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Aspecto contextual de la ciudad de Trujillo en el siglo XVIII
1.1. Introducción
A partir de la segunda década del Siglo XVIII, Trujillo adquirió mayor importancia
en el ámbito regional debido a la inundación que causó la desaparición de la
ciudad de Zaña en 1720. Esta ciudad ubicada al norte de Trujillo fue ganando
importancia debido a los problemas que éste enfrentó durante el siglo anterior.
Luego de eso, hacia 1760 se calculó que en Trujillo vivian cerca de 9,200
personas, casi tres veces de la población que la ciudad registró en 1604. Durante
ese siglo, Trujillo también enfrentó sismos como los de 1725 y 1759 e
inundaciones como en 1701, 1728, 1720 y 1814.
El apogeo de la ciudad se consolida con la creación la ‘Intendencia de Trujillo en
1779. La intendencia mantuvo la misma zona de influencia que el inicial
Corregimiento de Trujillo y contó además con la franquicia del cercano puerto de
Huanchaco.
Figura 1. Plano de la ciudad de Trujillo del Perú Colonial
Sin embargo la dinámica urbana de Trujillo fue moderada. Aun se mantenían
desocupados numerosos lotes del interior de la muralla y se efectuaron muy pocas
construcciones en los extramuros.
A pesar de ello, la historia muestra que durante toda la época virreynal, Trujillo fue
una de las ciudades más importantes del norte peruano y debido a los valles que
la circundaban era considerada como una de las principales reservas de alimento
del territorio del virreynato. Esa riqueza hizo que la ciudad se constituya durante
mucho tiempo como un foco cultural, político, social, económico y religioso y que
aglomerara aún más población que la capital la Ciudad de los Reyes. Así, si bien
la importancia de Lima era, particularmente política, la importancia económica de
Trujillo la consolidó como rival de ésta.
1.2. Ámbito jurisdiccional geográfico de la ciudad de Trujillo en el
periodo 1750 - 1800
Últimamente se ha venido sosteniendo que la región norte del virreinato del Perú
estuvo más interrelacionada de lo que tradicionalmente se ha supuesto, resultando
en ser tanto dependiente de la Ciudad de los Reyes como puente hacia algunas
demarcaciones que, quebrado el orden y coherencia coloniales, quedarían libres
de la influencia peruana.
Dicho espacio estuvo básicamente conformado por el obispado de Trujillo, ubicado
entre el de Lima y el de Quito, que contuvo varias provincias o jurisdicciones
gubernativas conocidas como corregimientos. A la extinción de éstos últimos en
las postrimerías del siglo XVIII, se creó la intendencia de Trujillo, que abarcó el área
de su obispado y que siendo una de las nuevas regiones administrativas más
extensas y pobladas, fue sin duda una de las más importantes del nuevo sistema
de gobierno implantado por los Borbones.
La sede de las principales autoridades políticas, administrativas y eclesiásticas de
la región fue la ciudad capital de Trujillo, en la provincia de igual nombre, desde
donde se irradiaba su influencia hasta Guayaquil por el norte, y la provincia del
Santa por el sur, así como Cajamarca y Chachapoyas por el este. Es en dicha
capital y en los valles que la circundan en que se ubica nuestro objeto de estudio,
justificada como estuvo allí su residencia tanto por su locación estratégica entre
Quito y Lima, como por las posibilidades económicas de dicha región. (Feijóo,
1981)
Miguel Feijóo de Sosa nos describe hacia 1760 a Trujillo como una ciudad que,
fundada en 1535 en el "ameno Valle, nombrado Chimu...", dependía de la fertilidad
de sus campos y de su "apacible clima, (en los que) puso la Providencia Divina los
beneficios de toda la naturaleza...". (Feijóo, op. Cit, 1981)
Hasta los hallazgos mineros del último tercio del siglo XVIII en la serranía
cajamarquina, y la creación de la intendencia de Trujillo, cuya jurisdicción abarcó
las minas de Pataz, Huamachuco y aún Cajamarca, el sustento de la ciudad era
proporcionado por las actividades agrícola, ganadera y obrajera de la región o
provincias aledañas y, en la esfera de la circulación, por la actividad comercial,
que contaba con los puertos de Huanchaco –a dos leguas de distancia–, así como
los de Malabrigo y Guañape, al norte y sur respectivamente. (Coleman, 1974)
1.3. Aspecto demográfico de la ciudad de Trujillo de la ciudad de
Trujillo en el periodo 1750 - 1800
Trujillo fue considerada la ciudad más importante del norte peruano durante la
colonia, era la residencia de familias nobles que tuvieron su base económica en
sus haciendas y esclavos dedicadas al cultivo de la caña de azúcar; de igual
modo, fue cabeza del Obispado y centro geopolítico responsable de la defensa de
un vasto territorio, el más poblado en el tránsito de la colonia a la república. Trujillo
tenía la traza de una "ciudad colonial española" y, por tanto, era similar a Lima:
amurallada, con casas amplias y manzanas bien delineadas.
