resistiendo en los barrios

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    R ESISTIENDO EN LOS BARRIOS

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    Resistiendo en los barrios.Acción colectiva y movimientos sociales en el

    Área Metropolitana de Buenos Aires

    Maria Cristina Cravino(editora)

    Universidad

    Nacional de

    General

    Sarmiento

    Tomas Calello, María Cristina Cravino, Virginia Manzano,Viviana Moreno, María Rosa Neufeld, Marcelo Ribero y Marcela Woods

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    © Universidad Nacional de General Sarmiento, 2007J.M. Gutierrez 1150, Los Polvorines (B1613GSX)Prov. de Buenos Aires, ArgentinaTel.: (54 11) 4469-7578 [email protected] www.ungs.edu.ar/publicaciones

    Diseño y Diagramación: Departamento de Publicaciones - UNGS

    ISBN: 978-987-24046-0-4Hecho el depósito que marca la Ley 11.723Prohibida su reproducción total o parcialDerechos reservados

    Cravino, María Cristina  Resistiendo en los barrios : acción colectiva y movimientos so-ciales en el Area Metropolitana de Buenos Aires / María CristinaCravino ; Tomás Daniel Calello ; Virginia Manzano ; edición lite-raria a cargo de: María Cristina Cravino - 1a ed. - Los Polvorines: Univ. Nacional de General Sarmiento, 2007.  188 p. ; 21x15 cm.

    ISBN 978-987-24046-0-4

      1. Movimientos Sociales. I. Calello, Tomás Daniel II. Manza-no, Virginia III. Cravino, María Cristina, ed. lit. IV. Título  CDD 303

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    Índice

    Introducción ...........................................................................................................9

    Entre la hiperinflación y la devaluación: “saqueos” y ollas populares enla memoria y trama organizativa de los sectores populares del GranBuenos Aires (1989-2001) / María Rosa Neufeld y María Cristina Cravino ......13

    Desenhebrando la construcción de una ONG social /Viviana Elizabeth Moreno ....................................................................................39

    Modalidades y límites de la intervención de la Iglesia Católica en conflictossociales territoriales. De la mediación a la confrontación en la diócesis deQuilmes / Marcela Woods ....................................................................................77

    Del desocupado como actor colectivo a la trama política de ladesocupación. Antropología de campos de fuerzas sociales /Virginia Manzano...............................................................................................101

    Ideología y acción colectiva del Movimiento Piquetero y su relacióncon las políticas sociales asistenciales. Un análisis de caso en el

     Noroeste del Conurbano / Marcelo Ribero ........................................................135

    Despojamiento de la fuerza de trabajo: el cuerpo cartonero comomanifestación política en la ciudad / Tomás Calello .........................................167

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    Introducción

    Es un lugar común hacer referencia acerca de la emergencia de nuevos

    actores sociales en la Argentina pre-crisis y estallido social que se cristalizóen las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001. Estos actores sociales, quemuestran su carácter político más claramente con el correr del tiempo, se vin-culan a las modificaciones estructurales del país, que generaron porcentajes dedesocupación que superaron el 20% (situación inédita e impensable en otrosmomentos) y a un proceso de crisis de representación de los partidos políticos.En este contexto la constitución de dos actores sociales fueron paradigmáticos:los piqueteros que enunciaron una nueva cartografía social en el Gran BuenosAires (aunque menos perceptible también en la Ciudad de Buenos Aires) y lasasambleas barriales, particularmente visibles en la Ciudad de Buenos Aires yen menor medida en la periferia. Estas experiencias se constituyeron en marcasen la memoria colectiva y en formas de experiencia formativa.

    Creemos que es bueno hacer el ejercicio de analizar algunos indicios his-tóricos que marcaron las formas de realizar acción colectiva por parte de lossujetos que sufrieron en carne propia, más que nadie, las crisis y comprender, por ejemplo, cómo el fenómeno de los saqueos derivó en otras expresiones deorganizaciones sociales. Por otra parte, debemos despejar el peligro de reificarestos actores, ya que se encuentran permanentemente en mutación y en movi-miento en una dialéctica con las coyunturas (Tarrow –1994– diría en la estructurade oportunidades políticas). Por esta razón es fértil el diálogo con el análisis deotros actores colectivos también relevantes como los cartoneros, símbolo delas nuevas formas de ocupación para salir de la crisis, considerada por algunos“rebusque” y por otros “trabajos” (Perelman, 2007) y un actor que aparece mássilenciosamente, pero que se encuentra involucrado (alentando o frenando) enlas formas de acción colectiva del Gran Buenos Aires, pero también en la CiudadCapital (en esta última particularmente en las demandas o reivindicaciones delos grupos villeros): la Iglesia Católica. Esta iglesia no es monolítica, sino quecobra diferentes per files en el Área Metropolitana de Buenos Aires. En la zonanorte podemos decir que adquiere un carácter más paternalista, a diferencia dela zona sur donde, desde ya hace varias décadas, expresa un compromiso con

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    las luchas sociales, pero éste tiene límites ideológicos, tal como lo demuestraWoods (en esta compilación). En la zona oeste, por su parte, se acerca más aun posicionamiento de la iglesia del sur, pero de forma algo más moderada.Las ONGs son los actores protagonistas durante los ‘90, pero siguen siéndolohoy, de la gestión de numerosos programas sociales, a los que se les sumaronmás recientemente las organizaciones piqueteras. Su rol no es neutro y tampocoes neutro su involucramiento en cuanto a los impactos internos que derivande estas prácticas. Sobre estos actores, su conformación, sus metamorfosis yentramados en los que se insertan trata el presente libro. Son protagonistas deuna ciudad metropolitana dinámica, rutinaria cotidiana y disruptiva a la vez ylos trabajos intentan articular ambas caras de la realidad social.

    Lo que tienen en común todos los trabajos de esta compilación es que par-ten de la articulación concreta en la realidad social del Área Metropolitana deBuenos Aires de las condiciones estructurales y las prácticas cotidianas, es decir,un encastre de los niveles microsociales y macrosociales de la acción colectiva.Allí, en este punto hay resistencias ruidosas o silenciosas, locales o de alcancenacional, pero que encuentran límites certeros: los controles del Estado en las políticas sociales frente a la autonomía, los controles policiales en las apropia-ciones de bienes y residuos frente a la resolución de las necesidades urgente, laresistencia ideológica. El micro análisis, a partir del trabajo empírico, permitecapturar ese nivel el punto justo donde es visible tanto lo cotidiano como lodisruptivo, donde la reconstrucción de la génesis hace comprensible las prácticasde los actores del sector popular, con sus resistencias a las condiciones estruc-turales, pero a la vez con su inercia, con la consecuencia en los cuerpos, con el bagaje de una experiencia formativa, que parece desaparecer, pero que emergeen el momento indicado o menos esperado, que articula trayectorias y tradicionesdiversas, que captura la síntesis relacional de prácticas y repertorios.

    Todos los trabajos presentados se sustentan en trabajos empíricos de inves-tigación, pero buscan pistas para iniciar análisis que comprendan las prácticascotidianas, entramados relacionales, en relación con las formas organizativasde estos nuevos actores sociales de la Argentina contemporánea, constituidoscomo campos de disputa de poder e ideológicas. Sólo en esta trama puede sercomprendidas las acciones colectivas o la constitución de movimientos sociales.

    De esta forma, comparten también una construcción de los sujetos colectivosque pretende captar su aspectos multiformes y dinámicos, escapando a la formasde radiografías que tipifican estos actores y a veces deshistorizan sus prácticas.Muestran como falsa la dicotomía entre la lógica de las estrategias de vida y delas acciones reivindicativas, sino que por el contrario se encuentran imbricadas,ensambladas. Por lo tanto, proponen una relectura de los enfoques clásicos de

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    los movimientos sociales y la acción colectiva y de los sujetos/actores de estas prácticas, al momento de pensar experiencias locales.

    El libro está organizado con la siguiente secuencia. En primer lugar, se presenta un trabajo que compartimos con María Rosa Neufeld que aborda unaindagación sobre la memoria de los saqueos del 1989 en vísperas del estallidode diciembre del 2001 y los significados de metáfora y horizonte de posibilidadque tienen para sus protagonistas y como estos relatos se encuentran entrela-zados como germen de organizaciones barriales que perduraron en el tiempo,tales como comedores y guarderías. A su vez, desnuda cómo los saqueos del1989 y 1990 se convirtieron en expresiones de experiencia formativa que esresignficada y puesta en acto en el año 2001.

    Viviana Moreno expone las tensiones que se suscitan dentro de la red queconforma una ONG que nuclea a diferentes comedores/guarderías u otro tipode centros que aportan contención material y social a grupos vulnerados. Estaorganización puede ser cualquiera en el mapa del Gran Buenos Aires (el ejerci-cio de poder al interior de la organización va en detrimento de la pretensión dela misma de ser una ONG horizontal). La perspectiva del poder es negada poresta organización, ya que se plantea y se define a sí misma como horizontal yentonces la autora muestra cómo los programas sociales introducen formas degestión que entran en colisión con las formas de poder que desean desarrollary reproducir.

    Por su parte, Marcela Woods reconstruye y analiza cómo en el Municipio deQuilmes la Iglesia Católica participa y apoya las luchas sociales que desplieganlos pobladores, tanto en la disputa por el acceso al suelo urbano como por eltrabajo en organizaciones de desocupados. Analiza la ideología que sustentaeste compromiso y la forma en que el mismo muestra límites que plantea dile-mas morales a los miembros de la institución y en donde la jerarquía de poderestructura estos límites.

