificar sus fuentes de financiación y reducir su dependencia del mercado de Londres. Sin embargo, este proyecto, iniciado auspiciosamente con el em­préstito de Ferrocarriles, se vio frustrado por el estallido de la crisis de 1882, que sumergió al mercado de París en una completa atonía.

Bajo estas condiciones, no deja de ser sorprendente que los grupos fran­ceses hayan podido mantener su predominio hasta 1885, y, en tal sentido, el

« WiUiams (1920), especialmente pp. 48, 105 y 112-113.

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factor primordial de su permanencia debe buscarse, sin duda, en su gran po­tencial financiero. En efecto, fue su capacidad para tomar en firme los em­préstitos y para otorgar diversos créditos lo que les permitió seguir obtenien­do los negocios, aunque para su emisión debieran recurrir a los bancos britá­nicos, a fin de canalizar los títulos hacia el mercado de Londres. Esta contra­dicción entre su fortaleza para la contratación y su debilidad para la emisión es atribuible a los efectos de la crisis de 1882, que, al tiempo que limitó la capacidad del mercado de valores, estimuló la concentración en el sector fi­nanciero y permitió emerger a los grandes establecimientos con un mayor poderío.

De todos modos, las limitaciones de los grupos franceses en el plano de la emisión derivaron, finalmente, en su desplazamiento, lo que se evidenció en oportunidad del último empréstito cuando Baring volvió a erigirse en el interlocutor preferido del Gobierno. Paradójicamente, fue también con esta operación que los banqueros lograron conformar el mercado de valores argen­tinos en París, pues su realización coincidió con la reactivación de dicha plaza. Por eso el alejamiento de los grupos franceses de esta esfera de negocios no implicó su retirada de la Argentina, sino solamente su reorientación hacia nuevos rubros, con los cuales buscaron alimentar el nuevo mercado que habían creado: compañías ferroviarias, en el caso de Paribas, y empréstitos provincia­les, en el de los demás bancos.

Otro aspecto interesante es el de las diversas modalidades de contratación que adoptaron los grupos franceses y su relación con el curso de las negocia­ciones. Es evidente que desde el primer empréstito de 1881, tomado total­mente en firme, hasta el de 1885, emitido por cuenta del Gobierno, hubo una progresiva reducción de responsabilidades por parte de los banqueros. Esto se puede explicar por el mayor riesgo de las operaciones a partir del cambio de la coyuntura de 1882-83. Pero también se puede vincular con la modificación de la relación de fuerzas entre las partes negociadoras. En el primer empréstito la posición de los grupos franceses era más débil, pues intentaban acceder por primera vez a una esfera de negocios que hasta en­tonces había sido privativa del mercado de Londres. Para ello debían hacer ciertas concesiones en materia de riesgos y rentabilidad. En cambio, en las últimas operaciones su posición se había fortalecido, pues negociaban con un Gobierno apremiado por dificultades financieras, lo que les daba margen para disminuir su grado de responsabilidad y pactar precios más bajos. Inclu­so en el empréstito de 1885 pudieron condicionar la ejecución de los contra­tos pendientes a la modificación de sus cláusulas en un sentido aún más favorable.

Estos mismos elementos influyeron también en la evolución de los bene­ficios. En la primera operación los banqueros obtuvieron un elevado margen

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EXPORTACIONES DE CAPITAL HACIA LOS PAÍSES NUEVOS

de utilidades como resultado de haber adoptado la contratación en firme en una coyuntura ascendente. Luego debieron reducirlo por las dificultades de emisión ante el deterioro de la coyuntura financiera. En la última operación recuperaron los niveles iniciales, bajo las nuevas condiciones que pudieron imponer al Gobierno después de la crisis argentina de 1885. Esta crisis se había originado en parte por las dificultades de los banqueros para emitir los empréstitos pendientes, así como por el creciente peso de los servicios de la deuda pública externa. En la medida en que contribuyó a erosionar la posi­ción negociadora del Gobierno, constituyó la clave que permitió a los ban­queros salir provechosamente del impasse.

Indudablemente, desde la perspectiva del Gobierno argentino, esta expe­riencia de buscar fuentes de financiación alternativa no dio los resultados que se esperaban. El intento de apostar a la competencia entre los distintos grupos financieros (desplazamiento de Paribas por Genérale, y luego reorientación hacia Baring) no logró impedir que el costo financiero de los últimos em­préstitos fuera creciente.

Finalmente, podemos considerar estas operaciones desde el punto de vista de la conexión entre exportaciones de capital y de mercancías, a fin de esta­blecer en qué medida sirvieron para estimular la colocación de productos in­dustriales franceses en la Argentina. En tal sentido hemos comprobado que, a pesar de que hubo una primera tentativa para combinar la financiación de las obras públicas con la provisión de los materiales, ambos aspectos de las operaciones se realizaron de manera independiente. La mayor parte de los fondos provistos por los banqueros franceses se canalizaron hacia empresas británicas, norteamericanas y belgas, en tanto la industria francesa quedó mar­ginada por sus elevados costos. Por otra parte, el intento inicial de combinar ambos aspectos de las operaciones había sido efectuado por un grupo indus­trial, Schneider, sin participación visible de los bancos franceses que tomaron luego los empréstitos. Una acción conjunta de ambos tipos de establecimientos habría requerido una comunidad de intereses que entonces no se verificaba, como tampoco se daba la necesaria correlación de fuerzas para imponer al Gobierno tales condicionamientos. Recién a fines de la década hubo una coincidencia entre firmas bancarias e industriales para la realización de nue­vos negocios en la Argentina, que, a diferencia de los casos estudiados, se hicieron bajo la forma de inversiones directas. Podemos concluir, entonces, que la exportación de capitales franceses a la Argentina mediante empréstitos no estimuló la exportación de mercancías del mismo origen, y que esto sólo fue posible cuando los inversores adoptaron el procedimiento de las inver­siones directas, el único que les permitió influir en el destino de los fondos aportados.

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UNA REINTERPRETACION DE LAS CRISIS ECONÓMICAS MUNDIALES DE 1929 Y DE 1973. UN ANÁLISIS DEL SECTOR TRIGUERO *

JUAN HERNÁNDEZ ANDREU Universidad G)mplutense de Madrid

En este artículo pretendo reflexionar sobre los orígenes de las dos crisis económicas mundiales más importantes del siglo xx: la de 1929 y la de 1973. Recientemente, Pedro Fraile y yo presentamos un ensayo en el IX Congreso Mundial de Historia Económica en el que tratamos de fundamentar, teórica y empíricamente, la causalidad de la Relación de Intercambio (RI) de los bienes primarios respecto a las manufacturas en los inicios de ambas crisis'.

La observación empírica muestra (véanse gráficos I y II) que los precios de los alimentos y materias primas, en relación a los precios de los productos industriales, descendieron, en un plano mundial, antes de la crisis de 1929; a su vez, observamos que la RI de los productos del sector primario respecto a las manufacturas, con un enfoque mundial también, era declinante antes de 1972-1973 y desde el término de la guerra de Corea. Después de la crisis mejorarán, en ambos casos, las RI de los bienes primarios; en el caso de los alimentos y materias primas, los cambios al alza serán en 1933 y en 1972, respectivamente; para el petróleo (no dispongo de datos de la RI del petróleo respecto a las manufacturas con anterioridad a la II Guerra Mundial) el incremento se registra en 1973. Como contrapunto, si abandonamos el enfo­que sectorial y atendemos a Inglaterra, observamos que la RI de este país comenzará a decaer, desde 1933 en la primera crisis y desde 1972 en la se­gunda.

En el trabajo antes mencionado, en base a un modelo interpretativo que establece a la producción industrial mundial como variable dependiente y a la RI de los productos primarios y al comercio mundial de los alimentos, materias primas y fuel como variables independientes, hallamos una base eco-

* Agradezco a Gabriel Tortella, Pedro Fraile y a dos lectores anónimos la lectura de un primer borrador de este ensayo, cuyas importantes sugerencias fueron para mí de gran utilidad.

' Kindleberger (1973); Temin (1976); Rostow (1983); Malenbaum (1953); Timoshen-ko (1953); Farnsworth (1945); Hilgerdt (1945); Hernández Andreu (1980); Latham y Larry Neal (1983); Pedro Fraile y Hernández Andreu (1986); Díaz Alejandro (1985); Platt y Di TeUa (1985).

Revista de Historia Económica n o Año V. N." 1 - 1987 ^ ^

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JUAN HERNÁNDEZ ANDREU

GRÁFICO I

Relación de intercambio: índice de precios de bienes primariosl índice de precios de manufacturas, 1880-1930

100

1880 1890 1900 1910 1920 1930

Año FUENTE: Pedro Fraile y Juan Hernández Andreu (1986).

GRÁFICO II

Relación de intercambio: índice de precios de bienes primarios/ írtdice de precios de manufacturas, 1950-1980

.•1-45

FUENTE: Pedro Fraile y Juan Hernández Andreu (1986).

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UNA REINTERPRETACION DE LAS CRISIS ECONÓMICAS MUNDIALES DE 1929 Y DE 1973

nométrica para la causalidad de la RI de los bienes primarios respecto a las manufacturas en los orígenes de las dos grandes crisis económicas.

Observamos que la industrialización crece cuando la RI de los productos del sector primario es desfavorable respecto a los bienes industriales; asimis­mo, consideramos que las crisis económicas vienen precedidas de un auge industrializador acompañado de una RI declinante para los bienes primarios, tendencia que cambia de signo en 1933 y en 1972-1973, respectivamente, registrándose un alza en la RI de las materias primas, alimentos y petróleo.

Entendemos que este planteamiento encaja con la tesis fundada en el concepto de «deflación estructural», consistente en que un cambio en los pre­cios relativos de las mercancías del sector primario respecto al secundario oca­siona un proceso depresivo en la economía del mundo a través de los meca­nismos del comercio internacional, tesis expuesta por Lewis, Kindleberger y Rostow. Asimismo, Temin define la depresión estructural como vm proceso por el que un cambio en unos precios relativos afecta a la producción de todo el sistema.

La observación empírica de los hechos, la contrastación econométrica en mi trabajo en colaboración con Pedro Fraile, así como la tesis Lewis-Kindle-berger-Rostow, evidencian un papel sustancial de la RI de los bienes prima­rios respecto a las manufacturas en los orígenes de las dos grandes crisis; sin embargo, los mecanismos generadores de éstas requieren algunas precisiones.

Así tenemos que en el comienzo de la crisis de 1929 se registra im au­mento de stocks de los bienes primarios y una caída de sus precios, lo cual, siguiendo a Kindleberger, dio lugar a una descenso de rentas en los países exportadores de materias primas y de alimentos; y, si tenemos ¿n cuenta que 2 /3 del comercio internacional era de productos primarios, ello generó un descenso en la demanda de productos industriales. No olvidemos que los sectores del crecimiento industrial de la segunda mitad del decenio de 1920 son sectores de una gran elasticidad renta-demanda (vivienda, automóviles, electrodomésticos), según estudió Rostow para Estados Unidos. En cambio, el origen de la crisis industrial de 1972-1973 proviene del encarecimiento en la producción de bienes industriales al cambiar de signo la RI de bienes pri­marios respecto a manufacturas, al menos en el caso del fuel el fenómeno es evidente; al aumentar el precio del petróleo se incrementaron los costes de las producciones industriales, lo cual condujo a un estancamiento industrial con inflación.

La diferenciación que acabo de exponer no excluye que antes de ambas crisis actúe una RI desfavorable para los bienes primarios y que exista una depresión estructural en este sector, que acompaña a la industrialización de 1925-1929 y a la de 1953-1972; no obstante, el cambio de tendencia, es decir, el declive en la producción industrial, en el primer caso proviene del lado

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de la demanda y en el segundo del lado de la oferta; asimismo, ello también explica que el resultado en la marcha de los precios sea distinto en ambos períodos; en el primero desciende el índice internacional de precios, resultado de la caída de precios de los bienes primarios que se transfiere al conjunto de la economía; en el segundo, la escasez de bienes primarios o los controles de oferta de los mismos, como en el caso del fuel, forzaron el cambio de ten­dencia de precios relativos de estos bienes hacia una notable alza que reper­cutió en el aumento general de precios, pero en un contexto de depresión estructural que alcanzó a la industria, dando lugar a la llamada estanflación en 1974-1975.

En otros lugares he presentado las distintas teorías y explicaciones histó-rico-económicas existentes que tratan de explicar los orígenes de las crisis económicas, así como los argumentos que me llevaron a resaltar las fuerzas estructurales y los mecanismos del comercio internacional para interpretar las grandes fluctuaciones económicas; pero en este trabajo sólo considero a la causalidad de los precios relativos de los bienes primarios y secundarios en las dos grandes crisis de 1929 y de 1972-1973; partiendo de la tesis general que expuse antes, analizaré más en concreto las tendencias de los stocks y precios del trigo en los países exportadores de este cereal, y en Inglaterra como importador, antes y después de la crisis de 1929; asimismo, veré la marcha de los stocks y precios mundiales de dicho cereal antes y después de la crisis de 1972-1973. Además, atenderé a la evolución de los indicadores económicos en los países elegidos.

Mi estudio se centra en el análisis histórico-económico de Estados Unidos, Australia, Argentina, Canadá y Reino Unido desde el término de la Primera Guerra Mundial hasta nuestros días, y en el trigo que, a su vez, vincula a los cinco países seleccionados, a los cuatro primeros como principales exporta­dores de este bien y al último como importador.

Además, apoya la muestra elegida el hecho de que Estados Unidos e In­glaterra fueron los países que se disputaron el liderazgo de la economía mun­dial entre las dos grandes guerras; posición que el primero ha alcanzado indis­cutiblemente desde 1945. El Reino Unido sigue siendo una de las primeras potencias económicas del mundo, y su presencia como consumidor de bienes del sector primario y de vendedor de bienes industriales en los mercados in­ternacionales es de primer orden. Los tres países restantes tienen en común su condición de principales exportadores de trigo, si bien los derroteros de Argentina han sido distintos a los de Canadá y Australia.

Para realizar este estudio he elaborado series de las variables de produc­ción, superficie sembrada, importaciones y exportaciones de trigo de los cinco países señalados entre 1921 y 1980, pero que, por razones de espacio, aquí no transcribo; asimismo, del Producto Nacional Bruto (PNB), Población e

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Inversión/PNB, de todos ellos para el mismo período. También utilizo las variables Precios, Relación de Intercambio (RI) y otras específicas que referiré luego ^

Mi hipótesis-conclusión básica es que, tanto la crisis económica de 1929 como la de 1972-1973, obedecen primordialmente a desequilibrios estructura­les y son susceptibles de ser explicadas con analogía.

Canadá

La expansión triguera canadiense entre 1901 y 1905 estuvo acompañada de afluencia de capital, que se destinó a la construcción de ferrocarriles; el crecimiento económico anterior a 1914 se funda en el trigo. La guerra acentuó la dependencia de la economía canadiense de sus exportaciones de productos del sector primario .

A partir de 1925 aumenta la producción triguera, crecen los stocks y cae el precio del trigo, proceso que se intensifica a partir de 1929, iniciándose la recuperación en 1933-1934; el alza productiva se cortaría en 1934 y de los stocks en 1937-1938 (véase cuadro 1); la caída de las exportaciones se inicia en 1929, de modo drástico, y luego sigue con fluctuaciones y tendencia decli-

CUADRO 1

«Stocks» y precios del trigo en Canadá

Años (1) (2) Años (1) (2)

1921-22 0,24 — 1930-31 16,09 64,3 1922-23 1,56 111,4 1931-32 5,54 59,8 1923-24 0,48 104,3 1932-33 5,89 54,3 1924-25 2,96 168,1 1933-34 7,69 68,1 1925-26 3,03 151 1934-35 9,95 81,8 1926-27 3,66 146,1 1935-36 11,70 84,6 1927-28 4,84 146,3 1936-37 19,27 122,7 1928-29 13,61 123,9 1937-38 4,11 135,6 1929-30 22,91 124,2

(1) Total de stocks a 1 de agosto (millones de Bushels). (2) Precios (centavos canadienses/Bushel).

FUENTE: Hevesy (1940).

^ Véase relación de fuentes cuantitativas expresadas al final de este artículo. ' Kemp (1981), 175 y ss.; Rostow (1983), 472; Safarían (1959), 101.

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nante. La relación de intercambio decrece desde 1926. El PNB desciende entre 1930 y 1931, y el desempleo llega al 20,6 por 100 en 1934; asimismo, la inversión de capital sobre el PNB desciende entre 1929 y 1936.

El crecimiento canadiense, después de la Segunda Guerra Mundial, contó con la ayuda financiera de capital extranjero. El porcentaje de mano de obra en el sector terciario pasó de un 33,7 por 100 en 1931 a un 50 por 100 en 1961; en el mismo período, el porcentaje de la manufactura, la construcción y el transporte aumentó del 33,8 por 100 al 36 por 100, y el empleo en el sector primario descendió del 32,6 al 13,5; no obstante, las exportaciones ca­nadienses son de productos primarios, fundamentalmente; y Canadá depende de capital extranjero para su crecimiento*.

Se observa que en el decenio de 1960 aumentaron las exportaciones de trigo, sin que este fenómeno fuera acompañado de un aumento sustancial en la producción; en 1970, 1971 y 1972 las exportaciones trigueras tuvieron que basarse en la liquidación de stocks.

La relación de intercambio de Canadá creció entre 1973 y 1977 (véase cuadro 2) a raíz del aumento del precio mundial del trigo; asimismo, la ratio

CUADRO 2

Relación de intercambio (1970 = 100)

Años Argentina Australia Canadá R. Unido EE. UU.

128 110 108 107 109 105 101 102 100 94 93 114 116 105 105 98 97 100 96 —

— 100 98 103 98 96 97 100 106 106 120 103 87 78 72 67 — — —

94 96 98 92 95 99 99 99 100 99 100 106 114 109 112 106 101 106 107 103

91 94 96 98 99 102 98 98 100 101 95 93 80 86 84 86 92 93 91 —

103 94 96 99 98 101 101 102 100 98 95 93 77 80 82 77 77 73 66 69

1948 1958 1960 1963 1965 1967 1968 1969 1970 1971 1972 1973 1974 1975 1976 1977 1978 1979 1980 1981

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• Lithwick (1967).

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de paridad entre «precios recibidos» y «precios pagados» por los agricultores muestra una mejora relativa de éstos desde 1972 y hasta 1976. Sin embargo, dada la estructura industrial interna, el PNB canadiense experimentó un es­tancamiento en 1975; fenómeno análogo se observa en la inversión de capital respecto al PNB; el porcentaje de paro comenzó a subir en 1976. En Canadá, la mejora relativa de precio del trigo no pudo compensar completamente las consecuencias del aumento de precio del petróleo.

Australia

A fines del siglo pasado se pusieron las bases para el crecimiento austra­liano, anterior a la guerra mundial, en base a exportaciones de trigo, carne y mantequilla'. La crisis económica de 1929 sobrevino a Australia por dos factores: 1) la caída de precios de los productos de exportación, por tanto, del sector primario, y 2) por la dependencia del capital exterior, con un volumen creciente de deuda*.

De 1923 a 1928, la deuda externa australiana creció desde 420 millones de libras a 570 millones, con una media de incremento anual de 30 millones de libras. La combinación de exportaciones reducidas y la imposibilidad de obtener préstamos condujo a pérdidas de reservas y a la devaluación del cam­bio, transmitiendo a otros sectores el peso del ajuste. Este proceso se dio no sólo en Australia, sino también en Argentina, y en dos países muy vinculados a ellos, Uruguay y Nueva Zelanda.

Los países exportadores de trigo perdieron oro antes que otros exporta­dores; es el caso de Australia y Argentina. En Canadá, el fenómeno estuvo afectado por las complejas relaciones financieras de este país con Estados Unidos; no obstante, se registran pérdidas de oro en 1928 y 1929, antes del crack de la Bolsa de valores. En Hungría también se registran pérdidas de oro. Algo parecido tuvo lugar en la redistribución de reservas de oro dentro de Estados Unidos, de unos Estados respecto a otros; Nueva York ganó oro, pero lo perdieron Dallas, Sant Louis y Minneapolis'.

' Rostow (1983), 483. * Copland (1941), 87 y ss.; Kindleberger (1973), 97-101. ' Para comprender mejor los efectos deflacionistas en y desde las economías exporta­

doras de bienes alimenticios y de materias primas sobre las relaciones económicas interna­cionales, hagamos algunas reflexiones teóricas. La Teoría económica sugiere que la depre­ciación del cambio valutario crea un alza de los precios de las exportaciones en moneda interna, o un descenso de los precios de las exportaciones en moneda exterior; lo que su­ceda depende de las elasticidades correspondientes. Para un país pequeño que no influye en los precios mundiales, de manera que la demanda de sus productos es infinitamente elástica al movimiento de los precios, el impacto total se hará notar en aumento de pre­cios, expresados en moneda interna; para los países grandes exportadores de un bien de

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Podemos decir que primero fue la deflación, a la que siguió la deprecia­ción monetaria argentina; ello supuso una mayor deflación económica ge­neral; luego siguió la depreciación australiana, seguida de un aumento de deflación internacional, con carácter generalizado.

El comportamiento del sector triguero en Australia señala un alza en la producción desde la Primera Guerra Mundial, que se fue acentuando desde 1930-1931; análogamente, se observa este crecimiento en la superficie sem­brada; las exportaciones netas crecieron mucho entre 1930-1931 y 1932-1933, decreciendo luego y manteniéndose estables hasta 1938-1939.

También se observa, desde 1930-1931, un notable aumento del porcentaje de las exportaciones australianas de trigo sobre el total del mundo; asimismo, el precio del trigo decae desde 1925-1926 y hasta 1934-1935 (véase cuadro 3). Copland señala el descenso de la RI de Australia antes de la crisis.

En el período 1930-1940 se observa una caída de la inversión total de capitales respecto al decenio anterior; entre 1930 y 1933 declinó el PNB, re­cuperándose después ligeramente. Australia, para mantener, incluso aumentar, sus exportaciones trigueras, tuvo que bajar el precio del trigo, fenómeno que

CUADRO 3

«Stocks» y precios del trigo en Australia

Años (1) (2) Años (1) (2)

1922-23 24 5/4 1923-24 33 4/8í^ 1924-25 34 6/3Ví 1925-26 28 6 / m 1926-27 24 5/7J4 1927-28 35 5/5V4 1928-29 36 4/8 1929-30 41 4/7 1930-31 49 2/7

1931-32 60 2/lOV^ 1932-33 50 2/llVi 1933-34 55 2/7>/4 1934-35 85 2 / i m 1935-36 57 3/7Vi 1936-37 43 5/OVi 1937-38 41 5/1 1938-39 50 —

(1) Stocks a 1 de agosto (millones de Bushels). (2) Precios (ShiUings/Bushel).

FUENTE: Hevesy (1940).

demanda inelástíca, caerán los precios extranjeros. Según Marcus, la depreciación mone­taria en Argentina y Australia causó la caída de los precios del trigo; sin embargo, Copland indica que el descenso de los precios resultó de la deflación internacional; los precios oro fueron deflacionados independientemente de las depreciaciones monetarias. Kindleberger (1973), 102 y ss.

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fue general, y devaluar la moneda, como vimos antes, lo cual tuvo un efecto deflacionista, según se registra en la caída del PNB, y crece el desempleo *.

La Primera Guerra Mundial tuvo escasa influencia industrializadora para Australia, pero no así la Segunda. Sin embargo, entre 1948 y 1968, el por­centaje de trabajadores industriales y el valor de la producción industrial cayeron en todas las ramas, salvo en metalurgia, maquinaria, vehículos y pro­ductos químicos'. Australia incorporó la tecnología industrial moderna me­diante la importación de capitales que financiaba a través de las exportaciones del sector primario. Entre 1965 y 1970, el 71 por 100 de las exportaciones australianas lo constituían la lana, el trigo, la carne, otros productos agrope­cuarios y los minerales. No obstante, después de la Segunda Guerra Mundial, Australia experimentó una industrialización, pero a costa, como Canadá, de una dependencia de capital exterior.

Es ilustrativo el análisis de la depresión australiana de la década de 1970. La producción australiana de trigo venía creciendo desde 1960; asimismo, se registra una tendencia creciente en las exportaciones, pero la relación de in­tercambio de Australia era baja respecto a 1948 y 1960, hasta que mejoró entre 1973 y 1975, debido al alza de precio del trigo. La situación favorable a los exportadores de trigo se debilita de nuevo en los últimos años del de­cenio; por otra parte, la mejora de renta para los agricultores, expresada en la ratio de paridad entre «precios recibidos» y «precios pagados», sólo se observa para los años 1972 y 1973. También se registra que el alza de las exportaciones trigueras entre 1970-1971 y 1972-1973 se hizo disminuyendo los stocks; durante los restantes años del decenio crecen paralelamente la pro­ducción y las exportaciones. Sin embargo, atendiendo a la economía en su conjunto, se observa un crecimiento ininterrumpido del volumen de des­empleo desde 1972; asimismo, el PNB entra en un estancamiento. Un estudio sobre el declive económico australiano del decenio de 1970 señala que los efectos de la relación de intercambio sólo fueron positivos para el PNB entre 1970-1971 y 1973-1974, y negativos para el conjunto del de­cenio; asimismo, se demuestra que el declive en la tasa de crecimiento del PNB obedece al descenso en la productividad y de la producción industrial; esta última disminuyó en términos absolutos y de modo notable en 1974-1975, y la tasa de productividad comenzó a descender desde entonces'".

• Copland (1941), 85; Kindleberger (1973), 104-105. El porcentaje de PNB dedicado a la inversión fue grande en Australia, análogamente a Canadá, desde 1861 y en base a la importación de capital.

' Rostow (1983), 489. " Norton y McDonald (1983), 1-29. Además, se señala la correlación existente, en

términos cuantitativos y desde 1973, de un gran crecimiento en precios de consumo, ofer­ta monetaria, gastos del Gobierno y salarios; por otro lado, desciende la tasa de beneficio a partir de entonces. Está claro que el incremento de la oferta monetaria no ocasionó la recuperación económica, más bien impulsó la crisis en términos reales.

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Argentina

La economía argentina, especializada desde el decenio de 1820 en la pro­ducción y exportaciones de productos agropecuarios, experimentó cambios importantes desde comienzos de 1880 hasta la víspera de la Primera Guerra Mundial, con los ferrocarriles, con los nuevos cultivos de trigo y maíz y con los buques refrigerados. Después del crecimiento de principios de siglo hubo un retroceso económico, y durante la década de 1920 tuvo lugar cierta recu­peración. Qjn posterioridad al declive de principios del decenio de 1930, la economía argentina creció bastante rápidamente, sobre todo durante la Segun­da Guerra Mundial. Desde 1945-1949, Argentina experimentó un incremento anual de sólo 1,2 por 100 del PNB por individuo; en cambio, Australia y Canadá doblaron esta tasa de crecimiento; la economía argentina declinó pro­fundamente ".

Veamos, en primer lugar, las características del período 1925-1932. En 1930, la expansión de la demanda mundial de productos agropecuarios y las explotaciones de nuevas tierras en la «pampa» dejaron de ser factores impul­sores del crecimiento económico argentino. La caída del comercio internacional que siguió a la crisis de 1929 redujo las exportaciones argentinas de produc­tos del sector primario.

A partir de 1925-1926 aumentaron la producción y los stocks de trigo en Argentina hasta 1929-1930. Los precios cayeron desde 1925-1926 hasta 1933-1934 (véase cuadro 4). Las exportaciones trigueras, que tuvieron una marcha fluctuante durante la década de 1920, descienden durante los prime­ros años del decenio siguiente. El PNB decae entre 1929 y 1934.

Los factores críticos para la economía argentina fueron, por un lado, el empeoramiento de la RI, entre 1925 y 1932, y, por otro, que aumentaron los costes del servicio de capital extranjero.

A comienzos del decenio de 1930 se inició una política de sustitución de importaciones, fundada en el entendimiento entre los industriales y los terra­tenientes argentinos, y dirigida a apoyar las industrias ya existentes. A co­mienzos de 1940 el producto bruto industrial supera el producto agropecuario por primera vez en la historia del país. La tasa de crecimiento argentino fue superior a la de Canadá y Estados Unidos durante la década de 1930; no obstante, Argentina agotó su ciclo en el proceso de sustitución de importa­ciones en 1950, que coincide con el desplazamiento de Inglaterra por Estados Unidos como su primer acreedor.

Entre 1950 y 1960, el crecimiento económico argentino es lento, a pesar de la absorción de tecnologías modernas "•. La persistencia de limitaciones

" Rostow (1983), 493. " Rostow (1983), 496. En 1953 comenzaron a aumentar los salarios reales y a caer los

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UNA REINTERPRETACION DE LAS CRISIS ECONÓMICAS MUNDIALES DE 1929 Y DE 1973

CUADRO 4

«Stocks» y precios del trigo en Argentina

Años (1) (2) Años (1) (2)

1922-23 61 10,99 1931-32 1923-24 64 11,27 1932-33 1924-25 66 14,08 1933-34 1925-26 58 13,15 1934-35 1926-27 67 11,73 1935-36 1927-28 69 11,16 1936-37 1928-29 95 9,41 1937-38 1929-30 130 9,90 1938-39 1930-31 65 6,12

80 65 75 118 85 65 51 65

6,27 5,72 5,64 6,41 9,40 12,11 13,27 7

(1) Total de stocks a 1 de agosto (millones de Bushels). (2) Precios (pesos papel/quintal).

FUENTE: Hevesy (1940).

económico-estructurales condujo a la depresión de la década de 1970. Entre 1973 y 1980, la política de adquirir equipos industriales baratos, junto a una divisa revaluada artificialmente, llevó a un creciente déficit exterior. La eufo­ria se cortó con la quiebra de algunos de los más importantes bancos argen­tinos, y desde entonces se aceleró la depresión económica ".

En la década de 1960 se registra una tendencia ascendente de exportacio­nes trigueras, con un máximo en 1965, y que se efectúa a base de liquidar stocks; en 1971 tiene lugar el volumen máximo de exportación del siglo, que implica también vender stocks; en los años siguientes, hasta 1976, las expor­taciones presentan un nivel bajo, que supone un desaprovechamiento del alza de la RI motivada por el aumento de precio del trigo, registrada en 1973 y que descenderá en los años sucesivos (véase cuadro 2), acusando la respuesta de, los países industriales al aumento del precio de los productos del sector primario, con el alza del precio de los bienes manufacturados.

El PNB muestra una marcha fluctuante entre 1973 y 1978, con alzas en

precios relativos de la agricultura. La mayoría de las sustituciones de importaciones del decenio de 1950 fueron en petróleo, acero, química y vehículos a motor. Balassa (1982), 84-85.

" El crecimiento económico se hubiera mantenido moderadamente en las economías ex­portadoras de no haber irrumpido, en 1980, un cambio radical en la economía interna­cional como fue la drástica subida de los tipos de interés y la paulatina revalorización del dólar con relación al resto de las valutas monetarias. El incremento de divisas, resul­tado del aumento de precio del trigo, se tradujo en alza de importaciones. Balassa (1982), 86.

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1974 y 1977, años que registraron también aumentos en las inversiones de capital respecto al PNB, lo cual supone inversiones de capitales extranjeros, además de préstamos recibidos del exterior '*, situación que fue intensificán­dose en 1980 y 1985 ".

Inglaterra, Estados Unidos y la economía mundial

En este apartado no pretendo hacer un estudio detallado de las crisis eco­nómicas de 1929 y 1973 en Inglaterra y Estados Unidos, sino señalar que la explicación de ambas crisis obedece, sobre todo, a factores estructurales.

En 1929 la crisis afectó a toda la economía inglesa, y en 1931 se registra la crisis financiera internacional; entonces, el Gobierno inglés devaluó la libra y restringió el libre cambio a los países tradicionalmente vinculados a la Co­rona británica, creándose la Commonwealth. El resultado fue una relativa re­cuperación económica, en parte producida por la demanda potencial de bienes insatisfechos durante la fase anterior de estancamiento económico, como es el caso de la construcción de viviendas; el PNB desciende en los primeros años de la década y crece el paro. Las importaciones de trigo aumentan, aun­que poco, en el decenio de 1930 y crece la producción triguera interna desde 1933, al tiempo que irá empeorando su RI, así como también se recuperará el precio del trigo.

En Estados Unidos, si bien el sector agrario, análogamente a las economías de países especializados en las exportaciones de productos de este sector, pa­deció un descenso de precios y aumento de stocks desde antes de 1929; no obstante, hubo una expansión industrial entre 1925 y 1929; este año el de­clive se generalizó a todos los sectores económicos. Aparte de los efectos in­ducidos por la deflación estructural de las producciones agrarias, Rostow ha señalado que la estructura de las industrias que se habían expandido durante el decenio de 1920 también contribuyó a la crisis de 1920; la industria del automóvil, la química y la electricidad eran industrias caracterizadas por una gran elasticidad demanda-renta '*. El crecimiento de las industrias tradicionales había sido muy limitado entre 1925 y 1929. La ratio entre precios recibidos y precios pagados por los agricultores desciende entre 1925 y 1933, reflejo del declive del sector agrario.

