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96 rollingstone.es Entrevista ‘Rs’ Radiohead 20 años después de sus primeras grabaciones, a los 15 de la obra maestra OK computer , viajamos al núcleo de la banda más importante del rock. Con ellos en Oxford, Londres, Nueva York y Miami, a lo largo de meses, asistimos a cómo Radiohead preparan su primera gran gira en cuatro años, y cómo han redescubierto el rock por el camino. por David Fricke fotos Nadav Kander Conectan de nuevo www.elboomeran.com

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Entrevista ‘Rs’

Radiohead20 años después de sus primeras grabaciones, a los 15 de la obra maestra OK computer, viajamos al núcleo de la banda

más importante del rock. Con ellos en Oxford, Londres, Nueva York y Miami, a lo largo de meses, asistimos a cómo Radiohead preparan su primera gran gira en cuatro años, y

cómo han redescubierto el rock por el camino.

por David Fricke fotos Nadav Kander

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Thom Yorke entra a la sala de cátering en el backstage del pabe-llón American Airlines de Miami vestido con una camiseta oscura, vaque-ros rojos ajustados y una sonrisa forzada. “Estoy tranquilamente excitado, y tranquilamente nervioso”, dice el líder de Radiohead mientras se pone un café. Yorke llegó el día anterior desde el Reino Unido –sus párpados se ven pesados por el jet lag– y se le espera en breve en el escenario para el ensayo final previo a la gira más extensa de Radiohead desde 2008: 58 actuaciones a lo largo de diez meses, en Norteamérica, Europa (el 13 de julio en el Bilbao BBK Live), Asia y Australia. Empezarán aquí mañana por la noche. “Todo –la producción, las nuevas luces, el repertorio– es un trabajo inacabado”, dice Yorke. “Pero al fin está arrancando”. Al poco se le puede escuchar calen-tando la voz tras una puerta cerrada, practicando escalas en un trino agudo y preciso, sosteniendo notas en largos y limpios “aaaahs”. Radiohead no solo comienzan una gira, están desvelando un renacimiento. El grupo acaba así una de las etapas más estimulantes y desconcertantes de su historia.

Casi tres años de silencio público y caos privado durante los que Radiohead han peleado por reinventar su futuro. Hicieron

algunas de las canciones más bellas de su carrera en su álbum menos popular, The king of limbs (2011), pero no lo promocionaron ni giraron, inseguros sobre cómo podrían (o si podrían) volver a ser un grupo de directo.

“Aún estamos dando palos de ciego”, admite Yorke, 43 años, sentado en uno de los camerinos. Recuerda los primeros ensayos de la gira: “Me estaba volviendo loco, pensando: ‘Oh, no, no tenemos suficiente tiempo. Quiero hacer un montón de cosas nuevas”.

Pero en el escenario, un poco más tarde, él y el grupo –el bajista Colin Greenwood; los guitarristas Ed O’Brien y Jonny, el hermano pequeño de Colin; el batería Phil Selway y el nuevo segundo batería, Clive Deamer, quien ha tocado con el grupo durante el pasado año– suenan exuberantes y confiados al interpretar Bloom, de The king of limbs. Lo que en el disco sonaba como un vidrioso enigma de loops y conjuros fantasmales, ahora es como agua fresca, arreglado por la nueva formación de seis miembros como un furor de ritmos y turbias guitarras agudas. Morning Mr. Magpie también es más dura y rápida que la versión del Limbs, mientras que Meeting in the aisle, un instrumental de las sesiones de OK com-puter en 1997, suena bien especiado, como música surf turca con ritmos de trip-hop.

Radiohead han trabajado en más de 75 canciones para las actuaciones de 2012, incluyendo material escrito este invierno durante los ensayos en su estudio de Oxford. El grupo tocará esta noche un par de recién nacidas, Identikit y Cut a hole. Yorke, de 43 años, describe la primera como “alegre y lenta, con un ritmo de hip-hop roto”. Está radiante. “Esa reptó hasta ser de las primeras de la clase”. Colin, que tiene 42 años, está emocionado con otra nueva, Full stop, particular-mente la parte “en que la voz de Thom sube hasta un falsete increíble. ¡La canción despega!”.