    Seguidamente, Virginia Manzano propone descentrar la preocupaciónmayoritaria por el sujeto de protesta o el actor colectivo para indagar sobre lastramas relacionales que configuraron un espacio social de disputa en torno ala desocupación. La trama de significados de estos sujetos se construye en unespacio social donde la desocupación se fue definiendo como problema en un

    entramado relacional en el que se destacaron experiencias previas de ocupaciónde tierras, prácticas religiosas inscriptas en Comunidades Eclesiales de Base yestrategias sindicales. Abre una nueva mirada sobre un fenómeno ampliamen-te estudiado. Ésta permite captar las complejidades de la construcción de lossujetos colectivos y recusar simplificaciones apresuradas.

    Por su parte, Marcelo Ribero desentraña la relación ideológica construidaentre miembros de organizaciones piqueteros que se constituyen en receptores,

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    definidos por los programas sociales como “beneficiarios” y sus dirigentes.Propone un análisis sobre las miradas de estos sujetos sobre su situación dentrode los movimientos piqueteros y muestra las cotidianidades de las gestionesde programas asistenciales en el marco del concepto del clientelismo y la per-cepción de la situación y su posición de estar constantemente “en expectativa” para poder acceder a los recursos estatales.

    Tomás Calello se plantea una aproximación conceptual e interpretativa alas respuestas organizativas y políticas que ofrecen los cartoneros/recicladoresurbanos a su situación medioambiental, entendiéndolas básicamente a partirde sus condiciones de vivienda y laborales. Sin embargo, su lectura se trazainterrogantes en cuanto a esta experiencia como dimensiones de su existenciasocial, política y cultural en la ciudad. De esta forma busca adentrarse en lascausas estructurales de su expoliación y propone lecturas novedosas de estacondición de desposesión y de trabajo. Por su parte, analiza la incidencia delas políticas que tienden a la cooperativización, pero encuentran límites a partirdel sujeto con los que trabajan.

    Es oportuno señalar que estos textos conforman un grupo de lecturas quese proponen a los alumnos de la materia Actores y procesos de las políticassociales de la carrera de la Licenciatura de Política Social del Instituto delConurbano-UNGS. Estos trabajos interpelan al rol de Estado en relación conactores sociales pre-constituidos o constituidos por las acciones del mismo.Exponen casos diversos, pero que muestran las tensiones de muchas organi-zaciones en relación al Estado o sobre las que pesan las formas de demandar,que se encuentran en constante mutación, pero en una Argentina, que cambió para siempre, que no puede volver al pasado, en una región que fue una de lasmás castigadas por la crisis.

    María Cristina CravinoLos Polvorines, Julio 2007

    Bibliografía

    PERELMAN, Mariano (2007): “¿Rebusque o trabajo? Un análisis a partir delas transformaciones del cirujeo en la Ciudad de Buenos Aires”.

    TARROW, Sydney (1994) El poder en movimiento. Los movimientos sociales,la acción colectiva y la política. Alianza Universidad. Madrid

    TILLY, Charles (2000) “Acción colectiva”. En: Apuntes de investigación Año IV Nº 6 noviembre de 2000. Secyp, Buenos Aires

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    Entre la hiperinflación y ladevaluación: “saqueos” y ollas

    populares en la memoria y tramaorganizativa de los sectores popularesdel Gran Buenos Aires (1989-2001)1

     María Rosa Neufeld 2 y María Cristina Cravino3

    Introducción

    En este artículo, nos interesa referirnos a una preocupación que surgió a partir de las entrevistas que realizamos en los años 2000 y 2001, en el curso denuestra investigación,4 con habitantes de asentamientos del Conurbano Bonae-rense. En las mismas, nuestros interlocutores hacían referencia recurrentementea los saqueos y ollas populares ocurridos una década atrás en un contexto dehiperinflación. Esto motivó una serie de preguntas que intentamos responder:¿Por qué se evocaban con tanta fuerza hechos que tuvieron una característicanotable: convirtieron a sujetos anónimos en protagonistas de situaciones locales

    1 Una primera versión de este capítulo fue presentada como ponencia en la IV Reunión de Antropólogosdel MERCOSUR entre el 11 y 14 de noviembre del 2001 en Curitiba y luego publicada en la Revistade Antropología, Vol. 44 Nº 2, del Departamento de Antropología de la Faculdade de Filosofia , Letrase Ciencias Humanas de la Universidade de Sao Paulo en diciembre de 2001.2 E-mail: [email protected]. Facultad de Filosofía y Letras, UBA.3 E-mail: [email protected] o [email protected] Este artículo es producto de un trabajo de investigación que se desarrolló en el Área Condicionesde Vida y Políticas Sociales del Instituto del Conurbano de la Universidad Nacional de General Sar-miento.

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    que no se han olvidado, pero que al tiempo que sucedían en barrios puntuales,se repetían simultáneamente en otros espacios, principalmente en las importan-tes conurbaciones de Buenos Aires y Rosario?5 ¿De qué manera estos hechosconstituyeron una experiencia formativa? ¿Cómo vinculaban los habitantes deestos barrios su situación actual –caracterizada por porcentajes altísimos dedesempleo y el retiro de los planes sociales por parte del Estado– 6 con estoshechos que se construyen en los relatos como un momento fundamental enla historia de sus barrios? ¿Qué relación tienen las organizaciones sociales presentes con las formas de respuesta a la crisis de hiperinflación de finales delos ‘80? Finalizamos con algunas reflexiones con el objeto de comparar conlos hechos similares ocurridos en diciembre del 2001, para lo cual realizamosalgunas entrevistas adicionales y analizamos la información aportada por losmedios de comunicación impresa.

    En la década del 80 en el Área Metropolitana de Buenos Aires emergió unnuevo fenómeno que transformó los procesos de urbanización de la ciudad: lastomas de tierras o “asentamientos”. Éstos mostraron nuevas conflictividadesen torno de la ocupación del espacio urbano, producto de las transformacionesestructurales del mercado y del Estado. A su vez, dentro de ellos se construyerontramas organizativas con el objeto de intentar superar su condición de ilegalidad –en cuanto a la tenencia de la tierra– y sus precarias condiciones de vida.

    Buscando responder a los interrogantes formulados anteriormente, ana-lizamos entrevistas realizadas a pobladores de dos asentamientos de la zonanoroeste de Buenos Aires, específicamente de San Miguel y José C. Paz, y lascomplementamos con datos hemerográficos (diarios nacionales y locales).7 Estosdos distritos forman parte del aglomerado urbano denominado Gran BuenosAires, conformado por la ciudad homónima y 24 municipios que la rodean.Ambos barrios se encuentran ubicados a una distancia aproximada de 35 km.del centro de la Ciudad de Buenos Aires. Ellos, junto al actual distrito de Mal-vinas Argentinas, constituían hasta 1995 el Municipio de General Sarmiento.San Miguel cuenta aproximadamente con 250.000 habitantes y José C. Pazcon 215.000.8 Se trata de dos municipios con características sociodemográficasdistintas: el primero alberga, particularmente en la localidad de Bella Vista, asectores con niveles de ingreso medio-alto, su centro está habitado por sectores

    medios, mientras que en espacios periféricos (algunos de ellos a la vera delRío Reconquista) se asienta población de escasos o escasísimos recursos; el

    5 Ver, por ejemplo, VVAA, 1999.6 Nos referimos a los últimos meses del gobierno radical del Dr. Fernando De La Rúa.7 El archivo hemerográfico de 1989-90 fue confeccionado por María Rosa Silva.8 Los datos estadísticos que aportan cifras desagregadas por municipios son los proporcionados por elCenso de Población y Vivienda realizado por el INDEC (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos)de 1991.

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    segundo presenta una composición más homogénea, contando con una porciónminoritaria de sectores de condición socioeconómica media en el centro de laciudad y amplios sectores con población de escasos recursos prácticamente entodo el resto de su territorio.

    En el Gran Buenos Aires, la crisis económica actual (que tiene su origen amediados de la década del 90) afectó de forma diferencial a los distintos muni-cipios, contándose los distritos analizados entre los que presentaban los índicesmás acuciantes. A modo de ejemplo, podemos mencionar que en mayo de 1997mientras que el índice de desocupación para todo el Gran Buenos Aires era de17,1%, en José C. Paz ascendía a 24,3% y en San Miguel al 21,4% (Kohan yFournier, 1998).

    Los saqueos “históricos” ocuparon sólo un período corto de tiempo: unosdías de fines de mayo/principios de junio de 1989 y otros en 1990. A simplevista pueden ser tomados como un episodio más de protesta, sólo recordado porla magnitud (tuvieron lugar en casi todos los grandes conglomerados urbanosdel país, aunque se manifestaron con particular fuerza en el Gran Rosario y elGran Buenos Aires) y por la conmoción y miedo que provocaron en el ánimode todos.

    Sin embargo, consideramos que fueron mucho más que un episodio fugaz.Constituyeron un punto de quiebre en dos sentidos: por un lado, marcaron laantesala de la Reforma del Estado, ya que ésta se legitimó con el argumentode la crisis a la que los saqueos contribuyeron como imagen fantasmagóricade la hiperinflación; por el otro, los saqueos dejaron huellas que no quedaronsólo en la memoria como hechos singulares, sino que fueron el comienzo de laconstrucción de toda una trama organizativa barrial tendiente a la resolución dela vida cotidiana. Cuando finalmente los ansiados víveres llegaron a los barrios –producto de los saqueos o de los apresurados aportes de particulares y el Es-tado–, se organizaron una multiplicidad de ollas populares. Éstas se recuerdancomo el origen de comedores y guarderías actuales.

