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Cuentos TEXTOS BREVES JOSÉ RAÚL JARAMILLO RESTREPO © José Raúl Jaramillo Restrepo © Ediciones La Balsa, 2001

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Cuentos

TEXTOS BREVES

JOSÉ RAÚL JARAMILLO RESTREPO © José Raúl Jaramillo Restrepo © Ediciones La Balsa, 2001

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SUEÑO FELÍZ

El sueño es la noche que en tu cuerpo reina.

Darío Jaramillo A.

Apagó la lámpara a la hora acostumbrada para dormir. ¡Ah, descansar...! Soñó. Soñó

intensamente que no dormía. Que, guardián del ex general, no podía dejar dormir al ex presidente. Que no descansara ni un instante el ex comandante supremo. Era su deber y su satisfacción: que no durmiera, ni un segundo, Pinochet.

Al despertar con el sol, se levantó feliz por haber tenido un plácido, profundo y reparador sueño.

LA RUTA CORRECTA Al llegar al lugar escogido por la rutina, pensó: tomaré el round point de don Quijote. Aceleró

el vehículo y continuó derechito, rumbo a su lujoso apartamento, el académico de la lengua. El día había sido fatigoso por el estudio del idioma de Cervantes.

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DIRECCIÓN: SUR Se cruzaron las miradas. Intensas, directas, cargadas de interrogantes y sugerencias. Como

si hubieran dedicado, antes de este preciso momento, muchas horas a conocerse. Tal era, ya, la compenetración y el entendimiento.

Cuando parecía que nada quedaba para insinuarse, sonó, lejana, la señal del cierre de puertas. Era el momento exacto para que el otro tren, el de enfrente, continuara su marcha en dirección al norte.

RECUERDO DE LA CASA

...unido está a su casa poco menos

que el molusco a su concha. Dulce María Loynaz

Construida por mi padre con materiales de la región —guadua, teja de barro y cemento de

caballo, como él decía— la casa era fresca e iluminada. Como una ele mayúscula, desde cualquier parte del corredor con begonias se divisaba la

actividad de quienes la habitábamos. Allí nacimos y desde ella condujimos al cementerio —pasando primero por la iglesia— el

cadáver de mi madre. Recuerdo que en el extremo del corredor, donde empezaban las escalas para el patio, una

tarde con sol de los venados mi madre lloró, desconsolada, por el traslado de los huesos de mi abuelo Max desde el Cementerio Libre —sin pasar por la iglesia— hasta el bendecido por los eclesiásticos.

Se los habían entregado —los reclamó sola, sin contárselo a nadie— en una bolsa exageradamente amplia, y ella, clamando, decía que su padre no había sido tan robusto. Eso la hizo deducir que los mezclaron con huesos de muertos largos de la época de la penúltima guerra.

En el centro del patio, también recuerdo, las palmas de corozos mostraban unos racimos que prometían ser de la cosecha grande...

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MAGNITUD DEL SISMO: 6.2 EN LA ESCALA DE RICHTER Que no le temblaría la mano. Que la decisión ya estaba tomada y que, fiel a la tradición

familiar, no daría ni un paso atrás. Eso dijo el inconmovible finquero cuando se acercaba, como una amenaza o como una premonición, el momento de la cita.

Y a la hora y minutos exactos del primer escalón de la calurosa tarde del primer mes del último año del segundo milenio de la era cristiana, se dispuso a firmar. En ese mismo instante, los riscos de vientos se estremecieron, desmoronándose.

El sismógrafo confirmó que el terremoto había sido el más fuerte de las últimas centurias en el fértil valle famoso por sus tempestades y sus crepúsculos con arreboles.

PESADILLA Al despertar de la siesta, recordó que el sueño había sido atroz: nada, en efecto, había

quedado en pie después del terremoto. Observó a su alrededor y comprobó que el apartamento estaba en ruinas.

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LA GRAN COSECHA No hubo gente para recoger la producción que este año mostraba una abundancia como

nunca antes. Todos los trabajadores se dedicaron a escribir cuentos mientras los granos, rojos, estallaban

de tan maduros. La federación que agrupa a los productores no quiso patrocinar la publicación de ninguno de

ellos, por más que los entendidos en la materia coincidieron en que había cuentos bellamente escritos que merecían ser exportados a los países de habla española.

EL PLAGIO El joven escritor, entusiasmado con su repentina facilidad para escribir, no se concedía un

minuto de descanso. El sueño fue el primer lesionado por su actividad. Ni qué decir la comida. De color amarillento, con ojeras lilas, sus familiares temieron que hubiera contraído una

grave, mortal enfermedad. Terminó una novela de considerable tamaño, después del volumen de cuentos que daría a

conocer muy pronto. Se comunicó, entonces, con la renombrada editorial. Ocho días después de haber entregado los manuscritos, le informaron que hacía mucho

tiempo que sus cuentos y su novela habían sido editados allí mismo, idénticos, y que, definitivamente, lo suyo era un vulgar plagio que bien podía dar con su magro cuerpo en una de las penitenciarías de la gran ciudad.

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LA ILUMINADA CORDILLERA Que allí no se necesitaban las luces de allá, abajo, de los pueblos del productivo y hermoso

valle. Que con la naturaleza era suficiente —le insistieron los campesinos envueltos en ruanas grises.

Hubo de creerles el joven escritor cuando comprobó, de pronto, que había amanecido en la fronteriza cordillera y que la habitación permaneció iluminada por los relámpagos que, sin interrupción, habían estallado toda la noche, lo que le permitió leer de un sólo golpe el libro de un escritor colombiano que ya podía considerarse clásico.

OBRA FUNERAL Ya había escogido la música que deseaba que interpretaran en su funeral. Era una obra

reconocidamente clásica. Que fuera esa producción musical y no otra, comentaba y exigía. Soñaba verse sentado en una de las bancas de la catedral gótica de su ciudad, en el culto

relativo a su funeral, en su definitiva ceremonia. Al pasar frente a una venta de música, cerca de la única iglesia gótica de su ciudad, oyó la

sin igual, bella obra, y cayó fulminado por un infarto.

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SABIDURÍA DE BURÓCRATA Que el viejo roble era el símbolo alrededor del cual el municipio había crecido. Que había

sido testigo de la fundación y de los difíciles primeros años. Que hoy, majestuoso, lleno de ramas y nidos —allí dormían todas las aves que sobrevolaban el casco urbano—, en torno a él, el pueblo seguía su indeclinable progreso.

