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TIERRA FIRME REVISTA DE HISTORIA Y CIENCIAS SOCIALES Caracas, enero-junio 2017 112 ISSN 0798-2968 PUBLICACIÓN DE LA RED DE HISTORIA, MEMORIA Y PATRIMONIO PATROCINADA POR EL MINISTERIO DEL PODER POPULAR DEL DESPACHO DE LA PRESIDENCIA Y SEGUIMIENTO DE LA GESTIÓN DE GOBIERNO A TRAVÉS DE LA FUNDACIÓN CENTRO NACIONAL DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE HISTORIA, MEMORIA Y PATRIMONIO RED

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TIERRAFIRME

Revista de HistoRia y CienCias soCiales

Caracas, enero-junio 2017

112issn 0798-2968

Publicación de la Red de HistoRia, MeMoRia y PatRiMonio PatRocinada PoR el MinisteRio del PodeR PoPulaR del desPacHo

de la PResidencia y seguiMiento de la gestión de gobieRno a tRavés de la Fundación centRo nacional de estudios HistóRicos

de HistoRia, MeMoRia

y PatRiMonio

Red

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Año Bicentenario de la Muerte del General Manuel PiarRetrato del General Manuel Piar, Héroe de la Independencia. “Obsequio

de la Empresa Moderna en el Centenario del Gran Mariscal de Ayacucho”, en Archivo General de la Nación, Apuntes del Capitán Juan José Conde

sobre el General Manuel Piar, folio 1.

Revista de HistoRia y CienCias soCiales. Caracas, enero-junio 2017

112TIERRAFIRME

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Revista de HistoRia y CienCias soCiales. Caracas, enero-junio 2017

112issn 0798-2968

de HistoRia, MeMoRia

y PatRiMonio

Red TIERRAFIRME

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7/ Presentación

artículos

11/ Guzmanato e intelectualidad: Breves apuntes para entender el sistema caudillista venezolano Carlos Alfonso Franco Gil

35/ “¡temBlad perversos!” iGlesia, poder y miedos en la Guerra de independencia (1810-1814)

Carlos Alfredo Marín

71/ el carnaval en el callao, estado Bolívar, venezuela

José Marcial Ramos Guédez

87/ camposantos capitalinos antes del cementerio General del sur. una aproximación a los espacios de la muerte en caracas (siGlo xix)

Jorge Flores González

127/ la casona de eleazar lópez contreras: la historia al servicio del rescate de un patrimonio cultural

Luis Eduardo Rangel González

reseñas

165/ Daniel José Sánchez Silva. Anécdotas médicas en la historia de Venezuela. Caracas: Fundación Empresas Polar, 2015.

Yolimar Gil Amundarain

171/ Normas para la presentación de originales

173/ Red de Historia, Memoria y Patrimonio

Revista de HistoRia y CienCias soCiales. Caracas, enero-junio 2017

112sumario

MieMbos FundadoRes y asesoRes PeRManentes Arístides Medina Rubio

Pedro Calzadilla ÁlvarezCarlos Viso C.

cóMité editoR Alexander Torres Iriarte

Andrés Eloy BurgosAlexander Zambrano

diRectoR Alexander Torres Iriarte

edición y coRRección de textos

César Russian

diseño gRáFico y diagRaMación

César Russian

diseño de PoRtada

César Russian

Revista de HistoRia y CienCias soCiales. no 112 Caracas, enero-junio 2017

Es una publicación de la Red de Historia, Memoria y Patrimonio patrocinada por

el Ministerio del Poder Popular del Despacho de la Presidencia

y Seguimiento de la Gestión de Gobierno a través de la Fundación Centro Nacional

de Estudios Históricos

tieRRa FiRMeRevista semestral arbitrada.Fundada en 1983.1983-2017. Números 1-112.ISSN 0798-2968Depósito Legal pp. 198302DF882

Final Avenida Panteón, edificio Archivo General de la Nación, PB.Oficina de la Red de Historia, Memoria y Patrimonio.Teléfono (58-212) 509-5832

coRReos

[email protected]@gmail.com

Los trabajos publicados en Tierra Firme aparecen reseñados en Social and Human Sciencies Documentation, Unesco, París; Clase, Departamento de Biblioteca Latinoamericana, México; Word List of Ciencies Socials, Unesco Francia; Sociological Abstracts, Universidad de California (UCLA), Estados Unidos y Revista Interamericana de Bibliografía, Organización de Estados Americanos (OEA), Washington, Estados Unidos.

TIERRAFIRME

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Presentación

Un viejo adagio reza: “El que persevera vence”. En esta máxi-ma de profunda raigambre popular se inspira Tierra Firme

para seguir llegando a las manos de nuestros fieles lectores, pese al tamaño de los obstáculos que haya que sortear. La ciencia de Clío bien vale el esfuerzo. Como también es sano impulso ceder espacios académico-investigativos para que nuevas firmas vayan tomando el relevo en el análisis de nuestro pasado, con un gran sentido de compromiso que nos exige el tiempo presente.

Abre este número 112 Carlos Alfonso Franco Gil, del Cen-tro Nacional de Estudios Históricos, ahondando en las procelo-sas aguas del liberalismo amarillo decimonónico. Con su trabajo “Guzmanato e intelectualidad: Breves apuntes para entender el sistema caudillista venezolano”, el autor examina la dinámica so-ciopolítica de la época, el desarrollo del sector cultural y el rol jugado por la “élite pensante”, como expresión fundamental del proyecto de Estado nacional liderado por el Ilustre Americano.

Carlos Alfredo Marín, del Instituto de Estudios Hispanoa-mericanos de la Universidad Central de Venezuela, nos presenta “‘¡Temblad, perversos!’ Iglesia, poder y miedos en la guerra de In-dependencia (1810-1814)”, artículo que mete el escarpelo en esa centenaria institución que hizo uso discrecional del miedo social –ideológico, discursivo y simbólico– en un momento tan decisivo para el rompimiento del nexo colonial.

“El carnaval en El Callao, estado Bolívar, Venezuela” es el aporte que nos trae el avezado investigador José Marcial Ramos Guédez. El autor explora las raíces históricas además de la carga

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libertaria, igualitaria y catártica de esta manifestación conside-rada por la Organización de las Naciones Unidas para la Edu-cación, la Ciencia y la la Cultura como Patrimonio Cultural no Tangible de la Humanidad.

“Camposantos capitalinos antes del Cementerio General del Sur. Una aproximación a los espacios de la muerte en Caracas (si-glo XIX)” intitula su ensayo Jorge Flores González, de la Universi-dad Central de Venezuela. Apunta Flores González sobre la signi-ficación histórica del proceso de secularización de la muerte en la Caracas del siglo antepasado, enfatizando cómo las resoluciones del Estado y las específicas circunstancias del momento determi-naron el establecimiento de camposantos fuera de poblado.

La convicción de que el acontecer de las comunidades no está divorciado del devenir nacional es el punto de arranque de Luis Eduardo Rangel González para sumergirse –desde una metodolo-gía ecléctica– en la historia de Caracas, en general, y del sector de La Quebradita, en particular. “La Casona de Eleazar López Con-treras: La historia al servicio del rescate de un patrimonio cultu-ral” es el abono de este investigador asociado al Centro Nacional de Historia, quien insiste en el principio de que un estudioso mi-litante debe defender los bienes de interés cultural en ciudades muchas veces indolentes de los valores físicos y espirituales que nos identifican como gentilicio.

Cierra esta edición Yolimar Gil Amundarain, del Instituto Pedagógico de Caracas, quien al reseñar el libro de Daniel José Sánchez Silva titulado Anécdotas médicas en la historia de Vene-zuela, resalta las bondades de un texto que difunde la evolución de la disciplina de los galenos e invita al investigador despierto a explorar esta nueva corriente temática.

¡Que siga entonces Tierra Firme coMo conciencia cRítica de una Realidad sieMPRe suscePtible de seR tRansFoRMada a FavoR de las gRandes MayoRías!

Artículos112

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Guzmanato e intelectualidad: Breves apuntes para entender el sistema caudillista venezolano

Carlos Alfonso Franco GilUniversidad Central de Venezuela

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El caudillismo fue una dinámica política común en los países latinoamericanos del siglo XIX, ya que fue la forma de manejo del poder efectivo que permitió un control fáctico en los dis-gregados territorios de las nuevas repúblicas. Dentro de este marco general, en Venezuela paulatinamente se fueron dando varios intentos para la instalación de un proyecto de Estado nacional que empezó a tomar forma orgánica con la llegada al poder de Antonio Guzmán Blanco en 1870, ya que durante sus gobiernos se aceleró un proceso de reformulación de las bases efectivas del poder que replanteó los ritmos del caudillismo en las nuevas realidades institucionales, a la par de fomentar el crecimiento del espacio cultural, lo que devino en el apoyo de los intelectuales al régimen guzmancista y generó el crecimien-to exponencial de este ámbito. Sin embargo, existieron sectores intelectuales que se opusieron al sistema guzmancista y gene-raron formas de oposición civil, entre ellos se destaca el grupo Los Delpinistas de 1885. De esta manera, a partir de la revisión historiográfica y hemerográfica, propondremos un esquema teórico que nos permita acercarnos al caudillismo como ex-presión del poder, para luego entender sus particularidades durante la época de Guzmán Blanco, las formas y los porqué de la oposición cívico-intelectual durante el período señalado, ejemplificando este fenómeno con los acontecimientos dados tras el evento cultural conocido como La Delpiniada.

Palabras clave: caudillismo, civilismo, prensa, literatura humo-rística, estudiantes.

tieRRa FiRMe No 112. Caracas, enero-junio 2017, pp. 11-34

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Guzmanato and intellectuality: Brief Notes to Understand the Venezuelan Caudillism System

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The caudillismo was a dynamic common politic in Latin Ame-rican countries in the nineteenth century, as was the way of effective power management that allowed a factual control the territories of the new republics disintegrated. Within this general framework, Venezuela gradually were taking several attempts to install a draft National State, which began taking organic form with the coming to power of Antonio Guzman Blanco in 1870, since their governments were accelerated a reformulation pro-cess of effective bases of power, rethinking the rhythms of war-lordism to the new institutional realities, coupled to encourage growth of the cultural sector, what became the support of in-tellectuals to guzmancista regime, meaning for this sector with a exponential growth. However, there were intellectual sectors that opposed the guzmancista system, generating forms of ci-vil opposition, highlighting the group’s Delpinistas 1885. Thus, from a historiographical review and hemerographic, propose a theoretical framework that allows us to approach the warlordism as an expression of power, then to understand the peculiarities of the same during the time of Guzman Blanco, forms and why the civil-intellectual opposition during the indicated period, exem-plifying this phenomenon with acontencimientos given after the cultural event known as Delpiniada.

Key Words: caudillism, civility, press, humorous literature, students.

aProximación al caudillismo nacional

Acercarnos a la conformación del Estado venezolano luego de la secesión con respecto a la República de Colombia en 1830,

conlleva a la consideración de una serie de escenarios presentes en la construcción del sistema republicano a partir de la instalación de un proyecto nacional que progresivamente fue revisándose y transmutándose, y que a su vez no era expresión endógena de una idea, si no que se enmarcaba en las corrientes ideológicas propias de la época, la cuales paulatinamente se fueron consolidando en las élites del poder en nuestro país:

Para explicar en perspectiva genealógica los problemas históri-

co-epistemológicos heredados de la construcción republicana en

Venezuela es necesario recordar que el modelo de Estado sobe-

rano que se inauguró con las independencias emergió en el con-

texto del Estado liberal burgués de Occidente. Como una sucinta

explicación, juzgamos de interés comenzar por afirmar que, en

esencia, se derivó del poder que surgió con el capitalismo indus-

trial, para someter a los sujetos al modo de producción capitalis-

ta (Vázquez y Peréz Jiménez, 2012: 35).

En pocas palabras, el proyecto de Estado Nacional1 en su

1 Al hablar de proyecto nacional en Venezuela hacemos referencia a la ca-tegoría construida por Germán Carrera Damas, quien formula que desde 1864 se inició un diseño orgánico de Estado por parte de las clases domi-nantes del país: “Una vez canalizados los conflictos con las clases domina-das, y tras la última secuela de los conflictos intestinos de la clase domi-nante expresada en la llamada ‘Revolución Azul’ de 1868, fue posible, con el triunfo de la ‘Revolución de Abril’ de 1870, y el advenimiento franco e incontestado de Antonio Guzmán Blanco al poder, proceder a ‘resolver’ la contradicción interna de la clase dominante, restableciendo su uni-dad rota en la década de 1840. Había un estado de conciencia bastante generalizado sobre la necesidad de promover esa unidad, como clave de la consolidación de la estructura de poder interna recién restablecida, y

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etapa genésica en Venezuela es resultado de experiencias filosófi-cas y políticas de importación británica y estadounidense. Ahora, el escenario en que se plantea dicho proyecto pareciera enmarcar-se en un plano de lo ideal y no de lo concreto, cuestión que llevó a las élites promotoras de dicha idea de conformación de Estado a ir adaptando progresivamente normas jurídicas que regularan los comportamientos sociales que fueron ajenos al concepto de ciu-dadano que debía adaptarse al mismo sistema que se constituía.

Ese plano de lo ideal que es el proyecto de Estado, y que los grupos promotores procurarán transformar en la medida de lo posible en algo real desde la regulación disciplinaria2, tiene que enfrentarse a un escenario concreto: la disgregación y el manejo del poder efectivo en la nueva república, lo que obligó a quienes ejercían el control sobre el aparato estatal en construcción, a con-cebir, adaptar y apropiarse de un mecanismo que permitiera, en el país posindependencia del siglo XIX e inicios del siglo XX, te-ner diversos grados de control efectivo en Venezuela durante esta etapa histórica, especialmente en el área de la defensa y control de

como garantía de la instrumentación del proyecto nacional. Persistían, sin embargo, diferencias tácticas nada desdeñables (…) a partir de 1870 se dio un impulso sostenido, igualmente, a la conformación del proyecto nacional en su sistema jurídico-social, mediante la formación de códi-gos nacionales y reglamentos de policía, mediante la definición y puesta en práctica de criterios centralizadores de la administración pública y, en general, mediante la puesta en marcha de una política modernizadora” (Carrera Damas, 2006: 168-170).

2 Al hablar de regulación disciplinaria hacemos referencia a: “La sociedad disciplinaria es aquella en la que la dominación social se construye a tra-vés de una red difusa de dispositivos y aparatos que producen y regulan las costumbres, los hábitos y las prácticas productivas. El objetivo de hacer trabajar a esta sociedad y de asegurar la obediencia a su dominio y a sus mecanismos de inclusión y/o exclusión se logra mediante la acción de ins-tituciones disciplinarias (la prisión, la fábrica, el instituto neuropsiquiá-trico, el hospital, la universidad, la escuela, etcétera) que estructuran el terreno social y presentan las lógicas adecuadas a la razón de la disciplina” (Hardt y Negri, 2002: 37-38).

la violencia en el interior del país. Dicho sistema historiográfica-mente es conocido como caudillismo.

El fenómeno del caudillismo, a nuestro parecer, logró infiltrar-se en la conformación de la sociedad y la administración pública venezolana del siglo XIX, lo cual puede percibirse en los grandes entramados sociales como el escenario natural para controlar una nación que no era una nación (es importante destacar que no ex-presamos que dicha percepción en las masas fuera absoluta del sistema, pero sí que se tuvo la idea de que era la dinámica de poder, y así se asumía en esos espacios sociales). Concebimos que este sistema fue la forma para controlar el poder real en la Venezue-la republicana del siglo XIX: “El poder se expresa pues como un control que se hunde en las profundidades de las conciencias y los cuerpos de la población y, al mismo tiempo, penetra en la totali-dad de las relaciones sociales” (Hardt y Negri, 2002: 39).

En primer lugar, necesitamos hacer una diferenciación entre caudillo y caudillismo, ya que esta nos permitirá comprender las formas de oposición que nos proponemos estudiar. Para abordar el período cronológico seleccionado para nuestra investigación es necesario hacer referencia a los dos términos mencionados, los cuales están anudados entre sí pero tienen naturalezas distintas. El caudillismo es elemento estable y, por lo tanto, perdurable en cuanto fue operativo para los fines que concibió internamente destinados a hacer de Venezuela una nación funcional con res-pecto a las relaciones de poder en los espacios regionales y locales. El caudillo es coyuntural y responde a dinámicas específicas que terminaron fomentando el funcionamiento del mencionado en-tramado de poder. En pocas palabras, el caudillo fue promotor de un sistema que terminó por sobrepasarlo, no solamente en el aspecto político, sino en su incidencia en las percepciones sociales colectivas y la creación de una cultura en torno al caudillismo, estos dos últimos elementos se transformaron en anclajes de per-cepción en los grandes sectores poblacionales.

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De esta manera, a pesar del amplio debate sobre las acepcio-nes de los términos, debemos acuñar uno propio que nos permita adelantar los análisis históricos que pretendemos realizar toman-do en cuenta que el caudillismo es un fenómeno referido al mane-jo del poder que va más allá de Venezuela, y que en el plano de lo concreto determinó los cauces republicanos de las naciones hispa-noamericanas durante el siglo XIX. El caudillismo en Venezuela se mecanizó como un sistema de manejo del control político, social y de defensa, que se fundamentó en la desintegración de lo nacio-nal para conformar redes de poder que lograron ir centralizando, en polos locales y regionales, las regulaciones necesarias en favor en un caudillo central que representara esa idea de lo nacional, quien a su vez manejaba una relación simbiótica con respecto a los espacios de poder en las escalas referidas de la mencionada red. ¿Qué sostiene esta red? Pues la capacidad de los caudillos, en sus diversos espacios, de construir bases efectivas del poder, en espe-cial por el hecho de contar con fuerzas de defensa patronales que garantizaban el dominio de la violencia. Así pues, el caudillismo venezolano se caracterizó por la inexistencia de un ejército nacio-nal y la presencia de un complejo sistema de fuerzas de defensa en diversas escalas territoriales vinculadas con relaciones patronales y no institucionales: “…el vínculo de cada caudillo y sus subor-dinados tampoco tiene ningún carácter formal ni jurídico, sino que el poder que ejerce cada caudillo sobre su grupo es fáctico…” (Urbaneja, 1975: 137).

A partir de lo expuesto podemos acercarnos a una idea del funcionamiento de la red y los roles de los caudillos en las diver-sas escalas de de la misma, los cuales fueron otorgándole carácter orgánico a un sistema completamente disgregado (hacemos la salvedad de que de ninguna forma hablamos de absolutos, pero sí de tendencias efectivas del manejo del poder en función de una dinámica centralizadora que fomentó el ideal de un Estado nacio-nal). Diego Bautista Urbaneja nos propone una manera de enten-der el sistema, al que define como caudillismo piramidal:

…esa pirámide caudillista se configura como un conjunto de re-laciones intransitivas, es decir que el caudillo mayor obtiene la sumisión de los inmediatamente inferiores y estos a su vez de los caudillos aun menores y así, en principio, sucesivamente, pero sin que el caudillo mayor pueda contar directamente con la obediencia de toda red o pirámide caudillesca sino a través de la sumisión de cada escalón inferior respecto del escalón superior. C1 (caudillo principal) puede dar órdenes al caudillo que está sometido, C2, y este último a su inferior, C3, pero C1 no puede dar órdenes directamente a C3, sino que tiene que contar con C2, pues C3 obedece a C2 y no a C1 (Urbaneja, 1975: 137).

Esta realidad, que no consideramos sea la única determinante ya que seguramente encontraremos particularidades resguarda-das en los archivos nacionales, nos permite plantearnos dos con-clusiones puntuales. En primer lugar, superar la visión román-tica del caudillo como líder de masas, benefactor, carismático e identificado con lo rural, que se implanta particularmente en la historiografía escolar, para entonces resaltar que el caudillo ve-nezolano –cuando hablamos de venezolano hacemos referencia a lo nacional– es un gran relacionista público que logra concen-trar poder con base en lealtades exentas de formalismos. Pero este escenario nos lleva al segundo lugar de la cuestión, el escenario político venezolano del siglo XIX estuvo prácticamente reservado a estos personajes, salir de este orden conllevaba a la inestabilidad. Colocarse al margen del sistema caudillista representaba quedar fuera del poder político, es decir, sin posibilidades de poseer cuo-tas de control efectivo. En este sentido, una de las vías para quien no fuese un caudillo o trabajase en función del sistema, consistía en asumir una posición crítica y opositora al aparataje político establecido, en este contexto hay que resaltar que algunos grupos de intelectuales vieron en la estructura establecida un obstáculo a la instalación de un proyecto de Estado nacional moderno.

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caudillos e intelectuales: una relación incómoda en la difusión de ideas

Resulta ingenuo afirmar que toda la intelectualidad venezolana se negó a acoplarse al sistema caudillista, pues muchos de los lí-deres nacionales del siglo XIX fueron tolerantes y propulsores de aspectos como las Bellas Artes o la creación de Academias como la Academia Nacional de la Historia, fundada el 28 de octubre de 1888 por decreto del presidente Juan Pablo Rojas Paúl3. Sin embargo, también tomemos en consideración que en el seno de los intelectuales aparecieron formas sustanciosas de oposición al sistema caudillista, ya que este asfixió en buena medida elemen-tos que este sector consideraba claves, como la universidad y la participación política plena. La relación entre los caudillos y los intelectuales se podría calificar como complicada y ambigua:

El ambiente de la decadencia desintegradora resulta negativo para

un esfuerzo espiritual de vigorosas realizaciones. No es que Vene-

zuela no produzca por entonces personalidades intrínsecamente

capaces para el ejercicio intelectual de suprema calidad, es que la

inclemencia nacional, así en la persuasión por los tiranos como

en la indiferencia social general, quiebra esas individualidades, o

las lleva a naufragar en la complicidad; disyuntiva trágica: pues

era irresistible la corrupción, o frágil la contextura ética que en-

gañosamente pareció aptitud para elevado magisterio (Salcedo

Bastardo, 1972: 523).

3 El gobierno de Juan Pablo Rojas Paul, entre los años 1888 y 1890, es ca-racterizado por la historiografía tradicional como de orden civilista, sin embargo, consideramos que la dinámica de poder en torno al caudillismo como sistema perduró durante su gobierno bajo las variables desarrolla-das por el gobierno de Guzmán Blanco, ya que, como hemos menciona-do, este fue la forma de acceder al poder real en Venezuela, a la par de ser la representación cultural del poder en el país. Con el fin de su gobierno se agudizó la crisis del liberalismo amarillo, lo que fue el signo característico de los ritmos políticos de la década de 1890.

El escenario nacional era poco propenso para un desarrollo intelectual pleno y mucho menos disidente, ya que se limitaba o había poco interés en las propuestas de este sector, generándose así una especie de cerco que se evidenció de forma notoria en tres elementos que para la intelectualidad eran básicos para el desa-rrollo pleno de la idea republicana: la prensa, la universidad y la educación pública.

No podemos negar que la prensa fue muy dinámica durante el siglo XIX, sobre todo por su función política y como princi-pal mecanismo de difusión de los conceptos de los intelectuales opositores, incluso, luego de la independencia podríamos hablar de un primer momento que fue propenso para el debate de las ideas en el fragor de la disputa entre liberales y conservadores. Sin embargo, con la llegada de los Monagas al poder y los acon-tecimientos de 1848, la prensa se vio coartada por el elemento político, a esta etapa la podemos considerar como un segundo momento dentro de la opinión pública republicana. Historiado-res críticos como José Luis Salcedo Bastardo (1972) consideran que este medio jugó a favor de los factores de poder establecidos, pues mantuvo posiciones condescendientes hacia gobernantes y políticos, olvidando su función de ámbito para el debate público de ideas. Lo cierto es que durante el siglo antepasado se produjo una explosión de las empresas dedicadas al área de las impren-tas a escala nacional, llegando paulatinamente a varias ciudades del interior de Venezuela: Barquisimeto, 1833; Barcelona, 1835; Mérida, 1840; Coro, 1842; Carúpano, 1853; San Cristóbal, 1835; Trujillo, 1865. Durante esta época se establecieron 238 empresas de prensa. Entonces, ¿cuál era el descontento de los intelectuales? Cecilio Acosta afirmaba que la prensa era un vehículo para la al-fabetización popular, cuestión que no se practicó, quizás, por no existir un verdadero interés en avanzar en esa dirección:

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No desempeña el periódico la tarea de libro del pueblo que le

señalaba Acosta, Cuando no lo mueve la vehemencia, desatada

para la demagogia y la confusión, es el desgobierno el que usa

todos sus resortes a fin de que no haya más que un periodismo

genuflexo, insensible al país (Salcedo Bastardo, 1972: 524).

En definitiva, la prensa, si bien fue muy criticada, también fue vehículo para que la intelectualidad opositora expusiera sus ideas –así lo veremos más adelante al referirnos al caso del guzmancismo–, en especial si tomamos en consideración el pa-pel que ejerce la opinión en los entramados gubernativos: “…la acción humana y los procesos sociales no pueden ser objeto de principios generales, sino de opiniones, estas se convierten en el objeto privilegiado de una dialéctica, cuyos particulares procedimientos argumentativos garantizan una verdad política” (Sánchez Parga, 2005: 76).

el caudillo a la Guzmancista

Para abordar esta idea partiremos de una premisa fundamental: Antonio Guzmán Blanco no modificó ni recodificó ni muchos menos replanteó la estructura básica que mecanizó el sistema caudillista, por el contrario lo profundizó, institucionalizó y par-ticularizó, razón por la cual proponemos la existencia de una eta-pa en la que el caudillaje asumió rasgos guzmancistas, al punto que los elementos provenientes de dicha singularización se trans-formaron en el eje que conectó a los tres gobiernos del personaje, así como a aquellos que permanecieron bajo su influencia; en po-cas palabras, el guzmancismo se extendió más allá de los gobier-nos de Guzmán Blanco.

Con el inicio de la revolución de abril de 1870, mediante la cual las tropas afines al proyecto liberal amarillo finiquitarían el

poder de los Monagas4, el caudillaje aparece como uno de los fac-tores que permitieron el despliegue efectivo de las operaciones de combate a escala regional, pues los jefes locales se revelaron como las figuras que detentaban el liderazgo en las provincias durante la etapa histórica conocida historiográficamente como la guerra Larga o guerra Federal5. En este contexto aparecieron figuras como Matías Salazar, José Ignacio Pulido, Joaquín Crespo, Francisco Li-nares Alcántara y Aquilino Suárez, entre otros, quienes poseían fuerzas de defensa particulares y, por lo tanto, contaban con cuotas efectivas de poder en medio del fragmentado territorio nacional. Estos hombres se transformaron posteriormente en piezas funda-mentales del proceso de pacificación de buena parte del territorio una vez que Guzmán Blanco asumió el gobierno central, en este sentido resulta relevante recalcar la existencia de una relación sim-biótica en las que ambas partes se ven en un inicio beneficiadas:

De manera pues que, en la estructuración del sistema político guz-

mancista, los caudillos van a ocupar un lugar estelar en la medida

4 Utilizamos la conceptualización de poder propuesta por José Sáchez Par-ga: “Todo poder consiste en fuerzas de índole muy diversa, que van desde los recursos militares hasta el contingente de un pueblo, pasando por las razones y motivos para el ejercicio del poder, todas son fuerzas políticas, que integran un poder. Cualquier realidad, desde las leyes hasta la liber-tad de los ciudadanos, pasando por el mismo deseo de poder o pruden-cia del actor político se constituyen en fuerzas del poder de este; o más exactamente, es el poder el que transforma en sus propias fuerzas todas estas realidades, y sin un poder que las integra tales hechos y recursos no serían reales fuerzas de un poder político” (Sánchez Parga, 2005: 54). La conservación de cuotas de poder residual le permitió a la familia Monagas llevar a cabo la revolución azul de 1868 que, liderada por un octogenario José Tadeo Monagas, llevó a la presidencia de la República a José Ruperto Monagas. La revolución de abril de 1870 fustigó dicho poder residual, determinando así el final de la influencia de la dinastía de los Monagas en el campo de lo político nacional.

5 La guerra Federal, guerra de los Cinco Años o guerra Larga, tuvo lugar en Venezuela entre los años 1859 y 1863.

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Guzmanato e intelectualidad: Breves apuntes…Carlos Franco Gil

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que son elemento sustancial del proceso de pacificación y estabi-

lización política. El acuerdo que se erige entonces entre Guzmán

y los caudillos y que favorece un modus vivendi donde Guzmán

obtiene el poder central y los caudillos conservan una parte im-

portante de sus cuotas de poder local… (Quintero, 2011: 16).

Es fundamental acotar que lo importante no es tanto el apego ideológico o el posible proyecto en común de los diversos líderes locales, sino la fidelidad que se establece a partir de los beneficios obtenidos por los caudillos regionales, cuestión que se evidencia en casos como el de Juan Bautista Araujo, caudillo andino que pactó con Guzmán Blanco durante la segunda presidencia del “Ilustre Americano”, a pesar de ser un declarado y público con-servador. El objetivo primordial era consolidar la red de poder. A primera vista solo se aprecia la repetición de los mecanismos para el manejo efectivo del poder del Estado en la Venezuela re-publicana del siglo XIX –básicos para la construcción de las bases del mismo–, sin embargo, Guzmán Blanco acomete dos procesos que singularizaron su forma de gobernar el país bajo este sistema: institucionalizar6 y centralizar el caudillismo.

La institucionalización del caudillaje con Guzmán Blanco empezó a tomar forma, tras la reacción alcantarista7 de 1877, me-

6 Cuando nos referimos a institucionalizar empleamos el concepto desarro-llado por Sánchez Parga, quien comenta: “…los planteamientos que in-troducen el tratamiento político sobre las instituciones: en primer lugar, toda acción política es portadora de contenidos y alcances institucionales, sobre todo cuando lo que se institucionaliza son determinados modos de actuar; es decir, posee ya un carácter institucional; en segundo lugar; y por consiguiente las instituciones han de ser pensadas no solo como organis-mos o aparatos, sino también en cuanto a acción política, relaciones de poder, de lucha y conflicto” (Sánchez Parga, 2005: 431).

7 Durante el gobierno de Francisco Linares Alcántara (1877-1878) se ini-ció en varias ciudades importantes de Venezuela una reacción contra el ex presidente Antonio Guzmán Blanco, quien se había ausentado del país después de haber asumido la presidencia Linares Alcántara, pero todavía

diante la creación de los distritos militares, los cuales cumplieron una rol de control en el área de la defensa y funcionaron como una herramienta política sobre la cual Guzmán ejercía una deci-siva influencia, a pesar del reconocimiento a los liderazgos regio-nales. Se crearon cinco delegaciones en todo el país, como nos lo refiere Inés Quintero en su ensayo El sistema político guzmancista:

• Distrito del Centro: estados Bolívar, Guzmán Blanco, Guári-co, Apure y Maracay, encargado a Joaquín Crespo.

• Distrito Sur de Occidente: estados Carabobo, Cojedes, Por-tuguesa, Zamora y el departamento de Nirgüa, encargado a Gregorio Cedeño.

• Distrito Norte de Occidente: zonas del actual estado Yaracuy, Barquisimeto, Falcón y Zulia, encargado a Jacinto Lara.

• Distrito La Cordillera: estado Los Andes, encargado a Juan Bautista Araujo.

• Distrito de Oriente: estados Bermúdez y Oriente, encargado a José Eusebio Acosta.

Con esta distribución se establece una especie de fórmula guzmancista que:

…funciona sin mayores modificaciones durante la mayor parte de

las distintas administraciones guzmancistas (septenio, quinque-

nio y bienio), se constituye en el modelo clásico del predominio

del liberalismo amarillo y se mantiene en la medida en que hay

la presencia de una figura que, como la de Guzmán, logra nuclear

las distintas facciones en torno a su persona. Sin embargo, aun

continuaba ejerciendo influencia a través de sus partidarios; uno de los voceros de la protesta antiguzmancista fue el periódico La Tribuna Liberal. Según algunos indicios historiográficos y documentales, Linares Alcántara alentó estas acciones en contra de la figura de Guzmán Blanco.

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cuando funcionó parcialmente de manera exitosa, ya que le permi-

tió a Guzmán mantener su influencia, con sus altos y sus bajos, por

espacio de dieciocho años, no puede afirmarse de manera tajante

que el modelo fuera absolutamente estable y que no se hubiesen

presentado perturbaciones y dificultades en las cuales se vieron

involucrados caudillos descontentos y sectores regionales que no

vieron bien representados sus intereses (Quintero, 2011: 23).

Hacia 1881 se llevó a cabo el reordenamiento que organizó al país en nueve estados federales: Bermúdez, Oriente, Guzmán Blanco, Carabobo, Occidente, Los Andes, Bolívar, Zulia y Falcón. ¿Quienes serían los primeros presidentes de esos estados? Pues los caudillos que soportaban el peso del poder durante la época: Crespo, Lara, Araujo, Suárez, entre otros. De este modo el sistema caudillista asume de forma evidente un peso jurídico sustancial que le permitió consolidarse, pues que si bien ya estaba estableci-do en el plano real del ejercicio del poder, ahora podía contar con las leyes del Estado nacional a su favor.

A la par de institucionalizar la práctica, Guzmán Blanco cen-tralizó la administración de los recursos mediante la aplicación, con varias limitantes de forma, de la figura del situado constitu-cional, bajo la premisa de repartir de manera equitativa los re-cursos sin importar el grado de ganancias que se obtuviera en cada estado. Aquí notamos una visión más amplia en el fomento de la percepción de lo nacional en el proyecto guzmancista. Los ingresos provenientes de aduanas y salinas fueron amparados por un mecanismo que reguló la distribución de recursos entre las distintas entidades regionales por parte del Estado central.

¿Cómo fue recibida la aplicación de este tipo de iniciativas en las regiones? La consolidación del sistema caudillista a través de representaciones institucionales permitió que estas decisiones fueran apoyadas por la mayoría de los líderes en las regiones, tal y como se evidencia en esta carta, fechada el 11 de noviembre de 1872, de José Eusebio Acosta dirigida a Antonio Guzmán Blanco:

… Las salinas de Araya bajo el centralismo producían por tér-

mino una renta de $100.000 al año y bajo aspecto tan halagüeño

Cumaná acogió con entusiasmo la Federación; U. Sabe lo demás

de la historia: los Estados salineros se disputaron el mercado de

la especia y a fuerza de vender barato sin aumentar el consumo

destruyeron su renta (…) Lo alcanzado a concebir acercará la

cifra del Tesoro, y los Estados asegurando el situado tendrán paz,

regularidad y progreso como consecuencia de la administración

interior que podrán fundar.

Los factores expuestos nos permiten concluir que existió una especie de caudillismo a la guzmancista que exaltó su figura como eje de la política entre los años 1870 y 1888.

Guzmancismo e intelectualidad

La figura política de Guzmán Blanco fue contradictoria. Sig-nificó un quiebre con respecto a varios elementos presentes en las ideas que sobre el caudillo se manejaban para la época, especialmente en el terreno de la cultura se alcanza a ver con mayor matiz tal singularidad. Durante sus gobiernos se avanzó en el desarrollo de infraestructuras arquitectónicas con fines culturales y la promoción del arte, la literatura y la música al-canzó a niveles poco vistos en nuestro país antes de su ascenso al poder. Pero estos beneficios, más allá de la presencia de una personalidad forjada bajo la influencia francesa y los gustos eu-ropeos, estuvieron acompañados de tres elementos a los cuales podemos acercarnos bajo lecturas precisas. En primer lugar, se concibió la cultura como un mecanismo para realzar el caris-ma y figura de un Guzmán Blanco que estaba alejado del perfil del líder carismático tradicional. En segundo lugar, el Ilustre Americano se rodeó puntualmente de un grupo de intelectuales que fue privilegiado tanto en protagonismo como en recursos,

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lo que, en tercer lugar, generó, a nuestro parecer, una novedosa base efectiva de legitimación de su poder: la justificación inte-lectual de su régimen.

Estos planteamientos se fueron constituyendo mediante un buen labrado camino que el presidente inicia con la moderni-zación de la Universidad de Caracas, la fundación del Institu-to Nacional de Bellas Artes, la construcción del entonces teatro Guzmán Blanco (hoy teatro Municipal de Caracas), el Decreto de Instrucción Pública, la construcción el parque El Calvario, el patrocinio de publicaciones y la protección y resguardo de la obra intelectual de los autores venezolanos a través del recurso del Depósito Legal. Para estas funciones Guzmán Blanco delegó el desarrolló de las políticas públicas del área cultural a Julio Cal-caño, buscando “…a la par de engrandecer la figura del caudillo, motivar un orgullo por las manifestaciones y logros que el país se empeña en edificar” (Pérez, 2011: 94).