    En el momento en que realizamos nuestro trabajo de campo (años 2000 y2001), a doce años de los episodios, la población en general no tenía el mismoregistro de esta contracara de los saqueos – las ollas–  que el recuerdo que guar-dan sus partícipes. Convenimos con quienes sostienen que “cada forma social

    viva es historia acumulada, rearticulada. Hacer inteligible el presente requiere buscar en el pasado el sentido de esas huellas” (Ezpeleta y Rockwell, 1983).Concordantemente, Bosi (citado en el trabajo de James que reconstruye loshechos del 17 y 18 de octubre de 1945) afirma: “la memoria no es nunca, pues,una evocación pura y espontánea de los hechos o experiencias del pasado, talcomo realmente sucedieron o como originalmente se los vivenció: implica un proceso permanente de elaboración y reeelaboración de acontecimientos que

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    tuvieron importancia pública y política, que siempre entrañan (...) una lecturasocial del pasado en los ojos del presente” (James, 1995:104-5).

    Aunque no fue fácil seguir en los barrios los indicios de estas historias noescritas, hay pistas que permitieron establecer algunas conexiones: en primerlugar, la experiencia organizativa de las tomas de tierras; en segundo lugar,el contenido contradictorio de los recuerdos de nuestros interlocutores, queremitieron a un momento de fuerte unidad en el barrio y una situación de grandesesperación por la falta de medios para la subsistencia; en tercer lugar, laforma en que pasado y presente se unen para describir la situación en los años2000 y 2001 de estos barrios, concretándose en organizaciones que surgieroncomo respuesta a la hiperinflación y aún hoy persisten.

    Los saqueos desde la reconstruccion a partir de diarios yentrevistas9

    Revisando periódicos, buscando bibliografía, reconstruimos ese momentoen que Rosario y el Conurbano Bonaerense (especialmente la zona en quetrabajamos) compartieron las primeras páginas de los diarios. Es interesante,inclusive, la posibilidad de confrontar “los hechos” tanto como los análisis, dadoque existe una publicación rosarina10 de 1999: “A diez años de los saqueos enRosario – crisis social, medios y violencia” en la que historiadores, antropólogos

    sociales, investigadores en medios de comunicación y periodistas reconstruían,a partir del registro hemerográfico y entrevistas a participantes, los episodios de1989 en esa ciudad. Al mismo tiempo, ensayaban distintas interpretaciones quese inscriben en las líneas inauguradas por Rudé, Hobsbawn y E.P. Thompson.

    Entre estos artículos, “El Rosariazo del hambre” de Nora Arias y GloriaRodríguez (en: VV.AA.,1999) se inscribe en la tradición de los estudios sobremovimientos sociales. Permite contextualizar estos eventos, no sólo en la es-calada hiperinflacionaria que acompañó a la finalización del gobierno de RaúlAlfonsín, sino en términos internacionales, dado que a partir de 1983 huboantecedentes en Brasil, en San Pablo y Río de Janeiro, así como en Sudáfrica,

    9 El corpus hemerográfico con el que trabajamos está integrado por las ediciones de los últimos díasde mayo y la primera quincena de junio de 1989 de Página/12 (de circulación nacional), del PeriódicoPueblo (editado por la Unidad Popular y de circulación en el entonces municipio de General Sarmiento),dos números – de junio y julio de 1989 de la revista de la Asociación Comercial y una serie de dieznúmeros del diario local La Hoja de San Miguel, editados en 1999 (a diez años de los saqueos), asícomo artículos de 1989 de La Prensa, Crónica y La Nación.10 Nos referimos a Crisis social, medios y violencia. A diez años de los saqueos en Rosario, VV.AA,CEHO, CECYT, CEA-CU, Universidad Nacional de Rosario, 1999.

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    Guadalupe, Gran Bretaña y en el mismo año 1989 –cuatro meses atrás–, el“caracazo” se había cobrado 500 muertos en Venezuela.11

    Por su parte, Edith Cámpora en otro de los artículos, “Una mirada antro- pológica hacia los saqueos (diez años después)”, los caracterizaba como “unepisodio sociopolítico recortado temporo espacialmente, en el que es posiblevisualizar la condensación de situaciones de un contexto social, político y eco-nómico que lo trasciende. Episodio que puede ser analizado bajo la perspectivade drama social”.

    En el trabajo de campo, fuimos constatando cotidianamente que los habi-tantes de los asentamientos conocían y estaban pendientes de las movilizacionesque, por razones similares, se realizan en otros lugares del país, a pesar de queestas personas, en gran medida desocupadas, pasan la casi totalidad de sus vi-das en estos asentamientos y zonas aledañas, y poseen sólo recursos limitadosde comunicación (radios y televisores de modelos obsoletos). Un entrevistadodemostraba su preocupación: “Se están palpando situaciones como lo que estásucediendo en Salta y están todos a la expectativa que es lo que va a pasar enSalta, si en Salta sale bien bueno se sabe ya que Jujuy habrá agarrado la manijaJujuy, ahora está Córdoba también, está Navarro, también y están todos comoquien dice, creando de a poquito, poquito levanta viento a niveles sociales y seestán creando respuestas, pequeñas respuestas pero dentro de las necesidades,es mucho. Y esperemos que no llegue a estos sectores así como digo yo somoslos más marginados”...

    Sería ingenuo suponer que los diarios de la época nos cuentan “los hechos”.Sin embargo, es posible reconstruir –a partir de esas páginas en las que los títu-los van guiando nuestra mirada y nuestra comprensión– una serie de relacionessignificativas, contrastables con los registros de campo. Sírvannos de ejemplo lossignificativos títulos de Página/12: “Desde el abismo”, “La miniguerra civil”,“la guerra de los machetes”, “La batalla de las góndolas” (junio de 1989).

    En estos artículos es posible rastrear las categorías con las que los perio-distas reconstruyen y otorgan sentido a estos episodios. En algunos casos, hayun esfuerzo importante de conceptualización y análisis, que –al tiempo que se producen los sucesos–, se aplica a contextualizar el uso que se hace del término“saqueo”:

    “En el principio fue el verbo saquear, que de este lado de la frontera estárelacionado con delincuencia, con hordas y con gente de una raza diferente.Lo usan, por ejemplo, esos pequeños comerciantes que en minutos vieronarruinados años de esfuerzos.(...) En otro escalón el verbo saquear es rei-

    11 En ocasión de la presentación de nuestra ponencia ante la IV Reunión de Antropología, Curitiba,Brasil, noviembre de 2001, que antecede a este capítulo, conocimos un análisis de los saqueos en lahistoria reciente de Fortaleza, en el estado de Ceará, realizado por Frederico de Castro Neves (2000).

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    terado por los grandes comerciantes, la policía, los militares, los políticos,y hasta los izquierdistas. Algunos lo repudian, otros lo justifican”, SergioSciancaglini, Página/12, “Desde el abismo” (4 de junio de 1989).Según estos diarios, el 30 de mayo de 1989 se registraron hechos de tensión

    en el Gran Buenos Aires, que incluyeron concentraciones de vecinos y comer-ciantes que derivaron en el Municipio de La Matanza en enfrentamientos conla policía. En San Miguel, la policía informó haber detenido 268 personas porhaber robado mercaderías en dos supermercados. Entre los detenidos figuraban120 menores, y se destacaba que se utilizaron vehículos incautados al transporte público de pasajeros para transportar las mercaderías.

    El día siguiente, (31 de mayo de 1989), en otra nota del mismo diario, seconsidera que estos hechos pasaron “a tomar la posta desplazando a Rosarioen lo que hace a la gravedad de los disturbios que se iniciaron en el fin desemana”; se estimaba (Carlos Álvarez, ministro del gobierno bonaerense)que “un 80 por ciento de las personas que saquean supermercados tienen ungenuino problema social o directamente hambre, un 15 por ciento se componede activistas de distintos partidos políticos (...) y el cinco por ciento restante pertenece a sectores que buscan la desestabilización del sistema” (militantesde izquierda y carapintadas).12

    En San Miguel se registraron cinco muertos, y unas 15 personas heridas deconsideración.13 Según el ministro de gobierno, habían actuado bandas armadasque “incluso portaban ametralladoras. Las responsabilizó por el asesinato amansalva de un colectivero que se negó a colaborar en los saqueos (...) Aunquelos hechos fueron aislados, tuvieron su epicentro en San Miguel, partido deGeneral Sarmiento y Moreno... Los problemas más graves se registraron enGeneral Sarmiento, donde murió un pequeño de nueve años por un disparo en lacabeza. ¡Hay una franja de tres kilómetros donde ya no hay nada que saquear!,reconoció el intendente del partido, Eduardo López, al tiempo que anunciabala implementación de comedores populares ‘para que la gente no responda alos activistas, que la llevan engañada’”.

    Una integrante del equipo de investigación, cuyo hogar se encontraba enesos años muy cercanos al centro de los episodios, recordaba que “ese extrañodía, la geografía había cambiado, como así también las relaciones entre los

    vecinos de la cuadra. En la ruta, justo en la desembocadura de La Equidad, losdos mayoristas de alimentos tenían sus persianas a medio cerrar. Hombres ymujeres salían en forma desordenada con paquetes de fideos, de harina y con

    12 Durante los gobiernos de Raúl Alfonsín y Carlos Menem, hubo alzamientos militares cuyos prota-gonistas fueron denominados “carapintadas”, haciendo alusión a los camuflajes bélicos.13 Médicos del Hospital Larcade, de San Miguel, nos relataron aquellos momentos, afirmando queese nosocomio se convirtió “en hospital de campaña”, atendiendo a los heridos en los enfrentamientosy saqueos.

