reflexiones dep para_bello_público

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Lucro, calidad, rol docente y cambio social. Reflexiones sobre los temas de la movilización estudiantil desde una perspectiva pedagógica. Estudiantes DEP. El malestar expresado por la sociedad en las movilizaciones que se han desarrollado durante este año, dan cuenta de que más de algo está funcionando mal en el sistema de nuestro país. Dichos problemas, que estallaron con la voz de los estudiantes, conllevan distintos temas que no pertenecen solo a lo educativo, sino que se engarzan, directa o indirectamente, con una serie de problemas sociales que necesitan solucionarse. A partir de las discusiones que se dieron entre los estudiantes del Departamento de Estudios Pedagógicos de la Universidad de Chile, en el marco del Taller de Autoeducación: La educación que queremos, tomaremos al menos cuatro líneas de reflexión sobre el movimiento estudiantil en el que estamos involucrados. Los temas aquí tratados intentaran tratar las problemáticas sociales desde tópicos recurrentes de la movilización como: lucro, calidad de la educación, rol docente, nueva relación social. El primero de estos temas fue publicado en el último número del año de la revista Bello Público en papel, pero recogemos aquí parte de él para desarrollar las temáticas antes nombradas, constituyendo una mínima parte del entramado de la problemática que compromete a nuestro país. ¿Lucro en la educación chilena? El lucro responde a una lógica que se traslada desde el mercado y que se aplica en distintas esferas sociales (Estado, familia, etc.) y que, una vez asumido, repercute en distintos ordenamientos sociales: institucionalidad, estatuto de trabajadores, el modo de entender los roles, etc. En educación la lógica mercantil hace que varíe la significación del rol docente, la conformación del alumnado en las escuelas, la calidad educativa que se entrega, etc. Por lo tanto, lucro en educación constituye algo mucho más complejo que la ganancia económica de un particular y si esta ganancia se produjo o no con dineros del Estado, ya que la educación de mercado se medirá por dos factores. Primeramente, con la oferta se abaratan

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Lucro, calidad, rol docente y cambio social.

Reflexiones sobre los temas de la movilización estudiantil desde

una perspectiva pedagógica.

Estudiantes DEP.

El malestar expresado por la sociedad en las movilizaciones que se han desarrollado

durante este año, dan cuenta de que más de algo está funcionando mal en el sistema de

nuestro país. Dichos problemas, que estallaron con la voz de los estudiantes, conllevan

distintos temas que no pertenecen solo a lo educativo, sino que se engarzan, directa o

indirectamente, con una serie de problemas sociales que necesitan solucionarse.

A partir de las discusiones que se dieron entre los estudiantes del Departamento de

Estudios Pedagógicos de la Universidad de Chile, en el marco del Taller de Autoeducación:

La educación que queremos, tomaremos al menos cuatro líneas de reflexión sobre el

movimiento estudiantil en el que estamos involucrados.

Los temas aquí tratados intentaran tratar las problemáticas sociales desde tópicos

recurrentes de la movilización como: lucro, calidad de la educación, rol docente, nueva

relación social. El primero de estos temas fue publicado en el último número del año de la

revista Bello Público en papel, pero recogemos aquí parte de él para desarrollar las

temáticas antes nombradas, constituyendo una mínima parte del entramado de la

problemática que compromete a nuestro país.

¿Lucro en la educación chilena?

El lucro responde a una lógica que se traslada desde el mercado y que se aplica en

distintas esferas sociales (Estado, familia, etc.) y que, una vez asumido, repercute en

distintos ordenamientos sociales: institucionalidad, estatuto de trabajadores, el modo de

entender los roles, etc.

En educación la lógica mercantil hace que varíe la significación del rol docente, la

conformación del alumnado en las escuelas, la calidad educativa que se entrega, etc. Por lo

tanto, lucro en educación constituye algo mucho más complejo que la ganancia económica

de un particular y si esta ganancia se produjo o no con dineros del Estado, ya que la

educación de mercado se medirá por dos factores. Primeramente, con la oferta se abaratan

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costos a través de la rebaja del sueldo de los profesores, la nula o muy baja inversión en

infraestructura y materiales pedagógicos, entre otros. Luego, la demanda se expresa

mediante la selección del alumnado, que permite al establecimiento escatimar en gastos de

personal para los estudiantes con necesidades de aprendizajes distintas (ej.:

psicopedagogos). De esta forma el lucro se concreta en la utilización de los dineros de la

subvención o del financiamiento compartido en ámbitos no pedagógicos.

El factor económico ha transformado al sistema educativo en uno basado en la

exclusión y que, a mediano y largo plazo, ha contribuido en afianzar las desigualdades

sociales en nuestro país. Un síntoma de esto es que se privilegia la libertad de fundar

instituciones educativas con distintas características y elegir como consumidor a una de

estas, por sobre el derecho a participar en una educación de calidad que sea igual para todos

los sujetos. En dicha perspectiva, la libertad de enseñanza que prevalece en Chile es

contradictoria puesto que la libertad no es tal pues determina y excluye desde lo

económico.

