quien construira el arca

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El texto que sigue se parece bastante a la famosa escena del tribunal en La dama de Shanghai (1947) de Orson Welles. 1 En esa alegoría negra sobre la virtud proletaria unida a la decadencia de la clase dominante, Welles interpreta a un marinero de iz- quierdas llamado Michael O’Hara que se revuelca en el heno con la femme fatale Rita Hay- worth y después es acusado de asesina- to. El marido de ella, Arthur Bannister, el abogado penal más celebrado de Es- tados Unidos, interpretado por Everett Sloane, convence a O’Hara de que lo nombre defensor, para así asegurarse de la condena y ejecución del rival. En el momento decisivo del juicio, declarado por el fiscal “otro de los famosos y grandes trucos de Bannister”, el abogado Bannister llama al estra- do a Bannister, el marido agraviado, y se interroga a sí mismo en rápidas descargas esquizoides, cau- sando la hilaridad del jurado. En el espíritu de La dama de Shanghai, este artículo se organiza a modo de debate conmigo mismo, un torneo mental entre la desesperación analítica y la posibilidad utópica, que es personal y, con probabilidad, objetivamente irresoluble. En la primera parte, “El pesimismo del intelec- to”, ofrezco argumentos para creer que ya hemos perdido la primera y crucial batalla contra el calen- tamiento planetario. El Protocolo de Kioto, en las palabras condescendientes pero tristemente exactas de uno de sus principales opositores, no ha hecho “nada apreciable” respecto al cambio climático. Las emisiones mundiales de dióxido de carbono aumentaron lo mismo que supuestamente debían haber caído gracias a dicho protocolo. 2 Es muy im- probable que la acumulación de gas de efecto in- vernadero pueda estabilizarse a este lado de la fa- mosa “línea roja” de 450 ppm en 2020. Si éste es el caso, los esfuerzos más heroicos de la gene- ración de nuestros hijos serán incapaces de evitar un cambio radical de la ecología, los recursos hí- dricos y los sistemas agrícolas. En un mundo más cálido, además, la desigualdad socioeconómica tendrá un mandato meteorológico, y los países más ricos del hemisferio norte, cuyas emisiones han destruido el equilibrio climático del holoceno, tendrán pocos incentivos pa- ra compartir los recursos de adaptación con aquellos países pobres subtropica- les más vulnerables a las sequías y las inundaciones. En la segunda parte del artículo, “El optimismo de la imaginación”, me refu- to a mí mismo. Apelo a la paradoja de que la causa más importante del calentamiento planetario –la urbanización de la humanidad– es también, en potencia, la principal solución al pro- blema de la supervivencia humana a finales del si- glo XXI. Abandonadas a la terrible política del pre- sente, por supuesto, las ciudades de la pobreza se convertirán, casi con seguridad, en ataúdes de la esperanza; razón de más, sin embargo, para que debamos empezar a pensar como Noé. Dado que la mayoría de los árboles gigantescos de la historia ya se han talado, la nueva Arca deberá construirse a partir de los materiales que una humanidad de- sesperada encuentre a mano en comunidades in- surgentes, tecnologías piratas, medios de comuni- cación ilegales, ciencia rebelde y utopías olvidadas. El pesimismo del intelecto Nuestro viejo mundo, el que habitamos desde ha- ce 12 mil años, se ha acabado, aun cuando nin- gún periódico haya publicado todavía su obitua- rio científico. El veredicto es de la Comisión de Estratigrafía de la Geological Society de Londres. Fundada en 1807, es la asociación de geólogos Ensayo ¿Quién construirá el arca? MIKE DAVIS Sociólogo e historiador estadounidense. Profesor de historia en la Universidad de California en Irvine. JUNIO 2010 ESTE PAÍS 230 18

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articulo quien construira el arca

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El texto que sigue se parece bastante a la famosaescena del tribunal en La dama de Shanghai (1947)de Orson Welles.1 En esa alegoría negra sobre lavirtud proletaria unida a la decadencia de la clasedominante, Welles interpreta a un marinero de iz-quierdas llamado Michael O’Hara que se revuelcaen el heno con la femme fatale Rita Hay-worth y después es acusado de asesina-to. El marido de ella, Arthur Bannister,el abogado penal más celebrado de Es-tados Unidos, interpretado por EverettSloane, convence a O’Hara de que lonombre defensor, para así asegurarse dela condena y ejecución del rival. En elmomento decisivo del juicio, declaradopor el fiscal “otro de los famosos y grandes trucosde Bannister”, el abogado Bannister llama al estra-do a Bannister, el marido agraviado, y se interrogaa sí mismo en rápidas descargas esquizoides, cau-sando la hilaridad del jurado. En el espíritu de Ladama de Shanghai, este artículo se organiza a modode debate conmigo mismo, un torneo mental entrela desesperación analítica y la posibilidad utópica,que es personal y, con probabilidad, objetivamenteirresoluble.

En la primera parte, “El pesimismo del intelec-to”, ofrezco argumentos para creer que ya hemosperdido la primera y crucial batalla contra el calen-tamiento planetario. El Protocolo de Kioto, en laspalabras condescendientes pero tristemente exactasde uno de sus principales opositores, no ha hecho“nada apreciable” respecto al cambio climático.Las emisiones mundiales de dióxido de carbonoaumentaron lo mismo que supuestamente debíanhaber caído gracias a dicho protocolo.2 Es muy im-probable que la acumulación de gas de efecto in-vernadero pueda estabilizarse a este lado de la fa-mosa “línea roja” de 450 ppm en 2020. Si éste esel caso, los esfuerzos más heroicos de la gene-

ración de nuestros hijos serán incapaces de evitarun cambio radical de la ecología, los recursos hí-dricos y los sistemas agrícolas. En un mundo máscálido, además, la desigualdad socioeconómicatendrá un mandato meteorológico, y los paísesmás ricos del hemisferio norte, cuyas emisiones

han destruido el equilibrio climático delholoceno, tendrán pocos incentivos pa-ra compartir los recursos de adaptacióncon aquellos países pobres subtropica-les más vulnerables a las sequías y lasinundaciones.