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     botellas. En el medio de la ruta, unos hombres quemaban las estanterías dellocal, mientras otros, con sus torsos desnudos, las acercaban y las estrellabancontra el asfalto.”

    Ya el día 2 de junio, los informes periodísticos (Página/12, 2/6/89) podíanapreciar que el clima de convulsión había disminuido. Ahora, el problema erael desabastecimiento, que llegó a afectar la distribución de alimentos gratuitainiciada, entre otros, por los municipios. A todo esto, comenzaban a multiplicarselos comedores y ollas populares.

    El gobierno había declarado el estado de sitio; sin embargo, los habitantesde los barrios La Paz, José C. Paz y Vucetich de General Sarmiento “reclamabanaún ayer mayor protección policial en horas de la noche, ya que de madrugadano se puede salir a trabajar por los asaltos”.

    El accionar de la policía, en el momento siguiente (3/6/89) se concentrabaen el intento de recuperación de las mercaderías sustraídas y en la detención delos supuestos culpables así como de los “activistas”. En San Miguel (Página/12,3/8/89) “fueron secuestradas 400 botellas de vino, 600 gaseosas, jabón en polvo,fideos, 20 kilos de quesos y comestibles. En otros lugares se secuestraban es-copetas, revólveres, bombas molotov. Y se detuvo a un grupo de once personasque los vecinos denunciaron por cobrarles protección”. 

    Los saqueos habían generado un clima de “miniguerra civil”, titulabaPágina/12 el día 4 de junio. Ya no había saqueos, ni quedaba mercadería de laque apropiarse. Pero rumores persistentes aseveraban que unos barrios avan-zarían contra los otros. Ya el objetivo no sería incautar las mercaderías de loscomercios, sino las propiedades de los vecinos.

    La prensa del momento, al igual que nuestros entrevistados, no tenía dudasacerca de quiénes idearon y fogonearon el miedo: “Los distintos uniformes delos “ejércitos” fueron acordados con la policía “para no confundirlos a ustedes”le decían a cada barrio “con los que vengan a saquearlos”. La hipótesis funcio-naba por un pequeño detalle: todos sabían que ya no había supermercados nicomercios sin saquear, por lo que la amenaza se volvía contra cada casa y cadarancho. El origen del rumor es confuso. Se habla de activistas de partidos deizquierda, pero un vocero policial admitió que “nosotros no desmentimos elrumor porque nos convenía que cada uno se quedara en el barrio, cuidándolo,

     porque de paso reducíamos el riesgo de que salieran todos otra vez a saquearcomercios”. El periódico concluía señalando que, finalmente, la miniguerra civilse había diluido, y destacaba el quiebre en lo cotidiano, las pérdidas materiales yhumanas, y cómo las vivían los participantes: “El rumor de la guerra, sin embar-go, fue lo suficientemente fuerte para que todos se quedasen en las barricadas yen las esquinas para evitar sorpresas. El efecto perverso de esta guardia fue quelos hombres además de no comer, no dormían (...) El otro efecto fue que nadie

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    iba a trabajar, perdiendo sus jornales. Sin dinero, sin comida, sin descanso, sin paz, los hombres de las barricadas disimularon sus armas por orden policial,y se quedaron comentando el saldo de la semana: “Tuvimos cuatro muertossolamente aquí, en San Miguel”.

    Recordaba nuestra colega: “Día de rumores, de caos, de histeria colectiva.Ahora se sabía que los pobres, además de existir (realmente) podían saquear yque también tenían armas de fuego, como lo había evidenciado la espontáneadefensa erigida en los barrios del fondo, donde según se comentaba, un tiposalió co una ametralladora montada sobre un trípode (...) A diferencia de lossaqueos recientes (año 2001) no recuerdo que hubieran sido afectados comer-cios pequeños”.

    Los dos barrios a los que nos referimos habían surgido pocos años antesque los saqueos. Todos los entrevistados coincidían en evocar la historia deconstitución de los asentamientos y sus primeras organizaciones, surgidas como“comisiones internas” o “vecinales”, con diferencias en cada caso. Compar-tían objetivos, como abrir las calles y ubicar a cada familia en su lote, lo cualimplicaba realizar toda una secuencia de acciones colectivas. Se recordabacon detalle la intensidad de las interacciones y la división de tareas entre losvecinos con el fin de resolver su vida cotidiana en condiciones habitacionalesextremadamente precarias y encarar así su transformación en “barrio” al estilode los que rodeaban a las tierras tomadas.

    Como dijimos, los relatos acerca de lo ocurrido en los años ‘89 y ‘90 surgenespontáneamente en las entrevistas para explicar, comparar o comprender el presente en los años 2000 y 2001. Sin embargo, esta reconstrucción no adquiereun carácter homogéneo o unidireccional, por el contrario, presenta una elabora-ción del pasado que muestra sentidos contradictorios, casi dicotómicos.

    En primer lugar, los hechos ocurridos en esos meses de 1989 y 1990 son presentados como un momento de confusión. Esto surge a partir de la dis- persión de los rumores, que luego analizaremos, y de la sensación de no saberquién era quién y qué sucedía en el exterior del barrio (que era vivido comoun espacio de peligro). Estos recuerdos emergen a la memoria como vivenciasde angustia y simultáneamente, algo de “aventura”. Los interrogantes acercade quiénes fueron los actores y por qué intervinieron en la dispersión de estos

    rumores permanecen.El tipo de recuerdo diferencia a quienes participaron de los saqueos, esdecir, obtuvieron literalmente bienes por la fuerza de los comercios en la zonade nuestro estudio, de los que vivían en los barrios sitiados por el miedo yquienes vieron transcurrir las escenas delante de sus ojos, pero desde el ámbito protegido a medias de los barrios cercanos. Por último, los comerciantes (de

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    quienes no nos ocuparemos en este escrito), tampoco fueron homogéneamenteafectados e involucrados.

    Un segundo aspecto en el que coincide el conjunto de relatos es el otorga-miento de un sentido positivo a esta etapa, que se recuerdan como el momentode la construcción. Aquí encontramos, en primer lugar, la organización de lasollas, seguidas luego por los comedores, que en muchos casos le dieron unsentido de trascendencia a las vidas de los protagonistas14. A su vez, “el tiem- po de los saqueos y las ollas” es reconstruido como un momento de unidadbarrial, donde se dejaban de lado las orientaciones políticas, las trayectoriaslaborales pasadas y las creencias religiosas, etc., situación similar a la vividaen los primeros meses de las tomas de tierras.

    Esta imagen contrasta con la imagen de “fragmentación” con la que nuestrosentrevistados vivenciaban los barrios en el momento de nuestra investigación(2000-2001). En su mayoría son las mismas personas que vivieron la experien-cia de unidad, pero que actualmente se encuentran “alejadas”, “peleadas” o en bandos distintos, particularmente por participar de organizaciones políticasdiferentes. A esto se suma que, en muchos casos, estas organizaciones quenacieron con las ollas ya forman parte del entramado político local y giran entorno a sus clientelas.

    El modo en que fueron presentados los hechos por nuestros entrevistadosnos muestra cómo, a partir de los saqueos y las ollas, la vida cotidiana se vioalterada para siempre en estos espacios barriales. Al igual que en el momentoinicial de la toma, debían “unirse”, pero esta vez para enfrentarse a un “enemi-go” no muy claro. Similarmente, con sus acciones se posicionaron en la zonagris que desdibuja la ilegalidad en un terreno de cierta legitimidad. Primero,violando la propiedad privada de los terrenos que ocuparon y luego apropiándosede mercaderías por la fuerza. Las entrevistas nos permiten ver cómo en estosactos cada sujeto aportó su experiencia y creatividad15 con el objeto de salir dela crisis que implicaba la falta absoluta de dinero y comida, y al mismo tiempodefenderse de la supuesta llegada de “hordas” de los barrios vecinos.

     Nos propusimos respetar los tópicos que aparecen privilegiadamente enlas entrevistas. Destaquemos que no hay en ellas “secuencias día a día”. Más bien, dominan tres núcleos comunes: los rumores de un ataque de barrio contra

     barrio, la experiencia del miedo y la formación de las ollas populares. Respe-taremos, pues, esta estructuración de sentidos. Señalemos, además, que en losrecuerdos estos sucesos son presentados fuera de toda matriz política. En un

    14 Encontramos algunas semejanzas con lo planteado por Auyero respecto de los protagonistas de loscortes de ruta en Cutral-co y Plaza Huincul, que Gould denomina “identidad participativa” (Auyero,2002).15 Las entrevistas son muy elocuentes en este sentido.

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    solo caso excepcional, un vecino abordó la cuestión de la supuesta presenciade agitadores, desmintiéndola. Esto nos permite contrastar los relatos de losentrevistados con el discurso de las autoridades, que por los medios de comu-nicación masivos culpabilizaron de los saqueos a “agitadores” y “delincuentes”(ver Iñigo Carrera, 1995 y VV.VA., 1999).16

    Los rumores: barrio contra barrio

    Como ya vimos a partir del registro hemerográfico, en esos días los rumoresfueron también centro de la escena. La energía que demandó dispersarlos fue tanimportante como la dedicada a la resolución de la alterada vida cotidiana,17 que justamente perdía el sentido de lo cotidiano. En el contexto de la hiperinflaciónen el que todo era posible crecieron los rumores, sin embargo, éstos parecenhaber aparecido deliberadamente. Una sola chispa era suficiente para provocarel incendio. Un entrevistado sintetizó la situación como: “En ese momento loúnico que existía era la desconfianza”.

