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Si elegí tratar esta cuestión quizás un poco extra- ña, es porque primero quería hacer una cierta crí- tica de lo que en otro tiempo llegué a escribir, y re- gresar sobre algunas imprudencias que llegué a cometer. En Las palabras y las cosas intenté anali- zar masas verbales, especies de capas discursivas, que no estaban escondidas por las acostumbradas unidades del libro, de la obra y del autor. Habla- ba en general de la "historia natural", o del "análi- sis de las riquezas" , o de "la economía política", pero para nada de obras o de escritores. Sin em- bargo, a lo largo de ese texto utilicé de manera in- genua, es decir salvaje, nombres de autores. Ha- blé de Buffon, de Cuvier, de Ricardo, etcétera, y dejé funcionar esos nombres en una ambigüedad muy molesta, de suerte que se podían formular le- gítimamente dos tipos de objeciones, y en efecto así fue. Por un lado, se me dijo: no describe co- rrectamente a Buffon, ni el conjunto de la obra de Buffon, y lo que dice sobre Marx es irrisoriamente insuficiente con relación al pensamiento de Marx. Estas objeciones estaban evidentemente funda- mentadas, pero no pienso que fueran totalmente pertinentes respecto a lo que yo hacía; porque el problema para mí no era describir a Buffon o a Marx, ni restituir lo que habían dicho o querido decir: simplemente buscaba encontrar las reglas según las cuales habían formado algunos concep- tos o conjuntos teóricos que se encuentran en sus textos. Se hizo también otra objeción: usted for- ma, me dijeron, familias monstruosas, acerca nombres tan claramente opuestos como los de Buffon y Linné, pone a Cuvier aliado de Darwin, y esto en contra del juego más visible de los paren- tescos y de las semejanzas naturales. Diré, otra vez, que no me parece que la objeción convenga, porque jamás busqué hacer un cuadro genealógi- co de las individualidades espirituales, no quise constituir un daguerrotipo intelectual del sabio o del naturalista de los siglos XVII y XVIII; no qui- se formar ninguna familia, ni santa ni perversa, simplemente busqué -lo cual era mucho más mo- desto-las condiciones de funcionamiento de prác- ticas discursivas específicas. QUE ES UN AUTüR?* Michel Foucault Traducción de Corina y turbe Conferencia de Michel Foucault. el 22 de febrero de 1969, en la Sociedad Francesa de Filosofía. JEAN WAHL.Hoy tenemos el gusto de que se en- cuentre entre nosotros Michel Foucault. Estuvi- mos un poco impacientes por su llegada, un poco inquietos por su retraso, pero ya está aquí. No se los presento, es el "verdadero" Michel Foucault, el de Las palabras y las cosas, el de la tesis sobre La locura. Le dejo la palabra enseguida. MICHELFOUCAUL T. Creo -sin estar por lo demás muy seguro- que es tradicional traer a esta Socie- dad de Filosofía el resultado de los trabajos ya ter- minados, con el fin de que sean examinados y cri- ticados. Desgraciadamente lo que hoy les traigo es demasiado pobre, me temo, para merecer su atención: se trata de presentarles un proyecto, un ensayo de análisis cuyas grandes líneas apenas en- treveo todavía; pero me pareció que esforzándo- me por trazarlas frente a ustedes, pidiéndoles juz- garlas y rectificarlas, estaba, "como buen neuróti- co", buscando un doble beneficio: primero el de someter los resultados de un trabajo que todavía no existe al rigor de sus objeciones, y el de benefi- ciarlo, en el momento de su nacimiento, no sólo con su padrinazgo, sino con sus sugerencias. y quisiera pedirles algo más: no se resientan con- migo si, al escucharlos dentro de un momento plantearme preguntas, experimento todavía, y so- bre todo aquí, la ausencia de una voz que hasta ahora me ha sido indispensable; comprenderán que al rato todavía buscaré invenciblemente escu- char a mi primer maestro. Después de todo, él fue el primero al que le hablé de mi proyecto inicial de trabajo; desde luego, me hubiera hecho mucha falta que asistiera al esbozo de éste y que una vez más me ayudara en mis incertidumbres. Pero des- pués de todo, puesto que la ausencia es el primer lugar del discurso, acepten, les ruego, que sea a él, en primer lugar, a quien me dirija esta tarde. El tema que propuse: "¿Qué es un autor?", evi- dentemente tengo que justificarlo un poco frente a ustedes. • Dialéctica, Año IX, No. 16, 1984. 4 Entonces, me dirán, ¿por qué haber utilizado, en Las palabras y las cosas, nombre de autores? No

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Si elegí tratar esta cuestión quizás un poco extra-ña, es porque primero quería hacer una cierta crí-tica de lo que en otro tiempo llegué a escribir, y re-gresar sobre algunas imprudencias que llegué acometer. En Las palabras y las cosas intenté anali-zar masas verbales, especies de capas discursivas,que no estaban escondidas por las acostumbradasunidades del libro, de la obra y del autor. Habla-ba en general de la "historia natural", o del "análi-sis de las riquezas" , o de "la economía política",pero para nada de obras o de escritores. Sin em-bargo, a lo largo de ese texto utilicé de manera in-genua, es decir salvaje, nombres de autores. Ha-blé de Buffon, de Cuvier, de Ricardo, etcétera, ydejé funcionar esos nombres en una ambigüedadmuy molesta, de suerte que se podían formular le-gítimamente dos tipos de objeciones, y en efectoasí fue. Por un lado, se me dijo: no describe co-rrectamente a Buffon, ni el conjunto de la obra deBuffon, y lo que dice sobre Marx es irrisoriamenteinsuficiente con relación al pensamiento de Marx.Estas objeciones estaban evidentemente funda-mentadas, pero no pienso que fueran totalmentepertinentes respecto a lo que yo hacía; porque elproblema para mí no era describir a Buffon o aMarx, ni restituir lo que habían dicho o queridodecir: simplemente buscaba encontrar las reglassegún las cuales habían formado algunos concep-tos o conjuntos teóricos que se encuentran en sustextos. Se hizo también otra objeción: usted for-ma, me dijeron, familias monstruosas, acercanombres tan claramente opuestos como los deBuffon y Linné, pone a Cuvier aliado de Darwin,y esto en contra del juego más visible de los paren-tescos y de las semejanzas naturales. Diré, otravez, que no me parece que la objeción convenga,porque jamás busqué hacer un cuadro genealógi-co de las individualidades espirituales, no quiseconstituir un daguerrotipo intelectual del sabio odel naturalista de los siglos XVII y XVIII; no qui-se formar ninguna familia, ni santa ni perversa,simplemente busqué -lo cual era mucho más mo-desto-las condiciones de funcionamiento de prác-ticas discursivas específicas.

QUE ES UN AUTüR?*Michel Foucault

Traducción de Corina y turbe

Conferencia de Michel Foucault. el 22 de febrero de 1969, enla Sociedad Francesa de Filosofía.

JEAN WAHL.Hoy tenemos el gusto de que se en-cuentre entre nosotros Michel Foucault. Estuvi-mos un poco impacientes por su llegada, un pocoinquietos por su retraso, pero ya está aquí. No selos presento, es el "verdadero" Michel Foucault,el de Las palabras y las cosas, el de la tesis sobreLa locura. Le dejo la palabra enseguida.

MICHELFOUCAULT. Creo -sin estar por lo demásmuy seguro- que es tradicional traer a esta Socie-dad de Filosofía el resultado de los trabajos ya ter-minados, con el fin de que sean examinados y cri-ticados. Desgraciadamente lo que hoy les traigoes demasiado pobre, me temo, para merecer suatención: se trata de presentarles un proyecto, unensayo de análisis cuyas grandes líneas apenas en-treveo todavía; pero me pareció que esforzándo-me por trazarlas frente a ustedes, pidiéndoles juz-garlas y rectificarlas, estaba, "como buen neuróti-co", buscando un doble beneficio: primero el desometer los resultados de un trabajo que todavíano existe al rigor de sus objeciones, y el de benefi-ciarlo, en el momento de su nacimiento, no sólocon su padrinazgo, sino con sus sugerencias.

y quisiera pedirles algo más: no se resientan con-migo si, al escucharlos dentro de un momentoplantearme preguntas, experimento todavía, y so-bre todo aquí, la ausencia de una voz que hastaahora me ha sido indispensable; comprenderánque al rato todavía buscaré invenciblemente escu-char a mi primer maestro. Después de todo, él fueel primero al que le hablé de mi proyecto inicial detrabajo; desde luego, me hubiera hecho muchafalta que asistiera al esbozo de éste y que una vezmás me ayudara en mis incertidumbres. Pero des-pués de todo, puesto que la ausencia es el primerlugar del discurso, acepten, les ruego, que sea a él,en primer lugar, a quien me dirija esta tarde.

El tema que propuse: "¿Qué es un autor?", evi-dentemente tengo que justificarlo un poco frentea ustedes.

• Dialéctica,Año IX, No. 16, 1984.

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Entonces, me dirán, ¿por qué haber utilizado, enLas palabras y las cosas, nombre de autores? No

había que utilizar ninguno, o bien definir la mane-ra como los utilizó. Esta objeción está, creo, per-fectamente justificada: intenté medir sus implica-ciones y consecuencias en un texto que aparecerámuy pronto; ahí intento darle estatuto a grandesunidades discursivas como las que se llaman laHistoria Natural o la Economía Política; me pre-gunté según qué métodos, qué instrumentos, seles puede localizar, escandir, analizar y describir.He aquí la primera parte de un trabajo emprendi-do hace algunos años, y ahora terminado.

Sin embargo, otra cuestión se plantea: la del au-tor, y es sobre ésta que quisiera hablarles ahora.Dicha noción de autor constituye el momentofuerte de individuación en la historia de las ideas,de los conocimientos, de las literaturas, tambiénen la historia de la filosofía, yen la de las ciencias.Incluso hoy, cuando se hace la historia de un con-cepto, o de un género literario, o de un tipo de fi-losofía, creo que en ella no se consideran menostales unidades como escansiones relativamentedébiles, secundarias y sobrepuestas en relacióncon la unidad primera, sólida y fundamental, quees la del autor y de la obra.

