relaciones. estudios de historia y sociedad vencidos · de acuerdo con la representación...

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Relaciones. Estudios de historia y sociedad ISSN: 0185-3929 [email protected] El Colegio de Michoacán, A.C México Abeyta, Michael UN CUADRO SINCRÓNICO DEL CUERPO EN LA NOCHE DE TLATELOLCO Y EN VISIÓN DE LOS VENCIDOS Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. XXI, núm. 82, primavera, 2000 El Colegio de Michoacán, A.C Zamora, México Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13708208 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

ISSN: 0185-3929

[email protected]

El Colegio de Michoacán, A.C

México

Abeyta, Michael

UN CUADRO SINCRÓNICO DEL CUERPO EN LA NOCHE DE TLATELOLCO Y EN VISIÓN DE LOS

VENCIDOS

Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. XXI, núm. 82, primavera, 2000

El Colegio de Michoacán, A.C

Zamora, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13708208

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Los testimonios de los protagonistas reunidos en La noche de Tlatelolcode

Elena Poniatowska todavía transm

iten la urgencia de la represión delm

ovimiento estudiantil durante octubre de 1968. El valor testim

onialde esta crónica sigue vigente en gran parte por la vivacidad y fidelidadcon que fueron transcritas las voces grabadas, pues en ella se conservanlos m

otivos y reflexiones de los actores de un suceso que puso en tela dejuicio la legitim

idad del Estado mexicano. Por otra parte, La noche de Tla-

telolcotrazó una relación directa entre la m

atanza de 68 y los hechos dela Conquista de M

éxico, principalmente la m

atanza perpetrada bajo elm

ando de Pedro de Alvarado durante la fiesta de Tóxcatl, y el sitio de

Tenochtitlán. Entre los testimonios de los estudiantes, obreros y m

ilita-res en La noche de Tlatelolco

se encuentran fragmentos de los cantares

tristes de los aztecas, seleccionados de Visión de los vencidospor estu-

diantes presos. La inserción del testimonio indígena en La nocheintenta

asociar los sucesos del 68 con la infamia de la Conquista. La crónica de

Poniatowska logra establecer un sincronism

o precisamente porque las

dos crónicas representan el cuerpo humano de form

a paralela, sobretodo en su som

etimiento. Tam

bién, existen paralelos en cómo las vícti-

mas de am

bas crónicas responden ante la introducción de nuevas tec-nologías de disciplina y represión.

El cuerpo mutilado, sea en un dibujo de los códices o en una im

agendescrita en los cantares aztecas, m

anifiesta cierta ambigüedad com

o ob-jeto referencial de un acontecim

iento. Así com

o en la escritura testimo-

nial, la imagen del cuerpo herido ciñe los contenidos de la prueba y la

protesta; representa un hecho que ha acontecido a la vez que despiertalos afectos con el propósito de provocar un juicio por parte del lector oespectador de ella (véase René Jara 1-3). Sin em

bargo, como los dibujos

que acompañan los testim

onios indígenas demuestran rasgos de la esti-

lización pictográfica de la escritura precortesiana, conviene examinar el

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papel central del cuerpo humano en la cosm

ogonía azteca y en el sacri-ficio. D

e acuerdo con la representación pictográfica del cuerpo mutila-

do, consideraremos éste com

o jeroglífico cuyo significado tendremos

que descifrar en los testimonios indígenas.

Para los aztecas, la matanza del tem

plo mayor y la destrucción de

Tenochtitlán recordaban el mito m

ás importante sobre la fundación

de esta última; a saber, el del nacim

iento de Huitzilopochtli, el num

entutelar de la ciudad. Según la versión del m

ito que cuenta Sahagún, undía, m

ientras Coatlicue hacía penitencia barriendo en la sierra de Coa-tepec, “le descendió sobre ella una pelotilla de plum

a, como ovillo de

hilado, y tomola y púsola en el seno junto a la barriga debajo de las ena-

guas, y después de haber barrido la quiso tomar y no la halló, de que di-

cen se empreñó” (Sahagún I. 287). A

l enterarse del embarazo de su m

a-dre, Coyolxauqui y sus herm

anos los Centzonhuitznaua se indignarony conspiraron contra Coatlicue. Coyolxauqui decapitó a su m

adre y delcuerpo de Coatlicue brotó ya m

aduro y armado su hijo, H

uitzilopochtli,quien a su vez m

ató y desmem

bró a Coyolxauqui. Después él asesinó a

todos los Centzonhuitznaua que habían conspirado en contra de sum

adre. El nacim

iento de Huitzilopochtli y la persecución de su herm

anapueden representar no sólo el encuentro creador de la m

ateria y del es-píritu, la unión de opuestos com

o sugiere Séjourné (159), sino también

la llegada de los aztecas nómadas al valle de M

éxico y su incorporaciónde dioses locales. A

sí, como ha explicado Eduardo M

atos Moctezum

a,este m

ito se basó en los hechos históricos, de tal suerte que las obras delos hum

anos se convirtieron en las de los dioses (The Great Tem

ple40).

