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BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS MADRID • MMXIV OBRAS COMPLETAS DE SAN BERNARDO V Sermones sobre el Cantar de los Cantares INTRODUCCIÓN DE JEAN LECLERCQ TRADUCCIÓN DE IÑAKI ARANGUREN y MARIANO BALLANO SEGUNDA EDICIÓN (Revisada y corregida)

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Page 1: Resena 14124 NO0491 - Indice - Bernardo

BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOSMADRID • MMXIV

OBRAS COMPLETASDE

SAN BERNARDO

VSermones sobre el

Cantar de los Cantares

INTRODUCCIóN DE

JEAN LECLERCq

TRADUCCIóN DE

IñAkI ARANgURENy

MARIANO BALLANO

Segunda ediCión

(Revisada y corregida)

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ÍNDICE GENERAL

1

Abreviaturas ..................................................................... XIIIIntroducción .................................................................... 3

Sermones: 1. Sobre el título del libro «Cantar de los Cantares» .. 21 2. Los cuatro besos o etapas de la manifestación de

Cristo .................................................................... 31 3. Aplicación espiritual del beso en los pies, en las

manos y en la boca ............................................. 41 4. El triple progreso, simbolizado en los tres besos .. 47 5. Cuatro clases de espíritus y sus relaciones con el

cuerpo................................................................... 53 6. La santidad y majestad de Dios se manifiestan en

la misericordia y el juicio ................................... 63 7. Amor casto y ardiente de la esposa. Devoción du-

rante la salmodia ................................................. 71 8. El beso más íntimo es el Espíritu Santo ............... 79 9. Los dos pechos del Esposo: la paciencia y la be-

nignidad ............................................................... 9110. Los pechos de la esposa: su leche y sus perfumes . 10111. El perfume de la gratitud que merecen el fruto y

el modo de la redención ..................................... 11312. El perfume exquisito de la compasión .................. 12313. Motivos y cualidades de la acción de gracias a Dios 13814. Diversa actitud de la Sinagoga y de la Iglesia frente

a Cristo ................................................................. 14915. El nombre de Jesús es bálsamo y medicina .......... 16116. La confesión debe ser humilde, sencilla y crédula .. 17517. Sobre la presencia y ausencia del Espíritu, y el

juicio de Dios en favor de los humildes ........... 19118. Las dos operaciones del Espíritu Santo: la infusión

y la efusión ........................................................... 20119. Cómo aman a Cristo cada uno de los órdenes an-

gélicos ................................................................... 20920. El amor de Jesús es tierno, prudente y fuerte; así

debe ser el nuestro .............................................. 219

1 Este índice se ha preparado para esta edición con el fin de presentar el contenido de cada sermón de una manera breve y precisa. En el interior de la obra encontrará el lector el título completo de cada sermón, tal como aparece en la edición crítica.

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X Índice general

21. La esposa desea ser atraída en pos de Cristo ....... 23322. Los cuatro perfumesel del Esposo: sabiduría, jus-

ticia, santificación y redención ........................... 24723. Las tres bodegas del Esposo: tres maneras de con-

templar a Cristo ................................................... 26424. Sobre la detracción; y en qué consiste la rectitud

y curvatura del alma ........................................... 28525. La esposa tiene la tez morena, pero es hermosa .. 29726. Llanto de Bernardo por la muerte de su hermano

gerardo ................................................................ 30727. La esposa se convierte por su hermosura en cielo

de Dios ................................................................. 32928. Cristo es moreno y hermoso. Cómo se le toca por

la fe ....................................................................... 34929. Cómo han de amar la paz y evitar el escándalo los

que viven en comunidad .................................... 36730. La viña de la esposa es el pueblo fiel confiado a

la Iglesia ............................................................... 37931. Tres maneras de contemplar a Dios y cuatro ma-

nifestaciones del Esposo ..................................... 39532. El Señor se presenta como esposo, médico, com-

pañero, padre de familia o pastor ..................... 40733. Cristo es el verdadero Mediodía donde aspira re-

posar el alma ........................................................ 42134. El camino de la humildad y de la paciencia ......... 44135. El hombre que desconoce a Dios se iguala con los

animales ................................................................ 44736. Diversas clases de ignorancia y de sabiduría: cuáles

son necesarias y cuáles nocivas .......................... 45937. El conocimiento propio y el de Dios es preferible

a la ciencia de este mundo ................................. 46938. El desconocimiento de Dios y de sí mismo impiden

la conversión y la contemplación ....................... 47739. La esposa se asemeja a un gran ejército que triunfa

de sus enemigos ................................................... 48540. La intención del alma es como el rostro del espí-

ritu. Cómo fomentar la soledad ......................... 49541. El gozo de la contemplación y el ministerio de la

predicación ........................................................... 50142. Sobre la humildad del conocimiento y del afecto .. 50943. La filosofía más sutil es meditar los sufrimientos

de Cristo............................................................... 52344. El amor de Dios y el celo de la justicia inspiran

los afectos para con el prójimo .......................... 529

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Índice general XI

45. La doble hermosura del alma y del Esposo. Diá-logo entre el Verbo y el alma ............................. 537

46. Las flores de la ascesis deben preceder a la paz de la contemplación ................................................. 549

47. Cristo es nuestro modelo en el combate y la corona de nuestra victoria ............................................... 559

48. Humildad de Cristo encarnado, a cuya sombra vivimos por la fe .................................................. 567

49. La discreción ordena y estimula la caridad ........... 57950. Sobre el amor afectivo y el activo .......................... 58951. En la ausencia del Esposo, la esposa se sustenta

con la fe y las buenas obras ............................... 59752. El sueño de la esposa es morir a los deleites te-

rrenos y a sí misma, y saborear las delicias de la contemplación ................................................. 606

53. Cristo, al hacerse hombre, se hizo inferior a los espíritus celestiales .............................................. 619

54. Cristo pasa de largo con los soberbios y se recrea con los humildes. El temor evita verse privado de la gracia ........................................................... 629

