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RA~L SILVA CASTRO EVOCACION DE VICENTE GREZ VICENTE GREZ pertenece a1 ndmero de aquellos escritores que ademis de la obra escrita dejan una fama extensa por su charla fresca y oportuna. En opini6n de sus contemporhem, su convenacih era deliciosa y hada reir, pues en ella abundaban las ocurrencias, 10s retrubnos, las bromas, ya ir6- nicas, ya benevolentes, todo esto con cierta fluencia que parecta inagotable. {Queda algo de eso en lo escrito? Casi nada. La literatura que practic6 Grez era de otro corte, y sin ser demasiado seria o encumbrada, no permitfa las familiaridades, las expansiones del diilogo, de modo que fue en 6ste donde el charlador ameno encontrd el verdadero cauce para manejar diestramente el placer de sus auditores. A su muerte, un colega de prensa que le conocia bien, Carlos Silva Vild6sola, le llam6 “el dltimo de lm bohemios literarios de Chile”, y agregaba: Don Vicente Grez era real y sinceramente un bohemio, no de la bohemia melenuda y mugrienta, en que la extravagancia del vestir no alcanza a dis- frazar la vaciedad del cerebro, sino de aquella distinguida y refinada que ama la libertad, que cultiva el arte con sinceridad, que hace literatura y es- cribe poestas y novelas, en que va dejando huellas de genio, sin cuidane de lo que es comerciable, de lo que procura aplauso de la muchedumbre y se vende en el mercado. Su solo nombre evocari en la memoria de JUS contemporineos, de 10s que lo conocieron antes de que las tristezas de la vida hubieran echado sombras sobre su humor exquisito. el recuerdo de tantas reuniones de hombres de letras y de artistas, de politicos y de pensadores, en que su charla, su ingenio gaulois, su chispa vivisima, hadan el encanto de 10s que le otan. En seguida, y refirihdose m8s directamente a1 aspecto de la risa en Grez, que ya hemos evocado, Silva Vild6sola deda: i9

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R A ~ L SILVA CASTRO

E V O C A C I O N D E V I C E N T E G R E Z

VICENTE GREZ pertenece a1 ndmero de aquellos escritores que ademis de la obra escrita dejan una fama extensa por su charla fresca y oportuna. En opini6n de sus contemporhem, su convenacih era deliciosa y hada reir, pues en ella abundaban las ocurrencias, 10s re t rubnos , las bromas, ya ir6- nicas, ya benevolentes, todo esto con cierta fluencia que parecta inagotable. {Queda algo de eso en lo escrito? Casi nada. La literatura que practic6 Grez era de otro corte, y sin ser demasiado seria o encumbrada, no permitfa las familiaridades, las expansiones del diilogo, de modo que fue en 6ste donde el charlador ameno encontrd el verdadero cauce para manejar diestramente el placer de sus auditores. A su muerte, un colega de prensa que le conocia bien, Carlos Silva Vild6sola, le llam6 “el dltimo de lm bohemios literarios de Chile”, y agregaba:

Don Vicente Grez era real y sinceramente un bohemio, no de la bohemia melenuda y mugrienta, en que la extravagancia del vestir no alcanza a dis- frazar la vaciedad del cerebro, sino de aquella distinguida y refinada que ama la libertad, que cultiva el arte con sinceridad, que hace literatura y es- cribe poestas y novelas, en que va dejando huellas de genio, sin cuidane de lo que es comerciable, de lo que procura aplauso de la muchedumbre y se vende en el mercado.

Su solo nombre evocari en la memoria de JUS contemporineos, de 10s que lo conocieron antes de que las tristezas de la vida hubieran echado sombras sobre su humor exquisito. el recuerdo de tantas reuniones de hombres de letras y de artistas, de politicos y de pensadores, en que su charla, su ingenio gaulois, su chispa vivisima, hadan el encanto de 10s que le otan.

En seguida, y refirihdose m8s directamente a1 aspecto de la risa en Grez, que ya hemos evocado, Silva Vild6sola deda:

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80 ATENEA / Euarnci6n de Viccntc Grcr

Un secretario, un colaborador que hubiera recogido esos chistes derramados por Grez en su larga carrera de escritor, de politico, de periodista, habria hecho con ellos un tratado de honda y rabelesiana filosoffa social, en que todos 10s aspectos de nuestra existencia aparecerian dibujados con un lipiz de fuego a veces y otras con un rasgo caricaturesco y burldn que no llegaba a herir, pero que sabia marcar'.

Pero repetimos, de todo eso no queda nada, o casi nada, y a Vicente Grez, a distancia de cincuenta arios de su muerte, debe considerirsele por sus libros antes que por las livianas, espontineas y divertidas anecdotas que fueron tan abundantes en su convenacidn. Veamos su biografia.

Grez naci6 en Santiago en el curso del aiio 1847, y despues de algunos estudios elementales en el Colegio de San Luis, que dirigia el presbitero don Jose Manuel Orrego, se inscribid en el Instituto Nacional para cursar las humanidades, a cuyo termino alcanzb a iniciar 10s estudios de leyes. Habrfa sido un abogado mis si no apunta en PI , muy temprano, la inquietud literaria, que le alej6 de las aulas y le convirti6 en periodista. Su primer intento fue una publicacibn satirica, El Charivari, donde debian mezclarse las sitiras esaitas a las dibujadas, todo ello con tanto empefio y denuedo que, a corto andar, era el peri6dico denunciado a la justicia.