Tuvo en el pueblo indígena de Mansiche la reserva de trabajadores para el
servicio de la ciudad. No obstante su importancia política, eclesial, económica y
social, Trujillo tuvo una población reducida, como lo registra el Mercurio Peruano
en 1792: "5,515 personas de todas las clases, edades y condiciones", que
coincide con un padrón ubicado en el Archivo Arzobispal de lima que carece de
fecha, pero me he permitido atribuirla al tiempo de la visita de Martínez
de Compañón:
Es impresionante la cantidad de descendientes africanos que viven en Trujillo a
fines de la colonia: 65%, superior a Lima, motejada de "negra" por estas décadas.
El sector de españoles, representa un 24%, convirtiéndose en el bastión de las
familias de raza blanca que ven disminuida su participación poblacional, cuando
en los padrones se considera las parroquias de Santa Ana, San Sebastián y los
anexos rurales de Moche, Mansiche, Simbal, Santiago de Cao, Magdalena de
Cao, Chocope y Paiján.
El despoblamiento que puede atribuirse a Trujillo y sus anexos por estas décadas
es extensivo a todo el territorio nacional, pues el Perú de estos años apenas debe
estar bordeando el millón de habitantes. Lo que llama la atención, es el número
reducido de esclavos que, comparativamente, equivalían al de 7 haciendas del
valle de Cañete (Reyes, 1999). De todas formas, Trujillo corrobora el crecimiento
poblacional que se registra en el Perú desde mediados del siglo XVIII, destacando
el sector indígena como el predominante. https://www.la..historia..coloniasl?vvl-
WhOep4
1.4. La ciudad de Trujillo y sus habitantes en el periodo 1750 - 1800
A pesar de la decadencia de su agricultura de exportación, dependiente de la
producción azucarera en los valles de Chicama, Chimo, Virú y Guamansaña, que
como apunta Katharine Coleman se fue acentuando a lo largo del siglo XVIII,
Trujillo fue y continuó siendo la ciudad más notable de la costa peruana luego de
la urbe limeña.5 Aunque como la Ciudad de los Reyes sufriese Trujillo de
constantes terremotos, y uno muy fuerte en 1759 durante el corregimiento de
Feijóo de Sosa, éste refirió que seguía distinguiéndose por la rectitud de sus
calles, "la elevación de sus edificios y templos" y la belleza de sus casas
"pulidamente labradas, con vistosas portadas, balcones y ventanas". (Feijóo, op.
cit, 1981)
Estas últimas y sus iglesias fueron años luego descritas por Proctor (1971)
"construidas y coloreadas como en Lima", con la que compara a Trujillo
frecuentemente, asegurando que esta última "puede llamarse Lima en miniatura".
Al igual que la capital del virreinato fue amurallada por el duque de la Palata,
aunque según Feyjóo sus "baluartes y cortinas", faltándoles "fosos (y)
terraplenes..., más sirven de adorno y honor que de verdadera defensa", siendo su
perímetro ovalado.