El entendimiento de las tendencias económicas entre 1945 y 1980 requie-

" Suplement Handbook of International Trade and Development Statistics (1981); CEP AL (1980), 448-449 (Deuda externa).

" United Nations (1981). Desde 1972, el aumento espectacular de los precios, el alza de la oferta monetaria, el deterioro del tipo de cambio y la pérdida de valor adquisitivo de los salarios, incluso descenso en términos nominales, fueron unidos.

" Rostow (1983), 232.

no

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re una atención a la economía mundial. En este sentido, recordaré especial­mente el ciclo 1951-1972 y la tendencia económica entre 1972 y 1980, lle­gando, así, al establecimiento de elementos de juicio para comprender la crisis actual y sus orígenes, contrastados con los de la crisis de 1929.

19?1-1972

En 1933 comenzaron a crecer los precios de los alimentos y materias pri­mas y se mantuvieron altos hasta principios del decenio de 1950, estimulados por la Segunda Guerra Mundial y la guerra de Corea "; entonces se inicia una caída de los precios de bienes primarios, al tiempo que nace un período de crecimiento en Europa.

En 1950, el comercio mundial superaba los niveles anteriores a 1929, en base al crecimiento de las relaciones comerciales ultramarinas. Después de la Segunda Guerra Mundial no hubo crisis de reconversión a una economía de paz; el proceso se hizo en un ambiente de precios relativamente elevados de alimentos y materias primas, hasta 1951. Los despegues latinoamericanos de la década de 1930 fueron acompañados de precios más altos para sus expor­taciones.

Entre 1951 y 1972, la producción industrial y el comercio del mundo crecieron un 5,6 y un 7,3 por 100, como medidas anuales, respectivamente. En Europa, el crecimiento fue posible por la emigración de mano de obra del Sur hacia el Norte, beneficiando simultáneamente las dos áreas; asimismo, las migraciones del ámbito rural a las ciudades estuvieron acompañadas de aumentos de productividad agrícola. En los países industrializados el creci­miento se basó en la expansión de los sectores líderes ".

En este período, 1951-1972, existió una tendencia económica expansiva para las economías más desarrolladas; en cambio, el empeoramiento de la re-

" Rostow (1983), 242. Señala Kindleberger que la RI europea declinó de 100 en 1938 a 83 en 1948. Kindleberger (1968), 167. Estados Unidos había llegado al pleno empleo durante la segunda guerra mundial. La recuperación europea fue posible por la ayuda económica norteamericana del Plan Marshall, que permitió cubrir el déficit de granos, al­godón, petróleo, carne y otros productos que padecía Europa después de la guerra hasta que pudo mejorar la productividad agrícola.

" El precio del fuel había crecido menos que los precios de alimentos y materias pri­mas entre 1938 y 1953; pero su declive entre 1953 y 1963 fue también menos drástico: entre 1963 y 1969 cayó absolutamente, mientras el precio de alimentos y materias primas crecía ligeramente; en 1972, los índices de ambos tiraron al alza juntos. En comparación a los precios de bienes manufacturados, los precios de fuel crecieron un poco más entre 1938 y 1951, pero aumentaron considerablemente menos entre 1951 y 1971-1972; mien­tras crecían los precios de las manufacturas de exportación, los precios del fuel cayeron entre 1953 y 1969. Este fenómeno es significativo de la era expansiva, dado el consumo energético de ios sectores líderes en los países más industrializados. Rostow (1983), 26.

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lación de intercambio de Latinoamérica fue muy marcada entre 1951 y 1971, pero sobre todo entre 1951 y 1958. Efectivamente, ello se corrobora adop­tando el enfoque sectorial del estudio de Pedro Fraile y mío, donde la RI de las materias primas y alimentos respecto a las manufacturas cae en picado de 1951 hasta 1971, y sobre todo entre 1951 y 1958 (véase gráfico II).

La crisis de 1973

Entre 1965 y 1971, por tanto, antes de la crisis de 1972, se observan escaseces en los mercados de ciertos bienes alimenticios y materias primas, especialmente en el de granos y en el mercado de petróleo; ello no sólo obe­decía a la gran importancia de estos productos, sino también a la posición de reserva de Estados Unidos, como mayor oferente que había tenido poder para amortiguar los efectos de los precios mundiales de aquellos bienes, hasta que se llegó a extremos insostenibles.

En 1972-1973 hubo gran alza en los precios del grano, pero el conoci­miento del decenio de 1960 explica que no fue un fenómeno que surgiera de pronto. Hasta entonces, Estados Unidos había llenado el vacío dejado por el descenso de las exportaciones de Asia, Europa oriental, URSS, África y, también, Latinoamérica, que cambió a posiciones deficitarias crecientes. Este proceso estuvo acompañado de una caída en las reservas mundiales de trigo. Se registra un aumento de la demanda efectiva de granos que no sólo obede­cía al incremento poblacional; así, en los países en vías de desarrollo, el au­mento de la población era de 2,5 por 100 al año y el consumo de granos de un 3,6 por 100; en los países desarrollados, la población aumentaba al 1 por 100 anual y la demanda se cifró en 1,7 por 100, debido al crecimiento del consumo de carne de animales alimentados con cereales caros.

A principios del decenio de 1960, en Estados Unidos aumentaron los stocks de trigo y disminuyó la superficie sembrada; luego, los stocks cayeron desde 1962-1963 de modo continuo hasta 1968-1969, conteniéndose la caída en 1969-1970 y 1970-1971, cuando al año siguiente el descenso de los stocks será notable (véanse cuadros 5 y 6) y aumentará el precio, a consecuencia de malas cosechas habidas en la URSS y en Asia, evidenciándose la escasez mundial de grano que se arrastraba de años atrás.

El aumento de precio del trigo afectó negativamente la relación de inter­cambio de los países importadores de grano y provocaría, junto al incremento de precio del petróleo ", la crisis de 1973. El aumento de precio del trigo se frenará en 1976-1977, para volver a subir a finales de la década.

" El aumento de precios de los granos, surgido del mercado internacional, estuvo acompañado del incremento espectacular de los precios del petróleo, resultado de la deci­sión de la OPEP. Estados Unidos había aumentado el consumo de petróleo, al tiempo

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UNA REINTERPRETACION DE LAS CRISIS ECONÓMICAS MUNDIALES DE 1929 Y DE 1973

CUADRO 5

Declive en los «stocks» de trigo y granos ordinarios (En miles de toneladas)

Años

1960-61 1961-62 1962-63 1963-64 1964-65 1965-66 1966-67 1967-68 1968-69 1969-70 1970-71 1971-72 1972-73 1973-74 1974-75 1975-76

Mundial

169.106 182.052 155.410 158.687 153.820 156.990 121.242 150.338 162.336 190.775 167.993 190.608 148.796 108.493 110.452 89.522

Mayores exportadores *

127.838 138.776 115.912 110.286 108.790 94.710 69.875 69.324 84.446 106.971 112.745 82.923 94.534 59.933 47AÍ5 32.122

EE. UU.

103.683 115.834 101.654 91.144 87.586 72.250 53.243 45.776 59.097 68.192 68.714 50.593 68.516 42.128 27.110 18.472

* Estados Unidos, Canadá, Australia, Argentina.

FUENTE: Talbot (1972-76).

CUADRO 6

índice de precios de las exportaciones mundiales de trigo (1975 = 100)

Años índice Años índice

1950 44 1960 39 1970 37 1974 116 1975 100

1976 85 1977 64 1978 76 1979 95 1980 106

FUENTE: United Nations, Statistical Yearbook.

Desde 1973 desciende la relación de intercambio del Reino Unido con la subida de precio del trigo, de otros alimentos y de las materias primas (véase cuadro 2); desde entonces disminuyen las importaciones de trigo, al tiempo

que crecía su dependencia de las importaciones, y cuando quiso reaccionar al aumento de precios energéticos no contaba con poder regulador del precio internacional. Rostow (1983), 271-273.

lU

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que aumenta la producción doméstica. Se observa una correlación entre caída de la RI inglesa y las importaciones netas de trigo de Inglaterra. El PNB se estanca durante la década de 1970 y crece el desempleo.

La RI de Estados Unidos decae notablemente, desde 1973, con la subida de precio del petróleo y bienes del sector primario, en general; de manera que el alza, entre 1973 y 1975, de precio del trigo no pudo contener este descenso, dada la estructura comercial exterior norteamericana, dependiente de la importación de petróleo debido al alto consumo energético; con todo, creció la producción y las exportaciones trigueras desde 1973. En 1975 y 1976 se estanca el PNB y crece el desempleo. De 1976 a 1978 baja el precio del trigo, para volver a subir en 1979 y 1980. Entre 1972 y 1980, después de la larga expansión postbélica, la economía mundial se estancó.

El deterioro de la relación de intercambio en Inglaterra y Estados Unidos, a partir de 1972, fue mayor que en otros países desarrollados. Los países en vías de desarrollo, en su conjunto, mejoraron su relación de intercambio res­pecto a la etapa anterior a la crisis, pero los no productores de petróleo la vieron notablemente empeorada.

Las naciones industrializadas sufrieron un estancamiento más inflación desconocido hasta entonces (estanflación)"; estos países sufrieron caídas o estancamiento en el PNB y acusaron aumentos en los niveles de desempleo.

A su vez, a finales de la década de 1970 se registra un nuevo incremento en los precios de los productos del sector primario, a lo que los países indus­trializados responderán con políticas monetarias restrictivas ', intensificándo­se, además, la depresión económica en los países con deuda exterior respecto a las grandes naciones industrializadas.

Conclusión

Conforme a mi concepción expuesta al principio de este ensayo, la caída de los precios de los alimentos y de las materias primas respecto a los precios

" Rostow (1983), 294 y ss. Antes de la crisis, los países de la OCDE aumentaban su producción en un 5,2 por 100 al año y los precios crecían en un 4,1 por 100; después de 1974-1975 disminuyeron, incluso en términos absolutos, su producción y los precios aumentaron entre un 10 y un 12 por 100. La intensidad de la revaluación de los precios obedeció a dos motivos sustanciales: 1) el incremento en la demanda de materias primas, combustibles y alimentos era vulnerable a las malas cosechas de 1972-1973 y a las me­didas de la OPEP, y 2) el hecho de que a una determinada tasa de inflación correspondía un nivel de desempleo más alto. El aumento de los salarios monetarios siguió a las alzas en la tasa de inflación.

" Reino Unido y Japón han contenido sus gastos públicos. La política de Reagan, sin embargo, fue expansionista en el gasto estatal norteamericano, pero restrictiva en el te­rreno monetario.

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de las manufacturas antes de la crisis de 1929 y en un plano mundial fue una realidad. A su vez, observo el mismo fenómeno con anterioridad a 1972-1973 y desde el término de la guerra de Corea. AI filo de las crisis mejoraron, en ambos casos, las RI de los bienes primarios. Como contrapartida, la RI de Inglaterra comenzó a decaer, desde 1933 en la primera crisis y desde 1972 en la segunda. Esta tesis concuerda con los movimientos de stocks y precios del trigo en un plano mundial y en los países exportadores que he examinado.

En 1972-1973 hay escasez de bienes primarios y presión de la demanda, que aprovechan los productores para aumentar los precios de dichos bienes, llevando la crisis, por el lado de la oferta, a los países industrializados im­portadores de alimentos, materias primas y fuel, y a la economía global. Antes de la crisis industrial existía una depresión estructural en el sector primario.

En 1925-1930 también se registra depresión estructural en los productos primarios, por tanto, antes de 1929, cuando se produce la crisis global de la economía; alcanzando a las actividades industriales; pero la transmisión siguió entonces un mecanismo distinto; la caída relativa de precios de bienes pri­marios alcanzó a las industrias por la vía de la demanda, disminuyendo el comercio mundial de productos industriales, lo cual engendró una caída del índice internacional de precios. En este período la subida de la RI de pro­ductos primarios tuvo lugar durante el proceso de la depresión económica de la década de 1930, probablemente porque surgió por entonces la escasez de bienes primarios, por descenso de stocks (así se aprecia en Canadá, Estados Unidos y Argentina), que presionaría sobre el precio, y también por decisio­nes de política agrícola, ostensibles en el caso de Estados Unidos.

Tanto en la crisis de 1929 como en la de 1973, observamos la presencia de una depresión agrícola estructural con anterioridad a la crisis internacional; ello nos lo corroboran los datos, pero la explicación de la causalidad en una y otra es diferente; entiendo que, en 1929-1933, la caída de los precios re­lativos del sector primario actuó depresivamente sobre la economía global por el lado de la demanda; y, durante los años de 1971-1973, la deflación estruc­tural del sector primario ocasionó, por vía de oferta, un aumento de los costes y de los precios industriales que llevó al estancamiento económico con infla­ción monetaria.

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JUAN HERNÁNDEZ ANDREU

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NOTAS

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LAS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS DE LA GUERRA CIVIL (Una nota sobre los artículos publicados en el nüm. 21 de la revista Economistas, bajo el título «Economía española, 1936») *

JUAN CARLOS JIMÉNEZ JIMÉNEZ

La mística de los números es un legado pitagórico que seguimos cultivan­do con cierta veneración. El medio siglo transcurrido desde el inicio de la Guerra Civil parece haber liquidado definitivamente la frontera sicológica' que, hasta hace bien poco, se habían impuesto los historiadores económicos de la España contemporánea: ya no sólo es Historia Económica lo que suce­dió antes de la contienda. La década de los cuarenta' parece de momento señalar los bornes de la nueva frontera conquistada. A varios trabajos que se ocupan de este oscuro período de nuestro reciente pasado económico, firma­dos por algunos de los principales investigadores que se han aventurado por tan tortuosa senda, ha dedicado la revista Economistas su número 21, corres­pondiente a agosto-septiembre de 1986.

El artículo del profesor Velarde, dedicado al impacto que tuvo la Guerra Civil sobre los principales núcleos^ de pensamiento económico en España, contrasta con los restantes trabajos (que se ocupan de los distintos aspectos

* Los artículos corresponden a Juan VELARDE, «Las escuelas españolas de economía y el estropicio de la Guerra Civil», pp. 6-10; Albert CARRERAS, «Consecuencias a largo plazo de la Guerra Civil sobre la industria española», pp. 12-15; Carlos BARCIELA, «Los efectos de la Guerra Civil sobre la agricultura», pp. 16-18; Pablo MARTÍN ACEÑA, «Las consecuencias de la Guerra Civil: dinero, finanzas y comercio exterior», pp. 20-23, y Fran­cisco CoMÍN, «El presupuesto del Estado tras la Guerra Civil: dos pasos atrás», pp. 24-32. Estos trabajos son, en general, una síntesis telegráfica de otros más amplios realizados por estos autores, unos de reciente publicación y otros inéditos aún. Trataré de situar en este contexto mis comentarios.

' Es obvio que no todas las barreras fueron de índole sicológica: las trabas impuestas por el régimen del general Franco a la actividad crítica intelectual —y más si lo que es­taba en cuestión era el propio régimen— fueron, por supuesto, de naturaleza bastante real. La carencia de una base factual sobre la que reconstruir la historia económica del período, sobre todo en sus primeras fases, fue, sin duda, otro importante factor desalen­tador.

' Es la etapa que José Luis García Delgado ha Uamado, con notable predicamento, primer franquismo. Véase la delimitación y caracterización que hace del mismo en J. L. Gar­cía Delgado (1986), pp. 170-172.

' Velarde, a pesar del título de su artículo, utiliza con suma cautela y parquedad el término escuela, reservándolo en todo caso para designar al grupo que se aglutina en torno a Flores de Lemus. En el resto de los casos, prefiere hablar de núcleos, grupos, etc.

Revista de Historia Económica 7 0 7 Año V. N.» 1 - 1987 •'^^

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JUAN CARLOS JIMÉNEZ JIMÉNEZ

sectoriales de nuestra economía en el período). En él se subraya, por un lado, el tajo * que la Guerra Civil infirió en la nómina de los economistas españoles —diezmando los grupos de investigación económica que se habían consolida­do en los años anteriores—' y, por otro lado, la sorprendente capacidad rege­neradora de aquellas semillas truncadas: «Realmente en el plazo de dos a cuatro años se restañaron las heridas muy a fondo»'. Las pérdidas de capital humano dentro de la investigación y la docencia económicas —siendo traumá­ticas e irreparables en muchos casos— no detuvieron el trabajo científico. Sin embargo, y aquí está el contraste que quería resaltar, la economía españo­la, pese a las relativamente limitadas pérdidas de capital físico, vivió —como se muestra en los restantes artículos— un dilatado (e injustificado) estanca­miento posbélico que habría de prolongarse por más de una década.

Parece claro, pues, que la responsabilidad de la descarriada política eco­nómica del primer franquismo no es atribuible a la existencia de un vacío de economistas competentes, sino más bien a la imposición de los exóticos cri­terios políticos del «nacionalismo tradicionalizante»' sobre los de la raciona­lidad económica. El fatuo desprecio del dictador ferrolano hacia los econo­mistas en general (salvo él mismo, tal vez) * y la inefable ciencia cuartelaria que aplicaban sus ministros a la resolución de los problemas económicos de la inmediata posguerra avalan esta tesis. No fue el capital humano en sí el factor limitativo en el crecimiento económico de la España de los años cua­renta; lo realmente escaso fue el capital humano (de formación económica) que atesoraban los máximos rectores políticos del régimen.

Pero ¿qué sucedió realmente con la economía española en los años cua­renta? ¿Cuál es la valoración que podemos hacer de este período?. Cuatro historiadores económicos se han hecho cargo de cada uno de los cuatro blo­ques sectoriales que se abordan en este número de Economistas. Todos ellos defienden explícitamente (y machaconamente, si se me permite decirlo) la idea de ruptura que supuso, en el ámbito económico, la Guerra Civil y el franquismo subsiguiente. Implícitamente, subyace en todos ellos un juicio

* Un tajo «terrible y empobrecedor», como ha calificado recientemente Pedro Laín Entralgo al impacto de la Guerra Civil sobre la ciencia española («A pesar de todo», El País. 26 de enero de 1987).

' En su artículo, Velarde destaca los núcleos madrileños de investigación económica (entre los que, a su vez, descuella el ya mencionado de Flores de Lemus —parcialmente reagrupado, tras la Guerra Civil, en torno a Garande—; otros grupos de trabajo se aglu­tinan en torno al Servicio de Estudios del Banco de España, la Revista Nacional de Eco­nomía, Economía Española o el periódico El Debate). En Valencia, entre tanto, se iba consolidando el grupo de Zumalacárregui y el prestigio de Perpiñá Grau. Todos estos nú­cleos de economistas se desmoronaron con el inicio de la Guerra Civil.

' Economistas, p. 10. ' Por utilizar el término propuesto por J. L. García Delgado (1986), p. 180. ' Véase al respecto la aguda exposición de las ideas económicas de Franco, y de su

actitud hacia los economistas, que se hace en J. Fontana (1986), pp. 25-31.

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LAS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS DE LA GUERRA CIVIL

previo: el que España vivió durante el primer tercio del presente siglo una fase de apreciable crecimiento económico y transformación estructural, sobre todo patente si se compara con su renqueante evolución en el siglo x ix ' . Pues bien, lo que vienen a sostener estos autores es que la Guerra Civil in­terrumpió —en cada uno de los sectores estudiados— esta tendencia hacia la modernización económica de España; un hecho dramáticamente prolongado por la política económica franquista, que con su exacerbada adopción de los peores rasgos de la política anterior (autarquía, intervencionismo...) no hizo sino aislarnos de la oleada de crecimiento económico que cruzó Europa en el período posbélico.

Por eso, no hay contradicción más que en apariencia entre la posición de estos autores y la de aquellos investigadores que, desde otras ramas de la Economía Aplicada (como la Estructura o la Política Económic'a), habían en-fatizado la idea de continuismo al indagar en la economía española de esos años. Porque fue la política económica del primer franquismo, continuista a deshora y sin temple, la que rompió nuestro incipiente proceso de moderni­zación y retrasó nuestro engarce con la prosperidad occidental. Medir —si­quiera tentativamente— el coste de esa política es el objetivo de alguno de los artículos que estamos comentando.

Albert Carreras, desde la perspectiva del sector industrial, dedica casi todo su artículo a la tarea de medir el coste del franquismo en términos del producto industrial perdido. Para ello adopta una amplia perspectiva tem­poral, que no se limita al primer franquismo, sino que abarca hasta el final del mismo.

Las series de producto industrial de Carreras, que abarcan casi siglo y medio'", refuerzan la idea de nuestro apreciable crecimiento fabril en los años previos a la Guerra Civil; y, por otro lado, gracias a su corrección de las series anteriormente manejadas (INE y CEN), nos muestran la dimensión del prolongado mazazo que supuso la contienda para la industria española. Enmarcado en el contexto europeo, este estancamiento industrial se trueca en manifiesta depresión. Carreras, para evaluar el coste —en términos industria­les— de la política franquista, se basa en el siguiente supuesto:

La industria española se hubiera podido comportar como la ita­liana si el marco político e institucional español hubiera sido dis­tinto —comparable al europeo occidental— después de 1945 ".

' Véase N. Sánchez-Albornoz (comp.) (1985). Los estudios sectoriales y regionales que aparecen compilados en esta obra dan un completo apoyo a esta tesis. Como dice el pro­pio Sánchez-Albornoz en la p. 17: «La modernización llega tarde y en 1930 (...) no se halla todavía concluida.» Y, por si fuera poco, Franco la puso en cuarentena.

'" Presentadas en A. Carreras (1984). " Economistas, p. 14. Es la misma tesis que, aplicada a la evolución de las tasas de

crecimiento económico, aparece en G. Tortella (1968), p. 112.

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JUAN CARLOS JIMÉNEZ JIMÉNEZ

A partir de esta hipótesis (en absoluto heroica, pero tampoco exenta de matizaciones), el razonamiento contrafactual de Carreras se apoya en las co­lumnas (I) (II) y (IV) del cuadro 1.

Para Carreras, en suma, el atraso de nuestro producto industrial en este período se puede cifrar [calculando el promedio de la columna (IV)] en una

CUADRO 1

índices reales e hipotéticos de producción industrial «per capita» (1947=100)

Años

1947 1948 1949 1950 1951 1952 1953 1954 1955 1956 1957 1958 1959 1960 1961 1962 1963 1964 1965 1966 1967 1968 1969 1970 1971 1972 1973 544,6 1974

España (real)

(I)

100,0 102,9 101,5 108,2 113,1 130,9 130,6 137,2 145,8 157,0 167,1 179,3 181,6 181,1 212,6 231,9 241,3 257,9 295,7 316,2 332,4 360,1 412,6 450,7 463,9 513,5 544,6 593,1

Italia (red) (II)

100,0 104,0 106,5 127,6 144.6 150,2 157,8 175,7 194,9 206.4 224,4 217,4 237,2 285,5 316,2 347,6 366,0 341,8 368,6 411,9 462,8 471,6 502,8 537,3 510,6 562,6 602,3 624,0

España (hip.) (III)

100,0 108,9 115,5 127,9 131,6 143,7 164,7 178,4 187,6 200.6 230,0 245,8 255,8 279,0 327,5 326,6 330,8 354,9 377,8 406,8 432,3 454.1 453,1 524,4 548,2 584,3 576,4 593.1

II-I ( )100

I (IV)

0 1,1 4.9

17,9 27,9 14,7 20,8 28,1 33,7 31.5 34,2 21,2 30,6 57,6 48,7 50,0 51,7 32,5 24,7 30,3 39,2 31.0 21,9 19,2 10,4 9.5

10,6 5,2

III-I ( )100

I (V)

0 5.8

13,8 18,2 16,4 9,8

26,1 30,0 28,7 27.8 37.6 37,1 40.9 54,1 54,1 40,8 37,1 37,6 27,8 28,7 30,1 26,1 9,8

16,4 18,2 13.8 5,8 0

NOTAS: Las columnas (I), (II) y (IV) reproducen las seríes que presenta Gurreras en el núm. 21 de Economistas, p. 14. La columna (III) se ha calculado aplicando a la industria española las tasas anuales de crecimiento per capita que se deducen de la columna (I), pero con una cadencia temporal inversa (es decir, aplicando a los primeros años del período las tasas alcanzadas en los últimos, y viceversa). A partir de esta serie hipotética se ha calculado la columna (V).

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LAS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS DE LA GUERRA CIVIL

cuarta parte del que anualmente obtuvo la industria italiana entre 1948 y 1974. Este coste es, de acuerdo con la hipótesis de partida, imputable al fran­quismo. El ejercicio hipotético no es, por supuesto, ocioso. Pero sí precisa de alguna matización:

El supuesto fundamental de Carreras incorpora como cierto un postulado aún muy debatido: la existencia de un modelo latino de desarrollo, aplicable a España e Italia, capaz de explicar el comportamiento de sus respectivos pro­cesos de modernización económica ' . Ignoramos si la práctica equiparación de los niveles de renta real per capita entre España e Italia, a la altura de los años treinta de este siglo ", responde a un previo patrón homogéneo de modernización (y de industrialización, no lo olvidemos) que nos permita pos­tular —como implícitamente sugiere el razonamiento de Carreras— el hipoté­tico mantenimiento del paralelismo entre ambas economías más allá de los años cuarenta.

Pese a todo, la comparación con Italia es indudablemente la más realista dentro del contexto internacional. A mi juicio, sin embargo, resulta aún más realista la comparación que podemos establecer entre la España del primer franquismo y la de una década más tarde, cuando nuestra industria pudo comenzar a explotar sus potencialidades de crecimiento, en el expansivo mar­co económico internacional de la posguerra mundial. Esta comparación hi­potética es la que trato de cuantificar en las columnas (III) y (IV) del cuadro anterior: la España que fue frente a la que pudo haber sido, de acuerdo con su experiencia posterior.

La columna (III) se ha construido incorporando la hipótesis de que las tasas de crecimiento industrial per capita hubieran seguido en nuestro país una pauta temporal inversa a la que realmente siguieron. La hipótesis, pues, no supone la consideración de unas tasas más altas de crecimiento, sino sólo una distinta distribución temporal de las mismas. La simple observación de las columnas (II) y (III) permite apreciar el extraordinario paralelismo entre ambas. Más revelador aún: el promedio de las diferencias porcentuales entre la serie hipotética construida para España y la real (un 25 por 100 por en­cima la primera) coincide casi exactamente con el que calcula Carreras para las series italiana y española (un 26 por 100 por encima la italiana). Así, comprobamos que la pauta temporal de crecimiento del producto industrial español es la inversa de la italiana. La moraleja de esta fabulación hipotética no puede ser más simple: el problema no es que la industria española creciera menos que la italiana, sino que lo hiciera más tarde. Carreras concluye su trabajo afirmando que «sin Franco viviríamos mejor». Pero sobre todo, y puestos a elegir, sin el primer franquismo.

" Una nota esclarecedora del estado de esta cuestión, en C. E, Núftez (1985). " Véase L. Prados de la Escosura (1984).

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JUAN CARLOS JIMÉNEZ JIMÉNEZ

La evolución de la agricultura española en la década de los cuarenta no podía ser ajena ni a la marcha de nuestra industria (que acabamos de comen­tar) ni a los condicionamientos de la política económica, que también en el ámbito agrario constituyó un pesado lastre. El breve artículo de Carlos Bár­dela '* pone fundamentalmente de relieve este último aspecto. La crisis de la agricultura española en los años cuarenta no fue una crisis de transformación (en el sentido de lo que se-conoce como «crisis de la agricultura tradicional», es decir, como una fase de cambio profundo en el tránsito hacia la moderni­zación económica), sino todo lo contrario: una auténtica contramarcha en el tímido proceso de crecimiento con que la agricultura, singularmente en el primer tercio del siglo xx, había contribuido a la modernización e industriali­zación de la economía española ". Las causas de esta depresión agraria no hay que buscarlas, argumenta Barciela, en los destrozos de la Gtierra Civil (que fueron limitados), sino en la política agraria de los sucesivos gobiernos franquistas. También para nuestra agricultura, la peor consecuencia de la Guerra Civil fue el franquismo subsiguiente. La política agraria, anclada en los principios de autarquía e intervencionismo, e ignorante de los más ele­mentales principios económicos, no logró más florecimiento que el de los mer­cados negros, particularmente activos en la década de los cuarenta '*. El re­sultado del intervencionismo agrario, como ha observado el propio Carlos Barciela al estudiar en profundidad el Servicio Nacional del Trigo, fue «ne­gativo y contraproducente» ". La Guerra Civil, en fin, dejó arrumbadas las principales reformas estructurales e institucionales que precisaba nuestra agri­cultura, prolongando con ello excepcionalmente su ya de por sí dilatado trán­sito hacia la modernización.

Dos artículos completan la serie: Pablo Martín Aceña se ocupa especial­mente de los aspectos monetarios y de los relativos al comercio exterior du­rante la guerra y la inmediata posguerra. Los de índole presupuestaria, enmarcados en un horizonte temporal que abarca hasta los años sesenta, que­dan a cargo de Francisco Comín.

En el plano monetario, la reunificación de las dos comunidades dinerarias, que se habían creado a raíz de la Guerra Civil, constituyó un inmediato ob-

" En realidad, lo que se publica en este número de Economistas no es sino un alige­rado fragmento de la Introducción de la Segunda Parte del libro de R. Garrabou, C. Bar­ciela y J. I. Jiménez Blanco (eds.) (1986).

" Véase G. TorteUa (1985). " Véase C. Barciela (1986). " C. Barciela (1985), p. 313. El que, a pesar de todo, tal política agraria pudiera per­

durar a lo largo de toda una década puede parecer chocante. La respuesta nos la da el propio Carlos Barciela en R. Garraixsu, C. Barciela y J. I. Jiménez Blanco (1986), pp. 412-413: «[esa política] permitió un importante proceso de acumulación de capital en el sec­tor agrario». Los beneficiarios de ese proceso —los grandes propietarios agrícolas— no reinvirtieron sus beneficios en el sector.

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LAS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS DE LA GUERRA CIVIL

jetivo prioritario de las autoridades monetarias franquistas. Por otro lado, la necesidad de proceder al desbloqueo de las cuentas bancarias (tanto activas como pasivas), para conseguir una efectiva normalización fiduciaria, enfrentó a esas autoridades con el grave problema de controlar simultáneamente las tensiones inflacionistas que se habían alimentado durante el conflicto bélico. Martín Aceña describe de forma concisa —pero muy clara— los sucesivos procesos de ruptura y reconstrucción monetaria que vivió la economía espa­ñola en menos de un lustro. Pero se echa en falta en este artículo (y nos consta que no es por ignorancia de su autor) una valoración —siquiera sucin­ta— de la política monetaria diseñada en la inmediata posguerra para drenar el exceso de liquidez del sistema.

En el ámbito de nuestro comercio exterior, Martín Aceña resalta la anor­mal situación creada tras la Guerra Civil, y mantenida en toda la década de los cuarenta: primero la Guerra Mundial, más tarde el aislamiento interna­cional y —en todo momento— el mantenimiento del dogma autárquico cega­ron las compuertas de nuestras relaciones comerciales. El intervencionismo absoluto y discrecional de la política comercial (y también de la política de cambios) muestra, una vez más, la aversión del franquismo hacia los meca­nismos del mercado.

En suma, Martín Aceña advierte, al comparar la etapa previa a la Guerra Civil con la inmediatamente posterior, «más ruptura que continuidad» " en materia financiera y de comercio exterior: la magnitud de los desequilibrios monetarios y presupuestarios, la rigidez de la política de cambios y, singular­mente, el imperativo autárquico, marcan la diferencia. En concreto, un sector —el financiero— que se había mostrado en sintonía con el proceso de moder­nización económica previo a la Guerra Civil" invierte su tendencia. Aquí creo que reside también la idea de discontinuidad que expresa Martín Aceña.

El trabajo de Francisco Comín sobre la Hacienda pública en la posguerra cierra esta serie de artículos. Y lo hace con una visión integradora de los principales rasgos económicos del período que no siempre hemos hallado en el resto de los artículos: para él, la Hacienda española bajo el franquismo es incomprensible fuera del contexto económico general de esos años. Por otro lado, su óptica temporal abarca todo el presente siglo: ello le permite, entre otras cosas, detectar lo dilatado que fue el primer franquismo en el ámbito presupuestario (que se adentró en la década de los cincuenta) y calibrar la magnitud de su coste. Su selección bibliográfica —magnífica como de cos­tumbre— no se limita a los temas hacendísticos, sirviendo de guía al lector interesado. Por todo ello, creo que el artículo de Comín cierra muy oportuna­mente la serie.

" Economistas, p. 22. " Puesto de relieve en P. Martín Aceña (1985).