En una entrevista antes del ensayo, Yorke atribuye a la llegada de Deamer, que viene de Portishead, el renacimiento en directo de Radiohead. “Tener otro músico repasando el material antiguo fue tan impor-tante como crear nuevas canciones”, dice Yorke. Está hundido en el sofá, pero su voz crepita con inagotable energía. “Por el camino descartamos canciones, por-

que sólo se pueden hacer de determinada manera. Insuflarles nueva vida es maravilloso. No tienes que preguntar: ‘Oh, ¿cómo iba esto?’, sino: ‘¿Cómo pode-mos hacerla más contemporánea ahora?”.

El mejor ejemplo en este ensayo es la canción que daba título a Kid A (2000). Grabada en el momento de mayor rechazo de Yorke a las convenciones de los grupos de guitarra, Kid A apenas era una canción: una nube de siseos con Yorke cantando a través de un vocoder como un niño robot. Esta noche suena gigantesca y metálica, un relámpago de doble batería con un sorprendente ambiente clásico en los acor-des de piano que toca Jonny.

“Era una anti-canción”, dice O’Brien al día sigiuen-te, en una sala con vistas al océano del hotel en el que se hospedan. “Ahora es algo más cálido, sobre todo al final. De repente, tiene como un amanecer”. Durante mucho tiempo, admite, en mucha de la música del grupo “no se permitía que nada fuera genuinamente bello. Jonny era muy bueno tocando guitarras fulmi-nantes que lo atravesaban todo”.

“Ahora estamos en otro punto, y Clive ha sido fun-damental”, dice O’Brien, que acaba de cumplir 44 años. “¿No dicen que cuando los Beatles cogieron al músico Billy Preston para sus grabaciones dejaron de pelear-se?”, se ríe: “Que alguien haga pedazos la energía es bueno, nos quita de las viejas costumbres”.

“Se escucha todo el tiempo”, dice O’Brien. “Grupos que dicen: ‘Estamos en nuestro mejor momento’ y que no hacen música muy buena. Yo soy reacio a decir eso. No es nuestro mejor momento. Es otro diferente, y es uno bueno. No parecemos un grupo nuevo. Somos un grupo que se conoce bien”.

Yorke no está tan seguro… todavía. “Es extraño no tener versiones definitivas ya grabadas”, dice de las nuevas canciones, “porque es entonces cuando tomas las decisiones definitivas. Estar ensayando nuevo material, sin tenerlo grabado, con un sexto miembro en el grupo…”. Pone los ojos en blanco en broma. “Es todo muy fluido. No estoy seguro de lo que es”.

Jonny (40), sentado en el sofá al lado de Yorke, recuerda al cantante llegando al primer ensayo en Oxford: “Entró y dijo: ‘He soñado que tenía-mos un mes extra de ensayos’. Yo pensé que eso sería maravilloso”.

“No hemos tocado delante de mucha gente aún, así que no sabemos si saldrá bien”, dice Yorke.

“Igual no lo sabremos mañana tampoco”. Muestra esa sonrisa torcida. “Tal vez nos lleve un tiempo”.

Radiohead llevan grabando dos décadas. Este año se cumple el 20 aniversario de su EP de debut, Drill, y de la salida de su primer

éxito, Creep. Desde entonces, Radiohead han prota-gonizado la evolución más extraña de cualquier gran banda de rock. Sus álbumes de éxito, incluyendo dos números 1 en EE UU, Kid A e In rainbows (2007), son resbaladizos y discordantes: fusiones y colisiones de violentas dinámicas de guitarra, críptica electróni-ca de baile y alambradas baladas elípticas. El último disco “convencional” de Radiohead, según su copro-ductor de siempre Nigel Godrich, fue el clásico de rock alternativo OK computer (1997). “Esencialmente, se trataba de un disco de guitarras metiendo la mano en otras dimensiones”, dice Godrich. Radiohead han comenzado cada disco subsiguiente de la misma for-ma. “Empezamos averiguando lo que no queremos hacer”, dice O’Brien.

Ha habido mucho trabajo externo en los últimos años. El primer álbum en solitario de Selway, Familial, salió en 2010. Yorke casi ha terminado su primer traba-jo de estudio con Atoms for Peace, su grupo junto a Flea (Red Hot Chili Peppers) y Godrich, entre otros. Jonny, prolífico compositor de bandas sonoras y

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orquesta, acaba de editar un disco con el compositor polaco Krzystof Penderecki. Independientes desde que acabó su contrato con EMI en 2003, Radiohead tam-bién exploran formas alternativas de editar música. In rainbows estuvo disponible al principio como una des-carga por la que se pagaba la voluntad. These are my twisted words, precioso tema de 2009, era gratis.