55. Cristo es misericordia y justicia. Si nos juzgamos a nos otros mismos, no seremos juzgados por él .. 645

56. El cuerpo y el pecado son el muro que separa al alma de Dios. La confesión nos acerca a él ..... 651

57. La mirada de Dios. Cómo experimentamos la ve-nida del Esposo ................................................... 659

58. Del reposo de la contemplación al cultivo espiritual de las almas .......................................................... 673

59. El alma suspira por el Esposo a impulsos del Es-píritu, y vive en castidad y fe ............................. 687

60. Israel produjo frutos silvestres; la Iglesia exhala con su vida el aroma de Cristo .......................... 697

61. Las llagas de Cristo manifiestan las riquezas de la misericordia divina .............................................. 709

62. Dos maneras de contemplar a Dios: una peligrosa y otra loable. La Iglesia habita en la Roca por su perfección ........................................................ 719

63. El justo da frutos de sabiduría y de virtud, y sufre las asechanzas de la murmuración y de-tracción ................................................................ 731

64. Diversas tentaciones del monje adelantado en la virtud. Cómo actuar con los herejes.................. 741

65. Los nuevos herejes de Tolosa: sus doctrinas, mis-terios y malas costumbres ................................... 752

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XII Índice general

66. Más sobre estos herejes: sus teorías sobre el ma-trimonio, bautismo, etc. ...................................... 761

67. Efectos del amor en el corazón de la esposa y efu-siones que dirige a su Esposo ............................ 779

68. Solicitud amorosa de Cristo por la Iglesia, que confía exclusivamente en él ................................ 793

69. El Padre y el Hijo vienen y habitan en el alma por el celo del amor ................................................... 803

70. Cristo se gana el amor de la Iglesia por su verdad, mansedumbre y justicia ...................................... 813

71. Unidad sustancial entre el Padre y el Hijo, y la que existe entre el hombre y Dios ............................ 825

72. A este primer día de la vida corporal sigue otro en que resramos la gracia y el definitivo en que aspiramos la gloria .............................................. 841

73. Por su naturaleza divina y su encarnación, Cristo ha sido sublimado sobre todas las criaturas ..... 855

74. Idas y venidas del Verbo al alma, y cómo se com-porta ésta ante la llegada del Esposo ................ 867

75. Hemos de buscar a Dios en el tiempo, lugar y modo oportunos .................................................. 879

76. gloria mutua que se rinden el Padre y el Hijo. Cualidades de los buenos pastores .................... 893

77. Acusación contra los malos guardianes. Es peligro-so caminar sin guía por los senderos de la vid . 904

78. La Iglesia ha sido predestinada por Dios y preve-nida por Él para que le busque y se convierta a Él ....................................................................... 915

79. Fuerza unitiva del amor .......................................... 92380. El Verbo es imagen de Dios, y el alma ha sido

creada según esta imagen. Errores de gilberto de la Porré ........................................................... 931

81. Parentesco del alma con el Verbo por simplicidad, inmortalidad y libertad ....................................... 943

82. La semejanza de Dios en el alma está desfigurada por el pecado ....................................................... 957

83. Todos pueden volver al Verbo y ser reformados por Él. El amor del Esposo y de la esposa ...... 969

84. El alma busca al Verbo porque antes ella ha sido buscada y encontrada por Él ............................. 977

85. Por qué causas busca el alma al Verbo, y cómo éste la reforma en la sabiduría ........................... 986

86. Encomio del pudor. Lugar y momentos convenien-tes para orar ......................................................... 1003

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INTRODUCCIÓN 1 LA DOCTRINA DE LOS SERMONES

SOBRE EL CANTAR

Esta serie de ochenta y seis sermones —o más exactamente, de ochenta y cinco sermones y medio—, constituye la obra más desconcertante de Bernardo, la más difícil para leer y proba-blemente la más hermosa. Es, sin duda, aquella que él trabajó durante más tiempo y con más atención, como lo atestigua la historia de su texto: durante los últimos veinte años de su vida, desde 1135 hasta su muerte, acaecida en 1153, no cesó de tra-bajarla, y después mejorarla con ulteriores correcciones 2. No se puede comprender la doctrina y la coherencia con que está expuesta si no se percibe antes la intención y, si existe, la lógi-ca de su exposición. La finalidad de la presente introducción no puede ser resumir toda esa doctrina o presentar una visión de conjunto de ella, sino ayudar al lector a abordar la obra y perseverar en su lectura, intentando indicarle, por así decirlo, el hilo conductor, si es que hay alguno. Por eso, es importante ante todo señalar el carácter general de la obra y después discernir su lógica interna, centrada toda ella en los dos protagonistas de que habla, Cristo y su Esposa.

1. Una «Summa» de teología contemplativa

Los Sermones sobre el Cantar se presentan como el Opus Mag-num de Bernardo, según una tradición literaria muy conocida. Un historiador de Erasmo ha escrito a propósito de los doce libros del De Trinitate de Hilario de Poitiers: «Es fácil advertir que era una ambición frecuente de los escritores famosos, lo mismo que en los pintores y escultores excepcionales, dejar en alguna de sus obras un ejemplo completo y maduro de su arte:

1 Esta Introducción se publica con la gentil concesión y «la colaboración del Scriptorium Claravallense, Fondazione di Studi Cistercensi, Milán, Italia». Reciban por ello nuestra más afectuosa gratitud.

2 La historia de la redacción de los Sermones sobre el Cantar está resumida en «Introduction», en S. Bernardi opera, I (Roma 1957) XV-LX, y expuesta con más detalles en J. Leclercq, Recueil d’études sur S. Bernard, I (Roma 1982) 173-251.

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4 Introducción

con ello la posteridad podría valorar lo que pudo haber reali-zado si hubiera ejercitado todas sus capacidades. Virgilio parece que intentó eso en las Georgias, Ovidio en su Medea, Cicerón en De Oratore, Agustín en La Ciudad de Dios, Jerónimo en su Comentario a los Profetas, Tomas de Aquino en sus reflexiones sobre la Eucaristía, Bernardo en el comentario al Cantar» 3.