Igualmente, Guzmán Blanco logró concentrar a su alrededor a grandes exponentes de la época en diversas áreas de la cultura y la intelectualidad, como los pintores Martín Tovar y Tovar, Arturo Michelena y Cristóbal Rojas, quienes fueron becados para estu-diar en escuelas de arte francesas. Músicos como Felipe Larra-zábal y Federico Vollmer, o literatos como Nicanor Bolet Plaza o César Dominici igualmente contaron con apoyo tácito y explícito para el desarrollo de sus obras.

Consideramos que Guzmán Blanco logró una especie de re-conciliación con la intelectualidad por los factores simbióticos antes señalados que beneficiaron a un sector dejado a un lado por las anteriores gestiones gubernamentales, hecho del cual el Ilustre Americano estuvo consciente, expresándolo en su discurso inaugural de la Academia Venezolana en 1883:

No hago en este día sino obedecer a una nueva imposición de mi

destino: ese que desde mi infancia ha venido apartándome del

camino de mis inclinaciones (…) ¿No encontráis inexplicable que

al cabo de una vida entera al servicio de la Patria, entregado a la

politica y preocupado del estudio de la difícil ciencia administra-

tiva, venga a discernírseme, como una octava imposición, la Pre-

sidencia de la Academia Correspondiente, que instalamos hoy…

El perfil de Guzmán Blanco se edificó paulatinamente a par-tir de la construcción de una discursividad intelectual que aunque no lo hizo ajeno a la figura del caudillo, sí lo dotó de característi-cas muy peculiares. Una de las tendencias intelectuales que estuvo cerca de Guzmán fue la de los positivistas, representantes y adep-tos a la corriente de pensamiento en boga a finales del siglo XIX, quienes respaldaron la idea guzmancista de progreso civilizatorio, destacando figuras como las de Adolfo Ernst, Rafael Villavicencio, Lisandro Alvarado, José Luis Fortoul y Julio César Salas.

Entonces, si encontramos un escenario donde los benefi-cios a la intelectualidad eran tan altos, ¿porque los intelectuales se opondrían a Guzmán? Hay que tomar en cuenta que aunque el caudillo caraqueño utilizó estos mecanismos, en el círculo de intelectuales que se fue formando y que progresivamente fue fun-damentando su proyecto político desde un orden particular –en este caso el intelectual–, surgieron individualidades y colectivos que quedaron excluidos de dicha estructura y que se transforma-rían en un previsible opositor a la dinámica instalada:

…muchos y buenos escritores, intelectuales y artistas de este

tiempo, lo combatían con una dureza que no se había conocido

en Venezuela hasta ese tiempo en las arenas de la cultura. Una

legión de opositores de alto rango propinará al ilustrado caudi-

llo implacables recriminaciones, argumentales desarticulaciones

de sus ambiciones de cultura, desenmascararan a muchos de sus

más comprometidos personajes intelectuales y difundirán, en

cruentas sátiras y burlescas veladas, la imagen engañosa de una

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época que llevó sus apellidos de tanto tiempo y con tanto riesgo

(Pérez, 2011: 101).

La idea de llevar al país hacia los ideales liberales del progreso trajo consigo consecuencias que homogeneizaron en gran medi-da la actividad intelectual en función del poder que ejerció Guz-mán Blanco y su proyecto de construcción moderna de la nación, ante esto la respuesta fue clara, aunque con distintos niveles de contundencia. La cultura, factor por el que tanto se resaltara en la historiografía venezolana a Guzmán Blanco, también fue un cam-po para la crítica y la oposición a su figura. El Ilustre Americano y los intelectuales tuvieron una agridulce relación.

los delPinistas: ejemPlo de un oPositor bien humorado

De la misma manera que Guzmán no rompió con la estructu-ra del sistema caudillista aunque sí la singularizó, la oposición a Guzmán no va a exceder los parámetros comunes de esta práctica durante el siglo XIX republicano en Venezuela: “Su forma muy particular de gobernar, su larga permanencia en el poder y sus excesos megalómanos generan una serie de reacciones oposito-ras en diferentes sectores del país, como la Iglesia, los estudiantes, los intelectuales, incluso los mismos guzmancistas” (Hernández Bencid, 2011: 185).

Como ya referimos en el principio de nuestro ensayo, las for-mas reales de oposición al caudillismo se dieron bajo dos grandes corrientes, una ejercida por otros caudillos con pretensiones de abarcar el espectro de eso que se denominaba lo nacional pero que solo era un reflejo del endeble entramado del caudillismo, y otra de orden civilista, quizás descontextualizada en cuanto las dinámicas sociales de un país en el cual los intelectuales jugaron un papel fundamental.

Al llegar al poder mediante una revolución armada que luego intentó la pacificación del país, Guzmán experimentó una fuerte oposición desde lo militar y lo político, en este contexto, Francis-co Linares Alcántara, en un principio partidario del Ilustre Ame-ricano, lideró una oposición de peso en contra de Guzmán, no en vano este personaje accedió a la presidencia en 1877. Otros casos de oposición en el orden caudillesco que se destacan son los alza-mientos de José Ignacio Pulido y León Colina, ambos derrotados sin mayores consecuencias y a los que la historiografía antiguz-mancista ha identificado como líderes de movimientos populares con conciencia crítica hacia el gobierno, sin embargo, un acerca-miento más detallado nos lleva a ver que fueron figuras menores que utilizaron vínculos patronales para movilizar a sus tropas en función de intereses más inmediatos y materiales.

Ahora, en el orden de nuestra exposición nos interesa eviden-ciar cómo fue la oposición de orden civilista-intelectual a Guz-mán, en forma específica la expresada a través del movimiento delpinista que tuvo su etapa activa en el intervalo del primer go-bierno de Joaquín Crespo, cuestión que denotó que la crítica no estaba destinada unicamente hacia el gobernante o su gobierno, sino a todo un sistema de manejo del poder republicano que limi-taba las opciones de participación política y exaltaba la adulación en altos niveles, en especial dentro del área de la cultura y la in-telectualidad. Para esto se considera que: “…abierta o encubier-tamente, de frente o simbólicamente, marcarán distancia frente a Guzmán, frente a sus seguidores, frente a sus ideas y frente a sus acciones. Producirán un cuerpo doctrinario de oposición intelec-tual a un régimen político…” (Pérez, 2011: 103).

La intelectualidad, incluyendo a los positivistas, marcó un distanciamiento sustancial del guzmancismo, atacando una de las bases con las cuales el caraqueño construyó su fórmula de acceso y control del poder.

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La llegada de Crespo al poder en 1883, no representaba un cambio en la estructura y fórmula establecidas, esto era algo co-nocido en diversos sectores del país, así lo reflejan estas coplas dedicadas al “Taita de la Guerra”:

En el cielo manda Diosy Guzmán manda en la tierravámonos con Joaquín Crespoque es el Taita de la Guerra.

El peso de la figura de Guzmán Blanco continuaba presente a pesar de la intención de Crespo de alejarse de las políticas de su antecesor, de cualquier modo este personaje era un producto de dicho proceso político, por lo que tuvo que soportar los remanen-tes de esta influencia.

Uno de los sectores más activos en la crítica al sistema du-rante esta época fue el universitario, en especial por el rol que quería ejercer el poder ejecutivo sobre las universidades nacio-nales, lo que dinamizó una serie de protestas organizadas por estudiantes de la Universidad Central de Venezuela, quienes ge-neraron algunos disturbios en el centro de la capital que con-dujeron al cierre de esta universidad. Los estudiantes tomaron distintas vías para expresar sus posiciones, se organizaron para generar crítica y oposición a partir de las letras, la prensa e in-cluso la mofa política, tomando una alternativa de carácter civil en una realidad política donde la violencia y las representacio-nes de las dinámicas militares enmarcaban los imaginarios y co-tidianidades venezolanas de la época:

La reacción la promueven esta vez los estudiantes de la universi-

dad. Con el objeto de criticar al Ilustre Americano, a sus pompas

y a sus bombas, realizan una velada formidable, la Delpinada, en

la cual se valen de un humilde sombrerero llamado Francisco

Antonio Delpino, quien escribe versos extraños y confusos. Al

concederle calidad a esas composiciones sin valor, según ellos, en

la formalidad de un gran acto atacan por mampuesto la insensa-

tez de los guzmancistas (…) El regocijo de una sociedad some-

tida a 10 años de desplante acompaña al vejamen. Después del

episodio se editan periódicos oposicionistas, por medio de los

cuales una nueva generación propone cambios en la conducción

del país (Pino Iturrieta, 1993: 134).

Esta posición llevó las aguas de las protestas al territorio de la burla y el sarcasmo, iniciando igualmente una percepción en la que los sujetos formados dentro de la doctrina liberal pue-den identificar y plantear críticas sustanciadas al sistema, por lo que el movimiento va más a allá de una mera rencilla literaria y trasciende al campo de la oposición política de orden civil, como ya mencionamos.

La jornada cultural la Delpiniada se llevó a cabo en el teatro Caracas el 14 de marzo de 1885, con la organización de Lucio Villegas Pacheco, Manuel Vicente Romero García y Francisco L. Caballero, quienes invitaron al público general a una noche de cortejos y celebraciones para rendir honores a Francisco Anto-nio Delpino, conocido como el “Chirulí del Guaire”, en esta se interpretaron piezas musicales, se presentó la comedia biográfica El pez de agua y se condujo al homenajeado en hombros hasta el cerro El Guarataro. ¿Esta mofa qué representaba? Pues la adula-ción de los sectores intelectuales a un personaje incoherente, las referencias hacia el guzmancismo y su séquito intelectual fueron explícitas; la Delpiniada fue una crítica abierta al continuismo guzmancista y el personalismo del “Ilustre Americano”.

Pero lo más importante es que el movimiento prosiguió, ya que los estudiantes pusieron en circulación, en abril de ese año, el periódico El Delpinismo, con un concepto que quedó claro en el ejemplar número 2 del 9 de abril de 1885. El Delpinismo sal-dría cada vez que la junta lo creía necesario y el número suelto se

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vendió a locha8. Así pues se abrió una tribuna que permitiría ex-presar problemáticas puntuales de la realidad nacional como, por ejemplo, el cerco en la participación política. Veamos un extracto del ejemplar n° 1 de El Delpinismo, fechado el 5 de abril de 1885:

… Ya no es la libertad del pensamiento, la libertad de la palabra

la que se trata de ahogar en el corazón de la juventud: son las

ideas, los principios, como si no llevasen otro fin que despojar

al pueblo de su conciencia y oponerse a las manifestaciones más

inocentes, a las más levantadas aspiraciones, ¡sombras de Vargas

y Cagigal, avergonzaos…

Esta crítica abierta se volvió cada vez más radical y centrada en la necesidad de la participación política, este fragmento del artículo “Hablemos Claro II”, del ejemplar n° 9 del 10 de mayo de 1885, dice:

¿De qué valen las promesas de libertad eleccionarias, si esta ahí

el guzmancismo tendido como pulpo sobre Venezuela, obede-

ciendo a la consigna de su jefe, preparado a todo evento, y sus

esbirros levantado de la hez de esta sociedad, son procónsules en

los Estados, de esta sarcástica Federación y dominan a su antojo

sobre vidas y haciendas? ¿No está esta ciudad bajo el acecho de

una odiosa policía? ¿y los monopolios por que existen todavía?

¿Por qué no se remueven los defraudores del fisco? ¿por que no se

abarata la comida del pueblo con medidas eficaces? ¿por temor de

descontentar a Guzmán Blanco que en su insaciable avaricia aca-

8 Denominación de una moneda venezolana creada en el año 1876 por re-solución del entonces presidente de la república Antonio Guzmán Blanco, quien dispuso de la acuñación de una moneda de 2½ centésimos o cen-tavos de níquel, la cual recibió el nombre popular de locha, en la parte de Caracas, y de zagaletona en la zona central del país (Aragua y Carabobo). Dicha moneda tuvo acuñaciones en 1876 de 1.500.000 piezas y en 1877 de tan solo 500.000.

so propone nuevos planes para especular con la miseria Pública?

Los efectos del movimiento delpinista fueron amplios, tan-to en lo literario como en lo político. En primer plano permitió que la prensa fuese más crítica hacia Guzmán, lo cual tuvo un remanente evidente con la llegada de este en 1886 para cumplir su llamado bienio. En un segundo orden, los delpinistas son con-siderados como los principales exponentes y promotores del van-guardismo literario en Venezuela, cuestión que fundamentó el orden intelectual de esta manifestación opositora al caudillismo a la guzmancista. El final del movimiento fue violento ya que sus miembros fueron encarcelados y el periódico cerrado, sin embar-go, su estela no quedó en el olvido.

fuentes

PrimariasHemerográficas coetáneasEl Delpinismo, n° 2, Caracas, 9 de abril de 1885.

El Delpinismo, n° 8, Caracas, 7 de mayo de 1885.

El Delpinismo, n° 9, Caracas, 10 de mayo de 1885.

Suplemento alcance a la Delpinada, n°1, Caracas, 5 de abril de 1885.

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“¡temblad Perversos!” Iglesia, poder y miedos en la guerra de Independencia (1810-1814)

Carlos Alfredo MarínInstituto de Estudios Hispanoamericanos

Universidad Central de Venezuela

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su

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En este artículo se ilustra cómo la Iglesia católica construyó y ejerció el miedo social durante el proceso de la guerra de In-dependencia en la Provincia de Venezuela entre 1810 y 1814. Utilizando la categoría del miedo colectivo, situaremos el ac-cionar del arzobispo Narciso Coll y Prat para comprender cuá-les fueron los artilugios ideológicos y, por tanto, discursivos y simbólicos, para movilizar y controlar las actitudes de los feli-greses durante estos cuatro años. Además de esto, se mostrará al lector la naturaleza institucional del miedo católico, el cual refleja la crisis de un sistema de valores de amplio espectro; pero también, el drama histórico, cultural y emocional que la clerecía tuvo que enfrentar desde el 19 de abril de 1810 en ade-lante: la República independiente. En fin, se hace un balance de la voluntad de poder de la Iglesia en nuestro territorio.

Palabras clave: miedos, emociones, guerra, Iglesia, catolicismo, discursos, independencia.

tieRRa FiRMe No 112. Caracas, enero-junio 2017, pp. 35-69

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“¡Temblad perversos!” Iglesia, poder y miedos en la guerra…Carlos Alfredo Marín

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introducción

Debemos asomar esta idea: La Iglesia teme, pero también in-funde temor. Este miedo tiene un rostro y una intención de

poder indiscutible desde sus inicios, hace dos milenios1. Debemos hablar de esto sin juicios de valor, sopesando sus ideas y sus con-textos dentro de la guerra emancipadora venezolana, sabiendo que es una de las teologías y doctrinas religiosas más arraigadas en el mundo. Al hablar del miedo católico hay que definir los lineamien-tos generales de la institución eclesiástica que, entre 1810 y 1814, va a imperar en los límites de las diócesis de Caracas o Venezuela, en la Diócesis de Mérida-Maracaibo y la Diócesis de Guayana2.

Toda definición del miedo católico debe hacerse desde dos polos: primero, la interpretación subjetiva que la Iglesia hace de lo temido3; dos, basándose en esa previa asimilación, la manufactura de construcción ideológica que busca controlar desde el púlpito a los fieles. Concretamente: La Iglesia teme a ciertos estímulos epo-cales y, contra ellos, lanza al ruedo distintas amenazas con el fin

1 Véase Michael Burleigh, El poder terrenal. Religión y política en Europa. De la revolución francesa hasta la primera guerra mundial. Madrid: Taurus, 2005, pp. 15-38.

2 Para toda esta caracterización del miedo católico vamos a basarnos en los valiosos estudios de Francisco José Virtuoso, quien ha trabajado acucio-samente todo lo referente a la crisis de la catolicidad en Venezuela en los primeros años de la emancipación. Véase Francisco José Virtuoso, La crisis de la catolicidad en los inicios republicanos de Venezuela (1810-1813). Cara-cas, Universidad Católica Andrés Bello, 2001; y su artículo “Los curas de Caracas entre la revolución y la tradición (1810-1813), Revista Montalbán, Estudios reunidos en homenaje a Hermann González Oropeza, S.J., nº 32, Caracas, Universidad Católica Andrés Bello, 1999, pp. 163-218.

3 Para efectos de este artículo solo ilustraremos la reacción de la Iglesia ante los agentes del miedo social dentro del panorama de los primeros cuatros años del proceso de la guerra de Independencia venezolana, es decir, nos centraremos en los señalamientos temerosos para comprenderlos en todas sus conexiones históricas.

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In this article it is illustrated how the Catholic Church construc-ted and exercised social fear during the process of the war of independence in the Province of Venezuela between 1810 and 1814. Using the category of collective fear, we will situate the ac-tions of Archbishop Narciso Coll y Prat in order to understand what the ideological and discursive and symbolic devices, there-fore were used, to mobilize and control the attitudes of parishio-ners during these four years. In addition to this, the reader will be shown the institutional nature of Catholic fear, which reflects the crisis of a broad-spectrum value system; but also the histo-rical, cultural and emotional drama that the clergy had to face since April 19, 1810 onwards: the independent Republic. Finally, a balance is made about the will of the power of the Church in our territory.

Key Words: fears, emotions, war, Church, catholicism, speeches, independence.

“tremble, Perverse ones!” Church, Power and Fears in the War of Independence (1810-1814)

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“¡Temblad perversos!” Iglesia, poder y miedos en la guerra…Carlos Alfredo Marín

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de perpetuar su poder. De tal manera que queda definido siempre y cuando se cumpla este juego dual entre interpretación subjetiva y elaboración de amenazas.

En este sentido, vamos a entender lo católico o el catolicismo como todo lo perteneciente a esta religión fundada por Cristo, manifestada en sus símbolos, en su teología y misterios sacra-mentales, su institucionalidad eclesiástica y exigencias morales, tal cual ha venido evolucionando a través de los siglos hasta hoy. En el caso venezolano podemos hablar de catolicismo institucio-nal desde el Sínodo celebrado en la ciudad de Santiago de León de Caracas en 16874.

Ahora bien, el miedo católico como interpretación-coacción de distintas amenazas de orden religioso establece una diferen-ciación conceptual. Como hemos planteado, este se erige puertas adentro del edificio apostólico universal; toma forma dentro del Vaticano y la Arquidiócesis. El catolicismo, como pulpa doctrinal, nace y se fortalece verticalmente dentro del círculo de la tribuna obispal. Otro asunto es la catolicidad, siguiendo la propuesta de Francisco José Virtuoso: “La catolicidad es un concepto más am-plio que expresa la constitución de una cultura cimentada sobre un modelo determinado de catolicismo”, además apunta que: “La catolicidad es un modelo global de relaciones sociales y políticas en donde el vínculo entre los componentes de esa sociedad y la obediencia y sumisión a las autoridades están orientadas por un modo de entender el Catolicismo”5.

4 Véase Manuel Gutiérrez de Arce, El sínodo diocesano de Santiago de León de Caracas de 1687. Caracas: Academia Nacional de la Historia, Colección Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela, 1975, t. I, pp. 9-20 y Síno-dos Americanos 5. Sínodo de Santiago León de Caracas. Madrid: Centros de Estudios Históricos del CSIC e Instituto de Historia de la Teología Espa-ñola de la UPS, Colección Tierra Nueva y Cielo Nuevo XIX, dirigida por Horacio Santiago Otero y Antonio García y García, 1986, pp. 28-34.

5 Francisco José Virtuoso, La crisis de la catolicidad en los inicios republica-nos de Venezuela (1810-1813)…, pp. 14-15.

La catolicidad es el andamiaje o la conjunción en el tiem-po y espacio de la doctrina católica. Por tanto, todo en ella viene dado por un asentamiento de la fe dentro de la cotidianidad de los sujetos. La catolicidad es el envase donde la doctrina católica se sostiene; el enorme recipiente donde los sujetos se organizan y conviven, debaten y proyectan su cultura dentro del dogma.

¿Qué es el miedo católico?

El miedo católico funciona en primer término gracias al desplie-gue de una amenaza que se interpreta y, en todo caso, ante la cual se reacciona. Es decir –y esto será nuestro norte en las próximas páginas–, cuáles son los agentes sociales que provocan temor y que ponen en juego la estabilidad del dogma si no se les combate de frente. Pero debemos anunciarlo: Cuando la amenaza eclesiástica es lanzada desde el púlpito, cuando es patentizada simbólicamente en la procesión, cuando se oraliza en los espacios públicos y pri-vados, entonces pasamos a otra fase. Un nivel donde el constructo ideológico –donde se deposita la amenaza institucional– pasa a ser de dominio o contagio colectivo. Aquí se propaga envuelto en el sahumerio y los cantos devocionales, gracias a la activación de la catolicidad plena, amplia, expedita, contagiosa y popular.

Para profundizar en la naturaleza del miedo católico es me-nester citar aquí a Giovani Botero, escritor renacentista italiano:

Entre todas las leyes no hay ninguna que sea más a favor de los

príncipes que la cristiana, porque esta no solamente les somete

los cuerpos y haciendas de los vasallos para lo que conviene, pero

también los ánimos y las conciencias, y liga las manos, los estados

y los pensamientos de ellos6.

6 Citado por José Antonio Marina, La pasión del poder. Teoría y práctica de la dominación. Barcelona: Anagrama, 2008, p. 53.

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En efecto, el miedo católico se vale de la necesidad atávica del hombre de venerar lo desconocido7, utiliza la ignorancia de los su-jetos para atarlos a la superstición8 y echa mano de la fe y la ima-ginación para oponerse a toda explicación racional de la realidad9. Según Michel Foucault, existe la pragmática católica o “la pastoral cristiana”, técnica que cultiva el examen, “la confesión, la direc-

7 Según Fiedrich Nietzsche la religión cristiana es “una especie de senti-miento de miedo y terror de sí mismo. Pero al mismo tiempo es un sen-timiento extraordinario de felicidad y elevación”. Apunta enfáticamen-te: “Ni la moral ni la religión, en el cristianismo, están en contacto con ningún punto de la realidad. Causas manifiestamente imaginarias (‘Dios’, ‘alma’, ‘yo’, ‘espíritu’, ‘libre albedrío’, o también ‘el no libre’); efectos ma-nifiestamente imaginarios (‘pecado’, ‘redención’, ‘gracia’, ‘castigo’, ‘perdón de los pecados’). Una relación entre seres imaginarios (‘Dios’, ‘espíritus’, ‘almas’); una ciencia de la naturaleza imaginaria (antropocéntrica; abso-luta falta del concepto de las causas naturales); una psicología imaginaria (manifiestos malentendidos sobre sí mismo, interpretaciones de senti-mientos generales o agradables o desagradables, por ejemplo, de los esta-dos del nervus sympathicus, con ayuda del lenguaje mimético de idiosin-crasia religiosa-moral: ‘arrepentimiento’, ‘remordimiento de conciencia’, ‘tentación del demonio’, ‘la cercanía de Dios’)”. Véase Friedrich Nietzsche, “El anticristo”, en Agustín Izquierdo. La filosofía contra la religión. Madrid: Editorial EDAF, 2003, pp. 173-174

8 Arthur Schopenhauer afirma que las religiones son el sustento de los tro-nos, pues, “…como ya sabes, las religiones son como las luciérnagas: ne-cesitan la oscuridad para iluminar. Cierto grado de ignorancia general es la condición de todas las religiones, es el elemento en el que solo pueden vivir”. En una sentencia final: “La ignorancia es el suelo de la fe”. Véase Ar-thur Schopenhauer, “Sobre la religión”, en Agustín Izquierdo, La filosofía contra la religión…, p. 146.

9 Paul Henri Thiry d’Holbach destaca lo siguiente: “Toda religión no es más que un sistema imaginado para conciliar nociones inconciliables (…) Toda religión anuncia un Dios oculto, cuya esencia es un misterio; en consecuencia, la conducta que se debe tener con Él es tan difícil de concebir como la esencia de ese Dios mismo (…) Los fundadores de toda religión han probado comúnmente sus misiones por los milagros. ¿Pero qué es un milagro? Es una operación opuesta directamente a las leyes de la naturaleza”. Véase Barón d’Holbach, “El buen juicio”, en Agustín Izquier-do, La filosofía contra la religión…, p. 104.

ción de la conciencia y la obediencia”. El fin último: “conducir a los individuos a que contribuyan a su propia mortificación en este mundo”10. Es necesario leer la cita completa:

La pastoral cristiana asocia estrechamente ambas prácticas. La

dirección de conciencia constituía un lazo permanente: la oveja

no solo se dejaba conducir para salir victoriosa de un paso difícil,

se dejaba guiar en todo momento. Ser guiada era un estado, y se

estaba fatalmente perdido fuera de él. Aquel que no se somete a

consejo se marchita como una hoja muerta, dice la eterna canti-

nela. En cuanto al examen de conciencia, su finalidad no era cul-

tivar la conciencia de uno mismo, sino permitir que esta se abriese

enteramente a su director, revelarle las profundidades del alma11.

Hay una ruta para acceder a las “profundidades del alma”, como dice el maestro francés. Una sencilla y macabra. Un artilu-gio milenario: usar la muerte corporal –el temor natural de todo ser humano– y convertirlo en una tenaza moral capaz de doblar los espíritus y los cuerpos hacia una conducta específica. En pa-labras de Enrique González Duro, el miedo hecho por el hombre, sobre todo el religioso, “…convirtió el miedo primario, media-tizándolo, en horror de cualquier transgresión a las normas. No lo abolió, pero lo canalizó, y en cierto modo, lo domesticó”12. El miedo católico, por ende, es un miedo domesticado, uno bien insistente, que habla “para ser escuchado, imaginado, con el fin de ser obedecido; la meta: obtener la sumisión y la obediencia”13.

10 Véase Michel Foucault, “Omnes et singulatim: Hacia una crítica de la ra-zón política”, en La vida de los hombres infames. Ensayos sobre desviación y dominación. Buenos Aires: Editorial Altamira, 1993, p. 284.

11 Íd.

12 Enrique González Duro, Biografía del miedo. Los temores en la sociedad contemporánea. Barcelona: Random House Mondadori, 2007, p. 18.

13 Ibíd., p. 19.

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Zygmunt Bauman asegura que la muerte tiene la capacidad de inyectarle más sentido a la vida terrenal. Tal “manipulación” es “insoslayable”, pues “…todas las culturas pueden ser vistas como artefactos ingeniosos pensados para enmascarar y/o adornar ese rostro y hacerlo ‘contemplable’ y ‘llevadero’, pero ni la política ni la economía tardan en darse cuenta de la oportunidad y aprove-charla”14. Aquí la cita in extenso:

El fenómeno manipulable y capitalizable en este caso es el miedo

a la muerte, un “recurso natural” que puede presumir de tener

existencias infinitas y de ser completamente renovable. Por inge-

niosas que sean las estratagemas destinadas a exorcizar de nues-

tra mente el fantasma de la muerte, el miedo en sí a la muerte

(aunque sea en forma reducida, reestructurada o reubicada) no

puede ser ahuyentado de la vida humana15.

El objeto ejemplarizante que tomo para explicar el miedo ca-tólico está en la actuación del arzobispo Narciso Coll y Prat entre 1810 y 1814, lo cual lo ubica entre los dos ensayos republicanos en territorio venezolano16. Desde allí vamos a encuadrar la voz del arzobispo para capturar los mecanismos institucionales para combatir a la república a través del miedo.

14 Zygmunt Bauman, Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temo-res. Barcelona: Paidós, 2007, p. 54.

15 Ibíd., pp. 72-73.

16 Vamos a basarnos en el valioso estudio preliminar que hace José del Rey Fajardo, titulado “Las meditaciones del arzobispo Narciso Coll y Prat y la Independencia de Venezuela”, a la obra Narciso Coll y Pratt, Memoriales sobre la independencia de Venezuela. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 2010, pp. 13-145.

la PraGmática del “saludable temor”

Ante las amenazas epocales que procuraban el desbarrancadero de la tradición colonial, el arzobispo Narciso Coll y Prat acudiría a las cataplasmas del miedo para combatir los fundamentos del republicanismo. En el abismo de la guerra social todos los artilu-gios políticos e ideológicos son válidos. Había que acertar golpes; devolverlos con energía y voluntad, reutilizando los mecanismos de coacción acendrados en la historia inquisitorial española des-de el siglo XVI17. Volver a las antiguas tenazas para fabricar en la Provincia de Venezuela un torno implacable, capaz de doblegar los cuerpos y almas, pasarlos por las tuercas del arrepentimiento, conducirlos por los paisajes del castigo divino, hasta que impíos e impías, todos y todas, volviesen a los rieles del Monarca y el Señor. Que todos se inclinasen ante el abecedario del terror. Que nadie se quedase sin suplicar ni llorar. El fin último: la sumisión de la grey, la salvación de la catolicidad, la reconquista del trono.

Si ahondamos en los escritos públicos y privados del prior, en-contramos la naturaleza de la guerra ideológica que le tocará pro-tagonizar a partir de 1810. La palabra será la expresión del torno católico. El discurso es el arma del miedo. Con él viene la voluntad trepidante del aparato terrorífico. Es una máquina moral, en es-tricto sentido, que busca infiltrarse en lo social. La idea es tamizar los comportamientos, aleccionar a “las ovejas”. La acción verbal de Coll y Prat revela el tamaño de la empresa: “prediqué”, “rogué”, “divulgué”, “logré”, “inculqué”, “dicté”, “concedí”, “combatí”, “ro-deaba”, propagaba”, “atravesaba”, “fomentaba”. Hay otras acciones

17 Bartolomé Bennassar, Inquisición española: Poder político y control social. Barcelona: Editorial Crítica, 1984, pp. 94-120; Fernando Negredo del Ce-rro, “Levantar la doctrina hasta los cielos. El sermón como instrumento de adoctrinamiento social”, en Enrique Martínez Ruiz y Vicente Suárez Gri-món (comp.), Iglesia y sociedad en el Antiguo Régimen. Universidad de las Palmas de la Gran Canaria, III Reunión Científica, 1994, vol. I, pp. 55-63.

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mucho más detalladas que dan cuenta de una mayor movilidad predicativa. No hay espacios donde no lleguen sus indicaciones: “giré instrucciones”, “corrí tras ellos”, “llamé a todos”, “apercibí a los Curas”, “persuadiendo a las castas”, “hacer entrar en razón”.

Sion espacio para la tregua. Pese a todas las restricciones pas-torales impuestas por el Poder Ejecutivo Republicano, las deroga-ciones de los fueros eclesiásticos padecidos, el contagio de la nave eclesial con el ideario revolucionario, además de tener en contra los cientos de folletines liberticidas que circulaban en manos de todas las castas, Coll y Prat formará, desde su alta jefatura católi-ca, un ejército capaz de hacer temblar hasta a los más escépticos. Él mismo manipulará las poleas del pánico. A mediados de 1812, cuando Domingo de Monteverde había entrado victorioso a Ca-racas, dejó constancia “de los buenos efectos causados por la lec-tura de mis cartas” en las poblaciones “de color” tierra adentro18. En otras lides valora el papel en la cruzada que tanto el rey como él estaban destinados a ganar:

Todos sin distinción eran vasallos de V.M. y vasallos necesitados;

y a la manera que la bondad del Príncipe no debe alterarse por

la ingratitud del Pueblo; la caridad del Pastor, que como dice el

Apóstol, a todos es deudor, debe emprender el triunfar de los sa-

bios y de los ignorantes, de los buenos y de los malos, para man-

tenerlos o reducirlos a buen sentido, y formar en su rebaño una

sola opinión religiosa, que favorezca las costumbres, y una sola

opinión política y civil que sostenga la dependencia del Estado19.

Lo que estaba en juego era el dominio de don Fernando VII en ambos lados del Atlántico a partir de 1808, coyuntura políti-ca e ideológica en la que la Iglesia católica tendrá que combatir

18 Narciso Coll y Prat, Memoriales sobre la independencia de Venezuela…, p. 166.

19 Ibíd., p. 216.

al ideario constitucionalista ilustrado20. Por tanto, el torno debe accionarse en todas direcciones para regresar, otra vez, al Anti-guo Régimen. Esto se constituye en un compromiso divino, una restitución santa. Fue grande el esfuerzo que desató el arzobispo en contra de la tolerancia de cultos, entronizada por los textos de William Burke a partir de 1811. “Mas ni yo dormía, ni tampoco la corporación que debía combatir el proyecto”, apunta. El 2 de mar-zo de aquel año mandó que se publicase una réplica doctrinal “que a mis expensas se imprimió y circuló” desde la comunidad de San Francisco de Valencia21. No desaprovechó las misas en la Catedral de Caracas para denostar la “pestilente doctrina”; porque

…desde principios de marzo, y queriendo hacer una refutación

radical (…) dispuse que un Sacerdote de mi confianza, levantase

la voz a mi presencia y a la de un inmenso auditorio [para que]

demostrase los errores infinitos del atrevido discurso, los medios

depravados con que el filosofismo trastornaba los estados, las

consecuencias necesarias de toda revolución y los desastres in-

calculables a que iban expuestas aquellas Provincias22.

El miedo católico empezaba a atenazar a la opinión pública. Así se armaría la estrategia ideológica: diseminar filas sacerdotales por todos los rincones provinciales para repeler la república y su ideario independentista. Y con ello el poder del sermón: uno de los métodos más potentes de propagación del terror23.

20 Manuel Revuelta González, “La iglesia española ante la crisis del Antiguo Régimen (1808-1833)”, en Vicente Carcel Orti (dir.), Historia de la Iglesia en España. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1979, vol. V, pp. 7-27.

21 Narciso Coll y Prat, Memoriales sobre la independencia de Venezuela…, p. 244.

22 Íd.

23 Nos fundamentamos en el capítulo nº 5 titulado “La preceptiva”, de José Ramos Domingo, Retórica-sermón-imagen. Salamanca: Publicaciones de la Universidad Pontificia, 1997, pp. 181-280.

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El miedo católico se siembra como semillas. La subordina-ción, por lo tanto, se enseña, se inculca. Un catecismo del orden fidelista, pero también uno del pavor, que predique la lealtad a los amos, el orden providencialista. En marzo de 1811, el monseñor se lanza enérgicamente a “visitar y examinar en cada mes las Escuelas de primeras letras” para vigilar qué se lee y discute en las aulas24. Más adelante, en medio del terremoto de marzo de 1812 enfatiza:

La juventud no me la debía menor, aún era tierra virgen donde

debía nacer y cultivarse la buena semilla. Con este fin, y para que

los niños aprendiesen desde la infancia a temer las revoluciones

y a ingerir temprano en su corazón tierno el respeto, fidelidad y

amor debidos a V.M. y vuestros Ministros mandé reimprimir el

catecismo de Ripalda con estos y otros artículos añadidos y di-

vulgarle para la pública enseñanza25.

Pedagogía del temor que seguirá sosteniendo hasta el 11 de mayo de 1815. Ese día le exigió a los curas que llamase a los niños al catecismo, así asistan los domingos “solo dos o tres”. A los infantes que acudan se les “citará y aplazará dulcemente a la confesión y comunión”, para que se les sugiriera “ideas exactas y principios sanos” y se les infundiera horror “a toda especie de revolución y rebelión”26. La pragmática del terror sube de tono cuando aparecen la procesión y la imagen, el sahumerio y el can-to, la postración y la oración. Cuando se gestualiza, los cuerpos y los espíritus absorben el abecedario católico eficientemente. Este

24 Narciso Coll y Prat, Memoriales sobre la independencia de Venezuela…, p. 240.

25 Ibíd., p. 325.

26 “El Ilustrísimo Arzobispo de Caracas Don Narciso Coll y Prat, se dirigió a los pueblos de su Diócesis con motivo de la restitución de Fernando VII al trono de España. 11 de mayo de 1815. Doc. nº 1039”, en José Félix Blanco y Ramón Azpúrua, Documentos para la historia de la vida pública del Libertador…. t. V, p. 270.

se multiplica en masa sin dejar resquicios aparentes27. Un pico demostrativo para tal asunto lo tenemos en el ya citado terremoto del 26 de marzo de 1812, fecha en la cual el ejército eclesial tuvo su punto más protagónico28. Allí los actos sacramentales del dolor y de la súplica condensarán el poder del torno en estudio. Porque aparte de los acostumbrados rosarios, limosnas, indulgencias, la-vados de pies, besamanos, ayunos y regularización de alimentos, la Iglesia demostró que “los artículos de piedad pública” son el arma decisiva del Santo Evangelio29.