The king of limbs llegó como una sorpresa total: en descarga con una semana de aviso y sin promoción por parte del grupo. Apareció en CD un mes después. Pero el ataque sorpresa, combi-nado con la irritante moderación de la músi-ca, hizo que les saliera el tiro por la culata. “Clara-mente había gente inte-resada por el grupo que no se enteraron de que Radiohead habían editado un disco nuevo”, dice Bryce Edge, uno de sus mánagers. Hasta la fecha, The king of limbs ha vendido 307.000 copias en EE UU, el primer álbum de Radiohead que no ha sido disco de oro allí.

Pero esa cuenta, señala Edge, “no incluye lo que hemos vendido vía digital”, unas 300.000 ó 400.000 copias compradas a través de la web de Radiohead. “La mayoría de las ventas fueron directamente del grupo a los fans”, dice el co-mánager Chris Hufford. “Económicamente, puede ser el disco más exitoso de

todos los suyos, o casi. En un contrato tradi-cional, la discográfica se queda la mayor par-te del dinero”.

Radiohead sólo die-ron tres conciertos en 2011, tras reclutar a Deamer para ayudar-les a recrear la maraña de loops de batería de The king of limbs: una aparición sorpresa en el festival de Glaston-bury y dos noches en

el Roseland de Nueva York. O’Brien dice que el grupo ya ha hablado “sobre cómo los conciertos pueden evolucionar, tal vez hacerlos en tres sec-ciones, tres movimientos, si se prefiere”. Colin está emocionado por la idea de entrar por el cami-no a grabar en un estudio. “Quizá hagamos algún

aquí-te-pillo-aquí-te-mato: ir un fin de semana a cualquier lado y tocar”.

El grupo va a girar en mangas de tres semanas con parones sustanciales, en parte por motivos familiares. Todos los miembros aún residen en Oxford y alrededo-res salvo O’Brien, que vive en Londres, y todos están casados salvo Yorke, que lleva con su pareja, Rachel Owen, desde que eran estudiantes en la Universidad de Exeter. Los cinco son padres. Colin, Jonny y Selway tienen tres hijos cada uno; Yorke y O’Brien dos por bar-ba. “Mis hijos se cambian de colegio en septiembre”, señala Selway (44 años). “Quiero estar allí entonces”.

Pero hay una intensa sensación en las entrevistas hechas el año pasado –en Oxford, Londres, Nueva York y Miami– de que es un grupo ansioso por encontrarse con el mundo tras pasar demasiado tiempo demasiado cerca de casa. La primera noche en el Roseland, el pasado mes de septiembre, fue, afirma O’Brien, “una gran lección. La prueba de soni-do fue una puta pesadilla. Los monitores eran una mierda, no nos podíamos escuchar. Nos sentimos poco preparados. ¿Pero sabes una cosa? Todo fue bien. Nuestros mánagers estaban en plan: ‘¡Entre vuestros mejores cinco conciertos!”.

“Fue como un puto viaje, el mejor subidón de adrenalina que he tenido en años”, dice satisfecho Yorke. “No pareció que estuviéramos pisando

First, we take Manhattan. Radiohead (Thom Yorke en el centro) durante su apoteósica actuación en el Roseland Ballroom de Nueva York el 28 de septiembre de 2011.

Durante mucho tiempo, en mucha de la música del grupo “no se permitía que nada fuera genuinamente bello”

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terreno conocido, caminando sobre nuestras tum-bas. Aún estamos dando vueltas en la oscuridad, tropezando. Eso es bueno”.

“Nos hizo sentir como un grupo de rock otra vez”, dice Colin, más pensativo, en el backstage de Miami. “Está muy bien estar en un grupo en plan de 9 a 5: te levantas con los niños, les llevas al cole-gio, trabajas un poco, vas a casa. Pero veo a mis amigos de Oxford trabajando duro en trabajos que no disfrutan, y me frustra. Nosotros tenemos un trabajo que es una pasión. El Roseland nos hizo recordar lo bueno que puede y debe ser”.