En 1868, con motivo de la acusaci6n que Benjamin Vicufia Mackenna interpuso contra El Charivari, por publicaciones que daba como injuriosas, y de la cual result6 condenado por el jurado respectivo el poeta Luis Ro- driguez Velasco, qued6 en claro que el editor responsable de ese periddico era Vicente Grez. El peribdico habia comenzado a publicane el 29 de junio de 1867, y a1 principio ofreci6 algunas ilustraciones, per0 pronto public6 dos piginas completas (en total llenaba 9610 cuatro) de caricaturas, que por la aparici6n de personajes de la epoca cobran ahora un subido inter& documental. En El Charivari hay colaboracibn de Rodriguez ya mencionado y de Fanor Velasco, y la de Vicente Grez debe hallarse bajo el seudbnimo Vincet, con el cual encontramos suscritos algunos versos y mucha prosa, dedicada generalmente sblo a1 comentario de 10s sucesos del

'Publicado sin firma en El Mercurio, co) , en Hechos y nota, Selecta, ju- 29 de mayo de 1909. Seiiala tambien lio de 1909, artlculo escrito a pro$- la vertiente humorbtica del ingenio sito del fallecimiento, como el de de Grez, L. 0. L. (Luis Orrego Lu- Silva Vild6sola.

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dia. La acusaci6n no impidi6 la circulacidn del peri6dic0, que siguib im- primiendose hasta el nlim. 125, de 25 de diciembre de 1869. En la dltima parte de El Charivari, sin embargo, nos parece ver un cambio de empresa porque se altera no poco la orientaci6n de 10s comentarios y, ademis, des- aparece la firma de Vincet en que hemos querido ver la pluma de Grez.

Si algo ha de sobrevivir de aquella aventura juvenil, ese algo debe ser el editorial de presentaci6n de El Charivari, que sin vacilaciones atribuimos a la pluma de Grez. Dice ad:

LA PRIMERA APARIC16N

Hoy se presenta a las miradas del pirblico el mis raquitico e infeliz de 10s peri6dicos de la capital.

Nace debil, envuelto en pobres pafiales, sin madre carifiosa que vele sus primeros pasos, sin fortuna ni tftulos, sin agasajos ni repiques de campanas, sin alborotar siquiera la mis modesta y limitada familia de esta populosa ciudad; pero nace alegre y vivaracho, juguetbn y risuefio, tarareando la aleluya, brincando como un cervatillo y soltando, sobre todo, la mis sonora y estridente carcajadal

Dejadle rdr , sefiores; asistidle con una mirada siquiera de benevolencia y agrado. El bate con estrkpito su manojo de cascabeles, adelanta su desnuda pantorrilla con garbo y majestad hasta vuestros salones, hace una mueca, os observa, os remeda, os guifia el ojo con burlona sonrisa y habla, muerde, acaricia, sacude vuestra peluca, se apodera de vuestro bastbn y eleva una mirada a 10s cielos con infantil inocencia: lcosas de nifiol <No vtis que ig- nora las conveniencias sociales? {Sabe acaso lo que nosotros llamamos una raz6n de Estado, en politica: el buen tono, en la gran vida; la gloria, en el campo de batalla; la elegancia, entre las mujeres; un esplendido negocio, entre 10s hombres?

Creemos titi1 no oponernos a las tendencias nacientes de nuestro pequeiio paladin. Hay tantos llorones en nuestra literatura, tantos lechos de espinas en el campo de nuestra politica, tantas dolencias y quejumbres en a t e valle de Iigrimas, que creemos oportuno dejar toda la tensibn necesaria a las mandibulas de nuestro chico.

Juzgamos aun conveniente la alegria, no la torpe y escandalosa que brota de 10s labios del misintropo desengafiado del mundo, ni la que se produce en insulsa chacota en 10s corrillos de ociosos y gentes desocupadas, per0 si la expansiva, ingenua y sincera alegrfa del que cruza 10s umbrales de la vida, sonriendo a1 sol que le alumbra, y convenando con las aves del cielo, haciendo de un palo un caballo y de un tambor un envidiable personaje.

Tal es nuestro Charivari. Sus padres, todos varones, protestan uninimemmte, desde luego, que esta

fenomenal criatura naciera por un espontineo movimiento de la situacibn, en quien descargan toda responsabilidad sucesiva.

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82 ATENEA / E'uocacidn de Viccntc Crer

Su padrino, franc& de nacimiento, quiso que su propio nombre fuera el nombre del nifio. Contrato concluido.

Empero, el sefior cura, a1 derramarle el agua del bautismo e imponerle el santo 6Ie0, decia que tal nombre no venia en el almanaque y que dudaba mucho que un santo de la iglesia llevase tan extrafio eplteto: pero, en fin, allan6se a nuestra peticibn, vista nuestra insistencia y en homenaje a la nunca bien ponderada mixima latina sacra fames auri, que, segdn com- prendimos, ejercia grata influencia en su paternidad, por cuanto nos dijo: con evangblica sonrisa per quantum vos contribuisti, fiat voluntm Dei!

He aqui explicada la aparici6n de nuestro Charivari.