¿Cuál es el más completo de estos constructos “sagrados”? Pues las rogativas o penitencias masivas. En estas pulsa el atena-zamiento católico, valiéndose justamente de un sismo que sem-braría la destrucción y la muerte. Como veremos luego, cuando se implora públicamente, la pedagogía del pánico consigue su cometido moralizante. Temblor doble: uno sismológico que azo-ta, independientemente de la explicación científica que se le apli-que; y otro de carácter fisiológico –individual y colectivo– que se suda y llora, que se infunde desde el púlpito, pero también desde el hedor de los cadáveres insepultos. Más vale aprovecharse “del saludable temor que la gracia ha producido en tantos hombres, antes corrompidos y ahora movidos a una saludable penitencia”, escribirá Coll y Prat el 10 de abril de 181230. Un pasaje terrible, en fin, de lo que nos tiene preparado Dios.

27 Nos basamos en el interesante trabajo de Brian Morris, Introducción al estudio antropológico de la religión. Barcelona: Ediciones Paidos, 1995. So-bre todo los capítulos: “La religión como ideología”, pp. 19-67 y “Religión y psicología”, pp. 177-269.

28 Caracciolo Parra-Pérez, Historia de la Primera República de Venezuela…, pp. 476-478.

29 Narciso Coll y Prat, Memoriales sobre la independencia de Venezuela…, p. 268.

30 Véase la sección “Miradas encontradas”, el documento apartado nº 3 titu-lado “El enfrentamiento por la pastoral”. Allí se consigue el oficio escrito por el arzobispo Coll y Prat el 10 de abril de 1812 que aquí citamos. En Rogelio Altez, 1812: Documentos para el estudio de un desastre…, p. 298.

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el látiGo divino de la muerte

El temor es saludable siempre y cuando pueda brindar buenos frutos a quien lo infunde. Al releer esta premisa, que por más maquiavélica que parezca no deja de ser verosímil, podemos es-tablecer que la eficacia del torno católico depende estrictamente de él. Este logra completarse si su látigo proviene de lo sagrado. El mecanismo del poder lanza una paradoja interesante: Demos-trar ideológicamente que quien acciona la tenaza es Dios y no la Iglesia –como mortales que son–, para conservar sus privilegios y potestades terrenales. Esta paradoja tiene que valerse de otra cosa para que tome la contundencia moral que se desea. Una amenaza mayor, diríamos, la peor de todas; el miedo natural, ese que mar-tilla a cada segundo la existencia humana: la muerte.

Parece que para el mitrado de Caracas no existía una separa-ción marcada entre “la divina Omnipotencia” y la muerte. Quizás no convenga siquiera buscarla; al contrario, conviene mejor para la eficacia del aparato terrorífico, que se las entienda como un solo armazón moral. Lo que sí está decantado es que ambos ele-mentos le dan un movimiento filoso al poder que defienden en un territorio que expele la sangre por doquier. Ambas entidades, coaligadas y mezcladas bajo las sombras inescrutables del dogma sagrado, ofrecen una contundencia para afrontar una guerra so-cial que nadie ni nada podía contener. De este lado, los pecadores, infieles, anárquicos, impíos, autonomistas, revolucionarios; de aquel, pasado por las tuercas del torno, los obedientes, los sumi-sos, los fieles y, por encima de todo, los cuerpos sin vida de quie-nes no oyeron al Creador. Pedagogía del temor, efectista y brutal, capaz de quitar la vida sin misericordia. Una praxis de la vida y la muerte, en el más amplio sentido filosófico, que pone a la justicia divina como mediadora existencial.

Cuando el jueves 26 de marzo de 1812, el sismo azotó a la Provincia de Venezuela, esta praxis de la que hablamos recobra

presencias sugestivas31. Pero más allá de las cifras de fallecidos y la catástrofe política-social que de ella se sustrae para la caída de la Primera República, el quid de la cuestión es demostrar cómo funciona el miedo católico, insuflado no solo con el poder de las súplicas públicas de las que hay testimonios, sino también poten-ciado ahora con el látigo sagrado de la muerte. Ante la premisa de que “todos los males de la tierra son efectos del pecado”, como se lee en un artículo apócrifo en la Gaceta de Caracas del 8 de noviembre de 1812, la Iglesia se vio en el deber de acogerse –con-juntamente con la feligresía– “a la penitencia para aplacar la ira del Señor”32. Tal artículo es un informe penitencial y mortificante. Se señala que entre el 15 y el 30 de octubre se publicó por edicto arzobispal “un ayuno de tres días”, se “hizo indicción de públicas preces”, “se llevó la Imagen de Nuestra Señora del Rosario, anti-gua Patrona de los terremotos en esta capital” desde la capilla de Santo Domingo a la de San Pedro y, como remate, cuando ya la noche arropaba el valle caraqueño, “se comenzaron los sermones en la plaza mayor”33.

La imagen que se nos viene a la mente es esta: La plaza pública repleta de hombres y mujeres temblando en un éxtasis fervoroso, recibiendo los sacramentos suplicantes en cantos y oraciones, en la eucaristía y en la confesión, todas y todos unidos en un compacto amasijo humano sujetados a la palabra divina, culpables ante Dios, cuerpos en el umbral de la muerte. El armazón filoso en acción:

Tal vez en cien años no se ha visto en esta capital un acto de re-

ligión más edificante. Un gentío infinito, el mayor orden, la más

31 Pablo Rodríguez, “Miedo, religiosidad y política: A propósito del terre-moto de 1812”, en Revista de Historia Social y de las Mentalidades. Santia-go de Chile: Departamento de Historia Universidad de Santiago de Chile, vol. 14, nº 2, 2010, pp. 245-250.

32 Gaceta de Caracas, Caracas 8 de noviembre de 1812.

33 Íd.

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grande compostura, y un profundo silencio. En la carrera rezá-

base a coros y pausadamente el santo Rosario (…) Misercordia

Señor: Misericordia Señor. ¡Oh espectáculo digno de los Ánge-

les y de los hombres! Pueblos que habeis estado sentados en las

sombras de la muerte; pueblos que habeis dejado el centro de

la unidad: pueblos también que perteneceis a la Iglesia Católica,

Caracas os dice, que hay un Dios que premia la virtud y castiga el

vicio en el tiempo y en la eternidad34.

De tal manera que Coll y Prat ordenó a su ejército eclesial, horas después del sacudón apocalíptico, “den en todas las Misas la oración de temblores”35. Valga esta metáfora que de gratuita no tiene nada; recordemos que la palabra “temblor” está relaciona-da, etimológicamente hablando, con el “terror”. Solo imaginarse que una misa puede llegar a asumir el carácter de un temblor, demuestra, sin muchos atajos, lo efectista de la guerra ideológica asumida por la Iglesia en el año 1812. Las funciones de piedad pública, sazonadas por el poder de la predicación y otras vocife-raciones santas, tienen el alcance de prolongar el miedo natural del ser humano ante los movimientos telúricos. Cuando una misa puede dilatar los sentidos de la grey, multiplica los epicentros del pánico. El sacerdote, visto desde este ángulo, se convierte en otro epicentro centelleante: un terremoto andante de carne y hueso.

En la polémica pastoral del arzobispo del 1º de junio de 1812, edicto que casi le cuesta su expulsión de la provincia36, podemos

34 Íd.

35 Volvemos a referirnos al oficio escrito por el obispo Coll y Prat del 10 de abril de 1812 que aquí citamos. En Rogelio Altez, 1812: Documentos para el estudio de un desastre…, p. 298.

36 El prelado catalán narra este episodio en sus Memoriales sobre la indepen-dencia de Venezuela…, p. 300; además, nos apoyamos en las apreciaciones de José del Rey Fajardo que hace en su “Estudio preliminar”, p. 100; y también en lo que apunta Caracciolo Parra-Pérez, Historia de la Primera República de Venezuela…, p. 477.

observar la naturaleza de la predicación trocada en temblor. An-tes que nada, es necesario señalar al pecador; ubicarlo, rastrearlo y caracterizarlo como el culpable por los estragos recibidos del San-tísimo; en fin, ya sea por delincuentes, impíos, sacrílegos, misera-bles, desgraciados, corruptos, materialistas, promiscuos, abomi-nables, profanadores, entre otros epítetos. La reiteración carcome la conciencia de quien la escucha: “Él nos castiga”, “Él nos castiga”, apunta. “Correis sin freno, y sin temor por el camino de la iniqui-dad: vuestra gloria estaba en añadir delitos a delitos, el escándalo a la imprudencia, y la irreligión al sacrilegio. ¿Cuál otra sino debía ser vuestra suerte?”37. Sin embargo, cuando la voz sube de tono y la pausa le da paso al grito presuroso, entonces el sermón clarifica sus intenciones: “¡Temblad, perversos! (…) pero temblad, vuelvo a decir, porque ya él os arroja y vuestra incredulidad no tendrá otro fin que vuestra eterna condenación”38.

¿Cómo detener tanto castigo junto? Pues con la penitencia, con el humillarse ante el omnipotente látigo, con el buscar cobijo en la sombras de la sabiduría católica. Dejarse llevar por el miedo curativo, sumarse a la procesión del llanto. Y de la penitencia a arengar a las familias descarriadas. Persuadirlas para que dejaran las prevaricaciones inútiles. Influirles para que recuperaran el or-den de la tradición, que defendiesen al rey y al papado, únicos ejes que harían que Dios detuviese su rabia. No se salvaron ni los sacerdotes de la diócesis de este regaño pastoral. Coll y Prat les dijo: “Sacerdotes, ministros del Señor, médicos sóis, curáos tam-bién a vosotros mismos (…) Reconciliád pues, los pueblos con Dios; santificádlos, gemid entre el vestíbulo y el altar y haced que vuestra voz penetre y llegue hasta el trono mismo del Señor”39.

37 Gabriel E. Muñoz, Monteverde: Cuatro años de historia patria. 1812-1816. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1987, t. I, p. 303.

38 Ibíd., p. 307.

39 Ibíd., p. 308.

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“¡Temblad perversos!” Iglesia, poder y miedos en la guerra…Carlos Alfredo Marín

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Cientos de temblores azotando sin descanso por boca de los mensajeros benditos, “socorriendo” sin parar a los afligidos, se-cando las lágrimas pavorosas, produciendo tantas otras. Qué im-portaban las ruinosas casas, los negocios, las tierras cultivadas y las carreteras destruidas. Eso era lo de menos. Ya habrá tiempo para recomponer lo hecho por Dios. Lo que sí era improrrogable es que el temblor sermonioso siguiera flagelando más allá de lo es-trictamente material. Sin medias tintas, la fe señala a la irresistible muerte como suplicio. Es en la muerte que el temblor sermonioso toma cuerpo y sentido. Porque Dios, antes que la vida, es la muer-te en el abecedario del miedo católico.

al cePo los fascinerosos

Más se pierde por indecisión que por mala decisión. Lógica prag-mática o no, esta idea parece ilustrar la mano dura con que actuó el canónigo catalán para extirpar la relajación moral de su clere-cía, una nave eclesial que, como ya hemos visto, se había infestado hasta los tuétanos del tolentarismo igualitario y las especias revo-lucionarias. Si el Sínodo de la Diócesis de Caracas establecía que “las personas eclesiásticas” debían ser “el espejo, donde se han de componer, y enmendar las acciones de todo el pueblo”40, el arzo-bispo tenía el deber de actuar, y rápido. Frenar la criminalidad, po-dría decirse. De la tristeza y la rabia había que pasar al escarmiento puro: perseguir a los descarriados, identificarlos en la penumbra del confesionario, conocer sus modus operandi y, por último, cas-tigarlos si no con la pena máxima, con la cárcel y los grilletes. Lo que nos viene a demostrar que la toma de medidas drásticas era, evidentemente, la entrada del torno católico en propia casa.

40 Francisco José Virtuoso, “Los curas de Caracas entre la revolución y la tradición”, Montalbán…, p. 180.

Debo pasar ahora a los Memoriales. Coll y Prat confiesa “con bastante dolor” que hay frailes dominicos y franciscanos que han caído en la burla sacrílega. No basta con que estos criminales afec-tos al republicanismo, ya sea “por exceso de la bebida, lo que me persuado, o por tener un corazón enteramente dañado, lo que no puedo pensar”, hayan “abusado de su Ministerio hasta en las Confesiones Sacramentales”. Lo que importa es valorar la medi-da pragmática a la que él recurre: “determiné meter en los Cepos de San Francisco a cinco de los más principales”41. El presidio se impone con energía. Las cuatro paredes comienzan a llenarse, tal vez con la certeza de que se sumen más descarriados a ella. En un oficio fechado el 11 de julio de 1811, quizás presintiendo esta cri-sis dentro de sus redes pastoriles, asevera que “persuadido de que en los de esta naturaleza es indispensable ya usar el último rigor contra los criminales y traidores”42. En el celo convenido para este disciplinamiento se vale de todo: el espionaje, la delación, la ob-servación o, como él refiere, chequear a fondo las “conversaciones y correlaciones, como corresponde en un tiempo, y circunstan-cias, en que la tranquilidad pública podría alterarse causando una inmensidad de males”43.

En la correspondencia entre el general Domingo de Monte-verde y el arzobispo encontramos casos ejemplares entre finales de 1812 y comienzos de 1813. Detenidos como fray Santiago de Salamanca, hecho “preso” para mantenerlo “con seguridad” en casa del alcalde de la ciudad de Caracas el 13 de octubre44; o como fray Bartolomé Acosta, el cual “fue dispuesto pase recluso a su

41 Narciso Coll y Prat, Memoriales sobre la independencia de Venezuela…, p. 178.

42 Oficio del Sr. Arzobispo. 11 de junio de 1811”, en Jaime Suriá. Iglesia y Estado 1810-1821…, p. 70

43 Narciso Coll y Prat, Memoriales sobre la independencia de Venezuela…, p. 178.

44 “De Domingo de Monteverde al Señor Arzobispo. 13 de octubre de 1812”, en Jaime Suriá, Iglesia y Estado 1810-1821…, p. 136.

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Convento de esta ciudad y que su inmediato Superior esté muy a la mira de la conducta de este religioso”, el 19 de octubre45; o como el fraile Ramón Betancourt y otros eclesiásticos, contra quienes se determinó de “improviso” su captura en la misma ciudad el 12 de diciembre46; o como “…los arrestos que ha sido forzoso im-poner al presbítero Dn. Juan José Oliva, a Fr. José Antonio Coba del Orden de Santo Domingo y a Fr. José Antonio Montero de la Merced”, el 22 de enero de 181347.

Monteverde se daba la licencia de practicar las detenciones sin investigaciones previas violando la autoridad del propio mon-señor. Problema considerable para este, ya que dejar vacantes los curatos no era una solución factible. Las fichas pasaban de un lugar a otro, en un juego frenético cayendo a veces en arbitrarie-dades. Esto lo vemos el 7 de octubre, cuando Monteverde mandó a que don José Vicente Vergara ocupase el puesto del presbítero Juan José Osío en la Vicaría del Tocuyo48; o como estipuló, el 10 de octubre, que el presbítero Pedro Aguinagalde se encargara expre-samente del Curato de Río del Tocuyo49; o en fecha 13 de octubre, para que el presbítero Antonio Hernández Calixto, cura de Cau-cagua, fuera puesto en donde hubiera una vacante50; o en carta del 21 de diciembre donde se mandaba que el presbítero José Tadeo

45 “Al Sr. Arzobispo de Dn. Domingo de Monteverde. 19 de octubre de 1812”, en Jaime Suriá, Iglesia y Estado 1810-1821…, p. 137.

46 “Al Señor Arzobispo de Monteverde. 12 de diciembre de 1812”, en Jaime Suriá. Iglesia y Estado 1810-1821…, p. 145.

47 “De Monteverde al Señor Arzobispo. 22 de enero de 1812”, en Jaime Suriá. Iglesia y Estado. 1810-1821…, pp. 146-147.

48 “De Domingo de Monteverde al Señor Arzobispo. 7 de octubre de 1812”, en Jaime Suriá. Iglesia y Estado. 1810-1821…, p. 134.

49 “De Domingo de Monteverde al Señor Arzobispo. 10 de octubre de 1812”, en Jaime Suriá, Iglesia y Estado. 1810-1821…, p. 142.

50 “De Domingo de Monteverde al Señor Arzobispo. 13 de octubre de 1812”, en Jaime Suriá, Iglesia y Estado. 1810-1821…, p. 135.

Montilla, cura de Santa Ana de Trujillo, se trasladara a Santa Fé51; o como queda expresado en oficio del 30 de enero de 1813, donde se postulaba a don José María Amitesarove para que asumiera el Curato de la Sabana de Ocumare52.

Cuando el torno católico entraba en el altar, las sospechas y el recelo no reconocían límites para la condena. Daños colatera-les propios de un mecanismo punitivo que quizás Coll y Prat ni imaginaba qué magnitudes llegaría a tener. Sobre todo con las licencias y las intromisiones del capitán general, el cual no solo proponía los cambios de sacerdotes infestados con el republica-nismo, sino que los enviaba al presidio sin rodeos. Una cacería de brujas, pues, que más que sanar la nave eclesial infestada, lo que producía era el terror brutal inclusive entre los sacerdotes aún fie-les a la monarquía. De esta situación arbitraria, sazonada por el temor del arzobispo de que fueran castigados clérigos inocentes, nos deja testimonio en carta del 15 de julio de 1813:

Permanecen separados de sus Curatos aquellos Curas sobre

cuya conducta se me ha oficiado por esa Capitanía General y

esa Real Audiencia. Del sobredicho de Aroa, aunque él me avi-

só de su prisión y de haberle concedido el regreso a su Curato,

no se me ofició, ni se me había oficiado cosa alguna hasta ahora,

lo que también ha sucedido con otros Curas, si bien que a todos

estos los he amonestado al mejor desempeño de su ministerio y

a cooperar a la pública tranquilidad. Y respecto de lo cuarto

que es la provisión de los Curatos vacantes, ya lo he hecho de

los que ha sido posible, y estoy trabajando e hacer de los que

51 “De Domingo de Monteverde al Señor Arzobispo. 21 de diciembre de 1812”, en Jaime Suriá, Iglesia y Estado. 1810-1821…, p. 146.

52 “Al Señor Arzobispo, de Monteverde. 30 de enero de 1813”, en Jaime Su-riá, Iglesia y Estado 1810-1821…, p. 147.

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faltan, de cuyos interinos no he tenido motivo alguno de sos-

pechas de su conducta, antes bien han dado buenas pruebas de

su fiel desempeño [cursivas nuestras]53.

Apartando la terrible situación estructural de la Diócesis lue-go del terremoto de marzo de 1812, de la ruina de las iglesias y conventos, Coll y Prat tuvo que llenarse de valor para contrarrestar las acciones del general canario. De algo sí estaba seguro: que esta espiral de detenciones no colaboraba en mantener la tranquilidad pública; al contrario, subía la efervescencia. Un estado delicado en todos los sentidos, en efecto. En sus Memoriales señala que “…lo que más siento es que sin contar con estos semi-dispuestos me hallo con 25 curatos vacantes, sin tener por ahora persona idónea a quien poder ordenar sin escrúpulo de conciencia para la misma Cura de alma”54. Estado de alarma que solo podía atacarse, quizás con mayor puntería, si llega una flota de presbíteros de

…Islas Canarias, de Puerto Rico &&, algunos de los Sacerdotes

Seculares Españoles acreditados, que han tenido de emigrar de

sus respectivas Provincias a estos Estados de V.M. por la infelici-

dad general de la Península a causa de la sacrílega irrupción de

los franceses en muchas de ellas55.

El miedo católico, pues, visto desde adentro hacia afuera, ex-pone también los estragos del miedo. Institución que refleja el pa-norama crítico de unos territorios llamados a la guerra. Cuando se acorrala y juzga, los espíritus se atizan en el silencio paralizante. Los grilletes entumecen los tobillos de las sotanas; pero también potencian el efecto contrario. Encrucijada difícil. ¿Qué otra cosa

53 “Del Señor Arzobispo al Capitán General, Domingo de Monteverde. 15 de julio de 1812”, en Jaime Suriá, Iglesia y Estado 1810-1821…, p. 153.

54 Narciso Coll y Prat, Memoriales sobre la independencia de Venezuela…, p. 177.

55 Íd.

podía esperarse si el torno y sus filosas agujas ya se habían soltado hace mucho tiempo?

de la Quema y otras correcciones

Cuando el enemigo es el ideario de la modernidad, el torno cató-lico pone a trabajar al máximo sus tuercas y cuchillas. Un vértigo pavoroso tracciona a fondo la máquina de la censura. Señalados los autores revolucionarios, identificados los contenidos anárqui-cos, el ejército eclesial se lanza al entramado público para execrar a los enciclopedistas ilustrados y sus postulados liberticidas de toda su grey. En los folletos cunde la peste; en los libros se esconde mandinga56. Por tanto, hay que prohibir el consumo de los libros que ataquen a la doctrina católica o defiendan cualquier herejía. Cueste lo que cueste, se debe poner coto a los papeles que insul-ten el dogma, el culto y su pureza, promoviendo, al contrario, la incitación a la rebeldía. No tienen perdón aquellos filósofos que argumentan en contra de las Sagradas Escrituras y el Monarca57. Que se quemen, en fin, las ideas, que se vigilen las imprentas, que se cerquen los puertos y carreteras, que se castiguen a sus lectores.

Lo que viene a demostrarse, públicamente, en la propia mano del Ayuntamiento de Caracas, en oficio del 2 de diciem-bre de 1812:

…que esto no obstante, las pretendidas ideas liberales de aque-

llos políticos reformadores [refiriéndose a Juan Mariano Picor-

nell, Manuel Gual, José María España, Francisco de Miranda] y

el odio contra el decantado despotismo español comenzaron a

56 Rafael Strauss, “¿Diablos de papel y tinta?”, en El diablo en Venezuela. Ca-racas, Fundación Bigott, 2004, pp. 152-154.

57 Elena Plaza, “Vicisitudes de un escaparate de cedro con libros prohi-bidos”, Politeia, nº 13, Caracas: Instituto de Estudios Políticos, UCV, 1989, pp. 351-352.

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hacerse algún lugar entre muchos jóvenes aturdidos a la sombra

de una multitud de libros perniciosos y prohibidos que se intro-

ducían con el comercio extranjero colonial…58.

No queda todo allí. En el mismo documento y con miras a “la urgente necesidad” de “pacificar” estos territorios, se le exige a Coll y Prat que reactive la persecución de estos papeles sediciosos, conjuntamente con los magistrados civiles a fin de “…expurgar a aquellas de la multitud de libros prohibidos que hay en ellas y deben mirarse como la causa principalísima de la revolución y de los excesos que durante su curso han visto cometerse”59.

Cuando es necesaria la destrucción del libro y sus afines, el torno recibe impulso del poder político de turno. El arzobispo será la ruta central para encauzar exhortaciones enérgicas en este sentido. Por ejemplo, ahondemos en estos dos oficios de Monte-verde. El 21 de diciembre de 1812 le pidió a todos los vicarios y prelados de la diócesis que se subscriban obligatoriamente “a la Gaceta y papeles públicos de esta capital”, para combatir a los pe-riódicos e impresos facciosos que pululan por doquier, responsa-bles directos de la empresa republicana60. Siete días después infor-ma: “Los papeles que hubiere en cualquier Iglesia del Gobierno abolido los recogerá V. y, a presencia del Notario o dos testigos,

58 “El Ayuntamiento de Caracas manda una comisión a España. Montever-de por su parte manda otra que informen sobre los acontecimientos y guerra de Venezuela. 2 de diciembre de 1812. Doc. nº 704”, en José Félix Blanco y Ramón Azpurua, Documentos para la historia de la vida pública del Libertador…, t. IV, p. 82.

59 bíd., p. 84.

60 “Monteverde en su calidad de supremo gobernante de Venezuela dispuso que los curas y vicarios de la Diócesis de Caracas se abonen a la Gaceta de Caracas para que el pueblo se instruya de la política y operaciones de su administración”. 21 de diciembre de 1812. Doc. nº 722”, en José Félix Blanco y Ramón Azpurúa, Documentos para la historia de la vida pública del Libertador…, t. IV, p. 117.

los quemará61. En manos del caudillo asturiano José Tomás Boves esta política prohibicionista llegó a extremos brutales. En efecto, el 17 de agosto de 1814 dice:

Como aún estoy viendo circular los papeles seductivos que sa-

lieron de la imprenta de Valencia, y esa capital, cuyas máximas

son contrarias a la santa causa que defiendo, y por consiguiente

opuestas a la tranquilidad y seguridad pública; en esta virtud es-

pero se servirá U.S. tomar cuantas providencias conceptúe nece-

sarias, imponiendo pena de muerte, al que dentro del plazo que

U.S. señale no entregue todos los impresos que se hayan publi-

cado desde la entrada de Bolívar. Conviene también oficie U.S.

a. R.R. señor arzobispo para que tome sus medidas a fin de hacer

recoger los libros y papeles que estén prohibidos, pues de su lectura

resulta el desorden de las casas y familias, de que dimanan los males

que hoy lloramos [cursivas nuestras]62.

El ejército eclesial, alimentado con estas resoluciones oficiales, potencia con vigor la máquina del miedo. No me cuesta mucho fi-gurarme a las flameantes hogueras, anhelando la felicidad pública, la cordura, la fidelidad al rey, la educación cristiana, la moral del buen vasallo. Si nos arriesgamos un poco, parece verosímil que la quema es por una buena causa, justa, verdadera y hasta santa. La pira, dicho sea de paso, no es un acto descabellado en la tradición inquisitorial. En la fogata se deposita una apuesta: que el olor de veras se esparza para que logre multiplicar sus efectos punitivos;

61 “De Domingo de Monteverde al Sr. Arzobispo. 28 de diciembre de 1812”, en Jaime Suriá, Iglesia y Estado 1810-1821…, p. 144.

62 “La imprenta en Venezuela en 1814. Los jefes realistas velan en las publi-caciones tipográficas un veneno para su dominio. Temiendo la muerte, los patriotas arrojaban al fuego los preciosos documentos con lo que los archivos quedaban desmantelados. 17 de agosto de 1814. Doc. nº 958”, en José Félix Blanco y Ramón Azpurua, Documentos para la historia de la vida pública del Libertador…, t. V, p. 142.

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que el humo y las cenizas se introduzcan en todos los pueblos y comarcas, en haciendas y puertos. Un terror que busca sanar; pero que también puede llevar al presidio a quien esconda los folletines del demonio, quien los defienda y los vocifere en público. Porque según Coll y Prat, “los libros revolucionarios” estaban “sembrados por todas las casas y tiendas públicas y leídos hasta del sexo de-voto”63. Esos folletos del mal, hay que hacerlos “…desenterrar y condenar a las llamas”. Son “venenosos”, leídos por “jóvenes, y no jóvenes”, inculcando el odio entre las castas y esclavitudes, la liber-tad de cultos, la inmoralidad pública, y los excesos de la carne64.

Del tufo de manuscritos incinerados se pasa a la vigilancia en las imprentas para cerciorarse de que lo se publique no vaya contra el dogma, aunque sabemos que el gobierno republicano no se las pondría fáciles en estos afanes65. Se confía además en “la efectiva delación y entrega de los escritos censurados, proporcionándome con esta ocasión, modos para conocer la grey, saber sus enferme-dades”66. Teoría y método de la persecución. Un torno que asume con toda conciencia la censura. Pero de algo más me aseguro a esta altura del ensayo: la rapidez de la quema redobla el horror y su contra. Una vez que se leen o escuchan las mieles del conocimien-to, el deseo gana terreno en los sujetos. Genera el movimiento para construir algo nuevo: el cuestionamiento, la duda. Para bien o para mal, la lectura le imprime velocidad al dínamo en cuestión. Perse-guir es ocultar. Censurar es multiplicar. Paradojas que el miedo ca-tólico tendrá, en todo momento, en su contra, por más que rompa y descuartice lomos y títulos, que espíe en las bibliotecas privadas y públicas, que husmee en las alcobas y en las tabernas.

63 Narciso Coll y Prat, Memoriales sobre la independencia de Venezuela…, p. 170.

64 Ibíd., p. 179.

65 bíd., p. 239.

66 Ibíd., p. 241.

la tradición recobrada

Al final del torno católico, ese por medio del cual se ha movi-lizado a toda una sociedad pecadora, se encuentra la felicidad: la conservación política y social asegurada con los candados del Santísimo y el rey don Fernando VII. Tal desplazamiento, como ha quedado demostrado, ha vencido a las amenazas señaladas, las ha golpeado y exorcizado; pero también las ha neutralizado a tra-vés de la penitencia y el látigo de la muerte. Las poleas del aparato hicieron su trabajo. Se ha impuesto la ley de la tradición. El diablo ha huido, momentáneamente, y ahora Dios, la Santísima Virgen, los Sacramentos y todo su ministerio gobiernan los dominios de la Provincia de Venezuela.

¿Cómo se perfila la sociedad luego de haber sido tamizada por el miedo católico? Las pasiones vuelven a su sitio. La pirámide social retoma su verticalidad; la “autoridad sabia” por sobre los “ignorantes” y “chusmas”. El edificio colonial es enderezado con todas sus esclavitudes y odios juntos. Dios y los temblores sermo-niosos se afianzan en su verdad, derrotando a los igualitaristas y revolucionarios. El colectivo ha dejado a un lado al partido repu-blicano, a sus apóstatas, sus libros revolucionarios, su Congreso, sus leyes marciales, sus paredones, sus héroes, sus libertadores. Ha vencido el Santísimo, el papa y el rey; tríada perfecta, en fin, que motoriza el torno en estudio y su escapulario del terror.

Visto así resulta verosímil. A menos eso es lo que pensamos al revisar los testimonios que se agrupan alrededor de la figura del prelado Coll y Prat. En la voz del religioso catalán vemos una proyección idealista. Una donde la sumisión y el respeto son ob-jetos ideológicos claves. El torno del miedo ha revelado su propio cuadro: la paz de los cuerpos quietos, el silencio de las diferen-cias, el amor precavido, el poder de lo sagrado. En fin, un cuadro donde se patentiza una paz inquietante. Repitamos: sumisión y respeto para “ahuyentar de vuestra Grey las pasiones ambiciosas

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y tumultuarias, antisociales”; brazos morales donde se desprende “la subordinación a las autoridades civiles”, como si fuesen “unos semi-dioses sobre la tierra”, Dios y el rey lo mandan así, porque “debemos toda nuestra existencia, nuestra conservación y nuestra individual defensa” a este pedido insoslayable67. El 1 de agosto de 1812 agrega:

Paz ventajosa; paz verdadera que uniformando las opiniones dis-

cordantes, tendrá por objeto reparar los perjuicios de la guerra,

las ruinas de los terremotos, los males de la indigencia, la co-

rrupción de las costumbres, y cooperar a la más gloriosa de las

acciones heroicas, que admira el mundo civilizado: la libertad de

la Católica e Ilustre Nación Española68.

Si se siguen estos requerimientos, el cuadro armónico de esta sociedad miedotizada consigue ser “feliz en el tiempo y en la eter-nidad”. Es Dios y su divina justicia quienes sujetan esta compo-sición, porque es él quien ha “…de herir, afligir, y exterminar los pueblos que la han provocado”69. Los sujetos que se asoman en ese mural deben inclinarse ante la “ley eterna, que es de todos los tiempos y de todas las ocurrencias”; es ella quien nos da “las dulzuras del espíritu en el centro mismo de los trabajos; y en la permanente posesión y goce del sumo bien”70.

Bajo estos conceptos se constituye el talante del “buen vasa-llo”. Los siervos que han sido encarrilados “al orden primitivo”71

67 “Primera Pastoral del Señor Arzobispo D.D. Narciso Coll y Prat. 15 de agosto de 1811”, en Jaime Suriá, Iglesia y Estado 1810-1821…, p. 41.

68 “Relación del Señor Arzobispo. 1 de agosto de 1812”, en Jaime Suriá, Igle-sia y Estado 1810-1821…, p. 126.

69 Narciso Coll y Prat, Memoriales sobre la independencia de Venezuela…, p. 235.

70 Id.

71 Ibíd., p. 229.

del que habla Coll y Prat. Subordinados que han sido pasados, eficientemente, por las poleas del torno y colocados a trabajar por y para el orden de la tradición. Hijos eternos que son tildados de “inmaduros” para autogobernarse. Hallamos una lógica capital: la Provincia de Venezuela es una sociedad incapaz para andar sin la tutoría del rey, el Señor y la Iglesia. Se sigue asumiendo que las castas son tendientes al desorden, débiles a los deseos de la carne y el materialismo. Son pasto para la anarquía, en resumidas cuen-tas. Lo que viene a demostrar que el papel del torno católico tiene la misión de salvar a la grey. He allí su meta en estos territorios. Veamos esta referencia dirigida al rey:

¡Son, Señor, más dóciles de lo que se piensa! Allí no falta, ni ha

faltado sino modo, espíritu público, y sabia vigilancia. ¿Por qué

no podrá hacer vuestro legítimo Gobierno por medio de las

gacetas y buenas instituciones para mantener las provincias en

utilidad y dependencia, lo que hizo el intruso para apartarlas y

perderlas?72

Digámoslo: Una sociedad miedotizada muestra las costuras de la dependencia. Toda dependencia es, como ya lo he señala-do, la otra cara del poder. Hegemonía que en el caso del torno católico viene a ser un componente sustancial. Ser dependientes es ser un colectivo sano, apto para el vasallaje eterno; al con-trario, ser autonomista e independiente, es ser un pueblo anár-quico, enfermo, pecador, diabólico. Es por eso que el poder se cierne especialmente, utilizando armas visibles e invisibles, para mover las poleas del temor a su favor. Lo pide el Santísimo, la tradición, los sabios, los apóstoles. La catolicidad se erige en esta ruta. Así tienen sentido los mandamientos divinos. La marcha de la historia ya está escrita. Solo hay que repetir de memoria el escapulario del terror: padecerlo, multiplicarlo, perpetuarlo. Los

72 Ibíd., p. 242.

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sujetos dan la espalda al presente, respetando el orden del ser-món y la penitencia. Se inclinan para ser salvados. O mejor aún: para obedecer al Altísimo, que por boca del rey y de la Iglesia in-terceden para servir de parlantes. Testificar que el bien solo tiene cabida de esta forma. Dejar en claro que de ahora en adelante, la paz vuelva a esta geografía, santificando todo rincón y comarca. Basta leerlo de nuevo:

Haga Vd. Comprender a sus feligreses que nada tienen que te-

mer, estando, como efectivamente están, bajo el amparo de las

leyes y protección de nuestro Soberano el señor D. Fernando VII

(Dios lo guarde) el más clemente de todos los reyes, y padre tan

tierno de todos sus vasallos, que cual que otro Teodosio querría

resucitar a todos los muertos de la revolución, para hacerlos feli-

ces, leales y útiles a sí mismos y al Estado73.

73 “El ilustrísimo arzobispo de Caracas Don Narciso Coll y Prat, se dirijió a los pueblos de su Diócesis con motivo de la restitución de Fernando VII al trono de España. 11 de mayo de 1815. Doc. nº 1039”, en José Félix Blanco y Ramón Azpurua, Documentos para la historia de la vida pública del Libertador…, t. V. p. 271.

fuentes

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el carnaval en el callao, estado Bolívar, Venezuela

José Marcial Ramos Guédez

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El carnaval de El Callao ofrece libertad e igualdad, y se con-vierte año tras año en una ocasión ideal para liberar tensiones, expresar críticas y contar, cantando y bailando, los hechos más picarescos ocurridos entre los pobladores de la región. El car-naval de El Callao (población del estado Bolívar en Venezuela), ha sido propuesto ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la la Cultura como Patrimonio Cultural no Tangible de la Humanidad, solicitud realizada por el Centro de la Diversidad Cultural, adscrito al Ministerio del Poder Popular para la Cultura del gobierno venezolano. Esta petición nos demuestra la importancia que posee dicha fes-tividad como acervo étnico-cultural de nuestra nación. En el presente artículo haremos una revisión de sus raíces históricas como aporte a su valorización respecto del universo de mani-festaciones culturales del país.