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JUAN CARLOS JIMÉNEZ JIMÉNEZ

En el discurso de G)mín se entrelazan dos temas: por un lado, el del tamaño del Estado; por otro, el de la estructura presupuestaria (analizada en su doble vertiente de ingresos y gastos públicos). En ambos aspectos, la mo­dernización estuvo ausente durante el primer franquismo: la brecha con Euro­pa se ensanchó una vez más. Pero vayamos por partes:

El tamaño del Estado (medido por sus gastos en relación a la renta nacio­nal) es una magnitud escalar de equívoco significado. No obstante, la expe­riencia de los países más avanzados (y democráticos) muestra claramente el crecimiento de esta magnitud en consonancia' con sus respectivos procesos de modernización y desarrollo *. Pues bien, en España, durante la década de los cuarenta, el tamaño del Estado desanduvo el sendero de crecimiento que tan trabajosamente había recorrido desde comienzos de siglo (registrándose en 1952 un índice similar al de 1901). Se observa así que el aumento relativo experimentado por el gasto público inmediatamente después de la contienda no se mantuvo, lo que contradice —como ha tratado de contrastar Comín en otro trabajo— " la conocida teoría del efecto desplazamiento del gasto público de Peacock y Wiseman. ¿Debemos entender por ello que el Estado perdió importancia en esos años? No necesariamente: el férreo intervencionismo es­tatal del primer franquismo eligió mecanismos extrapresupuestarios de dudosa eficacia. Y es que en esa época, como dice Comín, «el sector público español estaba fuera de onda» ^. De la onda europea y modernizadora, se entiende.

Correlativamente, dos pasos atrás dio la estructura presupuestaria del Es­tado: uno correspondió a los ingresos; el otro, a los gastos públicos. Su pa­ralelo avance anterior (hacia una Hacienda transicional, en el primer caso; hacia el Estado benefactor, en el segundo) se vio truncado por la Guerra Civil, y más tarde paralizado por el franquismo. Por el lado de la estructura impositiva, la hibernación artificial del franquismo impidió el tránsito —ya iniciado— hacia una moderna tributación directa (que sólo se producirá una vez liquidado el régimen), lo que no podía traducirse sino en el auge arcaizante de los tributos indirectos. En cuanto a los gastos del Estado, Comín nos mues­tra también el retroceso que, al menos hasta la década de los sesenta, experi­mentó la modernización de su estructura: los gastos que corresponden con las modernas funciones del Estado (es decir, los gastos económicos y sociales), inherentes al carácter benefactor que el sector público adoptó en el mundo desarrollado, sufrieron en España un grave retroceso relativo tras la contienda. La combinación de ambos factores provocó que el paso de una Hacienda

" Otra cosa será la debatida cuestión de la forma (continua o escalonada) de esa evo­lución del gasto público. Sobre el tema de la evolución secular del gasto público y el es­tado de la cuestión en la literatura, véanse el artículo de P. Gandhi (1978) y el comenta­rio al mismo de R. C. J. von Gersdoff que aparece a continuación.

" F. Comín (1985). " Economistas, p. 26.

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LAS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS DE LA GUERRA CIVIL

transicional a otra moderna, iniciado con el siglo, se prolongase al menos du­rante seis décadas. Otra partida, en fin, a anotar en el Debe de la cuenta económica del franquismo. La conclusión de Francisco Comín creo que resu­me bastante bien el espíritu de esta serie de artículos:

También en el campo de la Hacienda pública la Guerra Civil amplió la brecha que había entre España y los países europeos " .

Sin duda, queda mucho por conocer de la economía del franquismo. Los historiadores económicos, sin embargo, han comenzado ya a iluminar —aun­que tal vez aún con luces de linterna— esa «noche» de la industrialización (y de la economía) española de que nos habla Carreras ^*. Falta, quizá, una visión global del período —esto es, iluminada con luces de neón—, integra-dora de los distintos elementos parciales, que sólo surgirá de la profundiza-ción (hacia otros temas sectoriales y subsectoriales, así como regionales) de este tipo de trabajos. Su presentación en el número de Economistas que aquí comentamos sólo puede ser acusada, como ya dije antes, de extremadamente concisa.

No obstante, el que la revista del Colegio de Economistas de Madrid —tan orientada habitualmente hacia el análisis de los problemas más canden­tes de nuestra economía— haya dedicado su sección estelar «En Portada» a varios trabajos sobre las consecuencias económicas de la Guerra Civil puede haber sorprendido a alguno de nuestros colegas. La sorpresa, en todo caso, creo que habrá sido agradable. Como lo es comprobar la calidad y el empuje —pálidamente reflejados en este número de Economistas— de la historiogra­fía económica de la España contemporánea.

" Economistas, p. 31. " En A. Carreras (1984), p. 147.

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JUAN CARLOS JIMÉNEZ JIMÉNEZ

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DEBATES Y

CONTEOVERSIAS

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HERNÁNDEZ ANDREU Y LA CRISIS DE 1929

JOSEPH HARRISON Universidad de Manchester

En marcado contraste con las experiencias de Estados Unidos, Alemania o Gran Bretaña, hay numerosos indicios de la superficialidad de la recesión económica española en los años treinta. Recientemente, la revisión de las es­timaciones de la Renta Nacional, efectuada por Julio Alcaide, mostró la sos­tenida tendencia al alza de la economía española entre 1929 y 1935, excepto por pequeños descensos en 1930, 1933 y 1935. En conjunto, según las cifras proporcionadas por Alcaide, la Renta Nacional, en pesetas constantes de 1964, creció en un 9,7 por 100 en estos siete años. Sin embargo, como Juan Her­nández Andreu nos recuerda en su último libro *, el número de parados al sus de los Pirineos se elevó hasta alcanzar la cifra de 801.322 en junio de 1936, por lo que no se puede poner en duda que al Gobierno del Frente Popular le fue tan mal en este aspecto como al de Hoover en sus últimos meses, a la República de Weimar o al segundo Gobierno laborista de Mac-Donald, en Gran Bretaña. Si aceptamos los datos de la Sociedad de Naciones sobre la producción industrial, los índices mundiales (excluyendo a la Unión Soviética) cayeron en un 37 por 100, los de Norteamérica en un 45 por 100 y los de la Europa no comunista en un 29 por 100, entre 1929 y 1932. Espa­ña, por su parte, alcanzó el punto más bajo de su producción industrial en 1933, con un 15 por 100 por debajo del nivel de 1929.

No obstante, existe la creencia generalizada entre los historiadores de que los sucesivos Gobiernos de Primo de Rivera, Berenguer, Aznar y de la Se­gunda República fueron sacudidos por una diversidad de perturbaciones eco­nómicas, de origen tanto interno como externo. Entre estas últimas, mencio­nadas frecuentemente como factores causales de la menor profundidad de la depresión española, está la brusca caída en el comercio mundial, consecuencia de una nueva ola de proteccionismo, ilustrada por el arancel Smoot-Hawley de 1930, en Estados Unidos, y por la Ley de Aranceles Proteccionistas de 1932, en Gran Bretaña. Según las estadísticas oficiales del comercio exterior

* Juan HERNÁNDEZ ANDREU, España y la crisis de 1929, Madrid, Espasa-Calpe, 1986, 260 pp.

Revista de Historia Económica 1 ) 3 Año V. N.» 1 - 1987 ^-'-'

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JOSEPH HARRISON

español, cuya fiabilidad fue puesta en tela de juicio por Valentín Andrés Al­vares hace más de cuatro décadas, las importaciones bajaron hasta un 52 por 100 en 1931, mientras que, en el mismo año, las exportaciones cayeron en un 40 por 100 de su valor de 1930 en términos monetarios. Hernández An-dreu, basándose en un artículo de Antonio Tena, publicado en esta revista («Una reconstrucción del comercio exterior español, 1914-35: la rectificación de las estadísticas oficiales», REVISTA DE HISTORIA ECONÓMICA, 1985), llega a decir que el declive del comercio exterior español fue tan acusado como el de las grandes naciones capitalistas. Al decir esto, rechaza el trabajo de reelaboración de Jordi Palafox de las estadísticas comerciales de los princi­pales países que comerciaban con España (Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos), que son mucho menos pesimistas («La crisis de los años 30: sus orígenes», Papeles de Economía Española, 1980). Sin embargo, cualquiera que sea la magnitud exacta de la caída de las ventas en el extranjero a prin­cipios de los años treinta, la escasa dependencia española del comercio exterior aseguró que el declive de las exportaciones no fuera una causa de la decaden­cia económica nacional, a pesar de la incidencia que esto tuvo en el País Va­lenciano tras el acuerdo de Ottawa de 1932 entre Gran Bretaña y los pro­ductores agrícolas de la Commonwealth.

Aparte del comercio exterior, tres variables externas adicionales, como son la inmigración, la disminución de las remesas de los emigrantes y la caída de las inversiones extranjeras, desempeñaron un papel importante en la de­presión económica española de los años treinta. Ramón Tamames, en su libro sobre la República y la era de Franco, ha destacado el hecho de que España, anteriormente exportador neto de mano de obra agrícola, en especial a La­tinoamérica, vio desaparecer esta válvula de seguridad de la noche a la ma­ñana, cuando las naciones receptoras adoptaron una política de puertas cerra­das respecto a los emigrantes del Viejo Mundo. Tamames calcula que, entre 1931 y 1934, la inmigración neta desde los distintos puntos del hemisferio totalizó 106.243 personas, lo que hizo aumentar la masa de parados. No obstante, como señala Jordi Nadal, el componente principal del desempleo durante este período fue el paro estructural, causado no tanto por la vuelta de los emigrantes como por una caída previa de la tasa de mortalidad. Por lo que respecta a las remesas de los trabajadores españoles en Latinoamérica, la imposición de prohibiciones y restricciones sobre la repatriación de sus ahorros tuvo un efecto considerable en la balanza de pagos española. Las in­vestigaciones pioneras de Francisco Jáinaga en el Banco de España revelaron que el saldo neto de remesas bajó de 192.300 millones de pesetas en 1932 a 116.800 millones en 1934. Sin embargo, los cálculos de Jáinaga muestran que, a pesar del advenimiento de lo que muchos inversores extranjeros califi­caron de República «socialista» comprometida en la realización de reformas

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HERNÁNDEZ ANDREU Y LA CRISIS DE 1929

radicales, el nivel de las inversiones extranjeras en España se mantuvo en los años de los que poseemos datos, a excepción de una caída en 1933.

¿Hasta qué punto creyeron los contemporáneos que la depresión mundial había influido en la Península? Antes de 1933, al menos, se pensaba que la mayor crisis jamás experimentada por el sistema capitalista había dejado de lado a España. Los observadores nacionales continuaron viendo el compor­tamiento de la economía con mucho optimismo. La mayoría de ellos conside­raba que España no había sido tocada por la depresión. Si se lee la prensa financiera de Madrid del bienio reformista parece que, prácticamente, el úni­co problema que afectaba a la economía española era el supuesto revolucio-narismo infantil y el analfabetismo económico de los gobernantes. Destacados hombres de negocios catalanes, entre los que estaba Juan Ventosa —el últi­mo ministro de Hacienda de la extinta monarquía—, afirmaban que la crisis internacional había tenido un efecto mínimo en Cataluña. De hecho, el sector principal de la región, la industria textil del algodón, disfrutó de un breve período de prosperidad durante un par de años después de 1931, que siguie­ron a tres décadas de profundo pesimismo. Para Ventosa, el factor fundamen­tal fue la brusca caída del precio del algodón en los mercados mundiales. Otros han elogiado el esfuerzo de Largo Caballero por elevar el poder adqui­sitivo de la población rural, gracias a los decretos del Gobierno provisional. Es cierto que los industriales vizcaínos acogieron la nueva década con mucho menos entusiasmo. No obstante, se consideraba que la causa de la caída de los beneficios, y del paro en Bilbao y sus alrededores, era de origen interno: por ejemplo, el abandono de los lucrativos contratos de obras públicas del Gobierno de Primo de Rivera después de la caída del dictador en 1930. Pocos mencionaban que el crash de Wall Street de 1929, el dramático pre­cursor de la crisis internacional, hubiera tenido algún efecto significativo en el progreso de la economía española. Mientras tanto, el objetivo principal de la política económica del Gobierno provisional era el de intentar paliar los problemas estructurales de la agricultura tradicional, sobre todo, la eterna cuestión del paro en el cinturón latifundista del Sur, exacerbado por la sequía.

Muchos historiadores, entre los que se encuentran Josep Fontana y Jordi Nadal, consideran que los problemas profundamente arraigados de la España rural fueron la causa subyacente del comienzo de la guerra civil. Por otro lado, hace casi dos décadas, el eminente economista Juan Sarda, en la historia oficial del Banco de España, resaltó la importancia de estudiar de cerca la política monetaria restrictiva de la República, en especial la del período de Joaquín Chapaprieta. Confrontados, a partir de 1934, con la repentina reve­lación de que España se estaba quedando al margen de la limitada recupera­ción que estaba teniendo lugar en otros países, los ministros de Hacienda de derechas, adelantándose a sus colegas actuales, siguieron una trayectoria

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deflacionista que suscitó el antagonismo de poderosos grupos de interés, e hizo muy poco para evitar el conflicto.

El famoso informe del Banco de España, Ritmo de la crisis económica española en relación con la mundial, publicado en 1934, describía a la nación española como relativamente aislada del sistema capitalista. Según la opinión de su director de estudios, Olegario Fernández Baños, la crisis económica era puramente superficial. Y, sin embargo, ¿podría ser que hayamos estado equi­vocados todos estos años? ¿Es posible que observadores informados en los años treinta fueran inconscientes de los cambios producidos en la economía mundial que afectaba sus vidas? Después de todo, esto es lo que los histo­riadores revisionistas aseguran que ocurrió en Gran Bretaña. Autores como Derek Aldcroft, Harry Richardson, John Stevenson y Chris Cook afirman que, a pesar de la miseria humana descrita por Orwell en su obra El camino de Wigan Pier, por Greenwood en Love on the Dole o de la marcha del ham­bre de Jarrow de 1936, los años treinta fueron una década de un progreso eco­nómico impresionante. Los revisionistas sostienen que una combinación espe­cial de factores, entre los que se encuentran la devaluación de la libra esterlina en 1931, la adopción de una política de dinero barato, el auge de la construc­ción de viviendas, el desarrollo de las llamadas «nuevas» industrias y el au­mento de la renta real de aquellos que teníian la suerte de tener trabajo, fue la responsable de la recuperación económica británica de 1932 a 1937, que en ese momento pasó inadvertida en grandes zonas del sur de Gales, del cen­tro de Escocia y del norte de Inglaterra.

En busca de una interpretación más adecuada, la Economic History So-ciety publicó en los años setenta dos folletos que examinaban el estado de la cuestión: el de Bernard Aldford, Depression and Recovery? British Eco­nomic Growth, 1918-39 (1972), y el de Peter Fearon, The Origins and Na-ture of the Great Slump, 1929-32 (1979). Por otro lado, en Estados Unidos, Charles Kindleberger escribió una síntesis más detallada de la recesión del período de entreguerras en su libro The World in Depression, 1929-39, pu­blicado en 1973, mientras que Peter Temin rechazó la interpretación mone-tarista de la depresión sufrida por Estados Unidos propuesta por Friedman y Schwartz en su libro Did Monetary Forces Cause the Great Depression? (1976). Este debate, con una amplia historiografía en inglés, y que tanto ani­mó los seminarios a ambos lados del Atlántico, pasó casi totalmente inadver­tido en España. Así, como se afirma en la cubierta del libro de Juan Hernán­dez Andreu, «es ésta la primera obra publicada en España sobre los orígenes y manifestaciones de la crisis de 1929 y la depresión del decenio de 1930 en una perspectiva mundial».

En una serie de publicaciones aparecidas durante más de una década, el profesor Hernández Andreu ha mantenido una línea independiente respecto

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HERNÁNDEZ ANDREU Y LA CRISIS DE 1929

a los historiadores económicos españoles al insistir en la importancia de los factores externos en la depresión económica española del período de entre-guerras. La novedad del enfoque actual está en la inclusión de un capítulo introductorio general sobre las consecuencias económicas de la Primera Guerra Mundial. Esta sección, en gran medida de síntesis y que sirve como antece­dente a la discusión sobre la Gran Depresión, ocupa un tercio del libro. Es, esencialmente, una exposición ajustada y bien escrita del consenso liberal que se ha desarrollado en Estados Unidos, asociado a los nombras de Kindleber-ger, Temin y Walt Rostow, a quienes el autor elogia ampliamente. Un punto débil de este trabajo se encuentra en el hecho de no mencionar muchas de las investigaciones llevadas a cabo en Europa. Elaborado cuidadosamente, este primer capítulo concede la importancia debida a aquellas variables que des­empeñaron un papel fundamental en los acontecimientos mundiales de 1929 a 1933, y a las recuperaciones parciales que tuvieron lugar después. Entre ellas se incluyen los reajustes territoriales postbélicos, las reparaciones y deu­das de guerra, la caída de los precios agrícolas (que el autor subraya especial­mente), el caos financiero de los años 1925 a 1931, el renacimiento protec­cionista, etc. Así, dicho capítulo adopta una especie de modelo amplio para analizar la depresión española. Se hacen frecuentes alusiones a la postura de Kindleberger sobre la importancia de la caída de los precios agrícolas, posi­blemente en un intento de legitimar la propia interpretación de Hernández Andreu. La segunda parte del libro consta de cuatro capítulos, de distinta longitud, que tratan de diversos aspectos de la economía española —agricul­tura, industria, comercio, finanzas, mano de obra— en diferentes etapas del si­glo XX. Tal desequilibrio es, en parte, resultado de la manera en que el autor utiliza la obra como vehículo para reproducir materiales sobre el sector eléctri­co y la política monetaria, publicados anteriormente en forma de artículo.

En resumen, su tesis principal, repetida varias veces a lo largo del texto, es que, durante la segunda mitad de los años veinte, la agricultura española experimentó una depresión estructural por la tendencia a la baja de los pre­cios, proceso exacerbado después de 1929 por la crisis mundial, que hizo caer los precios de los productos primarios. Al mismo tiempo que sus ingresos se vieron fuertemente reducidos, los agricultores se encontraron con costes de producción cada vez mayores, en parte, por su dependencia de los fertilizan­tes químicos para mantener los rendimientos. A pesar de los tempranos inten­tos de sustituir importaciones, la industria química nacional no satisfizo las necesidades de los agricultores. Y es más, al buscar una mayor protección arancelaria en conjunción con la industria eléctrica, las compañías eléctricas amenazaron con gravar al agricultor todavía más. Así, la demanda inelástica de importaciones de fertilizantes químicos, junto con la depreciación de la peseta en un 40 por 100 en el período de 1928 a 1932, hizo aún más inso-

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JOSEPH HARRISON

portable su situación. Los agricultores protestaron, con Valencia a la cabeza. Mientras tanto, el descenso de la renta agrícola llevó a una contracción de la demanda de productos manufacturados, las nuevas industrias fueron frenadas en su desarrollo y la construcción retrocedió, con los inevitables efectos mul­tiplicadores. De este modo, la economía española no consiguió recuperarse después de 1933, por lo que el paro creció y las huelgas comenzaron.

¿Qué nos parece este enfoque? Tal y como está, la tesis de Hernández Andreu necesita ser reescrita en parte. Lamentablemente, los cuatro últimos capítulos están mal organizados. El argumento está expuesto tortuosamente, el autor es dado a la repetición, recurre, a menudo a la afirmación en lugar de al análisis e ignora las críticas. Adopta, también, una técnica que empieza a ser común entre los historiadores económicos españoles, y que consiste en mezclar lo factual con lo contrafactual. La tesis en sí es un refinamiento de las elaboradas por Román Perpiñá y Albert Balcells, entre otros, a la que ha añadido una dimensión internacional. Hace mucho tiempo que se ha acep­tado que, sobre todo después de 1933, el año del acuerdo de Ottawa, las regiones agrícolas exportadoras vieron reducidos sus mercados. En la reelabo­ración del trabajo de Perpiñá efectuada por Balcells se señala que, a la vez que la prosperidad de las zonas de consumo vitales de la periferia declinó, también lo hicieron las fortunas de la industria textil catalana (Crisis eco­nómica y agitación social en Cataluña, 1930-36, 1971). Aunque Juan Hernán­dez Andreu merece nuestro aplauso por ofrecer a los estudiantes universitarios españoles una primera visión de las causas e interpretaciones de la depresión internacional, pienso que ha caído en la trampa de intentar hacer que una España atrasada se ajuste exactamente al modelo general del mundo capita­lista avanzado. En el prefacio a los escritos de Perpiñá (De economía crítica, 1930-36, 1982), Jordi Palafox sostiene que la función real del gran econo­mista valenciano, en su momento, fue demostrar a las clases sociales del País Valenciano cómo superar la situación económica de subordinación en la que se encontraban respecto al resto de la Península. Su fracaso pudo haber re­flejado las divisiones en la derecha valenciana. No obstante, en un país to­davía dominado por los antiguos problemas de una agricultura tradicional, en el que poderosos grupos de interés en los sectores primario y secundario ha­bían conseguido altos niveles de protección arancelaria en el pasado, los pro­blemas recientes de los agricultores independientes, por mucho que éstos hu­bieran beneficiado a España con sus exportaciones en tiempos mejores, tenían todas las posibilidades de quedar en un segundo plano. Igualmente, las inter­pretaciones de la historia económica española del período de entreguerras que se centran en su situación son, como mucho, parciales, por muy sofisti­cadas e ingeniosas que sean.

(Traducción de Angelines CONDE GUTIÉRREZ DEL ÁLAMO.)

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REPLICA DE J. HERNÁNDEZ ANDREU A J. HARRISON POR LA CRITICA DE SU LIBRO ESPAÑA Y LA CRISIS DE 1929

JUAN HERNÁNDEZ ANDREU Universidad Complutense

Lo más llamativo de la nota sobre mí libro a cargo del profesor Harrison, de la Universidad de Manchester, es que el único punto crítico que presenta no está en absoluto argumentado. Se trata de una valoración negativa en la que se dice que el libro está falto de crítica y que utilizo una técnica «común entre los historiadores» —cito textualmente—, consistente en mezclar el fac-tual con el contrafactual; y el profesor inglés se limita a emitir esta afirma­ción dogmática sin acompañar ejemplo ni argumento alguno, cayendo con esta actitud en el error que precisamente quiere atribuirme. ¿A qué se debe este modo de valorar? Las respuestas sólo puedo darlas como hipótesis: 1, El crítico no ha dispuesto de espacio para exponer argumentos; 2. Carece de técnicas teóricas para interpretar, y 3. No tiene argumentos. La primera la desecho porque dedica las 4 /5 partes de su reseña a hablar de cuestiones que no tienen que ver directamente con el libro. Respecto a la hipótesis 2, sos­pecho que la contestación sería afirmativa a juzgar por esta reseña, pero no quiero convertir esta réplica en otro cometido. La hipótesis 3 es ciertamente, de hecho («factual»), afirmativa; no obstante, no dudo que mi libro sea vá­lidamente criticable desde ópticas distintas a la mía.

Un punto menor, pero importante, aunque no está claramente formulada la objeción crítica del profesor Harrison al respecto, es que considera se utili­za poca bibliografía de la crisis de 1929 en países europeos; aunque sería discutible la veracidad de esta crítica, debo expresar que utilizo, como punto de referencia, aquellos trabajos que atienden al fenómeno mundial, y los auto­res son, efectivamente, Sir Arthur W. Lewis, Walt W. Rostow y Charles P. Kindleberger; este último defiende la tesis que cada país, por pequeño o poco importante que fuese, tuvo su parte de responsabilidad en los orígenes de la crisis de 1929, lo cual justifica y coincide con mi manera de ver el tema. En la objeción a este punto, míster Harrison es consecuente con su punto de vista, ya que de sus comentarios le entiendo partidario del enfoque nacionalista para analizar los cambios económicos, incluso los fenómenos in­ternacionales como la crisis de 1929.

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JUAN HERNÁNDEZ ANDREU

Con todo, en mis investigaciones, según es evidente, atiendo doblemente, con el ajuste pertinente, tanto a la dimensión interna de los problemas como, en su caso, a la incidencia de los factores externos. Así, por ejemplo, en los problemas del sector agrario de España, advierto la confluencia de factores estructurales domésticos con aquellos derivados de la necesidad de importar maquinaria agrícola y fertilizantes.

Finalmente, én cuanto a la trascendencia de la crisis de 1929 en la historia política y estrictamente social de España, cuya atención inquieta al señor Harrison, según se desprende de algunas de sus afirmaciones, quiero decir que este libro sólo pretende dar la mejor respuesta, no la única y definitiva, al objetivo limitado que se propone y responder al título de la obra. Las rela­ciones con otras historias, en definitiva, la elaboración de una Hüstoria total, requerirá el lugar y el método adecuados.

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RECENSIONES

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RECENSIONES

J. A. GARCÍA DE CORTÁZAR, E . PÓRTELA, E . CABRERA, M . GONZÁLEZ JIMÉ­

NEZ y J. E. LÓPEZ DE COCA: Organización social del espacio en la España medieval. La Corona de Castilla, siglos VIII-XV, Barcelona, Ariel, 1985.

Nos encontramos ante una impor­tante síntesis del proceso colonizador desarrollado por la Corona de Castilla entre los siglos viii y xv. Con ante­rioridad, dicho proceso tan sólo había sido objeto de una síntesis: la del profesor S. de Moxó. Los títulos de ambas obras denotan importantes di­ferencias en el enfoque metodológico. Más preocupada esta última por fenó­menos institucionales y por los meca­nismos jurídicos que regularon los asentamientos de pobladores y más volcada la obra que comentamos ha­cia los aspectos de organización del espacio por las comunidades surgidas del proceso repoblador.

Se trata de una obra conjunta. Es necesario señalar el esfuerzo de los autores por construir un modelo de análisis común, y también es preciso felicitarnos no sólo por los resultados de dicho esfuerzo, sino por la perso­nalidad de quienes lo han realizado. Todos ellos poseen una abundante bi­bliografía personal y ocupan cátedras

en diferentes Universidades del país. Es de desear que esta confluencia de especialistas para realizar obras de sín­tesis con una metodología común de­je de ser rara avis en el panorama de nuestra historiografía medieval.

Los seis años transcurridos desde la aparición de la anterior síntesis so­bre el problema de la repoblación y, sobre todo, el nuevo planteamiento metodológico utilizado justificaban plenamente la realización de esta obra. La misma satisface a un tiem­po la necesidad de dar a conocer de forma organizada las aportaciones rea­lizadas en tesis y artículos aparecidos durante los últimos años, así como de señalar las lagunas aún existentes y marcar nuevas líneas de investigación.

La obra consta de una Introduc­ción a cargo del profesor García de Cortázar, en que se traza el Programa de Investigación, y de cinco capítulos, en que se aplica dicho Programa a las diferentes zonas repobladas —del Cantábrico al Duero, del Duero al Ta-

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jo, del Tajo a Sierra Morena, la An­dalucía Bélica y el Reino de Granada.

La Introducción aborda el análisis de los tres elementos básicos del mo­delo propuesto: Espacio-Sociedad-Or­ganización. Dicho análisis se hace desde una perspectiva historiográfica, realizándose agudas reflexiones acer­ca del tratamiento de que han sido objeto dichos elementos. El carácter crítico de dichas reflexiones puede ser de gran utilidad para que los me-dievalistas dedicados al estudio de la Corona de Castilla sopesen lo realiza­do y valoren sus insuficiencias.

No es posible seguir en detalle este análisis, pero me ocuparé de lo rela­tivo a la falta de articulación de esos tres elementos en las investigaciones recientes. Como indica Cortázar, es­tas investigaciones parecen presentar­nos «una sociedad sin espacio, un es­pacio sin sociedad y una organización al margen de los dos». Desde temas institucionales y económicos rápida­mente se ha derivado hacia el estudio de minorías marginales o jerarquiza-ción de grupos sociales. Las socieda­des se estudian en espacios indefini­dos en que ríos y montes han sido sustituidos por alfoces, latifundios, etcétera. Sin duda, este fenómeno es consecuencia de la inexistencia de mo­nografías regionales. El espacio ha sido abordado, a veces, con minucio­sidad, pero en sí y para sí; más gra­ve aún ha sido la consideración de espacios «ininteligibles históricamen­te», fruto indirecto del Estado de las Autonomías. Las raíces del modelo que se propone en esta obra se en­

cuentran en los estudios de los an­tropólogos, en la historia regional francesa y en la geografía histórica anglosajona. El concepto síntesis del modelo propuesto sería el de ecosis­tema, entendido como «sistema cohe­rente de relaciones siempre dialécti­cas entre la naturaleza y los hombres, que la modifican a través de usos de la tecnología socialmente aprobados». Los autores se proponen estudiar có­mo los hispanocristianos —cuyas es­tructuras socioeconómicas anteriores a la invasión musulmana tendían leja­namente a configurarse como un eco­sistema feudal—, tras las alteracio­nes y desajustes de los primeros cien­to cincuenta años de dominio árabe, comienzan, a partir de la segunda mi­tad del siglo IX, a expandir su nuevo modelo de organización social.

Las limitaciones de espacio me im­piden seguir en detalle la exposición de cada autor, pero sí querría desta­car algunas de las aportaciones re­cientes incorporadas por estos auto­res en su síntesis, así como señalar las cuestiones tratadas que guardan mayor relación con la Historia eco­nómica.

García de Cortázar se ha ocupado de sintetizar los conocimientos dispo­nibles acerca del más primitivo de los procesos repobladores, que tuvo por objeto las tierras situadas al norte del Duero. Este autor lleva muchos años dedicado a realizar la historia de mi-croespacios. La riqueza de su plan­teamiento metodológico abarca desde el estudio de los procesos de acultu-ración entre montañeses y mésetenos

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en un habitat que les era extraño hasta el minucioso estudio de la ar­ticulación de los espacios que confi­guran la aldea como «unidad homo­loga» —elemento básico de la red de poblamiento—. Esta red evolucionó hacia una jerarquización que siguió dos direcciones. La primera dio lugar a un habitat disperso. La segunda lle­vó a un proceso de compactación del habitat, especialmente en la Meseta.

E. Pórtela se ha ocupado del es­pacio comprendido entre el Duero y el Tajo. Especializado en la historia agraria gallega, ha incorporado en una brillante síntesis las recientes aportaciones realizadas por Á. Barrios a la polémica sobre el despoblamien­to del valle del Duero tras la con­quista musulmana. Un minucioso aná­lisis toponímico permitió a este autor mostrar la pervivencia de asentamien­tos cristianos y, asimismo, la de un conjunto importante de asentamientos bereberes. También se recogen las aportaciones realizadas por este autor, en colaboración con A. Martín, res­pecto a la estructura del poblamiento de la zona a mediados del siglo xiii y las pautas de jerarquización del mismo. Mediante el estudio de las «Distribuciones de Préstamos», o re­partos de rentas decimales entre obis­pos y cabildos, han podido recons­truir la red de poblamiento. No se mencionan, sin embargo, las aporta­ciones realizadas por V. Pérez More­da respecto a los sistemas de explo­tación y prácticas agrarias utilizados en los grandes dominios catedralicios de la zona.

E. Cabrera analiza la repoblación de una tierra de nadie con excelentes aptitudes como zona de pastos —la comprendida entre el Tajo y Sierra Morena—. La carencia de ciudades hizo necesario el recurso al señorío como forma de colonización y orde­nación del territorio. Se mencionan las aportaciones de Glick en cuanto al proceso de adaptación de los colo­nos, llegados del Norte, a las condi­ciones naturales de la zona. Especial­mente interesante resulta el análisis del proceso de señorialización de la zona en los siglos xiv y xv y su in­fluencia en las estructuras agrarias. Se estudia la concesión y extensión de los permisos de adehesamiento so­bre los que iba a descansar en buena medida el funcionamiento de la eco­nomía ganadera castellana. Arrenda­miento y aparcería desplazaron paula­tinamente al censo enfitéutico.

M. González Jiménez, al abordar la repoblación de la Andalucía Béti-ca, plantea cuestiones abiertas en la investigación, como el posible aban­dono tras la conquista de una econo­mía agraria de base hidráulica seme­jante a la de Valencia y Murcia. Los testimonios relativos a redes de cana­les y acequias parecen circunscribir la existencia de los mismos a zonas de pequeña extensión, dedicadas a huertas y plantas textiles. La econo­mía agraria de base cerealista impues­ta por los repobladores desplazaría a cultivos como el algodón, cártamo, caña de azúcar y arroz. En cualquier caso, la repoblación supuso un retro­ceso de las zonas de cultivo, lo que

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permitiría compatibilizar sin conflic­tos la actividad agrícola con la gana­dera. El enfrentamiento entre Mesta y mestas municipales andaluzas, que defendían los intereses de los caballe­ros y oligarquías- municipales, no se planteó hasta el siglo xv, y se resol­vió con la exclusión de la Andalucía Bética de los circuitos de transhu-mancia del Honrado Concejo. Final­mente, querría señalar las puntualiza-ciones realizadas por el autor en re­lación al problema del latifundismo andaluz. La repoblación, a diferencia de lo que se venía pensando, dio lu­gar a una mediana propiedad. El pro­ceso de concentración de la propie­dad, que se desarrolló paralelamente al de señorialización, no se inició sino hasta el siglo xiv, y se caracterizó por la lentitud con que se llevó a cabo.