En la segunda parte del artículo, “Eloptimismo de la imaginación”, me refu-to a mí mismo. Apelo a la paradoja de

que la causa más importante del calentamientoplanetario –la urbanización de la humanidad– estambién, en potencia, la principal solución al pro-blema de la supervivencia humana a finales del si-glo XXI. Abandonadas a la terrible política del pre-sente, por supuesto, las ciudades de la pobreza seconvertirán, casi con seguridad, en ataúdes de laesperanza; razón de más, sin embargo, para quedebamos empezar a pensar como Noé. Dado quela mayoría de los árboles gigantescos de la historiaya se han talado, la nueva Arca deberá construirsea partir de los materiales que una humanidad de-sesperada encuentre a mano en comunidades in-surgentes, tecnologías piratas, medios de comuni-cación ilegales, ciencia rebelde y utopías olvidadas.

El pesimismo del intelecto

Nuestro viejo mundo, el que habitamos desde ha-ce 12 mil años, se ha acabado, aun cuando nin-gún periódico haya publicado todavía su obitua-rio científico. El veredicto es de la Comisión deEstratigrafía de la Geological Society de Londres.Fundada en 1807, es la asociación de geólogos

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¿Quién construirá el arca?

M I K E D AV I S Sociólogo e historiador estadounidense. Profesor de historia en la Universidad

de California en Irvine.

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más antigua del mundo, y su Comisión de Estrati-grafía actúa como colegio cardenalicio en la adju-dicación de la escala temporal geológica. Los es-tratígrafos desmenuzan la historia de la Tierra,conservada en los sedimentos, en una jerarquía deeones, eras, periodos y épocas marcadas por loshitos de las extinciones masivas, los sucesos de es-peciación o los cambios abruptos en la químicaatmosférica. En geología, como en biología e his-toria, la periodización es un arte complejo y con-trovertido; la contienda más dura experimentadapor la ciencia británica en el siglo XIX –conocidaaún como la “gran controversia del devónico”–enfrentó a interpretaciones opuestas sobre los fa-miliares granitos galeses y la vieja arenisca roja in-glesa. Como resultado, la geología estableció crite-rios extraordinariamente rigurosos parasantificar cualquier división geológica.Aunque la idea del “antropoceno” –de-finido por la aparición de la sociedadurbana e industrial como fuerza geoló-gica– circula desde hace tiempo en labibliografía, los estratígrafos aún no lahan corroborado.

Al menos en el caso de la sociedadlondinense, esta postura acaba de revisarse. A lapregunta: “¿Vivimos ahora en el antropoceno?”,los 21 miembros de la Comisión responden uná-nimemente “sí”. En un informe publicado en2008, aportan firmes pruebas que sostienen la hi-pótesis de que el holoceno –la época interglaciarde clima inusualmente estable que permitió la rá-pida evolución de la agricultura y la civilizaciónurbana– ha terminado, y la Tierra ha entrado aho-ra en “un intervalo estratigráfico sin parangón cer-cano” en los pasados millones de años.3 Ademásde la acumulación de gases invernadero, los estra-tígrafos citan la transformación humana del paisa-je, que “ahora supera exponencialmente la pro-ducción natural de sedimentos [anual], laominosa acidificación de los océanos y la constan-te destrucción de biodiversidad”.

Esta nueva época, explicaban, se define por latendencia al calentamiento –cuyo análogo más cer-cano tal vez sea la catástrofe conocida como el Má-ximo Térmico del paleoceno y el eoceno, hace 56millones de años– y la inestabilidad radical espera-da en los ecosistemas del futuro. En términos som-bríos, advertían:

La combinación de extinciones, migraciones pla-netarias de especies y sustitución general de la ve-getación natural por monocultivos agrícolas estáproduciendo una específica señal bioestratigráficacontemporánea. Estos efectos son permanentes, yaque la futura evolución se producirá a partir de lasreservas supervivientes (y con frecuencia antropo-génicamente reubicadas).4

La evolución, en otras palabras, se ha visto obli-gada a buscar una nueva trayectoria.

¿Descarbonización espontánea?

El reconocimiento del antropoceno por parte de laComisión coincidía con una creciente controversiacientífica acerca del Cuarto Informe de Evaluación

publicado por el Panel Interguberna-mental sobre Cambio Climático (PICC).Por supuesto, el PICC tiene el encargo deevaluar la posible amplitud del cambioclimático y establecer adecuados objeti-vos de reducción de las emisiones. Lospuntos de partida más importantes in-cluyen cálculos de “sensibilidad climáti-ca” a crecientes acumulaciones de gas

invernadero, así como descripciones socioeconó-micas que configuren diferentes futuros del uso deenergía y, por lo tanto, de las emisiones. Pero unimpresionante número de grandes investigadores,incluidos los principales participantes en los pro-pios grupos de trabajo del PICC, ha expresado re-cientemente su incomodidad o su desacuerdo conla metodología utilizada en el Cuarto Informe deEvaluación, que consideran inmerecidamente opti-mista en el plano geofísico y de la ciencia social.5

El disidente más célebre es James Hansen, quetrabaja en el Goddard Institute de la NASA. Hansen,el mensajero emblemático del calentamiento pla-netario que primero advirtió al Congreso sobre elpeligro de los gases invernaderos en una visita de1988, volvió a Washington con el preocupantemensaje de que el PICC, al no parametrar datos cru-ciales del sistema terrestre, ha concedido demasia-do espacio para nuevas emisiones de carbono. Enlugar de la línea roja de 450 ppm de dióxido decarbono propuesta, su equipo de investigación hahallado interesantes pruebas paleoclimáticas deque el umbral de seguridad es de sólo 350 ppm oincluso menos. El “asombroso corolario” de esta

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recalibración de la sensibilidad del clima, testifica-ba, es que “el objetivo bastante habitual de mante-ner el calentamiento global por debajo de dos gra-dos centígrados es una receta para el desastreplanetario, no para la salvación”.6 De hecho, dadoque el nivel actual es aproximadamente de 385ppm, tal vez ya hayamos traspasado el famoso“momento clave del cambio”. Hansen ha moviliza-do a un quijotesco ejército de científicos y ecolo-gistas para salvar al mundo mediante un impuestode emergencia sobre el carbono, que de aquí a2015 reduzca la concentración de gases invernade-ro a niveles anteriores a los del año 2000.