Radiohead hablan de The king of limbs como si fuera un trabajo inacabado, un álbum al que aún esperan un futuro y un público. El grupo no se va de gira este año “específicamente para apoyar este disco”, dice Selway. Pero, añade, “esperemos que la gente conecte con él a través de los conciertos”.

“Fue increíble sacar el disco de esa manera”, cuenta Yorke, “pero luego parecía como si no existiera”. Men-ciona una charla sobre el álbum, unos meses después de salir, con Phil Costello, un amigo del grupo y exeje-cutivo en su antiguo sello, Capitol. “Me decía: ‘Se ha ido, desapareció’. ¿En serio? Joder”.

“Pero eso es una consecuencia de lo que decidimos hacer”, concede Yorke. “Te puedes enfadar por ello o decir: ‘Bueno, no ha ido bien del todo”.

Es una cálida tarde de otoño en nueva York, el día antes del primer concierto del Roseland, y Yorke –entre sorbos de té en su

hotel– está recordando sus noches de viernes en la universidad. Trabajaba como dj mientras estudiaba su título de grado en Arte, en Exeter. Radiohead funcionaban a tiempo parcial, escribiendo cancio-nes y grabando maquetas bajo su nombre original, On a Friday, durante las vacaciones escolares.

“No era particularmente bueno”, comenta Yorke sobre sus pinchadas, “porque la gente me invitaba a copas para que pusiera lo que querían escuchar. Así que al final de la noche ni veía los discos”. Yor-ke se acuerda de mezclar temas electro-dance de un dúo belga, Cubic 22, de los ingleses 808 State y del primer grunge de Seattle. Le gustaba especialmen-te cómo grupos de Mánchester como los Happy Mondays y los Stone Roses fusionaban la psicode-lia de los 60 y la cultura rave británica. “Lo que luego se acabó”, se queja. “De repente, las guitarras eran lo auténtico. Nosotros fuimos parte de eso”.

Desde OK computer, Yorke ha luchado de manera persistente para aumentar la distancia entre su grupo y la habitual instrumentación y for-ma de grabar del rock. “Hablé de ello sin parar mientras hacíamos In rainbows”, dice. “Era una frustración constante pensar que íbamos en direc-ción contraria”.

The king of limbs es el sueño del Yorke dj hecho rea-lidad: los fundamentos del rock transformados por completo por la electrónica. La batería, el bajo y las guitarras son todos sampleados, tocados individual-mente por los miembros de Radiohead, luego manipu-lados, hechos loops y colocados por capas en cancio-nes formadas por las melodías oníricas de Yorke y letras estilo haiku. Lotus flower, Codex y Give up the ghost planean y palpitan más como sugerencias que como canciones, murmullos exóticos sin prisa por convertirse en alegatos. “Puedo entender que haya

alienado a la gente”, dice Yorke del álbum. “No me di cuenta de que este disco era un planeta en sí mismo”.

“No queríamos coger las guitarras y escribir secuencias de acordes”, cuenta Jonny en un café cerca de los estudios de Abbey Road (Londres), donde Radiohead hicieron parte de su segundo disco, The bends (1995). “Tampoco queríamos sentarnos frente a un ordenador. Queríamos una tercera vía que tuviera que ver con tocar y programar”. Fue una búsqueda larga: Radiohead trabajaron en The king of limbs a ráfagas desde mayo de 2009 a enero de 2011.

Alto y tímido, retirándose constantemente una larga cortina de pelo negro de la cara, Jonny es el único miembro de Radiohead que no tiene título universita-rio; dejó sus estudios de psicología y música en el Oxford Polytechnic College cuando el grupo consiguió contrato discográfico en 1991. Pero es seguramente el músico con más talento de Radiohead: violista de for-mación clásica, también toca el violín, el chelo y los teclados. Jonny también creó el software usado para samplear los instrumentos en The king of limbs. “Nunca fui más feliz”, dice, “que cuando estaba en mi cuarto de niño, trabajando en juegos de ordenador de pacotilla”.

“Las paredes contra las que nos dábamos”, añade, volviendo al disco, “aparecían cuando sabíamos que teníamos algo bueno, como Bloom, pero sin acabar. Sabíamos que la canción casi era algo. Luego Colin dio con la línea de bajo y Thom empezó a cantar. Esas cosas de repente lo hacen todo 100 veces mejor. Con el resto del material, se trataba de espe-rar a que apareciera lo adecuado”.