El parecido entre Lima y Trujillo también se daba en la atmósfera cargada de
religiosidad en ambas ciudades –por la profusión de sus iglesias y
establecimientos religiosos– así como en la composición étnica y social de sus
habitantes (aunque el tamaño de la población de la ciudad norteña fuese unas
cinco veces menor que el de la Ciudad de los Reyes). Feyjóo enumera unas 9,289
personas viviendo en Trujillo hacia 1760 y Proctor unas 10,000 para 1823, cifras
que se diferencian de la de 5,790 pobladores dada por Unanue para 1793 (lo que
pudo deberse a un cómputo que no incluyó a los habitantes que vivían en los
barrios nuevos que se fueron creando en los extramuros, denominados
"rancherías"). (Proctor Op. Cit, 1971)
Tanto en Lima como en Trujillo indios y mestizos fueron una minoría dentro de la
plebe, mientras que esclavos y pardos libres estuvieron en mayoría. Los blancos
"españoles" (criollos o peninsulares) en la ciudad norteña se encontraron en una
proporción algo menor que en Lima (siendo su número tanto más reducido en
relación con el del número total de sus pobladores), lo que los haría un grupo
bastante inter relacionado, especialmente al nivel de su élite (Cuadro l).
Cuadro 1. Población de Trujillo
Fuente: Hipólito Unanue, Guía Política, Eclesiástica y Militar del Virreinato del Perú para el año de
1793, (Lima: Ediciones Cofide, 1985), 117 y 178.
1.5. La élite nobiliaria de Trujillo
Al describir el carácter de los trujillanos Feijóo de Sosa se centra en los miembros
de su élite, de quienes refiere: "Son, por lo regular, las personas nobles de esta
Ciudad, afables, políticas e inclinadas a las Ciencias, y así envían a sus hijos a
estudiar a la Ciudad de Lima: procuran mantener la nobleza y esplendor que
heredaron, hallándose, aún en la plebe, mucha cultura y advertencia. Las mujeres
son familias, recatadas y honestas; visten el mismo traje y gala que se usa en la
Ciudad de Lima, siendo en este punto émulas de sus operaciones." (Feijóo, op.
cit., 1981)
La élite trujillana en el siglo XVIII estuvo compuesta por grupos familiares
integrados por un conglomerado de terratenientes, funcionarios, eclesiásticos y
comerciantes que, salvo muy pocos a fines de dicho siglo y comienzos del XIX,
estuvieron muy enlazados entre sí. A pesar de que por tal razón resulta muy difícil
separarlos para su mejor estudio, podemos identificar a un puñado que,
detentando títulos, mayorazgos y cargos hereditarios, constituyeron linajes
extendidos, con cabezas o núcleos destacados que concentraron el mayor poderío
social, económico y político al interior de los mismos.
Estos grupos familiares fueron los constituidos por los marqueses de Herrera y
Vallehermoso y los condes de Valdemar de Bracamonte, por los mayorazgos de
Facalá y los marqueses de Bellavista (entroncados los dos últimos grupos con los
Tinoco y los Roldan Dávila), y por los Moncada Galindo y los Orbegoso, condes de
Olmos y alféreces reales de Trujillo. Muy relacionados a estas familias estuvieron
los del Risco, los Cáceda, los Lizarzaburu, los del Corral y Aranda, así como los
Cacho y los Martínez de Pinillos, de más tardía llegada, vinculados a su vez a los
Lavalle. A esta familia pertenece el famoso mercader José Antonio de Lavalle,
creado conde de Premio Real y establecido en Lima, por cuya razón su historia y
la de sus hijos escapa los límites de este trabajo, al igual que la de los Ramírez de
Laredo, condes de San Javier y Casa Laredo.
Algunos de estos conquistadores y encomenderos iniciales contaron con la
condición de hidalgos ("hijos de algo", rango que estaba en los cimientos del
estamento noble en el mundo hispano y permitía el goce de exenciones tributarias
y otros privilegios) desde antes de su arribo a tierra peruana, y los que no la tenían
pronto fueron reconocidos como tales en atención al servicio conquistador
prestado. Los reyes confiaban los cargos más altos en la administración civil,
eclesiástica y militar a quienes habían probado, directamente o a través de los
servicios de sus antecesores, una lealtad fuera de toda sospecha a los intereses
de la monarquía. De allí la creciente necesidad que tuvieran aquellos subditos,
que contaban con suficientes medios materiales como para pretender
nombramientos reales, de presentar expedientes "de nobleza y limpieza de sangre
(de moros o judíos)" para demostrar con ello ser dignos de la confianza de la
corona. http://wwwnnnncolonialcolonialamericax/mjtyjumuralmta/mhjm
Como el reconocimiento de la condición hidalga fue haciéndose bastante
extendido y frecuente (considerando que pueblos enteros, como los vascos o
montañeses, en atención a haber frenado el avance musulmán en la península
ibérica durante el medioevo, disfrutaron de tal calidad), se fue convirtiendo en algo
cada vez más deseable el ingresar a órdenes nobiliarias de caballería.