Todo esto le informaron al recién llegado alcalde, después de haber sido recibido con fanfarrias y pólvora por los habitantes del frío municipio con nombre bíblico, empotrado en la cordillera andina.

A pocos días de posesionado, asomado al balcón de la oficina en una brumosa mañana de octubre, el burgomaestre decidió que tendría que hacer una obra que dejara su nombre escrito para la posteridad en letras de bronce —así lo dijo él— en ése que, aunque no fuera el sitio que lo había visto nacer, sí se mostraba como el que no iba a dejar morir su nombre para la historia.

Reunió a sus asistentes y les planteó lo que quería construir, pero, ahí mismo, fue informado acerca de que el árbol representativo del municipio se interponía en su proyecto. Tres alcaldes, antes, habían pretendido tumbarlo y tuvieron que abandonar la jurisdicción por la decidida protesta popular.

No se intimidó. Consideró que a sus antecesores les había faltado inteligencia. Él era un profesional de ciudad que prestaba su colaboración a un municipio lejano de todo. Ya verían que él era distinto. Y en medio de la niebla y siendo noche cerrada, como de tinta china —exactamente a la hora de los lobos—, procedió él solo a derribar lo que consideraba que era un estorbo —el gran estorbo— para su inmortalidad.

Los habitantes despertaron con el alba y a las ocho de la mañana se levantaron contra el alcalde e incendiaron la oficina de la primera autoridad municipal, quien había huido por una puerta falsa que, inteligente como era, había hecho construir para casos de emergencia.

Los organismos de socorro removieron los escombros humeantes, mientras el añoso roble yacía, cuan largo y ancho era, en medio de la empedrada plaza sin que nadie, siquiera por caridad, le diera una mirada, pues todos coincidieron en que, definitivamente, hay males que no tienen remedio.

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CRONISTA ARCAICO

CRONISTA ARCAICO El novísimo escritor de crónicas sólo utilizaría vocablos y giros idiomáticos que, a su juicio,

le dieran nombre y nombradía entre el público lector. A tal efecto, recorrió bibliotecas y husmeó en los más oscuros rincones de las librerías hasta

dar con viejas ediciones de diccionarios y tratados y enciclopedias, esperando encontrar —y encontrando— sustantivos y verbos y adjetivos que no fueran los utilizados en la época presente —él sería otro, distinguido— por quienes se dedicaran al género literario en el cual él había incursionado.

Cuando dio a conocer su obra, los ilustrados conceptuaron que los vocablos y los verbos y las inflexiones, ya no eran los autorizados por la Real Academia, y el público lector la rechazó, indignado, cuando concluyó que las tales crónicas le producían “abisales hesitaciones debido a que eran asaz abstrusas”.

EL HERMANO MENOR

El primogénito, excesivamente ácido, decía de su hermano menor, separado de él por una

larga lista de doce hermanos más, que era una personalidad rara de la cual se podrían esperar hechos extraños —como iluminaciones— que ayudarían al progreso de la humanidad, o extraordinarias torpezas que devolverían por muchos años —o siglos, tal vez— lo conseguido después de tanta brega.

Basaba su personalísima apreciación en tres circunstancias a cual de todas más evidente: su hermano menor cumplía rigurosamente con el rito de la misa diaria, incluyendo los cánticos, tomaba cerveza al clima y, lo imperdonable, lo hacía a pico de botella.

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FINAL Acudió al llamado. Entreabrió el portón y se devolvió, horrorizado. Había visto la silueta,

perfilada. No dudó. Supo que había llegado a su último día.

NOCHE POÉTICA

...arrebatar a los dioses el secreto del fuego...

La patrulla policial enfocó al dibujante de letreros, considerados subversivos, en los muros

céntricos de la ciudad. A esa hora de la noche cerrada, era una casualidad haberlo descubierto. Estaba solo y acababa de terminar la elaboración del aviso con puntos suspensivos. Solamente le faltaba recoger el tarro de pintura roja y la brocha.

No tuvo escapatoria. Fue requisado por el joven y recién ascendido oficial al mando. Iba a aplicársele, con todo

rigor, el estatuto vigente que prohibía los mensajes en los muros. Ellos afeaban la metrópoli, se sustentaba —sin contar con que las frases eran muy duras contra el gobierno.

Procedió a leer el recién elaborado texto para llenar el informe que, sin dudarlo, iba a merecer una felicitación de sus superiores, con copia a la hoja de vida.

El agente estatal no podía creer que un poema tan hermoso, con palabras como fuegos, antorchas, rebeliones, dioses, secretos, pudiera escribirse en un lugar por donde media ciudad pasaría mañana, y la otra media, pasado mañana.

Fue tanta su satisfacción que le ofreció el vehículo oficial para transportarlo hasta donde quisiera y, durante el recorrido, tomó atenta nota de los autores y títulos que estaban de moda, a juicio del joven pintor de poemas.

Definitivamente —concluyó— ésa había sido una gran ronda nocturna por la inmensa

ciudad.

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LA PALMERA

...allá en el confín lejano mueve unas palmas el viento...

Siempre pensó que, de haber tenido la posibilidad de escoger el reino de la naturaleza al

cual hubiera querido pertenecer, no habría dudado en ser una palmera. Por su tallo sin ramas, por distinguirse entre los árboles del monte en la lejana cordillera o

en una plaza, por resistir airosa, con su melena al viento, los vendavales tan comunes en su fértil región.

Por eso, cuando se derrumbaba hacia la muerte al desatarse el sismo de principios del año último, estaba convencido de que no era un hombre el que caía sino una palmera la que, definitivamente, dejaría de enmarcar unos bellos y coloridos atardeceres.

IMAGINARIO Desde la cafetería del segundo piso donde escribía su definitiva obra, observaba la gran

avenida congestionada de vehículos, muy cerca de la glorieta. Nudos de automóviles se hacían y se deshacían continuamente. Él, mientras tanto —inteligente, culto, extraordinario ciudadano—, redactaba y ordenaba y miraba. Desde ese sitio deducía lo que hablaban los pasajeros de los vehículos, allá abajo. Estaba seguro de interpretar el movimiento de los labios y comprender sus diálogos. Un día tuvo la certeza de que dos hombres, en un campero, hablaban de él. Que se burlaban de su estatura, criticaban su nariz y su figura toda: que hacían mofa de que la naturaleza no había sido pródiga con él cuando se realizó el ineluctable reparto. No dudó un instante. Dejó sus instrumentos de trabajo literario, sus manuscritos, bajó apresuradamente las escalas y estuvo situado en la avenida en el tiempo preciso para insultar y retar a los pasajeros del lujoso vehículo.