Finalmente, López de Coca ha sin­tetizado las informaciones que posee­mos sobre la repoblación del Reino de Granada. El principal problema de la zona fue la coexistencia con la po­blación morisca. Esta se dedicó a un policultivo orientado a la comerciali­zación de los escasos excedentes pro­ducidos. Durante el siglo xvi se pro­dujo la absorción por propietarios cristianos de buena parte de la pro­piedad morisca mediante la utilización de censos consignativos. La revuelta de 1568-1570 y las deportaciones sub­siguientes abrieron un último proce­so repoblador, en el que el móvil fis­cal guió la actuación de la Autoridad monárquica.

Miguel SANTAMARÍA LANC H O

UNED

Alberto MARCOS MARTÍN: Economía, sociedad y pobreza en Castilla: Falen­cia, 1500-1814, Falencia, Excma. Diputación Provincial de Falencia, 1985, 2 tomos, 742 pp.

El libro de Alberto Marcos es un magnífico estudio del fenómeno de la pobreza en la antigua provincia de Falencia durante el Antiguo Régimen. El autor comienza analizando el con­texto económico y social que dio ori­gen y en el que se desarrolló aquélla; más tarde, examina el soporte finan­ciero de la principal institución be-néfico-asistencial de dicha provincia en la Edad Moderna, el Hospital de San Antolín y San Bernabé; por úl­

timo, se ocupa de los protagonistas de esta historia, los pobres, y de las características y evolución del «viejo» sistema asistencial.

En relación a la economía palenti­na del Antiguo Régimen, el autor sub­raya la importancia alcanzada por las actividades manufactureras, especial­mente las textiles, tanto en la capital como en numerosos pueblos de la lla­nura y de la montaña. Esta constata­ción le lleva a formular un interro-

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gante de gran interés: ¿tendían dichas actividades a suavizar los ciclos pro­vocados por las violentas fluctuacio­nes interanuales de la producción agraria, o, por el contrario, contri­buían a «echar más leña al fuego» en las fases expansivas y a «enfriar» aún más la economía en las depresivas? Habida cuenta de que las crisis eco­nómicas, tal y como demuestra Al­berto Marcos en esta obra, introdu­cían cambios significativos en las fronteras de la pobreza, la anterior cuestión, aparte de tener un interés genérico para las investigaciones que se ocupan de economías preindustria-les, debe ser tenida en consideración a la hora de generalizar o comparar con otros estudios los resultados de esta monografía. También destaca y demuestra el autor la posición domi­nante que el clero capitular había ad­quirido en la economía y en la socie­dad palentina. Entre mediados de los siglos XVI y xviii, al igual de lo su­cedido en las localidades vallisoleta­nas de Tierras de Campos, según ha verificado Bartolomé Yun, el clero tendió a absorber un porcentaje cre­ciente de la riqueza en la provincia de Falencia.

El Hospital de San Antolín logró reunir un gran patrimonio inmobilia­rio. Su riqueza territorial rústica es­taba integrada por un elevado núme­ro de pequeñas fincas. Esta fragmen­tación tenía su origen en el tipo de desarrollo de su hacienda: efectuado, fundamentalmente, a costa de las pe­queñas economías campesinas.

Las donaciones constituyeron la

principal fórmula a través de la que se operó la expansión del patrimonio del Hospital. Aquéllas tendieron a concentrarse entre 1620 y 1740, lar­go período de recesión y estancamien­to económico en tierras palentinas. Alberto Marcos distingue entre pe­queños y grandes bienhechores, es­tando este último grupo representado casi exclusivamente por miembros del clero catedralicio, fenómeno que tiene su explicación en la ya reseñada po­sición dominante de aquéllos y en la estrecha vinculación institucional en­tre el Hospital y el Cabildo. Las digni­dades y canónigos solían dejar impor­tantes legados y mandas piadosas a fin de asegurarse un «buen morir», preocupación generalmente comparti­da, y de distinguirse, también en la muerte, del resto de la población.

Alberto Marcos señala que las po­sibilidades de que el Hospital reali­zase inversiones territoriales se veían limitadas por su escasa capacidad de ahorro y por el hecho de que la ofer­ta de bienes raíces aumentase casi únicamente en los períodos de crisis, períodos en los que aquél debía aten­der una demanda asistencia! más in­tensa. Además, el propio Hospital era consciente de que el enorme peso de las propiedades amortizadas y vincu­ladas en el término de Falencia y en sus proximidades suponía un impor­tante freno a la expansión de su pa­trimonio territorial. Lógicamente, la adquisición de fincas rústicas ubica­das lejos de la capital se veía des­alentada por los elevados gastos de administración y por las dificultades

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para ejercer un estrecho control sobre aquéllas. Sin embargo, el Hospital, desde el último cuarto del siglo xvii, mostró gran interés por ampliar sus viñedos. Esta excepción en la política inversora respondió al comportamien­to de los términos de intercambio y, sobre todo, al incentivo que suponía la comercialización privilegiada que otorgaba el Estatuto del Vino de la ciudad de Falencia a los productores autóctonos que cultivasen un número mínimo de aranzadas.

Aparte de la adquisición de algu­nos viñedos, el Hospital tehdió a con­centrar sus inversiones en las fincas urbanas y, sobre todo, en operaciones de préstamo hipotecario. El crecimien­to de la población urbana debió ser un acicate para la compra de casas —es discutible, cuando menos, que estos activos fuesen más fácilmente gestionables que los terrenos de la­bor, ya que la constante reparación de los edificios resultaba indispensa­ble si se pretendía obtener el máxi­mo provecho del desembolso efectua­do—, en tanto que los censos consti­tuían una inversión que, además de poder ser administrada con un míni­mo coste, ofrecía una casi completa seguridad y una rentabilidad mayor de la que a veces se le ha supuesto. Incluso en el siglo xviii, período in-flacionista y en el que los tipos de interés de los préstamos hipotecarios fueron muy bajos en relación a las dos centurias precedentes, las inver­siones en censos, de acuerdo con los cálculos que he podido realizar basán­dome en los datos que aparecen en

la obra, seguían siendo rentables: mientras el precio del trigo vendido por el Hospital creció a una tasa me­dia anual acumulativa de 1,38 por 100 entre 1700-1709 y 1790-1799 —lógicamente, el índice general de precios debió aumentar por debajo de esa cifra habida cuenta de que fueron los granos panificables uno de los artículos que registraron una más intensa revalorización durante el Se­tecientos—, el tipo medio de interés de aquéllos superó el 2,25 por 100, En consecuencia, aun cuando el cos­te de oportunidad de las operaciones de préstamo hipotecario tendió a aumentar en el transcurso del si­glo xviii, parece confirmarse la in­tuición del autor: «los censos, en cuanto a mecanismo de extracción de excedente, constituían operaciones rentables para todos aquellos que dis­ponían de dinero líquido, incluso en épocas, como en el siglo xviii, en las que la tasa de interés era muy baja» (p. 328). Alberto Marcos destaca, asi­mismo, otra importante virtualidad de los censos: en una economía en la que la oferta de bienes raíces presen­taba una hipertrofia estructural, aqué­llos eran uno de los principales me­canismos para llevar a cabo una polí­tica expansiva de los patrimonios te­rritoriales.

Salvo en el caso del viñedo, el Hospital no explotaba directamente sus propiedades rústicas y urbanas. Se trataba de una economía eminen­temente consuntiva en la que la ca­pacidad de gasto a corto plazo depen­día del producto de los arrendamien-

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tos de los terrenos de labor, de la trayectoria de la masa decimal de los pueblos en los que el centro era par­tícipe, de la cotización de los granos, de los beneficios obtenidos en la ex­plotación vinícola, de la renta de los censos y de las ventas de una par­te de los preparados de la botica. A medio y largo plazo, junto a todos estos factores, la oferta asistencial del Hospital se veía condicionada por las donaciones.

Las series de diezmos y de renta de la tierra que aporta Alberto Mar­cos vienen a reforzar la tesis de la existencia de una intensa y prolonga­da depresión económica en la Castilla del Seiscientos: el comportamiento de las variables no sólo refleja el pro­fundo movimiento contractivo en las cuatro primeras décadas de la centu­ria, sino que también denota la inusi­tada lentitud de la posterior recupe­ración, hasta el extremo de que los niveles de producción de finales del siglo XVI no se recobraron hasta des­pués de 1750.

La inteligente explotación de di­versos padrones, de las Respuestas Particulares del Catrasto de la Ense­nada y de los libros de difuntos de varias parroquias, ha permitido al au­tor ofrecernos estimaciones rigurosas y mínimamente precisas sobre las di­mensiones del pauperismo. Los resul­tados son escalofriantes: cerca del 50 por 100 de la población de la ciudad de Falencia bordeaba el mun­do de la pobreza o se hallaba sumida en él. Es cierto que en las zonas ru­rales dicho porcentaje era menor, pe­

ro diversos testimonios vienen a de­mostrar que buena parte de la pobla­ción pauperizada de la urbe procedía de aquéllas.

También se examina el impacto de las crisis económicas en el mundo de la pobreza: aquéllas ocasionaban im­portantes desplazamientos de la fron­tera de éste, desplazamientos que no sólo arrastraban a un buen número de asalariados y viudas, sino también de pequeños propietarios y arrenda­tarios. En consecuencia, el porcentaje de población que tenía una probabi­lidad prácticamente nula de verse su­mido en la pobreza era mínimo.

En consonancia con las dimensio­nes del pauperismo, la oferta asisten­cial era bastante amplia, pero muy insuficiente. La mayor parte de las labores benéfico-asistenciales corrían a cargo de un elevadísimo número de cofradías y, sobre todo, de los 125 hospitales distribuidos a lo largo y ancho de la provincia. Esta atomi­zación de la oferta de ayuda al nece­sitado comportaba un importante des­pilfarro de recursos y contribuía a la escasa eficacia del sistema de caridad, ya que casi todos los centros carecían de los mínimos medios materiales y humanos para desarrollar una auténti­ca labor asistencial. Así, un elevado porcentaje de los hospitales de la pro­vincia eran simples albergues en los que se proporcionaba techo y poco más a los pobres transeúntes. Por otro lado, la insuficiencia del «viejo» sistema de caridad tenía sus raíces, al menos en buena medida, en los mecanismos de financiación de los

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centros que protagonizaban la ayuda al necesitado: como los ingresos de hospitales y cofradías tendían a redu­cirse en los períodos de crisis, cuan­do mayor fuese la demanda asisten-cial, menor sería la capacidad de di­chas instituciones para atender aqué­lla. Es significativo que en las depre­siones más agudas, como la de 1628-1632, el Ayuntamiento de Falencia llegase a expulsar a los pobres foras­teros y a impedir la entrada en la ciudad a los transeúntes. Con ello se pretendía estar en condiciones de afrontar la demanda asistencial autóc­tona, especialmente la de los pobres «vergonzantes», y evitar el surgimien­to de graves problemas de orden pú­blico.

En suma, el «viejo» sistema de caridad no conseguía erradicar la po­breza, entre otras razones porque ése no era su objetivo, pero sí servía de instrumento amortiguador de las ten­siones sociales, al tiempo que, la ideo­logía dominante le asignaba una im­portantísima función redentora: con­tribuir a facilitar la salvación eterna. Alberto Marcos no se queda plena­mente satisfecho con estas conclusio­nes e intenta que no demos por cerra­do el tema: «hasta qué punto esta dialéctica de la pobreza ensalzada y la pobreza temida contribuyó a un desarrollo de la mendicidad más allá del que resultaba de las condiciones generales de la economía y de la in­cidencia de la coyuntura» (p. 491).

El Hospital de San Antolín era, con gran diferencia, el principal cen­tro benéfico-asistencial de la provin­

cia. Fundado antes de 1162, experi­mentó un gran crecimiento durante el siglo XVII: hacia 1640 ya disponía de unas 150 camas, aun cuando el índi­ce medio anual de ocupación de las mismas parece ser menor que en épo­cas posteriores. Más de la mitad de los atendidos en el centro no eran vecinos de la ciudad de Falencia. La mayoría de los forasteros procedían de núcleos de Castilla la Vieja, sobre todo en la propia provincia, pero tam­poco resultaba insignificante el nú­mero de los provenientes de Galicia, León, Santander y Asturias, lo que viene a indicarnos, una vez más, la dirección del flujo migratorio en la España de los siglos xvii y xviii. Ló­gicamente, Falencia no constituía el destino final para buena parte de los emigrantes, sino sólo un lugar de tránsito en el que el período de es­tancia podía ser más o menos prolon­gado.

Al igual que otras instituciones de este tipo, alimentos y techo consti­tuían los elementos fundamentales de la oferta asistencial que podía propor­cionar el Hospital a una clientela cu­yos problemas físicos solían tener uno de sus principales factores determi­nantes en la desnutrición. La dieta que se suministraba a los enfermos era suficiente, pero, como la mayor parte de las de la época, desequili­brada —exceso de proteínas y grasas y falta de vitaminas—. Entre 1784 y 1793, único período para el que se conservan los libros de registro de entradas, fallecieron el 11,9 por 100 de los enfermos ingresados en el Hos-

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RECENSIONES

pital. La cifra no resulta a primera vista muy elevada, pero hay que te­ner en cuenta que aquél no solía re­cibir a las personas aquejadas de ma­les contagiosos o incurables.

El Hospital también dispuso de un Cuarto de expósitos desde, cuando menos, mediados del siglo xvi. Los niños eran criados por amas, unas in­ternas y otras externas (nodrizas). El centro intentó encontrar una financia­ción extraordinaria para el Cuarto a fin de poder destinar todos los recur­sos que lograba reunir a su principal cometido: la atención de los pobres enfermos.

La mortalidad de los niños expó­sitos resultaba, como en otros mu­chos casos, sobrecogedora; además, aquélla registró un significativo creci­miento a partir de la última década del siglo xviii: entre 1790 y 1839 la tasa superó el 850 por 1.000. La mortalidad aún era mayor entre los niños criados en el Cuarto que entre los entregados a las nodrizas. Ello se debía al hacinamiento y a la falta de recursos, circunstancias que se agra­vaban cuando apenas había nodrizas que quisieran hacerse cargo de los niños a los estipendios ofrecidos por el Hospital. En consecuencia, las po­sibilidades de supervivencia de las criaturas se redujeron aún más a raíz del desencadenamiento de la crisis del sistema de «amamantamiento merce­nario» a finales del Setecientos.

Los problemas financieros del Hos­pital tendieron a agravarse en el transcurso de la segunda mitad del siglo XVIII y primeros años del xix:

cesaron las donaciones, se redujeron los beneficios de sus operaciones de préstamo y de la explotación de sus viñas, aumentaron las deudas de sus arrendatarios, fracasaron estrepitosa­mente sus inversiones en activos fi­nancieros —acciones del Banco de San Carlos y préstamo a los Cinco Gremios Mayores de Madrid— y de­jaron pronto de percibirse las rentas que el Estado se había comprometido a satisfacerle en compensación a los bienes desamortizados durante el Go­bierno de Godoy, al tiempo que se incrementaron el coste y la demanda asistencial. Se produjo, pues, un des­equilibrio presupuestario de carácter estructural, lo que provocará una pro­gresiva descapitalización del centro y un deterioro de la calidad de los ser­vicios prestados. Estos mismos males aquejaban a la mayor parte de cofra­días y hospitales: el sistema de bene-ficiencia eclesiástica y privada había entrado en una crisis irreversible. El Estado y los municipios tendieron a incrementar su participación en las labores asistenciales, pero las activi­dades benéficas tardarían todavía mu­cho tiempo en adquirir un carácter fundamentalmente público y secular.

En síntesis, un excelente libro por el acierto en la elección de un tema de sumo interés al que ha prestado poca atención nuestra historiografía, por la abundancia y calidad de las fuentes manejadas, por el inteligente aprovechamiento que el autor efectúa de éstas, por los importantes interro­gantes que quedan planteados y por la relevancia de sus conclusiones. El

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KECENSIONES

trabajo de Alberto Marcos nos va a permitir hablar de la pobreza en la Castilla del Antiguo Régimen en tér­minos bastante más precisos que los que teníamos que emplear hasta la publicación de esta obra. Queda mu­cho trecho por recorrer, pero comen­zamos a poder abordar el fenómeno del pauperismo sin tener que recurrir exclusiva o casi exclusivamente a va­gas y tópicas generalizaciones. Quizá sería el momento de ir pensando el modo de introducir esta problemática en los programas de los cursos de Historia Económica de España que impartimos en nuestras Universida­des.

Las más de 700 páginas del libro suponen una barrera casi infranquea­ble para los profesionales y estudiosos no interesados específicamente en es­te tema. Sería conveniente, pues, que pudiésemos disponer de una versión de la obra dirigida a un público más amplio —o sea, una edición muy ali­gerada de unas 200 páginas—. Este problema, probablemente, no se sus­citaría si en nuestro país se hubiera puesto en práctica una adecuada polí­tica de publicación de tesis doctora­les. Desde mi punto de vista, éstas deberían ser editadas por las propias Universidades —hay procedimientos poco costosos para efectuar pequeñas tiradas y, en cualquier caso, la difu­sión a la comunidad científica de los trabajos de investigación debería cons­tituir uno de los objetivos prioritarios de los centros de enseñanza supe­rior—, lo que, además de facilitar su consulta, serviría, entre otras cuestio­

nes, para que los miembros de algu­nos tribunales tuvieran que pasar cierta vergüenza cuando se constatase que habían otorgado su visto bueno o, mucho más frecuentemente, la má­xima calificación a tesis muy medio­cres o, incluso, aberrantes. También permitiría que los doctores, liberados de la obsesión por publicar inmedia­tamente sus trabajos, pudieran dedi­carse, en su caso, a ofrecernos versio­nes «comerciales» de sus tesis, re-orientación de esfuerzos que redun­daría en un ahorro de recursos y de tiempo para muchos lectores y en la apertura de mercados más amplios pa­ra la difusión de bastantes investiga­ciones.

Los calificativos halagadores que he utilizado a la hora de enjuiciar el trabajo de Alberto Marcos no impi­den, como es lógico, que discrepe o que no esté plenamente de acuerdo con unas cuantas afirmaciones que se vierten en aquél. Me referiré a tres.

El autor sugiere que la ausencia de una auténtica política inversora fue uno de los principales factores de­terminantes del hundimiento de la economía del Hospital. Teniendo en cuenta que se trataba de una institu­ción eminentemente consuntiva y que, por consiguiente, su capacidad de ahorro, como repetidas veces seña­la Alberto Marcos, tenía que ser pe­queña, tal tesis denota un prejuicio hacia las inversiones en activos finan­cieros y supone una contradicción frente a las afirmaciones que en el propio texto aparecen acerca de la rentabilidad de los censos hipoteca-

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RECENSIONES

rios. Por tanto, aun cuando es cierto que el Hospital no acertó plenamente en su política inversora, el problema no radicaba fundamentalmente en és­ta, sino en la fortísima presión de la demanda asistencial sobre sus recur­sos.

Según Alberto Marcos, la actividad de los pósitos provocaba una rigidez «en el mercado de granos mayor que la impuesta por el ritmo fluctuante de las cosechas» (p. 471). Desde mi punto de vista, las paneras comuna­les y las prácticas especulativas per­mitían alcanzar una distribución tem­poral de la oferta de cereales algo menos desigual, lo que representaba un pequeño elemento corrector de las violentas fluctuaciones interanuales de las cosechas. Dicho de otro modo: si no hubieran existido ni pósitos ni almacenamientos especulativos, el co­eficiente de variación de los precios de los granos aún habría sido más elevado. Entonces, ¿las prácticas es­peculativas desempeñaron un papel positivo en aquellas economías? Aun­que no puedo extenderme en esta compleja e interesante cuestión, con­sidero conveniente distinguir el corto del largo plazo. En relación al pri­mero, parece difícilmente cuestiona­ble que los almacenamientos especu­lativos mitigaban los efectos negati­vos derivados de las intensas fluctua­ciones de la producción agraria; sin embargo, cuando se adopta el prisma del crecimiento económico a medio y largo plazo, deberíamos no olvidar que aquéllos contribuían a generar una distribución aún más desigual de

la renta y, por consiguiente, a difi­cultar la ampliación de los mercados de bienes y servicios, excepto los de lujo. Esta toma de posición incorpora el supuesto de que uno de los prin­cipales obstáculos del crecimiento de las economías preindustriales estriba­ba en la estrechez de los mercados, fenómeno que no sólo tenía su origen en la baja productividad, sino tam­bién en la distribución de la renta. En suma, profundizar en el análisis de las interrelaciones entre ésta y la actividad productiva debería consti­tuir uno de los objetivos prioritarios de los historiadores de la economía en los próximos años.

Alberto Marcos señala que «los mecanismos de crédito del Antiguo Régimen —recordemos el significado de los censos consignativos— podían convertirse en vehículos de endeuda­miento antes que en instrumentos pa­ra la superación de una situación di­fícil» (p. 480). Qjnsiderando que el tipo medio de interés de los présta­mos hipotecarios se redujo desde más de un 7 por 100 en la primera mitad del siglo XVI a menos del 3 por 100 en el siglo xviii, me parece que tal afirmación no puede hacerse extensi­va a toda la Edad Moderna. En el Setecientos, la ruina de muchas eco­nomías campesinas debió tener que ver bastante más con el carácter mar­ginal de muchas de ellas y con las dificultades de acceso al crédito que con la espiral deudora originada por la carestía de aquél. En dicha centu­ria, pues, la pervivencia de muchas explotaciones agrarias requería sub-

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venciones: los préstamos baratos no bastaban. En el Quinientos, sin em­bargo, la carestía de los créditos sí parece haber contribuido a incremen­tar los déficit en los balances de nu­merosas economías campesinas. Por otro lado, no hay duda de que el tipo de interés de los préstamos de granos de los pósitos era bastante elevado, pero, al ser tan intensas las fluctua­ciones estacionales e interanuales de los precios, solían resultar beneficio­

sas para los campesinos las operacio­nes crediticias suscritas con las pane­ras comunales en momentos de cares­tía del trigo. En consecuencia, el pro­blema principal para los cultivadores directos no parece que residiese en las «creces», sino en la insuficiencia de las reservas de los pósitos para hacer frente a las crisis agrarias.

Enrique LLOPIS Universidad Complutense

Pegerto SAAVEDRA: Economía, Política y Sociedad en Galicia: La provincia de Mondoñedo, 1480-1830, Santiago de Compostela, Xunta de Galicia, Servicio Central de Publicaciones, 1985, 700 pp.

Son realmente escasos los análisis de la realidad local que consiguen trascender a los aspectos de ella y que llegan a interesar a nadie más que a los naturales de la región de la cual se ocupan; nos encontramos aquí ante uno de ellos.

El autor pretende ante todo poner de manifiesto, a través de un estudio de tipo socioeconómico y político, las conclusiones a las que ha llegado so­bre las razones por las cuales la crisis del Antiguo Régimen llegó a manifes­tarse en la provincia de Mondoñedo. Para él, no se trata de la pugna de nuevos grupos para conseguir mayo­res cuotas de poder, sino más bien de los intentos de reaccionar ante la nueva situación política creada por la invasión napoleónica, así como ante una serie de factores como la aboli­

ción de los señoríos por parte de las Cortes de Cádiz.

No nos encontramos, en contra de lo que en el prólogo sostiene el pro­fesor Eiras Roel, ante una obra de historia rural, aunque sí ante una contribución a la historia rural de Galicia, en el sentido en el que prác­ticamente toda la historia de la región gallega presenta una continuidad en sus imbricaciones agrarias. Ahora bien, lo cierto es que, a través de la lectura del libro, persiste la idea de que los aspectos primarios de la eco­nomía y sus implicaciones reciben un tratamiento más amplio, y creo que también más profundo, derivado de un mejor conocimiento. Ejemplo de ello es la puesta en relieve del hecho de que existen zonas de Galicia en las que el número de arrendamientos fue

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mayor que el de foros como forma de tenencia de la tierra. Es probable que el mayor énfasis que se pone en los aspectos agrarios se derive de un problema de fuentes, ya que el mis­mo autor reconoce no haber tenido acceso a las documentaciones priva­das de los comerciantes ni a las de las casas de banca que, para el final del período, ya existían en la zona. De esta forma, aspectos tan impor­tantes para la conformación de la rea­lidad gallega como el acceso al cré­dito y la extensión de la usura que­dan sin tocar. Naturalmente, este úl­timo hecho no tiene la misma impor­tancia en el análisis de toda la pro­vincia, pero, sobre todo en el caso de Ribadeo y algo menos en el de Vivero, representa un obstáculo im­portante para la comprensión de una gran parte de la realidad.

A la obra se le podrían hacer al­gunas otras objeciones puntuales. La primera de ellas es una cierta sensa­ción que persigue al lector de que la provincia se relacionaba poco con el resto de Galicia, si exceptuamos a la vecina Lugo. Apenas algo, en el tema de la importación de vinos, con algu­nas zonas de Orense y Pontevedra, y poco más. Se puede llegar a pensar que la relación con otras regiones es­pañolas era mayor que la que la pro­vincia mantenía con el resto del Rei­no de Galicia. Por contraste, el autor ha llegado a una muy buena síntesis de la significación del hecho de que el área de influencia provincial se ex­tiende más allá de los propios límites para cubrir toda la cuenca del Eo y

llegar hasta el río Navia. Fenómenos que Saavedra ha estudiado, como la inmigración de lugareños de la zona de los Óseos a los centros urbanos provinciales, se registran aún hoy en día.

Aunque en el libro no estén en ab­soluto ausentes las tensiones de todas clases que presidieron la vida de la época, lo cierto es que su análisis ha quedado reducido a las de tipo social provocadas por los impuestos..., en lo que creo que no es un enfoque totalizador del tema. Se han dejado de lado, en cambio, las tensiones que sin duda existieron, y que fueron puestas de relieve ya hace tiempo por A. Meijide Pardo en Economía marí­tima de la Galicia cantábrica en el siglo XVIII; tensiones que enfrenta­ron a los núcleos urbanos de la pro­vincia entre sí por temas como el de los Gremios del Mar y la posibilidad de dedicarse a las actividades pesque­ras para la gente de tierra adentro.

Un tercer punto, quizá menos re­levante, es la pérdida por parte del autor de una ocasión preciosa para realizar una profundización, que luego en el libro podría haberse plasmado con mayor o menor amplitud, según conviniera, en las causas de la emi­gración transatlántica que ya empieza a darse en la provincia en esta época. Creo que la importancia que el tema tiene para Galicia está de sobra cons­tatada y que una obra de conjunto como la que tenemos entre manos de­bería haber hecho algo más que cen­trar el fenómeno en las migraciones, más o menos estacionales, a Castilla.

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Todas estas objeciones no deben apartarnos del hecho de que nos en­contramos ante una obra muy suge-rente, apoyada en un levantamiento de gran cantidad de material de archi­vos, principalmente los de carácter notarial, que permanecían práctica­mente vírgenes en la zona para los estudiosos de la Historia. A resaltar la postura del autor, que se aparta sin miedo de las simplificaciones a

las que la generalización ha llevado a la historia regional. La existencia de un contraste entre la fachada at­lántica gallega y las áreas más depen­dientes del litoral cantábrico es una realidad susceptible de aplicaciones a la situación actual que podría permi­tir una profundización en el análisis de cara a un cambio.

Anamaría CALAVERA VAYA Universidad Gjmplutense

John J. McCusKER y Russell R. MENARD: The Economy of British America, 1607-1789, Chapel Hill-London, Institute of Early American History and Culture-University of North Carolina Press, 1985, XXIV y 485 pp. (bi­bliografía e índices).

«No es una monografía. Tampoco es una gran síntesis. Es, en cambio, un simple resumen de lo conocido, con una doble finalidad: animar a la exploración de lo desconocido y ofre­cer al explorador una guia para su viaje.» Estas palabras, contenidas en el prefacio, resumen muy bien el sig­nificado de este libro. Los profesores McCusker, de la Universidad de Ma-ryland, y Menard, de la Universidad de Minnesota, ofrecen en esta obra los resultados de una serie de reunio­nes que, bajo los auspicios del Insti­tute of Early American History and Culture, se celebraron entre 1975 y 1980. McCusker y Menard, que se habían encargado del informe sobre el estado de la cuestión y la bibliogra­fía, recogieron sugerencias y comen­tarios efectuados en estos encuentros.

El resultado final es la presente obra, que debe ser también considerada co­mo una empresa colectiva.

El objetivo era explorar aspectos menos estudiados de la historia eco­nómica de la América Inglesa, así co­mo el impacto inmediato de la Revo­lución Americana. Esta puesta al día ha tenido en cuenta las aportaciones de la Nueva Historia Económica. Lo que les interesaba a los autores era mostrar las causas de la riqueza y gran­deza de Norteamérica —wealth and greatness—, ya detectadas por Adam Smith. Para ello eligieron una vía concreta de análisis: la producción y distribución de la riqueza. En este trabajo concedieron especial impor­tancia a la interacción de dos facto­res: el «tirón» dado por los merca­dos exteriores y el «impulso» que se

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derivó de la propia población de las colonias.

La obra se divide en tres grandes apartados. En la primera parte se es­tablece una serie de puntos de par­tida: marcos interpretativos del ere-miento económico, mercantilismo bri­tánico, modelo de crecimiento y tras­cendencia del comercio exterior. En la segunda parte se estudian las cinco regiones económicas que conformaban las colonias de la América Inglesa: comercio exterior, población, sector interior de la economía, estructura de la sociedad, etc. En la tercera parte se desglosan los distintos aspectos que componen la economía de la América Inglesa, vista en su conjun­to, como parte de un imperio ultra­marino, en donde existe una cierta re­lación entre las distintas colonias, merced al comercio de cabotaje y la migración. De esta manera se pasa re­vista a la evolución de la población, la fuerza de trabajo, el modelo de asentamiento, la riqueza, las importa­ciones, la agricultura, la manufactura y el papel del Gobierno en la econo­mía. Un último apartado, de menor extensión que los anteriores, se ocu­pa de una asignación pendiente en la historia económica norteamericana en el siglo XVIII: el estudio en profun­didad de la dinámica económica du­rante el período 1775-1790, que com­prende la Revolución Americana y la puesta en marcha de la nueva nación. Pese a los esfuerzos recientes de la historiografía, la labor no ha hecho más que empezar.

No cabe duda de que la mayor aportación de esta obra es el análisis del comercio exterior y el papel que desempeñó en el crecimiento económi­co de la América colonial. Para estos autores es imprescindible conocer la historia de Europa, África y de las posesiones americanas de otras nacio­nes europeas, para entender todo el proceso. El nacimiento y consolida­ción de un mundo atlántico está en el trasfondo de este libro. Para McCusker y Menard, el comercio transoceánico no sólo hizo la vida confortable en las colonias de la Amé­rica Inglesa, sino que la hizo posible. Sin el concurso del comercio exterior los colonos no hubieran podido obte­ner suficientes ingresos en su balanza de pagos y, en consecuencia, comprar mercancías importadas. Tanto en los enfoques generales como en los re­gionales, el comercio exterior, junto con la evolución poblacional, es el hilo conductor del libro. Ello tiene su reflejo en el apartado estadístico, en donde predominan estos dos pará­metros. En consecuencia, otros as­pectos económicos, en especial la pro­ducción, son tratados de una manera más general, mediante el uso de una información preferentemente cualita­tiva. Esta circunstancia no hace más que subrayar una serie de lagunas en la historiografía. Entre otras razones, las dificultades con que se encuentra el historiador a la hora de estudiar el sector doméstico de la economía co­lonial, en una América donde no exis­tían diezmos eclesiásticos o catastros civiles, numerosos y completos —co-

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mo puede ser el caso español—, ex­plican estas carencias.

Este énfasis en el comercio exte­rior condiciona el resto del libro. McCusker y Menard dedican un ter­cio de su estudio a definir las distin­tas regiones económicas de la Améri­ca Inglesa. Pero, de nuevo, insisten más en el análisis de la vertiente ex­terna que en el de la interna: artícu­los producidos para la exportación, formas de obtención de activos en la balanza de pagos, etc. Las diferentes variables que conforman la economía interna se presentan de una manera más general, un tanto difuminadas. Se describen algunos aspectos conoci­dos y, sobre todo, se señalan lagunas y se sugieren nuevos caminos en la investigación. Aunque los resultados varían en el análisis de una región a otra, la impresión general que se tie­ne es que sólo se ha arañado la su­perficie de los problemas. La ausen­cia de suficientes estudios sobre estos procesos económicos internos expli­can nuevamente este vacío. Por todo ello, hay que insistir en que la mayor novedad de la obra es la valoración que se hace del comercio exterior.