Desde ahí, creemos que es imperativo sacar las escuelas de la esfera del mercado,

potenciando que sean las propias comunidades las que definan los temas que consideren

importantes para su propia educación. Es en este proceso donde la educación adquiere

significación para los sujetos, en tanto los contenidos abordados en las escuelas tendrían un

enlace directo con su identidad y necesidades, reconociendo la diversidad y lo común que

los une.

El lucro y los criterios económicos implicados en la educación han establecido

procesos de homogeneización desde arriba, sin tomar en cuenta las necesidades e

inquietudes de los actores sociales.

¿Qué pasa con la identidad de los docentes en este sistema?

La identidad del sujeto docente se rige, de cierto modo, por lo que la sociedad

necesita que ellos faciliten desde el importante lugar que les pertenece. El problema de esa

identidad es que hoy el docente no se reconoce a sí mismo, ni es reconocido por la

sociedad, como un sujeto posicionado políticamente y como una pieza importante en la

transformación de la sociedad.

A nuestro parecer esto responde directamente al tema que tratábamos más arriba y

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es que no es la sociedad en sus necesidades la que define qué es lo que necesitamos

aprender como personas, sino que es el mercado quien lo hace. Hoy todo lo que mueve a la

escuela tiene que ver con la eficiencia de los sujetos, en la productividad de ellos y que,

finalmente, tengan una injerencia directa en el mercado laboral. En el caso de los

profesores, muchos se ven constreñidos por lo que establece el currículo y por lo que

establece, a su vez, el proyecto educativo de la institución a la que pertenece, lo que tiene

como consecuencia, por ejemplo, la reducción de los contenidos de las asignaturas, puesto

que se revisará y se evaluará solo lo que diga el programa de estudio o, en otros casos, se

evaluará solo lo que se mide en las pruebas estándar, como SIMCE o PSU, para dar una

falsa imagen de calidad.

Si el docente tiene estas características, entonces se suma a la lógica del sistema

mercantil y se está convirtiendo en una pieza que contribuye a reproducir el sistema y, con

esto, reproducir las lógicas de precarización y exclusión de la educación.

Constantemente se señala que el sistema educativo no deja espacio para que los

docentes se desarrollen más reflexiva y autónomamente y es cierto, pues es precisamente la

criticidad lo que el sistema quiere extraer de la educación para que se formen sujetos

incompletos que no cuestionen su educación, su futuro laboral, su calidad de vida o tantas

otras cosas. En este sentido, reconocemos en los docentes que quieren afirmar su labor en

una identidad crítica, autónoma, política y social, se sientan a la deriva, puesto que sus

esfuerzos no tienen cabida en el ambiente natural de la escuela, generando frustración.

Hasta el momento, hemos delineado brevemente dos identidades docentes, una que

llamaremos de identidad coartada y otra de identidad autónoma. Como estudiantes DEP

escogemos pertenecer a los docentes que establecen por sí mismos qué es lo que significa

su labor docente, lo cual expresaremos brevemente como: un sujeto que se reconozca en un

lugar de importancia política y social, que sea capaz de leer el contexto de desarrollo de sus

estudiantes, identificando, a su vez, la diversidad de identidades que ellos constituyen. El

docente ha de ser capaz de ver en el currículo no solo aquello que le importa al Estado en el

proyecto educativo nacional, sino que también pueda ver lo que importa a sus estudiantes

en su contexto específico. Dejar de homogeneizar los intereses y características de nuestros

estudiantes es fundamental para mejorar la calidad de la educación, para devolverle

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humanidad a la relación del estudiante con la escuela y con sus profesores1.

¿Qué es calidad en la educación?

El concepto de calidad suele ser engañoso. Todos hablamos de calidad pero esa

palabra no significa lo mismo para unos y otros. Un ejemplo claro de esto es que para el

gobierno y, también, para el sistema económico, calidad significa en gran parte subir los

puntajes de las pruebas estandarizadas pues eso reflejaría que tanto los profesores como los

alumnos están haciendo un buen trabajo. Para otros significa que el profesor tiene que pasar

toda la materia del libro o del programa y el estudiante sacarse buenas notas. Pero para

nosotros, calidad de la educación es algo mucho más complejo que esto. Con respecto a

estos ejemplos se observa una situación engañosa: no porque se hayan subido 100 puntos

en una prueba significa que la calidad haya mejorado, ni tampoco porque el profesor pase

toda la materia y el estudiante se saque buenas notas, puesto que se pierde algo

importantísimo de la relación educativa, ya que en dicha relación, para que sea de calidad,

se necesita mucho más que solo la materia de la asignatura.

