religiosas obreras, articulo para el pradó

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RELIGIOSAS OBRERAS AL SERVICIO DEL MUNDO DEL TRABAJO “- Ya que entre monjas anda días há la Revista Popular (decíame no ha muchos una persona á quien por títulos mil debo estimación y respeto), no le vendrá a V. mal saber algo de unas monjitas de nueva fundación, que cuentan ya varias casas en España y de las que no tienen de fijo la menor idea muchos de nuestros compatricios. - ¿Y son? - Las Josefinas, que con este título han querido llamarse, de su bendito patrón el Patriarca san José. - Cierto se me hacía ya algo extraño no hubiese instituto alguno de mujeres bajo la advocación del santo Esposo de María y Padre putativo de Jesús, hoy que por la gracia divina tan en aumento anda entre los fieles a su devoción. - Pues, ahí verá V. que le hay ya, y curioso y oportunísimo, como todas las cosas que bendice y protege el santo Artesano de Nazareth. Porque ha de saber que las tales monjitas ni curan heridos, ni cuidan enfermos, ni educan colegialas, ni recogen extraviadas, ni hacen en fin cosa alguna de las que suelen sus hermanas de los demás institutos de análoga naturaleza. Las Josefinas, aunque se ría V., son simplemente monjas fabricantas ó industriales. - ¡Hombre! ¿Si será cosa de broma? - Pues digo que no, sino muy séria y muy formal… “ (Tomado de la Revista Popular, nº 353, 15 de septiembre de 1877) Así, en el año 1877, en ese tono coloquial, cercano y asequible a todos los públicos, se presentaba una experiencia nueva de vida religiosa, nacida al abrigo del entusiasmo creador de Francisco Butiñá, jesuita catalán, especialmente sensible al mundo obrero y realmente comprometido con él. Hoy, para otra revista, nos piden que expliquemos algo de la trayectoria de nuestros fundadores, nuestra Congregación y nuestro Carisma. Y lo hacemos, con el convencimiento de ser “el más pequeño de los pueblos” 1 con una historia humilde, pero 1 Deu 7, 7

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Page 1: Religiosas Obreras, Articulo Para El Pradó

RELIGIOSAS OBRERAS AL SERVICIO DEL MUNDO DEL TRABAJO

“- Ya que entre monjas anda días há la Revista Popular (decíame no ha muchos una persona á quien por títulos mil debo estimación y respeto), no le vendrá a V. mal saber algo de unas monjitas de nueva fundación, que cuentan ya varias casas en España y de las que no tienen de fijo la menor idea muchos de nuestros compatricios.

- ¿Y son?

- Las Josefinas, que con este título han querido llamarse, de su bendito patrón el Patriarca san José.

- Cierto se me hacía ya algo extraño no hubiese instituto alguno de mujeres bajo la advocación del santo Esposo de María y Padre putativo de Jesús, hoy que por la gracia divina tan en aumento anda entre los fieles a su devoción.

- Pues, ahí verá V. que le hay ya, y curioso y oportunísimo, como todas las cosas que bendice y protege el santo Artesano de Nazareth. Porque ha de saber que las tales monjitas ni curan heridos, ni cuidan enfermos, ni educan colegialas, ni recogen extraviadas, ni hacen en fin cosa alguna de las que suelen sus hermanas de los demás institutos de análoga naturaleza. Las Josefinas, aunque se ría V., son simplemente monjas fabricantas ó industriales.

- ¡Hombre! ¿Si será cosa de broma?

- Pues digo que no, sino muy séria y muy formal… “

(Tomado de la Revista Popular, nº 353, 15 de septiembre de 1877)

Así, en el año 1877, en ese tono coloquial, cercano y asequible a todos los públicos, se presentaba una experiencia nueva de vida religiosa, nacida al abrigo del entusiasmo creador de Francisco Butiñá, jesuita catalán, especialmente sensible al mundo obrero y realmente comprometido con él.