¿Opus Magnum u Obra maestra? Ambas expresiones se ha-llan en la carta de Bernardo a Bernardo de Portes, la 153, que sirve, por así decirlo, de prefacio a los Sermones sobre el Can-tar, y que Bernardo quiso que figurara en su correspondencia cuando preparó su publicación 4. En esa carta y en la siguiente, dirigida al mismo destinatario 5, figuran todos los elementos que, según la tradición literaria —a la que Bernardo se mostró extre-madamente fiel— debían colocarse en un prólogo semejante a aquellos con los que él mismo iniciaba sus tratados. Se ha dicho y repetido que esta obra sólo se emprendió porque se la pidieron con insistencia y muchas veces «en frecuentes cartas». Allí se anuncia ya el título: se tratará de «sermones sobre los comienzos del Cantar», Sermones super principia Canticorum. Con ello Ber-nardo se toma la libertad de no comentar todo el libro sagrado. El género literario será el de «sermones», no pronunciados ante un auditorio real sino destinados a ser «publicados» —el verbo edere se utiliza dos veces en su sentido más literal—. ¿Cuál será el carácter de la obra (opus) que así se le ha pedido? No debe ser «ligera», ni «de escaso valor», ni «vil», ni «despreciable», ni «mediocre», sino «grande», para no decepcionar la esperanza de quien la espera: magna exspectanti, speranti grandia.

¿Cómo va a responder Bernardo a esta demanda y satisfacer esta exigencia? Lo va a decir inmediatamente desde el primer sermón, que hace de introducción a todos los demás: situándose al más alto nivel de enseñanza, aquel en el que se dirige a perso-nas ya «avanzadas» en los caminos de la vida «espiritual». Esta predicación escrita no se detendrá en las nociones fundamentales de la doctrina cristiana que se suponen ya conocidas, sino en la «doctrina del espíritu», la «sabiduría», hoy diríamos la espi-ritualidad: el Cantar es un «discurso contemplativo» (theoricus sermo [1, 2]), que supone ya conocida la «disciplina» práctica a observar (1, 2-3). Eso es lo que hoy llamamos la «teología

3 J. C. olin, Six Essays on Erasmus (Fordham Univ. Press, Nueva York 1979) 98.

4 Epístola 153, en Obras completas de san Bernardo, VII (BAC, 2003) 538-540.

5 Epístola 154: l.c., 540-542.

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Introducción 5

espiritual», que debe trasmitir el gozo propio del lenguaje lleno de encanto y alegría del texto explicado: iucundum eloquium (1, 5), iucundum elogium (1, 8), vox exultationis (1, 9).

A continuación se anuncia el tema: como el Cantar es un «epitalamio» (1, 8), un «canto nupcial» (1, 11), se tratará esen-cialmente de tres realidades, enunciadas en una fórmula de gran densidad: Cristo, la Iglesia, y su unión: Christi et Ecclesiae lau-des, et sacri amoris connubium (1, 8). Bernardo habla de otros temas en tratados ocasionales, cada uno de los cuales trata de una materia indicada en el título. Aquí la perspectiva será más amplia: lo abrazará todo; todo lo que puede referirse a Cristo, a la Iglesia y a su unión, hallará lugar en la obra.

De este modo, por la razón misma de su objeto, la obra se presenta a primera vista como una serie de tratados particulares que se suceden sin que los unifique un orden orgánico. ¿Pero es esa la realidad? ¿No seguirá Bernardo un plan? En sus otras obras hace prueba de una gran maestría en el arte de componer. Incluso en escritos ocasionales e inicialmente dispersos, como sus sermones litúrgicos y sus cartas, él las reagrupa en series estrictamente organizadas, para publicarlas. Él no redacta al azar, a vuela pluma. Antes incluso de componer su gran obra, tuvo que tener una idea de su desarrollo.

Sabemos que él depende, al menos en parte, del conjunto de temas tratados por Orígenes en su comentario al Cantar. Sin embargo, respecto a este modelo sabe tener «una hermosa libertad» 6; él «lee, medita, deja a un lado ciertos pasajes, los que conserva los presenta de un modo diferente, precisa su texto con las notas de su espiritualidad» 7. El mismo Orígenes depende también, por así decirlo, de los azares de la inspiración del poeta que escribió el canto nupcial, cuyas imágenes se siguen de una manera que escapa a toda lógica. Pero nada excluye que Bernar-do previera, al menos de una manera general, lo que llegaría a ser el desarrollo de su doctrina en sus Sermones sobre el Cantar. La única manera de verificar si tiene o no un plan, y cuál es, consiste en leer todo el texto y preguntarle sobre este punto.

De ese modo nos damos cuenta que se trata en efecto de una summa teológica: trata todos los temas, o casi todos, que solían exponerse en las colecciones de Sentencias de la primera mitad del siglo xii; pero él lo hace según un orden no sistemático; por ejemplo, no separa el dogma de la moral: considera siempre la

6 L. Hébrard, «Origène et S. Bernard commentent le Cantique des Canti-ques»: Collectanea Cisterciencia 44 (1982) 296.

7 Ibíd., 183.

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6 Introducción

moral en conexión con los misterios de la fe, en cuanto vinculada a ellos. El orden que sigue es de carácter poético, parcialmen-te determinado por las imágenes del Cantar. Esto implica cierta fantasía, cuyo resultado no es, sin embargo, el desorden. Existe una progresión, aunque libre, con algunos paréntesis. ¿Se trata de digresiones? Siempre acaban integrándose en la unidad del tema indicado al principio, gracias a lo cual, a falta de un orden siste-mático, existe una síntesis, y esto depende de un arte más elevado.