“No hay otro grupo en el estudio como ellos”, dice Nigel Godrich, que ha trabajado en todos sus álbu-mes desde OK computer. “No podrían grabar un Bohemian rhapsody, por-que no tienen esa capa-cidad de atención. Si no pasa algo en seguida, Thom queda confuso. No lo hacen así”.

Godrich cita una can-ción clásica de Radiohead que nunca se acabó en el estudio, True love waits, una balada popular en los conciertos: “Tratamos de grabarla en innumerables ocasiones, pero no funcionaba. La ironía de esto es que hay una versión de mierda [en el mini-álbum de 2001 I might be wrong]. En defensa de Thom hay que decir que necesita que una canción tenga una razón para existir como grabación. Podríamos hacer que True love waits sonara como John Mayer, pero nadie quiere eso”.

Radiohead no impulsaron Limbs con una gira larga el año pasado por dos razones. Una: “Pensamos que no podríamos tocarlo”, dice Jonny. La otra “fue en parte culpa mía”, reconoce Yorke. El álbum “nos abría a un montón de extrañas opciones”. Quería volver rápido al estudio, luego decidió “que no se podía hacer de la mis-ma forma. No podíamos hacerlo, no podíamos tocar en directo. Mierda, ¿y ahora qué?”.

Deamer (51 años), un veterano batería de jazz y música de baile que también ha trabajado con Robert Plant, era la respuesta. “Hace años que me gusta cómo toca”, dice Selway: “Parecía la elección natural para el puesto”. A principios de 2011 los dos empezaron a

diseccionar las nuevas canciones y decidieron cuáles de las partes de batería se podían interpretar en direc-to. Un año después, Selway está al teléfono desde Oxford tras el último día de ensayos: “Todo está muy abierto”, declara el batería, en una versión extática de su voz suave y caballerosa. “Ver que la dinámica entre los seis da sus frutos… Hemos abierto algo nuevo. Muchos grupos en estos momentos no tienen esa oportunidad. O la pierden cuando la tienen”.

Pero, comenta Yorke, “no habría habido manera de dar con lo que estamos haciendo ahora en directo si no hubiéramos estado sentados ante tocadiscos y sam-plers, montando el disco con este método. No habría sido posible convertirlo en esto tan dinámico”.

Si le preguntamos a Yorke por las canciones de The king of limbs que más han cambiado en directo, mencio-na Lotus flower. “Con los dos baterías se ha transforma-do en algo peligroso. Me gusta”. Y está de acuerdo en que Give up the ghost –una balada repetitiva y desnuda en el disco– se transformó en algo más en el Roseland: una oración circular en la que Jonny sampleaba y mani-pulaba la voz de Yorke.

“Se trata de samplear lo que el micro coge de la sala”, explica el cantante, “va y viene de la sala, va y viene. Lo que puede ser eso en un pabellón…”. Los ojos de Yorke se agrandan con placer. “Me había olvidado de eso”.

En una tarde fresca de verano en Oxford, Colin camina rápido hacia un pub en el casco viejo de la ciudad, señalando edificios

históricos. Hace un gesto a una estrecha puerta que lleva a Modern Art Oxford, una importante galería. Cuando no estaban tocando juntos o en la universidad,

los jóvenes miembros de Radiohead se pasaban las tardes en el sótano, “hablando eternamente, cada uno con una taza de café que duraba cinco horas”, cuenta Colin.

Doblando la esquina, señala una tienda de ropa –Cult, parte de una cade-na– y señala con una son-risa divertida que Yorke trabajó en una de esas tiendas como dependien-te. Es una imagen impro-

bable: Yorke, un hombre compacto de energía impa-ciente e ironía letal vendiendo vaqueros de diseño.

Pasando una cabina de teléfono, Colin recuerda los titubeantes primeros intentos de Radiohead por hacer discos, antes del contrato con EMI. “No había e-mail ni móviles”, cuenta el bajista: “Íbamos a una cabina, echábamos dinero y llamábamos a un estudio. Una vez preguntamos por el precio de una sesión y el tío nos dijo que 900 libras [unos 1.100 euros]. Le dimos las gracias y colgamos rápidamente”. Radio-head grabaron su primer álbum, Pablo Honey (1993), en el estudio de un productor que había trabajado con la versión bluesera de los 60 de Fleetwood Mac.