Periodista de nativa inclinaci6n, Grez sefiala con esta primera entrada en el mundo de 10s diarios el que seri, de una vez para siempre, su destino principal. Fungiri de periodista hasta el dltimo dla de su vida, inclusive sin dejar otras ocupaciones. En 1875, por ejemplo, se incorpor6 a la admi- nistraci6n pdblica como funcionario de la Direcci6n General de Correos, y en afios siguientes ocupari otros cargos de mayor prominencia'. Pero ello no le separ6 totalmente del periodismo. Ya en 1874 podia verse a Grez trabajar en La Reptiblica, donde mantiene la secci6n El Diu, que llena a veces dos columnas del peribdico. {De que trata alli? De todo; esta a6nica de 10s sucesos permite no 9610 presentarlos sino tambien comentarlos con chispa. Las preferencias penonales del periodista se reflejan muy bien en aquella seccibn, que tanto daria que hablar a 10s periodistas contemporh- neos: narra el especticulo de las carreras y la emoci6n que suscita entre 10s apostadores, da cuenta de las exposiciones y de las ventas de cuadros, y sobre todo informa muy detenidamente de la vida teatral; tiene en 10s puntos de la pluma 10s nombres de 10s artistas que han visitado 10s teatros de la ciudad en anteriores temporadas, y sabe cuintas veces se han dado, por lo menos en el periodo de que 41 conserva memoria, las principales 6peras del repertorio entonces habitual; elogia el canto de unos y la accibn de otros, y desliza, en fin, simpiticas noticias intimas sobre los artistas, a quienes frecuenta como amigos. L a secci6n El Diu es intencionada, amena, y basta para hacer la delicia de 10s lectores de La Reptiblica.

El redactor de la seccibn El Diu es, ademis, corresponsal de La Patria, de Valparaiso, el diario de Isidoro Errizuriz, que de la capital naturalmente

P F ~ e diputado suplente de Arauco en Cuando estall6 la guerra civil, Grez el periodo 1882-5; suplente de Taltal era, por lo demis, segundo Vicepresi- entre 1885 y 1888, y, en fin, propie- dente de la Cimara, puesto para el tario por el mismo departamento, en cual habia sido elegido en el curso el periodo de 1888 a 1891, que fue de 1890. interrumpido por la revoluci6n.

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Rad1 Silva Carfro 83 - _ _ _ ~ ~

aspira a recibir la flor de las noticias. Asi y todo, en la correspondencia cobran mls importancia las informaciones politicas, y por lo general se hace un prolijo resumen de 10s debates parlamentarios en 10s dias en que hay sesibn en la Cimara de Diputados. Se da crkdito como corresponsal de La Patria en Santiago a Vicente Grez, en el articulo destinado a conme- morar 10s trece primeros aiios de aquel diario, en la edici6n de 3 de agosto de 1880, con la firma de Federico Cruzat Hurtado.

Por esm mismos dias, se ataca en forma ciiustica a Grez por ser redactor de El Dia, desde las columnas de El Estandarte Catdlico y de El Zndepen- diente, y se hace burla de bl llamhdole tachuela, por su corta estatura, en El Santa Lucia, revista literaria nada primorosa. Ya en el afio 1876 no es redactor de El Diu, labor en la cual le ha reemplazado Carlos Grez Torres.

A1 afio siguiente Grez aparece comprometido en la empresa de publicar un pequefio diario, Las A'ovedades, cuyo primer nlimero salib a1 encuentro del pliblico el 13 de octubre de 1877, en sociedad con Francisco Riso Pa- trbn. Este peribdico reprodujo en folletin, en lm primeros nlimeros, las leyendas de Bbcquer, y en sus columnas se ven algunas colaboraciones de Grez, en forma de semblanzas de personajes de actualidad, con el seudb- nimo Kel-Kun. Hay alli, ademds, una crbnica incisiva, a veces con comen- tarios en verso, que suelen contener grandes bromas a Miguel Luis Amu- nitegui, recientemente llevado a1 gobierno por don Anibal Pinto; y al- gunos de 10s chistes de esta crdnica, extraordinariamente humorfsticos, bien pueden ser tambibn de Grez, que por cierto no podia firmarlo todo. Pero la presencia de nuestro autor en esas columnas no parece haber ido mis allii del aiio 1877.

Despubs algo escribid en El Heraldo, diario santiguino de corta vida que tuvo el privilegio de poder enviar como corresponsal de la Guerra del Padfico a su joven redactor Daniel Riquelme (1857-1912), quien public6 allf preciosas cartas sobre episodios de la campaiia y sobre la instalacibn en Lima del ejbrcito triunfante. En este diario, Grez insert6, bajo el nom- bre de serie de Rdfagas, algunas breves composiciones pdticas en que se le divisa como atento y aplicado lector de Heine, y un articulo que merece menci6n especial, el que dedi& el 19 de Septiembre de 1880. a Camilo Henriquez, ya que alli anunciaba la intencibn de publicar una obra titu- lada El nacimiento de la poesia en Chile. CEscribib este libro? No podemos responder; per0 de 10s usos que le vemos seguir en no pocas de sus pro- ducciones, de 61 puede presumine que confiaba formarlo con 10s diver- capitulos que habria de escribir en lm peri6dicos.

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a4 ATENEA / Etococidn de Vicrnfc Grez

Durante la Guerra del Pacific0 no estuvo ociosa tampoco la pluma de

Grez, que despuks de publicar Las mujeres de la Independencia (1878) y La vida santiaguina (1879), dio a luz bajo el titulo de E2 combate homd- rico una reseiia muy entonada del sacrificio de Prat en Iquique. Esta obra, escrita a corta distancia de 10s sucesos, como que fue publicada en 1880, podrla creerse de encargo porque esti destinada a glorificar a Prat; per0 el talent0 del autor ha sabido revestir de verdadero interks cada uno de 10s episodios de aquella jornada. Dentro de la guerra y en afios inme- diataniente siguientes contindan cumplikndose 10s empeiios literarios del escritor. En 1882, acompafiado de un buen ndmero de literatos a cuya cabeza rolaba el poeta Guillermo Blest Gana, Grez cre6 la Sociedad del Esti- mulo Literario, de la cual fue vicepresidentp. La institucidn tenia por ob- jeto publicar obras de autores chilenos, y dentro del propio aiio de su fundaci6n cumplid una parte de su programa a1 lanzar dos libros, Rdfagas, de Vicente Grez, y Despuds de la tarea, de Adolfo Valderrama. Rdfagas es libro de versos, que a 10s contemporineos del autor no les gustaron, aun- que merced a un ardid editorial que no conocemos, si bien es ficil presu- mirlo, la portada del libro conserva mencidn de dos ediciones publicadas dentro del mismo aiio 1882. Grez habia conquistado ya amplia fama de hombre chistoso, agudo. ocurrente, y parece que sus lectores esperaban de 61 que la sostuviera en la obra escrita, per0 Rdfagas no tiene nada de eso. y en sus phginas se configura un poeta tierno, doliente. sentimental, ena- moradizo y algo gemebundo, todo lo cual formaba seiialado contraste con el prestigio del charlador chustico y desenvuelto. Tal como ya hemos dicho, Grez aparece en aquellos versos como lector muy aplicado de Heine y acaso de 10s discipulos directos de kste en espafiol, entre quienes cabe citar a Gustavo Adolfo Becquer, ya popular en Chile por esos aiios.