No tengo la formación científica necesaria paraopinar sobre la controversia de Hansen ni sobre laposición adecuada del termostato planetario. Cual-quiera, sin embargo, que trabajeen ciencias sociales o que sim-plemente preste una atención re-gular a las macrotendencias de-bería sentirse menos tímido a lahora de participar en el debatesobre el otro hito controvertidodel Cuarto Informe de Evalua-ción: sus proyecciones socioeco-nómicas y lo que podríamos de-nominar su “inconscientepolítico”. Los escenarios actualeslos adoptó el PICC en 2000 para obtener modelosde las futuras emisiones planetarias basándose endiferentes «guiones» sobre el crecimiento de la po-blación así como sobre el desarrollo tecnológico yeconómico. Los grandes supuestos del panel –la fa-milia A1, la B2 y así sucesivamente– son bien cono-cidos por los políticos y los activistas contra los ga-ses invernadero, pero pocos de los nopertenecientes a la comunidad científica han leídola letra pequeña, en especial la heroica confianzadel PICC en que el aumento de la eficiencia energéti-ca será un subproducto “automático” del futurocrecimiento económico. Todos los supuestos, hastalas variantes de “seguir como hasta ahora”, supo-nen que casi 60% de la futura reducción de carbo-no se producirá con independencia de que se esta-blezcan medidas explícitas para reducir el efectoinvernadero.7

El PICC, en efecto, ha apostado la hacienda, omás bien el planeta, a la evolución impulsada porel mercado hacia una economía mundial que ya

no se base en el carbono: una transición que nosólo requiere límites máximos internacionales a lasemisiones y comercio de derechos de emisión decarbono, sino también que las empresas adoptenvoluntariamente tecnologías que apenas existen in-cluso en prototipo, como la captura de carbono, elcarbón limpio, el hidrógeno, los sistemas de trans-porte avanzados y los biocombustibles de celulosa.Como desde hace tiempo señalan los críticos, enmuchos de sus “supuestos”, el despliegue de siste-mas de suministro de energía no emisores de car-bono “supera el tamaño del sistema energéticomundial en 1990”.8

Los acuerdos como el de Kioto y los mercados decarbono están diseñados –casi como análogos dela reactivación keynesiana– para superar el abismo

entre la descarbonización espontá-nea y los objetivos de emisionesrequeridos por cada supuesto.Aunque el PICC nunca lo manifies-ta, sus objetivos de disminuciónsuponen necesariamente que losbeneficios inesperados aportadospor la subida del precio de loscombustibles fósiles a lo largo dela próxima generación se recicla-rán eficientemente en tecnologíasde energías renovables y no se

malgastarán en rascacielos de kilómetro y mediode altura, burbujas bursátiles y megadividendospara los accionistas. En total, la Agencia Interna-cional de Energía calcula que costará unos 45 bi-llones de dólares reducir a la mitad la producciónde gas invernadero de aquí a 2050.9 Pero, sin elgran cociente de progreso “automático” en eficien-cia energética, nunca se construirá el puente y losobjetivos del PICC serán inalcanzables; en el peorde los casos –la extrapolación directa del actualuso de energía–, las emisiones de carbono podríanfácilmente triplicarse de aquí a mediados de siglo.

Los críticos citan la deprimente evolución delcarbono en la pasada década –perdida– para de-mostrar que las suposiciones adoptadas por el PICC

acerca de los mercados y la tecnología son pocomás que actos de fe. A pesar de la elogiada adop-ción del sistema de derechos de carbono empleadopor la Unión Europea, las emisiones de carbonoeuropeas siguen aumentando, en algunos sectoresdrásticamente. De igual modo, en años recientes se

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El cambio climático tendrárepercusiones muy des-iguales entre regiones yclases sociales e inflingirálos mayores daños a lospaíses pobres.

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han obtenido pocas pruebas del progreso automá-tico hacia la eficiencia energética que constituye unsine qua non en los supuestos planteados por elPICC. Buena parte de lo que los guiones describencomo la eficiencia de la nueva tecnología se debe,de hecho, al cierre de industrias pesadas en Esta-dos Unidos, Europa y el antiguo bloque de laUnión Soviética. El traslado de la producción conun uso intensivo de energía al este asiático iluminalos balances contables de carbono de algunos paí-ses de la OCDE, pero la desindustrialización no de-bería confundirse con la descarbonización espon-tánea. Los investigadores creen, en su mayoría, quela intensidad energética, de hecho, ha aumentadodesde 2000; es decir, que las emisiones de dióxidode carbono siguen el ritmo del uso de la energía, oincluso han crecido marginalmente.10

El retorno del rey carbón

Además, el presupuesto de carbonocontemplado por el PICC ya se ha supe-rado. De acuerdo con el Global CarbonProject, que efectúa los cómputos, lasemisiones ya han aumentado con másrapidez de la proyectada incluso en el peor su-puesto del PICC. Entre 2000 y 2007, el dióxido decarbono aumentó un 3.5% anual, frente al 2.7%considerado en las proyecciones del PICC o al0.9% registrado en los años noventa.11 En otraspalabras, ya estamos fuera del marco del PICC, ytal vez el carbón sea el culpable de esta acelera-ción imprevista de las emisiones de gases inver-nadero. La producción de carbón experimentó undrástico renacimiento en la pasada década, y laspesadillas del siglo XIX vuelven a acosar al XXI. EnChina, 5 millones de mineros trabajan en condi-ciones peligrosas para extraer el sucio mineralque, de acuerdo con determinadas informaciones,permite a Beijing inaugurar una nueva central tér-mica a la semana. El consumo de carbón tambiénse está disparando en Europa, donde planeaninaugurar 50 centrales térmicas en los próximosaños,12 y en Estados Unidos, donde están planea-das otras 200 centrales. Una central gigantescaque se está construyendo en Virginia Occidentalgenerará una cantidad de dióxido de carbonoequivalente a los tubos de escape de un millón decoches.

En un imponente estudio titulado The future ofcoal, varios ingenieros del MIT concluyen que suuso aumentará en cualquier supuesto previsible,aun cuando se impongan elevados impuestos a lasemisiones de carbono. La inversión en tecnologíaCSC –captura y retención de carbono– es, además,“completamente inadecuada”; incluso suponien-do que sea verdaderamente práctica, la CSC no seconvertiría en una alternativa de escala para lasempresas energéticas hasta 2030 o más tarde. EnEstados Unidos, la legislación sobre “energía ver-de” no ha hecho sino crear un “incentivo perver-so” para que las empresas que suministran energíaeléctrica construyan más centrales térmicas de car-bón con la “expectativa de que las emisiones deestas plantas estén potencialmente cubiertas por la

concesión de permisos de emisión librede CO2 como parte de las futuras regla-mentaciones de la emisión de carbo-no”.13 Por su parte, un consorcio forma-do por productores de carbón,empresas consumidoras y ferrocarrilesque transportan carbón –que se llama así mismo American Coalition for CleanCoal Electricity– gastó 40 millones de

dólares en el curso electoral de 2008 para garanti-zar que ambos candidatos presidenciales cantasenal unísono las virtudes del combustible más suciopero más barato.