El apartado final, dedicado a la Revolución y sus consecuencias, con­firma lo dicho anteriormente. La te­sis de ambos autores queda expresa­da en los siguientes términos: «el proceso de crecimiento basado en la producción para la exportación fue altamente exitoso a lo largo del pe­ríodo colonial; ello promovió una eco­

nomía cada día más integrada, fuerte y flexible, capaz de funcionar de for­ma independiente de su madre pa­tria». A lo largo de este capítulo se van desgranando las complejas rela­ciones entre ideología y economía, que dan vida a este período fascinan­te de la historia americana. Detrás de la crisis política se escondía una visión de grandeza y prosperidad por parte de las élites coloniales: el sue­ño de un imperio americano, que eventualmente relevaría a Gran Bre­taña en la hegemonía de un mundo económico atlántico. Esta visión se derivaba, según McCusker y Menard, de la prosperidad económica alcanza­da en la etapa anterior. Los factores de larga duración en la historia eco­nómica colonial dan un significado distinto al movimiento revolucionario.

Estos dos temas subyacentes en el libro de McCusker y Menard son, a mi juicio, particularmente interesan­tes para el lector español e hispano­americano. El análisis del papel del comercio atlántico en la economía de la América Inglesa y de los factores económicos de larga duración en el proceso emancipador de las Trece Co­lonias encierra grandes posibilidades para un estudio comparado con lo su­cedido en la América hispánica. Para comprobar diferencias y similitudes en ambos procesos históricos, el libro nos brinda una bibliografía exhaustiva y unos índices muy completos.

Agustín GuiMERÁ RAVINA CSIC

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Carlos Daniel MALAMUD RIKLES: Cádiz y Saint Malo en el comercio colonial peruano (1698-1725), Jerez de la Frontera, Diputación Provincial de Cá­diz, 1986, 366 pp.

El libro de Carlos Malamud pre­senta ahora por extenso los princi­pales resultados de una investigación (su tesis doctoral) que antes había adelantado parcialmente en su contri­bución a la obra colectiva La econo­mía española al final del Antiguo Ré­gimen (Madrid, 1982) y en esta re­vista (I, núm. 2, otoño 1983). En dichos trabajos ya se señalaban los objetivos que se habían tenido en cuenta para el proyecto: la cuantifi-cación del alcance del «comercio di­recto» francés en el área peruana y la determinación de los hechos que hicieron posible la penetración mer­cantil gala desde fines del siglo xvii y de los motivos que pusieron punto final a dicha experiencia en torno a los años 1725-1730

Esta elaboración más completa se apoya en una amplia selección de ma­teriales inéditos, procedentes en bue­na parte del Archivo General de In­dias y otros depósitos españoles (la sección de Estado del Archivo Histó­rico Nacional, la Biblioteca de Pala­cio, etc.), pero también de archivos franceses (los fondos de Marina de los Archivos Nacionales y diversos manuscritos de otras series y de la Biblioteca Nacional de París), así co­mo en el manejo y reinterpretación de la documentación aportada por otros estudiosos, como Dahlgren, Vi-gnols, Sée y Girard, pionero en la te­mática abordada.

Esta diversidad de los testimonios documentales nos pone ya en contac­to con la primera originalidad de la obra. Frente a la práctica habitual en la historiografía española, se recurre a la documentación francesa, de for­ma profusa y no meramente ornamen­tal, para obtener no sólo mayor can­tidad de datos, sino, sobre todo, una perspectiva complementaria a la que pueden ofrecer las fuentes hispanas. Multiplicación de los puntos de vista que es consecuente con el propósito general de la obra de rebasar la ópti­ca española, la óptica de los intereses de la Monarquía y de los comercian­tes asentados en la cabecera del mo­nopolio (la más frecuente en los es­tudios de los intercambios coloniales) y atender también a las intenciones de los mercaderes y los Gobiernos europeos, y las respuestas de los ne­gociantes y las autoridades que ope­ran en las tierras americanas.

Este ambicioso planteamiento apa­rece reflejado en la caracterización del comercio ultramarino como la suma del tráfico realizado desde Sevilla o Cádiz, es decir, de la Carrera de In­dias propiamente dicha, y del «co­mercio directo» desarrollado por los mercaderes europeos sin pasar por los intereses intermediarios andalu­ces, bien desde sus puertos de origen, bien desde sus bases americanas (Ja­maica, para los ingleses; Curasao, pa­ra los holandeses; Martinica, para los

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franceses), bien al amparo de disposi­ciones legales que consentían excep­ciones al monopolio, bien violando flagrantemente las leyes de la Monar­quía hispánica, es decir, recurriendo al contrabando.

El contrabando «s, por lo tanto, el principal protagonista de la obra, un protagonista que se resiste a una ca­racterización sumaria y, sobre todo, que deja de ser el convidado de pie­dra de la historia del comercio colo­nial, deja de ser esa realidad a la que se hace referencia ritualmente para después declararla inasible, inaborda­ble por falta de rastros que seguir en la fronda de los archivos oficiales. El contrabando no es, pese a las reite­radas protestas de los funcionarios, una anomalía de funesta incidencia sobre los intercambios y sobre las fi­nanzas estatales, ni tampoco, como quiere la historiografía latinoamerica­na de la emancipación, el instrumento utilizado premeditadamente por la burguesía criolla para romper las ca­denas del tiránico pacto colonial. Qui­zá estas notas no estén ausentes en una conceptualización, sin duda, com­pleja, pero el contrabando es, ante todo, un fenómeno estructural de la economía americana, en el que están implicados los comerciantes europeos, españoles y criollos; las autoridades del viejo continente, de la metrópoli y de las colonias; un fenómeno de tal alcance que resulta imprescindible pa­ra comprender la historia económica de la Edad Moderna.

Ahora bien, si el estudio del con­trabando es irrenunciable, la misma

polisemia del concepto hace posible la investigación. En efecto, el térmi­no abarca desde el constante fraude del exportador o importador hasta el comercio de altos vuelos protegido por los Gobiernos rivales de la Coro­na española. De este modo, si en el primer caso la acción represiva per­mite poner de relieve los caminos del tráfico ilegal e incluso autoriza algu­na deducción cuantitativa, en el se­gundo supuesto todo un abanico de fuentes públicas y privadas, oficiales u oficiosas, ofrecen al experto series fiables que, al precio de una manipu­lación inteligente, reconstruyen las ci­fras esenciales de importantes corrien­tes de intercambios.

Establecido el punto de partida, el autor aborda el «comercio directo» de los franceses con el virreinato del Perú en el momento de su máximo apogeo, desde la triple perspectiva francesa, metropolitana y colonial. En la primera aproximación, el tráfico francés aparece como una consecuen­cia de la evolución interna de la eco­nomía marítima francesa, que había impulsado ya las expediciones mer­cantiles al Mar del Sur a fines del si­glo XVII, antes de que la alianza fran­co-española concertada al calor de la guerra de Sucesión ampliara las posi­bilidades de los cap-horniens breto­nes, que navegaban al Pacífico aux découvertes, según la eufemística ex­presión utilizada. Los cuadros inclui­dos en las páginas 62-67 resumen perfectamente los puntos más rele­vantes de la penetración gala: el pre­dominio del puerto de Saint-Malo y

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la incidencia cuantitativa, que llevó a poner en manos de los cargadores franceses tal vez más de los dos ter­cios del comercio exterior peruano del primer cuarto del siglo xviii, un 68 por 100, según los prudentes cálcu­los del autor.

El «comercio directo» establecía una relación dialéctica con el tráfico legal que utilizaba la mediación de la burguesía gaditana; el auge de las expediciones directas se vincula al de­clive de Sevilla y Cádiz como obliga­dos puntos de salida de las remesas a los mercados ultramarinos. Carlos Malamud acepta la tesis de Lutgardo García Fuentes de que los extranje­ros prefirieron el tráfico legal para dejar a cargo del sistema español los gastos de sostenimiento y aumentar así sus beneficios netos hasta que el lamentable estado de la flota de la Carrera de Indias, unido a la impo­tencia de los funcionarios de la Casa de la Contratación, hicieron rentable y casi necesaria la organización de una vía paralela de intercambios. Y aporta nuevos testimonios que con­firman el hundimiento del comercio sevillano a fines del siglo xvii y co­mienzos del XVIII, en la misma línea que apuntara tímidamente el propio Lutgardo García Fuentes y con mayor firmeza Antonio García-Baquero, des­mintiendo las interpretaciones de los partidarios de la recuperación, como Michel Morineau, cuya tesis es válida a nivel europeo, pero no a nivel es­pañol; o Henry Kamen, que se sumó de manera excesivamente despreocu­pada y sin ninguna evidencia docu­

mental al mismo planteamiento; o Josep Fontana, que se dejó arrastrar por la acumulación de testimonios contrarios a la crisis del siglo xvii en el ámbito colonial a una interpreta­ción más que arriesgada de los datos de la Casa de la Contratación exhu­mados por otros investigadores. En cualquier caso, el «comercio directo» francés, que es uno más de los he­chos que inciden en el proceso más general del tránsito de la América española a la América europea, no significa una ruptura completa con el sistema monopolístico sevillano o ga­ditano, ya que, por un lado, la colo­nia francesa en Andalucía sigue man­teniendo sus relaciones con los pro­ductores de la madre patria, sigue importando géneros de Francia (por caminos legales o ilegales, a través de la ruta pirenaica o por vía maríti­ma) y sigue reexportando dichos ar­tículos en los barcos de la Carrera, amén de interesarse mediante múlti­ples vinculaciones en el propio «co­mercio directo». La inextricabilidad de estos lazos dan toda la razón a la tesis sostenida en el libro.

El autor, sin embargo, sigue a los cap-horniens en su ruta ultramarina para dar cuenta de la incidencia de su llegada en el mundo comercial pe­ruano, no sólo en los medios portua­rios, sino más allá, en las ciudades del interior, últimas receptoras mu­chas veces de las remesas europeas. Con ello se amplía el concepto de co­mercio colonial, cuya historia debe hacerse cargo del tráfico entre las diversas provincias americanas (en la

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línea señalada por Woodrow Borah o Eduardo Arcila), del tráfico de cabo­taje (que recientemente ha merecido la atención de Marcello Carmagnani para el ámbito chileno), del comercio de internación (cuyo interés han pues­to de relieve diversos autores, como Geoffrey Walker) y, finalmente, del tráfico con otras potencias desde las propias colonias.

Un prólogo que refiere los antece­dentes de la presencia francesa en el Pacífico permite al autor distinguir tres fases en este momento de apogeo que coincide con los límites cronoló­gicos de la investigación: los prime­ros viajes aux découvertes; la alianza borbónica (1701-1713), permitiendo mayor fluidez en los negocios y apun­tando al horizonte de un tratado co­mercial, y el período de reflujo, que delata el esfuerzo español por recu­perar el control sobre la ruta al Mar del Sur y, en general, por recuperar el monopolio de la Carrera de Indias, estableciendo la posición axial de Cá­diz en el tráfico con las provincias americanas. De pasada arroja alguna luz sobre la navegación francesa en el Mar del Sur, que supone un ele­mento de quiebra del mantenimiento del Pacífico como lago español y que brinda a la marina del vecino país la oportunidad de realizar sus primeros viajes transpacíficos y de circunnave­gación, antes de la gran expedición de Bougainville.

Particularmente sugestivos resultan los dos últimos capítulos sobre los caminos americanos del comercio francés y sobre la actitud de los di­

versos medios implicados ante la rea­lidad de este tráfico. Los mercaderes franceses usaron como instrumento de penetración los precios competiti­vos de sus manufacturas, la facultad del pago a crédito consentida a los compradores, la animación que sus barcos prestaban a los centros pro­veedores (de mercancías y servicios) y las dificultades ofrecidas a la salida del metal precioso, propiciada por su implantación en Potosí.

Los negocios de los franceses plan­tean numerosas cuestiones de enorme interés, que son discutidas en la obra de forma original y matizada. En pri­mer lugar, Carlos Malamud desmien­te el tópico de la enemiga de los grandes mercaderes agrupados en los Consulados ante toda vía comercial que se apartase del sistema de flotas y galeones. En realidad, y siguiendo en esto a Geoffrey Walker, la oli­garquía mercantil limeña desarrolló el doble juego de oponerse corporativa­mente a las innovaciones y practicar el fraude a título individual, del mis­mo modo que colaboraba de buen grado con la Real Hacienda mediante la suscripción de asientos y la libran­za de donativos, al tiempo que no du­daba en entregarse activamente al contrabando y reducir así los ingre­sos del fisco. Parece claro que el trá­fico francés le ofreció la ventaja de adquirir los géneros más baratos y de suprimir intermediarios, colocán­dola en situación de superioridad frente a la introducción de géneros desde Quito y Buenos Aires. En de­finitiva, frente a la conocida exculpa-

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ción que de los mercaderes limeños hiciera en su día Guillermo Lohmann Villena, todos los indicios les señalan como participantes y beneficiarios del comercio ilegal.

Comercio ilegal que debió resultar pernicioso para la Hacienda real, co­mo demuestra el descenso evidente del nivel de ingresos a lo largo del período considerado e, indirectamen­te, el descenso del metal circulante en el virreinato. Hecho que, al paso, apoya la tesis de Enrique Tandeter de que los índices alcistas de la plata, a partir de los años treinta, son atri-buibles, más que al aumento de la producción, a la reconducción del me­tal hacia los circuitos oficiales des­pués de un período de extravío por los meandros del tráfico ilegal vincu­lado a la presencia francesa. En cual­quier caso, la Hacienda pudo resar­cirse parcialmente a través de meca­nismos indirectos, como el cobro de los permisos concedidos a los regis­tros franceses o el indulto pagado por los barcos al regreso a sus puertos de origen.

El contrabando, finalmente, no hu­biera podido realizarse sin la convi­vencia de las autoridades coloniales. Escudados en un cuerpo legal confu­so, cuando no contradictorio; obliga­dos a tomar decisiones comprometi­das en momentos de crisis; enfrenta­dos a irritantes conflictos jurisdiccio­nales, los virreyes estuvieron siempre implicados en el fraude, como se des­prende de las acusaciones vertidas

contra ellos en los juicios de residen­cia. Similar comportamiento observa­ron los distintos funcionarios que aparecen en la galería de autoridades venales (Juan Andrés de Ustáriz, Juan José de Ovexas, Juan de Mur) pre­sentada por el autor, que considera implicados en la corrupción incluso a los jueces de extravíos, los responsa­bles directos de la represión, los cua­les supieron dosificarla y mantenerla en el punto de equilibrio que exigía la estructura del sistema.

Llegada a su término, que el autor estima provisional, la investigación permite establecer unas conclusiones seguras, convincentes y sugestivas. Algunos temas requerirían de mayo­res evidencias, como el nivel de par­ticipación de los mercaderes del Gjn-sulado de Lima en los beneficios del tráfico francés, el grado de coheren­cia de la política española en defensa del comercio oficial o el papel desem­peñado por la controvertida figura del virrey marqués de Castelldosríus en la apertura del Pacífico a los mer­caderes franceses. Sin embargo, la obra, incorporando fuentes poco uti­lizadas, ofreciendo perspectivas inédi­tas, renovando planteamientos tradi­cionales y rebatiendo tópicos arraiga­dos, representa una de las aportacio­nes más originales de los últimos años a la historia del comercio colo­nial español en los tiempos modernos.

Carlos MARTÍNEZ S H A W

Universidad de Barcelona

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Scarlett O'Phelan GODOY: Rebellions and Revolts in Eighteenth Century Perú and Upper Perú, Bohiau Verlag Koln Wien, 1985 (Lateinamerika-nische Forschungen; Bd. 14), XVI y 345 pp.

Una vez más, en el contexto de la literatura más reciente producida so­bre la América colonial y su econo­mía, las propuestas de Carlos S. As-sadourian han marcado el camino se­guido por un gran número de inves­tigadores latinoamericanos. En efecto, Scarlett O'Phelan Godoy parte de sus ya conocidas tesis acerca de la articu­lación de los espacios coloniales en torno a la minería argentífera (y de las necesidades generadas por esta re­lación) como el principal argumento explicativo que le permite vincular a la sociedad y la economía indígenas de los Andes peruanos al contexto del mundo colonial. De este modo, una y otra aparecen no como estruc­turas desvinculadas del medio, sino plenamente integradas a él y partici­pando de un sistema de explotación concreto.

Quizá sea por ello que la autora, en los primeros capítulos de su obra, se detiene, de forma exhaustiva, en aquellos aspectos más relevantes de la economía colonial peruana, repa­sando no sólo la configuración de las estructuras productivas (las mineras, pero también y de forma especial las agrarias), mercantiles y fiscales, sino también la política económica desa­rrollada por las distintas autoridades coloniales que a lo largo del si­glo xviii ejercieron el poder en el mundo andino. Es obvio que las dis­tintas políticas económicas son anali­

zadas sólo en lo relacionado con los métodos de trabajo y los salarios in­dígenas, especialmente la mita; con los repartos forzosos de mercancías, analizando su papel económico y la función ejercida por las autoridades coloniales y los curacas (caciques), y con el pago del tributo indígena y el sistema fiscal en su conjunto, in­corporando cuestiones vinculadas al pago de los diezmos por parte de los indígenas y de otros impuestos que gravaban su actividad comercial, co­mo las alcabalas.

En este último sentido destaca el capítulo III , donde se estudia el pa­pel que tuvo el reparto o repartimien­to forzoso de mercancías, que de he­cho funcionaba como un ingreso com­plementario para los corregidores, en tanto impulsor de una serie de revuel­tas en tono menor, descoordinadas unas de otras; y también el capítu­lo IV, donde se revisan las reformas implementadas por la monarquía bajo el reinado de Carlos I I I , lo que le permite en el último capítulo de la obra vincular la gran rebelión de Tú-pac Amaru con las reformas introdu­cidas.

En lo referente al reparto, O'Phe­lan supone correctamente que, más que una respuesta a la expansión co­mercial metropolitana y a las necesi­dades de contar con una demanda asegurada para las manufacturas eu­ropeas (como opinan, entre otros,

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P. Macera y J. Golte), éste estaba vinculado a una necesidad propia del mundo colonial, interesado en desa­rrollar el mercado interno con el fin de sostener la expansión de la econo­mía minera. De este modo, la autora se hace eco de las teorías existentes sobre el desarrollo del mercado inter­no colonial planteadas por Garavaglia y el propio Assadourian. Este hecho explicaría, según O'Phelan, por qué, tras la abolición de los repartos for­zosos en 1783, se produjo una fuerte contracción de la oferta indígena en Potosí, que hasta ese momento había tenido una gran demanda, mientras que, por su parte, la demanda de ma­nufacturas europeas se expandía rápi­damente.

Por otra parte, son numerosos los autores que se ocuparon de las rebe­liones indígenas de la segunda mitad del siglo XVIII, y especialmente la de Túpac Amaru, y las vinculan con el malestar existente entre los indios debido a los abusos cometidos por los corregidores a través de los reparti­mientos. Sin embargo, la autora de­muestra claramente el papel desempe­ñado por las reformas borbónicas y la mayor presión fiscal ejercida sobre

los indígenas tras la creación de nue­vas Aduanas (como la de Arequipa) y las modificaciones introducidas en el sistema de alcabalas.

En definitiva, la obra de Scarlett O'Phelan es el primer intento serio y sistemático de considerar al conjun­to de revueltas y rebeliones indígenas ocurridas tanto en el Alto como en el Bajo Perú como un todo, caracteriza­do por tener su propia dinámica, es­trechamente vinculada a la realidad del mundo colonial, y que en absolu­to deben ser vistas como precedentes del movimiento emancipador, tal cual hacen numerosos historiadores latino­americanos.

La investigación exhaustiva desa­rrollada por la autora a través de archivos peruanos, españoles e ingle­ses le han permitido localizar 140 re­vueltas y rebeliones entre 1708 y 1783. Pero, sin duda, el mayor méri­to de la obra es haber podido rela­cionar los conflictos sociales que con-mocionaron a la sociedad indígena y al mundo colonial con la estructura económica existente.

Carlos D. MALAMUD RIKLES

Universidad Complutense

M. ORTEGA: La lucha por la tierra en la Corona de Castilla al final del An­tiguo Régimen. El Expediente de Ley Agraria, Madrid, Ministerio de Agri­cultura, Pesca y Alimentación, 1986, 330 pp. (bibliografía).

El Expediente de la Ley Agraria, iniciado por el Gobierno español en la segunda mitad del siglo xviii,

constituye un conjunto informativo muy importante para la historia agra­ria castellana. Está compuesto por un

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centenar de piezas, aproximadamente. Según G. Anes (1963), en 1784 eran 99 piezas, en las que se encuentra in­formación muy desigual y de caracte­rísticas muy distintas sobre lugares y regiones castellanas, sobre agentes pú­blicos y privados y. sobre los proble­mas que se consideraban más urgen­tes en la agricultura del siglo xviii.

Los autores contemporáneos del mismo que por unas u otras razones tuvieron que estudiarlo, como el fis­cal Sáez de Pedroso o los miembros de la Sociedad Económica Matriten­se, se vieron siempre incapaces de darle unidad y ofrecer respuestas de validez general a los problemas que allí se planteaban. La razón parece ser que se ciñeron tan estrechamente a dicha información que les resultó imposible armonizarla. Sólo Jovella-nos consiguió ese resultado, pero pa­ra ello tuvo que ampliar la informa­ción, según cuenta Cea Bermúdez (G. Anes, 1963), y además ver dicho Expediente desde una perspectiva más amplia (una Ley Agraria que fuera más allá de los problemas señalados en el Expediente), «porque, aunque obvio y sencillo, le cree todavía muy distante de los que reinan en el Ex­pediente de Ley Agraria y en la ma­yor parte de los escritos que han pa­recido hasta ahora sobre el mismo asunto». Esta orientación fue la que condujo a la redacción, entre 1791-1794, del famoso Informe de la So­ciedad Económica Matritense al Real y Supremo Consejo de Castilla en el Expediente de Ley Agraria, que se publicó en 1795. Dicha información

agraria, resumida y condensada, había sido impresa bajo el nombre de ÍAe-morial Ajustado... sobre estableci­miento de una Ley Agraria, en 1784, a instancias precisamente de la Matri­tense, pero siempre quedó como re­ferencia obligada y justificadora de ambas obras el Expediente de la Ley Agraria. Dicho Expediente no había sido estudiado hasta ahora de una forma tan exclusiva y exhaustiva co­mo lo hace Margarita Ortega en su obra La lucha por la tierra en la Co­rona de Castilla al final del Antiguo Régimen. El Expediente de Ley Agra­ria, aunque G. Anes, en el artículo citado, ya había ofrecido un sustan­cioso resumen del mismo como intro­ducción al estudio de su paso por la Sociedad Económica Matritense, que condujo a la publicación del Memorial Ajustado y al Informe de Jovellanos.

La obra está dividida en dos partes claramente delimitadas. En la primera se estudian los problemas que la do­cumentación hace aparecer como cen­trales (la infori ación agraria), y en la segunda su significación política (del expediente, no de los problemas). Sorprendentemente, pese a tanta cla­ridad, el estudio carece de conclusión, como si la autora, al igual que suce­dió en el siglo xviii, al ceñirse tan es­trictamente al Expediente, fuera inca­paz de unificar tanta disparidad o, al menos, de coincidir con Jovellanos en que, para entenderlo, era necesario al menos situarse por encima o más allá de él. Dicha crítica la hacemos respe­tando la autoridad de Miguel Artola en el Prólogo, cuando establece que

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no se le puede pedir a la autora que acumule más información. Es conve­niente recordar que Jovellanos sí lo hizo, como el propio Artola sabe. Sí se le puede pedir, sin embargo, más claridad, y que organice la informa­ción de otra manera para hacer más comprensible la disparidad de princi­pios económicos y sociales que infor­man tan variada documentación, y, además, señalar las limitaciones de la misma. Ofrecer la historia y fases de dicho conjunto documental antes que ofrecernos directamente su informa­ción, después de una introducción que merece comentario aparte, pare­ce ser lo más acertado en la delimi­tación del trabajo.

La autora centra el estudio en la «conflictividad de la gestión que la propiedad agraria generaba en los nú­cleos rurales peninsulares» (p. 76), siendo «el conflicto fundamental... la subida de los precios de la renta de la tierra en correspondencia con el alza de la demanda de granos resul­tante del incremento demográfico y de la liberalización del comercio de granos» (p. 119). De esta manera las relaciones sociales y económicas y las decisiones políticas son vistas siempre como iniciación o respuesta a conflic­tos, pese a que se habla muchas veces de programa ilustrado o de movi­mientos sociales de las distintas fuer­zas. Como consecuencia de ello, el Expediente parece ser resultado, unas veces, del descontento campesino (que se manifestaba en pleitos, de­nuncias, memoriales, algaradas y mo­tines —el de 1766—) y del interés

de los ilustrados por la agricultura como fuentes de ingresos fiscales. Otras veces, de la subida de las ren­tas de la tierra, de los precios y de la liberalización del comercio de gra­nos (que provocarían la protesta cam­pesina señalada, pero no el interés ilustrado). Otras, del interés del Go­bierno por recabar información de sus intendentes y funcionarios ante el au­mento de pleitos en el Consejo Real. Estos campesinos, unas veces son tra­bajadores del campo, otras son labra­dores, otras agricultores, otras jorna­leros, otras labriegos, otras arrenda­tarios en diferente grado... y se or­ganizan, bien como grupo, como veci­nos, como pueblo, como clase, como sociedad o como estamento, llegando incluso a plantearse la posibilidad de considerarlos un movimiento «social» o «popular» ante la imposibilidad de caracterizarlo como movimiento cam­pesino (pues ha englobado a todos los agentes agrícolas en él). Lo mis­mo sucede con los ilustrados, unas veces son equipo, otras gabinete, otras gobierno, otras grupo y otras, sencillamente, Despotismo ilustrado, de orientación fisiocrática y actitud reformista, cuya caracterización en lo referente a la agricultura queda poco clara.

No quedan nítidamente definidos ni los actores, ni los autores del ex­pediente, ni el proceso de su consti­tución, aunque sí se describen sus lí­neas generales, cosa que ya había he­cho G. Anes.

Pedimos esta historia del Expedien­te en la primera parte porque sólo

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así sabremos las limitaciones de di­cha información, tanto geográficas co­mo económicas y sociales, que vamos encontrando dispersas a lo largo del texto y a veces no coincidentes, tanto en afirmaciones como en porcentajes. La primera, que se trata sólo de tie­rras de realengo porque no hay infor­mación de las de señorío. La segunda, que, pese a abundar más la denuncia contra eclesiásticos, los abusos y la propiedad se concentraban más en la nobleza y la amortización civil. La tercera, que nos quedamos —yo al menos— sin saber cuántas piezas compusieron el Expediente a lo largo de los años y cuántas fueron de ofi­cio o a instancia de parte. La cuarta, parece que relaciona directamente la cantidad de información con el grado de importancia de los problemas y con la mayor ineficiencia de la agri­cultura, pareciendo concluir que la agricultura es más ineficiente y los problemas más graves allí donde geo­gráficamente el Expediente ofrece más datos. Sin embargo, tal importancia es sólo relativa al Expediente y no a la situación económica castellana porque faltan informaciones de mu­chas otras regiones, de todas las zo­nas de señorío —en las que parece que las condiciones del campesinado eran peores— y porque, como la mis­ma autora reconoce, la abundancia de datos es signo de mayor libertad o iniciativa para la denuncia o la pro­testa o mayores expectativas de bene­ficio o mejora. Tal vez si a los cua­dros que nos ofrece hubiera añadido otros clasificando las piezas por pro­

cedencia administrativa, social y eco­nómica pudiéramos aclararnos mejor, incluso, de la importancia geográfica de los conflictos. Si organizara las de­nuncias por profesiones es posible que resultara que quienes más protes­tan —relativamente— son los más favorecidos o los que esperan más beneficios y no precisamente los que quieren menos miseria.

Un contraste del Expediente con el Memorial Ajustado de 1784 sí podría ilustrarnos sobre el filtro político que el Gobierno ponía a las denuncias. Igualmente, también interesaría el contraste entre denuncias y defensas de distintos grupos de un mismo lu­gar sobre un mismo problema, por­que sí quedan claras las denuncias o reclamaciones y la materialidad de las disposiciones del Gobierno, pero no las soluciones que se piden u ofrecen. Peticiones estas últimas tal vez exce­sivas, pues fue tanta variedad de in­formación sustentada en tanta diver­sidad de principios con fines tan di­ferentes la que desanimó a cuantos intentaron ofrecer un dictamen en el siglo XVIII, exceptuando a Jovellanos, como ya señalamos.

Hacer primero una presentación global del Expediente, relacionándolo incluso con el Memorial Ajustado y el Informe de Jovellanos, como hace M. Artola en el Prólogo, tal vez hu­biera sido una distribución del tra­bajo mejor que la que ofrece y hu­biera servido a la autora para justifi­car su planteamiento frente al de Jo­vellanos o a los de las diferentes co­misiones de la Matritense publicados

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por G. Anes. Pues sí leemos la obra que comentamos a la luz del Informe resulta que cae en muchos de los obstáculos que Jovellanos salvó y que concede excesiva, casi exclusiva, aten­ción a todo lo que Jovellanos englo­ba como limitaciones a la propiedad y el cultivo, no concediéndoles más entidad que la que permita justificar su supresión, sin entrar en sus va­riantes y formas diversas. Son estas variantes y formas diversas de pro­piedad, arrendamiento, derechos, pa­gos, plazos, etc., lo que ocupa la ma­yor atención de nuestra autora. Pre­cisamente lo que Jovellanos presenta como «Estorbos políticos o legales» para que la agricultura desarrolle su natural tendencia a la perfección. Pa­ra su supresión, según Jovellanos, «basta que Vuestra Alteza hable y derogue». Nuestra autora, siguiendo el Expediente, enumera muchas de las leyes desde 1752 a 1803, pero reconociendo siempre su inoperancía e incumplimiento.

Puede señalarse en defensa de su planteamiento, como dijimos antes, que su estudio versa sobre la conflic-tividad en la sociedad rural por razón de la propiedad, pero en este caso atendería no al Expediente, sino a los pleitos incluidos en él, y podía haber sido ampliado con otros o utilizarlos como eje del estudio. No obstante, dicha conflictividad se manifestaba primordialmente, como ella misma se­ñala, a través de los precios de la renta de la tierra, con lo que conflic­tividad social y situación de la agri­cultura son inseparables.

La situación de la agricultura en el siglo XVIII parece ser, precisamen­te, el aspecto central de la introduc­ción. En ella se insiste ya al comien­zo en que desde la Edad Media hasta el siglo xviii apenas se han produci­do avances técnicos, sociales o eco­nómicos en la agricultura castellana, caracterizándose la del siglo xviii de todas estas formas por orden de apa­rición: ineficaz, irracional, arcaica, precapitalista, inoperante, preindus-trial, mala..., pero a medida que avanzan los capítulos de la primera parte vamos pasando de esta agricul­tura así caracterizada a unas relacio­nes de producción en ella de marcado carácter capitalista (pp. 66 y 135). Tal transformación revolucionaria só­lo es explicable por la excesiva de­pendencia de la autora de los esque­mas interpretativos del profesor Ar­lóla y la difícil integración de éstos con la realidad económica representa­da en la documentación, de tal ma­nera que, por un lado, se insiste en el carácter precapitalista de la agri­cultura y, por otro, en sus relaciones de producción capitalistas, dándose el absurdo de hablar de propiedad capitalista en una estructura precapi­talista en cuanto se observa que de­terminados agentes agrícolas buscan su propio beneficio o se aprovechan de «defectos» estructurales del sector agrícola para aumentar sus ingresos, pero procurando, al mismo tiempo, que dicha estructura no se modifique.

En conjunto, y al margen de la cambiante denominación de los agen­tes económicos (unas veces son gru-

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pos, Otras sociedades, otras estamen­tos, clases, intereses, etc.), el libro parece indicar que es la desigual pro­piedad de la tierra y el deficiente cul­tivo lo que consolida el poder de los propietarios y la debilidad de los cam­pesinos, mediante -la explotación de éstos por aquéllos con elevación cons­tante de los arrendamientos y condi­ciones abusivas, fenómeno que se produce en un sistema productivo o modo de producción (y algunas otras denominaciones) rural, precapitalista, etcétera, y que provoca una profunda conflictividad, la cual es, a su vez, muestra de la inoperancia de dicha organización agraria y motor del de­rrumbamiento de la sociedad esta­mental.

Según la argumentación que trans­cribe en cada momento, hay mucha o poca tierra cultivada. Habrá poca cuando se trate de explicar la subida de las rentas y el poder de los pro­pietarios, las roturaciones o el aumen­to demográfico; pero habrá mucha cuando se señale el estado técnico de la agricultura o el abandono de zonas de cultivo o los despoblados. No que­da clara la distinción entre cultivo cerealístico y otros aprovechamientos agrícolas del suelo, y puede inducir a confusión considerar las roturacio­nes como causa del aumento de tie­rras en el mercado (p. 25). Las rotu­raciones lo que aumentarían serían las tierras en cultivo.