Estas (Santiago, Alcántara, Calatrava, Montesa o San Juan de Jerusalén) fueron
corporaciones de origen medieval cuyo propósito posterior fue honorífico y ya no
bélico: principalmente el confirmar la pertenencia a un grupo aún más selecto y
por lo tanto más "garantizado" en su condición de noble y fiel subdito. Ya
Guillermo Lohmann ha demostrado cómo los habitantes del virreinato del Perú
fueron los que más alcanzaron los hábitos de tales órdenes, dentro de las
posesiones ultramarinas del imperio español, quizás porque en territorios tan
apartados resultaba más necesario demostrar una inobjetable lealtad. En todo
caso fue forjando una élite cuyos fundamentos fueron más aristocráticos que en
otras regiones. http://wwwhystorymerica2.udg.mx/muralmta/sara/Archivos/.htm
1.6. El gobierno provincial: corregidores e intendentes
La primera instancia gubernativa en Trujillo hasta 1784 fue constituida en lo civil,
judicial y militar, por el corregimiento de la provincia. Por reducido que oficialmente
aparezca en el mencionado año el sueldo correspondiente a dicho cargo –3,240
pesos, según nos lo refiere Coleman (op. cit., 1974)– los funcionarios que lo
ejercieron habrían tenido acceso a cifras mucho mayores, si su procedimiento y
las posibilidades regionales ofrecieron alguna semejanza con lo sucedido en otras
zonas del virreinato peruano. Pareciera indicarlo el afán que por poseer y ejercer
el cargo de corregidor desplegaron los miembros de muchas de las más
connotadas familias trujillanas, sea en su propia provincia o fuera de ella,
debiendo haber visto en tal posición no sólo el prestigio que proveía –ingrediente
sustancial por cierto– sino su poder político y ventajas económicas.
A manera de ejemplo, tengamos presente que a lo largo del siglo XVIII ocuparon el
puesto de corregidor, justicia mayor y teniente de capitán provincial de Trujillo o
provincias circunvecinas. A mediados de siglo, en 1755, fue nombrado para
ocupar el corregimiento trujillano –según viéramos– el obrajero de Angasmarca
don Martín de Aranda y de la Torre quien, en 1759 hubiera de ceder su puesto a
Miguel Feyjóo de Sosa, pasando a ser corregidor de Huamachuco y Cajamarca; y
el último corregidor de Trujillo, antes de la creación de la intendencia provincial,
fue el también mencionado marqués de Bella vista (don José Muñoz), quien ocupó
el puesto de mayo de 1776 a diciembre de 1784.
No contamos con estimados de lo que pudieron estos funcionarios recabar para
sus bolsillos ejerciendo tales cargos, cuidándose como lo hacían de no dejar
constancia de ello. Pero la colocación de un Aranda dueño del obraje de
Angasmarca, o de un marqués de Bellavista –que para fines de la década de 1770
ya era dueño de los obrajes de Chota y Motil– permite deducir la enorme ventaja
que a estos señores les supuso controlar el corregimiento de Trujillo y provincias
próximas, en donde se aseguraban un mercado para sus productos
manufacturados u otros importados que pudieron contar con su intermediación,
calzando con la imagen de corregidor-comerciante descrita por Golte. (Golte,
1980)
Los excesos cometidos por este tipo de funcionario colonial –y las reacciones
violentas a que crecientemente dieron lugar en el virreinato– contribuyeron a
decidir a la monarquía borbónica a rediseñar el espacio administrativo, terminando
así con la bicentenaria historia de los corregidores. En 1784 se crearon las
intendencias –siete al interior del territorio peruano–, siendo la trujillana una de las
más grandes en tamaño y población. En general, los nuevos intendentes habrían
de ser mayoritariamente peninsulares, para procurar evitar así compromisos e
intereses particulares locales. En Trujillo los dos intendentes oficiales hasta poco
antes de la Independencia procedían de España, desempeñándose cada uno con
moderado acierto y durante prolongados períodos: Fernando de Saavedra, de
1784 hasta su muerte en 1791, y Vicente Gil de Taboada (sobrino del virrey bailío
frey Francisco Gil de Taboada, que lo designó para el cargo), de 1791 hasta 1820.