A muy corta distancia se enfilan las novelas que produjo Grez: Emilia R q n a l s (1883), La dote de una j w e n (1884), Marianita (1885) y El ideal de una esposa (1887). De estas obras puede decirse, en general, que fueron muy bien acogidas por el pdblico a1 cual se hallaban dirigidas, ya que, haciendo excepcidn a la ley comdn de la edicidn dnica, dos de ellas (La dote de una joven y Marianita) han sido reeditadas despub de la mumte del autor.

A juzgar por el problema central que da tema a1 libro, La dote de una

aInformaci6n completa sobre el Es- a la empresa, puede leene en La tfmulo Literario, con larga n6mina de 10s escritores que habian adherido

Epoca, 14 de mayo de 1882.

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Ralil Siloo Castro 85

jouen se asemeja a las primeras novelas de Blest Gana, en las cuales 10s personajes aparectan no pocas veces movidos por disputas sobre intereses econbmicos. La dote en cuestibn, volatilizada por 10s malos negocios de una familia compuesta de gentes sin escrdpulos, ocasiona conflictos tales que llevan a una honesta joven merecedora de la felicidad domCstica, a buscar un cambio de vida en el convento. Las escenas no estin siempre bien com- binadas, y sobran algunos personajes, per0 la novela se hace leer porque despierta cierta curiosidad no del todo malsana. Desde entonces, hasta su muerte, ocurrida en 1909, Grez fue ante todo y por sobre todo nowlista. En sus obras no encontraremos 10s titubeos y las vacilaciones que acompa- Ban a otros escritores del mismo periodo. Con Vicente Grez, en fin, habia nacido para la literatura chilena el primer emulo digno de Blest Gana.

En medio de la produccibn de Vicente Grez resalta notoriamente El ideal de una esposa, tragedia vivida y conmovedora de 10s celos femeninos. A diferencia de 10s dramaturgos y novelistas corrientes, que creen que la pasibn de 10s celos es mis tirinica en el hombre, el novelista chileno la muestra en obra en el sen0 de una mujer. Faustina y Enrique se casan y forman una pareja feliz hasta que aquClla descubre que su marido la engafia. Esta revelacibn cambia totalmente sus sentimientos y le da una nueva perso- nalidad, por la cual se la ve dominada hasta el final del relato. Intervienen diversas personas de la familia para que ella condescienda a darle a1 marido la impresibn de que ha perdonado y de que, despub, podrtan iniciar una nueva etapa de vida comtin. Todo es inlitil: Faustina se encierra en su desdicha y cava en ella de dia y de noche. No la apacigua ni siquiera la muerte de su hijo, que tambiCn conmueve a1 marido, padre tierno aunque olvidadizo. Presentando la medalla por su otra cara. Grez concede que En- rique aceptaria rehacer su existencia si su mujer le mostrara alguna sim- patia, y como no la obtiene, se hunde cada vez mds en la disolucibn de ficiles placeres.

En la novela -dice Covarrubias- hay una lucha de pasiones y de senti- mientos, lucha Ibgica, verosimil, a la que el lector asiste en todos sus deta- Iles, en todas sus indefinibles vacilaciones y en todos sus dolorosos resulta- (10s. El autor ha sacado partido, con lucimiento digno de elogio, del caricter decidido de Faustina, que se yergue altiva como la virtud ante la maldad humana que no conocia, y que despues de conocerla no la perdona ni la acepta como un hecho comdn, y de la falta de Enrique. que mAs que por depravados sentimientos parece originada por debilidad de caricter . . . El drama que nace del choque de esos dos elementos no es una concepcibn atrabiliaria que se aleja de la brbita de lo verosimil, sino un drama social,

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86 ATENEA / Euocacidn de Vicente Grcr

esencialmente humano, en que entran 10s grandes caracteres y las bajas pasiones, y en que el desenlace tiene que corresponder a1 predominio del elemento mPs fuerte (Estudios cn'ticos, 1888, pp. 88-9).

Puede verse, por lo que llevamos narrado, que Vicente Grez queria dis- tinguirse con la escenificacih de sucesos de la vida que antes no habian sido afrontados por 10s novelistas nacionales. Hasta el period0 que estamos historiando, no habia nacido en Chile autor alguno que se hubiera atrevido a levantar con tanta audacia el techo de la casa para mostrar lo que ocurre entre cuatro paredes. Menos habria sido aceptada en la novela la explosidn de 10s celos femeninos a1 punto de trastornar el caracter de una mujer y hacerla conducirse, hasta la Gltima pPgina, movida s610 por el odio y no por el amor. Grez fue el primer0 que advirti6 en el alma femenina una ca- pacidad de menosprecio y de odio, persiguiendo a1 ser antes amado, que sobrepasa las fuerzas de que habitualmente hace us0 el hombre en la lucha por la conquista de la presa mujeril. El mPs trascendental problema que plantea este libro es, por lo demis, el de saber si el desafecto incubado en el amor es una variante local, que afecta s610 a la mujer chilena en la lucha de 10s sexos, o si es una propensi6n general, humana, sin sujeci6n a climas y latitudes. Grez no se pronuncia; nadie se ha pronunciado. Deja- mos insinuado el tema, que se presta por cierto para amplio desarrollo, co- mo prueba de que el libro contiene resortes siempre dispuestos para susci- tar el inter&. Y con esto queda dicho que El ideal de una esposa es una de las novelas chilenas mis sefieras, digna de un atento estudio critico.