Dejaré a un lado, al menos en la exposición deesta tarde, el análisis histórico-sociológico del per-sonaje del autor. Cómo se individualizó el autoren una cultura como la nuestra, qué estatuto se ledio, a partir de qué momento, por ejemplo, empe-zaron a hacerse investigaciones de autenticidad yde atribución, en qué sistema de valoración quedóatrapado, en qué momento se comenzó a contar lavida ya no de los héroes sino de los autores, cómose instauró esa categoría fundamental de la críti-ca: "El hombre-y-la obra", todo esto mereceríasin duda alguna ser analizado. Quisiera por el mo-mento abordar la única relación del texto con elautor, la manera como el texto apunta hacia esa fi-gura que le es exterior y anterior, al menos apa-rentemente.

Tomo de Beckett la formulación del tema del quequisiera partir: "Qué importa quien habla, dijo al-guien, qué importa quien habla". En esta indife-rencia, creo que hay que reconocer uno de losprincipios éticos fundamentales de la escrituracontemporánea. Digo "ética" porque esta indife-rencia no es tanto un rasgo que caracteriza la ma-nera en que se habla o en que se escribe; es másbien una especie de regla inmanente, retomadasin cesar, nunca aplicada completamente, un prin-cipio que no marca la escritura como resultadosino que la domina como práctica. Dicha regla esmuy conocida como para que sea necesario anali-

zarla demasiado; baste aquí especificarla por me-dio de dos de sus grandes temas. Puede decirseprimero que la escritura de hoy se ha librado deltema de la expresión: sólo se refiere a sí misma, ysin embargo, no está atrapado en la forma de la in-terioridad; se identifica a su propia exterioridaddesplegada. Esto quiere decir que es un juego designos ordenados no tanto por su contenido signi-ficado como por la naturaleza misma del signifi-cante; pero también que esta regularidad de la es-critura se experimentó siempre del lado de sus lí-mites; siempre está tansgrediendo e invirtiendoesta regularidad que acepta y a la cual juega; la es-critura se despliega como un juego que infalible-mente va siempre más allá de sus reglas, y de estemodo pasa al.exterior. En la escritura no se tratade la manifestación o de la exaltación del gesto delescribir; no se trata de la sujeción de un sujeto aun lenguaje; se trata de la apertura de un espacioen donde el sujeto escritor no deja de desapare-cer.

El segundo tema es todavía más familiar; se tratadel parentesco de la escritura con la muerte. Estelazo trastoca un tema milenario; la narración o laepopeya de los griegos estaba destinada a perpe-tuar la inmortalidad del héroe, y si el héroe acep-taba morir joven era para que su vida, de estemodo consagrada y magnificada por la muerte,pasara a la inmortalidad; la narración rescatabaesta muerte aceptada. De distinta manera, la na-rración árabe -pienso en Las mil y una noches- te-nía también como motivación, por tema y pretex-to, el no morir: se hablaba, se contaba hasta elamanecer para apartar la muerte, para rechazarese plazo que debía cerrar la boca del narrador. Elrelato de Sherezada es el reverso obstinado delasesinato, es el esfuerzo de todas las noches parallegar a mantener la muerte fuera del círculo de laexistencia. Nuestra cultura ha metamorfoseadoeste tema de la narración o de la escritura hechaspara conjurar la muerte; ahora la escritura está li-gada al sacrificio, al sacrificio mismo de la vida;desaparición voluntaria que no tiene que ser re-presentada en los libros, puesto que se cumple enla existencia misma del escritor. La obra que teníael deber de traer la inmortalidad recibe ahora elderecho de matar, de ser asesina de su autor.Vean a Flaubert, a Proust, a Kafka. Pero hay algomás: esta relación de la escritura con la muerte semanifiesta también en la desaparición de los ca-racteres individuales del sujeto escritor; mediantetodos los ardides que establece entre él y lo que es-cribe, el sujeto escritor desvía todos los signos desu individualidad particular; la marca del escritorya no es más que la singularidad de su ausencia;

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tiene que representar el papel del muerto en eljuego de la escritura. Todo esto es conocido, yhace mucho tiempo que la crítica y la filosofía to-maron nota de esta desaparición o de esta muertedel autor.

Sin embargo, no estoy seguro de que se hayan sa-cado rigurosamente todas las consecuencias re-queridas por esta observación, ni que se haya to-mado con exactitud la medida de este aconteci-miento. Más precisamente, me parece que uncierto número de nociones destinadas hoya susti-tuir al privilegio del autor, de hecho bloquean yesquivan lo que debía ser despejado. Tomaré sólodos de dichas nociones que son, creo, singular-mente importantes hoy en día.

La noción de obra, primero. Se dice, en efecto (yuna vez más es una tesis muy familiar), que lo pro-pio de la crítica no es poner de relieve las relacio-nes de la obra con el autor, ni querer reconstituir através de los textos un pensamiento o una expe-riencia; más bien tiene que analizar la obra en suestructura, en su arquitectura, en su forma intrín-seca y en el juego de sus relaciones internas. Aho-ra bien, hay que plantear un problema en seguida:"¿Qué es una obra?", ¿qué es, pues, esa curiosaunidad que se designa con el nombre de obra?,¿de qué elementos está compuesta? Una obra,¿no es aquéllo que escribió aquél que es un autor?Se ven surgir las dificultades. Si un individuo nofuera un autor, ¿podría decirse que lo que escri-bió, o dijo, lo que dejó en sus papeles, lo que sepudo restituir de sus palabras, podría ser llamadouna "obra"? Mientras Sade no fue un autor, ¿quéeran entonces sus papeles? Rollos de papel sobrelos cuales, hasta el infinito, durante sus días deprisión, desenrollaba sus fantasmas ..

Mas supongamos que tuviéramos que ver con unautor: ¿todo lo que escribió o dijo, todo lo quedejó tras él forma parte de su obra? Problema a lavez teórico y técnico. Cuando se emprende la pu-blicación de las obras de Nietzsche, por ejemplo,¿en dónde hay que detenerse? Hay que publicartodo, ciertamente, pero ¿qué quiere decir este"todo"? Todo lo que el propio Nietzsche publicó,de acuerdo. ¿Los borradores de sus obras? Cierta-mente. ¿Los proyectos de aforismos? Sí. ¿Tam-bién los tachones, las notas al pie de los cuader-nos? Sí. Pero cuando en el interior de un cuadernolleno de aforismos se encuentra una referencia, laindicación de una cita o de una dirección, unacuenta de la lavandería: ¿obra o no obra? ¿Y porqué no? Y esto indefinidamente. Entre los millo-nes de huellas que alguien deja después de su

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muerte, ¿cómo puede definirse una obra? La teo-ría de la obra no existe, y los que ingenuamenteemprenden la edición de las obras no cuentan condicha teoría y su trabajo empírico se paraliza muypronto. Y podríamos continuar: ¿puede decirseque Las mil y una noches constituye una obra? ¿Ylos Stromata de Clemente de Alejandría o las Vi-das de Diógenes Laercio? Se advierte cuántas pre-guntas se plantean a propósito de esta noción deobra, de modo que resulta insuficiente afirmar:prescindamos del escritor, prescindamos del au-tor y vayamos a estudiar la obra en sí misma. Lapalabra "obra", y la unidad que designa son, pro-bablemente, tan problemáticas como la indivi-dualidad del autor.

Otra noción, me parece, bloquea la constataciónde la desaparición del autor y retiene de algúnmodo el pensamiento al borde de dicha desapari-ción; con sutileza, conserva aun la existencia delautor. Se trata de la noción de escritura. Riguro-samente, debería permitir no sólo prescindir de lareferencia al autor, sino darle estatuto a su nuevaausencia. En el estatuto que actualmente se le da ala noción de escritura, no se trata, en efecto, ni delgesto de escribir, ni de la marca (síntoma o signo)de lo que alguien hubiese querido decir; hay un es-fuerzo extraordinariamente profundo por pensarla condición general de todo texto, la condición ala vez del espacio en donde se dispersa y del tiem-po en donde se despliega.

Me pregunto, si reducida a veces a un uso corrien-te, esta noción no transpone, en un anonimatotrascendental, los caracteres empíricos del autor.Ocurre que uno se contenta con borrar las marcasdemasiado visibles de la empiricidad del autor ha-ciendo jugar, una paralelamente a otra, una con-tra otra, dos maneras de caracterizarla: la modali-dad crítica y la modalidad religiosa. En efecto,otorgarle a la escritura un estatuto original, ¿no esde hecho una manera de retraducir en términostrascendentales, por una parte, la afirmación teo-lógica de su carácter sagrado, y por otra, la afir-mación crítica de su carácter creador? Admitirque la escritura está en cierto modo, por la histo-ria misma que hizo posible, sometida a la pruebadel olvido y de la represión, ¿no es acaso repre-sentar en términos trascendentales el principio re-ligioso del sentido escondido (con la necesidad deinterpretar) y el principio crítico de las significa-ciones implícitas, de las determinaciones silencio-sas, de los contenidos oscuros (con la necesidad decomentar)? En fin, pensar la escritura como au-sencia, ¿no es simplemente repetir en términostrascendentales el principio religoso de la tradi-

ción a la vez inalterable y siempre llena, y el prin-cipio estético de la supervivencia de la obra, de suconservación más allá de la muerte, y de su excesoenigmático con respecto del autor?

Pienso, pues, que un uso tal de la noción de escri-tura corre el riesgo de mantener los privilegios delautor bajo la salvaguarda del apriori: hace subsis-tir bajo la luz gris de la neutralización, el juego delas representaciones que formaron cierta imagendel autor. La desaparición del autor, que desdeMallarmé es un acontecimiento que no cesa, seencuentra sometida al bloqueo trascendental.¿Acaso no hay actualmente una línea divisoriaimportante entre aquéllos que creen poder pensartodavía las rupturas de hoy en la tradición históri-co-trascendental del siglo XIX y aquéllos que seesfuerzan por liberarse de ella de manera definiti-va?