Sin saber de qué se trataba, los agredidos aprovecharon la presencia de una patrulla policial para hacer detener a ese indecente, vulgar y burdo hombrecillo, quien fue a dar con su desmirriado y envejecido cuerpo a la inspección más cercana, donde las autoridades se propusieron retenerlo por un tiempo razonable antes de enviarlo al manicomio municipal, según manifestaron en el respectivo informe.

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FUTURISTA Tan avanzada la ciencia —con el color, el sonido, los efectos especiales—, y no se había

podido agregar, de acuerdo con el tema, el olor a las películas, pensaba. Se dedicó, entonces, en su taller y depósito de películas heredadas de su padre, operador

de cine durante toda su vida, a ponerles olor a las cintas que cuidaba con tanto esmero y que disfrutaba sólo él, pues nadie en ese pueblo, estaba seguro, tenía el sentido estético para apreciar las joyas cinematográficas que su anciano progenitor, conociendo su sensibilidad artística, le había legado —por encima de sus hermanos mayores— con una larga serie de recomendaciones cumplidas al pie de la letra.

Por eso sus amigos sabían ahora, por el olor que lo envolvía —no suprimido por ningún jabón—, que acababa de ver una película filmada en el mar o en la selva o en el calor del desierto o en el interior de una cárcel o en un prostíbulo. Le detectaban el hedor de la muerte o el sudor de una larga marcha o el humo dejado por una terrible explosión dinamitera. Eso lo exasperaba más allá de la cuenta, pues, indefectiblemente, sus amigos acertaban y él no quería que nadie se enterara del cine que en su taller de trabajo él, sólo él, tenía el privilegio de ver y oír y oler como uno de los pocos amantes verdaderos de una de las, ahora sí, más altas expresiones del arte.

OFRENDA Le enseñaron —y lo aprendió al pie de la letra— que el Dios, uno y trino, exigía sacrificios y

ofrendas y flagelaciones. Nunca entendió porqué necesitaba cánticos y abstinencias y humo con olor.

Utilizó su ingenio para descubrir algo único, que nunca hubiera sido destinado a las alturas de la Divinidad como latría.

Consideró —después de muchas horas con la mirada fija, y días y noches recorridos como sonámbulo—, que sería original ya que nadie antes lo había hecho, de eso estaba seguro.

Ofreció al Supremo, a partir de ese instante, cada uno de los giros de todas las circunferencias y esferas existentes en la tierra y en el aire y en el agua y en el cosmos.

El poderoso Señor sonrió complacido y designó a querubines y serafines para que contaran el número de vueltas que, como homenaje, estaba recibiendo de su originalísimo siervo.

Pocos días después se rumoró, fervientemente, que los asistentes contadores habían enloquecido dada la ardua labor para la cual nadie, cerca al Eterno Hacedor, estaba preparado.

Las agencias internacionales de noticias confirmaron que, desde ese momento, los males en el mundo se habían incrementado con una rara velocidad de rueda suelta.

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PERSONAJE El afamado escritor enfermó súbitamente. Recluido en la principal clínica de la populosa urbe, hasta él llegó el rumor de su muerte y

que las multitudes lo lloraban a viva voz en los parques y en las academias y en las avenidas. Que había casos de personas que se echaban ceniza en la cabeza o se rasgaban las

vestiduras, como se leía en la escritura antigua. Enterado de esto, el ilustre personaje decidió poner fin a su vida —y así lo hizo— pues no podía defraudar a tanta gente, y tan querida, que estaba lamentando su temprana e intempestiva desaparición.

DEMONIOS El prolífico escritor decía que sus cuentos eran un producto de los demonios que lo

habitaban, y que él solamente utilizaba la escritura para sacarlos de su interior, pues esos seres malditos lo torturaban hasta lo indecible.

Cada cuento suyo era un demonio menos, un alivio, decía. Una noche de niebla sintió el deseo irreprimible de escribir un cuento de mediana extensión.

Sabía que un demonio más abandonaría para siempre su cuerpo, aligerándolo de peso y acercándolo cada vez más a las alturas.

El demonio de esa noche era de los más antiguos que lo habitaban, ya él lo había presentido.

Inició la redacción y cuando se encontraba en la cima del relato, la bestia infernal se le atragantó, de tal manera que le cortó la respiración, asfixiándolo.

El acta judicial de recolección de cadáveres dejó consignado que el maduro representante de las letras tenía una expresión como nunca, antes, habían visto en tantos años de estar realizando esas penosas diligencias. Probablemente —terminó el escrito oficial— estaba involucrado con sectas satánicas, tan de moda en los turbulentos años de final del siglo.

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HUMILDAD Que bajara la cabeza, le decían. Que esa arrogancia no se veía bien, que no le convenía y que le generaría infinidad de

enemigos. Empezó a inclinar la frente, oyendo el amable consejo. Que la bajara más —le insistían. Y así lo hizo. Bajó tanto la cabeza que tocó el suelo y en el suelo se hundió y su cuerpo siguió tras la

frente y desapareció todo. Lo último que se vio fueron dos cascos de la antes esbelta —y obediente— jirafa. Los soberbios suspiraron.

VELATORIO

Requiem æterna dona eis Domine.

Los tres amigos fueron a la velación del cadáver del gran compañero de juergas. La tristeza iba en aumento frente al ataúd. Insólito que hubiera muerto el mejor, el más

grande y querido entre todos. Las lágrimas acudieron, abundantes. En un momento se sorprendieron mirándose. Estaban haciendo gestos como de cantantes

frente al micrófono. Los acometió una risa tal —esas caras eran horribles, deformes, feísimas— que fueron

echados de la sala por los parientes del amigo fallecido —¿no dizque lo querían tanto, pues? Los demás asistentes al velatorio —gente decente— entonaron un rezo en latín clásico.

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PREOCUPACIÓN ÚLTIMA Condenado irrevocablemente a la pena capital —fue decapitado— su única preocupación

esa nublosa mañana de noviembre, al caer la cabeza ya desprendida del tronco, era que su nariz —clásica, de estilo griego—, se estropearía, sin dudarlo, contra el piso de la canasta.