Cuando Huitzilopochtli bajó del cielo su contacto con la diosa m

adre dela tierra inició una serie de m

atanzas que provocó cambios radicales

tanto en el orden político como en las im

ágenes mism

as de las diosas.En el caso de Coatlicue, se destaca la decapitación: dos serpientes reem

-plazan su cabeza, sim

bolizando el chorro de sangre, y crean la ilusiónde una gran serpiente que m

ira directamente al espectador (figura 1).

Esto, a su vez, representa la dualidad y la unidad, dos conceptos centra-les en la cosm

ogonía azteca (Carrasco y Sessions 175).El desm

embram

iento de Coyolxauqui a manos de H

uitzilopochtlivengó el crim

en que ella cometió en contra de su m

adre Coatlicue (figu-

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Figura 1. Coatlicue.

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ra 1) y así restaura el orden. El suceso mítico dram

atiza una transiciónde poder religioso-ideológico en la cual H

uitzilopochtli manifiesta su

poderío. Asim

ismo, la im

agen de Coyolxauqui, representada en el relie-ve encontrado en la base del tem

plo mayor en la ciudad de M

éxico,m

uestra una armonía singular que sugiere el equilibrio recuperado des-

pués de la venganza (figura 2). Los miem

bros de Coyolxauqui empujan

con fuerza centrífuga contra la circunferencia de la luna que la restringe.A

demás, según G

loria Andalzúa, la disposición de sus brazos, piernas

y cabeza crean un movim

iento circular, una rotación que va de izquier-

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da a derecha o inversamente, com

o una vorágine enérgica, pero tam-

bién quieta e intemporal (37). Coyolxauqui pierde en la usurpación fra-

casada contra Coatlicue y, por consiguiente, el hermano establece una

autoridad paternal; Huitzilopochtli, el sol, arroja a Coyolxauqui, la luna,

sobre la cuesta de Coatepec. En un proceso de deificación Coyolxauquiqueda encarcelada en su propio signo, la luna separada de la tierra m

a-dre, y bajo el dom

inio de su hermano. La m

utilación también representa

en los casos de Coatlicue y Coyolxauqui la forma en que un hecho his-

tórico modifica el m

ito. La decapitación histórica, asociada con la bata-lla que sigue, encuadra el m

ito de Coatlicue, lo cual precede al hecho. Eldesm

embram

iento de Coyolxauqui señala su deificación a la vez que re-presenta el ejercicio del poder: adem

ás de vengar el matricidio, H

uitzi-lopochtli m

anifiesta su fuerza y dominio al som

eter el cuerpo de Coyol-xauqui, el cual queda com

o signo de la soberanía del dios guerrero.La m

utilación de estos cuerpos marca el tiem

po de fundación y el es-pacio donde se conm

emora el sacrificio inicial: según M

atos Moctezu-

ma, “El sacrificio hum

ano [entre los aztecas] es la base angular para re-petir el m

ito inicial. Através del sacrifico se da paso a la m

uerte como

forma de pagar y repetir la intención divina” (M

uerte49). A

demás, el

cuerpo humano se concebía com

o centro donde confluía toda una seriede fuerzas vitales de las cuales dependían los dioses para su alim

ento.A

sí que la muerte violenta de los sacrificios y en la guerra liberaba la

energía vital que reposaba en el cuerpo, energía representada por la san-gre y por los órganos relacionados con centros aním

icos particulares, es-pecialm

ente el corazón y la cabeza (Lopez-Austin 363, 373). Por ello, la

violencia ritual establecía un vínculo directo y personal entre los partici-pantes hum

anos y sus dioses; el cuerpo servía como el enlace entre el

mundo real de los seres hum

anos y el mundo divino.

Por otra parte, el sacrificio ritual implicaba toda una tecnología

del cuerpo que ejercía relaciones de poder sobre él. Por “tecnología delcuerpo” se entiende, en parte, el concepto de M

. Foucault en Vigilar ycastigar. Según Foucault, “puede existir un ‘saber’ del cuerpo que no esexactam

ente la ciencia de su funcionamiento, y un dom

inio de sus fuer-zas que es m

ás que la capacidad de vencerlas: este saber y este dominio

constituyen lo que podría llamarse la tecnología política del cuerpo”.