Es evidente que no basta repetir como afirmaciónvacía que el autor ha desaparecido. Asimismo, nobasta repetir indefinidamente que Dios y el hom-bre han muerto de muerte conjunta. Lo que ha-bría que hacer es localizar el espacio que de estemodo deja vacío la desaparición del autor, no per-der de vista la partición de las lagunas y las fallas, yacechar los emplazamientos, las funciones libresque esta desaparición hace aparecer.

Quisiera evocar primero en pocas palabras losproblemas planteados por el uso del nombre delautor. ¿Qué es un nombre de autor? Y ¿cómo fun-ciona? Muy lejos de darles una solución, indicaréúnicamente algunas de las dificultades que pre-senta.

El nombre de autor es un nombre propio: plantealos mismos problemas que éste. (Me refiero aquí,entre diferentes análisis, a los de Searle). No esposible, claro está, hacer del nombre propio unareferencia pura y simple. El nombre propio (eigualmente el nombre de autor) tiene otras fun-ciones además de indicadoras. Es más que una in-dicación, un gesto, un dedo señalando a alguien;en cierta medida, es el equivalente de una descrip-ción. Cuando se dice "Aristóteles", se emplea unapalabra que es el equivalente de una o de una seriede descripciones definidas, del tipo de: "el autorde los Analíticos" ,o "el fundador de la ontología" ,etcétera. Pero no puede uno limitarse a eso; unnombre propio no tiene pura y simplemente unasignificación; cuando se descubre que Rimbaudno escribió La cacería espiritual, no puede preten-derse que este nombre propio o este nombre deautor cambió de sentido. El nombre propio y el

nombre de autor se encuentran situados entre es-tos dos polos de la descripción y de la designación;sin duda alguna, tienen un cierto nexo con lo quenombran, pero ni completamente sobre el modode la designación, ni completamente sobre elmodo de la descripción: nexo específico. Sin em-bargo -y es en donde aparecen las dificultadesparticulares del nombre de autor-, el nexo delnombre propio con el individuo nombrado y elnexo del nombre de autor con lo que nombra noson isomorfos y no funcionan del mismo modo.He aquí algunas de sus diferencias.

Si advierto, por ejemplo, que Pierre Dupont notiene los ojos azules, o que no nació en París, oque no es médico, etcétera, esto no quiere decirque este nombre, Pierre Dupont, no seguirá refi-riéndose siempre a la misma persona; el nexo dedesignación no será modificado por ello. En cam-bio, los problemas planteados por el nombre deautor son mucho más complejos: si descubro queShakespeare no nació en la casa que hoy se visita,tenemos aquí una modificación que, desde luego,no va a alterar el funcionamiento del nombre deautor; pero si se demostrara que Shakespeare noescribió los Sonetos que pasan por suyos, he aquíun cambio de otro tipo: no deja indiferente el fun-cionamiento del nombre de autor. Y si se probaraque Shakespeare escribió el Organon de Baconsimplemente porque el que escribió las obras deBacon y las de Shakespeare es el mismo autor, heaquí un tercer tipo de cambio que modifica ente-ramente el funcionamiento del nombre de autor.El nombre de autor no es, pues, exactamente unnombre propio como los otros.

Muchos otros hechos señalan la singularidad pa-radójica del nombre de autor. No es lo mismo de-cir que Pierre Dupont no existe y decir que Home-ro o Hermes Trimegisto no existieron; en U1'\ casoquiere decirse que nadie lleva el nombre de PierreDupont; en el otro que se han confundido variosbajo un sólo nombre o que el verdadero autor notiene ninguno de los rasgos tradicionalmente rela-cionados con el personaje de Homero o de Her-mes. Tampoco es lo mismo decir que Pierre Du-pont no es el verdadero nombre de X, sino Jac-ques Durand, y decir que Stendhal se llamabaHenry Beyle. Podríamos interrogarnos tambiénsobre el sentido y el funcionamiento de una pro-posición como "Bourbaki es un tal, un tal, etcéte-ra" y "Victor Eremita, Climacus, Anticlimacus,Frater Taciturnus, Constantin Constantius, esKierkegaard" .

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Tales diferencias dependen, quizás, del siguientehecho: un nombre de autor no es simplemente unelemento en un discurso (que puede ser sujeto ocomplemento, que puede reemplazarse por unpronombre, etcétera); ejerce un cierto papel conrelación al discurso: asegura una función clasifica-toria; tal nombre permite reagrupar un cierto nú-mero de textos, delimitarlos, excluir algunos,oponerlos a otros. Además efectúa una puesta enrelación de los textos entre ellos; Hermes Trime-gisto no existía, tampoco Hipócrates -en el senti-do en que podría decirse que Balzac existe-, peroel que varios textos hallan sido colocados bajo unmismo nombre indica que se establecía entre ellosuna relación de homogeneidad o de filiación, o deautentificación de unos a través de los otros, o de,explicación recíproca, o de utilización concomi-tante. En una palabra, el nombre de autor funcio-na para caracterizar un cierto modo de ser del dis-curso: para un discurso el hecho de tener un nom-bre de autor, el hecho de poder decir "esto fue es-crito por Fulano de Tal", o "Fulano de Tal es elautor de esto", indica que dicho discurso no es unapalabra cotidiana, indiferente, una palabra que seva, que flota y pasa, una palabra que puede consu-mirse inmediatam,ente sino que se trata de una pa-labra que debe recibirse de cierto modo y quedebe recibir, en una cultura dada, un cierto esta-tuto.

Se llegará finalmente a la idea de que el nombrede autor no va, como el nombre propio, del inte-rior de un discurso al individuo real y exterior quelo produjo, sino que corre, en cierto modo, en ellímite de los textos, los recorta, sigue sus aristas,manifiesta su modo de ser o, al menos, lo caracte-riza. Manifiesta el acontecimiento de una ciertoconjunto del discurso, y se refiere al estatuto deeste discurso en el interior de una sociedad y en elinterior de una cultura. El nombre de autor no sesitúa en el estado civil de los hombres, ni se sitúatampoco en la ficción de la obra, se sitúa en la rup-tura que instaura un cierto grupo del discurso y sumodo de ser singular. Podría decirse, por consi-guiente, que en una civilización como la nuestrahay un cierto número de discursos dotados de lafunción de "autor" mientras que otros están des-provistos de ella. Una carta privada puede muybien tener un signatario, pero no tiene autor; uncontrato puede tener un fiador, pero no tiene au-tor. Un texto anónimo que se lee en la calle sobreun muro tendrá un redactor, pero no tendrá unautor. La función autor es, entonces, característi-ca del modo de existencia, de circulación y de fun-cionamiento de ciertos discursos en el interior deuna sociedad.

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Habría que analizar ahora esta función "autor".¿Cómo se caracteriza en nuestra cultura un dis-curso portador de la función ,!utor? ¿En qué seopone a otros discursos? Me parece que puedenreconocérsele, si sólo se considera el autor de unlibro o de un texto, cuatro rasgos diferentes.

En primer lugar son objetos de apropiación; laforma de propiedad de la que dependen y es de untipo muy particular; se le ha codificado ahora des-de hace algunos años. Hay que señalar que talpropiedad fue históricamente segunda con res-pecto a lo que podría llamarse la apropiación pe-nal. Los textos, los libros, los discursos comenza-ron realmente a tener autores (distintos de lospersonajes míticos, distintos de las grandes figu-ras sacralizadas y sacralizan tes ) en la medida enque podía castigarse al autor, es decir en la medi-da en que los discursos podían ser transgresivos.El discurso, en nuestra cultura (y sin duda en mu-chas otras), no era, originalmente un producto,una cosa, un bien; era esencialmente un acto -unacto colocado en el campo bipolar de lo sagrado yde lo profano, de lo lícito y de lo ilícito, de lo reli-gioso y de lo blasfemo. Históricamente ha sido ungesto cargado de riesgos antes de ser un bien tra-bado en un circúito de propiedades. Y cuando seinstauró un régimen de propiedad para los textos,cuando se decretaron reglas estrictas sobre los de-rechos del autor, sobre las relaciones autores-edi-tores, sobre los derechos de reproducción, etcéte-ra -es decir, a finales del siglo XVIII y a principiosdel siglo XIX- es en ese momento que la posibili-dad de transgresión perteneciente al acto de escri-bir tomó cada vez más el cariz de un imperativopropio a la literatura. Como si el autor, a partir delmomento en que fue colocado en el sistema depropiedad que caracteriza nuestra sociedad, com-pensara el estatuto que así recibía al encontrar elantiguo campo bipolar del discurso, practicandosistemáticamente la transgresión, restaurando elpeligro de una escritura a la que, por otro lado, sele garantizaban los beneficios de la propiedad.