Palabras clave: carnaval, patrimonio cultural, tradiciones, festividades.

tieRRa FiRMe No 112. Caracas, enero-junio 2017, pp. 71-86

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El carnaval en El Callao, estado Bolívar, VenezuelaJosé Marcial Ramos Guédez

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Soy representante de mi generación […] Una generación unida […] Toda generación que emprende una lucha es una generación

que sufre. Nosotros emprendimos la lucha contra la duda […] Vivimos un tiempo sombrío. Las generaciones se suceden

vertiginosamente […] Hemos venido para gritar que existimos, ante una nación dormida e indiferente. Nos hemos cansado pronto.

Y asistimos con melancolía a la llegada de aquellos que todavía creen que es posible gritar, que es útil gritar. Y esa es nuestra

ley y nuestro ritmo […] Hay que repetir, amigo mío, nuestra desesperación por la nacionalidad…

joRge aMado (1992: 339-340).

El estado Bolívar está ubicado en la zona sur de Venezuela y su nombre corresponde al epónimo del Libertador Simón Bolí-

var, quien entre 1818-1821 organizó la Tercera República e insta-ló el Congreso de Angostura. Asimismo, en esta ciudad fundó el periódico Correo del Orinoco, el cual se constituyó en dicha época en una artillería fundamental para la difusión de las ideas inde-pendentistas tanto en nuestro país como en el resto de América Latina y el Caribe.

En la actualidad el estado Bolívar posee una superficie de 238.000 km2, equivalente al 25,9 por ciento del territorio nacional (Hernández Grillet, 1987: 3), siendo por lo tanto el más grande de los estados de Venezuela. Además, de acuerdo con la confor-mación de su relieve, se encuentra integrado por un conjunto de “provincias fisiográficas” y cuencas hidrográficas. Advertimos que, para los efectos de nuestra investigación, nos interesa destacar:

…la cuenca del río Cuyuní-Yuruari, la cual abarca una exten-

sión de 50.000 km2 […] de los cuales 12.000 aproximadamen-

te se encuentran en la actual Guayana. Propiamente se trata de

tres cuencas: la del Yuruari […] la del Cuyuní-Vey hasta la con-

fluencia con el Venamo; y la del Botanamo [en estas cuencas]

ab

st

ra

ct

The carnival of El Callao offers freedom and equality, and turns, year after year, into an ideal occasion to release tensions, express criticism and tells by singing and dancing, the most picaresque happenings among the region’s inhabitants. The Carnival of El Callao (A town in Bolivar state, Venezuela) has been proposed to Unesco as a non-tangible cultural heritage of Humanity, a re-quest made by the Center for Cultural Diversity, attached to the Venezuelan government’s Popular Ministry of Culture. This pe-tition shows us the importance of this festivity as an ethnic-cul-tural heritage of our nation. In this article we will review histori-cal roots as a contribution to its appreciation of the universe of cultural manifestations in the country.

Key Words: carnival, cultural heritage, traditions, festivities.

the carnival in el callao, Bolívar State, Venezuela

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El carnaval en El Callao, estado Bolívar, VenezuelaJosé Marcial Ramos Guédez

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se encuentran localizados los centros urbanos más importantes

del Estado después de Ciudad Bolívar, Ciudad Guayana y Upata,

como consecuencia de la relativa facilidad que presenta su ocu-

pación; ellos son: Guasipati, Tumeremo, El Callao y El Dorado

(Hernández Grillet, 1987: 30).

En el estado Bolívar existe una riqueza minera de mucha importancia, la cual tiene su origen en la conformación de sus distintos elementos geológicos, tal como lo podemos observar en casos como el de:

…la formación de las cuarcitas ferruginosas de Imataca [que]

ha de ser, como hemos visto, paleozoica, o sea, posterior a la

general del Escudo Guayanés [además] las elevaciones de las

tierras del norte del Estado Bolívar pueden ser colinas plesto-

cénicas o de otros períodos del cuaternario. Con todo, la mayor

parte están constituidas por materiales cuarcito-ferruginosas o

granito, en las cuales aparecen intrusiones basálticas […] Los

detritus de las rocas metamórficas sujetas a larga duración inte-

gran gran parte de los suelos sabaneros del sur de Ciudad Bolí-

var […] El Callao ocupa un lugar en las tierras que se extienden

de Guasipati a Tumeremo en donde abundan las intrusiones de

basalto y cuarzo que cortan el gneis. Este cuarzo es altamente

rico en oro… (Vila, 1951: 20-21).

De acuerdo con la última Ley de División Político-Territorial

del estado Bolívar, aprobada por la Asamblea Legislativa de dicha entidad federal, con fecha 20 de junio de 1986 (Gaceta Oficial del Estado Bolívar, Ciudad Bolívar, año LXXXIV, nº Extraordinario, 9 de julio de 1986), dicho estado se divide para los efectos de su administración en nueve municipios, con sus respectivos munici-pios foráneos: Heres, Caroní, Raúl Leoni, Sucre, Cedeño, Piar, Si-

fontes, Gran Sabana y Roscio, el cual tiene como capital la ciudad de Guasipati y posee los municipios foráneos El Callao y Salom.

La localidad de El Callao comienza a figurar en la historia de Venezuela a partir del año 1854, cuando en dicha área geográfica se inician:

…las primeras instalaciones para la explotación de cuarzos aurí-

feros en la zona de los ejidos de Nueva Providencia de El Caracal,

en las márgenes del río Yuruari. El paisaje de esta zona se carac-

teriza por grandes áreas sabaneras. La temperatura media es de

25º C. Con respecto a su relieve, las tierras del Yuruari son de

inclinación suave hacia el S. y las aguas buscan la salida por el río

Cuyuní hacia el Atlántico… (Figueredo de Vall, 1988, t. II: 33).

Una década después, es decir, en el año de 1865, observamos que en El Callao:

…Liccioni y sus negros [quienes procedían principalmente de

las antillas francesas, holandesas e inglesas, Martinica y Guada-

lupe, Aruba y Curazao, Jamaica y Trinidad, etc.] pilan cuarzo en

morteros de hierro. Estaban provistos de una fragua portátil. En

1870 comenzó a funcionar la compañía en condiciones preca-

rias, pero en 1871 se obtenían 6 onzas de oro por toneladas de

cuarzo […] En este sentido, con el gran molino que comenzó

a funcionar en 1887 se consideró a dicha fábrica la primera del

mundo […] Entre 1882 y 1887, fue época de esplendor y derro-

che. Se acuñó una moneda denominada El Callao […] En estos

años se acentuaron las importaciones suntuosas, champaña Cli-

cot, licores, vinos, finos alimentos. Viaje a Europa, todo salía del

capital de la compañía y el gasto administrativo era cuantioso

(Camacho Sabala, 2010: 84-85).

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El carnaval en El Callao, estado Bolívar, VenezuelaJosé Marcial Ramos Guédez

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Ahora bien, merece la pena destacar la letra de un popular ca-lipso callaonse de Isaac Rojas, donde se señala que el nombre del pueblo tuvo su origen en las faenas mineras relacionadas con la búsqueda del oro (García Carbó, 2011: 36): “Un solitario minero / que se encontraba embombao / según dice la leyenda / le dio su nombre a El Callao / se encontraba tan callado / con su precioso tesoro / que le brindaba al Yuruari / en sus arenas de oro”.

En el proceso histórico-cultural del actual estado Bolívar ob-servamos los aportes provenientes de los distintos grupos étnicos que existieron y aún existen en las áreas geográficas que confor-man dicha entidad federal. En primer lugar, destacamos la po-blación autóctona o indígena, luego la de los descendientes de los conquistadores y colonizadores europeos y, finalmente, la de origen africano. Sin omitir que en las últimas décadas del siglo XX y primeras del XXI, se han incorporado componentes étni-cos culturales procedentes de los países árabes y asiáticos. Asimis-mo, debemos tomar en consideración que en el estado Bolívar, e igualmente en todo el territorio de la nación venezolana, hemos vivido la experiencia de la hibridación cultural o transcultura-ción, fenómeno que, de una u otra manera, apreciamos en las distintas fiestas tradicionales afrocatólicas, en la gastronomía, en la lexicografía, en el pensamiento mágico-religioso, en las artes plásticas, en las artesanías, en la música y sus instrumentos musi-cales, en los mitos, leyendas y muchas otras manifestaciones (Lis-cano, 1950; Cunill Grau, 1987; Hernández Grillet, l987; Arellano, 1986; Vila, 1951; Acosta Saignes, 1984; Álvarez, 1987; Ramón y Rivera, 1971; Belrose, 1988; Domínguez, 1992; Ramos Guédez, 2011 y 2012 y otros).

En relación con el proceso inmigratorio en la región de Gua-yana durante la segunda mitad del siglo XIX, merece la pena des-tacar la siguiente información:

… De hecho, entre 1853 y 1857, el terreno que ocupaba la antigua

misión de San Miguel, ubicado en las cercanías de la desembo-

cadura del río Caroní, al sureste del poblado de Las Tablas, fue

ocupado por un grupo de colonos franceses provenientes de las

Antillas. Este intento colonizador fue organizado por un trinita-

rio de apellido Des Source, quien desde 1851 comenzó a prepa-

rar en las islas del Caribe una expedición migratoria compuesta

por ciudadanos negros de nacionalidad francesa para conformar

una comunidad socialista en Guayana. En 1853 llegó un grupo de

inmigrantes integrado por doscientos colonos, los cuales se asen-

taron en torno a los restos de la antigua misión, dando inicio a

los trabajos para su subsistencia. Posteriormente fueron llegando

otros contingentes hasta alcanzar la cifra cercana a las setecientas

personas en la nueva colonia, que fue llamada Numancia […] El

grupo de colonos desarrolló una importante actividad de desma-

lezamiento y tala de la selva en aquella zona, obteniendo una im-

portante cantidad de carbón de leña y la suficiente madera para

construir unas cincuenta casas. Sin embargo, las condiciones en

la colonia rápidamente comenzaron a deteriorarse por causa del

duro régimen autoritario que estableció Des Source y la difusión

de una epidemia combinada de influenza y fiebre amarilla que ve-

nía azotando a la región desde el año anterior. Los colonizadores

comenzaron a marcharse, de manera que en los años siguientes

el poblado fue totalmente abandonado (Rey González, 2011: 62).

Debido al auge que tuvo la actividad minera aurífera en la región de Guayana, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, el gobierno venezolano de la época, presidido por el general Anto-nio Guzmán Blanco, creó: “…el Territorio Federal Yuruari, para una mejor organización y defensa de sus recursos auríferos ante la presión inglesa, comprendiendo esta entidad, además, la ma-yor parte del actual territorio en disputa del Esequibo…” (Cunill Grau, 1987, t. II: 997).

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El carnaval en El Callao, estado Bolívar, VenezuelaJosé Marcial Ramos Guédez

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Una excelente muestra de lo antes mencionado la podemos ver en la siguiente cita:

… El Callao, centro de la explotación de las minas de oro y foco

animado de la venta del purguo, chicle y balat que se traía de la

selva guayanesa. El Callao con sus cuatro calles polvorientas y

su calor sofocante era lo más importante de esa región que es la

materialización del fabuloso Dorado de los Conquistadores. La

fiebre de oro atrajo allí a gentes de diverso origen y condición.

Al grupo indígena, fruto del mestizaje secular de indios, negros

e hispanos, vinieron a sumarse nativos de diversas naciones ex-

tranjeras: ingleses, italianos, franceses, en su mayoría corsos, y

para las faenas rudas, con su actividad y resistencia peculiares

[…] numerosos negros y culíes, procedentes de las Antillas y de

Demerara… (Muñoz, 1971: 306).

La localidad minera aurífera de El Callao, además de su sig-nificación económica y de ser un polo de atracción para algunos inversionistas capitalistas de origen europeo o norteamericano, a lo largo de las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX, se constituye en un centro cultural de mucha importancia para la realización de una festividad popular, como lo es la del carnaval, la cual fue traída a Venezuela por los conquistadores españoles durante el período de la colonia:

Las festividades carnavalescas se expandieron gradualmente en el

mundo, primero en Europa y luego, gracias a los conquistadores,

fue llevada a América, donde sufrió algunos cambios al fusio-

narse con diferentes culturas del continente […] En Venezuela,

el carnaval tiene una importante connotación festiva. Se celebra

entre febrero y marzo dependiendo del año. En cada región del

país se hace de forma distinta. Esta tradición […] desde sus co-

mienzos fue asociada con juegos que implicaban mojar a otras

personas, ya sea con agua u otras sustancias […] Fue el inten-

dente José Ábalos [a finales del siglo XVIII] quien, a su llegada [a

nuestro país] se encargó de restaurar la esencia de las fiestas car-

nestolendas, pero añadiendo rasgos más definitorios para estas,

como coloridas comparsas y otras manifestaciones culturales,

convirtiendo el juego con agua para ser practicado por esclavos y

clases sociales bajas (Ruiz, 2011: A-12).

En el caso específico de El Callao, tenemos un testimonio que

nos dejó el escritor Pedro José Muñoz, quien en el año 1925 visitó dicha población y señaló que el carnaval era:

…la fiesta por la que se enloquecían los negros, en su mayoría

de nacionalidad británica. Ya a fines del año comenzaban a en-

trar por la Oficina de Correos de Ciudad Bolívar los voluminosos

bultos postales contentivos de los pedidos que a la firma Wel-

don’s de Londres, especializada en elaboración de disfraces, ha-

bían hecho con antelación los negros de El Callao. Venían en ellos

lujosos atavíos, sedas y encajes en profusión. Trajes de damas de

palacio, pastoras, colombinas, toda una variada gama de disfra-

ces femeninos; y para los hombres no eran menos: marqueses,

mosqueteros, patricios romanos, arlequines […] Y, por supuesto,

cuando llegaba el Carnaval, era el espectáculo más pintoresco y

cómico que imaginarse puede… (Muñoz, 1971: 306).

La forma en que vimos cómo se realizaba el carnaval en El

Callao, hacia el año 1925, posteriormente se fue modificando y aparecieron nuevos disfraces, ritmos de bailes acompañados con el calipso y sus toneles metálicos (steel pan, antiguos barriles de pe-tróleo), sin omitir los cantos de protestas tanto en español e inglés como en el llamado patois (lengua criolla, integrada por algunas palabras de origen africano, francesas, inglesas y españolas). En sus efectos, vemos que en la actualidad dicha fiesta de carnaval:

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El carnaval en El Callao, estado Bolívar, VenezuelaJosé Marcial Ramos Guédez

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…constituye un acontecimiento turístico que expresa la tradi-

ción del calipso antillano mezclado con una gran variedad de

instrumentos venezolanos: cuatro, maracas, rallo y la reciente

incorporación del saxofón, del micrófono y amplificadores que

acompañan a las comparsas de canciones en castellano y en in-

glés, cuyas letras narran viejas leyendas y acontecimientos locales

del momento… (Figueredo de Vall, 1988, t. II: 34).

En cuanto a su importancia turística, observamos que el car-naval de El Callao se ha constituido en un polo de atracción de interés tanto nacional como internacional, debido a la presencia de múltiples comparsas, numerosos disfraces, incluyendo el de las madamas, los diablos, la burriquita, los mediopintos, los agricul-tores, las fantasías y los mineros con todos sus atuendos; sin omi-tir el calipso antillano con su música y bailes.

En relación con el calipso, vemos su posible origen en la con-fluencia de:

…los antiguos cantos de trabajo, cantos africanos de llamada y

respuesta, un canto de porfía denominado cariso (término que

también se extiende a los cantores) y otro conocido como pic-

cong, el kaiso, canto narrativo originario de África occidental,

el bélé de las Antillas francesas, baladas tradicionales inglesas,

melodías de versificación y métrica hispánica, y las comparsas

carnavalescas denominadas canboulay y kalinda (García Carbó,

2011: 37) .

Igualmente, apreciamos que el calipso es una:

…expresión musical como algo que fundamenta sus raíces en el

continente africano (África Negra), estableciéndose en las Islas

Occidentales (Caribe), para luego concentrarse en la Isla de Tri-

nidad, enriquecerse, fortalecerse y luego ser exportado al mun-

do […] Es así cómo esta expresión musical ha sido el arma de

protesta del esclavo negro. Hoy es el medio de comunicación y

concientización social que el calypsoniano utiliza para expresar

el sentimiento e inconformidad del pueblo trinitario hacia sus

gobernantes y demás opresores… (Sorrillo, 2003: 9).

Para obtener una visión más amplia sobre la fiesta del car-naval en El Callao, en el contexto de las dos primeras décadas del siglo XXI, hemos tomado en consideración el siguiente es-quema, el cual puede ser ampliado al consultar fuentes como Juan Besson, “Las fiestas carnavalescas” (1941); Rafael Olivares Figueroa, “Particularidades y evolución del carnaval venezola-no” (1946); Tulio Hernández (coord.), Atlas de tradiciones vene-zolanas (1988); Lisbeth Canga García y Mónica Bergna, Descu-bre Bolívar (2011), entre otras.

isidoRa

Autoridad mayor durante décadas en la organización del carna-val, sigue siendo, después de fallecida, el espíritu protector de la celebración. Año a año se le recuerda y celebra por medio de can-ciones, estampas y otras representaciones.

las coMPaRsitas

El carnaval incorpora por igual a gente de todas las edades. Las comparsitas integradas por niños y adolescentes tienen un lugar especial en la fiesta. La dinámica de la tradición ha ido despla-zando viejos instrumentos, como el legendario tambor bumbac hecho de noble madera, pasando ahora a primera fila los grandes tambores metálicos de calipso.

los tRajes

La manera de anudar el vestido a los lados de las caderas envía mensajes simbólicos a los solteros participantes. Las madamas solteras llevan un solo nudo; las casadas, dos.

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El carnaval en El Callao, estado Bolívar, VenezuelaJosé Marcial Ramos Guédez

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las MadaMas

Constituyen uno de los símbolos más importantes de la pre-sencia femenina en la festividad. Su vistosidad señorial remite a formas tradicionales de vestir practicadas hasta principios de siglo en la región.

diablos de caRnaval

La creatividad popular ha ido desarrollando un trabajo cada vez más sofisticado e imaginativo en la elaboración de las máscaras del Diablo, personaje principal del carnaval de El Callao. Las for-mas de estas, con cachos rectos y puntiagudos, tienen grandes di-mensiones e igualmente se destacan por sus trajes rojo y negro. El Diablo lleva tridente y fuete en la mano, elementos distintivos que le sirven para poner orden en los desfiles de las comparsas.

las coMPaRsas de los MedioPintos

También se le denomina la comparse de los mediopintos y está constituida por personas solas o en grupos, quienes se pintan la cara y el cuerpo de negro con betún para zapatos o aceite negro de automóviles. Salen a las calles pidiendo dinero o bebidas alco-hólicas y si no le otorgan el donativo, proceden a untar de negro la cara o las manos de las personas que encuentran a la largo de su visita a la ciudad de El Callao. La denominación de los mediopin-tos proviene del eslogan que utilizan: o medio o pinto.

la buRRiQuita

Participa en el carnaval de El Callao y durante su baile es acompa-ñada por un grupo musical integrado por tres o cuatro hombres, quienes ejecutan un golpe oriental; uno de ellos lleva el disfraz de la burriquita y los otros tocan los instrumentos seleccionados para tal evento.

el sebucán

Es un baile que se caracteriza por estar organizado por partici-pantes que se mueven en círculo entrelazando cintas de diversos colores para formar un tejido compacto y multicolor.

el baile del Paloteo

Constituye una danza popular que es acompañada por instrumen-tos musicales como el cuatro, las maracas, el violín y el bandolín.

la coMPaRsa de los agRicultoRes

Está integrada principalmente por las personas que trabajan en el mercado principal de El Callao y salen a bailar en la noche y per-manecen hasta la madrugada del otro día. Utilizan una variedad de disfraces e instrumentos musicales.

siGnificación social

El carnaval de El Callao ofrece libertad e igualdad y se convierte año tras años en una ocasión ideal para liberar tensiones, expresar críticas y contar, cantando y bailando, los hechos más picarescos ocurridos entre los pobladores. Destacamos que el carnaval de El Callao es una festividad de carácter popular, originada por la hibridación de múltiples aportes étnico-culturales, donde se des-tacan los de origen africano. En dicha festividad constantemente se incorporan nuevos elementos en la confección de los disfraces y comparsas e, igualmente, en las letras de sus canciones, sin olvi-dar el ritmo del calipso y sus numerosos instrumentos musicales. El carnaval de El Callao ha sido propuesto ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura como Patrimonio Cultural no tangible de la Humanidad, solici-tud realizada por el Centro de la Diversidad Cultural, adscrito al Ministerio Popular de la Cultura del gobierno venezolano. Esta petición nos demuestra la importancia que posee dicha festividad como acervo étnico-cultural de nuestra nación.

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El carnaval en El Callao, estado Bolívar, VenezuelaJosé Marcial Ramos Guédez

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camPosantos caPitalinos antes del cementerio General del sur. Una aproximación a los espacios de la muerte en Caracas (siglo XIX)

Jorge Flores González

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En la ciudad de Caracas, los espacios empleados para la inhu-mación de cadáveres se fueron transformando como resultado del paulatino proceso de secularización de la muerte que se dio a lo largo de casi todo el siglo XIX. Sin embargo, dicha transfor-mación no solo obedeció a las resoluciones que se promulga-ron desde el Estado, fueron particularmente las circunstancias de la época las que obligaron al establecimiento de camposan-tos fuera de poblado. Así pues, en este primer acercamiento al tema, señalamos los recintos sagrados destinados al descanso eterno, los problemas que fueron surgiendo en torno a las se-pulturas dentro de los templos, y cómo las autoridades laicas y religiosas respondieron a esa situación, sobre todo, de cara al nuevo panorama que se empezó a configurar a causa de las epi-demias, la guerra por la Independencia y el terremoto de 1812.

Palabras clave: Caracas, espacios de la muerte, cementerios, modos de enterramiento.

tieRRa FiRMe No 112. Caracas, enero-junio 2017, pp. 87-126

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En Venezuela los estudios históricos referidos al origen y evo-lución de los espacios de la muerte son casi inexistentes. A lo

sumo se cuentan algunas pocas obras dedicadas a su forma más característica y emblemática, el cementerio. En este sentido, cabe añadir que se trata de trabajos históricos principalmente circuns-critos a una región o a un cementerio determinado1. Tal es el caso que para la ciudad de Caracas apenas se pueden mencionar única-mente dos títulos, el ya clásico ensayo Los cementerios de Caracas. Desde 1567 hasta 1906 (1906), de Manuel Landaeta Rosales, y el texto Cementerios en Venezuela. Los camposantos de los extranje-ros del siglo XIX y los antiguos cementerios en Caracas y el Litoral (2000), de Hanns Dieter Elschnig. Esto, por supuesto, sin conside-rar los apartados, párrafos y líneas que en sus libros y artículos al-gunos estudiosos, costumbristas y cronistas han dedicado al tema, tales como Arístides Rojas, Lucas Manzano, Aquiles Nazoa, Enri-que Bernardo Núñez, Alberta Zucchi y Rafael Cartay, entre otros.

1 Sirvan de ejemplo los siguientes escritos: Pedro Rivas y Juan Carlos Mora-les Manzur, “Cementerios patrimoniales del Zulia, Venezuela: El cemen-terio de Sinamaica”, Acervo, vol. I, nº 1, 2002: 116-134; Omar José Yépez, “Cementerio Municipal de Cabudare (1879-1952): Una aproximación a su estudio”, Revista de Ciencias Sociales de la Región Centroccidental, nº 9, 2004: 103-136; Blanca de Lima, “Dolor y amor, ángeles y plañideras: Cementerio Judío de Coro”, Apuntes, vol. XVIII, nº 1-2, 2005: 56-69; Mó-nica Silva Contreras, “Hierro fundido en plazas y cementerios del siglo XIX: Caracas y Valencia entre incontables ciudades”, Apuntes, vol. XVIII, nº 1-2, 2005: 90-105; “El cementerio del siglo XIX: Romántico lugar de encuentros en El Cojo Ilustrado”, Estudios, vol. 15, nº 29, 2007: 189-213; Fabiola C. Velasco Garípoli, El cementerio El Espejo como documento histó-rico para el estudio de la ciudad de Mérida (1900-1950). Mérida, Memoria de grado presentada para optar a la Licenciatura en Historia, Universidad de Los Andes, 2007; Eduardo Cobos, La muerte y su dominio. El Cemen-terio General del Sur en el guzmanato, 1876-1887. Caracas: Centro Nacio-nal de Historia, 2009; Yuleima Rodríguez, “Cementerio General del Sur: Aproximación histórica y costumbres de los caraqueños vistas a través de la necrópolis”, Mañongo, vol. XIX, nº 36, 2011: 173-198.

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In the city of Caracas, the spaces used for the burial of corpses were transformed as a result of the gradual process of secular-ization of the death that occurred throughout most of the nine-teenth century. However, this transformation not only obeyed the resolutions that were promulgated from the State, it was particularly the circunstances of the time that forced the estab-lishment of fields out of town. Thus, in this first approach to the subject, we point out the sacred precincts destined for eter-nal rest, the problems that arose around the graves inside the temples, and how lay and religious authorities responded to this situation, above all facing the new panorama that began to form because of the epidemics, the war for the Independence and the earthquake of 1812.

Key Words: Caracas, death spaces, cemeteries, modes of burial.

caPital Graveyards before the cementerio General del sur. An Approximation to the Spaces of Death in Caracas (19th Century)

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Ahora bien, la obra del francés Michel Ragon, L’espace de la mort. Essai sur l’architecture, la décoration et l’urbanisme funéraires (1981), significó para la historia del arte un valioso aporte al dotar de dimensiones más ricas y provechosas al concepto de espacio de la muerte, no limitándolo exclusivamente al cementerio, sino a todos aquellos lugares sagrados o no, a los que la comunidad o el individuo decidieron conceder un sentido mágico-religioso. Sentido que, en nuestra opinión, también puede llegar a ser de carácter político-ideológico o sociocultural.

Es así que los espacios de la muerte incluyen no solo aquellos destinados a la inhumación de cadáveres, sino también los consa-grados al culto a los muertos o a la perpetuación de su recuerdo. Iglesias, mausoleos, camposantos, panteones2, cenotafios, casas mortuorias, osarios, altares, estatuas, capillitas de camino3, mor-

2 Con respecto al Panteón Nacional tampoco se cuenta con una bibliogra-fía histórica muy profusa: Manuel Landaeta Rosales, El Panteón Nacional. Caracas: Tip. El Cojo, 1911; Ramón Díaz Sánchez, El Panteón Nacional: Guía para el visitante. Caracas: Ministerio de Relaciones Interiores, 1964; Eduardo Blanco y Manuel Landaeta Rosales, Centenario del Panteón Na-cional. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República, 1975; Óscar Beaujón, “Dos huéspedes singulares en el Panteón Nacional”, Boletín de la Academia Nacional de la Historia, nº 232, Caracas, 1975, t. LVIII, pp. 670-689; Lucas Guillermo Castillo Lara, El Panteón Nacional. Caracas: Edicio-nes Centauro, 1980; Edgar Pardo Stolk, Apuntes para la historia del Pan-teón Nacional. Caracas: Ediciones Centauro, 1980; Mabel Pacheco Avilán, Gomecismo y Panteón Nacional (1908-1935). Caracas, Trabajo especial de grado para optar al título de licenciada en Historia, Universidad Central de Venezuela, Escuela de Historia, 2006.

3 Sobre esta particular forma de uno de los espacios de la muerte más po-pulares en Venezuela, véase el reciente estudio circunscrito al occidente del país de los autores José Enrique y David Enrique Finol, “Para que no queden penando”… Capillitas a la orilla del camino: Una microcultura fu-neraria. Maracaibo: Universidad del Zulia/Universidad Católica Cecilio Acosta, Colección de Semiótica Latinoamericana, 2009. Dicho trabajo, si bien no es propiamente histórico, igual constituye una valiosa fuente y aporte a las investigaciones sobre el tema.

gues, funerarias, fosas comunes e, incluso, sepulturas clandestinas e improvisadas constituyen, de manera transitoria o definitiva, espacios de la muerte. Espacios que, como otras instituciones so-ciales y culturales, reflejan las transformaciones y singularidades de las creencias, actitudes, sentimientos y valores, individuales y colectivos, de una determinada población.

En tal sentido, vale aclarar que en nuestro acercamiento a los espacios de la muerte en Caracas durante finales del siglo XVIII y buena parte del XIX, nos limitaremos únicamente a los luga-res dispuestos para el enterramiento de los muertos. Es decir, las iglesias, los conventos, los cementerios adjuntos a los hospitales y templos, incluyendo aquellos camposantos que se fueron erigien-do en función de los requerimientos y circunstancias de la época.

Sin remontarnos muy lejos, la potestad de elegir sepultura en el interior de los templos parroquiales, regulares o de cualquier otro tipo, se formalizó en las Constituciones Sinodales del Obis-pado de Venezuela y Santiago de León de Caracas de 16874. Igual-mente, se estipuló el establecimiento de cementerios a uno de los costados de las iglesias, con sus respectivos osarios5.

Es muy probable, entonces, que templos como los de San Mauricio, San Pablo, Catedral y Altagracia, cuya edificación pre-cedía al Sínodo y a su aprobación real en 1698, ya contaran con un camposanto anexo a sus instalaciones. De ahí que en octu-bre de 1673, el ayuntamiento caraqueño planteaba la necesidad

4 “Constituciones Sinodales, Libro IV, Título XI: De las sepulturas, ítems 87-88”, en Manuel Gutiérrez de Arce, El Sínodo Diocesano de Santiago de León de Caracas de 1687: Valoración canónica de Regio Placet a las Cons-tituciones Sinodales Indianas. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1975, t. II, p. 213. En adelante citaremos “Constituciones Sinodales” en referencia a las contenidas en el tomo II de esta obra.

5 “Constituciones Sinodales, Libro IV, Título I: De la edificación de las igle-sias, calidad, y normas de sus edificios, ítem 7”, pp. 200.

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de construir el de la Catedral6. Situación que debió repetirse con otros templos, quizás con excepción de los de Santa Rosalía y Candelaria, que fueron fundados años después.

De la misma forma, parece ser que las iglesias de los conven-tos dispusieron también de sus respectivos cementerios. Estos se-rían los pertenecientes a las órdenes de dominicos, franciscanos, mercedarios, neristas y capuchinos, siendo el de los últimos un hospicio, y los de religiosas concepcionistas, carmelitas descalzas y dominicas7. En cuanto a los hospitales, era imprescindible que tuvieran su propio camposanto a fin de sepultar a los enfermos que en ellos fallecieran, evitando que esto se llevara a cabo en otros lugares que resultasen perjudiciales para la salud pública. La ciudad de Caracas contaba para finales del siglo XVIII con los reales hospitales de San Lázaro, San Pablo, Nuestra Señora de la Caridad (mujeres) y el Militar.

Un dato bastante interesante en relación con Europa nos lo proporciona el historiador francés Philippe Ariès al señalar que:

6 Carlos F. Duarte y G. Gasparini, Historia de la Catedral de Caracas. Cara-cas: Gráficas Armitano, 1989, p. 159.

7 Manuel Landaeta Rosales, Los cementerios de Caracas. Desde 1567 hasta 1906, pp. 16-17. Esta es una información que debe ser examinada con mayor profundidad y detalle, pues algunas fuentes de la época generan dudas respecto a la existencia de camposantos anexos a los conventos. Tal es el caso, que el capellán de San Francisco informó en 1810 al arzobispo Narciso Coll y Prat que en dicha iglesia no existía otro lugar o cementerio destinado a la inhumación de cadáveres que no fuese el pavimento o las bóvedas subterráneas de dicha iglesia, es decir, se efectuaba en el interior de la misma. Véase “Al guardián del Convento de San Francisco de esta ciudad de Narciso Arzobispo de Caracas, 25 de septiembre de 1810. Le pide información de la forma, modo y lugar de que se hace la cumulación de cadáveres en esa Iglesia o sus cementerios. En igual sentido pide una información al Capellán de la Iglesia de la Santísima Trinidad”, Archivo de la Academia Nacional de la Historia (AANH), Donación Villanueva (segunda parte), doc. nº 488, fº 1vto. En lo sucesivo se citará AANH.

… Un autor del siglo XVI reconoce que “los cementerios no son

simples sepulturas y almacenes de cuerpos muertos, sino que an-

tes son lugares santos o sagrados, destinados a las oraciones por

las almas de los difuntos que en ellas reposan”; lugares santos

y sagrados, públicos y frecuentados, y no impuros y solitarios

(Ariès, 1999: 42).

Dicho pensamiento puede que estuviese vinculado a la creencia popular que para entonces existía en el mundo cristia-no, y desde la Edad Media, acerca de que los cementerios debían hallarse junto a los templos, pues si se era enterrado en las proxi-midades de donde lo fueron los santos o sus reliquias, cabía la posibilidad de verse amparado y favorecido por las oraciones que los fieles hacían en las iglesias, a la par de ser rememorados por sus parientes cada vez que estos asistían a cumplir con los santos sacramentos o a rezar8.

Así, a pesar de su larga data, las inhumaciones en el interior de las iglesias y sus anexos empezaron a constituir paulatinamen-te un problema de salubridad e higiene para las personas con vi-viendas adyacentes a estos sitios, condición que se fue agravando con el deterioro y el limitado espacio de otros camposantos. Fue entonces, en las postrimerías del siglo XVIII, cuando el rey Carlos III ordenó mediante una Real Cédula de fecha 3 de abril de 1787, la construcción de cementerios a extramuros de las poblaciones, al tiempo que prohibía el entierro de cadáveres dentro de los tem-plos. La ejecución de lo dispuesto en este mandato debió haber sido múltiple y diversa en cada uno de los territorios que confor-maban la corona española, sobre todo porque venía a objetar vie-jas costumbres y creencias fúnebres fuertemente arraigadas en la

8 Philippe Ariès, El hombre ante la muerte, p. 43.

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población9. Y como suele suceder en estos casos, la ley se acataba pero no se cumplía. De modo que pasaría mucho tiempo antes de que en Caracas se concretara lo señalado por dicha Real Cédula y otras que a esta siguieron. Y no es que la ciudad no tuviera necesi-dad de nuevos cementerios, que en efecto sí la tenía.

9 Sobre el impacto de la Real Cédula de fecha 3 de abril 1787 y las que si-guieron a esta se puede consultar a Julio Antonio Vaquero Iglesias, Muerte e ideología en la Asturias del siglo XIX. Madrid: Siglo XXI Editores, 1991, pp. 271-312; Marco Antonio León León, Sepultura sagrada, tumba pro-fana. Los espacios de la muerte en Santiago de Chile, 1883-1932. Santiago de Chile: Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos/LOM Ediciones, 1997, pp. 25-38; José E. Serrano Catzim y Jorge I. Castillo Canché, “La reforma de los cementerios y el conflicto civil-eclesiástico por su admi-nistración: Yucatán, 1787-1825”, Ketzalcalli, vol. 2, 2006: pp. 68-80; Diego Andrés Bernal Botero, “La Real Cédula de Carlos III y la construcción de los primeros cementerios en la villa de Medellín, Virreinato del Nuevo Reino de Granada”, Boletín de Monumentos Históricos, Tercera Época, nº 19, México, Coordinación Nacional de Monumentos Históricos/INAH, mayo-agosto 2010, pp. 29-49. En dichos estudios además se analiza la le-gislación hispánica que sobre sepulturas existió desde las Siete Partidas de Alfonso el Sabio, incluyendo la decretada para el Nuevo Mundo en las Leyes de Indias, hasta la que se promulgó bajo influencia e inspiración del pensamiento ilustrado en el siglo XVIII y principios del XIX, tanto para la Península como para la América española. En referencia a nuestro país hay un trabajo que examina este tema de forma más general: Jorge López Falcón, “Los entierros en la Venezuela de antaño…”, Boletín de la Acade-mia Nacional de la Historia, no 357, t. XC, Caracas, enero-marzo de 2007, pp. 157-164. Por otra parte, cabe agregar que la inhumación de cadáveres dentro de los templos fue también un tema de constante discusión en el seno de la Iglesia católica: “Durante siglos, los concilios han seguido distinguiendo en sus decretos la iglesia y el espacio consagrado alrededor de la iglesia. Mientras imponían la obligación de enterrar al lado de la iglesia, no dejaban de reiterar la prohibición de enterrar en el interior de la iglesia, salvo algunas excepciones a favor de sacerdotes, de obispos, de monjes y de algunos laicos privilegiados: excepciones que inmediatamen-te se convirtieron en la regla” (Ariès, 1999: 46). Apoyándose en fuentes eclesiásticas y autores de la época, el autor analiza brevemente pero con ejemplos y detalles este asunto (pp. 46-50).