No obstante, Foucault insiste en que se renuncie “a la oposición violen-

Figura 2. Coyolxauqui.

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cia-ideología, a la metáfora de la propiedad” para hacer el análisis rigu-

roso del “cuerpo político”; habría que considerar las relaciones de poderque se ejercen sobre el cuerpo en su dim

ensión estratégica y no simple-

mente com

o violencia o como algo que se puede poseer (33). Por lo tan-

to, los efectos de la dominación no serían “atribuidos a una ‘apropia-

ción’, sino a unas disposiciones, a unas maniobras, a unas tácticas, a

unas técnicas […] en sum

a que este poder se ejerce más que se posee”

(33). Con respecto a los aztecas y la razón del sacrificio, no se puede “re-nunciar” a la oposición violencia-ideología precisam

ente porque el or-den político del m

undo azteca se sostenía a base del tributo y la deudaque los hum

anos debían a los dioses, la cual se pagaba con la sangre yla labor.

Sin embargo, el ejercicio de los ritos en la superficie y el interior del

cuerpo humano puede analizarse a dos niveles: tanto al nivel cosm

oló-gico com

o al de “la microfísica del poder” –las estrategias, técnicas, en

todo, las relaciones de poder que cercan a los cuerpos humanos hacien-

do de ellos objetos de saber–. Anuestro juicio, estas aproxim

aciones soncom

plementarias, con tal que se entienda que entre los aztecas el poder

se ejercía y se manifestaba de m

anera visible, a saber en las ceremonias

y espectáculos públicos. Aparte de ésto, hay que reconocer tam

bién quehabía una fuerte tradición de norm

as que se mantenían tanto por la

amenaza del castigo com

o por la disciplina individual recalcada enla fam

ilia y en otras instituciones, tales como las escuelas, el calm

ecacyel telpochcalli, y las órdenes m

ilitares, religiosas y artesanales.En el caso del sacrificio hum

ano, por un lado, la dimensión religiosa

contextualizaba y justificaba el rito según la deuda sagrada; así ligaba elm

undo humano con el divino a la vez que centraba el m

undo en los es-pacios concéntricos del cuerpo, el tem

plo y la ciudad. Por otro, la tecno-logía del cuerpo consistía en todos los preparativos, y las disposicionesa las cuales se som

etía el cuerpo: desde el ropaje y la arquitectura deltem

plo, hasta las herramientas y técnicas quirúrgicas para extraer los

órganos vitales de la manera m

ás eficaz. Para sum

ar, la imagen de la m

uerte ritual, sobre todo el derrame de

sangre y la mutilación, tenía cierto contenido sim

bólico que representa-ba la confluencia en el cuerpo de todo una serie fuerzas tanto aním

icascom

o políticas. En los testimonios de Visión de los vencidos, por otra

parte, se perdió un poco el sentido de esta coyuntura de fuerzas porquelos sucesos ocurren de una m

anera nueva, que rompe con los ritos. Esto

produce una gran ambigüedad. A

primera vista, la m

utilación de los sa-cerdotes y capitanes aztecas en la m

atanza del templo m

ayor, durante lafiesta de Tóxcatl, se representa de form

a caótica a la vez que realista; noparece tener significado m

ítico (figura 3). Según Quiñones K

eber, la pic-tografía precortesiana se dedicaba prim

ordialmente a representar el rito

y la cosmogonía (208). A

partir de la Conquista los códices aztecas ya nopresentaban tem

as religiosos, en parte porque la censura de las autori-dades cristianas prohibía la representación de tales im

ágenes. En el Có-dice Florentino, por otra parte, la presencia de cuadros de la vida diariade los aztecas (las referencias anatóm

icas y los acontecimientos históri-

cos) representa la perspectiva etnográfica del fraile Bernadino de Saha-gún (Q

uiñones Keber 208). El esfuerzo de catalogar las costum

bres y lavida m

aterial de los indígenas tenía el propósito de proporcionarles alos frailes el conocim

iento necesario para la conversión de aquéllos. Así

la pictografía de los códices pos-Conquista quedó modificada por los

objetivos y criterios de la Inquisición, de tal suerte que perdió mucho de

su función de representar lo sagrado.

Figura 3. Códice de Durán. Ésta y las siguientes ilustraciones de los códices

aparecen en Visión de los vencidos.