En la primera parte, la relativa a la información agraria, pasa revista a los principales problemas recogidos en el Expediente. En primer lugar el

de las relaciones agricultura-ganade­ría, centrándose en el enfrentamiento labradores-Mesta, pero sin especificar, aparte de lo dicho sobre la termino­logía, cuando se refiere a la Mesta, si se refiere a los ganaderos exporta­dores de lana o a los ganaderos es­tantes, que se hacen mesteños para disfrutar de privilegios. En unos si­tios, además, parece suponer la poca rentabilidad de las explotaciones ga­naderas (pp. 45 y 63), mientras en otros las considera un negocio muy rentable (p. 105).

Los agricultores culpaban a la Mes­ta de ser responsable de la decaden­cia de los cultivos, respondiendo los ganaderos que dicha decadencia se debía a la poca profesionalidad (?) de los agricultores y a los abusos de sus administradores. En estas acusa­ciones mutuas creemos que no tiene la misma importancia el enfrentamien­to general agricultura-ganadería con más parcial y secundario de los gana­deros con sus administradores; acep­tarlo en esos términos es perder de vista el conjunto. En segundo lugar estudia el problema de las relaciones entre propietarios y arrendatarios. En la clasificación de los diferentes tipos de propietario, de arrendatario y de enfrentamiento entre ambos, la auto­ra se las ve y se las desea para ajus-tar las situaciones descritas en el Ex­pediente a las clasificaciones progra­máticas del profesor Artola (pp. 67 y 156), para luego no respetarlas, pues los campesinos, sin más especifi­cación, unas veces son masa, otras grupo, otras sociedad, otras «sustento

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necesario de las relaciones de produc­ción de la tierra» (p. 66), aparte de la diversidad de denominaciones ya señaladas.

En tercer lugar están los jornale­ros, el capítulo más breve, pese a ser en algunas zonas los más numerosos, posiblemente porque apenas presen­tan memoriales, como la propia auto­ra señala (p. 145). Parece excesivo establecer la identidad entre jornale­ros del Antiguo Régimen y asalaria­dos capitalistas (apoyándose también en Artola), porque entonces es lógi­co caracterizarlos, en primer lugar, «por no poseer capacidad inversora» (p. 137), o señalar que están en pro­ceso de proletarización por descenso de la tierra de labranza «como con­secuencia del comercio especulativo efectuado con la tierra por ganaderos y burguesía comarcal» (p. 139).

Igual de breve es el capítulo si­guiente sobre las tierras de propios, que tiene mucho de contacto con el anterior. Es el capítulo más claro de todos y muestra las vacilaciones del Gobierno (los cambios en las condi­ciones del reparto de dichas tierras) y la habilidad de ricos y grandes pro­pietarios para apropiarse de los mis­mos.

En cuanto al último capítulo, la localización geográfica de los conflic­tos, sería necesario matizar que la misma es la del Expediente, un con­junto documental sin orden, unidad, ni universalidad suficientes para que pueda ser considerada como definiti­va. Es decir, que el rigor económico y social en la distribución geográfica

y en la jerarquización de esa localiza­ción es extraordinariamente débil si tratamos de garantizarla.

La crítica fundamental es que pa­rece darle a dicha documentación un valor absoluto y representativo, sin atender a las opiniones contrarias de los mismos contemporáneos con lo que la primera crítica a su plantea­miento fue hecha hace casi doscientos años. También debo señalar que hay una vacilación constante a la hora de organizar la documentación, entre la búsqueda de una explotación «equi­tativa» de los recursos naturales (las tierras comunales, baldíos y de pro­pios para los más pobres; las tierras en propiedad o arrendamiento para los menos pobres y ricos) y el reco­nocimiento de las desigualdades (en renta, riqueza, poder, influencias y derechos) de la sociedad del Antiguo Régimen. Parece que todos tienen iguales oportunidades o posibilidades desde el punto de vista económico, pues frecuentemente señala la autora que se preparan todos los grupos so­ciales pata defenderse, beneficiarse, apropiarse, servirse, etc., de los cam­bios en las rentas, en la demografía, en los precios...

Otra objeción es el poco rigor, a veces ninguno, en las citas y biblio­grafía. Adjudicar a P. Vilar Civiliza­ción Material y Capitalismo, aprove­chándose de la reciente muerte de su autor, como se hace en la página 279, nota 100, parece algo más que un despiste... Igualmente, cuando en la página 56, nota 10, hace decir a G. Anes que la población extremeña

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ha descendido un 75 por 100 en el siglo XVIII, cuando lo que realmente dice es que ha aumentado igual o menos que la media que establece (35,61 por 100) (Las Crisis Agra­rias..., pp. 141-142). Posiblemente se refiera al mapa que el autor ofrece en la página 459 de dicha obra, pero ese mapa se refiere al siglo xvii y no al xviii. Además, esta obra luego no se cita en la bibliografía. Como éstas parece haber más. Una revisión más atenta las hubiera evitado. Finalmen­te, de la presentación de la bibliogra­fía vale más no hablar, porque se trata del mayor atentado que se pue­

de hacer al rigor en nombres, apelli­dos, títulos, lugares y fechas.

OBRAS CITADAS

ANES, G. (1963): «El Informe sobre la Ley Agraria y la Real Sociedad Eco­nómica Matritense de Amigos del País», en Homenaie a D. Ramón Garande, Ma­drid, pp. 23-56. Recogido en la obra, del mismo autor, Economía e Ilustra­ción en la España del XVIII, Barcelo­na, 1969, pp. 95-138.

— (1970): Las crisis agrarias en la España Moderna, Madrid.

José A. ALVAREZ VÁZQUEZ

Univ. Autónoma de Madrid

Catharina Lis y Hugo SOLY: Pobreza y capitalismo en la Europa preindustrial (1350-1850), Madrid, Akal, 1984, 225 pp. (índice y bibliografía).

Es ésta una de esas obras que se adentran en el estudio del pasado con la intención de rastrear las pistas de los problemas contemporáneos. Par­ten los autores de la constatación de que la pobreza, realidad de no fácil definición y cambiante a la par de la evolución económica y social, es un fenómeno plenamente actual. Si bien es generalmente admitido que buena parte de la Humanidad puede, a pe­sar de incurrirse en cierta imprecisión terminológica, ser calificada de pobre, dicha condición suele identificarse con el subdesarrollo. La tenaz persis­tencia de bolsas de pobreza en las so­ciedades capitalistas desarrolladas pa­sa más inadvertida y no es habitual-

mente considerada como resultado de las leyes de funcionamiento del siste­ma. La extensión alcanzada en estos últimos años por la nunca desapa­recida «vieja pobreza» y por la «nue­va pobreza» dentro del mundo desa­rrollado occidental confiere un espe­cial interés a las consideraciones ini­ciales de Lis y Soly al abordar lo que, sin olvidar las matizaciones de rigor, podemos contemplar como ver­sión pasada de un objeto de estudio que lamentablemente no ha perdido vigencia teórica ni empírica. En defi­nitiva, su obra constituye una inda­gación sobre las causas de la pobreza circunscrita a la Europa preindustrial, pero que permite extraer conclusiones

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de más amplio alcance. Los autores analizan los procesos generadores de pobreza, la composición de los secto­res empobrecidos de la sociedad y las conexiones entre las diferentes modalidades de asistencia social y el ascenso de nuevas formas productivas durante el dilatado período compren­dido entre la Baja Edad Media y los años centrales del siglo xix. La ob­servación se centra en Inglaterra, Francia, Holanda y Bélgica, con refe­rencias más o menos extensas a Ita­lia, Alemania, Suiza, España y Polo­nia.

Lis y Soly ofrecen al lector un in­tento de mostrar las raíces estructu­rales de la pobreza, tanto en el feu­dalismo como en el capitalismo mer­cantil, esto es, de subrayar la funcio­nalidad en ambos sistemas de la exis­tencia de una abundante población vi­viendo permanentemente en torno al umbral de subsistencia. También ex­ponen una amplia información de di­versa procedencia acerca de las con­diciones materiales de existencia del segmento pobre de la población eu­ropea, definida como tal haciendo uso de los criterios objetivos representa­dos por el acceso o no a los bienes necesarios para la supervivencia de la unidad familiar o por la clasifica­ción de las autoridades. Considero que en ambos aspectos la labor de los autores resulta exitosa. Por otra parte, la elección de un tema tan des­cuidado por una disciplina cuyos prac­ticantes acostumbran a prestar una atención preferente, cuando no exclu­siva, a los logros del crecimiento eco­

nómico debe sumarse a los no pocos méritos del libro.

A grandes rasgos, el contenido de la obra es el siguiente. Tras el Pró­logo, el primer capítulo se ocupa de resaltar que la ya avanzada diferen­ciación social del campesinado en el siglo XIII, una de cuyas manifestacio­nes sería la proliferación de los «casi-sin-tierras» en numerosas regiones eu­ropeas, resultaba coherente, tanto con las necesidades de la nobleza territo­rial como con las de los agricultores prósperos, en un período de expan­sión de las relaciones monetarias. El acceso a la tierra y la presión señorial determinaban la proporción del pro­ducto agrario retenido por los traba­jadores directos. Hacia 1300, aproxi­madamente la mitad de los campesi­nos europeos se veían obligados a re­currir al trabajo asalariado para sub­venir a las necesidades familiares. No debe extrañar, por tanto, que los «va­gantes» abundasen. En las ciudades, la desigualdad, a juzgar por las fuen­tes fiscales, no era acusada. A partir del siglo XII se constata un cambio en las pautas de la asistencia social, función hasta entonces desempeñada exclusivamente por las instituciones religiosas. Los laicos, especialmente la burguesía de las zonas más urba­nizadas, comenzaron a dirigir tareas asistenciales. El concepto de pauper amplió su significación, dando cabida a las nuevas formas de pobreza, gene­radas precisamente por la diferencia­ción campesina y los bajos salarios urbanos. La asistencia social en las ciudades perseguía paliar, no elimi-

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nar, una pobreza peligrosa social y económicamente, pues los miserables eran los portadores de la fuerza de trabajo necesaria para el relanzamien­to de la producción manufacturera en momentos de auge comercial.

En el segundo capítulo se expone una primera crítica al modelo malthu-siano que considera inevitable la su­perpoblación relativa en la agricultura tradicional. Mientras que el progreso agrario avanza en Flandes, otras áreas permanecieron ajenas al aumen­to de la productividad. Sin negar la importancia de los factores demográ­ficos, son, sin embargo, las relaciones sociales, que regían la distribución del producto agrario entre las clases, el elemento señalado como clave de la explicación de la rigidez del alza de la oferta de alimentos. Así, la cri­sis bajo medieval surge de la propia dinámica del modo de producción feu­dal. Tampoco aceptan los autores que el período contemplado en este capí­tulo fuese favorable para el artesa­nado. Tras evaluar el alcance de la pobreza en algunas zonas rurales y urbanas, parece imponerse la conclu­sión de que la diferenciación social prosiguió su avance, sin que el vacío demográfico contrarrestase las tenden­cias estructurales al mantenimiento de una elevada población viviendo en condiciones de precariedad. La proli­feración de conflictos sociales en los siglos XIV y XV pone de manifiesto la percepción por las clases populares de lo progresiva equiparación de la pobreza con el trabajo manual.

El tercer capítulo da cuenta del contradictorio resultado en términos de bienestar material para la mayor parte de la población europea del cre­cimiento económico experimentado a partir de mediados del siglo xv. El au­mento de la población no puede ex­plicar por sí sólo el empobrecimiento de amplias masas rurales y urbanas. En extensas zonas de Europa occi­dental, la redistribución de la propie­dad territorial en detrimento del cam­pesinado, especialmente en Inglaterra, o las pesadas cargas soportadas por las explotaciones familiares de redu­cidas dimensiones, forzaron a las eco­nomías domésticas a la búsqueda de ingresos complementarios mediante el trabajo asalariado o la manufactura a domicilio y a la emigración o al vagabundeo. Especialmente importan­te en las áreas urbanas fue la crecien­te dependencia del productor respecto a los representantes del capital mer­cantil. Cabe, pues, atribuir a las trans­formaciones socioeconómicas en la agricultura y las manufacturas un pa­pel destacado en la proliferación de la pobreza en campos y ciudades que tan claramente reflejan fuentes diver­sas. Durante el siglo xvi surgiría en Europa, con las significativas excep­ciones de España y Escocia, una polí­tica social ambiciosa que pretendía el control de la abundante población empobrecida y la regulación de la oferta de fuerza de trabajo. Los ejes de la nueva actitud de las autorida­des eran la prohibición de la mendi­cidad y la obligación para los pobres aptos de aceptar empleos. La difu-

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sión de los principios de esta actitud ante la pobreza, con Inglaterra a la cabeza, está estrechamente asociada al ascenso de la burguesía. El empo­brecimiento, la beneficencia organi­zada y el capitalismo mercantil corren paralelos a la expansión económica de comienzos de la Edad Moderna.

En el capítulo cuarto se critican nuevamente las tesis de inspiración malthusiana aplicadas a la crisis del siglo XVII. Adoptando una posición cercana a la de Brenner, los autores utilizan la divergente evolución de las estructuras agrarias inglesa y france­sa para sostener la importancia de las relaciones sociales a la hora de ex­plicar la trayectoria a largo plazo del sector primario europeo. En Francia e Inglaterra permanecían operando procesos de empobrecimiento, pero su esencia variaba a medida que se alejaban las respectivas formas socio­económicas dominantes en ambos paí­ses. Si en el primero de ellos fue la crisis de una agricultura tradicional basada en tenencias campesinas de pequeñas dimensiones sobre la que pesaban fuertes cargas de variada ín­dole, el factor desencadenante del em­pobrecimiento, en el segundo de ellos lo sería la proletarización inducida por el triunfo del capitalismo agra­rio. La difusión de la manufactura rural, fenómeno de alcance continen­tal, refleja las crecientes dificultades de sectores del campesinado. Al mis­mo tiempo, la protoindustrialización repercutía negativamente sobre el ar­tesanado urbano. El «Gran Confina­miento» sería la solución adoptada en

varios países de la Europa norocci-dental ante una pobreza que era ob­jeto de atención creciente por parte de políticos, moralistas e intelectua­les. No casualmente, sería en Ingla­terra donde más lejos llegaron los in­tentos de controlar al pobre. Las su­cesivas leyes y la proliferación de asi­los persiguieron, en especial después de la guerra civil, encauzar producti­vamente las energías de los pobres generadas por el propio desarrollo del modo de producción capitalista.

El capítulo quinto aborda la po­breza en el marco del crecimiento eco­nómico registrado a partir de 1750. Los autores se preguntan si dicha fase expansiva vino acompañada o no por procesos de empobrecimiento. Tras examinar las transformaciones agra­rias de diferente signo en Inglaterra y Francia y señalar las formas espe­cíficas de pobreza correspondientes a cada una de ellas, los autores exami­nan el caso flamenco, donde detectan la relación empobrecimiento-protoin-dustrialización, que, por otra parte, sería extensiva a la Europa central. La desintegración del ya deteriorado sistema gremial y la aparición de la clase obrera recibieron un impulso notable que se tradujo en una gene­ralización de la pobreza antes desco­nocida. Algunos de los datos aporta­dos son ciertamente reveladores de la magnitud alcanzada por el fenómeno en la Europa finisecular. Paralelamen­te, la asistencia social, con Inglaterra al frente, alcanzaría una magnitud ex­cepcional. Sus diversas modalidades traducen los diferentes grados de de-

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sarroUo del modo de producción ca­pitalista y las variadas coyunturas eco­nómicas. Una política efectiva en sus finalidades, abaratar y regularizar la oferta de mano de obra y reprimir los comportamientos «desviados» sur­gidos de la pobreza, sólo pudo lograr­se allí donde coincidieron los esfuer­zos de las autoridades y de la bur­guesía.

Tres son las principales conclusio­nes de los autores. En primer lugar, la pobreza en el dilatado período que precede al capitalismo industrial no parece ser entendida como mero re­sultado de factores demográficos y tecnológicos. Las relaciones de clase en torno a la distribución del exce­dente tienen un papel destacado en la explicación de la pobreza. En se­gundo lugar, la difícil subsistencia de importantes sectores de la población europea durante la fase de transición, del feudalismo al capitalismo, no de­be analizarse en términos de perma­nencia de residuos del pasado, sino de aparición de procesos específicos de empobrecimiento que impedirían que la proporción de personas vivien­do en los mínimos de subsistencia se alterase significativamente entre 1300 y 1800. En tercer lugar, a medida

que el capitalismo fue penetrado en la esfera productiva, fue surgiendo una política social que no responde a consideraciones éticas o religiosas, sino a dos necesidades objetivas para la reproducción del sistema: el con­trol de la superpoblación relativa y la regulación del mercado de trabajo, siendo Inglaterra donde se planteó por primera vez la sustitución defini­tiva de la caridad tradicional por una asistencia organizada.

Sirva este breve resumen para acer­car al lector al conocimiento de una obra altamente recomendable, a pesar de que, como corresponde a todo tra­bajo de síntesis, de un tema amplio y complejo, no esté exenta de insufi­ciencias. A mi juicio, la principal aportación de Lis y Soly consiste en dar un paso más en el camino de la crítica a la visión del cambio eco­nómico como un proceso exclusiva­mente técnico. Nuevas investigaciones permitirían aumentar la precisión de nuestros juicios acerca de la inciden­cia de las relaciones sociales en los resultados de la actividad económica sobre las diferentes clases sociales.

Rafael DOBADO Universidad Complutense

José M. DELGADO et d.: El comerq entre Catalunya i América (segles XVIII i XIX), Barcelona, L'Aven^, Colecció Clio, núm. 6, 1986, 173 pp.

El presente libro está formado por los textos de un curso impartido en la Universidad Internacional Menén-

dez Pelayo que se celebró en la locali­dad de Mataró en el mes de julio de 1985. El objetivo de dicho encuentro

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fue ofrecer una visión sintética de las investigaciones recientes sobre el co­mercio colonial entre Cataluña y Amé­rica durante los siglos xviii y xix. La publicación de las actas brinda a los historiadores no especializados en el tema la posibilidad de conocer sinté­ticamente el actual estado historio-gráfico de las relaciones comerciales entre Cataluña y América durante di­cho período. A los especialistas les ofrece un cuadro bastante claro de las líneas de investigación que se han venido realizando en los últimos años, tanto en España como en América, poniendo de manifiesto muy clara­mente cuáles han sido los temas ma­nejados y las fuentes empleadas hasta la fecha. Es, pues, una obra que tan­to puede servir como iniciación a aquel que se incursione por primera vez en este campo como al especia­lista sobre la materia, ya que le invi­ta a realizar una reflexión global so­bre la dinámica de las últimas con­tribuciones.

£1 estudio del caso catalán brinda la posibilidad de retocar algunas de las interpretaciones manejadas hasta la fecha sobre la comprensión de las relaciones metrópoli-colonias. Para la economía catalana del siglo xviii las colonias americanas desempeñaron un importante papel y, a diferencia de lo que sucedería en buena parte del resto de las regiones peninsulares, después de la emancipación política de los antiguos virreinatos mantuvie­ron en buena medida las conexiones comerciales con las recién nacidas re­públicas iberoamericanas y con Cuba

y Puerto Rico, ahora convertidos en los restos del antiguo imperio hispá­nico en Ultramar. Las contribuciones de este libro ponen de relieve la ne­cesidad que hay para otras áreas pen­insulares de estudios monográficos co­mo el presente que nos ayuden a ca­librar en su justa medida lo que su­puso en cada caso la pérdida de los mercados coloniales a principios del siglo XIX.

£1 texto comienza con dos artícu­los generales de síntesis. En el pri­mero, realizado por J. M. Delgado y J. M. Pradera, se presentan los temas historiográficos manejados tradicional-mente sobre el comercio entre Cata­luña y América, entre 1680 y 1898. En el segundo, C. Martínez Shaw presenta las fases y ritmos más im­portantes del comercio catalán duran­te la época moderna, subrayando el desplazamiento de su eje de gravedad desde el Mediterráneo hacia el At­lántico.

Los siguientes, ya con carácter más monográfico, van reflejando el estado del conocimiento histórico existente acerca de los diferentes momentos más representativos del comercio ca­talán-americano. J. M. Oliva Melgar se ocupa de presentar la evolución de la Real Compañía de Comercio de Barcelona a Indias, erigida en 1755, analizándola como el ejemplo del fra­caso del comercio privilegiado ocurri­do hasta la liberación de 1778. El período denominado como del Regla­mento del Comercio Libre es analiza­do por J. M. Delgado Ribas desde dos vertientes. En una primera, titu-

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lada «El miratge del Uiure comerg», encara el problema desde la perspec­tiva general de las relaciones metró­poli-colonias durante el período 1765-1820, señalando cómo, según él, de­be entenderse el reformismo borbó­nico. El propio autor subraya que «miratge [debe entenderse] en sentit figurat, val a dir, ilusió seductora; error deis sentits o de l'esperit que fa prendre per realitat 1'aparenta; en-gany degut a una falsa aparenta» (p. 67). En una segunda analiza las repercusiones que el Reglamento de Comercio Libre tuvo para Cataluña, tanto a nivel social como económico.

La presentación y análisis general de las consecuencias a ambas orillas del Atlántico del resquebrajamiento de los mercados coloniales durante los movimientos de independencia es­tá a cargo de J. Fontana, quien de forma clara analiza la disolución co­lonial en el contexto de la crisis del Antiguo Régimen, dando así la vuel­ta a la tesis tradicional al afirmar que «la crisi de l'Antic Régime [no] va a ser la causa de la separació d'Amé-rica, sino ben al contrari [...] van a ser la fallida de l'imperi i l'emanci-pació americana les que van a fer inevitables la crisi del régim i la re-volució liberal» (p. 98).

El estudio del comercio catalán-americano durante el siglo xix está a cargo de J. M. Pradera, quien repa­

sa las fases y planteamientos genera­les del mismo puntualizando el com­portamiento más activo de la econo­mía catalana en relación con el resto de las regiones españolas durante las mismas fechas.

Las siguientes contribuciones son un buen reflejo de la necesidad, como se comentó líneas más arriba, de la comprensión de los problemas de las relaciones económicas metrópoli-colo­nias desde una perspectiva regional para limar y perfilar las explicaciones generales y totalizadoras que a menu­do se dan. M. Moreno Fraginals ana­liza el funcionamiento de la economía cubana durante el siglo xix, y más concretamente sus relaciones (¿colo­niales?) con España, y aún más espe­cíficamente con Cataluña. C. Manera establece una serie de rectificaciones importantes referidas al caso mallor­quín respecto a las formas de penetra­ción comercial en el espacio colonial durante el siglo xviii; y, por último, L. Alonso Alvarez presenta la especi­ficidad del caso gallego entre los años 1797-1930, subrayando cómo la cri­sis colonial significó la persistencia de las estructuras del Antiguo Régi­men en el área. Finalmente, se ofrece una bibliografía mínima, pero bien seleccionada, sobre el comercio entre Cataluña y América.

Pedro PÉREZ HERRERO

Universidad Complutense

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Manuel GONZÁLEZ PORTILLA: Estado, capitalismo y desequilibrios regionales (1845-1900), Andalucía, País Vasco, San Sebastián, Universidad del País Vasco/Haranburu Editor, S. A., 1985, 348 pp., 2.150 ptas.

Manuel González Portilla es un in­vestigador lo suficientemente conoci­do como para no requerir presenta­ción. Sus obras anteriores —entre las que se incluye el libro La formación de la sociedad capitalista en el País Vasco (1876-1913), San Sebastián, Haranburu Editor, S. A., 1981, y los artículos «El mineral de hierro espa­ñol (1870-1914): su contribución al crecimiento económico inglés y a la formación del capitalismo vasco», Es­tudios de Historia Social, núm. 1 1977, pp. 55 a 112, y «El desarro­llo industrial de Vizcaya y la acumu­lación de capital en el último tercio del siglo XIX», Anales de Economía, 1984, octubre, pp. 43 a 83— trata­ban preferentemente de la minería y metalurgia del hierro y de la indus­trialización del País Vasco, temas que resultan casi sinónimos, aunque más en estos escritos de González Porti­lla que en los de otros autores que han trabajado sobre el mismo ámbito geográfico.

El libro que reseñamos es en reali­dad una colección de trabajos inde­pendientes entre sí, a la que un pró­logo y una poco convincente división en dos partes intentan dar cierta ar­ticulación.

La Parte I trata dos bloques temá­ticos distintos: un primer capítulo se ocupa del papel desempeñado por el Estado, o más exactamente por la po­lítica hacendística, en el desarrollo

español —o la ausencia del mismo— durante la segunda mitad del si­glo XIX, mientras que los capítulos II al V tienen por objeto a la minería metálica, y en particular al papel de las inversiones extranjeras.

En la llamada Parte II hay un pri­mer capítulo —el VI— dedicado a la minería del hierro, que por su tema y por el tratamiento que éste recibe guarda una unidad con los cuatro ca­pítulos anteriores. Otros dos capítu­los están consagrados a la cuestión de la formación del mercado nacional en tres facetas distintas —los mercados de textiles de algodón, de productos siderúrgicos y de crédito agrícola—, y dos capítulos finales versan sobre aspectos de la industrialización vasca, como son su inicial vocación exporta­dora y su posterior orientación autár-quica.

Al menos cuatro temas distintos para un mismo libro y, por tanto, para un mismo comentario en estas páginas.

Una primera reflexión que suscita la lectura del libro alude a la elección que, de las cuestiones a tratar, ha he­cho González Portilla. Los temas de la política de Hacienda y sus reper­cusiones sobre el resto de la econo­mía, de la minería y la inversión ex­tranjera en el sector minero, y de la orientación, primero, hacia los merca­dos exteriores y, posteriormente, ha­cia el mercado interior de la industrií

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vasca son lugares muy visitados por la historiografía española reciente, y en los dos últimos casos por el pro­pio González Portilla; tanto que uno está tentado a pensar que sólo la aportación de fuentes o de plantea­mientos nuevos justifica la redacción de nuevas monografías. La formación del mercado nacional es, por el con­trario, una cuestión menos tratada y peor conocida, aunque la ayuda que su conocimiento pueda aportar para comprender la lentitud del crecimien­to español durante la época que este libro contempla es materia opinable.

Los dos temas que González Por­tilla estudia en esta obra con mayor extensión son el de la Hacienda —al­go más de 60 páginas— y el de la minería metálica, este último a lo lar­go de 180 páginas.

La tesis que González Portilla man­tiene a lo largo del capítulo dedicado a la Hacienda podría enunciarse co­mo sigue: la insuficiencia recaudato­ria del Estado español, en combina­ción con su política de obras públicas en el tercer cuarto del siglo xix, res­tó recursos de capital para la finan­ciación del desarrollo industrial. Se trata, como se puede ver, de una te­sis que ya cuenta con una tradición —y con una serie de objetores— den­tro de la historiografía española, aun­que ni una cosa ni otra quedan, a mi entender, suficientemente refleja­das en la redacción. La insuficiencia recaudatoria aparece ligada a la re­sistencia de unos grupos dominantes tradicionales, en beneficio de los cua­les se diseñará la política fiscal, con

el resultado inmediato de un reducido peso de los impuestos directos. Segu­ramente la mayor novedad de la apor­tación de González Portilla reside en la rotundidad con la que expresa su juicio negativo sobre la política fiscal de la época, al concluir (p. 28) que «El Estado, hegemonizado por una oligarquía [burguesía] "conservado­ra", se convirtió en uno de los facto­res retardatarios de la industrializa­ción española» (el subrayado es mío).

Con independencia de lo que pue­da tener de negativo el efecto crow-ding out del endeudamiento estatal en los mercados de capitales, hay que reconocer, sin embargo, que el Esta­do español se enfrenta con un grave problema, el mismo al que, entonces y después, se han enfrentado todos los Estados en países atrasados que intentan modernizarse: el problema de hacer frente a los gastos de un Estado moderno —incluso incremen­tados, al tratar de suplir a la iniciati­va privada en una serie de campos— con los recursos que puede proporcio­narles una economía que no lo es. Para este problema central no existen buenas soluciones. Quizá por ello al­gunos pasajes del libro de González Portilla parecen restar fuerza a su ar­gumentación central y dar la impre­sión de que cualquier política hacen­dística seguida era necesariamente mala. Así, lo reducido del gasto pú­blico por habitante es, pese a todo y en coincidencia con escritos ante­riores de Pedro Tedde, enjuiciado ne­gativamente por González PortiUa (pp. 12 y 21); en la misma línea, el

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autor critica la política de obras pú­blicas en las épocas de intensa activi­dad constructora (pp. 41, 44, 45, 56 y passim), pero también en las eta­pas de escasa actividad (pp. 68 y 75); por último, la tesis —seguramente correcta— de que la política fiscal debía haber concedido una mayor im­portancia a la imposición directa, que en la época significaba fundamental­mente impuestos sobre la producción agrícola, no queda en muy buen lu­gar después de que el propio autor insista en la facilidad con la cual los grandes propietarios agrícolas del si­glo XIX desplazaban sus cargas fisca­les sobre sus arrendatarios (pp. 71 y 74), con los consiguientes efectos negativos desde los puntos de vista del crecimiento económico y de la justicia (desde este último punto de vista, el incremento de la presión fis­cal sobre el agro durante las décadas de 1870 y 1880 también parece en­juiciado negativamente en las pági­nas 298 y 307).

Un último aspecto que merece co­mentario en este capítulo es su tra­tamiento del endeudamiento exterior. Al efecto, González Portilla coloca al final del capítulo un apartado (El déficit con el exterior) que en siete páginas se enfrenta nada menos que al problema de cómo era la balanza de capitales durante el período 1850-1891, y que culmina con la presenta­ción de unas cifras de salidas —las entradas las toma al parecer de Bro-der— y un saldo. En la letra peque­ña de las notas a pie de página ex­plica que la cifra de salidas la ha

calculado aplicando unos coeficientes de rentabilidad a las entradas —5 por 100 anual para las inversiones en el sector privado y 3 por 100 para los valores públicos—, pero semejante procedimiento de cálculo, que no pa­sa de ser una cabala, no parece que autorice el tono positivo de las afir­maciones y la extracción de conclusio­nes a partir de ahí.

El otro gran tema del libro es el de la inversión extranjera en' el sector de la minería metálica. A lo largo de cinco capítulos, González Portilla in­siste repetidamente en la exportación de beneficios —considerables benefi­cios— obtenidos por esas empresas extranjeras, en el carácter de enclave de sus asentamientos, y en el conse­cuente uso de términos como coloni­zación, expolio, dependencia y otros que hacen pensar que tales inversio­nes constituyeron más bien un hecho desgraciado para nuestro país.

Casi con toda seguridad, una ex­plotación de los recursos minerales españoles a cargo de empresas espa­ñolas a lo largo del último cuarto del siglo XIX habría resultado una opción preferible a la de explotación por par­te de empresas extranjeras —como sucedió en realidad—, y en eso creo que estamos de acuerdo todos los que alguna vez nos hemos acercado al te­ma. Sin embargo, esa posibilidad no se daba en realidad, cosa que queda re­conocida en el propio libro de Gonzá­lez Portilla (así, en pp. 97, 105 ó 138). La disyuntiva que se planteaba en la realidad estaba entre la explotación de los recursos minerales, en el últi-

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mo cuarto del siglo xix, y a cargo de empresas extranjeras —con la inevita­ble exportación de beneficios y la pre­ferencia por el procesamiento en otro lugar— o la explotación a cargo de empresas españolas, pero en algún momento posterior. La localización en el tiempo de ese momento es cuestión que no conocemos, aunque puede re­sultar indicativo el hecho de que la constitución de empresas con capital vasco para la explotación de piritas en el sudoeste peninsular o de mine­ral de hierro no vizcaíno —alternati­va que expresamente invoca González Portilla en la página 138— tuvo que esperar a los años en torno al 1900. Que esta demora en la puesta en ex­plotación de los recursos minerales representase o no una opción desea­ble depende de que las cantidades que el mercado estuviese dispuesto a ab­sorber y los precios que estuviese dis­puesto a pagar se mantuviesen en unos niveles suficientemente altos, te­ma sobre el que otros autores hemos expresado nuestras dudas.

Algo que conviene destacar, en cualquier caso, es que, supuesta la su­perioridad de una política que pos­pusiese la explotación minera hasta que el capital español estuviese en

condiciones de protagonizarla, y su­poniendo, por tanto, justificada la va­loración negativa de la inversión ex­terior y de la política que la permitió, esa inversión exterior y esa legisla­ción contribuirían a explicar el atraso español en el siglo xx, pero no ayu­darían a explicar el atraso español en el siglo XIX, que, al menos medido en tiempo, resultaba bastante mayor. Esta me parece ser la mayor debili­dad de un enfoque que pone el acen­to en los condicionamientos externos de ese atraso. Después de todo, la ex­plotación más colonial de las imagi­nables, una explotación que redujese a cero el valor retenido en el país ex­portador de minerales, lo único que haría es reproducir artificialmente una situación de inexistencia de recursos minerales en ese país. Creo que ésta es una reflexión que ayuda a valorar más correctamente el peso de los condicionamientos internos en gene­ral —no sólo la mayor o menor dota­ción en recursos minerales, y ni si­quiera sólo en recursos naturales— a la hora de explicar el proceso de desarrollo de un área geográfica.