http://wwwnnnncolonialcolonialamericax/mjtyjumuralmta/mhjm
Fue un criollo trujillano, sin embargo, quien ocupara interinamente el cargo de
intendente de 1806 a 1810, durante un dilatado viaje de Gil de Taboada a la
metrópoli: Felipe del Risco y Aviles, perteneciente a la importante familia extendida
va mencionada e hijo del propietario de la hacienda Mocan asesinado por sus
esclavos en 1754. Es cierto que su nombramiento provisional se habría debido a
su relación de parentesco con el virrev marqués de Aviles: remota con éste pero
próxima a través de su esposa –la única virreina de origen criollo–, doña Mercedes
del Risco y Ciudad. Pero el precedente fue sentado, lo que permitiría al limeño
marqués de Torre Tagle ser designado intendente al retiro de Gil de Taboada en
1820.
El recuerdo de los corregidores quedaba de algún modo vivo en la presencia de
subalternos del intendente denominados subdelegados, muchos de los cuales
siguieron siendo criollos muy vinculados a las regiones donde habrían de
desempeñar sus cargos. José Clemente Merino y Arrieta, trujillano e hijo secundo-
génito del penúltimo mayorazgo de Facalá, fue a comienzos del
siglo XIX subdelegado de Piura –que quedaba dentro de la jurisdicción de la
intendencia de Trujillo–, mientras que Mariano de Ganoza y Cañas, criollo de Chile
cuya familia se hallaba firmemente vinculada con el comercio y minería de la
intendencia trujillana –fuera de haberse casado Mariano en primeras nupcias con
una hija del primer conde de Valdemar de Bracamonte y en segundas con una hija
de los IV condes de Olmos– fue subdelegado de Huamachuco durante la misma
época, asegurando el mercadeo de los textiles de los Orbegoso de Olmos
producidos en Chuquisongo. http://wwwnnnncolonialcolonialamericax/m
1.7. El gobierno de la ciudad de Trujillo en el siglo XVIII
Al igual que en otras ciudades españolas en América, el cabildo trujillano fue
controlado principalmente por familias locales, firmemente establecidas en la
región por sus intereses económicos y lazos de parentesco. A lo largo del
siglo XVIII, como en tiempos precedentes y posteriores, la administración de la urbe
corrió a cargo de alcaldes designados o elegidos, y regidores perpetuos de donde
se reclutaba generalmente a los alcaldes, procuradores generales, jueces de agua
y síndicos de rentas. Miembros de los clanes de Herrera y Vallehermoso, del
Risco, Cabero, Moncada, Bracamonte, Zurita, de la Huerta –y sus parientes
políticos de más reciente llegada– figuran repetida y constantemente en las
relaciones de miembros cabildantes cuya influencia siempre se dejó sentir (aún
cuando muchas veces negligente o pasivamente). (Larco Herrera, 1912)
Uno de los casos más notorios de poder ejercido por una familia fue el de los
referidos hermanos Juan Alejo y Juan José Martínez de Pinillos y Larios, llegados
en el último cuarto del siglo XVIII de Nestares, Logroño, a desempeñar una
variedad de cargos importantes que se fueron multiplicando, ampliando su riqueza
e influencia.
Juan Alejo fue, además de regidor del cabildo y procurador general de la ciudad
de Trujillo, subdelegado de marina de la costa de la intendencia norteña. Más
importante aún fue su hermano Juan José, quien llegado de capitán de infantería,
antes de cumplir los 30 años alcanzó en 1781 a ser corregidor y alcalde mayor de
minas de Chachapoyas, Lamas, Luya y Chillaos, siendo en 1783 promovido a
corregidor de Cajamarca. Fue asimismo alcalde de Lambayeque y luego de Saña
y, más adelante, de la ciudad de Trujillo.