    A pesar del paso del tiempo, luego de más de diez años, nuestros entrevista-dos resaltaron claramente el origen de los mismos. En primer lugar, identificaroncomo policías a quienes “sembraban” los rumores: “Esto lo hizo el servicio deinteligencia que le ordenó a la policía que pasara por los barrios y que dijeranque se quedaran en sus casas porque los otros barrios venían saqueando las

    casas y quemando, violando y matando gente. Yo corrí como loco gritando “lasmujeres y los chicos adentro y los hombres afuera que vienen los de los otros barrios, vienen a saquear, a violar a matar”. No sabés… casi me enfermo… casime agarro un paro.” (José, San Miguel)

    El recuerdo de la organización de las barricadas y piquetes surgió, aflorandonuevamente la angustia y aportando agudos detalles: “Entonces en cada cuadrahabía 8, 10 tipos18 armados, escopetas, pistolas, revolver, machete, cuchillo, yfogonata. Mirá lo que hice yo: me fui hasta “Mitre” (villa cercana), (...) habíauna cinta a lo largo que cruzaba toda la calle, y estaba todo oscuro, y me dicen“quedate quieto”, y yo les dije “está bien no tiren,” soy del Barrio Las Calas,vine a hablar”. Se me acercaron cuatro tipos y me apuntaron con un revólver

    16 Nos parece interesante relacionarlo con las conclusiones arribadas por James cuando afirma: “El17 de octubre no estaba manchado por ningún vínculo con la política tradicional y con los intereses particulares. Dentro de este contexto, admitir algunos de los hechos violentos y turbulentos acaecidosen esa jornada habría empañado la legitimidad y la autenticidad del significado simbólico que llegarona tener” (James, 1995:106).17 Hornstein (1993:230) afirmaba: “el trabajo habitual, hasta el más calificado, parece improductivo.La especulación pasa a ser la única forma de preservarse de la inflación, nunca el trabajo. Lo cotidianoes invadido por lo económico. todo argentino se ha convertido en un broker.”18 En el lenguaje popular equivale a “hombre”.

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    en la cabeza. “Está bien flaco, no pasa nada, soy de Las Calas, yo venía a versi ustedes venían para el barrio de nosotros, yo soy del cuerpo de delegados”,“No” me dice, “ustedes son los que se vienen para acá”. “No”, le digo, “ nosotrosestamos quietos ahí esperando que ustedes vengan, no nosotros estamos todosquietos acá”. Me dice el muchacho, “mirá para que no nos confundamos y nonos matemos entre nosotros, pónganse una cinta blanca en el brazo y cuandovengan para este lado digan XX blanco, y nosotros vamos a decir, blanco Mitre,entonces sabemos que somos de esta zona, lo mismo va a decir Trujuy”(otro barrio cercano). Entonces ya fui con esa tranquilidad, al resto vos lo veías atodos con el brazalete blanco, después me fui a la otra punta, venía un patru-llero con cuatro policías al costado con itacas (escopetas) en la mano, yo meiba para la otra punta, y veo que vienen los policías y retrocedo y les digo a lagente “arréglense”, y me meto entre la gente y pasaron los vigilantes, porque nosabíamos si eran vigilantes o qué, porque andaban de civil, ni a los vigilantesles teníamos confianza, y saludaban.” (José, San Miguel). Esto es coincidentecon los relatos que en su momento presentaba el diario Página/12 del 4 de juniode 1989: “José María, de 22 años, fue uno de los que en la Villa Mitre se sacóla camisa, cuando ya no había saqueos pero existía el rumor de la invasión a lavilla desde otras, como Primavera, Santa Brígida y Vucetich. En las otras villasexistía el mismo rumor pero al revés: los de Mitre serían los invasores. Cada barrio armó barricadas para defenderse, manzana por manzana. Toda esa zonareúne unas 150.000 personas que el miércoles estaban en pie de guerra unascontra otras. En Mitre se quitaron las camisas. En Primavera usaban vinchas blancas. En Vucetich un brazalete. En todos lados tenían cuchillos, machetesde medio metro de largo y una interesante dosis de escopetas y pistolas”.

    Volviendo al relato de nuestro entrevistado, éste se hizo cargo de informarlesa todos que volvía la calma: “de ahí me fui por todo el fondo, fui a notificarlesa todos, ya había más tranquilidad, me acuerdo que llevé un fierro grueso queyo le decía el “amansa a locos” tenía una boca que parecía una escopeta del 16con una cadena, con eso yo hacía que era una escopeta, no tenía arma” (José,San Miguel). A partir de aquí, detallaba una serie de encuentros con vecinosde barrios cercanos, cargados de gran tensión y miedo así como momentosdramáticos, por ejemplo, la atención de un parto de una mujer que no podía

    llegar al hospital a tiempo.Las categorías utilizadas por los entrevistados son precisas: una de ellas,guerra civil, coincidente con la utilizada por los medios de comunicación. Losentrevistados nos dijeron: “Te digo, que donde había un solo muerto esa noche,iba a ser una guerra civil . No sé si pensaron en eso los vigilantes (policías)”(José, San Miguel). Otra vecina, utilizó palabra muy similares: “No se armóuna guerra civil esa vez porque Dios fue grande” (Mónica, José C. Paz).

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    Juana, de José C. Paz sostenía: “pero ahora nos preguntamos ¿quién era losque venían, quiénes? Incluso por ejemplo unos papás que estaban en la esquina,a cinco esquinas más, estaban con una identificación en el brazo como que erande este barrio, los mismos papás que cuidaban cada esquina, que se identifi-caban con la cinta, era nuestra identificación...¡Y ya vienen!¡Ya vienen!”. Suafirmación en tiempo presente nos muestra que las dudas sobre lo sucedido enestos días persisten, como si el relato oficial o el de los rumores no estuvieransuficientemente aclarados, faltando quien dijera la verdad.

    Una entrevistada de un barrio aledaño a un asentamiento recordaba, en particular el paso de automóviles con la bandera argentina (¿qué significadotenía portar ese estandarte?) cuyos conductores decían: “dentro de una hora vaa venir el barrio tal, está viniendo”. Esta mujer los asociaba a “terroristas”.19

    Merece resaltarse el sentido que tenían estos rumores: fi jaban a cada personaen su casa, con miedo al exterior, al vecino del barrio cercano, sólo confiandoen la ayuda de quien vivía en el propio. Esto permitiría, un mejor control20 dela población por parte de las autoridades e impediría nuevos saqueos.

    La experiencia del peligro

    La vida diaria estaba totalmente trastocada, a tal punto que una vecinaafirmó: “yo hice tantas cosas raras en ese tiempo” .21 Horstein (1993) en un

    artículo escrito en los momentos de la hiperinfl

    ación señala: “Nadie sabe hoycuál es el lugar que tiene en la sociedad, pero lo que es más grave aún, nadiesabe qué lugar tendrá cuando el fenómeno cese. Cunde la desconfianza, ya quelas reglas del juego, tanto económicas como sociales, cambian tan vertigino-samente que más que reglas cambiantes, son reglas ausentes. Se produce, enmuchos, un retorno a una modalidad de pensamiento mágico, consecuencia deldesvalimiento y el desamparo.” (1993:230).

    Los saqueos, sin duda, produjeron, un sentimiento generalizado de miedo.Aquellos que habitaban los barrios del centro de la ciudad y los de clase mediatemían la invasión de una “masa humana hambrienta” que vendría a saquear (aesto hacen referencia los medios gráficos). Sin embargo, en las “villas miseria”y asentamientos del Conurbano Bonaerense, lo mismo en otras conurbaciones

    19 Nos decía: “para poner a un pueblo a un barrio así con ese terror, serían terroristas” (Mónica, José C.Paz). Si bien llamativamente no aparecen en los relatos los “activistas” (para confirmar o refutar los queafirmaron una y otra vez las autoridades y los medios de comunicación) esta entrevistada afirmaba queestas mismas personas “(hablábamos con mi marido) eran tipos que le iban dando armas a la gente”.20 Esta práctica de intentar fi jar a los sujetos en el perímetro de su barrio, nos sugiere parecidos a laimagen de Foucault (1998) sobre los “apestados” prendidos a “un reticulado táctico meticuloso”.21 Como dice Horstein (1993), la hiperinflación ataca el núcleo de permanencia de la vida.

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    de las principales ciudades del país, el miedo tuvo consecuencias concretas y provocó acciones defensivas y ofensivas organizadas.

    Cual si fuera un naufragio, las mujeres y los niños era los más “vulnerables”y los hombres eran los “responsables” de la protección de los distintos barrios.Los periódicos mostraron fotos refiriéndose a “ejércitos”, que podían verse portando palos y cuchillos, al mismo tiempo que policías fuertemente armadosdefendiendo a los supermercados.

    Una entrevistada que participó directamente de los saqueos nos relató: “Ydespués, no sé, nos escuendíamos todos... Cada marido, ¿no? hacía la guardiaen las esquinas por los hijos, porque decían que la casa no era tan segura y te-níamos que correr... Un día me refugié allá, en una casa (…), que era como unalinda casita, y que era como decir, de losa, era como reforzada y entonces nosmetíamos todos ahí... la señora nos permitía...¡estuvimos tres días, tres nochesasí! No dormíamos, los papás y las mamás” (Teresa, José C. Paz).