En Marianita, por lo demis, el seAor Grez habia intentado empresa pare- cida. La protagonista se entrega a1 amor con arrebato pero, viendo rota su ilusibn, se desespera y se suicida. El desenlace, como siempre ocurre con 10s suicidios en la literatura, no aparece bien motivado y no convence. Faus- tina, en cambio, la heroina de El ideal de una esposa, no s610 no cede, no s610 no abandona la batalla, sino que a cada nuevo incidente se la ve re- crecer en su fogoso anhelo de sobrevivir para enrostrar dia por dia a su inconstante esposo, cuinto le odia y en que grado le desprecia. De modo, pues, que a1 afrontar por segunda vez el problema psicol6gico del amor y del odio en el espiritu de una mujer, Vicente Grez le dio una soluci6n dis- tinta, que le pareci6 mejor sintesis de las observaciones del mundo hechas a esa altura de su vida.

Las novelas de Grez, consideradas en conjunto, son obras de saldn, en el sentido de que todas ellas ocurren en el interior de las casas, en sucesivas

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Raril Siloa Carfra 87

entrevistas, con personajes que actdan dentro de 10s limites concedidos a la buena sociedad. Son, ademis, obras pasionales: el hombre ronda a la mujer, la mujer busca galanes que la adoren y le digan frases de entusiasmo efec- tivo o fingido, y el ambiente familiar queda, merced a estos rasgos, evocado con fidelidad y gracia muy genuina. Pero tambikn hay pasiones contrarias. En La dote de U ~ Q jwen, como dice un crftico, “todos 10s personajes, con excepcidn de uno solo, pertenecen a la categoria de 10s criminales. Es ver- dad que no cometen asesinatos a la luz pdblica; per0 arrebatan honra y hacienda a 10s incautos que caen en sus manos” (Amunitegui Solar). Puede agregarse que son tambien obras de observaci6n de la realidad: no hay lan- ces inverosimiles, y las gentes que las pueblan se acercan y se alejan confor- me usos normales de la vida social y no por estupendas invenciones del narrador. A pesar de su inter& por la pintura y las bellas artes en general, Grez no es colorista, ni parecen interesarle demasiado 10s “cuadros de g& nero”. Es verdad que en sus novelas hay bailes, comidas y demis aconteci- mientos usuales en la existencia familiar, pero todo ello evocado con dis- creci6n y hasta con timidez. Desde este punto de mira, y para terminar, es novelista equilibrado, sensato y de gran prudencia en el us0 de 10s medios novelescos.

Carlos Luis Hubner, otro periodista aficionado, como Grez, a la charla ingeniosa y oportuna, deda que en Chile cuando un hombre se habia dis- tinguido por ser compositor de sentimentales piezas de mdsica, se le nom- braba tesorero fiscal. Algo de esto ocurri6 con Vicente Grez. iQu6 empleo podia darse, en el curso de 1888, para mejorarle la situaci6n dentro del servicio administrativo, a un hombre de festiva conversaci6n, diligente como periodista y aficionado a las bellas artes y a la novela? Pues entonces fue designado director de la Oficina Central de Estadfstica, en reemplazo de Francisco Solano Astaburuaga, escritor asimismo, y en ese cargo permaned hasta su muerte, sin otro parhtesis que el de la guerra civil. en que Grez fue perseguido y obligado a emigrar. Antes, con la colaboraci6n de Pedro Lira, Nicanor Plaza y otros artistas y escritores, habia fundado, organizado y dirigido la Reuista de BeZlas Artes (1889-90). Debe seiialarse, a1 paso, que Grez habia terminado por llegar a ser todo un especialista en la crftica de bellas artes, lo que le autorizb para compartir, en calidad de secretario, las labores de la comisibn encargada de organizar la presentaci6n de Chile en la Exposicidn Universal de Paris en 1889, y esaibir, para ella, la primera obra de conjunto que se ofrece en la bibliografia chilena sobrt la evolu- ci6n de las artes plisticas, Les beaux arts au Chili, que por encargo oficial

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. 88 ATENEA f Ecococidn de Vicenlc Grcr

fue impresa en Paris. De otra parte, fue secretario de la junta directiva de bellas artes, desde 1883, lo que le permiti6 influir en la seleccibn de lis obras que se adquirieron para el Museo, y critico del sal6n oficial de pintura y escultura en diversas fechas y en diversos periddicos, como El Fewocarril en la temporada de 1884 y 1885. Las nociones que hubo de asimilar Grez para ejercer la crltica de bellas artes fueron mas pricticas que tebricas, lo que explica, de otro lado, el efecto que lograron sus comentarios, letdos por todos 10s artistas y apreciados en el acto en su precis0 alcance, gracias a la limpidez y a la gracia de la forma. Y decimos que fueron mis pricticas que tdricas, porque quien se tome el cuidado de repasar las piginas de la Reuista de Santiago, en sus publicaciones de 1872, encontrari dos bellos articulos que dan cuenta de las actividades de Grez. En el primer0 de ellos, Una visita artistica, el critico narra muy a lo vivo c6mo era el taller de Nicanor Plaza cuando Cste, a poco de haber pasado una larga temporada de estudio en Europa, se instal6 de nuevo en su patria para dar aplicaci6n a las lecciones recibidas de sus maestros. En el otro, titulado En el taller de Pedro Lira, revela c6mo este distinguido pintor, a quien tanta gloria alcanzaria en aiios siguientes, se form6 en la escuela de Smith y comenzb su carrera ejecutando, a ejemplo o instigaci6n de &e, paisajes nativos que fueron su especialidad antes de abarcar la pintura de escenas hist6ricas y de retrato.

