resumen periodico

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RODRIGO BORJA Una de mis prisiones políticas Acabo de escribir este artículo en Rep. Dominicana, con ocasión de la invitación que recibí para asistir como testigo al histórico acuerdo entre dos grandes partidos que se habían combatido duramente por 42 años: el Partido de la Liberación Dominicana fundado por Juan Bosch - mi profesor en un postgrado de ciencias políticas- y el Partido Revolucionario Dominicano liderado por mi amigo Peña Gómez, cuya candidatura presidencial proclamamos -en los años 90- Felipe González y yo en un acto de masas en Santo Domingo. He recordado una curiosa experiencia que viví en aquellas tierras.Fui a la capital de Haití a una mesa redonda. Acepté allí la invitación para dictar dos días después una conferencia en la Universidad Dominicana. Pero al tratar de comprar el pasaje la agencia de viajes me informó que sólo había un vuelo semanal, que había salido esa mañana. Decidí entonces viajar por tierra para cumplir mi compromiso académico. Tomé un desvencijado bus de línea haitiano. Eran 15 horas de viaje. Los negritos haitianos entraron llenos de maletas, paquetes y canastos. Yo llevaba una botella grande del famoso ron haitiano Barbancourt, que me habían regalado. Les pedí que compraran Coca-Cola. Y, como buen padre de familia, les repartí tantos cubalibres como alcanzó el botellón. Iban cantando mientras yo escribía en la computadora varios textos de mi Enciclopedia. A las 5 de la madrugada llegamos a la frontera dominicana. Nos obligaron a bajar y presentarnuestros documentos de identidad. Había mucha estrictez allí, por las malas relaciones que tradicionalmente han tenido la Dominicana y Haití, que comparten la isla caribeña. En 1937 Rafael Trujillo, dictador de Quisqueya, mandó abrir fuego y mató 20 000 haitianos en la frontera para evitar que entraran como cortadores de caña. De modo que la inmigración era muy rigurosa. Hicimos fila para presentar nuestros papeles. De pronto, un oficial dominicano me dijo: - ¡Usted está detenido! ¡Baje su maleta! - ¿Por qué me detiene, mayor? - Ya le explicaremos. Y me metieron en una celda de poco más de 1 m². Cinco horas después oí que abrían el cerrojo. Era el mismo mayor. Estaba azorado. - Perdóneme, Presidente; mil perdones por lo ocurrido... - No se preocupe, mayor, Ud. ha hecho lo sensato. El gran problema fue que mi pasaporte -en el que se leía que fui Presidente del Ecuador- se tornó muy sospechoso. Los funcionarios de Migración dominicanos no podían entender que un expresidente viajara en bus. Para ellos la imagen de un Presidente es la de un señor con edecanes, escolta, clarines, abundante séquito. Fui detenido vaya usted a saber bajo qué sospecha: ¿falsificador de pasaporte? ¿terrorista? ¿traficante de drogas? Terriblemente afligido, el oficial me dijo que su Presidente enviaba un auto a recogerme. ¡Pedí que no lo hiciera! Quería seguir el viaje con mis compañeros, que detuvieron el bus por solidaridad.