HOMENAJE

A Dulce

María... El devoto lector de sus poemas quiso hacerle la que consideraba su mejor ofrenda: envió un

clavel de intenso color —del intenso color de la sangre—, para que fuera colocado sobre la lápida de mármol blanco en la tumba de la poetisa, localizada en la principal necrópolis con nombre de un gran señor de los mares, en la capital de la isla.

Al intentar pasar la oficina de control de enfermedades de árboles, flores y arbustos, fue decomisado el clavel y lanzado al mar continental.

Años después, las olas lo depositaron —intacto— en las blancas playas de la serenísima isla, cumpliendo de esa manera el homenaje que mucho antes se había iniciado en un convulso país del lejano continente.

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DESASTRE El bramido de la tierra empezó al amanecer. ¡Parecía la estampida de los diez mil elefantes

de la leyenda! Al avanzar el día, las edificaciones fueron cuarteándose mientras crecía el rugido desde el

centro del planeta. Al mediodía, en una acción envolvente, la periferia de la gran ciudad se derrumbó y al

terminar la tarde, con gran estrépito, el centro se deshizo. Todo volvió como al primer día. Casi al llegar la noche, cuando se perfilaba, nítida, la cordillera fronteriza, seguían cayendo

paredes y techos y levantándose la polvareda, como provocada por la fuerza de las diez mil bestias de la fábula.

“Eso nos pasó por sibaríticos“, masculló una beata toda vestida de negro hasta el tacón torcido, que, con pasos cortos y rápidos, se dirigía a dar gracias por haber sobrevivido sin un rasguño —en lo poco que quedó de la antes airosa catedral, la de los arcos ojivales— al Señor que, magnánimo, había dejado algo en pie para que sus devotos le entonaran cánticos de humillación y reconocimiento.

COMETAS El viento detuvo su carrera sobre el congestionado valle. Nada justificaba ya seguir la ruta, pues allá abajo, en la glorieta, habían retenido las

cometas de colores —con formas de triángulos, de círculos y hasta de figuras no reconocidas todavía en la geometría de las academias.

El escrito policial expresó que se afeaba ese sitio —principio y fin de la avenida—, con tanta tonalidad junta.

El gris oscuro —el del cemento— había sido declarado el color oficial.

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EL ÁRBOL

...tiempo de nacer y tiempo de morir...

Eclesiastés —Piensa que el árbol del que harán tu ataúd ya está en el monte —leyó, conmovido. Nunca

había sentido algo de una manera tan real; ninguna frase, antes, lo había sacudido de un modo tan patético.

Tomó la decisión. Hacha en mano, sin dudarlo —leñador como era desde niño—, arremetió contra los árboles que, por su tamaño, podrían servir para fabricar el féretro donde su robusto cuerpo pudiera ser instalado para la definitiva e ineluctable ceremonia.

Un añoso roble de amplia y generosa abarcadura agredido por él, al derribarse, dio una voltereta inesperada, lo cubrió con sus ramas y, abrazándolo, lo despedazó.

El funeral del apreciado leñador fue muy concurrido. El catafalco era de tablas frescas, olorosas a resinas recién destapadas. Los ataúdes de roble, definitivamente, son muy bonitos —comentaron en el atrio de la

iglesia de corte románico, donde se había realizado el Oficio de Difuntos.

DECLARACIÓN Los escritores, reunidos en congreso subregional, terminaron su pomposa declaración —en

pergamino y letras de oro—, expresando que preferían un secuestro a un plagio.

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LÁGRIMAS

LÁGRIMAS Desde cuando se produjo la florescencia del árbol frente al corredor con macanas de la

casa, también empezaron a salir los gusanos. Rojos y negros, subían, llenaban las ramas, bajaban, se enredaban...

Mi madre, entretanto, no volvió a ponerles cuidado a las azaleas y a las azucenas del patio. Empezó a suspender sus actividades cotidianas para observarlos, aterrorizada. En medio de las lágrimas, desde el corredor, los seguía con la mirada, calculaba cuál se caería, cuál bajaría —“miren ése, miren aquél, qué cantidad“.

Durante tres días con sus noches, se mantuvo en el mismo punto, con pañuelos en la mano. No volvió a recibir alimentos. Solamente miraba, lloraba y se quejaba entrecortadamente.

Fue tanta su aflicción, que las lágrimas alcanzaron el árbol y, en él, a los gusanos, que fueron cayendo muertos, hasta desaparecer.

Las flores blancas con vetas verdes —que parecían pintadas con pincel— también murieron.

Pocos días después, en una fría mañana de octubre, mi padre tumbó el árbol seco —lo que quedó del otrora verde y lechoso árbol que cada tres años florecía y llenaba el patio, y la casa, de un perfume tan intenso que llegaba hasta el bosque...

DÍAS PASADOS

...los días que uno tras otro son la

vida... Aurelio Arturo

Los días que ya pasaron... ¿dónde están?, preguntó la infanta sentada en la mecedora, una

calurosa tarde de un ya lejano noviembre. Al responderle señalándole el lugar del corazón, observó en silencio, como aceptando sin

sorpresa que allí, en ese pequeño lugar, los pocos días de su vida estaban guardados, pero dudando de que los muchos días de propiedad de su padre —el de la rápida respuesta—, los de sus abuelos y de sus compañeros de juegos, pudieran estar arrinconados en ese sitio sin provocar la explosión del pecho.

Desde esa tarde remota se sucedieron muchas lunas antes de volver a preguntar por algunas cosas que no la dejaban jugar tranquila.

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RECUERDOS Que los recuerdos no lo dejaban dormir. Que pasaba las horas

nocturnas, las del sueño, atormentado y ansioso por la llegada del día para poder liberarse de la tortura que hacía mucho tiempo implicaba, para él, la llegada del reino de la luna, de la noche tan cantada por los poetas.

Todo eso manifestaba el anciano, en tono quejoso, ante sus familiares.

Un feliz día encontró la fórmula para superar el problema. Se comunicó, entonces, con la oficina encargada del orden

ciudadano, que, al comprobar la veracidad de su queja, procedió a cerrar el afamado establecimiento —el del nombre evocador— que atormentaba a los vecinos hasta altas horas de la noche con el exagerado volumen de sus vitrolas impidiéndoles dormir con placidez.