En gran medida debido a la popularidad del car-bón, un combustible fósil con reservas probadaspara 200 años, el contenido de carbono por unidadde energía podría, de hecho, aumentar.14 Antes deque la economía se hundiera, el Departamento deEnergía estadounidense proyectaba un aumento dela producción energética nacional al menos de un20% en la próxima generación. Mundialmente, seprevé que el consumo total de combustibles fósilesaumente un 55% y que las exportaciones interna-cionales de petróleo dupliquen su volumen. El Pro-grama de Naciones Unidas para el Desarrollo, queha realizado su propio estudio sobre energía soste-nible, advierte que hará falta una reducción de 50%de las emisiones de gases invernadero en todo elmundo de aquí a 2050, respecto a los niveles de1990, para mantener a la humanidad fuera de lazona roja de calentamiento descontrolado.15 Perola Agencia Internacional de la Energía predice que,con toda probabilidad, dichas emisiones aumenta-

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rán en el próximo medio siglo aproximadamenteun 100%, lo cual supone suficiente gas invernaderocomo para propulsarnos más allá de varios puntosde inflexión fundamentales. La AIE también proyec-ta que la energía renovable, aparte de la hidroeléc-trica, sólo proporcionará 4% de la generación eléc-trica en 2030, frente al 1% actual.16

¿Una recesión de lo verde?

La actual recesión mundial –un suceso no lineal deesos que los pronosticadores del PICC pasan por al-to en sus guiones– tal vez proporcione un respirotemporal, especialmente si la baja del precio delpetróleo retrasa la apertura de la caja de Pandorade nuevas reservas de megacarbono como son lasarenas bituminosas y el petróleo de es-quisto. Pero es improbable que la rece-sión ralentice la destrucción de la selvaamazónica, porque los agricultores bra-sileños intentan racionalmente defenderlos ingresos brutos expandiendo la pro-ducción. Y dado que la demanda deelectricidad es menos elástica que el usodel automóvil, la parte del carbón en lasemisiones seguirá creciendo. En Estados Unidos laproducción de carbón es una de las pocas indus-trias civiles que en la actualidad contrata trabaja-dores en lugar de despedirlos. Más importante esque la baja de precio de los combustibles fósiles yla restricción del crédito están erosionando los in-centivos empresariales para desarrollar alternativaseólicas y solares con un uso intensivo de capital.En Wall Street, las acciones de energía ecológica sehan hundido con más rapidez que la bolsa en suconjunto, y el capital inversor prácticamente ha de-saparecido, dejando algunas de las nuevas empre-sas de energía limpia más celebradas, como TeslaMotors y Clear Skies Solar, en peligro de muertesúbita. Es improbable que las reducciones de im-puestos propugnadas por Obama reviertan esta de-presión de lo verde. El gerente de una empresa decapital de riesgo comentaba a The New York Timesque “el gas natural a 6 dólares hace que la energíaeólica se convierta en una idea cuestionable y lasolar, en algo imposiblemente caro”.17

En consecuencia, la crisis económica proporcionaun pretexto atractivo para que el novio vuelva aplantar a la novia en el altar, ya que las grandes em-

presas incumplen su compromiso público con laenergía renovable. En Estados Unidos, el multimi-llonario texano T. Boone Pickens ha reducido unplan para construir el mayor campo eólico del mun-do, mientras que Royal Dutch Shell ha abandonadosu plan de invertir en London Array. Los gobiernos ylos partidos gobernantes se han mostrado igual-mente ávidos de eludir sus deudas de carbono. ElPartido Conservador de Canadá, apoyado por inte-reses petrolíferos y del carbón occidentales, abando-nó en 2007 el programa de “Cambio a lo Verde” im-pulsado por los liberales, que se basaba en unimpuesto nacional sobre el carbono, al mismotiempo que Washington descartaba su principal ini-ciativa sobre tecnología de captura del carbono.

En la orilla supuestamente más ecológica delAtlántico, el régimen de Berlusconi–que está a punto de convertir la redeléctrica italiana del petróleo al carbón–tachaba el objetivo planteado por la UEde reducir en un 20% las emisiones deaquí a 2020 de “sacrificio inasumible”,mientras que el gobierno alemán, enpalabras del Financial Times, “le asestóun duro golpe a la propuesta de obligar

a las empresas a pagar por el dióxido de carbonoque emiten” aprobando una exención casi totalpara la industria. “Esta crisis cambia las priorida-des”, explicaba un incómodo ministro de Exterio-res alemán.18 En este momento abunda el pesimis-mo. Hasta Yvo de Boer, director de la ConvenciónMarco de Naciones Unidas sobre el Cambio Cli-mático, admite que, mientras persista la crisis eco-nómica, “los gobiernos más sensatos se mostraránreacios a imponer [a la industria] nuevos gastos enforma de límites máximos a las emisiones de car-bono”. En consecuencia, aunque manos invisiblesy dirigentes intervencionistas puedan volver a en-cender los motores del crecimiento económico, esimprobable que consigan bajar el termostato pla-netario a tiempo de evitar el desbocamiento delcambio climático. Y no deberíamos esperar que elG-7 y el G-20 se muestren ansiosos por limpiar eldesorden que han provocado.19

Las desigualdades ecológicas

La diplomacia climática basada en la plantilla deKioto-Copenhague supone que, en cuanto los

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grandes actores hayan aceptado el consenso cientí-fico de los informes del PICC, reconocerán el interéscomún abrumador de controlar el efecto inverna-dero. Pero el calentamiento planetario no es Laguerra de los mundos de H. G. Wells, en la que losmarcianos invasores aniquilan democráticamentea la humanidad sin distinción de clase ni de etnia.El cambio climático, por el contrario, tendrá reper-cusiones drásticamente desiguales entre regiones yclases sociales, e infligirá los mayores daños a lospaíses pobres y con menos recursos para efectuaruna adaptación significativa. Esta separación geo-gráfica entre la fuente de las emisiones y las conse-cuencias medioambientales debilita la solidaridadproactiva. Como resalta el Programa de NacionesUnidas para el Desarrollo, el calentamiento plane-tario es sobre todo una amenaza paralos pobres y los no nacidos, los “dosgrupos sin ninguna o con muy poca vozpolítica”.20 La acción planetaria coordi-nada en su nombre presupone, por lotanto, un empoderamiento revoluciona-rio –supuesto no considerado por elPICC– o la transmutación del interés pro-pio de las clases y los países ricos enuna “solidaridad” ilustrada con pocos precedentesen la historia.