    Los rumores apuntaban centralmente a aquellos que habían participado delos saqueos, tal como una vecina recordó. Esto llevó inclusive a situacionestan extremas como la que nos comentó la citada entrevistada: “Yo ya estabacavando un pozo atrás de mi casa para poner a mis hijos, del miedo que mehacían dar!”

    La organización de las ollas populares

    Esta segunda imagen, la de la construcción, rescata los recuerdos de 1989como momentos en que se vivió la experiencia de la unidad , de la construcciónde organizaciones que apelando a la solidaridad  permitieron afrontar la crisisque provocó la hiperinflación. Así, las entrevistas destilan cierta nostalgia,respecto del presente, que se vive signado por la política. A su vez, los progra-mas sociales modificaron la territorialidad y los actores barriales, generandomediadores en la asistencia, que presenta cierta continuidad con esos patéticosmomentos (Cravino et al., 2000).

    Lafiliación entre los saqueos, las ollas y los comedores que hoy se observanen los barrios es explícita: “El comedor comunitario fue creado a partir de lossaqueos, en ese entonces ya estaba creada la Capilla, y ahí en la época de los

    saqueos vino un bajón, los comercios no tenían mercaderías existentes y nada por el estilo y nos vimos en la necesidad de crear una fuente de alimentación,organizar algo para poder dar de comer… viene a ser a criaturas, gente, madresembarazadas, madres solteras, familias en sí pero pertenecientes a este barrio. Nos han facilitado la Capilla para hacer una olla popular” (Gonzalo y Teresa,José C. Paz).

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    La presencia de las ollas populares es el aspecto menos destacado por losmedios de comunicación, sin embargo fue el de mayor impacto en la vida coti-diana. Se obtenían los alimentos de diferentes formas:22 estaban los aportes delos que tenían algún ingreso, de los que habían acopiado en los saqueos, peromayoritariamente los municipios y comerciantes de la zona eran los que “cola- boraban”. Gonzalo (José C. Paz) nos dijo: “los requeríamos de la Municipalidad,de donaciones que hacía la gente, la gente aquella que habían participado muydirectamente con los saqueos, viene a ser, los que mayor parte se habían llevadovenían y colaboraban a sabiendas de que había una necesidad unánime, viene aser mayormente criaturas era los que se intentaba asistir. Nos facilitaban harina,fideos, polenta, todo tipo de cosas para poder armar algunas comidas. Íbamos amanguear a los comercios y nadie quería dar nada, pero había así algunos entretantos recorridos que pegábamos, que venían y nos daban.”

    Cada día había que empezar de nuevo. Como un punto de quiebre, a partirde ese momento, los municipios comenzaron a ser proveedores de alimentos –de forma continua y/o discrecional– en una situación de “emergencia” quedevino en permanente.23

    Las respuestas de los comerciantes24 no fueron homogéneas respecto del“perdón” a los saqueadores o del apoyo a las ollas: Gonzalo, de José C. Paznos dijo: “había almaceneros que te miraban a la cara y ya por la cara sabían dedónde sos, de qué sector sos, de que te vean venir de que lado venís. Vas acá ados cuadras y si te veían salir de acá no te dan absolutamente... te bajaban las persianas, la gente asustada por la circunstancia que había pasado.”

    En algunos casos las ollas surgieron en lugares públicos y en otros en lasmismas casas de quienes tenían la iniciativa: Un entrevistado nos dijo: “y se fuecreando haciendo a los ponchazos, consiguiendo por intermedio de la nación ode la municipalidad de Gral. Sarmiento ollas, esas ollas de 100 litros, las mo-rochitas, las negritas les decíamos nosotros porque daban asco como quedaban.

    22 Un entrevistado nos mostró un minucioso registro de lo entregado, de lo comprado, de quiénesrecibían alimentados. Nadie podía prever como continuaría la historia y si alguien exigiría rendiciónde cuentas.23 Prevot Schapira (1993:790) afirma: “La interrupción del Plan Alimentario Nacional (PAN) en elmomento de mayor hiperinflación (mayo de 1989) obligó al gobierno provincial y las municipalidadesa responsabilizarse de la asistencia alimentaria: ollas populares, comedores comunitarios, distribución

    de víveres”. Señala M. Chiara ( 2000) que, si bien no se produjeron modificaciones en el status de losmunicipios del Conurbano, a partir de la hiperinflación de 1989 se modificaron las condiciones y lasfunciones que ejercieron, que hasta ese momento sólo se concentraban en el primer nivel de atenciónde la salud y algunas actividades de cultura y deporte. Las procesos que modi ficaron las condiciones principalmente son tres: “la caída de los recursos, la consecuente rigidización del gasto a la baja y laampliación de las plantas en términos agregados”. En cuanto a las nuevas tareas posteriores a la hiper-inflación menciona el Bono Solidario y el Plan País.24 En los municipios del noroeste del Conurbano, nuestra zona de estudio, los comerciantes elevaroncartas a las autoridades y demandaron indemnizaciones.

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    Hacíamos el desayuno, al mediodía el almuerzo, a la tarde la merienda y a lanoche la cena. No era gran cosa lo que se daba y por eso mismo hacíamos... le brindábamos a la gente la posibilidad de poder comer al mediodía y comer ala noche porque aparte que las comidas no eran de suma alimentación porquemezclábamos todo, dada la necesidad mezclábamos, hacíamos un guiso y ser-vían en ollita que esto que el otro y después mezclábamos todo, arroz, fideos para que alcancen para todos, te digo que eran 2000 personas, 2000 bocas, quese asistían” (Gpnzalo, José C. Paz).

    Las cifras de los asistentes eran importantes, pero los recuerdos de ese mo-mento destacaban la organización alcanzada para paliar la escasez de recursos.Gonzalo recordó: “no teníamos cocina, no teníamos nada, era todo a leña, noshemos cansado, de sacar ampollas en las manos de hachar árboles, no habíaárboles acá, no había quedado un árbol en pie, a pesar de saquear los negocioshubo saqueo absoluto de árboles. Entrábamos a las casas, (...) entrábamos me-diante el permiso viene a ser, de los propietarios, no era una situación creada por diversión o por activismo diferente, no la gente veía de que (...) se pasabay se veía que los chicos comiendo en la vereda porque no daba abasto el espa-cio, los sentábamos a todos en la vereda, en lo que era el patiecito que tiene laconstrucción de la Capilla, y era todo un humerío, en medio del humo de la leña porque cocinábamos ahí adentro, hacíamos fuego ahí adentro, y también mez-clado con aquellos evacuados porque ya habíamos creado un grupo tan sólidode trabajo, que éramos 20 y éramos 20 para todo, viene a ser nos dividíamosentre nosotros, ustedes se van a encargar hoy de ir a hachar leña, de buscar leñahay que procurar para mañana a la mañana, entonces se iban a la tarde.”

    La experiencia en algunos casos dejó una organización que deliberadamenteno quiso ser desaprovechada, pero multiplicada en diferentes iniciativas.25

    En los años 2000 y 2001 el pasado se hacía presente, nosolo en la memoria

    Los medios de comunicación mostraron a los saqueos de 1989-90 comoun momento de protesta, con un inicio y con un fin. Sin embargo, las entre-vistas destacaron la historia de constitución y construcción de cada uno de los

     barrios y su continuidad organizativa en los momentos de los saqueos y lasollas populares. La estructuración de la trama de organizaciones presentes encada uno de ellos –guarderías, comedores, centros de atención de Cáritas de laIglesia Católica y de otras iglesias– se inscribe, entonces, tanto en los momentos

    25 Podemos citar la experiencia de Juan (San Miguel): “Después me preocupé por hacer un horno de pan, que lo hice acá en mi casa, un grupo de 10 familias. Eso nos ayudaba la asociación civil X, erauna institución que nos ayudaba”.

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    iniciales de la toma de tierras, como en los dramáticos hechos de los saqueosy las ollas de 1989.

    Como dice Tilly26 (2000:10) la definición acotada de “acción colectiva” debeser relativizada teniendo en cuenta, entre otras cosas, que no existen fronteras precisas entre lo que es rutina y lo que extraordinario; que la acción muchasveces depende en parte de relaciones sociales pre-existentes; que los actoresde acciones colectivas participan de negociaciones e improvisaciones. Es de-cir, el repertorio no está totalmente prefi jado de antemano. Si bien este autorse refiere exclusivamente a la historia europea, resulta útil tomar su reflexiónen relación a que sus protagonistas “consiguieron la mayoría de sus accionescolectivas mediante instituciones y prácticas que ellos mismos inventaron, to-maron prestadas, o adoptaron durante su experiencia histórica (...) algunas deestas instituciones y prácticas emergieron de intentos más o menos deliberados por coordinar acciones colectivas, los sindicatos y las asociaciones revolucio-narias surgen de “esa preocupación”. Sin embargo, muchas de ellas fueron unsubproducto de la interacción social rutinaria”.

    Los actores de estos asentamientos del Conurbano compartían la expe-riencia de la constitución del barrio como un hecho de construcción colectiva,donde conocieron la reciprocidad y/o la organización para la superación delas adversas condiciones habitacionales, aunque con dinámicas organizativasy vínculos con las instituciones de “fuera” del barrio diferentes entre los doscasos analizados. Los partidos políticos tenían presencia, pero parecían estar enun segundo plano, a diferencia del presente en el que éstos disputan o cruzaneste entramado organizativo.