Sebastián COLL MARTÍN

Univ. Autónoma de Madrid

Petet HERTNER y Geoffrey JONES (eds.): Multinationals: Theory and History, Aldershot (Inglaterra), Gower, 1986, VII-l-200 pp. (índice alfabético).

£1 de las multinacionales, en Es­paña, es un tema exclusivamente pe­riodístico; no se hace ciencia sobre

él. La palabra «multinacional» se uti­liza entre nosotros en un tono peyo­rativo; sin ningún análisis previo se

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da por supuesto que las empresas multinacionales son unos leviatanes inmensamente poderosos, regidos por seres siniestros, que controlan las vi­das y los destinos de los ciudadanos de los países en que operan. Esta in­tuición puede ser cierta; puede tam­bién no serlo. En otros medios y paí­ses, la cuestión se ha convertido ya en un campo o disciplina científica, casi en lo que aquí, con nuestro tra­dicionalismo habitual, llamaríamos una «asignatura». Son libros como el de Hertner y Jones los que van a contribuir a que dilucidemos estas y otras muchas cuestiones relacionadas con el fenómeno de las multinaciona­les, mucho más antiguo de lo que piensa la mayoría.

¿Cuáles son las causas y los efectos verdaderos de las empresas multina­cionales? Ambas cuestiones son con­siderablemente más complicadas de lo que cree el profano. Y tratando de responder a estas dos interrogantes básicas van surgiendo muchas otras como un rosario de cerezas. A enfren­tarse con tales interrogantes y con sus derivadas está dedicada la obra que comentamos. Como su título indica, el libro de Hertner y Jones tiene una primera parte dedicada a cuestiones primordialmente teóricas y una segun­da parte centrada en estudios histó­ricos por países. El origen de la pu­blicación es un congreso internacional sobre el tema que se reunió en Flo­rencia en 1983, organizado por los dos compiladores del volumen. Pare­ce evidente que los compiladores tu­vieron un cierto éxito en su trabajo.

y que sus sugerencias fueron segui­das a la hora de la redacción final de los trabajos, porque se percibe en ellos el propósito de responder a un conjunto de preguntas formuladas de antemano. Ello tiene la ventaja de que el lector se encuentra con mate­rial bien estructurado para resolver las interrogantes que el estudio del tema plantea; pero tiene el inconve­niente de una cierta rigidez en la es­tructura de los distintos capítulos y de una cierta repetición, lo cual es, sin duda, inevitable en un trabajo de esta índole.

La bibliografía sobre las multina­cionales —como sobre casi todo estos días— va siendo muy abundante, aun­que en España pase casi inadvertida. Se publica predominantemente en in­glés —también como casi todo—, y en menor medida en francés, alemán e italiano; apenas nada en castellano, salvo lo que se traduce, que es una fracción muy pequeña. Todos los que han participado en el libro son muy conocidos de quienes trabajan en el campo. Para el lector español, sin du­da, el nombre más familiar será el de Albert Broder, cuya tesis sobre la in­versión extranjera en la España con­temporánea es notoria entre los espe­cialistas, e incluso ha sido premiada en Barcelona.

La obra que comentamos está com­puesta de diez artículos. El primero es una introducción de los propios compiladores, concisa y útil. Entre otras cosas, sirve para hacernos una idea de la extensa bibliografía exis­tente, y, por supuesto, para darnos un

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panorama de las principales cuestio­nes planteadas y las respuestas que se han dado. Siguen cuatro artículos teóricos. El primero de ellos (escrito por tres autores: Dunning, Cantwell y Corley) muestra que las primeras multinacionales se - remontan mucho más atrás en el tiempo de lo que co­múnmente se cree, y que su impor­tancia cuantitativa pudo haber sido relativamente mayor antes de 1914 que después. A partir de aquí, los autores estudian el enfoque que las distintas escuelas económicas, desde Adam Smith, han dado al problema de las compañías internacionales. El siguiente artículo teórico, escrito por Mark Casson, estudia en mayor de­talle las teorías actuales acerca de la empresa multinacional. Lo propio ha­ce el artículo que le sigue, cuyo autor es Stephen Nicholas, aunque éste se centra sobre una de las teorías más aceptadas, la «transaccional» (luego veremos brevemente de qué se trata la tal teoría). El quinto artículo, úl­timo de los teóricos, el de Myra Wil-kins, se plantea el problema de deli­mitar, más que definir, lo que es una empresa, problema que ilustra con abundantes e interesantes ejemplos históricos. La cuestión no es banal; veamos un ejemplo bien conocido: la casa Rothschild en sus años heroicos, con los cinco hijos de Amschel Meyer establecidos en las cinco grandes ca­pitales europeas de Frankfurt (casa matriz), Londres, París, Viena y Ña­póles, ¿era una empresa o cinco? Ca­sos parecidos a éste abundan. En ge­neral, hay muchos casos en que re­

sulta imposible distinguir entre un representante, un socio, una empre­sa asociada y una empresa indepen­diente.

Los cinco artículos siguientes son de carácter histórico, y se delimitan por países, sectores y períodos. Geof-frey Jones escribe sobre el caso bri­tánico, circunscribiéndose a 1890-1945 y a tres empresas: Dunlop (neu­máticos), Courtaulds (textiles artifi­ciales) y Gadbury (chocolate). Peter Hertner escribe sobre Alemania an­tes de 1914, basándose en una mues­tra más amplia que la de Jones, ya que incluye empresas farmacéuticas, químicas, mecánicas, alimentarias, me­talúrgicas y eléctricas. Ragnhild Lund-strom estudia el caso sueco antes de 1930, con una muestra también am­plia que incluye firmas corcheras, de maquinaria (láctea incluida), mecáni­cas, eléctricas, madereras, etc. Patrick Fridenson sintetiza las actividades de las multinacionales francesas del au­tomóvil desde los inicios hasta 1979. Y, por último, Albert Broder estudia la multinacionalización (difícil pala­breja) de la industria eléctrica france­sa en los años 1880-1914.

¿Qué decir del libro en su con­junto? Indudablemente, su lectura debe recomendarse sin reservas a todo aquél que esté interesado en el tema, incluidos los adeptos de la historia empresarial, internacional o no. Mu­chas de las cuestiones abordadas, co­mo veremos, son de teoría de la em­presa a secas. Se trata de una obra altamente profesional, fácilmente le­gible, bien «editada» en el sentido

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anglosajón a que antes me referí: los diferentes ensayos presentan una cier­ta uniformidad que resulta grata al lector. En suma, se trata de un libro bien y científicamente organizado, lle­no de información sugerente, que fa­miliarizará al profano con un campo poco estudiado en España (generali­zación que me atrevería a extender al mundo hispánico), y será también muy útil para los especialistas en el tema por brindarles resultados y sín­tesis de trabajos recientes. Por todo ello constituye una obra muy estima­ble. En el lado del «debe», sin em­bargo, hay que señalar algunas cosas: por un lado, la teoría de la empresa multinacional, tal como se presenta aquí al menos, resulta algo pedestre y chata; por otro lado, hay un ex­ceso de concisión en los artículos his­tóricos. Examinemos ambas cuestio­nes.

En el trabajo de Casson, que sin­tetiza todo el núcleo de problemas que plantea la teoría de la empresa multinacional, hay una frase clarifi­cadora: «La moraleja de nuestro re­paso a la literatura es que no hay una teoría realmente satisfactoria de la Empresa Multinacional» (p. 53; traduzco). Pese al tono pesimista, sin embargo, es claro que existe una se­rie de explicaciones al fenómeno de la empresa multinacional. Si son pe­destres o faltas de elegancia, quizá sea porque la materia es difícil y poco susceptible de estilización o forma-lización. Preguntar por qué hay empresas multinacionales presupone preguntarse por qué hay empresas.

A uno se le ocurre que la teoría de la multinacional debe ser a la teoría de la empresa lo que la teoría del comercio internacional es a la teoría del comercio a secas. La especialidad se debe a que hay naciones y, a nues­tros efectos, barreras nacionales a la actividad económica. La lectura del libro en cuestión me parece apoyar abundantemente este sencillo razona­miento: una y otra vez nos encontra­mos a nuestros estudiosos concluyen­do que tal o cual empresa se hizo multinacional para sortear una barre­ra arancelaria o similar. Lundstróm tiene una frase feliz: «Las multina­cionales son resultado del nacionalis­mo» (p. 154).

¿Por qué hay empresas? ¿Por qué no productores individuales que inter­cambian sus productos? La respuesta es larga y compleja, pero la razón bá­sica es que en ciertos casos la organi­zación autoritaria tiene ventajas sobre la transaccional o de mercado. Esta es la teoría de la «internalización»: cuan­do una empresa se integra verticalmen-te está «internalizando» un mercado. Cuando una siderúrgica compra una mina de carbón, en lugar de comprar el combustible en el mercado está in­ternalizando una parte del mercado de carbón: oferta y demanda quedan en la misma empresa. La lógica de la «internalización» fue descubierta por R. H. Coase en su famoso ar­tículo de 1937. Las compañías se ha­cen multinacionales cuando internali­zan un mercado internacional; así se­ría en nuestro ejemplo si los altos hornos y la mina de carbón estuvie-

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sen en diferentes países. Pero puede haber otras razones: una empresa puede permitir la explotación de una tecnología que un conjunto de pro­ductores individuales no podrían ren-tabilizar. Esta es la teoría de la «pro­piedad». Y, por último, está la teoría de la «transacción», que no es en rea­lidad sino una elaboración de la de la «internalización»: se internaliza cuando los costes de transacción (es decir, de operar en el mercado) son más altos que los de internalizar. Así ocurriría en nuestro ejemplo ante la incertidumbre acerca de los precios futuros del carbón. Este es, diríamos, el corolario del «teorema de Giase». Resumida en un párrafo, la teoría no está mal. Lo malo es que tiene ya medio siglo y que parece haberse avanzado muy poco desde Coase. El grado de formalización es muy bajo, por más que Nicholas nos dé unas adaptaciones de las conocidas curvas de costes totales, medios y margina­les a la teoría de la transacción mul­tinacional.

Lo divertido son los ejemplos, las historias de la segunda mitad del li­bro. Pero aquí la lástima es que el material es demasiado rico para el espacio, y las historias me parecen en exceso esquematizadas y mutiladas. Creo que en muchos casos el lector queda defraudado por lo condensado del material. Hay un caso en particu­lar que a mí me produjo frustración: se trata de Nobel. Hay varias referen­cias a él en el libro; pero, precisa­mente por ser quintaesencialmente

multinacional, su figura y sus empre­sas se nos escamotean. Ni el capítulo de Suecia (su patria), ni los de Ale­mania, Francia o Inglaterra (donde más intensamente trabajó) tratan de la empresa Nobel, una de las multi­nacionales más arquetípicas de la His­toria. Todo lo cual no impide que todos estos trabajos sean excelentes, llenos de información fascinante, aná­lisis inteligente y sólidas conclusiones. El trabajo de Jones es, entre otras cosas, una aportación muy valiosa al debate sobre la decadencia británica en el período que estudia. Su ex­plicación es, por así decirlo, anti-McCloskey: la culpa la tuvieron en gran medida los empresarios ingleses. En las páginas 107-109 cuenta diver­tidas anécdotas de gestión incompe­tente y rutinaria. Hertner traza un cuadro muy rico, con la maestría que le es propia, de las razones y circunstancias de la internacíonaliza-ción de la industria alemana. Junto con Lundstrom y Fridenson, su evi­dencia es la más completa en favor de una teoría «arancelaria» de las multinacionales. El artículo de Bro-der es un excelente análisis de las causas del atraso de la industria eléc­trica francesa frente a la alemana y la norteamericana: convincentemente, la responsabilidad recae sobre la es­trechez del mercado francés y las mi­ras no menos estrechas de financieros e industriales.

Para concluir: un libro de lectura recomendada, que no se traducirá al

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castellano por falta de confianza (por desgracia justificada) en el mercado; y una nueva lamentación por la es­casez de estudios sobre historia em­presarial, internacional o no, en el

ámbito hispánico. Hay material y po­sibilidades para mucho más.

Gabriel TORTELLA

Univ. de Alcalá de Henares e Instituto Ortega y Gasset

Germán OJEDA y José Luis SAN MIGUEL: Campesinos, emigrantes, indianos. Emigración y Economía en Asturias, 1830-1930, Gijón, Ayalga Edicio­nes, 1985.

Es difícil sobrevalorar la importan­cia del fenómeno migratorio para la historia europea en los últimos dos siglos. Provocado, al menos en prin­cipio, por la presión demográfica so­bre los recursos que sólo en parte po­día ser compensada por aumentos en la producción agrícola, significó a lar­go plazo una redistribución fundamen­tal de la mano de obra disponible que fue, a su vez, causa y efecto de la Re­volución Industrial. Estas migracio­nes afectaron a millones de europeos y tuvieron profundas consecuencias económicas y sociales. España no fue ajena a esta tendencia, si bien, debi­do a razones políticas, económicas y sociales, tardó en incorporarse a las grandes corrientes migratorias hasta la segunda mitad del siglo xix. La­mentablemente apenas existen estu­dios de peso acerca de los fenómenos migratorios en España antes de una época rigurosamente contemporánea. Es por ello que me puse a leer con verdadero interés este librito de Ger­mán Ojeda y José Luis San Miguel acerca de las migraciones transoceáni­

cas en una región tradicionalmente exportadora de hombres como es As­turias.

Los autores se proponen superar los planteamientos «idealistas» de la emigración asturiana a ultramar, tan en boga a lo largo del siglo xix (11-12), para emprender un muy necesa­rio análisis cuantitativo de su impor­tancia y evolución. Partiendo de este estudio cuantitativo, los autores abor­dan, asimismo, el análisis de las cau­sas y las consecuencias económicas y sociales de las migraciones asturianas. Los resultados de este trabajo, que se realizó en el departamento de Histo­ria Económica de la Universidad de Oviedo, ponen de relieve la impor­tancia numérica de la emigración a América en el período estudiado en el que «salían empujadas por la nece­sidad buscando fortuna, que general­mente no encontraban, aunque la vuelta de algún indiano rico alimen­taba en los jóvenes logreros el sueño americano» (16).

Sin duda, la parte más notable de este estudio y donde es evidente que

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los autores han puesto mayor empe­ño es en la cuantificación del fenó­meno migratorio. Puesto que antes

tas se convierten en piedra angular de su análisis. Fruto de sus cálculos, podemos ver que la^miaración astu-

de 1888 no existen estadísticas ofi­ciales, han utilizado varios métodos de estimación indirecta basados, ante todo, en materia censal. Por un lado, partiendo de los desajustes en la ra­zón de masculinidad (que inexplica­blemente llaman por su nombre in­glés, sex ratio) entre los dieciséis y los cuarenta años, estiman el número de hombres que faltarían para que dicha razón se aproximase a la uni­dad. Otro método consiste en estimar una pirámide de población que resul­taría si dicha población fuera estable y si tuviera niveles de fecundidad y de mortalidad determinados. Aquí los autores emplean las estimaciones de la tasa bruta de natalidad de Livi Bacci y de la esperanza de vida para el conjunto del país en 1860. Una vez establecida la población ideal, restan de ella la real, y asi estiman de nuevo los hombres que faltan. Una última aproximación consiste en calcular bajo distintas hipótesis los saldos migratorios por el consabido método de restar del crecimiento real intercensal, el crecimiento natural. En todos los métodos ajustan las cifras resultantes para compensar el 10-15 por 100 de subregistro masculino que ellos creen existe en los censos. Final­mente, un 60 por 100 de los flujos emigratorios son atribuidos a la mi­gración americana, dejando el resto para la emigración con destino a otras zonas de la Península. Una vez que disponen de cifras oficiales, és-

riana a ultramar implicó a más de 330.000 asturianos entre 1835 y 1934, si bien su ritmo fue más bien lento antes de 1888. Después de di­cha fecha el fenómeno se dispara, al­canzando su punto álgido en la dé­cada 1911-1920. Argentina y Cuba eran los destinos preferidos de estos asturianos, que provenían fundamen­talmente de las zonas costeras de la región.

Para los autores, la emigración fue «sobre todo resultado de los proble­mas económicos de la región, y no de la "mentalidad migratoria" o del "afán de aventura" de los asturia­nos...» (95). Presión demográfica so­bre los recursos, la creciente mini-fundización de la tierra, la inexisten­te modernización de las explotaciones campesinas y el auge ganadero del si­glo XX forzarán a muchos jóvenes a emigrar. Los autores afirman que la emigración contribuyó a evitar movi­mientos revolucionarios' campesinos en el siglo xix; afirmación, cuando menos, sorprendente, ya que movi­mientos revolucionarios campesinos no suelen ocurrir en regiones donde hay un claro predominio de labrado­res sobre jornaleros, y éste es el caso de Asturias. Las remesas o giros que los emigrantes canalizaban a través de las casas de banca de algunos india­nos y que contribuyeron, sobre todo después de 1898, al proceso de diver­sificación económica de la región fue-

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ron una de las principales con^cuen-cias de este movimiento.

__ CoipoDodrá ver el lector, tanto por el tema como por los enfoques, el estudio en cuestión podría revestir un gran interés. Sin embargo, debido a problemas metodológicos, de estilo y de fondo, cualquier esperanza de encontrar un trabajo verdaderamente innovador se desvanece a medida que avanza su lectura. En mi opinión, es­tamos ante un trabajo hecho con pri­sas que aporta muy poco a una cabal comprensión del fenómeno migrato­rio.

Desde una perspectiva metodológi­ca, el trabajo es un cúmulo de anéc­dotas sacadas, más que nada, de fuen­tes periodísticas de la época. Ahora bien, la utilización de este tipo de fuentes para la historia económica es­tá perfectamente justificada; pero uno hubiera esperado un repaso un poco más sistemático de dichas fuentes se­cundarias. Únicamente en su intento de cuantificación de las tendencias migratorias se salen los autores de esta tónica en favor de emprender un análisis riguroso. No obstante, una vez más, el mérito de los autores que­da diluido por numerosas posturas metodológicas de dudoso rigor. Mien­tras la utilización algo forzada del método de poblaciones estables (em­pleando esperanza de vida nacional y no local; calculando la población masculina a partir de las tablas feme­ninas, o estimando la tasa de creci­miento natural como entre 0,3 y 0,5 por 100 y año, cuando las tablas de Coale y Demeny permiten establecer­

la de manera exacta —0,429 por 100 y año—), junto con su apreciación de la disparidad entre los sexos y el uso

de saldos migratorios, son interesan­tes, su valor y exactitud quedan em­pañados por aseveraciones estadísticas gratuitas y a menudo discutibles. Bas­tarán un par de ejemplos. Varias ve­ces los autores afirman que existe un subregistro masculino en los censos de entre 10 y 15 por 100, sin justi­ficar en ningún momento ni la exis­tencia de dicha realidad ni la bondad de los márgenes que ellos establecen. En segundo lugar, resulta sorprenden­te su afirmación de que la migración interior venía de los concejos no cos­teros y la transatlántica provenía del litoral. Sin embargo, aun admitiendo un determinismo geográfico que ha­cía que poco más de la mitad (51 por 100) de los emigrantes asturianos sa­liesen hacia América, los autores lo aumentan a 60 por 100, ya que «cabe pensar... que la emigración hacia América no se limitase únicamente a los municipios costeros» (42). Me pregunto cómo puedo saber que los asturianos de la costa no emigrasen también a Castilla y por qué se agre­ga un 9 por 100 y no, por ejemplo, un 15 por 100. Además, mi perpleji­dad aumenta cuando más tarde (45) afirman que las migraciones interiores cesan por completo a partir de 1888, y a partir de dicha fecha todo asturia­no que saliese de su región lo hacía con destino a América.

Acaso el ejemplo más exagerado de esta costumbre lo hallará el lector en la página 46, donde los autores

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contrastan dos estimaciones del nú­mero de emigrantes muy dispares (6.900 frente a 18.000), que corres­ponden al período 1861-1877, y de­ciden unilateralmente y sin ninguna explicación que la segunda cifra es la buena. Otro tanto xxrurre en el perío­do 1888-1900, donde el desajuste entre las cifras oficíales (62.946) y el resultado que sacan los autores (47.842, según u n a hipótesis, y 23.945, según otra) no les induce a ningún interrogante acerca de su pro­pio método. Posiblemente éste hubie­ra quedado más cercano a la realidad de haber tenido en cuenta que en las cifras oficiales se cuentan los emigran­tes por un lado y los inmigrantes por otro, mientras los autores hati calcu­lado saldos; es decir, la diferencia en­tre ambos. Utilizando datos de los autores que provienen de su apéndice estadístico (141), vemos que entre 1911 y 1934 hay 72.090 entradas y 104.890 salidas por puertos asturia­nos. Ahora bien, haciendo un pequeño ejercicio intelectual, y suponiendo que el movimiento asturiano se asemeje al de sus puertos y que la misma pro­porción de entradas y salidas se man­tuviese en el siglo xix, resultaría que los datos de los autores para antes de 1900 representarían poco más del 300 por 100 de la emigración real. Vistos desde esta perspectiva, los grandes cambios de tendencia que ob­servan los autores después de 1887 (54) pierden una buena parte de su sentido de ruptura con el pasado.

Por otro lado, el libro contiene nu­merosas muestras de utilización in­

correcta o forzada de terminología técnica. En esta línea nos permitimos señalar a los «emigrantes netos» (48) (véase saldo migratorio neto), «tasa de nacimientos» (39) (tasa bruta de natalidad) y «tasa de fertilidad» (65) (tasa de fecundidad).

Lo más decepcionante del estudio en cuestión, sin embargo, es que no plantea interrogantes, tarea capital para cualquier historiador, ni apenas entra en cuestiones de fondo acerca del fenómeno migratorio. Por ejem­plo, se señala como causa principal de la emigración un exceso de pobla­ción en zonas rurales que superaba los recursos económicos, explicación, por otra parte, ya tradicional en este tipo de estudio. Sin embargo, el com­portamiento diferencial de Asturias en este fenómeno, con respecto a sus vecinos de otras zonas más meridio­nales de la Península, no se toca, a pesar del hecho de que sería difícil probar la existencia de un nivel de vida inferior en Asturias que, por ejemplo, en Soria. Se menciona la pre­ferencia por la migración transoceáni­ca de las poblaciones de la costa fren­te a tendencias contrarias en el inte­rior. ¿Por qué la diferencia? ¿Podría tener un papel aquí la transmisión de información que tendería a beneficiar a los residentes de la costa? Segura­mente la contestación tendría que ser afirmativa. Entonces, ¿qué mecanis­mos de transmisión existen? Los in­terrogantes posibles no se detienen aquí. Aparte del conocido alivio para la presión demográfica, ¿qué conse­cuencias tenían las migraciones para

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la nupcialidad, la fecundidad o la mortalidad? Acaso más interesante aún, ¿qué consecuencias demográfi­cas tenía la migración de retorno? ¿Qué relación existía entre los siste­mas de herencia o la paridad entre los hijos con el fenómeno migratorio? ¿Se mantenían económica, social y emocionalmente vivos los lazos fami­liares mientras duraba la ausencia? ¿Qué edad tenían los indianos retor­nados, y se podría seguir sus pautas inversoras de modo más sistemático? ¿Existen maneras de plasmar de for­ma más rigurosa los efectos de la mentalidad indiana en la sociedad as-tur?

En fin, los interrogantes surgen de modo casi espontáneo. Pero han que­dado en su mayoría sin contestar y, lo que es más grave, sin siquiera plan­tear. En última instancia, el estudio de las migraciones carece de un mar­co teórico adecuado. Pero no por ello hemos de despreciar los trabajos de Ravenstein, Lee, Zipf, Arango, Toda-ro, Pérez Díaz, Zelinsky, Tilly o, in­cluso, McNeill, que sí han intentado plantear preguntas claves y respuestas a menudo débiles a este fenómeno tan

rascmante.

David R E H E R Universidad Complutense

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Revista de Estudios Políticos (NUEVA ÉPOCA)

PRESIDENTE DEL CONSEJO ASESOR: D. Carlos OLLERO GÓMEZ

DIRECTOR: Pedro de VEGA GARCÍA. SECRETARIO: Juan J. SOLOZXBAL

SUMARIO DEL NUM. 55 (enero-marzo 1987)

Número monográfico sobre

«LA CORONA EN LA HISTORIA CONSTITUCIONAL ESPAÑOLA»

ESTUDIOS:

Luis SÁNCHEZ AGESTA: LOS perfiles históricos de la Monarquía constitucional en España.

Carlos SECO: Relaciones entre la Corona y el Ejército. Ángel MENÉNDEZ REXACH: La separación entre la Casa del Rey y la Administra­

ción del Estado (1814-1820). Joaquín VÁRELA: Rey, Corona y Monarquía en los orígenes del constitucionalismo

español: 1808-1814. J. Ignacio MARCUELLO: La práctica del poder moderador de la Corona en la

época de Isabel II. Margarita MAS y Rafael TRONCOSO: La práctica del poder moderador durante el

reinado de Amadeo I de Saboya. Antonio M." CALERO: La prerrogativa regia en la Restauración: Teoría y práctica. Mariano GARCÍA CANALES: La prerrogativa regia en el reinado de Alfonso XIII:

Interpretaciones constitucionales. Juan J. SOLOZABAL: La Sanción y Promulgación de la Ley en la Monarquía Par­

lamentaria.

NOTA BIBLIOGRÁFICA, por Antonio M." CALERO.

RECENSIONES

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN 1987

España 2.6(K) ptas. Extranjero 28 % Número suelto: España 7(X) ptas. Número suelto: Extranjero IOS

CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES Plaza de la Marina Española. 9 • 28013 MADRID (España)

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REVISTA ESPAÑOLA DE DERECHO CONSTITUCIONAL

Presidente: Luis SANCHEZ AGESTA

Director: Francisco RUBIO LLÓRENTE

Secretario: Javier JiuÉNEZ CAMPO

SUMARIO DEL AÑO 7, NUM. 19 (enero-abril 1987)

ESTUDIOS:

Luis SÁNCHEZ AGESTA: In Memoriam de J. A. Maravall. Manuel ARAGÓN: El control como elemento inseparable del concepto de Consti­

tución. José M.* RODRÍGUEZ PANIAGUA: Derecho Constitucional y Derechos Humanos en

la Revolución Norteamericana y en la Francesa. Paloma BIGLINO CAMPOS: La iniciativa legislativa popular en el ordenamiento

jurídico estatal. José M.* CONTRERAS MAZARIO: La Comisión Asesora de Libertad Religiosa. Giuseppe DE VERGOTTINI: Balance y perspectivas del Derecho Constitucional Com­

parado.

JURISPRUDENCIA:

Estudios y Comentarios: Antonio PORRAS: El Consejo General del Poder Judicial, según la STC 108/1986,

de 29 de julio, sobre la Ley Orgánica del Poder Judicial. Cesáreo RODRIGUEZ-AGUILERA DE PRAT: Acerca del conflicto de Atribuciones entre

el Consejo General del Poder Judicial y las Cortes Generales en Materia Elec­toral.

Ascensión ELVIRA PERALES: Comisión de Investigación en el Bundestag.

Crónica.

CRÓNICA PARLAMENTARIA.

CRITICA DE LIBROS.

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA.

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN 1987

España 2.500 ptas. Extranjero 28 t Número suelto: España 850 ptas. Número suelto: Extranjero 10 $

CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES Plaza de la Marina Española, 9 - 28013 MADRID (España)

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Revista de Administración Púbiica CONSEJO DE REDACCIÓN

Presidente: Luis JORDANA re POZAS (t) Miuiuel ALONSO OLEA, José María BOQUERA OLIVER, Antonio CARRO MARTÍNEZ, Ma­nuel F. CLAVERO ARÉVALO, Rafael ENTRENA CUESTA, Tomás R. FERNANDEZ RODRÍGUEZ, Fernando GARRIDO FALLA, Jesús GONZALEZ PÉREZ, Ramón MARTÍN MATEO, Lorenzo MARTÍN-RETORTILLO BAOUER, Sebastián MARTÍN-RETORTILLO BAQUER, Alejandro NIETO, José Ramón PARADA VXZQUEZ, Manuel PÉREZ OLEA, Femando SAINZ DE BUJANDA, Juan

A. SANTAMARÍA PASTOR, José Luis VILLAR PALASÍ

Director: Eduardo GARCÍA DE ENTERRÍA

Secretario: Fernando SAINZ MORENO

SUMARIO DEL NUM. 112 (enero-abril 1987)

ESTUDIOS:

Alejandro NIETO: Actos administrativos que precisan penetrar en el domicilio. Javier BARCELONA LLOP: Escuchas telefónicas y acción de policía de seguridad. Ernesto GARCÍA-TREVIJANO GARNICA: Sobre el alcance y efectos de la reversión

expropiatoria. Alfonso OJEDA MARÍN: Contratos públicos en la Comunidad Europea: la Ley de

Contratos del Estado y su adecuación al ordenamiento jurídico comunitario. Fernando SAINZ MORENO: Zona marítimo-terrestre y municipio.

JURISPRUDENCIA:

I. Comentarios monográficos: Tomás QUINTANA LÓPEZ: Las licencias urbanísticas municipales y las obras

públicas.

II. Notas: Contencioso-administrativo: A) En general (T. Font i Llovet y J. Tomos Mas). B ) Personal (R. Entrena Cuesta).

CRÓNICA ADMINISTRATIVA. I. España:

Julio TOLEDO: El principio "Quien contamina, paga» y el canon de vertidos. J. Gabriel DE MARISCAL: La legalidad vigente y el segundo canal vasco de

televisión (ETB-2). II. Extranjero:

Joaquín TORNOS MAS: La reforma de la Administración Local en Italia.

RECENSIONES.

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN ANUAL

España 2.700 ptas. Extranjero 32 | Número suelto: España 950 ptas. Número suelto: Extranjero 12 S

CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES Plaza de la Marina Española, 9 - 28013 MADRID (España)

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REVISTA DE INSTITUCIONES EUROPEAS Director: Manuel DÍEZ DE VELASCO

Subdirector: Gil Carlos RODRÍGUEZ IGLESIAS

Secretaria: Araceli MANGAS MARTÍN

SUMARIO DEL VOL. 14, NUM. 1 (enero-abril 1987)

ESTUDIOS:

Enrique BALLESTEROS: El Acta de Adhesión en materia de agricultura: comenta­rios desde una perspectiva económica.

Francisco J. FONSECA MORILLO: Las disposiciones financieras del Acta de Adhesión de España a las Comunidades Europeas.

Nicole STOFFEL: La delimitación del concepto de exacciones de afecto equivalen­te a los derechos de aduana en el Tratado CEE (en especial respecto a los artículos 30 a 36, 92 y 95).

Enrique UCIEDA SO MOZA: Derecho comunitario de la seguridad social de tos fun­cionarios de las ce. EE. y su incidencia en el derecho español de la seguridad social

N O T A S :

Albert MASSOT I MARTÍ y Josep VILLARREAL I MORENO: La regulación de las agru­paciones de productos agrarios en Cataluña después de la adhesión de España a las Comunidades Europeas.

Luis C. FERNANDEZ-ESPINAR Y LÓPEZ: El régimen jurídico de la minería y la adhe­sión de España a las Comunidades Europeas.

CRÓNICAS.

JURISPRUDENCIA.

BIBLIOGRAFÍA.

REVISTA DE REVISTAS.

DOCUMENTACIÓN.

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN 1987

España 2.200 ptas. Extranjero 26 | Número suelto: España 800 ptas. Número suelto: Extranjero 10 $

CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES Plaza de la Marina Española, 9 - 28013 MADRID (España)

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REVISTA DE LAS CORTES GENERALES CONSEJO DE REDACCIÓN

Leopoldo Torres Boursault, José Luis Rodríguez Pardo, Antonio Carro Martínez, Juan de Arespacochaga y Felipe, Francisco Granados Calero, María Lucía Urcelay y López de las Heras, Francisco Rubio Llórente, Martín Bassols Coma, José M. Beltrán de Heredia, José Luis Cascajo de Castro, Elias Díaz, Jorge de Estebaii Alonso, Euse-bio Fernández, Femando Garrido Falla, Antonio Pérez Liaño, Femando Sainz de Bujanda, Juan Alfonso Santamaría pastor, Jordi Solé Tura, Miuiuel Fraile Clivillés, Pablo Pérez Jiménez, Emilio Recoder de Casso, Fernando Santaolalla López, Fernan­

do Sainz Moreno, Piedad García Escudero y Manuel Gonzalo González.