Hoy, para otra revista, nos piden que expliquemos algo de la trayectoria de nuestros fundadores, nuestra Congregación y nuestro Carisma. Y lo hacemos, con el convencimiento de ser “el más pequeño de los pueblos”1 con una historia humilde, pero hermosa, que contar, una historia conducida y salvada por Dios, en medio de muchas debilidades y dificultades.

Butiñá había nacido en Banyoles, en el seno de una familia profundamente cristiana que detentaba un pequeño negocio de fabricación de cuerdas. Eso significa que, desde joven, conoce de cerca el ambiente de la industria y la responsabilidad que suponía el mantener unos puestos de trabajo.

1 Deu 7, 7

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A los veinte años ingresa en la Compañía de Jesús. En el contexto socio-político de aquella época, era una decisión arriesgada, ya que los jesuitas eran expulsados del país, según el Gobierno de turno.

Butiñá comenzó su andadura como religioso de cualidades intelectuales, capacitado para la investigación, la ciencia y la docencia. Sin embargo, al mismo tiempo se va decantando por el mundo obrero. ¿De dónde le nace esa inquietud? Quizás, del recuerdo del taller familiar; quizás, del contacto con la vida. En las numerosas cartas que escribe, se refleja una personalidad sensible, que expresa el sentimiento que le produce contemplar los campos sin cosechas, las gentes sin trabajo, los pobres sin pan…2 Por ello, debió sentirse profundamente impactado por el elevado precio humano que la Revolución Industrial arrastró consigo. Pero no sólo eso, sino también por la sombra de increencia y aparente ausencia de Dios que planeaba sobre aquellas gentes sometidas a catorce horas laborables, sin descanso semanal, sin derechos sociales, sometidas a todos los vaivenes ideológicos y, sobre todo, a las normas sin piedad del capitalismo salvaje.

Butiñá es un creyente marcado hasta las entrañas por una página evangélica: Jesús Obrero trabajando en un Taller. A Butiñá se le concedió la gracia de contemplar Nazaret como el lugar querido y elegido por Dios para su Hijo, para pasar allí la mayor parte de su vida. Por eso, poco a poco, va dejando las aulas, la investigación y la ciencia, para dedicar su apostolado a los obreros. Una parte muy importante de este apostolado son libros y artículos, entre los que destaca “La luz del menestral”, una colección de vidas de santos obreros (una para cada semana del año) que pretende mostrar que la santidad no es una meta al alcance de una minoría selecta, dedicada a ocupaciones espirituales, sino una posibilidad ofrecida a todo cristiano, también a la clase trabajadora: “Aliéntate, obrero cristiano, porque puedes ser santo, y un gran santo”…3 Esta mirada positiva y esperanzada, refleja un corazón que se ha liberado del peso de la tradición que considera el trabajo manual como fruto de la maldición y el pecado original. Es como si Butiñá se escapara de los moldes ideológicos y teológicos de su época, cuando con la sencillez de las cosas evidentes afirma: “De ser compañero de Cristo, sólo el obrero puede gloriarse”.

Comprometido en esa trayectoria, Butiñá se encuentra en Salamanca con una mujer obrera, cordonera por más señas, que desea ser religiosa y le confía su intención de entrar en las dominicas. Se trata de Bonifacia Rodríguez de Castro. Butiñá ve en esta vocación una posibilidad nueva y le anima a seguir un camino inaudito: ser religiosa obrera. En ese momento, Bonifacia aglutina un pequeño grupo de mujeres, todas de clase sencilla y todas deseosas de una vida cristiana auténtica. ¿Se atrevían a pensar en vida religiosa? Lo cierto es que la ausencia de dote les cerraba las puertas de los conventos tradicionales y la necesidad de seguir trabajando parecía incompatible con otras opciones. Y, sin embargo, donde los demás ven inconvenientes, Butiñá vislumbra una insinuación de Dios y una oportunidad del Reino: un camino vocacional para ellas y una puerta abierta a otras mujeres que, junto a estas religiosas

2 “Perdí el apetito y el sueño; no pensaba más que en el consuelo de los pobrecillos…” Carta a Pedro Alsius, escrita desde León, el 24 de abril de 1868;

3 Introducción “La Luz del Menestral”.

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obreras, puedan ganarse la vida y adquirir una formación laboral, humana y cristiana. Estaban naciendo los Talleres de las Siervas de San José.