Luego está el Bear Inn, un pub muy antiguo (abrió en 1242) con techos peligrosamente bajos. Colin, nati-vo de Oxford, y Yorke –nacido en una pequeña ciudad de los East Midlands, Wellingborough, y criado en sus primeros años en Escocia– se conocieron siendo prea-dolescentes. Ambos tomaban clases de guitarra clásica

Thom Yorke: “¿Dónde estará el grupo en cinco años? Que le den por culo a eso. Yo estoy buscando pequeños diamantes entre el polvo”

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en la misma escuela. En el Bear consiguieron comprar alcohol, aunque eran menores, y hablaron de sus mode-los para el grupo que planeaban formar: New Order, Talking Heads y los favoritos de Yorke, R.E.M.

Sentado en una mesa fuera del Bear con una pinta , Colin recuerda con cariño “esa excitación del ruido” en los primeros conciertos de Radiohead, “cuando tocas en un pub, pidiendo prestado un ampli de bajo a alguien mayor y te has tomado cuatro latas de cerveza para armarte de valor. Es lo que hicimos en nuestro primer concierto. Era a 20 minutos andando por ahí”. Señala una calle que va detrás del Bear, hasta la Jericho Tavern. Radiohead debutaron allí en 1986 bajo el nom-bre On a Friday, tras su habitual ensayo, cuando todos estudiaban en la Abingdon School. Selway, el mayor, tenía 19; Jonny no llegaba a los 15.

Más tarde, en la puerta de un restaurante en un barrio residencial, Colin señala otro lugar sagrado para Radiohead: la casa cerca de la esquina de Mag-dalen Road y Ridgefield Road que Colin, Selway y O’Brien alquilaron en el verano de 1991. El grupo guardaba allí su equipo y sus cinco miembros vivie-ron allí, en diferentes combinaciones, durante un año. “Buenos tiempos”, dice Colin con un suspiro, “aunque Jonny nunca limpiaba”.

Selway caracteriza ese periodo como “un buen entrenamiento para los autobuses de gira. Había mon-tones de cajas de pizza en la esquina. Llegaba a ser tan insoportable que alguien al final tenía que limpiar. Yo iba y venía durante todo el año. Creo recordar que Colin se mudó a mi habitación después de que yo la decorara y la dejara bastante bonita”.

Yorke llegó tras graduarse en Exeter. “Volvía-mos de los conciertos”, dice, “escuchábamos el contestador automático y había como 10 mensa-jes de discográficas”.

La casa de Ridgefield Road supuso el fin de la ado-lescencia de Radiohead, el punto en el que se convir-tieron en una banda a tiempo completo obesionada

con su trabajo y su progresión. Jonny describe una Navidad en la que aún estaba en el instituto y los otros en la universidad. “Ensayamos en salas de la ciudad todos los días, incluida la Nochebuena. Fue una locura. No había un concepto. Trabajábamos en canciones por una nebulosa razón futura que claramente no habíamos meditado bien”.

“Así de intenso era el tiempo que pasábamos juntos”, dice. “Así ha sido siempre. Nuestra pandi-lla giraba principalmente en torno a tocar instu-mentos y a las canciones”.

“Creo que ahí fue cuando escribimos Creep”, dice Yorke cuando se le pregunta sobre esas Navi-dades. “Hay periodos en los que te sientes con energía. Cuando trabajamos, algo pasa y todo va bien, entonces pasa esa mierda”.

La aversión de Yorke a la carretera apareció tem-prano. También su disgusto por el decoro y el respeto a las reglas del juego que se esperan de un grupo de multinacional. Edge, el mánager, rememora “un famo-so concierto” en Las Vegas “para el que tuvimos que dar una ridícula vuelta debido al aparente desconoci-miento de los promocioneros americanos de su geo-grafía. Estábamos haciendo un programa de radio, teloneando a Tears for Fears, y todo el mundo estaba de mal humor”. Durante el concierto, “en un arranque de rabia”, Yorke destrozó la mitad de las luces del escenario. Edge dice que “ya hace tiempo que la idea de que Yorke pueda hacer eso desapareció”.