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En la representación de la matanza del tem

plo mayor en el Códice

Durán, la plaza encuadra una acción en proceso sin la tensión fija de la

imagen de Coyolxauqui. Las cabezas y los brazos de las víctim

as derra-m

an sangre sin aparente referencia a los ritos o a las situaciones segúnlas cuales la sangre se presentaba com

o ofrenda. Como es sabido, para

los aztecas cuando los guerreros morían desangrados en el cam

po debatalla, su sangre pasaba a la tierra com

o última ofrenda. Por otra parte,

el lugar de la guerra era para los aztecas el campo de batalla y no la

plaza de sacrificios. Son dos tipos de muerte sum

amente diferentes. Se-

gún Todorov, que cita a Motolinía para apoyar esta tesis, la guerra m

is-m

a era práctica ritual y el propósito inmediato era tom

ar prisionerosm

ás bien que aniquilar al enemigo (92-93). En la crónica Visión de los ven-

cidos, los indígenas de Tlatelolco hacen hincapié en que las víctimas que

celebraban la fiesta de Tóxcatl no tenían las armas de guerra:

Los que estaban cantando y danzando estaban totalmente desarm

ados.Todo lo que tenían eran sus m

antillos labrados, sus turquesas, sus bezotes,sus collares, sus penachos de plum

a de garza, sus dijes de pata de ciervo. Ylos que tañen el atabal, los viejecitos, tienen sus calabozos de tabaco hechopolvo para aspirarlo, sus sonajas (León-Portilla, Visión 143).

El énfasis en los objetos rituales y no bélicos –las joyas, prendas ri-tuales, el atabal y el tabaco– pinta un escenario de fiesta y destaca la vul-nerabilidad de los indígenas. A

simism

o, crea una imagen que afirm

a lacolectividad indígena en la belleza con que se describe la celebración. Elfestejo de los indígenas; el baile, el canto, el uso del tabaco; am

plifica lainocencia de las víctim

as frente a su persecución: “Aéstos [a las vícti-

mas] prim

eramente les dieron em

pellones, los golpearon en las manos,

les dieron bofetadas en la cara, y luego fue la matanza general de todos

éstos. Los que estaban cantando y los que estaban mirando junto a ellos,

murieron” (León-Portilla, Visión

143). Como estaban desarm

ados en lafiesta, ofrecieron poca resistencia. El m

arco en el que aparece este suce-so exige una condena por parte del lector porque los conquistadoresaprovecharon la vulnerabilidad de los indígenas durante una cele-bración pacífica.

También otras versiones indígenas de esta m

atanza ponen énfasis enlas actividades de la fiesta, el bailar y el cantar. O

tro dibujo de Visión de

los vencidos(figura 4) presenta esta m

isma actitud pacífica de los indí-

genas. Las víctimas tienen las m

anos abiertas y levantadas, posición quepuede representar la actitud de bailar o de pelear con las m

anos. Sinem

bargo, se presenta otra posible interpretación. El guerrero en la partesuperior a la derecha del dibujo representa a H

uitzilopochtli, el dios de

Figura 4. Códice Vaticano A. Esta ilustración fue adaptada por A

lberto Beltrány aparece en Visión de los vencidos.

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la guerra, que no parece participar en la acción. Sin embargo, la presen-

cia de este dios sugiere la interpretación de la matanza dentro de un

marco religioso.

El mito de Coyolxauqui y la venganza de H

uitzilopochtli implican

también el sacrificio de un gran núm

ero de guerreros, los Centzonhuitz-naua; quizá, com

o versión alternativa, la matanza del Tem

plo Mayor se

repite o se confunde con este mito. En la figura 2 este trasfondo sólo se

puede inferir porque no hay representación mítica directa del ataque de

Huitzilopochtli, m

ientras que en la figura 3 la presencia del dios de laguerra y el tem

plo, como representación de la m

ontaña de la serpientedonde él m

ató un gran número de guerreros, sí sugiere una repetición

del mito. N

o obstante, los elementos m

íticos se prestan a la interpreta-ción del hecho histórico, la m

atanza, a la vez que quedan separados dela acción m

isma.