RELOJES

...reloj, no marques las horas...

Desesperado porque no le quedaba tiempo para nada, la emprendió contra los relojes —

ellos son los culpables, por ellos se llega tarde siempre —decía. ...Que las dosydieciocho, que las dosydiecinueve, que las dosy... Decidió, entonces, acabarlos de una buena vez y para siempre. Destruyó los relojes de su casa, después de haber botado el de marca muy fina que le

habían regalado el día de su grado, y continuó con los que estaban situados en parques, en torres, en iglesias. Una buena puntería había observado, desde niño, en eso de tirar piedras contra pájaros y vidrieras.

Un día resolvió lanzar lo que él pensaba que sería el asalto final contra una relojería situada en el gran centro comercial de su ciudad y fue herido de gravedad —alcanzó a entrever la muerte— por las balas de los vigilantes que con caras de perros guardianes, fieros, cumplían labores de seguridad.

Trasladado al hospital, su larga convalecencia la afrontó en un oxidado catre situado exactamente frente al reloj de la airosa catedral, que no había sido alcanzado por las certeras piedras arrojadas por este enemigo declarado de esas terribles máquinas fraccionadoras del tiempo que nos recuerdan, además, que todo va velozmente hacia el fin.

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OTROCUENTO

Para ellas...

La luminosa mañana de un sábado de agosto fue testigo de la definitiva salida de los

anaqueles que durante tanto tiempo habían albergado poemarios, mapamundis, libros de horas y de historias, tomos de cuentos, de novelas, de noticias.

Con ellos como navíos, viajamos por los mares y las fronteras y las estrellas. La silla donde descansaron sus enfermos cuerpos los que hoy ya sólo viven en los pliegues

más íntimos de nuestra memoria, también partió en el viaje sin tiquete de regreso. Después de cerrar para siempre las viejas puertas de la librería —por donde habían

ingresado la fantasía, el pensamiento, los sueños, la locura de los hombres—, ya la vida era otro cuento...

EL GUADUAL Allá, recuerda, en la hacienda de la tierra caliente —la del sur— las matas de guadua del

lindero semejan una inmensa bóveda como de un gran templo oriental, y por entre ellas pasa, musical, el viento que viaja al encuentro de la noche.

Arriba, en lo alto, en las curvas que forman las ramas —dobladas como en un rito hacia la tierra—, se mecen los loros y las guacharacas y las caravanas, ajenos a la ansiedad, al desenfreno, al ajetreo de los hombres.

Desde allí, lejanos, distantes, se escuchan los acordes de La Marsellesa en las noches de fiesta de la casa central, la enmarcada por palmas de corozos y guayacanes amarillos.

Por el centro del guadual corre limpio, silencioso, el hilo de agua que espera la lluvia grande para ser río.

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DIÁSPORA La casa empezó a ser abandonada durante una nublosa mañana de mediados del año; los

vientos, helados, venían del norte. Las inmensas matas de guadua, los bosques de orquídeas, las palmas de cera y de corozos

fueron quedando atrás, como en postales que empiezan a borrarse por el transcurrir de los días, de los años.

Los cafetales, los bosques de niebla y los atardeceres con arreboles iban a ser cambiados, en el nuevo hogar, por las nieves y los estíos y los ciclones que con furia devastadora llegarían —año tras año, a la misma hora certificada—, desde las azules Antillas.

La patria —ausente, lejana— miraba con tristeza las caravanas de los exiliados. Nada podía retenerlos. Nadie podría consolarla...

LLUVIA

Desde antes del alba los aguaceros arreciaron sobre la ciudad. Cuando amaneció, todo se

veía como a través de una cortina enmarañada, difusa. Los árboles estaban doblados por el peso de sus propias ramas emparamadas, los animales en los campos cercanos y en los patios, miraban hacia las nubes como temiendo que la humedad no cesaría en lo que restaba de vida, la gente —muy pocos se habían atrevido a salir— caminaba recostada a las paredes y saltaba entre los charcos paralelos a los arroyos. Las ranas, horribles, croaban.

Un poeta de reconocidos méritos —había sido coronado en los juegos florales— compuso una oda. Un cuentista consideró que ése era el marco especial para su inspiración y arremetió contra la hoja en blanco para darle forma a una historia exquisita que lo rondaba desde hacía bastante tiempo. Un estudioso del clima llenó su cuaderno de notas científicas —“un día como éste no había podido ser más especial para mi tesis” —concluyó.

Al final del húmedo día se supo que un barrio entero situado en las laderas orientales se había derrumbado sobre sí mismo, empujado por el agua. El reporte oficial expresó que nadie había sobrevivido y que todo lo ocurrido era imputable a la fatalidad.

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CRONISTA ROJO Vinculado desde hacía mucho tiempo a un rotativo que pretendía cubrir el orbe entero, el

anciano cronista de la página roja consideró que era el momento de jubilarse con todos los reconocimientos, cuando al despertar después de una noche de malos sueños, se cercioró de que su máquina de escribir estaba empapada en un espeso líquido de color rojo (tinta en sangre, escribió en su cuaderno de notas), y que dos gallinazos que tenían las sucias garras clavadas en el testero de la cama de cedro negro con baldaquino, heredada de su abuela, lo observaban ansiosos.

RECONOCIMIENTO

El gran científico —originario de un país altamente desarrollado y adalid de la defensa de los

derechos humanos— fue exaltado con el premio universal de la paz, ya que había inventado un arma de fuego con el cañón tan recurvado que, al enfrentarse los ejércitos de dos países en vías de subdesarrollo, al primer disparo cayeron indefectiblemente muertos los respectivos portadores de las novedosas armas, entreviéndose de esta manera la llegada de la ansiada paz, ya que cada día serían menos los hombres dedicados profesionalmente a la guerra.

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FUEGOS Al despuntar el alba las llamas cubrieron, como en un gran abrazo, el local de la inmensa

factoría. Las nubes bajas se enrojecieron y el sector quedó impregnado del olor de las resinas y las lacas y los cauchos.

Los pájaros —antes que nadie— huyeron, despavoridos. A la desastrosa hora de las dos de la tarde, los bomberos confirmaron que nada quedaba ya

de la que había sido conocida como la primera fábrica de extintores en la gran ciudad. El fuego, en forma de lenguas, se enseñoreaba suelto, merodeaba libre.