Desde la perspectiva de un actor racional, esteúltimo resultado sólo parece realista si puede de-mostrarse que los grupos privilegiados no poseenuna opción de “salida” preferente, que la opiniónpública internacionalista dirige la política en paí-ses clave y que la reducción de las emisiones degases invernadero puede alcanzarse sin grandes sa-crificios en el nivel de vida del hemisferio norte,nada de lo cual parece probable. Además, abun-dan los apologistas eminentes, como los econo-mistas de Yale, William Nordhaus y Robert Men-delsohn, dispuestos a explicar que tiene mássentido retrasar la reducción hasta que los paísespobres se enriquezcan algo y, por lo tanto, seanmás capaces de soportar los costos por sí mismos.En otras palabras, en lugar de galvanizar una in-novación heroica y la cooperación internacional,es probable que la creciente turbulencia me-dioambiental y socioeconómica sólo haga que losgrupos de la elite traten de aislarse más frenética-mente del resto de la humanidad. La reducciónmundial de emisiones, en este supuesto inexplora-

do pero no improbable, se abandonaría tácita-mente –como en cierta medida ya se ha hecho– afavor de una inversión acelerada para los pasajerosterrestres de primera clase. El objetivo sería lacreación de oasis verdes y cerrados de riqueza per-manente en un planeta, por lo demás, herido.

Por supuesto, seguiría habiendo tratados, crédi-tos de carbono, ayuda contra las hambrunas, acro-bacias humanitarias y quizá una completa conver-sión de algunas ciudades y pequeños países deEuropa a la energía alternativa. Pero la adaptaciónmundial al cambio climático, que presupone bi-llones de dólares de inversión en las infraestructu-ras urbanas y rurales de los países pobres y de ren-ta media, así como la migración adjunta dedecenas de millones de personas desde África y

Asia, exigirían necesariamente una revo-lución de magnitud casi mítica en la re-distribución de la renta y del poder. Porel contrario, avanzamos a creciente ve-locidad hacia una cita fatídica en tornoa 2030, o incluso antes, en la que las re-percusiones convergentes del cambioclimático, el pico del petróleo, el picodel agua y los 1 500 millones más de

habitantes en el planeta produzcan sinergias nega-tivas probablemente inimaginables.

La cuestión fundamental es si los países ricos lle-garán, de hecho, a movilizar la voluntad política ylos recursos económicos necesarios para alcanzarlos objetivos del PICC, o ayudarán a los países po-bres a adaptarse al inevitable, ya “comprometido”,cociente de calentamiento planetario. Más gráfica-mente: ¿abandonarán los electorados de los paísesricos su actual intolerancia y sus fronteras amura-lladas para admitir refugiados de los previstos epi-centros de la sequía y la desertización (el Magreb,México, Etiopía y Pakistán)? ¿Estarán los estadou-nidenses, los más cicateros del mundo en cuanto aayuda exterior per cápita, dispuestos a pagar im-puestos para ayudar a reubicar a los millones depersonas que probablemente serán expulsadas porla inundación de megadeltas densamente pobla-dos como Bangladesh? ¿Y aceptarán las empresasagropecuarias estadounidenses, probables benefi-ciarias del calentamiento planetario, convertir vo-luntariamente en su mayor prioridad la seguridadalimentaria mundial y no la obtención de benefi-cios en un mercado de vendedores?

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Los optimistas del mercado, por supuesto, seña-larán los programas de compensación de carbonoa escala de demostración como el mecanismo dedesarrollo limpio (MDL) que, afirman, garantiza-rán la inversión ecológica en el tercer mundo. Pe-ro el impacto del MDL es prácticamente insignifi-cante; subvenciona la reforestación y la limpiezade residuos materiales a pequeña escala en lugarde la inversión fundamental en el uso doméstico yurbano de los combustibles fósiles. Además, elpunto de vista del mundo en vías de desarrollo esque el norte debería reconocer el desastre me-dioambiental que ha creado y asumir la responsa-bilidad de la limpieza. Los países pobres se que-jan, con razón, de que la mayor carga de ajuste alantropoceno recaiga sobre quienes menos hancontribuido a las emisiones decarbono y menos se han benefi-ciado de los dos siglos de revo-lución industrial. Una recienteevaluación de los costos me-dioambientales de la globaliza-ción económica desde 1961 –endeforestación, cambio climáti-co, sobrepesca, destrucción dela capa de ozono, transforma-ción de manglares y expansiónagrícola– calcula que los paísesmás ricos han generado 42% de la degradaciónmedioambiental en todo el mundo, mientras quesólo soportan el 3% de los costos resultantes.21

Los radicales del sur señalarán además, con ra-zón, otra deuda. Desde hace treinta años, las ciu-dades del mundo en vías de desarrollo crecen a ve-locidad de vértigo sin que se produzca unainversión pública equivalente en infraestructura,vivienda o sanidad. En parte, esto ha sido resulta-do de las deudas externas contraídas por los dicta-dores, con pagos que el FMI obliga a cumplir, y dela reducción o redistribución del gasto público im-puesta por los acuerdos de “ajuste estructural” delBanco Mundial. Esta escasez planetaria de oportu-nidades y justicia social se resume en el hecho deque más de mil millones de personas, de acuerdocon ONU-Hábitat, viven en la actualidad en áreasurbanas hiperdegradadas, y se espera que su núme-ro se duplique de aquí a 2030. Un número igual, omayor, se mueve en el denominado sector infor-mal, un eufemismo dado en el primer mundo al

desempleo masivo. El enorme impulso demográfi-co, por su parte, aumentará a lo largo de los próxi-mos cuarenta años la población urbana mundialen 3 mil millones de personas, de las cuales el90% corresponderá a ciudades pobres. Nadie –niNaciones Unidas, ni el Banco Mundial o el G-20,nadie– sabe cómo afrontará un planeta de ciuda-des miseria con crecientes crisis alimentarias yenergéticas la supervivencia biológica, y muchomenos las aspiraciones de esas personas a una feli-cidad y a una dignidad básicas.