Volviendo un poco atras, debemos indicar que hubo otra empresa pe- riodistica a la cual Grez debi6 sentirse especialmente inclinado. El 15 de noviembre de 1881 iniciaba sus publicaciones en Santiago el diario La Epoca, fundado por Guillermo Puelma Tupper y transferido por Cste, en septiembre del aiio siguiente, a una sociedad de la cual formaban parte, ademis, Agustin Edwards, que era ya propietario de El Mercurio, de Val- paraiso, y Benjamin Divila Larrain. Grez fue redactor de La Epoca y colabo- rador de Los Lunes, suplemento semanal del mismo diario, que comenzb a publicarse, en tamaiio mAs reducido, desde el 4 de septiembre de 1882 y que prolong6 su existencia hasta el 13 de noviembre de 1883. En Los Lunes

log16 espacio para publicar, en capitulos a modo de folletin, dos obras que ocupan sitio sedalado dentro de su producci6n, el estudio biogrdfico y crltico de Antonio Smith, gran pintor chileno, y la novela Emilia Reynals, ya men- cionada, que aparecid para el pdblico, en forma de volumen, en el mes de junio de 1883.

AI comenzar la revoluci6n, el 7 de enero de 1891, el gobierno clausurd manu militari todos 10s diarios que se publicaban en Santiago, con la sola

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excepci6n de aquellos en que editor y redactor eran afectos a la adminis- traci6n Balmaceda. La Epoca dej6 de salir, y sus redactores quedaron en libertad de irse a sus casas. A pesar de ser empleado pdblico, Grez pareca que no ocultaba sus censuras a Balmaceda ni su simpatia por la causa del Congreso, porque pronto fue reducido a prisi6n y destituido de su cargo administrativo. Poco se sabria de el en este periodo, como poco se sabe de otros colegas suyos, si no hubiera cedido a su propensi6n nativa, ya que a poco de haber terminado la guerra civil, Grez public6 todo un libro, por lo demis muy ameno, sobre el viaje que hubo de hacer a la fuerza mAs alli de las fronteras nacionales.

Viaje de destierro, el libro referido, que sal% en 1893, estA dedicado a un grupo de amigos y correligionarios del autor, como se lee en las siguien- tes lineas, que explican el origen de la obra: “A mis amigos Francisco Antonio Pinto, Ricardo Matte Perez y Valentin Letelier, con quienes pad , durante la dictadura, una agradable temporada de Penitenciaria, en un niismo calabozo”. DespuCs de largas negociaciones, Balmaceda accedi6, muy avanzada ya la revolucibn, a dejar en libertad a unos cuantos de aquellos presos que por sus hibitos y profesiones no parecian ser peligro en la guerra civil, y a ello se refiere Grez en las primeras lineas de su escrito:

En la maAana del 3 de julio de 1891 el dictador Balmaceda abre las puertas de la cilrcel de Santiago a setenta detenidos politicos y 10s hace embarcar en un tren expreso que seguiri en marcha a Valparaiso, en cuya bahia espera el vapor inglCs Bolivia para conducirlos a Iquique.

Los alrededores de la circel estin invadidos por un inmenso gentio: da- mas de la mAs distinguida sociedad se confunden con 10s hombres y las mujeres del pueblo, y a1 aparecer 10s rem, en medio de una doble fila de soldados, todas las manos se agitan, saludando en silencio a las victimas de la tirania, demostraci6n elocuente que pone de manifiesto lo unilnime del sentimiento piiblico a favor de la revoluci6n.

Del itinerario que sigue el autor en su viaje hacia el norte, llaman la atenci6n las imhgenes fugaces que deja de Caldera, Antofagasta e Iquique; si bien aqui hay algo mis que ver. En 10s dias de su paso, Iquique era la capital de la revoluci6n, donde estaba la junta de gobierno y se preparaba el ejCrcito que poco mis adelante, navegando hacia el sur, haria tierra en Quintero y libraria 10s combates decisivos de la guerra civil.

Durante la campada -dice Grez- Iquique presenta un extrado aspecto: parece un barrio de Santiago o de Valparaiso por la juventud que de estas

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dos grandes ciudades circula por sus calles, y no andamos una cuadra sin detenernos veinte veces a saludar a este o a abrazar a1 otro amigo querido, que ha tenido la fortuna de escapar de las garras del Dictador. Cada hombre del sur que llega a esta ciudad libre tiene una historia personal que referir: la historia de su escapada, entre las que hay algunas dignas de la leyenda ...

La ciudad -agrega- tiene aspect0 marcial: casi todos sus habitantes visten el traje militar, y es bochornoso no usar siquiera el distintivo de la gorra blanca que llevan desde 10s miembros de la Junta de Gobierno hasta 10s de las ambulancias.

Sigue anotando 10s puertos: Pisagua, Arica, Mollendo, Pisco, no sin men- tar, a1 paso, amenas noticias histbricas, que dan profundidad a1 cuadro, hasta llegar a1 Callao y en seguida a Lima, donde el autor va a pasar algunos meses, conviviendo en la extraiia sociedad que alli se ha formado: de una parte, 10s enemigos de Balmaceda acogidos a la hospitalidad peruana mientras llega el momento de asestar el golpe de gracia a la dictadura, y 10s dictatoriales, unos 10s diplomhticos y otros 10s miembros del ejercito a quienes el avance de la fuerza del Congreso expulsb en diversas direc- ciones, tanto a1 Perli, como a Bolivia y a la Argentina.