    Por esta razón, no coincidimos con las teorizaciones que presentan a lossaqueos y las ollas como respuestas “espontáneas” de los habitantes de losasentamientos y “villas miseria” del Conurbano. E. P. Thompson con su con-cepto de “economía moral de las masas” se opone a las visiones economicistaso mecanicistas que asocian de forma directa hambre y motín. Por el contrario,este proceso de la protesta aparece mediado por la representación de los sujetosinvolucrados en estos hechos. Destaca, además, la centralidad de la noción delegitimidad sobre la base de derechos cuyos límites están fi jados cultural ysocialmente: “Es posible detectar en casi toda acción de masas del siglo XVIII

    alguna noción legitimante. Con el concepto de legitimación quiero decir el quelos hombres y las mujeres que constituían el tropel creían estar defendiendo

    26 “Los historiadores sociales y los científicos sociales generalmente reservan el término “accióncolectiva” para episodios que comprometen a participantes que no actúan juntos de modo rutinariosy/o que emplean medios de acción distintos que adoptan para la interacción cotidiana. En este sentidoacotado, la acción colectiva se parece a lo que otros analistas llaman protesta, rebelión o disturbio”(Tilly, 2000:10).

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    derechos o costumbres tradicionales, y, en general, que estaban apoyados porel amplio consenso popular era confirmado por una cierta tolerancia por partede las autoridades, pero en la mayoría de los casos, el consenso es tan marca-do y enérgico que anulaba las motivaciones de temor o respeto” (Thompson,1995).

    Claramente, en los años 2000 y 2001 la imagen de los saqueos no pertenecíaal pasado. Fue utilizada recurrentemente como metáfora para la descripción dela gravedad de la situación. Dos tramos de los relatos de los entrevistados fueronelocuentes: Gonzalo (José C. Paz) nos dijo: “Acá por lo menos, no sé si ustedesestán recorriendo los barrios de mayor necesidad, donde más se esta creandoeste tipo de situaciones, que se comenta algo el tema de las posibilidades queantes de las fiestas...(se refiere a la finalización del año 2000) y ya la gente acáes un revuelo, acá ya la gente hoy por hoy viene a ser está palpando que algose viene, algo se acarrea entre manos a niveles políticos, viene a ser porque lasubsistencia no le da a nadie para llenar la panza de nadie y nada por el estilo”.Raquel (José C. Paz) afirmó: “es tal la desesperación de la gente por la faltade trabajo, por la miseria que hay que tenemos miedo de volver a los saqueos,esto va a estallar, vamos a volver a los saqueos”. Y seguidamente separa estaafirmación de toda posible connotación política: “La gente dice la política noestá conmigo”. Sintetiza diciendo: “uno se siente mendigo de un derecho... le pongo una curita a este cáncer”.

    A medida que avanzaba el año 2001, las semejanzas y vínculos entre 1989 yel presente permitían la aparición de nuevos rumores, dando vitalidad al fantasmade los saqueos y recreando los límites de la legitimidad social. Sin embargo, eneste caso los hechos se presentaban insertos dentro de una trama política localy provincial diferente. Tal es el caso del que informaba un diario local del 27de julio de 2001,27 en su nota denominada “Ishi insiste que hubo saqueos”.28 Aquí podemos presumir que la polisemia de la palabra “saqueos”, que en estecaso provino de la jerga policial en relación a actos de robo, permitía un usoresignificado, debido a que se constituía como condición de posibilidad como“saqueos” en los términos de lo ocurrido en 1989 y 1990. El diario Clarín del 24de junio de 2001 (pág. 8) retomaba esta polémica acerca de cómo caracterizar alos hechos y afirmaba en el artículo titulado “El saqueo que nunca se produjo”:

    27 Ya en mayo del 2000 hubo una serie de incidentes a partir de las afirmaciones de un concejal delFrepaso del municipio de San Miguel. Dicho edil desmintió y afirmó que sus palabras fueron malinter- pretadas. ( La Hoja, 31 de mayo 2001. Pag. 5).28 Se afirma “Mario Ishi dio una conferencia de prensa. Además de explicar la dramática situacióneconómico social del distrito, volvió al tema de los saqueos, que él mismo había anunciado que habíaocurrido en el distrito de junio. ‘Quiero aclarar a los periodistas que hablaron y decirles que si yo digoque hubo saqueos es porque los hubo y lo sostengo. Lo digo porque tengo documentación de la policíaque me manda al municipio, donde dicen que a las 19 estaban saqueando en la Avenida Croacia’”.

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    daje, simplista a nuestro modo de ver, de aquellos que los consideraron como“protestas episódicas”.

    El pasado en los hechos de diciembre del 2001. Semejanzasy diferencias entre los saqueos de los años 1989/90 y los dediciembre del 2001

    Tal como anunciamos en la introducción, intentaremos realizar algunascomparaciones entre ambos episodios. En primer lugar, difiere el contexto

    macroeconómico: los hechos del 2001 no pueden explicarse por el fenómenohiperinflacionario. Por el contrario, el marco era de una estabilidad de preciosdesconocida en la historia argentina. En cambio, debemos mencionar la desocu- pación creciente, nunca compensada por la aparición de programas de empleotemporario –con remuneraciones más que exiguas–, a la que se sumaron diversasmedidas económicas (que incluyeron ajustes como el recorte salarial a los esta-tales) y financieras (en las que se destaca el famoso “corralito” a los depósitosen la banca)31 que incluían a los sectores medios entre los afectados.

    Las referencias de los medios de comunicación y los rumores que circulabanen los barrios en diciembre del 2001 hacían hincapié en un “entramado político”que apuntaba directamente a algunos sectores del Partido Justicialista. Clarín, el19 de mayo del 2002 afirmaba: “punteros políticos incitaron a la gente a pedir

    alimentos. Cuando llegaban a los comercios, grupos de personas que cobraronhasta $ 100.- por esa tarea rompían las persianas. Muchos objetivos se conocíandesde un día antes”. Algunos asocian este entramado a una conspiración paraderrocar al gobierno de Fernando de La Rúa. Sin duda, no es coincidencia queambos fenómenos ocurrieron durante gobiernos radicales. La congruencia delrechazo masivo en las calles de la clase media porteña al estado de sitio impuesto por el presidente Fernando De La Rua le dio a los saqueos del 2001 un plus dedesafío político más fuerte que en 1989 y una nueva plataforma de legitimidadcuando no podía justificarse por un brote hiperinflacionario.

    En el año 2001 no fueron acusados “activistas de izquierda” como en 1989.Ese “fantasma” estaba ausente.32 Sin embargo, entre los muertos se contabili-zaron algunos jóvenes miembros de organizaciones sociales comunitarias, que

    31 Las medidasfinancieras impactaron claramente en la clase media y esto podría explicar en parte loscacerolazos. Sin embargo, la disminución de dinero circulante también generó importantes inconvenientesen el circuito económico informal, que incluía por ejemplo el reciclado de materiales de desecho por partelos “cartoneros” o “cirujas”, de lo que subsistían un importante número de familias del conurbano.32 Por otra parte, el Modin tampoco podía ser el causante de los rumores, como fueron asignados en1989, porque había pasado a ser un partido sin gran significación.

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     ponía a la luz la presencia cotidiana en los barrios de una “militancia social”que contribuía a paliar el día a día del hambre.

    Otra de las diferencias que pueden observarse es la brevedad de los hechos –que aún es difícil de conceptualizar– de diciembre 2001, que ocupó solo unosdías, básicamente el 19 y el 20. Los medios de comunicación revelaron queen los saqueos más recientes fueron atacados comercios no sólo dedicados alrubro alimenticio. Por el contrario, la cantidad y tipo de comercios dependióde la iniciativa de la población local y de dónde se concentraban las fuerzas policiales que eran evitadas, y en muchos casos se afirma que se replegaban antela sola presencia de grupos “sospechosos”. Como ejemplo, podemos mencionarque en el municipio de José C. Paz algunas fuentes mencionaban que fueronsaqueados el 70% de los comercios. La explicación de tan alto porcentaje podía provenir, según algunos de nuestros informantes, de que la inmensa mayoríade los hombres de las comisarías de la zona se encontraban protegiendo un hi- permercado ubicado en el centro del municipio. Sin embargo, el Secretario deSeguridad del ex Gobernador Ruckauf (Clarín, 20/12/01) no escatimó esfuerzosen demostrar el rol activo de la policía: “Sacamos a 17.000 policías a la calle, delos poco más de 20.000 operativos, sobre un total de 45.000 que tiene la fuerza.Es decir, usamos a todos. No todos son policías anti disturbios. Yo diría queson muy pocos. Agotamos el stock que teníamos de setenta y tres mil balas degoma. Se detuvieron a casi 3.000 personas. Se dispararon 3.473 granadas de gaslacrimógeno, tuvimos a 82 policías heridos, infinidad de patrulleros rotos, nadie puede denunciar a un solo muerto en esos días a causa de las balas policiales. No me puede decir que la Policía dejo hacer. Hay más de 20.000 comercios enel Gran Buenos Aires. Debíamos proteger a casi 5.000 ¿cómo arma usted unafuerza disuasoria para proteger a 5.000 comercios?”33

    La presencia cada vez más numerosa en los años noventa de hipermercadosde capitales extranjeros había reconfigurado las modalidades de compras de lasclases medias y también de buena parte de los sectores populares. En esta décadaentre los comercios pequeños también se destaca la presencia de propietariosde origen oriental,34 que acompañó a la desaparición de un buen número de lostradicionales almacenes barriales por la competencia de los hipermercados y

    33 En este mismo reportaje Juan José Alvarez resaltó: “la policía está para combatir el delito. No parafrenar a saqueadores. Está para que, si hay un intento de robo, emplee su arma. Ahora , a ese policíale llegan cincuenta o cien persona, mujeres con chicos en brazos, a saquear un comercio. ¿Qué hace el policía?¿tira? No. Se corre. Eso es lo que se vio por televisión”. Estas afirmaciones darían lugar a quelos saqueos no fueran tipificados como delito.34 El caso paradigmático fue el de Whan Cau So, ciudadano chino, de Ciudadela, que fue elegido por los medios televisivos como una muestra de los saqueos, que se descompuso delante de las cáma-ras (Clarín, 19 de mayo de 2002) y que inclusive llegó a decirse que se suicidó (hecho que luego fuedesmentido).