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Page 1: resumen periodico

RODRIGO BORJA Una de mis prisiones políticas

Acabo de escribir este artículo en Rep. Dominicana, con ocasión de la invitación que recibí para asistir como testigo al histórico acuerdo entre dos grandes partidos que se habían combatido duramente por 42 años: el Partido de la Liberación Dominicana fundado por Juan Bosch -mi profesor en un postgrado de ciencias políticas- y el Partido Revolucionario Dominicano liderado por mi amigo Peña Gómez, cuya candidatura presidencial proclamamos -en los años 90- Felipe González y yo en un acto de masas en Santo Domingo. He recordado una curiosa experiencia que viví en aquellas tierras.Fui a la capital de Haití a una mesa redonda. Acepté allí la invitación para dictar dos días después una conferencia en la Universidad Dominicana. Pero al tratar de comprar el pasaje la agencia de viajes me informó que sólo había un vuelo semanal, que había salido esa mañana. Decidí entonces viajar por tierra para cumplir mi compromiso académico. Tomé un desvencijado bus de línea haitiano. Eran 15 horas de viaje. Los negritos haitianos entraron llenos de maletas, paquetes y canastos. Yo llevaba una botella grande del famoso ron haitiano Barbancourt, que me habían regalado. Les pedí que compraran Coca-Cola. Y, como buen padre de familia, les repartí tantos cubalibres como alcanzó el botellón. Iban cantando mientras yo escribía en la computadora varios textos de mi Enciclopedia. A las 5 de la madrugada llegamos a la frontera dominicana. Nos obligaron a bajar y presentarnuestros documentos de identidad. Había mucha estrictez allí, por las malas relaciones que tradicionalmente han tenido la Dominicana y Haití, que comparten la isla caribeña. En 1937 Rafael Trujillo, dictador de Quisqueya, mandó abrir fuego y mató 20 000 haitianos en la frontera para evitar que entraran como cortadores de caña. De modo que la inmigración era muy rigurosa. Hicimos fila para presentar nuestros papeles. De pronto, un oficial dominicano me dijo: - ¡Usted está detenido! ¡Baje su maleta! - ¿Por qué me detiene, mayor? - Ya le explicaremos. Y me metieron en una celda de poco más de 1 m². Cinco horas después oí que abrían el cerrojo. Era el mismo mayor. Estaba azorado. - Perdóneme, Presidente; mil perdones por lo ocurrido... - No se preocupe, mayor, Ud. ha hecho lo sensato. El gran problema fue que mi pasaporte -en el que se leía que fui Presidente del Ecuador- se tornó muy sospechoso. Los funcionarios de Migración dominicanos no podían entender que un expresidente viajara en bus. Para ellos la imagen de un Presidente es la de un señor con edecanes, escolta, clarines, abundante séquito. Fui detenido vaya usted a saber bajo qué sospecha: ¿falsificador de pasaporte? ¿terrorista? ¿traficante de drogas? Terriblemente afligido, el oficial me dijo que su Presidente enviaba un auto a recogerme. ¡Pedí que no lo hiciera! Quería seguir el viaje con mis compañeros, que detuvieron el bus por solidaridad.

MONSEÑOR JULIO PARRILLA Es hora de la paz

Asíestamos, sometidos a tensiones permanentes que nos arrastran como si fuéramos víctimas de una maldición gitana. Siempre he sentido por Colombia una gran admiración y, al mismo tiempo, un enorme desasosiego… Y siento (siento o deseo, que la cosa no es tan clara) que esta es la hora de la paz. Esta es, sin duda, la convicción y el deseo de todo hombre y mujer de buena voluntad, solidarios con el sufrimiento de las comunidades que han sido y son víctimas de la violencia de los grupos armados, particularmente de las FARC y del ELN.No basta con sentir o desear… Es necesario rechazar cualquier hecho doloroso que siembre muerte y desolación y que, además, lesione la esperanza frente a los diálogos de paz que se desarrollan en La Habana. Las mismas escenas cansonas de las delegaciones entrando y saliendo de la sala de negociaciones, las declaraciones de buena voluntad repetidas hasta el cansancio, mientras el goteo constante de muertos se derrama sobre la mesa, ponen a prueba la paciencia de cuantos quisieran voltear de una vez esta página de la historia. Y es que a lo largo de los diálogos de paz no han faltado provocaciones letales, que han minado la confianza del pueblo colombiano en los diálogos y en la voluntad de los grupos armados de buscar una salida negociada al conflicto. Antes de que se agote la paciencia de unos y otros, se necesitan gestos valientes y audaces en el camino de la reconciliación y de la paz. No es suficiente con