Es así que en el año de 1799, los ministros de la Intendencia del Ejército y Real Hacienda hicieron saber al señor intendente Esteban Fernández de León, la urgencia de levantar un cemen-terio en las afueras de la ciudad, de ser posible, hacia el sitio que llamaban La Pedrera o en sus proximidades, al pie del cerro El Calvario, donde pudiesen ser sepultados los cuerpos de los enfer-mos provenientes de los reales hospitales de San Pablo y Militar, a la vez que se daba ejecución a lo dictado por Su Majestad y se con-tribuía al mejoramiento de la salud pública de los enfermos y de los habitantes de la feligresía. La razón de tal propuesta era poner fin a una disputa que durante años habían sostenido el contralor de los reales hospitales y el cura coadyutor de San Pablo, debido a un terreno cuya propiedad aún estaba en litigio y del que ninguna de las partes podía disponer. No obstante, un año antes, en 1798, el cura tuvo la intención de mandar a levantar unas tapias, y no conforme con eso, ordenó al sepulturero de la parroquia que no enterrara cadáver alguno en el sitio disputado y, por el contrario, sí lo hiciese en el espacio destinado a la inhumación de los en-fermos que fallecían en dichos hospitales. Esta situación no era nueva, en pasadas y distintas oportunidades se habían generado algunas rencillas con el cura de la parroquia, sus sacristanes, te-nientes y sepultureros, por el mismo motivo, sin importar que esto ocasionara numerosos daños tanto a los hospitales como a los cadáveres, ya que el sepultar unos sobre otros ponía en riesgo de contagio a toda la zona10.

La práctica de enterrar a los muertos de la feligresía en el cam-posanto del Hospital de San Pablo evidencia, además, que el lugar destinado por la iglesia para los mismos fines había agotado sus ca-pacidades. Y para estos años las condiciones debieron ser realmente

10 “Representación de los señores Ministros en asunto relativo a la construc-ción de nuevos cementerios, para dar sepultura a los distintos que fallecen en ambos hospitales”, AANH, Civiles, 1799, t. 4975, nº 1, fs. 1-3vto.

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críticas si tomamos en cuenta que, al menos desde 1776, el cemen-terio del hospital tuvo que empezar a hacerse cargo no solamente de sus cadáveres, sino también de los provenientes de la parroquia y de otros hospitales. Esto según información enviada al rey por el administrador de los reales hospitales de San Pablo y San Láza-ro, quien se quejaba del anterior gobernador por haberlo obligado, entre otras cosas, a la construcción y ensanche de un camposanto que albergara a los fallecidos en estos hospitales, así como los de Militar y Caridad, y los de la feligresía de San Pablo. La razón, una vez más, era evitar una infección por la sobrepoblación de cuerpos sepultados en el cementerio de la iglesia11.

Comenzando el siglo XIX, y por medio de una Real Cédula de fecha 15 de mayo de 180412, se vuelve a insistir sobre las con-veniencias y beneficios que proporcionaría la fundación de cam-posantos a extramuros de los poblados. Era la segunda vez que el rey Carlos IV se pronunciaba sobre el asunto, ya lo había hecho en Cédula de 27 de marzo de 1789, con motivo de la carta que el gobernador y capitán general de la isla de Cuba le envió a su pre-decesor el 3 de febrero de 1787, exponiéndole lo perjudiciales que resultaban los entierros en el interior de las iglesias13. Práctica que

11 “Al Gobernador de Caracas participándole lo representado por el Admi-nistrador de los Hospitales de San Pablo y San Lázaro de aquella ciudad sobre los gastos extraordinarios que le mandó a hacer su antecesor para el camposanto y habitación del Contralor del Hospital de la Tropa, orde-nándole que con moderación a las rentas de los referidos hospitales tome la providencia que sea más equitativa. Aranjuez, 6 de mayo de 1778”, Ar-chivo General de la Nación (AGN), Papeles sueltos no clasificados, fs. 1-2. En lo sucesivo se citará AGN.

12 Abraham Fernández Fuentevilla, Prácticas funerarias en Caracas 1780-1810. Contribución al estudio de la muerte en Venezuela. Caracas, Tesis de grado para optar al título de Licenciado en Historia, Universidad Central de Venezuela, 2001, p. 80. En este trabajo de grado se presta atención su-ficiente al estudio de dicha Real Cédula, pp. 73-99.

13 “Comunicación de Francisco Cerdá para el Gobernador y Capitán Ge-neral. Reclama los informes que se pidieron a los Vice-Patronos Reales

se mantendría por largo tiempo, sin claras señales de cambio, al menos no con respecto al establecimiento de un cementerio que diera alojamiento a todas las personas, sin excepción.

Por otra parte, continuaban también los problemas relativos a los camposantos de los reales hospitales. En 1808 se hacía preci-sa la culminación de unos trabajos que se estaban realizando con la finalidad de que los hospitales Militar y de Caridad tuviesen un nuevo cementerio donde inhumar los cuerpos de los enfermos que allí perecían. Esto motivado a que los que ambos tenían eran muy angostos, además se corría con el riesgo de causar infeccio-nes, porque a falta de sepultureros expertos, quienes se hallaban encargados de tal tarea dejaban los restos descomponiéndose casi en la superficie de la tierra14.

Quizás por causa de esta situación de insalubridad, un par de años después y a pocos meses de su arribo a la ciudad, el arzo-bispo Narciso Coll y Prat solicitó a los capellanes de los distintos templos caraqueños15 toda la información referente a los modos y

y Prelados Diocesanos de los Reinos de Indias, sobre la conveniencia de establecer cementerios fuera de poblado, para evitar los daños que causa a la salud pública, la costumbre de enterrar los cadáveres en las iglesias. Ma-drid, 2 de junio de 1798”, AGN, Gobernación y Capitanía General, 1798, t. LXXI, nº 4, f. 11-11vto. En lo sucesivo se citará AGN, Gob. y Cap. Gral.

14 “Transcribe oficio de los Ministros Generales relativo a que se acelere la conclusión del cementerio a fin de sepultar los que faltasen en los Hos-pitales. Caracas, 18 de mayo de 1808”, AGN, Gob. y Cap. Gral., 1808. t. CXCI, nº 233, fs. 255-256; “Copia de comunicaciones para los Ministros Generales del Ejército y Real Hacienda de la Capital. Acerca de la urgente necesidad de que se concluya el cementerio de los Hospitales Militares y Caridad. Caracas, 17 de mayo de 1808”, AGN, Gob. y Cap. Gral., 1808, t. CXCI, nº 234, f. 257.

15 No contamos con la información necesaria para saber a ciencia cierta si esta solicitud se extendió a otras jurisdicciones de la arquidiócesis. Suponemos en principio que únicamente se limitó a la ciudad de Caracas, esto según las fuentes pesquisadas, que apenas hacen referencia a los templos de la Santí-sima Trinidad, el convento de San Francisco y el hospital de San Lázaro.

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lugares de enterramiento, bien fuesen en el interior de estos o en sus cementerios anexos. Días más tarde respondió el de la Iglesia y Hospital de San Lázaro manifestando, entre otras cosas, que en el interior de aquella no se sepultaba persona alguna, pues dicha actividad se hacía en el camposanto dentro del mismo hospital, exclusivo para los enfermos del mal de lepra16.

Por su parte, el párroco de la Santísima Trinidad señaló que en su iglesia comúnmente los entierros se llevaban a cabo en el cementerio de la misma, con excepción de una que otra persona que se inhumaba dentro del templo, ya fuese en el suelo o en la bóveda del presbiterio17. Información similar proporcionó el ca-pellán de la parroquia castrense del batallón veterano y del Real Hospital Militar, al indicar que sus feligreses, a menos que dispu-siesen en vida otra cosa, eran sepultados también en la Iglesia de la Santísima Trinidad o en el camposanto ubicado detrás de la misma, siempre con la debida profundidad a fin de evitar cual-quier tipo de contagio18.

El guardián del Convento de San Francisco fue más detallado en su descripción, indicando que en aquella iglesia los entierros se hacían únicamente de dos maneras, en el pavimento o en algu-nas de las bóvedas. Al primero tenían derecho las personas pro-venientes de todas las clases, así como distintas familias, cuya fe y devoción les permitía elegir a los pies de cuál capilla o altar de-seaban ser sepultados, con excepción de la oficialidad del batallón veterano, que contaba con un panteón de numerosos sepulcros

16 Sobre dónde se hace la tumulación de cadáveres en la Iglesia ó cementerio de San Lázaro”, Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Caracas (AHAC), Exhumaciones, Carpeta nº 5, 1810, s/f. En lo sucesivo se citará AHAC.

17 “Al guardián del Convento de San Francisco de esta ciudad de Narciso Arzobispo de Caracas….”, AANH, Donación Villanueva (Segunda parte), doc. nº 488, fs. 3-3vto.

18 Sobre la tumulación de cadáveres en el Hospital Militar e Iglesia de la Santísima Trinidad”, AHAC, Episcopales, Carpeta nº 40, 1810, s/f.

situado en la capilla de Nuestra Señora de la Luz. En relación con las inhumaciones en las bóvedas, cuatro eran las dispuestas para estos fines, una bajo la sacristía destinada a los religiosos que con-taba con buena ventilación y disponía de veintiocho nichos, de los cuales con los años, siendo necesarios para nuevas sepulturas, se extraían los cadáveres para ser llevados a cualquiera de los dos osarios ubicados en el suelo. Otra se hallaba bajo la capilla del San-to Niño de Belén, en esta eran enterrados los forasteros de origen europeo, igual que la anterior bien ventilada pero con doce nichos y un osario. Asimismo, estaba la bóveda de la Tercera Orden, reser-vada para sus difuntos hermanos, la cual contaba con cuarenta y ocho nichos y un osario, también ventilada de la misma manera. Y, por último, una con suficiente capacidad, a los pies del altar de San Diego, cuyo uso era en aquel momento para los párvulos fallecidos que a diario dejaban abandonados en las puertas del templo, así como también para aquellos que lo solicitaran19.

Ahora bien, recapitulando un poco, tenemos que para esta época los principales espacios de la muerte en Caracas se circuns-cribían entonces a los conventos, las iglesias y los cementerios ad-juntos a estas, así como los pertenecientes a los hospitales, a saber, el Militar, el de San Lázaro (leprosorio), el de San Pablo y el de Caridad (mujeres). También se encontraba en funcionamiento, al menos desde 1811, el Cementerio General de Hospitales cuya conclusión urgía algunos años atrás.

A partir de este momento y no solo en Caracas, se suscitarían numerosos y diversos problemas en relación con los lugares dis-puestos para la inhumación de restos humanos, sobre todo porque fenómenos de mortandad, como el sismo del 26 de marzo de 1812 y la guerra de Independencia, sin duda, venían a incrementar y

19 “Al guardián del Convento de San Francisco de esta ciudad de Narciso Arzobispo de Caracas…”, AANH, Donación Villanueva (segunda parte), doc. nº 488, fs. 1-1vto.

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complejizar las dificultades que ya se tenían, tal como la urgencia de un camposanto general.

El ciudadano presidente manifestó, que pues antes del suceso del

ventiseis de marzo último estaba ya anunciada la necesidad de

establecer un cementerio general para sepultar los cadáberes, y

que insta más en el día, en que por efecto del terremoto no hay

ya templos en que verificarlo…20.

Efectivamente, tras el terremoto, las iglesias y los pocos ce-menterios existentes excedían sus capacidades, no quedaba más remedio, ante el paso del tiempo y una eventual epidemia, que el fuego purificador:

En lo tocante a los muertos, quedaba por cumplir un deber im-

puesto a la vez por la piedad y por el temor de la infección. En la

imposibilidad de dar sepultura a tantos miles de cadáveres medio

sepultados bajo las ruinas, se encargó a comisionados que que-

masen los cuerpos. Levantáronse hogueras entre los montones

de escombros, y la ceremonia duró varios días […] Reuniéndose

los unos en procesión, entonaban cánticos fúnebres…21.

Estas incineraciones debieron ser principalmente para los restos de los difuntos provenientes de las clases pobres y menos fa-vorecidas, el grueso de la población, pues algunos pertenecientes a las tradicionales familias caraqueñas mantuanas fueron deposi-tados en lugares provisionales, obligados bajo las circunstancias

20 “Acta del Cabildo de Caracas del 22 de mayo de 1812 (f. 37vto.)”, en Con-sejo Municipal del Distrito Federal, Actas del Cabildo de Caracas, 1812-1814, vol. II. p. 103. Las cursivas son del original.

21 Manuel Palacio Fajardo, “Apuntamientos sobre las principales circuns-tancias del terremoto de Caracas” (manuscrito), contenido en la obra de Alejandro de Humboldt, Viaje a las regiones equinocciales del nuevo con-tinente hecho en 1799, 1800, 1801, 1802, 1803 y 1804. Caracas: Escuela Técnica Industrial, 1941, t. III, p. 19.

del momento, pero con la seguridad de luego poderlos exhumar y trasladar a un lugar más sagrado22.

Por otra parte, aquellos cadáveres que sí pudieron ser rescata-dos entre los escombros fueron a parar a sitios que se habilitaron de manera imprevista con el fin de darles sepultura, bien fuese in-dividual o colectiva. A uno de ellos nos remite Manuel Landaeta Rosales, quien señala que en el espacio donde luego se fundaría el cementerio del empedrado entre 1816 y 1817, ya se habían llevado a cabo inhumaciones en 1812 con motivo del terremoto. Ubicado en el lateral derecho del camino que llevaba a Antímano, en la zona de El Empedrado, está considerado como el primer campo-santo público de la capital23.

No obstante, pareciera ser que el establecimiento de este cementerio provisional no trajo consigo un cambio realmente significativo, pues los entierros continuaron efectuándose en el interior de las iglesias24 y la polémica en torno a la construcción

22 Como sucedió, por ejemplo, con doña María de Guía y don José Antonio Mijares de Solórzano, quienes habiendo fallecido a causa del terremoto, fueron sepultados temporalmente en el solar del hospicio de frailes ca-puchinos, feligresía de San Pablo para la época. Un lugar del que se tenía seguridad no se hubiese enterrado antes cadáver alguno, de manera que la identidad de los cuerpos estuviese asegurada. Una vez exhumados los restos, se hicieron los oficios religiosos y fueron trasladados a la iglesia Catedral, de donde habían sido feligreses. Cf. “Doña María Ignacia To-var sobre trasladar los huesos de su hija y esposo de ésta, de la sepultura provisional que se le dio y pasarlos a la Iglesia de San Francisco”, AHAC, Judiciales, 1812, Carpeta nº 134, fs. 1-4vto.

23 Landaeta Rosales, ob. cit., p. 17; Aquiles Nazoa, Caracas física y espiritual, p. 60.

24 En diciembre de 1813, el sepulturero de la iglesia Metropolitana comuni-caba al deán y cabildo, entre otros asuntos, que durante ese año se habían enterrado 220 párvulos y un sinnúmero de adultos, todos de limosna, tanto en los sepulcros como en el cementerio de dicha iglesia. Cf. “Legajo de recibos otorgados a favor de la Mayordomía de Fábrica de la iglesia Catedral de Caracas. 1º de diciembre de 1813”, AGN, Iglesias, 1813-1815, t. LXV, nº 10, fs. 134-134vto.

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de camposantos fuera de poblado siguió vigente. De ahí que a unos meses después de su arribo a Venezuela, el general realista Pablo Morillo previno, en fecha 16 de junio de 1815, al arzobispo Coll y Prat, con motivo de que cesaran las inhumaciones dentro de los templos y solo se llevasen a cabo en los cementerios. Días después se le informó al general que su instrucción se cumpliría con inmediatez a la par que se notificaba de la misma al resto de las autoridades25. Dicha inmediatez se dilataría años, no solo por motivo de la situación bélica del momento y la falta de recursos económicos, sino también por los distintos trámites burocráticos que tanto autoridades laicas como eclesiásticas debían realizar, esto sumado a las discordancias entre unas y otras.

Así pues, las reparaciones y nuevas infraestructuras que el Cementerio General de Hospitales requería a raíz del sismo de 1812, no se habían puesto en marcha a finales de 1818, pese a su aprobación en marzo de 1816 por la Junta Superior de Real Hacienda26. Ese mismo mes y con ocasión del cuarto aniversario del terremoto, informaba José Domingo Díaz, inspector contra-lor general de los Reales Hospitales al señor intendente general, cuáles eran los arreglos y obras que debían ejecutarse. Asimismo, le exponía que en dicho camposanto, si bien tenía una capaci-dad total para albergar cerca de 950 cadáveres, no podían ente-rrarse sino los provenientes de los hospitales, de las parroquias de Candelaria y la parte oriental de Catedral y Santa Rosalía. Es decir, anualmente poco más de 300 cuerpos, dejando un tiempo estimado de tres años para la descomposición de los mismos y la

25 “A Don Pablo Morillo. Sin firma. Caracas 21 de junio de 1815. Proviene con seguridad del Arzobispado. Queda en cuenta de que no se debe dar sepultu-ra a ningún cadáver en las iglesias y que sólo se practicarán en los Campo-santos”, AANH, Donación Villanueva (Segunda parte), doc. nº 790, f. 1.

26 “Sobre el reparo del cementerio del hospital y señalamiento de congrua al capellán don Manuel Trujillo”, AANH, Independencia, 1816, t. 366, nº 1, fs. 1-1vto.

posterior reutilización de las sepulturas. Por ello, Díaz recomen-daba, para el desahogo de las demás parroquias caraqueñas, la construcción de dos nuevos cementerios, uno cerca del templo de la Santísima Trinidad, ubicado hacia el oriente, y otro detrás de la alcabala de La Vega27.

Dos años y medio después, en octubre de 1818, el provisor vicario general y gobernador del Arzobispado, doctor Manuel Vi-cente de Maya, notificaba una vez más al clero caraqueño y de provincia acerca de la prohibición de las inhumaciones dentro de las iglesias, ordenando se realizaran en los cementerios adjuntos a estas, mientras se construían unos nuevos a extramuros. Asi-mismo, a fin de dar cumplimiento con el mandato del rey y evi-tar mayores daños a la salud pública, se instruía a los párrocos a que, en compañía de los jueces reales territoriales, formalizaran con la mayor prontitud la demarcación de aquellos sitios aleja-dos de la población donde habrían de erigirse estos camposan-tos28. Mientras tanto, en noviembre, José Domingo Díaz exponía al intendente general se reconsiderase su informe de fecha 26 de marzo de 1816, en función de que el Cementerio de Hospitales continuaba presentando el mismo estado de deterioro desde el terremoto, sin siquiera haberse podido reparar las cercas por falta de recursos en la Real Hacienda29. Al respecto, el señor goberna-dor del Arzobispado manifestó estar:

…cerciorado del gran desorden con que se hace la Tumulación de

cadáveres en el Gral Cementerio de los Hospitales de esta Ciudad,

27 “El Tribunal del Gobierno sobre el establecimiento de cementerios en esta Capital”, AANH, Independencia, 1818, t. 595, nº 4, fs. 11-11vto.

28 “Sobre el establecimiento de camposantos”, AHAC, Exhumaciones, 1818, Carpeta 6, fs. 1-2; 14-14vto. “El Tribunal del Gobierno sobre…”, AANH, Independencia, 1818, t. 595, nº 4, f. 1-1vto.

29 “El Tribunal del Gobierno sobre…”, AANH, Independencia, 1818, t. 595, nº 4, fs. 12-13.

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assi por qe no teniendo competente cerca entran allí los animales

y devoran los cadáveres, como porque no se profundizan los se-

pulcros, ni se cierran bien…30

Ante tales circunstancias, en enero del siguiente año, escri-bía el general Morillo al gobernador y capitán general, don Ra-món Correa, exhortándolo a que tuviese entre sus prioridades la fundación de cementerios públicos en Caracas, en observancia con las Reales Órdenes que sobre ese asunto había31. Pero para dar ejecución a lo dispuesto era necesario primero obtener re-cursos con qué hacerlo. Uno de los métodos fue, como siempre el menos popular, a través de los impuestos. Por ello, en abril de 1819, los bodegueros y pulperos caraqueños se organizaron en contra de esta medida, pues estaban inconformes con la obliga-ción que se les impuso de tener que contribuir mensualmente con los señores de la Junta Superior de Sanidad para el levanta-miento de un camposanto que albergara a todo tipo de perso-nas, sin importar en cuál parroquia de la ciudad o sus alrededo-res estas fenecieran32.

Entonces, sin que de momento podamos saber cómo finalizó el reclamo de los bodegueros y si consiguieron o no su propósito, el hecho es que aún para 1821, la ciudad de Caracas no contaba con un camposanto público. La fábrica del que se construía en la alcabala de La Vega se hallaba detenida, al parecer por falta de fondos. De modo que cuando la Municipalidad quiso dar conti-nuidad a la obra, en septiembre de ese año, solicitó para su pronta conclusión que la Iglesia colaborara con los derechos de sepultura que aportaban los feligreses. Sin embargo, señalaba el gobernador

30 Ibíd., f. 4.

31 “Diversos oficios sobre Cementerios”, AANH, Independencia, 1819, t. 705, nº 3, fs. 19-19vto.

32 “Poder especial para reclamar un nuevo impuesto provisional”, AGN, Es-cribanías, 1819, nº 1109-B, fs. 52vto-53vto.

del Arzobispado que ya él a principios de año había acordado con el Ayuntamiento emplear esos ingresos en dicha edificación, pero que estos resultaban insuficientes pues difícilmente alguien daba limosna por sepultura, como era de esperarse en los tiempos de miseria y posguerra que corrían. Propuso Maya cooperar con al-gunas contribuciones que aquellos fieles de posición acomodada diesen por vía de donación y caridad, lo que la Municipalidad agradeció, sin retroceder en su decisión de hacerse con las rentas por los derechos de entierro, por más ínfimos que estos fuesen33.

Así que mientras se recababan los fondos para poner en mar-cha la fábrica del camposanto, la Municipalidad, con el objetivo de detener las inhumaciones dentro de los templos y evitar mayores irregularidades, determinó que todos los entierros debían efec-tuarse en el cementerio provisional de Anauco, entre tanto se daba término al de la alcabala de La Vega. Sin embargo, antes de proce-der con la orden, el provisor Maya pidió al cura de Candelaria y al presbítero Domingo Padrón que hiciesen una revisión de dicho camposanto, a fin de conocer si estaba en condiciones de acoger a los cadáveres de todas las parroquias y hospitales caraqueños. No obstante, resultó que este no se hallaba apto para tal fin, a menos que los cuerpos fuesen exhumados antes de tiempo para sepultar otros. De igual modo, tampoco cumplía con los requisitos para ser el cementerio de la ciudad34. Asunto que finalmente importó poco, pues el estado de fetidez que se sentía en la Iglesia de San Pablo, provocado por los continuos entierros en la misma, más el notable deterioro de su pavimento, hizo que la Municipalidad dictaminara que todas las sepulturas se realizaran sin distinción en el de Anau-co, mientras se concluían las obras en el otro35.

33 “Sobre Cementerios. Año de 1821”, AHAC, Exhumaciones, Carpeta 6, fs. 1-4.

34 Ibíd., fs. 6-9vto.

35 Enrique Bernardo Núñez, La ciudad de los techos rojos (Calles y esquinas de Caracas), p. 216.

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No sería sino hacia junio de 1822, cuando la situación de in-capacidad en que se encontraba el camposanto de Anauco habría cesado, por lo cual ya se podían enterrar allí los cadáveres en vez del interior de los templos. Se pronosticaba que, con seguridad, en un espacio de seis meses se culminaría el de la alcabala del ca-mino a La Vega, mucho más amplio36.

Ahora bien, es muy probable que este cementerio en cons-trucción sea el del Empedrado al cual nos refería Manuel Landaeta Rosales, puesto que el camino que conducía a Antímano era el mismo que llevaba a La Vega. Si bien dicho autor sitúa la funda-ción de este entre 1816 y 1817, hemos visto que por estos años no pasaba más allá de constituir un deseo colectivo, que aún en 1822 no se había materializado del todo. Asimismo, cabe agregar que las fuentes de la época no hacen referencia a otro camposanto que no fuera el que se edificaba en las cercanías de la alcabala de La Vega, exceptuando, por supuesto, el General de Hospitales, el de Anauco y los adjuntos a las iglesias. Tampoco descartemos de plano la posibilidad de que efectivamente sí pudieron llevarse a cabo inhumaciones en este lugar a causa del terremoto de 1812, sin embargo, de momento nada sugiere que posteriormente se hayan continuado realizando.

Respecto al cementerio provisional de Anauco, también lla-mado con posterioridad General o del Este, nos indica Landaeta Rosales, comenzó a funcionar en el año de 1825, en él se inhu-maban los restos de aquellos católicos que no podían verificarlos en los templos o sus camposantos. Estaba ubicado en la zona de El Conde, en las cercanías de la Casa de la Misericordia37. Sin em-bargo, como hemos visto, su existencia era anterior a dicho año, puesto que al menos desde 1821, se hallaba en funcionamiento

36 “Sobre Cementerios…”, AHAC, Exhumaciones, Carpeta 6, f. 12.

37 Landaeta Rosales, ob. cit., p. 17; Hanns Dieter Elschnig, Cementerios en Venezuela. Los camposantos de los extranjeros del siglo XIX y los antiguos cementerios en Caracas y el Litoral, p. 13.

como cementerio provisional. Asimismo, el hecho de que las au-toridades eclesiásticas le hayan solicitado al cura de Candelaria un reconocimiento de este camposanto, nos lleva a pensar que quizá el mismo haya sido construido en primera instancia para sepultar los cadáveres de dicha parroquia, más que por el hecho de estar en jurisdicción de esta. Lo que además indicaría que en el adjunto a su iglesia, posiblemente ya no se ejecutaran más entierros38.

En tal sentido, creemos que la fundación del camposanto de Anauco pudo ocurrir entre los años de 1819 y 1821, pasando de ser provisional a general entre 1822 y 1824. Esto quizás por causa de las numerosas trabas que conllevó la construcción del de la alcabala de La Vega, sin tener certeza de si este llegó a concluirse y entrar en funcionamiento en algún momento. Por otra parte, vale aclarar que si bien el de Anauco pasó a ser el cementerio general de la ciudad, su uso estaba reservado solo para aquellos que en vida profesaron la fe católica, lo que no quiere decir que de vez en cuando no sucedieran ciertas irregularidades39.

Poco más de una década después, en noviembre de 1835, el encargado de negocios norteamericanos, John Williamson des-cribía el lugar de la siguiente manera:

… El Campo Santo está rodeado por un paredón de barro de

unos doce pies de altura, con una pequeña capilla a la izquier-

da de la entrada, la cual estaba abierta y muy iluminada en esta

oportunidad [se refiere al día de difuntos]. Con toda seguridad,

38 Manuel Landaeta Rosales señala que el cementerio anexo a la Iglesia de Can-delaria fue clausurado en 1825, “Caracas en 1810. Sus edificios y lugares pú-blicos notables para el 19 de abril de aquel año”, AANH, Archivo del General Manuel Landaeta Rosales, Estudios Históricos, t. 53 (tomo II), f. 124.

39 “Del Provisor Vicario y Gobernador del Arzobispado al señor Intendente de Venezuela. Da cuenta de haberse violado el cementerio de Anauco, con motivo de haberse sepultado varias personas contrarias a la religión cató-lica. Caracas, 31 de enero de 1822”, AGN, Intendencia del Departamento de Venezuela, 1822, t. LXIV, nº 31, fs. 154-154vto.

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en otros años había más respeto filial hacia los muertos, pues he

notado con frecuencia que se ha plantado maíz, el cual crece bien

sobre las tumbas y entre los huesos de los muertos. Aquí tienen

la costumbre de desenterrar los restos después de cierto tiempo

y botarlos promiscuamente en una gran fosa común construida,

a unos cuantos pies sobre el nivel de la tierra, en el centro del

campo. Las mismas tumbas se usan para otras personas. Yo creo

que los muertos de todos los países tienen derecho a la tierra que

ocupan, y que jamás deberían ser expulgados (sic) por el proceso

legal de la pala (Williamson, 1973: 56).

No es de extrañar que prácticamente el único camposanto de la capital, con excepción del de San Pedro del cual hablaremos más adelante, se hallara en semejantes condiciones de deterioro, sobre todo si tenemos en cuenta que albergaba a los cadáveres de la ma-yoría de la población, en adición de la perenne desidia que las au-toridades laicas y religiosas mostraban respecto a este asunto. Por otra parte, tampoco sorprende que se continuara con esa pecu-liar pero vieja práctica de exhumar los despojos después de algún tiempo para luego llevarlos al osario y de este modo volver a utili-zar las sepulturas. Costumbre que sabemos también se efectuaba en los templos con el fin de reocupar nuevamente los sepulcros.

Otro testimonio interesante acerca del lugar lo ofrece el di-plomático brasileño Miguel María Lisboa, que estuvo en Vene-zuela entre 1853 y 1854:

El cementerio principal, situado entre el Catuche y el Anauco,

era tan insuficiente para la inhumación de cadáveres, que a su

acumulación se atribuyó la epidemia de sarampión y tos ferina

que diezmó la parte infantil de la población en el año de 1851.

La autoridad municipal lo cerró y abrió uno nuevo en la ciudad

alta, más allá del lugar llamado Trinidad. En el antiguo existen al-

gunos monumentos de mármol de elegante diseño ejecutados en

Europa o en los Estados Unidos. El nuevo, situado en un terreno

sin cercado, repugna tanto a las clases mejores de la sociedad que

allá no mandan a los cadáveres de sus parientes y prefieren, con

perjuicio de la salud pública, embalsamarlos mal para poderlos

depositar en el interior de las iglesias (Lisboa, 1992: 54).

De ser totalmente cierto lo señalado por el consejero, la clau-sura del cementerio del Este debió ocurrir entre 185240 y 1854, y no en el año de 1856, como indica Landaeta Rosales. Por otro lado, resulta interesante saber que ya desde mediados del siglo XIX se contaba con monumentos fúnebres de mármol en los camposantos, al menos en este, aunque fuesen importados. Res-pecto al embalsamamiento de los cuerpos para poderlos sepultar dentro de las iglesias, es muy probable que quizás muchos de ellos hayan sido pobremente preparados, pero era la condición reque-rida por las autoridades para permitir que dicha costumbre se siguiera llevando a cabo.

El nuevo cementerio al que hace referencia Lisboa es el del Norte. Sus orígenes se remontan al 18 de noviembre de 1852, cuando la Diputación Provincial ordenó su construcción, la cual fue abandonada apenas se inició por falta de recursos41. Poco des-pués, en marzo de 1853, la Junta Superior de Sanidad de la Pro-vincia de Caracas se pronunció al respecto señalando que “…to-dos los pueblos del mundo, aun, los mas salvajes, tienen un lugar sagrado donde depositar las cenizas de sus semejantes, y solo esta

40 Tal parece que aún en 1852 había espacio para realizar inhumaciones en este camposanto. Cf. “Sobre permiso concedido a Modesto E. Conde para sepultar a su hermano Ramón en el cementerio del Este”, AGN, Secretaría del Interior y Justicia, 1852, t. CDLXXI, nº 46, fs. 231-233vto.

41 “Disposiciones acerca de la construcción del Cementerio al norte de la ciudad de Caracas”, AGN, Secretaría del Interior y Justicia, 1854, t. DXXXII, nº 53, f. 255.

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ciudad se encuentra hoi sin tener un cimenterio adecuado á su población…”42.

Asimismo, la junta se quejaba de que no hubiese rentas para su pronta construcción. Hubo que esperar a finales de ese año y principios del siguiente para que se constituyera el comité encar-gado de ponerla en marcha43.

En abril de 1854, el camposanto se encontraba en funciona-miento. Aunque, según comunicaba su celador al gobernador de Provincia, estaba en condiciones de deterioro y el pequeño camino que a él conducía se hallaba todo estropeado por las lluvias, difi-cultando el acceso. Ante tal situación, solicitaba se tomaran algu-nas medidas, entre ellas, la colocación de un cercado, pues ninguna persona iba a querer sepultar allí a sus difuntos. También destacaba la importancia de que esto se hiciera ya que diariamente aumenta-ban las inhumaciones y no existía en la capital otro espacio consa-grado para esta actividad, puesto que el cementerio del Este se en-contraba cerrado por disposición de la Junta de Sanidad así como de su persona, es decir, el gobernador44. En efecto, queda entonces claro que el cementerio del Este fue clausurado con anterioridad al año de 1856, tal como nos lo advertía el consejero Lisboa.

Otro camposanto de la ciudad era el de San Pedro o de Los Canónigos45. Se suele afirmar que existía desde principios de si-

42 “La Junta de Sanidad de Caracas pide que se creen rentas para un Ce-menterio en Caracas, que no tiene”, AGN, Secretaría del Interior y Justicia, 1853, t. CDLXXX, nº 35, f. 100.

43 “Nombramiento del Sr. Arzobispo de Caracas para formar parte de la Junta organizadora de la construcción de un nuevo cementerio”, AGN, Secretaría del Interior y Justicia, 1854, t. DXV, nº 10, f. 79.

44 “Informe sobre el mal estado del Cementerio del Norte (Caracas)”, AGN, Secretaría del Interior y Justicia, 1854, t. DXXIII, nº 25, f. 80.

45 Rafael Cartay confunde el cementerio de Los Canónigos con el de San Si-món, pero si bien es cierto que sobre el segundo se construyó posterior-mente el Hospital Vargas a partir de 1889, ninguno de los dos fue fundado a causa de la epidemia de cólera que afectó a la capital y al resto del país

glo XIX46, no obstante, ninguna fuente de la época así lo atesti-gua. Desde luego fue fundado por la Cofradía de San Pedro, cuyos miembros asentados en la iglesia Catedral requerían de un lugar para el sepelio de sus difuntos hermanos y cofrades, en su mayoría sacerdotes47. Mientras las inhumaciones fueron permitidas en el interior de los templos, los cuerpos se depositaban en la bóveda de la capilla del glorioso apóstol San Pedro de la Catedral, pero cuando la prohibición de esta práctica comenzó a cristalizarse, los hermanos optaron por tener su cementerio particular. Así, a fina-les de 1822, tras ser desaprobado por la Junta de Sanidad el pro-yecto de construir uno en el sitio de Boca Tuerta, por hallarse muy cerca de poblado, se sugirió a la cofradía hacerlo más al norte de la capital48. Por tanto, el establecimiento del mismo debió ocurrir

entre 1854-1856. Se trata entonces de tres cementerios distintos, el de los Canónigos, el de San Simón y el llamado de los Coléricos, estando estos dos últimos geográficamente cerca. Cf. Rafael Cartay, En artículo mortis. Una aproximación a la historia de la muerte en Caracas 1890-1990, p. 59; Rafael Cartay, Fábrica de ciudadanos. La construcción de la sensibilidad ur-bana (Caracas 1870-1980), p. 324.

46 Dato originalmente aportado por Landaeta Rosales, Los cementerios de Caracas…, p. 18. Reproducido y sostenido a través de los años por dis-tintos trabajos, entre otros, los de Nazoa, ob. cit., p. 60; Alberta Zucchi, “Polvo eres y en polvo te convertirás: La muerte y su entorno en Venezuela hasta 1940”, Antropológica, nº 93-94: 81. Y más recientemente Eduardo Cobos, ob. cit., p. 62.

47 La cofradía de San Pedro estuvo compuesta en un principio únicamente por hombres blancos provenientes de familias distinguidas y sacerdotes, sin embargo, dicha situación debió cambiar hacia finales de la década de 1820, pues en la siguiente década no solo se permitió la incorporación de mujeres a la cofradía, sino también que las mismas pudieran ser sepulta-das en su cementerio.

48 “Del Doctor Valentín Osío al Intendente. A nombre de la Junta de Sani-dad rinde informe negativo al proyecto de la cofradía de San Pedro de fundar un cementerio en el sitio de Boca-tuerta. Caracas, 12 de noviem-bre de 1822”, AGN, Intendencia del Departamento de Venezuela, 1822, t. CXVII, nº 166, fs. 333-333vto.