La síntesis es cristológica: siempre, desde el comienzo hasta el fin. Todo está referido a Cristo, todo converge en él. Cristo es el modelo y principio de todas las actividades cristianas. Es el Verbo encarnado, es decir, Dios y hombre, de tal modo que todos los misterios de la fe pueden ser considerados en referencia a él. Es preciso unirse a él por la fe, la contemplación, la práctica de las virtudes con las que se le imita. Cristología vivida, práctica, comprometida, aplicada. Cristología inserta en la historia: la de la revelación, narrada en la Biblia; la del tiempo de la Iglesia en el decurso de los siglos, y especialmente en la época en que vive Bernardo. Cristología orientada hacia la escatología. De este modo, todas las realidades de la existencia cristiana giran en torno a este centro, en virtud de la lógica propia de ese amor que constituye el tema dominante de toda la obra. Y en todo el desarrollo de la obra realizada por Dios, en Cristo, hay una idea que asegura la unidad y la continuidad del conjunto: la restauración de la imagen de Dios en el hombre, llegado a ser como su modelo absoluto y definitivo, y que retorna así con Cristo al Padre, por medio del Espíritu 8

2. El esposo

Cristo y la Iglesia: estas dos realidades son las que Bernardo dice desde el principio que va cantar «las alabanzas» (1, 9). Por tanto, aquí debe radicar la unidad orgánica de su doctrina en toda la obra.

Desde el principio se revela una cristología que podemos llamar evolutiva o dinámica: inserta en el desarrollo histórico del misterio. En la serie de los Sermones durante el año, en cada uno de los tratados que constituye el conjunto de los sermones para una fiesta concreta, se constata una progresión que va del Antiguo Testamento a la escatología pasando por la práctica de la moral. Del mismo modo, aquí todo aparece ordenado de

8 Ibid, 293.

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Introducción 7

una manera semejante. Están ante todo, los preparativos en el Antiguo Testamento; el deseo de los Padres (2, 1), las razones del retraso de la Encarnación, 2, 5), la espera de un mediador (2, 6). Ya ha venido: he aquí su vida, su nacimiento (2, 8). Y todo esto implica consecuencias para la humanidad, llegada a ser su esposa: debe comprometerse en un proceso que irá de la penitencia a la unión (3-4). Pero esta venida de Dios a los hombres no se realiza sin que él y ellos estén en relación con todas las criaturas, especialmente con los Ángeles (5; 7, 8). Dios, como espíritu, es trascendente (6): nosotros asistimos a su manifestación en la Encarnación (6, 3), en la vida de Cristo (6, 4-5), y después de este dato objetivo siempre se indican sus aplicaciones subjetivas (6, 6-9).

Todo esto ha preparado la revelación perfecta de Dios como Padre, Hijo y Espíritu. Se dedica todo un sermón, extraordina-riamente denso, a la Trinidad 9. Pero al dogma sigue una vez más la moral: la respuesta del alma-esposa debe manifestarse en los campos del amor, de la oración, de la entrega, de la actividad pastoral (9-11). En el centro siempre está el opus redemptionis (11, 3). De este modo, poco a poco se ha iluminado y se ha im-puesto todo el tema fundamental: la Redención por la Encarna-ción del Verbo, el encuentro entre Dios y el hombre es un fruto de la Redención (11, 5-6), realizada gracias a la Encarnación y a la vida de Cristo (11, 7-8). Incluso en un paréntesis como el que sigue ahora, sobre los deberes de los pastores y de todos, se sigue el orden bíblico cronológico: de José a David, al Evangelio, a la resurrección, al Cristo de la gloria (12-13). El problema de las relaciones entre la Iglesia y la Sinagoga forma parte de los preliminares de toda la presentación de la Iglesia, ya que surge desde el principio, y es tratado aquí (14). Del mismo modo, y a propósito de los nombres de la Sinagoga, una elevación sobre los nombres de Cristo, y especialmente sobre el nombre de Jesús (15), culmina en una profesión de fe en la victoria que en él la vida alcanzará sobre la muerte (15, 8). Los atributos y nombres de Dios se manifiestan en el hecho de que él es el Padre de Cris-to, incluso en su Pasión (17, 4-6), en las operaciones del Espíritu Santo, en su victoria sobre los demonios (18). Finalmente, no puede faltar un tratado sobre los Ángeles (19).

En una palabra, Bernardo ha hablado hasta aquí de los principales temas que van a ser tratados por la teología clásica y que recibirán el nombre de De Deo uno, De Deo Trino, de

9 Ibíd., 2-8; J. leclercq, Le mariage vu par les moines au XII siècle (París 1983) 11-116: «L’amour trinitaire».

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8 Introducción

Deo creante. Desde aquí se puede llegar al De Verbo Incarnato: mostrar cómo nos ha amado Cristo (20), cómo realizó el opus nostrae redemptionis, cuáles fueron los motivos de la Encar-nación (20, 6). Esto diseña un tratado de la gracia (21), con sus consecuencias sobre el deber de seguir a Cristo (21, 8). La gracia es una acción de Cristo en nosotros (22), lo cual implica una declaración de importancia capital para toda la cristología de Bernardo: en Cristo, Dios, invisible y glorioso, se ha hecho visible para poder ser imitable (22, 3). Y de todos sus beneficios derivan, por una parte, la unión contemplativa con él (23), y por otra, la rectitud de conducta (24). «Realiza las obras de Cristo, Fac Christi opera» (24, 8): tal es la conclusión que se impone.

a) El Redentor

Hasta aquí, pues, se ha tratado sobre todo de la Encarnación. Llegado a este punto, Bernardo debe interrumpir su trabajo de redacción para hacer un largo viaje a Italia —su estancia durará año y medio—, para contribuir a resolver el cisma surgido en el papado entre Inocencia II y el antipapa Anacleto. ¿Olvida su plan cuando vuelve? De ningún modo. Escribe el comienzo del sermón 24 hablando de su actividad al servicio de la Iglesia romana, y después aborda los temas que todavía no ha tratado explícitamente: el problema del mal y del pecado (25), el de la muerte —a propósito del fallecimiento de su hermano gerardo (26)—, la belleza restaurada de la criatura angélica y humana (27), la necesidad de la fe en Cristo (28), la caridad (29), el papel de la persecución y de la tentación (30), cómo se puede tener una cierta visión de Dios (31), en medio de la sombra inherente a esta vida (31, 7-8), lo cual nos proporciona una bellísima meditación sobre la fe de María (31, 9), y cómo se manifiesta Cristo como esposo y como médico (32). Y a propósito de todo esto se van dando lecciones sobre la práctica de la vida cristiana: sobre las virtudes, sobre las tentaciones de la Iglesia y de cada uno de sus miembros (33-34), sobre el modo exacto de dedicarse a los estudios (35-36, 39), sobre la recta intención (40). Todo eso constituye un amplio tratado de moral, centrado siempre en el ejemplo de Cristo (33, 5 etc.).