Por otra parte, la función autor no se ejerce demanera universal y constante sobre todos los dis-cursos. En nuestra civilización no son siempre losmismos textos los que han pedido recibir una atri-bución. Hubo un tiempo en que esos textos quehoy llamamos "literarios" (narraciones, cuentos,epopeyas, tragedias, comedias) eran recibidos,puestos en circulación, valorados, sin que se plan-teara la cuestión de su autor; su anonimato no

planteaba dificultades, su antigüedad, verdaderao supuesta, era una garantía suficiente para ellos.En cambio, los textos que hoy llamaríamos cien-tíficos, concernientes a la cosmología y al cielo, lamedicina y las enfermedades, las ciencias natura-les o la geografía, sólo se aceptaban y poseían unvalor de verdad en la Edad Media, con la condi-ción de estar marcados con el nombre de su autor."Hipócrates dijo", "Plinio relata", no eran exac-tamente las fórmulas de un argumento de autori-dad; eran los índices que marcaban los discursosdestinados a ser recibidos como probados. En elsiglo XVII o XVIII se produjo un cruce; se empe-zaron a recibir los discursos científicos por sí mis-mos, en el anonimato de una verdad establecida osiempre demostrable de nuevo; lo que los garanti-zaba era su pertenencia a un conjunto sistemáticoy no la referencia al individuo que los produjo. Lafunción autor desaparece, el nombre del inventorsirve a lo sumo para bautizar un teorema, una pro-posición, un efecto notable, una propiedad, uncuerpo, un conjunto de elementos, un síndromepatológico. Pero los discursos "literarios" ya sólopueden recibirse dotados de la función autor: atodo texto de poesía o de ficción se le preguntaráde dónde viene, quién lo escribió, en qué fecha,en qué cir~unstancias o a partir de qué proyecto.El sentido que se le otorga, el estatuto o el valorque se le reconoce dependen del modo como res-ponda a estas preguntas. Y si, como consecuenciade un accidente o de una voluntad explícita del au-tor, nos llega en el anonimato, enseguida el juegoconsiste en encontrar al autor. No soportamos elanonimato literario; sólo lo aceptamos en calidadde enigma. La función autor funciona de lleno ennuestros días en las obras literarias. (Desde luego,habría que matizar todo esto: desde hace un tiem-po la crítica comenzó a tratar las obras según sugénero y su tipo, según los elementos recurrentesque figuran en ellas, según sus variaciones propiasalrededor de un invariante que ya no es el creadorindividual. Asimismo, si la referencia al autor yano es en matemáticas sino una manera de nom-brar teoremas o conjuntos de proposiciones, enbiología y en medicina la indicación del autor, y lafecha de su trabajo, desempeña un papel bastantediferente: no es simplemente una manera de indi-car la fuente, sino de proporcionar un cierto índi-ce de "fiabilidad" en relación con las técnicas y losobjetos de experimentación utilizados en esa épo-ca y en un laboratorio determinado).

Tercer rasgo de esta función autor. No se formaespontáneamente como la atribución de un dis-curso a un individuo. Es el resultado de una ope-ración compleja que construye un cierto ser de ra-

zón que se llama autor. Sin duda, se intenta darleun estatuto realista a este ser de razón: sería en elindividuo una instancia "profunda", un poder"creador", un "proyecto", el lugar originario de laescritura. Pero de hecho, lo que designa en el indi-viduo como autor (o lo que hace de un individuoun autor) no es sino la proyección, en términossiempre más o menos psicologizantes, del trata-miento aplicado a los textos, de los acercamientosrealizados, de los rasgos establecidos como perti-nentes, de las continuidades admitidas, o de lasexclusiones practicadas. Todas estas operacionesvarían según las épocas y los tipos del discurso. Nose construye un "autor filosófico" como un "poe-

, ta"; y no s~construía el autor de una obra noveles-ca en el siglo XVIII igual que en nuestros días.Con todo, puede encontrarse a través del tiempouna cierta invariante en las reglas de construccióndel autor.

Me parece, por ejemplo, que la manera como lacrítica literaria define al autor durante muchotiempo -() más bien como construye la forma au-tor a partir de los textos y de los discursos existen-tes- se deriva de modo bastante directo de la ma-nera como la tradición cristiana autentificó (o porel contrario rechazó) los textos de los que dispo-nía. En otros términos, para "encontrar" al autoren la obra, la crítica moderna utiliza esquemasmuy cercanos a la exégesis cristiana, cuando éstaquería probar el valor de un texto para la santidaddel autor. En el De viris illustribus, San Jerónimoexplica que la homonimia no es suficiente paraidentificar de manera legítima los autores de va-rias obras: individuos distintos pudieron tener elmismo nombre, o alguno pudo, de manera abusi-va, tomar el patronímico del otro. El nombrecomo marca individual no es suficiente cuandonos dirigimos a la tradición textual. ¿Cómo atri-buir, pues, varios discursos a un solo y mismo au-tor? ¿Cómo hacer funcionar la función autor parasaber si tenemos que entendérnoslas con uno ocon varios individuos? San Jerónimo da cuatrocriterios: si entre varios libros atribuidos a un au-tor, uno es inferior a los otros, hay que retirarlo dela lista de sus obras (el autor se define entoncescomo un cierto nivel constante de valor); lo mis-mo si ciertos textos están en contradicción doctri-nal con las otras obras de un autor (el autor se de-fine entonces como un cierto campo de coheren-cia conceptual o teórica); hay que excluir igual-mente las obras que están escritas con un estilo di-ferente, con palabras y giros que en general no seencuentran en la escritura del escritor (es el autorcomo unidad estilística); finalmente, deben consi-derarse como interpolados los textos que se refie-

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ren a acontecimientos o que citan personajes pos-teriores a la muerte del autor (el autor es entoncesmomento histórico definido y punto de confluen-cia de un cierto número de acontecimientos).Ahora bien, la crítica moderna, aun cuando notiene preocupaciones de autentificación (lo cuales la regla general), no define al autor de maneradistinta: el autor es lo que permite explicar tantola presencia de ciertos acontecimientos en una'obra como sus transformaciones, sus deformacio-nes, sus modificaciones diversas (y esto por la bio-grafía del autor, la ubicación de su perspectiva in-dividual, el análisis de su pertenencia social o desu posición de clase, la puesta al día de su proyec-to fundamental). El autor es asimismo el principiode una cierta unidad de escritura -debiendo redu-cirse al mínimo todas las diferencias por los princi-pios de la evolución, de la maduración o de la in-fluencia. El autor es también lo que permite supe-rar las contradicciones que pueden desplegarse enuna serie de textos: debe haber-en un cierto nivelde su pensamiento o de su deseo, de su concienciao de su inconsciente- un punto a partir del cual lascontradicciones se resuelven, encadenándose fi-nalmente los unos a los otros los elementos incom-patibles u organizándose en torno a una contra-dicción fundamental u originaria. Por último, elautor es un cierto centro de expresión que, bajoformas más o menos acabadas, se manifiesta igualy con el mismo valor, en obras, en borradores, encartas, en fragmentos, etcétera. Los cuatro crite-rios de autenticidad según San Jerónimo (criteriosinsuficientes para los exégetas de hoy) definen lascuatro modalidades según las cuales la crítica mo-derna hace funcionar la función autor.

Sin embargo, la función autor no es, en efecto,una reconstrucción simple y pura que se hace desegunda mano a partir de un texto dado como ma-terial inerte. El texto siempre trae consigo algu-nos signos que remiten al autor. Los gramáticosconocen bien tales signos: son los pronombrespersonales, los adverbios de tiempo y de lugar, laconjugación de los verbos. Pero hay que señalarque dichos elementos no funcionan de la mismamanera en los discursos provistos de la función au-tor y en aquéllos que se encuentran desprovistosde ella. En estos últimos, tales "conexiones" remi-ten al parlante real y a las coordenadas espacio-temporales de su discurso (aunque pueden produ-cirse ciertas modificaciones: por ejemplo cuandose relatan discursos en primera persona). En losprimeros, en cambio, su papel es más variable. Sesabe que en una novela que se presenta como elrelato de un narrador, el pronombre en primerapersona, el presente del indicativo, los signos de

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la ubicación, no remite nunca exactamente al es-·critor, ni al gesto mismo de su escritura, sino a unalter ego cuya distancia del escritor puede ser máso menos grande y variar en el curso mismo de laobra. Sería tan falso buscar al autor del lado delescritor real como del lado de ese parlante ficticio;la función autor se efectúa en la escisión misma-en esta división y esta distancia. Se dirá, tal vez,que se trata sólo de una característica del discursonovelesco o poético: un juego en el que sólo estáncomprometidos estos "casi-discursos". De hecho,todos los discursos provistos de la función autorimplican dicha pluralidad de ego. El ego que ha-bla en el prefacio de un tratado de matemáticas-y que indica las circunstancias de composición-no es idéntico ni en su posición ni en su funciona-miento al de aquél que habla en el curso de unademostración y que aparece bajo la forma de un"Yo concluyo" o "Yo supongo": en un caso, el"yo" remite a un individuo sin equivalente que, enun lugar y en un tiempo determinados, llevó acabo un cierto trabajo; en el segundo, el "yo" de-signa un plan y un momento de demostración quetodo individuo puede ocupar, con tal que acepteel mismo sistema de símbolos, el mismo juego deaxiomas, el mismo conjunto de demostracionesprevias. Pero, en el mismo tratado, también po-dría localizarse un tercer ego; el que habla paradecir el sentido del trabajo, los obstáculos encon-trados, los resultados obtenidos, los problemasque todavía se plantean; este ego se sitúa en elcampo de los discursos matemáticos ya existenteso futuros. La función autor no está asegurada poruno de estos ego (el primero) a expensas de losotros dos, que no serían entonces más que el des-doblamiento ficticio. Hay que decir, por el contra-rio, que en tales discursos, la función autor funcio-na de tal manera que da lugar a la dispersión de es-tos tres egos simultáneos.

Sin duda, el análisis podría reconocer aún otrosrasgos característicos de la función autor. Por hoyme limitaré a los cuatro que acabo de mencionar,porque parecen ser a la vez los más visibles y losmás importantes. Los resumiré así: la función au-tor está ligada al sistema jurídico e institucionalque encierra, determina, articula el universo delos discursos; no se ejerce de manera uniforme nidel mismo modo sobre todos los discursos, en to-das las épocas y en todas las formas de civiliza-ción; no se define por la atribución espontánea deun discurso a su productor, sino por uná serie deoperaciones específicas y complejas; no remitepura y simplemente a un individuo real, puede darlugar a varios ego de manera simultánea, a varias

posiciones-sujetos, que pueden ocupar diferentesclases de individuos.