Los conquistadores capturados en “La noche triste”, en cambio, reci-

bieron una muerte ritual en la que fueron sacrificados y sus cabezas en-

sartadas en picas (León-Portilla 118), (figura 5). Como la cabeza, sobre

todo el pelo, era centro anímico del tonalli, los aztecas consideraban la

cabeza de los guerreros capturados y sacrificados un premio que con-

tribuía a la fuerza y poderío de la ciudad. La exhibición pública de lascabezas de los conquistadores y sus caballos no sólo m

anifestó un actoreligioso, la alim

entación y la petición de la intervención divina, sinotam

bién tuvo el papel de unificar la comunidad m

exica para hacerfrente a los conquistadores. El espectáculo evidenció la vulnerabilidadde los europeos y reafirm

ó la posición central del poder azteca.A

la vez que comunican la angustia existencial y el horror, los dibu-

jos caóticos incorporados al texto escrito de Visión de los vencidosmarcan

una transición, un desplazamiento de una tecnología del cuerpo a otra.

El hecho de que la matanza ocurriera en la plaza m

ayor es importan-

tísimo si tenem

os en cuenta que el sacrificio en el templo m

ayor signifi-caba y reunía una serie de relaciones de fuerza, tanto prácticas com

oideológicas, que concentraban el ejercicio del poder del estado azteca enel centro urbano-político. El sacrificio centraba el m

undoen la com

uni-dad y el estado de Tenochtitlán (D

avid Carrasco 19-23, 58-90). Para losaztecas, la llegada de los conquistadores no sólo significaba la im

posi-ción de una nueva hegem

onía militar e ideológica (el cristianism

o y laFigura 5. Códice Florentino.

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monarquía española), sino que tam

bién presentó una nueva tecnologíadel cuerpo que ejercía un poder sobre éste m

uy diferente al que ejercíala de los aztecas. La fragm

entación del cuerpo en la toma de Tenochti-

tlán representa un desafío a la religión azteca; la violencia y la mutila-

ción sagradas se desplazan en la matanza no-ritual. Por ejem

plo, el cas-tigo que Cortés im

puso a la población de Cholula tenía un propósitoúnicam

ente político-militar. Y

aunque la matanza del tem

plo mayor, ini-

ciada por Pedro de Alvarado, com

prendía la justificación cristiana dereprim

ir el rito azteca, por lo general prevalecían entre los conquista-dores m

óviles económicos, la codicia en particular.

Si en los códices de los aztecas los instrumentos de la técnica ritual

son los cuchillos sacrificadores, los escudos de pluma y el chac m

ol, losinstrum

entos de los conquistadores para someter al cuerpo son las es-

padas y los escudos de hierro, los arcabuces, cañones y los hierros dem

arcar y encadenar al cuerpo (figura 6). En el sacrificio azteca marca-

ban el cuerpo humano por m

otivos políticos y económicos, pero tam

-bién celebraban el valor del cuerpo com

o vínculo espiritual con el mun-

do divino. Se escogían como víctim

as los guerreros de los cuerpos más

bellos. En cambio, los conquistadores rechazaron el sacrificio y los ritos

de los aztecas, y despreciaban la dignidad física y espiritual de los con-quistados. El cuerpo indígena sólo valía para ellos com

o posible cuerpodócil porque guardaba un potencial económ

ico, como esclavo o concu-

bina. Es más, Bernal D

íaz afirmó que los indígenas servían a veces com

oform

a de tributo o de pago (600-601). Por otra parte, según Alfredo

López Austin, en el m

undo azteca los esclavos no se diferenciaban mu-

cho de los maceualli, los trabajadores y cam

pesinos que eran propieta-rios colectivos de la tierra:

Figura 6. Proceso de Alvarado.

La esclavitud, en el sentido estricto del término, no existía, por lo que la

explotación se daba fundamentalm

ente sobre hombres libres, agricultores

con derecho de usufructo, miem

bros de comunidades propietarias de las

tierras. La pertenencia a la comunidad era la fuente de sus derechos; pero

la comunidad era para los dirigentes un cóm

odo medio de extracción de tri-

buto (tomo I, 11).

De tal m

odo, los maceuallicoexistían con un gobierno teocrático y

centralizado que vivía de su tributo y labor. Cuando se estableció el do-m

inio español, los que antes se distinguían como “esclavos” o sirvientes

fueron marcados por el hierro y m

uchos indígenas libres también su-

frieron este castigo. Es notable que los conquistadores marcaran en la

cara a muchos guerreros que no se rindieron en las batallas de la Con-

quista: “También fueron separados algunos varones. Los valientes y los

fuertes, los de corazón viril […] A

algunos desde luego les marcaron con

fuego junto a la boca. Aunos en la m

ejilla, a otros en los labios” (León-Portilla 129). El cuerpo del m

ás resistente quedó marcado perm

anente-m

ente en la parte más visible. A

sí, bajo estas nuevas tecnologías, el cuer-po indígena se transform

ó de forma drástica por m

edio de la esclavitudy la necesidad política de controlar, de categorizar y de subordinar al in-dígena bajo las arm

as. U

n elemento determ

inante de esta transición fue precisamente la su-

perioridad de la tecnología militar de los españoles durante las guerras

de la Conquista. Esta superioridad les dio ventajas a pesar de estar eninferioridad num