Entonces comienza, poco a poco, una exposición que trata sobre todo de la teología mística: la contemplación (41), la hu-mildad que la condiciona (42), y cuyo modelo es Cristo (42, 7), la Pasión por la que es preciso pasar (43), el amor que Jesús ha mostrado en medio de sus sufrimientos (44, 8). Todo esto viene

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Introducción 9

después desarrollado en una quincena de sermones, centrados todos en Cristo: unión con él (45), en la Iglesia (46), en diversos estados de vida (47), su presencia en nosotros (48), la caridad y la contemplación que él exige y que hace posibles (49-53): él es nuestro modelo (54), él será nuestro juez (55, 2-4), él nos ayuda en las luchas (56), él visita nuestras almas (57-58), y nos infunde el deseo de participar en su gloria en el cielo (59). Tras un paréntesis sobre los judíos (60), Bernardo se entrega a una larga meditación sobre la Pasión de Jesús, sus heridas, la eficacia de sus sufrimientos (61-62). Poco a poco, pues, su pensamiento ha comenzado a orientarse hacia las realidades futuras. Pero lo esencial de la reflexión ha tenido como objeto la Redención, tal como se realizó gracias a la muerte del Señor. Después de un De Verbo Incarnato, Bernardo nos ha dado, a su modo, un De Deo Redemptore.

b) El Rey de la gloria

Todo lo que sigue se caracteriza por dos consideraciones: la de las realidades futuras, es decir, lo que suele llamarse en nuestros días la escatología, y la de la unión mística, en la que se anticipa ya la gloria futura.

Es el equivalente a un tratado de las realidades últimas, De Novissimis: deseo de Dios, gloria de los Santos, felicidad de los Ángeles (62), espera de los justos (68-69), exaltación de Cristo, que recompensará nuestra aspiración hacia él (72), su segunda venida, el Juicio, los santos (73), el poder que ha recibido del Padre para ayudarnos en nuestra debilidad, su Resurrección (75), su Ascensión y su lugar a la derecha del Padre (76), el paso de la Iglesia de aquí abajo a la Iglesia de los elegidos (77-78), el retorno del Verbo (81, 7.11), la gloria futura (82, 8). En todo este tratado de las realidades últimas, la interpretación tradicional de las «raposas» de que habla el Cantar, y por otra parte una petición dirigida a Bernardo por Everwin de Steinfeld, le obligan a insertar una exposición sobre los herejes en general (63-64), y en particular los de Renania (65-66): la historia presente de la Iglesia es el camino que la conduce hacia la gloria de Cristo.

Dentro de todo esto conjunto dinámico se sitúa la expe-riencia mística, de la que Bernardo va a hablar ahora cada vez más: amor de Dios y gozo espiritual (67-68), contemplación de la Trinidad (71) y de la Encarnación (71, 18), fe y amor de la Esposa a su Esposo (79). Esto lleva a la postura definitiva de S. Bernardo sobre un tema que ha estado en el centro de sus

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pensamientos en todas su obras y en ésta: la restauración de la imagen del Verbo en el hombre (80-81). Finalmente, viene la gran síntesis, tan elevada, sobre la unión mística (83-84): al-canzamos con ello el culmen de toda la teología contemplativa de Bernardo. Ya no descenderá nunca de ella: nos dirá qué es «gozar del Verbo» (84, 14), qué son las bodas del alma con él (85). La última palabra del último sermón, que lo dejó sin aca-bar, será una apertura al infinito: el tiempo de las tinieblas ha pasado, Cristo nos ha librado de ellas; sólo existe la luz (86, 4).

3. La esposa

Todo lo que hemos dicho sobre la identidad del esposo hace ya prever cuál será la respuesta a la pregunta de quién es la es-posa: cuestión fundamental, si se quiere dar un juicio imparcial, no sólo sobre Bernardo, sino sobre todos los autores monásticos de quienes él es el representante más insigne.

Cristo amó y rescató a todo el género humano. De los que aceptan su don, el don de su Espíritu que los lleva al Padre, él hace su Iglesia. Pero ésta, lo mismo que el género humano, no existe en abstracto: está compuesta de personas. El Verbo hecho carne se une, pues, a personas. Y cada una de ellas no existe sino en comunión con los demás miembros de Cristo: la comunidad que es la Iglesia, por una parte, y la persona por otra, son inseparables. Sería, por tanto, un falso proble-ma preguntar si Bernardo, a propósito de la Esposa, habla del alma —en cuyo caso su espiritualidad estaría marcada por el individualismo—. O de la Iglesia en su conjunto —en cuyo caso cada ser humano no recibiría toda la consideración a que tiene derecho—. En Bernardo se da una perfecta conciliación entre comunidad y persona.

Para constatarlo basta recorrer una vez más los Sermones so-bre el Cantar, desde este nuevo punto de vista, con esta pregunta. Sería posible construir una síntesis de su enseñanza, hecha de textos esparcidos por toda la obra y presentados según un orden lógico, en una especie de tratado de eclesiología. Pero teniendo en cuenta la finalidad de esta introducción, es preferible seguir el desarrollo del pensamiento de Bernardo, tal como aparece en el curso de los sermones. No hay duda que la respuesta al tema de la identidad de la Esposa se halla en todas partes bajo forma de alusiones o breves menciones; pero hay un número abundante de textos explícitos, y a veces amplios, de los que podemos fiarnos.

