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Reflexiones sobre la Ascensión del Señor por la Sierva de Dios Madre Mercedes de Jesús, Monja Concepcionista de Alcázar de San Juan Avance automático

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Page 1: Reflexiones sobre la Ascensión del Señor por la Sierva de Dios Madre Mercedes de Jesús, Monja Concepcionista de Alcázar de San Juan Avance automático

Reflexiones sobre la Ascensión del Señor por la Sierva de Dios Madre Mercedes de

Jesús, Monja Concepcionista de Alcázar de San

JuanAvance automático

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El amor y la bondad del Padre nos ha sacado de las tinieblas para trasladarnos al Reino de luz de su Hijo querido.Reinado de paz, de mansedumbre, de amor, de misericordia. Reinado que ya ha establecido el Señor nuestro Dios, en los que le aman sin temer la muerte. En los que vencen al mundo y el pecado en virtud de la sangre del Cordero.

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El Padre nos creó con la misma vocación que María, para ser conformes a la imagen de su Hijo. Del Hijo que nació en una cueva de animales y murió desnudo en una Cruz. Del mismo Hijo que tiene ahora glorioso a su derecha, pero que tiene las marcas de su crucifixión…

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De este modo nos quiere recibir el Padre en el cielo, con las señales de la obediencia, de la esforzada oración, del ayuno, del cansancio, del sufrimiento de su Hijo, para ser, en verdad, conformes a Él, conformes a como está en el cielo.

Luego, estas marcas se nos volverán gloriosas

como las suyas.Pero así hemos de ir al

Padre.

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María lo entendió y, cuando

se ausentó su Hijo después

de la Ascensión, continuó dedicando

su vida, en sacrificio, en

oblación y en oración, por

nosotros, los redimidos.Así asistió a la

formación y crecimiento de la

Iglesia de su Hijo.

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La oración fue la forma de asistencia a la Iglesia que Cristo confió a la nueva Eva, María, al irse al cielo.Modo eficaz impulsado por el Espíritu Santo,

que vivió dentro de María de modo único, y que absorbió toda esta última etapa de la vida de la Virgen.

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Miremos que Dios tiene ojos de eternidad,

y nosotros muy de tierra, y hemos de cambiarlos

para agradarle, para dejarnos amar por Él,

como se dejó María.

¿Quién comprenderá la grandeza de nuestro Dios, único ser digno de ser

amado por Sí mismo?Ante tan inefable inmensidad, lo más

acertado es callar, orar, amar, adorar.

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Para entender un poquito de esto, tenemos que figurarnos que entramos dentro de ese

Ser inmenso, que al mismo tiempo es recinto amoroso, entrar en la profundidad

divina para encontrar el lugar donde nacimos en Dios.

Hemos de situarnos dentro de su misma entraña,

dentro de ese Seno acogedor y manantial de bienes,

que es el Padre, que es fuego, deleite, amor, Vida,

para encontrarnos y encontrar nuestro Origen.

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Allí, en ese Seno divino que comunica bienestar, gozo, serenidad, armonía, paz. Donde se respira un silencio

divino, que origina el dominio que Dios tiene de todo y de Sí. Silencio divino que deleita y enamora porque tiene

vida, que refrigera al espíritu y lo llena de dulzura,

de ansias de santidad, de ansias de Dios.

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Silencio… para no obstaculizar la corriente vital que hay entre el Creador y la Criatura. Entre el Creador, Autor de todos los bienes, y la criatura que retiene en su ser esos bienes por la vida de gracia restaurada por Cristo. Fidelidad a ella para vivir intensamente la Vida de Dios.

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Seamos fieles a esa llamada constante de Dios o atracción de nuestro ser hacia el de Dios, que la provocan los mismos bienes divinos que emanan de Él y que comunica. Éste es el lenguaje de Dios. Esos bienes divinos son los que nos impulsan desde dentro en un retorno amoroso hacia Dios, hacia nuestro Principio.

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Aprendamos de Jesús que nos hizo partícipes de lo que más quería: su Padre. La Liturgia nos

lo recuerda: Asciendo a mi Padre y nuestro Padre, al Dios

mío y Dios vuestro.Silencio, pues, profundo en nuestra vida; y

amor, para vigorizar nuestra comunicación con Dios, nuestro Origen,

y con los hermanos.

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Cristo nos ha precedido con su Resurrección y Ascensión

a ese país de la inmortalidad. Que vivamos, que luchemos,

que trabajemos buscando en todo… ese rostro de Dios.