Un cambio político y la inmediata expulsión de la Compañía, truncan un proceso fundacional todavía muy tierno. Butiñá vive un tiempo en Francia y cuando se permite a los jesuitas volver al país, se queda en Cataluña. Detrás de esta decisión, tomada de acuerdo con sus superiores, late el deseo de continuar, en una zona más industrializada, la obra comenzada en Salamanca.

Aquí también se encuentra con un grupo de mujeres pobres con vocación religiosa, a las que aglutina para constituir el primer Taller catalán. Pero paradójicamente, su realidad es todavía más precaria que las de Salamanca, ya que éstas no tienen oficio, sino que son sirvientas. Es muy significativo que al tiempo que estrenan su experiencia de vida religiosa en Calella (el sábado, 13 de febrero de 1875), entran como aprendices en una fábrica de Mataró (el lunes, día 15 del mismo mes).

El testimonio de las primeras Hermanas nos habla de un Butiñá que las anima con los ejemplos de la Sagrada Familia y, al mismo tiempo, las instruye en el manejo de las máquinas. Las casas de esta Congregación no eran conventos, sino Talleres y su finalidad no era sólo la perfección de las religiosas, sino de éstas con las acogidas, “mediante la oración y el trabajo religiosamente hermanados”4.

Como la vida es compleja y aquel contexto lo era especialmente, Butiñá tuvo que enfrentarse a la incomprensión por parte de sus superiores, que en una coyuntura de gran inestabilidad socio-política, preferían replegar velas, dedicarse a lo estrictamente tradicional y evitar novedades. Una expresión de Butiñá en la correspondencia con sus superiores nos da idea del dolor que le produce esta situación y de las razones profundas por las que insiste en quedarse junto a las josefinas: “siendo doble su fin, es decir, santificarse por medio de la piedad y de la industria religiosamente hermanadas, si para lo primero me puede sustituir con notable ventaja, no creo pueda hacerlo para acrecentar la industria como ellas necesitan para llegar a tener la vida que se desea”5. Este breve recorrido histórico ha dejado entrever algunos núcleos fundamentales de nuestra espiritualidad y misión:

- La experiencia de Jesús Obrero, como eje que configura nuestra existencia y nuestra vocación.

- La experiencia de Nazaret, como lugar de encarnación, de abajamiento, de humildad, pero también de vida auténtica y verdadera.

- Hermanar oración y trabajo, como un cuarto voto que adquirimos en nuestra profesión y como auténtica expresión de nuestra misión. No sólo lo que hacemos, sino lo que somos, va dirigido a vivir y manifestar el trabajo como lugar de humanización, encuentro con los hermanos, con la naturaleza y con Dios.

43. Constituciones de las Siervas de San José en Cataluña (Gerona, 1879)

5 Carta al P. Juan Capell, desde Gerona, 26 de agosto de 1886.

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- El Taller como lugar de consagración y misión. En el deseo de Butiñá está presente una comunidad abierta, donde las religiosas comparten con otras mujeres el techo, el trabajo y el fruto del trabajo. De esta primera época tenemos un “Reglamento de los Talleres de las Siervas de San José” que refleja las numerosas implicaciones prácticas de una vida consagrada en el mundo del trabajo, junto a las trabajadoras.

Lógicamente, todo esto era difícil de entender, incluso por las mismas hermanas. De modo que aunque el “trabajo-oración” siempre permaneció como ideal de vida, los Talleres de primera hora fueron sustituidos por otras obras más tradicionales.