Allí alcanzó uno de los cargos de mayor prestigio tradicional en las urbes
virreinales: el alferazgo real. Siendo el que ocupaba este puesto el abanderado
ecuestre que portaba el estandarte de la ciudad, resultaba en ser un símbolo de la
misma, por lo cual era requisito indispensable su nobleza y solvencia probadas.
La riqueza de los Martínez de Pinillos se iba haciendo cada vez más evidente,
mientras que la calidad de su familia debió quedar de manifiesto al presentarse
"las ejecutorias de nobleza de don Juan José i don Juan Alejo Martínez de Pinillos,
libradas a su favor por la sala de Hijos-Dalgos de la real Chansillería de Valladolid
en 26 de mayo de 1793". (Larco Herrera, op. cit. 1912)
Fue en dicho año de 1784 en que el mencionado Juan José Martínez de Pinillos
compró el oficio de alférez real, que traía consigo la vara de regidor, teniendo
como su teniente a su referido hermano Juan Alejo. El cargo lo ocupó hasta su
supresión a finales de 1820, con el advenimiento de la independencia trujillana,
compartiendo sus funciones con las de coronel de milicias, teniente coronel de los
reales ejércitos en 1813 y luego comandante militar de Trujillo y comandante
general de la costa. En varias ocasiones había desempeñado la alcaldía trujillana,
sea titular o interinamente.
Esto último se materializaría curiosamente cuando Juan José Martínez de Pinillos
"por el elevado pensamiento, con que su amor a este vecindario, propuso, antes
que ninguno, se eligiese por este Ayuntamiento al Excmo. señor Príncipe de la
Paz y Duque de Alcudia para alcalde ordinario de esta ciudad". Aceptó don
Manuel Godoy dicho nombramiento, rogando al alférez real Martínez de Pinillos
que lo representase durante el período de su gestión (1793-1794).
Una invitación tan obsequiosa de parte del alférez real y los demás miembros del
cabildo, para que él favorito de la reina ocupase la alcaldía, obedecía no sólo a
servilismo cortesano, sino al deseo de obtener prácticas y muy concretas ventajas
para Trujillo por medio de los buenos oficios del príncipe de la Paz. Lo más
resaltante fue la posterior apertura al comercio del puerto de Huanchaco (1796),
"con cuya franquicia todo su comercio, ya sea de expedición de sus frutos o de
retorno, así de otros frutos como de efectos de Europa, será libre de derechos
incluso el de alcabala, de primera venta". (Larco Herrera, op. cit., 1912)
Lo que siguió a esta gracia real sí fue evidencia de cortesanía, cuando por
iniciativa de Martínez de Pinillos y otros cabildantes se acordó solicitar un retrato
de Godoy para entronizarlo en la sala capitular del cabildo. Esto se llevó a cabo,
finalmente, el 8 de julio de 1798, cuando la nobleza y vecinos más distinguidos
partieron en procesión en sus coches, siguiendo la carroza en que se colocó la
pintura del príncipe de la Paz, acompañados "con gran orquesta i música, fuegos
en la calle i concurso de muchas gentes de todas clases...que con vivas
exclamaciones manifestaban su inclinación, amor i reconocimiento a la persona de
S.E. por la distinguida protección que hace a este lugar". Fueron finalmente
recibidos a las puertas de la sala capitular por el intendente Vicente Gil de
Taboada y todos los demás regidores y, bajando el retrato de su carroza, lo
colgaron en dicha sala "mirando los retratos de Sus Majestades el Rey y la Reina
Nuestros Señores". (Revista del Instituto Peruano de Investigaciones
Genealógicas, N°5, pp. 106-110; Lima, 1951)
Tal comportamiento, de aparente lealtad indiscutida a la monarquía, no impediría
al cabildo trujillano ser uno de los primeros en proclamarse independiente de la
soberanía española (a pesar de ser su ciudad sede, desde Pizarro, de Cajas
Reales, con personal que debió ser especialmente adicto a la corona; así como
contar con milicias reales con integrantes en variadas gradaciones). La adhesión a
la monarquía de parte de sus subditos no resultó ser –a la larga– lo sólida que fue
la relación y el compromiso con las instituciones religiosas, tanto desde fuera
como al interior de las mismas y aún después de la emancipación de España. La
alcaldía de la Santa Hermandad, la tesorería de la Santa Cruzada (heredi taria en
el linaje de los condes de San Javier y Casa Laredo) y la mayordomía de las
principales cofradías fueron ininterrumpi damente ocupadas a lo largo del período
virreinal, y mientras sobrevivieron varios de estos cargos durante la república
temprana, por miembros de las más notables familias trujillanas, constituyendo
firmes eslabones entre el mundo civil y el religioso.