La investigación más avanzada hasta la fechasobre las probables repercusiones del calenta-miento planetario sobre la agricultura tropical ysubtropical se resume en el estudio de WilliamCline por países, que combina las proyecciones

climáticas con modelos de pro-ducción agropecuaria neoricardia-nos, en los que tiene en cuenta di-versos niveles de fertilizacióncarbónica, para analizar posiblesfuturos para la nutrición humana.La perspectiva es sombría. Hastaen las simulaciones más optimis-tas de Cline, probablemente lossistemas agrícolas de Pakistán(producción agropecuaria un20% inferior a la actual) y del no-

roeste de India (un descenso de 30%) quedaríandevastados, junto con buena parte de Oriente Me-dio, el Magreb, el cinturón del Sahel, partes deÁfrica meridional, el Caribe y México. Veintinue-ve países en vías de desarrollo, de acuerdo conCline, podrían perder el 20% o más de su actualproducción agropecuaria debido al calentamientoplanetario, mientras que probablemente la agri-cultura del ya rico Norte experimentaría, de me-dia, un aumento de 8 por ciento.22

Esta pérdida potencial de la capacidad agrícolaen el mundo en vías de desarrollo es aún másamenazadora en el contexto de la advertencia he-cha por Naciones Unidas de que hará falta dupli-car la producción de alimentos para sostener lapoblación terrestre a mediados de siglo. La crisisde encarecimiento de los alimentos que se experi-mentó en 2008, agravada por el auge de los bio-combustibles, es sólo un modesto indicio del caosque podría nacer pronto de la convergencia entrela reducción de los recursos, la desigualdad inflexi-

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La crisis de la política me-dioambiental es la falta deconceptos audaces queaborden los retos de la po-breza, la energía, la biodiver-sidad y el cambio climático.

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ble y el cambio climático. Ante estos peligros, lapropia solidaridad humana, como la capa de hielode la Antártida occidental, puede quebrarse en mi-les de pedazos.

Optimismo de la imaginación

La investigación especializada ha afrontado con re-traso las posibilidades sinérgicas del pico de creci-miento de la población, el colapso agrícola, elcambio climático abrupto, el pico en la produc-ción de petróleo y, en algunas regiones, el pico delagua, y las desgracias acumuladas del abandonourbano. No sorprende que las investigaciones delEstado alemán, el Pentágono y la CIA sobre las con-secuencias que para la seguridad nacional tendríauna crisis mundial determinada por fac-tores múltiples en las próximas décadastengan un toque hollywoodense. Comoobservaba un reciente Informe de Na-ciones Unidas sobre el Desarrollo Hu-mano: “No hay analogías históricas ob-vias para la urgencia del problema delcambio climático”.23 Aunque la paleo-climatología puede ayudar a los científi-cos a prever la física no lineal en una Tierra máscaliente, no hay precedente ni punto de observa-ción históricos para entender qué pasará en 2050cuando un máximo de población de la especie, de9 mil-11 mil millones de habitantes, se esfuercepor adaptarse al caos climático y al agotamiento dela energía fósil. Casi cualquier supuesto, desde elcolapso de la civilización hasta una nueva edad deoro de la energía de fusión, puede proyectarse enla extraña pantalla del futuro de nuestros nietos.

Podemos estar seguros, sin embargo, de que lasciudades seguirán siendo el punto cero de la con-vergencia. Aunque la destrucción de los bosques ylos monocultivos para la exportación desempeñanfunciones fundamentales en la transición a unanueva época geológica, el principal impulsor es elaumento casi exponencial de las huellas de carbo-no provocadas por las regiones urbanas en el he-misferio norte. Se calcula que sólo calentar y enfriarel medio ambiente urbano construido es responsa-ble del 35-45% de las actuales emisiones de carbo-no, mientras que las industrias y el transporte urba-nos aportan otro 35-40%. En cierto sentido, la vidaen la ciudad está destruyendo rápidamente el nicho

ecológico –la estabilidad climática del holoceno–que posibilitó su evolución hacia la complejidad.

Pero hay en este aspecto una asombrosa parado-ja. Lo que hace las áreas urbanas tan medioam-bientalmente insostenibles son aquellos rasgos, in-cluso en las mayores megaciudades, másantiurbanos o suburbanos. El primero es la expan-sión horizontal masiva, que combina la degrada-ción de los servicios naturales vitales –acuíferos,divisorias de aguas, pequeñas explotaciones agríco-las de venta directa, bosques y ecosistemas coste-ros– con los elevados costos de proporcionar in-fraestructura a la expansión. El resultado sonhuellas medioambientales de tamaño grotesca-mente exagerado, con un crecimiento concomitan-te del tráfico y de la contaminación atmosférica y,

más a menudo, la exportación de los re-siduos. Cuando las formas urbanas lasdictan los especuladores y los promoto-res inmobiliarios, no sometidos a con-troles democráticos sobre el planea-miento y los recursos, los resultadossociales predecibles son una extrema se-gregación espacial por renta o etnia, asícomo entornos inseguros para los ni-

ños, los ancianos y las personas con necesidadesespeciales; el desarrollo del centro de las ciudadesse concibe como elitización a través de la expul-sión, destruyendo en el proceso la cultura urbanaobrera. A éstos, podemos añadir los rasgos socio-políticos de las megalópolis en condiciones de glo-balización capitalista: el crecimiento de los barriosmarginados periféricos y del empleo informal, laprivatización del espacio público, la guerra de bajaintensidad entre la policía y los delincuentes desubsistencia, y el atrincheramiento de los ricos encentros históricos esterilizados o en urbanizacio-nes amuralladas.

Por el contrario, las cualidades más “clásicamen-te” urbanas, incluso en la escala de pequeñas ciu-dades y pueblos, se combinan para generar un cír-culo más virtuoso. Donde hay límites biendefinidos entre la ciudad y el campo, el crecimien-to urbano puede conservar el espacio abierto y sis-temas naturales vitales, al tiempo que crea econo-mías medioambientales de escala en el transportey en la construcción residencial. El acceso desde laperiferia al centro de las ciudades se vuelve accesi-ble y el tráfico puede regularse con más eficacia. Es

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más fácil reciclar los residuos, no exportarlos. Enlas visiones urbanas clásicas, el lujo público susti-tuye al consumo privatizado mediante la socializa-ción del deseo y la identidad dentro del espaciocolectivo urbano. Grandes espacios de viviendapública o protegida reproducen la heterogeneidadétnica y de rentas en escalas fractales por toda laciudad. Los servicios públicos igualitarios y los pai-sajes urbanos se diseñan teniendo en cuenta lasnecesidades de niños, ancianos y personas con ne-cesidades especiales. Los controles democráticospermiten en gran medida imponer una fiscalidadprogresiva y una planificación, con elevados nive-les de movilización política y participación cívica,la prioridad de la memoria cívica sobre los iconosde la propiedad y la integración espacial del traba-jo, el recreo y la vida familiar.