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Advierto que hasta ahora he limitado mi tema demanera injustificable. Sin duda alguna hubierasido necesario hablar de lo que es la función autoren la pintura, en la música, en las técnicas, etcéte-ra. Sin embargo, suponiendo incluso que nos limi-temos, como quería hacerlo esta tarde, al mundode los discursos, creo haberle dado al término"autor" un sentido demasiado estrecho. Me limitéal autor entendido como autor de un texto, de unlibro o de una obra cuya producción puede atri-buírsele legítimamente. Ahora bien, es fácil verque en el orden del discurso se puede ser el autorde algo más que de un libro -de una teoría, de unatradición, de una disciplina al interior de las cualesotros libros y otros autores podrán colocarse a suvez. Diré, en una palabra, que tales autores se en-cuentran en una posición "transdiscursiva".

Se trata de un fenómeno constante -tan viejo sinduda alguna como nuestra civilización. Homero oAristóteles, los Padres de la Iglesia, desempeña-ron ese papel; pero también los primeros mate-máticos y aquéllos que estuvieron en el origen dela tradición hipocrática. Pero me parece que sehan visto aparecer, en el curso del siglo XIX enEuropa, tipos de autores bastante singulares y queuno no confundiría ni con los "grandes" autoresliterarios, ni con los autores de textos religiososcanónicos, ni con los fundadores de las ciencias.Llamémoslos, de manera un poco arbitraria,"fundadores de discursividad".

Lo particular de estos autores es que no son sola-mente los autores de sus obras, de sus libros. Pro-dujeron algo más: la posibilidad y la regla de for-mación de otros textos. En este sentido, son muydistintos, por ejemplo, de un autor de novelas,que en el fondo no es nunca, sino el autor de sutexto. Freud no es simplemente el autor de laTraumdeutung o de El chiste; Marx no es simple-mente el autor de El manifiesto o de El capital: es-tablecieron una posibilidad indefinida de discur-so. Desde luego, es fácil hacer una objeción. Noes cierto que el autor de una novela sólo sea el au-tor de su propio texto; en un sentido él también,con tal que sea, como se dice, un poco "importan-te", rige y ordena más que eso. Para tomar unejemplo muy sencillo, puede decirse que AnnRadcliffe no sólo escribió El castillo de los Piri-neos y algunas otras novelas, sino que hizo posi-bles las novelas de terror de principios del siglo

XIX, yen esa medida, su función de autor va másallá de su obra misma. Sólo que, a esta objeción,creo que puede responderse: lo que hacen posibleestos instauradores de discursividad (tomo comoejemplo a Marx y Freud, porque pienso que son ala vez los primeros y los más importantes), lo quehacen posible, es algo muy distinto de lo que unautor de novela hace posible. Los textos de AnnRadcliffe abrieron el campo a un cierto número desemejanzas y de analogías que tienen su modelo oprincipio en su propia obra. Esta contiene signoscaracterísticos, figuras, relaciones, estructurasque otros pudieron volver a utilizar. Decir queAnn Radcliffe fundó la novela de terror quiere de-cir en resumidas cuentas: en la novela de terrordel siglo XXI se encontrará, como en Ann Rad-cliffe, el tema de la heroína atrapada en las redesde su propia inocencia, la figura det castillo secre-to que funciona como una contraciudad, el perso-naje del héroe negro, maldito, dedicado al hacerleexpiar al mundo el mal que le han hecho, etcétera.En cambio, cuando hablo de Marx o de Freudcomo "instauradores de discursividad", quierodecir que no sólo hicieron posible un cierto núme-ro de analogías, sino que hicieron posible (tam-bién) un cierto número de diferencias. Abrieronel espacio para algo distinto a ellos y que sin em-bargo pertenece a lo que fundaron. Decir queFreud fundó el psicoanálisis no quiere decir (noquiere decir simplemente) que el concepto de libi-do, o la técnica de análisis de los sueños vuelven aencontrarse en Abraham o en Melanie Klein,quiere decir que Freud hizo posibles un cierto nú-mero de diferencias respecto a sus textos, a susconceptos, a sus hipótesis que dependen todas delpropio discurso psicoanalítico.

De inmediato surge, me parece, una nueva difi-cultad, o al menos un nuevo problema: después detodo, ¿no es el caso de cualquier fundador de cien-cia, o de todo autor que introduce, en una ciencia,una transformación que puede decirse fecunda?Después de todo, Galileo no posibilitó simple-mente a aquéllos que repitieron después de él lasleyes que había formulado, sino que hizo posiblesenunciados muy diferentes a los que él mismo ha-bía dicho. Si Cuvier es el fundador de la biología,o Saussure el de la lingüística, no es porque losimitaron, no es porque se retomó, aquí o allá, elconcepto de organismo o de signo, es porque Cu-vier hizo posible en cierta medida la teoría de laevolución opuesta, término por término, a su pro-pio fijismo; es en la medida en que Saussure hizoposible una gramática generativa muy diferentede sus análisis estructurales. Por lo tanto, la ins-tauración de discursividad parece ser, a primera

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t vista, en todo caso, del mismo tipo que la funda-ción de cualquier cientificidad. Sin embargo, creoque hay una diferencia, y una diferencia notable.En efecto, en el caso de una cientificidad, el actoque la funda está al mismo nivel que sus transfor-maciones futuras; en cierto modo, forma parte delconjunto de modificaciones que hace posible. Di-cha pertenencia, desde luego, puede tomar variasformas. El acto de fundación de una cientificidadpuede aparecer, después de todo en el curso de lastransformaciones ulteriores de esta ciencia, sólocomo un caso particular de un conjunto muchomás general que se descubre entonces. Puede apa-recer también como loarcado por la intuición ypor la empiricidad; es necesario, entonces, volvera formalizarlo, y hacerlo objeto de un cierto nú-mero de operaciones teóricas suplementarias quelo funden de manera más rigurosa, etcétera. Fi-nalmente, puede aparecer como una generaliza-ción apresurada, que es necesario limitar y cuyodominio restringido de validez hay que trazar denuevo. En otras palabras, el acto de fundación deuna cientificidad siempre puede re introducirse alinterior de la maquinaria de las transformacionesque se derivan de él.

Ahora bien, creo que la instauración de una dis-cursividad es heterogénea a sus transformacionesulteriores. Extender un tipo de discursividad,como el psicoanálisis tal como Freud lo instauró,no es darle una generalidad formal que no hubieraadmitido al principio, es simplemente abrirle uncierto número de posibilidades de aplicación. Li-mitarla es en realidad intentar aislar en el acto ins-taurador un número eventualmente restringidode proposiciones o de enunciados, únicos a losque se les reconoce valor fundador y en relación alos cuales tales conceptos o teoría admitidos porFreud podrían ser considerados como derivados,secundarios, accesorios. Finalmente, en la obrade estos instauradores no se reconocen ciertasproposiciones como falsas cuando se intentaaprehender ese acto de instauración, sino que bas-ta con dejar de lado los enunciados que no seríanpertinentes, ya sea que se les considere como ine-senciales, ya sea que se les considere como"prehistóricos" y dependiendo de otro tipo de dis-cursividad. En otras palabras, a diferencia de lafundación de una ciencia, la instauración discursi-va no forma parte de esas transformaciones ulte-riores, sino que necesariamente permanece ensuspensión o en desplome. La consecuencia esque la validez teórica de una proposición se definecon relación a estos instauradores mientras que enel caso de Galileo y de Newton, puede afirmarsela validez de tal proposición que pudieron avan-

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zar, en relación a lo que es la física o la cosmolo-gía, en su estructura y en su normatividad intrín-secas. Para decirlo de manera muy esquemática:la obra de estos instauradores no se sitúa con rela-ción a la ciencia y en el espacio que ella traza; es laciencia o la discursividad la que se relaciona con suobra como con coordenadas primeras.

Por ello es comprensible que se encuentre, comouna necesidad inevitable en tales discursividades,la exigencia de un "regreso al origen". Aquí otravez hay que distinguir tales "regresos a ... " de losfenómenos de "redescubrimiento" y de "reactua-lización" que frecuentemente se producen en lasciencias. Por "redescubrimientos" entenderé losefectos de analogía o de isomorfismo que, a partirde las formas actuales del saber, vuelven percepti-ble una figura que se ha oscurecido o que ha desa-parecido. Diré, por ejemplo, que Chomsky, en sulibro sobre la gramática cartesiana, redescubrióuna cierta figura del saber que ya va de Cordemoya Humboldt: a decir verdad, sólo es constituible apartir de la gramática generativa, puesto que esesta última la que posee la ley de construcción; enrealidad se trata de una codificación retrospectivade la mirada histórica. Por "reactualización" en-tenderé algo muy distinto: la reinserción de undiscurso en un dominio de generalización, de apli-cación o de transformación nuevo para él. Y aquíla historia de las matemáticas posee tales fenóme-nos (remite al estudio que Michel Serres consagróa la anamnesia matemática). ¿Qué hay que enten-der por "regreso a"? Creo que puede designarsede este modo a un movimiento que tiene su espe-cificidad propia y que caracteriza justamente lasinstauraciones de discursividad. Para que haya re-greso, en efecto, primero tiene que haber olvido,no olvido accidental, no recubrimiento por algunaincomprensión, sino olvido esencial y constituti-vo. El acto de instauración, en efecto, es tal en suesencia misma, que no puede ser olvidado. Lo quelo manifiesta, lo que se deriva de él es, al mismotiempo, lo que establece la distancia y lo que lodisfraza. Es necesario que este olvido no acciden-tal sea investido en operaciones precisas que pue-den.situarse, analizarse, y reducirse mediante elregreso mismo a este acto instaurador. No se so-bre agrega del exterior del cerrojo del olvido, sinoque forma parte de la discursividad en cuestión, esésta la que le da su ley; la instauración discursivaasí olvidada es a la vez la razón de ser del cerrojo yla llave que permite abrirlo, de suerte que el olvi-do y el propio impedimento del regreso no puedenhacerse desaparecer más que por el regreso. Ade-más, dicho regreso se dirige a lo que está presenteen el texto, más precisamente se regresa al texto