https://www.enciclopediaistoriaeru 3gwegwgfgergr.fl
1.8. Economía terrateniente en la ciudad de trujillo en la segunda mitad
del siglo xviii
A partir de la segunda mitad del siglo XVIII se asiste a la emergencia de una
nueva familia terrateniente en Trujillo: los Lizarzaburu. Nació en Santiago de Chile
y provenía de una importante familia, sus padres fueron el maestre de campo don
José Antonio Lizarzaburu y doña Clara de Arbieto y Figueroa, ambos de San
Sebastián de Guipúzcoa. Don José Alfonso Lizarzaburu en Trujillo, concentró en
su persona el poder político-militar-económico y social: fue gobernador y
corregidor, dueño de la hacienda Mocoyope y contrajo matrimonio con doña
Nicolasa de Bracamonte Dávila y García Zarzoza, hermana del primer conde de
Valdemar de Bracamonte. Al no dejar descendencia el matrimonio Lizarzaburu-
Bracamonte, la hacienda Mocoyope, pasó a ser propiedad de su sobrino, el
capitán Pedro Ignacio de Lizarzaburu. El nuevo dueño de Mocoyope, tiene que
haber sido un terrateniente progresista, pues sin dejar el cultivo de la caña de
azúcar, introdujo otros cultivos.
La tesis de la "inelasticidad en la producción agrícola trujillana" atribuida a
Coleman (Rizo Patrón y Aljovín 1998:251) no se condice con el contrato que a
fines del siglo XVIII celebraron Esteban Culet y Domingo Nieto, dueños de la
hacienda Troche y don Pedro Lizarzaburu para plantar 30,000 cepas de vid en
Mocoyope6. ¿En cuánto se podría valorizar el viñal de Mocoyope- Tomando
precios de Moquegua, las 30,000 cepas de viña plantadas en Mocoyope debieron
valer unos 30,000 ps., suma similar al precio de la hacienda Caxanleque de 316
fanegadas y 35 esclavos (Rizo Patrón y Aljovín 1998).
Aun si fuera menos el valor del viñal de Mocoyope, lo importante es que
demostraría la iniciativa de la clase terrateniente trujillana en buscar ingresos
alternativos introduciendo nuevos cultivos, que tendría su explicación económica
en el hecho de que por Trujillo transitaban los vinos y aguardientes de uva de
Pisco, Ica y Moquegua con destino a Quito y Panamá, redituando buenas
ganancias para comerciantes y productores; entonces, por qué no producirlos en
Chicama, se habrían preguntado los terratenientes involucrados en 1793. Es
evidente también, que al interior de la clase terrateniente trujillana a fines del siglo
XVIII había un sector más progresista, representado por Nieto, Culet y Lizarzaburu
que introducen nuevos cultivos, aunque la mayoría de terratenientes, en especial
los nobles, siguieron privilegiando el cultivo de la caña de azúcar.
En el siglo XVIII y principios del XIX, residió en Trujillo una minoría de familias con
título de nobleza que sustentaron su poder en sus haciendas, en sus redes
familiares y su prestigio social. La tierra en su modalidad hacendaria, con esclavos
y campesinos yanaconas, se constituyó en la base para que la clase terrateniente
(nobles y particulares), controlara mediante el uso de mecanismos legales y
violentos, esta parte del Perú colonial.