Pero Yorke mira hacia su yo no mucho más joven –particularmente la atormentada antiestrella documen-tada en Meeting people is easy, el documental de 1999 sobre la gira de OK computer– sin excusas. “Estaba abu-rrido”, afirma de manera inexpresiva, en el backstage de Miami, sobre su aura de zombie agresivo en la película. “Me encantaba ese disco. Pero la idea de estar encade-nados a esas canciones durante año y medio, iguales, sin cambios, nada… No podía con ello. Acabábamos una canción y me quedaba ahí, congelado”.

“Ahora entiendo por qué hicimos todos esos conciertos”, confiesa Yorke. “Si no lo hubiéramos hecho, no estaríamos donde estamos ahora. Pero perdí los nervios. Hemos pasado por diferentes etapas, esa fue una de las malas”.

“Lo que nos diferencia”, interviene Jonny, “es que desde el principio nuestra obsesión eran las canciones. Como consecuencia de ello, ahora tocamos en directo”.

“No éramos un pandilla de colegas” en Ridgefield Road, observa O’Brien, “éramos más como una pandi-lla de conspiradores. Teníamos una meta común. De eso se trataba, de soñar. Todo lo que tenemos ahora… Nunca hubo una duda de que iba a ocurrir. Y ocurrió, porque el mundo real participó de ello”.

“Pero yo digo que ellos son mis hermanos, aun-que algunos de ellos no se dan cuenta. Todos vamos a los funerales de los otros, hemos pasado por muchas cosas. Somos familia”.

Esa es “una cualidad que no solemos reconocer”, dice Colin. “Somos demasiado ingleses”.

Hay una parte física que encuentro interesante, la respiración”, cuenta Yor-ke. Está tratando de explicar lo que se le

pasa por la cabeza y lo que siente cuando canta. “Es un estado meditativo, como estar en un andén de metro esperando a que pase el tren. Las cosas pasan delante de ti: trenes, personas”.

“Me llevó unos años aprender a hacerlo”, dice de actuar, durante un desayuno-entrevista en Londres el pasado mes de julio. “Viendo a gente como Michael Stipe o Jeff Buckley me di cuenta de que ese es un buen lugar al que llegar. No es malo cerrar los ojos”.

Ese día por la tarde, Radiohead se reúnen con Edge y Hufford para hablar de la gira de 2012. Des-pués, O’Brien describirá la reunión como “tensa”. Yorke ya suena incómodo mientras se come una tortilla de clara de huevo: “Este nivel de maquina-ria me asusta a veces. Vas al backstage y hay gente y cosas por todos los lados”.

“Nunca quisimos ser grandes”, dice. “No quiero que me adoren así. Se podría decir que es egoísta. También se podría decir que aquí hay alguien que se divierte con lo que hace: intentar joderte la cabeza”. Yorke saborea la última frase cuando la enuncia.

“De eso se trata”, sigue: “Echar la red, crear el caos y confiar en que va a salir algo de ahí; sin entrar en páni-co, simplemente siguiendo con fe ciega. ¿Dónde estará el grupo en cinco años? Que le den por culo a eso. Yo estoy buscando pequeños diamantes entre el polvo”.

“Thom tiene el detector de gilipolleces más sensible del grupo”, dice O’Brien, con reverencia, en Miami. “Es ese equilibrio: una vida intensamente crítica, con la habilidad de sentir, de tener una gran intuición. No tenemos por qué tomar las mejores decisiones de nego-cios. Pero seguimos nuestra intuición. Es arte”.

“Esta es una obra inacabada, esa es la parte que me gusta”, confirma Yorke, antes del último ensayo. “Esta-ba hace poco de vacaciones y pensé que llevo más de media vida haciendo esto”. Hace una pausa. “¡Es una locura!”, proclama Yorke con una carcajada sorprendi-da. “Y mola. Es un trabajo, un buen trabajo”.

“Necesitamos de verdad subirnos a un escena-rio ahora y ver en qué punto estamos”, declara, listo para tocar. “Es un escenario grande y habrá mucha gente”. Se ríe otra vez. “Pero me han dicho que eso es bueno”.

Hora del té. De izquierda a derecha: Thom Yorke, Ed O’Brien y Jonny Greenwood, dando la razón a Colin Greenwood: “Somos demasiado ingleses”.

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