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Uno de estos testimonios claros se halla en uno de los prime-ros sermones, el 12. La doctrina que ahí se expone va a orientar todo el resto de la obra. El más valioso de los ungüentos de la Esposa (se dice al comienzo) es la pietas; la piedad, es decir, la compasión con todos los que sufren —«las necesidades de los pobres, las congojas de los oprimidos, las depresiones de los tristes, las culpas de los delincuentes y, finalmente, todo género de miserias, incluyendo las de nuestros enemigos» (12, 1): no se puede ser más universal—. Ese fue el ejemplo dado por san Pablo (12, 2), por Job (12, 3), por el patriarca José (12, 4), por el rey David (12, 5), por la Magdalena (12, 6), y el que debe seguir cada uno de nosotros: cada uno debe «hacer el bien a todos», sin excepción, incluso a los enemigos, con una ayuda corporal o espiritual, según el caso; no se puede verter el ungüento de la compasión solamente sobre la cabeza o los pies, sino «sobre todo el cuerpo, que es la Iglesia» (12, 7). Y la conclusión del sermón hablará de la comunión hecha posible por la universalidad de la Iglesia:

Lo que le falta en uno lo posee en otro, según la medida del don de Cristo y el discernimiento del Espíritu que distribuye a cada uno como a él le place… Pero aunque nadie de nosotros puede atreverse a llamar a su alma esposa del Señor, como somos parte de la Iglesia, que se gloría en justicia de este título y de esta realidad, tenemos una parte de esa gloria. Pues cada uno participamos justamente de lo que juntos poseemos en plenitud total. Te damos gracias, Señor Jesús, porque te has dignado agre-garnos a tu Iglesia… (12, 11).

En este texto fundamental, el individuo está en cierto modo subordinado a la comunidad eclesial de la que es miembro.

De estos principios proceden unas consecuencias prácticas que vienen a continuación, por ejemplo en el sermón 21: es toda la Iglesia la que debe renunciarse, llevar su cruz, seguir a Cristo. Es la Esposa como tal la que debe ser «atraída», para que cada uno de nosotros lo sea en ella (21, 2). Pero a su vez, cada miembro de la Iglesia debe participar en la promesa de Cristo

de atraer todo hacia él: esto puede llegar a ser común a todos sus hermanos, que son conformes a su imagen… Yo mismo puedo tener la osadía de decir que cuando sea levantado de la tierra atraeré todo hacia mí… El mundo entero con sus riquezas per-tenece al hombre de fe. Todo absolutamente, porque tanto lo próspero como lo adverso, le sirve igualmente y coopera en todo para su bien (21, 7).

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Un verdadero acto de fe, audaz, en la unidad, en la identi-ficación entre la Iglesia-esposa y el alma-esposa.

Esto se aplica de manera eminente al don de la contempla-ción, como explica Bernardo un poco más adelante, en el sermón 23: la Iglesia-esposa no se separa jamás de aquellos a los que ha engendrado al Evangelio; no olvida jamás «a sus entrañas» (23, 1). Puede, pues, decir:

Alegraos, confiad: el Rey me llevó a su alcoba. Pensad que a vosotras también os ha llevado. Parece que he entrado yo sola, pero eso no me aprovecha a mí sola. Mi progreso es de todas vosotras (23, 2).

En el sermón 27 Bernardo extiende esta comunión de bienes espirituales a los mismos Ángeles. Reflexiona sobre una de las alegorías nupciales más bellas de todo el Nuevo Testamento, la que se halla en el pasaje del Apocalipsis, donde se dice: «Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo» (Ap 21,2). El esposo ha venido a buscarse una esposa entre los hombres; pero ya tenía una, que estaba formada por la multitud de ángeles. ¿Tiene, pues, dos esposas? No, es una, y lo que la hace una es la común conformidad de voluntad de los ángeles y hombres con ese mismo Esposo (27, 6). De este modo, la Esposa es el conjunto de todas las criaturas, angélicas y humanas, de todos los tiempos, que son conformes a la imagen del Esposo y que están unidas a él. Ninguna de ellas puede unirse a él aisladamente, por separado, sin todas las otras.

Esta unidad de la Iglesia-esposa es la que asegura la cone-xión, la necesidad recíproca de todos cuantos participan en su misterio y se entregan a los diferentes ministerios. Sería erróneo creer que Bernardo identifica la Esposa como persona («el alma esposa») con los miembros de la Iglesia que se consagran a la contemplación. Se presenta también en todos cuantos se dan a actividades de servicio que, a decir verdad, según Bernardo deben proceder de la contemplación. En ellos la Esposa se con-vierte, en cierto modo, en madre. Particularmente los encargados de la predicación deben alternar en su existencia «el reposo de la contemplación» y el «trabajo de la predicación». A Bernardo le gusta desarrollar esta idea a propósito de la alegoría maternal (41, 5), y saca de ella la consecuencia práctica: «que nadie viva para sí mismo, sino para todos» (41, 6). Cada uno ser compasivo con los demás seres humanos» (44, 7)… Como el amor fraterno te da la dulzura del aceite y el amor divino el ardor del vino,

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es seguro que curará la herida del que cayó en manos de los bandidos, imitando así al Samaritano que tuvo compasión. En-tonces puedes decir con la Esposa: Botrus Cypri dilectus meus mihi in vineis Engaddi, es decir, mi celo por lo que es recto es el fruto en mí del amor a mi amado (44, 8). De este modo no existe separación entre acción y contemplación, ni en la Esposa que es toda la Iglesia, ni en la que es el alma individual.

Existe igualmente unidad entre los que desempeñan diversas funciones al servicio del Esposo. No se da conflicto entre la Iglesia como comunión y la Iglesia como institución. Bernardo no rebaja en nada el valor de la organización necesaria en la Iglesia, pero debe estar al servicio del amor mutuo que une a todos sus miembros. Por eso la Esposa puede decir:

Ha ordenado en mí el amor. Esto sucedió cuando dio a la Iglesia a unos como apóstoles, a otros como profetas y evange-listas, a otros como pastores y maestros en orden a la perfección de los elegidos. Pero es preciso que a todos los una el mismo amor y los amalgame en la unidad del cuerpo de Cristo. Lo cual no será posible en modo alguno si no hay orden en el amor.