Las haciendas Chiclín y Sausal sustentaron el poder de los esposos Juan de
Herrera y Zarzosa y doña Juana Roldán Dávila y Cabero, marqueses de Herrera y
Vallehermoso, en la segunda mitad del siglo XVIII; la familia vivió en una enorme
casona de una cuadra de largo ubicada frente a la iglesia de Santo Domingo
avaluada en 9,160 ps., con esclavos y mucha ropa fina. La capacidad económica
de don Juan de Herrera se puso de manifiesto cuando pagó 7,000 ps. por su título,
además de 1,000 ps. a don Simón de Lavalle y Quadra para que lo confirme en
Madrid. La marquesa de Herrera y Vallehermoso enviudó tempranamente y su
testamento de 1772 constituye una radiografía de su poderío económico, pudiendo
leerse en éste: propiedades, redes familiares, esclavos, ropa fina y miles de pesos
en acreencia. https://www.cfentrohisperuwatch?v=vPwllJ834_w
Al no haber tenido, los marqueses de Herrera y Vallehermoso, sucesión directa,
sus haciendas y títulos nobiliarios pasaron a don Nicolás de Bracamonte y López
Fontao, quien también ostentaba el título de conde de Valdemar de Bracamonte
hasta las primeras décadas del siglo XIX.
Un caso que ilustra la idea antecedente, lo tenemos en el chileno don José Muñoz
Bernaldo de Quiroz, que llegó a Trujillo "poco antes de 1739 (convirtiéndose en)
uno de los mayores comerciantes afincados (en Trujillo)" (Rizo Patrón y Aljovín
1998:262). Los años en que don José Muñoz Bernaldo de Quiroz inició su fortuna
en el sector mercantil (tercera década del siglo XVIII), nos reafirma en dudar de la
crisis económica en el norte peruano. Lo trascendente es analizar la economía y
sus actores sociales como una totalidad y ver si las quiebras -normales en toda
sociedad- son generalizadas, provocando una baja sensible en la producción y
una crisis en la sociedad en un tiempo prolongado. No pareciera ser ésta la
característica de Trujillo en la primera mitad del siglo XVIII, y no lo es globalmente
en el tránsito de la colonia a la república (1770-1820).
Los comerciantes siempre formaron un sector social respetable e importante,
aunque inferior a los terratenientes y a la nobleza titulada. Como se ha dicho
anteriormente, Trujillo y el estratégico puerto de Huanchaco durante toda la
Colonia fueron paso obligado para las mercaderías producidas en Chile y Perú
que iban a Guayaquil, Quito o Panamá: harinas, azúcar, vinos, aguardiente de
uva, telas, petacas. Fue esta realidad económico-social que encontró don José
Muñoz a su llegada a Trujillo, lamentablemente no contamos con la fecha de su
arribo y tampoco sabemos si ya era comerciante en Chile, aunque todo parece
indicar que aquí hizo su fortuna en base a actividades mercantiles apoyado en sus
relaciones familiares que permanecieron en Chile.
https://www.trujilloenelvcfentrohisperuwatsfderrrfrgtru
Don José Muñoz Bernaldo de Quiroz contrajo matrimonio a los 27 años con una
distinguida dama de la nobleza trujillana terrateniente, doña Francisca de Solano y
Santoyo de la Huerta. ¿Era ya un rico comerciante don José Muñoz al momento
de su matrimonio- o en caso de carecer de fortuna ¿se podría conjeturar que la
dote de su esposa le sirvió para "despegar" económicamente-, ¿es creíble
suponer que con sólo 27 años don José Muñoz posea una fortuna suficiente para
ingresar mediante su matrimonio a la exclusiva élite noble terrateniente trujillana?
Interrogantes a las que no he podido dar respuesta aún. En su ascendente
carrera, el año de 1744 a los 36 años, don José Muñoz Bernaldo de Quiroz,
obtuvo del Rey Felipe V el título de marqués de Bellavista (IPIG:63). Al mismo
tiempo, se iba convirtiendo en uno de los más grandes terratenientes,
concentrando en su persona las haciendas Tomabal, Santa Elena, San Juan de
Buenavista y unas Salinas por Guañape, para finalmente comprar por remate en
1790 las haciendas de Chota y Motil en 46,069 ps. Y, coronando su ascenso
social, llegó a ser alcalde de Trujillo. Es obvio que don José Muñoz Bernaldo de
Quiroz, marqués de Bellavista, fue uno de los terratenientes trujillanos más
poderosos entre 1760 y 1790. https://www.cfentrohisperuwatch?v=vPwllJ834_w