Desde el Concilio Vaticano II, la Congregación no ha dejado de volver la vista a los orígenes para tratar de ser fieles al regalo que el Espíritu concedió a nuestros Fundadores. Y al hacerlo, han surgido nuevas formas de encarnar el Taller. Esta búsqueda, ha permitido que hoy la Congregación cuente con una rica experiencia de Hermanas que decidieron buscar trabajo en fábricas y en el sector servicios para vivir, codo a codo, con otras mujeres la experiencia de religiosas obreras; en otros lugares, las Comunidades pusieron en marcha pequeños proyectos productivos que, tras muchos intentos, han adquirido la forma de Talleres-Microempresas Sociales, buscando la inserción laboral de las mujeres que están en ellos y de las mismas Hermanas. En otros casos, las Comunidades tratan de responder a las necesidades de formación y promoción de las mujeres de barrios obreros. Surgen así los Centros de Capacitación, en los que se imparte formación profesional, humana y, para quien lo desee, cristiana. Y, por último, en algunos lugares, la promoción está ligada a la acogida en nuestras casas, para ofrecer la posibilidad de seguir estudios o insertarse laboralmente.

Y todo esto, lo narramos con la conciencia de ser “el más pequeño de los pueblos”, o uno de los más pequeños. Nuestras presencias en el mundo obrero, en un mundo obrero cada vez más complejo y globalizado, podrían compararse con el intento de pinchar un alfiler en la pared. Pero creemos en la fuerza de las parábolas, de la semilla que germina sin saber cómo y de la levadura que, a pesar de ser tan diminuta, es imprescindible en la masa. Y sólo como parábola tiene sentido el Taller. A veces, la tentación del desánimo encuentra argumentos suficientes para tirar la toalla y dejarnos vencer por evidencias tan objetivas como la complejidad del mercado en el que se desarrollan nuestros proyectos, la crisis de vocaciones, la incomprensión que encontramos en nuestros contextos sociales y eclesiales. Pero, por dentro, no podemos ahogar el deseo transmitido, desde el P. Butiñá, por tantas hermanas que nos han precedido: “Que Cristo sea alabado en el trabajo”. Un deseo que compartimos con muchos laicos y laicas, jóvenes y adultos, que también van encontrando en el carisma una fuente para vivir con sentido su quehacer cotidiano, sus relaciones familiares y de amistad y su relación con Dios.

Butiñá vivió en un mundo cambiante y en revolución. También nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, vivimos una época de profundas transformaciones, la mayoría de alcance planetario, que afectan a todos los ámbitos de la vida y, en particular, a la manera de organizar, distribuir, valorar y retribuir el trabajo. En algunas regiones del mundo, se dan situaciones parecidas a las que Butiñá contempló, o más extremas incluso. En otros lugares, los derechos sociales logrados a base de mucho esfuerzo y sacrificio, corren peligro de retroceder. Pero en cualquier caso, en cualquier lugar, en cualquier contexto, el trabajo es una realidad

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humana y sagrada que merece ser vivida con respeto y justicia. Desde el Taller, nos sentimos vocacionalmente invitadas a “convertir la queja en alabanza”. Para nosotras, esto significa humanizar el trabajo, pero no de cualquier modo, sino desde dentro, desde la vida cotidiana, desde la igualdad solidaria con los trabajadores y trabajadoras pobres. Éste es el reto, entre realista y utópico, expresado en el Taller, que nace con vocación de contribuir, de manera concreta, a la llegada del Reino de Dios.

Agradecemos la oportunidad de narrar nuestra historia en vuestras páginas. Creemos en la posibilidad de construir en red y, por ello, nos sentimos unidas a vosotros y a tantos grupos que, con diversos acentos, tratan de ser presencia de Jesús de Nazaret en el mundo del trabajo.