INVESTIGACIONES El docto funcionario judicial, tras terminar la lectura del cuento policíaco —cuyo autor era

una gloria de las letras nacionales—, no dudó en iniciar la investigación. Rebuscó en archivos, miró fotografías, entrevistó a un sinnúmero de personas y, después

de muchos días y noches de continua labor, acumuló tantos datos y cifras y declaraciones, que la prueba reina se fue perfilando con nitidez deslumbrante.

Y relumbró tanto, que el muy famoso escritor —reconocido fuera de las fronteras patrias— dio con su robusto cuerpo en la cárcel y fue condenado a una larga pena, después de un breve juicio que asumió con estoicismo, en silencio, ya que la contundencia de la probanza por el homicidio cometido hacía ya veinte años, lo dejó abrumado.

Había comenzado la detención de los escritores asesinos, impunes y gloriosos durante tantos años.

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HALLAZGO El autor de la recién terminada novela, embebido en el tema de su próxima creación, olvidó

el manuscrito en el vagón del tren. Buscándolo, su consternación lo llevó a recorrer las líneas del espacioso transporte durante

tres días y encontró una novela —en manuscrito— olvidada por nunca se supo quién, ya que estaba firmada con seudónimo, y de la cual se apropió el angustiado escritor pues el tema era bien desarrollado y novedoso a su juicio.

Se había iniciado, de esta manera, la saga de los escritores de obras literarias firmadas por quienes no eran sus autores, que consideraban que la vida los compensaba por la irrecuperable pérdida del valioso y trabajado manuscrito que tantas horas de labor les había costado.

PROTESTA La inauguración del congreso de escritores de cuentos cortos fue un estruendoso fracaso,

ya que el encargado de presidirlo —un ilustre hombre de las letras— leyó un discurso tan extenso que motivó el retiro de los asistentes —llegados de todo el orbe—, quienes, en una muy breve declaración, expresaron que los habían confundido con ensayistas.

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PETICIÓN Segundos antes de caer su cabeza, el ex presidente de la gran potencia expresó su última

voluntad, deseando que la humanidad lo perdonara por haber ordenado la inmensa tala de árboles, cuando había sido el primer mandatario del poderoso y deforestador país.

La enorme cuchilla de acero instalada en el armatoste de madera, escuchó su temblorosa, humillada y final petición.

CONDENA Para evadir el cumplimiento de la larga pena a la cual había sido condenado, construyó un

túnel tan certeramente rectilíneo, que salió —en horas del mediodía— en el mismo número de patio y de celda en la otra prisión, la de máxima seguridad.

Estaba destinado —concluyó— a pagar hasta el último segundo del último minuto de la sentencia que el destino le había reservado. El final de su arduo e impecable trabajo, razonó, así lo demostraba.

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RÉQUIEM POR UN VILONCHELO

Para Ángela M., en el recuerdo

En el cuarto de ensayos se escucha una salmodia —enmarcada en acordes de

violonchelos—, interpretada en homenaje a quien, sólo música, llenó de vida el pentagrama para conmemorar aniversarios y adornar ceremonias de reconocimiento, de luz, de alegría.

Una bala —en la mitad de una noche de finales de año— detuvo el corazón que empuñó el arco, rompiendo en mil pedazos, y para siempre, el que fue el más sonoro y fino y lustroso violonchelo del cuarteto de cuerdas.

Se impuso el escandaloso silencio.

CAMINO La calle es de las mejor trazadas de la ciudad y la que recibe el sol de una manera plena.

Se dice de ella que fue construida por ingenieros con gran visión y con un inmenso sentido de la perspectiva. Allí se han trasladado las ópticas y por ella transitan, sin sosiego, las personas sumidas en las tinieblas. Llegan acompañadas por lazarillos de ojos bien abiertos y de caminar firme y seguro.

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NUEVO ESCRITOR El corrector de estilo era muy solicitado por los escritores de la región. Impecable, nadie

como él para encontrar el signo ortográfico mal puesto, la frase descolorida, el concepto confuso. De sus múltiples trabajos fue coleccionando las frases rechazadas, los giros literarios incorrectos y los vocablos mal utilizados, con los cuales elaboró —muchos años después— una novela, premiada con honores por un riguroso jurado integrado por ilustres escritores regionales que se deleitaron con los giros y las frases y los conceptos de la original obra, pues parecía que ellos los hubieran escrito alguna vez, según manifestaron privadamente.

TERROR El paso lento y ceremonioso, los acordes marciales en homenaje a los guerreros —a pesar

de que él no había estado en ningún frente de batalla—, el ceño fruncido, las comisuras de los labios hacia el piso y los ojos —envueltos en lágrimas— tapados con gafas del color de las panteras, no eran suficientes para espantar el terror que abrumaba al decrépito dictador, quien —¡qué tal que se supiera!— todavía se orina en la cama...

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LECTORES El autor de cuentos no salía de su asombro cuando escuchaba las múltiples y variadas y

contradictorias interpretaciones que hacían los lectores de sus obras. Eran tan imaginativas, originales y novedosas, que empezó a grabarlas subrepticiamente, ya que había descubierto una veta inagotable y múltiple que lo convirtió, a la vuelta de pocos años, en el más prolífico escritor de su tiempo.

Entretanto, los lectores-creadores utilizaban los adjetivos más rimbombantes y generosos para dar gracias a los dioses por haberlos hecho nacer en la región y en la época de tan ilustre y representativo señor de las letras.

AGONÍA Envuelto en el intenso olor rojo de su propia sangre, la accionada sirena de la ambulancia

que lo transportaba hizo que despertara con la certeza de que los dos hombres de impecable uniforme blanco que lo acompañaban, serían los únicos testigos de su ya inaplazada cita con la señora muerte.

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SORPRESA Su corazón funcionaba a un ritmo regular. Estaba convencido de que eran sus últimos

latidos, pues en pocos minutos vendrían por él para llevarlo al terrible lugar, al final del corredor, donde lo amarrarían a una mesa gris, bajo una lámpara de poca luz, en el cuarto destinado a las ejecuciones.

Tomó aire, se mesó los cabellos, tensó los músculos y se dispuso a recibir a la comisión policial cuyos pasos ya se sentían llegar. Era el fin, pues se habían surtido, inútilmente, las apelaciones autorizadas por la ley.