Si éste falta, y si cada uno quiere entregarse, según su capri-cho, a cualquier actividad, «no existirá la unidad sino la con-fusión» (49, 5). El respeto a la gracia y vocación propias de cada alma-esposa no lleva al individualismo, porque todas las personas, gracias a la caridad, permanecen en la unidad de la Iglesia-esposa. En este sentido, el alma-esposa se halla subordi-nada a la Iglesia-esposa; pero la Iglesia-esposa depende de cada una de las almas-esposas, que actúan en ella y para ella.

gracias a esta diversidad de personas en la unidad de la caridad, no existe dicotomía entre esas dos actividades de la Esposa en su conjunto y en cada una de las almas: la actividad de oración contemplativa y la actividad de servicio, pastoral u otro cualquiera. Es un punto en el que Bernardo insiste mucho a medida que progresa el comentario al Cantar. Esta necesidad de reconciliación entre acción y contemplación la afirma con toda nitidez en los últimos Sermones. Pero ya la ha proclamado en el 57. Allí, después de haber hablado largamente de las «visitas del Señor», añade:

El amor es incapaz de estar ocioso porque inspira y mueve cuanto está en relación con Dios. La esposa oye que se levante y se apresure, sin duda para buscar el bien de las almas. Es muy característico de la contemplación auténtica y desinteresada, que el espíritu inflamado ardientemente por el fuego divino, se vea colmado a veces de tal celo y pasión por ganar para Dios a otros

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que le amen de esa manera, que con mucho gusto interrumpe el ocio de la contemplación por los afanes de la predicación (57, 9).

Después de eso vuelve a la contemplación: se da una alter-nancia. Una vez más entra en juego la ley de la diversidad en la unidad. Por eso Bernardo puede declarar más adelante: «Aunque hablo de Cristo y de la Iglesia, me refiero a una misma realidad; a no ser que con la palabra Iglesia no se designe un alma sino la unidad o más bien la unanimidad de muchas» (61, 2).

Otro aspecto de este misterio consiste en la conciliación del tiempo y la eternidad: la misma Iglesia-esposa vive todavía en la historia humana, pero participa ya en la gloria eterna de su Esposo. Por ello, en su conjunto y en cada alma-esposa

dos cosas consuelan a la Iglesia en el lugar y tiempo de su pere-grinación: respecto al pasado, el recuerdo de la pasión de Cristo, y respecto al futuro, porque cree y espera que será acogida en la compañía de los santos… Es una espera gozosa, exenta de toda duda, porque se apoya en la muerte de Cristo… (62, 1).

Espera que no debe ser pasiva sino impulsar al esfuerzo, para participar cada vez más en la gloria en la que seremos totalmente «transformados». Desde ahora debemos «conformarnos» a ella. Y Bernardo tiene esta fórmula tan densa: Transformamur cum conformamur: el presente es ya un comienzo, una anticipación de la eternidad. ¿Pero cómo realizar en la práctica esta con-formidad? Imitando los sentimientos del Corazón del Esposo, que nos revelan el corazón del Padre: Cor Sponsi, cor Patris. ¿Y cuál es ese corazón? Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. He ahí la «forma» que la Iglesia desea ver cuando dice: Muéstrame tu rostro, que es el de la bondad y compasión, y por tanto el de la semejanza. Levanta con toda confianza su rostro hacia la Piedra porque es semejante a ésta». (62, 5). De este modo la Iglesia se halla a la vez en el deseo de la visión total y en el gozo de la presencia de Dios ya otorgada. Existe unidad, e incluso unanimidad, en todas las fases de su desarrollo.

Este misterio de la única Esposa se realiza en la variedad de personas y en la sucesión de tiempos, y Bernardo se muestra cada vez más insistente y explícito sobre él. La exposición más hermosa de este aspecto de su eclesiología se halla sin duda en los sermones 68 y 69. Y va unida a su cristología:

Dios hizo y padeció tanto cuando consiguió la redención en medio de la tierra, no por una sola alma sino por muchas, para

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congregar a muchas en una sola Iglesia y para unirlas a la única Esposa (68, 4).

Esto fue posible gracias a su divinidad: «La divinidad del Es-poso, simplicísima por naturaleza, puede mirar a muchos como si de uno solo se tratara, y a uno como si fuera una multitud: su atención no se distrae por la multitud, ni se divide o limita por el interés que otorga a cada uno» (69, 2). De ahí el carácter único, íntimo, de su unión con cada alma-esposa en la unidad de toda la Iglesia-esposa: está con cada uno, en todas sus acciones y preocupaciones; es el primero en amar, y su amor es mayor que el nuestro:

Si esto lo sabe el alma, y precisamente porque lo sabe, no te extrañarás que se gloríe. Porque su majestad vela por ella con toda su dedicación, despreocupándose de todo lo demás… El alma que ve a Dios, es como si fuera la única en ser vista por Dios (69, 8).

Es imposible afirmar con más audacia la afirmación que aquí hace Bernardo de la intimidad única de la unión del Esposo con el alma-esposa, después de haber enseñado antes con tanta fir-meza la unidad que existe entre todas las almas que constituyen la Esposa-Iglesia, universal.