mismo, al texto en su desnudez, y, al mismo tiem-po, sin embargo, se regresa a lo que está marcadocomo ausencia, como laguna en el texto. Se regre-sa a un cierto vacío que el olvido ocultó o esquivÓ,que recubrió con una plenitud falsa o mala y el re-greso tiene que redescubrir esta laguna y esta fal-ta, de ahí el perpetuo juego que caracteriza estosregresos a la instauración discursiva -juego queconsiste en decir por un lado: esto estaba ahí, bas-taba leerlo, se encuentra ahí, los ojos tenían queestar muy cerrados y los oídos muy tapados parano verlo y oirlo; e inversamente: no, no es en estapalabra, ni en aquella palabra, ninguna de las pa-labras visibles y legibles dicen lo que ahora está encuestión, se trata más bien de lo que se dice a tra-vés de las palabras, en su espacio, en la distanciaque las separa. Se sigue naturalmente, que este re-greso, que forma parte del discurso mismo, nodeja de modificarlo, que el regreso al texto no esun suplemento histórico que vendría a agregarse ala discursividad misma y la redoblaría con unadorno que, después de todo, no es esencial; setrata de un trabajo efectivo y necesario de trans-formación de la propia discursividad. Reexaminarel texto de Galileo puede cambiar el conocimientoque tenemos de la historia de la mecánica, pero nopuede nunca cambiar a la mecánica misma. Encambio, reexaminar los textos de Freud modificael psicoanálisis mismo y los de Marx, al marxismo.Ahora bien, para caracterizar estos regresos esnecesario agregar un último rasgo: se realizan ha-cia una cierta costura enigmática de la obra y delautor. En efecto, el texto tiene valor instauradoren tanto que es texto del autor y de este autor, ypor ello, porque es texto de este autor, es necesa-rio regresar a él. No hay ninguna posibilidad deque el redescubrimiento de un texto desconocidode Newton o de Cantor modifique la cosmologíaclásica o la teoría de los conjuntos, tal como fue-ron desarrollados (a lo más, esta exhumación essusceptible de modificar el conocimiento históricoque tenemos de su génesis). En cambio, la puestaal día de un texto como el Esbozo de Freud, -yenla medida misma en que es un texto de Freud-siempre corre el riesgo de modificar no el conoci-miento histórico del psicoanálisis, sino su campoteórico aunque sólo sea desplazando su acento osu centro de gravedad. Mediante tales regresos,que forman parte de su propia trama, los camposdiscursivos a los que me refiero implican con res-pecto a su autor "fundamental" y mediato, una re-lación que no es idéntica a la relación que cual-quier texto mantiene con su autor inmediato.

Lo que acabo de esbozar a propósito de estas "ins-tauraciones discursivas" es, desde luego, muy es-

quemático. En particular la oposición que intentétrazar entre una instauración de este tipo y la fun-dación científica. Tal vez no siempre es fácil deci-dir si tenemos que ver con es~o o con aquéllo: ynada prueba que se trate de dos procedimientosexclusivos el uno del otro. Intenté dicha distincióncon un solo fin: mostrar que esta función autor,compleja ya cuando se intenta localizarla en el ni-vel de un libro o de una serie de textos que traenuna firma definida, implica todavía nuevas deter-minaciones cuando se intenta analizarla en con-juntos más vastos -grupos de obras, disciplinasenteras.

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Siento mucho no haber podido aportar al debateque seguirá ahora ninguna proposición positiva: alo más direcciones para un trabajo posible, cami-nos de análisis. Pero al menos debo decirles, enpocas palabras, para terminar, las razones envirtud de las cuales le atribuyo una ciertaimportancia.

Semejante análisis, si estuviera desarrollado, per-mitiría quizás introducir a una tipología de los dis-cursos. Me parece en efecto, al menos en una pri-mera aproximación, que semejante tipología nopodría hacerse sólo a partir de los caracteres gra-maticales de los discursos, de sus estructuras for-males, o incluso de sus objetos; sin duda existenpropiedades o relaciones propiamente discursivas(irreductibles a las reglas de la gramática y de lalógica, como a las leyes del objeto) y hay que diri-girse a ellas para distinguir las grandes categoríasdel discurso. La relación (o la no relación) con unautor, y las diferentes formas de esta relaciónconstituyen -y de manera bastante visible- una deestas propiedades discursivas:

Creo, por otra parte, que podría encontrarse ahíuna introducción al análisis histórico de los discur-sos. Quizá es tiempo de estudiar los discursos yano sólo en su valor expresivo o en sus transforma-ciones formales, sino en las modalidades de suexistencia: los modos de circulación, de valora-ción, de atribución, de apropiación de los discur-sos, varían con cada cultura y se modifican al inte-rior de cada una de ellas. Me parece que la maneracomo se articulan sobre relaciones sociales se des-cifra de manera más directa en el juego de la fun-ción autor y en sus modificaciones, ~lueen los te-mas o en los conceptos que emplean.

¿No sería, igualmente, a partir de análisis de estetipo que podrían reexaminarse los privilegios del

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sujeto? Ya sé que al emprender el análisis internoy arquitectónico de una obra (ya sea de un texto li-terario, de un sistema filosófico, o de una obracientífica), al poner entre paréntesis las referen-cias biográficas o psicológicas, ya se volvió a cues-tionar el carácter absoluto, y el papel fundador delsujeto. Pero habría que regresar quizá sobre estesuspenso, no para restaurar el tema de un sujetooriginario, sino para aprehender los puntos de in-serción, los modos de funcionamiento y las depen-dencias del sujeto. Se trata de darle vuelta al pro-blema tradicional. Ya no plantear la pregunta:¿cómo puede insertarse la libertad de un sujeto enla densidad de las cosas y darle sentido, cómo pue-de animar, desde el interior, las reglas de un len-guaje y de este modo abrirle paso a sus propias in-tenciones? Se trata de plantear más bien estas pre-guntas: ¿cómo, según qué condiciones y bajo quéformas algo como un sujeto puede aparecer en elorden de los discursos? ¿Qué lugar puede ocupáren cada tipo de discurso, qué funciones puedeejercer, y esto, obedeciendo a qué reglas? Ensuma, se trata de quitarle al sujeto (o a su sustitu-to) su papel de fundamento originario, y de anali-zarlo como una función variable y compleja deldiscurso.

El autor -o lo que intenté describir como la fun-ción autor- no es sin duda sino una de las especifi-caciones posibles de la función sujeto. ¿Especifi-cación posible, o necesaria? Viendo las modifica-ciones históricas que han tenido lugar, no pareceindispensable ni mucho menos que la función au-tor permanezca constante en su forma, en su com-plejidad, e incluso en su existencia. Es posibleimaginarse una cultura en donde los discursos cir-cularían y serían recibidos sin que nunca aparezcala función autor. Todos los discursos, cualquieraque sea su estatuto, su forma, su valor, y cualquie-ra que sea el tratamiento que se les imponga, sedesarrollarían en el anonimato del murmullo. Yano se escucharían las preguntas tan machacadas:"¿Quién habló realmente? ¿Es él, efectivamente,y nadie más? ¿Con qué autenticidad o con qué ori-ginalidad? ¿Y qué fue lo que expresó de lo másprofundo de sí mismo en su discurso?" Se escu-charían otras como éstas: "¿Cuáles son los modosde existencia de este discurso? ¿Desde dónde se lesostuvo, cómo puede circular, y quién se lo puedeapropiar? ¿Cuáles son los lugares reservados paraposibles sujetos? ¿Quién puede cumplir estas di-versas funciones de sujetos?" Y detrás de todasestas preguntas no se escucharía más que el rumorde una indiferencia: "Qué importa quienhabla" .

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lEAN WAHL. Agradezco a Michel Foucault portodo lo que nos ha dicho y que ahora llama a la dis-cusión. Pregunto enseguida quién quiere tomar lapalabra.

lEAN D'ORMESSON.Lo único que no había com-prendido muy bien en la tesis de Michel Foucaulty sobre lo que todo el mundo había puesto el acen-to, incluso la prensa, era el fin del hombre. Estavez, Michel Foucault ataca el eslabón más débil dela cadena: ataca, ya no al hombre, sino al autor. Ycomprendo bien qué pudo llevarlo, en los aconte-cimientos culturales desde hace cincuenta años, aestas consideraciones: "La poesía debe ser hechapor todos", "habla", etcétera. Me planteaba algu-nas preguntas: me decía que después de todo, hayautores en filosofía y en literatura. Podrían darsemuchos ejemplos, me parece, en literatura y en fi-losofía, de autores que son puntos de convergen-cias. Las tomas de posición política son tambiénel hecho de un autor y se las puede acercar a lafilosofía.

Y bien, me tranquilizé completamente porqu~tengo la impresión que en una especie de prestidi-gitación muy brillante, lo que Michel Foucault lequitó al autor, es decir su obra, se lo devolvió conintereses, bajo el nombre de instaurador de dis-cursividad, puesto que no sólo le devuelve suobra, sino además la de los otros.

L. GOLDMANN.Entre los destacados teóricos deuna escuela que ocupa un importante lugar en elpensamiento contemporáneo y que se caracterizapor la negación del hombre en general y, a partirde ahí, del sujeto en todos sus aspectos, y tambiéndel autor, Michel Foucault, que no formuló demanera explícita esta última negación pero la su-girió a lo largo de su exposición al terminar con laperspectiva de la supresión del autor, es cierta-mente una de las figuras más interesantes y másdifíciles de combatir y de criticar. Ya que a unaposición filosófica fundamentalmente anticientí-fica, Michel Foucault le alía un notable trabajo dehistoriador y me parece altamente probable que,gracias a un cierto número de análisis, su obramarcará una importante etapa en el desarrollo dela historia científica de la ciencia e incluso de larealidad social.

Es, pues, en el plano del pensamiento propiamen-te filosófico, y no sobre el de los análisis concre-tos, que quisiera ubicar hoy mi intervención.