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entre los años 1823 y 182649, relativamente al norte de Caracas, en lo que hoy es la esquina de Los Canónigos50. Su clausura definitiva se dio en el año de 1876, aunque al parecer ya desde 1858 no se hacían enterramientos en el lugar, salvo por el de alguno que otro sacerdote miembro de esta cofradía.

Ahora bien, con motivo de la epidemia de cólera morbus o asiático que invadió a Caracas, las autoridades civiles ordenaron, entre agosto y septiembre de 1855, la apertura de una zanja a ori-llas de El Ávila, lo más alejada posible de la población. En esta serían inhumados a una profundidad de tres a cuatro varas, los cadáveres de quienes murieran de dicho mal. No estaría permiti-da la sepultura dentro de poblado a ningún enfermo, ni en otro lugar que el ya dispuesto, es decir, la zanja51. Sin embargo, siempre hay excepciones, sobre todo cuando se trata de favorecer a la clase dominante. Es así que Nicolás Fragachán, celador del cementerio del Norte, encargado también de la zanja, pues esta quedaba al fondo de aquel, tenía la obligación de comunicar diariamente el número de cadáveres de coléricos enterrados en ella. En su no-tificación del día 3 de noviembre de 1855, informaba que no se había efectuado sepultura alguna y que aunque la esposa de Die-go Bautista Urbaneja (hijo) había perecido de esta enfermedad, la misma fue inhumada en el cementerio de Los Canónigos52.

49 Para mediados de 1826, el camposanto de la cofradía de San Pedro se encontraba en pleno funcionamiento, pues en su pavimento fue sepul-tado en el mes de julio uno de sus cofrades, el señor Santiago de Vegas y Mendoza. AGN, Escribanías, 1826, nº 39-C, f. 193vto.

50 Aquiles Nazoa, ob. cit., p. 60.

51 “Sobre la apertura de una zanja al pie del cerro Ávila para enterrar los cadáveres de los coléricos. 4 de septiembre”, AGN, Secretaría del Interior y Justicia, 1855, t. DLXIX, nº 36, f. 144.

52 “Expediente relativo a la aparición del cólera en Venezuela. Medidas de sanidad y otras dictadas para combatir dicha epidemia”, AGN, Secretaría del Interior y Justicia, 1855, t. DLXVII, nº 1, f. 275.

Casi una década después, durante su paso por Caracas en 1864, el diplomático británico Edward B. Eastwick, luego de ha-ber visitado el camposanto de Los Hijos de Dios que se hallaba relativamente cerca de la zanja, comentaba que:

Después que ya había recorrido en mi caballo algunos centenares

de yardas, más allá del cementerio, llegué a un terraplén de unos

ciento cincuenta pies de longitud que –según me dijeron– indi-

caba el lugar donde fueron sepultadas las personas que murieron

a causa de la gran epidemia de cólera que se presentó hace algu-

nos años. Las víctimas fueron numerosas, que resultó completa-

mente imposible enterrarlas por separado, de modo que se cavó

una zanja larga y profunda, a la cual se lanzaban los cadáveres

que eran traídos en carretas… (Eastwick, 1959: 40).

Esta fosa común es lo que se ha venido a llamar cementerio de los Coléricos53. No obstante, no fue el único lugar en la capital que circunstancialmente fue utilizado para sepultar los cadáveres producidos por alguna epidemia. Ocurrió que debido a las de vi-ruela de 1843, 1853 y 1864, las víctimas fallecidas fueron enterra-das al lado del Degredo54, una especie de hospital o centro asisten-cial para enfermos pobres atacados de este mal, que existía en las inmediaciones de Anauco. Dicho camposanto se ha denominado de los Virulentos55, y aunque no es incorrecto etimológicamente debió ser de los variolosos.

53 Landaeta Rosales, ob. cit., p. 19; Elschnig, ob. cit., p. 14.

54 Manuel Landaeta Rosales se ha referido a este lugar como “El Degrero” (ob. cit., p. 18). Lo que ha ocasionado que posteriormente todos los auto-res que mencionan al cementerio de los Virulentos repitan dicho nombre, sin embargo, el término correcto es Degredo, tal como además indican las fuentes documentales de primera mano.

55 Landaeta Rosales, ob. cit., p. 18.

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A raíz de la epidemia de cólera se fundó también en Caracas el cementerio de La Concepción, mejor conocido con el nombre de Los Hijos de Dios56. Cabe añadir que para estos años no existía en la ciudad un lugar sagrado que albergara los cadáveres de los fieles católicos, pues el camposanto de Los Canónigos, al parecer, no te-nía casi disponibilidad y la que había estaba reservada a personas provenientes de las clases acomodadas. Entretanto, el del Norte se hallaba en extremo deterioro y por ende prácticamente en el aban-dono, y el del Este, además de estar clausurado, se le habían caído las tapias, por lo que innumerables animales merodeaban por sus terrenos57. Se plantó entonces con mayor fuerza y firmeza entre los caraqueños la necesidad de tener un camposanto digno.

Fue así que el 23 de septiembre de 1855, según relata el histo-riador Francisco González Guinán, se constituyó la sociedad que habría de encargarse de la construcción del mencionado cemen-terio, integrada por Casimiro Hernández, José Padilla, José Fran-cisco Herrera, Faustino Bermúdez, Francisco Conde y el doctor Mariano de Briceño. El sitio elegido fue “…la vistosísima planicie que orilla la gran quebrada a las faldas del Ávila y desde donde se goza de una admirable perspectiva del valle de Caracas”58. Poco después, la mañana del 2 de noviembre, día de los fieles difun-tos, cincuenta personas se congregaron alrededor de dicho lugar para hacer la colocación de la primera piedra59. Y al año siguiente, el 1° de noviembre de 1856, el cementerio de Los Hijos de Dios

56 La concepción era el nombre que en algunos casos la Iglesia prefería utilizar, mientras que “…El nombre de Los Hijos de Dios fue tomado de la primera epístola de San Juan, Cap. II. ‘Nosotros somos ya ahora hijos de Dios’. Enri-que Bernardo Núñez, Figuras y estampas de la antigua Caracas, p. 46.

57 Enrique Bernardo Núñez, La ciudad de los techos…, pp. 222-223.

58 Enrique Bernardo Núñez, Figuras y estampas…, p. 45. Según parece es parte de un artículo publicado en el Diario de Avisos y citado por Núñez, no se indica fecha.

59 Francisco González Guinán, Historia contemporánea de Venezuela, t. V, p. 477.

recibió la bendición del arzobispo de Caracas, Silvestre Guevara y Lira, quien estuvo acompañado de los obispos Talavera y Forti-que, además de muchísimas personas. El recinto, diseñado por el ingeniero Olegario Meneses, tenía una superficie de 3.600 varas cuadradas, asimismo, contaba con 281 bóvedas para adultos y 64 para párvulos distribuidas alrededor de la capilla60.

En 1864, cuando el británico Eastwick recorrió el norte de la capital llegó a señalar que:

…lo que más me interesó allí fue el cementerio católico, que –se-

gún se dice– es el más hermoso de toda Suramérica, y que bien

merece una visita. Está situado en una elevación de terreno, y es

espléndido el panorama que desde allí se domina. Su característi-

ca más singular es que los altos muros que lo rodean están reves-

tidos, en su parte interior, por una especie de casillero gigantes-

co. Cada compartimiento tiene unos ocho pies de profundidad

por tres de ancho y de alto, y se utilizan para depositar en ellos

los ataúdes. A todo el que pueda pagar los derechos respectivos,

montantes a treinta y cinco pesos, se le concede el privilegio de

colocar la urna del pariente muerto en uno de estos receptáculos

durante tres años. El nombre de la persona fallecida se fija sobre

cripta, y el ataúd puede ser retirado en cualquier tiempo, si así se

desea. Esto, como es lógico, permite que la caja se conserve seca

y en buen estado, por estar protegida y encontrarse también á

salvo de los ataques de los insectos, especialmente de la temible

hormiga negra, cuya longitud es de tres cuartos de pulgada y la

cual devora todo lo que encuentra a su paso. Al cumplirse los tres

años, se sacan los ataúdes; y, en caso de que así lo desee la familia,

se le entregan a ésta los restos del difunto. De lo contrario, los

arrojan a una gran fosa, llamada carnero. La gente pobre, y aque-

llos que no prefieren pagar un arrendamiento de tres años en el

60 Ibíd., t. VI, pp. 56-57.

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casillero de marras, son inhumados inmediatamente en terrenos

del cementerio. Observé que en muchos epitafios aparecían las

palabras ‘Calentura Amarilla’, lo que hablaba claramente de los

estragos producidos por aquella infermedad (sic)…61 (Eastwick,

1959: 39-40).

61 Las cursivas son del original. Este, entre otros testimonios de Eastwick, fueron tomados prácticamente como propios por el alemán Carl Geld-ner, quien estuvo en Venezuela entre 1865-1868. Lo que no quiere decir que la obra de Geldner carezca de importancia, sin embargo, no debería ser tenida como fuente directa, sino más bien como mixta, pues “…el au-tor utiliza tanto su experiencia personal como datos aportados por terce-ras personas”. Álvaro García Castro, “Crónicas, descripciones, informes y relaciones de viajes”, en Fundación Polar, Diccionario de historia de Vene-zuela, Apéndice 3, t. IV, p. 461. Asimismo, cabe que agregar que la obra de Eastwick fue publicada originalmente en 1868, en cambio la de Geldner no apareció sino hasta 1913. Reproducimos acá un extracto para que se tenga de ejemplo: “Me habían dicho que el cementerio de Caracas es el que posee las mejores instalaciones de toda Sudamérica y que merecía la pena visitarlo. Ahora yo había llegado al portón de entrada. Está situado sobre una elevación, desde la cual puede disfrutarse de una bonita vista sobre la ciudad. La peculiaridad del cementerio la constituye el hecho de que, en el lado interno de su alto muro circundante, se han construido columnatas de estilo español cuyos nichos, de ocho pies de profundidad por tres de alto y ancho, están dispuestos para recibir las urnas. Las per-sonas que tienen capacidad para desembolsar 35 pesos gozan del privi-legio de poder depositar la urna de un fallecido, por un tiempo de tres años, en estos receptáculos. El nombre del fallecido se coloca sobre una plancha de mármol que cierra la abertura. Transcurrido ese tiempo, se sacan nuevamente las urnas y se entregan los restos a las familias para distinto destino o se arrojan en un gran hoyo encementado, el Carnero. La gente sin recursos y aquellos que no han podido sufragar los gastos de una permanencia por tres años en la columnata o no lo desean, hacen enterrar a sus deudos inmediatamente en el fondo del cementerio. Ob-servé en varios epitafios la inscripción: Fallecido de la Calentura Amari-lla, lo cual expresa suficientemente la devastación que todavía esta peste causa en Caracas” (Carl Geldner, Anotaciones de un viaje por Venezuela (1865-1868), Caracas: Asociación Cultural Humboldt/Oscar Todtmann Editores, 1998, pp. 108-110).

Sin duda, Eastwick se refería al camposanto de Los Hijos de Dios, donde los cadáveres que eran depositados dentro de unas bóvedas o nichos62, una vez cumplido el plazo correspondiente, eran de nuevo entregados a sus familiares, quienes por lo común los trasladaban al interior de alguna iglesia, ya fuese por deseo propio o en cumplimiento de la voluntad del difunto. Sabemos que estas bóvedas eran arrendadas por un valor de 35 pesos, a lo que habría que agregar 20 más por tapiarlas63. Aunque la mayoría eran alquiladas temporalmente, también podían ser compradas a perpetuidad. Es casi seguro que, transcurridos esos tres años, las personas de menos recursos fueron a parar a ese osario o carnero, pues difícilmente tendrían con qué satisfacer los derechos parro-quiales del traslado.

Al igual que Los Hijos de Dios, tuvo sus orígenes ese año de 1855 el camposanto de San Simón. Ubicado en el sitio de Sabana del Blanco, no era sino un segmento del ya citado cementerio del Norte bajo una nueva administración, la del doctor Mariano Tala-vera y Garcés, obispo de Tricala, quien como presidente del conse-jo directivo de la Sociedad Empresaria del Cementerio Católico de San Simón tramitó a finales de año ante la Diputación Provincial, la solicitud para construir un camposanto “decente” en la zona donde a la fecha ya se hacían inhumaciones. La sociedad no pre-tendía ser propietaria sino administradora del lugar por un lapso de aproximadamente tres años, tiempo en el que esperaba saldar las deudas adquiridas, para luego hacer entrega del cementerio al Consejo Municipal o a la Diputación Provincial. Asimismo, con

62 A este hecho también se refirió el inglés James Mudie Spence, quien visi-tó el país durante los primeros años de la década de 1870. James Mudie Spence, La tierra de Bolívar o guerra, paz y aventura en la República de Venezuela. Caracas: Banco Central de Venezuela, 1966, t. I, p. 179.

63 “Testamentaría de María Josefa Osorio de Machado”, AHAC, Testamen-tarías, 1862, Carpeta 147, nº 34, f. 673. El recibo de pago por el alquiler de la bóveda y el trabajo hecho por albañil tiene por fecha 18 de sep-tiembre de 1860.

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los recursos obtenidos de las sepulturas, deducidos los costos de mantenimiento, la sociedad proyectaba la construcción de un hos-pital en los seis años subsiguientes a los tres ya señalados.

La propuesta fue aprobada según el modelo presentado. El nuevo recinto sagrado contaría con nichos que junto a las sepul-turas en el pavimento, tendrían un costo de la mitad de lo que hasta ese momento se estipulaba en otros sitios, no así las bóvedas concedidas a perpetuidad que tendrían doble valor. Los pobres de solemnidad gozarían de entierro gratuito. Al cumplirse los nueve años acordados se haría la entrega de la administración a las au-toridades municipales64. Y aunque no tenemos la certeza de si se llegó o no a edificar el hospital, lo cierto es que el camposanto se mantuvo en actividades hasta que fue cerrado definitivamente en 1879, para luego ser demolido y construir, a partir de 1889, en sus terrenos, que a la fecha formaban parte del potrero Pulinare, el hospital José María Vargas.

Al norte de Caracas, en las adyacencias del de San Simón, se erigió a finales de la década de 1850 el cementerio de La Merced o Las Mercedes65. Su creación fue por iniciativa del presbítero Ja-cinto Madelaine, capellán del convento de Nuestra Señora de la Merced, continuada posteriormente por la sociedad del mismo nombre, y a partir de 1864 por los señores Juan Félix González y

64 “Sobre el Cementerio San Simón”, AHAC, Exhumaciones, 1855, Carpeta nº 6, fs. 1-2.

65 Aunque el general Landaeta Rosales indica que dicho camposanto se comenzó a fundar en 1862, la erección del mismo tuvo que ocurrir con anterioridad a ese año, pues en junio de 1859, en la segunda cláusula de su testamento, Julián López disponía que una vez hubiese fallecido, su ca-dáver fuera depositado en una de las bóvedas del cementerio de La Mer-ced. Cf. “Testamento de Julián López”, AGN, Protocolo Nº 4, 1853-1859, junio de 1859, s/f. Asimismo, en febrero de 1864, María Altagracia Betan-court solicitaba permiso para exhumar el cadáver de su madre María del Carmen Betancourt, quien muriera el 22 de diciembre de 1860 y fuese sepultada al día siguiente en el cementerio de La Merced, por lo que que-ría trasladarla a la iglesia del mismo nombre. Cf. AHAC, Exhumaciones, 1864, Carpeta nº 1, s/f.

su hijo Marcelino González Lovera. Poco es lo que se sabe de este camposanto, así como del que llegó a existir adjunto al Hospital Militar que se fundó en Catia, en la casa que perteneciera a don Vicente Lecuna. Construido por el gobierno de Juan Crisóstomo Falcón, se inauguró en el año de 186766.

Conviene señalar que además de camposantos católicos, también los hubo en Caracas, de protestantes. En 1825, el Par-lamento del Reino Unido dio la aprobación de instalar cemente-rios en ultramar67, aunque en Venezuela hubo que esperar por las diligencias llevadas a cabo por el cónsul británico Sir Robert Ker Porter para que la idea de un Cementerio Británico (protestante y de otros credos no católicos) se hiciera realidad.

Porter comenzó las gestiones tan pronto fue posible. La ma-ñana del 29 de octubre de 1831 se reunió en casa de uno de sus amigos, el señor Mocatta, y junto a él y al señor Alderson conver-saron acerca de construir un cementerio en la capital, así como de la compra del terreno donde se edificaría el mismo. Al día si-guiente, como cónsul de Su Majestad Británica, dirigió una co-municación al señor Santos Michelena, ministro de Relaciones Exteriores, en representación de todos los británicos vecinos de Caracas, solicitando permiso de adquirir un lugar que pudiese destinarse a la inhumación de los súbditos que llegasen a perecer en esta ciudad. Todo esto en concordancia con el artículo 12 del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación, firmado entre Co-lombia y Gran Bretaña el 18 de abril de 1825, vigente a la fecha.

Tres días después, desde el despacho de Relaciones Exteriores se le participaba al señor secretario del Interior sobre la mencio-nada solicitud, esto a fin de que se dieran las instrucciones corres-pondientes al gobernador de Provincia para que los ciudadanos británicos no fuesen frenados o perturbados de ninguna manera

66 Landaeta Rosales, ob. cit., p. 20; Nazoa, ob. cit., p. 60.

67 Elschnig, ob. cit., p. 40.

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en la fundación de la obra a la que aspiraban. La autorización ofi-cial se le dio conocer a Porter el 13 de noviembre de 183168.

Aunque el cementerio no fue bendecido sino hasta 1834, ya desde el 5 de octubre de 183269 se hacían enterramientos en él, y pese a no ser todos los fallecidos británicos o protestantes, al menos no eran católicos. Para la consagración vino de Barba-dos70 el obispo William Hart Coleridge, quien el 26 de febrero por la mañana, acompañado del presidente de la República, demás miembros de su gobierno y aproximadamente unas 400 o 500 personas, llevó a cabo con la solemnidad requerida dicho acto71. Posteriormente, con la partida de Porter en 1841, el cementerio de los ingleses se fue deteriorando poco a poco, tanto así que para el año 1864 la maleza cubría gran parte de las tumbas, apenas si se podían visualizar los nombres, eso sin contar con que además abundaban enormes hormigueros72.

Clausurado en 1876, el cementerio estaba ubicado al sur de la ciudad, en la zona que se conoce actualmente como Quinta Crespo, ya que el espacio que ocupaba fue comprado en 1896 a la colonia inglesa por el entonces presidente Joaquín Crespo. Los restos que allí yacían fueron desenterrados y llevados al Cemen-terio General del Sur73.

68 “El Cónsul de S. M. B. en esta Capital solicitando permiso para la cons-trucción de un Cementerio para inhumar los cadáveres de los súbditos ingleses”, AGN, Secretaría del Interior y Justicia, 1831, t. XLIII, nº 48, fs. 379-381; Porter, ob. cit., pp. 495, 497.

69 Porter, ob. cit., p. 548.

70 Landaeta Rosales señala que el obispo había venido de Trinidad cuando en realidad fue de Barbados, como lo indica Porter. Cf. Landaeta Rosales, ob. cit., p. 18.

71 Porter, ob. cit., p. 642.

72 Eastwick, ob. cit., p. 40.

73 Landaeta Rosales, ob. cit., p. 18; Lucas Manzano, Aquel Caracas, p. 152; Elschnig, ob. cit., pp. 43-45.

Frente al de los británicos, se estableció el Cementerio de La Fraternidad o de los Alemanes el 17 de julio de 1853. Fue cons-truido por iniciativa de los señores Isaac J. Pardo, N. P. B. Ulstrup, Adolfo Holtermann, J. A. C. Möller, R. Deckleman, Jorge Braun y el doctor Diego Bautista Urbaneja, quienes conformaban la So-ciedad Fraternidad. En este cementerio, bendecido por el obis-po Talavera y Garcés, se permitió la inhumación de personas de distintas religiones. Al igual que sucedía en otros camposantos, parece que luego de tres años los despojos se exhumaban y eran entregados a los deudos. Fue cerrado en 1876, quedando expues-to al abandono durante muchos años74.

Ahora bien, la idea de un gran cementerio público en la capi-tal la venía manejando el presidente Guzmán Blanco desde hacía unos años. El lugar debía cumplir con condiciones de higiene y salubridad, ser espacioso, además de ideológica y estéticamente acorde a su gusto. Por ello, el 13 de julio de 1875, desde el Minis-terio de Obras Públicas, el ingeniero Jesús Muñoz Tébar ordenó su construcción en un sitio que con anterioridad había sido elegi-do en el Rincón del Valle, conocido como Tierra de Jugo. Muñoz Tébar se encargó de los planos y dirigió la obra que fue entregada casi un año después, por lo que el 3 de julio, Guzmán decretó que el nuevo camposanto situado al sur de Caracas pronto abriría su puertas al público. Desde ese instante los entierros no podrían llevarse a cabo en los otros cementerios, que automáticamente quedaban clausurados, y menos aún en el interior de las iglesias, pues estaba prohibido75.

74 Elschnig, ob. cit., pp. 48-49, 51; Manzano, ob. cit., pp. 151-152.

75 “Copia del Decreto de Guzmán Blanco sobre el Cementerio General, que se acaba de construir en el lugar denominado ‘El Rincón del Valle’. Caracas, 3 de julio de 1876”, AGN, Secretaría del Interior y Justicia, 1876, t. CMXX-VII, nº 52, f. 222; Landaeta Rosales, ob. cit., p. 22; Elschnig, ob. cit., p. 82.

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El 5 de julio de 1876 se llevó a cabo la ceremonia de inaugu-ración con asistencia del general Antonio Guzmán Blanco y una comitiva de ministros, además estuvieron algunos miembros del Consejo Municipal de Caracas, organismo al que se le hizo entre-ga del nuevo camposanto76. A partir del día 10 de ese mes se dio inicio a las actividades y fueron inhumados varios cadáveres.

No obstante, con el viaje de Guzmán a Europa tras la fina-lización del Septenio y el arribo al poder del “Gran Demócrata” Francisco Linares Alcántara, ocurrieron muchos cambios. El Ce-menterio General fue cerrado el 13 de julio de 1877, por el gober-nador del Distrito Federal y se reabrieron a petición de numero-sas personas los antiguos camposantos77. No sería sino hasta 1879, cuando el “Ilustre Americano” volviera a gobernar el país, que el cementerio fuese puesto otra vez en funcionamiento a partir del 4 de marzo, siendo los demás nuevamente clausurados78.

De finales de 1878 data una interesante descripción hecha por la francesa Jenny de Tallenay, a pocos meses de su llegada a Venezuela, en la que da cuenta del estado del camposanto, que para ese entonces estaba cerrado:

Este campo de descanso es de una tristeza desolada. Su situa-

ción aislada, las murallas naturales que lo rodean refuerzan esta

impresión. No se nota ninguna tumba de aspecto arquitectóni-

co o artístico. Los féretros están enterrados como en Europa.

Este sistema de inhumación es nuevo entre los venezolanos,

quienes colocaban antes sus muertos en nichos acondicionados

de trecho en trecho en unas construcciones de mampostería…

(Tallenay, 1989: 119).

76 González Guinán, ob. cit., t. XI, pp. 87-89.

77 Ibíd., p. 305.

78 Landaeta Rosales, ob. cit., p. 23. González Guinán, ob. cit., t. XI, p. 89.

Sería con el pasar de los años que el Cementerio General del Sur se convertiría en un jardín rodeado de álamos y sauces79, famo-so por sus obras artísticas. En efecto, el romanticismo incorporó en la escultura elementos de intensidad emocional como el dolor, la melancolía, el desamor, la soledad, entre otros; que en unión a su gusto por el misterio, lo lúgubre y lo sobrenatural, devinieron en representaciones artísticas de seres como querubines, ángeles y vírgenes, etc., que fueron adornando los sepulcros y mausoleos familiares, los cuales se habían inspirado en las capillas laterales de las iglesias80 donde anteriormente eran sepultadas las familias mantuanas y pudientes. Pero así como existía un lado aristocráti-co del cementerio, también había uno mucho más pobre81.

Poco a poco el Cementerio General se fue consolidando como el único de la capital donde todas las personas eran sepul-tadas independientemente de su credo religioso. Esto gracias al gran empeño que tenía Guzmán porque se lograra, incluso, a su regreso, él mismo se nombró “director supremo del cementerio”82 con tal de erradicar para siempre las viejas prácticas.

Para finalizar, unas breves observaciones. Hemos señalado que los cementerios, como otras instituciones socioculturales, ponen de manifiesto las singularidades y transformaciones de las creencias, pensamientos, actitudes, valores y sentimientos, individuales y colectivos, de una determinada población, es de-cir, reflejan las mentalidades de una época y un lugar específico.

79 Giovanna Mérola Rosciano, La relación hombre-vegetación en la ciudad de Caracas (Aporte al estudio de la arquitectura paisajista de Caracas). Cara-cas: Academia Nacional de la Historia, 1987, p. 107.

80 Philippe Ariès, Historia de la muerte en Occidente. Desde la Edad Media hasta nuestros días, p. 189.

81 Diocleciano Ramos y García, Caracas por dentro (Artículos de costum-bres), p. 146.

82 Landaeta Rosales, ob. cit., p. 23.

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Es por ello que el origen y evolución de los espacios destina-dos a la inhumación de cadáveres guarda una estrecha relación con los modos de enterramiento y, a su vez, con las actitudes y creencias ante la muerte.

Este vínculo evidentemente debe ser estudiado con más de-talle y profundidad, ya que la antigua práctica de sepultar en el interior de las iglesias tardó casi un siglo en desaparecer por com-pleto. Prohibida desde 1787 por Real Cédula del rey Carlos III, se mantuvo activa al menos en Caracas hasta 1879, año en que Guz-mán Blanco asumió la dirección del Cementerio General. En el ínterin numerosas fueron las resoluciones que se emitieron tanto desde el poder civil como el eclesiástico a fin de dar término a dicha costumbre, a la par que se exhortaba a la construcción de camposantos a extramuros. En este sentido, fue el decreto de El Libertador Simón Bolívar de fecha 15 de octubre de 1827, el que tuvo mayor impacto en la sociedad caraqueña, aunque este no hacía otra cosa que ordenar el cumplimiento en todas sus partes de lo ya dispuesto en la materia por Carlos III.

Así pues, en las décadas siguientes las sepulturas comenzaron a efectuarse principalmente en los cementerios fuera de poblado83. Sin embargo, la tradición y las creencias religiosas tan arraigadas en la población de que los restos debían descansar dentro o en las adyacencias de los templos, aunado al pobre estado en que los camposantos se hallaban, hizo que este modo de enterramiento se le permitiera solo a cadáveres que habían sido embalsamados.

83 Para el año 1832, según cifras oficiales, fueron sepultadas en el cementerio general (Anauco) un total de 920 personas, entre adultos y párvulos de ambos sexos, pertenecientes a las parroquias de Catedral, San Pablo, Santa Rosalía, Altagracia y Candelaria, sumando los cadáveres abandonados en las iglesias y los provenientes de los hospitales. Cf. “Relación de las per-sonas que han sido sepultadas en el Cementerio General de Caracas en el año de 1832”, Gaceta de Venezuela, Caracas, 6 de julio de 1833, p. 1.

También se consintió que aquellos despojos que hubiesen cum-plido un lapso de tres años de enterrados, al exhumarse, de no ser llevados al osario, podían trasladarse al interior de alguna iglesia84.

fuentes

PrimariasaRcHivo geneRal de la nación (agn)

Escribanías (1819, 1826).

Gobernación y Capitanía General (1798, 1808).

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Intendencia del Departamento de Venezuela (1822).

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Secretaría del Interior y Justicia (1831, 1852, 1853, 1854, 1855, 1876).

aRcHivo HistóRico de la aRQuidiócesis de caRacas (aHac)

Sección Episcopales.

Sección Exhumaciones.

Sección Judiciales.

Sección Testamentarías.

aRcHivo de la acadeMia nacional de la HistoRia (aanH)

Sección Archivo del General Manuel Landaeta Rosales.

Sección Civiles (1799).

Sección Donación Villanueva (Segunda parte).

Sección Independencia (1816, 1818, 1819).

84 Véase Jorge Flores González, Pensando en la muerte. Actitudes y creencias religiosas ante la muerte en la ciudad de Caracas durante el siglo XIX. Cara-cas, trabajo especial de grado para optar al título de Licenciado en Historia, Universidad Central de Venezuela, Escuela de Historia, 2008, pp. 85-97.

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la casona de eleazar lóPez contreras: La historia al servicio del rescate de un patrimonio cultural

Luis Eduardo Rangel GonzálezInvestigador Asociado al Centro Nacional de Historia,

Candidato a Doctor en Patrimonio Cultural por la Universidad Latinoamericana y del Caribe (ULAC).

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su

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n

La historia de las comunidades no está de espaldas a la historia de la nación, este es el caso de La Quebradita, sector ubicado en el oeste la ciudad de Caracas vinculado con un hecho histórico: el golpe de Estado del 18 de octubre de 1945, momento que lo marcó para siempre porque en este sector vivieron los genera-les Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita durante la década 1935-1945. De este pasado reciente sobrevive en la ac-tualidad el bien de interés cultural La Casona de Eleazar López Contreras, como fiel y silente testigo de las transformaciones que este sector ha experimentado hasta el presente como un espacio urbano donde se encuentran la historia nacional, la regional de Caracas y la historia local de La Quebradita. Declarado Bien de Interés Cultural por el Instituto del Patrimonio Cultural, La Ca-sona de López Contreras permite hacer una lectura actual de los enormes retos que implica concretar la defensa y protección del patrimonio cultural, problema particular que sirve para explicar la amenaza a la que posiblemente se encuentren expuestos los bienes materiales pertenecientes al patrimonio cultural venezo-lano, situación contraria al derecho consagrado en el artículo 99 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. En consecuencia, el discurso del presente artículo se elaboró sobre la base de un proceso de investigación documental que permitió reconstruir la historia de esta comunidad vinculándola al bien, se genera igualmente desde la investigación acción, dado que el autor desarrolló, durante el año 2014, acciones jurídicas para sal-vaguardar al inmueble, finalmente, desde el enfoque sociocrítico y la investigación militante se propone concretar la puesta en uso de este inmueble patrimonial partiendo de la Ley Plan de la Pa-tria, en su quinto objetivo histórico y su objetivo nacional 5.3.

Palabras clave: historia contemporánea de Venezuela, historia re-gional, historia local, defensa y protección del patrimonio cultural.

tieRRa FiRMe No 112. Caracas, enero-junio 2017, pp. 127-164

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la Quebradita desde la casona de eleazar lóPez contreras

La Quebradita es para muchos un sector más del oeste de Ca-racas, su construcción se inició en 1975 con el propósito de

reubicar a la población afectada por los deslizamientos de varios cerros de esta área de la ciudad a consecuencia de la temporada de lluvias. El primer sector se denominará Urbanización La Que-bradita I y alojará en doce edificios a las familias provenientes de los barrios cercanos al lugar, quienes habían poblado parte de los cerros de esa área a partir de la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en enero de 1958.

El 2 de abril de 1981 culminaron las obras de La Quebradita II, conformada por trece edificios destinados para el mismo fin, desde ese momento el sector ha experimentado una historia simi-lar a la de otras comunidades de la ciudad de Caracas originadas al calor de este tipo de acontecimientos, pero la actual La Quebra-dita mantiene una lejana distancia de La Quebradita de finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX.

La historia del sector que lleva por nombre La Quebradita, el cual acoge en su seno a estos urbanismos de corte social, estará ligada por siempre al Camino Real de La Vega, posteriormente conocido bajo el nombre de Camino a Occidente, el cual, en la época de la colonia y la segunda mitad del siglo XIX, unió a Cara-cas por medio de la calle principal de la parroquia San Juan (hoy avenida San Martin) con el pueblo de La Vega, esta vía permitió la interconexión de Caracas con los valles de Aragua, pasando por Antímano y Las Adjuntas hasta llegar al pueblo de Los Teques, para allí desembocar en el actual territorio del estado Aragua.

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ct

The history of the communities is not behind the history of the nation, this is the case of La Quebradita, sector located in the west the city of Caracas linked with a historical fact; the coup of the state of October 18, 1945, a time that marked it forever because in it lived Generals Eleazar López Contreras and Isaías Medina Angarita during the decade 1935-1945. From this recent past, the Cultural Heritage Property of Eleazar López Contreras survives, as a faithful and silent witness to the transformations that this sector has experienced up to the present as an urban space where the national, regional history of Caracas and the local history of La Quebradita. Declared to be of Cultural Interest by the In-stitute of Cultural Heritage of Venezuela, the Casona of López Contreras allows a current reading of the enormous challeng-es involved in concreting the defense and protection of cultural heritage, a particular problem that serves to explain the threat to which possibly material assets belonging to the Venezuelan cultural heritage are exposed, contrary to the right enshrined in Article 99 of the Constitution of the Bolivarian Republic of Venezuela. Consequently the discourse of the present article was built on the basis of the documentary research process that al-lowed to reconstruct the history of this community linking it to the good, is generated equally from the investigation action since the author developed during the year 2014, legal actions to safe-guard the property, finally from the socio-critical approach and militant research, it is proposed to concretize the putting into use of this patrimonial property starting from the Ley Plan de la Patria, its fifth historical objective and its national objective 5.3.

Key Words: contemporary history of venezuela, regional history, local history, defense and protection of cultural heritage.

la casona of eleazar lóPez contreras: The History to Service to Rescue of Cultural Heritage

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Resalta el hecho de que el topónimo La Quebradita tiene varios significados. El primero nace de una característica particular del área geográfica donde se asienta, al respecto, Rafael Valery explica:

…Caracas tiene o tuvo, ya que varias han sido rellenadas o trans-

formadas, muchas quebradas, grandes y pequeñas, casi todas con

apelativo propio pero hubo, de escaso curso, a la cual la gente

denominó simplemente, La Quebradita, cuyo nombre también

identificó al sector circundante que fueron también terrenos de

la antigua Hacienda La Vega (Valery, 1978: 383).

Sin embargo, La Quebradita es mucho más que un pequeño riachuelo, es un caserío, un suburbio o una aldehuela que se encon-traba en un tramo del antiguo Camino Real, aparece por primera vez en el censo de 1873, como sector de la parroquia La Vega, dado que se debe distinguir entre la parroquia y la hacienda del mismo nombre, para 1881 está formada por 19 casas de bahareque, en 1891 se encontraba compuesta por 40 casas, habitadas por 137 va-rones y 144 hembras, siendo su población total de 281 habitantes.

El sector podría tener 144 años, es factible que la construc-ción de las casas de bahareque y el poblamiento del área no haya sobrepasado los tres años para el momento previo a la realización del primer censo. En 1899 se elabora un plano del disminuido pero aún extenso territorio de la hacienda La Vega, donde la que-brada La Quebradita aparece como su límite oriental, al este de esta quebrada se encuentra el caserío La Quebradita, el cual co-rresponde al actual barrio La Línea.

Pese a lo que hasta ahora se ha sostenido en relación con la ur-banización El Paraíso, cercana al área, era en La Quebradita donde vivían las personas más poderosas en lo político y económico, esta afirmación se hace en razón de estos hechos: la quinta, la villa, la mansión y la extensión de tierra donde se edificaron, equiparable al de una pequeña hacienda. El Paraíso es conocido como un ba-

rrio que nació como el primer desarrollo urbanístico promovido por empresas privadas, en este caso Tranvías Caracas en 1895, al explicar el nacimiento de este, Beatriz Abache de Vera sostiene:

El Paraíso, como urbanización, nace en los momentos del cre-

cimiento urbano de la ciudad, cuando la modernización exigía

adelantos como ferrocarriles, tranvías, teléfonos, luz eléctrica,

acueductos, cloacas y la burguesía venezolana exigía también

expansión y desarrollo, rompiendo el esquema tradicional para

dar paso a un cambio en la arquitectura habitacional de heren-

cia colonial […] quebrantando la tradición española con quintas

ubicadas en el centro de un jardín y utilizando los espacios exte-

riores de las viviendas […] se perdía de este modo la intimidad

que había caracterizado el vivir hasta entonces en El Paraíso, en

los treinta años que estuvo de moda como barrio residencial de

las gentes más cultas y acaudalas del país, le da espontáneamente a

Caracas un museo de arquitectura (Abache de Vera, 1995: 12-13).