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anunciar un cese temporal de la violencia. Es necesario un compromiso radical y firme a favor del cese de las hostilidades. Matar mientras se habla de paz es una hipocresía que repugna y dinamita la moral del mejor intencionado y hace imposible cualquier acuerdo. Enquistado en La Habana, este largo proceso de paz, permanentemente salpicado por la sangre de las víctimas, hace caer a muchos colombianos y a cuantos, sin serlo, deseamos la paz para Colombia, en la tentación de la desesperanza y de la apatía. Frente a eso, es necesario reafirmar que todos tenemos el derecho y el deber de ser constructores de la paz. Es algo que nos ha recordado el papa Francisco con enorme valor y lucidez: “¡No nos dejemos robar la esperanza!”. Porque este es el riesgo cuando las soluciones se dilatan y las decisiones se difieren… Sería una enorme ingenuidad pensar que podemos promover la paz optando por la violencia, alentándola o siendo, simplemente, indiferentes. Los grandes promotores de la paz, cuantos vivieron y murieron por ella, supieron aunar en un mismo impulso liberador la paciencia activa y el trabajo diario por una causa que siempre parecía perdida… En medio de las dificultades de la vida política, a punto incluso de caer por el precipicio del martirio, vivían con la convicción de que su hora, cualquiera que fuere, era la hora de la paz. Ojalá que Colombia, cercana y hermana, encuentre su hora

GONZALO MALDONADO Cómo desmontar subsidios

En 2012, los subsidios a las gasolinas, la electricidad y el gas sumaron USD 480 mil millones en todo el mundo. Casi la mitad de ese valor fue sufragado en países como Libia, Egipto, Marruecos, Jordania, Siria, Irán e Iraq. Un 20% adicional se gastó en países latinoamericanos como Venezuela. Si una cifra tan gigantesca se destinó a subsidiar, en un solo año, el consumo de un servicio tan indispensable como la energía ¿por qué la pobreza no ha sido eliminada en aquellos países tan desiguales y atrasados? Porque esos subsidios estuvieron mal diseñados. Beneficiaron, sobre todo, a quienes menos lo necesitaban y produjeron, por tanto, serias distorsiones: contrabando, desperdicio de energía, pérdidas a los Estados que financiaron ese tipo de subsidios, daños medioambientales, entre otras. Mucho mejor hubiera sido que aquella colosal suma de dinero –¡480 mil millones de dólares, en un solo año! – se hubiera invertido en salud, educación, investigación científica o desarrollo tecnológico. Pero no: los afanes populistas siempre son más fuertes en países con instituciones débiles o inexistentes. Ecuador no ha sido la excepción. Entre 2007 y 2014, el régimen actual destinó nada menos que 20 300 millones de dólares a subsidiar las gasolinas y el gas solamente. Al igual que en Oriente Medio y el norte de África, aquel dinero –un promedio de 2 500 millones de dólares por año– no llegó a los ecuatorianos más desprotegidos que, se nos había dicho, eran la razón de ser de este Gobierno, sino a los contrabandistas y a las clases medias altas y altas. Por la crisis que vivimos, el Ejecutivo ha decidido eliminar parcialmente aquellos subsidios. La medida no provocará grandes rendimientos en términos de liquidez, precisamente porque el precio del petróleo es bajo. Sin embargo, es una señal en la dirección adecuada. Para que esta medida produzca efectos positivos en el mediano plazo –y no sea revocada por el primer populista de turno que nuevamente le dé por malgastar plata– tiene que enmarcarse en una estrategia global de uso eficiente de la energía. Como primer paso hay que fijar una fórmula que ate el precio de los combustibles al precio internacional del crudo ecuatoriano. Un segundo paso –igualmente clave– será entregar el subsidio a quienes verdaderamente lo necesiten. Hay varias modalidades de focalización y varias vías de hacer llegar ese subsidio. La más eficiente parece ser la entrega de una suma específica de dinero en efectivo. También habrá que publicar las cifras de aquel subsidio: cuánto cuesta, cómo se lo financia y quiénes son sus beneficiarios. Esos valores deberán estar claramente registrados en las cuentas públicas. Y algo más: los ecuatorianos deberemos entender que los subsidios no son regalos que recibimos sino pérdidas que asumimos.