En el hotel Maury -menta el ameno cronista- se encuentran hospeda- dos 10s constitucionales desterrados por Ralmaceda: 10s seiiores Jose Besa y familia, Zorobabel Rodriguez e hijo, Adriin Gandarillas, Javier Vial So- lar, Ministro plenipotenciario del gobierno de Iquique y sus secretarios los seiiores Lorenzo Montt y Martin Saldias; en el hotel de Francia e Ingla- terra esti el Ministro de Balmaceda seiior don Angel C. Vicuiia con toda si1 numerosa corte de secretarios, atachbs, agregados militares y jefes del ejercito que se desvanecib en Tarapaci y tom6 la fuga antes y despues de Pozo Almonte. La oficialidad del ejercito de Arrate y de Gana esti des- parramada en toda la extensibn de Lima y hahita mansiones menos cos- tosas.

Gran desencanto siente el gdantuonto a1 recorrer las calles de Lima y a1 no encontrar en ellas las mujeres de grande hermosura que seiiala como exis- tentes alli la leyenda tradicional repetida por todos; pero de aquel desencanto se consuela anotando a1 paso las costumbres tipicas: la venta callejera de boletos de loteria, las apuestas que hacen 10s chinos en su barrio, el espec- ticulo de 10s toros, y en seguida, con mayor prominencia, evoca 10s recuer- dos de Santa Rosa y la vida recoleta de 10s monasterios. Pasa a ocuparse de la Inquisicibn, y da una ligera pincelada a lo que hubo de ocurrir cuando

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San Martin y Bolivar se enfrentaron en la magna tarea de libertar a1 pue- blo peruano de la tutela espafiola.

Los dltimos dias de la estada de Grez en la capital peruana fueron, como se comprenderh, sumamente agitados por las noticias contradictorias que con sucesidn de muy poco tiempo se dejaron caer sobre aquellos chilenos expatriados. “Desputs de algunos dlas de inquietud -escribe-, el sefior Edwards recibe un cablegrama de Valparaiso en que se le anuncia que el ejercito del Congreso ha desembarcado sin novedad en la bahia de Quintero, distante s610 unos pocos kildmetros de Valparaiso. Nunca pude saber quitn envi6 este cablegrama, y ni el mismo sefior Edwards lo ha podido averi- guar”. Otro dia, 10s balmacedistas que viven en Lima festejan ruidosamente la atroz noticia de la matanza de Lo Cafias, que dista mucho de ser phgina honrosa en 10s anales del gobierno chileno, hasta que, poco a poco, la verdad se filtra, y se van depurando las informaciones, tan confusas antes. “La casa del sefior Vial Solar -recueIda el novelista- es en estos dias el refugio de todos 10s impacientes por saber noticias de Chile”. Y el dia 28 de agosto, mientras buen ndmero de chilenos almuerza en casa de Javier Vial Solar, representante de la junta de gobierno de Iquique, ruidosos tim- brazos de la puerta suspenden la atencidn de 10s asistentes, hasta que sienten 10s pasos agitados y la voz de don Agustin Edwards, que desputs de gritar Viva Chile anuncia: jTriunfd fa revolucidn! El sefior Edwards ha recibido esta sorprendente noticia por conductos particulares muy seguros, de modo que nadie la pone en duda. El cronista comenta:

La primera impresibn que se siente a1 recibir una noticia de esta natu- raleza, se asemeja mucho a la que produce una desgracia; la emocidn es tan viva que el Animo se abate, y por un instante se permanece silencioso; pero la reaccidn es rApida y la alegria del triunfo hace palpitar el corazbn.

Y entonces ocurre que aquella nueva, que 10s chilenos creian exclu- siva para ellos, corre por la ciudad con extrema rapidez, y que cuando 10s contertulios de Vial Solar y de Edwards salen a las calles, por todas partes encuentran indicios de que el hecho es conocido y, desde luego, muy comen- tado. Los balmacedistas se resisten a aceptar el parte, y Angel Custodio Vicufia, colega de letras de Grez y a la sazdn ministro de Chile, por Bal- maceda, en Lima, le dice:

-No creo en la extensidn de la derrota.. . Probablemente han obtenido ustedes un triunfo parcial; per0 de ninguna manera una victoria decisiva.

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Voy a palacio y ahi sabrb la verdad de lo ocurrido, que comunicart a usted. El seiior Vicuiia, cuyo rostro es generalmente pilido. va livido en esos

inomentos; sus labios estin blancos y un ligero temblor nervioso le agita.

Pocos dias despubs, ante la catastrdfica verdad que se ha confirmado con todos 10s requisitos posibles, VicuAa entrega el archivo de la legaci6n en manos de Vial Solar, y el cronista asegura que esti en perfecto estado “y sin que falte uno solo de 10s documentos mis importantes de la tpoca hist6rica de la Dictadura, hecho que todos estimamos honroso para el sefior Vicuiia, pues no ha tratado de ocultar nada, ni de excusar la responsabilidad que le afectara en estos sucesos”. Y con el relato del viaje de retorno a Chile, muy ameno y hasta novelesco en algunos de sus aspectos, termina este libro en el cual se cuenta una simpitica y curiosa aventura: la del revolucionario a quien se hizo vivir, a la fuerza, una bella temporada en Lima.