Permítanme, sin embargo, antes de abordar lastres partes de la exposición de Michel Foucault,

referirme a la intervención que acaba de tener lu-gar para decir que estoy completamente de acuer-do con la persona que intervino sobre el hecho deque Michel Foucault no es el autor, y ciertamenteno es el instaurador de lo que acaba de decirnos.Ya que la negación del sujeto es hoy día una ideacentral de un grupo de pensadores, o más exacta-mente, una corriente filosófica. Y si al interior dedicha corriente Foucault ocupa un lugar particu-larmente original y brillante, hay que integrarlo,con todo, a lo que podría llamarse la escuela fran-cesa del estructuralismo no genético y que incluyeespecialmente los nombres de Lévi-Strauss, Ro-land Barthes, Althusser, Derrida.

Me parece que al problema particularmente im-portante planteado por Michel Foucault, "¿Quiénhabla?", habría que agregarle un segundo: "¿Quédijo?" .

"¿Quién habla?" A la luz de las ciencias humanascontemporáneas, la idea del individuo en tantoque autor último de un texto, y en particular de untexto importante y significativo, aparece cada vezmenos sostenible. Desde hace algunos años todauna serie de análisis concretos mostraron, en efec-to, que sin negar ni al sujeto ni al hombre, estamosobligados a reemplazar al sujeto individual por unsujeto colectivo o transindividual. En mis propiostrabajos fui inducido a mostrar que Racine no esel solo, único y verdadero autor de las tragediasracinianas, sino que éstas nacieron al interior deun desarrollo de un conjunto estructurado de ca-tegorías mentales que era obra colectiva, lo queme llevó a encontrar como "autor" de estas.trage-dias, en última instancia, a la nobleza de toga, algrupo jansenista y, al interior de éste, a Racine entanto que individuo particularmente importante.

Cuando se plantea el problema "¿Quién habla?",en las ciencias humanas hayal menos dos respues-tas hoy día, que al mismo tiempo en que rigurosa-mente se oponen la una a la otra, cada una de ellasrechaza la idea tradicionalmente admitida del su-jeto individual. La primera, que llamaré estructu-ralismo no genético, niega al sujeto, al cual reem-plaza por las estructuras (lingüísticas, mentales,sociales, etcétera) y sólo les deja a los hombres y asu comportamiento el lugar de un papel, de unafunción al interior de tales estructuras que cons-tituyen el punto final de la investigación o de laexplicación.

Al contrario, el estructuralismo genético niegatambién, en la dimensión histórica y en la dimen-sión cultural que forma parte de ella, al sujeto in-

dividual; sin embargo no por ello suprime la ideade sujeto sino que la reemplaza por la de sujetotransindividual. En cuanto a las estructuras, lejosde aparecer como realidades autónomas y más omenos últimas en esta perspectiva no son sino unapropiedad universal de toda praxis y de toda reali-dad humanas. No hay hecho humano que no seaestructurado, ni estructura que no sea significati-va, es decir que en tanto que calidad del psiquismoy del comportamiento del sujeto, no cumpla unafunción. En suma, hay tres tesis centrales en estaposición: hay un sujeto; en la dimensión históricay cultural, tal sujeto siempre es transindividual;toda actividad psíquica y todo comportamientodel sujeto son siempre estructurados y significati-vos, es decir funcionales.

Agregaré que yo también encontré una dificultadplanteada por Michel Foucault: la de la definiciónde la obra. En efecto, es difícil, incluso imposible,definirla con relación a un sujeto individual.Como dijo Foucault, si se trata de Nietzsche o deKant, de Racine o de Pascal, ¿en dónde se detieneel concepto de obra? ¿Hay que detenerlo en lostextos publicados? ¿Hay que incluir todos lospapeles no publicados, hasta las cuentas de lalavandería?

Si se plantea el problema en la perspectiva del es-tructuralismo genético, se obtiene una respuestaque no sólo vale para las obras culturales sino tam-bién para todo hecho humano e histórico. ¿Qué esla Revolución francesa? ¿Cuáles son los estadiosfundamentales de la historia de las sociedades y delas culturas capitalistas occidentales? La res-puesta plantea dificultades análogas. Volvamos,sin embargo, a la obra: sus límites, como los detodo hecho humano, se definen por el hecho deque constituye una estructura significativa funda-da sobre la existencia de una estructura mentalcoherente elaborada por un sujeto colectivo. Apartir de ahí, puede suceder que para delimitaresta estructura, puede ocurrir que nos veamosobligados a eliminar ciertos textos publicados o aintegrar, por el contrario, ciertos textos inéditos;en fin, no es necesario decir que puede justificarsefácilmente la exclusión de la cuenta de la lavande-ría. Agregaré que, en esta perspectiva, la puestaen relación de la estructura coherente con su fun-cionalidad con relación a un sujeto transindivi-dual o -para utilizar un lenguaje menos abstracto-la puesta en relación de la interpretación con laexplicación adquiere una importancia particular.

Un solo ejemplo: en el curso de mis investigacio-nes me topé con el problema de saber en qué me-

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dida las Cartas provinciales y los Pensamientos dePascal pueden considerarse como una obra y, des-pués de un análisis cuidadoso, llegué a la conclu-sión de que no era el caso y que se trataba de dosobras que tienen dos autores diferentes. Por unaparte, Pascal con el grupo Arnauld-Nicole y losjansenistas moderados para las Cartas provincia-les; por otra parte, Pascal con el grupo de los jan-senistas extremistas para los Pensamientos. Dosautores distintos, que tienen un sector parcial encomún: el individuo Pascal y tal vez otros janse-nistas que tuvieron la misma evolución.

Otro problema planteado por Michel Foucault ensu exposición es el de la escritura. Creo que másvale poner un nombre en esta discusión, ya quesupongo que todos pensamos en Derrida y en susistema. Sabemos que Derrida intenta -apuestaque me parece paradójica- elaborar una filosofíade la escritura negando al mismo tiempo al sujeto.Resulta todavía más curioso en tanto que su con-cepto de escritura está, por lo demás, muy cercadel concepto dialéctico de praxis. Un ejemplo en-tre otros: no podría sino estar de acuerdo con élcuando nos dice que la escritura deja huellas queacaban por borrarse; es la propiedad de toda pra-xis, ya sea que se trate de la construcción de untemplo que desaparece al cabo de varios siglos ode varios milenios, de la apertura de un camino,de la modificación de su trayecto o, de maneramás prosaica, de la fabricación de un par de salchi-chas que luego se come. Pero pienso, como Fou-cault, que hay que preguntar: ¿Quién crea lashuellas? ¿Quién escribe?

Como no tengo ninguna observación sobre la se-gunda parte de la exposición, con la que estoy deacuerdo en términos generales, paso a la tercera.

Me parece que, ahí también, la mayoría de losproblemas planteados encuentran su respuesta enla perspectiva del sujeto transindividual. Me de-tendré sólo en uno: Foucault hizo una distinciónjustificada entre lo que llama los "instauradores",que distinguió de los creadores de una nueva me-todología científica. El problema es real pero, enlugar de dejarle el carácter relativamente comple-jo y oscuro que adquirió en su exposición, ¿no po-dría: encontrarse el fundamento epistemológico ysociológico de esta oposición en la distinción, co-rriente en el pensamiento dialéctico moderno yespecialmente en la escuela lukacsiana, entre lasciencias de la naturaleza, relativamente autóno-mas en tanto que estructuras científicas, y las cien-cias humanas que no podrían ser positivas sin ser

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filosóficas? 1 Ciertamente no es un azar si Foucaultopuso a Marx, Freud, y en cierta medida a Durk-heim, con Galileo y con los creadores de la físicamecanicista. Las ciencias del hombre -de maneraexplícita para Marx y Freud, implícita para Durk-heim- suponen la estrecha unión entre las consta-taciones y las valoraciones, el conocimiento y latoma de posición, la teoría y la praxis, desde luegosin abandonar por ello el rigor teórico. Con Fou-cault, pienso también que frecuentemente, y enespecial hoy en día, la reflexión sobre Marx,Freud incluso Durkheim se presenta bajo la formade un regreso a las fuentes, puesto que se trata deun regreso a un pensamiento filosófico, contra lastendencias positivistas que quieren hacer cienciasdel hombre sobre el modelo de las ciencias de lanaturaleza. Además habría que distinguir lo quees regreso auténtico de lo que, bajo la forma de unpretendido regreso a las fuentes es, en realidad,un intento de asimilar a Marx y a Freud al positi-vismo y al estructuralismo no genético contempo-ráneo, los cuales les son totalmente ajenos.

Quisiera terminar mi intervención en esta pers-pectiva mencionando la frase ya célebre, escritaen el mes de mayo por un estudiante sobre el piza-rrón de un salón de la Sorbona y que expresa, a mimodo de ver, lo esencial de la crítica filosófica ycientífica a la vez del estructuralismo no genético:"Las estructuras no salen a la calle", es decir: lasestructuras jamás hacen la historia, sino los hom-bres, aunque la acción de éstos últimos siempretenga un carácter estructurado y significativo.

MICHELFOUCAULT.Voy a tratar de responder.Lo primero que diré es que, por mi parte, nuncautilizé la palabra estructura. Búsquela en Las pa-labras y las cosas y no la encontrará. Entonces, megustaría que se me ahorrasen todas las fáciles acu-saciones sobre mi estructuralismo, o que se tomenel trabajo de justificarlas. Más aún: yo no dije queel autor no existe; no lo dije y me sorprende quemi discurso se prestara a semejante contrasenti-do. Retomemos un poco todo esto.

Hablé de una cierta temática que puede localizar-se tanto en las obras como en la crítica, que, si sequiere, consiste en: el autor debe borrarse o serborrado en beneficio de las formas propias del dis-curso. Una vez comprendido esto, la preguntaque me planteé era la siguiente: ¿qué permite des-cubrir esta regla de la desaparición del escritor odel autor? Permite descubrir el juego de la fun-

1. Las primeras estarían fundadas por la interacción del sujeto y delobjeto, las segundas sobre su identidad. total o parcial.

ción autor. Y lo que intenté analizar es precisa-mente la manera como se ejercía la función autor,en lo que podría llamarse la cultura europea del si-glo XVII. Sin duda lo hice de manera muy burda yacepto que demasiado abstracta, porque se trata-ba de un montaje de conjunto. Estarán de acuer-do en que definir de qué manera se ejerce estafunción, en qué condiciones, en qué campo, etcé-tera, no quiere decir que el autor no existe.