érica. Y, como se puede apreciar en los dibujos de

la crónicas de los vencidos, los indígenas estaban muy conscientes de la

fuerza de la tecnología española y se veían forzados a acostumbrarse a

esta nueva tecnología. El desmayo de los m

ensajeros que vieron los ar-cabuces de Cortés en la costa (figuras 7a y b), el espanto que causaronlos caballos, y tam

bién la armadura española hicieron que los conquis-

tadores parecieran invencibles a los indígenas. La fuerza inmensa de los

bergantines y los cañones (figura 8) también asom

braron a los aztecas,obligándoles a inventar estrategias de defensa y preservación propia:

[…] cuando se dieron cuenta de que los tiros de cañón o de arcabuz iban

derechos, ya no caminaban en línea recta, sino que iban de un rum

bo a otrohaciendo zigzag; se hacían a un lado y a otro, huían del frente.

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Ycuando veían que iba a dispararse un cañón se echaban por tierra, se ten-

dían, se apretaban a la tierra (León-Portilla 105-106).

Cabe subrayar la importancia de la conm

oción que sintieron los in-dígenas frente a estas arm

as nuevas. Si en un principio el poder de latécnica española, sin precedente, les hizo ver a los conquistadores com

odioses, poco después los indígenas se indignaron por la inm

ensa des-trucción de estas arm

as y el estado en que dejaron su ciudad. Esto y elpavor que sintieron se pueden observar claram

ente en los siguientespasajes de los “cantos tristes”:

Figuras 7a y b. Códice Florentino.

Figura 8. Códice Florentino.

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Ya se ennegrece el fuego;ardiendo revienta el tiro,ya se ha difundido la niebla…(D

e La ruina de tenochcas y tlatelolcas, León-Portilla 167)

En los caminos yacen dardos rotos,

los cabellos están esparcidos.D

estechados están las casas,enrojecidos tienen sus m

uros.

Gusanos pululan por calles y plazas,

y en las paredes están salpicados los sesos…

Golpeábam

os, en tanto, los muros de adobe,

y era nuestra herencia una red de agujeros.Con los escudos fue su resguardo,pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad.(D

e Los últimos días del sitio de Tenochtitlán, León-Portilla 166)

Elena Poniatowska incluye un fragm

ento de este último cantar en la

La noche de Tlatelolcopara producir la intertextualidad entre las crónicasy establecer el sincronism

o entre la matanza del tem

plo mayor durante

la Conquista y la de Tlatelolco en el siglo veinte. El sometim

iento delcuerpo durante la Conquista es un elem

ento paralelo a la matanza de

Tlatelolco en el siglo veinte, como se puede apreciar en la crónica de

Poniatowska. Tam

bién, la represión del movim

iento estudiantil y lareacción de los estudiantes ante el ejército repiten la situación de la Con-quista en una pequeña escala. El horror que sienten los aztecas ante ladestrucción, los m

uros con sus agujeros y manchas de sangre, se reitera

en los testimonios de los estudiantes de la m

atanza de Tlatelolco:

Vi una mancha de sangre en la pared de enfrente, una m

ancha grande queescurría. A

cerqué la mano, la puse encim

a de la mancha, y la retiré pegajo-

sa, toda pegajosa. Entonces, sentí, no sé por qué, ganas de vomitar (238).

Pero había mucha sangre, a tal grado que yo sentía en las m

anos lo viscosode la sangre. Tam

bién había sangre en las paredes; creo que los muros de

Tlatelolco tienen los poros llenos de sangre. Tlatelolco entero respira sangre(171).

En ambas crónicas se puede advertir una fuerte asociación m

etafóri-ca entre el cuerpo fragm

entado y la ciudad en ruinas, o el barrio en elcaso de Tlatelolco 68. Tanto en la crónica azteca com

o en la de Ponia-tow

ska, la representación de los cuerpos fragmentados atestiguan la

brutalidad de las fuerzas policiacas o españolas según el caso. En La no-che de Tlatelolco

resuenan el llanto y el pavor frente a la mutilación del

cuerpo por las armas de la tecnología avanzada.