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     por las ventas a precio de dumping que practicaban los minimercados “chinos”,como se los llama habitualmente. Estos últimos no adherían a la tradicionalmodalidad del “fiado” (compra con la promesa de pago a futuro, típica de loscomercios minoristas barriales de la Argentina), razón por la que algunos ex- plicaron que éstos fueron objeto privilegiado de los saqueadores. Esto muestranuevamente que no es fácilmente aplicable el calificativo de “espontáneo” aeste tipo de hechos. Como contracara, algunos informantes se refirieron a quealgunos comercios que sí fiaban a la población y en particular a organizacionessociales comunitarias (como comedores o guarderías) fueron deliberadamente protegidos de los saqueos. Aquí nuevamente los trabajos de E. Thompson nosobligan a reflexionar sobre las visiones de lo “justo” e “injusto” presente enlos sectores populares y los límites morales a las prácticas económicas de loscomerciantes.

    Las situaciones –por encima de todas estas apreciaciones generales – fueronmuy heterogéneas. Algunos dirigentes de centros comunitarios, cuyo origenestaba en los saqueos de 1989, calificaban de “robadas” a las mercaderíassaqueadas y en este sentido las rechazaron (cabe aclarar que en este caso eranorganizaciones consolidadas, con ingresos relativamente estables de diferentesniveles de estado). Reconstruía la colega antes mencionada: “Una colaboradorade la guardería comentaba que la panadería del barrio había sido saqueada porlos vecinos, lo que iba a producir un desabastecimiento de pan en el Centrocomunitario, puesto que lo habían pagado por adelantado (...) dijo tambiénhaber escuchado comentarios que afirmaban que las próximas víctimas seríanlos centros comunitarios, “porque se sabe que ahí hay comida y ya no quedanada por saquear”.

    Es importante resaltar que en el año 2001 se encontraba presente la ex- periencia, junto con el recuerdo aún vivo, como mencionamos a lo largo deltrabajo, de los saqueos de 1989. Esta experiencia formativa parecía requerirsólo el contexto adecuado para que saliera a la luz. Sin embargo, en las imáge-nes de quienes saqueaban se puede observar una nueva generación de sujetossaqueadores. El diario Clarín (19 de mayo de 2001) se refirió al rol de las“bandas de la droga” o de “los hijos de los comedores populares”. Esta últimadenominación fue mencionada por miembros de organizaciones comunitarias

    en los barrios de nuestra investigación, especialmente cuando hacían referenciaa los hechos delictivos cotidianos, que incluían como blanco las mismas guar-derías y comedores que los atendieron de pequeños. A su vez, los señalabanen su rol de “avanzada” en los episodios del año 2001: la colega investigadoraque entrevistó a las trabajadoras de los centros recogió la descripción según lacual “en estos saqueos se engancharon todos los jóvenes, los que sabemos queandan en el afano, y los otros”.

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    Podemos señalar que, además, en el 2001 muchos de los objetos saqueadosfueron canalizados rápidamente a las redes de trueque35 que se habían extendidocomo hongos en los años previos en todo el Conurbano (e inclusive en la Capi-tal Federal). Esta nueva modalidad fue mencionada por nuestros entrevistadoscomo una práctica muy extendida y evitó que muchas familias vivieran variassemanas con el mismo tipo de alimento (situación que nos fuera relatada poralgunos médicos de la zona noroeste del Conurbano y que provocó problemasde salud en los niños en la experiencia de 1989). A su vez, otra parte fue de-rivada a organizaciones sociales como comedores, guarderías o merenderos.Sin embargo, como mencionamos, conocimos situaciones donde estas mismasorganizaciones, que surgieron al calor de las ollas populares y los saqueos en1989, rechazaron por “principios morales” bienes (en particular electrodomés-ticos) provenientes de los saqueos del 2001.

    Los cacerolazos, la modalidad de protesta protagonizada por la clase media(mayoritariamente en la Ciudad de Buenos Aires) y que contó con muertos aligual que los saqueadores,36 dio lugar, en algunos casos, a las llamadas “asam- bleas barriales”, que constituyeron un clima de protesta, que se extendía másallá de las acuciantes necesidades de algunos sectores. No se dieron inicialmentemuchos contactos en estas dos modalidades,37 cacerolazos-asambleas (de laciudad capital y de sólo algunos municipios del Conurbano) y los saqueos,localizados principalmente en el Gran Buenos Aires –además del Gran Rosa-rio y otras ciudades del interior. Sin embargo, un fenómeno totalmente nuevofue la aparición de una serie de comedores o merenderos en la ciudad capital,que atendían tanto a sectores medios empobrecidos como los que pueden serdenominados pobres estructurales. Esta tendencia presenta ciertos paralelismosentre las secuencias saqueos-ollas populares de 1989 y asambleas barriales-comedores y merenderos del 2001. No queremos con esto plantear una relaciónmecanicista en la explicación del origen de tramas organizativas, a pesar de locual puede observarse un proceso similar donde de la protesta o estallido sederivan organizaciones autogestionadas y estables en el tiempo.

    La modalidad de “pedir” mercadería a los grandes supermercados habíatenido desigual suerte con anterioridad a diciembre de 2001: conflictos coti-dianos con la policía en la puerta de los comercios, encarcelación de algunos

    35 Sobre el tema del trueque puede consultarse a José Luis Coraggio (1998): Economía popular urbana:una nueva perspectiva para el desarrollo local. UNGS, Los Polvorines o Inés Gonzales Bombal (2002):Sociedad y sociabilidad en la Argentina de los 90. Editorial Biblos-UNGS, Buenos Aires.36 Según Clarín del 19 de mayo del 2002 hubo 9 muertes en el Conurbano Bonaerense durante lossaqueos y 29 en todo el país, ninguna en la zona en la que investigamos.37 Estas articulaciones fueron objeto de debate en cada una de las formas organizativas (asambleasy piqueteros), e inclusive algunos llevaron una posturas unificadora como lo ejemplifica la consigna“caceloras, piquetes, la lucha es una sola” (Calello, 2002).

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    dirigentes y por lo general una falta de respuesta por parte de las empresas.Instaló en algunos grupos –en particular de algunas corrientes “piqueteras”– larutina de acercamiento a los establecimientos comerciales, lo cual contribuía arevivir el fantasma de eventuales saqueos.

    Una experiencia repetida en ambos casos fue la difusión de rumores de quealgunos barrios irían a atacar a otros. El efecto producido fue el mismo, aunqueya la credibilidad disminuyera. Nuevamente todos indican a la policía como ladifusora de los mismos.38 Cada familia se atrincheró en su casa y en algunos barrios los vecinos se organizaron para defenderse (en ocasiones armados),construyendo barricadas y prendiendo fogatas durante varios días, tal como lorelataran nuestros entrevistados.

    Luego de los hechos del 2001, también en el Gran Buenos Aires emergieronnuevas organizaciones sociales tendientes a contener las acuciantes necesidadesde los sectores populares y que venían en crecimiento en los últimos años. En particular, se constituyeron nuevos comedores39 que aún hoy se mantienen conaportes solidarios y casi sin el respaldo del Estado y adquirieron un nuevo rollas organizaciones de piqueteros40 (con gran heterogeneidad entre ellas) comomediadoras entre la población en emergencia y las autoridades a nivel local ynacional.

    Es evidente que el episodio de 1989 no fue una “experiencia formativa”sólo para los habitantes de los barrios, sino que el accionar de la policía,41 loscomerciantes42 y del entramado político, también se nutría del recuerdo de laeficacia de ciertas prácticas, así como de lo esperado mutuamente por cada unode los actores. Sin embargo, consideramos que estos hechos, eventualmentesimilares en su manifestación, no tienen el mismo significado, ya que el con-texto nacional y los actores sociales habían cambiado fuertemente en algo másque una década.

    38 El diario Clarín del 20-12.2001 se refiere por ejemplo a que inclusive algunos policías pasabancasa por casa avisando.39 Algunos incorporaron la atención los fines de semana, momento en que anteriormente las familiasquedaban libradas a sus exiguas posibilidades de obtener alimento.40 Respecto al rol que tuvieron estas organizaciones en los saqueos, es un tema fuertemente contro-

    vertido. Por un lado existen denuncias de organizaciones piqueteras respecto a la trama política (léaseacusaciones al Partido Justicialista) y por otra parte las autoridades y la policía las acusan de incitar y participar en los saqueos.41 Clarín el día 22-12-01 afirmaba que el Secretario de Seguridad de la Provincia de Buenos Airesafirmó que la orden fue “no actuar salvo que se lleven algo que no sea comida” .42 Merece destacarse que de los 9 muertos que registra la prensa en el Conurbano Bonaerense, 7murieron a manos de comerciantes. Un proceso que llevó a modalidades de defensa por parte de loscomerciantes puede atribuirse al creciente número de robos de los que son víctimas, a los que los mediosde comunicación le dedican un espacio central.

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