Lo mismo sucede con la negación del hombre dela que habló Goldmann: la muerte del hombre esun tema que permite poner al día la manera comofunciona en el saber el concepto de hombre. Y sise rebasa la lectura, evidentemente austera, de lasprimeras o de las últimas páginas de lo que escribí,se advertiría que esta afirmación remite al análisisde un funcionamiento. No se trata de afirmar queel hombre está muerto, sino que a partir del temade que el hombre está muerto -que no es mío, queno deja de repetirse desde el final del siglo XIX-se trata de ver de qué manera, según qué reglas seformó y funcionó el concepto de hombre. Hice lomismo con la noción de autor. Contengamos,pues, nuestras lágrimas.

Otra observación. Se dijo que tomaba el punto devista de la no-cientificidad. Sin duda, no pretendohaber realizado aquí un trabajo científico, perome gustaría saber desde qué instancia se me haceese reproche.

MAURICEDEGANDILLAC.Al escucharlo me pre-gunté según qué criterios precisos distinguía a los"instauradores de discursividad", no sólo de los"profetas" de carácter más religioso, sino tambiénde los promotores de "cientificidad" con los cua-les no es incongruente vincular a Marx y a Freud.Y, si se admite una categoría original, situada dealguna manera más allá de la cientificidad y delprofetismo (y dependiendo, por lo tanto de lasdos), me sorprende no ver ahí ni a Platón ni sobretodo a Nietzsche, que según su presentación nohace mucho en Royaumont, si tengo buena me-moria, ejercieron sobre nuestro tiempo una in-fluencia del mismo tipo que la de Marx y Freud.

M. FOUCAULT.Vaya responderle -pero a títulode hipótesis de trabajo, puesto que, una vez más,lo que les señalé no era sino un plan de trabajo,una guía de construcción- que la situación trans-discursiva en la cual se encontraron autores comoPlatón y Aristóteles desde el momento en que es-cribieron hasta el Renacimiento debe poder anali-zarse; la manera como se les citaba, como se refe-rían a ellos, como se les interpretaba, como se res-

tauraba la autenticidad de sus textos, etcétera,todo esto ciertamente obedece a un sistema defuncionamiento. Creo que con Marx y con Freudtenemos que ver con autores cuya posición trans-discursiva no es superponible a la posición trans-discursiva de autores como Platón o Aristóteles.Y habría que describir Joque es esta transdiscursi-vidad moderna, en oposición a la transdiscursivi-dad antigua.

LUCIENGOLDMANN.Una sola pregunta: ¿cuán-do admite la existencia del hombre o del sujeto,los reduce usted, sí o no, al estatuto de función?

M. FOUCAULT.No dije que lo reducía a una fun-ción, analizaba la función en cuyo interior puedeexistir algo como un sujeto. Aquí no realicé elanálisis del sujeto, hice el análisis del autor. Si hu-biera dado una conferencia sobre el sujeto, es pro-bable que hubiese analizado del mismo modo lafunción sujeto; es decir, hubiese hecho el análisisde las condiciones en las cuales es posible que unindividuo ocupe la función del sujeto. Aún habríaque precisar en qué campo el sujeto es sujeto, y dequé (del discurso, del deseo, del proceso econó-mico, etcétera). No hay sujeto absoluto.

J. ULLMO.Me interesó profundamente su exposi-ción porque revive un problema muy importantepara la investigación científica en la actualidad.La investigación científica, y en particular la in-vestigación matemática, son casos límites en loscuales un cierto número de conceptos que ustedpuso de relieve aparecen de manera muy clara. Enefecto, en las vocaciones científicas que se perfi-lan alrededor del vigésimo año, enfrentarse alproblema que usted planteó inicialmente se con-virtió en un problema muy angustiante: "¿Quéimporta quien habla?" En otro tiempo, una voca-ción científica era la voluntad de hablar uno mis-mo, de aportar una respuesta a los problemas fun-damentales de la naturaleza o del pensamientomatemático; y esto justificaba las vocaciones, jus-tificaba puede decirse, vidas de abnegación y desacrificio. En nuestro días este problema es mu-cho más delicado, porque la ciencia aparece mu-cho más anónima; y, en efecto, "¿qué importaquien habla?", lo que no encontró x en junio de1969, lo encontrará y en octubre de 1969. Enton-ces, sacrificar su vida por esta anticipación ligera yanónima es verdaderamente un problema ex-traordinariamente grave para el que tiene voca-ción y para el que debe ayudarlo"Ypienso que es-tos ejemplos de vocaciones científicas aclararánun poco su respuesta en el sentido, por lo demás,que usted indicó. Tomaré el ejemplo de Bourba-

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ki; podría tomar el ejemplo de Keynes, peroBourbaki constituye un ejemplo límite: se trata deun individuo múltiple; el nombre de autor parecedesvanecerse verdaderamente a favor de una co-lectividad, y de una colectividad renovable, pues-to que no siempre los mismos son Bourbaki. Aho-ra bien, sin embargo, existe un autor Bourbaki, yeste autor Bourbaki se manifiesta a través de lasdiscusiones extraordinariamente violentas, e in-cluso diría patéticas, entre los participantes deBourbaki: antes de publicar uno de sus fascículos-esos fascículos que parecen tan objetivos, tandesprovistos de pasión, álgebra lineal o teoría delos conjuntos, de hecho hay noches enteras de dis-cusión y de trifulca para ponerse de acuerdo sobreuna idea fundamental, sobre una interiorización.y este es el único punto sobre el que encontraríaun desacuerdo bastante profundo con usted, por-que, al principio, eliminó la interioridad. Creoque no hay autor más que cuando hay interiori-dad. Y este ejemplo de Bourbaki, que no es un au-tor en el sentido trivial, lo demuestra de una ma-nera absoluta. Dicho esto, creo que restablezcouh sujeto pensante, que puede ser de naturalezaoriginal pero muy claro para los que tienen el há-bito de la reflexión científica. Por lo demás, un ar-tículo muy interesante en Critique de Michel Se-rres, "La Tradición de la idea", ponía esto en evi-dencia. En las matemáticas no es la axiomática loque cuenta, no es la combinatoria, no es lo que us-ted llamaría la capa discursiva, lo que cuenta es elpensamiento interno, es la percepción de un suje-to capaz de sentir, de integrar, de poseer este pen-samiento interno. Y si tuviera tiempo, el ejemplode Keynes desde el punto de vista económico se-ría todavía más sorprendente. Voy a concluir sim-plemente: pienso que sus conceptos, sus instru-mentos de pensamiento son excelentes. Respon-dió, en la cuarta parte, a las preguntas que me ha-bía planteado en las tres primeras. ¿En dónde seencuentra lo que específica al autor? Y bien, loque especifica al autor es justamente la capacidadde modificar, de reorientar ese campo epistemo-lógico o esa capa discursiva para usar sus fórmu-las. En efecto, no hay autor más que cuando seabandona el anonimato porque se reorientan loscampos epistemológicos, porque se crea un nuevocampo discursivo que modifica, que transformaradicalmente al precedente.

El caso más llamativo es el de Einstein: es unejemplo absolutamente sorprendente desde estepunto de vista. Me da gusto ver que Bouligandestá de acuerdo conmigo, concordamos absoluta-mente sobre esto. En consecuencia, con estos doscriterios: necesidad de interiorizar una axiomáti-

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ca, y criterio del autor en tanto que modificando elcampo epistemológico, me parece que se restituyeun sujeto bastante poderoso, y perdone la expre-sión. Lo cual, por lo demás, no está ausente de supensamiento.

J. LACAN.Recibí muy tarde la invitación. Al leer-la advertí, en el primer párrafo, el "regreso a". Seregresa tal vez a muchas cosas, pero, en fin, el re-greso a Freud es algo que tomé como una especiede bandera, en un cierto campo, yen esto no pue-do sino darle las gracias, respondió completamen-te a mi expectativa. Evocando especialmente, apropósito de Freud, lo que significa el "regresoa", todo lo que usted dijo me parece, al menos res-pecto a aquello en lo cual pude contribuir, perfec-tamente pertinente.

En segundo lugar, quisiera hacer notar que, es-tructuralismo o no, en el campo vagamente deter-minado por esta etiqueta, de ningún modo se tratade la negación del sujeto. Se trata de la dependen-cia del sujeto, lo cual es sumamente diferente; ymuy en particular, en el nivel del regreso a Freud,de la dependencia del sujeto en relación con algoverdaderamente elemental, y que tratamos de ais-lar bajo el término de "significante".

En tercer lugar -limitaré mi intervención a esto-no creo que de ninguna manera sea legítimo haberescrito que las estructuras no salen a la calle, por-que si hay algo que los acontecimientos de mayodemuestran, es precisamente la salida a la calle delas estructuras. El hecho de que esto se escriba enel lugar mismo en donde se operó esta salida a lacalle simplemente prueba lo que muy a menudo, eincluso lo que más menudo es interno a lo que sellama el acto, es que él mismo se desconoce.

JEANWAHL. Nos queda agradecer a Michel Fou-cault por haber venido, hablado, haber escritoprimero su conferencia, haber respondido a laspreguntas planteadas, las que, por lo demás, fue-ron todas interesantes. Agradezco también a losque intervinieron y a los oyentes. "¿Quién escu-cha, quién habla?": podemos responder "en casa"esta pregunta.

Michel Foucault (1926-1984). Filósofo francés. Autor de Historia dela locura, El nacimiento de la clínica, Las palabras y las cosas, La ar-queología del saber, El orden del discurso, Historia de la sexualidad.

Picasso: Caballo (Boceto para Guernica). Dihujo a lápiz sohre papel azul.