Una m

ujer descalzacubierta la cabeza con un rebozo negroespera que le entreguen a su m

uerto.22 años, Politécnico:un hoyo rojo en el costadohecho por la M

-1reglam

entaria (256) .

Estas imágenes, voces y preocupaciones acerca de las nuevas técni-

cas represivas se repiten con pequeñas variantes a través de los siglos.La reacción de los estudiantes ante la intensificación de la represión es-tatal en 1968 corresponde a la conm

oción de los indígenas; así como los

aztecas no preveían una matanza durante sus celebraciones, los estu-

diantes tampoco anticipaban un ataque durante una m

anifestación su-puestam

ente pacífica. Adem

ás de los presagios que reaparecen en forma

modificada, los trazos m

ás destacados son los que indican la nacientetecnología represiva del cuerpo. M

ientras que el signo de la dominación

española del cuerpo indígena es la cadena de hierro: “Oh sobrino m

ío,estás preso, estás cargado de hierros…

” (De La prisión de Cuauhtém

oc,León-Portilla, 169), en el siglo veinte los signos del som

etimiento son la

camioneta pánel, el garrote, las sustancias quím

icas y toda una serie denuevas arm

as sofisticadas:

Los desnudaron contra las paredes, muchachos y m

uchachas, y desnudoslos m

etieron a las “julias” y a las camionetas pánel para llevarlos al cam

pom

ilitar número 1 (Poniatow

ska, 232).D

espués de Tlatelolco/2 de octubre ha habido una rápida tecnificación delos cuerpos represivos; los granaderos usan escudos, garrotes, m

áscaras ysustancias quím

icas modernas; se m

odernizan también los cuarteles; los

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viejos mosquetones son sustituidos por rifles autom

áticos y en Ciudad Sa-hagún han com

enzado a fabricarse los tanques “antimotín” (Poniatow

ska,113).

De la m

isma m

anera que los aztecas, se puede notar el esfuerzo delos estudiantes por identificar y clasificar las arm

as y tácticas del ejérci-to: el M

-1, el tanque, y sobre todo la bala expansiva y la bayoneta, sonlas que m

ás mutilaban el cuerpo. Tam

bién, entre estos testimonios hay

bastante especulación acerca de quiénes eran los francotiradores queprovocaron las acciones m

ilitares y por qué el ejército usó las ametralla-

doras. Dos estrategias m

uy eficaces del gobierno que se notaron eran latáctica de cercar a los estudiantes y el uso de arm

as e instrumentos para

controlar, restringir y fragmentar los cuerpos. A

más de eso, el estado

mexicano em

pleó la violencia como escarm

iento para los estudiantes, ypara los obreros que los habían apoyado. A

sí se les negó a los manifes-

tantes cualquier duda sobre el poderío estatal.Los estudiantes, indignados por la intensidad e injusticia de la re-

presión, no esperaban semejante violencia por parte del Estado porque

no representaban una amenaza m

ilitar. Sus tácticas tenían los propósi-tos de ganar el apoyo de la opinión pública y de obligar al gobierno adialogar. Sin em

bargo, en vísperas de las Olim

piadas, era vital que el es-tado m

exicano proyectara una imagen de estabilidad ante la com

uni-dad internacional. La estrategia de m

ovilización en masa de los estu-

diantes había tenido éxito; estalló una crisis de legitimación y, por esta

razón, el ejército se empeñó en hum

illar a los estudiantes y derrotar elm

ovimiento:

Desatada la balacera, el ejército actuó com

o si estuviera sofocando un le-vantam

iento armado, no un m

itin estudiantil. Las aprehensiones rebasaronel m

illar y medio y el trato a los detenidos fue m

ás desconsiderado y duro:m

uchas personas –de uno y otro sexo– fueron desnudadas, arrojadas con-tra la pared, m

antenidas largo tiempo en pie y con los brazos en alto (259-

260).

El gobierno justificó la represión alegando que los estudianteshabían destruido tranvías y que había francotiradores relacionados con

el movim

iento estudiantil. Sin embargo, estas alegaciones fueron pues-

tas en tela de juicio por medio del dialoguism

o entre los testimonios de

los estudiantes y otros testigos de la matanza. Por otra parte, con la pu-

blicación del testimonio del general M

arcelino García Barragán, intro-

ducido y comentado por Julio Scherer G

arcía y Carlos Monsiváis en

Parte de guerra: Tlatelolco 1968, por fin se elucida con certeza absolutaque los francotiradores que provocaron la m

atanza fueron, sobre todo,agentes del gobierno. Según el general, “surgieron francotiradores de lapoblación civil que acribillaron al Ejército y los m