La calidad de la educación tiene que ver con todo lo que rodea el contexto

educativo, tiene que ver con una relación cercana y sincera entre profesores y alumnos y

con que lo que se imparta tenga sentido para la vida del estudiante (y no solo para el

mercado). Más aún, tiene que ver con que se restablezca la importancia de lo que significa

educarse, estudiar, aprender y sentirse estimulado por el conocimiento, cualquiera sea el

ámbito en el que se encuentre.

Por esto, a nuestro parecer, para hablar de calidad hay que hacerlo

contextualizadamente, considerando de dónde vienen nuestros estudiantes, en qué tipo de

liceo están (científico-humanista o técnico), cuál es el enfoque de la escuela, cuál es su

proyecto educativo, etc. No podemos hacer calzar nuestro concepto de calidad en una

realidad donde los resultados de las pruebas PSU o SIMCE o la excelencia del liceo no

tengan que ver con las necesidades de sus estudiantes. Por lo tanto una educación de

calidad puede vincularse al reconocimiento de la diversidad de los estudiantes que tenemos

y al respeto del conocimiento que posee y que define la identidad de cada uno.

1 Para ahondar más en este tema revisar la ponencia Asumirse como docente, una discusión sobre el rol político y social del profesor, expuesta en las Primeras Jornadas Pedagógicas: “Reflexiones sobre educación pública” por Eric Silva y Camila Camacho.

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La calidad de la educación en el ámbito local, es decir, contextualizado, consiste en

que un docente sea capaz de apoyar y sostener a sus estudiantes en su desarrollo. El

profesor debiera poder provocar en el estudiante la capacidad de generar un camino propio

de aprendizaje y de libertad, en el cual el sujeto se construye a sí mismo y en relación con

sus pares, para así poder elegir cómo quiere vivir su vida.

Hoy la calidad está muy ligada a la información que un padre puede tener sobre el

establecimiento que va a escoger para sus hijos. Sentimos que con esta visión se deja,

nuevamente, al mercado regulando lo que los padres “eligen” y no se da cuenta de lo que

realmente es ofrecido como calidad. Además, sabemos que esta “elección” no es más que

discursiva, en cuanto los ciudadanos chilenos no son libres de elegir si lo limitan sus

condiciones materiales.

Para definir calidad tienen que poder alinearse, y entenderse en relación, tres

dimensiones (como mínimo) de la vida social: la sala de clases, la formación docente y la

escuela inserta en la sociedad. Por esto se hace tan necesario comprender todos estos

problemas engarzados, porque no se puede revisar la calidad de la educación sin ver la

identidad docente, ni se puede discutir ninguno de los dos sin considerar la función de la

sociedad y del Estado en ellos.

La tarea más ardua es la de la calidad y, a pesar de los logros que se puedan hacer en

términos de formación docente, gratuidad o cualquier otro punto que reúne nuestra

movilización, la calidad seguirá siendo un tema para seguir trabajando durante mucho más

tiempo, pues como hemos establecido, la calidad tiene que ver con el sentido que la

educación tiene para los sujetos que la están recibiendo en la sociedad en la que están

inmersos y, ya que las identidades y necesidades son siempre cambiantes, la educación

tiene que poder resignificarse hacia los nuevos contextos de los nuevos sujetos.

¿Existe una salida al conflicto?

Mucho se habla sobre buscar una salida al conflicto estudiantil, variadas son las

soluciones que se esbozan. Desde el gobierno se apela a la lógica del diálogo y los acuerdos

entre cuatro paredes de espaldas al movimiento social, mientras los estudiantes apelamos a

una salida a largo plazo en la que se involucre la sociedad en su conjunto y que implique un

real cambio al sistema.

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Desde nuestra posición observamos que el conflicto por la defensa de la educación

pública tiene una profundidad mucho mayor, no es un tema que implique lo meramente

pedagógico o lo económico, como la gratuidad. Para nosotros, lograr una educación de

calidad, laica y gratuita debe apuntar, paralelamente, a una transformación del sistema

político, económico y social chileno desde sus bases, por tanto, se debe cuestionar el

modelo neoliberal que desde la dictadura echó raíces en nuestro país. Al mirar el conflicto

desde ese prisma debemos comenzar a cuestionarnos y repensar ciertas nociones

fundamentales, como lo son: el rol del Estado, el lugar de la ciudadanía y los actores

sociales en la política y el ejercicio de la soberanía popular.