La ciudad como su propia solución

Esas agudas demarcaciones entre rasgos“buenos” y “malos” de la vida urbanarecuerdan los famosos intentos efectua-dos en el siglo XX para destilar un urba-nismo canónico o antiurbanismo: LewisMumford y Jane Jacobs, Frank Lloyd Wright y WaltDisney, Le Corbusier y el manifiesto CIAM, el “Nue-vo Urbanismo” de Andrés Duany y Peter Calthor-pe, etcétera. Pero nadie necesita urbanistas teóricospara tener opiniones elocuentes sobre las virtudes ylos vicios de los entornos construidos y el tipo deinteracciones sociales que promueven o desalien-tan. Lo que a menudo pasa inadvertido en dichosinventarios morales, sin embargo, es la constanteafinidad entre la justicia social y la medioambien-tal, entre el espíritu comunal y un urbanismo másecológico. Su atracción mutua es magnética, o in-cluso inevitable. La conservación de zonas acuáti-cas y espacios verdes urbanos, por ejemplo, sirve si-multáneamente para preservar elementos naturalesvitales del metabolismo urbano y, al mismo tiem-po, proporcionar ocio y recursos culturales a lasclases populares. Reducir la congestión causada porel tráfico suburbano con mejor planificación y me-jor transporte público devuelve los canales de tráfi-co a las calles de barrio y reduce las emisiones degases de efecto invernadero.

Hay innumerables ejemplos, y todos apuntanhacia un único principio unificador: a saber, que

la piedra angular de la ciudad con bajas emisionesde carbono, mucho más que cualquier diseño ver-de o tecnología particular, es dar prioridad a la ri-queza pública sobre la privada. Como todos sabe-mos, harían falta varias Tierras adicionales parapermitir a toda la humanidad vivir en una casa deurbanización con dos coches y césped, y esta limi-tación obvia se evoca a veces para justificar la im-posibilidad de reconciliar los recursos finitos conel aumento de los niveles de vida. La mayoría delas ciudades contemporáneas, tanto en los paísesricos como en los pobres, reprimen las posibleseficiencias medioambientales inherentes a la den-sidad del asentamiento humano. El genio ecológi-co de la ciudad sigue guardando una fuerza enor-me y en gran medida oculta. Pero no hay una

escasez planetaria de “capacidad detransporte” si estamos dispuestos a con-vertir el espacio público democrático enel motor de la igualdad sostenible, ensustitución de un consumo privado ymodular. La riqueza pública –represen-tada por grandes parques urbanos, mu-seos gratuitos, bibliotecas e infinitasposibilidades de interacción humana–

representa una ruta alternativa a un nivel de vidarico y basado en la sociabilidad respetuosa con laTierra. Aunque rara vez lo tengan en cuenta losteóricos urbanos académicos, a menudo los cam-pus universitarios son pequeños paraísos semiso-cialistas en torno a ricos espacios públicos para elaprendizaje, la investigación, el rendimiento y lareproducción humana.

La crítica ecológica utópica a la ciudad modernala iniciaron socialistas y anarquistas, empezandopor el sueño del socialismo corporativo –influidopor las ideas biorregionalistas de Kropotkin y pos-teriormente Geddes– de ciudades-jardín para tra-bajadores ingleses reartesanizados, y acabó con elbombardeo de la Karl Marx-Hof, el gran experi-mento de la Viena Roja en vida comunal, durantela guerra civil austriaca de 1934. En el intermediose encuentran la invención del kibutz por los so-cialistas rusos y polacos, los proyectos vanguardis-tas de vivienda social de la Bauhaus y el extraordi-nario debate sobre urbanismo llevado a cabo en laUnión Soviética en los años veinte. Esta imagina-ción urbana radical fue víctima de las tragedias delas décadas de los años treinta y cuarenta. El esta-

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linismo, por una parte, optó por el monumenta-lismo en la arquitectura y en el arte, de escala ytextura inhumanas, y no muy distinto de las hi-pérboles wagnerianas de Albert Speer en el TercerReich. La socialdemocracia posterior a la guerra,por otra, abandonó el urbanismo alternativo parafavorecer una política keynesiana de vivienda ma-siva que resaltaba las economías de escala en pro-yectos verticales de gran altura realizados en par-celas suburbanas baratas y, por consiguiente,desarraigó las identidades urbanas tradicionalesde la clase trabajadora.

Pero las conversaciones de finales del siglo XIX ycomienzos del XX acerca de la “ciudad socialista”proporcionan puntos de partida valiosísimos parameditar sobre la crisis actual. Considérense, porejemplo, los constructivistas. El Lissitzky,Melnikov, Leonidov, Golosov, los her-manos Vesnin y otros brillantes arquitec-tos socialistas –constreñidos como esta-ban por la miseria urbana inicial de laUnión Soviética y una drástica escasezde la inversión pública– proponían ali-viar la congestionada vida de las vivien-das en pisos mediante el diseño de clu-bes para trabajadores, teatros populares ycomplejos deportivos. Daban prioridad a la eman-cipación de las mujeres proletarias mediante la or-ganización de cocinas comunales, guarderías, ba-ños públicos y cooperativas de todo tipo. Aunqueimaginaban clubes y centros sociales para trabaja-dores, unidos a enormes fábricas fordistas y, en últi-mo término, viviendas en altura, como “condensa-dores sociales” de la nueva civilización proletaria,también elaboraban una estrategia práctica paramejorar el nivel de vida de los trabajadores urbanosen circunstancias por lo demás austeras.

En el contexto de la emergencia medioambientalplanetaria, este proyecto constructivista podría tra-ducirse en la propuesta de que los aspectos iguali-tarios de la vida urbana proporcionan de modo re-gular los mejores soportes sociológicos y físicospara conservar los recursos y mitigar la emisión decarbono. De hecho, hay poca esperanza de reducirlas emisiones de gases invernadero o adaptar loshábitat humanos al antropoceno a no ser que elmovimiento para controlar el calentamiento pla-netario converja con la lucha por aumentar los ni-veles de vida y abolir la pobreza mundial. Y en la

vida real, aparte de los supuestos simplistas delPICC, esto significa participar en la lucha por elcontrol democrático del espacio urbano, los flujosde capitales, las fuentes de recursos y los mediosde producción a gran escala.