En este lugar la quinta es un inmueble costoso que deslumbra por su arquitectura, por su presencia, sin embargo, está rodeada por un terreno de pequeña extensión: el jardín. En las fincas de La Quebradita –versión moderna de la villa romana de los patricios–, la mansión es lujosa, pues no se trata de una quinta de mediana di-mensión, es una construcción erigida con materiales y ornamen-tos costosos. En este aspecto guarda similitud con la quinta, pero se diferencia de ella por su magnitud y el hecho de estar acompa-ñada de una gran extensión de terreno que evoca otras haciendas de esa Caracas, la más cercana: la hacienda La Vega.

Por eso, en La Quebradita no habrán quintas sino mansiones construidas en una finca, una estancia y una posesión, nombres que en el fondo significan lo mismo: hacienda, pero en este caso de medianas dimensiones si se le compara con las haciendas que para la época existían en Caracas. Posteriormente sus terrenos

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serían divididos en parcelas para luego ser vendidos y dar paso a urbanizaciones como Montalbán, San Bernardino, La Urbina, por solo citar algunas de las más reconocidas en Caracas.

Pero antes de que esto sucediera, en las fincas de La Quebra-dita se construye un mundo privado muy diferente al que se vive en los inmuebles de El Paraíso de la época, donde priva el diseño exterior de la casa en el que predominan los estilos neoclásico y neogotico francés, luego, con la expansión de la urbanización, en las décadas de los años 30, 40 y 50, se verán otros estilos ar-quitectónicos, entre ellos el neocolonial y el modernismo de los 50. Hablar entonces de La Quebradita es hacer referencia a tres propiedades, la finca La Quebradita de Eleazar López Contreras, la estancia La Quebradita de Henry Lord Boulton y la posesión La Quebradita, lugar donde se edificó la Villa Arvelo, inmuebles vecinos al antiguo caserío La Quebradita, espacio por donde tran-sitaba el Gran Ferrocarril de Venezuela rumbo a la ciudad de Va-lencia. Del otro lado de la quebrada La Quebradita y en terrenos de la hacienda La Vega se ubica la quinta Las Barrancas, perte-neciente al general Isaías Medina Angarita, inmueble que por su diseño arquitectónico rompe con las cuatro mansiones; las dos de López Contreras, el chalet de Henry Lord Boulton y la Villa Arve-lo. Finalmente, está la posesión Las Tapias, de menor extensión: la parte sur de sus terrenos se encuentra en la parroquia San Juan y la norte en la parroquia La Vega. Al dibujar La Quebradita del siglo XX, la primera finca que se instala es la del comerciante En-rique Arvelo, conocida como Villa Arvelo, vecina a esta finca se ubicó la estancia La Quebradita, la historia de este inmueble na-ció el 10 de diciembre de 1872, la propiedad pasó a manos del señor John Boulton en fecha posterior al 4 de octubre de 1915.

Cercano a las mansiones de La Quebradita se encontraba el Caracas Golf Club, primera asociación de este deporte en el país fundada en 1918, por empresarios norteamericanos, así se creó el primer campo de golf venezolano, la asociación de jugadores

se denominó Caracas Golf Club pero en varias oportunidades cambió de nombre: Caracas Country Club, Las Barrancas y La Quebradita Golf Club, permanecería por espacio de una década en el sector (1918-1928), de esta etapa sobresale la frustrada ne-gociación con la señora Carolina Uslar, propietaria de la hacienda La Vega, hecho que hizo trasladar el club al este de Caracas, en los espacios de la hacienda Blandín. La propiedad de este terreno llegó al general Isaías Medina Angarita el día 16 de julio de 1943 y en esta área se construyó la quinta Las Barrancas.

El contexto de esa Quebradita se conformaba por cuatro man-siones rodeadas de grandes extensiones de terreno denominadas fincas, esta característica estableció la notable diferencia entre la urbanización El Paraíso, compuesta por casas y quintas de estilo neoclásico, neogótico así como neocolonial, y las mansiones ubi-cadas en las fincas de La Quebradita, Valery nos explica:

…hace relativamente poco, este sector no estuvo muy desarrolla-

do pero la explosión demográfica ocurrida en la segunda mitad

del presente siglo ha transformado por completo su aspecto. Allí

estuvo el primer “Country Club” de Caracas donde hoy se asien-

ta la Urbanización Vista Alegre, estuvieron también las mejores

residencias de las primeras décadas del siglo XX a saber: La Villa

Arvelo, en medio de una tupida arboleda, detrás del monumento

a Antonio José de Sucre; la Casa de John Boulton Pietri, la casa

del General Eleazar López Contreras y, por último, la del General

Isaías Medina Angarita, que dejó inconclusa el golpe del 18 de

octubre de 1945 (Valery, 1978: 383).

En este sentido, hacer referencia a La Quebradita es vincular su historia con el acontecer político venezolano a partir de la segunda mitad de la década de los años 30 y la primera mitad de la década de los años 40 del siglo XX, historia que tiene un nexo con la historia regional de Caracas porque nos habla de la transformación de un

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importante sector de esta ciudad, la hacienda La Vega y con ella la parroquia La Vega de la época, lugar donde no solo se encuentra la quinta Las Mercedes, sino también la quinta María Teresa, inmueble propiedad de López Contreras y donde incluso habitó como presi-dente de la república, al igual que el general Isaías Medina Angarita, quien la utiliza prácticamente durante todo su período al frente de la presidencia al habérsela alquilado López, asimismo están presentes los nexos con la historia local de La Quebradita actual.

dos Presidentes de la rePública viven en la Quebradita

Al tomar posesión formal de la Presidencia de los Estados Unidos de Venezuela en 1936, el general Eleazar López Contreras decide, en común acuerdo con su esposa María Teresa Núñez Tovar de López Contreras, comprar la mansión Bella Vista, el 3 de julio de 1936, a Mercedes Travieso de Olavarría y sus hijos, herederos de Luis Ola-varría Matos. El inmueble de arquitectura neovasca será bautizado con el nombre de María Teresa, la mansión los alojó durante todo el período constitucional, sería usada como una de las residencias oficiales del presidente de la República, la otra propiedad utili-zada con el mismo fin fue la hacienda Queniquea, propiedad de López Contreras, ubicada en Los Teques. De esta manera, Andrés Eloy Blanco (1941) reseña un notable encuentro acontecido en La Quebradita, se refiere a a la finca y dentro de ella a la quinta María Teresa porque para el momento en que se da el acontecimiento La Casona no estaba construida:

El abrazo de “La Quebradita” significa, como hecho público, un

hecho corriente en países civilizados […] La asistencia a la invi-

tación significa un acto de cortesía y en lo público, un estímulo

debido por el representante de ideas democráticas a un acto de-

mocrático realizado por López Contreras. Y el abrazo entre Ga-

llegos y Medina significa cordialidad entre dos venezolanos y no

otra cosa. Las ideas no se abrazaron ni se transaron; se abrazaron

dos hombres, como se dan la mano dos boxeadores antes de co-

menzar la pelea, como se saludan dos duelistas antes de entrar en

guardia. Y convinieron el cese de volantes, pero no en otra cosa…

(Blanco, 1961: 25).

Esta narración de Andrés Eloy Blanco da indicios de que en La Quebradita eran frecuentes las reuniones de altos dirigentes y personas ligadas a la esfera política venezolana de la época, por eso fue una consecuencia lógica que al ser sucedido en la presidencia en 1941, por el general Isaías Medina Angarita, López Contreras alquilara la quinta María Teresa al nuevo presidente por cinco mil bolívares mensuales. Medina habitará el inmueble por cuarenta y nueve meses, a este respecto, Enrique Bernardo Núñez expresa:

…López Contreras […] heredero del poder de Gómez, se fue

a vivir a La Quebradita. Luego hizo construir otra villa cercana

para dejar la anterior a Medina, quien por este medio se conver-

tía en su inquilino. A su vez Medina hizo construir su propia mo-

rada sobre una colina frente a la estatua de Artigas, denominada

La Barranca… (Nuñez, 1963: 266).

En este contexto, la familia López Núñez contrata al arquitec-to puertorriqueño Hernando Hernández Batista para edificar la quinta Las Mercedes. La obra le será encargada a este arquitecto en razón de que durante su estancia en Venezuela construyó bue-na fama entre las personas que tenían la capacidad económica de contratar sus servicios profesionales. Hernández Batista nació en 1903 y egresó del programa de arquitectura en 1922, año en que completó el curso especial de arquitectura de dos años que se impartía en el Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas, hoy Universidad de Puerto Rico, Recinto Universitario de Mayagüez.

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El ejercicio profesional de la arquitectura lo iniciaría como ins-pector del Departamento del Interior de Obras Públicas, insti-tución pública donde fue supervisado por los arquitectos Rafael Carmoega, Antonio Higuera y Francisco Pons, entre 1922 y 1924. Posteriormente, en 1927, participó en la inspección del edificio Felipe Janer de la Universidad de Puerto Rico y realizaría los pla-nos del Hogar Infantil de Puerta de Tierra y de diversas residen-cias privadas.

En el caso que nos ocupa, Hernández Bstista recrea una casa con patio andaluz, típica del regionalismo sevillano, ornamentada con elementos propios del renacimiento español, esto lo hace en la entonces parroquia La Vega, pero esto no es casual, es producto del desarrollo de dos estilos arquitectónicos nacidos en España: el regionalismo y el modernismo. En su aspecto más general el re-gionalismo fue un fenómeno que tiene su base en el nacionalismo, abarcando así la política, la economía, la cultura y las artes, en el caso de la arquitectura sus primeras manifestaciones surgen en el lapso comprendido entre 1906 y 1910. Al respecto:

Si tomamos ese cordón umbical que es el historicismo, encontra-

mos ya una diferencia de interpretación ligada al factor emotivo.

El modernismo va a tener una postura espontánea ante la historia;

el regionalismo la tendría racionalista […] nace de una profunda

meditación sobre la historia, que pretende extraer consecuencias

últimas para aplicarlas al presente; esto implica un análisis y una

racionalización de los elementos aportados por la historia de la

arquitectura (Villar, 2010: 199).

El regionalismo y con este el historicismo tendrían su mayor auge durante la Exposición Iberoamericana de Sevilla realizada en 1929, una muestra a pequeña escala de ese momento de la historia de la arquitectura se reproduce en La Casona, pues esta represen-ta un vestigio del estilo arquitectónico historicista conocido bajo

las denominaciones de resurgimiento español, renacimiento es-pañol, spanish revival, en la Venezuela neocolonial, siendo uno de sus máximos exponentes el arquitecto Manuel Mujica Millán, por esta razón su diseño es similar a las casas construidas en el entor-no del Country Club de Caracas.

En 1939 la ciudad capital dejaba atrás los tiempos en los cua-les “el Benemerito” la condenó al olvido para consentir a su amada ciudad jardín Maracay, de este modo la Sultana del Ávila entraba en la etapa del Plan Monumental de Caracas conocido como Plan Rotival. En ese contexto se da inicio al proceso de construcción de La Casona en 19411, el cual finalizará aproximadamente en febrero o marzo de 1942, con su ocupación por parte de la fami-lia de López Contreras, de igual manera la hija de este, la señora Mercedes Enriqueta López Núñez, sostendría que esa etapa de sus vidas durará tres años y nueve meses, al respecto de este hecho el general afirmó: “El precio por el cual se contrató la construcción

1 En relación con el permiso de construcción para la edificación de la quinta Las Mercedes, este fue introducido el 30 de junio de 1941 ante la Ingeniería Municipal del Distrito Federal, siendo identificado con el numero 1.535, con ello se dio cumplimiento a las disposiciones sobre construcciones ci-viles que regían para la época, motivo por el que se presentó un solo plano correspondiente a la planta de la casa en el que se aprecia la organización original de todos sus espacios y la distribución de las tuberías de aguas ne-gras, resulta llamativo el hecho que no se introdujeran otros planos como el de su fachada para la obtención del permiso. De este modo y en relación con ese único plano, este fue acompañado por sus respectivas especifica-ciones debidamente aprobadas por la ingenería sanitaria correspondiente a ese proyecto. En este sentido, el permiso refleja que la construcción tiene 815 metros cuadrados, siendo el precio de la obra, de acuerdo con este documento, 100.000 bolívares, el precio del metro cuadrado fue de 10 bo-lívares y el terreno tiene un área de 2.000 metros cuadrados, el permiso de sanidad fue el numero 3.922 de fecha 27 de junio de ese mismo año, final-mente, la carpeta contentiva de estos documentos, así como los de otras edificaciones privadas de diversos tipos, se encuentran en el archivo de la Dirección de Control Urbano de la Alcaldía del Municipio Bolivariano Libertador ubicado en la Zona Rental de Plaza Venezuela.

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de esta quinta fue de 165.000, según aparece en el documento autenticado en el Juzgado Primero del Departamento Libertador el 10 de junio2 de 1941” (López Contreras, 1949: 106).

El destino de La Casona cambiaría para siempre a raíz del gol-pe de Estado del 18 de octubre de 1945 y a partir del desarrollo de un proceso jurídico conocido como Juicio de Responsabilidad Civil y Administrativa dirigido por un jurado al que los medios de la época denominaron “Jurado Represor del Peculado”, resulta entonces llamativo que este golpe de Estado contra Medina An-garita afectará igualmente a López Contreras y con él a sus pro-piedades, entre ellas La Casona, de este modo surge una lógica pregunta: ¿Por qué?

2 El mes correcto de autenticación del contrato es julio, este documento, iden-tificado con el número 32 en el Libro de Autenticaciones del Juzgado Prime-ro del Departamento del Municipio Libertador de la Circunscripción Judi-cial del Distrito Federal y Estado Miranda, señala que la obra se concluiría en un plazo no mayor de ocho meses a partir de la fecha en que se comenzaran los trabajos, salvo caso de fuerza mayor. De igual manera, el contrato hace ver que el dinero con que se construyó era del peculio de la esposa del gene-ral López Contreras, así como el terreno donde se edificaba de acuerdo con los planos y el presupuesto del arquitecto Hernando Hernández Batista. El libro de autenticaciones es el identificado con el número 115 y se encuentra ubicado en Registro Principal de Caracas en la avenida Urdaneta. Es impor-tante señalar respecto a la quinta Las Mercedes, que la Comisión Sustan-ciadora del Jurado de Responsabilidad Civil y Administrativa practicó una investigación a los libros de contabilidad del arquitecto Hernández Batista, la cual arrojó que en la cuenta de la esposa del general López Contreras: “…aparte del valor de la construcción de la casa de la Quebradita, tam-bién aparecen los valores de diversos trabajos hechos por Hernando Her-nández en diversos inmuebles, tanto de su propiedad, como del Gral. López Contreras y su sra. Madre”. En este sentido, los pagos comprenden un lapso de un año que comienza en julio de 1941 y concluye en julio de 1942, sin embargo, esta investigación no distingue hasta qué fecha exacta la esposa de López Contreras canceló los 165.000 bolívares correspondientes a la quinta Las Mercedes. Finalmente, fue el socio del constructor puertorriqueño quien proporcionó la información, dado que Hernández Batista al momento del interrogatorio se encontraba en su país de origen.

La respuesta se encuentra de manos del historiador Oscar Ba-ttaglini, quien en su obra El medinismo explica el proyecto políti-co de Isaías Medina Angarita, la situación del país a principios de la década de los años 40 y las reformas que este llevó a cabo, pero también la oposición de los enemigos de ese proyecto, las dife-rencias entre él y López Contreras y la consumación del referido golpe de Estado.

Estos hechos sirven para contextualizar lo sucedido con La Casona dado que permiten explicar el origen histórico de su situación actual, la cual es una de las consecuencias de la con-frontación política engendrada durante la tiranía de Juan Vicente Gómez que evolucionó con la sucesión de López Contreras en 1936 hasta el 18 de octubre de 1945, fecha en la que se pone fin a una etapa de nuestra historia nacida al calor de la revolución li-beral restauradora encabezada por Cipriano Castro en 1899, pero desviada desde el nacimiento de la dictadura gomecista, en este orden, la debacle de los andinos en 1945 fue el resultado lógico de la traición a Castro.

Sin embargo, aunque no ahondaremos en los argumentos de la investigación de Battaglini, quien sí se ocupó de analizar ese período de la historia por medio del estudio de determinados as-pectos de los gobiernos de López, Medina y el trienio adeco, al cual calificó como bentacourismo, queda claro que el lopecismo se había convertido en una corriente política antagónica al me-dinismo y su gobierno, aspecto que se refleja en la pugna política desarrollada por ambos durante 1945 y que tendría su desenlace en las elecciones de 1946.

Lo resaltante aquí es señalar esa confrontación entre lo-pecismo y medinismo, pues esta explica por qué a pesar de ser López Contreras partidario de los intereses del imperialismo de su época terminase siendo afectado por el golpe contra Medi-na, quien aspiraba a superar dentro del capitalismo a la eco-nomía rentista y parasitaria que favorecía a la burguesía desde

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los tiempos de Gómez. De allí que el bentacourismo empleara hábilmente la pertenencia de López Contreras a los andinos de Cipriano Castro y con ello al gomecismo para desacreditar al general vinculándolo al medinismo, pues Medina también pro-cedía de esos orígenes, con esa táctica logró confundirlos, ante los ojos del pueblo, en una sola corriente, cuando en realidad el lopecismo era una posición opositora a la política de Medina que afectaba sus intereses, los mismos que defendería Betan-court no solo durante el trienio adeco sino durante toda su vida y acción política en el siglo XX, de esta manera:

Representa esta corriente política, en relación a la cuestión pre-

sidencial de 1946, la posición de las clases propietarias internas

que ven amenazados sus privilegios económicos y políticos por

la naturaleza y las realizaciones prácticas del proyecto medinista.

De ahí que para este sector de las clases propietarias la política

medinista, además de ser un acto de traición, es igualmente […]

producto de un lamentable movimiento revolucionario contra

el que había que ir. Por eso cuando este sector se constituye en

la principal base de apoyo de la candidatura de López Contreras,

lo hace pensando que su retorno al poder le daría la facultad de

conjurar los peligros a que se veía enfrentado bajo el régimen

medinista. Este, por su parte, en ningún momento llegó a consi-

derar la posibilidad de una victoria electoral del “lopecismo” en

el Congreso de 1946… (Battaglini, 2007: 235).

De este modo, ese conflicto de intereses se verá reflejado a partir de la enfermedad del candidato de consenso Diógenes Es-calante, quien a pesar de provenir de las propias filas del medi-nismo era contrario a su política, de allí que siendo descartado por su supuesta enfermedad, fuera sustituido por el ministro de Fomento del gobierno de Medina, Ángel Biaggini, quien sí era partidario de dar continuidad a la política medinista, por eso, en

palabras de Battaglini la pugna se radicaliza, a tal punto que des-emboca en el golpe de Estado del 18 de octubre de 1945.

Esta insurrección fue dirigida por una alianza cívico-militar encabezada por Acción Democrática, representada por Rómulo Betancourt, y los sectores medios de la Fuerza Armada Nacional liderados por los coroneles Carlos Delgado Chalbaud y Marcos Pérez Jiménez, quienes buscaban la modernización de las Fuer-zas Armadas bajo la óptica del pentagonismo norteamericano de la posguerra.

La Junta Revolucionaria de Gobierno de los Estados Unidos de Venezuela así lo hace saber mediante su acta constitutiva pu-blicada en fecha 23 de octubre de 1945:

Este gobierno constituido hoy, hará enjuiciar ante los Tribunales,

como reos de peculado, a los personajes más destacados de las

administraciones padecidas por la República desde fines del siglo

pasado –esto en clara alusión a los andinos que participaron en

la revolución liberal restauradora comandada por Cipriano Cas-

tro así como a quienes fueron destacados funcionarios de estos

gobiernos–. Están presos, y deberán comparecer ante los Tribu-

nales a explicar el origen de sus fortunas, la mayor parte de esos

reos contra la cosa pública. El General López Contreras y el Ge-

neral Isaías Medina Angarita se encuentran entre los detenidos.

Ninguno de ellos ha sufrido ni sufrirá vejamen en su persona,

ni atropello de ninguna naturaleza. Pero deberán devolver a la

Nación y al pueblo lo que le usurparon mediante el deshonesto

manejo de los dineros públicos. Severo, implacablemente seve-

ro será el Gobierno Provisional contra todos los incursos en el

delito del enriquecimiento ilícito, al amparo del Poder (Gaceta

Oficial de la República de Venezuela, no 21.841).

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De esta manera se inicia un juicio político a los andinos y, por extensión, al gomecismo, bajo la forma de un proceso judicial conocido como Juicio de Responsabilidad Civil y Administrati-va, el cual se empezó a perfilar por medio del Decreto no 6 de la Junta que instruyó la creación de una comisión que determinaría a quiénes se les congelarían sus cuentas bancarias, esta recibió, mediante una resolución de fecha 10 de noviembre de 1945, el nombre de Comisión Calificadora de Funcionarios Públicos y procedió ese mismo día a publicar la lista de los encausados, de igual manera, por medio del Decreto no 32 se extendió la medida de congelación de cuentas bancarias a bienes muebles y animales, posteriormente, el Decreto no 54 les ordenó realizar una declara-ción jurada de bienes.

Pero sería el Decreto no 64 del 28 de noviembre de 1945, el instrumento que daría formal nacimiento al Jurado de Responsa-bilidad Civil y Administrativa:

Articulo 1.- Se crea un Jurado de Responsabilidad Civil y Admi-

nistrativa para establecer la responsabilidad de las personas, na-

turales o jurídicas, que por sí o por medio de terceros, directa o

indirectamente, hayan cometido, con intención o negligencia o

por imprudencia, actos o hechos, perjudiciales a la cosa pública, o

se hayan enriquecido sin causa, en beneficio propio o ajeno, pre-

validos de la influencia indebida de quienes ejercieron funciones

públicas (Gaceta Oficial de la República de Venezuela, no 21.872).

Este jurado, denominado por los medios de la época Jurado Represor del Peculado, quedaría conformado por su presidente el doctor Fernando Peñalver, el teniente Francisco Gutiérrez, el alférez de navío Luis Ramírez, el presbítero José Ignacio Olivares, así como los juristas Salvador de la Plaza, Antonio Sotillo Arreaza, Luis Hurtado y Augusto Matheus González, siendo su secretario el abogado Héctor Hurtado, quienes en el transcurso del proce-

so recibieron los expedientes de los servidores públicos señalados como presuntos sospechosos de cometer delitos contra el patri-monio público por parte de la Comisión Sustanciadora.

En la sentencia que emitió el jurado, este alegó que “el in-culpado –en alusión a López Contreras– se abstuvo de declarar los siguientes bienes: “1º Casa Quinta ‘Las Mercedes’ ubicada en la Urbanización ‘Bella Vista’, parroquia La Vega de esta ciudad”. De igual forma la sentencia señala que la quinta María Teresa, situada en esta ciudad, en el sitio denominado La Quebradita, fue declarada como propiedad de la señora María Teresa de López Contreras, siendo evaluada en la declaración en la cantidad de 322.000 bolívares, el jurado alegaría, en relación con esta, que a pesar de haber sido donada a sus hijas, fue construida con dinero de López Contreras.

La sentencia concluiría que el ciudadano general Eleazar López Contreras se ha enriquecido sin causa, en beneficio propio y en detrimento de la nación, cometiendo actos perjudiciales a la cosa pública por la cantidad de 13.352.896,95 bolívares, a esta suma el jurado le restó la cantidad de 863.000 bolívares, por ello la confiscación alcanzó la suma de 12.489.896,95 bolívares. En consecuencia, el tribunal lo consideró en Responsabilidad Civil y Administrativa y lo condenó a restituir al patrimonio nacional todos los bienes a los que se refiere esta sentencia, de allí que el general expresara que el juicio derivó en “…la expropiación de los bienes, expulsión del país y el consiguiente exilio hacia los Estados Unidos de Norteamérica de los generales Eleazar López Contre-ras e Isaías Medina Angarita con sus respectivas familias” (López Contreras, 1949: 107).

En el juicio al general Isaías Medina Angarita, sus propieda-des auditadas arrojaron un valor de 2.687.917,34 millones de bo-lívares, este proceso incluyó a la quinta Las Barrancas a la que se le estimó un valor de 696.754,33 bolívares, posteriormente, el 29 de noviembre de 1945, ambos generales fueron expulsados del país.

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Durante el exilio sus propiedades en La Quebradita serían utili-zadas por instituciones del Estado, hecho que se consumó el 5 de agosto de 1946, fecha en que las propiedades de ambos generales fueron traspasadas a la república.

Ya en el destierro, López Contreras calificaría como propios de un poder usurpador y arbitrario los decretos leyes de la Junta “Revolucionaria” de Gobierno. En El triunfo de la verdad (1949) recuerda el general que a mediados del mes de julio de 1945, el diario El País publicó una información acerca de sus bienes raí-ces, acciones y otros valores, los cuales de acuerdo con la versión de este medio se calculaban en 8.000.000 de bolívares, insiste en que esa información pasó desapercibida para los demás, pero no para él, puesto que argumentaba que la Acción Democrática de Rómulo Betancourt planificaba algo en su contra.

Para López Contreras no cabía duda de que para ese momen-to los adecos ya tenían fraguado un golpe donde las confiscaciones de bienes jugarían un rol estelar, de esta manera, si el plan adeco se concretaba de la mano de Betancourt y Valmore Rodríguez –como en efecto sucedió el 18 de octubre de 1945– se elaboraría una lista de 160 acusados, entre los cuales él mismo y Medina Angarita serían los de mayor renombre, por esta razón el general sabía que de antemano sería condenado a pesar de que, según su versión, sus bienes estaban calculados en 2.700.000 bolívares.

En su memoria quedaría grabado el momento en que en plena insurrección fue a buscar al presidente Medina a la quin-ta María Teresa, pero al no encontrarlo allí se dirigió al cuartel La Quebradita, búsqueda que también resultó infructuosa por lo que decidió ir hacia Miraflores, donde fue apresado y llevado al cuarto de Delgado Chalbaud en la Escuela Militar en La Planicie, lugar que compartiría con Medina Angarita, Arturo Uslar Pietri y Mario Briceño Iragorry.

Este juicio, sospechosamente rápido, se inicia el 28 de no-viembre de 1945 con la creación del Jurado de Responsabilidad

Civil y Administrativa hasta el 15 de marzo de 1946, fecha en la que el jurado emitió la sentencia condenatoria en ausencia del general López Contreras, la base legal con la que expropiaron La Casona se sustentó en el Decreto no 120 del 7 de enero de 1946:

Artículo 1: Se consideran bienes ocultos los no declarados por

las personas afectadas por el Decreto Nº 64 de la Junta Revolu-

cionaria de Gobierno, y por lo tanto pertenecientes a la Nación.

No tendrán carácter de ocultos aquellos bienes que, a pesar de no

haber sido declarados, tenga conocimiento de ellos la Comisión

Sustanciadora, hasta la fecha de publicación de este Decreto (Ga-

ceta Oficial de la República de Venezuela, no 21.901).

En tal sentido, durante el juicio se alegó que la esposa del ge-neral no había aportado ningún recurso financiero a su matri-monio y que, por lo tanto, La Casona, así como las propiedades que figuraban en la lista de bienes no declarados, habían sido ad-quiridos por medio de los recursos de López Contreras, quien ya se encontraba en la ciudad de Miami siendo informado por su abogado Manuel Egaña de la decisión. El general conocería con exactitud los bienes que le fueron confiscados a través de su publicación tanto en Gaceta Oficial como en un libro titulado Sentencias de los generales Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita. En otro episodio, en el que relata la salida de su esposa del país, hace nuevas referencias a sus bienes:

La señora López Contreras, que había sido respetada en su per-

sona, en la familia y en el hogar por todo el pueblo de Caracas,

fue ofendida por las altas autoridades políticas y policiales de

la Junta Revolucionaria, que fueron incitadas por los líderes de

Acción Democrática a violar, saquear, y destruir las residencias

de los adversarios políticos. Esas ofensas se verificaron tanto en

Caracas como en su viaje a Maiquetía, para tomar el avión que

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la conduciría junto a su familia a Estados Unidos para compartir

el exilio junto a su esposo el General Eleazar López Contreras.

Después, en su ausencia, se llegó a la violación de su hogar, la

desmantelarían de su casa y de sus muebles, incluso los de las

niñas, fueron repartidos entre los destacados servidores del go-

bierno revolucionario. Así fue profanado aquel hogar honorable,

que por ser la residencia de ex-Presidente de la República, Ge-

neral Eleazar López Contreras, tenía su valor y su significación

histórica (López Contreras, 1949: 188-189).

Resulta obvio entonces que el hogar y la casa que fueron vio-lados, saqueados, destruidos y desmantelados por los adecos fue La Casona, porque para el momento del golpe de Estado el gene-ral vivía en la quinta Las Mercedes y no en la quinta María Teresa, la cual no dudamos que corriera igual suerte, lo mismo sucedió con las propiedades de los otros 154 acusados, hechos que en su conjunto suscitaron el odio de López Contreras hacia sus enemi-gos políticos ubicados en el partido Acción Democrática.

La vida de López Contreras estaría así marcada durante el trienio adeco por dos grandes acontecimientos, el primero, las informaciones sobre las conspiraciones donde estaba involucra-do el general, y el segundo, las discusiones que se dieron en el seno de la Asamblea Constituyente del trienio adeco durante el período comprendido entre el 17 de diciembre de 1946 y el 22 de octubre de 1947.

En este contexto fue donde se preparó, discutió, redactó y aprobó, por parte de la Asamblea Nacional Constituyente duran-te el año 1946, la Constitución de los Estados Unidos de Venezue-la de 1947, pocos días antes de su culminación, específicamente el 14 de octubre de ese año, los diputados discutían acaloradamente acerca de la aprobación o no de las actuaciones con las cuales se habían expropiado los bienes de los afectados por la Comisión Calificadora, la Comisión Sustanciadora y el Jurado de Respon-

sabilidad Civil y Administrativa, dado que la tesis era castigar el peculado, la apropiación de dinero público y la malversación de fondos públicos en razón de que la Junta “Revolucionaria” de Go-bierno pretendía dar un mensaje a toda la nación sentando un precedente “moralizador” mediante este proceso.

Al calor de tres debates se dejan ver dos posiciones: la de la mayoría adeca en la asamblea y aquella representada por las di-versas fracciones que unidas conformaban la minoría, es así que se esgrimen diversos argumentos entre los cuales destacan aque-llos que señalaban que la Asamblea Nacional Constituyente no podía usurpar funciones del poder judicial.

Por esta razón, los diputados debían revisar cada una de las sentencias, dado que esas actuaciones habían sido apresuradas y discriminatorias al elaborar al azar una lista de reos de peculado que resultó incompleta, por ello se cometieron injusticias al apli-car el jurado normas a su “leal saber y entender”, dando así la im-presión de que se satisfacían pasiones políticas y ansias bastardas, así el pueblo se alejó de la convicción de “que se trataba de sentar un precedente moralizador”

El ex procurador general de la República, Rafael Caldera, en su calidad de diputado y autor de los considerandos de los de-cretos, señalaba que ese castigo ejemplar se había convertido en una situación incierta y confusa en la que estaban mezclados cul-pables con inocentes y donde se abrió un camino para satisfacer a unas personas y perjudicar a otras, por esto argumentaba que debía iniciarse la revisión de las sentencias, mientras que desde la bancada adeca uno de sus diputados planteaba que mediante el empleo del leguleyismo y el enmañaramiento de las leyes nadie terminaba siendo condenado, ni siquiera el general Gómez.

En medio de ese ambiente se acusaba a la prensa, específica-mente a El Gráfico, de desarrollar una campaña para desacreditar a ese jurado, mientras que los políticos sembraban la desconfian-za en los mítines públicos donde agitaban al pueblo, por estos

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motivos, en la Asamblea Nacional Constituyente la posición de los diputados adecos se radicalizaba.

El diputado Quijada vociferaba en tono inflexible que a ellos nadie les causaría ninguna desazón, que nada haría que se menos-cabara su voluntad, porque esa sarta de sofismas, ese cúmulo de elocuencia legalista que allí se había venido a gastar solo buscaba el perdón para los reos de peculado, quienes habían cometido el negro pecado de haber arruinado a Venezuela para enriquecerse.

En tal sentido fue aprobado, el 10 de octubre de 1947, un de-creto cuyo artículo 1 aprobaba:

…todas las actuaciones de la Comisión Calificadora, la Comi-

sión Sustanciadora y el Jurado de Responsabilidad Civil y Ad-

ministrativa creados por Decretos N° 12, 54 y 64 de la Junta Re-

volucionaria de Gobierno, y por lo tanto no se concederá contra

dichas actuaciones otros recursos y acciones que los contempla-

dos en el presente Decreto.- Contra los funcionarios que en ellas

intervinieron, no se concederá acción alguna (Gaceta Oficial de la

República de Venezuela, 22.447)3.

El liceo Luis Razetti tendría su primer espacio en La Casona, cuyo nombre de origen es quinta Las Mercedes, la cual sería uti-lizada desde 1946 hasta 1967 como su sede, esta acción se logró por la posesión de hecho del inmueble, dado que esa era la casa de habitación del ex presidente López Contreras durante el 18 de octubre de 1945, fecha en la que se ejecuta y consuma el golpe de Estado contra el general Medina.

En tal sentido, no se conoce ningún documento que señale la fecha exacta en la que La Casona empieza a ser custodiada por

3 Esta decisión se tomó basándose en la primera disposición transitoria de la Constitución de los Estados Unidos de Venezuela de 1947, que daba continuidad al mandato de la Asamblea Nacional como Poder Constitu-yente hasta que esta no se declarará en receso.

los participantes del golpe de Estado, lo que sí existe es un dato aproximado sobre su entrega al Ministerio de Educación, aporta-do por una estudiante del liceo de apellido Orellana, quien en 1966 sostiene que esta institución empezó a utilizar el inmueble desde octubre del año 1946 hasta el 30 de septiembre de 1966, pero fue el presidente Rómulo Gallegos, mediante el Decreto no 103 del 11 de septiembre de 1948, quien le otorga la casa al referido ministerio:

Artículo 1.- Se adscribe al Ministerio de Educación Nacional los

inmuebles de propiedad nacional que a continuación se expre-

san: 1) Una casa-quinta denominada “Las Mercedes” (la casona),

ubicada en “La Quebradita”, Parroquia La Vega, y comprendida

dentro de los siguientes linderos; Noroeste, con terrenos de la

Quinta “María Teresa” antes denominada “Bella Vista” siguiendo

el lindero natural determinado por la quebrada “La Quebradi-

ta”… (Gaceta Oficial de la República de Venezuela, no 22.716).

En el caso de la quinta María Teresa, esta fungiría, desde 1946 hasta 1954, como la segunda sede de la Comandancia General de las entonces Fuerzas Armadas de Cooperación, hoy Guardia Na-cional Bolivariana. La quinta Las Barrancas sería utilizada como sede del Instituto Técnico de Inmigración y Colonización, pos-teriormente convertido en Instituto Agrario Nacional (IAN), el cual se transformó luego en Instituto Nacional de Tierras (INTI).

De igual manera, el presidente Gallegos encargó a los mi-nistros de Relaciones Interiores y Educación Nacional de su eje-cución, mientras López Contreras, a pesar de estar exiliado en Miami, no se quedó en paz, desde marzo de 1946 sus propieda-des ya no le pertenecían, por esta razón el 2 de enero de ese año se entrevistaría con el embajador norteamericano en Venezuela, Corrigan, López llevaba solo un mes en Florida, mientras que en Caracas el juicio se desarrolló en su ausencia, así saldría del país el 2 de diciembre de 1945, solo estuvo bajo el poder de la

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Junta “Revolucionaria” de Gobierno y el Jurado de Responsabi-lidad Civil y Administrativa cuarenta y cinco días desde el golpe de Estado del 18 de octubre.