Terminada la guerra civil, Grez vuelve a su cargo de la Oficina de Esta- distica, en el cual le confirma la Junta de Gobierno, y, sobre todo, retorna a las tareas periodisticas, que tan a disgust0 habia suspendido. Trabaj6, por ejemplo, en 1893, en la redaccibn editorial de La Patria, de Valparaiso, desputs de haber sido su corresponsal en Santiago en diversas fechas, como ya se ha indicado; y tambien colabor6 poco desputs, 1895, a la seccidn edi- torial de La Opinidn, otro diario de Valparaiso, a1 cual surtia de material desde Santiago. En 10s afios de que estamos tratando existia una recompensa moral a la que aspiraban todos 10s escritores chilenos: pertenecer a la Uni- versidad de Chile; y Vicente Grez la recibib cuando se le eligi6 miembro de la Facultad de Filosofia y Humanidades, para sustituir a Guillermo hlatta, que acababa de fallecer, en abril de 1899.

De Grez como autor de chistes, algunos de quevediano sarcasmo, no se han recogido las huellas por mano de secretario, como pedfa aquel colega de prensa que le despedia con ttrminos tan emocionados a su muerte, ocurrida en Santiago el 28 de mayo de 1909. Pero, a cambio de esa diligencia existe la buena voluntad de un amigo que si recogi6 lo que sabia, porque le toc6 la suerte de ser testigo presencial. Es el cas0 que Angel Custodio Espejo, muy jovencito a la saz6n, fue llevado un dia por su padre a la Direcci6n General de Correos, donde era convenido que se le daria trabajo. Alli estaba Grez, y desde entonces Espejo lo oy6 disertar, asi en las oficinas administrativas como en las redacciones de 10s diarios. Le debemos como primer esbozo una estampa fisica interesantc.

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Tenla Grez -recuerda Espejo- una insinuaci6n de risa que era como un tartamudeo de su propia vena irbnica, inagotable. Apenas 61 comenzaba a preparar un chiste, ya tenia a su pliblico oprimihdose el est6mago para no soltar a gritos las carcajadas. El tenla que sujetar a su gente para que no se riese a destiempo. Era algo como esa impresi6n de la cosquilla, de que se ha hablado a1 juzgar a Taboada.

Su figura misma era cbmica, sin ser chocante. Pequefiito, fino de faccio- nes, si se quiere, con una nariz cuya punta caia sobre la boca en una pro- longaci6n judaica; de boca pequeiia, siempre dispuesta a tararear un aire Iirico; caminaba a pasos muy cortos y ripidos; parecia que siempre iba muy ocupado; cuando se dirigfa hacia un punto determinado. pasaba como una flecha. Y tenia entonces una manera de saludar especiallsima, llena de donaire. Todo el mundo habria querido en esos casos detenerle. Pero, para 61 era original el dejar a 10s amigos o a 10s conocidos en espera de sus ocu- rrencias, con 10s crespos hechos.

Vienen despuks las anbcdotas propiamente tales, que si bien corresponden todas a1 period0 anterior a la revoluci6n, bastan para caracterizar el humor de Grez. He aqui algunas:

Las entradas c6micas de Vicente eran para desternillarse de risa cuando llegaba a la oficina. Nunca dejaba de decir un chiste. Era como un saludo obligado. Un dia lleg6, como de costumbre, a escape y dijo tartamudeando:

-Acaho de encontrar a Arturo Edwards: le hice nueve saludos: uno por cada milldn . . .

Otro dia se trataba de compras y nos cont6 que habfa llegado a una tienda espaiiola:

-tTiene guantes de preville, del nilm. 71 -No; contest6 el dependiente; pero tenemos unos calcetines de lana,

muy ricos . . . -Yo tambiCn tengo un tio que toca muy bien el violin -contest6 a1

punto Grez. El director tenia cosas muy buenas a1 lado de otras muy malas. Su humor

endiablado, que le permiti6, por lo demis, mantener la disciplina en un servicio que andaba a la bolina cuando el lo recibi6, ese humor daba mucho que hacer a Grez. Un dia le lleva el despacho y el Director tira las notas a1 suelo, y no contento con eso, las pisotea.

Vicente a1 punto, le dice: -No sabia que tambien firmaba con 10s pies.. . Y a1 salir a escape de la oficina del Director, agrega a uno de 10s jefes

-Aplirese, compafiero, porque estA firmando a cuatro manos.. . En la circel, el afio 91, bautiz6 con el apodo de peripateticos a un grupo

de presos politicos que con don Alejandro Vial, don Benjamfn Divila La- rraln y don Albert0 Gonzilez Errhzuriz a la cabeza, no hacian otra cosa

de secci6n que iba entrando con “despacho”:

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que paseane gravemente de uno en fondo, con las manos a la espalda, como urgidos de grandes meditaciones filos6ficas.

En la misma circel, durante un acceso de indignacih, nos dijo: -En Chile hay bribones para 30.000.000 de habitantes. Y un dia que le daba la mano a1 Alcaide: -Y si no se saluda asi a 10s picaros, <a qiiiPn se le da entonces la m a . . .

ma, . . no?'.

Debe notarse que Grez era tartamudo, y que buena parte de la gracia de sus chistes procedia de esta deficiencia fisica, que 61 aprovechaba a mara- villas para detener la atenci6n del auditorio y aun para exacerbar, con la demora, la curiosidad por lo que iba a decir. De alli que parezca ser total- mente veridico, cual apunta Espejo, que sus amigos comenzaran a reir en cuanto le veian aparecer, porque de aquella boca hecha a1 sarcasm0 y a la ironia y fertil en retruecanos y chistes, no esperaban otra cosa que motivos de risa.

'Vicente Grez, el humorista, en El Siglo XX, nhm. 2, julio de 1909.