Pero Bernardo piensa que todavía no ha expuesto suficien-temente este misterio, porque en la segunda redacción de sus Sermones sobre el Cantar vuelve a escribir y desarrollar un pasaje sobre el que ya había estado muy claro, aunque tal vez resultaba un poco oscuro por su densidad. Allí vinculaba esta capacidad de amor universal del Verbo a la unidad que existe entre las Personas en la Trinidad: entre el Verbo y el Padre todo es uno: naturaleza, esencia, voluntad (71, 7-8) 10. En el nuevo texto, más amplio, añade que esta unidad se concilia con la diversidad, in-cluso en Dios: ninguna Persona divina es la otra, sino que están en la unidad, y de esa unidad procede el amor que puede unir a Dios y al hombre, Dios con los hombres, y a los hombres entre si. Una exposición sutil, que es preciso leer en el texto mismo (71, 8-10) 11, pero que proporciona por fin la razón última de toda esta conciliación de la unidad en la diversidad, tantas veces afirmada. Esta unidad de almas-esposas en la Iglesia-esposa es una participación en la unidad de las Personas divinas: en Dios lo mismo que en los hombres, el vínculo de esta unidad es la

10 Cf. Sancti Bernardi Opera, II, p.218-219, en el aparato crítico.11 Cf. infra, 833-837.

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caridad, según dice san Juan: Quien permanece en la caridad permanece en Dios y Dios en él (71, 8).

Llegamos aquí a la cumbre de toda la dogmática de la uni-dad. El resto no será otra cosa que deducir las consecuencias y aplicaciones prácticas. Son importantes, y conciernen a las dos realidades complementarias, inseparables, que son el alma-esposa y la Iglesia-esposa. Sobre la primera Bernardo compone ese sublime sermón 83, en el que describe la unión mística, las bodas de la Esposa con el Esposo. Desde el principio se trata de la «afinidad del alma con el Verbo», de las «bodas» con él (83, 1). Aquí se resume toda la teología que Bernardo ha expuesto en su demás obras y en los sermones precedentes, sobre la presencia en el alma de la imagen de Dios que es el Verbo. Esta «información» que pone remedio al pecado es una «reformación»: hace al alma semejante al modelo, a la forma, que es el Verbo. ¿Pero como se realiza? «En la caridad» Así está dicho: Sed imitadores de Dios, como hijos carísimos, y vivid en el amor, como Cristo os amó (83, 2). ¿Se trata de una gra-cia puramente individual? El contexto entero de la cita de san Pablo a los Efesios que acaba de tomar (Ef 5,1), muestra que esta caridad debe ejercerse con todos: Sed amigos unos de otros, buenos, perdonándoos unos a otros como Dios os ha perdonado en Cristo (Ef 4,32). No existe unión con Cristo sin la unión con los demás, una unión exigente, que debe manifestarse en obras.

«Esta es la conformidad que desposa al alma con el Verbo… Hace de ambos Esposo y esposa…» (83, 3). Y todo el himno magnífico al amor que sigue a continuación, en estas páginas que son tal vez las más bellas de Bernardo, todo ese elogio del amor esponsal supone siempre estos dos aspectos: una unión espiritual la más íntima posible, pero que debe llevar al ejercicio de la caridad practicada con todos. No existe el amor místico sin el ejercicio de ese mismo amor con el prójimo.

En efecto, en el sermón siguiente, que prolonga la misma enseñanza, vuelve el tema paulino de la caridad según la Carta a los Efesios (5, 2): caminad en la misma caridad con la que Cristo nos amó (84, 4), y según esa misma Carta (5, 21) sed sumisos unos a otros en el temor de Cristo (84, 7). Llegamos así al úl-timo sermón de la serie que Bernardo tuvo tiempo de acabar. quiere terminar su eclesiología exponiendo lo que él llama, desde el principio, la «fecundidad» de esta unión matrimonial (85, 1). gracias a ella se ha restaurado la unidad del hombre en sí mismo y con Dios (85, 2-4), su «dominio» sobre sí mismo (85, 5), su sólida estabilidad (85, 6), su sabiduría (85, 7-9), su belleza interior (85, 10-11): todos estos «dones del Verbo» (85,

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10), que al dar a la persona una «gloriosa conformidad» con él (85, 12), hacen de ella a la vez una «madre llena de bondad y una esposa fiel» (85, 12). Esta última fórmula sirve de transición al célebre pasaje en el que Bernardo exalta la fecundidad del «matrimonio espiritual»:

En el matrimonio espiritual se dan dos formas de parto; y por eso hay dos diversos linajes, aunque no contrarios, porque las madres santas dan a luz las almas predicando (el aspecto pastoral y apostólico), y meditando…; de una manera el alma fructifica para el Verbo, y de otra goza del Verbo.

Está dividida entre «las necesidades del prójimo» y «la sua-vidad del Verbo». «Como madre se regocija de su descendencia, y como esposa se siente mucho más feliz por los abrazos». «Es bueno salvar a muchos, pero salir de sí mismo para ser arre-batado y estar con el Verbo es mucho más dichoso» (85, 13). Son las dos gracias que se otorgan de manera alternativa. Y una nueva palabra de san Pablo da la clave de su conciliación: «Si nos excedemos en el espíritu es por Dios, y si nos moderamos es en atención a vosotros» (2 Cor 5,13) (85, 14).

La muerte hizo que Bernardo sólo pudiera comenzar el sermón siguiente. No sabemos qué hubiera dicho, tras haber anunciado que iba a «escudriñar los secretos» de la unión del alma-esposa con Dios (85, 4). Su último mensaje completo se halla en el sermón anterior. En la mayor parte de su obra Ber-nardo había hablado mucho de la Iglesia-esposa, unida a Cristo por el misterio de la Encarnación y de la Redención. Hacia el final celebró la unión íntima con el Verbo de cada uno de los que participan en el misterio de la Iglesia. Después de haber insistido tanto en el aspecto universalista, podía complacerse en el aspecto intimista.

Pero la mejor prueba de que Bernardo no separó jamás el aspecto contemplativo del pastoral, es que quiso escribir todos los Sermones sobre el Cantar. Y el motivo de hacerlo no es otro que el de compartir con toda la Iglesia-esposa las luces que él había recibido en él el alma-esposa. quiso remediar la ignorancia, la «noche» de muchos. Sus últimas palabras podían ser: caminad como hijos de la luz (86, 4).

Dom Jean leclercq, oSb

Abbaye de Clervaux(Luxemburgo)

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