Por eso su casa en esa ciudad se convirtió en un centro natu-ral de conspiración, los rumores crecían acerca de los preparati-vos de lopecistas y medinistas, inclusive de los gomecistas, contra la Junta llevados a cabo en la ciudad colombiana de Cúcuta, Ró-mulo Betancourt supo de la entrevista pero nada cambió entre él y López, quien negaba su participación en tales hechos, los cuales admitiría solo cuando se consideró la posibilidad de ser sometido a juicio en los Estados Unidos, su plan era invadir Venezuela por la República Dominicana en diciembre de 1946, pero fue al año siguiente, 1947, cuando se generaron informaciones sobre otras conspiraciones donde estaba involucrado el general.

Mientras, en Venezuela el agregado militar de los Estados Unidos decidió viajar al estado Táchira y la ciudad colombiana de Cúcuta para constatar la situación política y militar y de esta ma-nera rendir su informe, en el cual concluiría que el ambiente era de franca rebelión contra la Junta “Revolucionaria” de Gobierno y a favor del retorno del general a las riendas del país, por eso los militares se reunían con los conjurados, quienes conocían que AD también tenía sus armas y su propio ejército.

Volvían así, por momentos, los días de los caudillos que Gó-mez había acabado, esta vez apoyarían a López con 11.000 andi-nos alzados, pero nada sucedió entre él y Betancourt pues ambos se mantenían igual de distantes en sus posiciones políticas:

El general López admitió de manera franca que el presidente Tru-

jillo estaba preparando una expedición naval para asistirlo en la

revolución que venía planeando contra el gobierno del presidente

Rómulo Betancourt […] Admitió además que la República Do-

minicana estaba siendo usada como base de operaciones de la re-

volución que intentaba hacer en Venezuela y que él mismo había

ido […] el pasado diciembre con la finalidad de zarpar con las tres

corbetas rumbo a Venezuela calculando llegar a sus costas la tarde

del 15 de diciembre de 1946, habiendo fijado el inicio de la revo-

lución para el amanecer del día 16… (López Maya, 1996: 376).

Esta confesión de López se origina por el intento fallido de robar veintiún ametralladoras de un depósito de armas del ejérci-to estadounidense por parte de tres norteamericanos implicados en el plan, los cuales estaban en coordinación con el dictador do-minicano, Rafael Leonidas Trujillo, de igual manera la rebelión se vio frustrada por el prematuro alzamiento de un militar en Venezuela, factores que en su conjunto terminaron por abortar un plan que Trujillo intentó consumar años después contra Be-tancourt en el paseo Los Próceres.

De este episodio poco conocido en la vida del general hace mención un amigo cercano a este cuando narra que:

Habiendo fallado las dos combinaciones de López Contreras, así

como las de Maldonado y Niño y sin recursos ya por el decomiso

de armas y aviones, el más profundo desaliento surgió entre los

venezolanos del exterior, que no veían ya cómo realizar sus pla-

nes de tumbar del gobierno a los mal queridos adecos (Landaeta,

1955: 213).

De allí que este amigo de López Contreras sostuviera que a la altura del mes de mayo de 1948 todo estuviera maduro para el derrocamiento del gobierno, solo que ese movimiento tenía que ensayarse desde adentro dado que por anteriores fracasos ya no podía pensarse en expediciones realizadas desde el exterior, faltarían así escasos dos meses y medio desde la publicación del decreto de asignación de La Casona, el 11 de septiembre, para que se consumara contra el presidente Rómulo Gallegos el golpe de Estado del 24 de noviembre.

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Esta vez los conspiradores fueron los mismos militares que el 18 de octubre de 1945 habían acompañado a los malqueridos adecos a derrocar a Medina Angarita, quien paradójicamente, a diferencia de López Contreras, permitió la legalización del par-tido Acción Democrática durante su primer año de mandato en 1941, en ese momento quedaron atrás los tiempos del Libro rojo de López Contreras, texto donde se publicaron, con ayuda de la Litografía del Comercio propiedad de la familia Shlageter, la lista de connotados comunistas entre los que figuraban Rómulo Be-tancourt y Raúl Leoni, al lado de dirigentes históricos del Partido Comunista de Venezuela como Gustavo Machado.

Resulta de este modo llamativo un hecho poco divulgado por los historiadores oficiales, la participación de Rómulo Betancourt en el derrocamiento de su propio compañero de partido y presi-dente de la República Rómulo Gallegos, esa acción se originaría por los mismos temores e intereses que, en 1936, la burguesía nacional logrará superar –con ayuda de López Contreras– con respecto a la acción política de las masas campesinas y obreras que reclamaban una verdadera democracia, lo cual hacía tambalear el orden social, político y económico imperante que le aseguraba tanto a esta y al imperialismo norteamericano la apropiación de la renta petrolera en detrimento de las grandes mayorías venezolanas.

Por esta razón y de acuerdo con Battaglini, el golpe se precipi-tó ante la negativa del presidente Gallegos a la propuesta de trai-cionar su programa de gobierno imponiendo al país condiciones similares a las vividas durante el gobierno de López Contreras, por ello los conspiradores, liderados por López Contreras y Cha-pita Trujillo, en el momento en que se encontraban en Colombia, Curazao y Trinidad solo tenían la esperanza de que el milagro de desalojar del gobierno a los adecos solo podía realizarse si el ejér-cito nacional se resolviese a echarlos del poder y en efecto así fue.

Estos hechos y la consumación del golpe del 24 de noviembre de 1948 ponen fin al trienio adeco y contribuyen a la devolución

de sus propiedades al general por parte de la Junta Militar de Go-bierno que emite el Decreto no 270 del 16 de septiembre de 1949, el cual establece en su artículo 2 que: “Los bienes que pasaron al patrimonio nacional como consecuencia de los mencionados de-cretos serán devueltos o pagados en las condiciones que se deter-minarán por decretos posteriores” (Gaceta Oficial de la República de Venezuela, no 23.074)

De esta forma se evidencia cómo dos hechos históricos que nunca fueron vinculados con la comunidad incidieron directa en su desarrollo, esos momentos de nuestra historia contemporánea son el golpe de Estado del 18 de octubre de 1945, supuesta “revo-lución de octubre” reivindicada por el partido Acción Democrá-tica y el golpe de Estado del 24 de noviembre de 1949 que depuso al presidente Rómulo Gallegos. Ambos hechos demuestran por sí mismos la importancia de La Quebradita como uno de los cen-tros de decisiones políticas de la época, por lo tanto existe una re-lación entre la historia contemporánea de Venezuela y la historia de esta comunidad.

Durante aproximadamente cuatro años la propiedad de La Casona sufre diversos cambios, hasta que el Decreto no 449, pu-blicado en la Gaceta Oficial de la República de Venezuela no 23.183 en fecha 22 de marzo de 1950, restituye definitivamente todas las propiedades a los funcionarios públicos sometidos al menciona-do juicio, entre ellos el general Eleazar López Contreras, de esta manera las decisiones tomadas en este instrumento jurídico se sustentaron en el decreto no 270 de la Junta Militar de Gobierno que anuló los efectos jurídicos de los decretos de la Junta Revo-lucionaria de Gobierno y del Jurado de Responsabilidad Civil y Administrativa que afectaron los mencionados bienes.

En definitiva, este decreto, en su artículo 1, declaro que se-rían devueltas o pagadas esas propiedades de acuerdo con una serie de condiciones, entre ellas el pago de su valor si estos estaban afectados por la utilidad pública, de esta forma, el 5 de junio del

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mencionado año, el señor Antonio Pulido Villafane, presidente la Comisión de Restitución y Pagos, envió una comunicación al ministro de Relaciones Interiores en la que solicita:

Se digne informar a la mayor brevedad a esta Comisión si el des-

pacho a su cargo está interesado en que se haga la reserva para

el patrimonio nacional de una casa-quinta denominada “María

Teresa” ubicada en el sitio “La Quebradita” de la parroquia La

Vega (Oficio no 367 de fecha 5 de junio de 1950).

En este contexto, el director de Administración del Ministe-rio de Relaciones Interiores, G. Rivas Otero, dirige un oficio a la Comisión de Restitución y Pagos en el cual expresa que:

La casa-quinta “María Teresa” […] está adscrita a este ministerio

por decreto numero 71 de fecha 12 de junio de 1948 publicado

en la Gaceta Oficial de los Estados Unidos de Venezuela número

22.642 de 15 de junio del citado año, y en dicho inmueble vie-

ne funcionando el Comando de las Fuerzas Armadas de Coo-

peración. Ahora bien, cuando esa Comisión en su oportunidad

presente el informe respectivo al Ejecutivo Federal, este resolverá

sobre el destino de la citada casa, y en caso de ser devuelta al

General López Contreras, debe hacerse constar que el Gobierno

reservará la zona que fuere requerida en el futuro, por las necesi-

dades urbanísticas del Distrito Federal (Oficio no A06215 del 15

de junio de 1956).

En el caso de la quinta Las Mercedes, el señor Pulido Villafane solicitó al ministro de Educación Nacional:

Se digne informar a esta Comisión si el despacho a su cargo está

interesado en reservar para fines de interés público los bienes que

se indican a continuación: Casa-quinta “Las Mercedes” ubicada

en la urbanización “Bella Vista”, Parroquia La Vega de esta ciudad,

con un valor de Bs. 165.000 (Oficio no 29 del 9 de mayo de 1950).

Esto en razón de que Las Mercedes había sido convertida desde 1946 en la sede del liceo Luis Razetti, pero en los archivos consultados en el Centro de Documentación Histórico de la Pro-curaduría General de la República no se encontró la contestación a la citada carta, el liceo permanecerá allí por espacio de veintiún años, hasta el 26 de septiembre de 1967. Del anterior proceso se infiere que ambas quintas fueron arrendadas al Estado venezo-lano por parte del general López Contreras y su esposa María Teresa Núñez de López Contreras por espacio de quince años aproximadamente, hasta que la explosión demográfica generada en los años 60 y 70, expresada en Caracas a través de la creación de los barrios que hacen vida en el municipio Libertador, fuera la motivación que generó la venta de la finca La Quebradita.

Así lo expresa el general al entrevistarse con el secretario ge-neral de la Presidencia de la República para manifestar que en te-rrenos de su finca han ocurrido invasiones promovidas por una misma persona o grupo de personas, tal hecho lo considera un atropello contra el derecho de propiedad privada, por tal motivo solicita en el encuentro la protección del Estado para desalojar a los ocupantes y prevenir por los medios adecuados futuras invasiones.

Estos hechos originan el proceso de venta de la finca La Quebradita al Estado, el cual empezó el 30 de agosto de 1963, por medio de una correspondencia identificada bajo el núme-ro SG-0590 enviada al Banco Obrero. El proceso tardaría dos años, en ese tiempo en que la familia López Núñez vendería la finca La Quebradita, el terreno de esta poseía una superficie de 271.460,65 m2, la transacción incluyo a las quintas María Tere-sa y Las Mercedes. De esta forma el Estado venezolano, repre-sentado por el procurador general de la República, concreta la compra por 7.045.000 bolívares. Esta transacción se efectuó en

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el Registro Inmobiliario del Tercer Circuito del Municipio Li-bertador, donde queda plasmado que:

Vendemos pura y simplemente a la República de Venezuela con

destino al patrimonio de la Nación venezolana, requerido para

la construcción de diversas obras, destinadas a Educación y Vi-

viendas, el inmueble de nuestra propiedad exclusiva denomina-

da La Quebradita, ubicada en la jurisdicción de las parroquias La

Vega y Sucre del departamento Libertador del Distrito Federal…

(Tomo I, Documento no 46, 10 de marzo de 1965).

El 6 de mayo de 1966, el gobierno nacional da inició a las obras de la nueva sede del liceo Luis Razetti, el edificio ocupa un área de 16.875 m2 de los terrenos la antigua finca, el 26 de sep-tiembre de 1967, la obra es inaugurada a un costo de 1.840.000 bolívares por el presidente Raúl Leoni.

Igualmente, el 4 de septiembre de 1967 se crea una nueva ins-titución: “Por disposición del ciudadano Presidente de la Repú-blica, se crea a partir del 1 de octubre del presente año el Liceo Pablo Acosta Ortiz que funcionará en Caracas Distrito Federal” (Gaceta Oficial de la República de Venezuela, no 28.428).

El liceo Pablo Acosta Ortiz permanecería en La Casona por dieciocho años hasta que el hacinamiento que sufrieron los estu-diantes y profesores en los galpones que les servían como aulas así como los síntomas de deterioro que presentaba el inmueble pro-movieron, durante el año escolar 1983-1984, una disputa ante el Ministerio de Educación orientada a la construcción en los terre-nos de la antigua finca La Quebradita de una nueva sede, lo cual efectivamente se concretó el 29 de septiembre de 1984, fecha en que se inicia la obra que dará como fruto la actual sede del ahora Liceo Bolivariano Pablo Acosta Ortiz, puesta en funcionamiento el 3 de mayo de 1985 mediante la toma forzosa de la nueva edifi-cación por parte de sus estudiantes y profesores.

La Casona sería así abandonada y dejada a su suerte sin nin-gún tipo de resguardo, es por segunda vez saqueada, esta vez no serían los bienes pertenecientes a la familia López Contreras, en esta ocasión fueron las rejas e innumerables piezas de madera que formaban parte del piso, el techo, las puertas y ventanas que fue-ron arrancadas de la estructura de la casa.

Este acto vandálico la redujo a ruinas, sus espacios pasaron a albergar a los indigentes y delincuentes de la zona, quienes la uti-lizaban como guarida, centro de venta y distribución de drogas, permanecería por once años abandonada hasta que en 1997 fue calificada por la prensa de la época como cueva, antro de aspecto lúgubre, sombrío y tétrico, de olor putrefacto, maloliente, habitado por personas en situación de calle donde era frecuente encontrar pitillos con restos de droga, zapatos de goma viejos y rotos, botellas de refresco, cerveza, licor, latas oxidadas de sardina, sábanas ajadas y descoloridas, cobijas viejas. La Casona se convirtió así en el espacio idóneo para derretir el cobre de los cables de electricidad, actividad que impregnó a sus paredes de un negro hollín.

Esta situación motivó que un grupo de vecinos se organizará para enfrentar la situación de delincuencia que se había generado, logrando tener cierto éxito en esta iniciativa al intervenir el inmueble artesanalmente, con ello paralizaron el proceso de deterioro de la casa, pero también experimentarían las consecuencias de la incomprensión y de las pugnas que le impidieron, por motivos ajenos a su voluntad, coronar sus esfuerzos, por ello se puede afir-mar tajantemente que desde ese momento la restauración de este inmueble se convirtió en una lucha por la defensa y la protección de este Bien de Interés Cultural, lugar donde se juntan la historia nacional, regional y local.

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una larGa lucha Por el derecho al Patrimonio cultural

La aprobación de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela mediante referéndum en 1999 marcó un antes y un después en todos los ámbitos de la vida de esta nación, la carta magna consagró derechos económicos, sociales y culturales. La máxima ley de Venezuela reconoció en su artículo 99 el derecho al patrimonio cultural, su protección, la obligación del Estado de proporcionar el presupuesto necesario para este fin así como las sanciones a quienes deterioren y destruyan los bienes que confor-man el patrimonio cultural venezolano.

La Casona contiene en sí misma cuatro valores fundamenta-les que la hicieron acreedora de ese reconocimiento: el primero de ellos y quizás el menos conocido es su relación directa con el Juicio de Responsabilidad Civil y Administrativa, proceso más político que judicial que luego del golpe de Estado contra Medina inaugura el trienio adeco

En segundo término, La Casona está directamente vincula-da a un momento poco conocido y quizás ya casi olvidado de la parroquia La Vega: la instalación del Caracas Country en los espacios que hoy ocupa el Instituto Nacional de Tierras, hecho que está ligado a la existencia de las fincas de La Quebradita como espacios de importancia política, social y económica junto a la ur-banización El Paraíso, último sector con el que se hubiera unido para conformar un área privilegiada y exclusiva en Caracas que, posteriormente, terminó ubicándose en el este de la ciudad.

De lo anterior y en tercer lugar se desprende su valor como muestra de la arquitectura del renacimiento español, conocida en Venezuela como estilo neocolonial, siendo el dato más relevante el hecho de que es construida en un lugar boscoso y apartado de la parroquia La Vega por el arquitecto puertorriqueño Hernando Hernández Batista, quien se encuentra influenciado por la arqui-

tectura regionalista española, estilo desarrollado en su ocupada y colonizada patria por el arquitecto Pedro Adolfo de Castro y Besosa (1895-1935).

Finalmente, está el hecho de albergar por cuarenta años a los liceos Luis Razetti y Pablo Acosta Ortiz, instituciones educativas donde se construye una relación más cercana con todos aquellos que allí estudiaron sin pertenecer a la comunidad, pero también con esta, puesto que La Casona es testigo privilegiado de cómo se transforma el sector desde 1942 hasta el presente.

En este sentido cabe destacar que este último valor cambió para la comunidad que la rodea desde que surgió el problema en 1985, hecho que implica en las actuales condiciones la futura rea-lización de una labor de concientización entre sus miembros que permita su revalorización a partir de la divulgación de su historia particular relacionándola en su justa medida con la historia con-temporánea de Venezuela, la historia regional de Caracas a través de las parroquias La Vega y El Paraíso, así como la historia local de La Quebradita, vinculando esta línea histórica al potencial que en ella se encuentra dormido.

En definitiva, estos son los valores que la hacen merecedora de ser restaurada y preservada, sin embargo, su importancia aún no es apreciada, dada la percepción errada que aún se mantiene y que vincula al menosprecio y la subestimación a todo aquello relacionado con la esfera de lo cultural, categoría que a pesar de haber adquirido rango de derecho constitucional en 1999, no se asume como prioritaria, se ve como relleno, como lo último que se considera a la hora de la elaboración del presupuesto público y la inversión de recursos, como resultado de esto todavía no se toma conciencia de que el patrimonio cultural es un derecho so-cial y constitucional exigible desde 1999.

En oposición a esta actitud, El Plan de la Patria, testamento político de Hugo Chávez Frías, en su quinto gran objetivo histó-rico llama a contribuir a la preservación de la vida en el planeta

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y la salvación de la especie humana, dentro de esta intención se encuentra el objetivo nacional 5.3 que ordena defender y proteger el patrimonio histórico y cultural venezolano y nuestroamerica-no, al respecto y en el caso particular de La Casona esto implica la creación de un espacio histórico patrimonial y comunitario, por ello se defiende a La Casona desde una visión ética, política, ju-rídica y cultural estrictamente apegada al socialismo bolivariano del siglo XXI.

En este contexto, el 21 de marzo de 1997, la propiedad de La Casona pasó de manos de la Procuraduría General de la Re-pública al liquidado Instituto Nacional de la Vivienda, organis-mo gubernamental que concretó la construcción de dos nuevos edificios en el entorno inmediato del inmueble: un Centro de Diagnóstico Integral (CDI) y una Sala de Rehabilitación Integral (SRI), propuestas desarrolladas en razón de la existencia de una porción de terreno que por sus dimensiones podía alojar edificios de mediana magnitud, acción motivada por la necesidad confor-mar un sistema público de salud de segundo nivel, heredando en el presente la situación el Instituto Nacional de Tierras Urbanas de acuerdo con la Gaceta Oficial de la República de Venezuela no 40.660 del 15 de mayo de 2015.

La creación del segundo nivel del sistema público de salud se legitimó por las consecuencias sufridas por el pueblo venezolano a partir de la aplicación de las políticas de ajuste neoliberal efec-tuadas en el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, por ello es lógico que toda una sociedad aprecie más el derecho a la salud y no el derecho al patrimonio cultural, sin embargo, no se justifica de ninguna manera que se destruya el patrimonio cultural mate-rial edificado para desarrollar otros derechos contemplados en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.

Actualmente, la defensa de un edificio como La Casona se de-sarrolla con mayor facilidad por ser esta un bien público propie-dad del Estado por su declaratoria de bien de interés cultural, en

peor situación se encuentran los inmuebles con la misma declara-toria pero de propiedad privada, pues solo pueden ser defendidos mediante el principio contenido en el artículo 99 de la Constitu-ción de la República Bolivariana de Venezuela y la jurisprudencia emanada de la Sala Constitucional.

Por ello, las acciones jurídicas para defender y proteger este bien de interés cultural fueron desarrolladas por medio de una serie de leyes que no regulan la materia, intención que se ejecutó a partir de una campaña de denuncia iniciada desde el 25 de febre-ro hasta el 18 de julio de 2014, acción que se complementaría con dos denuncias más en el año 2015, de esta manera el problema es conocido por la Contraloría General de la República, la Superin-tendencia de Bienes Públicos, la Defensoría del Pueblo Delegada del Área Metropolitana de Caracas, el Consejo Moral Republica-no, el Ministerio Público en la Fiscalía Segunda del Área Metro-politana de Caracas, quien luego de siete meses de trabajo logró comprobar el delito de invasión, por lo cual el caso fue adjudicado a la Fiscalía 16 del Área Metropolitana de Caracas.

Este cuadro evidencia lo complejo que resulta trabajar con el patrimonio cultural en un país como Venezuela, donde contra-dictoriamente no es la Ley para la Defensa y Protección del Patri-monio Cultural la que ayuda en esta tarea, en razón de que aún se le percibe como un elemento solo vinculado a la recreación, mas no a la generación de identidad nacional, de ciudadanía, al goce y el ejercicio de los derechos humanos, esta situación abarca a las instituciones, a la comunidad, a los gobernantes y a la sociedad en general. De igual manera, no se percibe la relevancia que este tipo de bienes tiene para el desarrollo económico de la nación, dado que por medio de ellos se puede desplegar el turismo como sector económico generador de empleos y riqueza.

Al respecto se elaboró un proyecto que contempla dos usos so-ciales, el primero de ellos convertirla en Sede del Parlamento Na-cional Comunal y, en segundo término, la creación de un centro

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sociocultural de similares características a la Casa de las Primeras Letras, lo cual incluye el aspecto socioproductivo mediante la con-formación de una empresa de producción social (EPS) de servicios turísticos, por solo nombrar los aspectos centrales de una propues-ta que será posicionada ante la opinión pública mediante las redes sociales Twitter @CASONALC y Facebook, por medio del grupo Amigos de La Casona de López Contreras.

Estas razones hacen pensar que el binomio socialismo boliva-riano del siglo XXI y puesta en uso social del patrimonio cultural son perfectamente viables si son asumidos desde la sustentabili-dad económica que este espacio una vez recuperado debe generar y mantener, aspiración que se desea concretar por medio del en-foque del desarrollo comunal endógeno del municipio Libertador y el Distrito Capital vinculado al turismo histórico patrimonial.

fuentes

PrimariasActa Constitutiva de la Junta Revolucionaria de Gobierno de los

Estados Unidos de Venezuela, 19 de octubre de 1945. Comunicado del Gobierno Provisional a la Nación, Gaceta Oficial de la República de Venezuela, no 21.841, 23 de octubre de 1945.

coMisión de Restitución y Pagos (1950). “Carta enviada el 9 de mayo por Antonio Pulido Villafane al ministro de Educación Nacional”.

________________. (1950). “Carta enviada el 5 de junio por Antonio Pulido Villafane al ministro de Relaciones Interiores”.

Decreto no 64 del 28 de noviembre de 1945. Creación del Jurado de Responsabilidad Civil y Administrativa, Gaceta Oficial de la República de Venezuela, n° 21.872.

Decreto no 120 del 7 de enero de 1946. Se consideran bienes ocultos los no declarados, Gaceta Oficial de la República de Venezuela, n° 21.901.

Decreto S/N del 10 de octubre de 1947. Asamblea Nacional Constituyente quedan aprobadas todas las actuaciones, Gaceta Oficial de la República de Venezuela, n° 22.447.

Decreto no 103 del 10 de septiembre de 1948. Se adscriben al Ministerio de Educación Nacional los inmuebles que a continuación se expresan, Gaceta Oficial de la República de Venezuela, n° 22.716, 11 de septiembre de 1948.

Decreto no 270 del 16 de septiembre de 1949. Se declaran insubsistentes los efectos de los decretos 6, 12, 32, 33, 54, 64 y 120, Gaceta Oficial de la República de Venezuela, n° 23.074, 16 de septiembre de 1949.

diRección de adMinistRación del MinisteRio de Relaciones inteRioRes (1950). Oficio no A06215 enviado a la Comisión de Restitución y Pagos por G. Rivas Otero.

RegistRo inMobiliaRio del teRceR ciRcuito del MuniciPio libeRtadoR. Documento no 46, pomo I, perteneciente al primer trimestre de 1965 protocolizado el 10 de marzo.

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Resuelto del 4 de septiembre de 1967. Se crea a partir del 1 de octubre el Liceo Pablo Acosta Ortiz, Gaceta Oficial de la República de Venezuela, no 28.428, 11 de septiembre de 1967.

SecundariasabacHe de veRa, Beatriz (1995). El Paraíso de ayer y de hoy. Caracas:

Fondo Editorial Fundarte.

blanco, Andrés Eloy (1961). “La trompada de La Quebradita”, Boletín del Departamento de Castellano, Literatura y Latín del Instituto Pedagógico de Caracas, no 10, abril-junio, pp. 23-28.

battaglini, Oscar (2007). El medinismo. Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana.

landaeta, Federico (1955). Cuando reinaron las sombras. Madrid: Gráfica Clemar.

lóPez contReRas, Eleazar (1949). El triunfo de la verdad. Ciudad de México: Genio Latino.

lóPez Maya, Margarita (1996). EEUU en Venezuela: 1945-1948. Caracas: Universidad Central de Venezuela, Consejo de Desarrollo Científico y Humanistico.

núñez, Enrique Bernardo (1963). La ciudad de los techos rojos. Madrid: Ediciones Edime.

valeRy, Rafael (1978) Historia de las esquinas de Caracas. Caracas: Petroleos de Venezuela S.A.

villaR, Alberto (2010). Arquitectura del regionalismo en Sevilla (1900·1935). Sevilla: Diputación de Sevilla.

Reseña112

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Daniel José Sánchez Silva. Anécdotas médicas en la historia de Venezuela. Caracas: Fundación Empresas Polar, 2015.

Yolimar Gil Amundarain

Los estudios, análisis e investigaciones históricas están orien-tadas a atender cuatro campos principales del conocimiento:

político, económico, social y militar. Sin embargo, el médico ciru-jano, historiador y profesor de historia de la medicina, Daniel José Sánchez Silva, introduce en el área una nueva corriente de inves-tigación. Al conjugar historia y medicina, dos claves en la vida del autor, nace su obra Anécdotas médicas en la historia de Venezuela, en la cual hace énfasis en los acontecimientos que se suscitaron en momentos pasados relevantes.

Un aspecto esencial presente en este libro es lo sencillo y atractivo para los lectores, al resaltar sucesos inusuales en torno a personajes o hechos específicos, puesto que en cada ser humano de forma innata existe una feroz necesidad de conocer detallada-mente aquellas leyendas que permanecen anónimas en la socie-dad. En paralelo se ilustra cada anécdota con imágenes, fotos y gráficos que le dan mayor comprensión al público.

La obra está estructurada por cuarenta ensayos cortos que narran los hechos más significativos en la medicina venezolana que van desde finales del siglo XVI, con la organización de los primeros hospitales bajo la tutela de la Iglesia católica, hasta me-diados del siglo XX, con la era nuclear en nuestro país.

Atendiendo a ese carácter divulgativo, el autor reproduce una recopilación de estos eventos que se puede clasificar en diversas líneas generales.

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ReseñaYolimar Gil Amundarain

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La primera, acerca de las epidemias que han azotado a la po-blación, como la peste negra, la viruela, la gripe española, la ma-laria o paludismo, la fiebre amarilla, el mal de Chagas y el dengue, estos virus, en el transcurso del tiempo, han sido causa de crisis sanitarias y han devastado y cobrado la vida de muchas personas, no obstante, Sánchez Silva enfatiza que en cada uno de estos ca-sos han existido figuras claves que trabajaron arduamente para erradicar la calamidad y ayudar a la población, el doctor Arnol-do Gabaldón, con la creación de un potente insecticida conocido como DDT; Rafael Rangel, quien controló la peste bubónica en 1908 y el doctor Luis Razetti, quien atendió la pandemia de gripe española de 1918, son emblemáticos.

La segunda, en torno a la construcción de infraestructuras destinadas a la atención médica, tal es el caso de los primeros centros hospitalarios en algunas provincias de la colonia como Barinas, Coro y Caracas; la inauguración del Instituto Pasteur de Caracas, la primera institución científica privada que funcionó como centro de docencia, investigación y elaboración de vacunas; la edificación del hospital Vargas de Caracas, dotado de los mejo-res profesionales, entre los cuales estaban los doctores Luis Raze-tti, Pablo Acosta Ortiz, José Gregorio Hernández, Domingo Lu-ciani y Santos Aníbal Dominici. De igual modo, la construcción en la Ciudad Universitaria de su principal diamante, el Hospital Universitario de Caracas, declarado patrimonio de la humanidad por la la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la la Cultura; la creación en 1954 del Instituto Venezo-lano de Neurología e Investigaciones Cerebrales a cargo del doc-tor Humberto Fernández Morán, este centro contaba con los más avanzados equipos de investigación, incluido el primer micros-cópico eléctrico, en la actualidad es conocido por las siglas Ivnic.

La tercera, las actividades que pasaron a la historia por ser las primeras realizadas en Venezuela. La primera cesárea realizada en Cumaná hacia el año 1820, siendo todo un éxito la cirugía abdo-

minal; la primera expedición de vacunación contra la viruela en 1806, aspecto que logró disminuir el índice de mortalidad de esta enfermedad; la creación del Cementerio General del Sur en 1876, donde se podía inhumar a las personas independientemente de su credo religioso; la primera mujer médico, la doctora Lya Imber de Coronil en 1936; y la puesta en funcionamiento del primer y único reactor nuclear con fines de investigación científica en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, con lo cual Venezuela se convirtió en el primer país latinoamericano con un reactor nuclear, redundan en este sentido.

La cuarta y última, las anécdotas de algunos jefes de Estado venezolanos, como son los casos del doctor Juan Pablo Rojas Paul con sus grandes inclinaciones humanistas; el general Cipriano Castro y su operación en Macuto de una fisura vesicocolónica que casi le cuesta la vida; Juan Vicente Gómez, quien siempre se rehusó a ser operado de la hiperplasia prostática que padecía y que fue la causa de su muerte; el doctor José María Vargas, quien inauguró en Venezuela la cátedra de cirugía y dictó el primer curso sobre partos convirtiéndose en el precursor de la obstetricia en Venezuela.

Este libro es una contribución a la divulgación de nuestra evolución médica, expresada de forma sencilla para todos los lec-tores interesados en esta corriente de investigación histórica.

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Normas para la presentación de originales

Tierra Firme, revista de historia y ciencias sociales, es una publi-cación trimestral dedicada a la investigación científica en el área de las ciencias sociales y en particular de la historia. En ella se pu-blican artículos e informes que pueden ser investigaciones con-cluidas, investigaciones en proceso y estudios analíticos, así como reseñas y comentarios.

El Comité Editor y el Consejo de Redacción de la revista han establecido una serie de normas y criterios para la publicación de los trabajos que damos a conocer a nuestros colaboradores:

1.- Los trabajos deben ser inéditos y nunca con más de treinta (30) cuartillas.

2.- Todos los trabajos irán precedidos de una hoja en la que figure el título del trabajo, el nombre del autor o autores, así como un breve currículum de estos. Debe señalarse la situa-ción académica de los autores y su teléfono y dirección. En esta página precedente se incluirá también un resumen no mayor de quince (15) renglones y una lista de palabras clave.

3.- El Consejo de Redacción revisará en primera instancia los originales y seleccionará, si es necesario y de acuerdo con el tema, a dos miembros del Comité Editor o a dos expertos en la materia, quienes efectuarán una nueva revisión. En todo caso, la Junta de Arbitraje decidirá sobre los trabajos.

4.- Las colaboraciones deberán enviarse al correo tierrafirme [email protected]

5.- En cada cita deberá hacerse referencia a su fuente dentro del texto en el cual aparece; por ejemplo: (Núñez Tenorio,

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1975: 24). Al final del artículo o informe se darán las fuentes bibliográficas o hemerográficas completas, en orden alfabéti-co de autores, observando las siguientes normas:

5.1. Libros: Apellido e iniciales del nombre del primer au-tor. Iniciales del nombre y apellido de cada coautor. Título del trabajo en cursivas y en mayúscula la letra inicial de las palabras que no son elementos de enlace. A continuación, separada por un punto y seguido, la ciudad en la cual se encuentra la editorial, luego de dos puntos, la editorial y, finalmente, separado por coma, el año de la publicación. Ejemplo: Stepam, A. y D. Rock. The Military in Politic. Stanford: Stanford University Press, 1980.

5.2. Artículos: Apellido e iniciales del nombre del pri-mer autor. Iniciales del nombre y apellido de los coauto-res, título del trabajo con mayúscula, la letra inicial de las palabras que no son elementos de enlace y todo entreco-millado, nombre de la revista en cursivas, volumen, año, número, ciudad, fecha y páginas. Ejemplo: Cunill Grau, Pedro. “Geohistoria ambiental y expoliación de recursos naturales en la Venezuela pre-petrolera”, Tierra Firme, vol. VI, nº 24, Caracas, 1988, pp. 327-344.

6.- Las pruebas de imprenta no serán enviadas a los autores para su corrección final. Dichas correcciones serán realizadas por el Consejo de Redacción y el equipo de corrección.

7.- Los puntos de vista expuestos por los autores no corres-ponderán necesariamente con los de los editores.

La revista mantiene una sección dedicada a noticias relaciona-das con la actividad científica desarrollada durante el año. Por ello, se agradece a los organizadores y responsables de congresos, jornadas, simposios u otra actividad de índole científica, ponerse en contacto con nosotros a fin de incorporar las informaciones correspondientes.

red de historia, memoria y Patrimonio

¿Qué es?La Red de Historia, Memoria y Patrimonio (RHMP) es un entra-mado de relaciones político-culturales establecidas entre indivi-dualidades, colectivos organizados e instituciones vinculadas con la memoria y el patrimonio histórico (tangible e intangible), que busca crear un espacio de reconocimiento colectivo orientado a la descolonización de la memoria y la emancipación cultural como formas de activar la conciencia histórica del pueblo venezolano para la transformación, en aras de la construcción de una socie-dad de justicia y equidad.

¿cómo surGe?La existencia en el país de un gran número de colectivos, institu-ciones e individualidades ocupados e interesados en los asuntos de la Historia, la Memoria y el Patrimonio, sugiere la necesidad de crear un sistema de articulación bajo los principios de la in-clusión, la participación protagónica y la corresponsabilidad, que incentive el diálogo de saberes y la construcción de una estrategia común, respetando la diversidad y propiciando el conocimiento y el autorreconocimiento.

filosofía

La propuesta de la RHMP está fundamentada en:

1. El Plan de la Patria Simón Bolívar

1.1 La consolidación del Poder Popular a través de una postura suprainstitucional que promueva la horizontali-dad de su organización.

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1.2 La activación de nuevas estrategias de promoción cultural.

2. La “Historia Insurgente” como apuesta para descolonizar la memoria y reconocer la diversidad de los procesos históri-cos locales, regionales y nacionales.

¿Qué hace?• La RHMP identifica problemas relacionados con la memo-ria histórica y el patrimonio, y participa en los esfuerzos que se emprendan para solucionarlos de manera colectiva.

• Propone publicaciones y actividades de formación, hace re-gistro de la memoria y diagnóstico del patrimonio documen-tal y cultural (tangible e intangible).

• Promueve la creación de museos comunitarios, archivos de la palabra, fotográficos, de video, entre otros; propone, acom-paña y realiza investigaciones.

• Apoya la creación y sostenimiento en el tiempo de espacios para la formación académica como los Programas Nacional de Formación en Historia (PNFH).

• Privilegia la creación historiográfica centrada en el estudio de los pueblos, comunidades, comunas y localidades (historia regional y local).

• Propicia las nuevas y diversas interpretaciones de la historia para la creación de un discurso histórico incluyente y liberador.

¿cómo ParticiPar?Estableciendo contacto y enviando sus datos personales o institu-cionales a la dirección de correo electrónico siguiente:

[email protected]

Revista de HistoRia y CienCias soCiales. Caracas, enero-junio 2017

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Se terminó en el mes de noviembre de 2017, en su diseño se usaron

las familias tipográficas Minion y y Serifa.Caracas, República Bolivariana de Venezuela.

TIERRAFIRME

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de HistoRia, MeMoRia

y PatRiMonio

Red

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de HistoRia, MeMoRia

y PatRiMonio

Red

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