quemaduras de coltán

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Cuento del escritor mexicano Oliver Eden Sánchez

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Quemaduras de Coltn

Natalia so con Melisa. En ese sueo Melisa estaba acostada junto a ella en una cama individual, Natalia lo saba por la proximidad de sus cuerpos. En el sueo, Natalia poda sentir el aliento fro de la prima de Santiago, lo senta sobre el rostro. El aroma de sus exhalaciones era rancio, y llevaba el gusto de medicamentos. Fue un sueo oscuro en el que Natalia nunca vio el rostro de Melisa, pero la poda escuchar ruidos que parecan el sonido de vocales alargadas. Natalia abri los ojos lentamente, verific que estuviera sola en su cama, realiz una serie de respiraciones profundas para tranquilizar los plpitos de su corazn. Luego alcanz el telfono, eran las cuatro de la maana. Se sent a pensar en lo que el sueo podra significar. Escribi un texto para Santiago que deca: Es muy triste despertar y no tenerte para abrazarte, es muy triste no poder emputecer en tus brazos. Una vez que termin, lo borr, lo volvi a escribir, y lo envi.Santiago no vio el mensaje, no escuch nada, dorma en un sueo profundo. Haba ido al gimnasio la tarde del da anterior. Le gustaba la sensacin de retarse a s mismo cada que usaba la caminadora, o los aparatos de peso integrado. Le gustaba saber que poda superar la ansiedad de completar una rutina, y cada vez hacer un poco ms. Sobre todo le gustaban las mujeres que se ejercitaban ah. Haba un grupo de mujeres a las que l llamaba Las Gacelas, tres mujeres al final de sus treintas, que asistan a hacer ejercicio, cada una tena alguna caracterstica femenina que la haca destacar, todas tenan la piel blanca. Santiago gustaba de verlas ejercitarse desde la distancia, por alguna razn las imaginaba como esposas trofeo. Para l mujeres as no eran el prototipo de la eficiencia laboral, o acadmica, de cualquier forma le gustaban por sus facciones, sus gestos, y manierismos que oscilaban entre lo infantil, y lo refinado. Sent a conatos de una ereccin entre todo el movimiento y el sudor. Una tarde, mientras Santiago levantaba pesas, se fue la luz. Todas las personas dentro del gimnasio, los que hacan cardio, los que estaban en los aparatos, los de judo, los de box, los de danza rabe, las nios que practicaban en la fosa de clavados, incluso los que estaban en clase de natacin, todos gritaron en el momento en que se apagaron las luminarias. Era tarde, as que la penumbra slo se parta con algunos reflejos que entraban desde la calle, luego con la luminiscencia de dos, tal vez tres pantallas de celular. Lo nico que se vea claramente en ese sbito silencio, eran los nmeros rojos de las caminadoras, y la piel blanca de Las Gacelas. Las mujeres no haban abandonado su marcha. El generador de emergencia se ech a andar, por lo que algunas lmparas comenzaron a parpadear en serie. El ruido. Los nios. El ruido de los nios en la fosa de clavados volvi, y el chasquido metlico de las pesas era una sinfona entre los resplandores de argn.