La crisis interior de la política medioambientalen la actualidad es precisamente la falta de concep-tos audaces que aborden los retos planteados porla pobreza, la energía, la biodiversidad y el cambioclimático dentro de una visión integrada del pro-greso humano. En la microescala, por supuesto, sehan dado pasos enormes en el desarrollo de tecno-logías alternativas y viviendas con bajo consumode energía, pero los proyectos de demostración encomunidades adineradas y países ricos no salvaránel mundo. Los más acaudalados, por supuesto,

pueden ahora escoger entre una abun-dancia de diseños de vida ecológica, pe-ro ¿cuál es el objetivo supremo: permitirque famosos bienintencionados presu-man de su estilo de vida sin emisionesde carbono o proporcionar energía so-lar, baños, clínicas pediátricas y trans-porte público a las comunidades urba-nas pobres?

Más allá de la zona verde

Abordar el reto del diseño urbano sostenible paratodo el planeta, y no sólo para unos pocos países ogrupos sociales privilegiados, requiere un enormeescenario para la imaginación, como las artes y lasciencias que caracterizaron los días gloriosos de laVkhutemas o de la Bauhaus. Presupone una volun-tad radical de superar el horizonte del capitalismoneoliberal para pensar en una revolución planeta-ria que reintegre el trabajo de las clases trabajado-ras informales, así como de los pobres rurales, enla reconstrucción sostenible de sus entornos cons-truidos y sus medios de vida. Desde luego, se tratade un supuesto completamente irreal, pero o biennos embarcamos en un viaje de esperanza, creyen-do que las colaboraciones entre arquitectos, inge-nieros, ecologistas y activistas pueden ayudar enpequeña pero esencial medida a hacer más posibleotro mundo, o bien nos sometemos a un futuro enel que arquitectos y urbanistas no sean más quecreadores de imágenes a sueldo para existencias al-ternativas y elitistas. Las “zonas verdes” planetarias

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quizá ofrezcan faraónicas oportunidades de monu-mentalización de visiones individuales, pero lascuestiones morales de la arquitectura y el planea-miento sólo pueden resolverse en las casas de pi-sos y en la expansión de las “zonas rojas”.

Desde esta perspectiva, sólo el retorno al pensa-miento explícitamente utópico puede aclarar lascondiciones mínimas de conservación de la solida-ridad humana ante las crisis planetarias convergen-tes. Creo que sé lo que los arquitectos marxistasitalianos Tafuri y Dal Co querían decir cuando ad-vertían sobre “la regresión a lo utópico”; mas paraelevar nuestra imaginación al reto del antropoce-no, debemos plantear configuraciones alternativasde agentes, prácticas y relaciones sociales, y estoexige, a su vez, que suspendamos las suposicionespolítico-económicas que nos encadenanal presente. Pero el utopismo no es nece-sariamente milenarismo, ni se limita só-lo a la tribuna improvisada o al púlpito.Una de las evoluciones más alentadorasen ese espacio intelectual emergente enel que investigadores y activistas analizanlos impactos del calentamiento planeta-rio sobre el desarrollo es la nueva volun-tad de apelar a lo necesario y no a lo meramentepráctico. Un creciente coro de voces expertas ad-vierte que, o bien luchamos por soluciones “impo-sibles” a las crisis cada vez más entremezcladas dela pobreza humana y el cambio climático, o biennos convertimos en cómplices de una selección defacto de la humanidad.

En consecuencia, podemos animarnos gracias aun reciente editorial de Nature. Al explicar que “losretos de la urbanización rampante exigen enfoquesintegrados, multidisciplinares, y una nueva formade pensar”, los directores animan a los países ricosa financiar la revolución de las emisiones cero decarbono en las ciudades del mundo en vías de de-sarrollo. “Puede parecer utópico”, escriben, pro-mover estas innovaciones en las megaciudades delmundo emergente y en vías de desarrollo, muchosde cuyos habitantes apenas pueden permitirse untecho sobre sus cabezas. Pero esos países ya hanmostrado un don para el rápido avance tecnológi-co, por ejemplo, saltándose la necesidad de in-fraestructura de línea terrestre para asumir los telé-fonos móviles. Y muchos países más pobres tienenuna rica tradición de adaptar los edificios a las

prácticas, los entornos medioambientales y los cli-mas locales; una adaptación interna al diseño inte-grado que prácticamente se ha perdido en Occi-dente. Ahora tienen la oportunidad de combinarestos métodos tradicionales con las tecnologíasmodernas.24

De manera similar, el Informe de Naciones Uni-das sobre Desarrollo Humano advierte que “el futu-ro de la solidaridad humana” depende de un pro-grama de colaboración masiva que ayude a lospaíses en vías de desarrollo a adaptarse a las con-mociones del clima. El informe pide que se elimi-nen los “obstáculos a la rápida distribución de lastecnologías con bajas emisiones de carbono necesa-rias para evitar el peligroso cambio climático”; “nose puede permitir que los pobres del mundo se

hundan o naden con sus propios recur-sos mientras los ricos protegen a susciudadanos tras fortificaciones que losdefiendan contra el clima”. “Dicho sinrodeos –continúa–, los pobres delmundo y las futuras generaciones nopueden permitirse la complacencia y laprevaricación que siguen caracterizandolas negociaciones internacionales sobre

el cambio climático.” La negativa a actuar con deci-sión en nombre de toda la humanidad sería “unfracaso moral de una escala inaudita en la histo-ria”.25 Si suena a llamamiento sentimental a las ba-rricadas, un eco de las aulas, las calles y los estudiosde hace cuarenta años, que suene; porque basándo-nos en las pruebas disponibles, adoptar un puntode vista “realista” de las posibilidades futuras delgénero humano, como mirar la cabeza de la Medu-sa, simplemente nos convertiría en piedra.

En el archivo de Este País:New Economic Foundation, “Los costos del cambio cli-mático para los países industrializados”, julio de 2005.Mike Davis, “Un mundo de ciudades perdidas”, mayo de 2004.

Las notas y referencias de este texto se pueden consultar en

www.estepais.com

© New Left Review, vol. 61, enero-febrero de 2010, Akal

Ediciones.

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