Su sorpresa fue grande, inmensa, cuando le comunicaron que había sido declarado inocente porque, después de las pesquisas realizadas por su abogado, se había encontrado al culpable de los múltiples asesinatos.

Al oír que quedaba libre, su corazón explotó en varios pedazos ya que no estaba diseñado para resistir emociones fuertes. El levantamiento judicial del cadáver se realizó allí mismo, al principio del corredor de la muerte.

ESPEJO El legendario líder de los alzados en armas fue detenido y condenado a tres cadenas

perpetuas más un día —así les enseñaron a los magistrados en las frías tierras del imperio. Confinado tras las rejas, su única compañía era un espejo de cuerpo entero. Con la figura

que se reflejaba allí, conversaba y acordaba la forma de escaparse de ese horrendo lugar. Un día —¿o una noche?— quien solamente hablaba y gesticulaba y existía, era la figura del espejo que, sin dudarlo, resolvió fugarse, difuminándose y dejando el espejo impoluto, limpio.

Los encargados de la seguridad de la prisión nunca pudieron explicar ante sus superiores lo ocurrido en esa misteriosa y ya abandonada celda.

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FOTOGRAFÍAS De rigurosos vestidos oscuros, gestos majestuosos y seguros y sobrios —como asistiendo a

su propio funeral—, con serenidad de piedra y mirada de ensoñación, aparecen mis bisabuelos en las fotos. Éstas, protegidas por marcos de desteñido amarillo, penden de la columna que sostiene con firmeza la sala del apartamento.

El color de sus ropas y los ojos cargados de nostalgia, reflejan el luto por la patria de sus mayores, por el recuerdo de la tierra y las tumbas que abandonaron, con la mar océano de por medio, para situarse y sembrarnos —ya para siempre—, en los horizontes del mundo nuevo, el de la conquista y la fundación y la cosecha...

Los zapatos, de reluciente negro, forman parte del atuendo escogido cuando decidieron ponerse frente al daguerrotipo, un ya lejano domingo difuminado en el tiempo.

Nunca se imaginaron que muchos años después —ceniza, polvo, nada— sus descendientes los observaríamos, con detenimiento, para comparar sus ilusiones y sus ejecutorias, ya finalizado el arduo camino.

MIRADA

Instantes después de haber sido mirado por el Sumo Sacerdote —que falleció en el acto—, murió consumido por el irresistible fuego que emanaba de esos ojos.

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REALIDAD Espantado, enfrentó su triste realidad cuando concluyó que era un fantasma, al no verse

reflejado en el espejo.

OJOS Lo observó detenidamente y concluyó que sus ojos reflejaban una tristeza tan grande, que

él —que lo estaba encañonando— no podía soportar. Accionó tres veces el disparador y puso fin a tanto sufrimiento.

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SENTENCIA La sentencia a muerte no pudo ser llevada a cabo porque, instantes después de haber sido

emitida, estalló en el salón de audiencias una poderosa bomba que, paciente, había consumido la mecha lenta en el curso del largo proceso.

Fueron tantos los destrozos ocasionados, que los cuerpos de los magistrados y el reo no pudieron ser reconocidos por los médicos legistas.

En el solemne funeral —realizado tres días después en la Catedral Primada— se comentó con insistencia que en el lujoso féretro, con guarniciones de plata y cortinas de terciopelo, yacía la cabeza del presidente del tribunal, acompañada del tronco y las extremidades del asesino juzgado, hallado culpable y condenado a la pena capital.

SENDEROS Conducen hacia regiones inciertas, unas veces rodeados de flores, otras, de pedruscos y

guaduales y despeñaderos. Como la vida... Con curvas como interrogantes, bajo soles resplandecientes y mañanas brumosas y noches

tachonadas de estrellas —soportando brisas, huracanes, granizadas—, van siempre mirando hacia adelante, al horizonte, allá, bajo el paso inseguro y afanado del hombre.

Ellos son los senderos.

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CONFIRMACIÓN Que el morir no causa dolor. Que es como deslizarse por un tobogán hacia una obscura y

serena región. Hoy confirmaba esta tesis, después de haber sido agredido con un arma de fuego y cuando

varios de sus órganos vitales habían sido perforados. Ya era imposible reunir a sus discípulos y certificarles que era verdad todo lo que les había asegurado —con certeza de académico laureado— en su brillante carrera de profesor de fisiología. Pero era medianoche. Y moría.

EL TIGRERO Famoso ya en una amplia región de montañas y fértiles valles por la colección de pieles de

tigres que en lucha cuerpo a cuerpo había adquirido, nunca pensó que en el monte, por el cual había transcurrido la mayor parte de su vida errante, estaba el enemigo que pondría fin a sus días. Efectivamente: un grueso y añoso cedro negro agredido —hacha en mano— por él sólo, lo destrozó al desprenderse hacia el occidente, donde él menos lo esperaba, puesto que siempre creyó que los árboles caían en esa dirección por la tarde, y al oriente por la mañana, persiguiendo el sol, al morir.

Ese amanecer de tragedia estaba tan nublado en el Alto del Oso, que todo se trocó para que la muerte hiciera de las suyas, acogiéndolo con su largo e inapelable abrazo.

El funeral de Tigreros —también fundador de pueblos— se realizó al día siguiente, a la hora exacta en la cual el sol estaba en la mitad del cielo.

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ESTATUA Cuando a la estatua viviente le insistieron —al ingresar la noche en la mitad del parque— en

que había llegado el momento final de la función y que ya podía moverse con desenvoltura, hacía muchas horas había decidido que bien podía seguir existiendo desde su inmovilidad de piedra.

La empujaron para que reaccionara, y entonces cayó y se partió en cuatro bloques irregulares que, de ensamblarse, harían una perfecta e inconmovible y solitaria figura humana.

AUSENCIA Acordaron que la velación se realizaría en la sala de

la casa, situada en el costado oriental del segundo piso y contigua al corredor donde empezaban las macetas con begonias florecidas como correspondía al último mes del año.

Mientras tanto, los amigos de la familia se reunían en el patio de azaleas y azucenas... Al lado del limón mandarino y del mango y del guayabo de leche —enmarcados por las palmas de corozos—, le expresaban a él su dolor con abrazos y lágrimas.

El día, de nubes bajas e intensamente grises, con un calor sofocante, transcurrió así hasta cuando llegó la hora del traslado al templo para la lectura del Oficio de Difuntos.