Revisemos esos puntos. Al preguntarnos por el rol del Estado debemos primero

analizar por quiénes está constituido. Hoy en día es fácil constatar que la mayoría de

quienes son parte de la burocracia estatal pertenecen a una misma clase, por tanto, con

intereses muy parecidos, independientes de ciertas diferencias por su color político. Es así

que toda decisión a nivel de políticas públicas estará mediada por un relativo interés de

clase, no respondiendo necesariamente a las inquietudes, necesidades y carencias de la

mayoría de los ciudadanos. Este acercamiento nos hace desconfiar de las posibles

soluciones que entregue el Estado para el conflicto estudiantil, en la medida de que ellas

estarían mediadas por determinados intereses políticos y económicos. Por ejemplo, una

necesidad que el mercado pone sobre la escuela es que los sujetos que ahí se forman sean

parecidos, tanto en sus intereses como en sus apariencias, por ello, políticas de Estado en la

educación, muchas veces bajo el rótulo de la igualdad, homogenizan al alumnado, lo

uniforman o estandarizan, omitiendo esas diferencias que dan cuenta de la diversidad

cultural y, también, de las necesidades diversas de una sociedad.

Sin embargo lo anterior, creemos que, en el contexto actual, es el Estado el que

debe hacerse cargo de asegurar una educación gratuita, laica y de calidad, para lo cual debe

ceder a las solicitudes y demandas que el movimiento social por la defensa de la educación

pública ha realizado. Una vez que el Estado se hace cargo, se abren mayores posibilidades

para que la comunidad pueda participar de manera más sustantiva en la educación de toda

la sociedad, puesto que desde el Estado se puede volver al concepto de lo público -aquello

que se ha perdido desde que priman los discursos del mercado y la privatización- y, con

ello, volver a la idea de que la educación es un derecho, no un bien, y que nos pertenece a

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todos por igual. Pero para asegurar que los cambios que se realicen sean penetrantes y

duraderos, es necesario iniciar un proceso profundo y sistemático de empoderamiento y

participación de la ciudadanía y los actores sociales.

En este punto aparece nuestra segunda noción fundamental. Creemos que es

necesaria una transformación en las lógicas de participación de los actores sociales en la

elaboración de políticas públicas. Esta transformación debe estar signada por un aumento

de la participación, el cual debe iniciarse desde la esfera de la comunidad, fortaleciendo

instancias de debate y decisión a nivel local para que, una vez que hayan madurado, den el

salto para la transformación de las políticas públicas y, por qué no, del Estado.

En este proceso la escuela y los docentes deben jugar un papel primordial,

transformándose en ejes articuladores de la participación ciudadana. Primero, desde el acto

educativo, incentivando la reflexión y la crítica en los estudiantes, entregándoles las

herramientas para entender de mejor forma su realidad. Paralelamente, debe integrarse a los

diferentes actores de la comunidad en la definición del tipo de enseñanza que quieren, en

este sentido, los actores sociales se constituyen en conjunto como constructores de la

comunidad escolar. De esta forma, se lograría relacionar de forma armónica los saberes de

la escuela con los requerimientos, necesidades, sueños y expectativas de las comunidades

locales, siendo los contenidos educativos definidos por los sujetos, en su práctica. Es así

como, luego de un proceso largo de empoderamiento social, podríamos llegar a transformar

el sistema educacional desde sus bases y, así mismo, apuntar a la transformación del Estado

y la sociedad en su conjunto.

En definitiva, en una revisión más atenta, podemos distinguir que no es solo la

educación lo que queremos cambiar: hay un cuestionamiento al sistema en su integridad.

En dicha perspectiva, no existe una salida inmediata al conflicto en tanto los cambios

estructurales no se producen en un corto plazo, más aún cuando se requieren lentos cambios

a nivel cultural. Por lo tanto, debemos considerar que apuntamos a procesos largos que

implican la transformación de distintas esferas sociales, de allí la importancia de construir

una sociedad distinta, pese a las presiones que existan. Actualmente, observamos que

muchos jóvenes sienten y expresan cierto empuje por cambiar el estado actual de las cosas,

sujetos que no están habituados a este sistema.

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Ciertamente, en la actualidad buscamos un cambio. Pero, ¿dónde está?, ¿en los

partidos políticos?, ¿en modelos económicos existentes?. Aparentemente en ninguno de los

anteriores, en tanto los proyectos que buscamos no están prefijados. Es decir, no hay un

texto formal que debiésemos seguir para cambiar la estructura, sino que ha surgido entre

nosotros el valor a la adaptación y a nuestro descubrimiento como actores sociales. En

dicha perspectiva, durante las presentes movilizaciones, como DEP no hemos promulgado

formal y conscientemente ideas que responden a un sistema cerrado en lo conceptual y

estricto, sino que hemos querido volver a darle valor a la construcción colectiva e informal,

que radica en la genuina colaboración entre los sujetos.

Es en este punto donde nuestras proyecciones de modelo educativo de calidad se

basan en la integración de lo público y la diversidad que esta puede explorar, contribuyendo

a fortalecer la riqueza integral de cada uno de nosotros, para llevar a cabo un cambio

estructural que aún no podemos, si quiera, concebir.