Presidentes: Félix PoNs IRAZAZXBAL y José Federico DE CARVAJAL Y PÉREZ

Director: Luis María CAZORLA PRIETO

Subdirector: José Manuel SERRANO ALBERGA

Secretario: Diego LÓPEZ GARRIDO

SUMARIO DEL NUM. 9 (tercer cuatrimestre 1986)

I. ESTUDIOS

Juan José LAVILLA RUBIRA: La posición institucional del Parlamento Europeo. Pedro PEÑA: Las transformaciones del Parlamento Europeo. Enrique ARNALDO ALCUBILLA y Salvador MONTEJO VELILLA: El poder financiero

del Parlamento Europeo. Fernando DORADO: La estructura interna del Parlamento Europeo. Manuel CAVERO GÓMEZ: El sistema de grupos en el Parlamento Europeo. Manuel DELGADO-IRIBARRE\ GARCÍA-CAMPERO: El control jurisdiccional de los ac­

tos del Parlamento Europeo por el Tribunal de Justicia de la Comunidad Europea.

Helena BOYRA: El Parlamento Europeo y el Acta Única. Luis María CAZORLA PRIETO: La tributación de las percepciones de los Diputa­

dos al Parlamento Europeo.

II. NOTAS Y DICTÁMENES

III. DOCUMENTACIÓN

IV. REVISTA DE REVISTAS.

SUSCRIPCIÓN ANUAL (3 números) 2.300 ptós.

SECRETARIA GENERAL DEL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS (Gabinete de Publicaciones)

Floridablanca, s/n. - 28014 MADRID

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PENSAMIENTO IBEROAMERICANO REVISTA DE ECONOMÍA POLÍTICA

Revista semestral patrocinada por el Instituto de Cooperación Iberoamericana (ICI) y la Comisión Económica para América Latina (CEPAL)

Director: Aníbal PINTO

CONSEJO DE REDACCIÓN Adolfo CANITROT, José Luis GARCÍA DELGADO, Adolfo GURRIERI. Juan MUÑOZ, Angd

SERRANO (Secretario de Redacción), Osear SOBERÚN y Augusto MATEUS

SUMARIO DEL NUM. 9 (enero-junio 1986)

EL TEMA CENTRAL: INFLACIÓN, ACELERACIÓN Y CONTENCIÓN Héctor ASSAEL: Análisis retrospectivo de los ciclos inflacionarios en América La­

tina, ¡950-1965. Albert O. KIRSCH MANN: Ciclos inflacionarios en América Latina, 1950-1985. Co­

mentarios. Felipe PAZOS: Ciclos inflacionarios en América Latina, 1950-1985. Comentario. Carlos Daniel HEYNEMANN: La inflación argentina de los 80 y el Plan Austral. Alfredo Eric CALCAGNO: El programa antiinflacionario argentino. Antonio KANDIR: O choque antiinflacionario brasileiro. Israel WONSEWER: La inflación en el Uruguay. Germánico SALGADO: La evolución de las tendencias inflacionarias en el Ecuador. Ennio RODRÍGUEZ CÉSPEDES: Costa Rica: Inflación y crecimiento ante la crisis de

la deuda extema. Miguel A. RODRÍGUEZ F.: Causas y efectos de la inflación y de las políticas anti­

inflacionarias en Venezuela. Aníbal LOVERA: La aceleración inflacionaria en Venezuela. Arturo NúfiEz DEL PRADO: Solivia: inflación y democracia. Jorge CHAVEZ: Perú: Análisis de una experiencia heterodoxa de estabilización eco­

nómica. Javier IGUISIZ: La inflación en Perú (1950-1984). Síntesis descriptiva. José Pablo ARELLANO y Rene CORTÁZAR: Inflación, conflictos macroeconómicos y

democratización en Chile. José Víctor SEVILLA SEGURA: Inflación y política antiinflacionista en la transición

democrática española. Antonio GARCÍA DE BLAS: La necesidad de consenso democrático para afrontar la

crisis económica. Daniel BESSA: O proceso inflacionario portugués no pós-25 de abril de 1974.

Intervienen en el Coloquio: Sergio Aranda, Armando Córdova, Carlos Díaz de la Guardia, Víctor Fajardo, Augusto Mateus, Gastón Parra, Aníbal Pinto y Héctor Silva Michelena.

Y las secciones fíjas de: Reseñas Temáticas. Resumen de artículos. Revista de Revistas Iberoamericanas.

Suscripción por cuatro números: Espafta y Portugal, 3.600 pesetas ó 40 dólares; Europa, 45 dólares; América y resto del mundo, 50 dólares. Número suelto: IJOO pesetas ó 15 dólares. Pago mediante talón nominativo a nombre de Pensamiento

Iberoamericano.

Redacción, administración y suscripciones:

INSTITUTO DE COOPERACIÓN IBEROAMERICANA DIRECCIÓN DE COOPERACIÓN ECONÓMICA

REVISTA PENSAMIENTO IBEROAMERICANO Avda. de los Reyes CatóUcos, 4 - Teléf. 2440600 (ext. 300) - 28040 MADRID

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te^OS EDITOIIIAL TECNOS, S. A. %^t O'Donnell. 27 - Tel. 431 64 00 • 28009 Madrid

LA NUEVA HISTORIA ECONÓMICA EN ESPAÑA

Edición de PABLO MARTIN ACEÑA

Y LEANDRO PRADOS DE LA ESCOSURA

1. ATRASO Y CRECIMIENTO ECONÓMICO 1. GASTO BRUTO V FORMACIÓN DE CAPITAL EN ESPAÑA. 1849-1958: PRIMER ENSAVO DE ESTIMACIÓN,

por Alberl Carreras de Odriozola. 2. EVOLUCIÓNDELASUPERFICIECULTIVADADECEREALESYLEGUMINOSASENESPAÑA. 1886-1935, por

el Grupo de Estudios de Historia Rural. 3. CRECIMIENTO ECONÓMICO V DEMANDA DE ACERO: ESPAÑA. 1900-1950, por Pedro Fraile. 4. LOS FERROCARRILES EN LA ECONOMÍA ESPAÑOLA. 1855-1913, por y4n(omo Gómez Mendozü

11. LA INTEGRACIÓN EN LA ECONOMÍA INTERNACIONAL

5. LAS RELACIONES REALES DE INTERCAMBIO ENTRE ESPAÑA V GRAN BRETAÑA DURANTE LOS SIGLOS XVIII

Y XIX, por Leandro Prados de la Escosura. 6. L A PRODUCCIÓN DE VINOS EN JEREZ DE LA FRONTERA. 1850-1900, por James Simpson. 1. LOS EFECTOS DE LA PROTECCIÓN ARANCELARIA SOBRE LA PRODUCCIÓN DE CEREALES EN ESPAÑA,

1890-1910, por Jaime García-Lombardero y Viñas. 8. EL COSTE SOCIAL DE LA PROTECCIÓN ARANCELARIA A LA MINERÍA DEL CARBÓN EN ESPAÑA. 1877-1925,

por Sebastián Coil Martín.

III. EL ESTADO EN I A ECONOMÍA

9. EL GASTO PÚBLICO EN ESPAÑA. 1875-1906: Us \NAI ISIS COMPARATIVO CON LAS ECONOMÍAS EU.

ROPEAS, por Pedro Tedde de torca. 10. DÉFICIT PUBLICO Y POLÍTICA MONETARIA EN LA RESTAURACIÓN. 1874-1923, por Pablo Martín

Aceña. 11. INTERVENCIONISMO Y CRECIMIENTO AGRARIO EN ESPAÑA. 1936-1971, por Carlos Bárdela López. 12. LA EVOLUCIÓN DEL GASTO DEL ESTADO EN ESPAÑA. 1901-1972: CONTRASTACIÓN DE DOS TEORÍAS.

por Francisco Comín.

Pedidos a:

Qfupo üi/lríbuiJo( cdUoriol 'n

o. Ramón de la Cruz, 67 - Telfs. (91) 401 12 00 / 04 28001 MADRID

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Historia Universal

Ciencias Sociales

* Historia y Literatura Españolas

Información Bibliográfica

Suscripciones a Revistas

* Publicaciones

Españolas y E x t r a n j e r a s ^ Y l ^ I ^ Q l ^ V L / pons * Solicite nuestros X CXD L l Q r ^ F ^

catálogos pL. CONDE VALLE DE SÚCHIL, S TELS. 448 47 97 y 448 47 12

28015 MADRID

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ySoáedad Una revista trimesf ratde ciencias sociales

sobre la agricultura ia pesca y la alimentación

ENERO 1986

NUMERO DOBLE DEDICADO AL XIX CONGRESO INTERNACIONAL DE ECONOMISTAS AGRARIOS

ECONOMU MUNNAL Y POLITiCAS AGRARIAS: C p M « m . r CONSUEtX) VÁRELA ORTEGA ALAIN DE JANVRY Integración de U agricultura en lascconomias nacionales y mundial: implicaciones para las políticas agrarias de los países en desarrollo. J A N DE VEER Politicas agrarias nacionales, excedentes e inestabilidad internacional. G Ü N T H E R S C H M I T T El papel de las instituciones en la formulación de la política agraria: repercusiones sobre el sector agrario en una economía mundial en cri­sis. M E L V I N D. SKOLD Politicas de precios agrarios, objetivos poUticos y métodos de esti­mación de costes de producción.

INVESTIGACIÓN V ECONOMÍA AGRARIA: CowMWar: JA­VIER GROS J . CHATAIONER-Y . LEÓN Autosufidencia o dependencia de la investigación en Economía Agra­ria en países en vias de desarrollo. GEORCE W . NORTON Revisión de los sistemas de investigación agraria J . L O N G M I R E y D. W I N K E L M A N N Asignación de recunos para la investigación y venuja comparativa. LUIS J .M. IRÍAS y A N T O N I O F. D Í A Z A V I L A Benendos de la inversión en formación de investigadoies agrarios.

ESTRUCTURAS AGRARIAS, SCOEDAD V OGSARROIXO RU­RAL: CsMinladsi: EDUARDO SEVILLA GUZMAN HOWARO NEWBY Cambio estructural en agricultura y futuro de la sociedad rural. TADEUSZ H U N E K Agriculturas y sociedades rurales en un sistema de producción de ali­mentos sujeto a incertidumbre. H I R O Y U K I N I S H I M U R A El equilibrio niral-urbano en el desarrollo rural. D O N K A N E L Tenenda de la tierra y desarrollo: necesidad de seguridad. D.P. C H A U D H R I Capital humano, estructuras de producción y necesidades bisicas. C . H . SUH; D.D. OSBURN y E.C. PRICE Producción agraria y empleo no agrario en áreas de industrialización rural rápida. L. T W E E T E N Estructura agraria en una economía de servicios.

J . M . BOUSSARD Transformadones del medio natural y heterogeneidad estructural en la agricultura. I . L IV INGSTONE P roblemas de la propiedad comunal y el comportamiento económico en el pastoreo. M . K A M U A N G A Planificación del desarrollo de proyectas de regadío: más allá dd aná-Usis económico.

MERCADOS INTERNACIONALES Y AGRICULTURAS NACIO­NALES: Coaratador CARLOS SAN JUAN MESONADA M A N C U R OLSON Explotación y subveiKiones a la agricultura en los países desarrolla-

El mercado intemadonal de capital como fuente de inestabilidad en los mercados internacionales. D.W. A O A M S y C. GONZÁLEZ-VEGA Tipos de interát y combinación de factores de producción en Agri­cultura. G. FISCHER; K. FROHBERC: K.S. PARIKH y F. RABAR La economía mundial: flexible para el rico, inflexible para el pobre. K. FROHBERG: G. FISCHER; O. GULBRANDSEN y J. M O R O V I C Interdependencia creciente de la economía mundial de productos ali­mentarios: panorama en los próximos 20 aftos. J.C. DUFOUR; G. GHERSI y R. SAINT-LOUIS La emergencia de nuevos tipos de empresas multinacionales agroalí-mentanas y sus implicaciones en los países menos industrializados. H A B I B U L L A H K H A N y JOHN A. ZERBV Reladones entre desanoUo agrario, industrialización y objetivos pa­ra cubrir las necesidades primarias: análisis taxonómico. M . BOEHLJE y J. LOWENBERG-DEBOER Inlegradón de la teoría de la producción y de la teoría rmandera pa­ra el análisis del comporumiento de explotadones agrarias. J.P. BERLAN

De los Esudos Unidos a un sistema mundial: cambio tecnológico, comerdo internacional y política agraria en el siglo X X .

DOCUMENTAaON Reladón de trabajos presentados en el X I X Congreso Inlernadonal de Economistas Agrarios. L isu de Paitidpantcs. Publicadones espadólas editadas con motivo del X I X Congreso In­ternacional de Economistas Agrarios.

Director: Cristóbal Gómez Benito Suscripción anual para 19M

Edita: Secretaría General Técnica — Espafta 3.000 pts. Ministerio de Agricultura. Pesca y — Estudiantes 2.100 pts. Alimentación — Extranjero 3.400 pts.

— Número suelto 850 pts.

SoücHades: A travis de librerías especializadas o dirigiindose al Centro de Publicaciones del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Paseo de Infanta Isabel, n.° I. 28014 - MADRID (ESPAÑA).

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REVISTA DE ESTUDIOS AGRO-SOCIALES

JULIO 1 3 6 1M6

SEPTIEMBRE

ESTUDIOS

TOMAS GARCÍA AZCARATE JOSÉ LLIS HERRANZ SAEZ CRISTINA BLASCO VIZCAÍNO y FRANCISCA PARRA GUERRERO Estudios sobre la Comunidad Económica Europea. GREGORIA CARMENA JESÚS GC»JZÁLEZ REGIDOR

Estudios sobre la Formación Profesional Agraria. RICARDO VÉLEZ Incendios forestales y su relación con el medio rural. JosE JtAN ROMERO RODRÍGUEZ L os «arriendos» de parcelas a colonos en el secano andaluz. FERNANDO GONZÁLEZ LAXE L os cultivos marinos en España y sus tendencias. ARMANDO SALVADOR SANCHO Jurisprudencia del Tribunal Constitucional en materia de

agricultura, pesca y alimentación.

NOTAS INFORMACIÓN, DOCUMENTACIÓN Y CONVOCA-

TORUS RECENSIONES DE LIBROS «EVISTA DE REVISTAS

EXTRA 1 3 7 1M6

SEPTIEMBRE

NUMERO MONOGRÁFICO DEDICADO AL XIX CONGRESO INTERNACIONAL DE

ECONOMISTAS AGRARIOS

ESTUDIOS

VARIOS AUTORES Agricultura y uso del suelo. Recursos naturales y desarrollo agrario. Innovaciones tecnológicas en la agricultura. La informática en el Sector Agrario. Marketing agrario. Agricultura y comercio intemacio/uil. La política agrícola común. Agricultura y desarrollo.

NOTAS SOBRE LA A G R I C U L U / R A ESPAÑOLA

VARIOS AUTORES Resultados económicas de la actividad agraria. Actividad, ocupación y productividad agraria en España: Un

análisis de la población y del empleo. Modos de producción en la agricultura española. El capital real en la agricultura española. La oferta de producios agrarios en España. El sindicalismo democrático en la agricultura española.

OCTUBRE 1 3 8 DICIEMBRE ENERO 1 3 9 MAYO IBSe 1987

ESTUDIOS ESTUDIOS MANUEL GARCÍA FEMANDO y JULIÁN BKIZ ESCRIBANO y Luis J P. LAPORTE y R. LIFRAN

Ruiz MAYA ^^ ampliación de la C.E.E. y la reestructuración de la eco-Esludios sobre el Censo Agrario. nomla nlivinlcola comunitaria. LAUREANO LÁZARO ARAUJO y M. AMPARO GÓMEZ ALVAREZ C C Liss El régimen especial af rario de la Seguridad Social: sufi- E yolución y estado actual de la Concentración Parcelarla en

nanciación. España JOSEFINA CRUZ VILLALON y otros ANTONIO ALVAREZ PÉREZ A fñcultura a tiempo parcial en Andalucía. El concepto de explotación agrícola y su transcendencia tri-Luis PÉREZ V PÉREZ bularla Metodología de delimitación de áreas rurales desfavorecidas. M • del MAR TORRES LIMORTE •

Su aplicación a Aragón. Transformaciones ecoltigícas por la puesta en regadío JOSÉ M." FRANCO GOMEZ MANUEL RAPUN GARATE A dministración pública y ordenación del territorio en Oa- Sobre la flexibilidad de la oferta agrícola en Navarra

licia. PABLO A. MUÑOZ GALLEGO ANTONIO FERNÁNDEZ GONZÁLEZ £ ' P"*»' «W marketing en el sistema agroalimenlario Actividades de la O.C.D.E. sobre nuevas tecnologías. M LÓPEZ BLANCO GUILLERMO DÍAZ PINTOS Eficiencia económica y reforma agraria en Andalucía El I. V.A. en la C.E.E. y su régimen especial agrario. J -I ROMERO FERNANDO GONZÁLEZ LAXE ^H persistencia de la aparcería en los regadíos andaluces Ordenación pesquera del área mediterránea. •• M GARCÍA BARTOLOMÉ

La cooperativas de cultivos marinos en Andalucía NOTAS INFORMACIÓN, DOCUMENTAaON V CONVOCA- NOTAS

TOIIIAS INFORMACION, OOCUMENTAaON Y CONVOCATO-RECENSIONES DE LBROS RÍAS REVISTA DE REVISTAS RECENSIONES DE LIBROS

REVISTA DE REVISTAS

Director: Antonio Herrero Alean SucrlpcMa Mual pw* IM7

Edita: Secretaria General Técnica — EspaAa 3.300 pu . Minisltrio de Agricultura, Pesca y — Estudiantes 2.S00 pts. Alimentación — Extranjero 4.000 pts.

— Número suelto 1.000 pts.

.SoUciludcs: A travis de librerías especializadas o dirigiéndose al Centro de Publicaciones del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Paseo de Infanta Isabel, n.° I. 28014 - MADRID (ESPAÑA).

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PAPELES DE ECONOMÍA ESRWOLA

ECONOMÍA ANOS 80 Un análisis de los problemas actuales.

TEMAS: •FACTORES

COVTJNTURALES • La caida de los pnckü dd pctróteo. • Tlpm de liiKrís. • Au(t y caida M dólar.

• LAS POUnCAS DE AJUSIE

• Europa: f l «Mbiaie « H n do> década».

• H mercado de mbalo. • Corporaliviiino y

•odedadcML • B (a<u> péMko. • OiKioiiB flical» de los aAos M . • U nforma de la Sc(iiridad Social. • t a prKalüadóa de ta c a s m a • B sMena fluaadcro. » La Hjalai lita de las vailaMia

Números 27-28

• FACTORES INTERNACIONALES

• NUEVOS ENFOQinS DE LA VIDA ECONOMKA

COLABORAN: FACTORES CONVUNTITRALES

R. Centeno: Acenda Internac'ioiuU de la Energía; J. A. Carcta-Durán;

J. Rcqucijo.

• LAS POLrriCAS Dt AJUSTE L. A. Rojo; El Informe üahraKiorf;

V. Pina Díaz; J. Ooldihorpe; W. Slreeck;

J. R. Alvaiez Renduclcs; A. Wilüanky;

E. Fucnio Quintana; R. A. Musgravc; J. Segura;

A. Cucr\o; J. L. Majo tic MtjJina;

J. E. MeaiJc; R. 1. Cíonlun; M. >AfeMzman; J. J. Ttxtbio;

C. Sctiasiíán; E. Malinvaud.

• FACTORES INTERNACIONALES J. Vifláis; J. Muns; Banco Mundial;

i . Requeijo; Susan Slrange; I. R. Cuadrado Roura;

P. Sylos-Latiini.

• NUEVOS ENFOQUES DE LA VIDA ECONÓMICA

J. Irasnna: K. Bninner; A. ArgandoAa; J. L. Raymond;

E. Lucas y T. 1. SarjaH.

• La scoaeija de la oiwta.

^ Cofadtondóa opedal dd premio Nobd de Economb

Fnmco Modidini 9 9

• COLABORACIÓN ESPEOAL

> D prtnio NoM át Ecoaomia. >Uleai<adclcklo«tal. > D ahorro lanNar.

niNMCION PONDO PWU lA M V n n M C W N \ V COOMOMKM V iOCML

" ^ CAÍAS DE AHORROS CONFEOERAOlAS

RUSELES DE ECONOMÍA

ESnUÑÍOLA A A O N H C SMKhpcrtn fMMIMTM » . 17. M y »

[ j NÚHWTOMNHO

• IndiiMot^ddVA

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CUADERNOS DE ECONOMÍA Revista del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en colaboración con el

Departamento de Teoría Económica de la Universidad de Barcelona

Director: Joan HORTALA I ARAU

CONSEJO DE REDACCIÓN

Antonio ARGANDOÑA BJCMIZ, Anna M.* BIRULÉS BERTRXN, Jesús FRESNO LOZANO (secre­tario), Josep PIQUÉ CAMPS, Juan TUGORES QUES

Secretaria: Modest FLUVIA FONT, Ramón FRANQUESA ARTES, M.* Angels CERDX SURROCA

SUMARIO DEL VOL. XIV, NUM. 40 (mayo-agosto 1986)

ARTÍCULOS:

J. M.' ANT(J, Pilar COLL, Carlos MURILLO y Juan ROVIRA: Estudio empírico del impacto de factores sanitarios y no sanitarios sobre el nivel de salud.

Jordi ARCARONS: Automatización en la valoración de la capacidad predictiva en los modelos de series temporales.

Alfons BARCEU) y Julio SÁNCHEZ: Inputs distinguidos y patrones de valor locales. Nuria BosCH ROCA: Incidencia del Impuesto Local sobre la Renta. Jaume PUIG I JUNOY: Gasto Hospitalario y Políticas de Contención de Costes. Miquel PUIG RAPOSO: Teoría del Ciclo Económico. Una revisión.

COMUNICACIONES Y NOTAS:

Juan Francisco CORONA RAMÓN: Límites a la redistribución. José Ramón MARINO CASTRO: índice de paridad y beneficios por explotación

agraria. Roma PERPINYA I GRAU: Razón-Vida en la Economía.

SUSCRIPCIONES

Se dirigirán a la Secretaría de la Revista (J. Girona Salgado, s/n. - 08034 Barcelona -Tel. (93)204 06 00, ext. 284), rigiendo las siguientes condiciones de venta para la sus­

cripción anual:

España Extranjero

Suscripción anual 2.000 ptas. 30 USA S Número suelto 750 ptas. 15 USA f Número atrasado: s.e.

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ANNO LXXVI-SERIE III DICEMBRE 1986 FASCICOLO XII

Rivista di Política Económica Direttore: PAOLO ANNIBALDI

Redattore capo: VENIERO DEL PUNTA

S O M M A R I O

ARTICOLI

Angelo ScoGNAMiGLio: G. Palomba, uno studioso *difficile».

DISCUSSIONI E ATTUALITA

Filippo CESARANO: La teoría della política económica neí ^Dialogues» di Perdí-nando Galiani.

Michele SPALLINO: Sulle cause del differenziale tra í tassi bancari al nord e al sud.

RASSEGNE

Economia e finanza in Italia: PLINIUS: II 1986 é stato l'anno della finanza. Economía e finanza nel mondo: SESTERTIUS: Spesa sacíale e tassi di cambio nei paesi índustríalizzatí. La vita política italiana: HISTORICUS: Clima di atiesa.

Rassegna delle publícazioni economiche (C. CASAROSA-G. COSTA).

ÍNDICE DELL'ANNATA 1986

Direzione, Rédazione, Amministrazione: Viale Pasteur, 6 - 00144 Roma

Abbonamento annuo: Italia: L. 70.000 - Estero: L. 90.000

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REVISTA DE LA INTEGRACIÓN Y EL DESARROLLO DE CENTROAMERICA

Editada bajo el patrocinio del Banco Centroamericano de Integración Económica

Trabajos de investigación económica. Información socioeconómica de la región y de las labores de los organismos regionales. Documentos e instrumentos que forman parte del acervo institucional y teórico del movimiento integracionista. Foro de discusión de los problemas que ha confrontado el proyecto centroame­ricano de integración económica y desarrollo económico equilibrado.

SUMARIO DEL NUMERO 32

I. Presentación.

II. Estabilidad macroeconómica y el sistema financiero: el caso de Honduras. Claudio GoNZjiLEZ VEGA.

III. Selección y diseño de tecnologías para proyectos de inversión. Mario KAMENETZKY.

IV. La demanda de dinero y su aplicación para la conformación de un fondo de reserva de precaución. Frederick J. JIMÉNEZ.

V. Opiniones: «Integración regional: ¿puede reactivarse el Mercado Común Centroameri­cano?». Eduardo LIZANO. «Centroamérica: asistencia económica externa, reformas a las políticas y mer­cados financieros nacionales en recuperación y crecimiento». Claudio GoNZiiLEz VEGA.

VI. Documentos: Declaración de los Bancos comerciales de América Latina sobre el endeuda­miento externo del Continente. Bogotá, Colombia. Noviembre, 1983. Declaración de la Cuarta Reunión de Organismos de Integración y Coopera­ción Económica de América Latina. Antigua Guatemala, Guatemala. Agosto 1983. Compromiso de Santo Domingo. Declaración de los representantes de los je­fes de Estado y de Gobiernos de América Latina y del Caribe. En Santo Do­mingo, República Dominicana. Agosto, 1983.

VII. Intercambio de publicidad.

Suscripción gratuita, dirigirse a:

REVISTA DE LA INTEGRACIÓN Y EL DESARROLLO DE CENTROAMERICA-BCIE Apartado Postal 772, Tegucigalpa, D. C. HONDURAS. C. A.

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CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

ULTIMAS PUBLICACIONES

L. FAVOREU, M. CAPPELLETTI, A. PIZZORUSSO y otros: Tribunales Constitucionales eu­ropeos y derechos fundamentales. Traducción de Luis Aguiar de Luque. 2.800 ptas.

TOMAS RAMÓN FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ: LOS derechos históricos de los territorios fa­roles. Coedición con «Civitas». L400 ptas.

PABLO PÉREZ TREMPS: Tribunal Constitucional y Poder Judicial. Prólogo de Jorge de Esteban. 1.800 ptas.

IGNACIO DE OTTO PARDO: Defensa de la Constitución y Partidos Políticos. 700 ptas. R. SMEND: Constitución y Derecho Constitucional. Traducción de José M.* Beneyto.

2.100 ptas. Tribunales Constitucionales Europeos y Autonomías Territoriales. VI Conferencia

de Tribunales Constitucionales Europeos. Coedición con el Tribunal Constitu­cional. 2.500 ptas.

W. ABENDROTH, B. FORSTHOFF y K. DOHRING: El Estado Social. Traducción de José Puente Egido. 1.500 ptas.

ENOCH ALBERTI ROVIRA: Federalismo y cooperación en la República Federal Ale' mana. 3.200 ptas.

ELIE KEDOURIE: Nacionalismo. Prólogo de Francisco Murillo Ferrol. Traducción de Juan J. Solozábal Echavarría. 900 ptas.

JOSÉ A. FERNÁNDEZ SANTAMARÍA: Razón de Estado y política en él pensamiento es­pañol del Barroco (1596-1640). 2.500 ptas.

ANTONIO GARCÍA SANTESMASES: Marxismo y Estado. Prólogo de Ignacio Sotelo. 2.000 ptas.

CARLOS OLLERO: Derecho y Teoría Política en el proceso constituyente español. 1.400 ptas.

RAMÓN GARCÍA COTARELO: Del Estado del bienestar al Estado del malestar. 1.800 ptas. IAN BUDGE y DENNIS J. FARLIE: Pronósticos Electorales. Traducción de Rafael del

Águila Tejerina. 2.600 ptas. JOSÉ LUIS BERMEJO CABRERO: Máximas, principios y símbolos políticos. 1.800 ptas. JUAN J. LINZ, JOSÉ R. MONTERO y otros: Crisis y cambio: Electores y Partidos en la

España de los años ochenta. 3.200 ptas. JUAN RAMÓN DE PÁRAMO ARGUELLES: H. L. A. Hart y la Teoría analítica del Derecho.

Prólogo de Gregorio Peces-Barba. 2.000 ptas. JESÚS IGNACIO MARTÍNEZ GARCÍA: La teoría de la justicia de John Rawls. Prólogo de

Juan José Gil Cremades. 1.400 ptas. GERMÁN GÓMEZ ORFANEL: Excepción y normalidad en el pensamiento de C. Schmitt.

2.200 ptas. RAMÓN SALAS: Lecciones de Derecho Público Constitucional. Introducción de José

Luis Bermejo Cabrero. 700 ptas. ANTONIO ALCALÁ-GALUNO: Lecciones de Derecho Político. Estudio preliminar de Ángel

Garrorena Morales. 1.600 ptas. JUAN DONOSO CORTÉS: Lecciones de Derecho Político. Estudio preliminar de José

Alvarez Jimco. 900 ptas.

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JOAQUÍN FRANCISCO PACHECO: Lecciones de Derecho Político. Estudio preliminar de Francisco Tomás y Valiente. 1.200 ptas.

FRANCISCO PI Y MARGALL: Las Nacionalidades. Introducción de Jordi Solé Tura. 2.200 ptas.

JOSÉ IGNACIO LACASTA ZABALZA: Hegel en España. Prólogo de Juan José Gil Cremades. 1.300 ptas.

ESPERANZA YÍXAN CALDERÓN: Cánovas del Castillo. Entre la historia y la política. Prólogo de José María Jover. 2.000 ptas.

El camino hacía la democracia (escritos de Joaquín Ruiz-Giménez en «Cuadernos para el Diálogo»).. Estudios y notas del Instituto Fe y Secularidad (dos volúme­nes). 3.600 ptas.

MARIA TERESA BERRUEZO LEÓN: La participación americana en las Cortes de Cádiz (1810-1814). Prólogo de José Luis Abellán. 2.200 ptas.

FRANCOIS QUESNAY y P. S. DUPONT DE NEMOURS: Escritos Fisiocráticos. Estudio pre­liminar y traducción de José E. Candela Castillo. 1.000 ptas.

G. W. LEIBNIZ: Escritos Políticos, II. Estudio preliminar de Antonio Truyol y Serra. Traducción de Primitivo Marino Gómez. 1.300 ptas.

Dos proyectos de organización internacional y europea: La organización europea de Estados, de Bluntschil, y El derecho final del Derecho Internacional, de J. Lo-rimer. Prólogo de Antonio Truyol y Serra. Traducciones de Jaime Nicolás Muñiz y Primitivo Marino Gómez. 1.200 ptas.

PLATÓN: Las Leyes. Edición bilingüe. 2.' edición (dos volúmenes). 2.600 ptas. ARISTÓTELES: Retórica. Edición bilingüe. 3.* edición. 1.400 ptas. VICENTE MONTANO: Arcano de principes. Estudio, crítica y notas de Manuel Martín

Rodríguez. 1.800 ptas. PLATÓN: Critón. Edición bilingüe. 3.' edición. 300 ptas. Pensamiento jurídico y Sociedad internacional. Libro homenaje al profesor D. An­

tonio Truyol y Serra. Dos volúmenes. 6.000 ptas. Política y Sociedad. Libro homenaje al profesor D. Francisco Murillo Ferrol. Dos vo­

lúmenes. 6.000 ptas. LUCÍA MILLXN: La armonización de legislaciones en la Comunidad Económica Eu­

ropea. 3.100 ptas. VÍCTOR FAIREN GUILLEN: El Defensor del Pueblo. Tomo II. Parte especial. 2.500 ptas.

VOLÚMENES EN PREPARACIÓN

JOAQUÍN ABELLAN-GABRIEU OSSENBACH: Liberalismo alemán del siglo XIX. HUGO GROCIO: De iure belli et pacis y de lure Predae. Traducción de Primitivo Ma­

rino Gómez. JOAQUÍN MARÍA LÓPEZ: Lecciones de Derecho Constitucional. Prólogo e Introducción

de Antonio Elorza. FERNANDO LÓPEZ RAMÓN: La caracterización jurídica de las Fuerzas Armadas. NICOLAS DE CUSA: De concordantia catholica o sobre la unión de los católicos. Tra­

ducción de José María de Alejandro. PEDRO CRUZ VILLALÓN: La formación del sistema europeo de control de constitucio-

nalidad (1918-1939). ANTONIO CXNOVAS DEL CASTILLO: Discursos políticos. Recopilación e Introducción de

Diego López Garrido.

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REVISTAS DEL CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

REVISTA DE ESTUDIOS POLÍTICOS

Publicación trimestral

REVISTA DE INSTITUCIONES EUROPEAS

Publicación cuatrimestral

REVISTA DE ADMINISTRACIÓN PUBLICA

Publicación cuatrimestral

REVISTA DE HISTORIA ECONÓMICA

Publicación cuatrimestral

REVISTA ESPAÑOLA DE DERECHO CONSTITUCIONAL

Publicación cuatrimestral

Edición y distribución:

CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

Plaza de la Marina Española. 9 28013 Madrid. ESPAÑA

Diseño: Vicente A. SERRANO

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