Pocos minutos después de retirar de la sala el cadáver de mi madre, fallecida al alborear el día, un inmenso aguacero se desgajó desde Peñas Blancas, sacudió los árboles, tumbó las flores y llenó de humedad la casa en el preciso instante en que mi padre, que llegaba

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desde el patio, ingresaba a la sala en penumbra, ya desierta.

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RESULTADOS Por el largo corredor del hospital, leyó abrumado el denso párrafo, plagado de términos de

misteriosos significados por él desconocidos, que enviaron desde el laboratorio de pruebas al galeno que coordinaba el ya extenuante tratamiento.

Su conclusión fue certera: el terrible fin se acercaba. Decidió terminar todo de una vez y, al llegar a su apartamento, se ahorcó de la lámpara de la sala.

Pocos días después, al leer el resultado del informe, su médico concluyó que los órganos vitales y el equilibrio de los humores de su desesperado —y ya cremado— paciente, funcionaban de manera impecable, lo que le auguraba muchos años más de vida con una alta calidad desde el punto de vista de la salud.

DELACIÓN Al intentar empacar la cabeza —encontrada en un rincón del parque en medio de las matas

florecidas—, los investigadores juntaron las palabras que se desgranaron de la entumecida boca, y de esa manera descifraron el nombre y los apellidos del asesino.

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NOCHE Cuando finalizó la noche de estremecedores sueños, se aprestó a limpiar el charco de

sangre que había sido derramada en el fusilamiento efectuado cuando la oscuridad era más cerrada —exactamente a la hora de los lobos—, lo que le impidió ver las caras de sus ejecutores y las miradas de sus dos compañeros de paredón.

ESCRITOR El solitario y desconocido autor de textos inéditos decidió participar en el estimulante

concurso patrocinado por la más importante publicación del país. Escogió la que consideraba su mejor obra y la envió, con un seudónimo de connotaciones griegas.

Semanas después, cuando leyó el contenido del sobre donde le informaban que había obtenido el primer premio y una jugosa cantidad en dinero, sufrió un mortal ataque cardíaco. Encontraron su cadáver varios días después, y sus papeles y periódicos y cartas fueron regalados a los recicladores para elaborar cartón destinado a las prósperas empresas nacionales.

Ni los empleados de la agencia funeraria encargada de realizar las exequias, ni los curiosos que accidentalmente se encontraban en el cementerio, supieron que en el sencillo catafalco se encontraba el cadáver de quien habría llegado a ser una gloria de las letras patrias.

El premio, nunca cobrado, fue donado a una piadosa institución para la recuperación de retrasados mentales.

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PAZ Se dio cuenta de que la guerra había terminado, cuando oyó caer la lluvia sobre las azaleas

y notó que los latidos de su joven corazón se aceleraban al insinuarse la salida de la luna llena.

LABERINTO

De tanto esconderse, se extravió. Quienes fueron en su búsqueda lo hallaron en medio del

laberinto y ya ninguno supo por dónde era la salida ni si se justificaba encontrarla. Sin embargo, en un susurro algo les decía que del escondrijo partía un camino que conducía, irremediable, al horrendo lugar desde donde un día llegaron.

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CLARIDAD Al oírse el último golpe del mallete, que retumbó en el espacioso salón de audiencias, los

párpados del reo se entornaron y al fin de un oscuro camino alcanzó a ver íntegra su vida —desde el más brumoso principio— y se le aclararon cada uno de los interrogantes, y todos los etcéteras estaban reunidos allí, y observó el final de los puntos suspensivos.

Había vivido casi sesenta años para presenciar el maravilloso espectáculo.

AUGURIO La fiesta se acabó cuando asomó su cara la muerte. En efecto: el hijo único del dueño de la finca tropezó y cayó de bruces sobre el puntiagudo

cuerno izquierdo del toro sacrificado esa mañana para dar inicio a la celebración del día de Navidad.

Para ese momento —exactamente a la oración—, ya nadie se acordaba de la mujer de mirada torva, desconocida en el lugar, que horas antes había augurado, señalando al más bello toro de toda la región, que ese animal mataría al futuro propietario de la heredad.

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ALTURA Después de que mi padre nos llevó a montar en el ascensor del edificio de cinco pisos —el

más alto y moderno de nuestra joven ciudad—, consideramos que ése era el más importante regalo en las vidas de nosotros, los tres hijos situados en la mitad de una decena de hermanos.

Apenas finalizada la inolvidable sorpresa, concluimos que esa reluciente mañana habíamos accedido al más escarpado risco de su viejo corazón.

SEPELIO Esa bochornosa tarde de domingo, cuando el más viejo carro del cuerpo de bomberos

transportó el ataúd envuelto en la bandera de la aún joven ciudad, ya la viuda del fundador había vivido sus épocas de esplendor y caída, de esperanzas y caminos, de sueños y traiciones y miserias.

Mucho tiempo hacía que sus hijos habían partido de la región y ella mecía los recuerdos en una silla vienesa de la época de la primera etapa —la de los trazos y los surcos y la huerta—, cuando la mirada se elevaba esperando la lluvia y el oído estaba atento al reventar de la semilla. Eran los días del reconocimiento, cuando se apoyaba, como sobre un roble rosado, en el hombro de su marido, el de la mirada certera y el poblado mostacho.

De niños, mis hermanos y yo la observamos muchas veces por encima de la pared medianera, y siempre la recordamos oteando allá, a lo lejos, como esperando encontrar un camino para continuar el viaje por el entramado de la selva del Quindío y sus tupidos y frescos bosques de guadua.

Los que cargaron el catafalco iban temblorosos, como al encuentro con el fantasma distante de Tigreros, el fundador.

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DIARIO Desesperado porque la iluminación no había vuelto a su mente de autor, empezó a redactar

un diario en el cual consignaba, en tono de lamento, su infortunio. No había vuelto a crear una historia que mereciera ser plasmada en tono de cuento ni de

poema ni de crónica, géneros en los cuales había sido reconocido y ya le habían dado una celebridad comprometedora.

Después de mucho tiempo de redactar minuciosamente, día a día, contando su tragedia de escritor, decidió suspender su labor al comprobar que su imaginación se había secado.

Accidentalmente el diario llegó a manos de un escrupuloso y académico jurado literario que lo premió con un pergamino plagado de adjetivos rimbombantes, donde enfatizaba que se notaba un fresco renacimiento de las letras en esta parte del mundo.