anifestantes. Aéstos se

sumaron oficiales del Estado M

ayor Presidencial que una semana antes,

como lo constatam

os después, habían alquilado departamentos de los

edificios que circundan a la Plaza de Tres Culturas” (41-42, 236). Obse-

sionado con sus propias “falsas alarmas” y ansia de preservar la im

agende estabilidad, el gobierno del presidente D

íaz Ordaz se vio am

enazadopor el éxito de la m

ovilización en masa de los estudiantes: sus reuniones

y, especialmente, su presencia en el espacio público. Por lo tanto, el go-

bierno estaba dispuesto a desalojar a los estudiantes de las calles decualquier m

odo.Entre el conjunto de los m

anifestantes, el ejército y la policía sepa-raron y castigaron en específico a los estudiantes. El castigo se im

pusoal cuerpo por m

edio de las nuevas técnicas, sobre todo el electroshock, yel m

olimiento a golpes. D

os imágenes destacan el em

pleo de la fuerzaestatal contra el desfile de los estudiantes: Prim

ero, los pasos de la mar-

cha pacífica como los describe Poniatow

ska, “los veo nublados pero síoigo sus voces, oigo sus pasos, pas, pas, pas, paaaaas, paaaaaas, com

oen la m

anifestación del silencio, toda la vida oiré esos pasos que avan-zan” (14). La m

anifestación surgió como un nuevo rito com

unal en elim

aginario cultural de México –la celebración y el m

ovimiento colecti-

vo del cuerpo político– lo cual desafiaba la política del estado. Segundo,la im

agen de los zapatos tirados, “mudos testigos de la desaparición de

sus dueños”, el trazo que queda de la dispersión de esta movilización

en masa.

En nuestro cuadro sincrónico las luces de bengala, que se creía seña-laban el inicio de la m

atanza de estudiantes, y la luna de Coyolxauquienm

arcan la fragmentación del cuerpo com

o emblem

a de las rupturas ylas transiciones de poder; ya sea la sustitución de una tecnología del

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cuerpo por otra o el desplazamiento de una posición hegem

ónica. En elcaso de Tlatelolco, 2 de octubre, fue la reafirm

ación de la hegemonía del

gobierno mexicano en el m

omento de una crisis política. En cuanto a la

imagen del cuerpo en La noche de Tlatelolco

y en Visión de los vencidos, sibien entre los testim

onios e imágenes se puede inferir el contenido sa-

grado en la representación del cuerpo mutilado, contenido que se des-

vanece debido a la represión de los ritos, en el siglo veinte ya no perdu-ra el concepto del cuerpo com

o centro del cosmos. A

sí, el jeroglífico delcuerpo m

utilado pasó de un contenido positivo, según la mística gue-

rrera de los aztecas que celebraba el cuerpo en su fragmentación, a uno

en donde la represión del marco ritual-cosm

ológico produjo ambigüe-

dades. Por un lado, en la inversión de papeles los sacrificadores se vol-vieron las víctim

as de los conquistadores en una matanza seglar; por

otro, a pesar de la represión inquisitoria los aztecas se empeñaron en

darle coherencia al episodio de la Conquista con apoyo en una explica-ción m

ítica, si bien de forma transitoria. En el siglo veinte los testim

o-nios de los estudiantes carecen de esa dim

ensión religiosa.El sincronism

o que se trazó en La noche de Tlatelolco con la Conquistapuso de relieve la incapacidad del gobierno m

exicano de resolver pacífi-cam

ente el conflicto con el movim

iento estudiantil. Las estrategias delos desfiles, la desobediencia civil, las reuniones públicas se convirtie-ron en los nuevos ritos de los estudiantes. El gobierno m

exicano no dis-ponía de estratégias políticas para enfrentar esta política del m

ovimiento

en masa y, em

pleando la violencia de manera que recordó la Conquista,

optaron por eliminar de las calles la presencia de los estudiantes. La

relación entre las dos matanzas se entiende, ante todo, desde la perspec-

tiva de las víctimas por la actitud brutal de los m

ilitares contra los civi-les; en am

bos casos las víctimas destacan su pasividad o su actitud no-

violenta frente a los soldados. La comparación de los sucesos del 1968

con las matanzas de la Conquista asocia las acciones del estado m

exica-no con uno de los episodios m

ás controvertidos y lamentables de la his-

toria de México. El sincronism

o testimonial de los dos eventos en La

noche de Tlatelolcose elabora, sobre todo, por m

edio de la imagen del

cuerpo sometido.

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